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Grunberger, Richard. - Historia Social Del Tercer Reich (1971)

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RICHARD

.GRUN BERCER
Alemania nazi impuso un sistema social sin
precedentes en la historia: ngkkx jerárquico y con
la figura deificada de Hitler en la cúspide. Historia
sacs&7 áeH Tfercer Reach es el relato de 1= vida cotidiana
¿e hombres. mujeres y niños en un entorno soda!
enloquecido. Es también un analisis de la vida social
y cultural en condiciones extremas: de los escritores
e intelectuales partidarios del recrimen a los enticos
v sus excesos; de', eme y 'as an es plasticas como
propaganda a Ia ferrea censura sobre Sos creadores:
de '.a prensa oficial al humor callejero; de la pujante
intíustr¿a a la agricultura que debía nutrir a la nación:
¿e .a elite aristocrática a los judíos perseguidos:
del papel de la mujer como madre de niños arios al
adoctrinamiento nazi de la juventud; del papel de
las universidades al de la religion: del funcionamiento
del ejercito al de la justicia.

Un relato apasionante que permite al lector penetrar en


el interior mismo de la sociedad que los nazis trataron
¿e edificar en Alemania y gran parte de Europa.
RICHARD GRUNBERGER

HISTORIA SOCIAL
DEL
TERCER REICH

EDICIONES DESTINO
Edición original:
A Social History of the Third Reich
Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1971
Traducción: Ester Donato
© Richard Grunberger 1971
© E d ic io n e s D e s t in o
Consejo de Ciento, 425. Barcelona-9
Primera edición: julio 1976
S.N.B.: 297-00294-5, para la edición original
I.S.B.N.: 84-233-0830-8
Depósito legal: B. 13453 - 1974
Impreso en Talleres Ariel, S. A.
Av. J. Antonio, 134-138, Esplugues de Llobregat (Barcelona)
I m p r e s o e n E s p a ñ a - P r i n t e d in S p a in
A la memoria d e
Bernard W eber (1923-1955)
AGRADECIMIENTOS

Un trabajo de esta amplitud requiere la colaboración de muchas personas,


demasiadas para mencionarlas individualmente. Muchas de las personalidades
alemanas que me han concedido entrevistas —desde antiguos funcionarios
nazis hasta sindicalistas que actuaron en la ilegalidad— figuran en el índice.
Merecen también mi reconocimiento especial Tom Wallace, el profesor Walter
Laqueur, Elizabeth Wiskemann, Terente Prittie, Heinrich Fraenkel, el doctor
David Schoenbaum, Tim Mason y —last but not least— Janet Langmaid. Las
instituciones que me han prestado su ayuda son la Deutsche Forschungsge-
meinschaft (que me concedió una beca de investigación), el Institut für
Zeitgeschichte, de Munich, y, sobre todo, el Institute of Contemporary History
y la Biblioteca Wiener, de Londres.

R ic h a r d G r u n b e r g e r .
1

WEIMAR

Veinticinco años después de la Segunda Guerra Mundial, la “cuestión ale­


mana”, que fue motivo de la contienda, es aún tema dominante de la política
internacional, si bien en forma muy diferente.
Hoy en día, el problema alemán está en función de las relaciones este-
oeste y su solución depende más de los otros países que de los propios alema­
nes. Pero en el momento en que apareció tenía poco que ver con el contexto
general del mundo: se debía, fundamentalmente, a la situación de la socie­
dad alemana.
Las causas profundas de la cuestión alemana fueron —en líneas muy ge­
nerales— el retraso de su unificación (y por tanto, de la formación de su
nacionalidad), la estructura feudal a partir de la cual se desarrolló su capita­
lismo y la tendencia del país a las síntesis Konfliktlose (sin conflicto).
La tardía transformación de Alemania en gran potencia —que la llevó a
ocuparse preferentemente de la política exterior y a descuidar la política inte­
rior y las reformas— marcó y distorsionó todo su desarrollo ulterior. Esta dis­
torsión llevó aparejada otra. En 1871, la industria había proporcionado a Ale­
mania el triunfo militar, la formación del estado y la condición de gran po­
tencia, pero los agentes de esta victoria —las clases medias— no alcanzaron
su propia victoria política, ni siquiera la parte proporcional de poder que les
correspondía. (Un símbolo evidente de su fracaso era el ambiente de las uni­
versidades, donde los estudiantes pertenecientes a la clase media formaban
asociaciones que imitaban las costumbres —el duelo, por ejemplo— de la élite
militar-agraria, cuando ya dicha élite estaba en decadencia desde el punto de
vista económico.)
Este progresivo desequilibrio de poder tuvo consecuencias graves: la clase
10 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

media se acostumbró a cambiar sus derechos políticos por ventajas económicas.


Se elaboró una constitución de base autoritaria, a pesar del reconocimiento
del sufragio universal masculino; la oposición política al gobierno se identificó
con la oposición al país y con la traición. Bismarck describió a los socialde-
mócratas como “vagabundos sin patria”.
La tenaz propaganda en contra de la alternancia de gobierno y oposición
que se producía a raíz de la actuación de Bismarck, contribuyó a desarrollar
la tendencia alemana a la Konfliktlpsigkeit —la costumbre de esconder bajo la
alfombra las causas de conflicto— y 1918 creó un profundo trauma, preci­
samente porque la derrota provocó un retroceso de todas estas tendencias.
La política exterior dejó de ser la principal preocupación de Alemania
cuando este país dejó de ser sujeto para convertirse en objeto en el mecanismo
de la política internacional. El colapso del Imperio puso fin al pseudo-consti-
tucionalismo y a la exclusión del poder político de todo grupo social que no
fuera la nobleza. La quimera de la Konfliktlosigkéit fue desapareciendo a
medida que la República de Weimar articulaba —y trataba de instituciona­
lizar— la interacción de las fuerzas sociales y políticas en conflicto.
Uno de los aspectos más importantes de 1918-1919 es que esos años cons­
tituyeron la primera y decisiva ocasión que tuvo Alemania de alternar los
partidos políticos en el gobierno, mecanismo que constituye la esencia del pro­
ceso democrático. Los socialdemócratas, liberales de izquierda y católicos de
centró, que bajo el Imperio habían estado permanentemente relegados a los
escaños de la oposición, se convertían ahora en miembros del gobierno, pero,
en último término, su acceso al poder no se debió tanto a las urnas (y a las
barricadas de noviembre de 1918) como a las armas aliadas.
En 1918-1919, la mayoría de los alemanes se hicieron demócratas. Incluso
las “clases nacionales” se convirtieron a la democracia, como medio de obte­
ner del oeste unas condiciones de paz más favorables y de resguardarse del
bolchevismo del este. Pero el tratado de Versalles y el fracaso, la imposibilidad
de la revolución fuera de Rusia acabaron pronto con aquella aberración, y
la democracia se convirtió nuevamente en una invención foránea, en una doc­
trina cuya victoria era resultado de la derrota de Alemania, y a la amargura
por la pérdida de la guerra se añadió la preocupación por el ascenso al poder
de los nuevos e inexpertos gobernantes.
Los hombres de Weimar constituían una élite nueva y —merced a la cons­
titución imperial— formada parcialmente por parvenus. El socialdemócrata
Ebert, que sustituyó al Kaiser en la presidencia del gobierno, había sido maes­
tro talabartero. Igualmente suspectas a los ojos conservadores eran las figuras
que la catástrofe de noviembre de 1918 había catapultado al centro de la
escena política: periodistas como Theodor WolfF, director del Berliner Ta­
geblatt y cofundador del Demókratische Partei, y escritores de izquierda,
WEIMAR 11

como Ernst Toller, qüe había participado en la creación de la efímera Repú­


blica Soviética de Baviera de 1919. Dentro de las izquierdas, Toller se en­
contraba en el extremo opuesto de Ebert, el cual “odiaba cordialmente la revo­
lución social” y había sido partidario de la eliminación del soviet de Munich.
Pero la derecha se obstinaba en echar en el mismo saco a los socialdemócratas
y a los socialistas revolucionarios, tachándoles a todos de “escoria marxista”.
Los tenaces partidarios de la teoría conspirativa de la historia alegaban
que Alemania no había sido derrotada en el campo de batalla sino “apuña­
lada por la espalda” por políticos traidores, como Ebert. Y el hecho de que
Wolff, Toller, la destacada dirigente socialista Rosa Luxemburg y Preuss, ar­
quitecto de la constitución de Weimar, fuesen judíos sirvió de pretexto para
calificar al estado de Weimar en su conjunto de “República Judía”.
En aquel clima envenenado por el asesinato moral se produjeron asesina­
tos físicos. Rosa Luxemburg fue asesinada por “colaboradores” del gobierno
de Ebert, y pistoleros de la Fehm e dieron muerte al dirigente católico cen­
trista Erzberger, uno de los firmantes del Armisticio, y a Rathenau, ministro
de Asuntos Exteriores, “judeo-demócrata”, que propugnaba la aplicación del
Tratado de Versalles. Los tribunales trataron el terrorismo de derecha con una
indulgencia bien ejemplificada en la condena impuesta a Hitler de un año de
prisión después del abortado y sangriento putsch de Munich de noviembre
de 1923. Toda la actuación de los tribunales políticos ponía de manifiesto un
defecto fundamental del nuevo estado; aunque las leyes eran democráticas,
sii aplicación seguía en manos de los antidemócratas.
La muerte de la República, presagiada por esta división y finalmente pre­
cipitada por ella, se produjo en dos etapas. Mientras la mayoría del pueblo
no renegó abiertamente de la democracia hasta la Depresión, la mayoría de
la élite (funcionarios, cuerpo jurídico, oficialidad, autoridades académicas e
incluso el clero) la había rechazado prácticamente desde su nacimiento.
Gon el fin de atraerse precisamente a estas fuerzas, los dirigentes de la
República conservaron el nombre Deutsches Reich (Imperio Alemán), con sus
connotaciones imperiales y autoritarias, y, con el mismo propósito, Ebert —a
pesar de ser él mismo una de las víctimas de la teoría de la “puñalada por
la espalda”—■contribuyó a que la nación se crease una falsa imagen de sí
misma calificando al ejército alemán de “invicto en el campo de batalla”.
En 1925, la idea republicana había perdido tanta fuerza que un hombre
como el ex mariscal Hindenburg pudo ser elegido presidente del Reich. Pero
esta forma de describir los acontecimientos es inadecuada. Hindenburg era
considerado menos como un hombre que como un monumento nacional, y la
palabra elección, que implica una actividad electoral previa (es decir, un
esfuerzo para ganar el favor de los votantes), no puede expresar la forma en
que el ex GOC, una vez pasada la inclinación a la izquierda de la inmediata
12 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

posguerra, reapareció sin más con su figura paternal cuyo origen se remon­
taba a la guerra.
Considerando a Alemania como un feudo confiado a él durante la ausen­
cia del emperador, llegó a consultar con el ex Kaiser antes de aceptar deli
pueblo la presidencia. El apoyo de los conservadores al nuevo presidente era
axiomático, mientras que los republicanos estaban fuertemente divididos en*
su actitud hacia él. Mientras el académico radical Theodor Lessing, con
extraordinaria presciencia, dijo de él que era “un Cero que prepara el terre­
no a un Ñero”, los moderados esperaban que el incongruente jefe de gobierno·
apartaría a las “clases nacionales” de su hostilidad a la República. El desa­
rrollo de los acontecimientos durante la primera mitad del período presi­
dencial de Hindenburg pareció confirmar estas esperanzas, aunque desde un»
punto de vista político inmediato las elecciones de 1918 sólo reportaron al
bloque republicano un irrisorio avance de cuatro escaños en el Reichstag. No·
obstante, la época comprendida entre 1925 y 1929 fue para la República de
Weimar la más afortunada. Una vez levantada la ocupación francesa del Ruhr
y pasado el período de aguda inflación, Alemania vivió, por primera vez en
más de diez años, un período de estabilidad interna y de recuperación econó­
mica. Con la estabilización de la moneda y con el plan Dawes, que facilitabas,
la inversión extranjera, la industria aplicó planes de racionalización y expan­
sión que dieron como resultado que el índice de producción de 1927 fuese-
superior al total más elevado de antes de la guerra.1 e En 1929, una Alemania*,
disminuida territorialmente producía un 10 por ciento más de carbón, un 100'
por ciento más de lignito y un 30 por ciento más de acero que en el período
anterior a la guerra, y en 1930 Alemania figuraba en segundo lugar, después-
de Estados Unidos, entre los países exportadores del mundo, y era el primero»·
en la exportación de productos acabados.2
Sin embargo, durante la mayor parte de este período, la industria alema­
na operó de hecho en sólo el 50-80 por ciento de su capacidad productiva
total.3 La racionalización había tenido un doble efecto: en 1929, cuando el
número absoluto de trabajadores asalariados alcanzó el máximo absoluto de ·
20 V2 millones 4 la industria arrojó a 1 1/2 millón de hombres al desempleo,,
por ser incapaz de utilizar todo su potencial debido a la insuficiencia de lat
demanda interior y de los mercados de exportación.6
Las dificultades de Alemania para la exportación tenían su origen en Ia<
discriminación de los países extranjeros hacia ella, pero la baja demanda inte­
rior era una cuestión interna, y la solución dependía únicamente del país. EFi
eje del problema era la diferencia entre los niveles de salarios y de precios:

* Las notas que llevan asterisco figuran a pie de página; para las notas numeradas,,
véase el final del libro, págs. 497-533.
WEIMAR 13

Uos precios de los productos industriales se mantenían elevados mediante los


■acuerdos de cártel, mientras que el poder adquisitivo total estaba deflacionado
■3 causa de la política salarial de la industria y de la innecesaria carestía de
los alimentos. Esta última era resultado directo de la solicitud del gobierno
para con la aristocracia terrateniente productora de cereales.
La excesiva concentración de la propiedad en la industria —en 1925, me­
ónos del 2 por ciento del total de las empresas empleaban al 55 por ciento del
total de los asalariados6— era una de las causas de la relativa escasez
<de capital. La guerra y sus secuelas habían destruido grandes reservas de capi­
tal y legaban a la economía de posguerra una pesada carga fiscal. Esto tendía
a aumentar el tipo de interés en los préstamos, lo cual dio como resultado
•que las grandes unidades económicas tuvieran acceso al capital más fácilmen­
te que las pequeñas.
La racionalización generalizada de la industria a mediados de la década
'de los veinte, financiada por préstamos de elevado interés, se basó en la suposi­
ción de la existencia de mercados de expansión indefinida, suposición que
fue puesta en duda desde el principio por las limitaciones exteriores a las
«exportaciones alemanas y el bajo nivel de la demanda interior, y que fue
finalmente desmentida por la Gran Depresión. Aun así, durante la revitaliza-
■ción de la actividad económica que se produjo a escala mundial, la industria
alemana pudo atribuirse algunos logros notables. El número de patentes
puestas en explotación anualmente dobló el de antes de la guerra; en el cam­
po del transporte y las comunicaciones, Alemania progresó más de prisa que
las potencias que la habían vencido; la producción de electricidad, por ejem­
plo, se elevó en más del 50 por ciento 7 entre 1925 y 1930.
El número anual de empresas en quiebra, que en 1925-1926 superaba aún
•el número de antes de la guerra, descendió, en un año o dos, a la mitad del
de 1913.8 La relativa prosperidad de los años finales de la década de los
veinte aceleró también el cambio en la distribución del empleo que había
■tenido lugar desde la industrialización en gran escala iniciada en 1870. Esta
¡reestructuración del conjunto de la fuerza de trabajo llevó aparejada una
progresiva reducción del sector agrícola de la población (que descendió des­
de el 42 por ciento en 1882 al 29 por ciento en 1933). Las cifras referentes
a la redistribución de la propiedad y a la situación económica son igualmente
significativas: el número de trabajadores autónomos descendió del 38 al 20
por ciento, mientras que el de trabajadores asalariados aumentó del 4 al
11 por ciento. La proporción de obreros aumentó muy ligeramente (del 50
al 52 por ciento); la de trabajadores de cuello blanco y funcionarios aumentó
notablemente, del 8 al 18 por ciento.9
(En otras palabras, el número total de trabajadores permaneció constante,
pero los emigrantes rurales fueron engrosando las filas de la clase trabajadora
14 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

al mismo ritmo que la abandonaban los trabajadores do cuello blanco.)10


El número de trabajadores de cuello blanco, de los cuales más de las dos
terceras partes eran cualificados 11 aumentó con especial rapidez durante el
período de racionalización, y la proporción de mujeres aumentó a una velo­
cidad aún superior. La cualificación requerida para los trabajos de oficina
cambió también más rápidamente que la exigida para el trabajo industrial.
Además, los trabajadores de cuello blanco estaban en ventaja porque disfru­
taban de una mayor seguridad en el trabajo, tenían consideración aparte en
los contratos laborales y disponían de sus propios seguros mutuos. Otra dife­
rencia entre los dos grupos residía en su concepción de la estructura social.
Para los trabajadores industriales, la sociedad era una clara dicotomía entre
los patronos, arriba, y ellos debajo, mientras que los Angestellten o emplea­
dos de oficina la veían como una jerarquía escalonada, con los jefes por enci­
ma de ellos, ellos en medio y el proletariado debajo.
Naturalmente, esta sensación de ocupar una posición media no era exclu­
siva de los trabajadores de cuello blanco, sino que se extendía a todos los
grupos sociales intermedios durante la República de Weimar, con una inten­
sidad rayana en la neurosis. Afectaba fuertemente a la gran masa de comer­
ciantes al por menor, cuyo número había aumentado en un 25 por ciento des­
de antes de la guerra,12 aunque no existía para ello ninguna justificación
desde el punto de vista económico. Muchos tenderos, artesanos independien­
tes, pequeños granjeros, etc., aspiraban a un status de clase media que estaba
en contradicción con, su situación económica. Durante la rápida expansión
de mediados de los años veinte, cuando, según un criterio puramente social
y teniendo en cuenta el trabajo realizado, 25 millones de alemanes pertene­
cían al proletariado, 45 millones dé alemanes (casi las tres cuartas partes de
la población total) vivían de unos ingresos que no excedían los de los pro­
letarios.13
Con la adopción por parte de la ley del seguro de paro, en 1927, el movi­
miento obrero consiguió la aplicación de su programa básico. Los seguros de
accidente, enfermedad-y vejez estaban en vigor desde los tiempos de Bis­
marck, y a estas primeras medidas sociales la República de Weimar añadió
los contratos laborales suscritos por el estado, las vacaciones pagadas y el
derecho de asociación para la negociación de los convenios colectivos. (De
12 a 14 millones de trabajadores trabajaban bajo convenios colectivos.)14
El capital miraba con malos ojos estas conquistas de la clase obrera. Abun­
daban las quejas de los empresarios acerca de la pesada carga de las contri­
buciones sociales que soportaba la industria. Estas quejas estaban, en un cierto
sentido, justificadas, pues los planes de seguridad social de Weimar concedían
menos protección a los pequeños propietarios que a sus trabajadores. Sin em­
bargo, aun cuando la clase obrera pudiera parecer el principal beneficiario de
WEIMAR 15

la República, su esfera de acción efectiva estaba un tanto limitada. Así, la


idea de sindicación obligatoria estaba totalmente ausente del pensamiento
industrial de aquel período; explícitamente prohibida por la Constitución de
Weimar, apenas se les pasaba por la cabeza a los trabajadores. La modera­
ción de los sindicatos puede ser demostrada estadísticamente: durante los
años 1927-1930, período de relativa prosperidad y aumento del empleo, el
número de días de trabajo perdidos anualmente por conflictos laborales fue
de 3,7 millones, sólo la mitad del total comparable de antes de la guerra.18
El retroceso de la industria durante la guerra fue consecuencia en parte de
la legislación laboral de Weimar, que llevó al gobierno a participar en todos
los acuerdos salariales y estipuló un complicado procedimiento de concilia­
ción antes de que pudieran ser convocadas legalmente las huelgas.. Desde
1930 en adelante, no se produjo ni una sola huelga de carácter ofensivo, es
decir, una huelga para sostener las reivindicaciones obreras o bien para pre­
venir los abusos de los empresarios, aunque, ya dos años antes, los industriales
del acero del Ruhr habían declarado un lockout contra 250.000 trabajadores.16
Aunque incapaces por entonces de vencer a los sindicatos, las asociaciones
de empresarios consiguieron reducir el poder del gobierno para hacer obli­
gatorios los convenios colectivos en todas las empresas de un ramo indus­
trial. La industria se oponía a la participación estatal en el proceso de nego­
ciación de convenios colectivos, porque consideraba que el gobierno estaba, a
priori, a favor de los trabajadores. Esta situación sufrió un cambio brusco en
1931-1932, cuando el gabinete Brüning se mostró dispuesto a favorecer las
reducciones salariales como parte de su programa general deflacionista.
Por estos años, Weimar había entrado en su tercera y última etapa, y
aunque el gobierno era aún ostensiblemente republicano, había dejado de
ser democrático, en el sentido de que no disponía ya de apoyo mayoritario
en el Reichstag. De hecho, el fin de la República de Weimar fue presidido
por gobiernos autoritarios, tanto en el sentido de su actuación constitucional
como en ,el de su carácter político. Este importante cambio de los grupos en
el poder vino dado por el desastre económico. El crack de Wall Street de
octubre de 1929 se había extendido al resto del mundo en un espacio de tiem­
po muy breve, y afectó a Alemania más duramente que a la mayoría de
los países. Las cifras de desempleo subieron vertiginosamente * a partir de
su ya inquietante nivel de antes de la Depresión; pero aun así ascendieron
con menos rapidez que la popularidad electoral de Hitler: en las traumáticas
elecciones de septiembre de 1930, la representación nazi en el Reichstag

* Entre septiembre de 1929 y septiembre de 1932, la cifra oficial de parados ascendió


de 1,3 millones a 5,1 millones. Cf. Richard Grunberger, Germany 1918-1945, Londres,
1964, p. 81.
16 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

aumentó de la noche a la mañana de 12 diputados a 107.* Antes de que esta


abrumadora mayoría de votos hubiera acabado con el gobierno, los intereses
industriales y agrarios habían mostrado actitudes completamente divergentes
hacia el estado. La industria había conseguido arrancar la economía del es­
quema tripartito de Weimar, para poder enfrentarse a los trabajadores sin
el arbitraje del gobierno o el apoyo de éste a la parte más débil. En cuanto
a la agricultura, continuaba manteniendo una actitud que arrancaba de 1879,
bajo Bismarck, con el abandono del libre comercio, y se apoyaba fuertemente
en el gobierno, que le proporcionaba protección y subsidios. Antes de la
crisis, estas diferentes actitudes de la industria y de la agricultura hacia el
estado no habían tomado abiertamente forma política, aunque, a título de
aproximación, se puede decir que el absurdamente denominado Partido
del Pueblo Alemán representaba los intereses industriales, mientras que el
Partido Nacional de Hugenberg constituía el b b b y agrario del Reichstag.
Repitiendo machaconamente argumentos del conservadurismo autoritario
que cada vez guardaban menos relación con la realidad, el Partido Nacional
había mantenido una obstinada oposición a la República. El Partido del Pue­
blo mostró mayor agilidad: siguiendo el modelo de conducta de los grupos de
interés capitalistas en el período ascendiente del fascismo, al principio apoyó
a la República, pero la abandonó en 1931 para abogar por el traspaso de
poderes del Parlamento a un presidente casi dictatorial.17 Hasta la crisis, los
propios industriales habían ayudado generosamente con dinero a todas las
fuerzas antimarxistas respetables, pero de 1931 en adelante centraron cada
vez más su largueza en el pujante movimiento nazi.18
La industria, que se mostraba así dispuesta a enterrar a la República, no
había sido en realidad tan duramente afectada por la Depresión como otras
ramas de la economía, entre ellas la agricultura. Las fortunas de la agricultura
alemana después de 1918 estaban entrelazadas. La agricultura se había be­
neficiado de la indiscriminada demanda de alimentos de la posguerra, y más
tarde de la inflación que eliminó todas las deudas agrarias. Pero después de
esto se produjeron cosechas extraordinariamente malas, y a finales de 1925
los agricultores vendían sus tierras a cualquier precio para conseguir dinero
en metálico. Los precios cayeron por debajo de los niveles del mercado mun­
dial, y se hizo imposible conseguir créditos a largo plazo.
El resurgimiento económico que siguió a la estabilización monetaria intro­
dujo una diferencia de precios entre los productos manufacturados y los agrí­
colas, y en los últimos años veinte empeoró este índice de paridad entre los

• Entre las elecciones de 1928 y las de julio de 1932, el número de votos nazis
aumentó de los 800.000 a los 13.750.000, es decir, del 2,16 al 37,3 por ciento del censo
electoral. Cf. Karl D. Bracher, Die AufWsung der Weimarer Republik, Stuttgart, 1954,
pp. 86-106.
WEIMAB 17

elevados precios industriales dictados por los cartels y los precios agrícolas
de tendencia descendente (fenómeno conocido como la “tijera de los pre­
cios”). Se estima que el 60 por ciento de los granjeros alemanes vivían ya de
ingresos proletarios 19 cuando la Depresión vino a agravar una situación ya
crítica; a diferencia de los industriales protegidos por cártels, los agriculto­
res respondieron al descenso del poder adquisitivo de la población aumen­
tando su producción, lo cual hizo bajar los precios aún más y dio lugar a
una continua espiral descendente. Ya en 1926, la obligada venta de tierras
por parte de los agricultores había superado el promedio de antes de la
guerra,20 y entre 1927 y 1932 casi 25.000 granjas fueron subastadas.21
En el conjunto de la agricultura del país, las tierras de los Junkers al este
del Elba habían aumentado desproporcionadamente, y este estado de cosas
continuó durante la República. La viabilidad económica de las propiedades
del este del Elba había sido un problema ya antes de la guerra, y el corre­
dor polaco creado por el Tratado de Versalles había hecho un corte a través
de las compactas tierras de cereales de los Junkers y separaban la Prusia
Oriental del Reich. Esto vino a agravar una situación ya difícil (a la que se
añadió, después de la guerra, la caída del precio mundial del centeno).
La República aplicó una política de protección a la agricultura —sobre
todo de las propiedades al este del Elba, que estaban amenazadas económica
y estratégicamente— a base de impuestos sobre las tres cuartas partes restan­
tes de la población alemana. Los elevados aranceles imperiales para prote­
ger a los productores de cereales alemanes de la competencia de los bajos
precios del extranjero fueron mantenidos, y se obligó al consumidor alemán
a pagar precios más elevados en beneficio de los “13.000 terratenientes”.22
El sistema de aranceles y subsidios iba contra la racionalización de las
industrias de productos lácteos y vegetales en otras regiones agrícolas; esti­
mulando la producción de forraje, el gobierno podía haber prestado una
ayuda considerable a la ganadería pero “en lugar de ello, retuvo los arance­
les a la importación de cereales y protegió así el sector más costoso y más
capitalista de la producción agrícola”.23
A pesar del apoyo estatal a las instituciones rurales de crédito, los gran­
des terratenientes obtenían préstamos en condiciones más favorables que los
propietarios medios y pequeños. En total, los tipos de interés en la década de
los veinte eran dobles a los de antes de la guerra,24 y en el proceso de aumen­
to de la producción, la agricultura alemana triplicó sus costes de trabajo de
antes de la guerra. A pesar del considerable presupuesto estatal dedicado a
la mejora de las tierras, la agricultura en su conjunto no aplicó un programa
de racionalización que aumentase la producción y redujese los costes, sobre
todo porque el costo de la maquinaria y de los productos químicos era fijado
por la industria.25
18 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

En el punto álgido de la Depresión, los precios de los alimentos en Ale­


mania eran aproximadamente el doble que en los demás países,26 mientras
que, paradójicamente, los agricultores alemanes tenían precios de producción
no competitivos al obtener aumentos de productividad que daban lugar a
ganancias cada vez menores. En aquel momento, la crisis específica del este
del Elba se había agudizado tanto que la administración Brüning inició el
programa de Ayuda al Este (Osthilfe),* una importante transfusión de san­
gre, financiada públicamente, a la moribunda economía Junker.
En sus intentos de soslayar los aspectos más importantes de la Depresión,
Brüning provocó un proceso de grave deflación. Los salarios de los funcio­
narios, que habían sido considerablemente aumentados en la reciente fecha
de 1927, fueron reducidos en proporciones de hasta el 15 por ciento durante
el invierno de 1930-1931.27 En 1931, asimismo, el gobierno decretó una reduc­
ción del 10 por ciento en los alquileres, así como en los precios,28 y los sala­
rios, que habían continuado subiendo después del estallido de la crisis en
1929, fueron reajustados a su nivel de 1927 por un decreto de excepción.29
Las autoridades trataron también —en aquel tardío momento-^ de sol­
ventar el problema de la cartelización, pero sin resultado.** La oportunidad
de una acción efectiva en este terreno, es decir, de conseguir que los precios
alemanes bajasen hasta el nivel del mercado mundial, había existido hasta las
elecciones de septiembre de 1930, cuando el gobierno perdió el apoyo mayo­
ritario en el Reichstag. Una administración minoritaria, dependiente de los
poderes especiales que la Constitución concedía al presidente, no interesaba
a la industria pesada, aunque ésta fue afectada también por la crisis. (Ésta
había hecho que la productividad industrial global descendiera en un 42 por
ciento; en algunos ramos, como la manufactura de bienes de producción, la
producción se había reducido a la mitad.) 30 En 1932, esto había dado lugar
a la existencia de 6 millones de parados, de los cuales menos de 2 millones
cobraban seguro de desempleo; otro millón y medio eran alimentados por el
Departamento de emergencia para el desempleo, y casi un millón setecientos
cincuenta mil recibían la ayuda a los pobres de sus respectivos ayuntamien­
tos. En total, había 850.000 personas 31 que no recibían ningún tipo de ayu­
da social.® **
* El Acta de Ayuda al Este del 31 de marzo de 1931, aplicada por Brüning para
aliviar los sufrimientos de los moradores de las provincias orientales, se convirtió en una
fórmula de preservación del status socioeconómico de los Junkers. Franz Neumann,
Behemoth, Nueva York, 1942, p. 392.
44 El decreto presidencia de emergencia que autorizaba al gabinete a anular los
acuerdos de cártel existentes dio lugar solamente a la disolución del cártel del lignito. Franz
Neumann, op. cit., p. 261.
444 La financiación del fondo de desempleo creado en 1927 se había basado en
la cifra de 1,2 millones de desempleados. C. W. Guillebaud, The Social Policy of Nazi
Germany, Londres, 1941, p. 13.
WEIMAR 19

Las repercusiones de la Depresión se extendieron tanto más rápidamente


cuanto que la inflación se había llevado los ahorros que podían haber amor­
tiguado el golpe que recibieron las clases medias urbanas. (Un fenómeno que
afectó específicamente a la baja clase media fue la invasión del pequeño co­
mercio por trabajadores de cuello blanco desempleados que desesperada­
mente invertían sus ahorros y sus conocimientos de contabilidad en una pro­
fesión ya saturada.) Pero, extendiéndose más allá del terreno económico, la
crisis hizo sentir su destructivo impacto en todas las zonas de la vida pública,
pues los alemanes, más que los pueblos de otros países occidentales, acos­
tumbraban a juzgar las instituciones por su efectividad, más que por sus mé­
ritos intrínsecos.
Según un criterio puramente pragmático, la República, afectada por la
crisis y la estructura de creencias y prácticas democráticas sobre la que des­
cansaba, había perdido el derecho a la existencia. Para hombres para quie­
nes la industria y la tecnología se habían convertido en sustitutos de las divi­
nidades en un universo secularizado y amoral, la paralización de la máquina
de la industria tuvo un efecto comparable a la bomba de Nietzsche, al “Dios
ha muerto” de cincuenta años atrás. Y la desorientación moral y política que
sufría Alemania desde la guerra hizo que la Depresión, a diferencia de lo
ocurrido en los demás países, adquiriera una significación mayor que la pura­
mente económica.* Se formó una conciencia de Endsituation (situación lími­
te), que presagiaba o bien el caos o bien una “ineluctable transformación”.
Catorce años atrás, en un momento crucial comparable a éste, la izquier­
da había sido la fuerza motriz de la utopía. Pero ahora era la derecha la que
marcaba la pauta. Según su ideología, la crisis era la culminación de toda
una cadena de acontecimientos que incluía el movimiento patriótico de 1914,
la transfiguradora experiencia de las trincheras, las inquietudes del Jugend-
bewegung (Movimiento de la Juventud) de antes de la guerra y, algo más
lejana, la búsqueda del Santo Graal de la “alemanidad” emprendida por
Wagner, Langbehn y Lagarde. Para los discípulos de estos profetas volkische
(étnicos), para los nazis y los nacionalistas de Hugenberg la crisis era la ma­
nifestación visible del absceso de Weimar, que supuraba corrupción y trai­
ción, y que tenía que ser abierto por un brutal bisturí antes de que estallase
en forma de revolución roja.
Alemania ha sido acertadamente descrita como una “nación rezagada”,* *

* "Alemania fue el único país industrial que experimentó una transformación política
durante la Depresión, pero los Estados Unidos sufrieron aun más las consecuencias de la
crisis. La cuestión de por qué la crisis económica dio lugar en Alemania a una dictadura
no puede ser elucidada en el contexto de la causalidad económica.” Karl Erich Bom,
Moderne Deutsche Wirtschaftsgeschichte, Colonia, 1966, p. 22.
05 Cf. Henrich Plessner, Die Verspatete Nation, Kohlhammer Verlag, 1959.
20 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

y las innovaciones liberalizadoras de la República, al producirse más de me­


dio siglo después del que habría sido su momento adecuado, prestaron a la
República de Weimar un aire de invernadero. Aunque esto era un mal augurio
para la estabilidad de sus instituciones, dio lugar a acontecimientos importan­
tes en todos los órdenes.*
1918 presenció el fin del autoritarismo, y no sólo en el terreno político,
sino en otros: en la vida familiar, en la educación y en las costumbres sexua­
les. La supresión de prohibiciones y tabúes liberó, especialmente en el campo
de las artes, impulsos creadores, que atrajeron hacia Alemania la atención de
Europa, en una medida nunca vista desde la época de esplendor del mece­
nazgo aristocrático, la que había producido un Goethe o un Reethoven. Pero,
a diferencia de aquel primer florecimiento cultural, basado en una reducida
clase acomodada, fenómenos como el expresionismo, la Rauhaus, o la música
dodecafónica aparecieron en el contexto de un precario experimento de­
mocrático.
Los quince años que transcurrieron entre la apoteosis democrática del
Reichstag y su destrucción presenciaron una explosión creativa. Por primera
vez en la historia, Rerlín rivalizó con París en el papel de Meca de los devo­
tos de los nuevos estilos de arte y de las nuevas formas de vida.
Pero al mismo tiempo la moda de lo experimental y lo moderno provocó
reacciones que convirtieron a menudo el mundo de las artes en un campo
de batalla. Ya en 1920, la obra de Arthur Schnitzler Der Reigen (conocida
por los aficionados al cine como La Ronde) fue motivo de desórdenes orga­
nizados y de demandas judiciales por supuesta inmoralidad.**
La novela de Franz Werfel El culpable no es el asesino sino la víctima se
ganó epítetos tales como “exhortación a la anarquía moral”. La teoría de la
relatividad de Einstein se convirtió, a los ojos de estos mismos críticos con­
servadores, en una negación nihilista de los valores absolutos. Walter Hasen-
clever hubo de someterse a juicio por “socavar los valores cristianos” en su
obra Las bodas se hacen en el c ie lo 32 y el artista Georg Grosz fue declarado
culpable de blasfemia por mostrar a Jesús llevando una careta antigás en
uno de sus sketches pacifistas, Ecce Horno33
Pero fue la presentación de El valeroso soldado Schwejk, del checo Ja-
roslav Hasek, por Erwin Piscator, lo que constituyó la más escandalosa ofensa
a la propiedad y al patriotismo.***

* Durante algunos de los años veinte, se publicaron en Alemania más obras inéditas
que en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos conjuntamente. Robert A. Brady, The
Spirit and Structure of German Fascism, Nueva York, 1937, p. 13.
eo Para una exposición detallada de este célebre proceso, ver el capítulo sobre el
téma de Obszon, de Ludwig Marcuse, Munich, 1962.
Cf. el periodista del trust periodístico de Hugenberg, Friedrich Hussong, que
escribió: “Mujeres con escotes hasta el ombligo y diamantes en los zapatos chillaban
WEIMAR 21

La situación del teatro en su conjunto ofrecía dos aspectos opuestos:


mientras una minoría culta de aficionados presentía la inminente llegada de
una edad de oro, bajo la égida de Reinhardt, Piscator y Leopold Jessner, sec­
tores de público cada vez más numerosos veían en la escena ■ —que Schiller
definiera un día como “institución moral”— la plataforma privilegiada desde
la cual dramaturgos desnaturalizados, contando con el apoyo entusiasta de la
crítica judía ( y con la ayuda financiera del estado), se lanzaban al asalto de
la herencia nacional y de la moralidad convencional. Se produjeron disturbios
en las representaciones de Hinkemann (1923), de Ernst Toller, de L a viña
alegre (1926), de Karl Zuckmayer, de Mahagonnij (1931), de Bertolt Brecht y
Kurt Weill, y de muchas otras obras.® L a muerte de Danton, de Georg
Büchner, tuvo que ser retirada de los escenarios en 1924, porque los espec­
tadores amenazaban con destruir el teatro cuando la orquesta interpretaba
La Marsellesa, que formaba parte del acompañamiento musical de la obra.
Con el paso del tiempo, incluso algunos artistas de vanguardia sucum­
bieron al clima imperante. Piscator fue calificado de “pacifista Casco de Ace­
ro” por interpolar una incongruente “pantomima” militar en la obra antibeli­
cista Los rivales (1928), en calidad de atracción para la taquilla, y la presen­
tación en Berlín de la obra pacifista de Arnold Zweig El caso del sargento
Grischa, en 1930, tuvo parecidos rasgos de incoherencia.
La escena y la pantalla mostraban una simultánea preocupación por la
figura heroica del fundador, Federico el Grande. El culto a “Fredericus Rex”
llegó a influir la obra de autores liberales: Los doce mil, de Bruno Frank, le
presentaba como el hombre que frustró los planes de los príncipes dispuestos
a vender a sus vasallos feudales como carne de cañón para la guerra ameri­
cana de Jorge III. (De forma completamente gratuita, Hans Rehberg hizo
que Cecil Rhodes, en una obra del mismo nombre, visitase el palacio de Sans-
Souci, residencia de Federico, con la intención de inspirarse antes de tomar
las decisiones cruciales de su vida.)
Los últimos años veinte vieron el declive de la edad heroica del cine ale­
mán, representada por El gabinete del doctor Caligari y Metrópolis. Unas
pocas obras maestras, como El ángel azul, constituyeron excepciones en un
marasmo de tendenciosa épica histórica y militar y farsas de cuartel. Esta si­
tuación se produjo en parte porque el dirigente del Partido Nacionalista, Hu-

de placer ante las peores obscenidades. Cuando Sohweik-Palleniberg desapareció en los


lavabos para extraer sus causeries y weltanschauliche disquisiciones del pozo negro,
mantuvieron sus costosos anteojos de ópera fijos en la puerta del reservado, para no per­
derse el exquisito momento de su reaparición en alguna forma de indecente déshabillement”.
Friedrich Hussong, Kuifiirstendamm, Berlín, 1933, p. 62.
* Para más información, ver el folleto ciclostilado de Alfred Kerr The Influence on
Theatre and Film of German Nationalism during the Weimar Republic, Fight for Freedom
Publications, Londres, 1945.
22 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

genberg, controlaba la productora cinematográfica UFA, y en parte a causa


de un cambio en el gusto y en el estado de ánimo del público. Las pelícu­
las de “Fredericus” llenaban las salas durante meses y meses, pero cuando
llegó a Alemania la versión cinematográfica americana de la obra de Erich
María Remarque Sin novedad en el frente (un best-seller tanto en Alemania
como en otros países), los disturbios provocados por los nazis dieron lugar a
que fuera prohibida en interés del orden público.
Las universidades eran la cuna tradicional de un chauvinismo que sopor­
taba el peso de una derrota.* En 1919, el teólogo y rector de la Universidad
de Berlín, Reinhold Seeberg, inició las exequias oficiales por los estudiantes
muertos en la guerra con las palabras: “Invictis victi victorii” (“A los invictos,
los vencidos que serán victoriosos”).34 En 1924, otro eminente teólogo y aca­
démico, Otto Proclcsch, rector de la Universidad de Greifswald, comenzó su
discurso de apertura de curso con las palabras: “Todo lo que hemos traído de
Versalles es un gorro con orejas de asno. Estamos heerlos, wehríos, ehrlos
(privados de nuestro ejército, de nuestra defensa y de nuestro honor).35
Aunque en su conjunto los académicos de Weimar eran más propensos al
autoritarismo que a la democracia, un buen número de ellos se limitaban a
vivir encerrados en su torre de marfil. Pero en un estado que se sentía profun­
damente inseguro de la lealtad de sus ciudadanos, la simple indiferencia era
una forma de hostilidad.
Y no fueron la falta de sentido cívico y el revanchismo la más ominosa
respuesta que provocó la crisis entre los académicos. Surgieron con gran ím­
petu nuevas filosofías. La investigación metafísica acerca del bien y del mal
fue sustituida por el historicismo, de forma que el único bien cognoscible
pasó a ser el del momento presente. Un exietencialismo pervertido intentaba
trascender la crisis refugiándose en una certeza apasionadamente sentida que
no necesitaba justificación racional. A través del desesperado compromiso de
“la persona total”, la irresponsabilidad fue sancionada como norma de vida.30
Esta forma de pensar, que era en sí misma una negación del pensamiento, ob­
tuvo buen eco entre los estudiantes.
En 1927, el 77 por ciento de los estudiantes prusianos votaron a favor de
un estatuto de autonomía universitaria que excluía a los no arios de las aso­
ciaciones de estudiantes.37 El demócrata Becker, ministro de Educación de
Prusia, se vio en la triste obligación de negar a los estudiantes el derecho
a la autonomía, que se proponían utilizar para fines antidemocráticos. En 1931,
el apoyo al nazismo en las universidades era, proporcionalmente, doble del
que tenía entre la población en general. Un incipiente clima de pogrom se

0 En 1915, una declaración de noventa y tres eminentes académicos había exonerado


a Alemania de la responsabilidad de la invasión de Bélgica. El mundo académico respaldó,
por una mayoría de cuatro a uno, los objetivos expansionistas de los pangermanistas.
WEIMAR 23

extendía por los colegios universitarios, y los pocos profesores de historia que
hallaban analogías entre el tratado de Versalles y los de Brest-Litovsk y Bu-
carest, dictados por Alemania, fueron apaleados.0 Para contrarrestar el cre­
ciente vandalismo estudiantil, se pidió a la conferencia de profesores universi­
tarios de 1932 que hiciese una inequívoca declaración condenatoria. Este gesto
fue criticado por el eminente pedagogo Eduard Spranger, que no era, por
cierto, simpatizante del nazismo. “Yo consideraba que el movimiento nacio­
nalista de los estudiantes era genuino en su esencia e indisciplinado solamente
en sus formas. Así pues, habría sido perjudicial para la Universidad expre­
sarse acerca de la oleada nacional sólo en forma infantil y desordenada, pues
por entonces aquel movimiento aún llevaba en sí mucho de sano y daba
lugar a las más esperanzadoras perspectivas.” 38
En el conjunto del país, esta “oleada nacional” dio lugar al colapso de la
política moderada: el Partido Democrático fue liquidado y el Partido del Pue­
blo Alemán pasó de una cautelosa tolerancia de la República a una declarada
oposición.
La oleada nacional extrajo una gran parte de su ímpetu de la tendencia
anticapitalista de las masas pequefioburguesas (citando a Gregor Strasser).
Este sentimiento tenía poco que ver con el marxismo, y ha sido acertadamente
descrito como el socialismo de los tenderos: 60 los pequeños comerciantes afec­
tados por la crisis, los artesanos, los pequeños agricultores y otros reclamaban
al mismo tiempo los derechos de la empresa privada y la protección estatal
ante los riesgos que aquélla comportaba. Su Mittelstandsprogram (programa
para las clases medias) comprendía un monopolio comercial para los trabaja­
dores autónomos, la prohibición de la venta al detall a las empresas industria­
les, la clausura de los talleres artesanales dependientes de grandes empre­
sas,39 la disminución de impuestos para los tenderos, una moratoria para los
préstamos de los pequeños deudores,40 el freno al desarrollo de las cadenas
de grandes almacenes y cooperativas, y el control general del mercado en
interés de “los pequeños”.41
Entre la masa de tenderos, artesanos y granjeros perjudicados por la falta
de crédito, los ataques de los nazis a la “esclavitud del interés” tocaban una
fibra sensible. La expresión “esclavitud del interés” suscitaba una buena can­
tidad de alusiones llenas de odio a los bancos y prestamistas, al “sistema

° La universidad de Munich fue temporalmente cerrada en junio de 1930, después


de que un grupo de agitadores echara abajo las puertas del aula donde daba una clase
el profesor Nawiasky, lector de derecho internacional. Hechos similares se produjeron
contra el profesor Gumbel, destacado pacifista de Heidelberg. Cf. Helmut Kuhn, op. cit.,
p. 37.
** Por David Schoenbaum en su excelente estudio H itlers Social Revolution, Lon­
dres, 1967.
24 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Manchesteriano” de economía liberal de la República y a los judíos como per­


sonificación de la usura (se les acusaba de ser ellos quienes tiraban de los
hilos en el teatro de marionetas de la República).
La profunda ansiedad social y económica no encontró su chivo expiatorio
en ninguna abstracción —como hubiera podido ser el sistema social o el me­
canismo de mercado—, sino en un grupo social: los judíos.42
Los judíos se convirtieron en la personificación de todos los males que afli­
gían al estado y a la sociedad en la etapa final de la República de Weimar,
en una escala sin precedentes en la historia. Algunos destacados personajes
judíos habían colaborado en la fundación de la República o habían desplegado
actividad en la literatura, la prensa o el teatro, es decir, los campos en que se
había desarrollado la batalla entre el orden y la libertad, entre el conserva­
durismo y la tolerancia. Los judíos se habían comprometido con el interna­
cionalismo, la mayoría de ellos como partidarios de la Sociedad de las Nacio­
nes, y unos pocos como marxistas o pacifistas, Algunos practicaban el psi­
coanálisis, y otros propugnaban, en calidad de pioneros, nuevas maneras de
abordar problemas tales como el aborto, la homosexualidad, la criminalidad o
la penología.
Ante el relajamiento de la censura de la era weimariana, que permitió la
publicación de revistas sobre lesbianismo y homosexualidad y la proliferación
de discusiones y publicaciones acerca de todos los aspectos del sexo y de
la psique humana; ante el aumento del número de abortos y la extensión de la
prostitución juvenil, tanto femenina como masculina (hechos ambos condicio­
nados por la situación económica); ante la actitud de algunas escuelas avanza­
das, que incluyeron la educación sexual en sus programas y permitieron
la formación de comisiones de alumnos que reclamaban la intervención en la
gestión,43 surgía la tentación de exclamar con Treitschke: “Los judíos son
nuestra desgracia”. Se hizo responsable a la “judeo-democracia” del culto pqr
lo nuevo, lo llamativo y lo sensacional que se instauró en Alemania en los
años veinte y que gravó al país con unos gastos en perfumería dobles a los
de antes de la guerra,44 extendió el hábito de fumar entre las mujeres,45 centró
la atención pública en las carreras ciclistas de seis días y aumentó el morboso
interés por los juicios por asesinato. Pero la principal acusación contra los
judíos era la de dominar la banca, los negocios, la propiedad inmobiliaria, el
corretaje, el préstamo y el comercio ganadero.
Rodeados de hostilidad (o, en el mejor de los casos, de indiferencia), los
judíos buscaron en vano defensores entre los políticos republicanos y en los
medios de comunicación social. La que había sido influyente prensa burguesa
había desechado el antisemitismo como anacrónico a principios de la era de
Weimar, y se limitó en adelante a informar de los incidentes antisemitas sin
hacer comentarios; 46 ahora se mostraba más inclinada a la discreción que a
WEIMAR 25

la franqueza, alegando que los periódicos cuyos lectores no pertenecían a nin­


gún partido debían evitar el partidismo.
La prensa de provincias tuvo una actuación similar: los directores tendían
a medir la conveniencia de denunciar los pogroms según los efectos probables
de tales denuncias sobre los ingresos de publicidad.47
También los políticos republicanos eludían el enfrentamiento directo con
quienes suscitaban una y otra vez la “cuestión judía”; los demócratas alema­
nes de Weimar se parecían poco a los dreyfusards de una coyuntura histórica
similar en la historia de la República Francesa.48
La gran crisis sorprendió a los partidarios de la República a la defensiva.
El temor de provocar un choque que podía degenerar en una guerra civil llevó
a los dirigentes socialdemócratas a ceder, en verano de 1932, ante la supresión
ilegal del gobierno socialdemócrata del Land prusiano por el canciller Papen.®
Su timidez pareció derivar del estado de emergencia existente en muchas
áreas rurales, donde la extinción del derecho a redimir las hipotecas y el
desempleo habían provocado ataques con bombas a los ayuntamientos e
incendios de oficinas de recaudación de impuestos. Durante siete semanas
del verano de 1932, las batallas campales entre facciones políticas enfrentadas
causaron en todo el país 500 muertos o .heridos graves.49 Pero, por debajo de
la fragmentada superficie del orden político, se mantenía una infraestructura
de estabilidad, y los rasgos fundamentales de la situación no confirmaban las
alarmistas premoniciones de caos.
A pesar de la violencia endémica en muchas ciudades, no se produjo un
sólo caso de asalto e incendio al local de ningún partido por parte de sus ad­
versarios. En 1932, en una conferencia interdepartamental, el ministro de De­
fensa, general Groner, afirmó categóricamente: “No habrá guerra civil. Quien­
quiera que intente encenderla será aplastado con la máxima brutalidad”,60 y
unos meses después él mismo impuso una prohibición temporal de uniformes
políticos, que los miembros de las SA y de las SS obedecieron sin protestar.61
Las visiones de una revolución socialista procedían en parte de la imagina­
ción y de los slogans de sus mismos partidarios, aunque de hecho la crisis
sólo había elevado la proporción de votos comunistas de un 10,6 por ciento
(en 1928) al 14,3 por ciento (en julio de 1932) 62 Los miembros del KPD no
superaban, con toda seguridad, la cifra de 300.000, pero ésta era suficiente
para aquellos que deseaban asustar a las clases medias y a la industria pesada
y exhortarlas a apoyarles contra el peligro de Moscú. E l espectro de Karl Marx

e “Un teniente y diez hombres bastaron para mandar a sus casas a los tribunos del
pueblo”, fue el burlón comentario de la eminencia gris de los Junkers, von Oldenburg-
Janoschau, al incruento golpe por el cual el futuro vicecanciller de Hitler derrocó al
gobierno Braun-Severing (cf. Ferdinand Friedensburg, Die Weimarer Republik, Hanover-
Frankfurt, 1597, p. 153).
26 HISTORIA SOCIAT, DEL TERCER REICH

fue bien utilizado para inquietar a Alemania: cuando, en 1932, Wemer Best,
futuro comisario de la Gestapo, fue encargado de preparar el derrocamiento
violento de la República, convenció hábilmente al tribunal —y a la opinión
pública— de que los acusadores documentos de Boxheim no eran otra cosa
que planes nazis para contrarrestar un golpe comunista.63
En agosto de 1932, Hitler utilizó su posición de máximo dirigente del par­
tido más numeroso para conseguir la absolución judicial de cinco miembros
de las SA, responsables del sádico asesinato de un comunista en la ciudad
silesiana de Potempa. A pesar de esta identificación sin precedentes de un
aspirante a la Cancillería con el más odioso de los delitos, uno de cada tres
alemanes (el 33,1 por ciento del censo electoral)54 votaron a favor de los nazis
diez semanas después, en noviembre de 1932.
Aun negando al III Reich el carácter de inevitable que a veces se le atri­
buye, es difícil dejar de considerar ineludible el fin de la República de Wei­
mar. La inmadurez política del pueblo alemán (especialmente de la élite), la
deformación del sistema social y el mal funcionamiento de la economía se
unieron para dar lugar a su colapso. Pero la forma concreta que tomó este co­
lapso no estaba en modo alguno predeterminada. En Alemania (donde, por
cierto, los verdugos desempeñaban su función con sombrero de copa y levita),
los verdugos de la democracia hubieran podido llevar igualmente galones do­
rados que camisas pardas, pues los minoritarios gobiernos republicanos de
1932 se vieron ante la alternativa de instaurar una rígida dictadura presiden­
cial apoyada por las armas o someterse al movimiento nazi, de amplio apoyo
popular.
La vía adoptada el 30 de enero de 1933 (el día de la llamada "toma del
poder”) era, de hecho, la más democrática, por absurdo que esto pueda pare­
cer. Aunque Hitler no pudo dar a Alemania el anunciado Milenio, la arrastró,
a pesar de sus débiles protestas, a la era de las masas.
2

EL TERCER REICH: PANORAMA GENERAL

Los nazis evocaban incansablemente “la ley según la cual habían comen­
zado a agruparse”, y, como se puede decir de este régimen más que de cual­
quier otro que en su principio estaba también su fin, vale la pena examinar
esta ley inicial.
Se trataba de un híbrido de voluntad popular y fiat autoritario: populista
en virtud de la masiva adhesión a Hitler, y autoritario porque la investidura
de éste había venido de manos de Hindenburg.
Así, el Tercer Reich comenzó a existir ostentando unos atributos que se
excluyen mutuamente: pertenecía simultáneamente a la historia germano-pru­
siana y a la era de las masas. (Esta paradoja quedaba resuelta por la semánti­
ca: en alemán, la palabra Volk significa al mismo tiempo “pueblo” en el sen­
tido radical-democrático y “pueblo” en el sentido racial.)
Una característica y rimbombante definición nazi de los acontecimientos
de 1933 fue Volkwerdung, monstruosidad lingüística que significaba “con­
versión de un pueblo en sí mismo”. Medio siglo atrás, el filósofo “alemán
puro” (polkische) Lagarde había escrito: “El conjunto de los votantes no cons­
tituye un pueblo, de la misma manera que una tela y unas moléculas de color
no constituyen una pintura de Rafael”. Y ahora, irónicamente, Alemania en­
contraba a su super-Rafael en un estudiante de arte fracasado capaz de
estructurar 65 millones de átomos en una nación. Otra metáfora aplicada a la
revolución nazi fue la de “oleada nacional”, aludiendo al retomo de la marea
patriótica de 1914. Diecinueve años después de que los nazis llevaran a la
práctica la ferviente declaración del Kaiser: “De ahora en adelante no reco­
noceré más a los diferentes partidos; sólo reconoceré a los alemanes”, borrando
del mapa a los partidos políticos, resucitó la guerra mundial entre alemanes
28 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

y no-alemanes en forma de guerra civil entre alemanes e in-alemanes y reen­


carnó la mística comunión militar de las trincheras en su proyectada “comu­
nidad del pueblo”.
“Comunidad del pueblo”, slogan usado constantemente para prometer una
sociedad que habría superado el enfrentamiento entre poseedores y desposeí­
dos, se adaptaba mal a la estructura de clases del Tercer Reich, que no había
sido modificada. El alcance del anticapitalismo gubernamental quedaba indi­
cado por el techo del 6 por ciento sobre los beneficios distribuidos.
Generalmente, esta contradicción no era percibida, merced a la propagan­
da nazi y al impacto de la Depresión en la conciencia colectiva: el pueblo
alemán estaba demasiado ocupado pensando si desaparecería el pastel nacio­
nal para atender a la distribución de los pedazos.
Apoyado por los círculos de negocios y beneficiario casual del primer as­
censo del ciclo económico posterior a la Depresión, el régimen emprendió un
programa masivo de creación de puestos de trabajo —proyectos de obras pú­
blicas, subvenciones para la reparación de edificios, etc.— que hizo descender
la cifra máxima de desempleados (6 millones) en más de un 40 por ciento en
el espacio de un año.1
Las medidas nazis para crear puestos de trabajo tuvieron dos tipos de re­
percusiones: aparte de proporcionar beneficios materiales a los trabajadores,
transformaron el clima psicológico de una sociedad industrial que, más que
ninguna otra, había identificado crisis económica y catástrofe existencial.
Al cabo de tres años, y debido, en parte, a la preparación de la guerra,
había más alemanes con trabajo que en 1928, el año más próspero de la ex­
pansión anterior a la Depresión.
En ese momento, sin embargo, la mejora psicológica general era ya más
importante que las ventajas materiales alcanzadas, pues se negó a los trabaja­
dores el derecho de luchar por sus intereses en la nueva situación.
En la primavera de 1933, los sindicatos —en un intento de nadar con la
corriente— ofrecieron voluntariamente al régimen su cooperación (como ha­
bían hecho ya las iglesias, los partidos políticos no marxistas, los claustros de
las universidades, las asociaciones profesionales amantes de la navegación en
aguas plácidas, y otros aspirantes a la navegación por la “oleada nacional”).
La oferta de los sindicatos fue rechazada con desprecio. El régimen aplastó
lo que quedaba del movimiento sindical a partir de la monumental celebra­
ción del 1 de mayo de 1933, en la cual los trabajadores desfilaron hombro
con hombro con sus patronos, en medio de bendiciones clericales y del lacri­
moso entusiasmo de la clase media. Pero esto no estaba en contradicción con
el proceso de Volkwerdung. Al fin y al cabo, la nación, tal como ahora se la
definía, no estaba compuesta por todos los alemanes, sino sólo por aquellos
que verdaderamente se sentían alemanes. Como cómplices del crimen de la
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 29

lucha de clases, los sindicalistas quedaban, por definición, excluidos del pue­
blo. Al principio, la toma del poder por parte de los nazis casi podía definirse
mejor como la victoria de una mitad del país sobre la otra mitad (en las elec­
ciones del 5 de marzo de 1933, los nazis y sus aliados nacionalistas consiguie­
ron el 51 por ciento de los votos emitidos) que como una reintegración nacional.
Del 6 de marzo en adelante, una ola de conversiones fue transformando el
casi total equilibrio de fuerzas que mostraron las urnas en una relación de aplas­
tante mayoría a favor de los nazis. Gentes que habían votado demócrata toda
su vida se decían unos a otros —y a sí mismos— que el nacionalsocialismo
era la doctrina que habían buscado siempre. Profesiones enteras (los funciona­
rios y los enseñantes, por ejemplo) sintieron una irresistible compulsión a
entrar en el Partido.*
Hombres que regresaban del trabajo se encontraban con que sus esposas,
por propia iniciativa, habían ido a comprarles uniformes del partido, esperan­
do que aquella inversión les proporcionase abundantes dividendos en el futu­
ro. El oportunismo estaba a la orden del día. Pero no todo era oportunismo.
Había profesionales con conciencia social que ingresaban en las SA con el fin
de codearse con gentes de origen social bajo. Hubo bandas de música que se
convirtieron como un solo hombre, en bandas militares de las SA, y admira­
dores de dichas bandas que seguían el ejemplo y se afiliaban al nazismo. Al­
gunos ingresaron en el Partido para “evitar lo peor”, y unos pocos, incluso,
para transformarlo desde dentro.
Aun así, quedaban todavía, como objetos potenciales de ataque y denuncia,
un número considerable de enemigos del régimen, hombres comprometidos
por su pasado o que aceptaban con demasiada frialdad el presente.
La situación de 1933, de unificación y, simultáneamente, de guerra civil,
demostró ser un estímulo emocional muy potente. Alexis de Tocqueville había
escrito un siglo antes: “En Alemania no hay revoluciones, porque la policía
no lo permitiría”, y ahora la transformación radical de la República de Wei­
mar en el Tercer Reich proporcionaba una oportunidad única de disfrutar al
mismo tiempo del estremecimiento liberador de un cambio y de la tranqui­
lidad de la protección policial. A través de toda su existencia, el Tercer Reich
continuó ejerciendo esta atracción inicial sobre el infractor de la ley (por no
decir sobre el criminal) y sobre el policía que dormitaba en el pecho de cada
ciudadano.
La antítesis entre el policía y el criminal es susceptible de resolución en
un plano superior: en la persona del soldado, que une en una síntesis respeta­
ble el apoyo a la ley en su país y su quebrantamiento en el extranjero. Esto,

° Para más detalles, ver los capítulos sobre el Partido (p. 67), el cuerpo de funcio­
narios (p. 142) y la educación (p. 303).
30 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

por supuesto, no era la única razón de la fuerza del ideal militar en la Ale­
mania nazi: estaban también las extendidas ansias de revancha por la Guerra
Mundial y —conscientemente o no— la obediencia a la ley según la cual el
país se había unificado por primera vez. Mientras en la década de 1860 la uni­
ficación italiana fue acompañada de una insurrección popular, el único aglu­
tinante efectivo del Reich había sido la guerra. Esta circunstancia originaria
contribuyó a la falta de preocupación de la opinión pública cuando el gobier­
no de la ley fue suplantado por la ley marcial, y a su visión del Führer como
Comandante autorizado a tomar, a título preventivo, arbitrarias medidas de
guerra en tiempo de paz.
En un principio, a causa de su orientación hacia la guerra, el régimen se
mostró circunspecto en su actitud hacia el único brazo armado de la nación,
la Reichswehr. Como ocurrió con otras instituciones ya existentes cuando los
nazis subieron al poder, la Reichswehr fue englobada en el estado nazi sin que
fuera modificada su apariencia exterior y, al cabo de dieciocho meses de la
toma del poder, el régimen mostró en dos ocasiones su deseo de no herir las
susceptibilidades militares: una vez en forma de farsa y la otra en forma de
tragedia.
El 23 de marzo de 1933, en la capilla de la guarnición de Potsdam, un
Hitler con chistera y levita expresó teatralmente su sumisión a Hindenburg
ante el ataúd de Federico el Grande y en presencia de las apretadas filas de
la nobleza prusiana. El 30 de junio de 1934, diezmó la jefatura de las SA (que
había intentado, sin éxito, hacerse con el control del ejército), como demostra­
ción de su propósito de respetar la autonomía de la Reichswehr. En adelante,
los nazis emplearon tres métodos para convertir en instrumento del régimen
la no muy reacia Reichswehr: dilución, decapitación y corrupción. El reclu­
tamiento dio lugar a la entrada masiva de elementos cada vez más influidos
por el adoctrinamiento nazi en un cuerpo cuyo reaccionarismo había sido hasta
entonces homogéneo; en consecuencia, el apoyo a Hitler se fue extendiendo
de abajo a arriba, desde las clases de tropa y el cuerpo de oficiales más jóve­
nes en adelante. Una vez infiltrada la base de la pirámide militar, el régimen
la truncó destituyendo al ministro de la Guerra, Blomberg, y al jefe de estado
mayor del Ejército, Fritsch, con acusaciones falsas. Al mismo tiempo, la mayo­
ría de los mandos superiores se dejaron corromper por ascensos (o simple­
mente sobornar por dinero) y se prestaron a servir al régimen como autómatas
uniformados. Durante este complejo proceso, no se alteró apenas la imagen
exterior del ejército, y el pueblo, acostumbrado a ver en él un pilar del estado,
siguió teniendo una clara sensación de continuidad con el pasado.
Esta sensación de continuidad se vio reforzada por la aparente perma­
nencia del cuerpo de funcionarios, el cuerpo jurídico y las universidades, ins­
tituciones cargadas de tradición que el régimen se propuso asimismo transfer-
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 31

mar, y que consiguió adaptar a sus propósitos con una sorprendente economía
de medios.*
La aureola de aparente continuidad envolvió no sólo a los organismos del
estado, sino también a su misma cabeza. Las fotografías del Gabinente del
Reich de 1933-34 muestran a un número reducido de camisas pardas junto
a una falange de nacionalistas de Hugenber vestidos de levita y a los buró­
cratas “sin partido”; e incluso entre los nazis había uno que podía alardear
de impecables antecedentes: Herman Goering, el muy condecorado as del
aire, era hijo de un antiguo gobernador del Africa sudoccidental alemana.
El cuerpo diplomático, obstinadamente, continúo efectuando su recluta­
miento en el mismo círculo privilegiado de siempre: el 0,74 por ciento de la
población a quien el prefijo noble von distinguía del restante 99 y pico por
ciento. Los jueces de los tribunales, los sacerdotes del pulpito, los profesores
de las cátedras, los ídolos de la pantalla y los atletas de las pistas continuaron
siendo, básicamente, los mismos de antes. Incluso los periódicos burgueses
como el Frankfurter Zeitung siguieron apareciendo, tamizando las nuevas y
crudas realidades del mundo nazi en el tradicional filtro de su actitud distante.
En el terreno militar, la continuidad con el pasado no fue sólo mantenida,
sino activamente intensificada, con la creación por parte del régimen de un
ambiente de brillantez militar evocador de las maniobras del Imperio, de aque­
llos memorables días de la belle époque de los Hohenzollem, nostálgicamente
recordados. La reintroducción del reclutamiento en 1935 creó otro vínculo
con la tradición: el servicio militar había formado parte del modo de vida
alemán desde tan antiguo como los hombres recordaban. El reclutamiento no
fue sólo bienvenido como origen de triunfos en política exterior (como fue
la remilitarización de Renania) y como un paso hacia la anulación del Tratado
de Versalles; además formaba parte del folklore popular la creencia de que la
educación de un hombre no era completa sin la disciplina de los cuarteles.
Esto —además del descontento por la vagancia juvenil, fenómeno tan ha­
bitual durante la Depresión— determinó también la reacción pública ante el
Servicio de Trabajo, de seis meses de duración, obligatorio para los jóvenes de
dieciocho años. (Al mismo tiempo, no obstante, el Reichsarbeitsdienst —Ser­
vicio Nacional de Trabajo—, ejército armado de palas y obsesionado por el
entrenamiento, con su rudo y antirreligioso ambiente y sus instructores poco
capacitados, suscitaba la desconfianza de los padres, al igual que la SA y las
Juventudes Hitlerianas, y la Wehrmacht era generalmente considerada como
un correctivo a estos defectos de la educación.)
Pero no eran estas las únicas razones de la respuesta afirmativa del pueblo

° Véanse también los capítulos sobre el cuerpo de funcionarios (p. 142), la justi­
cia (p. 130) y las universidades (p. 323).
32 HISTORIA SOCIAL DEL TEECER REICH

a las medidas de remilitarización adoptadas por los nazis. El concepto de orden


supranacional subyacente en la Liga de las Naciones Covenant carecía de toda
credibilidad a los ojos de los alemanes, y no sólo porque dicha asociación fuese
vista como una consecuencia del sistema de Versalles. A nivel filosófico, el
concepto de ley supranacional chocaba con la idea de Ranke según la cual
el estado no era “una subdivisión de algo más general, sino una entidad viva,
individual y única”.2
E l dogma del sagrado egoísmo del estado se fundía con el síndrome Deut­
sche Michel, es decir, la imagen que los alemanes tenían de sí mismos como
ingenuas e inocentes víctimas de la perfidia extranjera. Llevado a la última
conclusión, eso implicaba que Alemania sólo podía superar su incapacidad para
las maquinaciones diplomáticas recurriendo al lícito uso de las armas.
Los alemanes se veían a sí mismos como una nación agraviada por la his­
toria, y tenían intención ahora de vengar ese agravio. Una vez introducidos en
el inmoral terreno de la política, no dejarían que objeciones de carácter “mo­
ral” les apartaran de la obstinada defensa de sus intereses. E l concepto de
moralidad como elemento a tener en cuenta en las relaciones internacionales
les parecía a la mayoría de ciudadanos del Tercer Reich farisaico o, todo lo
más, bueno para otras latitudes.
Al examinar las actitudes que tomaron los alemanes ante la política inte­
rior de su país, podemos hacer nuestra una frase de Goethe: “Preferiría come­
ter una injustica a soportar el desorden”. Sería difícil hallar un comentario
más adecuado a la actitud de los millones de personas que habían votado por
Hitler después de que éste se declarara solidario de los asesinos de Potempa,
en agosto de 1932. En ese año, cinco elecciones — a escala nacional o provin­
cial-— obligaron a los votantes a tomar un gran número de decisiones. E l des­
concierto de aquellos hombres y mujeres ante la situación fue expresado en la
dolida exclamación de Gerhart Hauptmann: “|Si al menos la vida no exigie­
ra de nosotros más soluciones!”.3
Pero este “miedo a la libertad” perdió pronto su razón de ser. La des­
trucción de los partidos políticos, de los sindicatos y de la prensa fue presen­
tada como la vía hacia una era de Konfliktlosigkeit, en la cual serían incon­
cebibles trastornos serios. Tal seguridad — además de la eufemística descrip­
ción hecha por Hitler de la toma del poder como “incruenta”— creó un clima
de aparente tranquilidad que no perturbaron siquiera acontecimientos tan gra­
ves como la creación de campos de concentración. La indiferencia con res­
pecto a dichos campos no se debió simplemente al temor de la población y a
su parcial ignorancia. Las polémicas en la prensa, que se remontaban a los
primeros años veinte,4 sobre los “campos de reeducación” (adonde el esta­
do podía legalmente relegar a los “elementos extraños y nocivos”) habían pre­
parado el terreno durante largo tiempo a Dachau y Buchenwald.
Por e l fu eg o y la sangre: tal era la divisa de Bismarck (sentado a la derecha), fielmente
servida por el general Moltke (izquierda), en su exaltado nacionalismo.
Friedrich Ebert, primer presidente del Gobierno Dr. Walther Rathenau, ministro judio asesinado
alemán (1919). en 1922.

Eduard Spranger. Heinrich Brüning.


Franz Von Papen y el general Schleicher, asesinado en 1934.

La inflación destruyó durante largo tiempo la economía alemana.


Hermann Goering, jefe del arma aérea.

Colonia, luego de los bombardeos masivos de la aviación anglo-norteamericana.


Botadura, en febrero de 1939, del acorazado “Bismarck”.

Pronto el bullicio de las cervecerías se vería sellado por la guerra.


F iel imagen de una Alemania nazi íntegramente militarizada.

Goebbels con su esposa en 1932.


E l jefe del partido nazi de Holanda, Adriaen Mussert, entrega a Rudolf Hess, en 1941, un
álbum sobre las luchas de su movimiento.
E L TERCER REICH: PANORAMA GENERAL 33

Muchos alemanes, convencidos del derecho preferente del estado sobre las
vidas de los ciudadanos,5 absolvieron al jefe del estado de sus crímenes. Aun
viviendo sometidos al sistema gubernamental más rígidamente estructurado
de la historia de Occidente, conseguían disociar las atrocidades que cometía
el estado del hombre situado a su cabeza, actitud mental que se expresaba en
tópicos hipócritas como: “Todo esto es culpa de los pequeños Hitlers” o “Si
Adolf se enterara de esto...”.0
El régimen daba frecuente satisfacción a aquellos de sus súbditos que que­
rían ser engañados, llegando a veces a organizar ridículos juicios en los cua­
les unos cuantos de los miles de participantes en la Noche de Cristal —la
orgía de saqueo e incendio de propiedades judías que tuvo lugar a escala de
todo el país en noviembre de 1938— fueron acusados de allanamiento de mo­
rada y robo y condenados a sentencias irrisorias.
El pogrom de noviembre constituyó además un ejemplo de cómo los nazis
llegaron a dotar de significados nuevos a palabras y expresiones del idioma
alemán, en este caso la palabra “orden”. Las multitudes que contemplaban el
atávico espectáculo de las sinagogas en llamas no podían por menos de que­
dar impresionados por la eficiencia de los servicios públicos (policía y bombe­
ros) al evitar la extensión de las llamas desde las propiedades judías a las
zonas arias adyacentes.* “Orden” pasó a significar, cada vez más, la minuciosa
regulación de la dosis de violencia necesaria a los propósitos del régimen en
cada situación concreta.
La modificación de las palabras reflejaba una modificación de la concien­
cia. Gerhart Hauptmann, cuya reacción inicial ante la subida al poder de los
nazis había sido: “¡Ah, esos pocos judíos polacos! Por el amor de Dios, eso
no es tan grave. Todas las revoluciones empiezan llevando las heces a la su­
perficie”,7 le dijo a un amigo en 1938: “Ese condenado austríaco, ese ayu­
dante de decorador ha arrumado a Alemania. Y mañana le tocará el turno al
resto del mundo... Esta mierda de perro extenderá la guerra por todo el mun­
do; este miserable actor de pacotilla, este verdugo nazi nos está arrastrando a
una conflagración mundial, a una catástrofe”. Al preguntársele por qué seguía
viviendo en Alemania si pensaba así, Hauptmann exclamó agitado: “Porque
soy un cobarde, ¿comprende usted? ¡Soy un cobarde, un cobarde!”.8
Esta forma de desintegración de la personalidad resultaba de la situación
en que se hallaban los disidentes: estaban rodeados de hostilidad. Por encima
de ellos estaba la Autoridad, con su arsenal de elementos disuasores, que iban
desde la privación de medios de subsistencia hasta la privación de la vida

* En 1943, los ciudadanos de Varsovia que vivían junto al ghetto quedaron igual­
mente impresionados cuando los soldados alemanes les advirtieron de que debían abrir
las ventanas para evitar la rotura de cristales durante la voladura con dinamita del barrió
judío.
34 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

misma,* Y a su alrededor tenían el gran lugarteniente de la Autoridad: la


Opinión Pública. (Por ejemplo: en las grandes festividades del calendario
nazi, en que se esperaba que las fachadas de todos los edificios estuvieran
cubiertas de banderas con la esvástica, los funcionarios locales del partido no
tenían necesidad de ir casa por casa a intimidar a los refractarios; los pocos
vecinos que no colgaban banderas de sus ventanas eran invariablemente re­
prendidos por los demás inquilinos que les acusaban de hacer quedar mal "a
toda la casa”.) El conformismo y la actitud inquisitiva de la mayoría asegu­
raba que los ciudadanos poco leales al régimen vivieran en un constante
estado de temor a los delatores anónimos, temor al que a veces se añadía un
elemento de autosugestión.
La autosugestión era un elemento crucial en el proceso de condicionamien­
to totalitario. La adaptación a las formas de conducta exigidas se producía a
menudo como anticipación de las órdenes oficiales, más que como consecuen­
cia de ellas. Mientras el castigo aplicado a los delitos no estaba definido como
tal en las leyes, ocurría que, en apariencia, los ciudadanos obedecían los man­
datos del estado por su propia voluntad, pues lo que determinaba inmediata­
mente su conducta no era la promulgación de ningún ukase sino su sensación
de inquietud. Esta progresiva limitación de la autonomía individual podía
imponerse con notable facilidad en una sociedad en la cual la propia estima­
ción del individuo no derivaba tanto de su sensación de libertad como de su
función profesional o de su papel dentro de la familia. Este hecho contribuye
también a explicar la preferencia de la nación por un buen gobierno (es decir,
un gobierno eficaz) antes que por el autogobierno. Se daba, además, una
carencia de anticuerpos capaces de resistir el contagio de la ideología nazi.
La oposición habría necesitado una contra-ideología viable, más allá de la
simple no aceptación de la doctrina corrientemente impuesta. Pero los recuer­
dos de la debacle republicana pesaban obsesivamene sobre todas las opinio­
nes políticas; ni siquiera los socialdemócratas, situados ahora en la ilegalidad,
se planteaban un retomo a los mecanismos de Weimar después de la eventual
desaparición de Hitler.
Aunque, desde todos los puntos de vista racionales, los alemanes habían
sido infinitamente más libres en los días de la República, las invocaciones nazis
a la libertad no sonaban a hueco en sus oídos: la palabra ya no significaba
libertad per se, sino su libertad de ser alemanes a expensas de los intereses
de todos los no-alemanes.

e En Dachau, el método del régimen para reducir a los prisioneros a simples números
a los ojos de los guardias consistía en recomendarles que no disparasen contra ellos
porque cada bala costaba tres pfennigs. Los guardias quedaban impresionados ante el
poder del estado que tan fácilmente disponía de las vidas humanas. Cf. Bruno Bettelheim,
The informed heart, Londres, 1961, p. 241.
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 35

“En Tu servicio está la perfecta libertad” (en lugar de Dios, léase el Esta­
do). Por esta idea, la renuncia a la autonomía por parte de 65 millones de
individuos se convirtió en un acto de autosacrificio colectivo en aras del bien
nacional.
El tema de la “nobleza del sacrificio” aparecía constantemente, pues el
Tercer Reich, invirtiendo el proceso de secularización del Estado y de la vida
pública realizado por la Ilustración, volvió a espiritualizarlos. Un vecino de
Eichkamp (un barrio de Berlín) hablaba de los años medios de la década de
los treinta en estos términos: “Era sólo Adolf Hitler quien había introducido
en Eichkamp la idea de la existencia de cosas como la providencia, la justicia
eterna y el Dios todopoderoso. Por aquellos años se hablaba mucho de estos
poderes invisibles. Se iniciaba una era de piedad”.8
Estas transformaciones espirituales tenían su correspondencia en el mundo
de la estética. La música de Beethoven servía de fondo a los discursos radia­
dos de los dirigentes nazis, y la peregrinación anual de Hitler a la tumba de
Wagner en Bayreuth se convirtió en una parte tan importante de la escena
pública como la apertura del Parlamento en Gran Bretaña. La Cancillería del
Reich recordaba un templo clásico; las oficinas de Correos nuevas estaban
decoradas por estatuas de jóvenes desnudos portadores de llameantes antor­
chas. Un resplandor helénico envolvía el paisaje del Tercer Reich.
El espíritu del “clasicismo” lo impregnaba todo. El roble predilecto de
Goethe, a algunos kilómetros de Weimar, fue elegido como centro alrededor
del cual se construyó el campo de concentración de Buchenwald. Influido por
la idea clásica de destino ineluctable, el hombre de la calle llegó a creer que
los acontecimientos políticos habían sido también dispuestos por aquel des­
tino. Dado que los accidentes de la existencia humana se consideraban ema­
nados de la naturaleza y no de la sociedad, el Tercer Reich se convirtió en
una manifestación de la naturaleza, como pudiera ser una marea o un eclip­
se lunar.
Y, al igual que estos cataclismos, el Tercer Reich fue ante todo un hecho
dramático. El descenso del índice de criminalidad registrado a partir de
1933,* aunque debido en parte al resurgimiento económico y a la desviación
de la agresividad por cauces tolerados, tenía por causa fundamental el hecho
de que la participación indirecta en el gran drama que se desarrollaba en la
escena política absorbía unas energías que, en circunstancias normales, habrían
encontrado salidas antisociales.

* En 1932, los tribunales alemanes habían dictado sentencia contra 691.921 delin­
cuentes; en 1933, se produjo un descenso de 100.000, y en 1937 (único año en que la
amnistía para delitos leves no deforma el panorama estadístico) la cifra fue de 504.093.
Cf. Statistisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, Franz Ehrenwirth, Munich,
1949, p. 633.
36 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Al mismo tiempo, la conciencia social de los ciudadanos era bombardeada


con exhortaciones de signo caritativo. “El bien público antes que el privado”
se convirtió en un tema omnipresente de la vida pública. Esta manipulación
del “síndrome samaritano” beneficiaba a casi todo el mundo: a los receptores,
los nazis, cuyo poder hipnótico sobre la masa consistía en estimular alternati­
vamente las emociones agresivas y las lacrimosas, y a los donantes, que se
deleitaban, felices, en aquella autonegación socialmente aprobada.
En Eichkamp, los preparativos para la primera “Comida de plato único”
—la comida mensual sin carne oficialmente recomendada, mediante la cual se
ahorraba una pequeña cantidad de dinero que se aportaba a la Ayuda Inver­
nal— engendraban profunda satisfacción. Los grumos de la sopa de cebada
llenaban de emoción la garganta de los comensales, transmitiendo (por las
papilas del gusto) sensaciones de comunidad del pueblo, grandeza y festiva
camaradería.10 Estas jornadas periódicas de abstinencia constituían un ejemplo
de la intromisión del régimen en la vida privada de las personas, aunque su
relativa infrecuencia (había sólo seis días de plato único al año, entre septiem­
bre y marzo) convirtiese en algo poco importante esta forma concreta de inge­
rencia. Hasta el estallido de la guerra, la mayoría del pueblo alemán tenía
la impresión de que, dentro de las paredes de sus casas, la vida no había cam­
biado prácticamente en nada, aunque fuera de aquéllas, sobre todo en el lugar
de trabajo, pocos podían eludir la obligatoria participación en las actividades
—procesiones, mítines, cursos de capacitación— del gigantesco Frente Alemán
de Trabajo o de otras filiales del partido nazi.
La mayoría de los alemanes no conocieron nunca el constante temor al
timbrazo en plena madrugada, y juzgaban simplemente molestas las frecuen­
tes visitas diurnas, como la monótona aparición en el umbral de la puerta de
los postulantes de la Ayuda Invernal y del Bienestar del Pueblo. Otros visi­
tantes oficiales —y oficiosos— eran los responsables de bloque, propensos al
Suppentopfschnüffelei (al destapar los pucheros para ver qué se cocía en ellos),
y los responsables de la defensa pasiva, que ejercían su derecho a entrar en
las casas en busca de materiales inflamables que pudieran estar almacenados
en los cuartos trasteros. A medida que la situación política se iba haciendo
más tensa, estos importunios se hicieron más activos.
Pero existía, naturalmente, una minoría no despreciable de ciudadanos
para quienes la penetración del régimen en todos los terrenos de la vida resul­
taba insoportable. El miedo que sentían a revelar sus auténticas opiniones to­
maba muchas formas. Algunos se abstenían de ir a esquiar en sus días libres
por temor a hablar en sueños mientras dormían en los refugios colectivos; otros
evitaban someterse a operaciones por temor a delatarse bajo los efectos de la
anestesia.11 El jefe del Frente Alemán de Trabajo, Robert Ley, observó com­
placido : “Hoy en día, la única persona que tiene aún vida privada en Alema­
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 37

nia es una persona que duerme”. Pero incluso el sueño reflejaba las inquie­
tudes de la vida bajo aquel régimen. Un empleado de oficina soñó que se
decidía por fin a formular a las autoridades una queja sobre la situación polí­
tica. En su sueño, introdujo en un sobre una hoja de papel en blanco, y se
sintió orgulloso de haber llevado adelante su propósito y profundamente aver­
gonzado al mismo tiempo. Un ama de casa soñó que un miembro de las SA
registraba su piso en busca de material subversivo, y que, cuando el hombre
abría la ventanilla de la estufa, ésta se ponía a repetir con voz ronca todas las
conversaciones “desleales” que la familia había mantenido en una u otra oca­
sión.12 A veces, el subconsciente prefiguraba la futura sumisión: había perso­
nas contrarias al régimen en cuyos sueños aparecía ya el saludo con el brazo
en alto, los taconazos y el fanático saludo, aun antes de tomar la decisión
consciente de claudicar y unirse a la colectiva sumisión a Hitler.
El “saludo alemán” fue un poderoso instrumento condicionante. Muchas
personas que habían decidido adoptarlo como signo externo de conformidad
experimentaban una inquietud de tipo esquizofrénico ante la contradicción
entre sus palabras y sus sentimientos. Privados de decir lo que creían, tra­
taban de establecer su equilibrio psíquico haciéndose creer a sí mismos, a ni­
vel consciente, lo que decían.
Pero, para la mayoría de los ciudadanos, las alabanzas al jefe, lejos de ser­
vir de mímica protectora, expresaban una emoción colectiva sentida con reli­
giosa intensidad. La figura del jefe como un ser situado por encima del nivel
común de la humanidad es propia del folklore de todos los pueblos, pero sólo
en Alemania el culto a la jefatura ha estado siempre marcado de atavismo.
Un ejemplo de ello es la transformación del Kaiser, en 1918, de figura semidi-
vina en chivo expiatorio que llevaba consigo al exilio la culpa de la derrota.
Esta tendencia al atavismo impulsaba a los alemanes a extraer la figura del
jefe del ámbito de la racionalidad para colocarla en la del mito. En el breve
espacio de tiempo que transcurrió entre la toma del poder y el “Putsch de
Roehm”, la imagen de Hitler creció hasta alcanzar una estatura mítica, y
llegó a la apoteosis al transformarse en el Fredericus-Bismarck del siglo xx.
Pero si la persona del líder tenía que satisfacer las vagas necesidades emo­
cionales de los gobernados en la era de las masas, debía también propiciar la
autoidentificación. Este fue un papel para el cual Hitler —revestido como esta­
ba de atributos sobrehumanos— demostró ser bastante inadecuado (aparte del
hecho de compartir el handicap de las masas en aspectos tales como origen
social, educación y riqueza). Lo contrario ocurría con el gordo y corrupto
Goering. Cuando éste, en una pausa durante un discurso al aire libre que
pronunciaba en Nuremberg, se quitó la gorra de uniforme de las SA para
enjugarse el sudor de la frente, los oyentes se entregaron a transportes de
gozosa identificación con aquella sudorosa montaña de carne encorsetada.
38 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

De manera similar, las cantinas de las fábricas vibraban de entusiasmo


cuando Robert Ley, sentado ante un plato de salchichas con sauerkraut, de­
claraba: “Yo soy un trabajador como vosotros”. Una vez que un líder se había
ganado el afecto popular, ninguna revelación sobre sus defectos —como la
dipsomanía de Ley o la pantagruélica glotonería de Goering—■mermaba su
prestigio, sino que, por el contrario, lo aumentaba. Aun así, unos noticiarios
cinematográficos que presentaban a Goebbels en un ambiente lujoso y seño­
rial tuvieron que ser retirados a causa de la reacción hostil de los espectado­
res, y había ocasiones en que el Gauleiter de Berlín tenía que ordenar que
los hombres de las SA de la capital se desplegaran a lo largo de su recorrido
en traje civil y le aplaudieran “espontáneamente”.
Pero en general es un hecho que los dirigentes nazis, como el estado que
representaban, suscitaban en los ciudadanos cualquier cosa excepto hostilidad
o indiferencia. La guerra intensificó hasta el punto la sensación general de
dependencia de líderes como Hitler y Goering, que grupos sociales enteros se
sentían dolidos si su contribución particular al esfuerzo de la guerra no mere­
cía una mención honrosa en sus discursos. Así, el discurso de Hitler en el
Reichstag en agosto de 1940, según informes de la SD (Servicio de Inteligen­
cia de las SS) satisfizo a los trabajadores de las industrias de armamento, mien­
tras que los granjeros se sintieron preteridos porque no hizo mención alguna
de la Corporación de Productores de Alimentos. Dos años más tarde, Goering
les llenó de felicidad con su discurso del Día de Acción de Gracias por la
Cosecha, mientras que los obreros industriales se sintieron decepcionados.13
En realidad, la confianza popular en sus jefes obtuvo incuestionable confil­
mación durante la mayor parte del período nazi. Aun cuando los resultados
de los plebiscitos, afirmativos por abrumadora mayoría —y anunciados siem­
pre por Goebbels—, eran indudablemente adulterados, la imagen que daban
del estado de la opinión pública era exagerada en el aspecto cuantitativo, pero
no en el cualitativo. Como botón de muestra de la popularidad del régimen,
las salas de maternidad venían en segundo lugar, inmediatamente después
de los colegios electorales: en el curso del año 1933, el índice de natalidad
ascendió en un 22 por ciento (con lo que se alcanzó el 18 por 1.000 de la po­
blación) y en el año crítico de 1938, el anterior a la guerra, ascendió al 20,4
por 1.000, el máximo registrado en la historia del país. En 1940, se mantuvo
casi estable, aunque en 1941 se produjo un ligero descenso a 18,6. La gran
caída de 1942 a 14,9 fue seguida por una elevación a 16 en el año posterior
a Stalingrado.14 *
Otra muestra de confianza en el régimen fue la acogida dispensada al pro-

e Hay que señalar aquí, sin embargo, que el aumento de 1943 fue provocado en
buena parte por la introducción del reclutamiento laboral de las mujeres sin hijos pequeños.
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 39

yecto del Coche Popular (Volkswagen), lanzada en 1938. La primera piedra


de la factoría fue colocada dos meses después del Anschluss, y los primeros
prototipos —pues el nuevo modelo no llegó a construirse en serie durante el
Tercer Reich— fueron exhibidos en Munich y en la feria de otoño de Viena,
en el momento álgido de la crisis de los Sudetes. El proyecto, que, al contrario
del sistema de plazos universalmente aplicado, establecía la entrega del auto­
móvil al pago del último plazo, había atraído, en noviembre de 1940, a
300.000 compradores.15
El fenómeno Volkswagen fue también un indicador de dos de los rasgos
principales de las sociedades modernas: tecnocracia y orientación consumista.
El compromiso nazi con el ideal tecnocrático fue ejemplificado por la ascen­
sión de Albert Speer, de arquitecto de la corte nazi a señor supremo del esfuer­
zo industrial de la guerra, y por la inclusión del ingeniero Todt y del diseñador
automovilístico Porsche en el círculo próximo a Hitler.
Todt y Porsche abrieron el camino a la fabricación de coches baratos, de
la que los fabricantes de automóviles de alto coste por unidad no se habían
ocupado suficientemente. Aun así, el slogan de Goering “Cañones antes que
mantequilla” expresaba inequívocamente la escala de preferencias del régi­
men. Optimistas y cínicos a la vez reían el chiste de aquel empleado de la
Volkswagen que, después de haber sustraído una a una todas las piezas del
coche, las montó en su casa y se encontró ante el tren de rodaje de una ame­
tralladora Bren.
Pero las pruebas evidentes no consiguieron desilusionar a los ciudadanos
más optimistas, ni siquiera cuando las industrias de guerra se desarrollaron
abiertamente. El espectacular descenso del desempleo (enero de 1933, 6.013.600;
enero de 1938, 1.051.500)16 dio lugar a una lenta pero inequívoca mejora
del nivel de vida, y al cabo de cinco años de la toma del poder —y antes en
las industrias estratégicas— había más puestos de trabajo que desempleados.
Un síntoma visible del aumento del nivel de vida era el consumo de alco­
hol. Durante los años de paz del Tercer Reich el consumo de cerveza aumen­
tó en una cuarta parte, el de vino casi se duplicó, y el de champaña se quin­
tuplicó.17 Este aumento en el consumo de champaña es una clara referencia
al crecimiento del sector acomodado de la sociedad, tanto en términos numé­
ricos como de riqueza individual de sus miembros. Naturalmente, el aumento
general del consumo de alcohol, en sí mismo, puede ser también signo de una
menor resistencia a la tensión y a las presiones.* Otras estadísticas, las de sui-

9 "Sabemos que muchos de nuestros conciudadanos se gastan en cerveza y whisky


el dinero que deberían invertir en la compra de pan y ropas, en el pago del alquiler
y de las escuelas. Sabemos por larga experiencia que el alcoholismo es más a menudo
consecuencia del empobrecimiento que de la prosperidad”. Dr. Fleig, “Von Steigen und
40 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

cidios, revelan un ligero aumento en casi todos los años de paz del régimen
(de 18.723 casos en 1933 a 22.273 en 1939).18 En 1936, la proporción de suici­
dios por cada 100.000 fallecimientos fue de 28,6, contra 12,4 en Gran Bretaña
y 14,2 en Estados Unidos. La suposición de que los suicidios de judíos pudie­
ran influir fuertemente sobre las estadísticas generales del país queda descar­
tada por el gran descenso de la cifra de suicidios que se produjo durante la
guerra: en 1942, el año culminante del holocausto judío, se produjeron sólo
7.647 suicidios, una tercera parte del total de la época inmediatamente ante­
rior a la guerra.
En otras palabras, la guerra determinó una considerable mejora en la salud
social de Alemania. Esta afirmación viene reforzada por otra prueba estadística.
En 1940, la criminalidad masculina descendió a la mitad de la registrada en
1939, fenómeno atribuible sólo en parte a la movilización.19
Es sabido que, en todos los países, la guerra estimula la psique nacional e
integra al individuo más plenamente en la colectividad. Durante la transición
de la paz a la guerra que se produjo bajo el Tercer Reich, hubo algo más.
Según el penetrante análisis de Sebastián Haffner, la población de la Alema­
nia nazi se dividía en dos grupos: los nazis y los alemanes leales. Ambos gru­
pos apoyaban al régimen: el primero porque estaba satisfecho, y el segundo a
pesar de estar insatisfecho.20 Los sucesivos triunfos nazis de 1938-39 —la ane­
xión de Austria (el punto clave de la antigua idea panalemana), de los Su-
detes y de parte de Checoslovaquia— habían llevado la contradicción de los
alemanes leales al nivel de la esquizofrenia. Su inquietud fue en aumento a
medida que presenciaban hechos como el pogrom de la Kristallnacht, la esca­
sez de alimentos y bienes de consumo, el creciente reclutamiento industrial y
militar y la febril construcción de la Westtoall. Pero estaban también los resul­
tados tangibles y satisfactorios de la política del régimen. Septiembre de 1939
alteró radicalmente la posición de los alemanes leales, haciéndoles pasar brus­
camente de reconocer a regañadientes que Hitler actuaba de acuerdo con el
interés nacional a la identificación de su persona con el interés nacional. Du­
rante la guerra, la nación —dejando aparte las actividades de resistencia de
algunos individuos e incluso de algunos grupos— se convirtió en la verschwo-
rene Gemeinschaft (“comunidad juramentada”), unida auf Gedeih oder Ver-
derb (“para salir adelante o perecer”).
El desconcierto de principios de septiembre de 1939 —tan diferente de la
euforia de agosto de 1914— dejó paso pronto al propósito de no abandonar
la empresa hasta llevarla a buen fin. La guerra, la ley según la cual Alemania
se había unificado por primera vez, el recuerdo siempre presente de las gran-

Stand des Alkohol und Nikotinverbrauchs”, Ole medizinische Wochenschrift, serie 65,
n.° 9, 1939, p. 347.
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 41

des esperanzas de 1914 y del trauma de 1918, suscitaban una reacción que na­
cía en las más profundas capas de la psique colectiva. La moral estaba alta a
causa de las fulminantes victorias al este y al oeste y a causa del buen abaste­
cimiento de la población civil. La ración alimenticia, en 1939, era superior
al consumo medio de calorías, y durante los primeros años de la guerra las exis­
tencias de alimentos fueron casi tan abundantes como las de las épocas de
paz. Los consumidores que ya antes de la guerra vivían en una relativa esca­
sez no observaron empeoramiento alguno de la situación durante un período
de tiempo considerable después del comienzo de la guerra.
Las reacciones de los soldados fueron variadas. Un ex estudiante, compa­
rando a sus compatriotas con los pacíficos habitantes de la Holanda ocupada,
escribió: “Nosotros, los alemanes, hemos progresado ya más; estamos en pose­
sión del caos, condición primordial para que sepamos sacar lo nuevo de las
profundidades”. Otro habló de una lucha “cuyo valor reside en su devalua­
ción del espíritu, humano, cuyo sentido consistía en su falta de sentido”.21
Las gentes con menor tendencia a filosofar aceptaron la guerra, en el peor
de los casos, como algo predestinado, y en el mejor de los casos como una em­
presa útil al interés de la nación. El interés personal influía también en el esta­
do de ánimo del país; durante largo tiempo, la guerra pareció ser una buena
fuente de beneficios materiales. Así, las esposas de los soldados movilizados
que trabajaban dejaban frecuentemente su trabajo porque podían vivir de las
pensiones de las personas dependientes de ellas, además de la ayuda del Bien­
estar del Pueblo. Para los hombres, la mayoría del continente se convirtió
pronto en un mercado en el cual el poder adquisitivo salía del cañón de un
fusil. Después de la caída de Francia, había en Berlín tanta cantidad de per­
fume de ese país que la capital alemana “olía como una gigantesca peluque­
ría”.22 Y lo mismo ocurrió con las pieles noruegas, con los productos lácteos
holandeses, con el café belga, las sedas francesas y otras mercancías. Para la
población civil alemana se convirtió en un acto reflejo el compensar la esca­
sez de alimentos mediante la ayuda de los familiares a los soldados estacio­
nados en el extranjero.
Pocos alemanes eran conscientes de lo que significaban la guerra y la ocu­
pación para los países que las padecían. A diferencia de los homicidios euta-
násicos de enfermos incurables y de retrasados mentales en Alemania, la bar­
barie ejercida sobre los países ocupados nunca inquietó a la opinión pública.
Una razón para esta atrofia de la capacidad simpatética puede ser el hecho de
que las formas concretas de ocupación variaban según las zonas: el arrasa­
miento total de poblaciones, práctica habitual en Rusia, fue excepcional en
Francia; las redadas de judíos, que fueron exhaustivas en Holanda, controlada
por el Partido, no fueron tan implacables en Bélgica, administrada por la
Wehrmacht.
42 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Más significativa fue la aceptación de la guerra como justificable refuerzo


de las reivindicaciones alemanas ante un mundo hostil. Ello implicaba que se
aprobaban los objetivos del régimen. Y si se aprobaban los fines no se podían
reprobar los medios.
En ocasiones, la opinión pública se colocaba incluso “por delante” de las
actuaciones oficiales. Cuando el Libro Negro del conflicto germano-polaco,
publicado por el gobierno del Reich, suavizó la descripción de las ejecuciones
masivas de ciudadanos polacos, los alemanes que habían sido testigos oculares
de los hechos criticaron la blandura del lenguaje oficial, alegando que los pasa­
dos agravios de los polacos justificaban sobradamente aquellas ejecuciones.23
Por supuesto, los polacos eran las principales bestias negras de los alema­
nes, y la negativa de Hitler a reconocer la condición humana de los eslavos
correspondía a una creencia popular profundamente arraigada.* La expresión
Polnische Wirtschaft (“asunto polaco”) significaba, en el habla popular, caos,
y las “sangrientas fronteras del Este” —resultantes de la amputación de la
Prusia Oriental por el corredor polaco— había dado lugar, en 1919, a un vio­
lento revanchismo.
Los polacos eran considerados como la antítesis racial de los alemanes; los
daneses, los noruegos y los holandeses, por su parte, eran hermanos nórdicos
perversamente aliados con los enemigos del Reich so capa de neutralidad.
El pecado de Bélgica residía en su posición de satélite de Francia; los fran­
ceses suscitaban resentidas imprecaciones y eran vistos como enemigos heredi­
tarios desde los tratados de Westfalia y de Versalles, causantes de decaden­
cia y revolución.
A Gran Bretaña se la juzgaba hipócrita y adoradora de Mammón: el recuer­
do de la corrección británica (como en el trato de los prisioneros durante
la Primera Guerra Mundial) no sobrevivió al comienzo de los bombardeos.
Los Estados Unidos tenían defectos similares a los de Gran Bretaña, y ca­
recían además de la virtud que salvaba a esta última: la tradición. La entrada
de América en el conflicto (aunque, en realidad, fue Alemania quien le decla­
ró la guerra) se consideraba determinada por la ambición y la soberbia. La
frase de Hitler: “Una sinfonía de Beethoven contiene más cultura que la que
América ha producido en toda su historia” 24 expresaba una opinión amplia­
mente extendida. La imagen que Alemania se hacía de América era la de una
comunidad filistea, políglota, híbrida racialmente, descendiente de delincuen­
tes, de las heces que otras sociedades expulsaban de su seno.
e En los días del Segundo Imperio, cuando el liberal Helmut von Gerlach criticaba
las medidas antipolacas de las autoridades prusianas en la provincia de Pozen, calificán­
dolas de violación de los derechos humanos, recibió una severa réplica del eminente soció­
logo Max Weber, réplica que puede servir de formulación del síndrome nacional: “Si los
polacos son seres humanos, nos lo deben sólo a nosotros”. Cf. Hans Kohn, The Mind
of Germany, Macmillan and Co., Londres, 1961, p. 269.
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 43

Así coincidían ampliamente el cliché propagandístico y el tópico popular


(aunque la imagen alemana de Italia era una contradictoria amalgama de
respeto oficial y de inmenso desprecio por parte del pueblo). La imagen pre­
dominante de Rusia era similar. En la jerarquizada escala de la infrahumani-
dad elaborada por el Tercer Reich, los rusos ocupaban el penúltimo lugar, es
decir, estaban sólo por encima de los judíos. Los encuentros del pueblo ale­
mán con ciudadanos rusos eran preparados de acuerdo con esta idea. Los pri­
sioneros del frente oriental llegaban al Reich en un estado tal de depaupera­
ción (después de las interminables marchas forzadas y los viajes en asfixiantes
vagones de ganado), que su apariencia corroboraba los tópicos de la propa­
ganda de Goebbels. En el frente, la crueldad de la lucha dejaba a menudo a
la población civil rusa en unas condiciones de vida infrahumanas que, según
la propaganda nazi, eran las habituales en el "paraíso judeo-bolchevique”.
También de acuerdo con esto, los prisioneros rusos eran alojados y obligados
a trabajar en condiciones pésimas. El éxito del régimen al presentar la imagen
de la Europa oriental conforme a sus clichés resultó, en algunos momentos,
contraproducente. La opinión pública encontraba difícil, por ejemplo, conci­
liar la versión que se le presentaba de la vida infernal en Rusia con el pro­
yecto oficial de establer en aquel país de pesadilla, una vez conquistado, un
régimen agrícola de pequeña propiedad, bajo dominio alemán. Pero esto ori­
ginó sólo unas pocas y ocasionales dudas, no relacionadas con las preocupa­
ciones inmediatas. Y existían otros proyectos de colonización que no eran en
absoluto impopulares. Muchos granjeros alemanes ambicionaban tierras en el
Warthegau (una provincia despoblada que había pertenecido a Polonia). Los
renanos que llegaban a Estiria, su zona de recepción al sudeste de Austria,
de acuerdo con el plan general de evacuación de las zonas bombardeadas, se
sentían amargamente defraudados al comprobar que, contrariamente a los
rumores de un masivo traslado a Ucrania de la población estiria, dicha pobla­
ción estaba muy aferrada a la propiedad de sus granjas y no tenía intención
alguna de cederlas a los recién llegados.25 Dado que los traslados a fábricas y
minas de la Europa ocupada implicaban invariablemente aumentos de salario
y de status social, no había tampoco escasez alguna de colonizadores industria­
les. Trabajadores de cuello blanco deseosos de labrarse un porvenir se aglo­
meraban en las clases nocturnas de lengua polaca, ucraniana y rusa, y, al prin­
cipio de la guerra, el estudio del swahili, del yoruba y de otras lenguas afri­
canas despertó el interés de los hipotéticos plantadores y administradores.
La moda de las lenguas africanas declinó después de la batalla de Inglate­
rra. La euforia posterior a Dunquerque, expresada popularmente en predic­
ciones del tipo de: “Vamos a dejar limpias las Islas Británicas con un aspi­
rador”, se evaporaba ya cuando los intensos ataques aéreos provocaron exa­
bruptos como: "¿Por qué no rociamos a esos cerdos con gas y acabamos con
44 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ellos de una vez por todas?”.26 Los “raids del terror” de la RAF que vinieron
a continuación desencadenaron intensas y masivas corrientes de solidaridad
en el odio. Así, el discurso de Hitler en el que exponía su propósito de arrasar
las ciudades inglesas hasta no dejar en ellas piedra sobre piedra, como repre­
salia centuplicada por cada bomba que las Reales Fuerzas Aéreas arrojasen
en el Reich, fue interrumpido a la mitad por los frenéticos aplausos de un audi­
torio en su mayor parte femenino.27 Los bombardeos aliados al oeste sacudie­
ron la conciencia colectiva, tanto en los momentos buenos —cuando las victo­
rias de 1941 sobre los rusos, por ejemplo— como en los malos. Los bombardeos
minaban la moral y al mismo tiempo la reforzaban. Los habitantes de las áreas
expuestas a los ataques aéreos anhelaban tan intensamente la puesta a punto
de las tan cacareadas oficialmente Vergeltungswaffen (armas de represalia) que
la denuncia que hizo el cardenal Galen de la venganza como acción contraria
a la moral cristiana hizo perder a aquel prelado una buena parte de su gran
prestigio. Cuando el profesor Popitz, participante destacado en el complot de
los oficiales, preguntó a un industrial de Westfalia, contrario al régimen, cuál
era la reacción de sus trabajadores ante los bombardeos, recibió una respuesta
poco esperanzadora: “He de admitir que estoy realmente impresionado por la
forma en que mantienen la voluntad de trabajo y por la disciplina que
muestran”.28
Una importante consecuencia de la guerra aérea fue la evacuación de mi­
llones de mujeres y niños (así como de empleados de las empresas trasladables)
a zonas rurales. La eficacia del programa de evacuación, que equivalía á un
éxodo a escala continental, se debió sin duda a la eficiencia del estado y de
los organismos del Partido que participaban en su aplicación, aunque no deja­
ron de señalarse algunos casos de discriminación de clase. Los berlineses se
quejaban de la desproporcionada preocupación oficial por la seguridad de las
clases medias (las oficinas tenían prioridad de evacuación sobre las fábricas),
y de la mayor atención que se prestaba al traslado de los niños de los distritos
burgueses del oeste de la ciudad, en perjuicio de los que habitaban en los ba­
rrios proletarios del norte.* En el sur de Westfalia, el abandono de las zonas
de recepción y el regreso a las poblaciones de origen, a pesar de estar prohi­
bido, alcanzó proporciones tales que las autoridades anularon las cartillas de
racionamiento de quienes tomaron tal iniciativa, lo cual ocasionó disturbios
a la puerta de las delegaciones de Abastos.29 Se produjo un amplio movimiento
de retomo del Warthegau, cuyas condiciones de vida eran juzgadas insoporta­
blemente primitivas por la mayoría de los evacuados. La distribución prefe­
rente de alimentos y de bienes de consumo escasos a los habitantes de las

