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Fuérzalos a Entrar
NO. 227
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 5 DE DICIEMBRE DE 1858,
EN EL MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS,
POR CHARLES HADDON SPURGEON.
“Fuérzalos a entrar.”
Lucas 14:23
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bergue para sus cansadas cabezas. A ustedes, también, hemos sido en-
viados esta mañana. Este es el mandato universal: fuérzalos a entrar.
Ahora, hago una pausa después de haber descrito el carácter. Hago
una pausa para mirar hacia la tarea parecida a la de Hércules que está
frente mí. Bien dijo Melanchton: “El viejo Adán fue demasiado fuerte para
el joven Melanchton.” Como si un niño quisiera doblegar a un Sansón,
así busco yo conducir a un pecador hacia la Cruz de Cristo. Y, sin em-
bargo, el Señor me envía con ese encargo. Allí, veo ante mí la gran mon-
taña de la depravación humana y de la torpe indiferencia, pero por la fe
exclamo, “¿Quién eres tú, oh gran montaña? ¡Delante de Zorobabel serás
aplanada!”
¿Mi señor me dice: fuérzalos a entrar? Entonces, aunque el pecador
sea como un Sansón y yo como un niño, lo conduciré con un hilo. Si
Dios me dijo que lo hiciera, y yo lo intento con fe, se hará; y si con un co-
razón que gime, lucha y llora, busco este día forzar a los pecadores a ve-
nir a Cristo, las dulces exigencias del Espíritu Santo irán con cada pala-
bra, y algunos serán forzados a entrar, con toda certeza.
II. Y ahora manos a la obra, directo a la tarea. Hombres y mujeres in-
conversos, todavía sin reconciliación y sin regeneración, a ustedes debo
FORZARLOS A ENTRAR. Permítanme abordarlos en los caminos del pe-
cado y repetirles otra vez mi encargo. El Rey del Cielo les envía esta ma-
ñana una inmerecida invitación. Él dice: “¡Vivo yo, que no quiero la
muerte del impío, sino que el impío se aparte de su camino y viva!”
“Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos: Aunque vuestros pe-
cados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque
sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” Queridos
hermanos, mi corazón se regocija al pensar que tengo tan buena nueva
que decirles, y sin embargo confieso que mi alma también está triste
porque veo que ustedes no la consideran una buena nueva, sino que se
alejan de ella, y no le dan su debida consideración.
Permíteme decirte lo que el Rey ha hecho por ti: Él conocía tu culpa,
Él sabía anticipadamente que ustedes se irían a la ruina. Sabía que su
justicia exigiría la sangre de ustedes, y para resolver esta dificultad, y
que su justicia fuera debidamente cumplida, y que aún así ustedes pu-
dieran ser salvos, Jesucristo ha muerto. Contemplen por un momento
este cuadro. ¿Ven a ese hombre allí de rodillas en el jardín de Getsemaní,
sudando gotas de sangre? ¿Ven después esto: ven a ese Ser que sufre
atado a un pilar y que es azotado con terribles latigazos, hasta que los
huesos de sus hombros se vuelven visibles como blancas islas en medio
de un mar de sangre? Otra vez, vean este tercer cuadro. Es el mismo
Hombre que cuelga en la Cruz con las manos extendidas, y con los pies
firmemente clavados, agonizante, gimiendo y sangrando; es como si el
cuadro hablara y dijera, “Consumado es.”
Todo esto ha hecho Jesucristo de Nazaret para que Dios pudiera, de
manera consistente con su justicia, perdonar el pecado. Y el mensaje pa-
ra ustedes esta mañana es este: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo.”
Es decir, confíen en Él, renuncien a sus obras y a sus caminos, y pongan
su corazón solamente en este Hombre, quien se entregó, Él mismo, por
los pecadores.
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primero que nada dices, “yo quiero creer en algo,” nunca creerás. Tu
primera pregunta debe ser, ¿qué es esta cosa en la que debo creer?” Así
la fe vendrá como consecuencia de esa búsqueda.
Nuestro primer negocio no tiene que ver con la fe, sino con Cristo.
Ven, te lo suplico, al monte del Calvario, y mira la Cruz. Contempla al
Hijo de Dios, quien hizo los cielos y las tierra, que muere por tus peca-
dos. Míralo a Él, ¿no hay poder en Él para salvar? Mira Su rostro tan lle-
no de piedad. ¿Acaso no hay amor en Su corazón que demuestra que es-
tá deseando salvarnos? Con toda certeza, pecador, mirar a Cristo te ayu-
dará a creer. No creas primero, para después ir a Cristo, pues de esa
manera tu fe será una cosa sin ningún valor. Ve a Cristo sin ninguna fe,
y arrójate sobre Él, o te hundes o nadas. Pero oigo otro exclamación:
“Oh, señor, no te imaginas cuántas veces he sido invitado, durante cuán-
to tiempo he rechazado al Señor.” No lo sé, y no lo quiero saber. Todo lo
que sé es que mi Señor me ha enviado para forzarte a entrar, así que ven
ahora. Puedes haber rechazado mil invitaciones, no conviertas esta en la
mil una.
Has estado en la casa de Dios, y sólo te has endurecido para recibir el
evangelio. Pero ¿acaso no veo una lágrima en tu ojo? Vamos, hermano
mío, no te endurezcas por el sermón de esta mañana. ¡Oh, Espíritu del
Dios viviente, ven y derrite este corazón porque nunca ha sido derretido,
y fuérzalo a entrar! No te puedo dejar ir con excusas tan vanas como
esas; si has vivido tantos años menospreciando a Cristo, hay muchísi-
mas razones por las que no debes menospreciarlo ahora.
¿Pero no te oí decir en voz baja que este no es el momento oportuno?
¿Entonces qué debo decirte? ¿Cuándo va a llegar ese momento oportu-
no? ¿Vendrá cuando estés en el infierno? ¿Vendrá cuando te estés mu-
riendo, y las tenazas de la muerte se cierren sobre tu garganta; será en-
tonces? ¿O cuando el sudor que quema esté abrasando tu frente; y en-
tonces otra vez, cuando el frío sudor pegajoso esté allí, ¿serán esos los
tiempos adecuados?
¿Cuando los dolores estén torturándote, y estés al borde de la tumba?
No, señor, esta mañana es el momento conveniente. Que Dios lo haga
así. Recuerda, no tengo autoridad de pedirte que vengas a Cristo maña-
na. El Señor no te ha invitado para venir a Él el próximo martes. La invi-
tación es, “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, co-
mo en la provocación,” porque el Espíritu dice “hoy.” “Venid, pues, dice
Jehovah; y razonemos juntos” ¿por qué lo pospondrías? Podría ser la úl-
tima advertencia que puedas tener alguna vez. Posponlo, y puede ser que
nunca más vuelvas a llorar en la iglesia. Podrías no tener nunca más la
posibilidad de oír un sermón tan apasionado dirigido a ti. Puede ser que
ya nunca te supliquen como yo te estoy suplicando ahora. Puedes irte
ahora y Dios puede decir, “él es dado a ídolos; déjalo.” Él arrojará las
riendas sobre tu cuello; y entonces, pon atención, tu camino es seguro,
es el camino de la segura condenación y rápida destrucción.
Y ahora de nuevo, ¿todo esto es en vano? ¿No quieres venir a Cristo
ahora? Entonces, ¿qué más puedo hacer? No tengo sino un último recur-
so, y lo voy a utilizar ahora. Se me permite que llore por ti; se me autori-
za a orar por ti. Puedes despreciar mi predicación; puedes reírte del pre-
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