* Entre julio de 1943 y octubre de 1944, la población infantil del oeste se redujo
al 33,1 por ciento, y la del norte al 59,6 por ciento. Cf. Kurt Pritzkoleit, Berlin, Karl
Rauch, Düsseldorf, 1962, p. 55.
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 45

zonas de peligro contribuyó también a los movimientos de población opuestos


a los establecidos por el plan.
A pesar de las continuas exhortaciones al mantenimiento del espíritu de
comunidad del pueblo, dicho espíritu no era muy patente en las relaciones
entre los evacuados y los “nativos” de las zonas de recepción. El epíteto que
se aplicaba popularmente, en el sur de Alemania, a las mujeres evacuadas de
las ciudades de Renania era “las fulanas de las bombas” (a veces extendido en
“las fulanas en pantalones y con pinturas de guerra indias”), y el cuento de
la mujer de Essen que se hizo un vestido con las cortinas de su habitación
circulaba entre los nativos con tantas variantes como tenía entre los evacua­
dos aquel otro de la! mujer del granjero que prohibió a una madre evacuada, a
quien le correspondía alojar en su casa, que lavara los pañales de su hijo.30
El hecho de que los granjeros —que fueron designados “autoabastecedo-
res”— estuvieran excluidos del plan de racionamiento no contribuyó a mejo­
rar la situación. Los evacuados que compartían la cocina con sus huéspedes
comparaban, irritados, la escasez de sus raciones con la supuesta abundancia
en que nadaban los autoabastecedores.31 “Comen como reyes pero viven como
cerdos.” 32 Los campesinos, por su parte decían que los habitantes de las ciu­
dades eran perezosos y se quejaban de que, mientras ellos realizaban un tra­
bajo agotador en los campos durante jornadas interminables, los evacuados se
pasaban el día contando chismes, paseando a sus hijos y despojando las esca­
samente provistas tiendas locales. Las antipatías entre regiones jugaban tam­
bién su papel. Los habitantes de Allgáu estaban disgustados por el hecho de
que su región hubiese sido designada zona de recepción de los habitantes del
lejano Ruhr, cuando ellos hubieran preferido acoger a evacuados de Munich,
en donde los campesinos tenían muchos parientes.33
La evacuación tuvo también algunos efectos secundarios no deseables des­
de el punto de vista político. En los pueblos alpinos, por ejemplo, los renanos
entraron en contacto con una forma de piedad católica muy pura, que, en las
situaciones de tensión y aislamiento creadas por la guerra, actuó como podero­
so antídoto contra el neopaganismo cada vez más abiertamente propugnado
por el partido. La religión afectó también las actitudes de los padres ante el
plan oficial de evacuación en bloque de escuelas enteras. El programa Kin-
derlandesverschickung (traslado de los niños al campo), abreviadamente KLV,
tuvo un doble efecto. Constituyó un complemento del plan general de eva­
cuación y apartó al niño del ámbito de la vida familiar y de la religión. Los
padres que negaban su permiso para la evacuación de sus hijos eran oficial­
mente acusados de poner en peligro irresponsablemente su futuro, incluyen­
do el aspecto educativo, pues las escuelas de las poblaciones bombardeadas
cerraron sus puertas en 1942 y 1943. Las autoridades disuadían a los padres
de visitar los campamentos del KLV, con el objeto de no provocar añoranza
46 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

en los niños y de no congestionar la red de transportes. Los profesores que


trataban de contrarrestar la atmósfera totalmente irreligiosa de los cam­
pamentos eran rápidamente enviados por la Wehrmacht al frente oriental.
Pero incluso en los momentos de combates más intensos, las necesidades
de soldados podían aún cubrirse parcialmente con los voluntarios. Hasta
principios de 1945, clases enteras de muchachos de enseñanza secundaria se
presentaban voluntariamente para los cuerpos más selectos del ejército (la
edad límite para el servicio armado llegó a descender por debajo de los dieci­
séis años). Tanto entre la juventud como entre los hombres de edad más ma­
dura, la guerra creó un ansia de ascensos y recompensas militares. El solda­
do condecorado con la anhelada Cruz de Caballero —que se podía otorgar a
toda la escala jerárquica del ejército y cuya concesión se anunciaba cada vez
en la emisora del Reich— se convirtió en el imán de todas las miradas.
Para miles de pequeños funcionarios, maestros, empleados, etc., deseosos de
crearse una situación, un ascenso en el ejército implicaba un progreso perso­
nal y la perspectiva de ganar en prestigio social. (Este síndrome dio lugar
a la oscura creencia de que la guerra no terminaría hasta que el último maes­
tro de escuela hubiese recibido sus “estrellas”.)
Las derrotas en el frente oriental y el del norte de Africa pusieron tin a
los tranquilos días de la primera etapa de la guerra, caracterizados por unos
niveles de consumo similares a los de la época de paz y por la costumbre de
algunos altos funcionarios del estado de dedicarse al deporte 0 de cambiar la
aburrida rutina de las oficinas por breves incursiones en la vida militar. La
frase popular: “Gozad de la guerra, porque la paz será terrible” adquirió nue­
va urgencia. La retribución del trabajo a destajo y los generosos pluses fami­
liares, unidos a la escasez de bienes de consumo, dieron como resultado una
situación en que con una gran cantidad de dinero sólo se podía adquirir
una cantidad muy escasa de productos.
Los funcionarios responsables de la “política de población” descubrieron
que las parejas de recién casados no podían amueblar su casa porque los ru­
mores de inflación y devaluación habían convertido los muebles en artículos
de inversión. Sólo una quinta parte de los asalariados participó en el plan
“Ahorro de Hierro”, patrocinado por el gobierno, según el cual los ahorros
estaban exentos de impuestos pero no podían ser retirados antes del fin de
la guerra.34 La gente prefería gastar el dinero sobrante adquiriendo en el mer­
cado negro los artículos que escaseaban y entregándose a diversas formas de
juego. La distorsionada economía de la guerra produjo una clase especial de
nuevos ricos, como un tabernero de Berlín que se compró una pequeña pro­

* Como por ejemplo el jefe de la Gestapo, Heydrich, el doctor Mansfeld del Ministerio
de Trabajo o el delegado de Trabajo de Baviera.
E L TERCER REICH: PANORAMA GENERAL 47

piedad en el campo con las espléndidas propinas con que algunos clientes le
compraban un trato preferente. Una asistenta evacuada de su hogar a causa
de los bombardeos le mostró a su señora el certificado de prioridad en artí-
tículos de vestir —que se entregaba a todas las víctimas de los ataques
aéreos— y le pidió que le recomendara un modista donde pudiera ir a
equiparse.
Estas anécdotas son representativas de la época, aunque no de las condi­
ciones del trabajo industrial. En la industria, los incentivos a la producción
habían transformado la estructura tradicional de salarios; ello significaba que
los aumentos de productividad repercutían en retribuciones desproporciona­
das, mientras que el simple mantenimiento del rendimiento era castigado con
reducciones salariales.
La impresionante productividad alemana de la época de la guerra puede
atribuirse a tres factores: la racionalización del proceso productivo, el patrio­
tismo y el incentivo, representado en parte por el coste en el mercado negro
de los productos escasos. Los aumentos de la productividad fueron tanto más
considerables teniendo en cuenta las circunstancias en que se producían: las
perturbaciones causadas por los ataques aéreos y por el obligatorio apagado
de las luces, una fuerza de trabajo altamente eclética con personal no cualifi­
cado (compuesta, en 1944, por 13 millones de hombres alemanes y 14,5 mi­
llones de mujeres, además de 7,5 millones de extranjeros)35 y un servicio de
transportes cada vez más sobrecargado. Los tranvías y ferrocarriles llevaban
cargas mucho más pesadas de las que, en teoría, podían soportar. Las aglo­
meraciones en los transportes públicos alcanzaron proporciones grotescas. “En
el tren reinaba una confusión indescriptible. Casi me arrancaron el vestido,
me estropearon los zapatos y un soldado que estaba a mi lado me besó sin
que yo pudiera oponerme porque tenía los brazos pegados al cuerpo”, leemos
en el diario de una viajera.36 Otra persona escribió: “Los pasajeros del express
Zurích-Berlín se apeaban saltando por las ventanas. Desde el andén, abrí la
puerta del coche, pero inmediatamente alguien volvió a cerrarla desde den­
tro. Conseguí subir a pesar de todo. La persona que está junto a la puerta se
agita y da manotazos como si se hubiera vuelto loca”.37 Esta hobbesiana lucha
de todos contra todos se producía en muchos otros aspectos de la vida. Los
soldados con permiso que acababan de dejar los rigores del frente se queda­
ban “desconcertados y escandalizados” ante los malos modos de la población
civil”.* Al observar que “en las calles y en los transportes públicos, en los
restaurantes y en los teatros se ha llegado a vociferar en un tono que ataca

* Estas palabras constituyen una cita auténtica de las declaraciones radiofónicas de


un soldado con permiso, de fecha 7 de mayo de 1942. Cf. W. W. Schütz, The German
Home Front, Gollancz, Londres, 1943, p. 101.
48 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

los nervios y recuerda los gruñidos de una manada de cerdos”,38 Goebbels


lanzó una campaña de “cortesía pública”. Pero las exhortaciones propagan­
dísticas poco podían hacer contra la deteriorización de la moral, que se ma­
nifestaba en el aumento del índice de divorcios y en los procesos judiciales
por difamación.*
Los tribunales estaban muy ocupados aplicando las implacables leyes de
guerra contra los saqueadores y otras gentes que trataban de aprovecharse
de la confusión resultante de la oscuridad, los bombardeos y la escasez. El
saqueo durante los bombardeos tenía asignadas penas tan severas que los
transeúntes daban grandes rodeos para evitar pasar por las calles bombardea­
das. (En Berlín se contaba la macabra historia de una familia que aprovechó
la “pausa” entre dos ataques consecutivos para envolver el cadáver de su
abuelo en una alfombra, con el fin de transportarlo al depósito de cadáveres,
y que descubrió, una vez pasada la alarma, que el improvisado “sudario”
había sido robado junto con su contenido.) Hacía el final de la guerra, el
exterminio judicial de los llamados Volksschadlinge (enemigos del pueblo) fue
acelerado por la acción sumaria de las SS. Así, en octubre de 1944, diecisiete
empleados de una oficina de Correos de Viena —de quienes se descubrió, en
un registro sobre la marcha, que habían sustraído unas tabletas de chocolate
y jabones de unos paquetes de regalo de la Wehrmacht— fueron conduci­
dos desde la estación del Sur a una plaza próxima y ejecutados públicamente.39
La categoría legal de los Volksschadlinge incluía también a los Feindhorer,
las personas que escuchaban emisoras de radio enemigas. Aunque las autori­
dades no consiguieron eliminar totalmente las audiciones ilegales, contaron
con la ayuda de buena parte de la población. Se dieron casos no sólo de ado­
lescentes que denunciaban a sus propios padres sino incluso de madres de
soldados desaparecidos que denunciaban a Feindhorer que les habían infor­
mado de que sus hijos vivían.**
La supresión de noticias y la creciente tensión dieron lugar a la difusión
de rumores supersticiosos: se decía que Theresa Neumann (una joven cam­
pesina de Konnersreuth, famosa en los años veinte por exhibir los estigmas
de Cristo) había muerto profetizando el fin de la guerra para dentro de tres
meses.40 Este rumor fue apoyado por otro según el cual el manantial de la
gruta de Lourdes se había desbordado. Los habitantes de Dresde, desmora­
lizados por los rumores según los cuales, después de la guerra, su ciudad

* Es de señalar el aumento del número de procesos por difamación, que debe ser
atribuido al creciente nerviosismo de la población, Los procesos de divorcio no dejaron de
aumentar, si bien la mayor parte de ellos afectaban a matrimonios contraídos durante
la guerra. Cf. Stimmungsbericht des Oberlandesgerichtsprasidenten von Bamberg an
des Reíchsjustizministerium del 27 de noviembre de 1943, Instituí für Zeitgeschichte,
Munich, archivo MA 430, I.
00 Véase el capítulo sobre la denuncia (p. 121).
E L TERCER REICH : PANORAMA GENERAL 49

sería incorporada a Checoslovaquia, cobraron nuevas esperanzas al observar,


un domingo por la mañana, que, por encima del campanario de una iglesia,
aparecía una formación nubosa que recordaba el perfil de Federico el Gran­
de.41 Otras supersticiones, engendradas más por la ciencia que por la religión,
rodeaban las esperadas armas V de Hitler, cuya aparición había sido pos­
puesta varias veces. Había quien aseguraba que entre estas armas se conta­
ban unos aviones tan rápidos que tenían que hacer fuego hacia atrás a fin
de evitar el choque con sus propios proyectiles,42 y unas gigantescas bombas
neumáticas que, mediante aire comprimido, eran capaces de dispersar divisio­
nes enteras como paja en una era.43
Cuando por fin se hicieron realidad las armas V, la radio del Reich hubo
de repetir el anuncio de la aparición de las V2 a causa de las insistentes
peticiones del público, pero más adelante las “armas de la venganza”, en las
que se habían basado tantas fantasías de sangrientas represalias, se convirtie-
ron en tema de resignado humor: la número 1 fue apodada Versager Eins
(Pifia número uno), la V2 Versager Zwei, etcétera.
Estas bromas desleales no eran tanto expresión de opiniones contrarias al
régimen como válvulas de seguridad de la frustración y la tensión. Pero, fue­
ran cuales fueran los orígenes del humor político, el inminente final hizo tra­
bajar con buen resultado la mente de los chistosos. Los intensos bombardeos
sobre la capital, por ejemplo, dieron lugar a una nueva definición de la co­
bardía: “Un hombre cobarde es un berlinés que se presenta voluntario para
el frente”. La amenaza del avance ruso inspiró esta frase de consuelo: “No
hay que preocuparse; no conseguirán cruzar los Pirineos”. También se rendía
tributo al extraordinario espíritu de cuerpo de la Wehrmacht: “Cada vez
que un soldado volvía de un permiso en casa, todo el regimiento salía a reci­
birle a medio camino”.
Las escalofriantes previsiones oficiales acerca de nuevas generaciones de
armas milagrosas fueron origen de la sarcástica observación: “La arma V
final será utilizada en el preciso instante en que aparezcan los letreros de
‘Cerrado por movilización, en la puerta de las casas de todos los ancianos
del país”. Cuando se obligó a los hombres de hasta sesenta y cinco años a
ingresar en el Volkssturm (cuerpo creado en invierno de 1944 para la última
y desesperada defensa), se decía que podían conseguir la exención si demos­
traban que tenían a su padre en el frente.
Pero sería erróneo deducir de la gran difusión de los chistes derrotistas
la existencia de una hostilidad generalizada hacia el régimen, o cualquier
cosa más que resignación fatalista ante lo inevitable. Los dramáticos aconte­
cimientos del 20 de julio de 1944 parecieron a muchos un accidente sin im­
portancia dentro del complejo proceso de la guerra. La reacción ante el com­
plot de StaufFenberg fue negativa: el hombre que se enfrentó al pelotón de
50 HISTORIA SOCIAL D EL TERCER REICH

fusilamiento gritando: “¡Viva Alemania librel” fue considerado un destruc­


tor potencial y no un posible salvador de la patria.
Ello fue asi debido en parte al hermético aislamiento en el cual, por nece­
sidad y por decisión de sus organizadores, se había desarrollado la conspira­
ción y en parte porque durante el Tercer Reich la muerte de los antinazis
adquiría un carácter de hecho religioso más que político: su sacrificio era
más una expiación de los crímenes de Alemania por parte de unas víctimas
inocentes que un llamamiento a la acción dirigido a sus compatriotas. Inclu­
so los socialdemócratas implicados en el Complot de los Oficiales —Leber,
Reichwein, Mierendorff— actuaron más como individuos que como portavo­
ces de las clases trabajadoras a las que un día habían representado en el
Reichstag.
La actitud de los trabajadores hacia el régimen fue —contrariamente a las
previsiones de la Gestapo— de una abrumadora lealtad. Ya en el último in­
vierno de la guerra, Albert Speer interpretó la exclamación de un obrero de
una fortificación: “Todo se ha ido a la mierda, pero aún nos queda el Führer”
como expresión de la Voluntad General, y renunció a un proyecto de asesi­
nato de Hitler que pensaba llevar a cabo introduciendo gas en el bunker de
la Cancillería.44 *
La última fase de la guerra vio a Alemania —con raras excepciones— aún
esclavizada a un régimen que perseguía objetivos quiméricos a un precio
elevadísimo en vidas y bienes alemanes. Una combinación de temores a corto
y largo plazo (a las represalias nazis, por ejemplo, a la venganza de los tra­
bajadores extranjeros del Reich, o a la represalia aliada según el “Plan Mor-
genthau”) contribuían a anestesiar el instinto de conservación colectivo.
Pero esta actitud de autómatas frente a la destrucción no puede ser expli­
cada simplemente por el miedo, a pesar del hecho de que la Wehrmacht y
las SS ejecutaban ahora sumariamente a los supuestos desertores y a los civi­
les que capitulaban. Las actitudes de la mayoría hacia el régimen nunca tu­
vieron como primer motivo el terror. El ciudadano medio de la Alemania
nazi no vivía tanto en un estado de terror como en un estado de ilusión raya­
na en el delirio, y los actos reflejos de tipo alucinatorio se convirtieron casi en
una segunda naturaleza para él.
Aunque el consenso nacional sobre la seguridad de la victoria no sobre­
vivió a Stalingrado, las subsiguientes derrotas en el este fueron generalmente

* En el puesto de observación donde se había instalado de incógnito un refugio


subterráneo próximo al frente, Speer, en febrero de 1945, llegó a la conclusión de que
“creían en Hitler como en nadie más, creían que él y sólo él podía comprender al
mismo tiempo a la clase obrera de la que procedía y el misterio de la política, que había
sido ocultado a la raza alemana. Creían que sólo él podía realizar el milagro de salvarles”.
Cf. H, Trevor-Roper, The last days of Hitler, Londres, 1950, p. 90.
E L TERCER REICH: PANORAMA GENERAL 51
racionalizadas como estratagemas destinadas a atraer al Ejército Rojo al cen­
tro del continente, donde sería destruido. Después del día D, muchos exorci­
zaron el espectro de una guerra de dos frentes considerando ésta como una
premisa necesaria para el choque este-oeste que acabaría haciendo saltar en
pedazos la Coalición Aliada. Se esperó también que esto viniera determinado
por la muerte de Roosevelt; el último cumpleaños de Hitler, unos días des­
pués, constituyó también una esperanza de que cambiase la situación.
Incluso las previsiones de derrota iban acompañadas de ideas fantásticas:
circulaban rumores sobre un gas suave que el Führer tenía en reserva y que
utilizaría para librar a los alemanes de su desgracia antes que permitir que
cayesen en manos de los torturadores aliados.0 En Arnheim, un soldado
alemán prisionero despreció la presencia de la flota aérea aliada que atrave­
saba el Rhin con el grito de “¡Propaganda!”.45 El director de una escuela
de Hamburgo consideraba fuera de los límites de lo posible que “la cultura
y el idealismo alemán sucumbieran ante el materialismo mundial unido” 48
Asimismo, la derrota era inconcebible para los hombres que volvían del este,
que hacían a sus compatriotas estremecedoras advertencias del tipo de: "Si
hubierais visto lo que hemos visto nosotros, os daríais cuenta de que tenemos
que ganar la guerra como sea”.
Un oficial británico comprobó que las atrocidades que se cometían en
Alemania eran del dominio público al examinar las fotografías que contenían
las carteras de los miles de soldados alemanes capturados. Éstas se dividían
en tres grupos, a saber: fotos de Mutti (mamá) y de la novia, postales obsce­
nas y fotos de flagelamientos y ejecuciones.47
De manera similar, la población civil encontró la forma de mantener sus
sentimientos en compartimentos estancos, En febrero de 1942 —meses des­
pués de que la estrella amarilla se hubiera convertido en imagen habitual
en las calles alemanas, como lo eran ya desde hacía tiempo los escaparates ro­
tos, las sinagogas en llamas y los letreros de "No se admiten perros ni judíos”—,
un radioyente protestó con gran energía porque un soldado del frente había
pronunciado por radio la frase “Lámeme el culo” (en realidad, cita de Gotz
de Berlichingen, de Goethe), y preguntó qué satisfacción pensaba dar la
dirección de la emisora a los oyentes que habían debido soportar tal obsce­
nidad.48 La dueña de una pensión de una localidad de orillas del Báltico, que
había dado alojamiento, según orden recibida, a una unidad de las SS, que­
dó horrorizada al descubrir, entre los papeles que dejaron los hombres a su
marcha, la “Orden de Procreación” de Hitler, dirigida a todos los miembros
de las SS destinados al frente, tanto solteros como casados. Esta misma señora

Q Estos rumores circulaban en zonas separadas entre sí por cientos de kilómetros.


Véase el capítulo sobre el ritual y el culto al Führer, pp. 100-101.
52 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tenía noticia, desde el principio, de la existencia de campos de concen­


tración.49
Para el airado radioyente y la escandalizada señora, los campos de con­
centración y las estrellas amarillas formaban parte del orden natural de las
cosas: los prisioneros de los campos eran elementos antisociales “privados de
sus derechos” y los preliminares del genocidio se encaminaban a eliminar
una presencia extraña. Al contemplar fotografías del campo de Belsen que
le mostraba un oficial británico, un granjero alemán comentó: “|Vaya por
Dios, qué cosas tiene la guerra!”, como si hablara de una tormenta que hu­
biese caído sobre su centeno.60
La guerra tenía otras cosas. Quizá le habría interesado al radioyente antes
citado saber que la destrucción gratuita de casas enemigas y alemanas por las
tropas de la Wehrmacht en retirada incluía la ostensible deposición de excre­
mentos. Pero, básicamente, la moral de la Wehrmacht no se derrumbó hasta
la víspera de la rendición. El tenaz espíritu de lucha del soldado alemán
asombró al mundo; a diferencia del ejército americano, en la Wehrmacht
nunca faltaron voluntarios para los pelotones de fusilamiento de los soldados
condenados a muerte por los tribunales militares.51 *
Al este la moral se veía reforzada por el temor al “Genghis Khan rojo”;
aunque los soldados del oeste se mostraron relativamente más dispuestos a
rendirse, tres de cada cinco prisioneros interrogados por los americanos en
enero de 1945 52 expresaban aún su confianza en Hitler, y los soldados prisio­
neros de los campos canadienses dudaron en su mayoría de la veracidad de
los comunicados aliados hasta el mismo día de la rendición.53
El hecho de que la máquina de la Wehrmacht continuara funcionando
mientras se producían las retiradas masivas dio lugar entre los soldados a la
sensación de que “todo marchaba” (Alies klappt) y de que la guerra era
un fin en sí mismo, independientemente de si quedaba o no posibilidad de
ganarla. La lealtad a los grupos primarios jugó también su papel: cuando
se desintegraron las realidades que sustentaban los amplios y nebulosos con­
ceptos generales, como el Reich o la Wehrmacht, los individuos siguieron
luchando porque se sentían identificados con la compañía o incluso con el
pelotón al que pertenecían. Los grupos primarios en que se fragmentaron los
habitantes de las ciudades fueron los constituidos por todas las personas que
utilizaban el mismo refugio. En palabras de un berlinés, “nuestra población
subterránea está convencida de que su refugio es uno de los más seguros.
Nada le resulta más extraño que un refugio antiaéreo desconocido. Cada
refugio tiene sus propios métodos y tabúes...”.* 1*

* Véase el capítulo sobre el ejército, p. 161.


* e La descripción proseguía: “En el nuestro de antes tenían la manía del agua:
E L TERCER REICH : PANOHAMA GENERAL 53

Fue en los refugios donde expiró el Tercer Reich. Hitler preparó su final
en el bunker, Después de despedirse de él, Goebbels, quien, seis años atrás,
había dicho a los alemanes que cambiaría su nombre por el de Meyer si
algún día su país era bombardeado, se vio obligado a entrar en un refugio
antiaéreo público. Allí se presentó jovialmente como “Herr Meyer” a los reu­
nidos, y éstos tuvieron la suficiente ecuanimidad para aceptar la broma,54 a
pesar del hecho de que 600.000 ciudadanos civiles como ellos habían muerto
durante la guerra. (El total de las bajas en Alemania fue aproximadamente
de diez veces esta cifra. En Berlín quedaron inhabitables el 47 por cierto de
las viviendas; en el conjunto del Reich, la proporción fue del 32 por cien­
to, y este mismo porcentaje expresó la cantidad de instalaciones industriales
destruidas o dañadas.)55
Poco después, los soldados del Ejército Rojo ocupaban las villas de las
afueras de Berlín, y, pisándoles los talones, les seguían los alemanes, inten­
tando llevarse todo aquello que pudiera aún ser trasladado.5® El espíritu de
comunidad del pueblo se esfumó como la sangre que se escapa de un orga­
nismo hemofílico. El saqueo de propiedades alemanas por los propios ale­
manes puede ser explicado por la miseria, pero ¿cómo explicar la subsiguiente
ola de denuncias? En la pintura de Brueghel Los dos vagabundos ciegos, el
que ha caído en la zanja sonríe, a pesar de su dolor, previendo la caída del
otro. La denuncia proporcionó a los individuos el mismo tipo de perversa
satisfacción que produjo a la colectividad la ocupación rusa de las provin­
cias orientales (pues la tranquila existencia de éstas, parecida a la de los tiem­
pos de paz, había despertado la irritada envidia de los alemanes del oeste,
que sufrían los bombardeos aliados). Era un medio de compensar la injusti­
cia del destino, en particular para los delatores que estaban convencidos de
que sus víctimas se habían beneficiado más o habían sufrido menos que ellos
durante la guerra.
Ciento cincuenta años atrás, Heine había descrito así la reacción de los
habitantes de Dusseldorf ante la ocupación francesa: “Se pusieron caras nue­
vas y los trajes del domingo, se miraron unos a otros en francés y se dijeron
‘Bonjour. Ahora, una mujer de un refugio berlinés, que se resistía al inten­
to de violación de un soldado ruso, era airadamente reprendida por otro

por todas partes tropezaba uno con latas, cubos, barriles y pucheros de agua sucia.
Frau W. me cuenta que en su refugio prácticamente todo el mundo hace algo relacionado
con los pulmones. Tan pronto como cae la primera bomba, todos se inclinan hacia
adelante y realizan ejercicios respiratorios, oprimiéndose los costados con las manos. En el
refugio al que voy ahora, tienen la manía de las paredes: todo el mundo se sienta de
espaldas a la pared, dejando sólo un espacio ante el orificio de ventilación. Cuando caen
las bombas, les da también por los trapos: todos se tapan la boca y la nariz con un trapo
y se lo atan detrás de la cabeza”. Cf. Erich Kuby, Die Russen in Berlin, 1945, Munich,
1965, p. 179.
54 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ocupante del refugio, que le decía: “¿Por qué no les deja que hagan lo que
quiéran? ¿No ve que nos está perjudicando a todos?”.67
En el Año Cero de Alemania, cuando era casi tan insoportable mirar al
futuro como al pasado, se podía aventurar una predicción sin gran temor a
equivocarse: la revocación de la ley según la cual se había formado el Ter­
cer Reich requeriría un laborioso aprendizaje de los procedimientos parla­
mentarios.
3

LA COMUNIDAD DEL PUEBLO

Antes de convertirse en un estado, los alemanes habían expresado dos aspi­


raciones principales: unidad y libertad. Incapaces de conseguir la una ni
la otra en el Año de las Revoluciones, adquirieron la primera a expensas de la
segunda en 1870-71. Pero la unificación política —por muy entusiásticamente
que fuera acogida— fue en cierto sentido insuficiente. Siempre ha existido en
Alemania una búsqueda del paralelo social del antiguo mito de Andrógino
(la criatura anterior a la división de la especie humana en varones y hem­
bras). De ahí la preocupación de Denker, pensadores, como Hegel y Marx,
por las tesis y las antítesis, y de Dichter, poetas, como Rilke, Hesse o Mann, por
la unidad y la dualidad.
Por otra parte, en el siglo xix, la industrialización no significaba para mu­
chos alemanes el descubrimiento del tesoro de los Nibelungos, sino más bien
la apertura de una caja de Pandora de la que saldrían el desarraigo y la
desorientación.
La euforia de agosto de 1914 resultó de la confluencia de dos poderosos
sentimientos: la esperanza de la victoria y la creencia de que todas las dife­
rencias sociales y políticas podían ser eliminadas en la gran ecuación nacio­
nal. Después de 1918, una aversión generalizada por la democracia —porque
parecía destruir la unidad nacional a través de la lucha partidista en las
urnas, en el parlamento e incluso dentro de los gobiernos de coalición— con­
tribuyó a impedir que el estado de Weimar arraigara en Alemania. De la
desorientación social producida por la Depresión (el “anticapitalismo de las
masas" de Gregor Strasser) surgió un ansia de retorno al seno de la comuni­
dad. Esta regresión colectiva de tipo infantil habría de echar una cortina de
humo sobre todos los conflictos —entre patronos y obreros, el campo y la
56 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ciudad, productores y consumidores, industria y artesanado— que requerían


regulaciones constantes e infinitamente complejas.
Los nazis explotaron este deseo de “comunidad del pueblo” y elaboraron
su propia síntesis de promesas socialistoides y procedimientos de corte capi­
talista. Utilizaron el slogan de la revolución para distraer la atención de las
realidades de la continuidad política y debilitaron las inquietudes anticapi­
talistas con una dieta de pretendidos cambios sociales. Los judíos fueron con­
denados como la personificación del capitalismo, y los grandes almacenes
fueron boicoteados. Aun así, este tipo de procedimientos —reforzados por
la imposición de un techo del 6 por ciento en los dividendos— les dio la posi­
bilidad de atribuirse la realización de la cláusula fundamental de su progra­
ma, en la que pedían la “abolición de la esclavitud del interés”.
Pero, de hecho, la táctica del régimen de efectuar cambios sociales de
carácter puramente simbólico estaba de acuerdo con los deseos y aspiracio­
nes profundos de muchos alemanes. No solamente el amplio sector pequeño-
burgués de las masas anticapitalistas sino también muchos obreros identifica­
ban las alteraciones radicales de la estructura social con un descenso general
de su situación, y preferían a eso una mejora de sus particulares condiciones
de vida. Las aspiraciones precapitalistas, es decir, el deseo de seguridades de
tipo estático y tradicional, crearon una contracorriente dentro de la corriente
general anticapitalista del momento. E l hecho de que en Alemania las logias
de mineros llevasen la denominación medieval de Knappschafteti (corpora­
ciones de mineros) y de que los capataces de las fábricas, aquellos NCO del
ejército industrial, fuesen conocidos por el anticuado término gremial de
Meister (maestro) tenía un significado mayor que el puramente semántico.
La idea de que las relaciones de producción capitalistas implicaban por
esencia una situación de conflicto social constante nunca se había impuesto
totalmente a la ética gremial de armonía social y orgullo del artesanado.
Pero, aunque la supervivencia de términos y conceptos preindustriales en un
contexto industrializado debilitaba las inquietudes revolucionarias, era evi­
dente que tales inquietudes existían, y más adelante encontraron expresión
después de la toma del poder.
Hasta mediados de 1934, la fuerza de las esperanzas de los no privilegia­
dos, aparentemente irresistible, prestó cierta credibilidad a las posturas revo­
lucionarias de los dirigentes de las SA, pero sólo para chocar con la inflexible
oposición del fiat de Hitler en el sangriento desenlace del putsch de Roehm.
La decisión de Hitler estaba de acuerdo con los puntos de vista amplia­
mente mantenidos sobre la escala social; en opinión de la pequeña burguesía,
los trabajadores y los criados no eran más que “canalla”, mientras que las
figuras dotadas de autoridad inspiraban gran deferencia.1
Para escamotear el enfrentamiento entre la “fuerza irresistible” y la “ín-
LA COMUNIDAD DEL PUEBLO 57

flexible oposición”, los mantenedores nazis del statu quo económico intenta­
ron llevar la lucha a otro terreno. A fin de lograr una supuesta reducción del
poder socioeconómico de la Besüzbürgertum (burguesía propietaria), las cla­
ses medias educadas fueron denigradas como “acróbatas del intelecto”,2 “bes­
tias de la inteligencia con la columna vertebral paralizada”, “plantas de inver­
nadero incapaces de auténtica realización, que convierten en un pantano la
tierra en que crecen”.3
Hitler les tachó de “desechos de la naturaleza”,4 Goebbels (la bestia inte­
ligente de los nazis) les llamaba “hatajo de parásitos charlatanes”.6 El
Schwarzes Korps, periódico de las SS, afirmó que el coeficiente intelectual
estaba en relación inversa con la fertilidad masculina: “Los intelectuales
basan su derecho a la existencia dentro de la comunidad en su escasez de
hijos”; 0 y la principal publicación médica del país atribuyó el descenso de la
población a la obsesión por la educación y el ascenso social.7
Dado que, en una sociedad tecnológica, la denigración absoluta de la
actividad intelectual habría resultado en último término autodestructiva, se
trazó una sutil distinción entre inteligencia e intelectualismo, entendiendo
por la primera una forma sana de actividad mental y por el segundo una for­
ma corrompida y pérfida. Esta ambigüedad aparecía constantemente. Hitler,
por ejemplo, rechazó el ofrecimiento de un doctorado honoris causa, mien­
tras que Goebbels se hacía llamar Hefr Doktor en todas las ocasiones posibles.
La violencia verbal no era el único procedimiento utilizado por los nazis
para modificar las relaciones de los privilegiados por la educación con el
resto de la comunidad. Las asociaciones de estudiantes, en las que coincidían
ostensiblemente el privilegio social y el educacional, fueron oficialmente eli­
minadas después del incidente de los espárragos de Heidelberg.* Aunque el
director de una escuela de enseñanza media que en 1933 exhortó a sus alum­
nos a llamarle “tío” en lugar de Herr Studienrat en señal de espíritu de co­
munidad del pueblo no consiguió crear tradición, la sarcártica frase que apa­
reció por aquella época, “La esposa del profesor está limpiando los culos de
los niños”, indicaba el éxito obtenido por la Sección Femenina del partido
en su empeño de inducir a las esposas de los profesores y a otras señoras de
la clase media a realizar labor social en ayuda de las familias numerosas. Al
mismo tiempo, las clases de las escuelas y pensionados femeninos de enseñan­
za media adoptaban a un niño pobre, como forma específica de trabajo social.8
Una de las primeras manifestaciones de comunidad del pueblo en los centros
de enseñanza fueron las hogueras que los alumnos de las escuelas de ense­
ñanza media hacían con sus gorras de color, distintivas de cada centro, como
signo de la abolición de las clases. En el cuerpo dirigente de las Juventu­

* Ver el capítulo sobre las universidades, p. 339.


58 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

des Hitlerianas, los muchachos de aquellas escuelas fueron, en un principio,


objeto de discriminación, hasta que el paso del tiempo puso fin a las hogue­
ras rituales y a los métodos populistas de selección.® Hacia fines de los años
treinta, la mayoría de los cuadros de las Juventudes Hitlerianas procedían de
familias de la clase media y del estamento universitario, y en muchas escue­
las se podía ver de nuevo a los muchachos que se preparaban para entrar en
la Universidad luciendo sus bandas de colores.8
Las hogueras rituales no eran el único procedimiento que el régimen em­
pleaba para invocar el espíritu de comunidad del pueblo. Hitler fue el pri­
mer jefe de estado alemán que adoptó la costumbre de pasear por los talleres
de las fábricas y de compartir el estrado con los trabajadores de los astilleros
en las ceremonias de botadura de los barcos. Asimismo, todas las Navidades,
ordenaba personalmente la liberación de un cierto número de prisioneros de
campos de concentración recluidos allí por su conducta “antisocial”; Streicher
hacía lo mismo en favor de un puñado de comunistas de su Gau —en su cali­
dad de Gauleiter—. y les acogía ceremoniosamente a su vuelta a Nuremberg
llamándoles “miembros rescatados” de la comunidad del pueblo.10
El Día del Trabajo Nacional de 1933, el rector de la Universidad de Hei­
delberg compartió con un trabajador una narria festivamente engalanada, en
señal de solidaridad entre el trabajo intelectual y el manual.11 De manera si­
milar, la frase de Hitler: “Yo sólo reconozco una nobleza: la del trabajo”, sugi­
rió al periódico Wolktscher Beobachter la publicación de una extensa entre­
vista con un barrendero municipal.12 Cuando murieron accidentalmente unos
obreros en la construcción del metro de Berlín, se celebraron en su honor
exequias oficiales a las que asistió el propio Führer, y los contratistas e inge­
nieros implicados en el suceso fueron espectacularmente procesados.13
El juicio y ejecución, en 1935, de dos señoras de la nobleza, acusadas de
espionaje en favor de Polonia, tuvieron un sentido de afirmación de la co­
munidad del pueblo. El hecho de que ni siquiera unas damas nobles pudie­
ran escapar al hacha del verdugo creó la impresión de que la ley alemana
sabía permanecer serena e indiferente ante el más hermoso árbol genealó­
gico.14
Con una finalidad similar, se instituyó la obligatoriedad de la estancia en
centros de adiestramiento para los profesionales recién titulados. Las fotogra­
fías, que aparecían en la prensa, de jóvenes licenciados en derecho fregando
el suelo en uno de esos campos, con comentarios que hablaban del “trabajo
como método educativo indispensable” 1B, encerraban la implicación de que,
por bien enseñados que estuviesen, aquellos Herren Referendare no sabían lo
que era trabajar como lo sabía el hombre de la calle, y ahora se les obligaba,

° Ver el capítulo sobre la juventud, p. 293.


LA COMUNIDAD DEL PUEBLO 59

por su propio bien, a familiarizarse con el trabajo. En un artículo periodístico


que describía la llegada de un grupo de abogados a la estación de Colonia,
donde se disponían a tomar el tren para asistir al Congreso Alemán de Abo­
gados, en Leipzig, se leía: “El hombre de la calle se quedaba sorprendido
ante la insólita escena. Los poderosos y encopetados señores ante los cuales
él ha de ponerse en pie en las salas de los tribunales y que pueden dictar
sentencia sobre él, estaban allí, sometidos a las órdenes de un hombre mucho
más joven que ellos que vestía una camisa parda, y debían marchar forma­
dos, de modo que el rango y el nombre de cada individuo perdía toda
importancia”.16
' En contradicción con la campaña de “cortar las alas a los grupos privile-
giádos”, el propio Partido nazi ofrecía a sus miembros numerosas oportuni­
dades de acceder a privilegios. En un intento de enmascarar esta contradic­
ción, imponía a sus militantes algunos sacrificios en pro de la comunidad,
como la realización de jomadas no retribuidas de trabajo industrial, lo cual
representaba una cantidad suplementaria de horas libres pagadas para los
obreros a los que sustituían.17
La visión de los cuadros del Partido —de los Bonzen, como eran iróni­
camente llamados— abandonando temporalmente los mecanismos dél poder
por los más modestos de la maquinaria industrial dio lugar a reacciones favo­
rables y a otras cínicas. Las opiniones de la población en su conjunto depen­
dían menos de lo que el régimen hacía en realidad que de la imagen que
conseguía dar de sus actividades. En tal situación, la semántica jugaba un
papel fundamental. La palabra “obrero”, por ejemplo, adquirió un sentido
increíblemente flexible y fue objeto de pomposas utilizaciones. Cuando Hit­
ler se dirigió al Reichstag en 1938, declaró solemnemente: “Durante estos
últimos cinco años, yo también he sido un obrero”.18 Cuando, a principios
de 1939, se formó la nueva Cancillería, insistió en recibir a los trabajadores
de la construcción antes que al cuerpo diplomático, y recalcó a su auditorio
proletario la función representativa de la arquitectura, con el objeto de justi­
ficar el esplendor de su propia residencia.19 El que había sido ministro nazi
de Agricultura, Backe, un rico arrendatario, insistía en que se le llamase obre­
ro en todas las ocasiones públicas, basándose en el hecho de que, en sus días
de estudiante, había trabajado unas semanas en una fábrica, durante las
vacaciones.
Algunas denominaciones implicaban tan poca consideración social que se
hizo necesaria, para dar a los interesados mayor categoría, una palabra más
prestigiosa aún que la de “trabajador”. El espíritu de comunidad del pueblo
promovió a las Dienstmadchen (criadas) al rango de Hausangesteltte (emplea­
das de hogar), en lugar de llamarlas sencillamente Hausarbeiterinnen (traba­
jadoras domésticas).
60 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

La paradoja era, realmente, parte esencial de la ética de la comunidad del;


pueblo. La SA había hecho obligatorio el apelativo Kamerad entre sus miem­
bros, y el príncipe August Wilhelm de Prusia (hijo menor del antiguo Kaiser),
fue llamado, de acuerdo con esto, “Kamerad Auwi”, mientras que Magda>.
Goebbels llamaba invariablemente al ayudante de su marido, el camarada-
príncipe Schaumburg Lippe, “mi estimado Príncipe”.20 A pesar del desprecio»
oficial por la tradicional expresión gnadige Frau (señora mía) y de la cos­
tumbre a ella asociada de besar la mano de la dama, las fotografías de Hitlei"
en los periódicos le mostraban, año tras año, besando la mano de Frau Wini­
fred Wagner a su llegada a Bayreuth. El vasto Frente Alemán de Trabajo de·
Robert Ley, que fustigaba las costumbres burgúesas con más energía aún que
la mayoría de dirigentes del Partido, financió la construcción de Ordensbur-
gen, centros de educación de la futura élite nazi, en los cuales se enseñaba,
el besamanos, como parte integrante de las buenas maneras.
Mientras el Partido y los organismos a él afiliados creaban constantemente-
nuevas jerarquías de rango o título, el alcalde de Nuremberg dirigía un?
memorándum a todos los funcionarios de la ciudad solicitando que sus espo­
sas dejasen de darse a sí mismas los títulos de Frau Vizebürguermeister
(Señora concejala) o Frau Stadtdirektor (Señora escribana).21 En una.
visita oficial a Dresde, Goebbels se enojó al ver que, en el teatro de la ópera,,
nadie iba vestido de etiqueta, ni siquiera los ocupantes de los palcos. Cuando»
el Gauleiter Mutschmann le citó las declaraciones del Partido en las que se
ridiculizaban las formas de vestir burguesas, Goebbels le trató bruscamente-
de vulgar marxista.22 Goebbels se adhirió también a la causa de la elegancia,
en la controversia provocada por la tendencia de los dirigentes nazis a repu­
diar a las esposas plebeyas en favor de otras más privilegiadas social y físi­
camente. Alegaba que una mujer elegante podía transformar totalmente a.
un Gauleiter proletario, realizando así una importante contribución al bien-i
público.23
El concepto de contribución al bien común no quedó nunca bien definido..
Así, el Tribunal de Honor del Comercio (creado para juzgar los casos de ac­
tuación comercial incorrecta) hubo de examinar la demanda de un viajante-
de comercio contra un empresario que se había negado a hacerle un pedido·
y que había mostrado desprecio por sus esfuerzos, contraviniendo así el espí­
ritu de comunidad del pueblo.24
El espíritu en cuestión era especialmente difícil de alcanzar en el mundo·
darwiniano del comercio, en la cual las acusaciones —lanzadas anónimamen­
te si era posible— de que este o aquel competidor se había “emboscado” du­
rante la Gran Guerra o de que se atribuía, mentirosamente, la condicióni
de veterano del Partido se convirtieron en método habitual de protección deli
propio negocio.25
LA COMUNIDAD DEL PUEBLO 61

Constantemente, la tendencia a alcanzar una más elevada comunidad del


'pueblo rayaba en lo macabro. Para ilustrarlo con un ejemplo, a partir del
;año 1939, los burgueses de Tübingen que se disponían a reunirse con su
Hacedor, hubieron de renunciar a los signos externos de distinción social:
la funeraria municipal ofrecía un solo tipo de entierro para todo el mundo,
-en lugar de las distintas categorías (primera, segunda y tercera) que existían
¡anteriormente.26
Sin embargo, al margen de esta demagogia social con ribetes de farsa, el
Tercer Reich promovió y aceleró hasta cierto punto la tendencia a una mayor
igualdad social, o como mínimo a una mayor movilidad hacia arriba. El prin­
cipal motor de los cambios en este aspecto era el Partido, dentro del cual la
promoción dependía mucho menos del origen social, la riqueza o la educa­
ción que de la fanática entrega al trabajo político. Aunque el Partido no llegó
a absorber la máquina estatal, creó varios organismos paralelos de composi­
ción claramente·, no clasista. La Verfiigungstrwpe (reservas) de las SS, por
ejemplo, era más plebeya que el ejército, tanto desde el punto de vista social
como del educativo: mientras uno de cada dos subalternos de la Wehrmacht
procedía de familia de oficiales, sólo un cinco por ciento de los Junkers de las
SS podían jactarse de tener ascendencia militar. Inmediatamente antes de la
'guerra dos de cada cinco subalternos no tenían la Abitur, el certificado de ba­
chiller, obligatorio para los cadetes.27 Los candidatos que eran rechazados
•por el Cuerpo Diplomático a causa de su origen humilde podían esperar
■seguir carreras diplomáticas a través del departamento de política exterior
■del Partido, creado por von Ribbentrop. De manera similar, los jóvenes que
veían frustradas sus esperanzas de ingresar en la Universidad, podían aún
aspirar a ocupar alguno de los brillantes cargos del Partido y del aparato del
estado si lograban ser admitidos en un Ordensburg, para lo cual sólo necesi­
taban acreditar el fervor de su adhesión política.
Pero el Tercer Reich ofrecía oportunidades de promoción a sectores de
población mucho más amplios que el círculo de los futuros dirigentes, oficia­
les o diplomáticos. Al cabo de algunos años de su instauración, incluso las
carreras que requerían enseñanzas superiores a las elementales ya no impli­
caban el paso por la Universidad, y el ingreso en los niveles más altos del
cuerro de funcionarios dejó de estar condicionado a la Abitur. El cuerpo de
funcionarios y la administración municipal se conviertieron en cauces de pro­
moción dentro de los cuales la cualificación política compensaba los defectos
de la académica; todo el conjunto de la abundante burocracia del Tercer
Reich —los funcionarios y los empleados municipales, el aparato del Partido
y las organizaciones industriales, agrícolas, comerciales y artesanales— ab­
sorbió a más de un millón de personas de origen obrero.28 Durante los seis
años de paz del Reich, la movilidad social hacia arriba fue, en su conjunto,
62 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

doble a la de los seis últimos años de Weimar.® Sin embargo, las personas
de origen proletario que solicitaban puestos que anteriormente hubieran sido
ocupados por miembros de la clase media, necesitaban presentar pruebas de
un compromiso político mayor, para compensar su inferioridad social.
En la industria, la promoción profesional obrera siguió siendo tan lenta
como siempre; por otra parte, la Reichsberufivettkampf (competición profe­
sional) —los ganadores de la cual ganaban becas o ascensos en sus ramos
respectivos— atrajo, en 1939, a casi cuatro millones de participantes.
Algunos trabajadores eran sensibles a un cierto tipo de beneficios margi­
nales que les reportaba el nazismo. Un viejo maestro artesano quedó muy
emocionado cuando la orquesta sinfónica del Reich dio un concierto en su
fábrica de Würtemberg. “¿Quién se hubiera atrevido a soñar que el Kaiser
nos enviase su orquesta a nosotros, aquí al taller? —dijo, con lágrimas en
los ojos—. Ahora, el Führer en persona nos ha enviado su orquesta; nunca
se lo podremos agradecer bastante.” 29
Hasta los trabajadores menos fáciles de engañar aprobaban la idea de
comunidad del pueblo al ver que gradualmente iban teniendo acceso a los
símbolos de status de baja clase media, tales como aparatos de radio e inclu­
so automóviles.** Y otro símbolo de progreso social que cada vez adoptaron
un número mayor de obreros fue el uniforme. El doctor Ley —que definía el
socialismo como “la relación entre los hombres en las trincheras”— decretó
que todo miembro del Frente Alemán del Trabajo debía llevar el mismo sen­
cillo uniforme azul. Como consecuencia, en los actos públicos no era posible
diferenciar a los patronos de los obreros. En 1934, en el desfile del Primero
de Mayo en Berlín, la representación del “Tribunal de Justicia Criminal”
consistía en una figura solitaria —el presidente del tribunal— y un grupo de
mecanógrafas y ujieres formados militarmente.30 Una figura familiar en el
panorama industrial del Tercer Reich era el Geheimrat (Consejero Privado)
Kirdorff, el octogenario magnate del carbón, partidario del nazismo, que se
entregó al fetichismo de vestir un uniforme negro de Knappschaft (corpora­
ción de mineros) adornado con dobles filas de botones y con la insignia de los
martillos cruzados en las solapas.
También el ejército recibió la consigna de insuflar nueva vida al escaso
sentido de comunidad del pueblo que existía en sus filas. En 1934, el ministro
de la Guerra ordenó a los mandos de la Wehrmacht que seleccionara a los

* El veintinueve por ciento en la Alemania occidental y el veinte por ciento en la


oriental entre 1934 y 1939, frente al 12 por ciento general entre 1927 y 1934. (Cf. Karl
Martin Boltern, Sozialer Aufstieg und, Abstieg, Stuttgart, 1959, p. 139.)
Aunque, durante el Tercer Reich, el Volkswagen no pasó de la etapa de proyecto,
se produjeron algunos automóviles de precio relativamente asequible: el modelo más
barato fabricado por la Opel o por la DKW costaba entre 1.400 y 1.600 marcos.
LA COMUNIDAD DEL PUEBLO 63

invitados a sus cenas de gala según un criterio más amplio del seguido hasta
entonces.31 Pero habría de ser necesaria aún una guerra —concretamente,
la gran cantidad de bajas del frente oriental— para obligar a la oficialidad
a ampliar la base social de su reclutamiento.0
Cuando magnates, jueces y generales encamaban en su actuación el espí­
ritu de comunidad del pueblo, los ocupantes del extremo opuesto de la esca­
la social no les iban tampoco a la zaga. Al visitar el alcalde de Dresde
uno de los barrios más pobres de su ciudad, presenció la siguiente escena:
“Aquí, donde viven los desheredados de la fortuna, una familia de seis
hijos debe alojarse en dos habitaciones y una cocina. La ventana da a un
patio oscuro y estrecho. El ambiente está saturado de humedad, a causa de
los pañales tendidos a secar. La Ayuda Invernal ha entregado a esta familia
carbón y patatas. En su puerta aparecen las tres últimas placas mensuales de
la Ayuda Invernal. Aquí, entre los más pobres, aún se piensa en los compa­
triotas cuya situación es quizá peor.” 32
A pesar de la falta de lógica de esta última frase, no es posible dejar de
reconocer el hecho de que la difusión de la idea de comunidad del pueblo
puso en movimiento unas ciertas reservas de idealismo. Desdeñar esta reali­
dad sería formarse una imagen falsa del estado de ánimo popular bajo el
nazismo.
Cuando la madre de una entregada dirigente del Bund deutscher Mad-
chén (o BdM, Unión de Jóvenes Alemanas), señora perteneciente a la clase
media, se quejó del olor corporal que despedían las subordinadas proletarias
de su hija, ésta replicó: “¿Tú crees que la gente como nosotros huele
mejor?”.33
Prueba de comunidad del pueblo eran los mineros que hacían donación
de media jomada de salario al mes para ayudar a sus compañeros en paro,
las alumnas de las escuelas femeninas de enseñanza media que “adoptaban”
a niños pobres y los estudiantes que hacían sustituciones en las fábricas con
el fin de que los obreros disfrutaran de una mayor cantidad de tiempo libre
pagado.
Estas acciones, convenientemente adornadas e hinchadas, daban la impre­
sión de que todo el país estaba encontrándose a sí mismo a través de la
ayuda mutua. Incluso personas contrarias al nazismo quedaban impresiona­
das. El dirigente de la resistencia Cari Goerdeler (que habría de ser ejecu­
tado) reconoció que el nazismo había “enseñado a Alemania la lección de
que las personas deben ayudarse unas á otras”.34
En el terreno religioso, el régimen llegó incluso a presentarse como im­
pulsor de un ilustrado ecumenismo, como cuando presionó a los padres de

0 Este proceso se relata en el capítulo sobre el ejército, pp. 154-155.


64 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Baviera para que “apoyasen” la disgregación de algunas escuelas eclesiásti­


cas.* El Schwarzes Korps podía atribuirse una intención similar en un artícu­
lo que apareció en sus páginas, acerca de un asilo de ancianos de las afueras
de Munich, en el cual, según se relataba, cundió una cierta alarma a causa
del incendio de una fábrica cercana. Cuando la hermana responsable hubo
calmado a los ancianos, les preguntó si la fábrica que ardía era propiedad
de católicos, en cuyo caso sería obligación de todos rezar por ellos.35
La paradoja por la cual los nazis podían presentarse como campeones de
la tolerancia en materia de tratamientos se extendía también al terreno social,
donde la disidencia política se manifestaba en algunas ocasiones en forma de
prejuicio snob, como se observa por ejemplo en este fragmento, escrito duran­
te la guerra, del diario de una persona conservadora: “Es un buen augurio
para el espíritu de oposición entre las clases respetables el hecho de que
una señora acomodada, con una servidumbre muy numerosa, al oír que su
doncella búlgara llamaba Dame (señora) a la lavandera alemana, en lugar
de Frau (mujer), la corrigió en estos términos: “Ella es una mujer; aquí
l'Ji señora soy yo” 36
Aquella señora tenía razón. Por más que la demagogia social quisiera en­
mascararla, la distinción fundamental entre Frauen y Damen siguió vigente
durante toda la era nazi.0* Los únicos cambios importantes que se produjeron
en la relación entre poseedores y desposeídos fueron las inversiones políticas
de la pirámide social, ejemplificadas por los porteros de las casas de pisos,
que, en su función de “responsables de bloque” ante el Partido, inspiraban
temor a sus inquilinos, socialmente superiores.
A intervalos calculados, las autoridades tomaban dramáticas medidas con
el mismo propósito. En una ocasión, Goebbels llegó a poner en escena la de­
tención de un director del Reichsbank, quien, según una interpretación de la
ley perfectamente válida, había expulsado a un inquilino de una casa de su
propiedad. Mientras la detención del “plutócrata” era objeto de la máxima
publicidad, su subsiguiente liberación pasó inadvertida por el público.37 Esta
lucha contra los privilegios hizo correr grandes ríos de tinta y muy poca
sangre. El Schwarzes Korps, por ejemplo, se entregaba semanalmente a un
despliegue ritual de indignación ante un revoltillo de trivialidades vagamente
relacionadas con la discriminación clasista. Por ejemplo, atacaron furiosamen­
te a un periódico de Berlín porque había desaconsejado a un lector soltero
que se casara con una joven que no tenía nociones de etiqueta,38 y a un
* Véase el capítulo sobre la religión, p. 464.
0 ° La dicotomía Frau/Dame es paralela de la persistente distinción entre trabajadores
de cuello azul y de cuello blanco en la industria. Los oficinistas continuaron diferencián­
dose de los obreros por su forma de vestir (por el Stehkragen, o “winged collar”, por su
percepción de salarios mensuales y no semanales y por el tipo de seguro al que estaban
adheridos.
LA COMUNIDAD DEL PUEBLO 65

terrateniente que insistía en que el correo dirigido a su nombre llevase el


tratamiento Rittergutsbesitzer (propietario de tierra señorial) en lugar del de
Herr Landwirt (granjero).39
El concepto de comunidad del pueblo no era ineficaz sólo en sus aplica­
ciones sociales. Incluso tomado como grito de movilización nacional, como en
la frase “Un pueblo, un Reich, un Führer”, no era sino una negativa super­
ficial de las profundas fisuras existentes.
'La supremacía de la prusiana Berlín —mal vista ya desde 'la unificación—
se hizo aún más onerosa debido a la supercentralización nazi. Los hombres
de negocios y los profesionales de provincias se sintieron en desventaja frente
a sus competidores de Berlín, que tenían acceso inmediato a los pasillos deí
poder. (Entre los hombres de negocios, la antipatía hacia la capital no afec­
taba sólo a aquellos que se beneficiaban de los contratos con el gobierno,
pues la “economía de sitio” reducía a todas las empresas, en mayor o menor
grado, a la dependencia de la máquina estatal.) Munich, la “capital del Mo­
vimiento” y sede del NSDAP —una sección del cual, la Reichszeugmeisterei
(Inspección de Intendencia) daba trabajo, ella sola, a miles de trabajadores
de la confección de uniformes—, suscitaba un resintimiento similar. Cuando
Austria fue anexionada, el nombre que había llevado durante siglos, Oster-
reich, fue oficialmente eliminado y sustituido por el arcaico de Osamark {Mar­
ca Oriental); la creación de la Gran Alemania, por más entusiasmo que desper­
tara, no redujo la frecuencia de los epítelos burlones —Piefke para los ale­
manes y Schlatviener para los austríacos— a ambos lados de la abolida
frontera. Después del estallido de la guerra, los habitantes del Saar, evacua­
dos de la zona militar, se entristecían al oír que la gente de las zonas de
recepción les llamaban “franceses del Saar” o “gitanos”; 40 los volksdeutsche
(alemanes étnicos) trasladados al Reich desde varios países balcánicos, cu­
yos dialectos diferían sensiblemente del alemán de Alemania, fueron objeto
de dudas similares sobre su autenticidad étnica.
Como es lógico, los bombardeos y las evacuaciones en gran escala a que
éstos dieron lugar fomentaron la animosidad existente entre las regiones. Ade­
más, se creó una clara diferenciación entre el estado de ánimo de las zonas
vulnerables del Reich y las que por el momento eran seguras. “Aquí, la ma­
yoría de la gente son bávaros —escribió en su diario, en 1942, una inglesa
casada con un oficial alemán—; mientras sólo la Alemania occidental era víc­
tima de los bombardeos, su indiferencia fue realmente olímpica, pero des­
pués del ataque a Munich de la semana pasada, las líneas telefónicas de este
cuartel general estuvieron ocupadas durante diez horas seguidas.” 41 Hacia
el final de la guerra, cuando el interior del país, que hasta entonces no se
había visto afectado, fue invadido por evacuados del este, otra inglesa casada
con un alemán observó: “La ayuda que recibieron dependió totalmente de las
66 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

medidas tomadas por las autoridades. Los alemanes de las zonas seguras,
cuyos hogares estaban intactos, mostraron poco espíritu cívico ante los infeli­
ces refugiados. En los distritos rurales, se hubieran podido instalar cocinas
de campaña, aunque fuese sólo para distribuir patatas cocidas, y se hubieran
podido reservar algunos graneros para albergar durante, la noche a las gentes
que iban de paso. Se podía haber hecho algo para aliviar su desgracia, pero
no se hizo nada”.42
Es difícil valorar hasta qué punto esta indiferencia se debió a las antipa­
tías del espíritu cívico después de doce años de regimentación absoluta. La
división entre las regiones se manifestó también en otro plano. A medida que
la guerra se aproximaba a su inevitable fin, los habitantes de varias regiones
trataron de desprenderse de su condición de alemanes como si de una piel
de reptil se tratara. Los “alemanes étnicos” se procuraron banderas de sus
países balcánicos de origen; los alsacianos se llamaron franceses; los bávaros
proyectaron un Estado Libre Católico, y los habitantes de la Ostmark, que
en 1938 habían acogido con histérico entusiasmo su incorporación al Reich
alemán, descubrieron nuevamente su condición de austríacos. “Al volver
a Viena —escribía amargamente un austríaco, miembro de las SS— uno no
puede por menos de avergonzarse de que el tan cacareado corazón de oro
de Viena se haya convertido en algo tan repelente y egocéntrico. Un día
echaron del tranvía a una mujer de los Sudetes, diciendo: ‘Primero los vie-
neses, después los bohemios/” 43
El epitafio final a la comunidad del pueblo no lo escribieron tanto el “pa­
triotismo local”, ni siquiera el generalizado saqueo de bienes alemanes por
manos alemanas, como la epidemia de denuncias de la posguerra, que causó
más molestias a las autoridades aliadas de ocupación que las amenazas de las
operaciones Werwolf.
4

EL PARTIDO

Antes de la toma del poder, 850.000 alemanes, de una población de 66 mi­


llones (1 de cada 77), tenían carnet del partido nazi. En los momentos culmi­
nantes del Tercer Reich, el número de miembros ascendía a 8 millones (de
los 80 millones de habitantes de la “Gran Alemania”), con lo que se cumplía
el deseo de Hitler de que la élite del pueblo alemán ascendiese al diez por
ciento de los ciudadanos. En otras palabras, al menos uno de cada cuatro
alemanes adultos era miembro del Partido Nacionalsocialista. Pero este dato
cuantitativo, aunque lejos de ser insignificante, es menos importante que el
aspecto cualitativo de la influencia y las relaciones del partido con las otras
élites que constituían la estructura de poder del Tercer Reich.
Participando en igual medida de revolución y restauración, la toma del
poder había eclipsado a algunos grupos de élite —por ejemplo, el establish­
ment republicano— y había hecho prosperar a otros. Sus principales benefi­
ciarios fueron los industriales, los generales y los altos funcionarios, sobre los
cuales un Zeus en forma de Führer hacía caer una lluvia de oro —en forma
de dinero o de medallas— como recompensa a su docilidad. A cambio de su
poder de decisión, los patronos obtuvieron provechos aún mayores, y los mi­
litares de alta graduación (o los burócratats), nuevos ascensos.
La entusiasta aceptación del nuevo régimen por parte de estos grupos
venía dada por un mal entendido concepto del interés corporativo, por las
ilusiones chauvinistas y —entre los funcionarios— por una sumisión rayana
en el masoquismo.
No obstante, esta clara sumisión no impidió las continuas fricciones en la
mal definida frontera entre las prerrogativas del partido y las del cuerpo de
funcionarios. Esta prolongada guerra de desgaste reflejaba la deliberada va­
68 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

guedad de Hitler respecto a las relaciones entre partido y estado, la constante


alternativa a la que habían de enfrentarse los nazis: preparación ideológica o
capacidad técnica, y la rivalidad entre dos grandes jerarquías de hábitos
y tradiciones completamente diferentes.
Así, mientras en el cuerpo de funcionarios la promoción dependía del
origen social y del grado de educación alcanzado —por ejemplo, la condi­
ción primera para ingresar en la rama administrativa era poseer un doctorado
o, para la rama ejecutiva, el bachillerato—, el único criterio de selección
aplicado por el partido era la veteranía (es decir, la antigüedad de la militan-
cia). Aunque, en algunas ocasiones, individuos de una gran tenacidad con nú­
meros de carnet altos se abrían paso hasta la cumbre, básicamente fueron sólo
aquellos que habían ingresado en el partido antes de septiembre de 1930
—en que se produjo el triunfo electoral de los nazis— los que pasaron a for­
mar la aristocracia del partido. La promoción que se afilió de 1930 a 1932
formaba la capa media del partido, mientras que los burlonamente apodados
"violetas de marzo” (la gigantesca entrada de marzo de 1933 en adelante)
constituyeron la extensa base.
El partido y el cuerpo de funcionarios eran dos organismos que funciona­
ban en una compleja situación de simbiosis, de modo que no siempre era
fácil determinar cuál era parásito del otro. Según una observación superficial,
el partido era el parásito más beneficiado, pues contaba entre sus filas más
de cien mil funcionarios en calidad de dirigentes políticos honoríficos,1 que
aportaron su riqueza de experiencia administrativa a la función directiva
del aparato del partido. Además, merced a la política del partido de procurar
trabajo a sus veteranos (es decir, a los miembros cuyo ingreso era anterior a
marzo de 1933), un gran número de veteranos del partido poco cualificados
obtuvieron puestos en la administración. En 1935, por ejemplo, Hitler decretó
específicamente que un diez por ciento de las vacantes de los niveles bajo y
medio del cuerpo de funcionarios debían ser ocupadas por miembros del
partido que hubieran ingresado antes de septiembre de 1930.2
No obstante, esta sistemática ocupación de puestos de trabajo por parte
del partido no benefició solamente a sus miembros desempleados. Después de
la toma del poder, se creó una costumbre según la cual los cuadros nazis de
barrio y de distrito asumían puestos municipales y administrativos corres­
pondientes a sus funciones en el partido —los Ortsgruppenletíer (jefes de gru­
po local) eran a la vez alcaldes, y los Kreisleiter (jefes de distrito) eran Lan-
drate (gobernadores de los distritos rurales)—, pero de 1935 en adelante,
esta dualidad de funciones fue progresivamente eliminada.3
En 1935, se estimaba que los miembros del partido ocupaban las tres
quintas partes de más de 52.000 puestos ejecutivos en organismos del estado
y de la administración local, pero sólo una quinta parte de esos funcio­
EL· PARTIDO 69

narios eran miembros del partido antes de 1933. En otras palabras, las “viole­
tas de marzo” superaban ampliamente en número, en los puestos adminis­
trativos, a los viejos nazis de probada fidelidad.4 Esta situación inspiró a un
redactor del Schwarzes Korps una forma particularmente lacrimosa de criti­
car la relación de poder entre los veteranos y las “violetas de marzo”:
“El hombre del sillón oficial trata de explicarle a uno que el critei'io de
perfección ha de prevalecer por encima de todo. Uno levanta la mirada hacia
el retrato de Hitler que cuelga encima de su escritorio, en su marco dorado.
Le llora a uno el alma. En un gesto defensivo, uno estrecha contra su corazón
la foto de Adolf Hitler en la prisión de Landsberg, el tesoro de su vieja y
gastada cartera”.5
El mismo tema inspiró también al periódico de las SS un rasgo de hu­
mor: “A: Nosotros, los veteranos, hemos quedado completamente relegados.
Mira las violetas de marzo, esos sí que han salido adelante. B: ¡Cuánta razón
tienes! Si el Führer hubiera ingresado en el partido más tarde, habría llega­
do más lejos”.6
No eran sólo las “violetas de marzo” quienes bloqueaban desconsiderada­
mente el acceso de algunos de los camaradas no cualificados a las situaciones
de privilegio, sino que la imagen que tenían de sí mismos algunos nazis que
habían obtenido puestos en la administración local sufrió también una trans­
formación característica de la Alemania nazi: tendían a verse a sí mismos
cada vez más como funcionarios del estado que como funcionarios del par­
tido, de modo que, en 1935, casi el cuarenta por ciento de los alcaldes nazis
y más de la mitad de los Landrate habían abandonado toda actividad en
el partido.7
El ministro del interior, Frick, un burócrata de pies a cabeza, totalmente
entregado al nazismo, apoyó al cuerpo de funcionarios en su empeño de fre­
nar la ingerencia del partido. Publicó memorándums —como el dirigido a la
dirección del Reichsbank y de los Ferrocarriles Alemanes en 1935 8— afirman­
do el principio administrativo según el cual el nombramiento y promoción
de funcionarios era prerrogativa exclusiva del departamento correspondiente.
Los criterios enfrentados de ideología y capacidad se resolvieron sólo cuando
el Tercer Reich, saciado de conquistas de guerra, extendió su estructura de
poder hasta el punto de poder acomodar a todos los aspirantes a un puesto.
Aun así, cada etapa de la expansión dio lugar a un nuevo conflicto. Así, des­
pués del Anschluss de Austria, Bürckel, Gauleiter de Viena, hubo de aplacar
a fuerza de retórica la susceptibilidad herida de los veteranos de Austria:
“Sé que muchos de vosotros estáis irritados porque, aquí y allá, hay antiguos
enemigos del movimiento que se proponen dirigirlo pasando por encima de
vosotros, y disponen cada vez de más autoridad. Este estado de cosas debe
cambiar, pero vosotros debéis haceros cargo también de que yo no puedo
70 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

paralizar la maquinaria del estado”.0 (Lo que enojaba a los camisas viejas de
Viena, por cierto, no era sólo la visión de hombres mejor cualificados situados
en puestos que ellos codiciaban, sino también la predilección de Bürckel, que
no era austríaco, por una camarilla de funcionarios importados por él de su
provincia natal, el Saar-Palatinado.)
La irregularidad de las relaciones del partido con el estado a nivel de los
Gauleiter resultaba del hecho de que muchos de éstos detentaban simultánea­
mente los puestos de Gauleiter y de Oberprasident (es decir, gobernador civil
de la región). Esta dualidad de funciones producía frecuentemente sínto­
mas de esquizofrenia. Por ejemplo, mientras el Gauleiter Lauterbacher, de
Hannover, fue simplemente un dirigente provincial del partido, incitó a sus
Kréisleiter a obstaculizar al máximo la actuación de los Landrate, como cons­
tante de su política. Pero, cuando asumió el cargo de Oberprasident, comen­
zó a considerar al aparato del partido bajo su mando como una contra-admi-
iiistración a la que él no podía permitir más que una actuación subsidiaria.10
Además de la rivalidad social, la cuestión monetaria hacía que los Gau­
leiter menos ventajosamente colocados envidiaran a sus colegas más favoreci­
dos. Los salarios del partido no eran elevados, y aunque las prerrogativas
extraoficiales de un Gauleiter iban desde la expropiación de bienes de ciuda­
danos judíos a la malversación de los fondos del partido (que estaba menos
extendida, porque implicaba riesgos mayores), no había apenas un funcio­
nario provincial nazi que no envidiase a Julius Streicher sus considerables
ingresos privados procedentes de la tirada de medio millón semanal del Der
Stíiriner.
Entre los Reichsleiter (jefes de departamento del partido), Robert Ley
ocupaba una posición también muy envidiada como dirigente del Frente
Alemán de Trabajo, organización que sobrepasaba en magnitud y atribucio-
nés a cualquier otra de la historia occidental, pues su actuación se extendía
hasta' terrenos como el turismo de masas, las compañías constructoras y
la edición.
Julius Streicher y Ley, los más emprendedores de sus respectivos colegas,
eran también los más patológicamente incultos, confirmando así los resulta­
dos de un estudio sociológico, según el cual los altos dirigentes del partido
na¡zi eran menos educados que los cuadros medios, y aún menos que los
miembros de la base.11 Esta relación inversa entre educación y poder en la
jerarquía nazi guarda relación con otra conclusión del mismo estudio: el mo­
vimiento nazi estaba dominado por individuos de bajo origen social que se
habían afiliado al partido en sus primeros momentos, habían accedido al con­
trol de su aparato administrativo y lo habían mantenido en sus manos a tra­
vés de los años.12
Los cuadros del partido nazi se dividían en tres grupos mutuamente ex-
E L PARTIDO 71

cluyentes: administradores, propagandistas y elementos de choque, cada uno


de los cuales presentaba rasgos sociales y educacionales propios. Así, mientras
uno de cada dos propagandistas era licenciado, sólo uno de cada cuatro admi­
nistradores poseía un grado universitario, lo cual reflejaba el hecho de que los
propagandistas eran más bien de procedencia burguesa, y los administradores
procedían de ciudades pequeñas o del campo. Los elementos de choque
(miembros de las SA y de las SS, por ejemplo) eran los menos educados y los
de origen social más bajo. En los niveles superior y medio del aparato del
partido, los administradores, social y educacionalmente inferiores, superaban
en número a los propagandistas en una proporción de dos a uno. Ejemplo
de esto eran los propios Gauleiter. De los treinta Gauleiter, veintisiete proce­
dían de una población pequeña y veintitrés habían recibido sólo enseñanza
elemental. Cinco habían ido a la universidad, pero sólo tres se habían licen­
ciado. Entre los veteranos nazis con antecedentes universitarios, uno de cada
dos había abandonado aquel centro sin conseguir ningún título; y sus colegas
que no habían pasado por él no habían tenido nunca un trabajo estable.13
Casi la mitad de los dirigentes nazis procedían de los distritos rurales del
sur de Alemania, y de un entorno social de baja clase media: sus padres eran
empleados de aduanas, tenderos, granjeros, artesanos y maestros de escuela.
De los treinta Gauleiter, seis eran maestros de escuela, diez eran emplea­
dos, y tres, obreros manuales (incluyendo un obrero agrícola). La composición
social del partido en su conjunto mostraba interesantes analogías con la
de. su élite. Así, en 1935, cuando el número de miembros se elevaba a dos
millones y medio, su distribución era la siguiente: trabajadores, 30 por cien­
to; empleados, algo menos del 20 por ciento; trabajadores autónomos, lo mis­
mo; funcionarios, 12,5 por ciento; y granjeros, 10 por ciento. En comparación
con la proporción de estos grupos dentro de la población global, los granjeros
estaban representados en un 10 por ciento, y los obreros industriales subrepre-
sentados en un 30 por ciento, mientras que los empleados estaban superpresen-
tados en un 65 por ciento, los trabajadores autónomos en un 100 por ciento,
y los funcionarios en un 160 por ciento.14
La super-representación de funcionarios (y de maestros) en el partido que­
daba aún acentuada por su participación, mayor todavía, proporcionalmente,
de la que les habría correspondido por su número por encima del tanto por
ciento en los órganos de dirección política. Los diligentes políticos y funcio­
narios del partido formaban aproximadamente el 20 por ciento del total de
los afiliados. En 1937, había 700.000 dirigentes políticos, de los cuales más
de un tercio procedía de la enseñanza (160.000) o del cuerpo de funcionarios.1®
En Alemania, maestros y funcionarios eran bien considerados socialmente,
y su presencia masiva en el partido mejoraba la organización de éste y ate­
nuaba su imagen plebeya a nivel de la base. A un nivel más elevado, la iden-
72 HISTORIA SOCIAL DEL TEUCER BEICH

tifícación de sectores importantes de la aristocracia con el partido era tan be­


neficiosa o más para su imagen. El príncipe Hohenzollern, August Wilhelm,
el cuñado de la reina de Holanda (duque de Mecklenburg), el yerno del rey
de Italia (el príncipe de Hesse), el duque de Coburg y el duque de Brunswick
—que habría de tener a una hija suya en la dirección de la Unión de Jóve­
nes Alemanas y a un hijo en la prisión de la Gestapo— se adhirieron al nacio­
nalsocialismo. Fue sobre todo el príncipe Auwi quien inició esta tendencia,
a consecuencia de la cual el Almanaque de Gotha y el registro de miembros
del partido vinieron a coincidir ampliamente.
Esta masiva conversión de la aristocracia se vio favorecida en parte por el
declive de las fortunas familiares. La casa de Lippe hizo ingresar a sus vás-
tagos, en bloque, en el partido, y uno de ellos, el príncipe Schaumburg-Lippe,
llegó a ser .ayudante de Goebbels. El príncipe Waldeck-Pyrmont —quien, en
1944, había de enviar a la princesa imperial de Baviera al campo de concen­
tración de Buchenwald— alcanzó el grado de Obergruppenführer (general)
de las SS; de la nobleza, que formaba el 0,7 por ciento del total de la pobla­
ción, salió casi el 10 por ciento —58 de 648— de los dirigentes de las SS,
desde el puesto de Standartenführér (coronel) hacia arriba, así como 7 de
cada 9 Obergruppenführer y Gruppenführer (jefes de sección) de las SA.16
(Sin embargo después de que la purga subsiguiente al putsch de Roehm re­
dujera la importancia de las SA, estos 7 generales de sangre azul encontraron
acomodo en otros puestos de la estructura de poder nazi. Por ejemplo, el
conde Helldorf pasó a ser jefe de policía de Berlín, y von Killinger, embaja­
dor en Rumania.) Aun así, la aristocracia, en tanto que grupo social, vio dis­
minuidos sus privilegios durante el Tercer Reich. Mientras en 1925 los aris­
tócratas constituían el 16 por ciento de la élite burocrática y económica de
Alemania, en 1940 esta proporción se había reducido al 12 por ciento. Hitler
descartó inequívocamente la posibilidad de una restauración monárquica, ex­
cluyó a los miembros de las casas reales de la jerarquía del ejército y se
opuso rotundamente al nombramiento de von Jagow como jefe de las SA des­
pués de la muerte, ocurrida durante la guerra, del sucesor de Roehm, Victor
Lutze.
Pero ése fue un proceso lento y gradual; por debajo de los oropeles de la
demagogia social, las actitudes básicas de los dirigentes nazis ante la aristo­
cracia oscilaban constantemente entre la envidia a los “superiores” sociales
—y hay que recordar aquí los orígenes pequeñoburgueses y provincianos de
los dirigentes—, la tendencia al gesto deferente del parvenu y la emulación
frente a las figuras jerárquicas.
Al poco tiempo de ser nombrado canciller, Hitler, en las recepciones oficia­
les, quedaba visiblemente impresionado por la proximidad de los personajes
de sangre azul18 y se dirigía al camarada príncipe Philip von Hesse con el
E L PARTIDO 73

ampuloso tratamiento “Su Alteza Real” (un apelativo ridiculamente inadecua­


do para el “revolucionario” Partido Obrero Nacional Socialista Alemán, en el
cual, además, el príncipe era un subordinado de Hitler). Como hemos visto,
en la suntuosa residencia de Goebbels, donde los refinados ayudantes daban
buen tono al ambiente, al mismo tiempo que suminstraban consejos de eti­
queta (acerca del orden de los asientos en las cenas de gala, la elección de
vinos, etc.), la forma en que se dirigía Frau Goebbels al ayudante de su ma­
rido —'“príncipe Schaumburg, hágame el favor de pasarme los cigarrillos”—
mostraba también cuán impresionada estaba por el hecho de tener a su ser­
vicio directo a un retoño de la nobleza.19
Al principio de su carrera, Goebbels había formado parte del ala izquier­
da del partido, dirigida por Strasser, de la cual salieron también los Gauleiter
radikalinski del Este, como Koch de la Prusia oriental, Hildebrandt de Mec­
klenburg y Hanke de Silesia, áreas rurales, todas ellas donde un proletariado
agrario seguía dependiendo de la tutela semifeudal de la aristocracia terrate­
niente. Tanto Koch como Hildebrandt se rodeaban de un falso aire de aristos
a la lanterne. La reputación de Hildebrandt, que había sido en tiempos peón
de granja, se basaba en el asesinato de dos propietarios, pero éstos fueron
actos de vendetta y no actos de alzamiento campesino. Ciertamente, habría
sido difícil encontrar una ilustración más expresiva de la situación social pos­
terior a 1933 que las partidas de caza organizadas por el antiguo cazador
furtivo Hildebrandt, en las cuales el superintendente de Silvicultura, von Bu-
low, hacía las funciones de montero de trailla y a las que la pequeña nobleza
de Mecklenburg asistía en peso.20 El cazador furtivo convertido en montero,
además, había sido soldado raso en la primera guerra mundial, y ahora ansia­
ba identificarse del modo que fuese con sus superiores militares. La condesa
von Schulenburg, a quien convocó a su despacho, después del fracaso del
complot de los oficiales, para informarla del arresto de su esposo por la Ges­
tapo (lo que significaba una muerte segura), observó con disgusto que el
escritorio del Gauleiter estaba presidido por un busto del padre de su esposo,
el general von Schulenburg, el gran comandante del ejército durante la pri­
mera guerra y ayudante del príncipe imperial.21
El Gauleiter Koch superó a Hildebrandt, tanto en el papel de asesino *
como en el de parvenu. Las esposas de los altos mandos del ejército y de los
nobles terratenientes se comportaban servilmente ante Frau Gauleiter —en
cuya residencia, hombres de las SA uniformados de negro y con guantes
blancos servían el té y pasaban las pastas—, pero criticaban el austero am­
biente y los sencillos muebles de la villa de los Koch de Koenigsberg. Duran-

° Durante la guerra, Erich Koch fue Gauleiter de Ucrania y cometió un número


incalculable de atrocidades, por las cuales se le condenó a muerte (que posteriormente
le fue conmutada) en Varsovia.
74 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

te la guerra, Koch se hizo construir un palacio, por trabajadores polacos eii


régimen de esclavitud. En el palacio de Krasna, “todo era un poco demasia­
do elegante, demasiado aristocrático y demasiado ceremonioso. Los sirvien­
tes se deslizaban, graves y silenciosos, por espaciosos salones. Todo el mundo
se movía allí imitando las versiones cinematográficas de la vida del haut
monde”:22
Caso único entre los radikalinski, el Gauleiter Hanke de Silesia consi­
guió hacer una buena boda: hijo de un maquinista, se casó con una joven
perteneciente a una aristocrática familia de terratenientes.23 Aunque éste fue
un caso único, su contrapartida, el divorcio, adquirió considerable difusión
entre los cuadros nazis después de la toma del poder. Para los condottieri a
quien los veintiocho cortos meses transcurridos entre el triunfo electoral de
1930 y la investidura de Hitler habían catapultado del anonimato a una vir­
tual omnipotencia, las mujeres representaban trofeos de victoria, tanto como
el poder o la riqueza. Algunos satisfacían su libido a través de una flagrante
promiscuidad, y otros se limitaban a repudiar a sus primeras esposas en
favor de sustitutas sexual y socialmente más deseables. Desde el punto de
vista de las relaciones públicas del partido, ninguna de estas dos soluciones
ofrecía ventajas demasiado claras. Aunque Goebbels —el gran adúltero del
Tercer Reich— aprobaba la tendencia de los líderes nazis de bajo origen so­
cial a contraer segundas nupcias, porque pensaba que ello conduciría a un
refinamiento social, Hitler lo consideraba políticamente negativo. Cuando el
ministro de la Guerra, von Blomberg, hizo un matrimonio desafortunado
—se supo que Frau Blomberg había sido prostituta—, el Führer aprovechó lo
sucedido para desacreditarle a los ojos de los demás generales y para conse­
guir su destitución.® Trató de impedir que la inestabilidad matrimonial de
sus paladines se convirtiera en un hecho muy claramente público; como el
procedimiento de divorcio tenía precisamente este resultado, prohibió termi­
nantemente a Goebbels y a Hans Frank que llevaran a término sus proyectos
en este sentido. En otras palabras, las costumbres sexuales prescritas para los
jefes nazis eran la promiscuidad clandestina equilibrada por el mantenimien­
to de una fachada familiar. Himmler mantenía a su esposa al margen en su
pequeña propiedad de Baviera y vivía en Berlín con su secretaria. Este arreglo
estaba motivado por consideraciones eugenésicas más que por intereses de tipo
sexual, puesto que Frau Himmler no había dado al jefe de las SS más que un
solo hijo, que, para colmo, era una niña.
Robert Ley era el más prominente de los dirigentes nazis de segunda fila
que se procuraron esposas más jóvenes. Su orgullo de propietario respecto a

*' Hacia la misma época, Hitler destituyó a su jefe de Estado Mayor, el general von
Fritsch; contra quien Heydrich había levantado una injustificada acusación de homo­
sexualidad.
E L PAHTIDO 75

los encantos físicos de la segunda Frau Ley era tan grande que las fiestas
que daba en su residencia terminaban invariablemente con el mismo gesto
dél anfitrión: apartaba unas cortinas y deleitaba a sus visitantes con la visión
de un retrato al desnudo de su esposa, de tamaño natural.24 Pero, con el
tiempo, la confianza del jefe del Frente de Trabajo en la capacidad del arte
para reflejar la naturaleza disminuyó, y para mostrar adecuadamente los en­
cantos de su mujer ante los visitantes, llegó a intentar, literalmente, arran­
carle las ropas en su presencia.25
La sociedad del Tercer Reich estaba tan centrada en lo masculino que las
esposas de sus figuras más representativas no aparecían en público más que
en forma periférica. Las señoras Goering, Goebbels, Hess o Ribbentrop de­
sempeñaban pocas de las funciones sociales, caritativas y decorativas que sue­
len ser propias de las esposas de los dirigentes en otros sistemas políticos; no
visitaban escuelas, orfanatos u hogares de ancianos. La mujer que podía ser
considerada, a falta de expresión mejor, la primera dama de la Alemania nazi
era Emmy Goering, la escultural ex actriz esposa del supuesto heredero de
Hitler. Eclipsado sólo por el Führer, Goering era el más poderoso y el más
popular de los dirigentes nazis, y su popularidad se debía en parte a su aspec­
to físico (aunque los estragos del tiempo y del vicio convirtieron pronto a
aquel Sigfrido otoñal en un malévolo Gargantúa). En gran parte a causa de
la extraña deformación de la vida pública y también debido a sus considera­
bles limitaciones, Emmy Goering nunca vivió totalmente de acuerdo con su
papel de primera dama. Las únicas ocasiones en que se comportó como se
esperaba de ella fueron su majestuosa boda con Goering en 1935 y el naci­
miento de su hija Edda, dos años más tarde.
Goering, hijo de un administrador colonial, ex oficial y cazador, cultivaba
la compañía de aristócratas, industriales y altos jefes militares, mientras que
el ex periodista Goebbels, de origen social bajo, introducía una nota nueva
y socialmente revolucionaria con su protección a artistas y estrellas de la pan­
talla. Los dos secuaces inmediatos del Führer rivalizaban en la suntuosidad
de sus hogares y en las ceremonias y recepciones organizadas bajo sus auspi­
cios. Por ejemplo, el baile de la Ópera de 1936, organizado por Goering, en el
cual los invitados de honor fueron llamados, imparcialmente, de las residen­
cias principescas y de los salones bursátiles (asistieron el ex zar Fernando de
Bulgaria, Krupp von Bohlen, el ex príncipe imperial de Alemania y Werner
von Siemens), fue una lujosa fiesta que costó no menos de un millón de mar­
cos. Al cabo de pocas semanas, Goebbels organizó un festival nocturno en la
isla del Pavo Real, en las afueras de Berlín. Para acceder a ella, se instalaron
pontones de la Wehrmacht. Los senderos de la isla estaban flanqueados por
jóvenes pajes portadores de antorchas, ataviados con calzones blancos ajusta­
dos y blusas de satén blanco con puños de encaje y pelucas empolvadas roco­
76 HISTORIA SOCIAL DEL TEHCEE BEICH

có, sacados del corps d e ballet de los teatros estatales así como de las filas
de los coros de establecimientos de Berlín menos refinados,
Como las relaciones sociales de Goebbels eran menos exclusivas que las-
de Goering, se presentó en la elegante fiesta acompañado de un grupo de­
matones del partido. Aquellos corpulentos veteranos de la pelea callejera y
de la bronca de taberna quedaron tan impresionados ante la ambientación ro­
cocó que se lanzaron sobre los pajes y los arrastraron a la espesura. Se
volcaron las mesas, se apagaron las antorchas, y en la confusión subsiguiente
tuvieron que ser rescatados de las aguas un grupo de viejos luchadores del
partido y sus futuras víctimas.26
El círculo personal del ministro de propaganda era, naturalmente, bastan­
te más escogido. Entre sus compañeros de disipación contaba Goebbels al
retratista profesor Hommel, al decorador Benno von Arent y al boxeador Max
Schmeling y su esposa (la actriz cinematográfica Anny Ondra). Uno de los;
lugares donde acudían con mayor frecuencia era el Kameradschaftsklub
(Club de la amistad) de los artistas alemanes, en la plaza Skagerrak de Ber­
lín. En el íntimo ambiente del club, Benno von Arent hacía las funciones de·
alcahuete, y el ministro encargado de limpiar la vida cultural de Alemania
de manifestaciones decadentes se sentaba rodeado de jóvenes actrices de-
generoso escote y escuchaba las suspectas melodías de jazz que interpretaba
la orquesta.27
En cambio, algunos miembros de la élite nazi —que no eran, desde Iuegor
los que inflamaban la imaginación de las masas— creaban a su alrededor un
ambiente de mejor gusto que el barroco esplendor de que se rodeaba Goeb­
bels o la disipada opulencia de Goering. El ministro del Interior, Friek, ofre­
cía recepciones en las que su esposa, ardiente aficionada a la interpretación
de lieder, deleitaba a los miembros de la burocracia ministerial y de la BU-
dungsbiirgertum (las clases medias cultas), los cuales, de vez en cuando,,
compraban la admisión a estos conciertos privados contribuyendo a las acti­
vidades caritativas oficiales. Frau von Neurath, la esposa del lugarteniente
de Hitler, del auténticamente aristocrático ministro de Asuntos Exteriores,*
organizaba tardes de calceta a beneficio de la Ayuda Invernal, a las que asis­
tían otras damas de la nobleza. La Ayuda Invernal era la suprema manifes­
tación caritativa del nazismo. Wemer von Siemens, el magnate de la indus­
tria eléctrica, instaló seiscientas sillas doradas en el vasto salón de música
de su residencia privada para acomodar a los auditorios que pagaban su buen
dinero para escuchar a la Orquesta Filarmónica, dirigida por él, en conciertos,
benéficos pro Ayuda Inverna).28

* El prefijo noble “von” adoptado por Ribbentrop, el sucesor de Neurath, presentaba»


serias dudas.
E L PARTIDO 77

A pesar de estos intentos de restablecer los rituales de épocas pasadas, el


tono de la vida social durante el Tercer Reich mostraba inequívocos signos
de deterioro. En el baile de Meissner, de la princesa imperial, se oyó a Fráu-
lein Kerrl, hija del ministro de Asuntos Eclesiásticos, hablando animadamen­
te de las cuarenta y ocho “posiciones del amor” con sus dos guardias de
corps, miembros de las SS.20 En una ocasión, el príncipe Karolus de Hohen-
iollern llevó a su amante, una dependienta, al baile de la embajada de Tur­
quía. Cuando se le reconvino amablemente por ello, se enojó y declaró: “Al
fin y al cabo, nuestra sociedad está llena de dirigentes nazis que, de forma
•completamente legal, llevan con ellos a ex cocineras, cosedoras y dependien­
tes a reuniones como ésta”.30 Su Alteza no hablaba por hablar. Cuando la
■segunda Frau Ley visitaba una elegante tienda de antigüedades, al pregun­
tarle el dependiente qué tipo de tapices deseaba comprar, ella respondió:
“No me importa, con tal de que sean auténticos”. En una soirée diplomática,
Frau Himmler se dirigió a Frau von Mackensen, esposa del embajador ale­
mán en Roma, y, tocando su vestido, exclamó: “¡Cómol ¿Todavía lleva usted
seda natural?”.31
Esta inadaptación social no era exclusiva de las esposas de los dirigentes
nazis. En una ocasión en que el jefe de las SA, Victor Lutze (sucesor de
Roehm), lucía guantes blancos, en una recepción de la embajada italiana,
Edda Ciano, hija de Mussolini, le preguntó al príncipe Philip de Hesse:
"‘¿Desde cuándo los camareros llevan uniforme de las SA?”.32 La muerte de
Lutze en un accidente de automóvil, durante la guerra, fue popularmente
atribuida al hecho de conducir en estado de embriaguez. Entre los nazis, el
alcoholismo era el vicio por excelencia. La visión matutina de Christian We-
"ber —ex taxista convertido en propietario de una flota de autobuses, una
red de estaciones de servicio y una de las mejores yeguadas de Alemania, así
•como presidente de distrito y superintendente de Silvicultura de la Alta Ba-
viera— tumbado sin sentido en el arroyo se convirtió en habitual en las calles
de Munich durante el Tercer Reich.33 Probablemente, a los habitantes de esa
ciudad la escena no les sorprendía en absoluto, pues estaban ya muy acos­
tumbrados a la dipsomanía de los dirigentes nazis, comenzando por la de su
propio Gauleiter (que fue destituido en 1942, en parte por esta razón) y por
la del fotógrafo de Hitler y experto en arte “professor” Heinrich Hoffmann,
que era conocido generalmente como “el borracho nacional en jefe” (Reich-
strunkenbold). Las conmemoraciones del putsch de Beerhall por la vieja
guardia nazi en las cervecerías de la ciudad de Munich se convirtieron en las
mayores borracheras colectivas de cada año, tanto en tiempos de paz como
■durante la guerra.34
En una ocasión, en plena guerra, cuando los düigentes veteranos de las
SA conmemoraban la primera reunión del partido en Coburg, uno de los par-
78 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ticipantes, borracho hasta la inconsciencia, se mató al caer por una ventana


del segundo piso del hotel. La penetración de los protegidos del partido y
de las costumbres del mismo en el aparato estatal tuvo consecuencias simila­
res. Por lo menos un miembro del gabinete del Reich, el ministro de Econo­
mía, Funk, era un borracho empedernido; y las cenas de hermandad a las que
asistían funcionarios terminaban a veces con concursos de tiro con carabinas
en los que las bombillas y los cuadros eran utilizados como blancos.35
Para contrarrestar esta disipación, Robert Ley inició en 1939 una campaña
de “conservación de la salud por la abstinencia”. El slogan de la campaña,
que lanzó él personalmente en la primera reunión (“La moderación no es
bastante”), suscitó dudas en el auditorio con respecto al control del orador
sobre su subconsciente, pero Ley mostró el suficiente dominio de la situación
para declarar seguidamente: “Debemos ser radicales también en la absti­
nencia”.3®
Esta insólita forma de radicalismo —a pesar de los buenos padrinos que
tuvo— no arraigó entre los “viejos luchadores”. En los últimos tiempos de la
guerra, Goebbels escribió en su diario: “Durante estos doce años de vida
fácil, la mayoría de los luchadores del partido habían disuelto en alcohol la
pequeña cantidad de materia gris que les llevó en su día a participar en el
Movimiento”.37
Según un criterio convencional, incluso la expresión “pequeña cantidad
de inteligencia” parece exagerada en el caso de algunos dirigentes nazis. Por
ejemplo, Hans Schemm, presidente de la Asociación de Maestros Alemanes y
ministro de Educación de Baviera, ofreció al mundo esta muestra de saber:
“En mi juventud leí Praxiteles y el Sánscrito, el libro sagrado de los indios”.88
El inefable Robert Ley hacía las más cómicas declaraciones, tanto en público
como en privado. Una vez afirmó, ante los obreros de una fábrica —segura­
mente para disipar ocultos complejos de inferioridad intelectual entre los
trabajadores manuales— : “Un científico se considera afortunado si, en toda
su vida, se tropieza con un germen, mientras que un barrendero levanta
miles de ellos a cada golpe de su escoba”. En una ocasión en que requirió
los servicios de un notable médico de Berlín en su ostentosa residencia de
Grünwald, le recibió diciéndole: “¡Qué amable por su parte venir a atender
a un simple obrero!”.39 *
Julius Streicher deleitaba a sus visitantes con el cuento de un viejo judío

* Este alcohólico que predicaba la templanza y era propietario de una villa, que se
jactaba de su origen obrero y, como hemos visto, definía el socialismo como la relación
de los hombres en las trincheras, mostraba poca disposición militar: su llegada a las
zonas ocupadas de la Unión Soviética, donde inspeccionaba el trabajo de los obreros-escla­
vos, era invariablemente señalada por los ordenanzas de las Fuerzas Aéreas haciendo rodar
un retrete portátil tipo silla de manos por las pistas inmediatamente antes del aterrizaje
del avión de Ley. (Entrevista a Herr Gustav Zerres, Colonia, abril de 1967.)
E L PARTIDO 79

de Nuremberg que clavaba en una cruz a su amable patrona, historia que


repetía, palabra por palabra, aproximadamente cada dos horas.40
Una forma parecida de estupidez se daba en los niveles más bajos de la
jerarquía nazi. En 1934, en el momento culminante de la campaña de elimi­
nación del desempleo, el alcalde de Giessen anunció un cambio de programa
en un concierto municipal con estas palabras: “En lugar del solista Edmund
Fischer, escucharemos ahora a la Orquesta Sinfónica de Frankfurt. Este es
un ejemplo más de la política del régimen, según la cual se da trabajo a mu­
chos hombres en el lugar donde antes sólo se empleaba a uno”.41
Pero sería erróneo pensar que la mayoría de los dirigentes nazis eran ab­
solutamente estúpidos. Un mínimo de inteligencia, por próximo que estuviese
de la simple astucia animal, era condición indispensable para mantenerse en
cualquier puesto de la estructura de poder del Tercer Reich, que estaba pe­
netrada por la rivalidad entre varias instituciones en constante desarrollo (el
partido, el Frente de Trabajo, la Corporación de Productores de Alimentos,
las SA y las SS) y dirigida por políticos sin escrúpulos.
Aunque, en última instancia, las SS demostraron Ser la más afortunada de
todas estas instituciones predatorias, los movimientos ascendentes o descen­
dentes dentro de la estructura de poder eran demasiado complejos para per­
mitir cualquier generalización. Así, en las regiones donde el Gauleiter estaba
enfrentado al dirigente regional de las SS, era políticamente desaconsejable
cultivar la amistad del hombre de Himmler.
Por otra parte, no todos los Gauleiter gozaban de la reputación y del apo­
yo por parte de las altas esferas con que contaban hombres como Terboven
(el coordinador [Gleichschalter] de Renania y gobernador de Noruega du­
rante la guerra), o como Sauckel (Gauleiter de Turingia y delegado del Reich
para la movilización laboral). Quien, ciertamente, no tenía esas cartas en
la mano era el Gauleiter Wahl de Augsburg. Cuando el director de Organi­
zación Nacional (Reichsorganisatíonsleiter), Ley, decidió destituirle, debido a
una reforma administrativa del Reich, Wahl corrió a Berlín a entrevistarse
con Hitler. Después de calmar su indignación durante diez horas en una an­
tesala de la Cancillería, hubo de tomar un tren de regreso a Augsburg. Pero
siguió negándose a aceptar la destitución de boca de Ley —el cual, final­
mente, fue desautorizado por el Führer— y siguió tozudamente gobernando
su Gau. Algunos meses después, una visita del Führer a Augsburg culminó
en una función de gala en el teatro municipal. Después del último telón,
Hitler se declaró altamente satisfecho de la calidad de la representación, y,
entre otras cosas, confirmó la permanencia de Wahl en su puesto.42
En general, los Gauleiter eran virtualmente omnipotentes en su región.
Podría parecer que los puestos ejecutivos a nivel de Gau (regional) ofreciesen
un máximo de oportunidades para el ejercicio del poder, pero el aparato del
80 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

partido funcionaba de tal manera que existía más poder real al nivel, teóri­
camente subordinado, del Kreis (distrito), circunstancia que hacía que mu­
chos veteranos a quienes la antigüedad había facilitado el acceso a un buen
puesto en la administración regional envidiasen a los “violetas de marzo”, los
cuales, con el instinto de auténticos servidores de los tiempos, se habían ins­
talado en la administración a nivel de distrito.43
En una situación inferior dentro de la jerarquía del partido estaban los
responsables de bloque, funcionarios cuya misión consistía en mantener a
todos los residentes de un bloque de viviendas bajo la más estrecha vigilan­
cia y colocarles ante la nariz las cajas de recolecta del partido en todas las
ocasiones. Debido a esto, los responsables de bloque eran considerados entro­
metidos e importunos, e incluso dentro del aparato del partido los funciona­
rios más altos tendían a evitar la relación con ellos. Aun así, las funciones y la
importancia local de los responsables de bloque aumentaron con el paso del
tiempo. Según órdenes del Ministerio del Interior, las delegaciones locales
del gobierno central, —oficinas de recaudación de impuestos, por ejemplo—
permitían a los responsables de bloque el acceso a los archivos confidenciales,
de modo que esos funcionarios podían completar así su información acerca de
cada una de las personas “ a su cargo”. En todas las casas divididas en
apartamentos o habitaciones, los responsables de bloque estaban encargados
de los tablones de anuncios del partido, en los que aparecían, además de ex­
hortaciones propagandísticas, anuncios sobre toda una serie de temas: la di­
rección de la oficina de información más cercana, detalles sobre las próxi­
mas colectas, ejercicios de defensa pasiva, cambios en el sistema de seguridad
social o de racionamiento, etcétera.
Consciente de los ambiguos sentimientos con que la población miraba a
los cuadros nazis, el partido ordenó a sus funcionarios a nivel de región y de
distrito que reservaran seis horas semanales para dispensarios quirúrgicos
abiertos al público. El Gauleiter Wahl se jactaba de haber atendido perso­
nalmente a treinta mil pacientes durante los doce años de su mandato.
En buena parte, la hostilidad popular hacia el partido no era de origen
político, sino que venía determinada por los privilegios de que gozaban sus
afiliados. Dado que él partido tenía sus tribunales internos, los ciudadanos
que no pertenecían a él se encontraban en desventaja al iniciar una acción
judicial contra alguno de sus miembros. Un dentista de Gelsenkirchen, por
ejemplo, quería demandar a un cirujano dental nazi, miembro de las Juven­
tudes Hitlerianas, porque éste había recomendado a los jóvenes a su mando
que no se sometieran al tratamiento de nadie más que de un cirujano dental.
El demandante descubrió pronto su total impotencia: el tribunal decretó que,
puesto que la declaración objeto de litigio había sido hecha por el cirujano
dental oficialmente, en su calidad de cuadro del partido, el único aspecto del
E L PARTIDO 81

caso que entraba en su jurisdicción era investigar si era realmente cuadro


del partido y si estaba autorizado a dar un consejo de este tipo.44
La situación privilegiada de los miembros del partido tenía su contrapar­
tida en los perjuicios que llevaba implicada la expulsión. Frecuentemente era
el despido del trabajo. Para los afiliados que eran funcionarios o maestros, el
despido era automático. Se intentó extender este mecanismo a todos los pues­
tos de trabajo, pero, en un memorable juicio, el Tribunal Laboral de Kottbus
decretó que el despido estaba justificado sólo cuando el trabajo del miembro
expulsado supusiera obligaciones específicas hacia el estado nacionalsocialista,
y determinó que esto no se aplicaba al caso del demandante, que era jardi­
nero de un cementerio 45
Otro problema judicial relacionado con la pertenencia al partido era la
cuestión contenciosa de si los afiliados debían ser juzgados con mayor rigor
que los demás ciudadanos. Cuando un veterano de las SA fue objeto de una
severa sentencia por impago del impuesto de matriculación de su coche, el
tribunal local añadió la recomendación siguiente: “A los veteranos se les
puede exigir más”. Pero el tribunal de apelación anuló la sentencia y ordenó
que se celebrase de nuevo el juicio, declarando que “los servicios prestados
al Movimiento deben determinar una reducción del castigo y no un aumento
de éste”.46 Un camisa vieja del partido que había sido olvidado en el repar­
to de prebendas se sentía lo bastante seguro de su causa como para formular
una reclamación al propio Hitler: “Debo de ser el único veterano del partido
que no ha obtenido ninguna ventaja de la revolución del 30 de enero
de 1933”.47
En la medida en que entraban en juego las relaciones públicas, el partido
hacía lo posible por crear la impresión de que sus miembros estaban obliga­
dos a adoptar una conducta más correcta que los demás ciudadanos. Una
sentencia por la cual dos vendedores de verduras que habían hecho caso
omiso de las regulaciones de precios fueron multados respectivamente en 40
y 20 marcos —correspondiendo la multa más elevada al que era miembro
del partido—, tuvo la total aprobación del Schwarzes Korps: “La opinión pú­
blica reaccionó favorablemente ante la sentencia, que representa una clara
refutación de los rumores de nepotismo”.48
Durante la guerra, cuando se hablaba mucho de que, en contraste con el
60 por ciento de miembros del partido comunista ruso que servían en el Ejér­
cito Rojo, sólo un 35 por ciento de los militantes nazis prestaban servicio acti­
vo en el ejército alemán, el partido replicó publicando las listas de bajas, que
mostraban que el porcentaje de militantes de las SA y de las SS muertos en
acción era más elevado que el de ciudadanos sin partido.49
El NSDAP exhortaba también a sus miembros a llevar a cabo buenas ac­
ciones tipo boy scout para hacer más grata la imagen del partido a los ojos
82 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

del pueblo. Se exhortaba a los camaradas a que se ofrecieran voluntariamente


a trabajar en las fortificaciones, a ayudar a las tareas de desescombro después
de los bombardeos, a colaborar en la ayuda a los refugiados, a presentarse vo­
luntarios para las W affen SS, etc. Fue también durante la guerra cuando el
partido hizo dos notables adiciones a la fauna que poblaba el bestiario del
Tercer Reich: los “pájaros de la muerte” y los “faisanes dorados”.0 “Pájaros
de la muerte” era el apodo popular aplicado a los cuadros locales del partido
que tenían el oneroso deber de informar a las familias de los soldados de la
muerte de su allegado, y, a veces, de organizar las subsiguientes ceremonias
(una innovación que favorecía la ambición del partido de sustituir a la Igle­
sia en el papel de primera fuente de consuelo espiritual en tiempos de gue­
rra). “Faisanes dorados” eran llamados, a causa de sus vistosos uniformes, los
funcionarios de la aristocracia administrativa del partido, especialmente en
los territorios ocupados. El mote aludía a la autosuficiencia, ostentación y am­
bición desordenada que les caracterizaban.
Y ¿qué decir de los Gauleiter? Su imagen de sí mismos como reyezuelos
territoriales les llevaba a favorecer a las regiones que gobernaban, como
cuando, a partir de 1939, conseguían la exención de las fuerzas armadas para
los atletas de su región, de modo que pudieran competir en los campeonatos
que se celebraban durante la guerra, para mayor gloria de su patria chica.50
Von Schirach, Gauleiter de Viena, Kulturzentrum, no dejó que las inquie­
tudes de la guerra le impidieran organizar fiestas de cumpleaños para las
figuras del arte y de la música alemana, Gerhardt Hauptmann y Richard
Strauss. Instaló a Hauptmann en el barroco palacio de Palavicini y obsequió
a Strauss con una batuta especialmente diseñada, con empuñadura de dia­
mantes.81 Hitler, que, en el curso de su visita a Roma en 1938, contravino el
protocolo de la corte italiana estrechando la mano a Beniamino Gigli des­
pués de un concierto en palacio, ordenó que Wieland Wagner fuera eximido
del servicio militar,52 y ordenó a Goebbels que hiciese lo mismo en favor de
un buen número de importantes figuras artísticas.53 Goering, que consideraba
que los artistas de los teatros estatales prusianos eran sus bufones particu­
lares, satisfacía sus aspiraciones al papel de grand seigneur organizando fiestas
de Pascua al aire libre en las que él personalmente escondía los huevos de
colores que tenían que buscar actores como Gustav Grundgens o Káthe
Dorsch.64 Incluso Julius Streicher jugaba de vez en cuando a mecenas: con­
tribuyó a la realización del film épico Das ewige Herz enrolando a todos los
miembros del partido y de las SA de Nuremberg para hacer de extras en un
ambiente medieval, y ordenó que fueran retirados todos los cables de los

° El hecho de que el águila alemana fuese uno de los rasgos más característicos del
uniforme del partido inspiró toda una serie de motes ornitológicos para los cuadros de éste.
E L PARTIDO 83

tranvías, postes de electricidad, etc. del centro de la ciudad, para dar verosi­
militud a los escenarios.55
Ningún episodio de la historia del partido tuvo tanto sabor a Renacimien­
to como la boda del Gauleiter Terboven en Essen, en junio de 1934. La capi­
tal del Ruhr se convirtió, toda ella, en escenario de desfiles y discursos, mien­
tras los fuegos artificiales, la intensa luz de los focos y de las 20.000 antor­
chas (sostenidas en alto por hombres en formación militar) iluminaban el
cielo de la noche. El alcalde de Essen brindó por la novia y la llamó “tierna
flor nacida de antepasados del más duro acero”,50 y Hitler confirió sentido
mítico a la ceremonia con su presencia. A la mañana siguiente, tomó un avión
hacia el sur para dirigir la masacre de la dirección de las SA, protagonista del
putsch de Roehm. El plan represivo había sido elaborado durante la fiesta
nupcial.
Durante la guerra, las aspiraciones renacentistas de los Gauleiter encon­
traron su más clara expresión en la tendencia al particularismo territorial.
Apoyados por Rormann, se resistieron a las medidas centralizadoras de Speer
con el fin de mantener intacta la economía de sus regiones, obstaculizaron el
traslado de trabajadores cualificados a otras zonas, y difirieron el cierre de
industrias de bienes de consumo.57 En un intento de hacerse populares, elu­
dieron las directrices referentes a la intensificación del trabajo y la reducción
del nivel de vida, que las autoridades centrales consideraban factores esen­
ciales para la buena marcha de la guerra. Racionalizando esta sutil forma de
sabotaje aseguraban que, al mantener elevada la moral, no obstaculizaban
el esfuerzo de la guerra sino que lo favorecían. Otro aspecto importante de
la actuación de los cuadros del partido durante la guerra fue el hecho de que,
en las situaciones que desbordaban los recursos de los funcionarios —acos­
tumbrados a trabajar según una determinada rutina—, los cuadros del partido
usurpaban las funciones locales del aparato estatal, tomando en sus manos la
distribución de la mano de obra, la administración de productos alimenticios,
la evacuación de refugiados y la construcción de fortificaciones. Aun cuando
los cuadros del partido introdujeron más corrupción que los funcionarios en
el desempeño de estas tareas, algunos de ellos mostraron nuevamente, en aque­
lla ocasión, la energía y la habilidad que doce años atrás les había hecho
capaces de llevar a la sociedad alemana del sopor democrático a la movili­
zación totalitaria.
5

EL RITUAL Y LA ADORACIÓN DEL FÜHRER

En el invierno de 1937, apareció en la prensa la siguiente noticia: “Un


nuevo grupo de viviendas de Braunschweig-Lehndorf, que ha estado en
construcción desde 1933, incluye una iglesia protestante que carece de torre.
Todo el grupo de edificios estará presidido por la torre del Aufbauhaus, que
será la sede local del partido y el eje de la vida pública”.1
Esta noticia ilustra la que es, probablemente, la descripción más expresi­
va que se ha hecho nunca del nacionalsocialismo: “Un catolicismo sin cris­
tianismo”. El principio organizativo fundamental de la pseudo-religión del
nazismo era el enmascaramiento de su total falta de trascendencia por medio
de dosis de ritual cada vez mayores. (En este contexto, el concepto de pseudo-
religión nazi no se identifica con el Movimiento Alemán de la Fe —el cual,
fuera cual fuera la intención de Hitler para después de la guerra, no fue
apoyado con excesivo entusiasmo durante el Tercer Reich—, sino con la acti­
tud oficialmente fomentada de reverencias hacia el partido, sus miembros, su
historia, sus actividades y sus objetivos.)
Uno de los principales métodos utilizados para inculcar esta actitud reve­
rente fue la institución de un ciclo de días santos, que sembraban la munda­
na rutina del año de momentos edificantes. Así, se creó toda una secuencia
de fiestas nazis: el 30 de enero (Día de la Toma del Poder); el 24 de febrero
(aniversario de la fundación del Partido Nacionalsocialista); el Día de Luto
Nacional, en marzo; el 20 de abril, cumpleaños de Hitler; el Primero de Mayo,
rebautizado como Día Nacional del Trabajo; el Día de los Padres; el Día
del Solsticio de Verano; la Reunión General del Partido, que se celebraba
anualmente en Nuremberg; el Día de Acción de Gracias por la Cosecha; el
9 de noviembre (Aniversario del Putsch de Munich de 1923), y el Día del
E L RITUAL Y LA ADORACION DEL FÜ H RER 85

Solsticio de Invierno. Entre otras cosas, se pretendía sustituir las festividades


cristianas, con las inevitables excepciones de Navidad y Pascua. Dos de aque­
llas fiestas eran, en realidad, parodias de la celebración pascual de la muerte
y la resurrección: el Día de Luto Nacional y el Aniversario del Putsch de
Munich. Antes de 1933, el Día de Luto Nacional estaba estrechamente vincu­
lado a las actividades de la Asociación para el cuidado de los cementerios de
guerra alemanes, y era celebrado en una forma acorde con su nombre. Pos­
teriormente, los nazis lo rebautizaron con el nombre de “Día de Recuerdo de
los Héroes”,* y le fueron quitando su primitivo contenido necrológico. Con
infalible regularidad, se producía cada año, ya fuese por accidente o preme­
ditadamente, un triunfo militar incruento que coincidía más o menos con
esta fecha: en 1935 fue la reintroducción del reclutamiento; en 1936, la remi-
litarización de Renania; en 1938, la anexión de Austria, y, en 1939, la incor­
poración de parte de Checoslovaquia. En 1939, además, se levantaron las
prohibiciones que pesaban sobre los espectáculos públicos, se fijó la celebra­
ción en el 16 de marzo (en lugar de hacerla coincidir con el Reminiscere —el
quinto domingo antes de Pascua— como hasta entonces), se le dio el nuevo
nombre de “Día de la Restauración de la Soberanía Militar”, y se creó para
él el slogan “No murieron en vano”.2
Así, al cabo de poco tiempo, el luto del pasado fue sustituido por la ale­
gría. El dolor cobró un sentido que antes no tenía a través de las victorias
alcanzadas, y la muerte perdió su sentido hiriente.**
La siguiente fiesta importante era el 20 de abril, cumpleaños de Hitler
(anunciado por la ubicua presencia de fotos del Führer en marcos dorados,
rodeadas por guirnaldas de flores, en los escaparates de las tiendas, y la inva­
sión de las fachadas de las casas por un mar de paños rojos con las esvásticas
negras sobre un círculo blanco). La ceremonia central del día era la presen­
tación de los nuevos miembros del cuerpo dirigente del partido en la Konigs-
platz de Munich, un rito nocturno de iniciación de masas que se valía, para
lograr un espectacular efecto teatral, de reflectores, pilones, antorchas, bande­
ras, redobles de tambor, fanfarrias, masas corales y del fondo austeramente
clásico de los edificios administrativos del partido.

* Por la misma razón, el monumento conmemorativo de la guerra de Hamburgo,


que representaba a una madre llorando con un niño en los brazos, fue sustituido por la
imagen de un águila rampante. Manchester Guardian, 16 de noviembre de 1938.
ee Con ocasión del Día de los Caídos de 1939, el Berliner lllustrierte Zeitung publicó
una ilustración que representaba a una anciana madre de aspecto marchito con un casco
de acero en su regazo, y cerca de ella, encima del aparador, un fotografía de su hijo
rodeada por una guirnalda. La ilustración iba acompañada del siguiente texto: “Tenién­
dolos presentes en el pensamiento, podemos devolver la vida a los muertos”. Berliner
lllustrierte Zeitung, 10 de marzo de 1938. Para un ejemplo detallado de los métodos nazis
para restar importancia al hecho de la muerte, ver el capítulo sobre el cine, p. 409.
86 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Todo el mundo alemán era el escenario de la próxima festividad, el Día


Nacional del Trabajo, que eclipsaba a todas las demás solemnidades del
calendario nazi en que a participación masiva se refiere. El ritual del Pri­
mero de Mayo nazi combinaba dos tradiciones que no tenían nada que ver
una con otra: la de las manifestaciones obreras portadoras de banderas y la
bucólica de la fiesta campestre en las afueras de los pueblos.
En el campo, las celebraciones de la víspera del Primero de Mayo com­
prendían la tala del árbol de mayo, las hogueras y la proclamación del Rey
y de la Reina de Mayo.3 Al día siguiente, la reina, a caballo, abría el desfile,
flanqueada por formaciones de honor del partido y de las fuerzas armadas, y
■seguida por grupos folklóricos de canto y baile y carros engalanados simbo­
lizando los diferentes oficios, la agricultura y el comercio. El desfile pasaba
por debajo de arcos triunfales adornados con el símbolo de soberanía del
partido (el águila estilizada que lleva en sus garras una guirnalda con una
•esvástica). En los centros urbanos industriales, los trabajadores se reunían
en sus empresas y desde allí marchaban —junto con sus patronos— hasta el
lugar de concentración ciudadana, la cual era seguida por espectáculos y di­
versiones durante la tarde y la noche.0
El Día de los Padres, el segundo domingo de mayo, se concedían cruces
■de honor, en ceremonias públicas, a las madres más prolíficas. Además, en
algunas regiones se acostumbraba a decorar las casas en las que había naci­
do algún niño durante el año precedente con guirnaldas de flores o con el
llamado Poema de la Vida.4
El Solsticio de Verano se celebraba con hogueras nocturnas a las que se
echaban coronas de flores conmemorativas, dedicadas a la memoria de héroes
de guerra o de mártires del partido. Después del canto de F euerspmche
{Proverbios del fuego), parejas de participantes saltaban las hogueras al son
de los gongs. Después, al ir extinguiéndose el fuego, encendían antorchas en
él y formaban filas para la procesión de regreso.
La pieza fuerte de las más solemnes celebraciones del solsticio era cono­
cida por el nombre del “discurso del fuego”; todos los años, en el Estadio
Olímpico de Berlín, Goebbels se dirigía a una multitud de cien mil per­
sonas.5
El año ritual llegaba a su cénit con la reunión de Nuremberg, donde
(según la fraseología oficial) se consumaba, año tras año, el matrimonio entre
el partido y el pueblo. Lo que distinguía la Reunión del Partido de otras
celebraciones nazis no era sólo su duración, sino el gran número de actores

* Todo esto creó un ambiente muy distinto al de los Primeros de Mayo de Weimar,
con su clima de lucha de clases y de agitación: las masas, resignadas o indiferentes,
cumplían un ritual en el que no creían desde hacía tiempo. Karl Heinz Schmeer, Die Regie
des offentlichen Lebens im Dritten Reich, Paul and Co., Munich, 1956, p. 85.
E L RITUAL Y LA ADORACION DEL FÜH RER 87

que participaban en ella, después de varios ensayos (pues 110 se trataba ya


de simples extras llevados de un lugar para otro, como en el Primero de
Mayo). Así, en una ceremonia nocturna del 10 de septiembre de 1937, desfi­
laron ante Hitler 100.000 miembros de la dirección política del Partido Nacio­
nalsocialista, llevando 32.000 banderas y estandartes. Todo este gran espec­
táculo se desarrolló bajo un "dosel de luz” de 800.000 metros de altura for­
mado por los rayos verticales de proyectores dirigidos hacia el cielo.
En Nuremberg, las parodias de la adoración cristiana alternaban con
ritos atávicos: cuando Hitler hacía la consagración anual de los nuevos colo­
res del partido, tocándolos con una mano mientras con la otra estrechaba la
Blutfahne (la “bandera de la sangre”, agujereada de balas y supuestamente
empapada en la sangre de los mártires nazis muertos durante el abortado
putsch de noviembre de 1923), actuaba como un sacerdote-médium que trans­
mitía, a través de su cuerpo, el fluido mágico del viejo símbolo sagrado a
los nuevos símbolos.6 Semanas después de la Reunión del Partido de septiem­
bre, Hitler jugaba nuevamente un papel central en la ceremonia de Acción
de Gracias por la Cosecha del Bückeberg, adonde llegaba después de pasar
por debajo de un centenar de “arcos de la cosecha” decorados, erigidos en
varios pueblos de su ruta. Ascendía por la falda del Bückeberg entre una
gran concurrencia de campesinos con sus familias, y oficiaba en la concesión
de la corona de la cosecha ante un altar cubierto de frutos de la tierra.7 La
ceremonia se terminaba de manera espectacular, si bien incongruente, con la
realización, a cargo de unidades motorizadas de la Wehrmacht, de simula­
cros de batalla al pie de la colina. Esta celebración de la Corporación de
Productores de Alimentos del Reich era seguida por celebraciones paralelas
a nivel local en todas las zonas rurales del país, en el curso de las cuales los
trabajadores agrícolas con muchos años de servicio recibían recompensas,
mientras los mandamases nazis del pueblo se embriagaban de palabrería
y de alcohol.
El 9 de noviembre, en cambio, era una fecha sagrada, en la cual el vene­
rado grupo de supervivientes del putsch de Munich escenificaban en silen­
cio su marcha por las calles de la capital bávara, en medio de la multitud,
en una extravagante caricatura de las representaciones de la Pasión.8 Su ca­
mino hasta la Feldherrnhalle constituía una evocación de las estaciones del
camino de la Cruz, pero con una clara diferencia: que aquí el Salvador mar­
chaba erecto, ceñudo y pisando firme con sus botas altas, al frente de sus dis­
cípulos; Calvario y Resurrección se fundían en una ceremonia sombría y
electrizante.
Electrizante es una palabra adecuada, pues implica al mismo tiempo la
reacción alucinatoria y la inquieta emoción que suscitaba el ritual nazi. Si la
primera víctima de la guerra suele ser la verdad, las primeras víctimas del
88 HISTOEIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Tercer Reich fueron la calma y la ecuanimidad. (Dice un poema clandestino


de Friedrich Georg Jünger: “Romped el aire con cañones / no puedo tolerar
la laxitud. El silencio roza la traición. / Pero siempre estará vuestra frente
húmeda del sudor del aplauso”.) La gran fuerza del régimen procedía de su
capacidad para lograr que un número cada vez mayor de alemanes se con­
siderasen combatientes anónimos cuyo permiso podía ser revocado en cual­
quier momento, más que individuos centrados en su vida civil. Hacia fuera
de sus fronteras, la dinámica nazi produjo una serie de agresiones; hacia el
interior, hacia los alemanes, un permanente “síndrome de alerta”. Todos los
organismos sociales de una cierta complejidad confieren a sus miembros varios
papeles simultáneos: en la familia, en el lugar de trabajo, en la comunidad
local, etc. El Tercer Reich, en cambio, condicionaba a sus súbditos para
representar, cuando se les ordenase, un único papel, con exclusión de todos
los demás.
Para cortar al individuo de sus raíces y hábitos sociales, el régimen pro­
curaba mantener el estado de tensión durante los intervalos entre las celebra­
ciones rituales y las victorias en el extranjero. La música marcial marcaba
el pulso del país, y los desfiles callejeros —imagen obsesiva de los alemanes,
ya desde los días de empacho imperial y los de la escasez republicana— da­
ban una nota de excitación al aspecto cotidiano de la calle. El periodista
americano Shirer anotó en su diario de 1934 que a cada momento tenía que
entrar precipitadamente en alguna tienda para evitar tener que saludar los
estandartes de las SA o las SS, o arriesgarse a ser apaleado por no hacerlo.®
(En un juicio contra un transeúnte que no había saludado a la bandera, el fis­
cal declaró: “Aunque no existe ninguna ley acerca de la obligatoriedad del
saludo, éste se ha convertido en una costumbre establecida, y el hecho de no
atenerse a ella representa, por tanto, un claro acto de provocación”.) 10
La mayoría de los alemanes obedecían las directivas oficiales, en parte
por temor a las represalias, pero también porque, cuando veían a las marcia­
les y disciplinadas columnas de las SA, marcando el paso de la oca, reaccio­
naban con una mezcla de sorpresa fascinada e identificación pasiva. Esta
identificción se iba haciendo menos pasiva a medida que un número cada
vez mayor de alemanes —tomando una expresión de Lenin— “votaban con
los pies”. Su progresiva sujeción al martilleo de las marchas militares y de las
canciones patrióticas parecía resultado de un lavado de cerebro. “Como un
montaje de slogans, la canción transforma gradualmente la realidad aproxi­
mándola a la idea expresada, a condición de que sea cantada con la suficien­
te frecuencia y sea gradualmente asimilada por la psique. Las asociaciones
formadas por el ritmo de la marcha son transmitidas al conjunto del cuerpo,
y el abandono de la columna en marcha le parece al sujeto equivalente a la
pérdida de sentido de su existencia anterior.” 12
E L B 1TUAL Y LA ADOBAClÓN DEL FÜ H BER 89

Conscientes de que debían su éxito a la palabra hablada más que a la


letra impresa, los nazis desplegaron todos los recursos visuales y sonoros a
su alcance para orquestar * el ritual de sus mítines,13 y frecuentemente lo­
graban el efecto adecuadamente definido por Goebbels en 1932: “E l Sports-
palast rugió y chilló durante una hora entera en un delirio de incons-
• ♦ » 14 .
ciencia .
El clima que se creaba en estos mítines era ampliamente difundido por
radio, y se encontraron los medios de que los oyentes pudieran unirse a los
participantes directos en estas orgías de autosugestión. En las fábricas y
oficinas, la audición era obligatoria; en los restaurantes y cafés debía reducir­
se el ruido al mínimo: * * los camareros interrumpían el servicio y los comen­
sales que estaban solos se sentían cohibidos de seguir masticando su comi­
da en aquella reverente atmósfera. Si no resultaba posible, a pesar de todo,
crear esta atmósfera, el dueño del establecimiento estaba obligado (por orden
del Ministerio de Propaganda al ramo de hostelería)15 a desconectar la radio,
para que la solemnidad de la ocasión no se viese mancillada por el ruido
de platos y cuchillos.
El ritual de los mítines públicos adquiría mayor altura gracias a la nomen­
clatura utilizada. Se les llamaba a menudo Appelle, palabra de doble conno­
tación: militar (Morgenappell, revista) y espiritual (Appell an das Gewissen,
apelación a la conciencia).
Los Lager —simples campos de entrenamiento para las formaciones del
partido o campos “de educación” para profesionales— jugaban un papel cla­
ve a la hora de inculcar respuestas rituales. El ritual de los campos desper-
sonalizaba a los individuos debilitando sus vínculos con la vida familiar; ais­
lados del contexto de su existencia civil, se hacían más receptivos al adoctri­
namiento. Todo el proceso de condicionamiento estaba encaminado a produ­
cir lo que hemos denominado “el síndrome de alerta”: la idea de que la
vida privada no era ya más que un período indeterminado de permiso que
podía ser revocado en cualquier momento, y entonces sería necesario pasar
al servicio activo.
* Orquestación es la palabra justa. Los directores de escena del partido nazi tenían
una escala de decibelios para el volumen que debían alcanzar los aplausos en las ocasiones
rituales. En el homenaje al héroe de la marina Gunther Prien y a su tripulación, la direc­
ción política del partido de Berlín recibió la orden de producir la “NS-Jubel dritter
Stufe” (“máximo volumen de gritos y aplausos nacionalsocialistas”). Cf. Walther Hage-
mann, Publizistik im Dritten Reich, Hansische Gilden, Hamburgo, 1948, p. 75.
Durante una visita a Italia, un ciudadano del Tercer Reich observó la ausencia de
la “bestial seriedad” alemana con que se desarrollaban allí este tipo de ceremonias. En la
Ópera, aunque la totalidad del público se ponía en pie y levantaba el brazo derecho
durante la obligatoria interpretación de Giovinezza (el himno fascista), las conversaciones
privadas no se interrumpían, proséguía la venta de dulces, se cerraban puertas ruido­
samente y los niños alborotaban. Cf. Erich Ebermayer, Denn heute gehort uns Deutschland,
Viena, 1959, p. 261.
90 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Otro instrumento del proceso de despersonalización era el uniforme. Meti­


do en una chaqueta semimilitar, el individuo perdía su condición civil; y a
menudo tenía que recibir órdenes de hombres inferiores a él, social y profe­
sionalmente. Esto minaba también la seguridad del yo y separaba a la per­
sona de sus relaciones sociales.
En otro contexto, los uniformes eran parte esencial del decorado del Ter­
cer Reich. Su misma ubicuidad y variedad creaba ya la conciencia de la am­
plitud del poder del Reich. Cada funcionario nazi con responsabilidad ejecu­
tiva era considerado “portador de soberanía” (Hohettstrager); y cuanto más
numerosos pareciesen en la tierra los portadores de soberanía, más alta pare­
cía elevarse hacia el cielo la suma total del poder que representaban.
Pero los uniformes no son bonitos sin las medallas. Una medalla nueva,
para los soldados heridos en la Gran Guerra, acuñada veinte años después
del suceso, fue concedida a casi medio millón de veteranos,16 el 10 por ciento
de los cuales vieron sus esperanzas defraudadas, pues no pudieron probar
que habían sido heridos, sino solamente que estaban enfermos a raíz de la
guerra. Los poseedores de medallas formaron asociaciones a escala nacional,
asociaciones que tenían su ritual propio. Así, 1.200 miembros de la Unión Na­
cional de Portadores de la Medalla a la Salvación de Vidas, cuyas edades
oscilaban entre los ocho y los ochenta y seis años, celebraron su Reichstunde
(la “hora nacional” reservada para ellos) con una marcha por el Lustgarten
de Berlín.17
Las autoridades dedicaban gran atención al ritual de las medallas: los
portadores de la Cruz de Honor de la Madre Alemania, por ejemplo, recibie­
ron copias en miniatura de sus condecoraciones para el uso cotidiano (el
original se reservaba para las solemnidades). Las autoridades no siempre
calculaban con exactitud el número de los futuros condecorados. Cuando
se concedieron las insignias de honor de la “muralla occidental”, se dio prio­
ridad a los miembros del partido y a los funcionarios de las SA responsables
de aquella construcción, de lo cual resultó que no hubo bastantes para los
autores directos de las fortificaciones.18 Pero la iniciativa privada aprovechó
la ocasión, y los almacenes pusieron a la venta “joyas de la muralla del oes­
te” (anillos conmemorativos, broches y alfileres de corbata), que satisficieron
la gran demanda de los trabajadores de las fortificaciones y de sus familias.19
Esto nos lleva a la aplicación del ritual a la actividad industrial del Ter­
cer Reich, que tomó gran cantidad de formas y dio lugar a algunas curiosas
innovaciones. Una fábrica de Wurtemberg dispuso que dos de sus obreros
deleitaran a sus compañeros cada mañana con una canción interpretada a la
armónica, como apertura de las tareas de la jornada.20 Una empresa de Mag­
deburg sustituyó por fanfarrias los acostumbrados toques de sirena que indi­
caban la pausa de media mañana y la del almuerzo. El marcar en el reloj
E L BITUAL Y LA ADORACION DEL FÜ H RER 91

al comenzar y finalizar la jornada fue sustituido por el pasar lista.21 (Esta era
una innovación especialmente cara al jefe del Frente de Trabajo, doctor Ley.)
Una empresa modelo * de Leipzig instituyó el toque de campanas como
señal de comienzo y de conclusión de la jornada laboral, ritual pseudo-reli-
gioso que el jefe local del Frente Alemán de Trabajo justificó declarando que
el trabajo creador era la mayor bendición de que gozaban los alemanes.22
El concepto de bendición, en el sentido de que “es mayor bendición dar
que recibir” **, dominaba también el que habría de convertirse en ritual al­
truista por excelencia del Tercer Reich: la Ayuda Invernal. De 1937 en ade­
lante, cuando Alemania superó los efectos de la Depresión y hubo más pues­
tos de trabajo que desocupados, la campaña para la Ayuda Invernal fue una
forma de actividad justificada por ella misma, y exactamente en calidad de tal
servía al objetivo del régimen de mantener una permanente mavilización emo­
cional. Así un invierno tras otro, una gran máquina se mantuvo a pleno funcio­
namiento de recolecta y de publicidad, bajo pretextos evidentemente falsos. In­
cluso las colectas realizadas durante la guerra para ayuda a los soldados ser­
vían menos de remedio a lo que, en algunos casos, podía considerarse verda­
dera necesidad, que de resortes para mover los sentimientos populares y de­
sencadenar una respuesta de autosacrificio. (El propio Goebbels tuvo la inge­
nuidad de definir la colecta de ropas para el frente del este realizada en el
invierno de 1941 como “un plebiscito retroactivo”.) 23
En las campañas pro Ayuda Invernal se invirtió una dosis considerable
de imaginación. Como hemos visto, uno de los principales ritos que se inven­
taron fue la “comida de plato único” mensual, con la cual se reducía el pre­
supuesto alimenticio de un día en todos los hogares alemanes; el dinero así
ahorrado se entregaba a la Ayuda Invernal. En ocasiones, esta ceremonia, en
principio privada, se celebraba públicamente. En 1937, el desfile de carnaval
de Mainz incluyó treinta cocinas de campaña móviles escoltadas por cocine­
ros y soldados vestidos de blanco. En el punto terminal del desfile, se insta­
laron al aire libre grandes mesas donde el público pudo tomar un sencillo
guisado de tocino con guisantes, a los sones de la música militar. * * *
Uno de los ritos de la Ayuda Invernal cobró tal amplitud que se convirtió

e Título concedido por el Frente Alemán del Trabajo a las empresas que mejoraban
su sistema de seguridad e higiene e instalaban para uso del personal comodidades como
cuartos de baño y cantinas.
410 Esta cita de la Biblia fue usada por Goering cuando postulaba personalmente en
las calles de Berlín, durante la campaña que la Ayuda Invernal promovió en esa ciudad
en 1934. Cf. Willi Frischauer, Goering, Londres, 1950, p. 119.
* * * Esta comida colectiva con guisantes, constituía, según el Westdeutscher Beobachter
del 9 de octubre de 1935, un ritual conmemorativo, pues los guisantes exhalaban el aroma
del barracón militar. “En el granizo de los cañones enemigos y en los vapores de las cal­
deras de las cocinas de campaña se formó la generación de la que han salido los actuales
dirigentes de Alemania.”
92 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

en parte habitual de la escena pública: las colectas. Cada invierno, de octu­


bre a marzo, se vendían cada mes unas placas que los compradores coloca­
ban en la puerta de sus casas, Ello les garantizaba la inmunidad temporal
contra los ávidos postulantes que, en las grandes ciudades, recorrían infatiga­
blemente las escaleras de las casas con el fin de descubrir hasta el último
posible donante.
Este tipo de colecta era llevada a cabo por los soldados rasos de las orga­
nizaciones nazis, mientras que las cuestaciones públicas a las que se daba
mayor relieve publicitario eran llevadas a cabo ocasionalmente por estrellas
de la pantalla, deportistas y autoridades del partido y del estado:
“Entonces, Su Excelencia el ministro de Asuntos Exteriores von Ribbentrop
cogió una hucha petitoria. Sonriente, el ministro expresó su satisfacción ante
la presteza de los berlineses en realizar sacrificios. La gente bromeaba e
intercambiaba cordiales saludos; sonaban las monedas. Una banda de músi­
ca tocaba, y, a sus sones, dos trabajadores se pusieron a bailar y otros les
acompañaron cantando. Un hombre que había tenido la suerte de abrirse
paso a través de la multitud ofreció una rosa a la dama de la hucha petito­
ria, Magda Goebbels, la esposa del ministro de Propaganda. Cuando la poli­
cía pidió a la gente que circularan, se oyó una voz femenina que gritaba:
‘¡Pero yo quiero mirarla a los ojos!’.” 25
La interacción entre gobernantes y gobernados, que en las democracias
se expresa en la ritual inversión de la estructura de poder en las elecciones
(la efímera ocasión que tiene el ciudadano corriente de decidir sobre aque­
llos que habitualmente tienen poder de decisión sobre él), era caricaturizada
en aquellas ocasiones por los dirigentes que, gorra en mano —o mejor, hucha
petitoria en mano—, solicitaban donaciones.
Las presiones ejercidas sobre aquellos que se negaban a estas demandas
eran variadas. En Berlín, una furgoneta abierta del Schivarzes Korps recorrí a
las calles y, desde ella, hombres de las SS cantaban a coro la irónica y estre-
mecedora advertencia a los espectadores: “Sacad de prisa vuestros dineros o
saldréis en el Schwarzes Korps”.26 En ocasiones, la misma organización de la
Ayuda Invernal publicaba notas acusatorias en la prensa: “El Rechnungsrat
(consejero del Tribunal de Cuentas) retirado Amberger no ha dado un solo
pfennig desde el comienzo de la campaña de 1934-35, a pesar de que recibe
una pensión mensual de cuatrocientos marcos”.27 Las pequeñas comunidades
rurales colocaban en lugar visible los llamados Tablones de la Vergüenza, en
los que figuraba la lista de aquellos que “a pesar de tener posibilidades eco­
nómicas, se niegan a hacer donaciones”.28
No era infrecuente que los “elementos egoístas” fuesen víctimas de vio­
lencias físicas organizadas. “La viuda de B., de Volksdorf, que sólo había con­
tribuido con unas botas de montar a una colecta de ropas para la Ayuda In-
E L RITUAL Y LA ADORACION DEL FÜH RER 93

vernal, hubo de pedir protección a la policía cuando una multitud amenaza­


dora se congregó junto a su casa y comenzó a destruir su invernadero.” 20 “El
granjero Bernard Sommer, de Krempdorf, que había dicho a los postulan­
tes que si querían fruta de sus árboles eran libres de cogerla ellos mismos, tuvo
que ser protegido por la policía porque se formó junto a su granja una aglo­
meración de cientos de personas que exigían su encarcelamiento.” 30 La difa­
mación de personas indefensas tomaba muchas formas: la delegación del par­
tido del distrito de Duderstadt anunció crípticamente que “el granjero” Josef
Bohme de Weissenborn, que había donado tres libras de fruta podrida, esta­
ba “sufriendo el desprecio de toda la población de sentimientos nacionalso­
cialistas”.31 En un contexto diferente, el pie de una fotografía (publicada en
el Schwarzes Korps) 32 de un grupo de campesinos saludando con el brazo
en alto, identificaba, al fondo, a una persona —el pastor Erich Gans, de la
iglesia luterana, beneficiado en Niederbieber— que no levantaba el brazo.
Después del plebiscito de la primavera de 1936, una pancarta colocada a tra­
vés de la calle mayor de una aldea próxima a Neustrelitz llevaba la inscrip­
ción:33 “Tomad nota. En este pueblo viven treinta y tres traidores a su país.
Quien desee conocer sus nombres, sólo tiene que preguntar en la oficina
local del partido”.
Constantemente se inventaban nuevas ceremonias que eran vistas con sá­
dica satisfacción o bien con la más fría indiferencia por los espectadores.
Una mañana de marzo de 1933, una inglesa residente en Sajonia quedó sor­
prendida al ver a unos presos políticos que, bajo la vigilancia de hombres de
las SA, restregaban el pavimento de la carretera con jabón y cepillos para
borrar los slogans antinazis que habían pintado en él unos días antes, mien­
tras los carteros, los repartidores del pan y otros transeúntes seguían tranqui­
lamente su camino, evitando cuidadosamente tropezar con las postradas figu­
ras, sin un solo parpadeo de sorpresa.34 Los postes que indicaban el camino
de Dachau (el infame campo de concentración) tenían la forma de grabados
de madera en los que se veía a sonrientes hombres de las SS que llamaban
por señas a judíos y a personajes de aspecto criminal que llevaban a la es­
palda sacos de objetos robados.35
Durante el otoño de 1935, los domingos por la tarde, en la concurrida
Kurfürstendamm de Berlín se veían siniestramente amenizados por escuadras
de las SA que se instalaban en las aceras, desde donde vociferaban slogans
del tipo de: “Cuando ensartemos a los judíos como pollos, las cosas irán
mucho mejor”, o: “Camaradas de la SA, ahorcad a los judíos, llevad al pare­
dón a los políticos corrompidos” a sus obligados oyentes de las abarrotadas
terrazas de los cafés.38
En Nuremberg, una burlona multitud de dos mil personas seguía en pro­
cesión un carro en el cual hombres de la SA paseaban a una joven, a la ma­
94 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ñera de los penitentes de la Edad Media que eran llevados al suplicio. Le


habían rapado la cabeza y le habían colgado al cuello un letrero que decía:
“Me he entregado a un judío”. *
Las noticias de casos de contaminación racial en la prensa nazi lanzaban
instantáneamente a la calle a grupos de linchamiento. En Konigsberg, donde,
según el Schwarzes Korps,87 un judío había obligado a una empleada suya de
diecisiete años a bañarse desnuda por la noche y sólo la oportuna llegada de
una patrulla de las SS había evitado que la muchacha se suicidase, un grupo
de unas cien personas rodeó la casa del judío en cuestión, obligando a la
policía a protegerle.
Hechos como éste se hicieron cada vez más frecuentes, y llegaron a su
culminación en el pogrom de noviembre de 1938, en que millones de ale­
manes, literalmente, fueron testigos de una ceremonia de incendio, destrucción,
pillaje, violencias físicas y asesinatos, todo ello a nivel nacional. Con la gue­
rra, los ritos sádicos más evidentes, en Alemania por lo menos, disminuyeron
hasta cierto punto, si bien en toda Turingia se siguió usando una horca mó­
vil de tres brazos para ejecutar públicamente a los campesinos polacos acu­
sados de contaminación racial. Así como los alemanes se habían habituado a
los ritos de antes de la guerra, se adaptaron también rápidamente al nuevo
entorno visual, dentro del cual ninguna imagen callejera estaba completa sin
la presencia de las claras indicaciones de los estigmas: los polacos con la gran
letra P en las chaquetas, los ucranianos con los letreros azules y blancos en
el pecho y la inscripción Ost (este), los judíos con la estrella amarilla, etc.
La variedad ritual más frecuente y extendida en la Alemania nazi fue sin
duda el saludo brazo en alto. La obligación que tenían todos los ciudadanos
de usar el “|Heil Hitler!” en todas las ocasiones fue uno de los más pode­
rosos medios de condicionamiento totalitario que se puedan concebir.*0
Había personas que empleaban todo tipo de estratagemas para evitar el
saludo; desde el fingir no ver a conocidos por la calle hasta el esbozar un
casi imperceptible movimiento del brazo derecho, acompañado de un mur­
mullo inarticulado. Pero al cabo de algunos meses de la toma del poder, la
mayoría de los alemanes se habían acostumbrado del todo a esta insólita
forma de saludo.
° Las autoridades nazis veían también una función del profilaxis social en la
exhibición pública de los recalcitrantes portando letreros. En Hoyerswerda, los bebedores
conocidos eran obligados a recorrer las calles llevando letreros que decían: “Me he bebido
todo el salario” (cf. Frankfurter Zeitung, 8 de diciembre de 1934), y, según The Times
del 17 de agosto de 1938, los niños austríacos que fueron a pasar el verano de 1938 con
sus padres adoptivos en Alemania fueron obligados, a su regreso a Viena, a llevar, colgados
del cuello, unos letreros que proclamaban: “He robado a los padres adoptivos que me
han acogido”.
* * V » el capítulo sobre el Tercer Reich, p. 37, y, para un análisis más detallado,
Bruno Bettelheim, The Informed Heart, Londres, 1961.
E L EITUAL Y LA ADORACIÓN DEL FÜH RER 95

En otoño de 1933, se observó que una mujer de Dresde decía a su hija,


una niña de corta edad: “]Ve al otro lado de la calle a ver a la tía, und mach
hübsch dein Hitlerchenl" y (haz el Hitlerito como una niña buena).38 Aun
así, el obligatorio rito creaba unos ciertos problemas, como reflejan estas
instrucciones para una conducta irreprochable que escribió un émulo nazi
de Dale Camegie: 39
“Si las dos personas pertenecen al mismo grupo social, es habitual levantar
el brazo derecho hasta una altura que haga visible la palma de la mano. La
frase que debe acompañar a este gesto es *|Heil HitlerI’, o, por lo menos,
‘¡Heñí’. Si se divisa a lo lejos a un conocido, basta simplemente con levan­
tar la mano derecha en la forma descrita. Si uno se encuentra con una perso­
na inferior a él, por posición social o por cualquier otra circunstancia, debe
extender completamente el brazo derecho, elevándolo al nivel de los ojos, y
debe decir al mismo tiempo: ‘[Ileil IlitleiT.”
Y, como apéndice: “El saludo debe hacerse siempre con el brazo izquier­
do, en caso de que el caballero lleve del brazo derecho a una dama”.
En el mismo contexto de precisiones formales acerca del saludo, cuando
el ministro de Comunicaciones Postales declaró obligatorio el saludo nazi
para todo el personal bajo su jurisdicción (que incluía a un cierto número
de inválidos de guerra y a otros hombres lisiados), puntualizó que todo aquel
que estuviese impedido del uso del brazo derecho debía, en la medida de
lo posible, levantar el izquierdo. Había otros nudos gordianos que requerían
la espada oficial: por ejemplo, una vez se preguntó al ministro de Justicia si
los alguaciles que llevaban a cabo los embargos de la propiedad debían omi­
tir el saludo durante el cumplimiento de este deber. El ministro decidió que
negarles el derecho al saludo alemán implicaría un rebajamiento de su con­
dición social.40 Por otra parte, el Frente Alemán de Trabajo anunció en 1933
que las cartas de despido extendidas por las empresas, especialmente las
correspondientes a las fechas navideñas, no debían terminar con el "¡Ileíl
Hitler!”.41
La consideración de los problemas que implicaba el uso del saludo ale­
mán, ya en su forma oral o en la escrita, nos lleva a pensar en el propio
Hitler, la deidad que daba sentido a toda· la complicada estructura del ritual
nazi. La relación entre el pueblo alemán y sus dirigentes era completamente
diferente de la habitual en los demás países occidentales, cuyos dirigentes
tendían a situarse a un nivel poco superior al de sus compatriotas.
En Alemania, en especial desde la época de Bismarck, la gente del pueblo
consideraba a los hombres que ostentaban la jefatura como situados en una
dimensión extraterrena especial.
Típica de esta situación era la obsesión del Kaiser por la gloria, que, en
una época en que el caballo de vapor aventajaba ampliamente al caballo de
96 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

carne y hueso como símbolo de poder, le llevaba a firmar sus papeles sentado
en una silla de montar, convenientemente colocada sobre una silla corriente.
Hindenburg, el presidente tótem —adecuadamente apodado “el Titán de
madera”—, presentaba también una imagen de personajes superior a los demás.
Entre el emperador y el mariscal, la suprema magistratura había ido a
parar a manos del antiguo maestro talabartero Ebert, un presidente que de­
mostró ser lo suficientemente ignorante de las susceptibilidades de sus gober­
nados como para permitir que un fotógrafo de prensa le fotografiase en ba­
ñador en una playa del Báltico, en agosto de 1919.48 La visión del estómago
de su primer ejecutivo dejó consternada a la psique alemana; un hombre que
descubría así su vulgar humanidad a los ojos del mundo era congénitamente
incapaz de ser un jefe.*
Desde los tiempos de Bismarck hasta bien entrada la era de Adenauer,
los compatriotas de Ebert despreciaban a los dirigentes que no eran más que
magnificaciones de sí mismos. En realidad, no deseaban tener hombres de
estado, sino ídolos dotados de cualidades sobrehumanas. No importaba mu­
cho que los atributos de estas figuras de talla superior a la normal fuesen
otros que los puramente positivos; las cualidades positivas de un líder eran
motivo de identificación pasiva en los momentos de prosperidad, y las nega­
tivas eran motivo de exculpación en los tiempos adversos (como ocurrió con
el Kaiser después de 1918).
En la persona de Hitler se cumplía de manera excepcional la primera
condición que los alemanes imponían al líder: el hecho de ser completamente
diferente de los gobernados. Inmune al significado de la vida para el hombre
corriente, Hitler era abstemio, vegetariano, no fumaba, era asexual, carecía
de familia y de cualquier lazo humano de amor o de amistad. Y a pesar de
estas diferencias, su personalidad reproducía aspectos del lado más enfer­
mizo de la psique alemana, en especial la inextinguible capacidad para el
resentimiento, alimentada de unas reservas ilimitadas de autocompasión, pa­
ranoia y manía persecutoria. De acuerdo con la leyenda popular, ejemplifi­
caba también la capacidad de sus compatriotas para el trabajo duro; pero los
prodigios de resistencia de Hitler —tres discursos en una tarde, mantenimien­
to de una rígida posición de firmes durante un desfile militar de cuatro ho­
ras V9t>— estaban en un plano diferente de la tranquila y metódica laboriosi­
dad de los alemanes. A la leyenda le venía muy bien ignorar las raíces bohe-

" No es de extrañar que, durante los cinco años que permaneció aún en su cargo
presidencial, Ebert hubiera de emprender 173 acciones legales contra personas privadas
por difamación. Cf. Der Spiegel, 20 de junio de 1966.
* * He tomado estas ideas de Sebastián Haffner, concretamente de su Germany: Jekyll
and Hyde, Londres, 1940.
* * e Como hizo en Berlín, al celebrarse su cincuenta aniversario, el 20 de abril de 1939.
E L RITUAL Y LA ADORACIÓN DEL FÜ H RER 97

mias del carácter de Hitler. Ejemplo de esto fue un incidente que, según se
dijo, ocurrió cuando algunos austríacos, originarios de la región natal del
Führer, fueron en peregrinación al Berghof para alcanzar el privilegio de
ver de cerca al todopoderoso. Pero a su llegada al santuario, la hermana (y
ama de llaves) de Hitler les informó de que Adolf estaba durmiendo y de­
claró que ella no podía despertarle. En aquel preciso momento, se oyó una
voz, la voz de Hitler, que exclamaba: “¡Yo no duermo nunca!”.43
Al poco tiempo de su acceso al poder, se formaron en torno al nombre de
Hitler toda una serie de mitos. El sol que brilló en un cielo despejado
sobre los tejados inclinados de Nuremberg durante la semana de la concen­
tración anual del partido pasó a ser llamado popularmente “el tiempo del
Führer”,44 adaptación de la expresión “tiempo del Kaiser”, corriente antes
de la guerra. En 1936, espectadores muy racionales afirmaban que siempre
que Hitler aparecía en el Estadio Olímpico el equipo alemán conseguía una
victoria.*
El desinterés de Hitler (basado en el hecho de que renunció a su retri­
bución oficial, de la que, como autor de las obras más vendidas de Alemania,
poca necesidad tenía) y su aparentemente ilimitada dedicación a los deberes
públicos * * dieron lugar a una imagen que había de crear sentimientos de cul­
pabilidad en la mente de muchos alemanes. El abstemio “mitad monje mitad
soldado”, que se negaba a sí mismo, en aras del interés del país, todo aquello
que el más humilde de sus ciudadanos consideraba esencial —la vida priva­
da—, actuaba como un gigantesco super yo, como una conciencia instituciona­
lizada—, (o como un factor de chantaje moral), sobre la psique colectiva
de Alemania. La personalidad de Hitler como soldado tenía connotacio­
nes casi místicas. El oscuro cabo de la Gran Guerra que, según se decía, per­
dió la visión en un ataque con gases (aunque algunos expertos atribuían
aquella ceguera temporal a histeria psicosomática), evocaba la figura del “sol­
dado desconocido”, que pertenece simultáneamente a los muertos y a los
vivos. La conciencia pública de aquella ceguera temporal prestaba aún mayor
fuerza hipnótica a la penetrante mirada de Hitler, la cual, difundida en miles
de fotografías y expuesta por todas partes, creaba una compulsión psíquica
a la lealtad a cuantos se encontraban con ella, especialmente a los más jóve­
nes e impresionables.
El aspecto monacal de la personalidad de Hitler originó una buena can­
tidad de histeria sexual entre las mujeres, sobre todo entre las solteras, que
transformaban sus deseos reprimidos en lacrimosa adoración. Es característi-

e El corresponsal del Sunday Times escribió, el 9 de agosto de 1936: “Es increíble


la frecuencia con que la presencia de Adolf Hitler coincide con una victoria olímpica
alemana”.
09 Sólo en 1933, habló cincuenta veces por radio,

7. — T E R C E R R E IC H
98 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ca de esta situación una pequeña anécdota. Una mujer judía45 a quien ha­
bían robado la mayor parte de sus pertenencias durante la "Noche de Cris­
tal”, fue, poco después de aquella fecha, a comprar cubertería para sustituir
las piezas perdidas. Cuando explicó a la dependienta de la tienda la razón
de su compra, aquella mujer, ya entrada en años, rompió en lágrimas y ex­
clamó: “¿Cómo puede usted decirme una cosa así? Nunca lo creeré. Yo siem­
pre amaré y adoraré a mi Führer, y aunque todos los judíos intenten arras­
trarle por el fango, él siempre será mi Führer, el hombre más grande que ha
existido nunca”.
Una fotografía aparecida en la prensa, en la que se veía a Hitler besando
la mano a Olga Tschechowa (en una recepción durante una visita oficial de
Mussolini), hizo que la actriz recibiera una enorme cantidad de cartas feme­
ninas: “Me alegro de saber que se casará usted con Adolf Hitler”; "¡Por fin
ha encontrado la compañera adecuada!”; “|Que Dios la bendigal”; “Hágale
feliz; se lo merece”.46
Hitler recibía constantemente sacos de cartas de admiradoras femeninas,
muchas de ellas casadas, que le suplicaban que apadrinara a sus hijos; algunas
mujeres embarazadas gritaban su nombre como recurso analgésico en los dolo­
res del parto.47 La extraordinaria disociación de conciencia que la adoración
a Hitler creaba en la mente femenina es ejemplificada por la reacción de la
madre de un miembro de las Juventudes Hitlerianas que fue muerto por un
miembro de las SA en una reyerta interna. Hitler le envió una corona con el
mensaje: “Lloro con usted por este joven mártir de Alemania”. Llena de
orgullo, la mujer mostraba la carta a todo el mundo.48
Además del papel que jugaba en las fantasías femeninas, Hitler era tam­
bién modelo para los hombres. No había grupo importante de la sociedad
alemana que no pudiera identificarse con él en alguna manera. Los campe­
sinos le veían en su calidad de miembro de una familia campesina,* los tra­
bajadores le veían como un miembro de su clase, un hombre de manos enca­
llecidas capacitado como nadie para comprender sus problemas; los soldados
le veían como un militar sin clase, mitad cabo y mitad comandante en jefe,
y los profesionales como un autodidacta que, pasando por encima de la ruti­
na académica, se había graduado summa cum laude en la escuela de la vida.
Y además de todo esto era también musich (receptivo a las musas), pues era
acuarelista, además de arquitecto, y sentía predilección por Wagner.
Ampliamente considerado como un médium, un intermediario entre el

* En la exposición “El Pueblo Alemán y el Trabajo Alemán”, celebrada en Berlín,


se exhibió en el Salón de Honor el árbol genealógico de Hitler. Según el Berliner
Illustrierte Zeitung del 6 de mayo de 1934, los antepasados de Hitler, hasta la cuarta
generación, habían sido todos agricultores, a excepción de su padre, que fue primero arte­
sano y después funcionario de aduanas, y de su abuelo, artesano.
E L RITUAL Y LA ADORACION DEL FÜ H RER 99

pueblo alemán y la providencia, se le atribuían incluso poderes de curación


por la fe. Su forma de mezclarse con los doloridos asistentes al entierro de
unos obreros de la construcción del metro de Berlín recordaba la imposición
de manos de los monarcas medievales.*
Hitler era un personaje tan polifacético que encarnaba incluso el papel
de un san Francisco. En una serie de conferencias organizadas por el partido
en Jena, en el verano de 1935,49 la conferenciante narraba una experiencia
con un perro parlante, vivida en casa de la baronesa Freytag-Loringhoven
hacía unos días. “La baronesa le dijo a mi marido que le hiciese al perro una
pregunta difícil. Mi marido le preguntó: ‘¿Quién es Adolf Hitler?’. Nos con­
movió profundamente escuchar la respuesta de la boca de aquel animal: ‘Mi
Führer’. En aquel momento, la conferenciante fue interrumpida por un vete­
rano del partido que se hallaba entre el auditorio y que gritó: ‘Esto es de
un mal gusto abominable. Usted está faltando al respeto al nombre del Füh­
rer’, a lo cual la conferenciante, al borde de las lágrimas, replicó: ‘Este inte­
ligente animal sabe que Adolf Hitler ha promulgado leyes contra la vivi­
sección y contra la matanza ritual de animales que llevaban a cabo los judíos,
y, movido por la gratitud, su pequeño cerebro canino reconoce a Adolf Hitler
como a su Führer’.”
Sublime o ridículo, el hecho es que la supuesta calidad proteica de Hitler
no tenía límites. Las autoridades deportivas anunciaban solemnemente a los
miembros de los clubs de cicilismo:50 “El Führer pide la unidad de todo el
movimiento ciclista alemán”, y los aficionados a los bolos eran informados
de que debían al Führer el hecho de que su deporte hubiera obtenido la
consideración que se le debía. Al otro extremo del abanico intelectual, los
hombres de letras e incluso los prelados expresaban opiniones similares en
frases igualmente grandilocuentes. El abyecto homenaje que muchos intelec­
tuales rendían a Hitler sólo puede explicarse por la capitulación de un racio­
nalismo en bancarrota ante la encarnación del principio de irracionalidad.
Un buen ejemplo de esto nos lo da Ina Seidel (ver pág. 363):
“Nosotros, productos de una generación caduca, concebida en sangre ale­
mana, llevábamos mucho tiempo contemplando a nuestros hijos, la juventud
de hoy, antes de que se nos concediera la premonición de que entre nuestra
multitud había uno por encima en cuya cabeza la influencia cósmica del
destino se convertía, de forma misteriosa, en una fuerza creciente, que habría
de reemprender inexorablemente su rotación dentro de un orden completa­
mente nuevo.” 51
En contraste con este entusiasmo, el homenaje de su colega Agnes Mie-

° El Berliner Illustrierte Zeitung informó de este episodio bajo el titular “El Führer
estuvo entre ellos”, el 27 de junio de 1935.
100 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

g e l52 expresa lo que, bajo el Tercer Reich, pasaba por un elogio moderado:

“Yo no contemplo el milagro de tu advenimiento con la impetuosa gratitud
de la juventud, sino que estoy abrumada de humilde reconocimiento ante el
hecho de vivir esta experiencia, de poder aún servirte y unirme con todos los
demás en el canto de tus alabanzas”.
El doctor Arthur Dix, crítico literario, trazó una analogía oftalmológica
•entre Hitler y la arquetípica figura de Fausto: 53 “Goethe hizo que su Fausto
alcanzara la clarividencia mental a través de la pérdida de la visión física.
También Hitler, después de la pérdida temporal de la visión física, ha sido
dotado de una visión mucho más aguda”. En opinión del cardenal Faulhaber,
el Führer poseía mayor finura diplomática y distinción social que un príncipe
de sangre real:
“A diferencia de los gobiernos de la época de las controversias parlamenta­
rias, él no deja que los acontecimientos se presenten, sino que dirige su cur­
so. Además, sabe ser solemne y casi amable, como cuando dice: Έ1 indivi­
duo no es nada; el individuo muere. El cardenal Faulhaber morirá; Adolf
Hitler morirá. Esto le hace sentirse a uno recogido y humilde ante el Señor’.
■Sin duda alguna, el Canciller vive en un estado de fe en Dios.” *
Mientras los dirigentes de la Iglesia alababan los atributos seculares de
Hitler, los dirigentes del estado glosaban los espirituales:
“Hitler ama a cada uno de los miembros de la nación alemana, y perdona
•a todo cuanto hay en ellos de humanamente falible. Él nos ama a mí y a
vosotros. Él ama a todo el pueblo alemán, y es este amor el que los lleva
a todos ellos hacia él. No hay para él infierno ni purgatorio por el que no les
hiciese pasar con el fin de hacerles dignos de él”, dijo en una ocasión Robert
Ley.54 Rudolf Hess describía a Hitler como la razón pura en forma humana.
E l Gauleiter Wagner de Baviera le alababa com el más grande de los artis­
tas; Goebbels, como el mejor general, y Himmler, sencillamente, como el hom­
bre más grande de todos los tiempos.
La elevación de Hitler al plano espiritual dio lugar a una oleada de pie­
dad, especialmente entre las mujeres.** Los asiduos de la Iglesia a quienes
dolía la negativa de Hitler a asistir a los servicios divinos rezaban por la
remisión de sus pecados y por la iluminación de su alma desencaminada. La
gente que asistía regularmente a la iglesia estaba, probablemente, en mino­
ría con respecto al conjunto de la población, pero la mayoría de los alemanes

* Fritz Richard, Die Naliónale Welle, Seewald, 1966, p. 106. La cita está tomada
de un informe confidencial enviado por el cardenal Faulhaber a los obispos alemanes y al
Vaticano después de una visita de Hitler a Berchtesgaden el 4 de noviembre de 1936.
En su diario, Shirer observó que las caras de las mujeres que se agrupaban a la
entrada del hotel de Hitler, en Nuremberg, le recordaban las de los Holy Rollers al
emprender el camino de Louisiana. William L. Shirer, Berlin Diary, Londres, 1941, p. 24.
E L EITXJAL Y LA ADOBACION DEL FÜ H BER 101

se mostraban sensibles a conceptos de tipo seudoespiritual, como los de des­


tino y providencia, y a la idea de que Hitler era instrumento,65 a la manera
de un médium, de fuerzas inmanentes. Cuando Goebbels, en plena guerra,
exhortaba a todos los alemanes a rezar por Hitler, entre aquellos que respon­
dieron al llamamiento colocando velas en los “rincones de Hitler” de sus ho­
gares 66 se contaban muchos que nunca habían comprado una vela votiva
para ningún otro “santo”.
La guerra añadió una nueva dimensión de intensidad a la adoración del
Führer. La voz de Hitler en la radio levantaba más la moral de los soldados
de las SS en el frente oriental que las cartas de sus familias.57 En las pobla­
ciones sometidas a bombardeos se rumoreaba —y mucha gente lo creía— que
cuando una bomba demolía una casa, dejaba en pie la pared donde estaba el
retrato de Hitler. En Berlín se veía a madres que llevaban a sus hijos peque­
ños y se abrían camino entre la multitud del metro diciendo: “Yo he dado
un niño al Führer; ayúdeme a llevar el cochecito”.58 Cuando la noticia de la
supuesta muerte de Hitler (el 20 de julio de 1944) llegó al cuartel general de
la Wehrmacht en París, una legión de jóvenes telefonistas aterrorizadas rom­
pió a llorar.59 La subsiguiente reacción, a escala nacional, ante la noticia de
que Hitler vivía, mostró la gran fuerza del slogan de Goebbels: Hitler ist
der Sieg (“Hitler es la victoria”).
Incluso cuando la guerra estaba clara e irremisiblemente perdida, el ca-
risma de Hitler subsistía. Speer abandonó su proyecto de asesinarle cuando
oyó que los trabajadores de la fortificación occidental expresaban su fe en
él,00 y en lugares tan alejados como la Prusia oriental y Baviera se rumoreaba
que el Führer tenía en reserva un gas suave parar librar a su pueblo de la
desgracia, en caso de que llegara a hacerse necesario; 0 en la primavera de
1945, en la mente de muchos alemanes, Hitler era aún el señor de la vida y
de la muerte. Existen pocas pruebas de que el pueblo alemán sintiera odio
por él, incluso en plena catástrofe. Esto pudo deberse menos a la persistente
identificación con él que a la impresión de que el Führer era un fenómeno
sobrenatural, objeto de superstición más que de odio. La noticia definitiva de
su muerte fue seguida de una oleada de suicidios, y otros devotos menos incli­
nados al sacrificio mostraron dos reacciones características: la negativa a acep­
tar las pruebas de sus crímenes,** y la negativa del carácter definitivo de su

e Ver East Prussian Diary, del conde Lehnsdorff, Londres, 1963, p. 10, y Tagebuch
eines Verzweifelten, Zeugnis einer inneren Emigration, de Friedrich Percival von Reck-
Malleczewen, Stuttgart, 1966.
“ El profesor Victor Klemperer se encontró, semanas después del final de la guerra,
con una de estas personas, que le dijo: “Admito los crímenes del régimen. Los otros no le
han comprendido, le han traicionado, pero yo todavía creo en él. En él todavía creo".
Ver Victor Klemperer, Lingua Tertii Imperii, Aufbau, Berlín, 1949, p. 127.
102 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

muerte. Los insistentes rumores, después de la guerra, acerca de la supervi­


vencia de Hitler dan idea de la intensidad y la persistencia de la asociación
de su imagen con la del fénix. Incorporando rasgos del mito de Federico Bar-
barroja, el guerrero desconocido no cesó de combatir en 1945, y el semidiós
se negó a morir de muerte humana.
6

LA CORRUPCIÓN

Como hemos visto, la Reunión del Partido de 1936 alcanzó su culminación


visual con el desfile de los dirigentes políticos bajo un Lichterdom, un arco
triunfal formado por los haces luminosos de una serie de proyectores. La idea
era del arquitecto de la corte de Hitler, Speer, que había debido resolver el
problema de cómo distraer la atención de los espectadores del aumento de
peso que habían experimentado los "viejos luchadores” durante los pocos
años que llevaban gozando de sus cargos. La vista de la tela parda y del
cuero soportando la presión de los abultados estómagos constituía casi una
caricatura de una ceremonia militar.1 * El arco de luz de Speer era una clara
alegoría de la corrupción del Tercer Reich: un deslumbrante trucaje óptico
que dificultaba la visión, por parte del público, de la grasa que asomaba por
cada rendija de la armadura del régimen.
Era una situación paradójica. Habiendo imbuido en la conciencia colecti­
va la idea de que democracia y corrupción eran sinónimos, los nazis levan­
taron un aparato gubernamental junto al cual los escándalos de Weimar eran
una fruslería. La corrupción era realmente el primer principio organizativo
del Tercer Reich. Sin embargo, una gran cantidad de ciudadanos no sola­
mente no eran conscientes de este hecho sino que consideraban a los hom­
bres del nuevo régimen como personajes austeros y de toda solvencia moral.
El engaño se mezclaba con el autoengaño en una insólita estructura de
ingeniería social. Después de la toma del poder, el régimen hizo muchas es-

* Un año antes, en un discurso a la Cámara Alta prusiana, Hitler había comentado la


obesidad de los funcionarios del partido y había ordenado el traslado de los más impre­
sentables a despachos más apartados, donde su exuberante aspecto diera menos ocasión
a los comentarios del público (cf. Friedrich Prinz zu Schaumburg-Lippe, Dr. Goebbels,
Limes, Wiesbaden, 1964, p. 142).
104 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tremecedoras “revelaciones” sobre la corrupción, en la etapa de Weimar, de


los partidos, de los sindicatos, de las organizaciones financieras relacionadas
con judíos o con organizaciones políticas (como las cooperativas), e incluso de
la Iglesia Católica, y proyectó una imagen de sí mismo como un renovador
lleno de buena intención, dispuesto a limpiar hasta el último rincón y la últi­
ma rendija de la vida nacional. Estableció penas de una severidad sin prece­
dentes para los delitos leves, desde la vagancia hasta la evasión de impuestos.
La impresión que daba de ser un estado siempre vigilante que mantenía bajo
control a todos sus ciudadanos —impresión reforzada por la vaga pero general
conciencia del terror desencadenado contra los disidentes políticos y los ju­
díos— ayudaba a envolver al régimen en una aureola de inquisitorial omni­
potencia. La deferencia ante el estado y el temor a las coacciones violentas
del partido creaban en la conciencia colectiva una serie de tabúes que la
gente se resistía a violar.
Merced al “principio de autoridad”, el mecanismo de control interno del
partido funcionaba de tal manera que los castigos a la corrupción estaban en
proporción inversa a su gravedad. Las pequeñas negligencias que los cuadros
inferiores cometían a la vista del hombre de la calle eran frecuentemente
objeto de castigos ejemplares, mientras que los crímenes a altos niveles, regio­
nal o nacional, quedaban en su mayoría impunes.
Además, había varias circunstancias que contribuían a embotar la sensi­
bilidad de la opinión pública ante las irregularidades de los nazis. El hombre
común reaccionaba con bastante indiferencia ante las pruebas del enrique­
cimiento ilegal de muchas autoridades, pues ellos mismos habían experimen­
tado una mejora en su nivel de vida. Su actitud de laissez faire derivaba tam­
bién del hecho de que las autoridades no se habían enriquecido tanto a costa
de ellos como a costa de grupos con los que no se sentían en absoluto vincu­
lados, como las antiguas autoridades de Weimar, los judíos o los nativos de
los países ocupados. Como la mayoría de los alemanes se sentían satisfechos
de la derrota de aquellos enemigos del Tercer Reich, su posible resentimiento
ante los compatriotas que conseguían satisfacciones más evidentemente mate­
riales era a menudo sustituida por la envidia, lo cual corrobora la tesis de
que la corrupción era el primer principio organizativo del Tercer Reich. En
realidad, el nazismo era la encamación de la corrupción, aunque sólo fuera
por el hecho de conceder un status de clase dirigente a todos los alemanes,
según el Nuevo Orden feudal que había de ser impuesto en Europa. No
obstante, no nos referimos ahora a la corrupción ideológica sino a aquellos
fenómenos que habrían sido comúnmente reconocidos como corruptos si el
régimen hubiera permitido una concienciación clara de su existencia.
El dirigente corrompido por excelencia fue Hermann Goering, que acumu­
ló feudos y sinecuras en una escala proporcionada a sus dimensiones físicas
LA CORRUPCIÓN 105

de Gargantúa. Primer ministro de Prusia, delegado de Economía del Reich,


es decir, delegado para el Plan Cuatrienal, ministro del Aire, presidente del
Reichstag, mariscal de las Fuerzas Aéreas, y Cazador Mayor de la Nación.
Además de media docena de sueldos —aparte de generosas primas de
“representación”—, Goering era director y accionista de muchas empresas:
el Essener Nationalzeitung y otros periódicos, por ejemplo, y la Reichswerke
Hermann Goering, las compañías Benz y BMW (Bayrische Motorenwerk), y
empresas de construcción de aviones. Todo junto, más los derechos de autor
de sus libros, le producían unos ingresos anuales de 1.250.000 marcos.2 Ade­
más de todo esto, se las arreglaba para acceder a fuentes de riqueza toda­
vía más importantes por el sistema de malversación más perfecto de cuantos
Alemania había conocido nunca, hasta el punto de que muchos que sabían de
su existencia no podían creer que fuese posible.
Este predatorio personaje con ribetes de Falstaff, lleno de bonhomie, mar­
có el norte en el campo magnético de la corrupción nazi. Como primer minis­
tro de Prusia, detuvo un proceso que se seguía contra una gran compañía
de tabacos por evasión de impuestos, gentileza que le fue recompensada con
la cantidad de tres millones de marcos.3 En su calidad de delegado de Econo­
mía del Reich, puso en marcha una continua cadena de sobornos. En su ante­
cámara, los agentes que sacaban provecho hacían cola para solicitar contratos
y licencias para los grandes financieros a quienes representaban. Los más claros
ejemplos de la ambición de Goering fueron su boda, en 1935, y el saqueo que
llevó a cabo durante la guerra, a escala continental, de galerías de arte,
museos y colecciones privadas de Europa. Este pillaje artístico, único en la
historia, es demasiado bien conocido para volver sobre sus detalles, pero las
circunstancias que rodearon la boda de Goering sí merecen ser recordadas.
La ceremonia y la actitud de las gentes hacia ella recordaban los días de
los Hohenzollern. Ricos y pobres aportaron regalos, compensando los pobres
con su número lo que no tenían en medios. A cada uno de los miles de em­
pleados de los ministerios de Goering se le dedujo un porcentaje del salario para
adquirir obsequios. Y, al otro extremo de la escala social, el Grupo Industrial
Nacional, al que se había exigido que regalase una pintura, un servicio de
cena de porcelana o bien una casa de campo, se apresuró a optar por esta
última, que, con costar treinta mil marcos, era la posibilidad más barata.4
En su calidad de primer ministro de Prusia, Goering convirtió algunas fin­
cas en propiedad personal, como por ejemplo la suntuosa casa de campo de
Karin Hall, en la cual empleó a guardabosques y monteros a cargo del esta­
do,5 y convirtió algunas otras en pastos de lujo donde ilustres guerreros unci­
dos al carro nazi, como el presidente Hindenburg y el ex mariscal Mackensen,
distraían sus aristocráticos ocios.
La prontitud con que aquellos representantes del pasado imperial acepta­
106 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ron castillos y tierras de los nazis mostraba hasta qué punto se habían atro­
fiado las tan cacareadas virtudes prusianas, y prefiguraba la rapidez con
que la nueva generación de generales de la Wehrmacht y de burócratas mi­
nisteriales habrían de doblegarse ante la largueza de Hitler. De un fondo
especial puesto a su disposición por el Ministerio de Finanzas, Hitler pagó,
entre otras cosas, los gastos del divorcio del mariscal von Brauchitsch, una
asignación de 250.000 marcos al mariscal von Kluge, y más de 500.000 mar­
cos, respectivamente, al doctor Meissner y al doctor Lammers, presidentes de
la Oficina Presidencial y de la Cancillería del Reich.6
El multimillonario Hitler, el alcahuete de la ambición y la vanidad de los
altos oficiales y burócratas, se complacía en su reputación de desinteresado
primer servidor del Reich. Para mantener la fachada ascética, había renun­
ciado a los emolumentos que le correspondían por su cargo de canciller, un
gesto de sacrificio que el autor más vendido del Reich y copropietario de va­
rios periódicos podía hacer con facilidad (buena parte de los ingresos de Hit­
ler procedían del bolsillo de los contribuyentes, pues los ayuntamientos tenían
que pagar los ejemplares gratuitos de Mein Kampf que se entregaban a todos
los recién casados). La reputación del Führer estaba también por encima de
la fama de corrupción —financiera o sexual— que rodeaba a sus subordinados.
Popularmente conocido como “el sátiro de Babelsberg” (el Hollywood
alemán), Goebbels era, entre tota la élite nazi, el campeón indiscutido en ma­
teria de promiscuidad sexual, pero no llegó a estar a la altura de sus colegas
en lo tocante al engrandecimiento económico, aunque se procuró un cierto
número de lujosas residencias desposeyendo a judíos y exigiendo contribu­
ciones económicas al municipio de Berlín —su propio Gau—, así como a la
industria cinematográfica. Goebbels no alcanzó el calibre de un Creso porque
no disfrutaba ni de la confianza del mundo de las altas finanzas —como era el
caso de Goering o del ministro de Economía, Walter Funk— ni de control
directo sobre gigantescos imperios como el Frente Alemán de Trabajo o la
Corporación de Productores de Alimentos.
Los zares de estas colosales organizaciones, como Robert Ley y Walter
Darré, tenían incontables oportunidades de enriquecerse, puesto que el Fren­
te de Trabajo y la Corporación de Productores de Alimentos no estaban suje­
tos a rendiciones públicas de cuentas. La institucionalizada confusión entre,
por ejemplo, la fortuna personal de Ley y los fondos del Frente de Trabajo 0
y entre salarios y ganancias extraordinarias envolvía la actividad financiera
de aquellas gigantescas organizaciones en una niebla impenetrable. El he­
cho de que el Frente de Trabajo se moviera en una semioscuridad legal se
° Se decía que, al estallar la guerra, Robert Ley se había embolsado sin más cien
millones de marcos de los depósitos efectuados para la compra de autos Volkswagen
(cf. Fritz Thyssen, op. cit., p. 211).
LA CORRUPCION 107

debía al hecho de que Ley no pudo persuadir a Hitler de dar a este Frente
un status claramente definido.
Pero incluso los líderes nazis que no poseían grandes propiedades territo­
riales tenían muchas oportunidades de obtenerlas. Konstantin von Neurath,
el aristócrata de levita que dirigió el Ministerio de Asuntos Exteriores hasta
1938, “arianizó” sin más una lujosa villa en Dahlem, un suburbio de Berlín
poblado de árboles y situado junto a un lago.8 Von Ribbentrop fue más lejos
que su “conservador” predecesor: ordenó que el terrateniente Herr von Rem-
nitz (sobrino del multimillonario Fritz Thyssen) fuese enviado al campo de
concentración de Dachau y asesinado, a continuación de lo cual se apoderó
do su magnífico castillo y de sus tierras de Fuschl, en Austria.9
Tradicionalmente el cuerpo de funcionarios de Alemania era inmune a la
corrupción, pero la influencia gradual de los miembros del partido fue des­
truyendo aquella inmunidad. Este cambio se precipitó cuando las institucio­
nes nazis, de reciente creación, fueron injertadas en las estructuras ya exis­
tentes. El Ministerio de Propaganda de Goebbels fue un caso representativo.
Eva una innovación de los nazis, y se ajustaba exteriormente a la tradición
del cuerpo de funcionarios, aunque los nombramientos, ascensos y antigüe­
dades estaban sujetos a normas mucho menos rigurosas que las de otras orga­
nizaciones. Una investigación interna reveló hasta qué punto aquel Ministe­
rio típicamente nazi se apartaba de la ética convencional de los funcionarios:
durante el primer año de su existencia, los altos funcionarios del Ministerio
de Propaganda habían proporcionado trabajo a 192 familiares suyos sólo en
la Radio del Reich.10
Un rasgo típico del Tercer Reich era el hecho de que las investigaciones
en tomo a los casos de corrupción daban lugar a veces a un incremento de
la misma. Esto es lo que ocurrió cuando Joseph Reusch, vicepresidente de la
Asociación de Funcionarios Alemanes —que tenía 1.200.000 miembros y con­
taba con unos ingresos anuales de 32.000.000 de marcos—, fue sometido a
una investigación por malversación. Reusch, que había adquirido, con fondos
de la Asociación, una villa valorada en 100.000 marcos, sobornó al juez encar­
gado de la investigación, el asesor Crotogino, para que destruyese los docu­
mentos acusadores. Crotogino hizo lo que se le pedía, dimitió de su cargo
judicial y asumió un puesto en la directiva de la Asociación.11 En este caso
concreto, el mismo descaro de la maniobra la hizo fracasar, pero, en general,
la frustración de este tipo de investigaciones tenía éxito.
Dos directores del periódico nazi Westdeutscher Beobachter adquirieron,
en 1933, el edificio del desaparecido Rheinische Zeitung de Colonia, mediante
una hipoteca adelantada por la Caja de Ahorros municipal de esta ciudad.
Con cheques sin fondos de la Caja de Ahorros, acumularon deudas que ascen­
dían a un millón de marcos. Schacht inició un proceso contra ellos, pero, por
108 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

consejo de un alto funcionario de la administración, el proceso se interrumpió,


a continuación de lo cual el funcionario en cuestión fue nombrado tesorero
municipal de Colonia.12 La forma en que fueron administradas las finanzas
de la ciudad bajo su égida queda reflejada en el hecho de que el alcalde de
Colonia, que debía su puesto a la protección del Gauleiter Grohe, dio a éste
pruebas tangibles de su gratitud obsequiándole con una mansión de treinta
habitaciones adquirida con fondos municipales.13
Como es lógico, en cada región era el Gauleiter quien estaba mejor situa­
do tanto para concebir como para ocultar planes de estraperlo. Erich Koch,
que había llegado a su satrapía de la Prusia oriental en bicicleta desde Re-
nania, con la totalidad de sus bienes muebles empaquetados en un cajón de
margarina, controlaba al cabo de diez años una “fundación” cuyos bienes
ascendían a 300 millones de marcos. El núcleo original de esta Fundación
era la participación del Gauleiter en la editorial nazi Sturmverlag Koenigs-
berg, que se convirtió en una valiosa baza después de la toma del poder.
Durante el Tercer Reich, el Gauleiter y presidente de la Magistratura, que
traspasó las tareas de dirección del partido de la Prusia oriental y la admi­
nistración del estado a su delegado Grossherr, se adentró en los terrenos de
la tala mecánica, la fabricación de papel, el enlatado de pescado y las altas
finanzas. El sindicato de Koch obtuvo grandes beneficios cuando se produjo
la anexión de la vecina Memel en 1939, al fijarse un índice de paridad que
colocaba en desventaja a los poseedores de moneda lituana.
En esta incesante búsqueda del provecho personal, los Gauleiter no per­
donaban a nadie; incluso miembros del partido que eran dueños de negocios
se veían obligados a venderlos a precios establecidos por Koch. Aunque éste
podía siempre alegar que la formación de aquel imperio comercial beneficia­
ba también indirectamente a la Prusia oriental porque establecía industrias
nuevas en una zona rural despoblada, la ola de depredación y terror * que
se extendió por la provincia se hizo tan evidente que Berlín acabó dándose
por enterada y le privó de su puesto de presidente de la Magistratura por
un espacio de seis semanas.14

* Cuando el jefe del Frente del Trabajo de la Prusia oriental atropelló a un mecánico
de aviación causándole la muerte, Koch ordenó a la Gestapo que presionase a la viuda del
mecánico para que no emprendiese ninguna acción legal. Preparó además el asesinato
del principal testigo para impedir un juicio anti-corrupción que iba a examinar las acusa­
ciones de malversación de fondos de los talleres especiales para los mutilados de guerra.
* * La conciencia que tenía Koch, antiguo empleado de ferrocarril, de su propia
importancia, queda reflejada en su declaración referente al palacio de Krasna, su señorial
residencia, construido por trabajadores en régimen de esclavitud en la zona de Polonia
incorporada a Alemania: “He comprado el terreno al Reich de forma completamente legal;
no pienso permitir que el Reich haga donación alguna a la Fundación Erich Koch.
He usado sólo los materiales de mejor calidad, que adquirí en Varsovia” (cf. conde Fritz
Schulenberg en una carta a su esposa, invierno de 1940).
LA CORRUPCIÓN 109

Otros Gauleiter fueron tratados, llegada la ocasión, con mayor dureza.


Kube, Gauleiter de Kurmark, que en 1933 había utilizado comercialmente
una serie de informaciones que una aristocrática confidente había recogido
de conversaciones con el Führer,15 fue destituido en 1936, bajo la acusa­
ción de haber atribuido ascendencia judía al comandante Buch, el juez supre­
mo del partido, pero posteriormente, durante la guerra, reapareció como go­
bernador de la Rusia Blanca.
Globocnick, de Viena, fue destitudio, en enero de 1939, por sus numerosas
especulaciones ilegales, para ser rehabilitado por Himmler en noviembre del
mismo año y nombrado dirigente de las SS y de la policía de Lublín16 (más
adelante, en este capítulo, volveremos a encontrarle en su nueva faceta de
asesino).
Streicher, de Franconia, fue destituido en 1940. Una de las acusaciones
más graves que pesaban contra él era su declaración de que Goering era im­
potente. Sus contemporáneos —excepto Hitler, que era un ávido lector del
Der Stürmer— le consideraban tan abominable que incluso los demás acu­
sados en el juicio de los crímenes de guerra de Nuremberg (todos ellos ase­
sinos por partida múltiple) negaron rotundamente haber tenido amistad con
él. Streicher parecía sacado de las páginas del marqués de Sade y de Krafft-
Ebing. Le producía satisfacción sexual el hecho de azotar a los prisioneros
políticos, práctica a la que admitía haberse entregado; # 17 solía visitar el
campo de concentración de Dachau para arrancar a los allí internados confe­
siones acerca de sus fantasías sexuales, y recorría las comisarías de policía
para someter a los delincuentes juveniles a minuciosos interrogatorios acerca
de sus prácticas masturbatorias.18 Obsesivamente preocupado por su capaci­
dad sexual, el omnipotente gobernador de Franconia atribuía deficiencias se­
xuales a otros funcionarios nazis, como hemos visto, y pedía orgullosamente
a su chófer que examinara sus sábanas para encontrar en ellas la prueba
de poluciones nocturnas.19
Una serie de jóvenes actrices satisfacía el lado más ortodoxo de la libido
de Streicher, y él, a la recíproca, se ocupaba de su manutención. El periódico
Frankische Tageszeitung recibió la orden de proveer salarios para las jóvenes
y puestos de trabajo para sus padres (uno de éstos, apellidado Seitz, fue in­
cluido en la nómina del periódico con un salario de trescientos marcos men­
suales más ciento veinte por gastos), además de tener que financiar la cons­
trucción de una casa de campo con un dormitorio especial para el Gauleiter

* Cuando Streicher salió de la celda del profesor Steinrück con su látigo en las
manos, fue a reunirse con sus amigos del “Deutsche Hof” afirmando, satisfecho, “Jetzt bin
ich erlost” (“Ahora me he quedado tranquilo”). Posteriormente, en un mitin en la Herku-
lessaal de Nuremberg, explicó cómo había azotado a Steinrück (cf. Document PS 1757
IMT Trial of Major W ar Criminals, Nuremberg, volumen XXVIII, p. 154).
110 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

y Anni Seitz, su amante favorita. Un joyero que Streicher regaló a Fraulein


Seitz estaba hecho de alianzas de oro fundidas que había confiscado a fun­
cionarios de la administración del distrito. Había racionalizado aquella acción
ridiculizando por afeminados a los hombres que llevaban anillos de boda, y
había secuestrado el anillo del jefe de la organización del distrito, un hombre
llamado Enzberger, acusándole infundadamente de haber cometido adulterio.
Streicher era igualmente capaz de ordenar el suicidio a un subordinado:
con impecable exactitud, su asistente, el Oberführer de las SA, Konig, se sui­
cidó durante el breve intervalo que separó el muy comentado aborto de
Fraulein Balster, una actriz, y la llegada de una comisión enviada por Goe­
ring a Nuremberg para investigar las arianizaciones llevadas a cabo en Fran­
conia durante y después del pogrom de la Noche de Cristal.20 La comisión
averiguó que los colaboradores inmediatos de Streicher en la administración
del distrito recibieron enormes retribuciones y sobornos por permitir la venta
de valiosos bienes por cantidades irrisorias. En treinta y tres empresas que
fueron objeto de investigación, la diferencia entre su precio de venta y su
valor real ascendía a catorce millones y medio de marcos.21
Finalmente, dos años después, Streicher fue destituido de su cargo de
Gauleiter, pero conservó su puesto en el Reichstag, el grado de general de las
SA y la propiedad del Stürmer. Aquel antiguo maestro de escuela vivió lo
que quedaba de guerra en una de sus espléndidas casas de campo cerca del
lago Costanza, donde, según se rumoreaba, sólo las pocilgas costaban más
que una casa para una familia.22
La corrupción en el Tercer Reich no resultaba simplemente de la venali­
dad individual de los funcionarios nazis, sino que procedía de la naturaleza
misma de la nueva fuerza en el poder. La estructura de poder nazi era un
conjunto de intereses enfrentados que se desarrollaban sin cesar —institucio­
nes estatales, cámaras económicas y gremios, el partido, las SS, el Frente de
Trabajo, la Corporación de Productores de Alimentos— y el soborno se con­
virtió en condición indispensable para la supervivencia de empresas e indi­
viduos cuyas actividades les obligaban a relacionarse con alguna de aquellas
organizaciones.
Esta compleja y oscura situación colocaba en grave desventaja a quienes
no estaban familiarizados con la rivalidad y la mutua antropofagia de las ins­
tituciones nazis, pero creaba también espléndidas oportunidades para los me­
diadores que estaban lo bastante bien relacionados como para facilitar los tra­
tos entre los detentadores del poder y los solicitantes. Uno de estos hombres
era Wilhelm Reper, que se hizo rico haciendo las funciones de portador de
los regalos de los industríales a Goering, aunque sufrió un revés temporal
cuando sus poco ortodoxas prácticas para sacar fondos a los industriales con
destino a la Ayuda Invernal llamaron la atención de sus superiores. Aunque
LA CORRUPCIÓN 111

fue acusado formalmente, consiguió exculparse insinuando que poseía prue­


bas que podían incriminar a altas personalidades nazis.23
La oscuridad que envolvía las instituciones nazis se hacía más densa en
lo tocante a transacciones financieras. En los primeros meses de 1935, la
prensa alemana informaba de un centenar de casos de malversación de fon­
dos, de los que eran responsables funcionarios de la Ayuda Invernal, del
Bienestar del Pueblo Nacional Socialista, del Frente de Trabajo y de las or­
ganizaciones “A la Fuerza por la Alegría” (Kraft durch Freude), y los casos
que llegaban a exponerse a los tribunales no constituían, seguramente, más que
la parte visible de un iceberg. Esto dio lugar a tantos rumores y especulacio­
nes que el Frente Alemán de Trabajo decidió suspender las recolectas puerta
por puerta en favor de la deducción en los salarios. En cuanto a la princi­
pal organización caritativa del Tercer Reich, diremos que para los transeún­
tes de las calles alemanas se convirtió en un reflejo el exclamar: “¡Aquí viene
la Ayuda Invernal!” cada vez que pasaba un jefe del partido en su automó­
vil nuevo. Sin embargo, esta broma popular no estaba absolutamente justi­
ficada; por venales que fuesen los nazis, nunca permitieron que la corrup­
ción penetrase la totalidad de su aparato, sino que la confinaron a sus niveles
superiores, y mantuvieron los cuadros inferiores del partido bajo un control
estricto, mientras que los altos funcionarios podían cometer cualquier tipo
de transgresión.
Gomo es lógico, la guerra ofreció nuevas oportunidades de acaparamiento
de cargos. Un informe de la Wehrmacht sobre las autoridades de la adminis­
tración de la reincorporada zona de Danzig decía: "Todos los puestos de
alcalde (Bürgermeister) y de gobernador del distrito (Landrat), excepto dos,
están ocupados por cuadros de la organización del partido de Danzig, de
los cuales algunos carecen de toda formación, otros son hombres totalmente
ineducados y otros tienen antecedentes criminales. La mayoría de los admi­
nistradores de las empresas agrícolas e industriales no están a la altura de
sus tareas, e intentan aprovechar su cargo para enriquecerse”.24
En una macabra caricatura de la práctica, habitual en el siglo xix entre
las familias británicas de la clase media, de embarcar a las ovejas negras
a las colonias sin retirarles por ello la ayuda económica, el partido enviaba a
la Europa ocupada a sus cuadros más corrompidos, cuya permanencia en Ale­
mania habría dañado la moral de la población. Por el hecho de que, aparen­
temente, la corrupción era menos nociva cuanto más distante, los habitantes
de Alsacia, al igual que los “alemanes étnicos” de Danzig, aunque teórica­
mente eran alemanes que habían “regresado” al Reich, se encontraban go­
bernados por hombres racialmente afines a ellos, seleccionados de acuerdo
con su grado de gangrena moral. El caso de Herr Lemke, director administra­
tivo del hospital Bürger de Estrasburgo, llegado de Freiburg, en Alemania,
112 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

era típico. Ayudado y encubierto por un pequeño grupo de beneficiarios,


Lemke sometió a todo el personal del hospital a la humillación y a una desca­
rada exhibición de la corrupción más desnuda. Se apropiaba de reservas de
alimentos del hospital para venderlas en el mercado negro; utilizaba las am­
bulancias para festivas expediciones privadas, e invitaba regularmente a
cenar a su amante (esposa de un soldado del frente) en una de las habitaciones
del hospital convertida en salón particular. Las protestas sobre su conducta
eran rechazadas con la declaración de que Lemke era un meritorio luchador
del partido, cuyo retorno a Freiburg —solicitado por los quejosos— estaba
descartado, pues habría sido el equivalente de una destitución. Al cabo de
uñ año de malestar entre la totalidad del personal del centro, Lemke precipitó
su destitución con una acción que atacaba los mismos cimientos del orden
social nazi: un domingo por la tarde, al terminar el habitual concierto dado
por la orquesta del Frente de Trabajo del distrito, en el jardín del hospital,
hizo que su amante ofreciese al director un ramillete de flores en nombre del
personal del hospital, al que ella sólo pertenecía en su calidad de consumido­
ra. El administrador celebró su partida con una fiesta, después de la cual la
comida sobrante, procedente de la despensa del hospital, y el vino de sus
bodegas, cubrían los muebles, las alfombras y las paredes de su apartamento
privado. (El temor de ser enviada al campo de seguridad de Schirmeck impi­
dió a su ama de llaves dar cuenta de ello en el momento que se produjo.)
Algunos meses después, Lemke volvió a Estrasburgo para tomar parte en
una conferencia de administradores de hospitales; su intervención se tituló:
“La utilización racional de los alimentos en los hospitales”.25
Vistq en perspectiva, Lemke, con ser un pez grande en el marco del
hospital Bürger, era pequeño comparado con los peces realmente grandes.
De la misma manera que, en la naturaleza, los tiburones no superan en
tamaño a las ballenas, el crecimiento potencial de los Lemkes en el Tercer
Reich estaba limitado por su pertenencia a una u otra especie de la fauna
nazi. Los leviatanes- de la corrupción eran los Reichsminister, Reichsleiter,
Reichskommissare (gobernadores de un territorio ocupado), los altos dirigen­
tes de las SS y de la policía y, en ocasiones, los Stadtdiréktor (escribanos
municipales).
En 1933, cuando contaba apenas treinta años, Herr Esch, el dirigente
del grupo nazi del consejo municipal de Düsseldorf, ascendió meteóricamente
de empleado del fisco a inspector superior de impuestos de la ciudad. Al
cabo de cuatro años (ayudado por quince cómplices en el cuerpo de funcio­
narios y en la administración municipal), se había apropiado ilegalmente de
1.350.000 marcos, de los que una parte procedía de la Mannesmann Company
(el gigante industrial que había provocado la crisis marroquí de antes de la
guerra). Las depredaciones de Esch sólo salieron a la luz cuando un em-
Albert Speer desplegó una actividad pro­
digiosa al frente de su Ministerio del
Armamento.

Este prisionero atrapado en las alambra­


das del campo alemán de Buchenwald
es una gráfica condensación del horror de
todos los campos de concentración nazis.
Ninguna boda se celebró tan brillantemente durante el Tercer Reich como la de Goering,
en 193S, con Emmy, que le dio una hija, Edda, dos años después.
Contrastando con la opulencia de la oligarquía nazi, se alineaba la clase de los perseguidos
políticos y raciales. A este último grupo pertenece la ilustración.
La ciudad de Nuremberg fue arrasada por la aviación anglo-norteamericana. Esta vista
pertenece a diciembre de 1945.
Fue lamentable la colaboración de una gran parte de los jueces alemanes al quehacer nazi
de exterminio político y racial. Tribunal berlinés en octubre de 1936.
El general Ludendorff, jefe del Alto Mando
alemán en 1916-18, combatió a los judíos,
jesuítas y masones. Murió en 1937.

E l mariscal Brauschitsch fue uno de los más brillantes estrategas alemanes. Hitler lo des­
tituyó en diciembre de 1941.
I
Bajo el glorioso Arco del Triunfo, de París, desfila el ejército alemán de ocupación en junio
de 1940.
LA CORRUPCIÓN 113

pleado municipal católico se atrevió a advertir a los empleados no nazis


del Ministerio de Justicia y pasó la información a los periodistas alemanes
emigrados. Esch fue procesado y condenado a quince años de prisión.28
Hermann Esser fue nombrado ministro de Economía de Baviera después
de la toma del poder, y como tal actuó como mediador de grandes donaciones
de la industria al partido nazi. De los 700.000 marcos donados, no más de
170.000 llegaron a las arcas del partido. Una tarde de verano de 1935, los
clientes de una taberna de Munich quedaron sorprendidos al ver a una en­
furecida mujer abofetear la roja cara de bebedor del ministro. Este dramático
incidente tuvo repercusiones igualmente dramáticas: la mujer —hija del
dueño de una cervecería, a la cual Esser había dejado embarazada y a la
que había presionado para que se sometiese al aborto— fue enviada a un
campo de concentración, y el ministro perdió su cartera.
Una de las formas más seguras de corrupción fue la apropiación, en 1933,
de las propiedades de los sindicatos, las sociedades cooperativas, las asociacio­
nes financieras y los periódicos. Max Amann, director de la editorial Eher
y propietario del periódico Volkischer Beobachter obtuvo tantas ventajas de
esta forma de secuestro que en 1945 se había convertido en millonario.
(Como hemos visto, la propiedad de periódicos era la primera fuente de las
fortunas de muchos dirigentes nazis, como el Gauleiter Koch y Julius Strei-
cher; además, el Schwarzes Korps y otros periódicos nazis tenían por costum­
bre amenazar a empresas con el chantaje si no nombraban a camaradas del
partido recomendados por ellos para lucrativos cargos de dirección.)27
La guerra añadió una nueva dimensión a las prácticas corruptas, con
la gran cantidad de regulaciones y la creciente escasez de artículos básicos
a que dio lugar. Poco después de la ruptura de hostilidades, se formó en
Berlín una comisión especial encargada de investigar la corrupción en la
concesión de contratos de defensa, porque las empresas que aspiraban a
obtener los importantes —y enormemente provechosos— contratos bombardea­
ban a los funcionarios de Ministerio de la Guerra con espléndidos regalos
(como automóviles o mobiliarios completos). Por supuesto, la comisión no
consiguió extirpar el mal de raíz. Cuatro años más tarde, el ministro de Arma­
mento, Speer, prohibió expresamente a sus subordinados en una orden con­
fidencial que aceptasen objetos valiosos tales como cámaras, aparatos de
radio o refrigeradores de las firmas, que deseaban contratos. En un significa­
tivo anexo a esta orden, Speer declaraba: “No puedo proteger a ninguno
de mis colaboradores que infrinja esta orden, por importantes que hayan
sido sus servicios”.*8
En ocasiones, la misma ubicuidad de la corrupción daba lugar a pruden­
tes críticas en la prensa nazi. Así, el Kolnísche Zeitung escribió durante el
primer invierno de la guerra: “No puede adoptarse la decisión de suministrar
114 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ciertas mercancías hasta que el asunto haya pasado por cinco centros pro­
vinciales y haya llegado al cuartel general de Berlín. Sin embargo, hay
personas muy importantes que están en contacto con la capital y dan prefe­
rencia a sus intereses particulares sin preocuparse en absoluto por la comuni­
dad del pueblo”.29 Como siempre, las condiciones de vida de Alemania eran
relativamente mejores que las de la Europa ocupada. Las restricciones en la
importación y exportación de moneda y las diferencias de aprovisionamiento
y racionamiento entre el Reich y Europa ofrecían un claro incentivo al mer­
cado negro, en el que participaban todas las instituciones del Tercer Reich,
incluyendo el ejército. Hasta 1942, las autoridades de ocupación de París
mantuvieron un activo tráfico de licencias de exportación ilegales y permisos
para traslados de fondos a través de la frontera con la Francia no ocupada.30
En verano de 1944, en Normandía, unos tanques alemanes hubieron de ser
abandonados por falta de combustible, mientras que en el mercado negro
de París se vendía gasolina del ejército al precio de una libra esterlina el
galón.81
Un privilegio muy apreciado —y muy valorado monetariamente— de
los tiempos de la guerra era la exención del servicio militar, de la que gozaban
la totalidad de los miembros de algunos grupos privilegiados, como los
cuadros del partido y las estrellas de cine.* Fuera de estos grupos, es decir,
en los sectores de exención parcial, como la agricultura, aparecía la corrup­
ción: los cuadros de la Asociación de Campesinos Nazis, facultados para
decidir quiénes eran los agricultores indispensables al esfuerzo de la gue­
rra, eran acribillados con obsequios. Los mandos regionales del ejército
de Alemania eran conocidos como “centrales de contratistas” (Lieferantenzen-
traleri); persistentes rumores aseguraban que facilitaban destinos en Alema­
nia a los hijos de los industriales proveedores del ejército.32
Por otra parte, la escasez de mano de obra a que daba lugar la guerra
constituía una ventaja para los funcionarios de las agencias de orientación
laboral. “Los empresarios regalan cosas a los funcionarios de las agencias.
Yo también voy a ofrecerles dinero para poder cambiar de trabajo”, escribía
un trabajador voluntario croata a su familia en 1943, y un compatriotra suyo
explicaba a su familia: “Yo quería volver a casa y una persona se ofreció a
ayudarme por cien marcos, pero después cambió de opinión y dijo: ‘Sólo
por tres kilos de tocino’. Los que tienen tocino se van uno detrás de otro,
y los demás tenemos que fastidiamos”.33
9 Cuando se estaba decidiendo el reparto de Jud Sws —la contribución del cine
alemán a la propaganda en favor del genocidio— , Wemer Kraus se quedó con inedia
docena de papeles, mientras que Ferdinand Marian dudaba en aceptar el papel de prota­
gonista. Goebbels atajó sus dudas amenazándole con revocar su exención del servicio
militar. El remordimiento por haber aceptado el papel — o el temor a ser castigado por
ello— llevó a Marian a suicidarse al terminar la guerra.
LA CORRUPCIÓN 115

A medida que avanzaba la guerra, los administradores de los campos de


trabajadores extranjeros alquilaban a éstos a empresarios privados, según
diversas formas de trueque. Uno de estos directores de campo recibía un
paquete de cigarrillos por cada trabajador extranjero y medio paquete por
cada trabajadora que proporcionase al dueño de una taberna cuyo estableci­
miento había sido destruido por las bombas y necesitaba mano de obra para
reconstruirlo rápidamente.34
El hecho de que el tocino o el tabaco sustituyesen al dinero en el papel
de moneda de la corrupción demuestra el valor de artículo raro que tenía
la comida durante la guerra. Constantes rumores de estraperlo de artículos
alimenticios rodeaban a los funcionarios del partido. En Hesse, un gran nú­
mero de personas fueron enviadas a prisión por afirmar que el Gauleiter
Sprenger era el principal beneficiario de los exorbitantes precios de las
verduras.35 Era del dominio público que la muerte del dirigente de las SA,
Lutze, en un accidente de automóvil durante la guerra, había tenido lugar
mientras realizaba una expedición al campo en busca de productos alimenti­
cios. Menos divulgado fue el descubrimiento por la policía de Berlín de
pruebas que relacionaban a tres ministros, Frick, Rust y Darré, y a dos co­
mandantes en jefe, Brauchitsch, del ejército, y Raeder, de la marina, con el
mercado negro de alimentos. Por pura coincidencia, el propio jefe de policía
de Berlín, conde Helldorf, resultó ser uno de los principales implicados. Algún
tiempo antes de la guerra, cuando los judíos comenzaron a darse cuenta de
que su única posibilidad de salvación era una rápida huida, Helldorf llevó
a la práctica la sencilla idea de confiscar los pasaportes de los judíos acomo­
dados y revendérselos a precios que ascendían, como promedio, a 250.000
marcos.36
La mayor oportunidad de capitalizar la persecución a los judíos la cons­
tituyó el pogrom de la Noche de Cristal. En Nuremberg, todos los varones
de raza judía —antes de ser enviados a campos de concentración— fueron
conducidos a las oficinas del Frente de Trabajo Alemán y obligados a firmar
poderes de procurador en favor del vicegauleiter Karl Holz, que posterior­
mente transfirió sus propiedades a personas de su elección por el diez por
ciento del valor que se les atribuía a efectos fiscales.37 En Viena, los judíos
fueron obligados a transferir sus propiedades territoriales y sus negocios a
miembros del partido, por precios de venta simbólicos de diez marcos.38 En
una joyería berlinesa que había sido saqueada por las Juventudes Hitlerianas,
un muchachito de diez años se situó en una esquina del escaparate, se puso
anillos en los dedos y se llenó los bolsillos de relojes y pulseras, escupió a
la cara del dependiente y salió corriendo.39
La arianización, que unía de manera ideal el provecho a la ideología, era la
forma de pillaje preferida por los nazis. Pero la corrupción progresaba geomé­
116 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tricamente, y las autoridades quedaron pronto desconcertadas ante la rápida


proliferación de arianizadores “privados” que se enzarzaban en una furiosa
competición e impedían el normal desarrollo de la operación.
En un informe sobre la situación económica del municipio de Berlín se
hablaba en términos reprobatorios de los “poseedores de antiguas propiedades
judías que eran acosados con peticiones de alquiler por individuos y organi­
zaciones competidoras entre sí... Por cada tienda judía solía haber tres o
cuatro solicitantes; varias organizaciones comerciales se dividían en facciones
para apoyar a los solicitantes individuales e intentaban conseguir el apoyo
de las autoridades desacreditando a sus rivales tachándoles de pro judíos”.40
Para hacer frente a la epidemia de “arianización incontrolada”,0 un mes
después de la Noche de Cristal, Goering anunció que la expoliación de pro­
piedades judías era prerrogativa exclusiva del estado, y debía ser llevada a
cabo sólo bajo los auspicios del Ministerio de Economía.41 Algunas investiga­
ciones mostraron que el margen de beneficio obtenido en la arianización de
algunas tiendas de Viena iba del 80 al 380 por ciento 42 y el Gauleiter Bürckel
se sintió obligado a enviar a una docena de comisarios de arianización, a los
que había nombrado él personalmente, al campo de concentración de Dachau
(donde se reunieron temporalmente con los hombres a los que habían expro­
piado).43
Con monstruosa rapidez, la guerra anuló el proceso secular por el que
los judíos habían ido superando el status de parias y la vida de los ghettos.
Cuanto más rápido era el camino de los judíos europeos hacia el holocausto,
mayor era el índice de enriquecimiento de los alemanes (y de los no alema­
nes). La Solución Final preveía que varios grupos de la sociedad alemana
—desde los contratistas de mano de obra forzada a través del estado, hasta
el partido y los funcionarios de policía, pasando por los porteros de las casas
de apartamentos— se alimentasen del cadáver de la raza martirizada. Las
autoridades que tenían acceso a las listas de deportación conseguían cantida­
des de dinero equivalentes a un salario vitalicio mediante un trazo de pluma
que tachaba el nombre de un judío y la inscripción de otro nombre en su
lugar. Ganancias similares estaban al alcance de empleados de la adminis­
tración civil que se ocupaban de la distribución de tarjetas de identidad, car­
tillas de racionamiento y permisos de trabajo, siempre con la condición de
que tuviesen el suficiente valor para arriesgarse a ser encarcelados por ello.
Los judíos eran detenidos en sus casas en escenas de horrible rapacidad; a

° El Viilkischer Beobachter se quejaba cínicamente de que había barberos que se


convertían de la noche a la mañana en comerciantes de tejidos, vendedores de tirantes
que pasaban a ser propietarios de aserraderos y hombres sin ninguna experiencia que se
convertían en propietarios de cines (cf. Volkischer Beobachter, edición vienesa del 6 de
marzo de 1939).
LA CORRUPCION 117

menudo, sus guardianes les obligaban a entregarles inmediatamente las ropas


de calidad que se habían puesto para su último viaje.44
El procedimiento oficial para disponer de la propiedad judía era el si­
guiente: después de la deportación, los pisos pertenecientes a judíos debían
ser sellados hasta que su contenido fuese públicamente subastado, y las ges­
tiones de la venta eran transferidas a la Tesorería de Berlín, pero este proce­
dimiento era más frecuentemente transgredido que observado.
Al cabo de pocos minutos de que su madre y su hermana fuesen deporta­
das, un médico judío de Berlín (que había gozado de una tregua a causa de
su matrimonio privilegiado, es decir, con una mujer de raza aria) hubo de
mostrar su apartamento a un funcionario nazi. Mientras éste iba de estancia
en estancia, su excitación aumentaba visiblemente. Finalmente, exclamó:
“¡Toda mi vida he soñado con tener unos muebles como éstos!”. A la mañana
siguiente, a primera hora, antes de la hora fijada para la subasta, llegaron
unos empleados de mudanzas y procedieron a vaciar el piso de cuanto con­
tenía.45
Los funcionarios nazis llevaban a menudo a sus esposas a los pisos desalo­
jados para que examinasen las ropas de los armarios y otros objetos que que­
daban en ellos, actividad que se desarrollaba en enconada competencia con
la de los porteros que tenían duplicados de las llaves. (En Amsterdam, la
esposa de Baldur von Schirach fue invitada a visitar una escuela: “En una
de las aulas, los bancos amarillos estaban cubiertos de montoncitos de gasta­
dos anillos de boda, y en saquitos de gamuza había piedras preciosas de todas
clases, divididas según el color”. Su guía, un oficial de las SS, le preguntó:
“¿Quiere usted unos diamantes? Son baratísimos”.) 4(3
Las SS eran la organización nazi encargada simultáneamente de llevar
adelante la Solución Final y de limpiar Alemania de la corrupción. Himmler,
que unía el mando de un conjunto de asesinos y depredadores sin paralelo
histórico a un cierto concepto de austeridad personal, se enorgullecía del
espíritu de camaradería que reflejaba su orden de que en los barracones de
las SS no hubiese cerraduras en las puertas de los armarios. En realidad,
aquella élite alrededor de cuyas atrocidades los mistagogos nazis tejieron un
velo de puritanismo, estaba minada por la corrupción. Nos limitaremos a dar
algunos ejemplos de la manera en que las SS combatían la corrupción en
sus propias filas.
Como hemos visto ya, después de su destitución por graves delitos finan­
cieros, el Gauleiter Globocnick de Viena fue nombrado jefe de las SS y de la
policía de Lublín, donde inició y dirigió el sistemático exterminio de cientos
de miles de judíos. Siguió tan propenso al robo en gran escala —se embolsó,
entre otras cosas, la mitad de los enormes beneficios que el contratista Walter
Toebbens había obtenido del trabajo forzado de un ghetto— que una ren­
118 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

dición de cuentas insatisfactoria dio como resultado una segunda destitución


y su traslado a Trieste. Mientras el doctor Morgen, un abogado encargado
por Himmler de investigar la corrupción en las SS, investigaba los rumores
que hablaban de numerosos robos en la zona de Lublín, encontró pruebas
irrefutables que incriminaban al coronel de las SS Dirlewanger (cuyo regi­
miento había sido reclutado entre la escoria de la población carcelaria ale­
mana, y cuyo gusto personal se inclinaba por inyectar estricnina a muchachas
judías y contemplar su agonía, todo ello a título de espectáculo para las cenas
oficiales).. La petición de Morgen de que Dirlewanger fuera arrestado no llegó
a.ser satisfecha; dado que el coronel no estaba sujeto a la jerarquía local de
las SS sino directamente a la jefatura de Berlín, fue trasladado a la Rusia
Blanca y ascendido al grado de teniente general.47
La cruzada individual del doctor Morgen contra la corrupción en las SS
dio mejores resultados en un caso en el que estaba implicado el comandante
de Buchenwald, cuya esposa, Ilse, se convirtió en un prototipo universal del
¡horror. El camino de Koch a la condición de millonario comenzó con la lle­
gada al campo, después de la Noche de Cristal, de miles de judíos, de cuyas
pertenencias personales se apoderaron él y algunos de sus cómplices, Otros
medios de enriquecimiento consistían en el alquiler de mano de obra del
campo de concentración a empresarios civiles, la venta en el mercado negro
de los alimentos enviados por correo a los prisioneros (o incluso a los guar­
dias de las SS), el robo de la producción de los talleres del campo para uso
privado, etc. La vida de los Koch y de su entorno de oficiales de las SS era
una fantasmagoría de promiscuidad y vicio. Así, la ninfomaníaca Ilse Koch
(que era una excelente amazona) tenía un patio de montar construido para
su uso exclusivo que había costado 250.000 marcos y treinta vidas humanas,
donde realizaba ejercicios de haute école acompañada por la banda de las
SS de Buchenwald.48 Koch, que, lógicamente, era más rico que alguno de sus
superiores, había comprado el silencio de éstos mediante regulares entregas
de diez mil marcos, pero en 1941 el inspector de las SS para los campos de
concentración, Theodor Eicke, fue ¡trasladado al frente, y aquello dejó a
Koch al descubierto.49 El ministro de Finanzas de Turingia inició insistentes
investigaciones acerca de la evasión de impuestos: con sus talleres, canteras
y huertos, el campo de Buchenwald era una considerable fuente de ingresos
fiscales. Un rápido traslado a Lublín pareció der a Koch una tregua, pero el
príncipe von Waldeck Pyrmont, el dirigente de las SS y de la policía de Tu­
ringia y, desde hacía tiempo, enemigo personal de Koch, siguió investigando.
En 1943, la meticulosa compilación de pruebas del doctor Morgen dio su
resultado, y Koch y sus cómplices fueron acusados de un gran número de
delitos graves. Los preliminares del juicio fueron notables por la virtual iden­
tidad de los métodos empleados por la acusación y por la defensa. Cuando
LA CORRUPCIÓN 119

el doctor Morgen estaba a punto de investigar la supuesta corrupción en el


campo de Lublín, la dirección de éste reaccionó con tal energía y rapidez
ante el peligro, que la totalidad de los cuarenta mil internados judíos (cual­
quiera de los cuales era un testigo potencial de la acusación) fueron asesina­
dos en un solo día. Un médico del campo de Buchenwald llamado Hoven,50 *
uno de los cómplices de Koch, envenenó a un miembro de las SS, un poten­
cial testigo importante para la acusación, con álcali. Para establecer la com­
posición exacta del veneno, la comisión investigadora hizo añadir diferentes
soluciones de álcali a la comida de varios prisioneros rusos, y como ninguna
de las soluciones resultara definitiva, los conejos de Indias humanos fueron
estrangulados.51
En el juicio, ICoch (cuya actividad directiva en Lublín, encaminada al
provecho personal, había facilitado una fuga masiva de prisioneros) fue de­
bidamente sentenciado a muerte, pero se le concedió una tregua. Finalmente,
el príncipe von Waldeck-Pyrmont tuvo la satisfacción de ordenar la ejecu­
ción de su enemigo, poco antes del final de la guerra. No resultaba sorpren­
dente que las prácticas de corrupción del príncipe de las SS difirieran en
grado, pero no en cualidad, de las de su “víctima”. Durante el último año
de la guerra, ordenó —a través del Instituto de Higiene de las Waffen SS—
la construcción de una planta refrigeradora, destinada, en teoría, a la pro­
ducción de vacunas para el frente, pero que en realidad fue utilizada para
conservar las piezas que cazaba. Waldeck-Pyrmont ordenó también el esta­
blecimiento de una docena de falsas delegaciones de las SS (como Inspectora-
dos de la Construcción en Rusia, u Oficinas para la Germanización de las
razas orientales), que no tenían otra función que evitar que un cierto número
de sus allegados fueran destinados al frente.52
Estas infracciones del código militar —un “alemán étnico”, miembro de
las SS, destinado en Buchenwald consiguió dos años de permiso ininterrum­
pido gracias al incesante envío de paquetes de comida de su familia 53— coe­
xistían, dentro de las SS, con el marcial fanatismo de las Waffen SS, el brazo
militar de la organización. También la Wehrmacht era capaz de llenar hasta
los topes los trenes de municiones, en su viaje de regreso a Alemania, con el
producto de los saqueos de los oficiales, al tiempo que imponían la pena capi­
tal a los saqueadores ocasionales. Y, dentro del partido nazi, el sibaritismo
se codeaba con la austeridad. El Gauleiter Eigruber de Austria comía en
casa las comidas que guisaba su mujer,54 pero en el momento álgido de la
° El doctor Hoven representaba un curioso aspecto de la corrupción de las SS. Obligó
a dos prisioneros del campo a escribir para él una tesis doctoral, se la aprendió de
memoria y se doctoró — cum laude—en la universidad de Freiburg. El colega de Toven,
el doctor Ding-Schuler, envió a publicaciones médicas media docena de artículos especia­
lizadlas escritos por los prisioneros del bloque 50 del campo de concentración, y ganó así
considerable fama en el mundo de la medicina alemana contemporánea.
120 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

guerra, el “Hotel Elephant” de Weimar, el “Fürst Von Stollberg”, en las


montañas del Harz, y el restaurante “Horcher” de Berlín eran oasis del buen
comer tal como lo habían sido en tiempos de paz, pues sus respectivos due­
ños eran el Gauleiter Sauckel de Turingia, el Gauleiter Jordan de Magde­
burg y el mariscal Goering.
En Normandía, un prisionero de guerra alemán a quien se preguntó por
qué había retratos de Hermann Goering y ninguno de Hitler en las paredes
de los alojamientos del ejército, respondió: “Adolf Hitler está muy por enci­
ma de nosotros. É l nos dice lo que hemos de hacer y nosotros lo hacemos.
Pero Goering es uno de nosotros. A él le gusta la comida, las mujeres y el
dinero, especialmente el dinero”.55 La respuesta del soldado explica en algu­
na manera la aceptación de la corrupción por parte de la opinión pública
como elemento normal de la vida durante el Tercer Reich. Después de 1939,
se generalizó una hipócrita esperanza según la cual la paz victoriosa traería
la normalización: las fuerzas armadas y los “nazis de buena fe” echarían a los
corrompidos “faisanes dorados” de sus sinecuras. Además, el régimen ponía
en escena regularmente campañas contra la corrupción, y a la opinión pública
no le resultaba fácil ver que aquella limpieza por zonas de los establos de
Augias venía determinada fundamentalmente por la lucha por el poder den­
tro de la jerarquía nazi, como la enemistad de Waldeck-Pyrmont y Koch, o
el ampliamente ramificado caso Lasch (el doctor Lasch, gobernador de Ra-
dom, estaba implicado en una red de estraperlo a escala continental, que fue
disuelta como resultado de una vendetta de las SS contra Hans Frank, el
gobernador nazi de Polonia).56
Por último, un hecho crucial. La corrupción nazi se daba en un período
de expansión después de cuatro largos años de recesión y crisis económica;
dado que la mayoría de los alemanes habían sido beneficiados por el régi­
men, no llegaban a estar excesivamente descontentos por el hecho de que al­
gunos contasen sus beneficios en marcos, mientras ellos contaban los suyos
en pfennigs; y, de cualquier forma, la mayoría de aquellos marcos no se los
habían sacado a ellos sino a otros. Desde luego, corría una gran cantidad de
rumores y murmuraciones sobre las fortunas ilegalmente conseguidas, pero
estaban motivados menos por la existencia de tales fortunas que por su mala
distribución. En 1943, fue enviado al Ministerio de Justicia este informe, ela­
borado por un juez provincial, acerca del estado de la moral pública:
“Como las víctimas de los bombardeos a menudo llegan aquí pobremente
vestidas y sin sus posesiones, la gente se pregunta: ‘¿Qué se ha hecho de
las propiedades de los judíos? Sus bienes bastarían para cubrir las necesi­
dades de todos los evacuados de las zonas bombardeadas’. No es correcto
qüe las personas que han adquirido propiedades de los judíos por poco dine­
ro o sin motivo puedan seguir gozando tranquilamente de su botín.” 57
7

LA DENUNCIA

Aunque los ciudadanos del Tercer Reich se adaptaron a los nuevos mode­
los de conducta con una prontitud propia casi de autómatas, también mos­
traron vitalidad e inventiva a la hora de esquivarlos. Así, la designación por
parte de las autoridades del saludo “Heil Hitler” como el “saludo alemán”-
inspiró pronto una réplica popular: la “mirada alemana”, furtiva rotación de
la cabeza y los ojos por la cual las personas se aseguraban de la ausencia
de espías antes de abordar un tema confidencial.
En el Leviathan, Hobbes define el estado natural del hombre como una
guerra de todos contra todos. Lo que hacía que la situación durante el Ter­
cer Reich se aproxímase a una guerra fría de todos contra todos era la cons­
tante posibilidad de una denuncia, de la que se derivaban toda una serie
de ventajas para el régimen. La denuncia creaba desconfianza mutua, para­
lizaba la oposición y “estrechaba los lazos” de la comunidad del pueblo: por
humilde que fuese su posición social, todo hombre gozaba de igualdad de
oportunidades a la hora de pasar información sobre sus superiores. Aquello
ponía al servicio de los objetivos del estado importantes reservas de resenti­
mientos y rencores personales.
Es difícil medir la amplitud de los efectos de la denuncia, aunque exis­
ten algunos indicios significativos. Uno de ellos es la constatación oficial1 de
que el total de acusaciones no probadas que pasaron por los tribunales en
1934 era el doble del de 1933 (año éste en el que ya las cifras anteriores,
habían sido ampliamente superadas). De este impreciso dato estadístico se
pueden sacar dos consecuencias: mientras el régimen tenía buenas razones
para estar satisfecho ante la extendida disposición de los alemanes a ejercer
una vigilancia gratuita (e incluso retrospectiva) sobre sus vecinos y compa­
122 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ñeros de trabajo, el volumen de información recibida y su carácter parcial­


mente indemostrable hacía que la tarea de valoración fuese extremadamente
fatigosa.
Al invitar a cada ciudadano a informar acerca de la conducta de los demás,
el régimen emprendía un oscilante camino entre el Escila del anonimato y el
Caribdis de las pruebas.
El lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, anunció en abril de 1934: “Cada
camarada del partido y cada ciudadano llevado por el honesto interés por el
movimiento y por la nación podrá dirigirse al Führer o a mí sin temer nada”,2
y con ello desencadenó una tal avalancha de denuncias que al cabo de pocos
meses hubo de pedir a ‘los confidentes que abandonasen el anonimato.3
Asimismo, el apartado 42 de la Ley de Funcionarios Civiles de 1937 im­
ponía a los funcionarios la obligación de dar parte de las actividades contra
el estado, pero en uno de los números posteriores del Deutsche Verwaltungs-
beamte, el jefe del servicio, el Reichsminister Lammers, pidió que cesara la
oleada de correspondencia que siguió.4
El partido y los organismos del estado oscilaban constantemente entre la
preferencia por la cantidad o por la calidad en materia de información (dado
que la cantidad significaba una avalancha de denuncias anónimas). Por una
parte, la Delegación del Trabajo de Colonia se negó a investigar las acusa­
ciones anónimas de “trabajo negro” y ganancias extraordinarias,5 y el Gau­
leiter de Hesse comparó a los delatores anónimos con los llorones y los gru­
ñones, y algunos funcionarios de Berlín llegaron a exponer carteles que pro­
clamaban: “No queremos saber nada con soplones”; 6 por otra parte, el
Gauleiter de Viena dijo: “Aquellos que colaboran con la policía y el partido
mediante informaciones correctas sobre los abusos que se cometen no tienen
en absoluto nada que ver con los confidentes. Quienquiera que omita este
deber no puede ser considerado un buen alemán”.7 El jefe de policía de
Viena, al pedir a los ciudadanos que informasen acerca de los infractores de
las limitaciones de precios, dijo que lo que interesaba no eran los nombres
de los informadores sino los de los tenderos.8
Las denuncias eran a menudo resultado de apelaciones al sentido cívico.
En 1933, los usuarios de la red de transportes públicos de Berlín fueron ex­
hortados a informar acerca de los pasajeros que no pagaban los billetes de
diez o veinte pfennigs, mediante el slogan ostensiblemente exhibido: “Lo
que gana el que se cuela sin pagar lo pierden los berlineses”.9 Cuando el
aumento de muertos en accidentes de circulación, a mediados de la década
de los treinta, llegó a alarmar a las autoridades, Himmler (como jefe de las
fuerzas de policía alemanas) pidió a los ciudadanos que diesen cuenta inme­
diatamente al policía más próximo de todos los casos de conducción irrespon­
sable.10 Al mismo tiempo, el departamento de policía de Essen advertía a
LA DENUNCIA 123

los autores de cartas anónimas que las modernas técnicas criminológicas ha­
rían que fuesen descubiertos inevitablemente.11
. Lo que el régimen se complacía en llamar “acusaciones infundadas” aca­
bó teniendo una influencia tan negativa sobre la moral de la población civil
y de. los soldados que se ofrecieron recompensas de hasta cien marcos (el
salario mensual de un obrero no cualificado) a quien proporcionase informa­
ción correcta acerca de los autores de acusaciones falsas.12
La incoherencia de la actitud oficial ante la cuestión de la denuncia se
manifestaba de diversas formas. En noviembre de 1934, el periódico Mann­
heim Hakenkreuzbanner anunció, a grandes titulares, que estaba en pose­
sión de un “diario erótico” perteneciente al judío Erlanger, en el que estaban
registrados por orden alfabético veinticinco “juguetes de la lujuria oriental”.
El periódico publicaba, a título de primera entrega, los nombres, direcciones
y ocupación de cuatro de ellas. En el número siguiente, después de describir
cómo "varias veces se había congregado una multitud frente a la casa de Er­
langer para mostrar su indignación”, se echaba atrás de su promesa: “Helia
Lang ha conseguido probar que no tuvo tratos con Erlanger en el sentido en
que hablaba nuestro artículo, que desencadenó una oleada de sospecha y vi­
tuperio. Se barajaron nombres y se formularon todo tipo de groseras conjetu­
ras, pero no tenemos intención de publicar la lista completa de las mujeres
mencionadas en el diario del judío Erlanger”.13 .
Estos virajes del nuevo establishment tenían su contrapartida en la deso­
rientación de los ciudadanos. En una ocasión, estaban un carnicero y un gran­
jero discutiendo la venta de un cerdo. El primero ofreció pagar por encima
del precio oficial, pero, como el granjero le exigiera más, le denunció por usu­
ra. Ante el tribunal, el acusado reveló la oferta inicial que le había hecho el
demandante, y ambos fueron sentenciados a penas de prisión.14
Dentro de las complejidades de la situación general, existía un cierto equi­
librio entre las autoridades del Tercer Reich y los políticamente desposeídos.
Aunque los periódicos y los organismos oficiales (como los ayuntamientos que
colocaban los nombres de los donantes a la Ayuda Invernal considerados rea­
cios en “tablones de la vergüenza”), así como los cuadros del partido, goza­
ban de gran ventaja a la hora de calumniar a sus víctimas, el hombre de la
calle podía, ocasionalmente, devolver la pelota a los mandamases del partido.
Una oleada de rumores que atribuían graves actos de corrupción al go­
bernador de Braunschweig-Anhalt asumió proporciones tales que el acusado
se vio obligado a “depositar su honor en manos de la vieja guardia”, que
había de detener a todo el que propalase rumores y calumnias.16 De ma­
nera similar, la policía de Munich pidió a los ciudadanos que denunciasen a
todo aquel que hiciese comentarios sobre los asuntos financieros y la conduc­
ta: marital del alcalde, Fichter.10
124 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Para las víctimas de la denuncia, el hecho de denunciar a su vez a sus-


acusadores representaba a veces una remota posibilidad de exculparse a sá
mismos. Un veterano combatiente del frente oriental que estaba de permiso·
afirmó, en la intimidad de su hogar, que Hitler era un asesino, a consecuen­
cia de lo cual su propio tío le denunció a la Gestapo. Para el soldado, la<
única esperanza de supervivencia estaba en minar la credibilidad de su acu­
sador, que era miembro del partido. Este hombre tenía un hijo que estaba>
casi en edad militar, y había dicho a los vecinos que tenía intención de hacer­
le ingresar en la Wehrmacht, con preferencia a las Waffen SS. La defensai
relacionó hábilmente estas declaraciones con el caso, indicando que un miem­
bro del partido que se negaba a enviar a su hijo al cuerpo militar de élite-
de la organización era de lealtad demasiado dudosa para que se diese algún·
crédito a su acusación.17
El caso de una persona que entregaba al verdugo a un miembro de su·
familia (del cual este incidente no es el único ejemplo) reflejaba menos u»
debilitamiento de la estructura familiar en la sociedad alemana que un debi­
litamiento o malestar de la misma sociedad alemana. Las víctimas de la de­
nuncia despertaban poca solidaridad. En consecuencia, pocos confidentes-
—ni siquiera los delatores más notorios— sufrían el desprecio de sus vecinos.
Los alemanes tienden a una forma de insociabilidad débilmente enmascaradai
por la charlatanería, y a unos pocos de ellos les satisfacía ver a los demás
alcanzados por la tragedia. Por otra parte, el hecho de que los tentáculos del1
partido llegasen hasta el subsuelo social de todas las comunidades obligaba
a los cuadros locales nazis a vivir de acuerdo con la reputación que se había»
forjado. En un informe del SD de Westfalia de mediados de la década de·
los treinta, se lee: “Las murmuraciones en fábricas y tiendas no dan ya lugar
a tantas denuncias como anteriormente. Puede suponerse que los camaradas-
de confianza son reacios a informar de estos hechos por temor a que ello·
les reporte perjuicios”.18 Y cuando un tribunal de Wesermünde encarceló a
un hombre por criticar al régimen, consideró oportuno añadir que el vecino·
de aquél, un cuadro del partido, no había podido evitar oír aquellas críti­
cas, pues la pared que separaba sus apartamentos tenía sólo el grosor de­
medio ladrillo.19
La denuncia se producía en todos los niveles de la sociedad, desde los-
que vivían de la caridad pública hasta los grupos de élite, como escritores,,
académicos y oficiales. De acuerdo con un informe oficial, “muchos solicitan­
tes a quienes la Ayuda Invernal ha negado su ayuda se quejaban de que las-
acusaciones según las cuales ellos habían sido clientes de tiendas judías pro­
cedían de vecinos que les odiaban o envidiaban”.20 Al otro extremo de Ia¡
escala social, el poeta Borries von Münchhausen acusó públicamente a Gott­
fried Benn de tener ascendencia judía; un Rektor de la Universidad de
LA DENUNCIA 125

Heidelberg dio a la Gestapo nombres de colegas sospechosos, y algunos ofi­


ciales denunciaban a compañeros de armas que simpatizaban con Stauf-
tfenberg.
El acusar a alguien por haber mantenido relaciones con judíos era moti­
vado a menudo por intereses materiales. Por ejemplo, los aspirantes al puesto
de presidente de la Cámara Cinematográfica Nacional bombardearon al asis­
tente de Goebbels, Hinkel, con informaciones acerca del titular de aquel car­
go, Scheuermann, a quien acusaban de haber mostrado cobardía en el frente
veinte años atrás, y de quien se rumoreaba que era hijo de la relación de
un aristócrata con una mujer misteriosa (entiéndase una mujer de probable
•origen judío). Scheuermann se defendió hábilmente señalando que su prin­
cipal acusador, mucho tiempo antes de ingresar en el partido, había compar­
tido su bufete con un abogado judío.21 El presidente de la Cámara Nacional
de Teatro, Korner, a quien sus rivales trataron de desplazar sacando a la luz
■su pasada asociación con Barnowsky, un director teatral judío, contraatacó
también de la misma manera: “¿Y quién ha estado trabajando a las órdenes
-de Reinhardt, Jessner, Saltenburg y Klein?”.22 El ayudante de director de la
orquesta de la radio de Frankfurt trató de sustituir a su superior acusándole
de ser el típico judío que había apoyado siempre a Hindemith y a Stravinsky;
pero perdió incluso su puesto de subordinado cuando el director consiguió
presentar un historial sin mácula y aportó el testimonio de expertos que daban
íe de las deficiencias profesionales del demandante ante el Tribunal del
Trabajo.23
La tendencia de los denunciantes a “heredar” el puesto de la persona
'denunciada causó cierta inquietud a las jerarquías del partido. Así, un jefe
■de departamento del Ministerio de Propaganda de Goebbels puso en cuestión
la justicia del nombramiento de director de la emisora de radio de Konigs­
berg al mismo hombre que había instigado la destitución del anterior di­
rector.24
La denuncia podía también resultar provechosa a los miembros de los
•grupos sociales inferiores, en el supuesto de que poseyesen la necesaria inicia­
tiva. En los primeros tiempos de la guerra, dos extraños se pusieron a beber
¡juntos en una taberna de un pueblo de Baviera. Uno de ellos se emborrachó
¿rápidamente, y, cuando se serenó, el otro le informó de que, mientras estaba
’bajo la influencia del alcohol, había expresado conceptos que constituían uña
-traición al régimen, y que un miembro del partido que estaba sentado a la
mesa de al lado probablemente le denunciaría. Al cabo de cuarenta y ocho
toras, el atemorizado bebedor recibió una carta de un cuadro del partido
en la que éste le solicitaba el pago de una cantidad de sesenta marcos a be­
neficio de la Cruz Roja. El hombre pagó, pero le llegaron nuevas “solicitudes
■caritativas”. Posteriormente, ingresó en la Wehrmacht, y las cartas siguieron
126 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

llegando. Finalmente, su esposa, encontrándose en una situación económica


desesperada, denunció el caso a las autoridades, y el chantajista —que había
obtenido de su víctima trescientos cincuenta marcos— fue descubierto, juz­
gado y ejecutado.26
Como es lógico, la separación familiar a que daba lugar la guerra hizo
aumentar el número de autores de cartas anónimas, que se apresuraban a
informar a los soldados movilizados de la infidelidad de sus esposas o prome­
tidas. Esta práctica, por los nefastos efectos que podía tener sobre la moral
de combate, provocó escarmientos draconianos, que incluían la pena de
muerte. Una de las personas así castigadas fue un empleado de ferrocarriles
que, resentido por la negativa de una cuñada suya a sus proposiciones amo­
rosas, la acusó de infidelidad matrimonial en cartas a su marido que estaba
en el frente.26
Las variedades de la denuncia por razones de orden sexual eran infinitas,
y eran a menudo las mujeres casadas las que tomaban tal iniciativa. Así, una
mujer de Mannheim pasó información falsa acerca de su marido con el solo
objeto de mantenerle apartado, pues ella alojaba en el hogar conyugal a un
soldado de diecinueve años; 27 otra avisó a dos policías para que escuchasen
tras la puerta mientras su marido, confiadamente, expresaba sus ideas contra­
rias al régimen (lo cual le acarreó una condena a cuatro años de prisión, ade­
más del divorcio); 28 una tercera denunció (en una carta a Hess) a su marido,
piofesor, porque escuchaba radio Moscú y por su negativa a tener más hijos,
a consecuencia de lo cual el hombre perdió a su esposa, su trabajo y su
libertad.29
Una variación de este tema la constituían los casos en los que los judíos
eran descubiertos en situaciones de adulterio. En Frankfurt, una esposa de­
nunció la ayuda de su marido a los “submarinos” judíos (es decir, judíos que
habían pasado a la clandestinidad) cuando descubrió su relación con una
joven.30 En Konigsberg, una cajera enamorada de su jefe denunció a la mu­
jer de éste por haber entregado subrepticiamente unas lonchas de embutido
a un familiar judío que se moría de hambre.31
Aunque las denuncias contra familiares supuestamente relacionados con
judíos producían de forma automática el resultado deseado, no puede decirse
que ello ocurriera en todos los casos. Un barbero de una ciudad de provin­
cias que hizo correr el rumor de que su hermano —propietario de una bar­
bería rival— había nacido del “desliz” de su madre con un amante judío,
fue condenado a cinco meses de prisión.32 En cambio, un miembro del par­
tido de veintiún años de edad que acusó a su madre y a su hermano de sub­
versión comunista consiguió que fuesen encarcelados por dos y seis años res­
pectivamente.33
Esto nos lleva al aspecto de la denuncia como arma en el conflicto gene­
LA DENUNCIA 127

racional. Los cuadros de la juventud entregaban a los alumnos de escuelas


secundarias y los aprendices cuestionarios en que los muchachos debían con­
signar los obstáculos que los padres, profesores o patronos ponían al cum­
plimiento de sus deberes como miembros de las Juventudes Hitlerianas.34
Este tipo de estímulo produjo resultados también en otros ambientes sociales.
Un destacado bailarín vienés fue condenado a tres años de cárcel al ser de­
clarado “criminal de radio” (es decir, oyente de emisoras extranjeras en tiem­
po de guerra) por instigación de su hija, una adolescente. Un muchacho de
Berlín, de diecinueve años, cuyo padrastro le pegó en una ocasión por gas­
tarse el salario en bebida, trató de conseguir un resultado similar; pero el
severo paterfamilias se libró de la acusación demostrando ante el tribunal que
su aparato de radio no podía sintonizar emisoras extranjeras.35 En ocasiones,
la denuncia de un niño contra sus padres se producía de forma totalmente
inocente. En 1934, un colegial berlinés puso en peligro la vida de su padre
y provocó su encarcelamiento temporal por interrumpir la diatriba antisemita
de un profesor con la observación: “Mi papá dice que los judíos no son unos
malvados”.38
El temor a la denuncia afectaba a todos aquellos que sentían alguna sim­
patía por los judíos: una mujer de Berlín que visitaba periódicamente a
unos amigos judíos se encontró un día con que la puerta del apartamento de
aquéllos estaba sellada. Al preguntar qué había sucedido, la mujer del por­
tero (a quien sus amigos habían descrito como una buena persona) le refirió
en cuatro palabras la terrible escena de la deportación y le suplicó: “Váyase
de prisa, porque si no alguien que nos oiga nos denunciará a la Gestapo”.37
La denuncia contra judíos y contra aquellos que les ayudaban era determi­
nada por el simple antisemitismo o bien por una variedad activa de la cruel­
dad mental, la variedad pasiva de la cual es conocida por el término alemán
Schadenfreude (alegría ante el mal ajeno). El motivo que había tras la denun­
cia era a menudo de tipo “socialista”, en el sentido pervertido de la palabra
en que lo utilizaba constantemente la propaganda nazi. El electricista que
arreglaba la instalación eléctrica de una rectoría y que al denunciar un chiste
antihitleriano del pastor provocó la ejecución de éste 38 se movía tanto, pro­
bablemente, por el resentimiento del obrero hacia el burgués educado como
por “patriotismo”.
Como es lógico, la tensión emocional motivada por la guerra intensificó el
clima de sospecha e incrementó la ola de denuncias. En este aspecto, eran
las mujeres quienes llevaban la voz cantante, porque eran más numerosas
y porque muchas de ellas pensaban que el hecho de meter la nariz en la vida
de sus vecinos constituía su contribución específica al esfuerzo de la guerra,
mientras sus maridos estaban en el frente. Hubo mujeres capaces de informar
a la Gestapo de que alguien había dado un pedazo de pan a un prisionero
128 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ruso famélico,39 y de amenazar con denunciar a los inquilinos que preferían


no dormir en los refugios antiaéreos, a fin de que, en caso de que muriesen,
no se pagase ninguna indemnización a sus parientes.40 Un “submarino” me­
dio judío que se había trasladado a un área de recepción describía el pueblo
como “lleno de mujeres evacuadas de Berlín que se espían unas a otras ince­
santemente: que si X compra patatas de estraperto, que si Y escucha la BBC,
que si Z pasa comida a los prisioneros de guerra franceses...”.41 Un periódico
nazi reconocía abiertamente esta situación y de paso intentaba darle una
explicación parcial: “¿Quién suele llevar la mayoría de las acusaciones de
felonía y de alta traición? Las mujeres cuyos maridos están en el frente o han
sido muertos en acción”.42
Posiblemente, el más fantástico caso de denuncia patriótico por parte de
una mujer fuera el que hemos mencionado ya, el de una madre de un pueblo
del sur de Alemania que fue informada por una vecina de que su hijo, a
quien se daba por desaparecido, había sido citado en una lista de prisione­
ros de guerra de los rusos. A continuación, esta mujer denunció a su vecina
por escuchar radio Moscú.43 El temor al castigo por “crímenes de radio”
dio lugar también al absurdo de que una familia asistiera a los funerales de
su hijo, que servía en un submarino y a quien se creía desaparecido y pro­
bablemente muerto, aunque ellos sabían por la BBC que estaba vivo en un
campo de concentración británico.
En un informe secreto sobre el estado de la moral pública elaborado hacia
el final de la guerra se lee: “Un enojoso rasgo concomitante de las medidas
totalitarias es el aumento de número de cartas anónimas dirigidas a todas
las autoridades imaginables, en las que individuos que se han visto afectados
por una determinada medida tratan de difamar a otros por bajos motivos de
odio o envidia”.44
Una parcela importante de las denuncias de la época de guerra se refe­
ría a la infracción de las normas de racionamiento. La atmósfera de mutua
sospecha que resultaba de esto fue expresivamente descrita por un periódico
local del sur de Alemania:
“Si un autoabastecedor rural envía un paquete de comida a su ahijado de
la ciudad, no hay razón para comenzar a hablar de mercado negro y de aca­
paramiento y de arrastrar por el fango el honor de un ciudadano... Un autoa­
bastecedor que envía a su hijo a la escuela con un panecillo provocativamen­
te untado con mantequilla mientras el muchacho del pupitre de al lado come
pan con mermelada no se da cuenta del daño que hace.” 45
Menos frecuentes —pero literalmente mortales en sus consecuencias—
eran las denuncias contra los “derrotistas”. Así, un vienés que expresó su es­
cepticismo acerca de la muy cacareada Endsieg (victoria final) en una carta
dirigida a un antiguo compañero de trabajo, fue denunciado, procesado y
LA DENUNCIA 129

ejecutado.46 Hacia el final de la guerra, la denuncia se había convertido casi


en un reflejo condicionado. A finales de abril de 1945, los habitantes de
Konstanz, junto al lago Constanza, se denunciaban aún unos a otros cuando
el avance de las fuerzas aliadas obligaba ya a las autoridades locales de la
Gestapo a emprender una precipitada retirada en dirección hacia el “reduc­
to alpino”.47
8

LA JUSTICIA

En su calidad de híbrido de revolución y restauración, la toma del poder


nazi causó profunda confusión en muchos alemanes, confusión que los nue­
vos dirigentes se esforzaron por agravar, presentando distintos aspectos de
su gobierno como revolucionarios o como restauradores no según la realidad
sino según los deseos de la opinión pública.
En tanto que admitían haber destruido la libertad (en el sentido occiden­
tal de la palabra) parecían favorecer el orden; pero en realidad, bajo el Ter­
cer Reich, las instituciones del orden murieron de forma tan clara como las
de la libertad, y por procesos sólo diferentes en apariencia: el Parlamento
pereció de manera inmediata y por un simbólico incendio; los tribunales, de
forma lenta, por la coacción, la arbitrariedad y finalmente por un absoluto
nihilismo. Durante los primeros días del régimen, muchos de sus súbditos
pudieron ser engañados —o pudieron engañarse a sí mismos— hasta el punto
de creer que vivían aún en un Rechtsstaat (estado basado en el gobierno de
la ley). Las ruedas de la justicia seguían rodando por los carriles acostumbra­
dos, y los ritos legales eran escenificados con pocas alteraciones en su con­
tinuidad y en sus actores; incluso algunos hombres de leyes consideraban
que el Tercer Reich tenía más de Rechtsstaat que la República de Weimar:
“La identidad que se da actualmente entre el administrador de la ley y
el gobierno asegura la orientación autoritaria de los jueces. Da a éstos un
claro marco en el que ejercitar su discreción... Garantiza que cada acto de
la voluntad del dirigente sea expresado en forma de leyes y satisface el ge­
neral deseo del pueblo de sentirse seguro con respecto a la ley”.1
Cari von Ossietzky, ganador del premio Nobel de la Paz y víctima del
nazismo, había ya descrito esta situación cuando escribió, hablando de los
LA JUSTICIA 131

jueces de Weimar que le juzgaban por “maquinaciones” pacifistas bajo la


República:
“Son hombres desorientados por el destino, que les ha hecho vivir en una
época desquiciada. La propiedad, la familia, la reputación, todo se pone en
cuestión. El mundo baila a los sones de una orquesta de jazz, pero debe de
haber una autoridad en alguna parte... En un trozo de película en el que
todas las cosas figuran cabeza abajo y de espaldas al espectador, aparece,
superpuesta, una gran bota militar. Ésta es la autoridad última que ellos
respetan.” 2
Sin embargo, los miembros de la profesión legal estaban ya preocupados
por su status social antes del advenimiento de la República. Ya bajo el Kaiser
el poder judicial había tenido que ceder influencia y prestigio al ejército y a
la administración civil, y vio con desagrado la creación del Parlamento, que
venía también a desplazarles a ellos. A pesar de este relativo desplazamiento,
existía una relación muy estrecha entre la profesión legal y el aparato del
estado, hasta el punto de que un jurista de cada dos llegaba a ser funcionario
del estado, y más de la mitad de los funcionarios veteranos eran graduados
en leyes.3 Estos juristas se habían ganado su puesto en la sociedad alemana
moderna como juristas de monopolio, como funcionarios de la élite monopo­
lista de poder del imperio. Este monopolio se desintegró en 1918, pero los
juristas siguieron en sus puestos, y siguieron actuando según las mismas tra­
diciones. Acostumbrados, durante generaciones, a administrar la ley en nom­
bre del rey y no del pueblo, estaban llenos de prejuicios ante los represen­
tantes de éste. Durante los dos primeros años de la República de Weimar, los
tribunales alemanes impusieron 8 sentencias de muerte más 177 años de
prisión a izquierdistas implicados en trece asesinatos políticos; y ninguna sen­
tencia de muerte, una cadena perpetua y 31 años de prisión a nacionalistas
de derecha implicados en 314 asesinatos.4
En el invierno de 1931-1932, el Tribunal de Justicia de Chemnitz examinó
una demanda de incompetencia contra dos jueces que eran miembros del
Partido Demócrata, sobre la base de que dicha filiación constituía una ame­
naza a su imparcialidad.6
Sin embargo, la mayoría de los miembros de la profesión legal no parti­
cipaban, de manera explícita, en la ideología nazi, ni se adhirieron a ella en
bloque después de la toma del poder. (La formación tradicional de los juris­
tas —como lo era de los académicos, oficiales y funcionarios— era de tipo
autoritario más que totalitario.) Pero, aunque autoritarismo y totalitarismo
eran ideologías divergentes, no dejaban de coincidir en algunos puntos, y era
una tentación cruzar los límites fingiendo no ser conscientes de ello. Un ex­
presivo ejemplo del “ponerse en línea” (Sélbstgleichschaltung) en el ámbito
judicial viene dado por la conducta de Herr Bumcke, el presidente del Tri-
132 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

bunal Supremo de Justicia de Leipzig, que nunca había mostrado simpatía


alguna por los nazis. Poco después de la toma del poder, cuando un invitado
a una recepción del Tribunal Supremo cometió una infracción de la etiqueta
presentándose en uniforme de las SS en lugar de en frac, Frau Bumcke co­
mentó agriamente: “Veo que usted también lleva el uniforme de los asesi­
nos”. Pero al final de la primera audiencia de Herr Bumcke con Hitler, cuan­
do éste le estrechó la mano, le miró intensamente a los ojos y dijo: “Bumcke,
tiene usted que ayudarme”, aquella súplica le convirtió inmediatamente en
un adepto.6 Normalmente, la Gleichschaltung se efectuaba en parte por la
coacción a los profesionales en ejercicio, y en parte por el condicionamiento
a los que estaban aún estudiando. Todos los abogados en ejercicio estaban
agrupados en la Unión de Abogados Nazis (NS Rechtswahrerbund), cuyos
“tribunales de honor” gozaban de formidables poderes disciplinarios: los
miembros que olvidaban el Heil Hitler eran objeto de severas reprimen­
das; los que dejaban de votar en las elecciones y plebiscitos del Reichstag
eran privados del ejercicio de la profesión.7 Los estudiantes de leyes estaban
sujetos a un grado bastante más intenso de adoctrinamiento y control, tanto
en el curso de sus estudios académicos como en los campos de entrenamiento,
donde la ideología nazi y la educación física desplazaban los estudios legales.
En la esfera de los procedimientos de los tribunales se produjeron nume­
rosas innovaciones. Se abolió la autonomía judicial; mientras anteriormente el
presidente del tribunal y los demás miembros se distribuían entre ellos las
distintas funciones, ahora el Ministerio de Justicia no sólo nombraba a los
jueces (cosa que siempre había hecho) sino que además decidía la función
de cada miembro. Según el Acta de la Administración Civil, los jueces po­
dían ser obligados a retirarse si existía alguna duda acerca del hecho de que
siempre “actuaban de acuerdo con los intereses del estado nacionalsocialis­
ta”.8 (Los “viejos luchadores” que sustituían a los funcionarios así purgados
eran a veces muy jóvenes: Wilhelm Stuckhart, por ejemplo, fue nombrado
presidente del Tribunal Supremo regional de Hesse, una zona con una pobla­
ción de cinco millones de personas, a la edad de treinta y un años.)9
La aplicación de las leyes criminales fue gradualmente reducida a una
técnica de burocracia administrativa. Hitler promovió la legislación de innu­
merables decretos, a menudo referentes a casos específicos. La interrelación
triangular entre juez, fiscal y defensor fue profundamente modificada, con la
disminución de la importancia del defensor en beneficio del fiscal, El defen­
sor sólo podía ser nombrado con la aprobación del presidente del tribunal; sus
deberes morales se convirtieron en deberes legales; por ejemplo, si no impe­
dían a sus clientes que mintieran en su declaración jurada, ellos mismos
podían ser procesados por perjurio.10
Las funciones y el poder de los fiscales fueron incesantemente incremen­
LA JUSTICIA 133

tados. Este proceso alcanzó su culminación lógica en una concepción de la


ley que formuló, en 1944, un funcionario del Ministerio de Justicia: "...dado
que no cabe distinción alguna entre el nacionalsocialismo y la justicia, no
debería haber distinción entre juez y fiscal del estado”.11 El fiscal usurpó mu­
chas de las funciones del juez: la censura de las cartas del acusado (incluso
las dirigidas a su defensor), la autorización de visitas, y, cosa más importante,
el derecho a dirigir las peticiones de clemencia.12
En 1939 se constituyó una división especial del Tribunal Supremo de Jus­
ticia, ante el cual el fiscal del estado podía presentar los casos directamente
pasando así por encima de los tribunales inferiores. Podía también solicitar
a esta división especial la revisión de cualquier caso (a menos que éste hu­
biera sido examinado por el “Tribunal del Pueblo”, creado especialmente)
dentro del año posterior a la sentencia definitiva.18 El tribunal estaba obli­
gado a aceptar dicha solicitud. Era, pues, el fiscal del estado quien realmente
decidía la sentencia definitiva, que acostumbraba a ser la pena capital (la
cual, entre 1933 y 1943, llegó a cubrir cuarenta y seis categorías de crimen,
en lugar de sólo tres, como anteriormente). El decreto que concedía al fiscal
del estado este aumento de funciones declaraba expresamente que estas ini­
ciativas se le encomendaban por orden del Führer.14
Los procedimientos judiciales durante el Tercer Reich reflejaban también
la voluntad de los sub-Führers —los Gauleiter y gobernadores provinciales
(Reichsstaahtalter)— y del Schwarzes Korps.15 Mediante críticas a los proce­
dimientos judiciales y mediante presiones solapadas, el portavoz de las SS
asumió gradualmente una función supervisora de la administración de justi­
cia, situación que fue reconocida por el Ministerio de Justicia en 1939 cuando
publicó oficialmente sus respuestas al periódico acerca de las decisiones de
los tribunales en lo contencioso.18
De vez en cuando, las sentencias de los tribunales eran atacadas en los
editoriales del periódico. Cuando, en el juicio acerca de la colisión entre
un coche y un tren, los tribunales dictaron sentencia contra el automovilista,
el Schwarzes Korps objetó: " ... de acuerdo con el principio de autoridad, todo
hombre es responsable de sus actos y de sus omisiones; el guardaagujas es
responsable de sus actos y los ferrocarriles del Reich son responsables de la
competencia del guardaagujas”.17
A veces, el Schwarzes Korps impugnaba incluso la misma ley, como
cuando declaraba que el apartado 51 del Código Penal (en el cual la embria­
guez era considerada circunstancia atenuante en las peleas con arma de fue­
go) era insostenible, porque las Ordenanzas Nacionales del Tráfico (una espe­
cie de código de la carretera) no contenían estas previsiones para los delitos
de conducción cometidos bajo influencia del alcohol.18
Pero el tema principal de las acusaciones del periódico contra la admi­
134 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

nistración de justicia era la supuesta falta de severidad de ésta. Cuando el


Tribunal Fiscal Supremo sentenció a un fabricante de pulimento para suelos
por vender sustitutivos sin valor a ser despojado de sus beneficios, el Schwar­
zes Korps comentó: “Hubiera constituido un escarmiento mejor para otros
posibles aprovechados que la madera que se ha usado para el abultado
expediente de este caso se hubiera utilizado para levantar una buena horca”.19
El castigo draconiano era, en efecto, la base de la justicia nazi. Sus par­
tidarios solían aducir la frase de Nietzsche: “Las leyes penales constituyen
medidas de guerra encaminadas a librarse del enemigo”, definición que Al­
fred Rosenberg depuró en esta otra: “El castigo es... simplemente la sepa­
ración de los individuos ajenos a la comunidad y de las naturalezas des­
viadas”.20
Unos ejemplos muestran cómo esta definición de castigo y el deseo de seve­
ridad solían aplicarse en la práctica, pero no siempre. El primero es una sen­
tencia dictada por el Tribunal de Salud Hereditaria de Kiel (en aplicación
del acta de prevención de la descendencia con enfermedades hereditarias):
“La esterilización no puede ser evitada porque el enfermo hereditario haya
declarado que se suicidará después de la operación... o porque cuente cin­
cuenta y nueve años de edad y su mujer cincuenta y seis”.21 Estas conclusio­
nes datan de 1934, el mismo año en que un tribunal de Berlín sentenció a
varios comunistas procesados por acusaciones no probadas de asesinato polí­
tico a penas de prisión que ascendían en total a 133 años. Ello hizo que el
Volkischer Beobachter, el periódico del partido, rompiera en estridentes que­
jas acerca del “anémico, decadente rigor mortis del legalismo... El tribunal ha
mostrado tan poca comprensión del caso como durante la vista del juicio por
el incendio del Reichstag”.22
La absolución de Dimitrov por el Tribunal Supremo de Justicia ilustró la
intermitente supervivencia del inconformismo judicial en los primeros años
del Tercer Reich. De manera similar, cuando él régimen trató de deponer a
Karl Barth, profesor de teología, el más decidido oponente del nazismo en
el campo de la Iglesia, halló la oposición del Tribunal Supremo Administra­
tivo. Fue necesario un ukase del Ministerio de Educación para purgar a
aquel turbulento sacerdote.23
Otro ejemplo interesante lo constituye la decisión de un tribunal laboral
acerca del despido de una señorita de compañía por su señora, de cuya con­
versación, políticamente sospechosa, aquélla había informado a la policía. El
tribunal se pronunció a favor del despido (sin indemnización) con la excusa
de que la señorita de oompañía había faltado a la lealtad y quebrantado la
confianza depositada en ella.24
Pero en 1937, el Tribunal Supremo dictaminó que las críticas al régimen
■eran procesables aun cuando fueran hechas dentro del círculo familiar o ante
LA JUSTICIA 135

una persona a la que se hubiera exigido promesa de silencio. Sólo si un ciu­


dadano expresaba tales sentimientos para sí mismo, en la creencia de no ser
escuchado, o si los confiaba a un diario que esperaba que nadie leería, no
constituían motivo de procesamiento.25 Pero incluso esta valoración perdió
vigencia durante la guerra, cuando un capitán de la Luftwaffe fue acusado
de “subversión militar de la propia persona” (Werhrkraftzersetzung) cuando
el diario en el que había expresado sus dudas acerca de la capacidad de Ale­
mania para ganar la guerra cayó en manos extrañas durante un bombardeo.26
La “subversión de la propia persona” representaba la incansable e ilógica
intromisión del régimen en la conducta autónoma del ciudadano. Las nuevas
ordenanzas y regulaciones eran tan numerosas y veían la luz en sucesión tan
rápida que los ciudadanos tenían dificultades para mantenerse al corriente
de ellas, y las autoridades se veían obligadas a conceder repetidas amnistías
a favor de los delitos leves. (En 1933, 1934, 1936, 1938 y 1939, se concedieron
amnistías generales a los condenados a penas de hasta seis meses de prisión.
Estas amnistías dieron lugar a categorías legales enteramente fortuitas, pues
la clasificación de un individuo procesado como reíncidente dependía de
hasta qué punto había avanzado el procesamiento contra él en el momento
de la amnistía. Si se había llegado a la sentencia, su expediente se trasladaba
a los archivos criminales.)
El alto porcentaje de delitos perdonados por las amnistías puede dedu­
cirse de las estadísticas criminales: en 1937, año en que no se concedió am­
nistía, se registraron 504,093 delitos, contra 381.817 en 1938, en que se pro­
mulgó una. Aunque las amnistías confundían la imagen general, la gráfica de
criminalidad mostró una clara tendencia descendente durante todo el Tercer
Reich, al pasar de 590.165 en 1933 a 335.162 en 1939.27 El descenso entre
1932 y 1937, año en que no se produjo amnistía —de 691.921 a 504.093—, no
es muy grande, pero es cierto que, tal como lo observaron los ciudadanos ale­
manes, durante el Tercer Reich se produjo un descenso de la criminalidad.
Este descenso era función de la capacidad del régimen, primero, para intimi­
dar * al delincuente potencial y, en segundo lugar, para canalizar los impul­
sos criminales en favor de sus propios objetivos. Así, el asesinato, al igual que
delitos como el atraco, el robo, el desfalco o el pequeño hurto declinaron en
una proporción notable. Sin embargo, esta tendencia general tuvo un número
importante de excepciones, cada una de las cuales representaba un comenta­
rio sobre el clima social de la Alemania nazi. Los procesamientos por acusa­
ción infundada y por difamación aumentaron considerablemente —entre 1933
y 1934 llegaron a doblarse 28— y entre 1934 y 1938 los casos de homicidio por

° La proporción de penas de prisión largas triplicó entre 1930 y 1939 (cf. Franz
Exner, Krimmologfe, Springer, 1949, p. 106).
136 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

negligencia aumentaron en un 50 por ciento, y los de heridas por negligencia


en un tercio.29 El aumento de procesamientos por delitos sexuales —terreno
en el que es difícil establecer si realmente aumentó el número de delitos o
si éstos salieron más a la luz debido a la vigilancia más intensa— fue incluso
mayor: de un 50 por ciento los casos de violación y aborto y de un 900 por
ciento los de homosexualidad (el número de procesamientos aumentó de 3.261
entre 1931 y 1934 a 29.771 entre 1936 y 1939).80
En este último caso, el procesamiento no era más que el comienzo de la
persecución. Los homosexuales eran “carne de campo” por excelencia. De
acuerdo con la severa legislación contra la homosexualidad promulgada en
1935, un tribunal declaró culpable a un voyeur que, al ser detenido por con­
templar a una pareja que realizaba el acto sexual en un parque, confesó
haber observado sólo al varón.31 La salvaje persecución nazi contra los homo­
sexuales comenzó durante el putsch de Roehm del 30 de junio de 1934, la
extensa matanza que fue retroactivamente legitimada por la Ley de defensa
del estado en situaciones de emergencia, que se promulgó poco después, el
3 de julio de 1934.32 La legislación retroactiva se convirtió en rasgo carac­
terístico de ¡la actuación legal de los nazis. En 1938, el atraco a los automovi­
listas en carreteras solitarias pasó a ser considerado delito grave, con efectos
retroactivos sobre todos los delitos de este tipo cometidos desde el principio
de 1936. Leyes retroactivas similares se promulgaron con relación al secues­
tro, así como a algunos delitos de guerra.
Otras dos innovaciones características fueron la adopción de criterios
fenomenológicos en la evaluación del crimen y la introducción del “sentido
común del pueblo”, como concepto legal normativo. Da una idea del enfo­
que fenomenológico la declaración del doctor Freisler (presidente del “Tri­
bunal del Pueblo”) de que el “propósito criminal” era el “principal objetivo
de la acción ofensiva de las autoridades”. Otra máxima legal nazi afirmaba
que “una persona que se apodera de un objeto que no le pertenece no es
necesariamente un ladrón; sólo la naturaleza de su personalidad puede defi­
nirle como tal”.33 Así, la filosofía legal se centraba en el castigo del delin­
cuente más que del delito. En lugar de definir accionés delictivas, la escuela
fenomenológica describía arquetipos criminales, como el aprovechado de la
guerra, el Volksschüdling (el que dañaba a la nación), o el delincuente bru­
tal. Ello daba lugar a que los tribunales mostrasen cada vez mayor interés
por la “imagen global” del acusado y por su historia familiar, más que por el
corpus delicti en sí mismo.
Así, un tribunal superior concedió el divorcio a un hombre aceptando
como motivo el que la esposa procedía de una familia de mala reputación
(una de sus hermanas tenía antecedentes penales). "En casos de duda —expli­
caba el tribunal—, se está convirtiendo en práctica legal habitual el tomar
LA JUSTICIA 137

en consideración las principales características de la familia del acusado.” 3*


El estallido de la guerra dio lugar a la promulgación de nuevas leyes.
Como algunos de los nuevos delitos estaban definidos de una forma bastante
vaga, los tribunales incurrieron cada vez más en interpretaciones fenomenoló-
gicas. Un hombre que había atacado a otro con los puños para robarle 65 mar­
cos, compareció ante el Tribunal Especial de Stuttgart. Basándose en su his­
torial anterior —dos condenas por delitos leves— y en la forma de agresión
empleada, el tribunal le declaró atracador profesional y le impuso la senten­
cia de muerte, a pesar de que la ley preveía la pena capital sólo en el caso·
de utilización de arma peligrosa.35
Un estafador procesado por un tribunal de Berlín fue castigado de la
misma manera porque una sentencia de dos años atrás señalaba en él “una
inclinación al crimen tan arraigada que le incapacitaba para convertirse nun­
ca en un miembro útil de la comunidad del pueblo”.36
El “sentido común del pueblo”, concepto bastante amorfo que se definía
solamente por medio del minucioso estudio de las declaraciones de los diri­
gentes nazis, era invocado con relación a toda una serie de delitos, desde
algunos triviales a otros graves. Un tribunal de Colonia decidió que la ame­
naza: “¡Un día vendrás a suplicarme de rodillasl” era procesable por su ca­
rácter difamatorio, pues ningún alemán se arrastraba nunca de rodillas bajo·
ninguna circunstancia: “Quienquiera que dirija una frase de este tipo a una
persona, le imputa una acción impropia de un alemán, ofendiéndole así en
su honor de hombre”.37
Durante la guerra se consideró que las pedantes distinciones entre delin­
cuencia juvenil y delincuencia adulta eran contrarías al “sentido común del
pueblo”. Los jóvenes de dieciséis años en adelante podían ser condenados a
muerte “si su desarollo mental y moral corresponde al de los criminales adul­
tos”; y luego este límite de edad se redujo aún más: en 1944, se impusieron
sentencias de muerte a jóvenes entre los catorce y los dieciséis años.38
Estrechamente relacionado con el concepto de “sentido común del pue­
blo” estaba el de “comunidad del pueblo”. Un tribunal de Berlín determinó
que el intento de suicidio de un inquilino invalidaba su contrato de alquiler.
“Su acción de abrir las espitas del gas denotaba una irresponsabilidad tal
hacia los demás inquilinos que no se podía esperar que el propietario de la
finca continuase respetando el contrato de alquiler.” 30 Por haber contravenido
la “ley no escrita de la comunidad del pueblo”, un tribunal de Lüneburg sen­
tenció a un hombre, acusado de no ayudar a apagar un incendio, a seis meses
de prisión, el doble de la petición fiscal. Se convirtió en habitual el establecer
castigos superiores a los previstos por la ley escrita. El Tribunal Supremo
dictó incluso sentencia de muerte en casos en que el desequilibrio mental
del acusado indicaba claramente su parcial irresponsabilidad.40
138 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

En casos de “corrupción racial” (relación sexual entre alemanes y judíos),


los tribunales dictaban sentencias aun en los casos en que no estaba probada
la realización del coito pero la acusación podía aducir acciones próximas,
como las caricias.41 Cuando se establecía que los acusados habían llegado al
coito, la sentencia de muerte sustituía a veces a la pena prescrita, de diez
años de prisión,42 Pero, en la práctica, existía poca diferencia entre ambos
castigos, pues la Gestapo trasladaba sistemáticamente a los corruptores racia­
les” judíos a campos de concentración, como complemento a su sentencia de
cárcel.
La práctica de no liberar a los presidiarios al término de su sentencia se
había iniciado en los primeros años de la década de los treinta. En 1936, la
acostumbrada vigilancia policial de los criminales que habían cumplido sen­
tencia fue sustituida por la custodia protectiva. Los presos políticos, como
los infractores de la ley acerca de la Heimtücke (traición), eran a menudo
trasladados, después de su liberación, a manicomios e instituciones simila­
res.43 Además, la Gestapo incrementaba regularmente la población de los
campos de concentración con grupos de “indeseables sociales”, contra los
cuales no se había formulado acusación alguna (por ejemplo, en 1937, Himm­
ler ordenó que fuesen detenidos dos mil delincuentes habituales y delincuen­
tes sexuales).44
La ruptura de hostilidades fue poniendo término a la práctica de liberar
a los presos que habían cumplido sentencia, porque, según una declaración
del Ministerio de Justicia, “en tiempo de guerra, las inclinaciones criminales
congénitas salen fácilmente a la luz... y la liberación de presidiarios constitu­
ye un peligro para la comunidad del pueblo”.48 Himmler y el ministro de
Justicia, Thierack, establecieron, en 1942, el traslado automático a campos de
concentración de los presos que habían cumplido sentencias de seis años en
adelante.48 *
La guerra dio lugar también al constante endurecimiento de las penas.
Las draconianas sentencias habituales en el caso de los delitos políticos,
como la ejecución de un pastor de Berlín que había contado un chiste anti­
nazi,47 se hicieron cada vez más frecuentes, con el resultado de que el total
anual de ejecuciones se quintuplicó entre 1940 (926) y 1943 (5.336).48
Los Volksschadlinge ejecutados inoluían a un matrimonio que aconsejó
a su hijo que cultivara su afección de la vejiga para librarse de ser enviado
al frente,49 dos adolescentes que robaron en casa de un soldado,80 una obrera
no cualificada que robó cinco toallas, una sábana y un cojín de un almacén
del ejército,81 un hombre que formuló injustificamente una solicitud de in-

° Algunos jueces humanitarios imponían deliberadamente penas de prisión largas a


los acusados con el fin de darles una oportunidad de sobrevivir a la guerra,
LA JUSTICIA 139

demnización por daños de guerra,52 y un pensionista que se llevó un par de


pantalones que estaban en el exterior de una casa bombardeada durante un
ataque aéreo (los bolsillos contenían 3 marcos y unos cigarrillos).53 *
La influencia de la guerra sobre la criminalidad global tuvo dos aspectos.
Los delitos de homicidio continuaron su declive de los tiempos de paz, y
los delitos sexuales —en abierto contraste con el periodo anterior a la gue­
rra— disminuyeron también (el número de unos y de otros fue un 50 por
ciento más bajo en 1943 que en 1937),54 mientras que los robos (especialmen­
te de tiendas de comestibles), así como los hurtos de paquetes enviados por
correo y por ferrocarril, aumentaron considerablemente (a pesar de que se
dobló el número de guardias ferroviarios, la cantidad de estos delitos en
1943 fue dieciséis veces mayor que antes de la guerra).55 **
Como es lógico, la guerra produjo también nuevas modificaciones de los
procedimientos legales. Posiblemente, el más drástico ejemplo de la “coordi­
nación judicial” de los años de guerra fue la conferencia, celebrada en 1941,
en la Casa de los Aviadores, en Berlín, en que se pidió a los presidentes de
los tribunales superiores y a los procuradores regionales que explicasen la
aplicación del programa eutanásico a sus subordinados locales, con la instruc­
ción de que todas las peticiones y protestas referentes al homicidio eutanásico
de los internados en instituciones debían ser dejadas sin respuesta y transmi­
tidas al Ministerio de Justicia.50
En 1943 se suprimió la obligatoriedad de la confrontación entre el acu­
sado y los testigos, a causa de las dificultades de transporte; en lugar de
dicha confrontación, eran leídas ante el tribunal las declaraciones de los tes­
tigos a la policía. La creciente cantidad de casos pendientes de solución se
adujo como motivo para retrasar la audiencia de algunas causas de divorcio
hasta después de la guerra. Esto se hizo según un criterio selectivo, es decir,
que los casos de matrimonios de edad no eran atendidos, mientras que los
litigantes jóvenes —que podían aún engendrar hijos con otros cónyuges—
gozaban de prioridad.57
La racionalidad (desde el punto de vista del régimen) de medidas como
ésta coexistía con la generalizada incoherencia en las decisiones de los tribu­
nales para delitos idénticos. Algunas de las más evidentes disparidades sur­
gían de las contravenciones de los tabúes raciales del régimen en lo referente
a relaciones sexuales. Así, en 1941, tribunales de Speyer y de Leitmeritz sen­
tenciaron a dos mujeres alemanas a cuatro meses y cinco años respectivas

® Los delitos cometidos durante las alarmas aéreas eran castigados con especial
dureza. El periódico Stockholms Tidningen informó de once ejecuciones en un solo día
(19 de febrero de 1942).
*.e. Otro hecho importante motivado por la guerra en este terreno fue el considerable
aumento de la criminalidad entre las mujeres y los jóvenes.
140 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

mente por “delitos sexuales” idénticos con prisioneros de guerra franceses.®’


En 1939 una mujer de Konigsberg fue condenada a diez años de prisión por·
coito con un prisionero polaco; dieciocho meses después, el mismo delito-
reportó a una mujer la Radolfzell una sentencia veinte veces inferior.** El!
SD registró también el gran desconcierto de la opinión pública cuando los·
tribunales impusieron idénticas condenas de tres meses de cárcel a un auto­
movilista que mató a un peatón por negligencia y a una obrera que faltó·
a su trabajo durante unos días.58
El cuerpo judicial fue objeto de una medida mucho más dura —traumá­
tica, en realidad— en abril de 1942, cuando Hitler, en un discurso en le Reich­
stag, reprendió a sus miembros por “ignorar ostensiblemente las leyes de Ios-
tiempos actuales”. Esta reprimenda de las alturas, que una minoría consideró·
como un tributo a su honestidad, dejó a la mayoría de la profesión abru­
mada por un sentimiento de agravio durante el resto de la guerra. Lo que-
aparentemente había suscitado las iras de Hitler contra la profesión legal
(hasta hacerle exclamar en privado: “¡Ya me ocuparé yo de que a nadie le*
queden ganas de hacerse abogado!”) fue la sentencia de cinco años de
prisión impuesta por un tribunal provincial a un hombre cuyos malos tratos·
a su mujer fueron causa del desequilibrio mental de ésta, y finalmente de sui
muerte.59 Pero la auténtica razón fue que, a pesar de su absoluta disposi­
ción a servir al régimen, la formación de los jueces en el respeto a la ley
—por desgastada y limitada que estuviese— les impedía cumplir a la per­
fección las nihilistas peticiones del régimen. Los vituperios de Hitler en eli
Reichstag levantaron una oleada de solicitudes de revisión de juicio por
parte de litigantes no satisfechos que acompañaban sus “peticiones”, a veces-
insidiantes o coactivas, con incontrovertibles citas de aquel discurso.00
Consecuencia más grave fue la desaparición de los últimos vestigios de-
independencia judicial. Se convirtió en práctica habitual de los jueces y de
los fiscales del estado el mantener conversaciones previas a cada juicio, con·
el objeto de decidir de antemano su resultado. Indudablemente, por lo-
que respecta a un amplio número de jueces, aquella fue una innovación po­
sitiva, pues les liberaba de la responsabilidad absoluta de las decisiones delt
tribunal.61
A veces, las muchas ocupaciones de jueces y fiscales daban lugar a que·

• En términos generales, la opinión pública estaba de acuerdo con la prohibición-


oficial de relaciones sexuales con servios, polacos y rusos, pero no veía gran mal en las-
relaciones ocasionales con prisioneros franceses, además de considerar ilógica la distinción!
que hacía el régimen entre trabajadores franceses y prisioneros de guerra.
** El trato que recibían los polacos implicados en estos delitos era aún más dramáti­
camente variable. A menos que los médicos especialistas en etnología les diesen poi'
aptos para la germanización, estaban expuestos a las penas más severas, incluyendo la<
ejecución.
LA JUSTICIA 141

-estas conversaciones anteriores al juicio no tuvieran lugar hasta el mismo mo­


mento de la audiencia, con el resultado de que, durante las interrupciones
hde la vista, el acusado, el defensor y otras personas presentes podían oír
.las acaloradas y a menudo inteligibles discusiones que tenían lugar en las
:salas contiguas.02
El presidente de un Tribunal Supremo protestó contra este procedimiento,
’no porque lo considerase incorrecto en sí, sino porque consideraba inconve­
niente para el tribunal el hecho de que sus miembros pudieran ser vistos
^públicamente conferenciando con el fiscal antes o durante el juicio.63
Pero el legalismo no se extinguió totalmente durante el Tercer Reich.
A mediados de la década de los treinta, el ministro de Justicia Gürtner se
■quejó de que la Gestapo obtuviese declaraciones mediante la tortura,® y,
•con el mismo motivo, algunos tribunales pusieron reparos a la utilización
de dichas declaraciones. Cuando se expuso el asunto a Hitler, éste apoyó
fia actuación de la Gestapo, pero estipuló que las confesiones que no habían
sido hechas voluntariamente fueran especificadas como “obtenidas mediante
¡presión”.04

° No debe deducirse de esto, sin embargo, que las autoridades judiciales eran
contrarias a la “intervención física”. En 1937, una conferencia en el Ministerio de Justicia
•determinó que en el curso del “interrogatorio intensivo” estaban permitidos los golpes,
.mientras éstos no excedieran de veinticinco y se restringieran a la parte posterior del
■cuerpo. Además, a partir del décimo golpe, se requería la presencia de un médico, y se
decidió el uso de un mismo tipo de bastón para todo el país, para evitar la “aplicación
.arbitraria” de estas normas (cf. Ilse Staff, Justiz im Dritten Reich, Fischer, 1964, p. 119).
9

LOS FUNCIONARIOS

Las actitudes de los alemanes frente al gobierno pueden casi describirse


en términos tomados de la teología. Uno de ellos sería Staatsfrommigkeit
(reverencia cuasi religiosa por el estado), y otro, “maniqueísmo” (visión del
mundo según la cual éste se divide en dos mundos opuestos, el de la luz y
el de las tinieblas). En la concepción alemana del estado, la Politik, que
ya Goethe había tachado de garstig (sucia), pertenecía al reino de las tinie­
blas, y la administración al reino de la luz.
Resultaba de ello que los funcionarios del gobierno, los Staatsbeamter
(palabra de la que es difícil traducir todo el sabor) gozaban de un respeto
casi igual al que se profesaba a los soldados, y, a la recíproca, se sintieron
casi tan afectados como éstos por la debacle de 1918. En 1933, los funciona­
rios se ofrecieron ávidamente a cooperar con el régimen, en parte por nostal­
gia del autoritarismo de los Hohenzollern, en parte porque ansiaban identi­
ficarse con un estado fuerte y en parte por la deliberada confusión del Ter­
cer Reich con un Beamtenstaat (estado dirigido por expertos administradores
apolíticos).
Esta confusión provenía de la superficial identificación de la abolición de
los partidos políticos con la abolición de las fuerzas políticas. Sin embargo,
no todos los funcionarios sufrieron esta confusión, y, afiliándose al partido
nazi a razón de miles por semana, dieron lugar a que los "viejos luchadores”
dieran en todo el país el mismo grito de alarma: “|Los abogados están aguan­
do el partido!” , (Un chiste de la época explicaba que los funcionarios iban
I

* Los altos funcionarios eran invariablemente licenciados en leyes. Véase el capítulo


sobre el partido, p. 68-69, para la reacción de los adheridos a él antes de 1933 ante la in­
fluencia de los llamados “violetas de marzo”.
LOS FUNCIONARLOS 143

a sustituir a las veletas de los edificios, pues ellos eran quienes más rápida­
mente percibían en qué dirección soplaba el viento.)
Poco después, el partido cerró sus puertas a los aspirantes, pero, en 1937,
se levantó de nuevo la limitación del número de miembros y se reanudó el
proceso de conversión masiva de los burócratas, de tal forma que, a finales
de aquel año, sólo uno de cada cinco funcionarios prusianos no estaba afilia­
do. En 1939, la pertenencia al partido se convirtió prácticamente en un re­
quisito para ingresar en el cuerpo.1
Una purga política afectó a uno de cada cinco funcionarios en la que
había sido la socialdemócrata Prusia, y a uno de cada diez en el resto del
Reich.2 Los que no eran miembros del partido fueron purgados en número
considerable. Esta amplia purga de funcionarios que hasta el momento ha­
bían parecido inamovibles sirvió tanto para estimular a sus enemigos como
para convencer al pueblo alemán, que envidiaba a los funcionarios por la
seguridad de su empleo y su derecho a jubilación, de que el nuevo régimen
no admitía la existencia de ninguna casta privilegiada. También mereció la
aprobación pública la decisión de mantener los salarios del cuerpo al nivel
en que estaban durante la Depresión (nivel resultante de las deducciones,
entre el 11 y el 19 por ciento, fijadas por el canciller Brüning en 1930-31) a
lo largo de toda la década de los treinta, mientras otros sectores iban recupe­
rando gradualmente los niveles salariales anteriores a la crisis. (Las reduccio­
nes de Brüning fueron compensadas en el año 1940, pero esta medida no llegó
a hacerse pública).3
Como empleados directos del estado, los funcionarios —al igual que los
maestros— estaban más expuestos a toda la gama de presiones del partido
que los miembros de cualquier otra profesión. Estaban sometidos a controles
telefónicos, al espionaje sobre sus amistades, a investigaciones acerca de su
lealtad política en el pasado, a exámenes de su conducta matrimonial e inclu­
so de su comportamiento eugenésico. El siguiente diálogo ejemplifica el siste­
ma que seguían los dirigentes del partido para abordar la situación demográ­
fica de los empleados del estado, en este caso de un cartero que llevaba
varios años casado:
“¿Por qué no tiene usted hijos?” “Mi esposa tiene poca salud, mi salario
es pequeño y somos felices sin hijos.” “Mein Herr, usted recibe dinero del
estado y tiene que servir los intereses del estado. Le doy un año de plazo para
que engendre un hijo o bien para que lo adopte.” 4
En 1937, un memorándum del Ministerio del Interior declaraba:
“Todos los aspirantes solteros a un ascenso en el cuerpo de funcionarios
deben hacer una declaración escrita exponiendo por qué no se han casado
y cuándo se proponen hacerlo. Todo funcionario casado y sin hijos que lleve
por lo menos dos años de matrimonio debe exponer los motivos por los que
144 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

no tiene hijos antes de recibir el nombramiento definitivo (esta declaración


deberá incorporarse a su expediente personal).” 5
En algunas regiones, los dirigentes del partido llegaron aun más lejos.
En 1937, el Gauleiter Schwede-Coburg despachó una orden estableciendo
un plazo de tiempo concreto: “Para esta fecha, todos los funcionarios y em­
pleados del estado de mi Gau, mayores de veinticinco años, deberán estar
casados”.6
Pero las responsabilidades eugenésicas sólo eran una de las muchas obli­
gaciones externas al trabajo que se impusieron a los funcionarios. El Minis­
terio del Interior insistió repetidamente en la obligación que tenían los fun­
cionarios de, no sólo suscribirse a los periódicos del partido, sino buscarles
nuevos lectores.7 El Tribunal Supremo Administrativo de Prusia apoyó el
■despido de un funcionario basándose en el hecho de que, al no ser lector
habitual de los periódicos, sólo conocía de oídas la “restauración de la sobe­
ranía defensiva” y la posición del estado nacionalsocialista respecto a la cues­
tión judía.8 Todos los funcionarios debían prestar juramento de lealtad al Füh­
rer y adoptar el saludo nazi. Los empleados de hacienda y aduanas que traba­
jaban en los ferrocarriles, donde los saludos brazo en alto habían sido con­
fundidos varias veces con señales y dado lugar a accidentes, recibieron la or­
den de sustituirlos por saludos militares.9
Un funcionario podía ser expulsado por no contribuir al Bienestar del
Pueblo Nacionalsocialista, porque la conducta de su mujer fuera, en algún
aspecto, impropia de la esposa de un empleado del estado10 y porque sus
hijos asistieran a colegios privados, se asociaran a grupos juveniles controla­
dos por sectas religiosas o no pertenecieran a las Juventudes Hitlerianas.11
Los funcionarios no eran explícitamente obligados a abandonar la Iglesia
a la que pertenecieran, pero al tener prohibido pertenecer a asociaciones
religiosas y al estar sometidos a las presiones oficiales, eran, junto con los
maestros y los cuadros del partido, la profesión más ampliamente represen­
tada en el Movimiento Alemán de la Fe,° de carácter neopagano.
Una ley de 1937 les obligaba a dar cuenta de todas las actividades anties­
tatales de que tuvieran conocimiento. Esto, y el afán de ingresar en el par­
tido, condujo a lo que el dirigente de los abogados nazis, Dr. Frank, definió
como la “psicosis de partido” de los funcionarios, que daba lugar a un sín­
drome de retirada o a mostrarse “más papistas que el Papa”.12
Los funcionarios pertenecían obligatoriamente al Reichsbund Deutscher
Beamten (la poderosa Asociación de Funcionarios Alemanes, que contaba
■con un millón doscientos mil miembros), lo que suponía el pago de una cuota
importante, la asistencia a reuniones fuera de las horas de trabajo y a ejerci­

* Ver detalles en el capítulo dedicado a la religión, p. 466.


LOS FUNCIONARIOS 145

cios de tiro con armas portátiles, y la observancia del boicot a los grandes
almacenes decretado por la Asociación.
Los salarios de los funcionarios de grado inferior eran extremadamente
bajos. El salario mínimo inicial era de 150 marcos mensuales, y el máximo
(que se alcanzaba a los dieciséis años de antigüedad), de 210 marcos. Esto
en 1936, cuando el salario industrial medio era de unos 130 marcos, mientras
que la media en los ramos del metal y de la construcción era probablemente
dos o tres veces mayor. También los cuadros del partido estaban mejor
remunerados que algunos funcionarios, puesto que recibían trece pagas men­
suales por año.13
La escala salarial de los funcionarios de grado medio partía de los 320
marcos y llegaba, a través de veinte incrementos anuales, a los 420 mensua­
les, y la del grado administrativo pasaba, según el mismo ritmo, de los 400
a los 640 marcos mensuales.
Esta estructura salarial no sólo hacía difícil el reclutamiento de funciona­
rios, sino que también desalentaba a los jóvenes funcionarios procedentes
de familias acomodadas.
Siempre atento a la causa eugenésica, el Schwarzes Korps propuso que
se estableciera una escala salarial más alta para los funcionarios al principio
de su carrera, es decir, en el momento más intenso de su vida procreativa, y
que se efectuaran posteriormente las correspondientes reducciones,14 pero
esta propuesta nunca llegó a realizarse.
No obstante, todas las desventajas que sufrían los funcionarios del Tercer
Reich —desde la vigilancia hasta la congelación de salarios— no eran más
que una parte de sus problemas. Desde el punto de vista ético, la cuestión
esencial era la naturaleza del estado en cuyo servicio residía la razón de ser
de su existencia. Juzgando desde esta perspectiva, los funcionarios de la Ale­
mania nazi eran, si no tan felices como bajo el Kaiser, más felices de lo que
habían sido bajo el estado fantasma de Weimar. El régimen cosechaba éxitos
tanto en política interior como en la exterior, y había suprimido el control
parlamentario, al igual que los partidos políticos, con todo el poder e influen­
cias que habían tenido en sus manos.
La contradicción que representaba el hecho de que el NSDAP gozara él
solo de mayor poder que todos los partidos de Weimar no les preocupaba,
pues el partido nazi tenía los mismos fines que el estado, y los funcionarios
estaban para servir al estado.
Otro hecho de importancia vital era que el cuerpo, lejos de ser desmante­
lado y devorado por el aparato del partido, como algunos habían temido, fue
integrado en la compleja maquinaria del estado nazi, con su estructura esen­
cialmente intacta. La purga de socialdemócratas, liberales y judíos de 1933
había parecido a la mayoría del cuerpo —y a la opinión pública— una ope­
146 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ración cosmética más que quirúrgica, y no se había producido ningún nom­


bramiento masivo de nazis para los puestos clave. En el cuerpo diplomático
no fue sustituido ningún jefe de misión en el extranjero.16 Igualmente perma­
necieron en sus cargos todos los jefes de departamento del Ministerio de
Justicia, aunque se incorporó un secretario de Estado político, es decir,
nazi, a la estructura existente.16
No obstante, esta impresión superficial de continuidad enmascaraba cam­
bios decisivos en la distribución del poder en el aparato del estado. Así, el
Ministerio de Asuntos Exteriores pronto se limitó a desempeñar funciones
meramente decorativas o rutinarias (ninguno de sus altos funcionarios —ex­
cepto, posiblemente, el secretario de Estado, von Weizsácker— tenía el me­
nor conocimiento de cuáles eran los objetivos políticos), mientras que el
organismo nazi rival, el Büro Ribbentrop (dotado con 20 millones de marcos
por la Fundación Adolf Hitler) era el que desempeñaba en realidad las
funciones políticas.17 (Es característico que la ascensión de Ribbentrop al
puesto de ministro de Asuntos Exteriores, en 1938, sustituyendo al aristocá-
tico von Neurath, no significara un aumento sino una disminución de su
poder, hecho tan poco entendido por sus subordinados que algunos de ellos
desarrollaron el reflejo de ponerse en pie cuando Herr Minister les hablaba
por teléfono.)18
Los ministerios creados tras la toma del poder —el de Propaganda de
Goebbels y el del Aire de Goering— eran híbridos del convencionalismo bu­
rocrático y las innovaciones nazis. Esta mezcla explica el predominio de las
prácticas irregulares —por no decir corrompidas— en ambos organismos. En
el Ministerio del Aire, la antigüedad requerida para el ascenso del tercero
al cuarto grado del cuerpo (de Oberregierungsrat a Ministerialrat) se reducía
a veces de cuatro años a cuatro meses.19 También el Ministerio de Propagan­
da contravenía habitualmente las normas establecidas sobre la antigüedad
de los funcionarios, pues los servicios de propaganda del partido estaban
ocupados por hombres muy jóvenes, mientras que las normas de antigüedad
exigían muchos años de servicio antes del primer ascenso. En la sección de
radiofusión del mismo Ministerio, algunos funcionarios se las arreglaban
para obtener dos salarios, trabajando simultáneamente para la radio del
Reich.20
Los principiantes con deseos de hacer carrera en el cuerpo no podían
sino celebrar la ampliación del aparato burocrático llevada a cabo por los
nazis, que, en el espacio de ocho años, dobló las oportunidades de conseguir
un buen puesto en la administración del estado.21 Entre 1934 y 1939, los
presupuestos de los ministerios militares se multiplicaron por diez, el del
Ministerio del Interior por veinte y el del Ministerio de Justicia por treinta
y seis.22 No obstante, no todo eran ventajas en esta inflación burocrática:
LOS FUNCIONAMOS 147

aunque beneficiaba a algunos funcionarios, se unía a la general escasez de


trabajo y daba como resultado una mayor cantidad de trabajo para otros
que todavía cobraban salarios al nivel de la Depresión.
La manera en que el régimen abordó el problema de los incentivos sala­
riales fue característica: en lugar de elevar los salarios creó un inflación de
títulos —por ejemplo, hizo del jefe de servicio un Reichsminister— y retrasó
la edad del retiro, de forma que los funcionarios cobraban los salarios má­
ximos durante más tiempo que antes.23
En 1938-39 se modificaron las normas que regían el cuerpo de funciona­
rios. Para el grado medio se redujo el período inicial de prueba de cuatro
a dos años (o incluso a un año para los aspirantes con buena recomendación
del partido) y los ganadores del Concurso Nacional de Vocaciones eran elegi­
bles para puestos en el servicio medio y superior sin necesidad de los títulos
de estudios anteriormente indispensables (es decir, el Matura, certificado
escolar, y la licenciatura universitaria, respectivamente).24
A pesar de tales componendas, que representaban una excelente propa­
ganda, puesto que parecían llevar a la práctica la promesa de una comunidad
popular, el cuerpo continuó atrayendo a jóvenes brillantes, especialmente a
licenciados universitarios. El temor a que el partido absorbiera a los jóvenes
talentos demostró ser tan infundado como el temor a que el partido se permi­
tiera intromisiones intolerables en las prerrogativas del cuerpo.*
En conjunto, el partido y el cuerpo de funcionarios siguieron siendo dos
organizaciones distintas. La superposición de las dos instituciones se dio a
nivel local —400 jefes de Sección Local (Ortsgruppenleiter) eran a la vez
alcaldes rurales, y el 60 por ciento de los jefes de Distrito (Kreisleter) alcal­
des de ciudades (Bürgermeister) 25— o bien al elevado nivel de secretario de
Estado en ministerios tan nazifícados como los del Interior, Agricultura y
Propaganda. Todo el personal burocrático intermedio, excepto algunos casos
en que el Gauleiter era también gobernador civil (Regierungsprasident),**
gozaba de relativa inmunidad contra los abusos del partido.

° Frente a las constantes interferencias del partido, algunos funcionarios eran capaces
de hacer las más absurdas racionalizaciones, “Sólo espero — dijo un alto funcionario en
octubre de 1939, un mes después de que la guerra hubiera bloqueado irrevocablemente
el camino salvador de la emigración para los judíos europeos— que el ultimo judío emi­
gre pronto; así volveremos a una situación de orden. Actualmente, el partido interviene
una y otra vez en cuestiones administrativas cuando éstas guardan relación con la cuestión
judía” (cf. Dr. Wanda von Bayer-Kaethe, Autoritarismus und Nationalismus, ein deutsches
Problem, vol. II, Europáische Verlags-Anstalt, Frankfurt, p. 41).
Pero estos mismos detentadores de un doble cargo proporcionaban ejemplos de
invasión del terreno estatal por parte del partido. El 40 por ciento, aproximadamente,
de los alcaldes nombrados por el partido y más de la mitad de los jueces de distrito
estaban inactivos en 1935, situación reconocida por el código municipal de ese año, que
no permitía que un mismo hombre desempeñase a la vez cargos cívicos y del partido
148 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Las razones de que esto fuera así eran completamente pragmáticas. El


cuerpo de funcionarios podía aportar la experiencia y el espíritu de cuerpo
de que carecía el azarosamente desarrollado aparato del partido. Además, el
régimen no tenía necesidad de penetrar y reestructurar una institución que
estaba muy bien dispuesta a aceptar sus directivas. La burocracia dio buena
prueba de esto con su solícito trabajo de preparación del programa de geno­
cidio, en el que los ministerios de Asuntos Exteriores, Territorios Orientales,
Interior, Economía y Transportes desempeñaron papeles subsidiarios pero fun­
damentales. (Once secretarios o subsecretarios de Estado participaron, en
1942, en la Conferencia de Wannsee, donde se redactó un “plan interdepar­
tamental” para la exterminación de los judíos europeos.) Esta clase de coope­
ración fue muy generalizada, pese a que un número considerable de funcio­
narios desaprobaban los medios, aunque no necesariamente los fines, de la
política nazi respecto a los judíos.*
La guerra hizo aún más contradictoria, en muchos aspectos, la situación
de los funcionarios. No sólo tenían una gran cantidad de trabajo adicional
que el partido no conseguía realizar con sus funcionarios honorarios, sino que
además se convirtió en la cabeza de turco de la población, descontenta por
las escaseces y retrasos a que daba lugar la guerra.
Tradicionalmente se había equiparado la política con el mal y la admi­
nistración con el bien, pero ahora los políticos eran sacrosantos, lo que sig­
nificaba que, para expiar las negligencias del gobierno, se cargaba la culpa a
los administradores. Los portavoces del partido descargaron contra ellos todo
un arsenal de críticas: “covachuelos pedantes depauperados por la rutina”,
“arterioscleróticos con tinta en las venas”, “chupatintas alejados de la vibran­
te realidad de la lucha nacionalsocialista”.
El vilipendio de Hitler contra la profesión jurídica, en 1942, recayó tam­
bién sobre el cuerpo de funcionarios, cuyos niveles superiores estaban ocu­
pados exclusivamente por licenciados en derecho. Ello afectó negativamente
la moral de los funcionarios, aunque no hizo disminuir su eficacia. Este in­
forme, dirigido al Ministerio de Justicia por un juez de distrito, describe la
situación unos años después del discurso de Hitler:
“La actitud de nuestros funcionarios está por encima de cualquier crítica.

(D. Schoenbaum, Hitler’s Social Revolution, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1967,
p. 236). Para más detalles, ver el capítulo sobre el partido, p. 69.
* Esto no impidió que algunos funcionarios se comportaran de forma civilizada
en sus relaciones oficiales con los judíos, conducta que resultaba extremadamente anacrónica
en el contexto nazi. Así, a un ex funcionario judío que había emigrado a Bélgica se le
devolvió su pensión después de que la ocupación le transformara en Deviseninlünder
(no extranjero a efectos monetarios), y siguió recibiéndola regularmente hasta su deportación
a Auschwitz (cf. Kurt Jacob Ball-Kaduri, Das L eben der Juden in Deutschland, Euro-
paische Verlags-Anstalt, Frankfurt, 1963, p. 199).
LOS FUNCIONARIOS 149

La mayor parte son hombres maduros de poca salud, muy sobrecargados ya


por sus obligaciones burocráticas. Sin embargo, se les solicita además para
que lleven a cabo pesadas funciones honorarias para el partido, el Bienestar
del Pueblo Nacionalsocialista, el Cuerpo de Precaución Antiaérea, etc., tareas
que frecuentemente se niegan a realizar muchos camaradas del partido que
ejercen profesiones liberales. De hecho, casi puede decirse que los funciona­
rios desempeñan las tareas administrativas de los órganos inferiores y medios
del partido, y a pesar de esto apenas ha cambiado la actitud de los círculos
políticos hacia la burocracia.” 26
Durante los años de paz del Tercer Reich, los mal retribuidos funcionarios
llevaron a cabo sus tareas conscientes del viejo adagio según el cual Prusia
mataba de hambre su camino hacia la grandeza. Durante la guerra, hicieron
frente a la ingratitud del trabajo y la impopularidad, recordando que el mi­
nistro del Interior, Frick, había elogiado al cuerpo como "el segundo pilar
del estado, después del ejército” 27 y que Goebbels, el supuesto sucesor de
Hitler, era hijo de un funcionario colonial. Muchos se ilusionaron con el
sueño del momento, según el que, tras la victoria, la Wehrmacht restauraría
la normalidad y llamaría al orden a los incontrolados del partido.
Adornando el imperativo categórico del deber con quimeras como esta,
la burocracia desplegó todas sus energías y experiencia en beneficio de un
régimen que no sólo la utilizaba a la vez como “chica para todo” y cabeza
de turco, sino que negaba la primera condición de su existencia: la confor­
midad de la administración con la ley.
10

EL EJÉRCITO

El Tratado de Versalles prestó nueva actualidad a la afirmación de Mira*


beau según la cual los estados poseían ejércitos, mientras que en Prusía el
ejército poseía al estado. El minúsculo tamaño del ejército de Weimar
(100.000 hombres) hizo que muchos alemanes llamaran a la República “esta­
do fantasma”. E l pacifismo tuvo una breve boga inmediatamente después de
la guerra, pero en los años posteriores se repitió cada vez más aquel estri­
billo del revanchismo: Heerlos, wehrlos, ehrlos (desarmados, indefensos, des­
honrados).
El presidente Ebert había elogiado a las tropas alemanas que participaron
en la Gran Guerra calificándolas de invictas (apoyando así de forma suicida
el mito de la “puñalada por la espalda”). Otros socialdemócratas estaban de
acuerdo con los planes encaminados a soslayar las limitaciones impuestas por
los aliados al rearme alemán. Mílitarfromm, es decir, llenos de reverencia hacia
lo militar, es la palabra altamente descriptiva que el general Beck aplicó a
sus compatriotas.1 Y la existencia de cinco ejércitos extraoficiales distintos du­
rante la República —la secreta Reichswehr negra, el Rote Frontkampferhund,
comunista, la Asociación de ex Combatientes (Reichbanner), socialdemócra-
ta, la Asociación Nacionalista de ex Combatientes (Stahlhelm) y el Sturmabtei-
lung nazi (SA)— estaba motivada por algo más que la simple pasión política.
La cláusula del Tratado de Versalles que prohibía el servicio militar uni­
versal constituyó, para algunos observadores, el germen del nazismo. “La
prohibición del ejercito era como la prohibición de la religión, de unas prác­
ticas específicas y sacrosantas sin las que era imposible concebir la existen­
cia, y la consecuencia fue el generalizado alistamiento de la nación al lado de
los nazis.” 2 Dos pequeños pero significativos incidentes ocurridos a princi-
E L EJÉRCITO 151

pios de los años treinta ilustran la validez de la mencionada expresión del


general Beck. En un estudio cinematográfico donde había comenzado el
rodaje de una farsa sobre la época de la guerra,* con intervención de un
gran número de extras, la cantina de estos últimos ofrecía al final de la pri­
mera mañana de rodaje el siguiente aspecto: la cabecera de cada mesa esta­
ba ocupada por los oficiales y suboficiales, y en los asientos restantes las
clases de menor categoría. En marzo de 1933, al registrar el piso de un joven
actor antinazi, la policía tropezó con una fotografía suya en la que aparecía
caracterizado de general. Desconcertados, le preguntaron: “¿Es su padre?”, y
cuando él —igualmente asustado— asintió, se fueron a toda prisa.3
Cada vacante producida en las fuerzas armadas de Weimar, con sus
100.000 hombres, había traído una media de siete solicitudes.4 Cuando Hitler
restauró el reclutamiento, en marzo de 1935, la respuesta popular fue abru­
madora. Así, en la católica Westfalia, que hasta el momento había mostrado
menos entusiasmo hacia el nuevo régimen que otras regiones del Reich, la
“restauración de la soberanía defensiva” y la subsiguiente remilitarización
de Renania produjo un cambio de actitud. Desde entonces (según informes
del SD), las manifestaciones del partido y las procesiones con antorchas fue­
ron mucho más concurridas.5 Los primeros conciertos de bandas militares
desde la guerra dieron lugar a escenas emotivas en poblaciones como Aachen,®
y se veía a muchachos de dieciocho años admitidos para el servicio militar
luciendo flores en el ojal y bandas de colores al volver de los centros de
alistamiento.7
Paradójicamente, sin embargo, uno de los hechos que contribuyeron a este
estado de ánimo fue la inquietud ante el crecimiento de la influencia nazi.
Los católicos y los conservadores moderados celebraban la expansión de la
maquinaria militar porque, entre otras cosas, ofrecía la posibilidad de crear
un contrapeso al partido dentro del estado.
Hasta 1936, la Wehrmacht mantuvo la norma de que todos los soldados
debían pertenecer a una de las dos iglesias cristianas oficiales, y la presencia
de los numerosos curas castrenses tranquilizaba a muchos padres de jóvenes
soldados, alarmados por las tendencias paganizantes de los nazis. Y, lo que
era más importante, el conjunto de la opinión conservadora consideraba al
ejército como el depositario de la tradición nacional. En aquella distorsiona­
da repetición de la situación anterior a 1933, los ingenuos tradicionalistas ima­
ginaban que el ministro de la Guerra, Blomberg, desempeñaba en el plebeyo
estado nazi un papel profiláctico similar a la antidemocrática función de Hin-
denburg bajo Weimar.

® Esto ocurrió en los últimos tiempos de Weimar. Para los nazis, cualquier visión
humorística del ejército constituía un sacrilegio, y las comedias militares —aspecto impor­
tante del cine de los afios veinte— fueron prohibidas.
152 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Parece indudable que la decisión de Hitler de aplastar salvajemente el in­


tento de los jefes de las SA de controlar el ejército produjo enormes dividen­
dos. En las poderosas manos del millón de miembros de la SA, la Reichswehr
se habría vaciado de su formidable experiencia y de su antiguo espíritu de
cuerpo, y la opinión conservadora se habría sentido ultrajada por la plebeya
podredumbre de uno de los sacrosantos pilares del estado.
No eran sólo las “clases nacionales” conservadoras quienes veían en la
aristocrática figura de von Blomberg, con su casco de acero, el sello que daba
carácter casi sagrado a las ceremonias nazis. O por lo menos así fue durante
los primeros cinco años; en la primavera de 1938, la Wehrmacht estaba tan
indisolublemente unida al régimen que la sustitución de Blomberg por el
general Keitel —apodado Lakeitel (lacayo)— no molestó excesivamente a la
opinión pública ni a la oficialidad. Pese a los cambios en el alto personal mi­
litar, las relaciones entre el partido y la Wehrmacht todavía parecían respon­
der al esquema de Blomberg, según el cual ninguna de las dos instituciones
debía infiltrarse en la otra y su coexistencia se regulaba únicamente median­
te contactos a alto nivel.8 Los funcionarios y empleados del Ministerio de la
Guerra tenían prohibido participar en ninguna de las organizaciones auxilia­
res del partido, y la pertenencia a éste se interrumpía durante los períodos
de servicio activo.9 Las prerrogativas ministeriales eran tan sagradas que, en
una memorable ocasión, los burócratas del Departamento de Armas del Ejér­
cito impusieron su criterio al propio Führer, cuando insistieron en que los
cañones fabricados por Krupp para la Wehrmacht debían hacerse con ma­
teriales peores que los destinados a la exportación, según el principio de que
las armas alemanas debían fabricarse sólo a partir de los materiales que el
Reich pudiera poseer en las peores circuntancias, es decir, aislado de todos
los aprovisionamientos exteriores.10
La composición social del ejército no sufrió innovaciones revolucionarias,
aunque la gran expansión posterior a 1933 —se multiplicó por catorce en
cuatro años— dilató la estructura previamente existente hasta el punto de
que el aumento cuantitativo empezó a repercutir en la calidad. En la prima­
vera de 1939, los 100.000 hombres de un principio habían aumentado a
1.400.000; en el otoño de 1944, el índice de expansión, con relación a marzo
de 1935, era de 130/1.11 * La oficialidad experimentó una expansión que mul­
tiplicó su número por seis: pasó de 4.000 miembros en 1935 a 24.000
en 1939.12
La oficialidad, incluso en los tiempos del Imperio, había estado abierta a
una gradual penetración de la burguesía. Ludendorff, que ocupó el puesto

* Esto no significa que la Wehrmacht tuviera realmente a su disposición trece millo­


nes de hombres durante el último año de la guerra, pues de esta cifra total hay que deducir
las bajas, que ascendían probablemente a unos tres millones.
E L EJÉRCITO 153

clave de intendente general durante la Primera Guerra Mundial, sirve para


ejemplificar este hecho. Aunque el monopolio de los Junkers en los puestos
militares más elevados había dejado de ser proverbial, los altos mandos de
origen burgués eran poco numerosos en el campo de batalla. Durante la Gran
Guerra habían aportado uno de cada siete mariscales de campo, cuatro de cada
quince coroneles y generales y nueve de cada veintinueve generales de
infantería.13 En la Reichswehr republicana, tres de cada cinco generales se­
guían siendo aristócratas: de 4.000 oficiales, del 35 al 50 por ciento procedían
de familias militares y otro 35-40 por ciento eran hijos de clérigos, altos fun­
cionarios, profesores, médicos y abogados.14 Por término medio, el 20 por
ciento de los despachos militares recaían en la aristocracia; incluso se produjo
una tendencia regresiva durante la época de Weimar, La proporción de aris­
tócratas entre los tenientes recién ascendidos se elevó del 21 por ciento en
1922 al 36 por ciento diez años después.16 * Por cierto que los tenientes cons­
tituían el estrato más nazificado de la oficialidad antes de la toma del poder.
Entre 1933 y el comienzo de la guerra, la promoción, el proselitismo y el
reclutamiento, consecuencias de la política de expansión, actuaron conjunta­
mente para hacer del grado de mayor el límite promedio de la penetración
del partido, pero durante los años de la guerra la marea nazi llegó a los nive­
les más altos de la jerarquía militar. La reorganización de la Wehrmacht
en 1935 había incluido la desaparición de la vieja guardia y de las unida­
des de caballería que a menudo habían reclutado oficiales entre un círculo de
amigos. Al año siguiente se presentaron como candidatos a oficiales un nú­
mero récord de individuos que tnían el título de Abitur; no obstante, du­
rante la Segunda Guerra Mundial, sólo siete de los dieciocho mariscales de
campo del Reich eran de origen burgués; siete de los once mariscales aristó­
cratas procedían incluso de la vieja nobleza (Brauchitsch, Kleist, Mnastein,
Reichenau, Rundstedt, Weichs y Witzleben). Pero la posesión de antiguos
cratas procedían incluso de la vieja nobleza (Brauchitsch, Kleist, Manstein,
que von Reichenau fue el palafrenero engalonado del Führer, von Witzleben
murió en un gancho de carnicero como consecuencia de su participación en
el Complot de los Oficiales contra Hitler. (Entre los mariscales de campo no
aristócratas se daban análogos contrastes, por ejemplo, entre un Rommel, uno
de los conspiradores del 20 de Julio, que fue obligado a suicidarse por el
régimen, y un Schorner, el fanático cuyos comandos seguían ejecutando
desertores después de haberse producido el alto el fuego en todos los demás
frentes.

* Dos sucesos contribuyeron considerablemente a esta restauración de la influencia


Junker en el cuerpo de oficiales de la República: la elección de Hindenburg para la
presidencia en 1925, y la salida del país de la Comisión Aliada de Control, dos años
más tarde.
154 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Pero en el grado inmediatamente inferior a mariscal de campo, la Wehr­


macht estaba dominada por hombres de origen social, bajo. La fracción aristo­
crática de los generales —el 61 por ciento en 1920— se había reducido a
poco más de uno de cada cuatro en 1936. Durante la Segunda Guerra Mun­
dial veintiuno de cada veintiséis coroneles y generales y 140 sobre 166 ge­
nerales de infantería eran de clase media.10
La precipitada expansión de la Wehrmacht motivó generalizados temores
sobre su eficacia técnica, no menos que sobre su cohesión social. “Dilución”
(Verwüsserung) era el término que circulaba entre los altos oficiales de la
antigua Reichswehr, que ahora se veían inundados por la creciente marea de
ex oficiales y oficiales de la reserva vueltos al servicio activo, oficiales de po­
licía trasladados y jefes de las SA. (Los jefes de las SA sólo se sometían a
unos pocos meses de entrenamiento y estaban dispensados de los habituales
dos años en la Escuela de Guerra, dado que en su mayoría eran oficiales de
la Primera Guerra Mundial convertidos en supernumerarios por las drásticas
reducciones de la institución militar durante la posguerra. Del mismo modo,
muchos oficiales de policía habían obtenido despachos durante la Gran Gue­
rra y posteriormente habían sido trasladados a otras ramas de los servicios
del estado.) Se temía que algunos de los individuos entoces promovidos
al grado de general se hubieran sentido agobiados de haber recibido el man­
do de un batallón o incluso de una compañía.17 En 1939, escribiendo a von
Brauchitsch, el general von Leeb llamaba a la Wehrmacht “una espada em­
botada”,18 y los temores de este tipo se intensificaron durante la guerra, cuan­
do el reclutamiento de oficiales se amplió con métodos tales como fijar en un
20 por ciento el porcentaje de cadetes suspendidos, independientemente del
nivel que alcanzasen, con el ascenso de los suboficiales y con la supresión de la
Abitur como requisito previo al ingreso. Este descenso del nivel educacional
y social, dio lugar a la aparición del tipo “oficial del pueblo” (Volksoffizier),
que era simultáneamente un símbolo de la implantación de la comunidad po­
pular y un motivo de aguda consternación para sus superiores con conciencia
de casta. Aunque, en general, los nuevos ingresados se adaptaban pronto a
las maneras del selecto círculo en que se habían infiltrado, los solecismos
como “¿Me permite que le presente a usted a mi mujer?” y torpezas simila­
res comenzaron a notarse en las recepciones militares e inspiraron la sigla
burlesca “VOMAG” (Volksoffizier mit Arbeitergesicht u Oficial del Pueblo
con cara de obrero).19
En algunos regimientos, la proporción de antiguos suboficiales que reci­
bieron despachos durante la Segunda Guerra Mundial alcanzó el 75 por cien­
to.20 Los oficiales del antiguo establishment encontraban a sus nuevos colegas
inseguros en el trato social y dados a buscar la popularidad participando en
juergas y borracheras con los otros grados. Por su parte, los subordinados de
E L EJÉRCITO 155

los nuevos oficiales temían su predilección por las situaciones “heroicas”, más
inspiradas por consideraciones autopropagandísticas que estratégicas.
Pero la dilución social y política * del cuerpo de oficiales también condujo
a una mejora de las relaciones entre los oficiales y los soldados. Los tenientes
recién nombrados practicaban la moral comunitaria inculcada por la Bün-
dische Jugend (Juventud Confederada) y las Juventudes Hitlerianas; los pro­
cedimientos de instrucción se racionalizaron con respecto a los osificados ri­
tuales de la antigua Reichswehr. Se mantuvo con fanática escrupulosidad
la costumbre de la exactitud cuartelaria y el Schleiferei (literalmente la “mo­
lienda”, es decir, la excesiva e injustificada instrucción de los reclutas) siguió
siendo una constante fuente de malestar; pero los miembros de las Juventu­
des Hitlerianas y, sobre todo, del Servicio Nacional de Trabajo habían sido
previamente entrenados. Además, la aureola que rodeaba a los usuarios del
uniforme gris de campaña era un gran factor de compensación (y no preci­
samente el menor a ojos de las mujeres).
En materia de aprovisionamiento, el personal de la Wehrmacht no sólo
gozaba de prioridad sobre la población civil, ** sino que cuando entraba en
acción tenía paridad con los oficiales. Desde luego, incluso en el frente, los
oficiales tenían mayor campo de acción para “buscarse extras”, aunque el
personal de tropa, pese a las estrictas ordenanzas generales y las órdenes esta­
blecidas en cada compañía, tampoco carecía de oportunidades para obte­
ner su botín.
Entre los factores sociales que hacían atractivo para muchos el servicio
en la Wehrmacht, uno era la relativa equiparidad de la relación oficial-solda­
do (al contrario del ejército ruso, donde los oficiales gozaban de mayores dife­
rencias de paga y aprovisionamiento, y de los ejércitos húngaro y rumano,
cuyos oficiales tenían permitido apalear a sus subordinados) y la sensación de
que el soldado raso alemán —a diferencia de su predecesor de la Primera
Guerra Mundial—■era objeto de una generosa atención oficial. La solicitud y
previsión de las autoridades * * * abarcaba desde las raciones y el equipo (los
soldados del Este, por ejemplo, estaban provistos de ropa interior de seda a

* El departamento de personal de la Wehrmacht estaba presidido por generales nazi-


flcados “más papistas que el papa”, y los aspirantes a oficial cuyos números de carnet
del partido eran bajos tenían preferencia sobre los demás.
00 El promedio de calorías ingeridas diariamente por el ciudadano alemán durante
los años de paz era de 3.159. Normalmente, los soldados ingerían 3.880, y 4.258 durante las
maniobras. Durante la guerra, cuando los consumidores normales recibían 2.334 y los privi­
legiados “obreros de trabajo pesado” 3.429, los soldados recibían 3.720, y los del ejército
de reserva 3.520 (cf. superintendente del ejército Pesceck en Die deutsche Verwaltung,
citado por el Frankfurter Zeitung, 26 de febrero de 1938).
* * * Un claro ejemplo de falta de previsión fue remediado con retraso por la gran
colecta de ropa de invierno para las tropas del frente oriental. La población civil era
regular y eficazmente exhortada a donar conforts, ropas y libros al ejército.
156 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

prueba de piojos) hasta la ordenada satisfacción de las necesidades en el


tiempo libre, fueran de orden sexual, cultural o incluso profesional. La red
de burdeles militares con supervisión médica, segregados según las gradua­
ciones, tenía una organización a escala continental; en Varsovia, por ejemplo,
los soldados entregaban a la entrada la libreta de pagos y las armas, recibien­
do preservativos de fabricación militar —popularmente conocidos como “cal­
cetines para combates cuerpo a cuerpo”— y antes de marcharse pasaban por
el botiquín para recibir una inyección. El suministro de diversiones para la
tropa estaba preparado en forma igualmente minuciosa e incluso más masiva
y profusa: en el verano de 1944, los grupos de concierto, las compañías tea,-
trales y de ópera y las orquestas habían actuado delante de audiencias que
sumaban un total de 275.000.000 de espectadores.21 También se suministraba
a escala continental el aprendizaje profesional de oficios durante el tiempo
libre; los participantes en tales sistemas de aprendizaje destinados a territo­
rios ocupados se quejaban incluso de no poder realizar los exámenes de
maestría fuera del Reich.22
El gris de campaña transformó completamente las vidas de millones de
hombres: mozos de granja para quienes el extranjero comenzaba más allá de
la capital de la comarca visitaron más ciudades importantes que aldeas hu­
bieran conocido según el curso normal de los acontecimientos. Al incorpo­
rarse a la Wehrmacht, los alemanes se lanzaban a un viaje hacia dos ámbitos
opuestos: hacia fuera, hacia Europa, y hacia adentro, en un especie de regre­
so, al útero de su país, que significaba la inmersión en el grupo y la evasión
de toda responsabilidad.
El casco de acero, a diferencia del de Sigfrido, servía como gorro que con­
fería invisibilidad, que hacía a quien lo llevaba invisible no para los demás sino
para su propia conciencia. Ponerse el uniforme equivalía a deshacerse de las
limitaciones de la existencia civil y civilizada. Fue así como la Segunda Gue­
rra Mundial se convirtió literalmente en la “guerra de liberación” de Ale­
mania.
Esta liberación de la libido colectiva a costa de los no alemanes ni impi­
dió que se dieran ejemplos de valor militar y de sacrificada camaradería.
A principios de 1944 se habían concedido más de medio millón de Cruces de
Hierro de primera clase y más de 3 millones de segunda clase, es decir, casi
un tercio de los miembros de la Wehrmacht habían sido condecorados por
heroísmo.23 El acceso a la más alta condecoración, la Cruz de Caballería, no
estaba limitado —al revés que durante la Primera Guerra Mundial— a los
oficiales, sino que incluía a los suboficiales y, a veces, incluso a la tropa. Los
nombres de los condecorados eran ceremoniosamente difundidos por la radio
del Reich. Otro ejemplo de la tendencia igualitarista de la Wehrmacht fue
el hecho de que ochenta de sus generales murieron en acción durante la
E L EJÉRCITO 157

Segunda Guerra Mundial.24 Por supuesto, en lo fundamental, la idea de la


comunidad del pueblo militar siguió estando estrictamente subordinada a los
viejos principios jerárquicos.
Las recompensas que Hitler otorgaba a sus guerreros en el conquistado
Este también se graduaban de forma jerárquica: fincas señoriales para los
oficiales, granjas para los demás grados. Incluso antes de la victoria final, las
recompensas concedidas a los oficiales de alta graduación podían ser astronó­
micas. El mariscal de campo von Kluge, por ejemplo, recibió un cheque de
250.000 marcos en el que Hitler había garrapateado: “Gastar la mitad en
construcciones en su finca; Speer ha recibido las instrucciones necesarias”.25
El soborno con dinero, propiedades inmobiliarias, ascensos y condecora­
ciones (como la concesión de la estimada insignia de oro del partido) era tan
eficaz para debilitar la cohesión de la casta militar como los éxitos de Hitler
y su deificación por el pueblo. El aplastamiento, de la oposición militar a Hit­
ler es suficientemente conocido para que sea necesario describirlo. Verdade­
ramente sintomática del retroceso del ejército respecto a su anterior condi­
ción sacrosanta fue su ineficacia frente al antimonarquismo de los nazis. El
propio Kaiser, a quien Hindenburg había solicitado aprobación antes de
aceptar la presidencia, fue exhibido ante millones de espectadores cinemato­
gráficos —en Die Entlassung (La destitución), de Hans Steinhoff— como un
homosexual más interesado por un “amigo” que toca el piano que por la
destrucción de Bismarck. En 1938, los generales más importantes protesta­
ron inútilmente contra el desprestigio de la nobleza por parte de Streicher.20
Después de la muerte de un príncipe Hohenzollem durante la campaña de
Francia, Hitler, temeroso de que la muerte de personas de sangre real pudie­
ra reavivar los sentimientos monárquicos del país, ordenó sin vacilaciones
que los vástagos de las viejas casas dirigentes fueran expulsados del servicio.
Esta purga se efectuó sistemáticamente en toda la oficialidad alemana tras el
derrocamiento de Mussolini, en cuya preparación había participado la casa
de Saboya27
Sin embargo, un año después de la toma del poder, el comandante de un
regimiento de Silesia pudo aún divertir a sus subordinados con esta críptica
declaración: “Últimamente se habla mucho de un tal señor Hitler. Yo he
estado en Berlín. Pues bien, el tal señor Hitler no es ningún señor”.28 Podrían
citarse innumerables ejemplos parecidos que atestiguan de la autonomía,
sobre todo simbólica, del ejército. Cuando se leyó la orden de Goering pro­
hibiendo el tratamiento formal en tercera persona del singular al dirigirse
a otros grados, se acompañó en todas partes de la advertencia: “¡Ay del sol­
dado que se atreva a dirigirse a un oficial en segunda persona!”. El Ministe­
rio de la Guerra rechazó el decreto de 1939 que exigía la pertenencia al par­
tido de todos los aspirantes al ingreso en la administración.29 Y a Baldur von
158 HISTORIA SOCIAL D EL TERCER REICH

Schirach, que se dio de alta tras la reorganización del ejército en 1935, no


sólo se le negó un ascenso sino que fue amenazado de arresto por quejarse
de ello en el cuartel general del partido. Al principio de la guerra volvió a
darse de alta y otra vez fue desairado, aunque él racionalizó su frustración
con característica ampulosidad: “Ahora nadie, por elevado que sea su puesto
en el estado, puede alegar que sería contrario a su dignidad servir en la
Wehrmacht como soldado raso”.30 Incluso después del fracaso de la bomba
del coronel Stauffenberg, cuando una orden del Führer sustituyó el saludo
militar por la fórmula Heil Hitler, muchos oficiales recibieron la notificación
de esta misma orden con un correctísimo saludo militar.
El día del complot de la bomba, el 20 de julio de 1944, fue un momento
crítico de la historia alemana, en un período en que, como ya dijo A. J. P.
Taylor refiriéndose a la revolución de 1848, la historia alemana se negaba a
entrar en crisis. La condición militar de los conspiradores les facilitó una
cierta cobertura, pero, al parecer, no les proporcionó los medios de una ver­
dadera rebelión, lo cual sugiere la existencia de un impedimento existencial
tras el mal funcionamiento de la bomba de Stauffenberg.
Aunque la historia alemana cuenta con muchos tiranos, no ha conocido
ningún tiranicidio (aparte del flechazo de Guillermo Tell, y Tell era suizo).
Una sociedad con esta tradición produjo un tipo de oficiales que, después
de 1933, cuando constituían la única comunidad del país capaz de una acción
autónoma, seguían careciendo de autonomía de pensamiento. Los pocos mili­
tares “autónomos”, participantes de la idea de Jefferson de que el árbol de
la libertad necesita ser regado con la sangre de los tiranos, retrocedieron ante
acciones que pudieran redundar en desventajas militares para Alemania o dar
lugar a víctimas alemanas. (También es digna de mención la extraña miopía
moral de los héroes de la resistencia militar posterior a la toma del poder:
Stauffenberg denominó la Noche de los Cuchillos Largos —la eliminación
sangrienta de la dirección de las SA en junio de 1934—■el “sajado de un ab-
ceso”, mientras que el mariscal de campo von Witzleben deploraba no haber
tomado parte en la caza y ejecución de los jefes fugitivos de las SA que se
ocultaron en los bosques de Silesia.)31
El 30 de junio de 1934 y el 20 de julio de 1944 son dos fechas que con­
trastan singularmente: fueron las dos únicas ocasiones en que el régimen, eri­
gido sobre mares de sangre anónima, en buena parte no alemana, derramó la
sangre de alemanes bien conocidos. La Noche de los Cuchillos Largos y el
Complot de los Oficiales tienen sentidos opuestos: la primera puso fin a la
etapa pseudorrevolucionaria del nacionalsocialismo, y el segundo inició su
pseudorrevolucionario final. Después del 20 de julio salió a la luz una maraña
de conflictos sociales, entre ellos la rivalidad entre las élites tradicionales y
los advenedizos pequeñoburgueses del aparato del partido. Durante la ola
E L EJÉRCITO 159

de persecuciones que siguió al Complot de los Oficiales, una diacomisa evange­


lista fue ejecutada por describir a Himmler, el recién designado comandante en
jefe de la reserva, como “un hombre de orígenes sencillos, no procedente del
estamento militar”.32 Dado que la nobleza y la oficialidad estaban inextrica­
blemente ligadas, los feroces slogans antiaristocráticos con que los jefes nazis
reaccionaron contra el complot sonaron bastante teóricos durante las postre­
ras etapas de la guerra. Consecuente con su posición directiva del Frente Ale­
mán de Trabajo, Robert Ley hablaba de los “cerdos de sangre azul cuyas
familias deberían ser exterminadas por completo”,33 mientras Goebbels, que
era más prudente —y más metódico—, se limitaba a despachar instrucciones
para la liquidación de la aristocracia después de la guerra.34
Fuera de los aspectos políticos, la conexión entre aristocracia y ejército
se reflejaba en el comportamiento de la oficialidad. Aún en otoño de 1939, un
general que inspeccionaba un campo de maniobras en malas condiciones, pró­
ximo a la muralla occidental, pudo librarse de su mal humor escuchando la
interpretación de O du holder Ábendstern (el aria para tenor de Tannhauser)
a cargo de un recluta 35 y manifestar la convicción de que “mientras nuestros
soldados sepan cantar así, no hace falta que nos preocupemos por el futuro”.
Igualmente, el canto podía servir de recurso para paliar situaciones sociales
embarazosas. Así, cuando la estrella cinematográfica Olga Tschechowa, tras
bautizar un avión Stuka realizando un vuelo a bordo del mismo, descendió
lívida y a punto de vomitar, el jefe del escuadrón se dirigió bruscamente
a los aviadores reunidos y les ordenó bruscamente: “Escuadrón, media vuelta:
una canción... Uno, dos, tres...”.38
La patriota Olga Tschechowa fue también nombrada coronel honorario
de un regimiento de artillería al que visitó en la Navidad de 1939, cuando
estaba situado cerca de la línea Maginot. “En las trincheras soplaba un viento
helado, mientras yo subía a los fortines y entregaba a cada soldado una vela,
una ramita de abeto o un paquete de cigarrillos, con los recuerdos y besos de
sus seres queridos. Al principio, casi me morí de miedo, pero después los
ojos del centinela, enrojecidos por las lágrimas, me hicieron olvidarlo todo.” 37
La sensibilidad del corazón militar ante la actriz era tan total que trascendía
las distinciones de grado. Incluso el mariscal de campo von Brauchitsch, co­
mandante en jefe del ejército, cedió a su solicitud de conceder un permiso
al actor Karl Ludwig Diehl, que había sido movilizado, para que tomara
parte en una película. “¿Cómo podría negarme a su deseo, Frau Tschechowa?
Usted sabe que me he casado con una mujer que se parece a usted como
una gota de agua a otra.” 38
No se puede decir, pues, que la Wehrmacht no tuviera corazón. Tampoco
el humor —con el pertinente toque patibulario— se administraba en peque­
ñas dosis. De los oficiales que suspiraban por condecoraciones, en especial si
160 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

su ambición se orientaba hacia la Cruz de Caballería (que se llevaba colgada


del cuello), se solía decir que “padecían de dolor de garganta”. En el lengua­
je cuartelario, la Ostmedaüle (la Medalla del Este) era llamada la “Medalla
Helada” u “Orden de la Carne Congelada” (Gefrierfleischorden). Dado que
en la Wehrmacht existía una libertad de crítica ligeramente superior a la de
cualquier otro ambiente, los portales de los edificios militares se adornaban a
veces con sentencias tales como “El Führer lo sabe, Dios lo sospecha, y a
usted, maldito lo que le importa”.39
La relativa inmunidad de los soldados al generalizado control político
fue también un factor que llevó a ingresar en el ejército a personas con malos
antecedentes y a figuras comprometidas, como el humorista Werner Finck y
los escritores Gottfried Benn y Emst Jünger, con la esperanza de que el gris
de campaña les proveyera de un eficaz camuflaje contra los fanáticos del par­
tido. El efecto mitigador de la Wehrmacht sobre los rigores del régimen nazi
no se manifestó sólo en el trato a la tropa; también hacia fuera eran los mili­
tares menos inhumanos que el partido o las SS. El mando militar impuesto a
Bélgica, por ejemplo, hizo que fueran asesinados una menor cantidad de
judíos que en la vecina Holanda, administrada por el partido. La rivalidad
entre la Wehrmacht y las SS tenía muchas facetas. Los oficiales del ejército
sentían desprecio por sus colegas de las SS, desprecio que a veces se basaba
en una auténtica superioridad social, educativa y militar. * El ejército, tradi­
cionalmente “único brazo armado de la nación”, miraba con recelo a sus
advenedizos rivales, que no sólo alegaban que sus formaciones especiales
eran la verdadera élite, sino que estaban realmente mejor equipados y apro­
visionados. Los soldados de primera línea tenían sentimientos contradictorios
acerca del hecho de luchar junto a las unidades Waffen SS. Aunque aprecia­
ban su valentía, tenían todas las razones para temer la creciente actividad
guerrillera que muchas veces sucedía a los excesos de las SS contra la pobla­
ción civil. Por último, la misma existencia de las SS era utilizada por el ejér­
cito como recurso autojustifícativo, puesto que era fácil cargarles toda la res­
ponsabilidad de las atrocidades que se cometían. Pero, en realidad, no puede
decirse que la Wehrmacht —al menos en su mayor parte, la que prestó ser­
vicio en el este— estuviera imbuida de una ética radicalmente distinta de la
de las tropas de Himmler.
El famoso conde de Yorck, cuando se dirigió al cuerpo de ejército prusia­
no a su mando, al inicio de la Guerra de Liberación de 1813, definió el valor,
la resistencia y la disciplina como las virtudes capitales del soldado, y aña­
dió: “Pero la madre patria espera algo más sublime de nosotros, que vamos

e Aunque la Orden de la Calavera había atraído a un sector relativamente amplio


de la aristocracia, en general, el reclutamiento de oficiales de las SS fue más igualitario
que el de la Wehrmacht, antes de la dilución que se produjo en éste durante la guerra.
E L EJERCITO 161

a luchar por una causa sagrada: una conducta humana, noble incluso, con el
enemigo”. En sombrío contraste, el Kaiser Guillermo II exhortó a sus fuerzas
expedicionarias que partían hacia China en 1900, para sofocar la rebelión de
los boxers: “No habrá piedad; no se harán prisioneros”. Y, una generación
más tarde, el jefe de las fuerzas armadas, Blomberg, declaraba: “La obliga­
ción del oficial prusiano era la exactitud; la del oficial alemán es la astucia”.40
La putrefacción de la fibra moral del ejército alemán alcanzó un grado
casi absoluto. Los oficiales, ávidos de ascensos, denunciaban a sus compañeros
por falta de lealtad política, en tanto que entre la tropa se desarrolló una
vigilancia tan obsesiva que una anciana campesina fue procesada por un
Tribunal del Pueblo, acusada de traición, como consecuencia de una carta de­
rrotista enviada a su hijo, carta que fue encontrada en la ambulancia que
trasladaba a éste a un hospital militar, en la retaguardia del frente ruso.41 Los
jueces militares actuaban con la misma diligencia y falta de escrúpulos que
sus colegas civiles, y estaban convencidos de que el castigo no tenía más
razón de ser que la disuasión. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo bas­
tante más de diez mil ejecuciones resultantes de consejos de guerra. Los jue­
ces militares aplicaban la letra de la ley con pasmosa pedantería. En Rusia,
por ejemplo, fueron ejecutados dos soldados que habían sido enviados a sa­
quear una remota granja colectiva, y que, habiéndose retrasado por una ave­
ría en el motor y habiendo agotado sus raciones de viaje, tomaron sin autori­
zación algunos productos del koljós.42
Tan característico de los consejos de guerra de la Wehrmacht como la
falta de clemencia de los oficiales era la buena disposición de los soldados
para constituir pelotones de fusilamiento. En contraste con el ejército ameri­
cano, en el que fueron menester las mayores presiones, incluso las amenazas
de consejos de guerra, antes de poder ejecutar la sentencia de muerte del
soldado Slavik (el único desertor americano a quien se impuso esta pena du­
rante la Segunda Guerra Mundial), las compañías de la Wehrmacht que reci­
bían orden de ejecutar a uno de sus hombres invariablemente contaban con
más voluntarios de los que necesitaban.43
No obstante, hubo casos aislados de comportamientos diferentes. Oficiales
no nazis denunciados por sus compañeros fueron salvados por comandantes
de regimiento que omitían pasar la acusación por los canales establecidos. El
oficial que provocó el consejo de guerra contra los soldados que tomaron pro­
visiones del koljós (véase arriba) fue trasladado a otra unidad, porque todos
sus compañeros le hicieron el vacío.44 Pero el ostracismo social como respues­
ta a la inmoralidad fue, en el ejército, más bien la excepción que la regla.
Así, cuando un oficial internado en un centro de convalecencia entretuvo
a sus compañeros durante la cena con una descripción de la matanza de los
niños de una aldea ucraniana, que él había presenciado, y uno de los cinco
162 HISTOHIA SOCIAL DEL TERCER REICH

oficiales que componían la mesa se puso en pie y se retiró, los demás perma­
necieron sentados, impasibles. Y fue necesario que el médico encargado del
centro redactara un informe atribuyendo el solitario gesto del oficial a un
estado de debilidad mental, consecuencia de su reciente enfermedad.45
El comportamiento de la Wehrmacht dependía también del ámbito geo­
gráfico de su actuación. En el oeste, la conducta de las fuerzas de ocupación
fue bastante mejor que en las áreas habitadas por eslavos. Pero incluso en
el este, el respeto al código militar se manifestaba esporádicamente en medio
de los excesos. El oficial y el soldado que saqueaban los bienes rusos partici­
paban también en transacciones “regulares”, en las que pagaban escrupulo­
samente a los granjeros el precio de cada pozo y de cada litro de leche. Del
mismo modo, los soldados acusados de violación eran objeto de consejos de
guerra (aunque la pena de muerte prescrita para este delito se conmutaba
invariablemente, a veces por el traslado a un batallón de castigo); pero al
mismo tiempo, las condiciones de hambre impuestas por los nazis obligaban
a las mujeres a vender sus cuerpos por un trozo de pan 48 y algunos burdeles
de la Wehrmacht se abastecían de mujeres judías y obreras eslavas.
El oeste —sobre todo Francia, desde su capitulación hasta el día D— era
el paraíso de los soldados alemanes. El pillaje —por debajo del nivel de los
oficiales y altos funcionarios— era relativamente reprimido, pero el estable­
cimiento de un índice de cambio artificial permitió a las tropas ocupantes
“pasar por las tiendas francesas como un ejército de langostas”.47 No era
raro que los soldados alemanes de origen rural pasaran sus horas libres ayu­
dando a los campesinos de la localidad en sus faenas agrícolas. París, con
sus museos y burdeles, su agencia teatral de la Wehrmacht, sus espectáculos
obscenos y las oportunidades que ofrecía el mercado negro, era la Síbaris
de las fuerzas ocupantes, además de constituir una fuente de champaña ilícito
para las mesas de los oficiales de toda Europa. Respecto al pillaje y a las
prácticas de corrupción en general, las tropas de primera línea eran muy cons­
cientes —aunque no siempre justificadamente— de la rígida línea divisoria
que Ies separaba del personal de las bases militares o de los “faisanes dora­
dos” nazis de la administración ocupante. Tanto en las bases como en el fren­
te, los oficiales disfrutaban por su condición de mayores oportunidades de en­
riquecimiento que sus hombres. Un caso significativo fue la infracción de la
norma según la cual los equipajes y pertenencias de los judíos emigrados
retenidos en los puertos del Canal de la Mancha debían ser “democrática­
mente” distribuidos entre las unidades navales allí estacionadas; los oficiales
efectuaron siempre el reparto entre ellos solos.48
Era habitual que los vagones de municiones y los camiones para grandes
distancias de la organización Todt hicieran el viaje de vuelta a Alemania
llenos hasta los topes de botín ilegal. Un grupo de oficiales que disfrutaba de
E L EJÉRCITO 163

especiales oportunidades para enriquecerse eran los destinados a la Coman­


dancia de Transportes. Otros, destinados al oeste del Rhin, solían enviar a
sus hombres de permiso para que transportaran al Reich valiosas pinturas pro­
cedentes de Francia y de los Países Bajos. Además, empresas de estos países
que teóricamente producían efectos militares, fabricaban muebles, artículos de
metal y fruslerías según las indicaciones privadas de los oficiales. En el área
de París, cien mil soldados disfrutaban del más ventajoso destino de la Wehr-
maicht, y muchos oficiales se dedicaban casi exclusivamente a los placeres de
la caza y de la mesa. Los servicios administrativos rebosaban de jóvenes da­
mas de origen aristocrático que debían sus puestos a padrinos situados en el
Alto Mando de la Wehrmacht. La característica euforia del primer período
de la ocupación se manifestó en la costumbre del personal de la Luftwaffe de
utilizar champaña como agua para el afeitado. Este tipo de comportamiento
por parte del ejército se adornaba a menudo con un humor soez. Los solda­
dos se divertían mucho calentando las piezas de franco que recogían con sus
órganos genitales los “artistas” de los establecimientos parisienses, afeitando la
barba de los judíos con tenacillas o extendiendo recibos de los alimentos
sacados a punta de bayoneta de las granjas italianas con la firma “Mariscal
del Reich Agujerodelculo”.49 Cuando fue retirado de Jarkov el último cuar­
tel general alemán, el “material de guerra fundamental” evacuado incluía
alfombras, pinturas, muebles... y mecanógrafas ucranianas (quienes, no obs­
tante, corrieron mejor suerte que las rusas de cualquier otro punto del frente
oriental, para las que no había espacio en el equipaje militar y, por tanto,
eran liquidadas por las tropas que partían).60
A medida que avanzaba la guerra hacia su final, las unidades de la Wehr­
macht en retirada reaccionaban con una tendencia cada vez mayor a la des­
trucción gratuita y al pillaje, conducta que persistió al hallarse en su propio
suelo. Los soldados saqueaban las propiedades de sus compatriotas en res­
puesta a las cartas de sus familias en las que les pedían uno u otro producto
que ellos tenían dificultad para conseguir.61 Donde la conducta de la Wehr­
macht más se aproximó a la de las SS fue en el frente del Este. El mariscal
de campo von Manstein notificó a las tropas bajo su mando que “en las ciu­
dades enemigas, deberá morir de hambre una gran parte de la población.
Pese a esto, un equivocado concepto de la humanidad no debe llevar a dis­
tribuir alimentos entre los prisioneros y la población local, pues son bienes
de los que se priva nuestro país por nosotros”.52
Las directrices del ejército condujeron a la destrucción de aldeas y a la
matanza de sus habitantes en las “represalias antiguerrilla”, a las marchas
forzadas de los prisioneros rusos hacia el Reich en un durísimo recorrido de
dos mil kilómetros, o su transporte por ferrocarril en condiciones que dieron
lugar a un porcentaje aproximado de supervivencia del 10 al 20 por ciento.
164 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

De más de cinco millones de prisioneros del Ejército Rojo, apenas un millón


sobrevivieron a la guerra.53 En los campos de prisioneros de guerra, el equi­
po de propaganda de la Wehrmacht filmó escenas de los prisioneros rusos
volviendo al canibalismo como consecuencia de la inanición sistemática en
que se les dejaba. Los guardianes de la Wehrmacht aceptaban la escala nazi
de valores raciales, y consideraban a los rusos inferiores aun a los polacos, a
un nivel escasamente superior al de los animales. Justificaban el bárbaro tra­
tamiento que daban a los rusos por el temor que sentían a verse arrasados
por una gran masa embrutecida, a menos que se la mantuviera en un abyecto
estado de extenuación y temor.64
Por último, ¿cuál fue la actitud de la Wehrmacht hacia los judíos? En
1942, un consejo de guerra celebrado en Piatigorsk, en la Rusia ocupada, im­
puso un año de prisión a un oficial acusado, entre otras cosas, del asesinato
de setenta y cinco judíos, y declaró:
“Según el artículo 211 del código penal, aquel que intencionadamente mata
a un hombre y lleva a cabo este acto con premeditación es un asesino. El
acusado ha hecho exactamente esto, puesto que él mismo afirma que refle­
xionó detenidamente sobre la ejecución de los setenta y cinco judíos. El gran
número de muertes agrava el delito, pero dado que existen circunstancias
atenuantes —la preocupación por la seguridad en sus hombres, el peligro de
una vinculación éntre los judíos y los partisanos, etc.—, el tribunal considera
suficiente un año de cárcel.” 65
Aunque insignificante en reladón con la muerte de los setenta y cinco
judíos —o de los seis millones—, esta sentencia merece ser citada por ser
indicativa de los tímidos balbuceos del sentimiento moral entre la oficialidad
en el décimo año del poder nazi.
Pero igualmente merecedora de constatación, y de consecuencias infinita­
mente mayores, es la descripción del mariscal de campo von Manstein de los
judíos como “portadores espirituales del terror bolchevique” y la orden del
día firmada por él, por el mariscal de campo von Reichenau y por los genera­
les von Küchler y Hoth, que explicaba: “El soldado del este no es simple­
mente un luchador según las normas de la guerra, sino también el ejecutor
de una despiadada idea racial, y debe comprender perfectamente la necesi­
dad del castigo, duro pero justo, de la subhumanidad judía”.6® El general de
división Eberhardt, comandante de la ciudad de Kiev, coordinó la acción de la
Wehrmacht con el comando de Blobel * en la inmensa matanza de civiles
* Estos Einsatzkommando eran unidades homicidas de gran movilidad (“mataderos
rodantes”), encargadas de eliminar a comunistas, guerrilleros, saboteadores y judíos.
Un grupo de generales de la Wehrmacht comunicó al jefe de estado mayor, Halder (en
Orscha, en diciembre de 1941): “Las Einsatztruppen valen su peso en oro; protegen nues­
tras comunicaciones de retaguardia y nos ahorran el empleo de tropas” (cf. Der Spiegel,
26 de diciembre de 1966, p. 58).
E L EJÉRCITO 165

judíos de Babi Yar,57 acción que indujo al comandante en jefe del grupo sur
del ejército, mariscal de campo von Rundstedt, a expedir una orden prohi­
biendo a los soldados mirar o fotografiar la actuación del Einsatzkomman-
do.58 Para la mentalidad del mariscal, la realización de una carnicería masiva
era menos reprensible que la curiosidad y la toma de fotografías. Un mes
más tarde, un comunicado del SD de Ucrania informaba de 55.432 ejecucio­
nes, definiendo a la mayoría de las víctimas como prisioneros de guerra judíos
entregados por la Wehrmacht.59
En otro punto del frente oriental, el cuartel general del grupo norte del
ejército estaba establecido en la ciudad de Kovno en el mismo momento en
que tenía lugar en sus calles una matanza de todos los judíos, realizada por
locos a quienes las SS habían liberado y armado con barras de hierro.60
No es ninguna exageración decir que Poncio Pilatos tuvo muchas reencar­
naciones con galones dorados y gris de campaña. Un oficial que guiaba a unos
industriales en una visita a la planta de productos químicos adjunta al campo
de Auschwitz hizo el siguiente comentario: “Cabe suponer que aquí están
sucediendo cosas horribles, pero nosotros no queremos saber nada, y nos ale­
gramos de que nuestro trabajo cotidiano no tenga nada que ver con ellas”.61
Menos equívoca fue la reacción del mariscal de campo Ernst Busch, coman­
dante de un grupo de ejército del frente oriental, quien, al ser informado por
su pálido asistente de que en el exterior del cuartel general se estaba asesi­
nando a tiros a hombres y mujeres, respondió con una breve orden militar:
“¡Corra usted las cortinas!”.82
11

EL CAMPO

Después de la Gran Guerra, el campo siguió afectando a las relaciones


de poder político y a la estructura social de Alemania —para la cual había
dejado de ser la base principal de la economía desde hacía por lo menos dos
generaciones—1 más decisivamente que en otros países avanzados. En la
Gran Bretaña de entreguerras, sólo uno de cada veinte asalariados trabajaba
en la agricultura; en los Estados Unidos, cuya población rural —una cuarta
parte de la total—■era aproximadamente igual a la de Alemania,1 no existía
ni un “consorcio” agrario-militar del tipo del que formaban los Junkers ni
un presidente incapaz de distinguir entre las necesidades de la nación y los
intereses de los latifundistas.
Antes de la toma del poder, los nazis habían predicado un evangelio de
descentralización urbana. En el campo, donde el pueblo alemán conservaba
sus esencias invioladas, se proponían crear una nueva y robusta nobleza basa­
da en la sangre y en la tierra. Pero los proyectos de repoblación rural no
estaban en concordancia con el objetivo supremo de los nazis, que era el de
revisar el Tratado de Versalles, pues el rearme exigía industrialización y ur­
banización. Tales proyectos contrariaban asimismo una tendencia natural del
desarrollo económico en todos los países avanzados: la despoblación del cam­
po en favor de las ciudades.
Muchos pequeños agricultores —que no eran sino un subgrupo de una
capa social más amplia que incluía artesanos y tenderos, cuya visión de sí
mismos como burgueses entraba en conflicto con sus ingresos de nivel prole­
tario— trataron también de ignorar la tendencia del desarrollo económico; su
desafío a las leyes de la lógica económica proporcionó al nazismo una enor­
me cantidad de votos y exacerbó los problemas de la agricultura alemana,
E L CAMPO 167

que eran ya muy graves. Aunque la inflación había anulado las deudas de
posguerra de los agricultores, toda una serie de factores —el desembolso
que requerían las variaciones del consumo, los impuestos establecidos por
Weimar,* los aumentos salariales y de seguros sociales, las tasas de interés
y los efectos de la tijera de los precios— se unieron para sumir de nuevo a
la agricultura en las deudas. Cuando la Depresión vino a recortar los benefi­
cios de los productos agrícolas de 10 billones de marcos (1928) a 6,5 billones
(1932), el total de la deuda agraria —a pesar de la reducción de tasas de
interés efectuada por el gobierno de Brüning— ascendía a 10,6 billones, y el
pago de los intereses consumió ya el 15 por ciento de la renta agraria de
1932.2 El efecto de la Depresión varió según los diferentes sectores de la agri­
cultura. Las grandes propiedades sufrieron un duro golpe, pero los conside­
rables subsidios que recibieron según el programa de Ayuda al Este, en favor
de la agricultura al este del Elba, les ayudó en alguna medida. Al otro extre­
mo, los jornaleros y mozos de granja, que habían sido atraídos a la industria
por los salarios más altos, volvieron al campo, donde tenían más probabili­
dades de obtener al menos unas ganancias mínimas. En conjunto, los peque­
ños agricultores soportaron mejor que los grandes los efectos de la Depresión,
pues ellos dependían menos del mercado, pagaban cantidades menores en
concepto de salarios y podían adaptarse a los tiempos difíciles viviendo más
frugalmente.
Aun así, el empobrecimiento y las deudas engendraron una gran irritación
entre sectores de la comunidad agraria habitualmente pasivos. En 1932, el
descontento campesino estalló en forma violenta y se extendió desde Schles­
wig-Holstein por todo el norte de Alemania. Los funcionarios de los tribu­
nales que intervenían en la extinción de las hipotecas y en los desahucios
eran objeto de resistencias, y las oficinas de recaudación de impuestos o los
ayuntamientos eran volados o incendiados. Como para simbolizar la posición
central del problema agrario dentro del panorama político, el nombramiento
de Hitler como canciller se produjo un día antes de la fecha en que su pre­
decesor, Schleicher, se proponía publicar los resultados de una investigación
oficial sobre el “escándalo de la Ayuda al Este” (la malversación de fondos
públicos destinados a ayudar a latifundios del este económicamente in-
viables).
La zona del este del Elba comprendía la mayoría de las grandes propie­
dades de 250 acres en adelante, que constituían una sexta parte del total de
las tierras arables de Alemania, y estaba en manos de 17.070 Junkers y pro-

° En vísperas de la Depresión, la carga fiscal que pesaba sobre la agricultura había


aumentado en una proporción situada entre las dos veces y media y las tres veces con
respecto al total de antes de la guerra (cf. Frieda Wunderlich, Farm Labour in Germany
1810-1945, Princeton University Press, 1961, p. 41).
168 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

pietarios de la clase inedia (los cuales representaban el 0,5 por ciento de los
propietarios). Dos tercios del conjunto de la tierra arable estaban formados
por propietarios de dimensiones medias, entre los 12 y los 250 acres, que eran
trabajadas por las dos quintas partes del total de los propietarios, mientras
que las pequeñas propiedades de hasta 12 acres sumaban bastante menos de
una sexta parte del área cultivable y eran propiedad de los tres quintos del
total de los agricultores. Los minifundios predominaban en algunas áreas de
Turingia, en las zonas de viñedo de Renania y en la bolsas de atraso rural
que eran el Rhon, el Eiffel, el Taunus y el Westerwald.
En el contexto de la agricultura alemana, el concepto de atraso era alta­
mente relativo. Las dos terceras partes de todas las propiedades carecían
de conducción de agua, factor que, unido a la generalizada fragmentación de
las tierras en trozos dispersos, hacía que al trabajo diario se añadiera a me­
nudo una caminata de veinte kilómetros.3 A menudo, el arado era arrastrado
por bueyes, y las gavillas se hacían a mano. La falta de ayuda mecánica que­
da claramente expresada en las estadísticas comparativas referentes al núme­
ro de tractores. Aunque, en 1939, la Alemania nazi había casi triplicado el
total nacional de los años de la Depresión (24.000 tractores), las necesidades
se estimaban aproximadamente en medio millón.4 Mientras los agricultores
ingleses poseían un tractor por cada 310 acres de tierra, el índice de Alema­
nia era de uno por cada 810 acres,5 y la superficie arada por día y por alemán
era una quinta parte de la alcanzada en Estados Unidos.® Los fertilizantes
no daban su máximo rendimiento, de modo que el aumento de las inversiones
en ellos no producía cosechas proporcionalmente más abundantes. La tenedu­
ría de libros era una práctica muy infrecuente.
El relativo atraso técnico iba acompañado de atraso social, que en algu­
nos lugares alcanzaba proporciones medievales. Un periódico ilustrado de
Berlín comparaba Worpswede Moor —una zona extremadamente atrasada—
con el Belén de los tiempos bíblicos, donde los humanos y los animales com­
partían la misma morada.7 En la región del Rhon, los campesinos que no
podían comprar paja estaban autorizados a recoger hojas en el bosque para
utilizarlas como sustitutivo.8 Los campesinos del área de Nuremberg seguían
aún la antigua costumbre de visitar al barbero dos veces al año para hacerse
sangrar.9 No solamente seguían los campesinos viejas costumbres, sino que
además, en las áreas de economía mixta, los agricultores constituían un grupo
de población de más edad que los no agricultores. En una zona de Württem­
berg que fue objeto de una estadística, los hombres de más de cincuenta años
constituían los dos tercios de la mano de obra agrícola, mientras que en la
industria y la artesanía constituían sólo un tercio del total.10
Mientras que un promedio de uno de cada ocho alemanes poseía un apa­
rato de radio, sólo uno de cada veinticinco campesinos lo poseía.11 Asimismo,
EL CAMPO 169

la población rural, especialmente en el este, menos poblado, tenía poco acce­


so al cine, situación a la que los nazis pusieron remedio organizando visitas
regulares de equipos móviles de proyección a pueblos remotos.
Al examinar la agricultura alemana después de 1933, es necesario separar
las realidades del Tercer Reich de los elementos de la ideología nazi. Consti­
tuía una premisa básica del nazismo el postulado de que los campesinos cons­
tituían el incorruptible núcleo del Volk, y que el asfalto de las ciudades ema­
naba degeneración y decadencia racial. Pero cuando Gottfried Feder * trató
de invertir el desequilibrio de población entre el campo y la ciudad (70/30
por ciento) estableciendo a los trabajadores agrícolas en pueblos semicampe-
sinos alrededor de las industrias descentralizadas, su plan fue obstaculizado
por un poderoso lobby de altos oficiales del ejército y Junkers. La repobla­
ción rural era anatema para los generales, porque dificultaba el rearme,
mientras que los Junkers la veían como contraria a sus propósito de convertir
sus tierras en graneros para el mercado urbano. Los planes de colonización
interior, que la República de Weimar había aplicado con buen éxito, fueron
olvidados después de 1933. La solicitud del régimen por los intereses de los
latifundistas fue más lejos: una vez en el poder, los antiguos detractores de
la corrupción de Weimar dieron el carpetazo a lo que habían descubierto
sobre la Ayuda al Este y continuaron pagando subsidios.**
La política de rearme del Tercer Reich no solamente devolvió al ejército
—y con él a los oficiales Junker— su prestigiosa posición social de antes de
la guerra, sino que a la vez reportó a los terratenientes beneficios económi­
cos tangibles. El valor de las tierras subió como resultado de las grandes
inversiones gubernamentales en la construcción de carreteras, aeródromos y
cuarteles. Además, la propia Wehrmacht proporcionó a los Junkers que cria­
ban caballos en sus tierras un provechoso mercado en constante expansión.
En junio de 1933, el régimen promulgó una ley limitando la tasa de interés
de las hipotecas al 4,5 por ciento, y concedió generosos créditos para mejorar
los silos, los trabajos de drenaje y los alojamientos de los trabajadores en las
grandes fincas.12 La reabsorción por parte de la industria de millones de
desempleados aumentó el poder adquisitivo de las ciudades, y dio lugar a
una expansión del mercado de la cual se beneficiaron desproporcionadamente
las grandes unidades productoras de alimentos que contaban con el suficien­
te activo líquido para las necesarias inversiones.
Pero, aparte de la seguridad financiera, los Junkers no se encontraban to­
talmente cómodos en el Tercer Reich, ni desde el punto de vista político ni

* Feder fue un ideólogo de gran peso durante la primera etapa del partido, pero su
influencia bajó drásticamente después de la toma del poder.
00 El 13 de septiembre de 1933, la prensa alemana informó del aplazamiento sine die
del juicio del director general regional Dr. Heppel, figura central del Osthilfe-Skandal.
170 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

en el aspecto social. Aunque, a nivel superficial, los nazis mostraron una gran
consideración por los títulos de nobleza, y los planes de repoblación rural
similares al de Feder pocas veces pasaron del papel, muchos Junkers eran
consciente de que el aumento de su riqueza comportaba una pérdida de
peso social, en tanto que se convertían gradualmente en administradores más
que propietarios de sus tierras.
Para vincular la agricultura a las necesidades del estado, los nazis crearon
la Corporación de Productores de Alimentos, una gigantesca organización que
comprendía todas las propiedades agrícolas alemanas, es decir, más de tres
millones, cerca de 500.000 tiendas de comestibles y 300.000 empresas de ela­
boración de alimentos.13
El programa de esta Corporación era un revoltillo de antiurbanismo, ra­
cismo y pseudosocialismo. Su dirigente, Walter Darré, hablaba de sustituir
el mecanismo del mercado por un intercambio orgánico de productos.14
A nivel de medidas concretas, la Corporación, con su formidable aparato
de 20.000 funcionarios de plena dedicación y 113.000 a título honorario, fijaba
todos los precios y salarios agrícolas, establecía las cuotas de producción, de­
terminaba qué productos habían de ser sembrados y distribuía los artículos
escasos (lo cual quería decir, hablando en plata, que los recalcitrantes políti­
cos eran privados de recambios para su maquinaria hasta que entraran en ra­
zón). Aunque existía un sector aristocrático entre los dirigentes de la Asocia­
ción Nazi de Agricultores —en 1933, una docena de los nombres llevaba el
aristocrático prefijo von, de cuarenta y cinco dirigentes nacionales y regio­
nales—·,1Β el poder residía básicamente en manos de los grandes propietarios.
Este sutil cambio en la estructura de poder del campo era simbolizado por
el nombramiento de Walter Darré, antiguo criador de cerdos procedente de
la baja clase media, como ministro de Agricultura, cuando existía la tradición
que ese cargo fuera ocupado por un Junker.
A pesar de la amplia convergencia de los intereses nazis y de los de los
Junker, la posición de la aristocracia terrateniente dentro de la estructura de
poder del Tercer Reich puede ser mejor descrita como tangencial. Los Gau­
leiter de las regiones orientales (Koch de la Prusia oriental, Hildebrandt de
Mecklenburgh, Karpenstein de Pomerania, Kube de Westmark y Bruckner
de Silesia), donde estaban la mayoría de los latifundios, eran radikalínski
(miembros radicales o izquierdistas de la jerarquía nazi). Uno de ellos, Hil­
debrandt, de Mecklenburgh, adquirió incluso notoriedad por haber instigado
el asesinato de dos propietarios. Pero, en conjunto, estos dirigentes de origen
plebeyo trataban de imitar las formas de conducta de los Junker, que eran
al mismo tiempo sus superiores desde el punto de vista social y sus subor­
dinados desde el político. A principios de 1939, el Schwarzes Korps, el
incoherente portavoz del nazismo pseudorrevolucionario, quiso agitar ante
E L CAMPO 171

los Junkers un temido espectro: “Para tener al máximo de hombres traba­


jando la tierra independientemente, es necesario dividir los latifundios”.16
Pero, antes de acabar el año, las propiedades de los Junkers se vieron aun
agrandadas por la anexión de tierras polacas.
De manera similar, mientras los funcionarios locales del partido y de la
Corporación podían ejercer considerables presiones sobre los propietarios
para que proporcionasen comodidades —sobre todo en cuanto a alojamiento—
a los trabajadores, éstos estaban aún sujetos a todo tipo de obligaciones semi-
feudales, como la prestación de trabajo como batidores en las cacerías.17
La caza siguió siendo el pasatiempo por excelencia de la aristocracia te­
rrateniente, hecho que el régimen utilizó negando la licencia de caza a
quienes no eran miembros de la Asociación Nazi de Cazadores.18 Pero la
pseudorrevolución nazi afectó sólo marginalmente a la tradicional rutina
de las reuniones de caza. Después de la cena, como habían hecho siempre,
todos los participantes en la cacería —las señoras en traje de noche y los
hombres de frac— siguieron dirigiéndose al bosque para “entrar la caza”,
mientras guardabosques y batidores les alumbraban el camino con antorchas,
y el resto de la servidumbre de la finca, junto con sus familias, permanecían
deferentemente en las sombras, y se tocaba el toque de muerte sobre las
piezas cobradas.19 Sin embargo, algunos aristócratas prescindían de estas cenas
cuando el “espíritu de la comunidad del pueblo” requería que se invitara a
ellas a los administradores, guardabosques y otros Portugiesen (palabra snob
que designaba a la gente inferior de la sociedad rural) que, con frecuencia,
no sólo eran pasivos ciudadanos sino fanáticos miembros del partido.20 Por
otra parte, los funcionarios nazis usurparon muchas funciones tradicionalmente
desempeñadas por el señor de la casa. En el contexto patriarcal de la sociedad
agraria, era ahora el partido el que organizaba la celebración anual de la
cosecha, en la que los campesinos eran obsequiados con cerveza, salchichas,
bailes y arengas políticas, y era la dirigente local de la Frauenschaft (la orga­
nización femenina dependiente del partido), en lugar de la señora de la casa,
la que iba a visitar a las mujeres de los agricultores y peones cuando estaban
enfermas o embarazadas.21
Junto a este sutil desplazamiento social de la aristocracia, el régimen
realizó una ampulosa revolución retórica: bautizó a unas 600.000 propiedades
de dimensiones medias (que, en 1933, tenían como promedio 30 acres) con
el nombre de Erbhofe, o sea, tierras vinculadas a la persona del propieta­
rio, transmisibles sólo por herencia, es decir, que no podían ser hipoteca­
das ni vendidas total o parcialmente, y encumbró a sus propietarios a una
“nueva nobleza de la sangre y de la tierra”.22
Las Erbohfe debían pasar intactas del padreal hijo mayor, práctica que
implicaba desheredar a los hijos menores, quienes, en algunas zonas del
172 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

sudoeste de Alemania, eran antes coherederos. El régimen nazi favorecía a


los jóvenes: bajo la legislación acerca de las propiedades hereditarias, la
( ),
“parte de los viejos” Altenteil que los ancianos propietarios recibían antes
en metálico en el momento de retirarse, tomaba ahora la forma de sustento
cotidiano y bienes en especies, modificación que les sometía al capricho
de los jóvenes y que hacía que muchos de ellos procurasen aplazar al má­
ximo su retiro. En 1939, las Erbhofe habían casi doblado su extensión media
(55 acres, contra 30 seis años atrás), ilustrando así el hecho de que, por lo
menos en la esfera económica, los kulaks del Tercer Reich no podían que­
jarse. Pero también en el ámbito moral les dio satisfacción el régimen: fue­
ron los únicos agricultores que recibieron el nombre de Bauern (”compesino”r
palabra cuya connotación habitualmente neutra, por no decir peyorativa,
los nazis se esforzaron en contrarrestar), mientras que los grandes terrate­
nientes, así como los pequeños propietarios, entraron todos en la denomina­
ción general de Landwirte (“agricultores”).
Otro sector rural —varias veces mayor—* que se benefició notablemente
de la nueva ordenación fueron los trabajadores agrícolas. Sus salarios, que, al
igual que los de los demás trabajadores, habían sido disminuidos en una
quinta parte durante la Depresión, fueron nuevamente elevados a su nivel
de 1929 ya en 1937.23 Además de que no pagaban prácticamente impuesto
alguno, estaban exentos de los pagos de los seguros de desempleo y de
enfermedad,* mientras que sus suscripciones obligatorias a la Corporación
de Productores de Alimentos y sus contribuciones a la Ayuda Invernal esta­
ban fijadas en el índice insólitamente bajo del 0,5 por ciento de sus ingre­
sos y en 25 pfennigs por mes, respectivamente. Pero, a pesar de estas mejoras,
los trabajadores del campo siguieron totalizando ingresos extremadamente ba­
jos. El máximo absoluto que cobraba un trabajador agrícola especializado
en la Prusia oriental por año de trabajo de 2.950 horas eran 1.170 marcos,
mientras que el salario industrial del obrero semicualificado por las cuatro
quintas partes de las citadas horas de trabajo era de 1.560 marcos por año,
oomo promedio. (Por otra parte, las esposas de los trabajadores agrícolas se
veían obligadas a realizar faenas domésticas no pagadas, mientras que muchas
esposas de obreros industriales aportaban un segundo salario.)24 Una caracte­
rística interesante de la estructura salarial de la agricultura alemana era la
pervivencia del pago en especies. El salario anual del trabajador agrícola
de la Prusia oriental ascendía sólo a 240 marcos, y el 79 por ciento restante
de sus ingresos le era entregado en forma de “extraordinarios”, es decir,
animales, un pequeño trozo de tierra, alojamiento gratuito, iluminación y

* La exención de las contribuciones al seguro de enfermedad se aplicaba sólo a los


peones agrícolas de familias numerosas, que eran la mayoría.
E L CAMPO 173

combustible. En zonas rurales situadas más al oeste, la proporción de “extra­


ordinarios” dentro del salario iba disminuyendo, mientras que en las áreas
desarrolladas, como Renania, se había abandonado totalmente el pago en
especies. (En realidad, la alta proporción de “extraordinarios” comprendida
en las ganancias de los trabajadores agrícolas del este del Elba representaba
un amortiguador muy útil contra los efectos de los aumentos de precios.)
Las principales medidas financieras del régimen en favor del proletariado
rural tenían relación con la batalla de los nacimientos y la batalla de las
cosechas. Los recién casados que habían pasado cinco años trabajando en
el campo y que tenían intención de permanecer en él recibían una ayuda
de 1.800 marcos (el equivalente de 18 meses de salario máximo) en calidad
de donación, además de un préstamo para gastos de ajuar y mobiliario, con­
vertible en regalos gratuitos.
Dado que las familias de los trabajadores agrícolas solían ser más nume­
rosas que la cifra promedio, se beneficiaban también, de los programas de
ayuda familiar: el subsidio básico por hijos, una suma en metálico de 100
marcos por hijo para las familias con cuatro o más hijos menores de dieciséis
años, y el subsidio mensual de 10 marcos por mes para el tercer hijo, 20
para el cuarto, y así sucesivamente.*
Uno de los más deplorables aspectos de la vida del trabajador agrícola
era el alojamiento, terreno en el cual el régimen emprendió dos tipos de
mejoras. Los propietarios eran presionados a construir nuevos alojamientos
mediante incentivos fiscales, y los trabajadores recibían créditos estatales
para la compra de viviendas a largo plazo.**
Los propietarios que no cumplían sus obligaciones sociales estaban suje­
tos a fuertes presiones oficiales, y ocurría frecuentemente que los recalci­
trantes fuesen procesados por los Tribunales de Honor Social estatales. Por
ejemplo, un propietario fue despojado durante seis meses de su título de
“jefe de planta” por obligar a los ocho hijos pequeños de un trabajador a
dormir en cuatro camas en una habitación de 11,5 metros cuadrados, a pe­
sar de que disponía de otros alojamientos.25
Otro medio de ayudar al trabajador del campo a mejorar sus condiciones

° A partir de 1941, esta ayuda se extendió a todas las familias; antes de ese año, se
concedía sólo a aquellas cuyos ingresos mensuales no rebasaban los 185 marcos, categoría
que incluía ya a todos los trabajadores agrícolas. Otras medidas nazis en beneficio
de los obreros agrícolas eran el pago de los días de trabajo perdidos por enfermedad, por
fallecimiento de un miembro de la familia o nacimiento de un hijo (cf. Frieda Wunderlich,
op. cit., p. 352).
* * Para las casas valoradas entre los 5.000 y los 6.000 marcos, el gobierno concedía
préstamos de hasta el 75 por ciento al 4 por ciento de interés, a pagar en sesenta y
cinco años. Así pues, el alquiler era de 12 a 16 marcos mensuales. Además, el gobierno
ofrecía préstamos a corto plazo al 3 por ciento de interés para el pago inicial de una
cuarta parte.
174 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de vida fueron, ocasionalmente, las polémicas suscitadas por el ala radical


del partido nazi contra los propietarios “reaccionarios”. En el curso de una
de estas polémicas, el Schwarzes Korps sacó a la luz las condiciones de vida
semifeudales que se daban en una propiedad, al cabo de tres años de la
toma del poder:
“Herr von Wedemayer paga a sus trabajadores 11 pfennigs por hora,
es decir, 315 marcos por año, más 465 marcos en “extraordinarios” (con­
sistentes en centeno, patatas, madera, alojamiento, un trozo de huerto y el
derecho a criar una vaca). El trabajador en cuestión se ha visto obligado
a contratar los servicios de un Hofganger (trabajador adicional), y, como
su hijo mayor era demasiado joven, se había pedido a su esposa, madre de
nueve hijos, realizara 700 horas de trabajo por año.” 28
Pero las supervivencias feudales eran menos graves que la escasez de
las condiciones materiales básicas. En 1937, el total nacional de alojamientos
de trabajadores agrícolas era inferior en 350.000 a las necesidades reales,
retraso que explica el índice de matrimonios excesivamente bajo (1 por 3)
entre los trabajadores agrícolas solteros.27 El mismo año, 2.500 trabajadores
agrícolas casados se encontraban sin empleo en Silesia porque sus posibles
contratantes no podían o no querían proporcionarles alojamientos familiares.
La yuxtaposición de la miseria campesina y de las mejores condiciones
materiales de las ciudades (tiendas, cines, cafés, etc.), así como las diferencias
salariales —un obrero portuario de Hamburgo ganaba un 50 por ciento
más que un peón de Pomerania—, dieron lugar a un éxodo masivo hacia la
ciudad. En la Prusia occidental, por ejemplo, donde el índice de despobla­
ción rural durante los últimos diez años de la República de Weimar había
sido de un 1,5 por ciento anual, se elevó durante el Tercer Reich al 2,5 por
ciento.28
Ello significaba que un régimen que se había comprometido a frenar la
absorción de las imprescindibles esencias humanas del campo por el “Moloch
de la megalopolis” —la Moloch Grosstadt era uno de los personajes favoritos
de la demonología nazi—, lejos de cumplir su promesa, precipitaba el debi­
litamiento del campo.
Una forma de evitar el éxodo campesino habría sido establecer la igual­
dad de los salarios industriales y agrícolas, reduciendo unos y elevando otros.
Alarmado por la atracción de los salarios más altos de los planes de obras
públicas y de construcciones militares, el Ministerio de Trabajo propuso
medidas de este tipo en 1935, pero la propuesta fue rechazada alegando que
sería políticamente imposible imponer una disminución de los salarios in­
dustriales.29
Otro antídoto contra la despoblación del campo fue la legislación que
prohibía a los trabajadores agrícolas abandonar sus empleos. En 1934 se
E L CAMPO 175

promulgó una ley en este sentido, pero al cabo de dos años el descontento
de dichos trabajadores, junto con las necesidades de mano de obra en la
industria, determinaron un cambio de la política oficial. La libertad de mo­
vimiento que resultó de este cambio duró sólo hasta el comienzo de la gue­
rra, pero ya entonces se estimaba que entre 1,000.000 y 1.500.000 trabajadores
agrícolas, junto con sus familias, habían abandonado el campo por la vida
más cómoda de las megalopolis (aunque en realidad no todos estos emigran­
tes se dirigieron a las ciudades; también la construcción, las canteras, las fá­
bricas de ladrillos, etc., es decir, los centros de trabajo industrial en el campo,
atrajeron una cierta cantidad de emigrantes rurales).30
Aunque la huida del campo resolvió parcialmente el problema de la falta
de mano de obra e hizo posible el cumplimiento de los programas de cons­
trucción de carreteras y de rearme, enfrentó al régimen con la necesidad de
movilizar nuevas reservas laborales para la agricultura, necesidad que, en
un plano superficial, las autoridades nazis cubrieron. Fueron movilizados en
gran escala varios grupos sociales: adolescentes cuyo trabajo era barato, las
muchachas de la Unión de Jóvenes Alemanas, que realizaron servicios anua­
les de trabajo en el campo, las Juventudes Hitlerianas, los estudiantes, que
ayudaban a la cosecha durante sus vacaciones, y un Servicio Nacional de
Trabajo. Pero la mayoría de estas fuerzas, a pesar de su buena voluntad
rayana a menudo en el idealismo, no resultaron ser ni muy eficientes ni muy
estables. Otras medidas de emergencia consistían en la organización, en las
fábricas, de comandos para la cosecha y en la obligación impuesta a los desem­
pleados de ocuparse en la agricultura so pena de perder el derecho al subsi­
dio de paro.31 Para atraer a los jóvenes al campo, se creó un nuevo tipo de
aprendizaje para trabajadores agrícolas. Sin embargo, de los 41.000 puestos
de aprendizaje ofrecidos en 1937 no fueron ocupados más que 7.000.32 Como
de costumbre, el régimen echó mano del rito y de la semántica para enderezar
la situación. La ceremonia de iniciación de los aprendices de Hesse tuvo lu­
gar en el patio de un castillo medieval. Después de recibir los certificados que
les daban derecho —a ellos solos— a llamarse en adelante “trabajadores del
campo”, los muchachos allí reunidos entonaron estrofas y antiestrofas de una
composición coral, cuyo estribillo era: “El Señor da la vida y nosotros damos
el pan. Por esto, los campesinos estamos cerca de Dios”.
El servicio rural de las Juventudes Hitlerianas llevó al campo, en 1938, a
18.000 muchachos y muchachas procedentes de la ciudad, y al término de
su servicio una quinta parte de ellos decidieron quedarse en el campo para
trabajar en él. Resultados similares obtuvo el Servicio Nacional de Trabajo,
aunque hubo también equipos enteros que se negaron a permanecer defini­
tivamente en el campo. En 1938, más de 100.000 trabajadores estacionales
italianos y húngaros se trasladaron a Alemania para ayudar en la cosecha, y
176 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

fue esta medida —más que todos los planes de retorno al campo de la ju­
ventud alemana—■la que representó realmente la solución última que die­
ron los nazis al problema de la mano de obra agrícola: es decir, el recluta-,
miento de millones de prisioneros de guerra y trabajadores-esclavos europeos
para que trabajasen en la agricultura.
A medida que la guerra iba arrancando del campo a su población mas­
culina, sus esposas se veían más abrumadas por la responsabilidad de man­
tener en funcionamiento la agricultura. Incluso en tiempos de paz, la partici­
pación femenina en el trabajo agrícola había sido muy considerable. Las
mujeres constituían casi el 50 por ciento de la fuerza laboral del campo
(porcentaje superado sólo en las industrias de la alimentación y de la con­
fección; el porcentaje global femenino en la fuerza de trabajo urbana era
del 30 por ciento), pero en sus tres cuartas partes eran miembros de las
familias de los agricultores, y por lo tanto su trabajo’ no era retribuido.33
Sus horas de trabajo, que solían ser hasta una décima parte superiores a
las de los hombres, eran como promedio 75 por semana (82 durante la gue­
rra),34 además de lo cual la semana de 100 horas de trabajo era habitual en
tiempo de cosecha. El grupo de edad femenino que realizaba la mayor pro­
porción de trabajo era el situado más allá de los sesenta y cinco años. En
las pequeñas propiedades, las mujeres hacían las tres cuartas partes del
trabajo; en las propiedades de extensión mediana, la mitad, y en las grandes,
una cuarta parte.25 En 1939, el secretario de Estado Pfundtner, del Ministerio
del Interior, señaló el gran aumento del número de abortos producidos entre
las mujeres del campo como resultado del exceso de trabajo, atribuible a
la escasez de mano de obra femenina en aquel sector.3® No es de extrañar
que las mujeres fuesen consideradas las principales instigadoras del éxodo
rural. De manera tan constante como inútil, los propagandistas del partido
las sermoneaban por la atracción que sentían hacia los oropeles de la vida
ciudadana. Esta responsabilidad que se les atribuía fue corroborada por un
estudio sobre las preferencias matrimoniales, realizado entre las muchachas
campesinas de la zona de Tübingen en los primeros tiempos de la guerra.
Este estudio estableció que, mientras el deseo de las hijas de propietarios
que contaban con una buena dote era el de casarse con algún nota­
ble local, como el párroco protestante o el maestro, los esposos más deseables
en opinión de las campesinas pobres eran los soldados movilizados y los obre­
ros industriales. Lo que convertía el matrimonio con un agricultor en una
perspectiva poco halagadora era la escasez de la mano de obra agrícola y
la carga extraordinaria que la guerra echaba sobre los hombros de las mu­
jeres. En una aldea concreta, sólo 8 de 37 matrimonios celebrados entre 1932
y 1937 tenían como contrayente masculino a un agricultor.37 El informe con­
cluía: “Los hombres solteros más perjudicados por esta tendencia son los
E L CAMPO 177

hijos menores de los agricultores [los más perjudicados por la legislación


estatal en materia de herencias]; la única solución posible a su problema
sería un plan de establecimiento de los agricultores alemanes en la Europa
oriental”.
Las dificultades que padecían los coherederos a causa de la imposición
nazi de la primogenitura no eran solamente de orden matrimonial. En la
Alemania sudoccidental, sus esperanzas se habían centrado tradicionalmente
en la herencia de un pequeño trozo de las tierras paternas, el cual, junto
con la dote de su esposa, también en forma de tierra, constituía una peque­
ña propiedad suficiente para vivir de ella. Los coherederos desposeídos de
sus derechos que se unieron al éxodo rural podían escoger entre realizar
un aprendizaje en los talleres artesanales rurales o solicitar un Neubauern-
scheine (licencia de cultivo de una parcela de reciente creación).38 Algunas
de estas parcelas fueron creadas cuando el gobierno amortizó las deudas de
algunos grandes propietarios a cambio de la cesión por parte de éstos
de una parte de sus tierras. Esta tierra podía entonces ser adquirida, como
propiedad absoluta y vitalicia, por pequeños agricultores, que en muchos
casos eran antes simples arrendatarios, en el supuesto de que estuviesen en
posesión de la cantidad en metálico necesaria para efectuar un depósito.
Otras medidas fiscales en beneficio de la agricultura han sido ya citadas.
La reducción de la tasa de interés hipotecario ascendió al equivalente de
280.000.000 de libras esterlinas entre 1934 y 1938. Durante el mismo período,
la carga fiscal a la agricultura fue reducida en 60.000.000 de libras esterlinas.89
En el último año de paz, la carga fiscal anual a la agricultura (569.000.000
de libras esterlinas, el equivalente aproximado del 10 por ciento de la renta
agraria) fue de 50.000.000 de libras menos que diez años atrás, aunque el
volumen global de los impuestos había sido aumentado en este intervalo.40
El régimen aparecía así, en alguna medida, como partidario de la agri­
cultura en detrimento de otros sectores de la comunidad, impresión que fue
reforzada por el 34 por ciento de aumento de la renta agrícola (procedente
en buena parte del aumento de precios impuesto al consumidor urbano entre
1933 y 1935).41 Posteriormente, sin embargo, la renta agrícola se estancó y
de 1937 en adelante la tijera de los precios actuó nuevamente en perjuicio
de la agricultura: en ese año, los agricultores percibieron sólo una sexta
parte de la renta nacional (el 17 por ciento), comparada con la cuarta parte
(24 por ciento) del trabajo nacional que desempeñaban.42 *
Los beneficios que reportó a la agricultura el programa de autarquía no
fueron tampoco absolutos. La aspiración a la autosuficiencia dio lugar a

* Mientras la renta agrícola había aumentado en un 34 por ciento en 1937, los


jornales y salarios habían aumentado en casi un 50 por ciento, y los beneficios del comer­
cio y de la industria en un 88 por ciento.
178 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

una intensificación de la agricultura, pero también puso en acción la ley


de la disminución de beneficios. La limitación de la importación de forra­
jes redujo la producción de ganado, lo cual a su vez redujo las existencias
de fertilizantes naturales, aumentado así la dependencia de la agricultura
de los fertilizantes químicos, que obligaban a efectuar desembolsos.43
Eii 1937-38, el aumento de los gastos en fertilizantes y maquinaria re­
sultante de los elevados objetivos de producción establecidos por la Corpora­
ción de Productores de Alimentos, así como la escasez de mano de obra,
dieron lugar a que la deuda agrícola ascendiera otra vez hasta igualar el
valor total de la producción. Incluso antes de este momento, el volumen de
las deudas de las propiedades pequeñas había aumentado, mientras que a
las grandes y las medianas les había sucedido lo contrario. El índice de
despoblación rural mostró análogas divergencias. Mientras las grandes fincas
perdieron sólo uno de cada diez trabajadores entre 1935 y 1937, las pe­
queñas propiedades perdieron más de uno de cada tres.44
Las cuotas de producción rigurosamente impuestas, las severas prohibi­
ciones del uso de cereales comestibles para forraje y las matanzas ilícitas
formaban parte de la camisa de fuerza que el Tercer Reich impuso a la
agricultura. Aun así, algunos agricultores preferían rotundamente la protec­
ción que representaba una camisa de fuerza a la exposición a los fríos vientos
del mecanismo libre del mercado. En efecto, este mecanismo desapareció to­
talmente, pues la Corporación de Productores de Alimentos compraba al
agricultor toda su producción, aunque le pagaba con los considerables re­
trasos que son defectos endémicos de todas las burocracias gigantes.
Pero todo lo expuesto no constituía más que la punta visible de un
iceberg; los problemas de base eran mayores y más complejos. La Corporación
de Productores de Alimentos regulaba e imponía tanto los precios como las
cuotas de producción, de forma minuciosa. Estaba establecido, por ejemplo,
que cada gallina debía poner sesenta y cinco huevos por año. Los inspectores
de la Corporación realizaban visitas mensuales a las granjas, ordeñaban a
las vacas y establecían la obligatoria producción de leche (que debía ser ven­
dida a las mantequerías, a las cuales el granjero compraba después la leche
desnatada), El precio de la leche estaba en función de su contenido en grasa.
Pero este contenido dependía del forraje, que escaseaba debido al programa
de autarquía, situación que causaba perjuicios a la mayoría de los granjeros.
La Corporación de Productores de Alimentos llevaba un expediente de cada
propiedad, en el cual se consignaban los informes mensuales del estado de
los sembrados y del ganado, el número de trabajadores y sus salarios, las
cuotas de producción e incluso las fechas fijadas para su entrega. En su
afán por lograr la autosuficiencia, el régimen tomó a la vez medidas de coac­
ción y de estímulo para conseguir que los propietarios redujesen el área
EL CAMPO 179

dedicada al sembrado de trigo, centeno, lúpulo, etc., y dedicasen más espacio


al cultivo del lino, remolacha, habas y girasoles.
Ocasionalmente, cuando el dirigismo entraba demasiado en conflicto con
las realidades de la situación económica, las autoridades se veían obligadas
a ceder. Por ejemplo, el 10 por ciento de los propietarios de tierras vincula­
das a su persona fueron eximidos de las prohibiciones de venta, división,
hipoteca y arrendamiento de sus propiedades, las cuales, por otra parte,
estaban incluidas en la legislación hereditaria.45 Otras veces, los propietarios
se las arreglaron para transferir su carga de dificultades financieras a los
hombros de los demás. Así en 1935, cuando muchos granjeros estaban dispues­
tos a dejar morir a sus animales antes que criarlos para la venta a los precios
oficialmente fijados, obligaron a los tratantes de ganado y a los carniceros a
pagar precios ilegales, que casi anulaban su margen de beneficios, pero tra­
tantes y carniceros preferían esto a denunciar a los granjeros que actuaban
así y quedarse por ello en el futuro sin sus fuentes de aprovisionamiento.
(Los carniceros, desde luego, trataron de cargar este aumento sobre sus clien­
tes de las ciudades, pero ellos corrían riesgos muy graves, puesto que la
policía era muy minuciosa en la vigilancia de los precios al por menor, un
punto delicado debido a su gran incidencia en la opinión pública.)
El hecho es que la astucia de los campesinos burló más de una vez la
densa red de regulaciones de la Corporación de Productores de Alimentos.
Por ejemplo, mezclaban la harina de calidad con variedades inferiores, “em­
parejaban” la venta de un producto regulado (venta no provechosa) con la
de otro producto no controlado, cuya venta les reportaba un beneficio, de
modo que el comprador debía realizar ambas compras a la vez o ninguna.
En tiempos de paz, las ventas “emparejadas” y otras transacciones ilegales
fueron duramente castigadas. Durante la guerra, los castigos aplicados a de­
litos tales como el trueque, la participación en el mercado negro, la reten­
ción ilegal de un producto o la matanza ilegal de ganado, incluían la pena
de muerte.* En Alemania la matanza ilegal recibió el nombre de Schwarzschla-
chten (matanza negra), y es indudable que la diferencia entre las estadísticas
blancas y negras de este delito —es decir, la diferencia entre su volumen
real y el número de procesamientos— es enorme. Lógicamente, la escasez
de mano de obra originada por la guerra redujo el girado de supervisión
que las autoridades podían ejercer, y además la población urbana estaba
más dispuesta y tenía más posibilidad de pagar mejor los artículos escasos.
La guerra mejoró también en varios otros aspectos la situación de los agricul-

® La edición vienesa del Volkischer Beobachter (16 de febrero de 1944) daba noticia
de la ejecución de cuatro granjeros que habían matado cerdos ilícitamente. Otro granjero
fue condenado a veintiún meses de prisión por no vender leche. Las sentencias superiores
a un año inhabilitaban al campesino para poseer nunca más una granja.
180 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tores. No se les pudo imponer por más tiempo la inversión de dinero en


maquinaria; los gastos de reparaciones y mantenimiento descendieron, debido
a la escasez de materias primas y herramientas; y los trabajadores extranjeros
“adheridos” a muchas propiedades resultaban más baratos que los obreros ale­
manes.
Pero el siguiente movimiento de la tijera de los precios se encargó de
anular estas ventajas (en 1941, los bienes industriales costaron al agricultor
una quinta parte más que antes de la guerra),46 y dio lugar a una situación
más ventajosa aún para las ciudades en la compra de bienes de consumo de
lujo que escaseaban y de productos médicos, y una mayor carga de trabajo
en el campo, a causa de la ausencia de los hombres jóvenes.
Mientras la población urbana envidiaba a las gentes del campo la tran­
quilidad en que vivían y sus bien provistas despensas, los campesinos veían
con tristeza la mayor resistencia de los ciudadanos a las enfermedades y
a la fatiga laboral, y su mayor abundancia en artículos de consumo diario
que no eran de tipo alimenticio.
Los deberes que recaían sobre los agricultores (en su mayoría de edad
avanzada) se multiplicaban. Debían enrolarse en una especie de guardia
nacional rural (el Wachdienst, que no debe ser confundido con el Volkssturm,
de tipo militar), tenían que formar parte del servicio local de bomberos y
participar en las batidas contra el escarabajo de la patata. Incluso durante
la guerra, cuando la producción de alimentos adquirió mayor importancia
que nunca, una quinta parte de las propiedades agrícolas (la mayor parte de
las cuales eran minifundios) no proporcionaban a sus dueños unas condicio­
nes de vida adecuadas 47 y aún en la primavera de 1944, los agricultores, en
cartas a la prensa, protestaban contra la evacuación de fábricas al campo,
a causa del trastorno que creaban los salarios industriales en la mano de
obra de que ellos disponían.48
Cuando los recursos del campo estaban explotados al máximo, el gobierno
ofrecía a los agricultores, alternativamente, incentivos positivos y negativos
para que mantuvieran y diversificaran la productividad agrícola. Les concedía
primas al mantenimiento de los precios, entregaba azúcar a los agricultores
que producían nabos, y cuero para calzado a los propietarios de bosque que
recogían tanino para curtidos; pero en 1944 obligó también a los propietarios
a producir más de las cuotas que se les habían fijado.40
Para ese año, llegaron al campo alemán dos millones y medio de trabaja­
dores del este, más cientos de miles de franceses (prisioneros y otros), así
como trabajadores libres italianos, eslovacos y húngaros, y los propietarios
llegaron a depender tanto de la mano de obra extranjera que el traslado de
los polacos de la agricultura a la industria y a la minería ocasionó generalizar
das quejas.80
E L CAMPO 181

Se ordenó a los propietarios alemanes, so pena de duros castigos, que


integrasen económicamente a los obreros orientales al tiempo que los se­
gregaban socialmente. Sus alojamientos debían estar bien distantes de los
demás edificios, y bajo ninguna circunstancia podían sentarse a la misma
mesa que la familia del propietario. Esta última prohibición era muy trans­
gredida, pues su observancia —que de cualquier forma, era muy difícil de
controlar-— habría implicado la realización de trabajo doméstico adicional.
Pero los motivos puramente materiales no fueron los únicos que motivaron
la infracción de las cuarentenas higiénico-raciales. A algunos propietarios les
parecía ilógico que los trabajadores orientales, que les liberaban de una parte
de sus faenas, no fueran considerados miembros de la comunidad,
Además del trabajo conjunto, la religión era otro factor que actuaba en
contra de la adaptación de los tabúes raciales nazis. Algunos propietarios
católicos veían a sus trabajadores franceses y polacos más como miembros
de su misma confesión que como no-alemanes (aunque el trato oficial, relati­
vamente “liberal”, de que eran objeto los prisioneros de guerra franceses
era también motivo de muchas protestas por parte de los campesinos).0 En
una explicación cínica, pero en parte justificada, de este fenómeno, los diri­
gentes nazis alegaban que el trato benévolo que algunos propietarios dispen­
saban a sus trabajadores extranjeros no era sino una forma de comprar su
silencio sobre sus transacciones en el mercado negro y sus matanzas ilícitas.51
Las necesidades sexuales jugaron también su papel en la situación. A pe­
sar de los drásticos castigos establecidos -—las mujeres "racialmente corrom­
pidas” sufrían el ostracismo social y duras penas de prisión (y sus "corrup­
tores”, en caso de ser polacos, eran generalmente ejecutados)—, las cam­
pesinas cuyos esposos o prometidos estaban ausentes tendían a compartir
algo más que su mesa con los trabajadores orientales y los prisioneros de
guerra. Así, el nazismo fracasó doblemente en la construcción de su utopía
agraria. Durante la etapa de paz, despobló el campo, que tenía que volver
a ser el centro de la vida nacional, y, durante la guerra, expuso a las cam­
pesinas —que constituían la muy cacareada reserva de las esencias raciales
de la nación— al contacto con razas inferiores.
La gran cantidad de extranjeros que vivían entre ellos daba a los campe­
sinos una sensación de inquietud. Las aprensiones de los aldeanos con mo­
tivo de la costumbre de los polacos de reunirse en grandes grupos en sus
domingos libres era tanto mayor cuanto que sabían que las fuerzas de
policía estaban muy dispersas en el campo durante la guerra. Esta curiosa

° Por ejemplo, los propietarios de la región de Regensburg se quejaban: “Mientra»


nosotros empezamos a trabajar a las cinco de la mañana, los prisioneros franceses no se
presentan hasta las seis y medía”.
182 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ambigüedad en las relaciones entre amos y siervos llevó a un dirigente de


■distrito de la Unión de Agricultores Nazis a advertir a los asociados:
“Los trabajadores extranjeros son cerdos, perros, caricaturas de seres hu­
manos. Hemos de tratarles con la máxima severidad, aplastarles la cara
y matarles si se atreven a abrir una sola vez la boca para protestar. Ningún
juez condenará a un campesino alemán que haya actuado así.”62
No fue un juez, sino un funcionario —el director de la Oficina Laboral
del distrito— quien, en una carta a la dirección de la Unión de Campesinos
Nazis, criticó las ideas expuestas en este parlamento, señalando que eran abso­
lutamente contrarias a las directivas sobre el trato de los trabajadores extran­
jeros emitidas por el delegado del Reich para la Organización del Trabajo,
el Gauleiter Sauckel.
A esta divergencia entre las fantasmagorías raciales y el cálculo racional
■de la explotación, se unieron otros factores que diversificaron aún más el
tipo de relación entre los propietarios alemanes y sus siervos extranjeros.
E l empeoramiento de la situación militar hizo que un número cada vez mayor
■de agricultores contratasen pólizas de seguro, por así decirlo, con los escla­
vos que, de la noche a la mañana, podían convertirse en sus señores. Diír
«rante el colapso del Tercer Reich, muchos trabajadores extranjeros ayuda­
ron a los que habían sido sus dueños a escapar hacia el oeste, acompañándo­
les en su larga huida sobre la nieve. Pero mucho más numerosos fueron
los casos de pillaje y vandalismo: aquellos miles de hombres arrancados
a sus países, a los que durante tanto tiempo se negó la condición humana,
tomaron venganza en sus explotadores.
Aun así, a pesar de que la utilización que dieron los propietarios alema­
nes a la mano de obra extranjera se diferenciaba poco de la más inhumana
explotación, el trabajador-esclavo rural era aún envidiado por sus compatrio­
tas enviados a las fábricas o a las minas. Las capas superiores de la sociedad
agraria —por los motivos que fuesen— se mostró también en este aspecto
menos identificada con el régimen que los dirigentes de la industria. Mutatis
mutandis, el complot del 20 de julio dio lugar a las represalias nazis, apro­
ximándose a una pequeña revolución social, incluso antes de que la sociedad
Junker del este del Elba saliera de la historia, cuando el este del Elba quedó
fuera de control alemán.
12

LA ECONOMÍA

De todos los grupos socioeconómicos de Alemania, el que más ayudó


a la toma del poder por los nazis fueron los comerciantes, sobre todo los
componentes de la “clase media” económica compuesta por trabajadores
independientes (Mittélstand), como los tenderos y los artesanos, decisiva
desde el punto de vista electoral. Si bien es cierto que una parte del gran
capital, prudentemente, sólo subvencionó a Hitler después que la marea
electoral se hubiera declarado en su favor, no puede negarse el papel de la
industria como sepulturera principal de la República de Weimar. Como
certeramente ha observado Franz Neumann, “el fascismo nació de las nece­
sidades de los detentadores del poder económico... no como reacción ante
la amenaza comunista, sino para suprimir el movimiento democrático que
pretendía utilizar el poder político para reestructurar la economía de forma
racional y social”.1
El señuelo que condujo de forma irresistible a las masas de trabajadores
independientes hacia el campo nazi fue la “ideología de clase media” del
partido, que les ofrecía una panacea para todos sus males económicos al pro­
pugnar la ayuda estatal a los pequeños negocios y a las empresas artesanales,
medidas estatales contra los sindicatos y restricciones oficiales a las grandes
firmas, grandes almacenes y cooperativas.
La necesidad de equilibrar las consideraciones electorales y las de poder
político, es decir, de retener el apoyo de este importante sector social pese
a la forma en que el esfuerzo militar favorecía a la industria pesada, hizo
que la dirección de la economía nazi dependiera de la compleja interrelación
de tres fuerzas: el gran capital, el pequeño comercio y el estado. Citar estos
dispares grupos de intereses es tocar un punto clave de la relación entre poli-
184 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tica y economía en el Tercer Reich, punto que algunos marxistas han querido
establecer pintando a Hitler como el títere de los barones del Ruhr; por otra
parte, después de la guerra, los apologistas del gran capital han presentado a
la industria como un instrumento indefenso en manos de un estado nazi su­
puestamente todopoderoso. Ambas teorías son muy discutibles; pero en lo
que no puede haber desacuerdo es en que la Mittelstand fue la que salió peor
parada en esta contienda tripartita.
No obstante, a principios del Tercer Reich pocas cosas lo indicaban así,
Al liquidar su deuda con un grupo social al que tanto le debían, los nazis
aprobaron una serie de medidas que constituían un importante refuerzo para
la Mittelstand. Los sindicatos fueron aplastados; las cooperativas y los gran­
des almacenes privados, aunque sobrevivieron, fueron sometidos a tales limi­
taciones que parecían encaminarse a la extinción. La ley de protección del
pequeño comercio congeló las dimensiones de las cadenas de tiendas, prohi­
bió que se formaran otras, y les prohibió asimismo atender a servicios como
reparación de calzado, barbería, panadería y alimentación.2 Los organismos
públicos tenían prohibido hacer contratos con los grandes almacenes y las
cooperativas.
La Ley de noviembre de 1933, que limitaba el descuento de precios al
3 por ciento, fue un golpe directo contra la política de dividendos de las
cooperativas. Pero, paradójicamente, el gigantesco Frente Alemán de Traba­
jo, que había engullido las cooperativas en su inmenso buche, las mantuvo
vivas en una forma atenuada, en parte porque algunos de los “viejos lucha­
dores” habían conseguido sinecuras en su administración. (En tres años el
número de locales de venta de las cooperativas descendió en más de una
cuarta parte y el de socios en más de la mitad; pero la notable disminución
del ubicuo competidor no benefició proporcionalmente a la Mittelstand,
puesto que sólo 1.000 de los 3.000 locales de ventas de cooperativas que se
cerraron pasaron a manos del pequeño comercio.) 3
Las autoridades combatieron la competencia mediante rebajas ilegales
(Schwarzarbeiten), que suponían una auténtica amenaza para las empresas
artesanales, con incursiones de la policía en los talleres. Los “trabajadores
negros” sin empleo a los que sorprendían por este sistema eran expulsados.4
La instalación de nuevas tiendas y nuevas empresas artesanas requería un
permiso oficial, que se subordinaba a las necesidades locales y la aptitud pro­
fesional, personal y política del solicitante. De 1935 en adelante, el examen
de Maestría en el oficio se convirtió en obligatorio para todo el que quisiera
abrir una nueva empresa artesana. Antes, este examen había sido optativo.
En 1931, menos de un tercio de los artesanos activos tenían el título de maestro;
pero desde 1935 se obligó a los propietarios de empresas artesanales no cua­
lificados a prepararse para conseguir un título de su oficio.
LA ECONOMÍA 185

Las organizaciones que otorgaban los títulos eran los distintos gremios, a
los que había que pertenecer obligatoriamente. Además de controlar todo el
proceso de aprendizaje y los programas de enseñanza profesional dé su ramo,
los gremios formaban tribunales de honor para solucionar las disputas entre
sus miembros y podían regular las dimensiones de su ramo cerrando las em­
presas ineficaces.® Pese a este aumento del poder de los gremios, propuestas
fundamentales del programa gremial, como la sustitución de la producción
industrial por la artesana y la desmecanización como remedio al desempleo,
fueron inmediatamente rechazadas; tales aspiraciones de carácter ludita difí­
cilmente podían tener buena acogida por parte de un régimen que volcaba su
interés en el equipamiento industrial para la guerra.
Para saldar simbólicamente su deuda con las masas de la pequeña bur­
guesía, el régimen llevó a término la Mittélstandsideologie hasta donde era
compatible con las necesidades de la movilización industrial. Dentro de estas
limitaciones, el pequeño comercio salió menos perjudicado que la produc­
ción artesana, siendo las artesanías de base local que cubrían las necesi­
dades de los campesinos las únicas que, en último término, no se consideraron
inútiles.
No obstante, esto no significaba que hubiera una intención oficial cons­
ciente de perjudicar a los pequeños productores. Las artesanías obtuvieron un
puesto seguro en la economía nazi, con la importante condición de que per­
manecieran subordinadas a los intereses de la industria. Tampoco la negativa
del régimen a promover cambios cualitativos en su situación impidió que se
efectuasen diversas mejoras cuantitativas. La concesión, en 1933, de una sub­
vención de 500 millones de marcos a los propietarios de viviendas (para refor­
mas, instalación de lavabos y cuartos de baño interiores, conversión de los
pisos grandes en varios pequeños, etc.), fue un regalo para los constructores
que dio trabajo a casi la tercera parte de la mano de obra artesana del país.
Otro beneficio para la construcción, de menor importancia, fue el provocado
por la proliferación de instituciones nazis y sus necesidades de edificios admi­
nistrativos y ornamentales: los contratos de este tipo eran invariablemente
concedidos a los constructores artesanos.
Igualmente, las organizaciones del partido tenían orden de encargar uni­
formes y botas únicamente a tiendas de artesanos y pequeños comercios, y la
Organización para el Bienestar del Pueblo tenía que comprar los artículos
para sus obras benéficas en los mismos establecimientos.®
Pero la creciente ola de encargos no podía poner en marcha las ruedas
de la producción artesana sin el lubricante del crédito. Aunque el régimen
fundó instituciones especiales que concedían préstamos con un interés del
8 por ciento, de los tres motivos por los que los artesanos con insuficientes
garantías solicitaban créditos —reequipamiento, saldo de deudas y gastos
186 HISTORIA SOCIAL DEL TER C ER REICH

para cubrir encargos pendientes— sólo el último merecía la consideración


oficial. En 1934, no se concedieron más que una quinta parte de los créditos
solicitados, siendo su cuantía media de unos 3.000 marcos.7 Además de esta
protección estatal, la mejora general de la situación económica del país tam­
bién benefició al pequeño comercio, pero, como observaba el Frankfurter Zei­
tung, las empresas grandes participaron en medida mayor que la proporcio­
nal en el aumento general de las ganancias, mientras que la parte de las
pequeñas fue menor de la que les correspondía por su número.8 Esta afirma­
ción apareció a finales de 1936, año que tuvo algo de momento crítico en el
desarrollo de la vida económica de la Alemania nazi. La aplicación del Plan
Cuatrienal de movilización industrial acelerada para la guerra significó el
final de todas las esperanzas de reconstruir la economía sobre bases artesa­
nas. Los pequeños negocios tuvieron su época de máximo desarrollo a me­
diados de los años treinta. Los pequeños comercios y la artesanía habían sido
durante mucho tiempo sectores económicos de excesiva densidad; la crisis
acentuó el desequilibrio y el Tercer Reich suscitó excesivas esperanzas. El
número de empresas artesanales había crecido casi en una quinta parte entre
1931 y 1936, hasta 1.650.000, pero los últimos años anteriores a la guerra iban
a conocer un descenso del 11 por ciento.®
Esta eliminación estatal de las empresas económicamente inviables, para
abastecer con nuevas reservas un mercado de trabajo cada vez más reducido,
produjo una reacción ambigua por parte de los gremios. Por una parte la
acogían con satisfacción, porque permitiría un reparto del pastel en menos
y por tanto mayores trozos, pero se daban cuenta con disgusto de que al
mismo tiempo se reducía el tamaño general y la importancia de su organiza­
ción y sentaba un precedente para futuras medidas similares. Estas conside­
raciones, junto con el hecho de que los gremios estaban facultados para llevar
a cabo las reducciones de sus ramos, hicieron que el proceso de eliminación
se desarrollara a paso más lento del que oficialmente se consideraba deseable.
Fundamental en este proceso fue la imposición, en 1935, de la contabilidad
obligatoria para todas las empresas. El libro mayor de entradas y salidas de
mercancías (“libro de proveedores” y “libro de clientes”) facilitaba ahora a
la burocracia la forma de someter a todas las empresas a un completo control
de impuestos y a investigaciones sobre su viabilidad económica. Este proceso
se intensificó mediante la severidad de las autoridades fiscales en la exigencia
del pago de las deudas fiscales y mediante su negativa a conceder nue­
vos permisos a las pequeñas tiendas que deseaban diversificar sus géneros.
Además, el régimen promovió la cartelización obligatoria de comercios que
anteriormente eran libres: el número de vendedores de artículos de radio al
por menor (60.000 en 1933), por ejemplo, había bajado a menos de la mitad
en 1939 y el número de vendedores al por mayor disminuyó en un tercio con
LA ECONOMIA 187

la nueva obligación que se les impuso de poseer un capital no hipotecado de


30.000 marcos.10
Hubo ocasiones en que los tenderos y los intermediarios del comercio de
comestibles se encontraron indefensos entre, por arriba, la rueda de molino
de la política de precios de la Corporación de Productores de Alimentos y,
por abajo, la obligatoria congelación de precios impuesta a las tiendas. Esta
situación, en la que la Corporación, los agricultores y los consumidores se be­
neficiaban a costa de los establecimientos de ultramarinos y las carnicerías,
provocó una crisis de conciencia de los funcionarios de los gremios directa­
mente afectados. En presencia del delegado local, el plenipotenciario del co­
mercio de alimentos de Renania desafió a las autoridades a que lo enviasen
a un campo de concentración: “Yo mismo he contravenido durante mucho
tiempo los reglamentos de precios y no puedo denunciar a ningún colega
por esta misma falta”.11
No obstante, por regla general, los funcionarios gremiales sólo defendían
los intereses de sus asociados si coincidían con los propios, y las diversas or­
ganizaciones económicas creadas por el Tercer Reich procuraban buenos te­
rrenos de caza para los constructores de imperios. Los “viejos luchadores”,
que ocupaban sus buenos puestos en la estructura gremial, tendían a la vez
a ser tiránicos —por ejemplo, multaban rigurosamente a los miembros que
faltaban a las reuniones sin la coartada de un certificado médico 12— y escan­
dalosamente venales: entre 1932 y 1935 una suborganización del comercio al
por menor aumentó su presupuesto de personal de 40.000 a 200.000 marcos,
mientras que el número de miembros sólo creció de 20.000 a 54.000.13
Un típico caso de venalidad se descubrió en la Prusia oriental en 1938:
un jefe de distrito del gremio de sastrería, además de dirigir su propia em­
presa, era gerente de un consorcio de talleres de sastrería que abastecían a la
Wehrmacht, y estafó 200.000 marcos al Dresdner Bank falsificando las cuotas
de producción de uniformes, para cubrir el déficit de su empresa.14
Un síntoma del nepotismo que se daba en la organización gremial era el
hecho de que nueve altos funcionarios del aparato económico de la Prusia
oriental fueran miembros del gremio de panaderos: el jefe provincial del
ramo de la Prusia oriental era un maestro panadero.
La proliferación de la burocracia gremial alcanzó proporciones considera­
bles. Una asociación del ramo comprendía a los 12.000 feriantes de todo el
país 15 y otra controlaba la actividad de casi 10.000 buhoneros y vendedores
callejeros. (Una manifestación de este control fue un reglamento publicado
en Berlín, por el ayuntamiento conjuntamente con el gremio, según el cual
las camionetas que vendieran fruta tenían que ir pintadas de color marfil y
rojo brillante, las de tabaco de amarillo oscuro, etc.)16
El gremio de pizarreros solicitó la asociación (25 marcos de subscripción
188 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

anual, 48 de seguro) de los agricultores que aumentaban sus ingresos “hasta


la cantidad de 7 marcos diarios durante seis semanas al año” construyendo
techos de paja durante las épocas en que no había trabajos agrícolas. Asi­
mismo, la sección de arte de la Cámara de Arte y Cultura impuso una
contribución de 200 marcos a los maestros del gremio de canteros y albañiles
monumentalistas.17
Así como en la Edad Media cada individuo debía fidelidad a su señor,
en el Tercer Reich todo el mundo debía fidelidad —además del pago de las
cuotas— a su “asociación”. Otro evidente paralelismo medieval era la impor­
tancia del ritual en la vida de los gremios. La fiesta anual de los artesanos se
celebraba en Frankfurt, donde, en un decorado medieval y ante una gran
cantidad de público —250.000 personas en 1935—, los miembros del gremio
de cuchilleros ejecutaban danzas con espadas; coros de aprendices de pana­
dero recitaban composiciones sobre cómo el trabajo del trigo, la harina y el
pan (Brot) los acercaba a Dios (Gótt); se registraban ceremoniosamente, en
los archivos de los gremios, los nombres de los nuevos oficiales, y así suce­
sivamente.18
Sin embargo, ni los festejos arcaizantes, ni las disputas por los límites de
las subscripciones, ni siquiera la caza de sinecuras constituían la ocupación
principal de los tenderos y los artesanos; les inquietaban demasiado los pro­
blemas económicos. La Mittelstand se veía en medio de una economía rena­
ciente, pero factores como la estrechez de los créditos, la influencia del gran
capital, la escala de prioridades del régimen y la paquidérmica lentitud de
los organismos públicos a la hora de pagar el trabajo realizado contribuían a
privarla de su parte proporcional en el pastel nacional. La ampliación de la
cartelización al ramo de las artes gráficas, por ejemplo, tuvo como consecuen­
cia muchas innovaciones restrictivas: contabilidad obligatoria y control de
los inventarios; prohibición de las reducciones de precios, que perjudicaban
el pago de las obligaciones fiscales; congelación de las inversiones y restric­
ciones a la venta de prensas, para limitar la posterior competencia.18
Algunos comerciantes de alimentos, sometidos a las presiones contrarias
de la autarquía y el monopolio de la Corporación de Productores de Alimen­
tos, tomaron medidas evasivas. Salvaron la congelación de precios ofreciendo
los productos de peor calidad a la tarifa impuesta, o bien “emparejaron” las
ventas sin beneficios de los artículos indispensables con la venta provechosa
de los demás artículos, creándose así problemas con la ley. Un mayorista de
frutas fue multado por 10.000 marcos por emparejar transacciones, mientras
el Schwarzes Korps exigía “que le cortasen la cabeza” si reincidía en el deli­
to.20 Respecto a los vendedores al por menor, a veces infringían involunta­
riamente la regulación de precios, puesto que les era difícil orientarse entre
las complicadas indicaciones y las constantes variaciones en la calidad de las
LA ECONOMÍA 189

mercancías con que se les aprovisionaba. Las multas de la policía a los tende­
ros que contravenían la legislación de precios se convirtieron en una apre-
ciable fuente de ingresos. Tales multas, además, constituían una razón po­
tencial para el cierre de empresas, dentro del plan de eliminación. El miedo
al cierre no estaba en absoluto infundado. Las 350.000 empresas consideradas
superfluas en 1936 se habían reducido a la mitad en 1939.21
Por otra parte, la Mittelstand económica mostró una creciente tendencia
a la senectud. En 1933, uno de cada cinco propietarios de empresas artesanas
tenía menos de treinta años y sólo uno de cada siete superaba los sesenta.
En 1939, la proporción de los menores de treinta años se había reducido a la
mitad y la de los que superaban los sesenta se había elevado en un tercio.22
El número total de trabajadores independientes de Berlin había disminuido
en casi una cuarta parte en el mismo período, y el número de asalariados
■—en su mayor parte trabajadores de cuello blanco— había crecido en un die­
ciséis por ciento.2?
Sin embargo, al mismo tiempo que la disminución de muchos ramos arte­
sanos, se producía un crecimiento de otros. Artesanos como los zapateros, sas­
tres, alfareros, tejedores o herreros eran vulnerables, en distintos grados, a la
competencia de las grandes empresas, mientras que los artesanos relacionados
con las modernas industrias de servicios —electricistas, mecánicos de radio,
operarios de garajes—■veían crecer tanto su número como sus ganancias.24
No debe deducirse de esto que el pequeño comercio, como tal, a excep­
ción de algunas de sus ramas, resultara perjudicado bajo el Tercer Reich. El
régimen se mostró más inclinado a tomar medidas discriminatorias contra las
grandes empresas comerciales que contra las industriales, eliminando así al­
gunos de los principales motivos de queja de los minoristas. El más importan­
te de todos estos motivos era la existencia de los grandes almacenes que, por
el hecho de haber sido creados, en su mayoría, por judíos y estar aún en
manos de éstos, y por ser los ataques a los almacenes sustitutivos de una ver­
dadera política anticapitalista, parecían casi predestinados a la extinción.
Fueron sometidos a dos métodos simultáneos de ataque: prohibiciones estata­
les de algunas de sus actividades económicas (como se indicó en la p. 184) y
boicots promovidos por el partido y organizaciones filiales como la Unión de
Funcionarios. En 1935, un funcionario del Frente de Trabajo pudo amenazar
confidencialmente: “Si vuelve a verse a Frau W. comprando en los almace­
nes Karstadt, tendré que suprimirle a su marido la pensión del ejército”.25
No obstante, pese al hostigamiento y al boicot, los almacenes resistieron
la crisis y, desde 1936 hasta la guerra, sus beneficios aumentaron en un 10 por
ciento anual.26 Uno de los factores que aseguraron su supervivencia fue que
la ruina de los almacenes hubiera afectado a 90.000 empleados en un momen­
to en que el desempleo era todavía un gran problema, y el Frente Alemán
190 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de Trabajo rompió lanzas a favor de estos empleados, ya oprimidos, al estar


estigmatizados como ciudadanos de segunda clase por culpa de su trabajo.27
Superpuesto en parte al problema de los almacenes —aunque excedién­
dolo en alcance— estaba el proceso de arianización. La idea de eliminar a los
competidores judíos repartiéndose sus negocios tenía un irresistible atractivo
para muchos artesanos y minoristas. En los primeros e impetuosos días de
la revolución nazi, el régimen todavía simulaba interés por este sueño de la
Mittelstandt. Así, en 1934, el vicegauleiter de Franconia anunció que la co­
munidad de empresarios de la ciudad de Nuremberg se había hecho cargo
de unos grandes almacenes de propiedad judía, invirtiendo cada comerciante
unos 500 marcos en la empresa.28 Pero, a la larga, la arianización redundó
en ventajas para el gran capital, además de acelerar la desaparición de em­
presas pequeñas. La eliminación de la propiedad judía redujo a la mitad el
número de empresas de algunas ramas de las industrias textil y de la confec­
ción, mientras que los arianizadores que se dedicaban a la construcción de
maquinaria, molienda de la harina y comercio de zapatos y cueros fueron los
pioneros de las grandes empresas en la historia de estas industrias.29
También en el comercio al por menor tuvo preferencia la concentración
sobre las aspiraciones de la Mitielstand. En Berlín, de las 3.750 tiendas que
todavía eran propiedad judía en el momento de la Noche de Cristal, sólo
700 pasaron a otras manos.30 “La arianización hubiera dado todavía mejores
resultados a la hora de remediar la opresión del comercio al por menor —es­
cribía un periódico nazi en 1939— si las cadenas de almacenes no hubieran
aprovechado la oportunidad de alquilar locales de tiendas desocupadas en las
zonas comerciales y, por tanto, no hubieran trasladado sus tiendas afiliadas
a sitios mejores”.31 En total, miles —en vez de decenas de miles— de miem­
bros de la Mtttélstand se beneficiaron en “escasa” medida de la eliminación
económica de los judíos; pero, como afirmaba el Frankfurter Zeitung en 1935,
“los principales beneficiados por la arianización son unos cuantos grandes
complejos industriales”,32 tales como Mannesmann, Flick, Otto Wolff o las
industrias Hermann Goering.33 *
En sentido amplio, la arianización fue un ejemplo típico de los cambios
que operó la revolución nazi, y esto a dos niveles diferentes:

° Los beneficios de estas empresas eran tan exorbitantes que se promulgó un decreto
especial para el gravamen fiscal de los beneficios resultantes de la arianización. Cuando
incluso esta medida resultó ineficaz, una disposición especial del Ministerio de Finanzas
instituyó impuestos retroactivos en los casos más graves. Las arianización contribuyó
también a cambiar la estructura de la vida económica. La industria adquirió un mayor
control sobre los detallistas que se hacían cargo de empresas judías. También se infiltró
en el ámbito de la banca, donde el número de bancos privados se redujo drásticamente de
1.350 a 520 entre 1932 y 1938 (cf. Franz Neumann, Behemoth, p. 275, y Der Deutsche
Volkswirt, n.° 41, 1938).
LA ECONOMÍA 191

a) la confiscación de la propiedad judía fue un sustitutivo de la distribu­


ción de la propiedad como tal (comercial, financiera, agraria y, sobre
todo, industrial) a escala de la Mittelstand.
b) la expropiación de los judíos tuvo un funcionamiento típico en la eco­
nomía nazi: cuanto mayor era la empresa en cuestión, mayor era su
porcentaje en los beneficios.

Algunos de los beneficios no materiales previstos por la industria ya ha­


bían sido formulados en la época de la toma del poder por los nazis. “Las
elecciones del 5 de marzo sólo serán útiles —afirmaba un editorial del Stahl
und Eisen (el periódico de la industria del Ruhr) en 1933— si han de servir
para mucho tiempo... Sólo si desaparece el temor a los votos podrán llevarse
a cabo importantes cambios en lo referente a la constitución, la administra­
ción, la hacienda y los asuntos sociales.” 34
Estas previsiones se cumplieron de forma abrumadora. A partir de marzo
de 1933, la industria ya no tuvo que temer en lo más mínimo a los votantes,
al parlamento ni a los sindicatos. Al mismo tiempo, manifestó su buena dispo­
sición a participar en los importantes cambios mediante la destitución del
director del Geheimrat de su Federación Nacional, el consejero privado Lud­
wig Kastel, así como del secretario de la poderosa Langnam Verein Schlen-
ker, porque eran judíos.35 (Dicho sea de paso, otro grupo de industriales
—la Ruhrlade— quebraron en 1938 porque Krupp von Bohlen protestó con­
tra las críticas a la corrupción nazi del poco representativo magnate antinazi
Karl Bosch.)36
Mientras declinaban ciertas formas de organización empresarial, otras se
hacían más importantes. El Freundeskreis Heinrich Himmler, un organis­
mo formado por miembros de los niveles superiores de la industria, la banca
y los seguros, constituía un poderoso lazo de conexión entre los detentadores
del poder político y los detentadores del poder económico dentro del Tercer
Reich. Gracias a una ayuda que fue desde la financiación de las campañas
electorales de 1932-1933 hasta diez años después (el equipamiento de las nue­
vas divisiones de las Waffen SS con armas y uniformes),37 se habían hecho
acreedores a una gran deuda del régimen, parte de cuyo pago consistió en
ser confidentes de los secretos más celosamente guardados por el gobierno
nazi. En 1937, Himmler en persona acompañó a algunos miembros del Freun­
deskreis a una visita al campo de concentración de Dachau, y cinco años
más tarde, Ohlendorff, el jefe del servicio secreto de las SS, les dio una con­
ferencia sobre algunos aspectos del trabajo del Servicio Secreto, especialmente
sobre las operaciones de las cuatro brigadas comando responsables de la
muerte de más de un millón de judíos en la Europa oriental. (El propio Oh­
lendorff mandó durante algún tiempo la brigada comando de Crimea.)
192 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Aunque el Freundeskreis representaba de forma simbólica bastante más


que a sus miembros, sus experiencias y las funciones que se le asignaron no
fueron necesariamente las mismas qué las de la industria en general. Toda la
vida económica estaba organizada en lo que se llamaron los Grupos Nacio­
nales (Reichsgruppen) (de los que el Grupo Industrial era el más importante),
los cuales a su vez se subdividían en Grupos Especiales (Fachgruppen) según
los distintos ramos. Basados en un sistema de autogobierno interno, los Gru­
pos Especiales eran una prolongación de la burocracia estatal, con la impor­
tante diferencia de que la burocracia económica estaba compuesta de repre­
sentantes de las empresas. Dado qué cada vez era mayor el sector de la eco­
nomía que dependía de los pedidos estatales de armas u otros productos,
aumentaba el número de candidatos estatales y de la Wehrmacht que eran
designados para los consejos de dirección. Además, muchas empresas consi­
deraban ventajoso dar cargos directivos a los “faisanes dorados” que pudie­
ran facilitar sus tratos con el estado o con las autoridades del partido. Aparte
de ser conveniente a la hora de ofrecer contratos, este camuflaje podía ser
fundamental para ayudar a las empresas a escamotear las restricciones funda­
mentales en materia de moneda extranjera y para asegurar el suministro de
materias primas y de mano de obra. La obligación de nombrar empleados
tales como los Mob-Beauftragte (inspectores de antisabotaje y antiespionaje
industrial) dieron lugar a que las grandes empresas colocaran a nuevos fun­
cionarios en sus consejos, por ejemplo, del Frente de Trabajo o de la Ges­
tapo. El entrelazamiento de la estructura capitalista con los aparatos del
estado y del partido fue un proceso complejo, en el que la iniciativa corres­
pondió a unos y a otros según el momento. Mientras Schacht siguió siendo
la figura clave de la economía, nazi (fue ministro de Economía hasta 1937 y
presidente del Reichsbank hasta 1939), utilizó su notable ingenio para asegu­
rar a los empresarios un considerable margen de maniobra. Desembarazó al
gran capital del control directo por parte del partido que habían concebido
los populistas nazis y los ideólogos de la Mittehtand, le ayudó a mantener
sus márgenes de beneficios, y, en definitiva, reforzó la estructura de la em­
presa privada.38 Pero, después, la creciente importancia del Plan Cuatrienal,
iniciado en 1936, la urgencia de la fabricación de armamento y la preemi­
nencia de las necesidades autárquicas sobre las consideraciones económicas
llevaron a reducir a la industria a una posición subordinada ante el estado.
Estas variaciones de la relación estado-capital se dieron al tiempo que se
producían cambios en la estructura de la vida económica, aunque no indepen­
dientemente de ellos. Una faceta de estos cambios fue el aumento de la con­
centración industrial. El número de sociedades anónimas disminuyó de 9.634
en 1932 a 5.418 en 1941, pero su capital nominal creció en 2.000 millones de
marcos. De 1933 en adelante, los decretos del gobierno favorecieron enorme-
Los campesinos alemanes no recibieron, a diferencia de los industriales, una ayuda realmente
inteligente y eficaz.
Los ganaderos debieron laboral· en
la pre-guerra con el casi olvido de
las esferas gubernamentales.

Robert Ley, jefe del Frente del


Trabajo, se dirige en 1941 a un
grupo de mineros de Sajonia.
Interior del hogar de los Krupp,
con la foto del fundador de la
gran empresa industrial que lleva
su nombre.

Vista tomada hace pocos años, en


la que vemos al último descen­
diente de la familia Krupp y a su
padre.
Hjalmar Schacht, ministro de Economía del Tercer Reich (1937) y presidente del Reiohsbank
(1939).
Dos niños del “ghetto” de Varsovia (1942), mostrando la verdadera faz de los designios
nazis.
Nuevo modelo de Volkswagen, en la preguerra, probado por Hitler.
E l Führer se dirige a los trabajadores de la Siemens.

Una parte de las mujeres


alemanas idolatraba histé­
ricamente a Hitler, y le
aclamaban cuando aparecía
en su auto blindado.
La producción de material bélico fue elevada en 1940 a extremos inusitados.
LA ECONOMÍA 193

mente el poder organizativo de los cártels. Dotado de ilimitados poderes para


la cartelización, el Ministerio de Economía tomó arbitrarias medidas para
reducir la autonomía de las empresas privadas y someter a industrias enteras
a los deseos de los monopolistas.39
Un periódico financiero de Frankfurt pudo hablar con razón de un acele­
rado proceso de concentración llevado a cabo con el mayor dinamismo: en
1933, el 40 por ciento de la producción industrial alemana estaba monopoliza­
do, y en 1937, el porcentaje era del 70 por ciento.40 E l gran trust del acero,
formado por Kierdorf, Thyssen y Vogler, dominaba más de una tercera parte
de la producción de la industria pesada, y las industrias Kloeckner, Krupp,
Haniel, Mannesmann, Flick, Otto Volff y Goering constituían otros centros
de concentración industrial.
Un proceso similar transformó la estructura de las sociedades anónimas,
proceso que el periódico Deutscher Volkswirt describió como "la muerte por
hambre de los accionistas por la aplicación del principio de autoridad”.
Por la ley de sociedades de 1937, la asamblea de accionistas perdió el de­
recho a decidir acerca de cuestiones de política general de la empresa. Los
accionistas no podían poner en cuestión el balance que se les presentaba,
pero podían abstenerse de la distribución de los beneficios que el consejo de
dirección había declarado distribuibles; en otras palabras, todo cuanto podían
hacer era reducir su participación en los beneficios.41 Los directivos que eran
nombrados por el consejo supervisor ■—elegido cada cinco años por la asam­
blea general— continuaban siendo miembros de los consejos y tenían derecho
a recibir primas. Estas primas debían estar en proporción con los beneficios y
las contribuciones sociales en beneficio de los empleados (esta última medida
proporcionaba al Frente de Trabajo una participación indirecta en los divi­
dendos de las sociedades). Los principales cambios introducidos por los nazis
en el funcionamiento del capitalismo fueron: el rápido aumento de los bene­
ficios no distribuibles; la preeminencia de los intereses de los directivos sobre
los de los accionistas; la disminución de la influencia de la banca y del capi­
tal comercial; la penetración del aparato distributivo por los monopolios in­
dustriales y la reducción parcial del dominio de la industria pesada por la
recién desarrollada industria química y algunas de las industrias metalúr­
gicas.42
Este último proceso fue representado por la ascensión de la IG Farben.
A diferencia de la “conservadora” industria del acero, que tuvo que ser obli­
gada a poner en práctica los arriesgados programas de expansión oficialmente
prescritos, este trust de tintes hizo suyos los confusos objetivos económicos
del régimen (en parte porque la producción de materiales sintéticos necesita,
por su propia naturaleza, una infraestructura dinámica). Entre 1938 y 1943 la
mano de obra empleada por este gigante de la química aumentó en un 50 por
194 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ciento, hasta la cifra de 330.000 trabajadores, mientras que sus beneficios


aumentaron en un 150 por ciento, hasta la cantidad de 822 millones de
marcos.43 No sólo coincidían totalmente sus fines con los de la política nazi
(además de poseer grandes empresas en Auschwitz, la IG Farben tenía los
contratos de gases tóxicos para las cámaras de gas), sino que también le pro­
porcionó los medios. Uno de sus directores ocupaba un puesto clave en la
dirección del Plan Cuatrienal, y dos terceras partes de los empleados del De­
partamento de Expansión Económica del Reich eran también empleados de
IG Farben.44
Mientras la industria química se situaba así a caballo de la línea divisoria
entre la empresa privada y el estado, la industria del acero hubo de presen­
ciar la invasión de su territorio por parte del estado. La resistencia de los
hombres del acero a financiar la creación de plantas para la elaboración de
minerales nacionales de baja calidad mientras sus propia capacidad no era
plenamente utilizada, llevó a la fundación de las Industrias Nacionales Her­
mann Goering, en condiciones de extrema severidad. Firmas como las Indus­
trias Unidas del Acero (Vereinigte Stahhverké), la Mannesmann, la Flick, la
Krupp y otras fueron obligadas a invertir 130 millones de marcos en el pro­
yecto, que costaba 400 millones.* En otras palabras, la industria del acero
hubo de financiar con este dinero a su propia competencia. Esta competencia
tomó varias formas: cuando, a finales de 1938, la industria del acero quiso
expansionarse, se le dijo que las Industrias Nacionales tenían derecho prefe­
rente sobre toda la mano de obra y todas las materias primas disponibles,45
además de lo cual, el director de las Industrias Nacionales, Pleiger, traspasó
ostensiblemente los límites establecidos a sus operaciones fundiendo minerales
suecos y produciendo artículos acabados.46
Pero esto no era todo. Desde su poderosa base en Salzgitter, en Bruns­
wick,* * las Industrias Hermann Goering se extendieron sucesivamente al Ruhr,
Austria, Polonia y Francia, hasta que la rivalidad entre el gigante de Pleiger
y las potentes Industrias Unidas del Acero acerca del reparto de los ricos
depósitos minerales de Lorena provocó fuertes tensiones en toda la industria
del acero con motivo de la falta de equilibrio entre sus sectores privado y
público. (Pleiger, un antiguo quincallero de provincias, que se había abierto
camino hasta la cumbre mediante una sucesión de cargos en el partido, des­

* E l estado aligeró la carga de su propia inversión del 70 por ciento en las Reichs-
werke obligando a adquirir acciones a los grupos como el Reichsgruppe Handwerk (Grupo
Artesano Nacional) (cf. David Schoenbaum, op. cit., p. 135).
* * Según el plan original, las Industrias Hermann Goering debían establecerse en
Hannover, pero se eligió Brunswick, aunque ello significaba invertir 40 millones de marcos
más en la construcción de un canal. Pleiger estaba asociado con el primer ministro de
Brunswick, Klagges, quien llevó a cabo las confiscaciones necesarias para poner en condi­
ciones el lugar y sus comunicaciones.
LA ECONOMÍA 195

pertaba sentimientos completamente diferentes en Hitler, quien dijo en 1941:


“Si tuviese seis generales como Pleiger, haría tiempo que la guerra estaría
ganada”.) 47 Las Industrias Hermann Goering constituían un ejemplo, indu­
dablemente el más dramático, de la forma en que el régimen exigía un duro
tributo a los industriales para financiar planes que resultaban perjudiciales ■
—o
por lo menos no ventajosos— para ellos. En la aplicación del programa de
autarquía, el Departamento del Plan Cuatrienal obligó a Krupp a financiar
el proyecto de caucho sintético Buna, forzó a la IG Farben y a otros pro­
pietarios de minas de hulla grasa a invertir 100 millones de marcos en la
compañía Brabag (creada para al extracción de petróleo del lignito) e hizo
que la industria textil capitalizara plantas de fibra sintética.48
Una forma más extendida de obtener ayuda del capital eran los impuestos.
En 1931, Brüning creó un sistema de inspección fiscal y los nazis desarrolla­
ron aún más este medio de impedir la evasión tributaria. La deducción de
las depreciaciones, que había sido una forma de ocultar beneficios, fue aboli­
da, de modo que el estado podía retroceder diez años al calcular los gravá­
menes y añadir así a los impuestos los valores deducidos, con lo cual los
beneficios resultaban enormes.49
En 1937, los impuestos constituyeron una carga del 60 al 70 por ciento
sobre los beneficios netos de las empresas industriales.50 La proporción de la
inversión pública en la renta nacional se cuadruplicó en cinco años (los gastos
militares, por ejemplo, aumentaron en un 2.000 por ciento), de modo que en
1938 el gasto público constituyó el 35 por ciento de la renta nacional alema-
ru, comparado con el 23,8 por ciento en la Gran Bretaña y el 10,7 por ciento
en Jos Estados Unidos.61 *
Sin embargo, a pesar de los fuertes impuestos y la moderación del impul­
so ascendente, los beneficios netos de las grandes sociedades se cuadruplica­
ron en los primeros cuatro años de mandato nazi, y los ingresos de gerentes
y empresarios aumentaron casi en un 50 por ciento (de un promedio de 3.700
marcos en 1934 a 5.420 en 1938).52 Esta situación debía mejorar aún: entre
1939 y 1942, la industria alemana se expansionó tanto como lo había hecho
durante los precedentes cincuenta años.53
Un episodio citado en el curso del juicio de Nuremberg 05 ofrece una ilus­
tración de la atmósfera de euforia a que dio lugar esta expansión. El 18 de
mayo de 1940, Krupp, un directivo de la Henkel (la compañía de detergentes),

° 1938 fue el año en que la renta nacional de Alemania alcanzó nuevamente el total
de la Depresión: 76 millones de marcos. En cambio, en 1937, la Gran Bretaña había con­
seguido ya superar en un 20 por ciento la cifra de 1929 (cf. Gustav Stolper, The German
Economy 1870-1940, Londres, 1940, p. 63).
e ® Aunque la defensa negó la veracidad de este testimonio presencial aportado por
Arthur Rühmann en el proceso contra Alfried Krupp, el presidente del tribunal, americano,
la aceptó.
196 HISTORIA SOCIAL DEL TERCEE REICH

y dos industriales más se pasaron horas escuchando la radio, sentados en


torno a una mesa cubierta con un mapa de la Europa noroccidental. A medi­
da que iban llegando noticias de los avances de la Wehrmacht en los Países
Bajos, se iban excitando cada vez más y golpeaban repetidamente el mapa.
“|Esto de aquí para ustedes, esto otro para nosotros; a este hombre haremos
que le detengan, tiene dos fábricas...” En medio del barullo, uno de los cua­
tro industriales se levantó a telefonear al personal de su oficina y les ordenó
que solicitaran inmediatamente un permiso de la Wehrmacht para que dos
de ellos pudieran desplazarse a Holanda al día siguiente.64
Posteriores llamadas telefónicas, en los meses y años siguientes, le valie­
ron a Krupp astilleros holandeses, empresas metalúrgicas belgas, una buena
parte de la industria francesa de máquinas-herramientas, minas de cromo yu­
goslavas, minas de níquel griegas, instalaciones siderúrgicas en Ucrania, etc.56
La guerra, que dio lugar a esta prodigiosa expansión de la industria, no
reportó beneficios proporcionales a la Mittelstand. Unos meses antes de la
guerra, un edicto del gobierno estableció que los oficios de panadería, barbe­
ría, carnicería, zapatería y sastrería estaban excesivamente desarrollados, les
impuso el criterio selectivo de la competencia y decretó el cierre de los talle­
res mal financiados o que no realizaban tareas económicamente justificadas.
El comienzo de la guerra inspiró a los representantes de los artesanos algunos
ingeniosos argumentos defensivos, en el sentido de que las empresas artesa-
nas (por el hecho de ser pequeñas y estar muy dispersas por todo el país)
estaban menos expuestas a los bombardeos que las grandes industrias, y por
tanto se les debía conceder contratos estatales de mayor volumen.66
Huelga decir que las propuestas de este tipo fueron desoídas, pero el
comienzo de la guerra no significó tampoco una inmediata transformación de
la economía de acuerdo con la nueva situación. Esta es una de las razones
por las que la criba de empresas artesanas y comercios al por menor del pri­
mer momento de la guerra afectó sólo a un máximo de 100.000, y los restan­
tes 250.000 (cifra aproximada) sólo fueron eliminados al producirse el esfuer­
zo totalizador posterior a Stalingrado.67
Las empresas y comercios a los que se permitió seguir existiendo lo hicie­
ron en condiciones que no eran demasiado malas. Según un imaginativo plan
concebido por el Frente de Trabajo, las empresas artesanas del campo debían
ser coordinadas y aumentada su eficiencia agrupándose en mancomunidades
rurales, denominadas Dorfgewerke. Aunque tuvo éxito en algunas áreas, este
plan no llegó a generalizarse. En las ciudades, los talleres artesanos se pusie­
ron de acuerdo para formar cooperativas de distribución (Lieferungsgenoss-
enschaften), por medio de las cuales se entregaban los pedidos, en lugar de
servirse dé empresas individuales, y cada miembro invertía en ellas el 5 por
ciento de su capital líquido. Aunque estas cooperativas estaban dirigidas
LA ECONOMÍA 197

por funcionarios locales de los gremios (casi invariablemente “faisanes dora­


dos”) que tendían a manipularlas en su provecho personal, hicieron posible
que las empresas artesanas compitieran con las empresas medianas, ayudán­
dolas a su'épr|j¿· las dificultades derivadas de la guerra, de las escaseces, y del
excesivo papeleo.
Aunque se producían constantes quejas de los artesanos, la mayoría de
ellas no totalmente injustificadas, en el sentido de que se favorecía a la in­
dustria a expensas suyas, las autoridades mostraron la suficiente solicitud
hacia la Mtttelstand como para canalizar una fuerte proporción de mano de
obra formada por trabajadores reclutados y por prisioneros de guerra hacia
los talleres artesanos. (Los maestros artesanos que salieron más beneficiados
de la guerra fueron los que dirigían talleres en los ghettos, como por ejemplo
los de Varsovia, donde, durante algunos años, se pudo explotar a los traba­
jadores literalmente hasta la muerte, sin que ello afectase en forma alguna
el número de los .que quedaban disponibles.)
Tampoco los comerciantes ál por menor que escaparon a la criba resulta­
ron muy perjudicados por la guerra, aunque los del ramo de la alimentación
se vieron sobrecargados de trabajo, a causa, por una parte, de los largos hora­
rios establecidos para las tiendas (en 1943, las panaderías y lecherías, por
ejemplo, debían permanecer abiertas de 6 de la mañana a 7 u 8 de la tarde),58
y, por otra parte, de la insistencia de las autoridades en que realizasen una
meticulosa comprobación de las cartillas de racionamiento, lo cual les ocupa­
ba mucho tiempo. Por otra parte, los detallistas tenían más fácil acceso que
nadie a las mercancías escasas y podían explotar esta ventaja realizando true­
ques o transacciones en el mercado negro. Además, ni los detallistas ni los
propietarios de empresas artesanas estaban sujetos a reclutamiento laboral, lo
cual significaba que podían trasladar sus negocios a zonas libres de bom­
bardeos.
Mientras durante la guerra la M ittelstandideobgie era ya algo pasado de
moda —pues la subordinación de las pequeñas empresas al gran capital era
ya en 1936 un hecho irreversible-^, las tensiones entre la industria y el estado
no cesaron de producirse intermitentemente. El hecho de que la interrela-
ción de las dos potentes fuerzas no hubiera alcanzado aún un equilibrio tenía
bien poco que ver con cualquier aversión de la industria hacia el régimen o
hacia la guerra. La participación de los industriales en el complot del 20 de
julio fue mínima * comparada con la de la aristocracia y la oficialidad. Los

* Un industrial implicado en el complot fue el director de la Krupp Ewald Loser,


posible ministro de Finanzas en el hipotético gabinete de Goerdeler. Sobrevivió a la deten­
ción de la Gestapo, pero le fue impuesta una condena de siete años en Nuremberg por
expoliación, de países ocupados y explotación de los trabajadores-esclavos (cf. Norbert
Mühlen, Die Krupps, Frankfurt, 1960, p. 177).
198 HISTOHIA SOCIAL DEL TERCER REICH

grandes industriales estaban al corriente de la conspiración, pero su instintivo


cálculo de los riesgos de toda empresa, además de su absoluta ignorancia de
las cuestiones morales, les impidió hacer otra cosa que proporcionar algunas
coartadas a Goerdeler y Popitz.
En la medida en que la industria discrepaba en cuestiones políticas, lo
hacía en forma constitucional, enviando memorándums al gobierno, aunque
incluso esta forma de oposición era evitada en los casos en que representaba
un peligro excesivo. Así, cuando Goerdeler y el general Thomas, del departa­
mento económico de la Wehrmacht, redactaron un memorándum encaminado
a convencer a Hitler de que la situación económica hacía indispensable la
pronta terminación de la guerra, los grandes industriales se negaron a apoyar
con sus firmas el documento.69
Pero otros memorándums de la industria superaron el estado de borrador.
Por ejemplo, el elaborado por el doctor Roland, de las Industrias Unidas del
Acero (alto dirigente de la industria del acero según el plan de autogobierno
industrial), se opuso al reclutamiento de trabajadores extranjeros. “Panzer”
Roland * argumentó su tesis refiriéndose al aumento del número de los fun­
cionarios alemanes en 1,9 millones, entre 1935 y 1939. Ello constituía una
refutación de la necesidad de trabajo forzado de obreros extranjeros para
compensar una supuesta deficiencia de mano de obra en el Reich, así como
la protesta de un portavoz de la empresa privada contra la creciente buro-
cratización.
El sentido antiburocrático del memorándum de Roland llamó más la aten­
ción del gobierno que sus reservas sobre el reclutamiento laboral. Aunque
había unas pocas excepciones, como la industria del carbón de la alta Silesia,
que consiguió mantener en un mínimo su proporción de mano de obra pro­
cedente de los campos de concentración, alegando hábilmente que el trabajo
junto a elementos inestables repercutiría negativamente en una profesión ho­
norable,81 la mayoría de las grandes empresas industriales alemanas utiliza­
ron trabajo forzado y de prisioneros durante la guerra. Aunque los empresa­
rios se veían hasta cierto punto obligados a hacerlo, a causa de la moviliza­
ción de los trabajadores alemanes y el apremio de las rigurosas fechas de
entrega, el hecho de que el dirigente nazi del trabajo esclavo, el Gauleiter
Sauckel, hubiera de advertir a los empresarios contra “la negligencia de las
más elementales medidas de mantenimiento del espíritu de trabajo” y contra

e Otro ejemplo del uso de esta nomenclatura en el campo de la industria durante la


guerra fue “Cañón” Müller; Erich Müller, diseñador del departamento de artillería de
Krupp, debía su fama al Gordo Gustav, sucesor de la Gran Berta, que desvastó Sebastopol.
Fue nombrado profesor honoris causa y colaboró personalmente con Hitler- en el diseño de
un cañón antiaéreo simplificado; acabó por ser más importante que el director de la em­
presa (cf. Norbert Mühlen, Die Krupps, Frankfurt, 1960, p. 162).
LA ECONOMÍA 199

el hecho de que “la presencia masiva de trabajadores orientales despertaba


primitivos instintos capitalistas”,62 es muy expresivo.
En 1944, Krupp alojaba en cincuenta y siete campos-prisión, en la zona
de Essen, a 70.000 “trabajadores” no alemanes, dos mil de los cuales eran
judíos húngaros alquilados por Pfister, comandante de Buchenwald, al precio
de cuatro marcos por día. Además de pagar los gastos de alambre de espino,
torres de vigilancia y reflectores, la empresa gastaba diariamente 70 pfennigs
en la alimentación de cada judío.
Había ocasiones en que elementos extraños hacían aumentar los costos
de las empresas que empleaban a trabajadores extranjeros. La solicitud por
las necesidades sexuales de los trabajadores extranjeros “libres” indujo a las
autoridades a obligar a las empresas a financiar la construcción de barraco­
nes B (B de burdel), so pena de negarles futuros suministros de mano de
obra.63 Una declaración de la Cámara de Industria y Comercio de Nurem­
berg proporciona un comentario característico a esta forma de colaboración
entre el estado y el capital; “Aunque las empresas en cuestión no infravaloran
en absoluto la importancia biológica de la cuestión y están dispuestas a tomar
las necesarias medidas, se niegan a ser puestas en contacto directo con el
asunto”.
El estado no era siempre capaz de obtener tan rápidamente la aquiescen­
cia del capital cuando se trataba de cuestiones financieras. Un caso significa­
tivo fue el cambio del sistema según el cual el gobierno pagaba a las empre­
sas que suscribían contratos con él. En un principio, pagaba a mayor costo
de los productos, un plus del 3 al 6 por ciento, o bien establecía un precio
fijo.64 Las empresas podían escoger entre los dos sistemas. Las que acepta­
ban los precios fijos gozaban de exención de impuestos sobre los beneficios y
de derecho preferente en el suministro de materias primas y mano de obra.
Como indicaba la Frankfurter Zeitung, la obligatoriedad general de los pre­
cios fijos, establecida en 1942, dio lugar a que “los grandes monopolios cuyos
costos estaban por debajo de los de las empresas medianas obtuvieran auto­
máticamente beneficios adicionales”.65 También en 1942, a iniciativa del
ministro Speer, los organismos estatales y del ejército, que habían dirigido
hasta entonces la aplicación del programa de armamento, fueron sustituidos
por una red de comités que representaban a cada uno de los ramos industria­
les que intervenían en él. El equipo de Speer, de 6.000 administradores hono­
rarios, elegidos entre empresarios y gerentes, impulsó un asombroso aumento
de la producción de armas. Posteriormente, su creador proclamó que de no
ser por este gran aumento productivo, Alemania no habría podido continuar
la guerra más allá de 1943.®® Pero el esfuerzo de la guerra no consiguió el
interés y la colaboración de la totalidad de la industria. Mientras los 6.000
de Speer presidían un “milagro económico” de guerra, algunos de los empre-
200 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

sarios se liberaban de sus frustraciones por los controles, restricciones e inter­


ferencias tratando el tema de la iniciativa empresarial en conferencias y ar­
tículos en la prensa.67 Al mismo tiempo, los empresarios más optimistas cifra­
ban sus esperanzas en que después de la guerra se produciría una enorme
prosperidad, cuando la creciente demanda de bienes de consumo, coincidien­
do con las grandes riquezas robadas a los países ocupados, daría lugar a una
expansión sin precedentes.
Finalmente, la guerra llegó a un punto en el cual incluso los Krupp, hasta
entonces incondicionalmente fieles al régimen, se dieron cuenta de que los
intereses de la empresa y los de la patria ya no coincidían. Su oposición al
moribundo régimen tomó la forma de renuncia a los préstamos estatales, re­
clamación de compensaciones por los daños de guerra, recuperación de las
cantidades que les adeudaba el estado y mantenimiento de sus capitales en
forma líquida, en lugar de reinvertirlos inmediatamente en nuevas plantas
de producción bélica.68
Un ejemplo aún más notable de infidelidad de la industria hacia Hitler
se dio poco antes del final de la guerra, cuando Speer, apoyado por “Panzer”
Roland y otros ejecutivos, persuadió a Paul Pleiger para que sabotease las
últimas y desesperadas órdenes del Führer de destruir las instalaciones indus­
triales de Alemania.69 Pero el éxito que obtuvieron en este último acto de
desafío no invalida el símil según el cual el capital alemán actuó durante el
Tercer Reich como el cobrador de un autobús que va a estrellarse, que no
puede controlar las acciones del conductor pero que continúa cobrando el
billete a los pasajeros hasta el choque final.
13

LOS OBREROS

Inscrita a la entrada del campo de Auschwitz, la frase Arbeit macht frei


(El trabajo libera) constituía la broma de peor gusto que registra la historia,
pero como lema en las paredes de las viviendas de los obreros alemanes (con
su sabor a ética protestante y a Samuel Smiles) no resultaba en absoluto
incongruente.
Los obreros —que eran, numéricamente, la clase más importante y políti­
camente con mayor espíritu de antiautoritarismo en la sociedad alemana—
constituían un grupo social clave sin cuya cooperación (sin cuyo consenti­
miento, incluso) el Tercer Reich no habría podido funcionar como funcionó.
La clave de la actitud de los obreros respecto al régimen hay que bus­
carla en la simple palabra “trabajo”, aunque no hay que dejar de tener en
cuenta el incentivo positivo de la comunidad del pueblo y, en menor medida,
el negativo del terror. El restablecimiento del derecho al trabajo indujo a los
obreros a aceptar la pérdida de los derechos sindicales de asociación y nego­
ciación colectiva; para conseguir los fines de liberación a través del trabajo
aceptaron los medios de la servidumbre con respecto al Frente del Trabajo.
Aunque enajenados desde hacía tiempo del régimen imperial, los obreros
se habían unido entusiásticamente al consenso patriótico de 1914, del que se
retiraron sólo al final de la guerra. Después de haber apoyado el estableci­
miento de la República, fueron el último grupo social en abandonar el centro
en política; durante la fase final de Weimar los socialdemócratas mantuvieron
su fuerte apoyo electoral (al igual que su identidád), mientras que el Partido
Demócrata de la clase media tenía que entrar voluntariamente en liquidación
y el Partido del Pueblo viraba violentamente hacia la derecha.
La revolución había convertido al proletariado ruso en el representante del
202 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

patriotismo soviético; por un proceso contrario de reestructuración de con­


ciencia, la revolución nazi integró a los obreros del Reich en la “nación pro­
letaria” a la cual los alemanes se consideraban pertenecientes, en contraste
con las potencias plutocráticas occidentales. Naturalmente, dentro de esta
nación “proletaria” siguieron operando las realidades de clase, pero los atrac­
tivos materiales del trabajo y los emocionales de la comunidad del pueblo
convirtieron a los obreros en un segmento indiferenciado de la sociedad nazi.
Nada ayudó tanto a los nuevos detentadores del poder como las circuns­
tancias bajo las cuales se hicieron con él. Desde 1930, 6 millones de obreros
(una tercera parte de la población laboral) habían quedado sin empleo, mien­
tras el promedio de los ingresos del resto había bajado en un 33 por ciento.1
En realidad, el punto máximo del desempleo masivo había quedado atrás en
otoño de 1932, y la incipiente reactivación de la economía se reflejó en las
elecciones de noviembre de aquel año, en que los votos nazis descendieron en
2 millones. El Tercer Reich se estableció, pues, en un momento en que la
conciencia pública estaba aún dominada por el temor general a la crisis, pero
también cuando la Depresión estaba ya empezando a retroceder y se hacía
sentir la primera oscilación ascendente del ciclo comercial. Después de la
toma del poder, esta mejora, junto con las enérgicas medidas destinadas a
fomentar las obras públicas y a resucitar la industria (pruebas en sí mismas
de la confianza del sector industrial en el nuevo régimen), convencieron a los
obreros de que las cosas estaban mejor que antes, haciendo que aceptasen
la promesa de beneficios a largo plazo en lugar de satisfacciones inmediatas.
Los trabajadores comparaban las condiciones de vida existentes en el
Tercer Reich con el nivel de vida anormalmente bajo de 1932, y no con el
más representativo de 1929. Al elevar el nivel de vida un poco por encima del
nivel de subsistencia, los nazis parecían haber mejorado las cosas considera­
blemente, aun cuando el nivel de vida estaba por debajo de lo que se había
considerado mínimo durante los últimos años veinte, que ahora parecían tan
remotos. Tan modestas se habían hecho las esperanzas de los obreros, que los
hombres de edad madura que seguían cobrando subsidio de desempleo des­
pués de 1933 envidiaban a los jóvenes que estaban empleados en obras pú­
blicas y cuya paga excedía en poco el importe de su subsidio de desempleo.
Los programas de obras públicas, autarquía y rearme empezaron a surtir
efecto al cabo de muy poco tiempo; a comienzos de 1934 las cifras de desem­
pleo de 1932 habían descendido a la mitad, y en 1936 el nivel de empleo se
aproximaba una vez más al de 1928, año de rápida expansión. En 1937-1938
los obreros —durante tanto tiempo excesivamente abundantes en el mercado
de trabajo (ni siquiera el “casi-milagro económico” de 1924-1929 había pro­
ducido pleno empleo)— se convirtieron en una mercancía escasa, y en 1939
la demanda efectiva de mano de obra excedía a las ofertas en medio millón.
LOS OBBEROS 203

La situación laboral general se caracterizó por dos evoluciones contrarias.


Por una parte, hubo cada vez mayor regimentation, a partir del Primero de
Mayo de 1933, en que millones de obreros fueron conducidos a los estadios
mientras grupos de asalto de las SA se apoderaban de locales y propiedades
de los sindicatos en nombre del Frente del Trabajo.*
A partir de entonces, los obreros estuvieron sujetos a un doble régimen
destinado a obtener de ellos el máximo esfuerzo: los jefes de las empresas,
movidos, como siempre, por el afán de lucro, y los líderes del Frente del Tra­
bajo, movidos por su hambre de poder político.
Pero la fuerza contraria a estas presiones, aparecida a mediados de los
años treinta, era la creciente escasez de mano de obra. Los obreros especiali­
zados estaban en situación muy ventajosa, sobre todo en las industrias del
metal y de la construcción, en las cuales los permisos para los cambios de
empleo habían de obtenerse de las oficinas estatales de colocación, a partir
de 1935 y 1937 respectivamente.2
Estas tendencias mutuamente contradictorias se reflejaban en la escala de
salarios. El principal instrumento de la política económica nazi fue la con­
gelación legislativa de los salarios a su nivel de la Depresión, complementada
por una congelación de precios. Pero ninguna de estas dos formas de estan­
camiento pudieron ponerse en práctica de modo muy completo. Aunque los
alquileres permancieron estables y el coste de la luz y el combustible incluso
bajó ligeramente, los precios de los comestibles y especialmente los del ves­
tido subieron entre otras cosas a causa de la escasez resultante del programa
de autarquía. La congelación salarial fue mucho más efectiva. Así, entre
1934 y 1937, el año anterior a la saturación del mercado de trabajo, los ingre­
sos semanales aumentaron en un 15 por ciento, pero este promedio esconde
amplias diferencias. Mientras las industrias clave, tales como la construcción y
materiales para la misma, los instrumentos ópticos y mecánicos de precisión
y ciertos tipos de fabricación de maquinaria mostraban aumentos de hasta el
30 por ciento, el salario de los obreros en las industrias de artículos de con­
sumo se estancó. En la elaboración de productos alimenticios, industria tex­
til e imprenta, los salarios no aumentaron más que en un 2 o 3 por ciento,
mientras en las industrias de la piel y el vestido incluso disminuían.3
Al comenzar la guerra, entre una cuarta y una tercera parte de la mano
de obra seguía cobrando salarios basados en los niveles de sueldo por hora de
1932, aunque, naturalmente, sus ingresos semanales eran más elevados.
El relativo éxito de la congelación de salarios nazi se ve atestiguado por

° Este fue el golpe de gracia contra una víctima ya sometida. Durante el tiempo que
transcurrió entre la toma del poder y el Primero de Mayo, Herr Leipart y otros dirigentes
sindicales ofrecieron su colaboración al régimen, con la vana esperanza de comprar para
los sindicatos el derecho a sobrevivir bajo el nazismo.
204 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

el hecho de que, en 1943, después de años de creciente escasez de mano de


obra y en medio de las dificultades de la guerra, los ingresos medios por hora
de los obreros alemanes habían aumentado en un 25 por ciento y los sema­
nales en un 41 por ciento. Al comparar esto con el constante aumento de los
precios, se observa que los ingresos semanales reales sólo habían aumentado
en un 23 por ciento, y el salario por hora en un 9 por ciento; es decir, que
los salarios por hora aumentaron menos de un 1 por ciento cada año de go­
bierno nazi. (Entre 1914 y 1918 los salarios de los obreros se habían du­
plicado.)
Los salarios reales se veían también disminuidos por el pago obligatorio
de cuotas por pertenencia al Frente del Trabajo Alemán y suscripción al
Bienestar del Pueblo, además de las deducciones de seguro e impuestos. En
total, las deducciones de los sobres de paga industriales en el Tercer Reich
ascendían aproximadamente a un 18 por ciento,* o sea que a los obreros se
les descontaba de un 3 a un 4 por ciento más que antes de sus ingresos
brutos.4
Sin embargo, ciertas industrias prioritarias constituían importantes excep­
ciones dentro de una situación salarial que tenía muy poco de dinámica.
Entre el verano de 1933 y 1937, se triplicó el número de obreros que trabaja­
ban en la construcción, y aumentó dos veces y media en la industria del
metal.5 En 1937, con un salario medio industrial de 27 marcos semanales, los
obreros especializados del metal y de la construcción podían llegar a unos
ingresos brutos de 100 marcos a la semana, contando horas extra y primas de
producción. Inversamente, sin embargo, la cantidad de trabajo impuesta a la
construcción era tal que en 1938 tuvo lugar un descenso de casi el 20 por
ciento en la productividad, debido a una dilución de la mano de obra, a
la intensificación y prolongación del trabajo y al consiguiente descenso de la
moral de trabajo.6
En la minería, el promedio de productividad de los turnos de trabajo
descendió un 12 por ciento entre 1936 y 1938;7 la Compañía Minera Gelsen­
kirchen —con un descenso de 10.000 toneladas de carbón al día— atribuyó
la menor producción a la costumbre de los mineros de ofrecer su trabajo de
pozo en pozo en busca de salarios más elevados, así como al atractivo de los
trabajos más lucrativos y menos fatigosos en la próxima industria del motor.
En algunas industrias tecnológicamente avanzadas los obreros mostraban
un talante absolutamente eufórico. En la fábrica de películas IG Farben, de
Wolfen, con sus 600 vacantes a principios de 1938, había obreros que se to­

* Seguro de paro: 4,5 por ciento; seguro de enfermedad y de vejez: 5-51/2 por
ciento; impuesto sobre el salario: 3 1/2 por ciento. La contribución a la Ayuda Invernal
se fijó en el 10 por ciento del impuesto sobre el salario, a pagar mensualmente, de octubre
a marzo. (Cf. Wallace R. Deuel, People under Hitler, Nueva York, 1942, p. 310.)
LOS OBBEROS 205

maban fiesta algunas tardes para ir al cine y volvían borrachos del descanso
del té. La dirección cortó el nudo gordiano reclutando mano de obra polaca
y entregando a los empleados indisciplinados a la Gestapo.8 En el tratamiento
de los problemas de la minería, el régimen utilizaba alternativamente el palo
y la zanahoria. En 1938 se congelaron los empleos a los mineros del plomo y
del zinc, aumentándose sus horas de trabajo de seis a siete y media diarias.9
Poco después, el turno de ocho horas diarias de las minas de carbón se exten­
dió cuarenta y cinco minutos, a partir de lo cual se pagaban a los mineros las
horas extra un 25 por ciento más que la hora normal, además de primas adi­
cionales por aumentos de productividad. La producción se aumentó aún más
pasando de tarifas sencillas a tarifas de destajo siempre que era posible, aun­
que esto podía ser contraproducente ya que colocaba en una relativa desven­
taja a hombres cualificados.*
Los obreros del metal y la construcción —y en menor medida los mine­
ros— pertenecían a la aristocracia obrera del Tercer Reich. A fin de comple­
tar el panorama industrial, debemos tener en cuenta también a los grupos
relativamente perjudicados, tales como las obreras, los trabajadores de la pro­
ducción de artículos de consumo, los peones y los trabajadores en industrias
caseras (Heimarbeiter).
Las obreras recibían una tercera parte menos que los hombres de cualifica-
ción equivalente (en ,1937, la tarifa media para obreros especializados mascu­
linos era 7 8 1/2 pfennigs por hora, y para las mujeres, 51 Va pfennigs),10 y
formaban así una reserva de mano de obra barata, especialmente en el cam­
po. Así, las tarifas oficiales para las obreras eran, en la industria del juguete
de Turingia, 30 pfennigs, en la industria del metal 38 pfennigs y en las fá­
bricas de uniformes 45 pfennigs la hora, aunque gracias al trabajo a destajo
podían llegar a un promedio de 40, 45 y 60 pfennigs respectivamente.
Se ha hecho ya referencia al hecho de que algunas ramas de la industria
del vestido redujeron los salarios durante el Tercer Reich. En 1937 se despo­
jó, además, a jóvenes obreros textiles solteros, que hacían horarios reducidos,
de la ayuda por desempleo, obligándoseles a buscar otras ocupaciones.11
En cuanto a los peones y obreros no especializados peor pagados (tarifa
media por hora: 50 pfennigs), su poder adquisitivo descendió un 15 por ciento
durante los primeros años del Tercer Reich, pero más adelante las cosas me­
joraron. A fin de utilizar más plenamente la mano de obra disponible, el régi­
men creó programas de adiestramiento industrial, de lo cual se beneficiaron
algunos obreros no especializados, mientras otros aprovechaban las oportuni­
dades de trabajo a destajo.

° Un programa de radio titulado “El problema de las primas en la minería” citaba


a un minero especializado, que ganaba 86 pfennigs a la hora, y que deseaba realizar
trabajo semiespecializado, en el que habría podido ganar hasta 1,30 marcos.
206 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Indiscutiblemente, el segmento inferior de la fuerza laboral en tiempo de


paz eran el medio millón aproximado de “trabajadores a domicilio”. Los
hombres conocidos como “comisarios del trabajo” (plenipotenciarios regionales
del Ministerio del Trabajo) se vieron en dificultades para poner en práctica
una legislación protectora, puesto que las industrias caseras estaban por defi­
nición situadas en las zonas más atrasadas económicamente y menos adapta­
bles a una vigilancia completa. El caso de las treinta trabajadoras de la indus­
tria del metal, en Silesia, que sólo cobraban 20 pfennigs la hora un año antes
de la guerra12 y se veían obligadas a complementar esto dedicándose parte
del día a la prostitución, quizá no fuera típico, pero demuestra en qué medi­
da algunos trabajadores eran vulnerables a la explotación.
Esta explotación no era necesariamente deliberada; a consecuencia de
la depresión, muchos pequeños patronos que habían conseguido escapar a la
quiebra se vieron obligados a mantener bajos los gastos generales, en contra
de la ley, práctica tolerada por el Frente del Trabajo, el cual se daba cuen­
ta de que la insistencia en el pago de los salarios oficiales podía minar la via­
bilidad de las pequeñas empresas.
Sólo a partir de 1937 el Frente del Trabajo puso realmente en práctica
una supervisión enérgica de las normas salariales, factor que, junto con la
congelación de salarios, explica por qué, en una situación próxima al pleno
empleo, más de 10 millones de personas —el 16 por ciento de la población—■
seguían recibiendo aquel año subsidios o paquetes de la Ayuda Invernal.13
Con la mano de obra convertida nuevamente en un artículo escaso, las
pequeñas y medianas empresas se vieron de nuevo en desventaja en compara­
ción con competidores mayores que podían ofrecer mayores ganancias margi­
nales y tenían “mano” con las oficinas de trabajo; y los empleados de las
pequeñas se beneficiaban de este problema de sus jefes. La competencia en
cuanto a mano de obra llevaba a las empresas a hacer ofertas salariales con­
trarias a la política económica general. Para remediar esto, en verano de 1938
Goering dio poderes a los comisarios del trabajo para que fijasen salarios
máximos —y no mínimos como antes— en ciertas industrias, y el Ministerio
del Trabajo publicó esta característica directriz en 1939:
“Las firmas pueden pagar trece meses de salario al año, si esto es lo que
hacían antes del verano de 1938. Pueden dar también a los productores sub­
sidios económicos para gastos importantes como los que se efectúan en la
compra al por mayor de carbón y patatas. Pueden además conceder subsidios
a sus empleados en relación con la compra de casas o de un Coche del
Pueblo (Volkstvagen) y gastos de vacaciones, dándoles premios a la lealtad
si llevan cinco años o más empleados, pero no deben ofrecer pluses fijos por
hijos o matrimonio. Si se proporcionan comidas calientes al personal, éste debe
pagar al menos una tercera parte de su coste.” 14
LOS OBREROS 207

A pesar de estas detalladas instrucciones, el problema siguió presentán­


dose. En 1941, el Ministerio de Trabajo dio instrucciones a los comisarios
de trabajo para que anulasen los aumentos de salarios resultantes de mejores
técnicas y no de un mayor esfuerzo por parte de los obreros, y para que in­
vestigasen los “pagos bajo mano”, ascensos injustificados, las entregas de póli­
zas de seguro y primas de salud, bonificaciones por alquiler, etcétera.**
Pero, a partir de 1941, las ventajas de que seguían gozando los obreros
—es decir, los que aún no habían sido movilizados— explotando su propia
escasez fueron progresivamente anuladas por el descenso en el valor real
de los salarios. El suministro de bienes de consumo así como de ciertos co­
mestibles era cada vez más reducido, de modo que los aumentos en los sala­
rios se vieron en gran medida absorbidos por compras suplementarias en el
mercado negro. Además, las muchas horas de trabajo, aumentadas aún más
por los desplazamientos en la oscuridad y por los demás trastornos que oca­
sionaban los bombardeos, dejaban a los obreros relativamente poco tiem­
po libre.
El promedio de horas de trabajo no aumentó apreciablemente durante al­
gunos años después de la toma del poder. Durante la reabsorción por la eco­
nomía de grandes cantidades de personal sin empleo, el gobierno decretó con
cierta frecuencia horarios cortos de trabajo: en el verano de 1934 se dio ins­
trucciones a las fábricas de fibra para que limitasen la semana de trabajo a
treinta y seis horas, y sólo los obreros empleados para trabajar menos de dos
terceras partes de ese tiempo tenían derecho a los beneficios del seguro social.
En 1936 terminaron las reducciones oficiales de horas de trabajo, pero el cur­
so de la producción dependía a menudo de la fluctuante asignación de mate­
rias primas, afectada por el programa de autarquía.15 Como los horarios de
trabajo de las firmas con contrato militar dependían de la entrega de mate­
rias primas por parte de la Wehrmacht y los plazos de entrega oficiales eran
invariablemente cortos, estas firmas tenían períodos de enorme trabajo, con
horas extras, alternados con períodos de horario corto y días de descanso.
Había naturalmente grandes diferencias entre las industrias de bienes de
consumo y las de bienes de producción. Durante el último año antes de la
guerra, una parte de la mano de obra de la industria textil todavía trabajaba
menos de cuarenta horas a la semana,18 mientras que las industrias del metal,
carbón y construcción funcionaban a base de doce o incluso catorce horas al

8 Al director de una empresa de Westfalia le fue impuesta una multa de 30.000 mar­
cos por aumentar el salario a setenta y tres de sus obreros, pagarles el transporte y modi­
ficar los precios a destajo para beneficiar a los obreros de mantenimiento. Las empresas
que concedían salario mayor a los recién casados para que pudiesen fundar una familia
colocaban a los delegados en un aprieto, No se sabe cómo resolvieron este dilema sin
transgredir las directrices económicas y eugenésicas del régimen.
208 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

día.17 Dentro de las diversas ramas de la industria, en 1939, los horarios de


trabajo eran hasta un 10 por ciento más largos que antes de la Depresión18
(hay que recordar que durante los años treinta los horarios de trabajo habían
sido reducidos por el presidente Roosevelt en Estados Unidos, por el gobierno
del Frente Popular en Francia e incluso por el régimen de Mussolini en Ita­
lia). En el curso de la guerra, el promedio de la semána de trabajo para
los hombres aumentó lentamente al principio: de cuarenta y nueve horas en
1939 a cincuenta y dos en 1943, después de lo cual subió a sesenta (setenta
y dos en las industrias clave, tales como la producción de aviones). Esta retra­
sada totalización del esfuerzo bélico implicaba cincuenta y seis horas de tra­
bajo en la industria por parte de las mujeres; incluso los empleados de los
bancos trabajaban cincuenta y tres horas.19
El inevitable corolario del aumento de las horas de trabajo fue el empeo­
ramiento de la salud de los obreros. Mientras la mano de obra industrial del
tiempo de paz aumentó aproximadamente en un 50 por ciento (de 13,5 mi­
llones en 1933 a 20,8 millones en 1939), el número de accidentes y enferme­
dades relacionados con el trabajo aumentaron en un 150 por ciento (de
929.000 a 2.253.000). El número de enfermedades laborales se triplicó sobra­
damente (de 7.000 a casi 23.000), y los accidentes mortales aumentaron dos
veces y media (de 217 a 525).20
Esta tendencia negativa general no resulta sorprendente, si se tiene en
cuenta, por ejemplo, el aumento del horario diario en un 25 por ciento
entre los mineros del plomo y del zinc. Pero el negro cuadro sugerido por
estas cifras requiere explicación. La mano de obra empleada en 1932-33 re­
presentaba una élite formada por los más capaces y hábiles, mientras que el
pleno empleo ocupó después a hombres menos aptos y eficientes. En 1929
—el último año de prosperidad— había habido sesenta y un casos de acci­
dente y enfermedad laboral por mil obreros asegurados.21 En 1932, el año
cumbre de la Depresión, esta cifra había descendido a treinta y nueve. En
1937, con la cifra de empleo algo más elevada y el nivel de vida algo más
bajo que en 1929, hubo sesenta y seis de estos casos. El verdadero aumento
en comparación con la situación de Weimar no puede juzgarse con precisión
mediante estas estadísticas, ya que en el Tercer Reich tanto los médicos de
las fábricas como los doctores de la Krankenkasse estaban menos dispuestos
que antes a conceder bajas e insistían más en una pronta vuelta al trabajo.
Aun así, las cifras hablaban por sí mismas. En junio de 1938, el régimen pro­
mulgó una ley de servicio obligatorio según la cual todos los obreros podían
ser objeto de “reclutamiento laboral”, es decir, transferidos a obras de fortifi­
cación en la Muralla del Atlántico o canalizados hacia industrias esenciales. Al
mismo tiempo que se aumentaba la "mano de obra industrial de guerra”,
esta extracción de obreros de sectores no esenciales —desde la venta calle­
LOS OBREROS 209

jera hasta la fabricación textil— precipitó un aumento en la proporción de


accidentes y enfermedades industriales. Y, sin embargo, el promedio de du­
ración de la ausencia del trabajo por caso individual de enfermedad —4,2
días en 1932— era sólo de 3,2 días en 1937, aun cuando la adecuación media
de la mano de obra, más numerosa, era menor que la que mostró la más
reducida de 1932. Las interrupciones en el trabajo tuvieron que ser redu­
cidas a un mínimo riguroso. Los “productores” afectados de enfermeda­
des de poca importancia eran pasados a un trabajo que pudieran realizar a
pesar de su ligera desventaja. Los casos más graves eran rápidamente reinte­
grados al proceso de producción dándoles un trabajo ligero durante la conva­
lecencia, a lo cual seguía una gradual intensificación de sus tareas. Las In­
dustrias Nacionales Hermann Goering, pioneras de esta forma de rehabilita­
ción acelerada, proclamaba en 1940 que el promedio de duración de las en­
fermedades entre su personal no llegaba a la mitad del de la industria en
general.32
El hecho de que, a pesar de los horarios de trabajo más largos, el reclu­
tamiento laboral y el esfuerzo excesivo, estimulado por las elevadas primas,*
la salud de los obreros no empeorase aún más era resultado del papel central
que desempeñaban los “beneficios extra” en el programa industrial del Ter­
cer Reich. Dado que la amplia aplicación de la congelación salarial eliminó
en gran medida las formas tradicionales de incentivo industrial, las recompen­
sas sustitutivas asumieron una importancia mucho mayor.** La propia satis­
facción sustituyó a los sobres de paga como incentivo en el trabajo y fue
mostrada al extranjero como elemento de “socialismo de los hechos”, versión
nazi del socialismo que pretendía una identidad de interés entre patronos y
obreros, unidos en la comunidad empresarial. El régimen introdujo la idea
engañosa de dicha comunidad en el vacío que había creado aboliendo semán­
ticamente los patronos y eliminando físicamente los sindicatos. Esta comunidad

* El número de casos de la antes infrecuente Schipperkrankheit (lesión de los


discos de la columna vertebral) entre los obreros que trabajaban en la construcción de
autopistas, fue atribuida a los intentos de los trabajadores a destajo de ganar el máximo,
trabajando hasta diez horas diarias con sólo una breve pausa para almorzar. (Cf. Dr. L. De
buch, “Die Scripperkrankheit und ihre Bedeutung”, en la Deutsche Medizinische Wochen­
schrift, 6 de noviembre de 1936, p. 1837.)
* * En 1938-1939, 164.000 empresas participaron en el concurso para la elección de
la empresa modelo nacionalsocialista. De 50.000 empresas estadísticamente analizadas,
2.500 empleaban a médicos, a jornada completa o a tiempo parcial; en 4.800, recibían
asistencia médica 600.000 obreros; 4.000 estaban provistas de botiquín; 1.000 empleaban
a asistentes sociales; 5.000 concedían permisos extraordinarios a las futuras madres, dispo­
nían de salas de descanso para las jóvenes madres y concedían subsidios por matrimonio
y por hijos; 1.700 abonaban la diferencia entre el salario y el seguro de enfermedad;
1.000 añadían dinero a las pensiones de vejez; 5.600 pagaban pensiones suplementarias
a viudas y huérfanos. (Cf. Hilde Oppenheimer-Blum, The Standard of Living of German
Labour under Nazi Rule, New School for Social Research, Nueva York, 1943, p. 66.)
210 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

estaba formada alrededor de la empresa, que se rodeaba de un consejo de


confianza que representaba a los “productores”. Esta especie de representan­
tes gremiales eran básicamente representantes del Frente del Trabajo (aun­
que en los primeros años del régimen funcionaron realmente procedimientos
de elección), y sus derechos respecto al director de la empresa eran lo sufi­
cientemente limitados como para que no violasen el “principio de autoridad”
industrial. Aun cuando una mayoría de miembros del consejo se opusiera a
una directiva del jefe de empresa, la orden permanecía vigente en espera de
la decisión de los comisarios de trabajo. La presentación de quejas por parte
del consejo a los comisarios podía incluso ser punible si éstos las considera­
ban injustificadas. Los comisarios podían ejercer poderes de intervención en
casos de disputa entre jefes de empresa y productores o divergencia entre
directrices de la empresa y normas del gobierno. Pero, a pesar de estas formas
de control, los patronos siguieron dominando la situación. Si —según la habi­
tual jerga militar del líder del Frente del Trabajo Robert Ley—. los obreros
eran “soldados del trabajo”, se desprendía de ello que las relaciones ideales
entre jefes y productores eran las que se dan entre oficiales y soldados.
¿Pero cuál era la relación entre patronos y Frente de Trabajo? Este es un
punto importante, puesto que no faltaban obreros que veían en el Frente un
reflejo de un verdadero sindicato. La respuesta es simple: cuanto más peque­
ña era una empresa, más expuesta estaba a interferencias por parte del Fren­
te de Trabajo; y viceversa, cuanto más grande, mayor era la inmunidad de
que gozaba. Dentro de la estructura de la jerarquía nazi, complicada pero
básicamente sencilla, un gran industrial tenía inevitablemente acceso más
fácil a las palancas del poder que un subordinado del doctor Ley. La ten­
dencia de los obreros a considerar al Frente del Trabajo en términos sindica­
les estaba vinculada con la predilección de los funcionarios del Frente por
imponer su voluntad a los pequeños patronos. El código laboral nazi jugaba
mucho con un concepto llamado “honor social” —atributo al parecer común
a patronos y empleados— y había tribunales especiales que juzgaban las vio­
laciones del código de honor social, por ejemplo abuso de una posición de
poder dentro de la empresa, explotación mal intencionada de la mano de
obra, dañar el honor de un miembro de la empresa, quebrantar la paz indus­
trial, incitar a los productores contra el jefe de empresa, etc. El máximo
castigo que podían imponer los juzgados de honor por faltas como éstas era
la expulsión sin aviso de un empleado o la revocación de la calificación de
un patrono como jefe de empresa.
Los empresarios comparecían ante los juzgados de honor social mucho
más a menudo que los trabajadores. Así, en 1935, de un total de 223 casos
sólo dieciocho se referían a violaciones del código de honor por parte de em­
pleados. Entre los patronos, los propietarios de pequeñas firmas eran objeto
LOS OBREROS 211

de la mayor parte de las acusaciones. Aun así, su castigo no solía ser severo.9
En 1935, de más de 200 patronos acusados, nueve perdieron totalmente el
derecho a dirigir sus negocios.23
El tribunal de honor social funcionaba junto con los tribunales laborales
que tradicionalmente habían arbitrado en litigios referentes a despidos injus­
tificados, es decir, en casos de obreros despedidos sin el debido aviso. En
1929 habían examinado más de 400.000 casos semejantes. Después de 1933,
el Frente del Trabajo monopolizó el acceso a los tribunales laborales, y como
su intención era reducir la litigación innecesaria, en 1940 los casos presenta­
dos a aquellos tribunales habían descendido a un quinto de la cifra anterior
a la Depresión.24
El plazo de aviso para los obreros industriales (a partir de un año de anti­
güedad) era de una semana a una quincena antes de mediados o finales de
mes. Los obreros de cuello blanco tenían derecho a seis semanas antes del
final de cada trimestre; este signo de diferenciación persistió a pesar de ha­
blarse mucho sobre la comunidad del pueblo y la comunidad industrial. Los
obreros de cuello blanco —conocidos como el “proletariado de cuello de pa­
jarita”— se habían mostrado neuróticamente temerosos de verse reducidos a
la verdadera condición proletaria en el momento de la Depresión. En reali­
dad esto no había ocurrido, ni en términos de desempleo ni en cuanto a
reducciones de salario. Mientras la Depresión arrojó al desempleo a uno de
cada tres obreros industriales aproximadamente, “sólo” un obrero de cuello
blanco de cada diez pasó a engrosar las colas del subsidio. Las ganancias
semanales efectivas de los primeros bajaron en un 33 por ciento entre 1929 y
1933; las de los últimos descendieron de un 17 a un 20 por ciento.26
Pero la instauración del Tercer Reich dio lugar a que los camisas pardas
rivalizasen con los cuellos de pajarita en los puestos privilegiados de las ofi­
cinas, puesto que la nazificación del personal asalariado (así como de otros
sedicentes grupos de la Mittelstand) era tanto una cuestión de autosuges­
tión como de verdadero cambio social. A finales de 1933, el personal de ofici­
na asalariado formaba casi una quinta parte y los obreros industriales menos
de un tercio del total de miembros del partido nazi, lo cual significaba que,
en comparación con su distribución por todo el país, los obreros de cuello
blanco estaban super-representados en un 65 por 100 y los de cuello azul sub-
representados en un 30 por ciento.26 (En Berlín, por ejemplo, menos de la
mitad de todos los funcionarios principales de la organización del partido
eran personal de oficina asalariado.)

° Por ejemplo, durante la guerra, a un capataz de una empresa textil le fue impuesta
una multa de 100 marcos por golpear a las obreras que desconectaban sus máquinas
minutos antes de que acabase su turno y no las limpiaban como era debido (cf. Hamburger
Fremdenblatt, 8 de mayo de 1942).
HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

El destino económico de los cuellos blancos bajo el Tercer Reich dependía


menos de la deuda de gratitud del régimen respecto a un grupo social fuer­
temente entregado a su servicio que de factores objetivos de desarrollo eco­
nómico. A mediados de los años treinta, una nueva ola de racionalización y
modernización promovió a la población de cuello blanco tanto en lo referente
a su número absoluto como en cuanto a su importancia relativa dentro de la
industria en general.* En 1938 la mano de obra industrial mostraba un au­
mento del 10 por ciento con relación a 1929, y la de cuello blanco del 25 por
ciento: 4 millones en comparación con 3.200.000. Esto significaba que la pro­
porción de obreros de cuello blanco con respecto a los demás obreros, que
había sido 1:13 en 1895, 1:9 en 1907 y 1:5 en 1933, se aproximaba a 1:4 en
1939. En este último año, los ingresos reales de los obreros de cuello blanco
habían aumentado también en un 10 por ciento con respecto al promedio de
1928, mientras que los ingresos de los obreros industriales apenas se habían
situado al nivel anterior a la Depresión.
Sin tener en cuenta las industrias en alza, el trabajo a destajo y las horas
extra, las ganancias de los dos grupos siguieron una tendencia divergente.
La paga media de los obreros industriales representaba el 53 por ciento de
los ingresos de los cuellos blancos en 1929, pero sólo el 50 por ciento
en 1936.**
Desde el punto de vista de la comunidad del pueblo, las distinciones so­
ciales entre empleados asalariados y obreros industriales eran probablemente
incluso más anómalas que las económicas. Las reformas que concedieron a
los obreros industriales de cierta antigüedad la misma seguridad en el empleo
que al personal de oficinas nunca se pusieron en práctica, persistiendo las
distinciones en cuanto a posición social, pensiones, seguro e incluso formas
de tratamiento (“usted” para los obreros de cuello blanco y el menos res­
petuoso “tú” para los obreros industriales).27
A fin de eliminar otra forma de distinción —la obligación de fichar a
la entrada para los obreros industriales— el doctor Ley, infinitamente lleno

* Este proceso se relacionaba también, hasta cierto punto, con la integración de


muchas personas que habían trabajado hasta entonces por su cuenta en el grupo de los
empleados. En 1938, el 7 1/2 por ciento de este grupo ganaba más de 50 marcos al mes,
frente_ al 5 por ciento en 1929. Entre los obreros industriales no se observaba un ascenso
comparable: en 1929, el 38 por ciento ganaba, como promedio, más de 36 marcos a la
semana; en 1938, la proporción era del 33 1/2 por ciento (cf. Hilde Oppenheimer-Blum,
op. cit., p. 43).
s * En este año, las cantidades reales eran, como promedio, 1.373 y 2.727 marcos por
año, respectivamente (cf. Wirtschaft und Statistik, n.° 23/1938). Por comparación, el
salario anual promedio de los dentistas era de 7.300 marcos, el de los abogados
10.850 marcos, el de los médicos 12.500 marcos, y el de los altos funcionarios (como los
secretarios de estado) 26.500 marcos (cf. Jack Schiefer, Tagebuch eines Wehrunioürdigen,
Gienzland, Aachen, 1947, p. 233).
LOS OBREROS 213

de recursos, sugirió dianas en las empresas (variaciones industriales de la


asamblea matinal de las escuelas) como ceremonia conjunta antes de empezar
el trabajo tanto en las oficinas como en las fábricas.
La idea no tuvo mucho éxito; como tampoco el “plan familiar de empre­
sa”, de Ley, según el cual tríos formados por el jefe de empresa más un
obrero de cuello blanco y otro industrial convivían durante una semana en
hogares de vacaciones del Frente del Trabajo; una fotografía de una de estas
celebraciones de fin de semana * mostraba al patrono y a sus empleados de
pie a ambos lados de una zanja y estrechándose la mano por encima del abis­
mo simbólico, mientras una bandera con la esvástica ondeaba por encima
de sus cabezas.28
Bajo un plan, también de corta duración, jefes de empresas prepararon
veladas de cerveza y salchicha en las que todos los participantes se tuteaban.
Pero, a pesar de lo absurdo de estos planes, los esfuerzos del régimen por
salvar el vacío entre los dos lados en la industria tuvieron bastante éxito.
Aunque a la clase obrera se le negaba el derecho a aprovecharse de su pro­
pia escasez, su situación mejoró —si bien modestamente— en relación c o k
los primeros años treinta. Los beneficios extra, aunque sólo eran un sustitutiv®
de salarios más elevados, tenían atractivos que no se ponían en duda: se cons­
truyeron casi 60.000 nuevas viviendas para obreros por empresas que compe­
tían en el Concurso Nacionalsocialista de Empresas Modelo.20
Las vacaciones eran otra ventaja extra que causaba amplia satisfacción
entre la clase obrera. En primer lugar, se doblaron prácticamente las vacacio­
nes pagadas, con respecto al promedio de tres a ocho días bajo Weimar (se­
gún la antigüedad) hasta seis y quince días.30 En segundo lugar, se dio por
primera vez a grandes sectores de la clase obrera la oportunidad de pasar
las vacaciones lejos de casa. “A la Fuerza por la Alegría”, la superagencia
de descanso programado del Frente del Trabajo, promoviendo incansablemen­
te clases nocturnas, actividades culturales, recitales, exposiciones de arte mó­
viles, reservas en bloque de butacas en teatros, etcétera, así como programas
realmente masivos de deportes y gimnasia, era en primer lugar y sobre todo
la gigantesca agencia de viajes no comercial del régimen.
El ocio no organizado habría constituido un vacío * * en la estructura de la
existencia cotidiana nazi, y el totalitarismo siente horror al vacío. “Gran parte
de la actividad física, mental y nerviosa como por ejemplo la música, las
competiciones deportivas, las labores caseras, etc., nunca se paga en absolu­
to”, escribió en los años veinte el ingeniero Arnhold, ideólogo de “A la Fuer-
* Publicada en Arbetertum, revista del Frente del Trabajo.
Metódicos como siempre, los nazis calcularon la magnitud de este vacío potencial
en 3.740 horas anuales (cifra obtenida de la sustracción del 24 por ciento de tiempo de
trabajo y del 33 1/3 por ciento de tiempo de sueño del total de 8.760 horas del añoj
(cf. Franz Neumann, Behemoth, Nueva York, 1942, p. 429).
214 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

za por la Alegría”.31 "El problema de la moderna eficiencia humana es hacer


que esta tremenda energía espiritual y emocional esté disponible para la
producción de bienes.”
Aunque ésta era la motivación objetiva que movía a “A la Fuerza por la
Alegría”, proporcionaba una gran cantidad de beneficios a muchos obreros ale­
manes, especialmente en cuanto a las vacaciones. Los buques de la organi­
zación, símbolos relucientes de la comunidad del pueblo, proporcionaban
idéntico acomodo para tripulación y pasajeros. Eran el centro de atención
de todos los ojos (incluidos los extranjeros amigos).32 “El obrero ve que somos
serios a la hora de elevar su posición social”, proclamaba el doctor Ley. “No
son las llamadas clases educadas a las que enviamos como representantes de
la nueva Alemania, sino a él” [sic].88
Los pasajeros de los cruceros de placer, a Madera, por ejemplo, o a los
fiordos noruegos, formaban un compuesto social en el que los obreros, aun­
que no predominaban, estaban fuertemente representados. Formaba parte del
ritual de los cruceros el que todos los pasajeros, desde el más encumbrado di­
rector —solía incluirse deliberadamente a un miembro de esta rara especie—·
hasta el más humilde, tenían que echar a suertes la distribución de los ca­
marotes.34
Ciento ochenta mil alemanes participaron en cruceros en 1938 y 10 mi­
llones —de ellos las tres quintas partes obreros— realizaron viajes de vaca­
ciones de “A la Fuerza por la Alegría” de todos los tipos.35 Dado que la pobla­
ción laboral era de 20 millones de personas, ello significa que un obrero de
cada 200 hizo un viaje por mar al extranjero, y uno de cada tres * pasó
algún tiempo fuera de su residencia habitual. Decimos algún tiempo: las esta­
dísticas de la delegación de “A la Fuerza por la Alegría” de Mannheim, por
ejemplo, mostraban que 100.000 obreros participaron en excursiones de unos
pocos días, 11.000 en viajes de dos semanas, y apenas 1.000 en cruceros al
extranjero.36
Una semana en las montañas del Harz costaba 28 marcos; una semana en
la costa del mar del Norte, 35 marcos; una quincena en el lago Constanza,
65 marcos, y un viaje por Italia, 155 marcos.37 Las estadísticas de Mannheim
resultan comprensibles si se tiene en cuenta que el salario medio semanal de
un obrero industrial equivalía al precio de una estancia de una semana en el
Harz (aunque hay que tener en cuenta también que muchos patronos finan­
ciaban total o parcialmente los viajes de sus empleados). De todos modos,
entre 1932 y 1938, el volumen de turismo se duplicó,** entre otras cosas por­

* De una muestra de 350 familias obreras entre las que hizo una encuesta el Frente
del Trabajo en 1937, 130 no podían gastar ningún dinero en salidas al campo en los días de
fiesta. (Cf. Theodor Bühler, Deutsche Sozlalwirtschaft, Kohlhammer, 1943, p. 47.)
* * En 1932, se produjeron 3,5 millones de registros individuales en hoteles, pensiones
LOS OBREROS 216

que “A la Fuerza por la Alegría” orientaba a viajeros de pocos recursos bacía


zonas anteriormente no frecuentadas, como los bosques de Baviera, las zonas
del Rhón y del Eifel y los lagos de Masuria. Muchos de los obreros que,
aparte de los desplazamientos a que les obligaba la movilización, probable­
mente nunca habrían viajado más allá de los alrededores de su ciudad natal,
figuraban entre los beneficiarios más evidentes del “socialismo de los hechos”
que los nazis proclamaban haber establecido. El término “socialismo”, utili­
zado invariablemente para calificar las innovaciones del régimen en el terreno
laboral, se aplicaba también a los planes de “autoinspección” y “autocálculo”,
experimentado por primera vez en las fábricas de motores Kloeckner-Hum-
boldt-Deutz. Los “autoinspectores” eran obreros muy adictos a la empresa
cuyo trabajo estaba libre de la supervisión de los inspectores. Este era un
honor puramente moral; la recompensa de estos hombres consistía en una
placa colocada en sus bancos de trabajo. Los “autocalculadores” eran obreros
especialmente rápidos autorizados a fijarse ellos mismos el tiempo por pieza.
Gozaban de un pequeño margen de independencia, así como la posibilidad
de mejorar sus ingresos, pero a costa de sus compañeros, puesto que la direc­
ción pronto ajustó los tiempos generales de trabajo a la productividad de los
autocalculadores. Las fotografías en la prensa mostraban a familias de obre­
ros de la Kloeckner, muy endomingadas, solemnemente congregadas alrededor
de la placa “Me inspecciono yo mismo” del banco de trabajo de papá.
En este caso, “socialismo” significaba, por una parte, que la empresa se
ahorraba personal de inspección, y por otra, que algunos obreros se beneficia­
ban a expensas de los demás.38
Junto a esta dudosa acepción de la palabra “socialismo” donde habría
sido más adecuado decir “socialdarwinismo”, hay que mencionar algunos
ejemplos de la solidaridad que siguió existiendo entre los obreros alemanes
después de la toma del poder de los nazis. Al aplastamiento del movimiento
sindical, en 1933, siguió el juicio de un gran número de sindicalistas por acti­
vidades anteriores y posteriores (clandestinas) a la implantación del régimen,
en una serie de “juicios monstruo” (llamados así porque implicaban a cente­
nares de acusados). En 1936 y 1937, años en que comenzó a producirse el
pleno empleo, se dio una latente inquietud obrera en la que —según una
quejumbrosa memoria de Schacht a Hitler39— jugaron un papel un tanto
equívoco algunos funcionarios locales del Frente del Trabajo. Se produjeron
en la industria del motor una serie de huelgas relámpago, con carácter espo­
rádico y efectos muy variables.

y fondas, con un total de 46,5 millones de noches pasadas en ellos, frente a 27,5 y 109,5
millones, respectivamente, de 1938. (Cf. Statistisches Jahrbuch für Deutschland 1939-1940,
pp. 76-77.)
216 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Así fue como un paro de diecisiete minutos en la fábrica Rüsselsheim


Opel, en junio de 1936, por el que 262 obreros protestaron contra una reduc­
ción salarial (producida por una reducción de horarios y por escasez de ma­
terias primas), tuvo como resultado la inmediata detención de siete “cabeci­
llas” y la inclusión permanente de otros treinta y seis en la lista negra de la
Opel,40 mientras que una huelga de seis horas en la fábrica Alte Union de
Berlín-Spandau, unos meses más tarde, consiguió evitar una inminente reduc­
ción salarial.41
Con el paso del tiempo, la brutal reacción del régimen ante toda mani­
festación de descontento se vio hasta cierto punto mitigada por la reducción
del mercado de trabajo (el cual llevó incluso a la escasez de personal en las
oficinas estatales de colocación). Un nuevo relajamiento de la disciplina labo­
ral fue provocado por el estallido de la guerra. Se dieron casos aislados de
huelga incluso durante la contienda (por ejemplo, entre los mineros del Ruhr,
los dockers de Hamburgo y los obreros portuarios de Dortmund).42
Aunque la oposición obrera durante la guerra fue mucho menor de lo que
había previsto la Gestapo, Ley se vio movido a declarar: “Un soldado no es
un miembro de una solidaridad, sino un camarada empeñado en una noble
competición de esfuerzos y logros. Obreros alemanes, abandonad vuestra
anticuada e importuna solidaridad y sed buenos camaradas en las realizacio­
nes positivas; así seréis buenos socialistas”.48
Uno de los principales impedimentos a la solidaridad obrera fue la pro­
gresiva dilución de la población laboral alemana que se produjo durante la
guerra por la presencia de los trabajadores extranjeros (tanto los prisioneros
como los libres). Además, el régimen creó un férreo sistema de eliminación
de elementos perturbadores: el reclutamiento laboral. Según la ley de servi­
cio industrial, 40.000 obreros * de toda Alemania fueron literalmente sacados
de la cama, en junio de 1938, y enviados a la construcción de las fortificacio­
nes de la muralla occidental. Otro factor disuasivo contra la rebeldía obrera,
aplicado durante la guerra, era la facultad que tenían los jefes de empresa de
conceder o negar exenciones del servicio militar a sus trabajadores.
En septiembre de 1939 fueron anuladas algunas medidas encaminadas a
proteger al obrero de la explotación, tales como las limitaciones a los hora­
rios de trabajo y la obligación de retribuir mejor las horas extra y el trabajo
nocturno; pero esto tuvo sólo carácter temporal debido a la resistencia de los

* No debe deducirse de esto que la totalidad —o incluso necesariamente ]a mayoría—


de estos obreros fuesen agitadores. La mayoría de los que participaron en la construcción de
la muralla occidental se habían sentido atraídos por los salarios relativamente elevados
y la posibilidad de hacer horas extraordinarias. Además, el Frente del Trabajo se aplicó
ampliamente a entretener a la gran cantidad de mano de obra emigrada organizando nada
menos que 300 sesiones de cine o musicales por noche. (Entrevista con Tim Mason, Lon­
dres, enero de 1967.)
LOS OBREROS 217

trabajadores, y, lo que es más importante, por la política del régimen de


popularizar la guerra mitigando sus efectos sobre la población civil. Hasta
el momento del ataque a la Unión Soviética, en 1941, algunas categorías de
obreros especializados, incluso después de ser movilizados, podían ser devuel­
tos a sus fábricas con permiso de trabajo.44
Después de la vacilación inicial de la época de la guerra en materia de
horarios de trabajo, la jornada laboral se prolongó de modo gradual pero
inexorable. En 1944, el promedio de la semana de trabajo era de 60 horas, y
de 72 en las prioritarias industrias de armamento.45
Las incursiones aéreas afectaron a la industria de diversas maneras, aparte
de los daños y trastornos inmediatos. El traslado de factorías urbanas a zonas
rurales donde los salarios eran más bajos * afectó al nivel de vida de los obre­
ros evacuados. El nivel de vida general se vio también modificado —aunque
de modo más diverso— por las reformas salariales implantadas en 1942 por
el Comisario de Movilización de Mano de Obra, Sauckel, con el fin de ele­
var la producción. El plan Sauckel iba encaminado a obtener una mayor pro­
ducción sin aumentar los gastos de las empresas, es decir, pagando propor­
cionalmente más a los obreros de productividad elevada. Esta otra aplicación
del “socialdarwinismo” a la industria significaba que, después de la reforma
de Sauckel, un obrero tenía que producir 115 tomillos para conseguir la mis­
ma ganancia que antes obtenía con 100.4e
La guerra colocó al obrero alemán en un contexto de mayor esfuerzo,
pero, en un cierto sentido, fue objeto de mayor atención que antes. Las em­
presas trataban de contrarrestar la pobreza vitamínica de la alimentación dis­
tribuyendo comprimidos entre sus empleados, y luchaban contra la fatiga de
éstos alternando el trabajo con sesiones de educación física (con lo cual, de
hecho, alargaban la jornada laboral). Las empresas con cantina procuraban
añadir algún extraordinario a las escasas comidas; otras proporcionaban aco­
modo temporal a los obreros que no podían trasladarse del trabajo a sus casas
y viceversa debido a los trastornos resultantes de las incursiones aéreas.
En general, la disciplina en el trabajo siguió siendo alta,*1* hasta el punto
que la producción de armamento aumentó en un 230 por ciento entre 1941 y
1944 (durante cuyo período la mano de obra utilizada aumentó sólo en un
28 por ciento).47 Albert Speer, cerebro de este milagro económico de guerra,
tenía razón al proclamar que aquel esfuerzo contribuyó a retrasar en dos
años la derrota de la Alemania nazi,
* Durante la guerra, el salario base por hora de los trabajadores de Pomerania era
de 50 pfennigs, contra 90 en Hamburgo.
“e Esto se debió también, en parte, a la severidad de la legislación. Ésta disponía
tres meses de prisión por retrasos, un año por negarse a hacer horas extraordinarias y dos.
años por faltar dos veces al trabajo (cf. Max Seydeivitz, Civil L ife in Wartime Germany,
Nueva York, 1945, p. 182).
218 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

En otras palabras, la clase obrera a la que Carlos Marx había considerado


vanguardia del proletariado internacional (y Lenin el punto de apoyo de la
transformación revolucionaria de Europa después de la guerra) prolongó en
gran medida la vida del Tercer Reich mediante esfuerzos enormes que casi
llegaron a dar a aquél la victoria.
¿Qué motivó la actitud de los obreros alemanes? Por una parte, un inten­
so nacionalismo y el revanchismo contra los aliados, y, por otra, la satisfac­
ción por el progreso en su situación material (progreso tanto real como ima­
ginario). La victoria sobre la Depresión que personificaron los nazis no sig­
nificaba solamente que todo el mundo volvía a tener trabajo; la expansión
inicial, del 50 por ciento, de la población laboral del tiempo de paz (de
13,5 a 20 millones), seguida de la inflación y dilución producidas durante la
guerra, elevó a miles de obreros alemanes a puestos de supervisión: por ejem­
plo, no era extraño que un controlador de peso de la zona de Aachen fuese
enviado a Donbas en calidad de inspector de minas de carbón, o que un
electricista de mantenimiento de la Krupp desempeñase el cargo de director
de empresa en Krivoi Rog 48
Durante los últimos años del Tercer Reich, los obreros se mostraron más
identificados con el resto de la sociedad alemana que en las etapas finales del
Imperio o de la República de Weimar. Este fenómeno puede explicarse como
resultante del nacionalismo, por una parte, y del aburguesamiento por otra,
medios ambos muy efectivos para lograr una integración social.
El nacionalismo nazi, con su cabeza visible, el ex obrero Hitler, convirtió
al más. humilde de los alemanes en un miembro de la “raza dominante” de
Europa. Y el aburguesamiento que en parte consiguieron imponer significaba
que, mediante la compra de aparatos de radio, entradas para el teatro, viajes
de “A la Fuerza por la Alegría” y Coches Populares (de entrega diferida), los
obreros podían desprenderse de su condición proletaria.
14

EL CONSUMO

Entre 1932, último año de Weimar, y 1938, último año completo de paz
del nazismo, la producción alemana de artículos alimenticios aumentó en una
sexta parte, la de artículos de vestir y productos textiles en más de una cuar­
ta parte, y la de muebles y artículos domésticos en más de la mitad,1
Estas cifras parecen impresionantes, incluso consideradas en relación con
un crecimiento demográfico del 4,5 por ciento, pero la impresión cambia
enormemente al compararlas con las estadísticas de consumo de 1928, el úl­
timo año de la República de Weimar en que la situación económica fue aún
normal. Al comparar este año con 1938, se observa que, de los tres aspectos
claves del consumo anteriormente citados, sólo los muebles y los artículos do­
mésticos muestran un aumento, y éste puede atribuirse, más que a un aumen­
to, del nivel de vida, a la entrega que hacía el régimen de incentivos en metá­
lico a los recién casados. El total de la producción nacional de 1938 excedió
al de 1928 en casi un 10 por ciento, pero el aumento de la población y los
cambios producidos en el consumo a causa de la Depresión redujeron el nivel
general de dicho año 2 (durante la época nazi, el consumo per capita de ar­
tículos de calidad era menor que el correspondiente a Weimar, mientras que
el de productos de baja calidad era mayor).
Sin embargo, el ciudadano medio del Tercer Reich no era propenso a las
comparaciones estadísticas retrospectivas. En 1938, la mayoría de la pobla­
ción no sólo se sabía mucho más acomodada que en 1932 sino que —invir-
tiendo el famoso axioma de Marx según el cual el ser (Sein) determina la
consciencia (Bewusstsein)— también se creía en mejor situación económica
que antes de la Depresión.
Uno de los aspectos más notables del Tercer Reich fue su éxito en dar la
22O HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

vuelta a Marx: en el ámbito del consumo, la opulencia psicológica, más que


resultado de la prosperidad material, era su antecesora. Dicho crudamente,
esto significa que la satisfacción que sentía el alemán medio, en 1937, por
ejemplo, se debía probablemente más a sus esperanzas para 1939 que a su
verdadero nivel presente. Estas esperanzas eran tan evidentes que miles de­
alemanes respondieron entusiásticamente al plan Volkswagen, que preveía la
entrega del automóvil al final del período de pago y no, como se hacía en
los demás países, al principio.
Incluso en un terreno tan concreto y material como el del consumo, el’
régimen consiguió crear un clima en el que la propaganda y la autosugestión
transformaban la idea que se hacían los alemanes de su situación real. Cuatro·
años después de la toma del poder, un periódico comentaba “la gran impre­
sión de alegría popular que se siente en los restaurantes, cervecerías y cafés,
al aire libre, donde a menudo los clientes no pueden permitirse tomar más
que una taza de café o un vaso de cerveza”.8 Durante este período de pro­
gresiva escasez de mano de obra y niveles de vida indiscutiblemente en alza,,
en las cafeterías de los alrededores de Berlín todavía se permitía a los clien­
tes hervir el agua de su propio café.
La alimentación es el dato más importante en el análisis del nivel de vida.
Cuanto mayor es la proporción de ingresos que se dedica a ella, más bajo es-
el nivel de vida. En los últimos años treinta, el gasto en comida del alemán
medio representaba aproximadamente el 45 por ciento de sus gastos totales,
(contra el 41 por ciento en el Reino Unido).4
El pan era un artículo clave en la dieta alemana, y el régimen dio lugar
tanto a un aumento en su consumo —en 1938, el consumo de harina de trigo·
era una sexta parte más elevado que en 1932®—· como una reducción frac­
tional en el precio. Al mismo tiempo, la calidad del pan empeoró; según las;
nuevas disposiciones, la harina se molía un 5 por ciento más intensamente, y,,
al disminuir gradualmente el contenido en centeno y trigo del pan, ello se·
compensaba con una mayor cantidad de harina de maíz y de patata.0 Segimi
los ingresos del consumidor, el pan servía de “regulador del presupuesto”,
compensando la escasez de alimentos más caros. En Alemania cumplía cla­
ramente esta función, pues el consumo per capita de pan de centeno era cua­
tro veces mayor que en Estados Unidos, aunque el consumo de pan de triga*
representaba sólo tres quintas partes del promedio norteamericano.7
Durante la guerra, mientras el pan se obtenía libremente en el Reino.
Unido y Estados Unidos, en Alemania estaba racionado. La asignación del
“consumidor normal” fluctuaba entre los 2 y los 2V 2 kg a la semana, pero-
la élite de los “obreros extrapesados” recibía el doble; los mineros del Ruhr,
por ejemplo, consumían un tercio más de pan en 1942 que en 1936.8 Natu­
ralmente, la adición de materiales sustitutivos aumentó durante la guerra*.
E L CONSUMO 221

cuando se hizo usual también vender pan del día anterior (porque había que
masticarlo más y duraba más). El pan de salvado de la guerra daba lugar a
fiatulencias, fenómeno que se apreciaba desagradablemente en los lugares
públicos. Durante toda la guerra, el suministro de pan siguió siendo relati­
vamente abundante, pero las reducciones (de 21/2 a 2 kg en 1942, por ejem­
plo) hacían descender cada vez la moral de la población.
En 1938, los alemanes consumían solamente una octava parte más de car­
ne que durante la Depresión; su consumo anual per capita era de 48,6 kg
(frente a 64 kg en el Reino Unido y 57 en Estadosi Unidos).9 La carne de
cerdo representaba más de la mitad de la cantidad total de carne consumida
■en Alemania, mientras que la proporción de ternera y buey era de menos de
la tercera parte de la norteamericana.10
Cumpliendo el deber prescrito oficialmente de “desarrollar un estómago
apolítico”, los alemanes consumieron cada vez más pescado como sustitutivo
•de la carne, y el consumo de pescado aumentó un 40 por ciento entre 1932
y 1938.11 El racionamiento de carne en tiempo de guerra no fue muy severo
«n un principio: 500 gr a la semana (algo menos que en Gran Bretaña) en
1940.12 En 1942, la ración del consumidor normal fue reducida bruscamente
a 300 gramos, o sea sólo una tercera parte del promedio del tiempo de paz.
Aun así, los 16 kg al año todavía podían compararse favorablemente con la
asignación de 12V2 kg de 1917.
Pero el consumidor medio no era una figura plenamente representativa,
apuesto que la Wehrmacht —invariablemente mejor aprovisionada que la po­
blación civil—·, junto con los siete millones de obreros “empleados en traba­
jos pesados”, hacían subir el promedio. Los mineros del Ruhr considerados
•como empleados en “trabajos excepcionalmente pesados” tenían una asigna­
ción dos veces y media mayor que la del ciudadano normal, aunque, aun así,
su consumo de carne en 1942 era un 40 por ciento inferior al de antes de la
guerra. En otoño de 1942 hubo un aumento a 350 gramos semanales, que
elevó la moral de la población, pero en la primavera siguiente se produjo una
drástica reducción a 250 gramos; esta ración, sin embargo, era aún dos veces
'mayor que la de Francia (120 gramos) o Polonia (100 gramos).13 A finales de
1944 se produjo una enorme elevación del consumo de carne, debido a que,
en su retirada, la Wehrmacht condujo grandes rebaños de ganado al Reich
para su matanza, dejando a países como Holanda abandonados al hambre.
Es difícil valorar las cifras de consumo de mantequilla y margarina: mien­
tras la margarina suele ser la mantequilla de los pobres, el afán de autarquía
de Jos nazis consiguió reducir el consumo de margarina (importada) de la
misma manera que se hacía en todos los demás países con la mantequilla.
Así pues, el aumento, entre 1932 y 1938, de una sexta parte del consumo per
‘capita de mantequilla, así como el simultáneo descenso de una cuarta parte
222 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

en el de margarina, no deben considerarse como muestra de una mayor abun­


dancia. En 1938, el consumo per capita alemán de mantequilla —8,8 kg al
año— estaba una cuarta parte por debajo del del Reino Unido, si bien exce­
día algo al de Estados Unidos.14
Sin embargo, el volumen de consumo de un producto determinado no
constituye un elemento de comparación exacto. Efectivamente, hay que tener
en cuenta también la calidad de los productos, es decir, en este caso con­
creto, la alteración gradual de los productos lácteos y las grasas a lo largo del
Tercer Reich.
Ya a lo largo de los años treinta se hacía sentir de modo penoso la esca­
sez —de acuerdo con el famoso lema de Goering: “Cañones antes que man­
tequilla”—■. En invierno de 1936-37 comenzó a aplicarse ya una primera for­
ma de racionamiento: los tenderos sólo vendían mantequilla a sus clientes
habituales 15 y las cantidades que les vendían eran una quinta parte inferio­
res al promedio anterior, mientras que el contenido de agua parecía haber
aumentado en la misma proporción.
La mantequilla fue uno de los artículos que se vieron poco afectados por
la guerra en cuanto a existencias y calidad (exceptuando un 10 por ciento de
aumento en el precio). E l promedio de ración en tiempo de guerra (9 kg al
año) representaba una continuidad absoluta con respecto a los años de paz.
(Durante el período de las grandes victorias, 1940-41, las raciones aumentaron
incluso en un 10 por ciento.)
El consumo per capita —ya reducido— de margarina en tiempo de paz
había sido también aproximadamente de 9 kg.16 Sin embargo, durante la pri­
mera mitad de la guerra, la ración permaneció estable en unos 3,5 kg, des­
pués de lo cual fue reducida a menos de 3 kilogramos.
El consumo de grasas durante los años de paz permaneció relativamen­
te constante, pero el uso de grasas vegetales inferiores en la preparación de
nuevos compuestos dio lugar a un notable empeoramiento de la calidad. En
1938, el consumo per capita de grasas (aparte de la mantequilla y la marga­
rina) era de 7 kg.17 La ración, al principio de la guerra, era de tres cuartas
partes de esta cantidad, es decir, que el consumidor normal estaba algo mejor
abastecido que en la Gran Bretaña, pero en 1941-42 se produjeron reduccio­
nes. La asignación de sólo 2,750 kg anuales convirtió los últimos años de la
guerra en un período de gran escasez.
La escasez de grasas durante los años de paz repercutió sobre el abaste­
cimiento de huevos. Aunque las existencias de este producto eran suficientes,
escaseaban siempre que su consumidor tenía que recurrir a ellos para utilizar­
los como sustitutivos de las grasas. Entre 1932 y 1938, el consumo per capita
disminuyó en un 10 por ciento, de modo que los alemanes consumían la mitad
de huevos que los norteamericanos o los británicos.18 El promedio del con­
EL CONSUMO 223

sumo alemán en tiempo de paz era de dos huevos y medio a la semana, y la


ración de guerra era de uno y medio (contra uno por semana en el Reino
Unido), pero ésta fue reducida más adelante.
El consumo de azúcar aumentó un 10 por ciento entre 1932 y 1938, en
que fue de 24 kilos al año (aproximadamente la mitad del promedio británi­
co y norteamericano).19 En 1941, la ración de azúcar y mermelada del consu­
midor normal era casi de 18 kilos (contra los 13 de Gran Bretaña), es decir,
dos quintas partes más elevada que en 1917.20 Durante el último año de la
guerra, esta ración fue suprimida.
En lo que respecta al consumo de leche, aumentó solamente en un
6 por ciento entre 1932 y 1938 —con 112 litros al año, era igual al de Gran
Bretaña—, pero las restricciones en la importación de forraje para el ganado
afectaron negativamente a la calidad. Las medidas de austeridad del régimen
en tiempo de paz crearon una demanda reprimida de derivados “de lujo” de
la leche. Después de la anexión de Austria, las avalanchas de turistas alema­
nes en las pastelerías y cafeterías austríacas dieron lugar a que el Schwarzes
Korps declarase: “Se diría que la Gran Alemania sólo se creó para que esta
ávida gentuza filistea pueda atracarse de nata”.21 Según el plan de raciona­
miento de guerra, los adultos alemanes no recibían leche, mientras que a los
niños se les proveía de manera relativamente suficiente (en Gran Bretaña y
Estados Unidos no hubo racionamiento de leche durante la guerra).
El queso fue otro artículo cuya calidad empeoró notablemente en los últi­
mos años treinta, en cuya época su consumo había aumentado en un 7 por
ciento con respecto a 1932; en 1938, con 5,500 kilos al año, estaba al mismo
nivel que el promedio británico. La ración del consumidor normal en 1941,
2,600 kilos, era dos quintas partes mayor que la británica.
El consumo de fruta importada disminuyó una octava parte entre 1932 y
1938.* El consumo de fruta del país descendió aún más, aunque la existencia
de un total de cuatro millones y medio de propiedades agrícolas contrarresta­
ba este hecho (de una muestra representativa de 350 familias obreras sobre
las que realizó un estudio el Frente del Trabajo en 1937, 100 eran en parte
autosuficientes en cuanto a fruta y verdura).32 En 1938, el promedio del· con­
sumo de fruta por parte de los adultos fue de 31 kilos, igual al consumo bri­
tánico de sólo tres tipos de fruta: manzanas, naranjas y plátanos. Durante la
guerra, la relativa escasez de fruta fresca fue hasta cierto punto contrarresta­
da por la distribución de comprimidos vitamínicos por parte de los organis-

® La reacción de la prensa nazi ante la intermitente escasez de limones se manifestó


en los siguientes términos: “Sólo a través de la tierra alemana se transmiten a la sangre
las más sutiles vibraciones... Así pues, adiós, limón, no te necesitamos. El ruibarbo alemán
te sustituirá a la perfección” (cf. Fmnkische Tageszeitung, citado por Wallace R. Deuel,
op. cit., p. 194).
224 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

mos oficiales. En 1942, la reducción de las raciones de fruta y verdura fue


compensada por aumentos en las raciones de carne y pan.
El consumo per capita de verduras en tiempo de paz descendió en un
10 por ciento, hasta 47 kilos en 1938, cantidad que estaba algo por debajo
del promedio británico. Dentro del total alemán, la col blanca era el artículo
más importante; el consumo promedio de col era casi el doble del de Estados
Unidos, por ejemplo.23 En 1938, el racionamiento redujo a la mitad el con­
sumo promedio de verduras de 2,3 kilos pero, en los años siguientes, la ración
aumentó gradualmente hasta tres cuartas partes de'l promedio del tiempo
de paz.24
Las patatas podrían denominarse casi la base de la alimentación del con­
sumidor durante el Tercer Reich, aunque el consumo descendió aproximada­
mente en un 5 por ciento entre 1932 y 1938. En este último año —con un
consumo per capita de 3,500 kilos a la semana— el consumo alemán de pata­
tas era aproximadamente el doble del de los británicos y norteamericanos.
Las raciones fluctuaban entre los 2 y los 5 kilos a la semana, representando
la cantidad media una absoluta continuidad con respecto al promedio de
antes de la guerra.25 A pesar de las intermitentes escaseces locales, las patatas
eran uno de los artículos que se mantuvieron más estables en el aprovisiona­
miento del tiempo de guerra, y ayudaron a las autoridades a hacer frente a
las necesidades mínimas del consumidor con impresionante regularidad
(considerable en comparación con 1917-18, por lo menos).
El consumo de café aumentó casi en una quinta parte en los años treinta,
cuando, con un promedio de menos de 3 kilos al año, el consumo alemán de
café era inferior a la mitad del norteamericano (si bien, naturalmente, excedía
ampliamente al británico). En los últimos años treinta, la demanda de café
excedía considerablemente a las existencias. La policía sólo permitía la com­
pra de café a los clientes habituales, mientras Goebbels tronaba: “En un
momento en que el café escasea, las personas decentes toman menos o sim­
plemente dejan de tomarlo”.28 Se extendió el uso de los sustitutivos del café,
eufemísticamente llamados “café alemán”. La ración de café auténtico de
1941 era de 2,500 kg al año, y se desarrolló casi desde el principio el comer­
cio ilícito. Después de la ocupación de Europa occidental (con sus grandes
almacenes de productos), el café del mercado negro se vendía en el Reich
a 40 marcos el kilo.27 El precio del café “negro” siguió subiendo vertiginosa­
mente. Durante el último invierno de la guerra, una libra de café alcanzó en
el mercado negro el mismo precio que veinte litros de gasolina (40 marcos
el litro).28
Durante todos los años treinta, se dio un aumento general del consumo de
alcohol. El consumo de cerveza aumentó en un tercio, y sin duda se habría
elevado más de no haber sido por una restricción en las áreas agrícolas dedi­
E L CONSUMO 225

cadas al cultivo del lúpulo. En 1938, el consumo de 68 litros al año era com­
parable al británico y excedía al norteamericano en sólo una tercera parte.
En 1938, el consumo medio alemán de vino había subido en un 50 por cien­
to, a 6 litros al año (tres veces el de Gran Bretaña y Estados Unidos), mien­
tras el de coñac se había prácticamente duplicado: con 1-2 litros, estaba muy
por encima del británico y era aproximadamente la mitad del norteamericano.29
La situación de la guerra se caracterizó por la gradual adulteración de la cer­
veza —denominada “lavativa a la Conti”*— y por el racionamiento de alco­
hol. El mercado negro, extendido por toda la Europa ocupada, y las genera­
lizadas prácticas ilegales (los cafés de Berlín servían alcohol en tazas de café),
impiden una apreciación estadística precisa.
En comparación con 1932, el consumo de cigarros y cigarrillos había
aumentado casi en un 50 por ciento en 1938, y, a pesar de la elevación de
los impuestos, la guerra aceleró aún más esta tendencia al aumento, con lo
que, en 1941, se dobló la producción de tabaco de antes del Tercer Reich.
Las cifras no reflejan por sí solas la importancia del consumo de tabaco du­
rante la guerra. La creciente habituación por parte de las mujeres ocasionó
controversias,30 y el tabaco asumió gradualmente la función de moneda de
reserva. La escasez de productos de consumo —especialmente en el campo—
privó al dinero de su atractivo como medio de intercambio, y los granjeros
cambiaban huevos por cigarrillos (a razón de uno por uno), libras de mante­
quilla por paquetes de tabaco de pipa y libras de carne por diez cigarrillos.31
Son varias las conclusiones que se derivan de un examen del abasteci­
miento de artículos de comida y bebida en Alemania durante el Tercer Reich.
Después del duro golpe que representó la Depresión, el régimen nazi logró
una mejoría general ■ —aunque bastante irregular— del nivel de vida, con au­
mentos en un consumo de carne, pescado, productos lácteos, café, alcohol y
tabaco, aumentos contrarrestados por reducciones en el consumo de artículos
tales como fruta, algunas grasas, huevos, volatería, verduras y arroz. (Las re­
ducciones en cantidad iban, además, acompañadas del empeoramiento en la
calidad de toda una serie de artículos.) No obstante, hay que tener en cuenta
que el empeoramiento de la calidad no reducía forzosamente el valor nutri­
tivo de los alimentos. Este era el caso, por ejemplo, de la harina destinada
a la elaboración de pan, que se molía más intensamente. En comparación con
Estados Unidos y Gran Bretaña, la dieta de los años de paz de la Alemania
nazi no era ni mucho menos atractiva. Los anglosajones ·—especialmente los
estadounidenses— consumían más carne, pan blanco, azúcar y huevos, y los
alemanes más col, pan de centeno, patatas y margarina. Pero este tipo de
limitación afectaba al paladar y no a la salud del alemán medio. Esto fue así

* El doctor Conti era el presidente de la Asociación Nacionalsocialista de Médicos.


226 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

durante la mayor parte de la guerra; sólo hasta el año 1943 la escasez de gra­
sas y proteínas resultó algo más que simplemente molesta para el consumi­
dor alemán.
Las estadísticas que hemos citado presentan la situación en términos gene­
rales y no dan idea de los importantes aspectos sociológicos del consumo. Un
cartel editado por el Bienestar del Pueblo, expuesto en la Exposición Agríco­
la de Berlín de 1943, era significativo del tipo de consumo a que había dado
lugar el desempleo masivo. El cartel, que llevaba la leyenda “Lo que quere­
mos es la comida de diez pfennigs”, explicaba cómo con 50 gramos de trigo
sarraceno (que costaban 3,5 pfennigs) y con un poco de grasa y cebolla podía
prepararse una papilla que constituía una comida nutritiva. El restablecimien­
to del pleno empleo eliminó la necesidad de comidas de diez pfennigs, pese
a lo cual, en 1938 —año de pleno empleo en que se duplicó el consumo de
coñac— se observó que, en las cantinas de las fábñcas, muchos obreros
preferían tomar bocadillos de salchicha o incluso pan con zumo de remola­
cha o aceite de linaza (cuyo coste era de 20 pfennigs) a una comida caliente,
que costaba 45 pfennigs.32 *
La autarquía constituía un factor adicional de limitación del consumo, y
la Unión de Mujeres Nazis asumió la importante tarea de enseñar a las amas
de casa a ajustar sus recursos a los productos nacionales más abundantes y
asequibles en cada temporada. La lista de alimentos recomendados para octu­
bre de 1937, por ejemplo, incluía pescado, col, mermelada, queso, leche des-
natada, uva y avena.83 Como hemos visto, los propagandistas del partido ex­
hortaban al público a crearse un “estómago político”,34 versión laica de la
“comida de plato único”, conocida como el “día de ayuno y abstinencia”
nacional.
Sin embargo, el “estómago político” de la nación se mostraba en ocasio­
nes menos desarrollado de lo que exigían los dietistas: la alegría con que fue
acogido el anuncio de Goebbels (hecho en la asamblea de Nuremberg de
1938) de que se elaborarían nuevamente panecillos de trigo, provocó agrias
invectivas editorales contra “aquellos que pretenden que van a morir de
hambre en cuanto les falta su provisión regular de pasteles y de nata”.85
Los tenderos —situados entre los “dietistas” y las amas de casa— eran
otro blanco de críticas. El periódico de la Corporación Nacional de Produc­
tores de Alimentos les tachaba de “gruñones y alarmistas que, en lugar de
reeducar a los diecisiete millones de amas de casa con las que están en con­
tacto diario, se pasan el tiempo quejándose, desde detrás de su mostrador, de

0 Poco antes, el Frankfurter Zeitung había comentado la “solidaridad en el cálculo”


que existía entre los dependientes y los compradores, que calculaban conjuntamente,
hasta el último pfennig, el cambio correcto (cf. Frankfurter Zeitung, 3 de enero de 1937).
E L CONSUMO 227

las inevitables escaseces”.30 Pero los tenderos alemanes no estaban tan absor­
tos en la autocompasión como esto parece indicar. En 1935, cuando se hicie­
ron sentir las primeras escaseces, se mostraron capaces de traspasar a los de­
más parte de los inconvenientes, sobre todo mediante las “transacciones em­
parejadas”, es decir, obligando a los clientes que pedían artículos escasos a
comprar simultáneamente otros productos cuya venta les resultaba provecho­
sa. Los intentos de evitar esta práctica no tuvieron completo éxito, y la acep­
tación por parte del público al comprar artículos que no eran de inmediata
necesidad se vio reflejada en la frase popular: Der deutsche Gruss ist Pflau-
menmuss (el saludo alemán —es decir, el Heil Hitler obligado al entrar en
las tiendas— es “mermelada de ciruela”).
Sin embargo, estos trastornos del sistema de distribución provocados por
la autarquía y el esfuerzo de producción de armas no eran los únicos aspectos
del panorama del consumo. La demanda y la oferta de algunos artículos de
consumo aumentaba visiblemente, y durante los últimos años de la paz los
grandes almacenes y las tiendas mostraban todos los signos de la prosperi­
dad, desde las pródigas exhibiciones de mercancías y los enjambres de ávidos
compradores hasta los vendedores indiferentes (cuando no abiertamente gro­
seros). Pero esta prosperidad era tan desigual como la expansión del consumo
de productos alimenticios a que nos hemos referido antes. Junto a impeca­
bles artículos de cristalería, porcelana, cubertería, electricidad y relojería
(cuyos precios habían sido reducidos por decreto gubernamental),37 estaban
los productos textiles y artículos de aseo (por ejemplo, jabón Ersatz) que
habían experimentado un empeoramiento de calidad, cuidadosamente ca­
muflado.
A partir de la Depresión, el consumo de artículos de vestir había aumen­
tado en más de una cuarta parte, y su coste se había elevado en una pro­
porción aproximadamente igual.38 Muchas de las prendas estaban confeccio­
nadas con Zellwolle, material sustitutivo de la lana que resultaba relativa­
mente útil pero que no protegía suficientemente del frío. Había materiales de
vestir, mantelerías e incluso pañuelos, de seda artificial, a cuyos compradores
se advertía que no los lavasen con agua caliente.39 Las sábanas escaseaban,
los cortinajes eran escasos y caros, y los precios de las alfombras eran prohi­
bitivos.40
Se exhortaba a los consumidores a reducir al máximo sus compras de pro­
ductos textiles. Al constatar con desaprobación que se enterraba a los muertos
vestidos con ropas caras, el alcalde de Pirmasens promulgó una disposición
en contra de tal despilfarro, que privaba a los descendientes del difunto de
prendas de vestir necesarias.41
Los propietarios de restaurantes recibieron instrucciones en el sentido de
aprovechar las sobras: “Las sobras que pueden provocar náuseas en una per-
228 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

sona normal no son aptas para el uso; pero no hay que tener en cuenta las
exigencias de los paladares hipersensibles”.42
El panorama del consumo inmediatamente anterior a la guerra era alta­
mente complejo, y tan importante como la escasez y la austeridad económica
era la compra a plazos en una escala sin precedentes. Cuando se aplicaron,
en septiembre de 1939, las primeras medidas de racionamiento (que eran
poco severas, pues, con el fin de popularizar la guerra, el régimen procuró no
diferenciar demasiado el abastecimiento de guerra del habitual en la paz), se
calculó que dos quintas partes de la población disfrutaba de un nivel de vida
más elevado que antes de la guerra.43 En una importante zona del consumo
alimenicio, la mantequilla y las grasas, en la que había funcionado práctica­
mente el racionamiento antes de estallar la guerra, el gobierno acudió en
ayuda de los más pobres con un sistema de cartillas que garantizaba a vein­
tidós millones de personas cantidades mínimas de margarina, mantequilla,
grasas, embutidos, tocino y queso a unos precios entre el 25 y el 50 por
ciento más bajos que los del mercado.44
El hecho de que Alemania fuese el primero de los países contendientes
que racionó la ropa de mesa y de cama, los cortinajes y las alfombras da idea
de la escasez que sufría en materia de artículos textiles.45 El racionamiento
textil funcionaba a través de cartillas de racionamiento y de bonos de com­
pra. La Cartilla de Artículos de Vestir, que se entregó a cada ciudadano,
tenía una asignación anual y fluctuante de puntos —150 en 1940, 80 en 1942—·
canjeables por una amplia pero no completa gama de prendas.* Los bonos
suplementarios se concedían de modo selectivo a los solicitantes que podían
demostrar que carecían de ciertos artículos, como por ejemplo, chaquetas de
hombre o abrigos de mujer, o bien que dichas prendas estaban estropeadas.
Cuatro sábanas, una funda de almohada, una manta o un edredón, un col­
chón y tres toallas se consideraban suficientes. Si se concedía un bono adi­
cional porque un determinado artículo estaba deteriorado, era obligatorio
entregar este último.48
Existía una gran demanda de abrigos de piel femeninos (artículo que no

* Para las prendas masculinas, los puntos se distribuían de la siguiente manera:


5 para unos calcetines, 20 para unos pantalones, 15 para una americana, 20 para una camisa,
30 para un pijama, 3 2 para una chaqueta, 60 para un traje completo, 25 para un im­
permeable, 12 para unos calzoncillos y 7 para una bufanda.
Para las prendas femeninas: 4 puntos para un par de medias (podía obtenerse dos
jsares más al precio de 8 puntos cada uno), 5 para una bufanda, 25 para un jersey,
16 para unos pantalones de lana, 15 para una combinación, 10 para una chaqueta, 12 para
un delantal, 25 para un par de monos de trabajo, 2 5 para una bata, 18 para un camisón,
40 para un sujetador, 8 para una faja, 40 para un vestido de lana, 30 para un vestido de
otra fibra, 15 para una blusa, 20 para una falda, 25 para una chaqueta, 45 para un traje
y 35 para un vestido de verano (cf. Max Seydewitz, op. cit., p. 119).
EL CONSUMO 229

figuraba en el plan de racionamiento), demanda a la que se dio satisfacción


en gran medida después de la ocupación de Escandinavia. Al igual que en
otros países, las tropas ocupantes se dedicaron al pillaje de una forma siste­
mática, hasta el punto de que se promulgó una disposición oficial según la
cual el valor de los objetos adquiridos ilegalmente era deducible de la car­
tilla de racionamiento del familiar más próximo.·47
En 1942 fue muy limitado el racionamiento de ropa, al tiempo que se
extendía a artículos de uso diario tales como tirantes e hilo de coser. En la
segunda mitad de 1943, cesó totalmente la fabricación de ropas civiles, y
algunos grupos consumidores, tales como los niños, las víctimas de incursio­
nes aéreas y los evacuados del este, que eran objeto de especial solicitud, go­
zaron de prioridad en la distribución de las escasas existencias aún dispo­
nibles.48 *
Aunque durante la guerra siguió existiendo una importante capa social de
pocos recursos económicos (en 1940 los obreros industriales de Hamburgo
vendían cupones de ropa que no podían utilizar),49 la reducción del mercado
de artículos de consumo creó gradualmente un “sobrante de dinero”, es decir,
una situación en que parte del poder adquisitivo era canalizado hacia pro­
ductos y servicios de evasión. Los ahorros que habrían podido atraer este
dinero flotante perdieron interés a medida que avanzaba la guerra. El aumen­
to anual de antes de ia guerra de los intereses de los depósitos bancarios (del
6 al 10 por ciento) se había más que triplicado en 1940,50 pero el “Ahorro de
Hierro”, posterior a 1941, según el cual los ahorros estaban libres de impues­
tos pero no podían ser retirados mientras durase la guerra, atrajo sólo a un
obrero de cada cinco.51
Las diversiones ocuparon un lugar importante entre esos artículos y ser­
vicios de evasión. La asistencia al cine, que había ido aumentando durante
toda la década de los treinta, se duplicó prácticamente entre 1939 y 1940.52
Durante los primeros tiempos de la guerra, otras formas de consumo no esen­
cial, tales como vacaciones, deportes de invierno y productos de belleza se
mantuvieron al mismo nivel que en los años de paz. Estas pervivendas de la
época anterior coexistían con manifestaciones de escasez, como eran los tras­
tornos en el transporte privado a causa de la falta de gasolina, la escasez de
cuero, la necesidad de recurrir a los zuecos de madera, las órdenes oficiales
según las cuales se exponían en los escapararates artículos de reclamo no des­
tinados a la venta, etc.53 Se produjeron también escaseces artificiales debido
al hecho de que se invertía dinero sobrante en artículos accesorios de todo
tipo; así, se llegó a una situación en que, por ejemplo, les resultaba difícil a

* Los soldados — otro grupo privilegiado de consumidores— eran a menudo el último


recurso de los civiles que necesitaban urgentemente un par de tirantes nuevos o la repa­
ración de un reloj.
230 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

los jóvenes matrimonios conseguir muebles, ropa blanca e incluso cunas.54


Los mejor situados económicamente aprendieron a aprovechar un resquicio
del sistema de racionamiento, comiendo en restaurantes donde se servían ar­
tículos caros no racionados, tales como caza, volatería y pescado. Además,
acumulaban cupones sobrantes (por ejemplo, para pan) que luego canjeaban
o vendían en el mercado negro.
El poder adquisitivo era sólo uno de los factores determinantes del consu­
mo de alimentos por parte del ciudadano medio durante la guerra. Debido al
racionamiento, el consumo diario de calorías por la población civil —3.116
en tiempo de paz55— fue reducido aproximadamente en una tercera parte en
el caso de los consumidores normales, mientras los obreros “empleados en tra­
bajos pesados”, cuyo número ascendía a siete millones, es decir, uno de cada
cinco asalariados, recibían algo más de su promedio de los años de paz. Un
sector de trabajadores que gozaba de una ligera ventaja sobre los demás eran
los obreros de las fábricas dotadas de cantina abastecida al por mayor; hasta
cierto punto, este grupo coincidía con el de los “empleados en trabajos pe­
sados”. El mínimo de subsistencia, en términos de calorías, es de 1.800. Du­
rante la mayor parte de la guerra, los consumidores normales vivieron del
7 al 15 por ciento por encima del mínimo;58 en 1944, el promedio descendió
por debajo de las 1.800 calorías.
La capacidad del consumidor normal para reforzar estas raciones escasas
(aunque no llegasen a ser de hambre) dependía de sus “contactos” con el
campo o con las fuerzas de ocupación, así como de que tuviesen el dinero (y
la ocasión) para recurrir al mercado negro.
El mercado negro se convirtió en parte integrante del consumo en tiempo
de guerra. Aunque en muchos aspectos (como proclamaba incesantemente el
régimen, no sin razón) la población civil estaba mejor admiüistrada que du­
rante la Primera Guerra Mundial, el mercado negro adquirió mayor desarrollo
en 1939 que en 1914. En las primeras etapas de la guerra, cuando los funcio­
narios del partido eran el grupo que lo dirigía, participaba en él sólo una
minoría de la población, pero posteriormente creció y se extendió por todo
el país. Una valoración del SD efectuada en el quinto invierno de la guerra
arroja luz tanto sobre la situación concreta como sobre las racionalizaciones
comúnmente presentadas para enmascararlas:
“En los primeros tiempos de la guerra, el mercado negro era reprobado
como una forma de sabotaje, pero desde entonces para acá se ha extendi­
do la práctica de evadir las normas de racionamiento sin conciencia alguna
de obrar mal.
"Circulan frases como Έ1 que tiene una cosa lo tiene todo’, o ‘Todos
canjean con todos’, y los compatriotas que no se avienen a estas prácticas son
considerados estúpidos. Los granjeros se aprovechan, los tenderos practican e'1
EL CONSUMO 231

trueque (los carniceros y los vendedores de ropa intercambian sus mercancías),


los artesanos efectúan reparaciones allí donde les ofrecen artículos escasos, se
necesitan ‘contactos’ para utilizar los bonos de compra y los funcionarios que
tratan con el público reciben paquetes de regalo. El mercado negro se conside­
ra esencial para corregir las deficiencias del sistema oficial de distribución.
Está desapareciendo la enérgica condena de otros momentos de las transaccio­
nes de mercado negro motivadas por el afán de lucro. Se tiene la sensación
de que las autoridades responsables no quieren ver lo que está sucediendo.” 57
Esta última declaración es en parte cierta; por un lado, muchos funciona­
rios del partido y del estado —incluida la Wehrmacht— estaban implicados
en el mercado negro, mientras, por otra parte, la policía y el sistema judicial
perseguían con todo rigor, si bien de modo un tanto arbitrario, las trangresio-
nes de las medidas de la economía de guerra. El cinismo popular sobre su
efectividad se reflejaba en el chiste de los quince mil liliputienses que iban
a venir a las tiendas de comestibles de Berlín... para trabajar “detrás del
mostrador”.
El grupo más directamente implicado en la venta bajo el mostrador o, utili­
zando la frase corriente, en los “negocios de agacharse”, los tenderos, se adap­
tó a la situación citándose una concepción dialéctica del bien y del mal.
En el entierro de un carnicero de Berlín que se había suicidado mientras esta­
ba sometido a una investigación, acusado de matar reses ilegalmente, funcio­
narios de su gremio le alabaron como modelo de probidad y de honradez en
los tratos comerciales. Un informe del SD citó este hecho como ejemplo de
la idea, generalizada entre los tenderos, de que las violaciones de la ley por
parte de los comerciantes surgían de la incomprensibilidad de las disposicio­
nes burocráticas y no de una falta de honradez personal.58
La extrema burocratización de la vida durante la guerra estimuló a su
vez la reación de una faceta especial del mercado negro: la confección —pe­
ligrosa pero lucrativa— de documentos falsos. Durante el último invierno de
la guerra, era posible comprar, por 80.000 marcos, toda la serie de papeles
que legalizaban la existencia de una persona durante el Tercer Reich: pasa­
porte, cartilla militar, libreta de trabajo, cartilla de racionamiento y tarjeta
del Volkssturm Z.50
Como cualquier mercado no regulado,* el mercado negro podía registrar,
con precisión sismográfica, cambios inminentes en la oferta y la demanda: entre
los artículos que podían obtenerse en el mercado negro de Berlín figuraban
insignias con la hoz y el martillo y estrellas de David.®0

* Es de señalar la existencia de un tipo de mercado con licencia oficial para vender


bienes de segunda mano: en el invierno de 1943 a 1944, las autoridades abrieron
centros de intercambio donde los particulares podían trocar muebles, utensilios domésticos
y prendas usadas (cf. St. Galler Tagblatt, 6 de marzo de 1944).
232 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

En un capítulo sobre los aspectos del consumo quizá no esté de más abor­
dar la cuestión general de la medida en que el Tercer Reich se aproximaba a
una sociedad de consumo. Los Estados Unidos ofrecían en aquella época un
modelo de este tipo de sociedad que, en líneas generales, puede servir como
base de comparación, ya que, aunque victoriosos en 1918 y más ricos en re­
cursos," eran, desde los puntos de vista industrial y tecnológico, un país simi­
lar a Alemania y habían sido afectados de manera parecida por la Depresión.
El automóvil constituía el signo de la sociedad de consumo; el hecho de que
Henry Ford personificase el “programa industrial” de Estados Unidos y
Krupp von Bohlen el de Alemania era sintomático de la divergencia entre las
dos culturas económicas. Las distintas tradiciones que llevaban a cada país
en una dirección económica e industrial diferente dieron como resultado un
dramático desequilibrio entre sus respectivas bases para el establecimiento de
una sociedad de consumo. En 1930, cuando la proporción entre las poblaciones
de Estados Unidos y Alemania era de dos a uno, Estados Unidos tenía en
circulación 23 millones de automóviles, frente al medio millón de Alema­
nia.®1 La brecha entre el Reino Unido y Alemania, en el mismo año, era
mucho menor: aproximadamente un millón frente a medio millón; la propor­
ción demográfica era de poco menos de dos británicos por tres alemanes, y la
disparidad en el potencial industrial estaba en la misma proporción. Durante
los años treinta, el total de la propiedad de automóviles se triplicó en Alemania
y se duplicó en Gran Bretaña, pero aun así la proporción de coches en Alema­
nia antes de la guerra seguía estando un 50 por ciento debajo del nivel britá­
nico de cuatro años antes.02
Es decir, que Alemania no se aproximaba de modo notable a una socie­
dad de consumo. En 1936, el ex ministro del gabinete, Eltz von Ruebenach,
había calculado,63 que, dados los ingresos de los alemanes, un millón seiscientos
mil de ellos, como máximo, podrían convertirse en propietarios de un auto­
móvil en un futuro previsible. La extensión óptima de esta élite propietaria
de automóvil se había alcanzado prácticamente en 1939, y el proyecto Volks­
wagen había presagiado un año antes el paso a una forma auténticamente
popular de la propiedad de automóvil. Pero también este proyecto suscitó
esperanzas mayores de las que era capaz de satisfacer. Con un precio inferior
a los mil marcos (pagaderos en cuatro años), el VW habría comprometido a
los compradores a pagar plazos semanales de seis marcos sin incluir gastos
de matriculación y de seguro. En otras palabras, la inversión total semanal
en un coche habría representado entre una tercera y una cuarta parte de la

* Estos hechos fueron aún más evidentes después de 1945, sin que fueran obstáculo
para la indiscutible aparición, en la República Federal, de una americanizada sociedad de
consumo.
EL CONSUMO 233

paga de la mayoría de asalariados. La posibilidad de que el Coche Popular


se convirtiese en el coche de la mayoría estaba, pues, poco fundada, aun antes
de que estallase la guerra y eliminase el proyecto de raíz.
Ya desde la Primera Guerra Mundial, Alemania había tenido que enfren­
tarse a un problema de viviendas. En 1914, había solamente 100.000 viviendas
menos que familias, pero posteriormente, a pesar del notable ritmo de cons­
trucción de la República de Weimar, la brecha entre las necesidades de vi­
vienda y las realizaciones se había ensanchado, hasta alcanzar la cifra de
900.000 en 1932. Entre este año y el estallido de la guerra, el régimen nazi
construyó cerca de 1.800.000 viviendas, parte de las cuales, sin embargo, no
eran de nueva planta. *
Comparado con el total de Weimar (2.650.000 viviendas nuevas, en 13
años, o sea, 200.000 al año), la construcción media anual nazi de 300.000 vi-
viviendas resultaba realmente impresionante.* * Pero, dado que el aumento de
población en tiempo de paz en la Alemania nazi (3.250.000 personas) casi
igualaba el producido durante un período mucho más largo bajo Weimar, las
necesidades de alojamiento aumentaron. La brecha entre el número de fami­
lias y las viviendas existentes se amplió a un millón y medio en 1938,64 a
consecuencia de la creciente proporción de nacimientos y de la migración
interior. Entre 1934 y 1939, un millón y medio de personas abandonó el cam­
po, en parte por las pésimas condiciones de la vivienda rural. Surgieron cen­
tros industriales totalmente nuevos, tales como el que se creó en torno a las
Industrias Hermann Goering de Salzgitter y la colonia Volkswagen de Fallers-
leben; los centros químicos de la Alemania central (Halle, Magdeburg, Hal-
berstadt y Dessau) doblaron su población. Magdeburg pasó de algo más de
cien mil habitantes a casi un cuarto de millón60 y en 1938 tenía un déficit
absoluto de 25.000 viviendas, mientras 44.000 de las habitadas se habían decla­
rado inhabitables, no tenían condiciones o estaban habitadas en exceso.68
Estas estadísticas de Magdeburg se hicieron públicas al final del año
de máxima construcción del régimen: en 1937 se habían creado 320.000 nue­
vas viviendas a un costo que era un 30 por ciento inferior al gasto realizado
por Weimar en menos de la mitad de esa cifra en 1932.87 Este ahorro dio lugar
a un descenso en el nivel de las viviendas. Uno de los tipos de vivienda pro­
tegidos por el régimen era la “vivienda popular” (Volkswohnung). El área
standard de una Volkswohnung para un matrimonio sin hijos era de 26 m2
(34 m2 para una familia de cuatro miembros). El promedio de Weimar había
* E n 1935, un plan de modernización y división de las viviendas existentes dio lugar
a la creación de 300.000 nuevas viviendas. E l gobierno pagó una quinta parte del coste
de las obras y prestó el resto a los propietarios a un interés del 4 por ciento (cf. William
Sheridan Allen, The Nazi Seizure of Power, Chicago, 1965, p. 230).
Como lo eran operaciones de eliminación de chabolas como las emprendidas en el
barrio de Seeberg, de Leipzig, o en el Buttermarket de Colonia.
234 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

sido de 40 m2, y la ley de vivienda de 1936 de Gran Bretaña establecía 50 m2


como superficie standard de una vivienda.
El problema de la vivienda se vio agravado aun más por la conjunción de
un programa de construcción relativamente inadecuado con la edificación
de un tipo de vivienda equivocado. En Berlín, por ejemplo, los pisos peque­
ños de hasta tres habitaciones habían representado casi las dos terceras partes
de todas las construcciones nuevas en 1932, pero esta proporción había que­
dado reducida a poco más de una tercera parte en 1935. Durante los años
de paz del régimen nazi, los pisos de tamaño medio, de cuatro a seis habita­
ciones, representaban más de la mitad de todas las nuevas construcciones,68
con el resultado de que las dificultades económicas impedían a las familias
más pobres (las más necesitadas de cambiar de vivienda) trasladarse a un
nuevo alojamiento. Un informe interno del Frente del Trabajo sobre la situa­
ción de la vivienda llegaba a la conclusión de que el principal problema era
la falta de 1.750.000 pisos de tamaño medio y el exceso del mismo número de
pisos pequeños, sin mencionar para nada los factores económicos implica­
dos.69 El alquiler de pisos viejos (de antes de 1914) de tamaño medio, así
como de pisos nuevos de dos habitaciones y media en adelante, era de unos
38 marcos al mes; esto colocaba a ambos tipos de vivienda fuera del alcance
de la mayoría de los obreros, que habrían tenido que destinar al pago del al­
quiler de una cuarta parte a una tercera parte de su salario real. (Hay que
recordar que el gasto en comida representaba poco menos de la mitad de
los ingresos del obrero medio. El informe del Frente del Trabajo era más
honesto cuando criticaba el criterio según el cual los pisos se consideraban
excesivamente ocupados cuando el número de inquilinos era doble del de
habitaciones (incluida la cocina). De este modo, seis personas viviendo en
seis habitaciones y una cocina se consideraban una cifra excesiva, pero no
así cinco.70 Según el criterio oficial, había menos de un millón de viviendas
consideradas como excesivamente ocupadas, cuando, de un total nacional de
17,8 millones de pisos, sólo 11,3 millones proporcionaban realmente a sus
ocupantes un alojamiento adecuado. En otras palabras, el 37 por ciento —más
de una de cada tres viviendas alemanas— eran de hecho, si no oficialmente,
deficientes.71
Si las viviendas de los trabajadores agrícolas representaban el punto más
negro del problema de la vivienda, el alojamiento de los obreros industriales
dejaban también mucho que desear. Al examinar una muestra de 2.000 vivien­
das obreras en 1937, el Frente del Trabajo comprobó que el 96 por ciento
carecían de cuarto de baño o ducha, el 22 por ciento no tenían suministro
directo de agua, y el 14 por ciento se iluminaban por medios distintos de la
electricidad.72
Sin embargo, hay que procurar no considerar la situación de la vivienda
EL CONSUMO 235

y todo el panorama del consumo del Tercer Reich en términos puramente


estadísticos. Aun considerándolo estadísticamente, dos de cada tres alemanes
estaban libres del problema de una vivienda excesivamente ocupada o de
condiciones deficientes. En cuanto a la tercera parte restante, tendían a de­
jarse cegar por el esplendor del régimen y a no ver su situación real. Cuando
Hitler contaba con que Berlín se convirtiese en la capital de un Reich cada
vez más poderoso, en una ciudad de diez millones de habitantes, con edificios
públicos y autopistas de acuerdo con su importancia, y se estaban derribando
zonas enteramente urbanizadas para dejar espacio al nuevo gran eje norte/sur
y este/oeste de Speer, el berlinés medio, con sus 35 m2 de vivienda, no podía
evitar el sentirse menos encogido emocionalmente que físicamente.73
El régimen tenía otro sistema para que no pocos de sus súbditos se sintie­
ran menos agobiados, tanto en el sentido material como en el psicológico: el
doble proceso de expulsión y masacre que finalmente dejó a Alemania entera­
mente judenrein (limpia de judíos) dejó libre casi tanto espacio de aloja­
miento como un año promedio de actividad constructora. En Viena, por
ejemplo, a los cuatro años del Anschluss, uno de cada diez habitantes se bene­
fició de las oportunidades de nuevo alojamiento que se derivaron del geno­
cidio.
En aquel momento, como es natural, el programa general de viviendas del
régimen estaba ya completamente parado. El número de viviendas construidas
en tiempo de guerra bajó de 115.000 en 1940 a 28.000 en 1944.74 La gran con­
centración de mano de obra alemana y extranjera en las zonas de expansión
industrial del Reich alcanzó tales proporciones que, en el centro estiriano de
minería de hierro de Eisenerz, hombres que trabajaban en tonos de noche
alquilaban sus camas a obreros diurnos.75 En 1941, antes del comienzo de los
ataques aéreos más intensos, se estimaba oficialmente que existía un déficit de
cinco a seis millones de pisos.76 A mediados de 1943, el gobierno construyó
viviendas de emergencia para las víctimas de los bombardeos. En 1944, la
necesidad de viviendas se calculaba casi en once millones, y las bombas
aliadas inutilizaron cuatro millones de pisos.77 A este respecto, entrando en
el terreno del humor, muchos alemanes pud'ieron mirar amargamente a su
alrededor, y recordando la promesa del delegado de la vivienda, Robert
Ley * (según la cual todos tendrían en su día casas aireadas y soleadas), co­
mentar irónicamente: “Pues sí, ahora sí que tenemos casas con mucho sol,
aire y luz...” 78

* E n octubre de 1942, Hider había nombrado al jefe del Frente del Trabajo delegado
del gobierno para el plan nacional de la vivienda (cf. Archivo Federal de Koblenz Bestand
R 41, Reichsgesetzblatt I, p. 623).
15

LA SANIDAD

En un estado moderno, la salud pública depende de muchos factores rela­


cionados entre sí: nivel de higiene, dieta y vivienda, condiciones de trabajo,,
calidad de los servicios médicos, clima psicológico, etc. El Tercer Reich intro­
dujo modificaciones en todos estos aspectos, pero 110 todas ellas fueron positi­
vas y coherentes: junto a progresos en algunas zonas del país se dieron retro­
cesos en otras, y, en general, a los aumentos cuantitativos correspondieron
descensos en la calidad.
Esta dicotomía quedaba ejemplificada en las oscilaciones en el número de­
médicos. Durante la República se habían dado quejas debido a la excesiva
cantidad de médicos, y se afirmaba que había cinco mil médicos (el 10 por
ciento del total) más de los necesarios. Pero nunca se aplicaron las propuestas,
de regulación del ingreso en las facultades mediante numerus clausus.
Poco después de la toma del poder, el régimen redujo la población estu­
diantil total, pero un subsiguiente aumento en el número de ingresos y una
reducción de dos años en los estudios de medicina dieron como resultado la
graduación de 19.000 médicos más durante los primeros diez años de gobierno·
nazi que en la última década de Weimar.1 La preocupación por la necesidad
de una importante reserva de médicos llevó al régimen a eliminar la limita­
ción del diez por ciento al número de muchachas estudiantes (en 1944, un»
de cada ocho médicos era una mujer, contra uno de cada diez bajo Weimar) γ
a conceder prolongadas exenciones del ejército a los estudiantes de medicina.
Se incrementó también el número de enfermeras, de modo que entre 1932 y
1939 la cifra por cada 10.000 habitantes se elevó de 18 a 20.2
Sin embargo, el gran aumento de titulados no afectó al nivel general de-
la asistencia sanitaria. Los aspectos negativos más importantes fueron: la dis-
LA SANIDAD 237

íminución del 40 por ciento en el número de especialistas (de 16.500 en 1938


a menos de 10.000 en 1944), la eliminación de 5.500 médicos judíos y el nivel
más bajo de la enseñanza médica resultante de su acortamiento en dos años.
Además —y por esto la mayor disponibilidad de servicio médico que sugieren
las cifras anteriores existía solamente en el papel—, las funciones asignadas a
la medicina dejaban a la población en general peor atendida que antes. La
•mayoría de los jóvenes médicos no se dedicaban ya a la práctica privada sino
que ingresaban en los servicios de sanidad del gobierno o en la rama médica
■de diversas organizaciones del partido. La Wehrmacht, cuyo volumen se cen­
tuplicó literalmente en el plazo de una década, acaparaba un gran sector de la
profesión médica; lo mismo ocurría, en diferente medida, con la SA, las Ju­
ventudes Hitlerianas, el Servicio Nacional del Trabajo y las SS. Las SS emplea­
ban también a muchos médicos en los campos de concentración y de exter­
minio, donde sus obligaciones profesionales iban del “trabajo de hospital” a
indescriptibles experimentos médicos, pasando por la selección para las cá­
maras de gas.
Otros “procedimientos de selección” que ocupaban a gran número de mé­
dicos eran el programa de esterilización iniciado por el Acta de Prevención
•de Descendencia Hereditariamente Enferma, de 1933, y la “muerte por pie­
dad” de los subdesarrollados mental y físicamente durante la guerra.
Otro nuevo canal, más inocuo, hacia el cual se encaminaba la actividad
médica, era la industria, que llegó a emplear a más de 4.000 médicos en las
fábricas —en su mayoría a tiempo parcial— (a lo cual hay que añadir el per­
sonal médico dedicado al control epidemiológico de millones de trabajadores
extranjeros durante la guerra).3
Todo esto significaba que, en lo referente al acceso a los servicios médicos,
el paciente de la Krankenkasse (el seguro de enfermedad) se encontraba rele­
gado al extremo de una cola, situación que no dejaba de ser deliberada por
parte del régimen. La nueva situación económica en la cual el desempleo
había cedido paso al sobreempleo reducía el interés de los obreros por la asis­
tencia regular al trabajo, y se mostraban más propensos al accidente y a la en­
fermedad que en los difíciles momentos de la Depresión. El régimen conside­
raba que, si los médicos resultaban relativamente inaccesibles, el esfuerzo ne­
cesario para la obtención de bajas dificultaría la simulación de enfermedades y
el absentismo. Por esta razón —y debido al aumento del empleo—, el número
■de pacientes asegurados por médico había aumentado de 450 durante la De­
presión a 600 en 1936.4 Al mismo tiempo, el promedio del gasto del seguro
■de enfermedad en medicamentos por enfermo descendió en una séptima par-
:te, de 3,45 a 3,00 marcos.5
Con respecto a la población total (es decir, la asegurada y la no asegura­
da), la proporción de médicos disponibles descendió en un 6 por ciento —de
238 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

1/1351 a 1/1432— durante los años de paz.6 Y el aumento del 10 por ciento
en el número de enfermeras no implicó una mejora proporcional en la aten­
ción a la salud pública. Dicho aumento provenía en parte de la fundación
de una “hermandad parda” de enfermeras, saturada de la ideología eugenési­
ca de los nazis, prestaba juramento al “evangelio de la indivisible comuni­
dad del pueblo”.7 Estas “enfermeras pardas” eran menos una adición que un
sustitutivo para el cuerpo de enfermeras, organizado en parte por sectas reli­
giosas; por ejemplo, aceptaban, en relación con el programa de esterilización,
obligaciones que las religiosas católicas enfermeras consideraban inaceptables.
Sin embargo, el régimen consiguió ciertas mejoras en el terreno de la sani­
dad. Promovió, por ejemplo, una detección más intensiva de las enferme­
dades en sus comienzos mediante pruebas de adecuación, obligatorias para
todos los recién casados y solicitantes de préstamos matrimoniales y subsidios
familiares.
Posiblemente era más importante como aparato de sanidad auxiliar la dis­
ponibilidad de ciertas organizaciones del partido que podían activarse cuando
surgía la ocasión. Después de haberse apoderado de un bien organizado ser­
vicio de sanidad pública, el régimen disponía así de recursos adicionales para
remediar deficiencias en el funcionamiento de dicho servicio. Si, por ejemplo,
una delegación local de sanidad encontraba demasiado caro el establecimiento
en una zona poco populosa de centros de asistencia infantil, la rama local del
Bienestar del Pueblo intervenía a veces instalando un centro de asistencia
maternal e infantil, y ordenaba oficialmente a todas las madres y niños de la
zona que se presentaran a exámenes obligatorios para la prevención del ra­
quitismo.8
Las organizaciones especializadas del partido estaban también en condi­
ciones de efectuar exámenes masivos por rayos X (en Pomerania, provincia
de menos de 2 millones de habitantes, la unidad especial Roentgen de las SS
manifestó haber examinado por rayos X a 800.000 habitantes en el curso de
1938).9 Durante la guerra, cuando el tifus portado por los piojos se estaba ex­
tendiendo por el Reich, no apareció en la prensa ningún anuncio público sobre
medidas de cuarentena —cosa que habría podido socavar la moral—, pero la
organización del partido propagó de palabra directrices respecto a medidas
preventivas.10
Por otra parte, la preocupación de los nazis por el deporte y la forma física
necesariamente había de tener un efecto beneficioso sobre la salud pública,
aunque en realidad el nivel en este terreno era ya muy alto antes y la típica
tendencia nazi al esfuerzo excesivo dio lugar también a inconvenientes. Así,
el periódico del Servicio de Sanidad Pública, citando el caso de un hombre
de mediana edad que había ganado una medalla deportiva y poco después
había solicitado una baja por enfermedad, decía:
LA SANIDAD 239

“Es dudoso el valor del deporte para los que pasan de cuarenta y cinco
años. A una reciente convocatoria deportiva se presentaron hombres de hasta
cincuenta y cinco años que lanzaban una pelota de 3 kilos de peso a una dis­
tancia de 6 metros y medio, saltaban 2,80 metros y corrían 1.000 metros en
seis minutos. A la mayoría de hombres les desagrada aparecer enfermos o
débiles a los ojos de sus compañeros y convertirse así en objeto de burlas,
y se obligan por ello a esfuerzos físicos que pueden tener resultados graves.” 11
Del mismo modo, a fin de evitar “la violencia y los esfuerzos excesivos”,
la Wehrmacht prohibió competiciones tales como combates de boxeo a me­
nos que tuvieran lugar bajo la supervisión de oficiales.12
Sin embargo, estos subproductos negativos de la obsesión oficial por la
educación física eran sólo parte de un conjunto. El hecho de que en el mo­
mento álgido de la guerra (con muchos hombres en el frente) más de 5 mi­
llones de personas poseyeron el certificado deportivo de A la Fuerza por la
Alegría13 debía evidentemente mucho a la existencia de instalaciones depor­
tivas en empresas industriales, promovida por el estado, y a la instrucción
física obligatoria durante el horario de trabajo, así como a otras actitudes pa­
recidas, tales como la de los ferrocarriles, que condicionaban el contrato de
trabajo permanente a la posesión de la medalla deportiva nacional.14
El horario de las escuelas incluía cinco sesiones deportivas por semana, y
los muchachos que dejaban la escuela se encontraban frecuentemente con
nuevas dosis de educación física en el programa del aprendizaje.15 Entre 1935
y 1938, el número de noches pasadas anualmente por individuo en Albergues
de Juventud aumentó en más de una quinta parte (de 7 millones a 8 y me­
dio),16 y una encuesta realizada en Baviera estableció que, por cada mucha­
cho que sufría pérdida de apetito en los campamentos de verano de las Ju­
ventudes Hitlerianas, dos aumentaban de peso.17
Por otro lado, la salud ortopédica de los miembros de las Juventudes Hitle­
rianas se vio afectada negativamente (el 37 por ciento de los muchachos re­
clutados en 1936 tenían los pies planos),18 al igual que su salud mental. Las
señales de aumento de nerviosismo se diagnosticaron no sólo entre los jóve­
nes, sino también entre mujeres que combinaban las responsabilidades do­
mésticas con la obtención de un salario y entre los hombres, particularmente
los que trabajaban a destajo.
Por lo que se refiere a la tensión nerviosa general, el impacto del Tercer
Reich sobre la psique nacional fue bastante ambivalente. Parece indudable
que la toma del poder engendró una amplia mejoría de la salud mental;18
esto fue no sólo resultado de la expansión económica, sino de la mayor iden­
tificación de muchos alemanes con los objetivos nacionales. Este efecto fue
similar al que normalmente tienen las guerras sobre el suicidio y la depresión
(la Alemania nazi conoció este fenómeno dos veces: en 1933 y en 1939). Pero,
240 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

al mismo tiempo, la sensación de vivir más intensamente que resultaba de la


constante estimulación de las emociones colectivas llevó también a una mayoi
indulgencia ante la bebida, el tabaco y las diversiones. Durante los años de
relativa prosperidad, a finales de los treinta, la mayoría de los alemanes “tra­
bajaban de firme y jugaban fuerte”, actitud difícilmente conciliable con el
mantenimiento del equilibiro mental. Es difícil establecer la proporción real
de trastornos mentales bajo el régimen nazi: aunque el número de internados
en asilos mentales aumentó muy marcadamente —en más de una tercera
parte en Baviera—,20 parte de este aumento quizá se debiera a medidas de
hospitalización más severas resultantes de la política eugenésica del régimen.
El índice de suicidios, según se refleja en las estadísticas oficiales, mos­
traba una tendencia ascendente algo superior al aumento de la población
(1932: 18.934; 1939: 22.288),al pero esto era sólo marginal. La proporción de
suicidios en Alemania, que era doble de la de Inglaterra (28,6 contra 12,4 por
100.000 habitantes en 1936), no cambió apreciablemente. Por otro lado, los
accidentes mortales aumentaron en más de la mitad (1932: 24.870; 1939:
39.767).22 Todo ello era resultado de la mayor actividad económica y de acti­
tudes deliberadamente fomentadas de autoafirmación y falta de respeto por
la vida, tanto de la propia como de la de los demás.*
Casi todos los números semanales del Schwarzes Korps publicaban media
docena de esquelas de jóvenes miembros de las SS muertos en accidentes de
instrucción, mientras los accidentes de ferrocarril (que en Baviera, por ejem­
plo, se duplicaron en estos años)23 sin duda obedecían en parte al empleo
de material deteriorado.
El aumento de accidentes de carretera concordaba con el aumento gene­
ral de accidentes. A mediados de los años treinta, los accidentes ocurridos en
Alemania llegaron al promedio de 8.000 al año, a comparar, por ejemplo, con
los 6.000 de Inglaterra, donde la propiedad de automóviles era tres veces
mayor que en Alemania. La proporción alemana de accidentes de carretera
se atribuía al aumento del alcoholismo, al fomento oficial del uso del auto­
móvil y al ambiente de brutal autoafirmación. (Aunque esto es probablemente
cierto, la interpretación no tiene en cuenta un factor residual: la incierta enti­
dad denominada carácter nacional. La proporción de accidentes de carretera
en la Alemania de la posguerra es bastante más alta que la inglesa.) **
El índice general de mortalidad aumentó durante la época nazi, pero este
aumento fue tan gradual que no puede atribuirse al régimen. Al comienzo del
° E l número de procesos por homicidio por negligencia aumentó en casi un 50 por
ciento entre 1934 y 1938, y los de lesiones por negligencia en casi un tercio (cf. Statistisches
Handbuch für Deutschland 1928-1944, p. 634).
* * No citamos aquí las cifras correspondientes a Estados Unidos, pues la proporción
de habitantes de este país que poseían automóvil era tan superior a la de Gran Bretaña
o Alemania que toda comparación carecería de sentido.
LA SANIDAD 241

Tercer Reich, el índice en cuestión era, aproximadamente, de once por 1.000;


al estallar la guerra ascendió hasta superar ligeramente el doce. En Gran Bre­
taña en tiempo de paz, el índice de mortalidad era del doce por 1.000 y el de
Estados Unidos (en la paz y en la guerra) entre el 10 V 2 y el 11. En reali­
dad, fue sólo durante la guerra cuando el índice de mortalidad entre la po­
blación civil alemana aumentó notablemente, de modo que en 1944 (sin con­
tar las bajas de guerra) estaba 1 punto y medio por encima del de Inglaterra y
4 puntos y medio por encima del de Estados Unidos.
Otro grupo de estadísticas, al otro extremo de la escala, por así decirlo,
merece gran atención: el índice de mortalidad infantil. En su gran interés
por el aumento de población, las autoridades sanitarias nazis dieron gran im­
portancia a la reducción de la mortalidad infantil y consiguieron algunos cla­
ros progresos en este campo. Partiendo de un índice de mortalidad de setenta
y siete por 1.000 niños recién nacidos, habían conseguido reducirla a sesenta
poco antes del estallido de la guerra; pero en 1943 había subido de nuevo a
setenta y dos. Durante todo este período la cifra inglesa (cincuenta y tres
en 1939 y cuarenta y ocho en 1944) fue bastante más baja que la alemana, y
menor fue la norteamericana (cincuenta y uno en 1938 y cuarenta en 1944)·.
La evolución en la esfera de la mortalidad entre recién nacidos era bastante
análoga; los alemanes, a pesar de conseguir reducir su incidencia, estaban por
detrás de británicos y norteamericanos en sus resultados.
Ideológicamente unida a la “batalla de los nacimientos” estaba la cam­
paña de esterilización de posibles progenitores de “descendencia heredita­
riamente enferma”. Al estallar la guerra, 375.000 personas (incluidos 200.000
deficientes mentales, 73.000 esquizofrénicos, 57.000 epilépticos y casi 30.000
alcohólicos 24 habían sido esterilizadas, la inmensa mayoría involuntariamen­
te, es decir, por presión oficial. En ocasiones la esterilización forzosa se exten­
dió a casos que quedaban fuera de la legislación eugenésica: por ejemplo, se
esterilizó a un obrero de Sajonia que había perdido una pierna en un acci­
dente de trabajo, basándose en que su disminuida capacidad para ganar un
salario le impedía formar una familia. A consecuencia de ello, el hombre se
suicidó.25 Un grupo que acogió favorablemente la esterilización fueron las
mujeres débiles mentales de escasa inhibición sexual (dicho de otro modo,
prostitutas a tiempo parcial).
Son dignas de mención otras innovaciones del régimen (realizadas en tiem­
po de paz) en el terreno de la sanidad: la introducción de cambios en la nu­
trición y de nuevas formas de régimen médico. Siguiendo el programa de
autarquía, las autoridades crearon un laboratorio de dietética, dependiente
de la Delegación Nacional de Sanidad, con el propósito de investigar nuevos
alimentos, tales como la carne de ballena, nuevas conservas de pescado, pan
con proteína láctea, “chocolate alemán” y nuevos zumos de manzana. Estos
242 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

zumos perjudicaban la dentadura, pero la mayoría de las otras innovaciones


tuvieron bastante éxito.26 Pero mucho más decisivo para el nivel general de
salud fue la escasez de fruta y verduras, así como el cambio en el sistema
dietético resultante de la sustitución (decretada oficialmente) del pan de ger­
men de trigo por el de harina entera. Especialmente durante la guerra, el nue­
vo tipo de pan negro fue considerado responsable de la amplia aparición de
trastornos estomacales, y la campaña para la instalación de cantinas de fábri­
ca fue acelerada por la preocupación de las autoridades ante la gran cantidad
de afecciones gástricas entre los trabajadores. En 1940 se perdieron 12 millo­
nes de días de trabajo a causa de trastornos gástricos, y algún tiempo más
tarde un importante periódico médico admitía: “La legión de víctimas de do­
lencias estomacales ha aumentado en gran medida durante esta guerra”. 2T
Evidentemente, la tensión nerviosa contribuía a ello al igual que la mala
salud dental, manifestada, por ejemplo, en los casos de caries. Su extensión
entre los niños de corta edad provocó notables aumentos en la cantidad de
personal de las clínicas dentales escolares.28
En 1937, el estudio por parte del Frente del Trabajo de una muestra de
350 familias obreras estableció que más de una cuarta parte de ellas no utili­
zaba pasta dentífrica29 y otra encuesta reveló que sólo el 30 por ciento de
una muestra local más amplia (8.000 pacientes del servicio de sanidad de Co­
lonia) gozaba de perfecta salud dental.30
Buenos ejemplos de la ingerencia del régimen nazi en algunas zonas de
la profilaxis médica eran los hospitales tipo cárcel para “elementos antiso­
ciales” aquejados de enfermedades venéreas o tuberculosis. En Stadtroda, en
Turingia, los pacientes tuberculosos recalcitrantes o descuidados eran man­
tenidos bajo vigilancia y abandonados a su suerte, sin ninguna clase de asis­
tencia médica, si se resistían a las severas medidas de higiene que impera­
ban en las “celdas ordinarias” de la cárcel sanitaria.31 En los hospitales de
tuberculosos la rigurosa disciplina se aplicaba también a las enfermeras: una
de ellas fue sumariamente despedida por haber servido comida extra a un
paciente en dos ocasiones.82
Naturalmente, algunas innovaciones nazis en el terreno de la sanidad ser­
vían a fines más positivos que la disuasión pura y simple. El símbolo más
representativo de los avances de la medicina nazi era el instituto de Hohenly-
chen, el cual (según un comentarista inglés) estaba especializado en la pro­
ducción de “integrados en la vida”.83 En Hohenlychen no se permitía nunca
a un paciente sentirse solo o inútil. Así, un hombre que había perdido el bra­
zo derecho trabajaba conjuntamente en carpintería con otro que había per­
dido el izquierdo; un mecánico de aviación amputado de ambas manos cola­
boraba con otro que realizaba el trabajo manual, y al salir se les dio empleo
a los dos (según instrucciones oficiales) en la misma fábrica. El instituto re­
LA SANIDAD 243

presentaba en dos sentidos la actuación de la ciencia médica nazi: por una


parte, la mayoría de incapacidades que allí se atendían habían sido causa­
das por el régimen (eran consecuencia de excesivo esfuerzo en el deporte, de
accidentes en la construcción de autopistas y de otros accidentes de trabajo),
y, por otra parte, el instituto confería una cierta credibilidad científica al
axioma nazi que ensalzaba el triunfo de la voluntad sobre las circunstancias
adversas.
Relacionada con el tema del triunfo de la voluntad estaba la modificación
del concepto de la muerte. Dado que, en el contexto de la medicina, los fenó­
menos de la muerte y el dolor no podían minimizarse de modo tan simple
como en el mundo surreal del ritual nazi o de los documentales de guerra,
se los rodeaba de una aureola de seudoespiritualidad. En 1938 el doctor Con­
ti, dirigente nazi de la profesión médica, condenó la creciente costumbre de
los médicos de cabecera de enviar al hospital a pacientes en estado muy
grave y se las arregló para disfrazar su verdadera motivación, el interés por
ahorrar los limitados recursos hospitalarios, mediante la frase “La muerte,
como el nacimiento, constituye un acontecimiento natural que figura entre
los más importantes de la vida familiar”.84 La defensa del fallecimiento “en
familia” como una experiencia espiritualmente enriquecedora se ajustaba bien
al concepto de la función del dolor según la visión del mundo de los nazis.
Ya en la época prenazi el embajador británico en Berlín, lord d’Abernon,
se había sorprendido ante la generalizada resistencia al dolor: “Los alemanes
no sólo soportan el dolor estoicamente sino que, ai parecer, lo sienten menos
que hombres de otras razas”.85 Dirigiéndose a la Asociación Filosófica Ale­
mana en 1935, el eminente cirujano Sauerbruch declaró: “Nada grande en
la vida se crea sin el choque del dolor; el dolor transforma y purifica al hom­
bre para sus tareas más elevadas”.86
Los resultados prácticos de la fusión de tales actitudes con la ética heroi­
ca del nazismo se evidenciaban de diversas maneras. Los cirujanos alemanes
recurrían menos a la anestesia que sus colegas anglosajones, y las mujeres
embarazadas se negaban a tomar analgésicos durante el parto, pues habría
sido inadecuado que las mujeres alemanas pasaran por la experiencia supre­
ma de su vida sin estar en plena consciencia.
A pesar de estas manifestaciones de estoicismo, los ciudadanos del Tercer
Reich no gozaban de una salud notablemente mejor que la de sus predeceso­
res o sus contemporáneos de otros países. Por el contrario, tanto el índice de
enfermedad como de accidentes de la Alemania nazi mostraron un aumento.
Así, las cifras anuales de hospitalización subieron de casi 4 millones en 1932
a 5.800.000 en 1938,87 aumento que no podía achacarse totalmente al creci­
miento de población (que fue del 4 por ciento) ni a una profilaxis más com­
pleta. De 1935 a 1937, los accidentes de trabajo aumentaron una tercera parte
244 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

(de 1.354.000 a 1.789.000),38 mientras la población laboral crecía aproxima­


damente la mitad de esa proporción.39
No puede establecerse una gráfica de la sanidad alemana con una curva
claramente descendente, pero algunos de los datos disponibles apuntan en
esa dirección. Uno de estos datos fue el descenso del 2 por ciento en el núme­
ro de hombres considerados aptos para el servicio militar entre 1936 y 1942.
Es poco probable que los médicos de la Wehrmacht aplicaran criterios más
estrictos en tiempo de guerra que en el de paz, y la cifra del 2 por ciento no
es en absoluto pequeña aplicada a una muestra de casi dos tercios de millón
(los porcentajes de 1936 y 1942, eran ochenta y tres y ochenta y uno respec­
tivamente).40 Pueden extraerse otros datos de un examen por orden alfabé­
tico de algunas de las principales enfermedades.

1. Alcoholismo·. El alcoholismo aumentó gradualmente durante los años


treinta y más aún en el curso de la guerra (un aspecto de este hecho
digno de tenerse en cuenta es el aumento entre las mujeres).41 La propor­
ción de fallecimientos por intoxicación alcohólica era cinco veces mayor
que la de Inglaterra, pero estaba considerablemente por debajo de la
de Estados Unidos. Los cálculos estiman el número de bebedores habi­
tuales del país en 300.000, otra cifra desfavorable en comparación con
la británica, pero favorable en relación con la norteamericana.42
2. Cáncer: A lo largo de todos los años treinta, el índice alemán de falle­
cimientos fue aumentando lentamente, aunque seguía algo por debajo
del británico, mientras excedía considerablemente al de Estados Unidos.
Durante la guerra se produjo un mayor aumento, que las autoridades
médicas atribuían en parte a la “alimentación inadecuada”.43
3. Corazón·. En los años treinta, las cifras de mortalidad alemanas aumen­
taron gradualmente pero permanecieron aún bastante por debajo de las
británicas y norteamericanas. La aparición, en tiempo de guerra, del reu­
matismo, que puede ser una causa de las enfermedades del corazón, fue
lo suficientemente fuerte como para suscitar la preocupación oficial (ade­
más de lo cual, representaba una octava parte del total de causas de
ausencias del trabajo).
4. Difteria: El número de casos se duplicó sobradamente entre 1932 y 1938,
en que fue de casi 150.000. Aumentó a continuación hasta casi 250.000
en el momento álgido de la guerra, cuando el índice de mortalidad era
el doble del promedio del tiempo de paz. Esto contrastaba marcada­
mente con Inglaterra y aún más con Estados Unidos, donde en el mis­
mo período se redujo a prácticamente la mitad el número de casos y el
índice de mortalidad. A finales de los años treinta, el número de muer­
LA SANIDAD 245

tes por difteria era cuatro veces mayor en Alemania que en Estados
Unidos,
5. Disentería: En los años treinta, la situación era mejor que en Inglaterra
y peor que en Estados Unidos. A principios de la guerra el número de
casos era el doble que en tiempo de paz (pero —como señalaba el doctor
Conti— sólo una octava parte del de la Primera Guerra Mundial). La
mortalidad general durante la guerra fue bastante más alta que en Ingla­
terra y más baja que en Estados Unidos.44
6. Escarlatina: El número de casos se dobló sobradamente entre 1932 y
1938. La cifra de casos era favorable con respecto a Inglaterra, aunque
no en relación con Estados Unidos, mientras la mortalidad era más alta
en los dos países anglosajones. Durante la guerra, la cifra de casos, así
como la de mortalidad, en Alemania se triplicó aproximadamente —casi
un millón de enfermos entre 1941 y 1943—, mientras Inglaterra y Esta­
dos Unidos mostraban un constante descenso en ambos aspectos. En
1943 morían de escarlatina veinte veces más alemanes que británicos, y
seis veces más que norteamericanos.
7. Gripe: El índice alemán de fallecimientos mostró un cierto descenso tan­
to durante la paz como en la guerra. Fue bastante más bajo que en In­
glaterra y notablemente más alto que en Estados Unidos.
8. Meningitis cerebroespinal: El número de casos en tiempo de paz era algo
más bajo que en Inglaterra y mucho más bajo que en Estados Unidos.
Durante la guerra, la cifra alemana fue bastante menor que la británica,
y considerablemente superior a la norteamericana.
9. Poliomielitis: En la paz como en la guerra, tanto el número de casos
como el índice de mortalidad eran bastante más altos que en Inglaterra
(de ello se culpaba en parte a las Juventudes Hitlerianas, que construían
piscinas al aire libre sin protección adecuada contra una extensión de la
infección). Es difícil establecer una comparación con las tendencias en
Estados Unidos debido a las grandes fluctuaciones que se producían en
este país.
10. Pulmonía: En tiempo de paz, el índice de mortalidad en Alemania exce­
día algo al británico. Durante todo este período, el índice norteamericano
de mortalidad descendió gradualmente de su nivel relativamente alto
hasta llegar a estar por debajo del de Alemania.
11. Sarampión: El índice alemán de mortalidad era bastante más bajo que
el británico, pero estaba algo por encima del de Estados Unidos.
12. Septicemia puerperal: Hubo una reducción gradual tanto de la enferme­
dad como de la mortalidad en los años treinta, pero las cifras aún se­
246 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

guían excediendo a las británicas (que a su vez iban descendiendo), aun­


que permanecían muy por debajo de las norteamericanas,
13. Tifus: En tiempo de paz, el número de casos y el índice de mortalidad
eran bastante más altos que en Inglaterra, pero no más que en Estados
Unidos. En el momento álgido de la guerra, tanto la mortalidad como el
número de casos aumentaron considerablemente en Alemania, mientras
en los países anglosajones se producía la tendencia opuesta. Aun así, los
alemanes podían afirmar que el aumento sólo había llegado a una quinta
parte de su nivel de la Gran Guerra.45
14. Tos ferina: Tanto el número de casos como el índice de mortalidad eran
más bajos que en Inglaterra y Estados Unidos (durante la guerra, al
menos).
15. Tuberculosis: El índice de mortalidad, que había venido descendiendo
rápidamente desde 1900 (en que era de 225 por 100.000 habitantes), se
había situado por debajo del nivel británico y sólo ligeramente por enci­
ma del norteamericano a finales de los años treinta, con 70 por 100.000.
Fueron reconocidos los progresos alemanes en este terreno en el Con­
greso Internacional de Tuberculosis de 1939, celebrado en Berlín. La
guerra conoció una notable expansión de la radiografía, y en 1942 el
estado extendió el apoyo económico a los pacientes no asegurados y a
los familiares que dependían de ellos.46 En dicho año, el índice alemán
de mortalidad excedía ligeramente al británico y bastante marcadamente
al norteamericano. La prolongación de la guerra aumentó los casos de
tuberculosis en las ciudades En 1944-45, el índice de fallecimientos por
tuberculosis entre los berlineses era de 252 por 100.000 (en 1918 había
sido de 282 por lOO.OOO)47

Naturalmente la guerra modificó de manera muy profunda el panorama


de la sanidad. De medio millón de camas de hospital disponibles, 185.000
fueron dedicadas a uso militar,48 pero la escasez resultante fue compensada
en parte mediante el Programa de Eutanasia, que exterminó aproximada­
mente a 100.000 personas internadas en instituciones. Otra campaña —mu­
cho más inocua— llevada a cabo durante la guerra se centró en la salud
dental de los muchachos de catorce a dieciocho años, pues el mal estado de
la dentadura entre los jóvenes de esa edad (especialmente en el campo) esta­
ba afectando negativamente el alistamiento en las fuerzas armadas.
Mientras se concedía especial prioridad a los jóvenes —al igual que en lo
referente al racionamiento—, las personas de edad se encontraban bastante
desatendidas. Los fallecimientos —cuyo número aumentaba de año en año—
producidos por el cáncer, la apoplejía cerebral, la parálisis y los ataques del
LA SANIDAD 247

corazón se relacionaban oficialmente con la senectud,49 y el Schwarzes Korps


admitía en 1944: “Los que pasan de sesenta años tienen mala salud porque
están mal atendidos médicamente”.50
En tiempo de guerra, los ancianos eran el sector más vulnerable de la po­
blación civil, la cual, en general, estaba desprovista de servicios médicos en
comparación con el ejército. En 1937, un centro metropolitano como Berlín
tenía quince doctores por cada 10.000 habitantes mientras, en el extremo
opuesto de la escala, en la Prusia oriental, había cinco por el mismo núme­
ro.51 En 1941 la proporción general del país era de un médico por 10.000-
20.000 habitantes,52 y era normal que en los ambulatorios hubiese de sesenta
a ochenta pacientes por médico esperando ser atendidos. La prensa apelaba
constantemente al público para que acudiese a sus médicos de cabecera sólo
en casos de verdadera urgencia; los pacientes del seguro de enfermedad se
encontraban con que los médicos tardaban tanto en visitarles y concederles
las bajas que perdían entretanto parte de su subsidio por enfermedad.53
Para solucionar este problema, el Schwarzes Korps hizo la ingeniosa su­
gerencia de que los doctores que comprobaran que los pacientes que se
hacían visitar en sus casas estaban en condiciones de ir al ambulatorio les
hiciesen pagar como pacientes privados.54 Al cabo de un tiempo se negó a
los obreros que trabajaban en la producción de armas el derecho a la libre
elección entre todos los médicos del seguro de la ciudad, y les fueron asig­
nados oficialmente médicos de zona, Reoierarzte, según su lugar de empleo.55
En 1944, las necesidades de la población civil se habían hecho tan acu­
ciantes que un cierto número de médicos del ejército fueron devueltos a la
práctica civil y algunos hospitales militares empezaron a tratar a personas
civiles.58 La salud del propio personal sanitario se vio afectada por esta situa­
ción. Durante el tercer invierno de la guerra, los periódicos hablaban de la
aparición de depresiones nerviosas entre los farmacéuticos,57 fenómeno liga­
do con la creciente dependencia de los comprimidos por parte del público.
Había empresas que —con la aprobación oficial— incluían sedantes en los
sobres de paga de sus empleados, aunque al mismo tiempo las autoridades
intentaban, sin mucho éxito, reducir el excesivo consumo de medicamentos y
pastillas, que alguna gente utilizaba como sustituto de la comida en las últi­
mas etapas de la guerra.58
Se ha hecho ya referencia al relativo descuido en que se tenía a los an­
cianos. La población del campo se encontraba en una posición similar, de
última en la cola, en la distribución de unos recursos escasos. El nivel sani­
tario rural empeoró aún más al verse obligados las mujeres y los muchachos
y muchachas muy jóvenes a realizar trabajos manuales pesados que antes
efectuaban los hombres. La salud de los adolescentes se vio también afectada,
hasta tal punto que, en ciertas zonas del campo, el 40 por ciento de los mu­
248 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

chachos llamados a filas fueron considerados no aptos.59 La guerra dañó tam­


bién la salud de las muchachas campesinas. La tensión causada por la sepa­
ración del hogar y el trabajo desacostumbrado produjo perturbaciones en el
ciclo menstrual de más de la mitad de los miembros del servicio de trabajo
femenino; 60 este fenómeno despertó temores entre los estrategas de la “bata­
lla de nacimientos”.
En general, los encargados de planificar la población tuvieron poco moti­
vo de preocupación en un principio, pero la guerra dio lugar a un número
elevado de nacimientos de niños muertos y “abortos criminales”.61 La pro­
porción de nacimientos permaneció más bien alta, y bajó lentamente desde
el punto máximo de entreguerras (de 20,4 por 1.000 en 1939) a entre 15 y 16
en el momento álgido de la guerra. Los países anglosajones, paradójicamente,
mostraron la tendencia opuesta. De menos de 15 por 1.000 a mediados de los
años treinta, el índice de nacimientos británico subió a 17,6 en 1944, supe­
rando así a Alemania por primera vez desde 1933, año de la toma del poder,
mientras en Estados Unidos se registraba un continuo aumento, de 18,7 en
1935 a 21,2 en 1944.
Un año más tarde terminó la guerra y los expertos aliados pudieron eva­
luar la calidad de los servicios médicos del Tercer Reich. No se podía negar
la efectividad de las autoridades nazis en cuanto a evitar descensos importan­
tes del nivel sanitario —especialmente en lo referente a epidemias— entre
los 100 millones de alemanes residentes, evacuados, “alemanes étnicos” reinsta­
lados, obreros extranjeros, obreros esclavos y prisioneros de guerra, concen­
trados en la zona del Reich, que subsistían —al menos hacia el final de la
guerra— con recursos limitados y estaban sometidos a los ataques aéreos
aliados. Frente a esto ¡hay que constatar el relativo atraso de la ciencia médi­
ca. Este atraso, unido a la predilección del cuerpo médico del ejército pol­
las amputaciones, dio como resultado que el Reich tuviera el mayor porcen­
taje de mutilados de Europa. Los alemanes carecían de penicilina y practica­
ban la transfusión de sangre directa, que podía tener consecuencias fatales
para el donante. El servicio de radiología en sus hospitales era escaso, y en
muchas salas de operación faltaba incluso la iluminación de emergencia.62
Y no era ésta la única forma de iluminación que faltaba entre el personal
sanitario. El número de médicos (incluidos profesores de universidad) impli­
cado en “experimentos” en campos de concentración era de 350 —es decir,
uno de cada 300 miembros de la profesión médica alemana—. En Weimar, a
primeros de mayo de 1945, cuando se pidió a una enfermera de la Cruz Roja
que atendiera a un superviviente liberado de Búchenwald, la mujer replicó
indignada: “¿Por qué tengo que atender a un criminal?”.63
16

LA FAMILIA

Al denominar la familia “célula básica de la sociedad”, los nazis, por una


vez, no se limitaban a ceder a su tendencia al lenguaje pomposo: esta defini­
ción estaba llena de significado. El régimen convirtió la actividad automática
de las células —la reproducción— en la motivación consciente de la vida
familiai·, y consideró el éxito en la batalla de los nacimientos como condición
previa a la victoria en todos los demás frentes.
Mirando atrás, los ideólogos nazis explicaban los siglos de debilidad de
Alemania antes de la unificación por la mortandad de la Guerra de los Trein­
ta Años. Mirando hacia adelante, Hitler en una comunicación secreta al Alto
Mando del ejército, en 1937,1 insistió enfáticamente en el constante aumento
de población de los países eslavos en relación con el Reich, y expuso su deci­
sión de hacer frente a esta amenaza mediante una guerra “preventiva” tan
pronto como fuese posible.
El gradual restablecimiento de la curva demográfica alemana era relativa­
mente reciente. A finales de siglo, el promedio anual de nacimientos por mil
habitantes era aproximadamente de treinta y tres, pero esta cifra bajó a me­
nos de la mitad en las tres décadas siguientes.
Este declive se debía a varias causas. Ya antes de la Gran Guerra —que
constituyó un importante freno al crecimiento demográfico—, el hábito de
limitar el número de hijos había penetrado, partiendo de las clases altas, en
las capas medias de la sociedad. La concentración industrial favoreció la ex­
tensión del conocimiento de los métodos anticonceptivos entre los obreros, e
incluso los campesinos comenzaron a conocerlos. La guerra familiarizó a todas
las clases sociales con el uso de los anticonceptivos. Después de la guerra,
se estimó que una de cada cuatro mujeres entre los veinticinco y los treinta
250 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

años no se casaría, y la inflación vino, por otro lado, a agravar este problema
demográfico. Era cosa aceptada, además, que las familias menos numerosas
disfrutaban de un nivel de vida más alto y podían preparar mejor a sus
hijos para la vida. Pero las medidas anticonceptivas no se practicaban de
modo uniforme por todo el país: en las zonas católicas eran objeto de activa
oposición y en los distritos campesinos tenían que luchar con arraigados
prejuicios.
El índice medio de nacimientos en los años veinte había sido de 20,3 por
1.000. Este relativo descenso —que fue acelerado por la Depresión— provocó
los funestos presagios de los nacionalistas, que simultánea (y paradójicamen­
te) adoptaron el título de la novela de Hans Grimm Pueblo sin Espacio (Volk
ohne Raum) como resumen de los males del país en la posguerra.
Fue esta tradición la que llevó a los nazis a dar absoluta prioridad al
aumento del índice de natalidad al tiempo que pedían Lebensraum. Su inte­
rés por la familia estaba motivado por la política de poder, pero coincidía
con generalizadas aspiraciones populares. “Restablecer a la familia en el
lugar que le corresponde” parecía ser el slogan no político alrededor del cual
podían cristalizar los anhelos de quienes se apartaban de las complejidades
del presente.
Naturalmente, este slogan era en realidad cualquier cosa menos apolítico:
el modelo familiar anterior a 1914 estaba centrado en el varón y era autori­
tario. Los que sacaban partido de él vieron la liberalización de las relacio­
nes familiares y costumbres sexuales de después de la guerra como un ataque
a los cimientos del orden social; aquellos a quienes desagradaba la República
atribuían a la misma causa el aumento de la prostitución juvenil originado
por la Depresión.
Pero estos hombres consideraban aún mucho más grave el descenso del
índice de natalidad que se produjo simultáneamente. El colapso económico
lo había afectado en dos sentidos: los matrimonios practicaban una limita­
ción familiar mucho más estricta, y la discriminación en el trabajo en favor
de los hombres con familia dejaba a los solteros sin trabajo y sin posibilidades
de casarse. Como consecuencia, el índice de nacimientos descendió en más de
una cuarta parte —de 20,3 en los años veinte a 14,7 en 1933—.* (El índice
de matrimonios se vio afectado de manera menos drástica: descendió en una
octava parte, de 9,1 por 1.000 a 7,9 en 1932.)
El nuevo régimen demostró su afirmación de ser buen protector de la vida
familiar imponiendo fuertes limitaciones a la igualdad de la mujer, al aborto,

* Según el Statistische Handbuch für Deutschland 1928-1944, Franz Ehrenwirt,


Munich, 1949, p. 47, el promedio anual de matrimonios para la década 1920-1929 había
sido de 575.183, frente a 516.793 en 1932; el promedio anual de nacimientos de niños
vivos fue de 1.285.902, frente a 993.126 en 1932.
LA FAMILIA 251

la homosexualidad y la prostitución (es decir, a sus aspectos visibles). Se lim­


piaron las calles de mendigos —que habían proliferado durante la Depre­
sión—, de modo que las matronas ansiosas no habían de temer ya verse asal­
tadas. Fue sobre todo mediante la reanimación de la actividad económica y
las medidas eugenésicas especiales cómo el régimen provocó una subida espec­
tacular en la curva demográfica; la fertilidad y los matrimonios aumentaron
en la proporción de 2/1.2
La gran cantidad de nacimientos constituyó un voto de confianza “bioló­
gico” en favor del régimen. Ya durante su segundo año, el índice de naci­
mientos subió más de una quinta parte, a 18 por 1.000; con 20,4 (o sea
1.413.000 nacimientos de niños vivos) en 1939, sobrepasaba, tanto relativa
como absolutamente, el promedio de los años veinte. Después de 1940 se pro­
dujo un inevitable descenso pero la cifra de 1943 (1.124.000) todavía superaba
la de 1933 (971.000), la más baja de todas.
Las medidas eugenésicas del régimen —aparte de la medida negativa de la
esterilización (de la que trataremos más adelante)— fueron principalmente de
carácter monetario y propagandístico. Los incentivos económicos a la fecun­
didad eran básicamente de tres tipos: préstamos matrimoniales, subsidios por
hijos y subsidios familiares.
Bajo el programa de préstamos matrimoniales, los recién casados recibían,
en el momento del matrimonio, préstamos de hasta 1.000 marcos. El nacimien­
to de cada uno de los primeros cuatro hijos convertía en regalo una cuarta
parte del préstamo.3 El préstamo —menos las deducciones resultantes de los
nacimientos— debía ser devuelto a razón del 3 por ciento mensual si los dos
cónyuges trabajaban, y del 1 por ciento si sólo trabajaba el marido.
Los subsidios por hijos consistían en la concesión de ciertas sumas en efec­
tivo a los padres de familias numerosas con ingresos limitados, sumas a inver­
tir en muebles, utensilios y ropa. Estos subsidios estaban limitados a un má­
ximo de 100 marcos por hijo y 1.000 marcos por familia. Para poder recibir­
los, las familias habían de tener al menos cuatro hijos de menos de dieciséis
años, pero esto no se aplicaba al caso de las madres viudas, divorciadas o
solteras.4 Ascendían a 10 marcos mensuales por el tercero y cuarto hijo, y 20
marcos al mes por el quinto hijo.
Las cifras muestran una notable correlación entre la generosidad del teso­
ro nazi y el ascenso del índice alemán de natalidad. De 1933 a 1938 se con­
cedieron un total de 1.121.000 préstamos matrimoniales, con 980.000 cance­
laciones debidas a nacimientos; esto representaba un rédito humano de casi
el 90 por ciento sobre la inversión fiscal efectuada. Además, la disponibilidad
de este dinero público constituía un fuerte estímulo a la legitimización del
matrimonio una vez se había producido la concepción de un hijo.
La propaganda inculcaba un ánimo favorable a la procreación mediante
252 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

la manipulación del lenguaje, los rituales y las presiones sociales, así como a
través de un plan de revolución doméstica. Se efectuaban exposiciones enca­
minadas a mostrar que los hombres más grandes del mundo tenían una doce­
na de hermanos (o de hijos, como por ejemplo Juan Sebastián Bach),5 y se
dio valor aristocrático al término “familia” reservándolo oficialmente a los
padres con cuatro hijos o más. Se utilizaba constantemente la emotiva expre­
sión Kindersegen (bendecido con hijos), mientras al deseo de una vida no
estorbada por los hijos —o incluso de una estricta limitación familiar— se le
llamaba “subproducto de la civilización del asfalto”, considerándolo tan des­
preciable como la deserción en la batalla.
Se puso en movimiento un verdadero culto a la maternidad. Anualmente,
el 12 de agosto (cumpleaños de la madre de Hitler), se concedía a las madres
prolíficas la Cruz de Honor de la Madre Alemana (de tres clases: bronce para
más de cuatro hijos, plata para más de seis, oro para más de ocho).6 Las me­
dallas, que llevaban grabada en el anverso la frase “El hijo ennoblece a la
madre”, se imponían en ceremonias dirigidas por los jefes de barrio del par­
tido. La prolífica madre alemana debía “ocupar en la comunidad del pueblo
el mismo puesto de honor que el soldado de primera línea, puesto que los
riesgos a que somete su salud y su vida por el Volk y la Madre Patria son
iguales a los que corre el soldado en plena batalla”.7 El Volkischer Beobachter
anunció: “En agosto de 1939 serán condecoradas tres millones de madres
alemanas; en el futuro, todos los miembros de las organizaciones juveniles
del partido estarán obligados a saludar a las portadoras de la Cruz de Honor
de la Madre; así les rendirá homenaje la generación joven”.8
El reflejo del homenaje se extendió más allá de las filas del partido. En
tranvías, autobuses y metros, los hombres se ponían en pie de un salto para
ofrecer sus asientos a las mujeres embarazadas o a las que llevaban niños
pequeños. Durante la guerra, cuando la adoración nazi de la maternidad llegó
a su punto culminante con la creación del slogan “He donado un hijo al Füh­
rer”, las futuras madres recibían también raciones mayores de alimentos y
cobijo más seguro contra los ataques aéreos.
Pero ¿y las esposas que no habían dado ningún hijo al Führer? Eran una
cantidad considerable: una mujer casada de cada cinco; una de cada tres en
Berlín.* A mediados de los años treinta, una comisión para asuntos eugenési-
cos formada por portavoces del partido y abogados hizo hincapié en el des­
perdicio genético que representaba permitir el mantenimiento de estos ma­
trimonios, puesto que las personas ahora estériles podían resultar fértiles en

15 A finales de 1938, el 22,6 por ciento de los dieciséis millones de mujeres casadas
de Alemania no tenía hijos (cf. Frankfurter Zeitung, 2 4 de mayo de 1939). En Berlín, el
3 4,6 por ciento de las 1.126.000 mujeres casadas no tenían hijos (cf. Kurt Pritzkoleit,
Berlin, Karl Rauch, Düsseldorf, 1962, p. 15).
LA FAMILIA 253

la unión con otros cónyuges.* Esta preocupación por la procreación tenía


toda clase de repercusiones ridiculas. A las empleadas públicas (y privadas)
se les recordaba en ocasiones que su deber para con el estado —o ia empre­
sa— no terminaba cuando dejaban la oficina. En un momento dado, incluso
el Schwarzes Korps mostró desagrado ante la manera en que se efectuaban
ciertas acciones de apoyo a la batalla de los nacimientos:
“Es inadmisible que un superior induzca públicamente a su subordinado a
ser bendecido con hijos (zuni Kindersegen) y, cuando este último contesta que
si su matrimonio es estéril no es por culpa suya, diga: Έ η ese caso, deben
ustedes divorciarse o adoptar un hijo de otros’.” 9
Pero esta inusitada delicadeza fue de poca duración. Cuando el Dresdner
Bank —el mayor de Alemania— publicó su balance anual (el cual, significa­
tivamente, incluía datos sobre los matrimonios y la fertilidad de su personal),
el órgano de las SS declaró: ¡Las cifras son alarmantes! La mitad de las em­
pleadas casadas del banco no tienen hijos”.10
En su preocupación por la batalla de los nacimientos el Schwarzes Korps
intentó una especie de revolución en el hogar alemán. Como la mayor carga
de trabajo que las familias numerosas imponían a las mujeres iba en contra
del crecimiento de la población, el periódico lanzó una campaña en favor de
la igualdad de los esposos, respaldada por fotografías de maridos ejemplares
(y por lo tanto muy poco alemanes) empujando cochecitos de niño y llevan­
do cestos de compra.
Aunque el uso de cestos de compra o trapos de cocina por parte de ios
varones alemanes permaneció en gran medida en el reino de la fantasía, se
puso efectivamente a disposición de las madres una cierta asistencia domésti­
ca mediante el año de servicio social de las jóvenes, por iniciativa de institu­
ciones del partido tales como “Madre e Hijo” y la Sección Femenina Nacio­
nal Sicialista (ver pág. 274), así como a través del reclutamiento, en tiempo
de guerra, de “sirvientas” de la Europa ocupada.11 Se creó una asociación
especial ■
—la Asociación Nacional de la Familia Alemana (Reichsbund Deuts-
cher Familie)— para tratar de los problemas generales de la familia. Un claro
reflejo de la fragmentación de la vida social alemana durante el Tercer Reich
fue el hecho de que la asociación estableciera una red de oficinas matrimonia­
les para candidatos eugenésicamente aptos (los cuales, por cierto, tenían que
comprometerse con el principio de la procreación masiva).
En la cuestión del matrimonio, muchos alemanes todavía recurrían a los
anuncios en el periódico. El énfasis en el factor monetario que mostraban

* E l doctor Kleeman afirmó el 24 de diciembre de 1Θ3Θ, en el Schwarzes Korps: “No


hay nada de absolutamente sacrosanto en un matrimonio sin hijos. Esto es obvio de la
falta de descendencia deliberada, pero también la esterilidad involuntaria perjudica a la
nación. Es posible que los dos cónyuges resulten fértiles en una nueva unión” .
254 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

este tipo de anuncios había provocado frecuentes comentarios por parte de


extranjeros. Con la creación del Tercer Reich, el contenido de los anuncios
matrimoniales empezó a reflejar un sutil cambio de valores; aunque el dinero-
seguía siendo importante, las cualidades eugenésicas lo eran aún más: así, en
un anuncio del Neueste Nachrichten, un maestro de escuela viudo que no
indicaba exigencias económicas, se describía sin rubor como un idealista;12
y otro característico anuncio decía: “Médico de cincuenta y dos años, ario
puro, veterano de la batalla de Tannenberg, con intención de instalarse en el
campo, desea progenie masculina mediante matrimonio civil con aria sana*
virgen, joven, modesta, ahorradora, acostumbrada al trabajo duro, ancha de
caderas, que no use tacones altos ni pendientes y, si es posible, también sin
propiedades”,13 mientras otro declaraba: “Viudo de sesenta años desea tener
de nuevo una cónyuge nórdica dispuesta a ofrecerle hijos, a fin de que la
vieja familia no perezca en cuanto a la línea masculina”.14 (Estos dos anun­
cios, sin embargo, aunque impregnados del dogma eugenésico oficial, desagra­
daron a aquel tutor moral —por nombramiento propio— del público ale­
mán, el Schwarzes Korps, que comentó malhumoradamente sobre el doctor
de cincuenta y dos años: “Se ha acordado algo tarde de sus obligaciones eu­
genésicas”.1'' Del viudo de sesenta años dijo: “Si a su edad todavía no se le ha
dado aún un heredero varón, tendrá que renunciar a él, a menos que quiera
ser culpable de irresponsabilidad hacia una joven que debería ser algo más
que un simple conejo de Indias con el cual un anciano realiza experimentos.
Como este anuncio se ha insertado ya varias veces es de suponer que se trata
de alguien que obtiene un placer furtivo de las respuestas que recibe”.) 18
Como muestran estos exabruptos censoriales, la puesta en práctica de la
política demográfica estaba llena de problemas, particularmente los que plan­
teaban las familias numerosas. Los expertos en eugenesia hacían hincapié en
el hecho de que los padres que no practicaban ninguna limitación familiar
en absoluto (los “pobres imprevisores” de la terminología victoriana) eran a
menudo racialmente inferiores y que el alentar oficialmente su descendencia
estaría en contradicción con el sacrosanto principio nazi de la selección racial.
Así pues, las autoridades que concedían los préstamos matrimoniales se po­
nían en contacto con las delegaciones locales de sanidad, servicios médicos
escolares, organismos benéficos para enfermos mentales, etcétera, antes de
conceder sus préstamos, a fin de asegurarse de las condiciones raciales de los
socilitantes; entre aquellos cuyas peticiones eran rechazadas, la mitad eran
considerados física o mentalmente “por debajo del nivel” y un tercio lo for­
maban obreros no especializados.17
La Delegación de Política Racial del partido nazi creó además un registro
eugenésico nacional, en el cual las “honradas” familias numerosas estaban ins­
critas separadamente de las antisociales que vivían a expensas públicas.18
LA FAMILIA 255

Después de la legislación antisemítica contra la corrupción racial, el


principal dispositivo del régimen para la mejora de la raza era la ley para
la prevención de descendencia hereditariamente enferma.19 Según esta ley,
los alemanes que sufrían de deformaciones físicas, retraso mental, epilepsia,
imbecilidad, sordera o ceguera, debían ser esterilizados. A las personas este­
rilizadas no se les permitía casarse y, si se descubría que lo habían hecho,
sus matrimonios eran anulados judicialmente.20 Las mujeres embarazadas de
un feto “herediatriamente enfermo”, por haber eludido, ellas o sus maridos, la
esterilización, podían y debían ser objeto de aborto legal * (al igual que las
mujeres portadoras de un feto considerado “medio judío”),21 aunque el aborto
per se era uno de los crímenes más horribles según las leyes nazis.
Inmediatamente después de la toma del poder se prohibió el anuncio y
exhibición de anticonceptivos (sin que fueran limitadas, por otro lado, su
fabricación y venta) y se cerraron todas las clínicas para el control de la nata­
lidad. Los abortos fueron denominados “actos de sabotaje contra el futuro
racial de Alemania”, y castigados de acuerdo con esta concepción. Mientras
en el Berlín republicano las multas a las personas implicadas no pasaban a
veces de los 40 marcos, los tribunales nazis imponían condenas de cárcel de
seis a quince años a los médicos responsables de practicar el aborto.** Antes
de 1933, el promedio anual de abortos se calculaba entre los 600.000 y los
800.000, frente a la cifra de un millón a millón y cuarto de nacimientos por
año; una proporción de casi dos por tres. En cuanto al Tercer Reich, es difí­
cil hallar siquiera cifras aproximadas. En 1938 la octava parte del millón y
medio de embarazos se consideró oficialmente como abortos; 22 en los cuatro
años anteriores se produjo un aumento del 50 por ciento en los juicios contra
personas acusadas de aborto (4.539 en 1934 y 6.983 en 1938).128 Suponiendo
una proporción de 1/1.000 abortos detectados y objeto de acusación frente
a los que habían sido realmente cometidos,*** llegamos a la conclusión de que
el descenso posterior a 1933, más que absoluto, fue relativo con respecto a
un número total de embarazos mayor.
Otro método, objeto de mucha publicidad, para el aumento del índice de
nacimientos, fue la campaña oficial para la reducción de la mortalidad infan­
til. Ésta consiguió la disminución de varios décimos de 1 por ciento durante

* Se requería para esto el acuerdo de una comisión de tres médicos así como el
consentimiento de la madre (cf. W allace R. Deuel, People under Hitler, Harcourt Brace,
Nueva York, 1942, p. 248).
* * E n Nordhausen, un médico fue condenado a seis años de prisión por cuatro abortos
consumados y un cierto número de intentos (cf. Frankfurter Zeitung, 2 de septiembre de
1937). En Gottingen, un colega suyo fue condenado a quince años por quince abortos
consumados (Frankfurter Zeitung, 16 de junio de 1939).
e<f* Se obtiene así la llamada Dunkelziffer (cifra negra) que utilizan los sociólogos
alemanes (como W olf Middendorff, en Soziologie des Verbrechens, Dusseldorf, 1959).
256 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

cada año de paz del régimen. (Así, en 1936, el 6,6 por ciento de todos los
niños nacidos murieron dentro del primer año; en 1938, el índice bajó al
6,0 por ciento.) 24 La guerra invirtió esta tendencia, de modo que, en 1943,
los casos de mortalidad infantil en Alemania eran el 7,2 por ciento, frente al
británico de 4,8 y al norteamericano de 4,0 por ciento. (También en tiempo de
paz las cifras anglosajonas eran bastante más bajas que las alemanas.)
Una de las razones de esta situación relativamente desfavorable era el
hecho de que los patronos y las trabajadoras alemanas se mostraban reacios
a observar las disposiciones de la “ley de protección a las madres” de 1927,
que prohibían que éstas trabajasen durante las seis semanas anteriores y
posteriores al parto. Las empleadas embarazadas preferían a menudo traba­
jar hasta el comienzo de los dolores antes que verse perjudicadas por una
reducción de la paga del 25 por ciento. Por la misma razón se ocupaban de
sus hijos sólo durante unos días y después los entregaban al cuidado de otra
persona. Para combatir esta práctica, la organización “Madre e Hijo” creó
hogares de convalescencia posnatal, así como guarderías en los pueblos.25
Otro aspecto de la situación demográfica general del país era el aumento
de la esperanza media de vida en más de veinte años, entre la Guerra franco-
prusiana y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Esto significaba que
mientras antes de 1914 un tercio de la población tenía menos de dieciséis
años, en los años treinta estos jóvenes constituían sólo una cuarta parte.28
Los cambios en la cifra relativa de jóvenes y ancianos eran algo más
que una cuestión de proporciones cambiantes. Hasta 1933 los nazis se
habían presentado con éxito —y no injustificadamente— como el partido de
la Juventud con respecto a la Vejez; al tomar el poder habían declarado
de modo autoritario que se iba a poner fin al enfrentamiento generacional;
no se permitiría que ninguna cuestión conflictiva estropease la armonía interna
de la familia y el Reich. El régimen consiguió realmente rejuvenecer las cabe­
zas de ambas instituciones: la edad media de los miembros del gabinete
del Reich estaba unos diez años por debajo de la de sus predecesores repu­
blicanos (o de sus homólogos occidentales), mientras la edad media en la
que se casaban las parejas jóvenes se redujo de dos a tres años como re­
sultado de la reactivación económica y de las medidas para promover el
crecimiento demográfico.27
No obstante, la vida familiar siguió viéndose afectada por conflictos
entre las generaciones, aunque en forma menos abierta. Al ser más suscep-
tibies al adoctrinamiento y estar más expuestos a él en la escuela y en las
Juventudes Hitlerianas, los jóvenes tendían a mostrar una mayor conformi­
dad (por no decir un mayor fanatismo) que sus mayores.
Con el temor de los padres a ser denunciados por sus hijos o ál hecho
de que las conversaciones familiares pudieran ser inocentemente repetidas en
LA FAMILIA

público, el diálogo entre las distintas generaciones disminuyó todavía más.


Las relaciones entre madres e hijos se vieron particularmente afectadas.
Los niños de diez años a quienes se regalaban puñales tenían, lógicamente,
ideas muy exageradas de su propia importancia, y la paciencia de más de
una madre se veía puesta a prueba por un “amo de la casa” a quien parecía
poco natural la idea de ceder a la autoridad de un simple mujer.
Otro grupo de mujeres se encontró reducido a un estado descrito jocosa­
mente como “viudez política”: aunque sus maridos vivían, las obligaciones
de éstos para con el partido les impedían utilizar el hogar más que para
comer y dormir. En algunos casos el conflicto entre el compromiso político y
la vida doméstica era tan grande que llegó a constituir una nueva categoría de
motivos de divorcio. Un periódico berlinés escribió en 1937: “Es deber
de un marido participar en las actividades nacionalsocialistas, y una esposa
que causa problemas en este sentido da motivos para el divorcio. No debe
quejarse si su marido dedica dos noches a la semana a la actividad política;
asimismo, los domingos por la mañana no pertenecen sólo a la familia”.
Aunque esto parecía un término medio razonable, fue desmentido por
una subsiguiente decisión de un tribunal: “La acusada no puede excusar
su negativa a participar en actividades políticas basándose en que no ha
podido llevar la clase de vida familiar que esperaba al casarse porque el
denunciante ha sido mantenido alejado del hogar casi todas las noches por
el trabajo del partido. En los momentos de alta tensión política, las mujeres
alemanas deben hacer los mismos sacrificios que las esposas de los soldados
que luchan en la actual guerra mundial”.28
Aunque las “viudas políticas” superaban en gran medida a los “viudos”,
se daban también casos de esta situación. Un tribunal de Halberstadt conce­
dió el divorcio a una mujer porque su marido había dicho que pertenecer
a la Unión Nacional Socialista de Mujeres (NS-Frauenschaft, sección feme­
nina del partido) era como formar parte de un círculo de damas que se
reuniesen para tomar café.29
Pero la influencia política directa en la vida familiar (reflejada en el
chiste sobre el padre de las SA,* la madre de la sección femenina, el hijo
de las Juventudes Hitlerianas y la hija de la BDM *** que se encontraban
cada año en la Reunión del Partido en Nuremberg) era sólo un aspecto de
un proceso de erosión más amplio. El régimen engendró toda una serie de
presiones contrarias a la cohesión familiar: el enrolamiento de los jóvenes
para largos periodos de tiempo (para el servicio militar y laboral, campa­
mentos de las Juventudes Hitlerianas o el servicio social de las muchachas,

* Sturmabteilung.
** Bund Deutscheer Madchen (Unión de Jóvenes Alemanas).
258 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de un año de duración), el amplio empleo industrial de las mujeres,* el


aumento de las horas extraordinarias y de los tumos de noche, la creación,
de puestos de trabajo que sólo permitían a sus ocupantes ir a casa los fines
de semana (o incluso menos a menudo), etcétera.
Las cifras de delincuencia juvenil pronto mostraron el efectos de estos
hechos sobre la vida familiar: dentro del contexto general de un índice de
criminalidad en disminución (el número total de acusados ante los tribuna­
les bajó de casi medio millón en 1933 a algo menos de 300.000 en 1939), la
criminalidad juvenil mostró un aumento: de menos de 16.000 casos en
1933 se paso a más de 21.000 en 1940.
La guerra, naturalmente, acentuó esta tendencia, minando aún más las
relaciones familiares. Las cifras de bajas hicieron que el régimen conce­
diera mayor prioridad a su “política de población” a expensas de la morali­
dad convencional. El poeta nazi Hanns Johst, escribiendo sobre sus impre­
siones en un campamento de tránsito para “alemanes étnicos”, mencionaba
con todos los signos de aprobación un ménage a trois formado por un cam­
pesino, su esposa estéril y su criada embarazada. El Schwarzes Korps dio
publicidad a una situación similar bajo el titular: “Una cuestión privada: arte­
sano casado sin hijos tiene un hijo con la hermana de su esposa”.30
Un ejemplo del mantenimiento del principio eugenésico a costa de los ta­
búes sociales es la acción legal iniciada por la esposa de un profesor de
escuela secundaria, de cuarenta y dos años, para demostrar que no era la
descendiente legítima del matrimonio de su fallecida madre con un judío.31
Afortunadamente para ella, dos testigos de edad aseguraron que su madre
había sido de carácter muy alegre y había pasado mucho tiempo en compa­
ñía de oficiales del ejército.
Comparadas con esta forma de exculpación postuma, otras muestras de
mal gusto oficialmente estimuladas parecían casi inocentes feux d’esprit.
Véanse, por ejemplo, los detalles autobiográficos insertados por el dramaturgo
Hans Erich Forel en el programa del Teatro Dessauer cuando se representó
allí su obra Fmuendiplomatie (Diplomacia Femenina): 32 “Como último vás-
tago masculino de mi familia, me agradaría muchísimo tener un hijo y
heredero, pero todos mis intentos hasta la fecha han resultado infructuosos.
Lo he intentado con dos esposas, pero el resultado han sido cuatro hijas.
Si mi deseo de un hijo y heredero no se ve satisfecho, tendré que abandonar
el empeño”.
Si la degradación de la vida familiar en el Tercer Reich tenía su aspecto
de humor enfermizo —ingeniosamente ilustrado por neologismos tales como

e L a mano de obra femenina aumentó en casi un 5 0 por ciento entre 1937 y 1939:
en 1942, su volumen era casi el doble del que había sido antes de la toma del poder.
LA FAMILIA 259

Rekrutenmachen (hacer reclutas) para el acto sexual, Gebarmaschinen (má­


quinas de parir) para las mujeres prolíficas y bevolkerungspolitische Blind-
ganger (fracasos demográficos) para las mujeres estériles—·, también tenía
aspectos de verdadera tragedia. Además de las esposas repudiadas, de las
que volveremos a hablar en este capítulo, había bastantes padres y madres
repudiados, es decir, personas cuyas convicciones políticas o religiosas lleva­
ban a las autoridades a apartar de ellas a sus hijos. El procedimiento oficia!
era muy simple: si la delegación local de Juventudes descubría que un niño
estaba siendo educado en una atmósfera familiar inconformista, solicitaba
al tribunal tutelar de menores una orden de traslado a un hogar “política­
mente de confianza”.33 Entre los delitos que se castigaban con el secuestro
judicial de los hijos estaban la amistad con judíos,34 la negativa a enrolar
a los muchachos en las Juventudes Hitlerianas 35 y la pertenencia a los Testi­
gos de Jehová.3®
Los tribunales nazis estaban muy ocupados con acciones relacionadas
con la legislación familiar. Las investigaciones de paternidad, por ejemplo.
Las relaciones sexuales preconyugales eran práctica frecuente bajo el Tercer
Reich (calculándose su frecuencia entre el 51 por ciento en Sajonia y el
90 por ciento en Munich).37 En su preocupación eugenésica por establecer
la ascendencia de cada recién nacido, el gobierno dio poderes a las autorida­
des, en 1938, para que exigiesen que la madre y todos los posibles padres
se sometiesen a análisis de sangre, después de lo cual el niño podía ser apar­
tado de su hogar. Mientras anteriormente un padre sólo podía intentar de­
mostrar su paternidad dentro de los doce meses posteriores al nacimiento
del niño, esto podía hacerse ahora mientras viviese el niño e incluso después
de su muerte. Si un marido intentaba encubrir el adulterio de su esposa,
intervenía el estado para establecer la verdadera paternidad. Como una cre­
ciente proporción de los padres biológicos del Tercer Reich estaban por
debajo de la edad aiitorizada para casarse, las autoridades 'instituyeron un
procedimiento especial por el cual se declaraba legalmente que los menores
habían obtenido la mayoría, a fin de que pudieran contraer matrimonio.
Un formulario especial de petición para la concesión de la mayoría de edad
a hombres menores de veintiún años estaba redactado así:
“Solicito ser declarado mayor de edad. Estoy prometido desde ... con...
que ha tenido, en fecha de..., un hijo del cual soy padre. Quiero casarme
con mi prometida, que es una buena muchacha, trabajadora y frugal, lo
antes posible, a fin de poder cuidar de ella y de mi hijo mejor de lo que
puedo hacerlo ahora. Mis ingresos semanales ascienden a..., lo cual significa
que puedo llevar una familia. Tenemos/vamos a conseguir un piso. Soy
consciente de lo que significa el matrimonio.”38
Cuando los miembros del cuerpo judicial tenían que decidir sobre cues­
260 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tiones de moralidad sexual, descubrían a menudo que las bases del código
que aplicaban no eran en absoluto coherentes. Así, el mismo año, dos institu­
ciones jurídicas diferentes trataron casos de adulterio de manera diametral­
mente opuesta. La Cámara Disciplinaria (Dienststrafkammer) de Turingia
despidió de su puesto a un profesor de escuela primaria, de cuarenta y
cinco años, que había cometido adulterio, mientras el Tribunal de la Pro­
piedad Agraria (Landerhofgericht) de Celle se negó a declarar inepto para
la adjudicación de una propiedad hereditaria a un campesino acusado del
mismo delito, citando en su apoyo la opinión de las gentes del pueblo.39 *
En el caso del Tribunal Laboral del Reich, fue una misma institución
la que adoptó dos decisiones contradictorias entre sí. El tribunal defendió
el despido de una dependienta soltera por el hecho de que “la evidencia
de su estado podría ofender la susceptibilidad de los clientes”,40 pero llegó
a una conclusión opuesta respecto a una empleada industrial despedida por
motivos análogos. “Este embarazo no debe ser considerado ipso facto como
inmoral y reprochable.”41
Nada mejor como ejemplo de la incoherencia profunda del código moral
nazi que la posición de las mujeres bajo la legislación sobre corrupción ra­
cial de 1935 y la reforma del divorcio de 1938. La ley sobre corrupción racial
reflejaba la visión que tenía Hitler del sexo, característicamente superficial
y anticuada, como una relación sujeto/objeto en la que el varón tenía un
papel constantemente activo respecto a los indefensos juguetes de sus de­
seos. Esto daba como resultado una obvia discriminación respecto a los varo­
nes procesados. Casos de corrupción racial proporcionaron el absurdo espec­
táculo de que tribunales nazis favoreciesen a acusados judíos a costa de
personas de raza aria, pero sólo cuando el ario, en los casos de coito “mixto”,
■era el varón. (A este propósito, incluso el Schwarzes Korps criticó este prejui­
cio introducido en la legislación sobre corrupción racial en su número del
8 de diciembre de 1938).
En la esfera de la legislación sobre el divorcio, la ley tendía a mostrar
prejuicios en el sentido opuesto. El índice de divorcios subió de modo más
vertical durante los años de paz del Tercer Reich que el de matrimonios o
nacimientos. Mientras el total de matrimonios en 1939 superaba al de 1932

° Fue este último juicio el que marcó la pauta, cada vez más, de la actitud de los
•tribunales, adoptada a menudo por deferencia a una opinión expresada en el Schwarzes
Korps. Un tribunal llegó a citar una diatriba de este periódico para justificar la revocación
d e una decisión anterior según la cual había definido como “procuring” la tolerancia
ante las relaciones sexuales de una pareja de prometidos por parte de los futuros padres
políticos (cf. Juristische Wochenschrift, 1937, p. 2, 387). Un tribunal de Berlín determinó
que el hecho de vivir en pecado constituía motivo válido para romper un contrato de
inquilinato sólo en el caso de que la pareja en cuestión suscitase la indignación de los
vecinos por su conducta escandalosa (cf. Frankfurter Zeitung, 2 3 de agosto de 1939).
LA FAMILIA 261

en una quinta parte y los nacimientos habían aumentado el 45 por ciento,


se produjeron un 50 por ciento más de divorcios;42 desde poco más de 42.000
divorcios en 1932, la cifra subió a más de 50.000 en 1935 y 1936, descendió
ligeramente en 1937 y 1938 y en 1939 subió a más de 61.000. Fue axiomático,
desde el principio, que ciertas categorías de matrimonio, por ejemplo los
matrimonios mixtos entre arios y no arios y los matrimonios en los que uno
de los cónyuges era políticamente indeseable, debían ser disueltas. Con el
paso del tiempo ganó terreno la idea de que la esterilidad de un matrimonio
no difería demasiado de la oposición política al régimen. La preocupación
oficial por la fertilidad halló también expresión en una campaña para trans­
formar la separación en verdadero divorcio, de modo que los matrimonios
separados estuvieran en condiciones de formar nuevas familias.
Estas diversas consideraciones provocaron finalmente la promulgación de
la ley de reforma del divorcio de 1938 por el ministro de Justicia, doctor
Gürtner.* La reforma del divorcio, por otro lado, estaba también relacionada
con la incorporación de Austria, donde las leyes católicas vigentes hasta
entonces habían condenado a miles de personas separadas a vivir en pecado
con sus nuevos compañeros.*'*
He aquí los motivos para el divorcio según la ley de Gürtner: adulterio,
negativa a la procreación, conducta deshonrosa o inmoral, desequilibrio, en­
fermedad contagiosa grave, separación de tres años de los cónyuges del ma­
trimonio y esterilidad (a menos que antes se hubiera concebido o adoptado
un hijo; aun así, la cláusula de la esterilidad sólo debía ser aplicada de
acuerdo con lo que los legisladores nazis definían como el sentido común
del pueblo).
El Frankfurter Zeitung acogió bien la reforma por facilitar la disolución
de jure de matrimonios rotos ya de facto, así como la formación de nuevos
lazos matrimoniales.43 Pero a los tres meses anunció la primera decisión del
Tribunal Supremo interpretando el párrafo 55 de la nueva ley: “Después de
una separación de tres años se concederá también el divorcio si el marido
ha dejado a la esposa por otra mujer y la conducta de la esposa ha sido
totalmente intachable”.44 En dos años, la reforma de Gürtner dio lugar a
30.000 instancias de cónyuges rechazados; el 80 por ciento de estos casos fue­
ron iniciados por maridos cuyas esposas eran completamente inocentes del rela­
jamiento de los lazos matrimoniales. Tres de cada cinco esposas rechazadas

e Fue la promulgación de esta ley lo que dio lugar al súbito aumento del número
de divorcios entre 1938 y 1939.
* * Pero las estadísticas de divorcios que hemos citado no incluían las cifras corres­
pondientes a Austria; en este país, la introducción de la nueva ley dio lugar a una cantidad
tan grande de solicitudes de divorcio que se hizo necesario imprimir formularios diferentes
para aliviar el trabajo de los funcionarios encargados de tramitarlos (cf. Frarilcfurter Zeitung,
14 de agosto de 1938).
262 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

eran mujeres de más de cuarenta, y cinco años y llevaban casadas veinte


años o más.45 *
Mientras el índice de divorcios subió incesantemente durante los años
■de paz del Tercer Reich, el número de nacimientos ilegítimos descendió.
En los años veinte, el promedio anual de niños nacidos fuera de matrimo-'
'aio había sido de unos 150.000; esta cifra disminuyó en casi la mitad durante
la Depresión, colocándose un poco por encima de los 100.000 por año a
mediados de los años treinta. Como segmento bastante constante del índice
total y en expansión de nacimientos del Tercer Reich, los nacimientos ilegí­
timos mostraron en realidad un descenso relativo del 10,5 por ciento en
1932 al 8 por ciento en 1939. Las cifras absolutas de nacimientos ilegítimos,
sin embargo, empezaron a subir a partir aproximadamente de 1937,°* y du­
rante la guerra hubo otro comprensible aumento (que, no obstante, no se
puede documentar de modo completo debido a la escasez de información
estadística).
Mucho antes de esto el régimen había lanzado una campaña —en parte
administrativa, en parte propagandística— destinada a otorgar igualdad
de condición así como de respeto público a las madres solteras y sus hijos.
Esta campaña encontró su expresión institucionalizada en Lébensborn (Ma­
nantial de la Vida), la fundación creada por Himmler para mujeres solteras
con progenie debida a hombres de las SS y otros alemanes de valor racial.
Según palabras de su fundador, “Lebensborn partió del principio de que
había gran necesidad de dar a las mujeres racialmente satisfactorias portado­
ras de hijos ilegítimos la oportunidad de tenerlos sin gastos y de pasar las
últimas semanas del embarazo en un ambiente tranquilo”.48 Además de la
residencia prenatal y posnatal en sus hogares, Lebensborn se encargaba de
las legitimaciones nominales, defendía las obligaciones económicas de los
padres y actuaba como servicio de adopción para los miembros del partido
interesados, (Sin embargo, no todos los niños de Lebensborn podían ser adop­
tados, ya que un buen número de padres acababan por casarse.)
La población en general llegó a conocer la existencia y finalidad de los
hogares Lebensborn, que exhibían una bandera blanca con un punto rojo

* Según la ley de 1938, las ex esposas que habían sido parte inocente en el divorcio
debían renunciar a cualquier indemnización monetaria, a menos que fuesen ancianas o
inválidas o tuviesen hijos menores.
oi> De 101.094 en 1937 a 112.339 en 1939 (cf. Statistisches Handbuch für Deutschland
1928-1944, ya citado, p. 47).
**** E n Colonia, por ejemplo, de cada mil niños nacidosvivos, 86 eran ilegítimos en
1937, y 103 en 1940 (en 1933, la cifra fue 96).
***** E l ministro del Interior decretó que las madres de hijosilegítimos tenían derecho
al tratamiento Frau. Si el nacimiento se había producido fuera del distrito de residencia
de la madre, no era necesario informar de él al registro civil local (cf. Frankfurter Zeitung,
2 8 de octubre de 1938).
LA FAMILIA 263

en medio y estaban mejor dotadas y más pródigamente suministradas (espe­


cialmente en tiempo de guerra) que los hogares de maternidad para madres
casadas.47 *
Algo que nadie conocía con detalle y que naturalmente suscitaba malicio­
sa curiosidad era la cuestión de los “sementales”. Se rumoreaba que
Lebensborn tenía empleados de modo permanente “agentes de procreación”
(Zeugungshelfer), alrededor de los cuales se formó toda clase de leyendas.
El mismo Himmler declaró: “Yo fomenté los rumores con el fin de que
toda mujer soltera que deseara un hijo pudiera dirigirse a Lebensborn con
toda confianza... Sólo recomendábamos hombres de auténtico valor, racial­
mente puros, como Zeugungshelfer” 48
En cuanto a las madres de Lebensborn, el procedimiento era algo así1:
“En el hostal de Tegernsee, esperé hasta el décimo día después del co­
mienzo de mi menstruación y fui examinada médicamente; a continuación
me acosté con un hombre de las SS que tenía que cumplir también su obliga­
ción con otra chica. Cuando se diagnosticó el embarazo, pude elegir entre
volver a casa o entrar directamente en un hogar de maternidad... El parto
no fue fácil, pero a ninguna mujer alemana que se precie se le ocurriría
hacerse dar inyecciones artificiales para aminorar el dolor.” 49
Las ejemplares muchachas alemanas decididas a hacer al Führer el
regalo de un hijo no se recataban de sus deseos: en otoño de 1937, los via­
jeros de un tren local bávaro quedaron perplejos cuando una muchacha que
viajaba con ellos les anunció de repente con los ojos brillantes: “Voy al Or-
densburg de las SS de Sonthofen para que me dejen embarazada”.50 Como
ocurría con las familias numerosas, la cuestión de la ilegitimidad provocaba
problemas de evaluación racial, y los elementos “conservadores” dentro del
partido empleaban argumentos eugenésicos para contrarrestar el entusiasmo
de los partidarios de la procreación sin restricciones. En 1934 el periódico
oficial del partido había dicho de modo autoritario: “Las relaciones extra-
maritales son, por lo general, relaciones de frivolidad o de explotación egoís­
ta de un compañero por el otro. A causa de esto, el hijo ilegítimo suele
estar racialmente por debajo del nivel”.51 Incluso después del estallido de
la guerra, se podían oír voces detractaras. La Delegación de Política Racial
del partido nazi publicó una carta de una madre a su hijo soldado en su
periódico Neues Volk: “Hay un límite que una muchacha no debe traspasar,
a menos que quiera perder su dignidad. Una vez traspasado el límite, le

9 Dentro del propio personal sanitario, el estímulo de la maternidad ilegítima se


relacionó con el ingreso en los hospitales de miembros de la Hermandad Parda de Enfer­
meras Nazis, cuyos opiniones eran diametralmente opuestas a las de sus colegas procedentes
de órdenes religiosas.
264 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

será muy difícil seguir siendo honesta”.52 Pero fue también por esta época
cuando Himmler publicó su notoria orden de procreación a todos los miem­
bros de las SS:
“Sólo el que deja un hijo tras él puede morir tranquilo... Más allá de los
límites de las leyes y costumbres burguesas, quizá en otros casos necesarios,
y fuera de la esfera del matrimonio, la tarea sublime de mujeres y muchachas
alemanas de buena sangre, comportándose no frívolamente sino con una
profunda seriedad moral, es convertirse en madres de hijos de soldados que
parten para la batalla, y de quienes sólo el destino sabe si regresarán o mo­
rirán por Alemania.” 53
Cuando una de estas madres perdió al padre de su hijo en combate,
Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler, le dirigió la siguiente carta abierta,
a la que se dio amplia publicidad:
“Me declaro dispuesto a ser el padrino de su hijo. Por lo que se refiere
al apoyo estatal, usted y su hijo serán tratados exactamente como si el
matrimonio se hubiera efectuado. Cuando haya que incluir en el registro
civil los nombres de niños como el suyo, se pondrá el término padre de
guerra’ en el espacio destinado al nombre del padre. La madre conservará
su apellido de soltera, pero al dirigirse a ella se empleará el término Frau.
Si la madre así lo desea, el partido nombrará a un tutor para el hijo.”54
Aunque es imposible informar estadísticamente del éxito de estas campa­
ñas para la promoción de la ilegitimidad, puede deducirse de diversas
fuentes que progresaron durante toda la guerra. En un momento avanzado
de ésta, Himmler dijo a su médico privado, Kersten:
“Hace sólo unos años los hijos ilegítimos eran considerados como algo
vergonzoso. Desafiando las leyes existentes, yo he influido sistemáticamente
en las SS para que consideren a los hijos, sean o no legales, como lo mejor
y más hermoso que existe. Los resultados: hoy mis hombres me comunican,
con los ojos brillantes, que les ha nacido un hijo ilegítimo. Sus chicas lo
consideran un honor, no un motivo de vergüenza, a pesar de las circunstan­
cias legales existentes. Se puede leer constantemente anuncios en este sen­
tido en el Schwarzes Korps.”55
Y era cierto que los anuncios en todos los periódicos mostraban una
inusitada franqueza desde, aproximadamente, 1940. “Hija de profesor, de
veintisiete años, con hijo, busca caballero de hasta treinta y tres con vistas
al matrimonio. Posee dote.”56 “Fraulein con hijo, de veintinueve años, busca
compañero simpático y ambicioso con el objeto final de casarse.”57
Las esquelas necrológicas estaban redactadas en un lenguaje similar:
“Mi prometido y padre de mi hijo, Sepp Schauerhuber, cabo en una
unidad acorazada, ha entregado su vida por él Führer y por la Gran Alema­
nia el 16.8.41. Sigue viviendo para nosotros en su hijo Gerhardt, En luto y
LA FAMILIA 265

con orgullo, Anna Maria Koch, su prometida, con su hijito Gerhardt y la


familia Koch.”58
Extrayendo material para su propaganda eugenésica de situaciones de
dolor y emoción provocadas por la guerra, el Schwarzes Korps publicó
esta carta de la madre de un SS muerto en combate:
“Fui al último lugar donde estuvo destinado. Sabiendo que tenía una
novia allí, yo abrigaba la secreta esperanza de que la chica estuviese espe­
rando un hijo suyo. Desgraciadamente esta esperanza no se vio satisfecha.”"9
Durante su propio “período de lucha”, los nazis habían conseguido un
gran volumen de apoyo femenino prometiendo un marido a todas las mujeres
alemanas; ahora, en un momento en que el Kam pfzeit del país en general
se llevaba diariamente a miles de hombres, llegaron casi a prometer a todas
las jóvenes un hijo. Un informe al Ministerio de Justicia del verano de 1944
declaraba que:
“Los padres de chicas enroladas en la Unión de Jóvenes Alemanas han
presentado una demanda al tribunal de menores de Habel-Brandenburg res­
pecto a líderes de aquella organización que han sugerido a sus hijas que
deberían tener hijos ilegítimos; estas líderes han señalado que, en vista de
la actual escasez de hombres, no todas las chicas podían esperar conseguir
un marido en el futuro, y que al menos deberían cumplir con su deber como
mujeres alemanas y dar un hijo al Führer.”60
El mismo año, el presidente del Tribunal de Cámara de Berlín, infor­
mando al Ministerio de Justicia, deploraba el hecho de que los jueces tuvie­
sen demasiado poco en cuenta el matrimonio como base de la vida racial
y moral:
“En la conciencia de nuestros compatriotas, los trámites de divorcio están
siendo reducidos a una simple formalidad en la cual la parte culpable admite
sus propias transgresiones sin ningún sentimiento de culpabilidad (muy a
menudo a cambio de ventajas económicas como es la renuncia por la otra
parte a la pensión alimenticia).” 81
También en esta época, las jerarquías de la Iglesia Protestante expresa­
ron su alarma ante la aceptación por parte de sus propios sacerdotes de la
indiferencia pública respecto a la santidad del matrimonio.* Un alto funcio­
nario del Ministerio de Educación había observado ya dos años antes:
“La mayoría de muchachos y muchachas jóvenes experimentan el placer
del sexo poco después de la pubertad. Parece que muchos hombres consi­
deran a las chicas entre los artículos de consumo convencionales que repor­
tan placer, como la cerveza y los cigarrillos... A su vez, las chicas alemanas
de hoy tienen fama de poca inhibición en cuestiones sexuales.”®2

* Véase el capítulo acerca de la religión, p. 457.


266 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Se calcula que, al final de la guerra, el 23 por ciento de todos los jóvenes


alemanes tenía -enfermedades venéreas y que la prostitución se había cuadri­
plicado en relación con el tiempo de paz.63 Aunque, teniendo en cuenta la
ocupación aliada, estas cifras no pueden atribuirse sólo a causas internas,
representan sin embargo un elocuente comentario sobre la erosión de la
vida familiar en su sentido más amplio durante el Tercer Reich. (De haber
triunfado las armas alemanas, este proceso habría sido llevado aún más lejos.
En los últimos meses de la guerra, Himmler y Bormann —los dos jerarcas
nazis más poderosos después de Hitler— discutían con toda seriedad un
proyecto de ingeniería social de gran originalidad: se trataba de la institución,
después de la guerra, del matrimonio doble para grandes grupos de alema­
nes meritorios, por ejemplo, funcionarios del partido o soldados condecora­
dos por su valor. La poligamia selectiva todavía podría enderezar el des­
censo del índice de natalidad y corregir el desequilibrio en el mercado ma­
trimonial producido por la guerra; además, debía servil- como señal oficial
de distinción entre la élite en cuyas manos estaba el estado y la gente co­
mún de una sociedad reconstituida, medio industrial, medio tribal.)64
Paradójicamente, cuando se trató de la verdadera reconstrucción de la
sociedad alemana en la posguerra, el potencial xegenerativo de la familia
resultó más fuerte de lo que hacía esperar lo ocurrido durante el Tercer
Reich. Aunque la guerra había tenido el efecto de exacerbar aún más las
relaciones familiares perturbadas, en general tendió a unir más a las fami­
lias integradas así como a otras que coexistían indiferentemente. Quizás esto
no fuera tan sorprendente; al fin y al cabo, en el año cero de 1945, la familia
debió de parecer la única institución social viable que quedaba en el país,
del mismo modo que los apellidos eran las únicas señas de identidad por
las cuales podían reconocerse entre sí las gentes que ya no eran nazis y
no estaban seguras de si eran todavía alemanes.
17

LA MUJER

Así como la eterna vigilancia es el precio de la libertad, el precio del


progreso es el eterno cambio. Este precio parece a veces tan alto que resulta
difícil prever que las consecuencias de no pagarlo serán aún más duras.
En Alemania, las grandes alternativas de este tipo provocaron a menudo
compromisos fraudulentos: la aceptación de cambios materiales y técnicos
estuvo a menudo acompañada del rechazo de los correspondientes cambios
sociales. Un claro ejemplo de este mecanismo es la persistencia del modelo
de femineidad, “Gretchen”. Mientras una cantidad creciente de mujeres vivían
materialmente a la sombra de las máquinas de coser (y de otras máquinas),
eran aún consideradas, desde el punto de vista mental, como si todavía ma­
nejasen la rueca. Las definiciones del papel de la mujer en la sociedad ten­
dían a simplificarse más y más en proporción directa con la creciente diver­
sificación de sus vidas, hasta llegar al axioma Kinder, Kirche, Küche ("ni­
ños, iglesia, cocina”). El slogan “el lugar de la mujer está en el hogar” en­
contró un eco mayor cuanto más se encauzaba el trabajo femenino hacia
fábricas y oficinas debido a las nuevas circunstancias: necesidad económica,
movilización industrial determinada por la guerra, desequilibrio demográfico
de la posguerra (el exceso de 1,8 millones de mujeres en edad matrimonial)
e inflación. Entre 1907 y 1925, la fuerza de trabajo femenina aumentó su
volumen en más de una tercera parte (de 8,5 millones a 11,5 millones), mien­
tras el aumento neto de la población ascendía sólo a una séptima parte
(de 54,5 millones a 62,4 millones)x. Pero los cambios no se dieron sólo en
el terreno numérico. La Constitución de Weimar había dado el voto a la
mujer, y una élite feminista, que abarcaba desde Rosa Luxemburg y Clara
Zetkín en la extrema izquierda, pasando por la socialdemócrata Lily Braun
268 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

y las demócratas Gertrud y Maria Luders, hasta algunas diputados naciona­


listas del Reichstag en la derecha, había contribuido a formar el panorama
político de posguerra. Colocada entre estas personalidades nacionales y el
ejército de mujeres obreras, estaba la vanguardia profesional del segundo
sexo: casi 100.000 maestras, 13.000 mujeres dedicadas a la música y 3.000
profesionales de la medicina. Esta última cifra indica una proporción varón/
hembra en el campo de la medicina de 14/1, la misma que se daba entre los
diputados del Reichstag.2
Las mujeres constituían la décima parte de los miembros de los orga­
nismos electivos locales, y —con 18.678 entre un total de 97.500 en 19323—
una quinta parte de la población estudiantil. Pero formaban apenas el 1 por
ciento de los profesores universitarios,4 aunque hay que recordar aquí que
las universidades alemanas no abrieron sus puertas a una sola mujer hasta
1900,* veinte años más tarde que en los países anglosajones.
Las asociaciones de estudiantes siguieron estando formadas únicamente
por varones, al igual que una poderosa organización del mundo del comer­
cio: la Asociación Nacional de Dependientes (Nationale Handlungsgehil-
fenverband). Naturalmente, la Depresión intensificó la guerra de los sexos
en el mercado de trabajo, pues los empresarios preferían la mano de obra
femenina a la masculina, por ser aquélla más barata.
La grave deterioración económica hizo que las tres K, “niños, iglesia,
cocina”, pareciesen igualmente atractivas a los receptores de subsidios de
paro que a los conservadores de la clase media. Cuando el desempleo masivo
vino a unirse a las secuelas de la guerra y a la inflación en su calidad de
impedimentos al matrimonio, la mayoría de las mujeres comenzaron a mirar
con más buenos ojos la propuesta que representaban las tres K.
Fue en esta situación cuando Hitler —en una síntesis única de cinismo
y penetración psicológica— aseguró a una delegación que discutía con él
acerca de los derechos de la mujer que en el Tercer Reich toda mujer
encontraría marido.5
No hay que creer tampoco que las organizaciones femeninas se opusie­
ran unánimemente a las tres K. Algunas de las más poderosas asociaciones?
femeninas * * estaban estrechamente vinculadas al Partido Nacional y a la
Iglesia Luterana, y exhortaban a las mujeres a elevar su voz en defensa
del status quo ante·, el tipo de oposición que hacían a las tendencias moder-
nizadoras de la era de Weimar difería sólo en cuestiones de matiz de la
que mantenían los nazis. Excepto en la introducción de una ruda franqueza,
el nacionalsocialismo no contribuyó en nada nuevo a la discusión del papel

e En 1908 en la Universidad de Berlín.


s * L a Konigin Louise Bund, la Evangelische Hilfswerk y la Deutsche Frauenschaft.
LA MUJER 269

de la mujer en la sociedad alemana. Mientras en otros temas los nazis ador­


naron viejos slogans con un barniz seudorrevolucionario o seudosocialista, el
“problema de la mujer” sólo les inspiró un refrito de ideas ultraconserva-
doras.
El núcleo del pensamiento nazi acerca de la cuestión femenina era el
dogma de la desigualdad de los sexos, entendida como algo tan inmutable
como la desigualdad entre las razas. Aunque ello no colocaba a la mujer
exactamente al nivel de los judíos, implicaba su irremisible confinamiento al
ámbito doméstico. El signo visible de la inferioridad femenina fue su destierro
del mundo político: una de las primeras disposiciones del partido nazi (de
enero de 1921) excluía para siempre a las mujeres de toda posición dirigente
en la organización.6
El antifeminismo era una variante no mortal del antisemitismo. Así como
este último fundía diferentes resentimientos en un solo odio, el antifeminismo
proporcionaba a los hombres la oportunidad de polarizar toda una compleja
serie de sentimientos: el autoritarismo del paterfamilias, la intolerancia, el
escándalo filisteo ante la sofisticación, la inseguridad en el trabajo de los em­
pleados de cuello blanco, los temores acerca de la propia virilidad y la simple
y pura misoginia.
Hitler definió la emancipación de la mujer como un síntoma de decaden­
cia, como lo eran la democracicia parlamentaria y la ópera de jazz Jonny spielt
auf, de Krenek.7 Walter Darré, el teórico de la cría de cerdos convertido en
ministro nazi de Agricultura, atribuía el deseo femenino de emancipación a
frustraciones originadas por un mal funcionamiento de las glándulas sexua­
les,8 Goebbels aludió directamente al mundo animal para corroborar la vali­
dez del papel asignado a la mujer por la teoría social nazi: “La mujer tiene
el deber de ser hermosa y de traer hijos al mundo, y esto no es en absoluto
tan vulgar y anticuado como a veces se cree. La hembra del pájaro se em­
bellece para su compañero, e incuba sus huevos para él”.9 Pero esta alada
metáfora 110 implicaba necesariamente desprecio; los pájaros viven en el
cielo, y Schiller había elogiado a las mujeres porque prendían rosas celes­
tiales en la vida de la tierra. El otro genio alemán, Goethe, había declarado
que una canción política era un canción desagradable, y Goebbels, cínica­
mente, aprovechó este tradicional desagrado de los alemanes por la política
para convertir la degradación nazi de la mujer en un proceso aparentemente
opuesto: “El hecho de que hayamos apartado a las mujeres de la vida públi­
ca se debe únicamente a nuestra voluntad de devolverles su dignidad esen­
cial”.10 “No es que no respetemos bastante a las mujeres, sino que las respe­
tamos demasiado para mantenerlas en contacto con las miasmas de la demo­
cracia parlamentaria.” 11
El colega de Goebbels, Frick, ministro del Interior, hablaba de clasificar
270 HISTOEXA SOCIAL DEL T ER C ER REICH

a las mujeres de acuerdo con su producción de hijos,* idea que Hitler expuso
menos sucintamente: “La concesión de la igualdad de derechos a las muje­
res significa que éstas son objeto del respeto que merecen dentro del ámbito
que la naturaleza les ha asignado”. Para subrayar la autenticidad de esta
igualación de derechos, Hitler invistió el hecho de la maternidad de signifi­
cación épica: “También la mujer tiene su campo de batalla; con cada niño
que trae al mundo y ofrece a la nación participa en la lucha por el bien
de ésta”.12 **
Otros propagandistas,' aunque también muy adictos al lenguaje pomposo,
tendían a ver a la mujer más como una criatura doméstica que rumiaba, so­
ñolienta, junto al hogar, que como una amazona del mundo del trabajo.
“¿Puede la mujer —se preguntaba el doctor Kurt Rosten— imaginar algo más
bello que estar sentada junto a su amado esposo en su acogedor hogar y es­
cuchar recogidamente el telar del tiempo, mientras va tejiendo la trama y
la urdimbre de la maternidad a través de los siglos y de los milenios?” 13
No se puede negar el atractivo del idilio matrimonial propuesto por Ros­
ten para el subconsciente femenino colectivo, y, ciertamente, el resurgimiento
económico y las medidas nazis para promover el matrimonio prestaron algu­
na realidad a este cuadro de felicidad doméstica a los ojos de millones de
mujeres que habían desesperado de casarse a causa de la Depresión.
Sin embargo, la escena idílica de Rosten encubría un buen número de
contradicciones: el tipo masculino nazi era tan contrario a la vida doméstica
que, aunque era posible que un “combatiente” de recias botas se convirtiese
en un burgués con zapatillas al entrar en su hogar, no era nada verosímil que
se transformase en un atento esposo. Además, muchas mujeres encontraban
difícil adaptar sus oídos, habituados a escuchar el telar del tiempo, al rugido
de los telares mecánicos o al tableteo de las máquinas de escribir.
Aunque se hablaba mucho de obligar a las mujeres casadas a volver a sus
hogares para dejar libres puestos de trabajo que serían ocupados por hom­
bres, este proceso se dio principalmente en el campo profesional, y las fluc­
tuaciones en el trabajo femenino fueron sólo de orden marginal. El hecho
decisivo era que el trabajo femenino era más barato: las mujeres cualificadas
ganaban el 66 por ciento del salario masculino correspondiente, y las no cua­
lificadas el 70 por ciento, lo cual explica que durante la Depresión fuera des­
pedido casi un hombre de cada tres (el 29 por ciento) y sólo una mujer de
cada once (11 por ciento).14 * * * Además, el trabajo de la mujer era indispensa­
* Wilhelm Frick, citado en Dokumente der Deutschen Politik, vol. I, p. 1 7 : “Die
Frau wird nach Gebárleistung eíngestuft” .
* * Cf. Edgar Jung, en Die Herrchaft deer Minderwertigen, 1934 , p. 1 0 0 : “E l desarrollo
de la mujer no tiene lugar en el terreno social, sino en el erótico. Las realizaciones del
amor, la concepción y el parto son las cumbres heroicas de la existencia femenina” .
oeo Los obreros no cualificados ganaban más que las obreras cualificadas.
LA MUJER 271

ble. En 1933, las mujeres constituían el 37 por ciento del total de la pobla­
ción laboral activa de Alemania. Uno de cada dos trabajadores agrícolas era
una mujer; además, el 75 por ciento del trabajo femenino en el campo no era
retribuido, pues era ejecutado por miembros de la familia.15 #
Dado que la absorción de mano de obra masculina por la recuperada eco­
nomía alemana avanzaba a un ritmo mucho más rápido que la de trabajo
femenino —entre 1933 y 1937, 800.000 mujeres recién casadas recibieron
préstamos matrimoniales a condición de no volver a emplearse—, la propor­
ción femenina dentro de la población laboral total descendió en un 31 por
ciento en 1937, aunque en realidad las cifras totales aumentaron. En 1939,
las mujeres constituían de nuevo exactamente una tercera parte de la pobla­
ción laboral activa, formando casi siete millones de trabajadoras industriales
y empleadas. En el conjunto de la industria, representaban casi una cuarta
parte (el 23 por ciento) del personal, pero en algunos ramos, como la confec­
ción y el textil, constituían las dos terceras partes y algo más de la mitad
del total, respectivamente. Incluso en las industrias del metal, uno de cada
ocho obreros era una mujer. En los transportes y en la producción de alimen­
tos, dos de cada cinco trabajadores eran mujeres, y la misma proporción se
daba en las oficinas, donde, por cierto, las mujeres solían estar confinadas a
puestos subordinados. En la alimentación, su papel era similar al que desem­
peñaban en la agricultura. Casi las tres quintas partes de todos los trabajado­
res eran mujeres, pero cuatro de cada cinco de éstas no eran empleadas en
el sentido estricto de la palabra.1® Las mujeres proporcionaron también una
útil fuerza de trabajo semicualifícada y no cualificada en las industrias relati­
vamente nuevas relacionadas con e'1 esfuerzo de producción de anuas y el
programa de autarquía: manufactura del caucho y elaboración de productos
químicos y eléctricos. Con esta creciente demanda de trabajo femenino, el
gobierno rescindió en 1937 su disposición de que las mujeres sólo podían soli­
citar préstamos matrimoniales si decidían no volver a incorporarse al trabajo.
Dado que existía ahora una fuerte tendencia de la mano de obra femeni­
na a buscar trabajos mejor pagados en el sector comercial y en las ciudades,
el gobierno instituyó un “servicio social” obligatorio, de un año de duración,
para todas las muchachas solteras o mujeres menores de veinticinco años
que fueran a trabajar como oficinistas o empleadas de la confección, el ramo
textil o las industrias del tabaco. Durante este año de servicio social debían
realizar trabajos agrícolas o domésticos (o bien dos años como enfermeras
auxiliares o asistentes sociales). Este decreto fue emitido a principios de 1938.

* E n el campo, las mujeres trabajaban 10 3 / 4 horas al día, todos los días del año.
Su total anual de 3.933 horas de trabajo superaba en mucho la media masculina de
3.554 horas (cf. Joseph Müller, Deutsches Frauentum zioischen Gestera und Morgen,
Wirtsburg, 1940, p. 14).
272 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

A finales de este año, se hizo extensivo a todas las futuras trabajadoras de


empresas públicas y privadas. Al cabo de dos años, como resultado de esta
medida, el sector femenino del servicio de trabajo totalizaba el número de
200.000 mujeres.17 Antes del estallido de la guerra, las mujeres fueron tam­
bién empleadas como conductoras de tranvía y empleadas de correos en va­
rias zonas del país, y más adelante algunas de ellas trabajaron en los ferro­
carriles. Esta demanda de trabajo femenino mejoró su posición a la hora de
exigir mejoras salariales, aunque las mujeres ocupadas en la agricultura, el
ramo de la alimentación y similares, cuyo trabajo derivaba de su pertenencia
a la familia, no obtuvieron ningún beneficio de su relativa escasez.
Los salarios femeninos mostraron un índice de aumento ligeramente ma­
yor que los masculinos, el 18 por ciento contra el 16,5 por ciento entre 1935
y 1938.18 El departamento femenino del Frente Alemán del Trabajo recla­
maba constantemente una mayor paridad de las escalas salariales, así como
otras mejoras, pero en vano; todos los beneficios extraordinarios que obtuvie­
ron las trabajadoras se debieron básicamente a la escasez de su número. Un
caso representativo lo constituyeron el millón y cuarto de trabajadoras do­
mésticas del país, cuyas condiciones laborales estaban tan alejadas del muy
cacareado “socialismo de los hechos” que el Frente del Trabajo hubo de
dirigir una apelación directa a los cabezas de familia para que concedieran
a sus sirvientas algunos días libres.19 El Schwarzes Korps explicó tímidamen­
te que los delegados del Ministerio de Trabajo carecían de capacidad legal
de intervención entre las trabajadoras domésticas y sus señoras, pero, final­
mente, cuando el número de puestos de trabajo doméstico excedió en una
proporción de cuatro a uno al de sus posibles ocupantes,20 el periódico de
las SS se quejó de que las sirvientas explotaban egoísticamente la situación,
empleándose en hogares en los que no había niños, mientras que las madres
de familia numerosa estaban al borde de la crisis nerviosa.121 En los primeros
tiempos de la guerra, mejoró aún más la situación de las empleadas domés­
ticas, pero, en mayo de 1941, se produjo una redistribución oficial de la mano
de obra,22 * a partir de sectores como el servicio doméstico, la alimentación
y la distribución hacia industrias más necesarias; pero aun así la medida no
fue exhaustiva. Por ejemplo, se siguió permitiendo que las Hamschneide-
rinnen (modistas que cosían para clientes privados) siguieran ejerciendo su
oficio. Finalmente, el 27 de enero de 1943, bajo el impacto de Stalingrado,
hubo un intento de movilizar totalmente la mano de obra femenina. El Gau­
leiter Sauckel, plenipotenciario del Reich para el reclutamiento laboral, se

e L a primera etapa de la movilización gubernamental de la mano de obra femenina


fue complementada por un esfuerzo, no muy eficaz, por reclutar para las fábricas a
mujeres que no trabajaban. E n Dresde, por ejemplo, 1.250 mujeres fueron invitadas a un
mitin de reclutamiento; asistieron 600 y sólo 120 se ofrecieron voluntarias para el trabajo.
LA MUJER 273

propuso movilizar a tres millones de mujeres entre los diecisiete y los cua­
renta y cinco años.83 Sólo quedaron eximidas las madres con un hijo menor
de seis años o con dos hijos menores de catorce, y las mujeres de mala
salud. No obstante, de los potenciales tres millones de trabajadoras adicio­
nales, sólo algo más de novecientas mil se incorporaron de hecho al trabajo.®
Un millón de ellas fueron consideradas no aptas, más de medio millón fueron
declaradas casos dudosos, y el resto sólo menos de la mitad podían emplear­
se a tiempo parcial. (El método de cálculo utilizado era el de que dos traba­
jadoras a tiempo parcial equivalían a una a jomada completa).24
Los intentos de evasión de reclutamiento laboral * * fueron muy numero­
sos, y diversos los medios utilizados: fingimiento de enfermedad, asunción de
trabajo honorario del partido, ficción de empleo en la empresa de un amigo,
ofrecimiento de adopción de un niño o incluso concepción de uno,25 eto. El
salto del índice de natalidad * * * que resultó de ellos vino acompañado de una
gran cantidad de abortos, lo cual no es de extrañar en el año de Stalingrado
y de la “tempestad de fuego” de Hamburgo.26
La movilización de la mano de obra femenina provocó también enfrenta­
mientos de clase. Dado que las mujeres que trabajaban por necesidad eco­
nómica estaban ya en las fábricas, los decretos de Sauckel llevaron a ellas a
gran cantidad de mujeres de la clase media. Se produjeron insistentes quejas
en el sentido de que las mujeres más acomodadas eludían sus obligaciones 27
y de que los empresarios concedían a las nuevas trabajadoras privilegios que
habían negado a sus compañeras más antiguas y socialmente inferiores.28
En 1944, cuando su número alcanzaba los 14 millones y medio, las mu­
jeres trabajaban a veces hasta cincuenta y seis horas a la semana, a pesar
del hecho de que la Delegación del Plan Cuatrienal constató, poco después
del comienzo de la guerra, que los factores ambientales (horarios prolonga­
dos, dificultades de transporte, cambios de turno, trastornos por bombardeos)
tenían efectos negativos más intensos en la productividad del trabajo femeni­
no que en la del masculino, y que los tumos femeninos de diez horas pro­
ducían a veces el mismo rendimiento que los de ocho.29
Sin embargo, existían algunos atenuantes a la dureza del trabajo feme­
nino, incluyendo uno en el ámbito psicológico: el antifeminismo en el mundo
de la producción suscitó un llamamiento del Frente del Trabajo contra los
prejuicios masculinos en dicho terreno,30 pero en ninguno más. Como muestra

® E l Schlesische Tagezeitung hablaba del “temor a la fábrica” oomo una nueva


enfermedad. “L a mayoría de las mujeres desean trabajar al aire libre o bien conseguir
un empleo sedentario.” Schlesische Tagezeitung, 23 de septiembre de 1944.
00 De las mujeres reclutadas, nueve de cada diez solicitaron puestos en oficinas, pero
descubrieron que éstos habían sido acaparados por las mujeres de los funcionarios nazis.
* eo Ver datos sobre los nacimientos durante la guerra en el capítulo dedicado a la
familia, p. 251.
274 HISTORIA SOCIAL P E L TERCER REICH

concreta de solicitud por las trabajadoras, el Frente del Trabajo pidió a los
propietarios de casas de vecinos que instalasen buzones colectivos para todos
los inquilinos en las plantas bajas de las casas, en beneficio de los doloridos
pies de las mujeres que trabajaban como carteros.31
Las autoridades emitieron disposiciones que dispensaban a las trabajado­
ras de levantar pesos superiores a los 15 kilos; 32 y algunos empresarios con­
siderados concedieron a las mujeres casadas —el 40 por ciento de la mano
de obra femenina en 1942— el derecho a elegir los tumos, y otros les permi­
tieron trabajar cinco días a la semana en lugar de seis.33 Pero esto no oculta
una contradicción básica: el hecho de que aquellas a quienes la retórica nazi
había destinado a la cocina y al cuidado de los hijos hubiesen pasado a cons­
tituir las tres quintas partes de la mano de obra alemana durante la guerra.
El Tercer Reich mantenía una contradicción: miraba, por una parte, al
siglo xx y, por otra, al Tratado de Versalles. Su nostalgia de un pasado pre-
industriai coexistía con su rigurosa preparación industrial para la guerra.
Para ocultar la distancia entre promesas y realizaciones, la propaganda
nazi escaló nuevas cimas de la casuística. “Siempre ha sido nuestro princi­
pal artículo de fe —escribía una dirigente de la Unión de Mujeres Nazis— que
el sitio de la mujer está en el hogar; pero dado que nuestro hogar es toda
Alemania, debemos servirla desde el lugar en que mejor podamos hacerlo.” 84
La propia Unión de Mujeres señalaba la paradójica situación de las mu­
jeres durante el Tercer Reich, que movilizaba para funciones políticas seres
oficialmente definidos como sub-políticos, y enseñaba economía doméstica a
unas amas de casa que cada vez lo eran menos.
La máxima dirigente de la Unión de Mujeres Nazis, Gertrud Scholtz-
King, hizo ante la Asamblea del Partido de 1937 la altisonante declaración:
“Aun cuando nuestra arma sea sólo el cucharón de la sopa, sus efectos debe­
rían ser tan grandes como los de cualquier otra arma”.35 Aquí se resumen
todos los ingredientes de una situación en la cual la absoluta deferencia a la
supremacía masculina y el no reconocimiento de las realidades económicas
estaban recubiertos por una ridicula imitación del lenguaje heroico. Sin em­
bargo, en sus terrenos domésticos y subsidiarios, la vasta rama femenina del
partido desarrolló un considerable grado de actividad: enseñanza de técnicas
culinarias y programas dietéticos, encaminada a la aplicación del programa
de autarquía, orientaciones acerca del aprovechamiento de los restos, y cam­
paña para la sustitución de aceites importados por mantequilla casera y gra­
sas animales, la de tejidos importados de lana y lino por sustitutos de fabri­
cación nacional, y la del algodón y la seda por el rayón. Además, los miem­
bros de la organización enseñaban higiene prenatal, daban cursillos de pue­
ricultura a las jóvenes próximas a contraer matrimonio y de economía do­
méstica a las niñas de las escuelas. Durante la guerra, sus actividades se di­

I
LA MUJER 275'

versificaron aún m ás:36 servían refrigerios, en las estaciones de ferrocarril, a


los soldados y evacuados, hacían trabajos auxiliares para la Cruz Roja, cola­
boraban en la recogida y selección de chatarra y restos de otros materiales,
hacían mermelada para los hospitales militares, preparaban paquetes de co­
mida y ropas para el ejército, organizaban cursos de cocina y círculos de eos-
to a y procuraban sirvientas (deportadas de la Europa ocupada) a las madres
de familia numerosa.
Este amplio programa, unido a la enormidad de la cantidad potencial de
miembros, hacía de la Unión de Mujeres Nazis una de las más colosales orga­
nizaciones del Tercer Reich, cuyas dirigentes profesionales sólo eran inferiores
en número a los del Frente del Trabajo y la Unión de Funcionarios.37
El hecho de que una gran proporción de estas dirigentes —el 70 por cien­
to—■no fueran miembros del partido38 indica la cantidad de mujeres que
estaban preparadas para asumir tareas organizativas, administrativas y edu­
cacionales por razones no políticas, ya fuera como medio de autoafirmación o
de adquisición de prestigio social.
Así, el antifeminista régimen nazi consiguió, paradójicamente, la parti­
cipación de una mayor cantidad de mujeres que la República de Weimar,
que les había concedido el voto. Dentro de esta gran contradicción existía
otra menor: aunque la Unión de Mujeres Nazis no era más que un dócil
anexo del masculino partido nazi, incluía algunos elementos de sufragismo:
aquella enorme organización, con ambiciones políticas inversamente propor­
cionales a su tamaño, dio ocasión a unas pocas mujeres de oponerse a las
concepciones vigentes acerca del segundo sexo.
Un libro publicado en 1934, Las mujeres alemanas a Adolf Hitler, reco­
gía una serie de quejas acerca de algunas de las más evidentes deficiencias
del sistema nazi, desde el punto de vista de la mujer. “Hoy en día, los hom­
bres no son educados para el matrimonio, sino contra él. Los hombres se
agrupan en los Vereine (culbs) y en los Kameradschaftheime (albergues).*
Los matrimonios tienen hoy menos cosas en común y ejercen cada vez menos
influencia sobre sus hijos. La mujer se hunde más y más en las tinieblas de
la soledad.” 39 “Vemos a nuestras hijas crecer en una triste ociosidad, viviendo
sólo por la vaga esperanza de encontrar un marido y tener hijos. Si no lo
consiguen, sus vidas se verán frustradas.” 40 “Hoy en día, los hijos varones,
incluso de niños, no sienten respeto alguno por sus madres. Las tratan como
a sus sirvientas por ley natural, y consideran a las mujeres en general
como obedientes instrumentos de sus propósitos y deseos.” 41
Aquellas quejosas sufragistas rompieron lanzas también en favor de la
mujer trabajadora. “No puede esperarse que las personas rindan siempre al

* Albergues-residencias creados para fomentar el espíritu de cuerpo.


276 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

máximo en su trabajo —afirmaba la revista del Departamento Femenino del


Frente del Trabajo, Frau am W erk— si se les hace sentir constantemente que
su actividad, es más, su simple presencia, es indeseable.” 42 Un importante
terreno de polémica fue el mundo profesional. La dirigente de la sección
femenina de la Organización de Maestros Nazis exigió la paridad de forma­
ción intelectual entre el hombre y la mujer: “Constituye un hecho lamen­
table que se haya desatado una guerra de sexos en el campo de la enseñan­
za. No sólo tienen las maestras pleno derecho a existir, sino que la educa­
ción de los niños exige por parte de las madres la mejor formación posible”.43
En 1937, una destacada feminista nazi, Sophie Rogge-Beme, fue oficial­
mente silenciada.44 Otras defensoras de la emancipación cuidaron de mante­
ner la oposición a la negativa de oportunidades educativas para la mujer,
siempre dentro del contexto de las esferas de actividad “propias” de cada sexo.
“Las doctoras en medicina podrían llevar ayuda y consuelo a las madres
fatigadas y proporcionar apoyo moral a las jóvenes que atraviesan el período
de la pubertad. Las maestras serían las personas más adecuadas para instruir
a las adolescentes en temas tan delicados como la biología y la herencia. Las
juristas serían aptas para resolver procesos acerca de niños, problemas matri­
moniales, divorcios, etc. Las mujeres científicas y las economistas podrían de­
dicarse a la planificación del consumo y de las cuestiones domésticas, así
como a problemas de urbanismo y de política de la vivienda.” 45
Este intento de presentar reivindicaciones a pequeñas parcelas de terre­
nos hasta entonces definidos como masculinos da idea de la inquietud que se
desarrolló entre las mujeres profesionales.
Las doctoras y funcionarías casadas fueron despedidas de sus puestos in­
mediatamente después de la toma del poder. El número de profesoras en las
escuelas secundarias femeninas había decrecido en un 15 por ciento en 1935.
En el curso académico siguiente, el ingreso de muchachas en los cursos pre­
paratorios de profesorado universitario fue totalmente prohibido.48 Para en­
tonces, el número de profesoras universitarias había descendido de cincuenta
y nueve a treinta y siete (de un cuerpo de profesores cuyo número total
era de más de 7.000).47 Un cambio en el programa de las escuelas secunda­
rias femeninas, que lo orientaba más específicamente hacia las ciencias do­
mésticas, suscitó este comentario del Frankfurter Zeitung: “Después de la
reforma educativa, las mujeres se encontrarán de nuevo con dificultades en
el momento de prepararse para carreras universitarias, aunque se nos ha ase­
gurado oficialmente que todavía existen puestos para las mujeres con edu­
cación universitaria”.48
De junio de 1936 en adelante, las mujeres no pudieron ya desempeñar las
funciones de juez y fiscal del estado, y las Assessoren (auxiliares de jueces,
de profesores, etc.) fueron gradualmente despedidas.49 Las mujeres fueron de­
LA MUJER 277

claradas ineptas para las funciones jurídicas alegando que “no pueden pensar
lógicamente ni razonar objetivamente, puesto que se rigen sólo por sus emo­
ciones”.50 (Aun así, quedaron abiertas a la mujer algunas ramas de la pro­
fesión legal.)
La Iglesia Evangélica se unió también a la eliminación de las mujeres dé­
las posiciones dirigentes. En 1935, el obispo de Hamburgo rescindió una re­
forma eclesiástica del período de Weimar según la cual las mujeres eran ad­
mitidas a algunas funciones dentro de la Iglesia.61
La situación de las estudiantes experimentó dos graves reveses durante el
Tercer Reich. Uno de ellos tuvo lugar poco después de la toma del poder y
la otra durante la guerra. En 1933, las mujeres constituían, aproximadamente,
una quinta parte de la población universitaria total.52 El régimen se apresuró·
a tomar medidas para reducir la presencia femenina en la enseñanza superior,,
hasta reducirla al diez por ciento del total del estudiantado. De las 10.000 jó­
venes que aprobaron el examen de la Abituar al año siguiente, no más de·
1.500 fueron admitidas en la universidad.* Mediante una severa regulación·
dd ingreso en las facultades (setenta y cinco mujeres por año en la de medi­
cina, por ejemplo),53 el numems clausus del diez por ciento se aplicó a todos·
los estudios superiores, aunque un cierto número de disciplinas marginales
como el periodismo, la farmacia y la educación física, mostraron un aumento-
de presencia femenina.**
En 1938-39, hubo nuevamente algo más de 2.000 mujeres estudiantes de·
primer año, de un total de 9.000 mujeres estudiantes. Al estallar la guerra, el
numems clausus fue suprimido y el número total de muchachas estudiantes
se duplicó en el plazo de dos años, para alcanzar, en 1943-44, el máximo-
absoluto de 25.000.
Durante la guerra se produjo también un retorno parcial de las profeso­
ras auxiliares despedidas,54 pero aun así, ni una sola cátedra universitaria fue·
ocupada por una mujer durante el Tercer Reich. Las cifras de empleo de las-
profesoras mostraron fluctuaciones similares a las de la población universita­
ria femenina. Después de la reducción inicial, se produjo un relativo nivela-
miento (en 1938, uno de cada cuatro maestros era una mujer), y durante la
guerra aumentó 3a presencia femenina, al ingresar más jóvenes en la profe­
sión y volver a ella un mayor número de mujeres que fueron expulsadas.
* Al mismo tiempo, el régimen introdujo el “año de servicio doméstico” : las jóvenes·
de 18 años debían pasar doce meses haciendo de asistentas domésticas, en el campo o con
familias numerosas. Durante este tiempo, eran alojadas y alimentadas, pero no recibían·
paga alguna. Sus patronos habían de pagar el seguro de enfermedad, pero podían solicitar -
descuentos fiscales. Las muchachas que realizaron este servicio en aquel año y en los
siguientes hasta la guerra figuran entre las principales víctimas de la discriminación nazi.
#a Su número aumentó, respectivamente, del 21 al 28 por ciento, del 28 al 30 por-
ciento y del 23 al 52 por ciento (cf. Charlotte Lorenz, Z ehn-Jahresstatistik des Hochschul- -
besuchs und der Abitursprüfung, Berlín, 1943, p. 48).
278 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Tampoco en el cuerpo de funcionarios se produjo un despido absoluto


del elemento femenino. Aunque en los primeros tiempos del régimen se efec­
tuó una purga bastante sistemática, se mantuvieron en todo momento pues­
tos administrativos en los servicios sociales como zonas especiales reservadas a
la mujer; en 1938, uno de cada diez funcionarios era una mujer. (Hay que
tener en cuenta también que una gran cantidad de mujeres trabajaban en
el propio cuerpo de funcionarios del partido, el aparato de la Unión de Mu­
jeres, el Bienestar del Pueblo Nacional Socialista, la sección femenina del
Frente del Trabajo, la organización Madre e Hijo, etc.)
Las mujeres pertenecientes al cuerpo de funcionarios proporcionaron ade­
más a las autoridades un primer terreno de experimentos para la reconstruc­
ción moral de la sociedad alemana. En 1939, el ministro del Reich Lammers
dispuso que la maternidad extramarital no constituía motivo para la adopción
de medidas disciplinarias contra mujeres funcionarios.55 Aunque esta medida
y otras similares no consiguieron, ni mucho menos, convertir la maternidad
ilegítima en un hecho socialmente respetado, el Tercer Reich consiguió incul­
car ideas nuevas sobre el papel sexual de la mujer en la sociedad. La mayoría
de las organizaciones sociales anteriores se habían caracterizado por la situa­
ción de ventaja en el ámbito sexual de que gozaban los hombres en detri­
mento de las mujeres, ventaja ejemplificada en lo que se ha dado en llamar
doble patrón de moralidad. El Tercer Reich sustituyó el convencional doble
patrón de la sociedad burguesa por la amoralidad pura y simple, y el papel
sexual de la mujer por su simple función biológica.68
La edad promedio del matrimonio había ido aumentando desde la pri­
mera guerra, pero ila toma del poder nazi invirtió inmediatamente esta ten­
dencia. Además, el Tercer Reich convirtió el período de maternidad de la
mujer en el apogeo de su ciclo vital. Las mujeres gozaban de la máxima con­
sideración entre el matrimonio y la menopausia, después de la cual iban que­
dando en una situación de segundo plano, de superfluidad eugenésica. Pero,
debido a las tensiones de la guerra y a la ausencia de los hombres, muchas
mujeres se oponían a ila finalidad biológica que se imponía a su existencia y
aspiraban a la satisfacción de sus impulsos eróticos. Ya antes de 1939, la prác­
tica de concentrar a los hombres jóvenes en barracones o campamentos du­
rante largos períodos había dado lugar a una gran disminución del contacto
entre los sexos antes del matrimonio. Como resultado de ello, las mujeres jó­
venes mostraron una tendencia a mantener relaciones con hombres maduros;
este fenómeno fue lo suficientemente extendido como para dar tema a dos
novelas contemporáneas. ** Después de 1939, los prohibidos contactos sexua­
les con prisioneros de guerra y trabajadores extranjeros se convirtieron en

9 El ángel del amor, de Kasimir Edschmid, y E l secreto d e la vida, de Hans Carossa.


LA MUJER 279

cosa frecuente, y en los últimos tiempos de la guerra el desgaste de los tabúes


sexuales entre las mujeres se convirtió en una característica del panorama
social.
Estrechamente relacionada con el papel sexual de la mujer en la sociedad
estaba la cuestión de su forma de vestir· y sus modales. La toma del poder por
parte de los nazis llevó aparejado un gran cambio del papel que había juga­
do ila apariencia femenina antes de 1933, en que había contribuido a dar un
aire de elegancia y ligereza a la vida alemana. Los militantes del partido, en
particular los pertenecientes a la baja clase media y los de provincias, levan­
taron una gran oleada de polémicas, exhortaciones y amenazas encaminadas
a hacer volver a la mujer alemana a sus supuestas virtudes primordiales. El
Volkischer Beobachter condenaba el maquillaje como cosa flagrantemente no
alemana, definiéndolo como adecuado a las caras sensuales y a los gruesos
labios de las levantinas: “La cosa más antinatural que podemos ver por las
calles es una mujer alemana que, desdeñando todas las leyes de la belleza,
se ha embadurnado la cara con pinturas de guerra orientales”.57 Tales rigo­
res bastaron para que las muchachas muy maquilladas que viajaban en los
autobuses de Berlín hubieran de oír epítetos tales como “puta” o “traidora”.68
Donde el sentimiento popular no alcanzaba tales grados de espontanei­
dad, venían las autoridades a suministrar orientaciones administrativas. Así,
los habitantes de Erfurfc fueron informados por su jefe de policía de su obli­
gación de abordar a las mujeres que fumasen en público y recordarles sus
deberes como mujeres y madres alemanas.69 La organización provincial del
NSBO (predecesor del Frente del Trabajo) de la Baja Franconia excluyó de
sus reuniones a todas las mujeres que llevasen polvos o pintura labial; las que
eran vistas fumando en público perdían automáticamente su condición de
miembros.60 Esta campaña estaba motivada por algo más que por el provin­
cianismo y la gazmoñería; estaba muy presente la preocupación biológica.
Dado que la delgadez era considerada incompatible con la concepción de
muchos hijos,® se quería persuadir a las mujeres de que no se preocupasen
por su figura. Otro aspecto del movimiento contra el modernismo y contra
el encanto femenino fue la afectación pseudosocialista de la revolución nazi.
Como las Juventudes Hitlerianas se adornaban con la ideología antiburguesa
del Movimiento de la Juventud, algunas jóvenes consideraron cuestión de
principio no interesarse por el vestir o por los cosméticos. Combinando estas
varias consideraciones, el régimen creó un tipo ideal de femineidad del cual
fueron presentadas como prototipos las dirigentes de la sección femenina del
Frente del Trabajo. Estas mujeres eran educadas con severidad espartana, en­
señadas a prescindir de los cosméticos, a vestirse de la manera más simple,

* También el hábito de fumar se consideraba nocivo para la fecundidad; ver p. 281.


280 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

a no mostrar vanidad individual alguna, a dormir en camas duras y a evitar


los refinamientos en el terreno culinario. La imagen ideal de aquellas figuras
de anchas caderas, no aprisionada por fajas, era de un rubio radiante, coro­
nada por el cabello recogido en un moño o en una diadema de trenzas.61
Como contrapartida negativa de esta imagen, el régimen aludía a las sufra­
gistas devoradoras de hombres de otros países.68
Aunque esta campaña tuvo una cierta influencia —sobre todo entre los
miembros de la Unión de Jóvenes Alemanias—, levantó en la mayoría de
sectores una reacción de defensa de la moda que halló incluso el respaldo de
personalidades nazis tan encumbradas como Magda Goebbels, que se mostró
dispuesta a patrocinar un muy necesario Instituto Alemán de la Moda,* Su
esposo (que era, presumiblemente, el principal experto en encantos femeninos
del Tercer Reich) se manifestó repetidamente en defensa de la gracia y la
belleza:
“Es triste que las actrices, bailarinas y cantantes tengan que ser eximidas
del Servicio Nacional del Trabajo por un decreto especial del Führer, para
que al menos el mundo artístico constituya una reserva natural donde la be­
lleza y la gracia femeninas puedan llevar una modesta pero segura existencia,
a salvo del embrutecimiento y masculinización de la mujer alemana, que se
viene propugnando oficialmente.” 63
También Goebbels participó en la controversia desatada durante la gue­
rra acerca de las mujeres en pantalones”: * *
“El hecho de que las mujeres lleven pantalones o dejen de llevarlos es una
cuestión privada y no pública. Durante los meses de frío, las mujeres son muy
dueñas de llevar pantalones, aun cuando el partido se oponga a ello en un
lugar o en otro. Deberíamos desterrar la gazmoñería. Vivan el Metropole y
la Scala.” 64 * * *
A pesar de esto, la campaña antipantalones ganó en amplitud. En Stutt­
gart se prohibió a las mujeres llevar pantalones de montar salvo para partici­
par en competiciones ecuestres,65 y el comandante de la Wehrmacht de Gar-
misch-Partenkirchen ordenó a sus hombres que no se dejasen ver en público
acompañados de mujeres en pantalones.66

* Su necesidad se refleja en este comentario de dos americanos: “Me sorprendió la


fealdad de las mujeres alemanas. No sabían andar, y se vestían peor aún que las inglesas”
(cf. William Shirer, Berlin Diary, Hamish Hamilton, Londres, 1941, p. 141). “L a mayoría
de las mujeres casadas estaban demasiado gruesas; todas vestían colores oscuros. Nadie
llevaba ropas alegres” (cf. Patsy Ziemer, Two thousand and Ten Days of Hitler, Harper,
Nueva York, 1940, p. 124).
E n las regiones alpinas, “mujerzuelas en pantalones con pintura de guerra india”
era un epíteto frecuentemente aplicado a las evacuadas de las ciudades industriales
renanas.
Teatros de variedades de Berlín, comparables, aproximadamente, a lo que fue el
Windmill de Londres.
LA MUJER 281

A medida que un mayor número de mujeres asumían trabajos para los


cuales la falda era inadecuada, también la prensa se vio dividida por la con­
troversia de los pantalones. Así, el Hamburger Fremdenblatt evitaba juicios
de valor mencionando el hecho de que las revisoras de tren trabajaban du­
rante turons de noche enteros,67 mientras el Bodensee Rundschau lanzaba una
oleada de invectivas contra las mujeres que llevaban pantalones durante los
trabajos voluntarios de salvamento después de los ataques aéreos.68
La guerra, con sus consecuencias en cuanto a tensión mental y fatiga ner­
viosa, dio lugar también al aumento del hábito de fumar en las mujeres, y
un médico especialista atacó esta costumbre en un artículo en el que exponía
la supuesta relación directa existente entre la excesiva absorción de nicotina
y la esterilidad.89 (Se daba por supuesto que el fumar dañaba los ovarios, y
se alegaba que un matrimonio de fumadores habituales producía, como pro­
medio, 0,66 niños, frente al promedio normal de tres). Así, la batalla por el
derecho de la mujer a vestir como gustase y a fumar continuó a lo largo de
toda la guerra, pero, como otros muchos temas de controversia, no mereció
una normativa definida de boca del árbitro supremo. Incluso, en más de
una ocasión, Hitler se hizo eco de la preocupación de Goebbels por la apa­
riencia femenina: “Por encima de todo, no debemos convertir la guerra con­
tra la femineidad en una guerra total. Las mujeres representan una fuerza
enorme, y en cuanto se les impide el cuidado de su belleza se las convierte
en enemigos”.70
La disputa entre la estética y la ideología en lo referente al aspecto de la
mujer se arrastraba sin resolver ya desde la toma del poder, cuando el
Schwarzes Korps (hablando en nombre de los intereses autárquicos del gre­
mio de sastrería) alegaba que los diseñadores de moda burgueses promovían
estilos evocadores del de las “cocottes judías”, mientras que los creadores de
la moda, por su parte, trataban de asegurar al público que Alemania conti­
nuaba formando parte del beau monde internacional.* La dirección de las
Juventudes Hitlerianas tuvo la perspicacia de permitir que Fe y Belleza (la
sección posterior a la Unión de Jóvenes Alemanas, para las muchachas com­
prendidas entre los dieciocho y los veintiún años) organizase cursos especia­
les e incluso crease escuelas de diseño de moda. El primitivismo de los sas­
tres se vio contrarrestado, durante la guerra, por la importación —mediante
la compra o el pillaje— de grandes cantidades de ropas, medias, pieles y per­
fumes de la Europa ocupada.
El programa de austeridad que habría requerido un esfuerzo de guerra

9 Cf. Frankfurter Zeitung, 2 4 de febrero de 1937. Dos meses después, el Deutsche


Frauenwerk declaraba oficialmente: “Los rumores referentes a la institución oficial de
algo llamado moda alemana son totalmente infundados” (cf. Frankfurter Zeitung, 23 de
abril de 1937).
282 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

total no fue aplicado de hecho hasta un año antes del final de la guerra. Dos
meses después de Stalingrado, Goebbels señalaba aún que algunas adminis­
traciones regionales, aunque desde luego no todas, habían prohibido el teñi­
do del cabello y el ondulado permanente, situación que llevaba a las mujeres
de las clases acomodadas a viajar de un Gau a otro con el fin de ir a la
peluquería.71
Sin embargo, hechos de este tipo no perjudicaron gravemente la capaci­
dad de las autoridades para abastecer a la población civil de los artículos
esenciales durante la mayor parte de la guerra. Los niveles de consumo de
los años de paz se mantuvieron hasta 1941; la escasez realmente penosa no
se hizo sentir hasta la última fase de la guerra.
En conjunto, las mujeres alemanas obtuvieron del Tercer Reich la reduc­
ción del paro en los primeros tiempos, el aumento de la natalidad después y,
finalmente, las raciones de comida preferentes. Seguramente, ellas estaban
más dispuestas aún que los hombres en general a cambiar sus abstractos de­
rechos humanos por un tangible plato de lentejas. Algunas permanecieron en
una feliz inconsciencia del hecho de que la función de “Gretchen paridora” a
la que se las había destinado era una ofensa a su dignidad humana. Muchas
otras consideraron que, a la hora del balance, la seguridad económica y el
culto a la maternidad compensaban sobradamente la discriminación sexual
y la muerte política.
Quizá tampoco fuese la discriminación sexual un problema realmente gra­
ve a los ojos de muchas mujeres no profesionales.* Incluso la purga de mu­
jeres de la vida pública fue compensada en parte por la salida que ofrecían
a sus energías sobrantes el trabajo en la Unión de Mujeres y el Bienestar del
Pueblo. Además, el régimen subvino a las necesidades psíquicas de las muje­
res deseosas de identificación, manteniendo constantemente en la luz pública
a un cierto número de personalidades femeninas ejemplares, como la estrella
de la pantalla, convertida en productora de cine, Leni Riefenstahl, que se ganó
un lugar en el panteón nacional con sus documentales sobre la Reunión de
Nuremberg de 1934 y los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Junto a ella
se colocó posteriormene a Hannah Reitsch, la primera mujer alemana que
consiguió el título de piloto de planeador, el grado de capitán de aviación y
la Cruz de Hierro (de segunda clase).72 Otra fémina ejemplar fue Gertrud
Schiltz-Klink, la soignée ama de casa que sabía combinar la dirección de la

° Cuando la revista Die Frau escribió, al principio de la guerra: “E s necesario acabar


con la idea patriarcal del matrimonio como única vocación posible para la mujer; es
necesario darle una mejor formación profesional, y no solamente una breve y superficial
formación para el trabajo de oficina, que hasta el momento ha sido considerado sólo como
una antesala del matrimonio”, cabe sospechar que no se dirigía sólo a las autoridades, sino
también, en alguna medida, a las lectoras {cf. Die Frau, agosto de 1940).
LA MUJER 283

Unión Nacionalsocialista de Mujeres con el cuidado de una casa y el gobier­


no de una familia de verdad (en el sentido nazi de la expresión, es decir, una
familia de cuatro hijos). Estaban además las esposas de los dos hombres que
seguían a Hitler en la jerarquía nazi: Emmy Goering, de wagnerianas pro­
porciones y actitud, y la defensora de la moda, Magda Goebbels. (Esta últi­
ma, no obstante, a pesar de sus seis hijos, no era muy adecuada para ser
objeto de identificación femenina, a causa de las inclinaciones extraconyuga-
les de su esposo.)
Este tipo de proyección era un factor importante en la vida imaginativa
de las mujeres, pero era insignificante en comparación con lo que represen­
taba el culto al Führer. Dado que la República de Weimar había sido menos
efectiva entre las mujeres que entre los hombres a la hora de inculcar un
sentido de autonomía personal y a la vez de compromiso público, la psique
colectiva femenina permaneció apolítica e imbuida de un residuo de lealtad
dinástica y vaga religiosidad, impulsos latentes que Hitler activó hasta el nivel
de intensidad sin precedentes. Ya en enero de 1932, durante la reunión en
el Club Industrial de Düsseldorf entre Hitler y los magnates del Ruhr, las
damas allí reunidas pagaron un marco cada una a la empleada del guarda­
rropa por el privilegio de oler el ramillete de flores que había sido ofrecido
al Führer a la entrada.73
En los actos públicos, las mujeres presentes entre la multitud mostraban a
menudo una forma de histeria colectiva denominada Kontaktsucht, “ansia de
contacto”, un incontrolable deseo de tocarle físicamente. En los mítines pú­
blicos, Rauschnigg observó que los ojos de las mujeres presentes “se empaña­
ban y brillaban con una especie de exultación religiosa”.74
Cuando terminó la guerra fueron más numerosas las mujeres que los hom­
bres que prefirieron la autoinmolación a continuar viviendo en un mundo
vacío de la presencia de su Führer. Sus suicidios corroboraron irónicamente
el axioma nazi de la diferencia congénita entre el hombre, motivado por la
razón, y la mujer, orientada por el sentimiento.
18

LA JUVENTUD

En la generación joven halló el régimen el grupo de población más malea­


ble a su política y el que le rindió los mayores beneficios en fidelidad y sacri­
ficio en proporción a los halagos invertidos. Cuando estaban en la oposición,
los nazis habían sido el partido de la Juventud contra la Madurez, menos por
la defensa de una causa joven que por su vehemente asalto a la ponderada
República de Weimar. Al llegar al poder, cancelaron inmediatamente la
lucha generacional y consiguieron que su manipulación de los jóvenes sirviese
a dos fines que no eran fácilmente conciliables: liberar todo el potencial de
la agresividad juvenil y, al mismo tiempo, impresionar al público adulto por
el grado de disciplina a que podían someter a los jóvenes.
Se puede decir, pues, que la liberación y la militarización formaban los
polos del campo magnético en que se movió la juventud alemana después
de 1933, paradoja de la que tenemos el ejemplo final de los soldados de quin­
ce años de las Juventudes Hitlerianas que, mientras no podían ir al cine por
la noche a causa de su edad, impedían el avance del Ejército Rojo sobre el
territorio del Reich.
La liberación nazi de la juventud tomó varías formas: colocar a las Juven­
tudes Hitlerianas junto a la familia y la escuela como tribunal de apelación
rival, entregar uniformes (y puñales) a todos los muchachos (cuando sólo unos
pocos adultos seleccionados tenían acceso a ellos), hacer que los hijos guiasen
a los padres inadaptados hacia la nueva época y suscitar esperanzas de una
herencia que no había sido prometida a ninguna otra generación.
Pero cada una de estas relucientes monedas recién acuñadas tenía su rever­
so: la emancipación a través de las Juventudes Hitlerianas representaba una
forma más dura de tutela; la ubicuidad de los uniformes significaba la unifor-
LA JUVENTUD 285

unidad total; el niño que tenía que guiar a sus mayores olvidaba su condi­
ción de niño, y muchos esperanzados herederos acabaron por tener una vida
mucho más breve que sus padres.
La juventud del Tercer Reich no debe ser considerada sólo en sus aspec­
tos familiar, escolar o de pertenencia a las Juventudes Hitlerianas; también
el trabajo fue un elemento esencial en sus vidas. Su importancia se deduce
de las estadísticas de 1938-1939, que registran que 877.849 niños de catorce
.años obtuvieron su certificado escolar, 88.492 de dieciséis años ingresaron en
la universidad y 45.150 se presentaron al examen final de la Abitur.1 Esto sig­
nifica que, como promedio, diecisiete de cada veinte muchachos estaban edu­
cativamente predestinados al trabajo y no a carreras profesionales, académi­
cas o burocráticas. (Para algunos de los niños que dejaban la escuela a los
catorce años, el trabajo no era tampoco una absoluta novedad, ya que la
mano de obra infantil formaba parte integral de la producción agrícola y de
las industrias domésticas —tales como la confección de tejidos o vestidos y
la fabricación de juguetes—, de las que vivían hasta un millón de personas
*en las zonas económicamente atrasadas).*
En la industria, el trabajo infantil estaba prohibido (pero los inspectores
podían permitir el empleo de niños de más de diez años hasta cuatro horas
semanales).2 El tiempo de trabajo normal para los jóvenes (entre los catorce
y los dieciocho años) ascendía a cuarenta y ocho horas a la semana. Era obli­
gatorio dar a los empleados jóvenes una tarde libre a la semana, medida que
provocó cierta oposición por parte de los patronos. En el curso de la intensa
movilización industrial, los jóvenes eran inevitablemente más explotados. Un
-decreto gubernamental de diciembre de 1938 sobre el trabajo por turnos esti­
pulaba que los muchachos de dieciséis años podían trabajar hasta las diez de
la noche en fábricas de maquinaria y diques, mientras que los mayores de
dieciséis años podían ser empleados en tumos de noche. Cuando estalló la
guerra se abandonaron varias regulaciones del trabajo duro de los jóvenes,
pero ello tuvo unos efectos tan adversos sobre su salud que, en diciembre, se
fijó el horario máximo para los menores de dieciséis años en cincuenta y
■cuatro horas semanales, y para los de más de dieciséis años, en cincuenta
y seis. Sin embargo, si su trabajo se consideraba esencial para el esfuerzo
bélico, quedaba a la discreción del inspector del trabajo el extender estos
'horarios.3
A partir de 1938, los muchachos que salían de la escuela tuvieron que ins­
cribirse en las oficinas estatales de colocación y fueron dirigidos hacia las
actividades prioritarias. "La meta máxima no es el enriquecimiento de la

* E l censo de septiembre de 1938 registraba la existencia de 675.233 trabajadores


domésticos en el antiguo territorio del Reich; a éstos hay que añadir los austríacos y los
alemanes de los Sudetes.
286 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

existencia individual sino el aumento de la prosperidad de la nación... Los


deseos individuales pueden respetarse sólo en la medida en que no sean con­
trarios al interés general.” 4 Pero, aunque el margen de elección era reducido,
las oportunidades reales de seguir una carrera que tenían los muchachos de
la clase obrera mejoraron indudablemente durante el Tercer Reich en com­
paración con la etapa anterior. Aunque después de la toma del poder se había
ejercido discriminación contra obreros jóvenes en favor de padres de familia,
a mediados de los años treinta se aseguraron automáticamente puestos en la
industria a todos los que salían de la escuela, y las autoridades prestaron una
gran atención a su preparación profesional. La cualificación profesional en la
industria alemana había sido siempre muy alta; lo que los nazis hicieron fue
darle una mayor accesibilidad, reduciendo los requisitos formales de ingreso
y concediendo a los obreros especializados la paridad con los maestros del
oficio como instructores de aprendices.5
El número de aprendices de oficio aumentó en más de la mitad durante
los años de paz del Tercer Reich (de 420.000 a 660.000).® El Frente Alemán
del Trabajo había preparado en principio un plan por el que todos los mu­
chachos debían efectuar un aprendizaje artesanal; hasta 1936 no se desenga­
ñaron de esta idea romántica y medieval y tuvieron que aceptar el adiestra­
miento industrial como preferible al aprendizaje de un oficio. Se convirtió
entonces en política oficial el alejar a los aprendices de los talleres artesana­
les, encaminándolos hacia los talleres de adiestramiento de las grandes indus­
trias, mejor equipados, donde era además menos probable que fuesen explo­
tados como mano de obra barata.7 Las autoridades elevaron de tal modo la
proporción de aprendices con respecto a la población laboral total que, en
1937, había un aprendiz por cada tres obreros en las industrias metalúrgicas
y uno por cada cinco en la construcción.8
Una competición anual para obreros, llamada la Competición Profesional
Nacional (Reichsberufwettkampf) atraía a un gran número de participantes
(4 millones en 1939) 9 y proporcionaba un gran incentivo a toda la mano de
obra juvenil del Reich. Los ganadores recibían recompensas atractivas tanto
en términos materiales como de prestigio: fotografías en la prensa, entrevistas
por la radio, invitaciones a tomar el té y una arenga de Hitler en la Cancille­
ría del Reich, así como acortamiento de los aprendizajes, adiestramiento adi­
cional, puestos en escuelas técnicas o ascensos en la empresa. Por ejemplo, los
mensajeros de Correos que quedaban en primer puesto en su competición
eran elevados a la categoría de funcionarios.
La Competición Profesional fue una de las pocas innovaciones nazis que
representó una contribución auténtica —aunque parcial— al proclamado ob­
jetivo de la comunidad del pueblo: el 80 por ciento de los participantes ga­
nadores no habían conseguido, de niños, llegar a la enseñanza secundaria; en
LA JUVENTUD 287

algunos casos, los muchachos a quienes se habían concedido becas en escue­


las técnicas pasaban a las facultades tecnológicas de las universidades.10
Para evitar los abusos de los patronos, los aprendices recibían unas libre­
tas donde había que hacer constar día a día los detalles del trabajo. Estas
libretas debían ser entregadas, a intervalos regulares, a la Cámara local de
Industria, para su inspección, aunque, evidentemente, algunas de las anotacio­
nes eran falsas.11 * Otra regulación gubernamental que muchos patronos in­
fringían era el pago a los aprendices de las horas que pasaban en escuelas
del oficio.** Sin embargo, poco antes del inicio de la guerra, las mismas auto­
ridades acortaron los períodos de aprendizaje y redujeron las horas durante
las cuales los aprendices asistían a escuelas profesionales como parte de su
tiempo libre.12
Aunque los programas de enseñanza laboral eran muy completos, al pasar
el tiempo se hicieron cada vez más evidentes algunas deficiencias. Así, el in­
forme anual de la Cámara de Industria y Comercio de Halle de 193813 afir­
maba que el número de candidatos que aprobaban los exámenes de taqui­
grafía y mecanografía era menor que nunca. Los resultados eran mucho me­
jores en lo referente al trabajo industrial, pero esto era contrarrestado por
graves fallos en la parte académica del examen: lengua, matemáticas, di­
bujo, etcétera.
Con la guerra el mercado de trabajo se redujo, y se dieron muchas que­
jas por el empeoramiento del nivel existente entre aprendices y personal cua­
lificado.*** Los patronos se quejaban de que las Juventudes Hitlerianas y
los funcionarios del Frente del Trabajo insistían siempre en los derechos de los
obreros jóvenes pero no se ocupaban de hacerles conocer sus obligaciones.
Alegaban también que la excesiva indulgencia por parte de examinadores de
escuelas en general y escuelas industriales estaba afectando de modo negati­
vo la preparación de las nuevas promociones de mano de obra.14
A principios de 1941, el total de la población laboral juvenil alemana era
de 5 millones, en cuyo beneficio el Departamento de Juventud del Frente del
Trabajo organizaba reuniones juveniles en las fábricas, actividades para el

0 Algunos maestros — erróneamente— se creían autorizados a infligir castigos corpo­


rales a los aprendices (cf. Frankfurter Zeitung, 1 de septiembre de 1937).
Tampoco estaban muy satisfechos los patronos con los derechos de los aprendices
en lo referente a vacaciones, que eran de quince días para los de quince años, de doce
para los de dieciséis años y de diez para los de diecisiete años. Además, si los jóvenes
obreros solicitaban asistir a cursillos de las Juventudes Hitlerianas, los patronos no tenían
derecho a reclamación alguna cuando estas vacaciones se prolongaban (cf. Frankfurter
Zeitung, 2 9 de pulió de 1937, citando al delegado laboral de Alemania central).
* * * En 1940, las Cámaras del Comercio y de la Industria censuraron el hecho de que
las autoridades insistían en que los patronos pagasen subsidios mensuales para la educación
de los aprendices, de cuyos subsidios no podían efectuarse deducciones cuando el em­
pleado faltaba al trabajo (cf. Archivo Federal de Koblenz, R 11/234 B).
288 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tiempo libre, servicios de orientación profesional y revisiones médicas, así


como la construcción de albergues especiales para aprendices. (El creciente
atractivo del trabajo industrial para los jóvenes de las zonas rurales signifi­
caba que un número cada vez mayor de ellos eran alojados en albergues ad­
heridos a grandes complejos industriales, como la fábrica Volkswagen de
Wolfsburg.)
La tendencia de la gente joven a emigrar del campo, que el régimen con­
trarrestaba canalizando a la juventud urbana hacia el trabajo agrícola por
medio del Servicio Laboral del Reich, las Juventudes Hitlerianas o el Servi­
cio Social Femenino, era provocada por los salarios bajos, la falta de comodi­
dades y diversiones y las condiciones de trabajo agotadoras.
Así, en 1937, de 17.000 candidatos de zonas rurales examinados médica­
mente para la admisión a un curso intensivo de adiestramiento físico organi­
zado por el dirigente de la Corporación de Productores de Alimentos, Darré,
sólo un 4 por ciento satisfizo los requisitos de entrada, desde luego nume­
rosos.15 Se descubrió que algunos jóvenes sufrían defectos de los pies y des­
viaciones de la columna vertebral, a causa del exceso de trabajo. La mayor
parte mostraba señales de lo que la juventud campesina estaba pagando por
la escasez de mano de obra agrícola.
En cuanto a la” salud de los jóveens en general, los primeros años de la
época nazi se vieron marcados por un aumento del índice de enfermedades
infantiles, aumento bastante mayor que el experimentado por el de nacimien­
tos (un 25 por ciento entre 1931-1933 y 1934-1936). Así, los casos de escarla­
tina aumentaron aproximadamente en una mitad entre 1933 y 1937 (79.830
casos contra 117.544); los de difteria casi se duplicaron (77.340 contra 146.733);
los de parálisis infantil mostraron un aumento parecido (1.318 contra 2.723); los
de disentería casi se triplicaron (2.685 contra 7.545); y los de meningitis
aumentaron una vez y media (617 contra 1.574).16 Del dos al cuatro por ciento
de todos los jóvenes fueron considerados propensos a enfermedades orgánicas
del corazón, y una cifra similar a trastornos nerviosos.17
El creciente nerviosismo de los jóvenes durante la época nazi fue motivo
de numerosos comentarios, tanto en Alemania18 como en el extranjero.19 Al
examinar a muchachos de diez a dieciocho años que habían asistido a cam­
pamentos de las Juventudes Hitlerianas, los médicos diagnosticaron cincuenta
casos de perturbación del proceso digestivo, probablemente debidos a la
tensión nerviosa, aunque la proporción general de muchachos que habían ga­
nado peso en el campamento en relación con los que no lo habían hecho era
de dos a uno.120
Otro campo que mostró un claro empeoramiento era la salud ortopédica.
En 1937, una revista médica declaraba que recientemente aparecían a me­
nudo entre los escolares síntomas que antes se habían dado entre aprendí-
:Μ·Μ-

Durante el primer año de guerra pudo aún observarse en Berlín una atmósfera casi normal,
que no tardaría ya en desaparecer.
La creciente intervención femenina en los puestos de trabajo fue un hecho palpable y no
solo en laboratorios farmacéuticos. ’ y
Colecta pública para los “Nuevos albergues juveniles” (1936) y de hecho para fabricar
armamento.

Instituto de Anatomía de Bonn.


Hitler había declarado que “en el Tercer Reich cada muchacha encontraría un marido” .
A la derecha vemos a Eva Braun, la mujer que a última hora sería esposa de Hitler, y a la
hermana de aquélla.
En estas dos ilustraciones de las “Juventudes Hitlerianas” podemos apreciar que la forma­
ción ideológica del ámbito juvenil fue uno de los objetivos primordiales del régimen.
La juventud del bello sexo, encuadrada en la “Sección Femenina” era preparada,
física y políticamente, con disciplina militar.
LA JUVENTUD 289

ces y durante la adolescencia.21 “Se someten a esfuerzos excesivos los pies


de estos chicos y chicas, que tienen que andar por caminos difíciles, soportar
cargas pesadas...”
Según se informó poco después, uno de cada tres reclutas examinados en
1936 tenía los pies planos.22 En un paso importante, el diligente regional
de Hannover de las Juventudes ordenó la reducción al mínimo de las activi­
dades de las Juventudes Hitlerianas durante el invierno de 1938-39, y pidió
a las autoridades escolares que hicieran lo mismo, ya que “los jóvenes, espe­
cialmente los líderes, están tan absorbidos por sus obligaciones que los fallos
de salud y síntomas de fatiga se han hecho inevitables”. Al cabo de dos
años, se extendió entre la población adolescente una nueva ola de inquietud
nerviosa. Cuando, al principio de la guerra, se produjeron una serie de victo­
rias relámpago, muchos que eran demasiado jóvenes para participar en el
combate experimentaron sentimientos de aguda frustración. En los momentos
más intensos de la guerra, algunos observadores imparciales señalaron que
incluso los niños estaban afectados por el clima general de tensión y expec­
tación. La expectación tomaba en su caso la forma de sueños de grandeza
en los que se veían a sí mismos, después de la guerra, convertidos en Gau­
leiter, en zonas remotas del globo tales como África, India o Sudamérica,
mientras la imaginación de otros era encendida por el proyecto de Himmler *
de sembrar vastas áreas del Este eslavo con las granjas fortificadas de los
señores alemanes.24
La guerra tuvo también sus efectos nocivos sobre la gente joven. En 1944
se crearon campamentos especiales de adiestramiento preliminar (Wéhrertüch-
tigungshger) en los cuales se llevaba a los nuevos reclutas al nivel necesario
de entrenamiento —mediante una combinación de ejercicios de endureci­
miento y comidas nutritivas— antes de trasladarlos a su campamento de
adiestramiento básico.25
Se ha calculado también que, al finalizar la guerra, más de uno de cada
tres jóvenes alemanes sufría de neurosis,20 pero las pruebas en este sentido
no son concluyentes. En cambio, el gráfico de la salud social entre los jóvenes
puede trazarse con mayor precisión. La delincuencia juvenil había sido muy
elevada al final de la Gran Guerra (casi 100.000 casos presentados ante los
tribunales en 1918), pero después de la inflación había bajado tres cuartas
partes, descenso que continuó incluso durante la Depresión. Entonces, de
21.529 en 1932, la cifra bajó espectacularmente a 15.958 en 1933 —prueba' de

° Según el Hakenkreuz Banner del 2 2 de enero de 1942, fueron numerosos los miem­
bros de las Juventudes que se ofrecieron voluntarios para el plan Wehrbauern. Las vacila­
ciones y las negativas vinieron principalmente de los padres. “Pero, indudablemente, es
tentadora la perspectiva de convertirse en dueño de una hermosa propiedad a los veintio­
cho años.”
290 BISTO BIA SOCIAL DEL TERCER REICH

la capacidad del Tercer Reich tanto para integrar como para reprimir la
energía criminal—. Aunque la serie de amnistías concedidas confunde el cua­
dro de conjunto, es innegable la tendencia general ascendente durante el
Tercer Reich. En 1937, año sin amnistía criminal (y de pleno empleo), hubo
24.562 casos, más que en el momento crítico de la Depresión. Durante los si­
guientes cinco años de creciente desintegración familiar, la proporción juvenil
dentro de la criminalidad total se triplicó (del 6 por ciento en 1937 al 17,5
por ciento en 1943, aunque aun así se podía comparar favorablemente con
el 27 por ciento de 1917—).27 En estos cinco años se registraron aumentos
del 100 por ciento en los delitos juveniles, contra la propiedad, de algo más
en los delitos sexuales y del 250 por ciento en las falsificaciones.28
Las falsificaciones solían ser de documentos de identidad, que indicaban
la edad del portador, delito motivado por el deseo de los jóvenes de acceder
a las diversiones reservadas a los adultos por severas leyes. El mismo régimen
que entregaba armas mortales a niños de diez años se esforzaba grandemente
por obligar a los jóvenes a observar una conducta decorosa, recurriendo tanto
a la exhortación como a la disuasión.
El esfuerzo de purificación de la población adolescente avanzó de mane­
ra gradual. El jefe de policía de MecHenburg promulgó una ordenanza pro­
hibiendo a los chicos y chicas menores de dieciocho años fumar en público,
bajo pena de dos semanas de cárcel o una multa de 150 marcos.20 Su colega
de Rreslau decretó que las chicas menores de dieciocho años que fueran en­
contradas en salas de baile sin la compañía de sus padres u otros adultos res­
ponsables podían ser enviadas a un reformatorio.80 Comenzada ya la guerra,
las autoridades aumentaron su severidad hacia los jóvenes con la Ley para
la Protección de Menores (promulgada el 9 de marzo de 1940),81 que prohibía
a los menores de dieciocho años estar en las calles después de oscurecer, así
como frecuentar restaurantes, cines u otros lugares de diversión después de
las 9 (de no ir acompañados por un adulto), y a los menores de dieciséis años
beber alcohol o fumar en público.* Esta limitación** de las actividades de

9 E sta prohibición referente a los lugares públicos fue acompañada de una campaña
de propaganda encaminada a extender la prohibición a los hogares y lugares de trabajo
(cf. Deutsche Bodensee Zeitung, 1 de mayo de 1940). Respecto a la extensión del hábito
de fumar entre los jóvenes, una encuesta realizada en Hannover entre 200 muchachos de
catorce años reveló que nueve de cada diez estaban familiarizados con el tabaco y que
uno de cada diez fumaba regularmente (cf. W . Hermannson y H. Lüpke, Erzieher und
Erzieherinnen: Ein Wort an Euch, Reichsgesundheitsverlag, Berlín-Dahlem, 1940, p. 13).
** E l aumento de la delincuencia juvenil indujo a las autoridades a introducir una
nueva forma de castigo: el “arresto juvenil” . Introducido en octubre de 1940, consistía en
un período de prisión determinado por los tribunales, los detalles del cual no constaban en
el expediente escolar del joven y no afectaban en nada sus oportunidades profesionales.
Las dos terceras partes de los delitos castigados de esta forma eran delitos contra la propie­
dad. E l arresto juvenil fue aplicado en más de la mitad de los juicios contra menores cele-
LA JUVENTUD 291

los jóvenes en su tiempo libre estaba poco de acuerdo con las tareas que se
exigían de ellos. Era ilógico prohibir a dos jóvenes fumar en público cuando
los mensajeros de diecisiete años agregados al Servicio de Incursiones Aéreas
recibían cigarrillos como parte de su salario,32 Del mismo modo, la prohibi­
ción a los jóvenes de tomar alcohol tenía poco sentido cuando los citados men­
sajeros del Servicio de Incursiones Aéreas actuaban con patrullas de hombres
mayores que pasaban sus horas libres en los bares. Un peligro moral muy
tentador para los adolescentes venía dado por el hecho de que tuviesen que
trabajar junto con prostitutas reclutadas para las fábricas de armamento. La
contradicción entre la exagerada solicitud hacia los jóvenes y las realidades
de la situación quedaba resumida en esta queja que se oía frecuentemente
en boca de los muchachos de las Juventudes en 1944: “Somos buenos para
ser soldados a los quince o dieciséis años y para que nos maten, pero no po­
demos entrar en los cines a ver películas ‘para adultos' hasta que tenemos
dieciocho”.83 *
Los reformatorios a los que los jefes de policía amenazaban con enviar
a las muchachas que iban al baile sin acompañantes adultos era un disua­
sivo que los educadores nazis evocaban constantemente. Su importancia den­
tro del sistema de educación se veía atestiguada sobre todo por el aumento
del número de jóvenes llevados a ellos: en los tres años siguientes a la toma
del poder, el número de niños prusianos “acogidos” en ellos se duplicó (cua­
renta y dos por 100.000 en 1932, ochenta y seis en 1935).31 Este marcado
aumento se atribuía oficialmente a la rigurosidad con que los servicios “coor­
dinados” de asistencia social, complementados por el Bienestar del Pueblo
y las Juventudes Hitlerianas, realizaban sus funciones, pero es significativo
que en una declaración oficial se dijese: “Los jóvenes necesitan cuidado y
protección, no sólo por el abandono del deber por parte de los padres sino
también porque la conmoción ideológica está minando las relaciones fa­
miliares”.35
Los niños llevados a instituciones correccionales estaban sujetos a un ré­
gimen del cual tradicionalmente formaba parte el azote. Tenían derecho, en

brados en 1941 (cf. 'Werner Klose, Generation im Gleichschritt, Stalling, Oldenburg, 19Θ4,
p. 218).
e Aunque las autoridades de Berlín se dieron cuenta de la falta de lógica de esta
situación y acabaron por establecer en los catorce años la edad mínima de admisión a
todos los cines, su decisión tuvo carácter excepcional. Según una orden general emitida
en 1944, los jóvenes no tenían permitido siquiera ver películas aptas para niños en las
sesiones de noche, a menos que fuesen acompañados de un adulto (cf. Volkische Beo­
bachter, 2 2 de julio de 1944). Esta medida había sido ya aplicada anteriormente en
varias regiones del Reich (cf. Deutsche Bodensee Zeitung, 1 de mayo de 1940).
* * Para más detalles sobre la retirada de los niños de la tutela paterna por motivos
religiosos, ver el capítulo sobre la familia, p. 259.
292 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

teoría, a apelar contra los malos tratos, pero las apelaciones habían de ser
dirigidas al director de la institución, que era así juez y parte en el conflicto.
La enseñanza profesional que se impartía en los correccionales tendía prin­
cipalmente hacia la agricultura.88 Si se consideraba que uno de los internos,
al cumplir los dieciocho años, no había aprovechado suficientemente el trata­
miento correctivo, podía ser enviado a un centro de trabajo (como el famoso
de Rummelsburg, cerca de Berlín),37 Las instituciones correccionales servían
también para funciones eugenésicas. Los niños “biológicamente inferiores” eran
enviados a ellas y los directores de las instituciones podían ordenar su esteri­
lización.38 Los correccionales daban acomodo también a niños abandonados,
puesto que los tribunales tutelares, por razones de política eugenésica, no per­
mitían que fueran adoptados los hijos de criminales, prostitutas y bebedores
habituales,89 (Teniendo en cuenta el fin básicamente punitivo a que el régi­
men destinaba los correccionales, el Schwarzes Korps era poco honesto cuan­
do declaraba quejumbrosamente, en 1937: “El público mira hoy a los pupilos
de instituciones correccionales igual que hace veinte años: como jóvenes de
poca valía y de tendencias criminales”.) 40
Además de las organizaciones mencionadas hasta ahora, se creó una va­
riante juvenil de la policía militar —el Servicio de Patrulla de las Juventudes
Hitlerianas— para combatir la delincuencia y la mala conducta de los ado­
lescentes. Esta utilización de los jóvenes como policía de los jóvenes era una
muestra del principio “La juventud guía a la juventud”, del que se vanaglo­
riaban las Juventudes Hitlerianas. El monopolio de la autonomía juvenil, que
pretendían poseer, era falso, pero aunque no eran el único movimiento juve­
nil libre de jefes adultos, sí eran, desde luego, el mayor y más importante de
la historia alemana. Era la mayor organización juvenil que había existido ja­
más en el mundo occidental. Iniciada por un pequeño núcleo, conoció un
desarrollo sin precedentes en un tiempo muy breve: a finales de 1932, en
unos momentos en que 13 millones de adultos votaron por el partido nazi, el
número de miembros de la Juventudes en todo Alemania apenas rebasaba
los 100.000, pero en los dos años siguientes a la toma del poder su volumen
aumentó treinta y cinco veces.41
A partir de esta fecha, la cifra siguió creciendo a un ritmo más lento. Al
estallar la Segunda Guerra, prácticamente todos los jóvenes alemanes entre los
diez y los dieciocho años eran miembros de las Juventudes Hitlerianas. De
hecho, la organización nunca consiguió la afiliación del 100 por ciento de los
jóvenes, aunque las cifras de 90 por ciento y más (proclamadas por su jefe.
Baldur von Schirach, ya en 1937) eran sin duda correctas.42 Hasta diciembre
de 1936, las Juventudes Hitlerianas representaron la ficción de ser una orga­
nización voluntaria; después de esta fecha se llamaron a sí mismas Juventu­
des Nacionales, y la pertenencia se hizo obligatoria. (Aun así, hubieron de
LA JUVENTUD 293

pasar dos años antes de que varios decretos ejecutivos de la Ley de las Ju­
ventudes Hitlerianas cerraran definitivamente las últimas posibilidades de
evasión.) 43
De un modo comparable a la forma en que el partido nazi era parásito de
ideologías conservadoras, de la Mittelstand y socialistas, las Juventudes Hit­
lerianas tomaron la suya de otros movimientos juveniles, tales como la Ju-
gendbewegung, además de absorber a sus líderes. Al eliminar la Bündische
Jugend, los boy-scouts y los grupos juveniles protestantes a los dieciocho
meses de la toma del poder (los grupos católicos subsistieron hasta 1939),
Schirach incorporó hábilmente a muchos de sus dirigentes a sus propios movi­
miento. La organización resultante, con el enorme apoyo que le ofrecía el esta­
do y con su mística “La juventud guía a la juventud”, mostró ser capaz de
generar una gran carga de energía y de despertar la capacidad de sacrificio
de millones de jóvenes.
La latente capacidad de la juventud para el idealismo fue hábilmente des­
pertada mediante la insistencia en la anteposición de la colectividad al indi­
viduo. Así, aunque las Juventudes valoraban grandemente la destreza y la
resistencia en el deporte, despreciaban a los atletas que sólo tenían interés
en batir récords y no se mostraban dispuestos a subordinarse a un equipo,.
Otro terreno competitivo en el que se procuraba desplazar el interés del in-
dividido era el de las colectas de la Ayuda Invernal. Los resultados, según
eran comunicados a las Juventudes Hitlerianas y a la Unión de Jóvenes Alema­
nas, nunca hacían constar la cantidad recogida por miembros individuales*
sino sólo el total conseguido por el grupo en general. Del mismo modo, en
las excursiones, los participantes tenían que depositar sus bocadillos o dulces
en un fondo común, del cual se daba a cada uno una parte igual. El objeto
de esta práctica no era que los muchachos aprendiesen a cuidar de sí mis­
mos, sino fomentar su disposición al sacrificio, y guardaba relación con los
esfuerzos hechos en la esfera más amplia de la sociedad en general para insu­
flar vida en la ambiciosa idea de la comunidad del pueblo.
En una etapa anterior del Tercer Reich, como hemos visto, los chicos de
la escuela secundaria quemaban ceremoniosamente sus gorras multicolores
como símbolo de la desaparición de las distinciones de clase.44 Una expresión
poco sorprendente del espíritu de comunidad del pueblo dentro de las Ju­
ventudes Hitlerianas era el hecho de que los chicos de las escuelas secundarias
que “hablaban fino” eran hostigados por los líderes procedentes de la clase
obrera.45 Pero también esto se había dado durante el periodo anterior: antes
de que la afiliación se hiciera obligatoria (y por tanto general) (1936), los diri­
gentes habían sido en gran parte aprendices y dependientes. Después de esa
fecha, aproximadamente el 50 por ciento de los cuadros superiores procedía
de la burguesía; del resto, la mitad eran estudiantes y licenciados.4®
294 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

De hecho, con mucha frecuencia, dentro de las Juventudes el concepto


de comunidad del pueblo no se llegaba a realizar. En ocasiones, no se reali­
zaban excursiones proyectadas porque los padres de los muchachos más po­
bres no podían desprenderse del dinero que costaba el viaje; en verano, los
niños de la clase media pasaban las vacaciones con su familia, en hoteles
confortables, mientras los pobres acampaban bajo la lona.47 Hasta mediados
de los años treinta, en todo caso, la pertenencia prácticamente obligatoria de
sus hijos a las Juventudes planteó problemas a los padres de extracción social
más baja, que tenían dificultades para pagar el uniforme obligatorio y lai
cuotas mensuales.
Un factor adicional que actuaba en contra de la homogeneidad de las
Juventudes era la tendencia de los muchachos a hacer amigos entre sus com­
pañeros de escuela y vecinos del barrio más que con los propios miembros
de su organización. No obstante, aunque las Juventudes Hitlerianas no con­
siguieron fundir elementos sociológicamente dispares, sí salvaron alguna dife­
rencia de clase en la medida en que permitieron que muchachos de las cla­
ses pobres compensaran su condición mediante la habilidad deportiva o el
avance en la estructura de mando.
La adhesión de los adolescentes a las Juventudes estaba motivada en par­
te por la necesidad de compensar su sensación de dependencia en un mun­
do dominado por los adultos. Toda la panoplia de uniformes, instrucción pre-
militar y exagerada responsabilidad estaba destinada a aumentar la seguridad
en sí mismos de los muchachos. La resultante dramatización de su propia
imagen formaba parte del clima del Tercer Reich, e inspiró toda una serie de
chistes. La frase, continuamente reiterada, “La juventud guía a la juventud”,
era parodiada en la historia del policía que se encontraba con un niño que
lloraba desconsoladamente en la calle porque se había perdido; al preguntar­
le el policía qué hacía tan lejos de casa, el niño respondía entre sollozos:
“Acabo de asistir a una conferencia de dirigentes”.
Cuando se hicieron públicos los planes de organización a los niños menores
de diez años en las Juventudes Hitlerianas, el humor popular sugirió “A-A”
como la abreviatura apropiada para las futuras unidades infantiles (“A-A”
es la denominación que dan los niños alemanes a los excrementos; el chiste
utilizaba su analogía con la sigla SA). En ocasiones, la realidad era más cómi­
ca que la invención. La madre de un miembro de las Juventudes, un niño
de diez años, a quien había sugerido que fuese a jugar con la vecinita de al
lado, recibió esta respuesta: “No puede ser. Voy de uniforme”.48
Igualmente cómica, aunque menos espontánea, era esta definición oficial
de la diferencia entre un niño y un Pimpf (miembro de la Jungvolk, la orga­
nización de niños de diez a catorce años de las Juventudes Hitlerianas): “El
término niño’ define a la criatura no uniformada que nunca ha participado
LA JUVENTUD 295

en una reunión ni en una marcha”.40 La prueba de iniciación de un Pimpf,


después de la cual recibía su primer puñal, consistía en la repetición de me­
moria de una serie de sinopsis muy resumidas de dogmas nazis (Schwert-
worte) y de la totalidad de la “Canción de Horst Wassel”, un ejercicio de
lectura de mapa, participación en juegos seudobélicos (Gelandeübungen) y
campañas de recolección de papeles, chatarra, etcétera, así como las siguien­
tes marcas deportivas: correr 60 metros en doce segundos, saltar 2,75 me­
tros, tirar al blanco y participar en una marcha a campo traviesa de un día
y medio de duración.60 Después de permanecer en la Jungvolk hasta los ca­
torce años, durante cuyo tiempo aprendía a interpretar los semáforos, reparar
bicicletas, colocar hilos de teléfono y usar armas cortas (además de realizar
ejercicios con granadas de mano sin explosivo, armas de aire comprimido y
fusiles de pequeño calibre), el Pimpf ingresaba en las Juventudes Hitlerianas
propiamente dichas.
El Kern o núcleo de las Juventudes Hitlerianas, los muchachos de catorce
a dieciocho años, no era, desde ningún punto de vista, un grupo de élite.
La mayoría de sus miembros habían abandonado la escuela y no estaban ya
sujetos al dictamen de las autoridades educativas. Todos ellos eran veteranos
de la Jungvolk, y los cuatro años de esforzada asistencia, instrucción y acti­
vidades bastante monótonas habían desgastado su entusiasmo inicial, por lo
que el tono que prevalecía era rudo y recordaba el de un rancho de oficia­
les.61 La moral era desde luego inferior a la de formaciones superiores, como
las Juventudes motorizadas, las Juventudes marinas, el Cueipo de Pilotos de
Planeador y, en tiempo de guerra, el Servicio de Patrulla. Durante la guerra,
700.000 miembros de las Juventudes Hitlerianas fueron adiestrados en el com­
bate con fuego real y formaron brigadas de combate auxiliares en zonas so­
metidas a los ataques aéreos aliados.62
La BDM (Bund Deutscher Madchen, Unión de Jóvenes Alemanas) era la
contrapartida femenina de las Juventudes Hitlerianas. Hasta los catorce años,
formaban parte de las Jungmadel (niñas) y de los diecisiete a los veintiuno,
como ya hemos visto, constituían una organización voluntaria especial llama­
da Fe y Belleza (Glaube und Schonheit). Los deberes de las Jungmadel eran
la asistencia regular a las reuniones de clubs y deportivas, la participación
en viajes y campamentos, recordar datos sobre el Führer y sus acólitos duran­
te el “período de lucha”, aprender de memoria la “Canción de Horst Wessel”
entera, los altos días santos del calendario nazi, los nombres de los mártires
de las Juventudes Hitlerianas, un mapa de Alemania, la significación y deta­
lles del Tratado de Versalles, y datos sobre las minorías alemanas esparcidas
por todo el mundo, así como historia, costumbres y épica local. Como requi­
sitos físicos y adicionales, habían de correr 60 metros en 12 segundos, saltar
2 metros y medio, arrojar una pelota a una distancia de 20 metros, realizar
296 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

saltos acrobáticos, caminar por una cuerda tensa, marchar durante dos horas,
y nadar 100 metros.53 La Liga daba una importancia especial a las habilida­
des relacionadas con los viajes. Toda Jungmadel tenía que haber participado
en fines de semana en los Albergues de Juventud, tenía que saber hacer una
cama y empaquetar equipo corriente, así como haber tomado parte en faenas
del albergue.
Después de los catorce años, la vinculación de las muchachas a la orga­
nización tendía a relajarse. Los intereses de las que dejaban la escuela se cen­
traban cada vez más en su trabajo, así como en el sexo opuesto, y, como las
chicas maduran más rápidamente, no encontraban gran aliciente en la com­
pañía de los chicos de su misma edad de las organizaciones paralelas de las
Juventudes. Pero Fe y Belleza consiguió un éxito bastante mayor entre las
chicas de diecisiete a veintiún años, mediante un programa de cultura física,
rítmica, nociones de sanidad y economía doméstica. Fe y Belleza prestaba
también especial atención al conocimiento de la moda y a la estética feme­
nina en general, aunque, como hemos visto, las posibilidades en este campo
estaban un tanto circunscritas. El tipo ideal femenino propuesto por la Unión
de Jóvenes Alemanas recogía conceptos de principios del siglo diecinueve
sobre lo que constituía la esencia de la doncella. A las muchachas que viola­
ban el código establecido haciéndose la permanente en lugar de llevar tren­
zas o la corona de trenzas tipo “Gretchen”, se les afeitaba ceremoniosamente
la cabeza como castigo. El aire prerrafaelista se acentuaba con las bulsas
blancas, los chales oscuros, las faldas que llegaban prácticamente hasta el to­
billo y los zapatos pesados. (De vez en cuando, sin embargo, la moda impo­
nía sus derechos: en 1936, la súbita difusión del moño a la Olimpia segó
miles de trenzas, y poco antes de la guerra comenzaron a ponerse de moda
las botas hasta la pantorrilla.)54
La imagen que tenía la opinión pública de las Juventudes Hitlerianas y
de la Unión de Jóvenes no fue siempre la misma. En un principio, había
la generalizada impresión de que la falta de vigilancia y de actividades con
sentido daban como resultado la pérdida de disciplina de los jóvenes. En 1933,
las unidades de las Juventudes Hitlerianas parecían bandas armadas enzarza­
das en una furiosa guerra intestina con sus armas de aire comprimido, y los
padres veían, consternados, cómo sus hijos volvían a casa cojeando, con miem­
bros dislocados y otras señales de la batalla. Muchas veladas de las Juventu­
des Hitlerianas degeneraban en peleas de todos contra todos o en formas
completamente absurdas de matar el tiempo.55 La preocupación oficial por
la forma física llevaba a los muchachos a someterse a atrevidas pruebas de
resistencia y a abusar de su capacidad física, hecho que acabó por obligar
a los dirigentes a tomar enérgicas contramedidas.56
Asimismo, se reforzó la disciplina, se inició, en 1934, una “campaña es­
LA JUVENTUD 297

colar” para corregir las flagrantes deficiencias educativas 9 y, a principios de


la guerra, se lanzó una campaña especial de buenos modales (durante la cual
se exhortaba a los muchachos a realizar buenas obras al estilo de los boy-
scouts).
Todas estas medidas contribuyeron a transformar la imagen de las Ju­
ventudes Hitlerianas, haciéndola bastante positiva. Se consideraba general­
mente que, al fin y al cabo, los chicos que formaban parte de ellas estaban
sujetos a una disciplina, se curtían ante las dificultades y se veían obligados
a efectuar tareas útiles. Aun así, no puede decirse que las Juventudes Hitle­
rianas gozasen de una estima comparabzle a la de la Wehrmacht, la tradi­
cional “escuela de la nación”.
La imagen de la Unión de Jóvenes Alemanas era objeto de un tira y aflo­
ja entre opinión publicada y opinión pública. Una típica fotografía aparecida
en la prensa de la organización57 presentaba a un grupo de muchachas rubias
cogidas de la mano, formando un círculo, en una pradera, entonando una
antigua bendición ante la comida que estaban a punto de compartir. La foto
siguiente mostraba al mismo grupo descansando entre flores en posiciones de
idílico reposo mientras una de ellas tocaba la flauta. Sin embargo, parte del
público tendía a ver la Unión de un modo diferente, dando a sus mismas
iniciales significados obscenos (ver p. 354).
Es difícil establecer hasta qué punto la opinión popular estaba en lo cierto
al atribuir a la Unión de Jóvenes un ambiente general de relajación sexual.
Como es lógico el grado de vigilancia paterna disminuía durante los largos
períodos que las muchachas pasaban en campamentos o en albergues. En
1936, cuando unos 100.000 miembros de las Juventudes Hitlerianas y de la
Unión de Jóvenes asistieron a la Reunión de Nuremberg, 900 chicas entre los
quince y dieciocho años volvieron a sus casas embarazadas.58 (Un comen­
tario irónico sobre la gigantesca estructura de la organización fue el hecho de
que las subsiguientes investigaciones por parte de las autoridades sólo consi­
guieron establecer la paternidad en 400 de esos casos.) La reputación de la
Unión tenía que verse forzosamente afectada por tales hechos, y de vez en
cuando se forzaba la disciplina hasta el punto de obligar a una rígida separa­
ción de los sexos. Pero el apartheid sexual motivaba un alejamiento entre chi­
cos y chicas, dando así lugar al fracaso del objetivo inicialmente establecido:
la influencia socializante del contacto frecuente enü-e los dos sexos. En algu­
nas ocasiones, los dirigentes de la juventud tomaron medidas correctas en
este sentido. Así, en 1938, las Juventudes Hitlerianas del distrito de Ulm se
congratulaban de la organización de veladas sociales mixtas con baile que,

0 En el capítulo acerca de la educación, en la p. 310, trataremos más ampliamente de


este punto.
298 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

según una declaración de la prensa, “tenían un efecto más beneficioso sobre


las relaciones entre chicos y chicas que todas las exhortaciones y confe­
rencias”.'59
Pero fue precisamente por medio de la exhortación —especialmente en
tiempo de guerra— cómo las muchachas de la Unión fueron convencidas para
utilizar los servicios ofrecidos por Lebensborn con el fin de “donar un hijo al
F'ührer”. Completamente aparte de esta forma de inmoralidad apoyada ofi­
cialmente (aunque de forma clandestina), los delitos sexuales constituían el
punto más grave del problema de la delincuencia juvenil, que se agravó ince­
santemente durante el Tercer Reich.
Los delitos juzgados por los tribunales después de la toma del poder aumen­
taron en un 300 por ciento en el espacio de tres años (de 779 en 1934 a 2.374
en 1937),60 alcanzando un nivel siete veces mayor que el de 1934 en 1942.
El periódico mensual de la Unión de Mujeres aludía a una de las inevitables
razones de este aumento en 1938:
“Hay que considerar seriamente si el carácter de nuestra juventud no se
ve profundamente afectado por la pornografía y los reportajes ilustrados de
crímenes sexuales que aparecen en cada esquina. Los jóvenes les prestan aten­
ción, y se oyen los comentarios más obscenos y las preguntas más perversas.” 61
Aunque se aludía a la exposición del Der Stürmer en los quioscos, por
razones evidentes el periódico tenía que desmentir su grandioso título —Die
Deutsche Kampferin (La Combatiente Alemana)1— y renunciar a expresarse
claramente.
Una forma comparable de eufemismo utilizaba el SD al informar sobre
el comportamiento en tiempo de guerra de las chicas de la Unión:
“La deterioración moral entre las muchachas jóvenes es especialmente evi­
dente en las zonas donde hay estacionadas unidades de la Wehrmacht o del
Servicio de Trabajo del Reich. El asedio sexual indecoroso por parte de mu­
chachas que, en muchos casos, están todavía en edad escolar, indica la admi­
ración que sienten por el estamento militar.” 62
Por lo que se refiere a las Juventudes Hitlerianas, el problema sexual no
resultaba excesivamente importante, por la simple razón de que sus activida­
des estaban tan orientadas hacía la liberación de la libido en un sentido com­
petitivo y agresivo que los impulsos eróticos tendían a ser sublimados.
Junto con la agresividad, las Juventudes Hitlerianas cultivaban una forma
románticamente macabra de ambientación, como puede verse en esta descrip­
ción de algunos locales de la Jungvolk:63
“Una inscripción en grandes letras en la pared dice: ‘Sed luchadores’. El
jefe coge una guitarra y el grupo canta canciones de desafío (Trotzlieder). De
las obras del poeta Herman Lons, un muchacho lee un capítulo que trata
sobre el baño de sangre del río Auer. Otro joven distribuye unos textos ciclos-
LA JUVENTUD 299

tilados —una pieza para recitado coral que ha compuesto el mismo grupo—.
Los objetos principales de la sala son una estantería con obras de literatura
recomendada, con señales en los pasajes relacionados con el tema semanal
impuesto por el dirigente nacional de las Juventudes, y el receptor de la
Radio del Pueblo (Volksempfanger), por el cual se escuchan colectivamente
retransmisiones de discursos importantes y ceremonias del partido. Una cor­
tina negra separa el santuario del resto del local. En esta zona sagrada, las
paredes están cubiertas de cortinajes negros y el Siegrune (el rayo rúnico
que era el emblema de las Juventudes Hitlerianas) destaca en blanco sobre
una superficie desnuda. Hay banderas colgadas de cadenas, una guirnalda,
un casco de acero, una fotografía de un miembro de las Juventudes muerto
en acción, velas goteantes y el texto de la ‘Canción de Horst Wessel’ en un
gran cartel con un slogan votivo en lo alto.”
Aunque un cubil de la Jungwolk de este tipo se aproximaba mucho al am­
biente ideal de la juventud nazi, todavía le faltaba el clima total que podía
crearse en un campamento. Los campamentos de las Juventudes se caracteri­
zaban * por la extrema atención que se concedía a las formas y procedimien­
tos militares, que iba desde la disposición perfectamente lineal de las tiendas
a la preocupación por los deberes del centinela, dianas, contraseñas, etcétera,
que a veces podían tener consecuencias fatales. En Grimma (Sajonia), un cen­
tinela disparó contra un Pimpf de diez años que no se había acordado del
santo y seña.04 Preguntado por la policía, el asesino de catorce años declaró
que se había sentido obligado a usar su pistola al encontrarse ante un espía
infiltrado en el campamento.
Las Juventudes Hitlerianas familiarizaron a los niños con las armas mortí­
feras en una escala sin precedentes en la historia. Casi un millón de miembros
de las Juventudes participaron en competiciones de tiro en 1938,65 y a princi­
pios de la guerra, en los hogares infantiles, se instruía a niños de diez años
en el uso de granadas de mano sin explosivo.66 El ideal era que el Pimpf
experimentase toda la génesis de las armas modernas, desde las cerbatanas y
las porras, pasando por los sables y picas, hasta los fusiles de pequeño cali­
bre, observando desde las más sencillas a las más complejas con el paso del
tiempo.67 Esta forma de condicionamiento alcanzó su punto culminante
cuando —según las palabras del manual oficial—, “durante las maniobras mi­

* Otras dos características eran el espartanismo y el clima autoritario. Un reportero


del Liverpool Echo describió en 1936 una cena de los oficiales de un campamento de las
Juventudes. E l menú se componía de sopa y pan. E l periodista comentaba: “L a atmósfera
de autoritarismo se manifestaba en hechos tales como el de obligar a los muchachos a
dejar abiertas las cartas destinadas a sus padres y echarlas en un buzón en la tienda de
los oficiales, a fin de que éstos las inspeccionasen y censurasen” . Cf. Liverpool Echo, 5 de
septiembre de 1936.
300 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

litares, los jóvenes miran con ojos anhelantes las ametralladoras haciendo·
fuego”.68
En las etapas finales de la guerra, esta frase adquirió una realidad insos­
pechada, junto con sentencias de los filósofos de las Juventudes, tales como:
“Del acceso a la verdad final nos separa sólo una pequeña puerta sobre la
cual está grabada la vieja máxima de los samurais: Por la puerta de la muer'
te cruzamos la puerta de la verdadera vida”; “El que no arriesga la vida para
ganarla constantemente de nuevo está ya muerto, aunque todavía respire^
coma y beba. La muerte no es más que una partida hacia una vida más
elevada.” 160
Sin embargo, el resumen más condensado de la ética de las Juventudes lo
constituía una frase que decía simplemente: “Hemos nacido para morir por
Alemania”.70 Aun así, la muerte no estaba demasiado presente en la imagi­
nación de los jóvenes alemanes, porque, aunque la preparación para la muerte·
fuese el objetivo final del entrenamiento al que estaban sometidos, se les su­
perponían constantemente actividades afirmadoras de la vida, tales como el:
deporte y la música, las colectas caritativas y las recogidas de materiales de
desperdicio, la ayuda en las cosechas o la recolección de bayas, setas y fruta
silvestre. Otro aspecto importante de todas las actividades de las Juventu-
des era su asombroso volumen. Para dar un ejemplo puramente administrati­
vo los folletos quincenales “noches de club”, publicados por la dirección
central, que proporcionaban orientaciones y material para las reuniones de­
grupo, aumentaron su tirada de los 100.000 ejemplares en 1934 a 620.000'
en 1939.71 #
Era esta estructura gigantesca la que alineaba cada vez más a los jóvenes,,
mientras el entusiasmo y contacto personal que habían caracterizado a las pri­
mitivas Juventudes Hitlerianas se convertían en la rutina despersonalizada de·
un aparato enorme. No se puede decir que aquellos adolescentes alineados-
formasen una entidad política, sino que vivían en un estado de rebelión apo­
lítica contra las actividades obligatorias, tales como instrucción militar, la
educación física, los deportes y el adoctrinamiento político. Formaban pandi­
llas para dedicarse a actividades tan habitualmente propias de la juventud
como bailar, escuchar discos y frecuentar cafés. En tiempo de guerra, en<
Hamburgo, el clandestino “club de swing”, que contaba con unos 400 miem­
bros, fue desarticulado por la policía, que arrestó a más de sesenta de ellos,
pertenecientes en su mayoría a la clase media. Se les acusó de un triple
delito: formar una pandilla, dedicarse al baile (que era prohibido siempre que

" En este año, el cuerpo directivo de las Juventudes constaba de 8.000 funcionarios a>
jornada completa y 765.000 funcionarios a tiempo parcial y cuadros de base. (Los dirigentes
a jomada completa empezaban ganando un salario que al principio era muy austeros
80 marcos al mes.) (Cf. Werner Klose, op. cit., pp, 79 y 187.)
LA JUVENTUD 301

estaba en marcha una campaña militar) e identificarse con el enemigo fuman­


do en pipa y usando largas boquillas, vistiendo chaquetas a cuadros con cor­
tes y escuchando decadente música swing.72 Otros iban a excursiones vistiendo
ropas heterogéneas que los airados líderes de las Juventudes calificaban de
“ropa civil de ladrón” (Rauberziml). Formaban pandillas con nombres román­
ticos, evocadores de la Edad Media o del Salvaje Oeste, y escogieron como
emblema el edelweiss (probablemente por su asociación con la idea de pureza
y alejamiento).* Aunque carecían de una ideología política positiva, algunos
de sus miembros se arriesgaban a sentencias de encarcelamiento pintando
dicha flor en las paredes.
Por último había pandillas de delincuentes, cuya conducta, aunque clara­
mente criminal, poseía cierto sabor a oposición. Los Stauber de Danzig,
por ejemplo, que Günter Grass describe en El tambor de hojalata, atacaban
a soldados de permiso y les robaban sus armas cortas, cartilla de paga y me­
dallas, sustraían latas de gasolina de los depósitos de material antiaéreo y
asaltaban a las dirigentes de la Unión de Jóvenes aprovechando la oscuridad
causada por los bombardeos. Por cierto, una de las consecuencias secundarias
de la extensión de la delincuencia fue la modificación oficial del concepto de
juventud. Según un decreto del 4 de octubre de 1939,73 los jóvenes criminales
de dieciséis años en adelante pasaban, de la jurisdicción de tribunales de
menores, al pleno rigor de los tribunales ordinarios, en los casos en que “su
desarrollo mental y moral los sitúe al nivel de los adultos”.
Aunque aprobada con fines puramente disuasivos, esta ley era un ejemplo
de la distorsión de todo el ciclo vital de la juventud bajo el régimen nazi.**
Para las chicas, esto significaba casarse antes y una iniciación más temprana
al sexo en general; para los muchachos, la movilización y el contacto con la
muerte cada vez más precoces. Sin embargo, aunque de todos los alemanes
los jóvenes fueron los más profundamente influidos y afectados por el na­
zismo, no mostraron, a la larga, haber quedado marcados por esta experiencia.
Tanta es la capacidad de recuperación de la juventud que el espectro del fa­
nático movimiento Werwolf, conjurado por los líderes de las Juventudes Hit­
lerianas después de la derrota, siguió siendo un mito, y, cuando los aliados

® Como signo de oposición, el edelweiss fue mucho más conocido durante el Tercer
Reich que la rosa blanca de Hans y Sophie Scholl, a pesar de que la rosa representaba
un programa de resistencia mucho más definido. Por cierto que los Scholl habían estado
muy influidos por el Movimiento de la Juventud anterior a 1933, al igual que otras figuras
de la resistencia tan destacadas como Stauffenberg, Trott zu Solz, Haubach y Reichwein
(cf. H. G. Adlow, Die Erfahrung der Ohnmacht, Europaische Verlagsanstalt, Frankfurt,
1964, p. 128).
* * E n 1937, unos delegados del Ministerio Británico de Educación observaron que
“los jóvenes alemanes son sometidos a una fuerte tensión nerviosa; quedamos impresio­
nados ante la dureza y la seriedad de la expresión de los jóvenes, en las escuelas y en las
Juventudes Hitlerianas” (cf. The Times, 2 de julio de 1937).
302 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

iniciaron sus planes de educación (en ocasiones poco hábiles), después de la


guerra, se encontraron con que la generación de las Juventudes Hitlerianas
no difería de manera clara de cualquier otro subgrupo de la sociedad alema­
na en lo que respecta a la firmeza de su adhesión a la depuesta deidad nacio­
nalsocialista.
19

LA EDUCACIÓN

. La influencia del sistema educativo de Alemania en sus triunfos nacionales


invita a la comparación con la de los campos de juego de Eton en la batalla
de Waterloo. Fue en las aulas escolares donde se colocaron los cimientos de
las victorias de Bismarck sobre daneses, austríacos y franceses en el extranjero
y sobre los parlamentarios alemanes en el país. Podía decirse de los maestros
que habían travaillé pour le roi de Prusse, tanto en el sentido metafórico como
en el puramente literal de la frase: ganaban salarios bajos e inculcaban una
ética de patriotismo pruso-alemán.
En genera], los maestros persistieron en esta actitud incluso cuando el Im­
perio se hubo reunido con el Reino de Prusia, en el limbo de la historia.
Aunque después de 1918 algunos profesores (principalmente maestros de es­
cuela) apoyaron a los socialdemócratas o a los partidarios del centro, las escue­
las en general actuaron, bajo la República de Weimar, como incubadoras de
nacionalismo. La elección del Volk ohne Raum (Pueblo sin espacio), de Hans
Grimm, como texto corriente de primer curso de secundaria reflejaba un con­
senso prácticamente a nivel nacional entre los profesores de lengua y litera­
tura alemanas, mientras los escolares inyectaban nuevo contenido y emoción
al juego de indios y vaqueros llamándolo de “arios y judíos”. En 1931, los
periódicos judíos publicaban listas de escuelas donde los niños estaban menos
expuestos al antisemitismo a fin de que los padres pudieran trasladarlos a ellas.
Dada esta atmósfera general en el terreno de la educación, los dirigentes
nazis vieron poca necesidad de innovaciones radicales después de la toma del
poder; la aparente continuidad tenía la doble ventaja de conservar la organi­
zación existente y dar confianza a la opinión conservadora. Hubo, pues, pocas
modificaciones visibles en la rutina de la educación. Se despidió a pocos pro-
304 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

fesores (y entre los que fueron despedidos, algunos de los no judíos fueron
reintegrados a sus puestos durante la subsiguiente escasez) y una notable pro­
porción de los libros de texto existentes siguieron utilizándose por el momen­
to. Una drástica nueva medida, que, no obstante, sólo afectó a los estratos
superiores de la población escolar, fue la ley contra la excesiva concurrencia
a escuelas y universidades, que en enero de 1934 congeló al 10 por ciento de la
proporción femenina dentro de la disminuida población universitaria.1 A
nivel académico, la contracción resultante fue bastante grave. Al estallar la
guerra, la matriculación universitaria global había descendido en casi tres
quintas partes,* y el número de alumnos de escuelas secundarias había sido
reducido en casi una quinta parte.
Dentro de la enseñanza secundaria, la proporción femenina fue reducida
del 35 al 30 por ciento.* * En 1934, sólo a 1.500 de las 10.000 jóvenes que ha­
bían obtenido el título de Abitur (bachillerato) se les permitió ingresar en la
universidad. Hasta el comienzo de la guerra, el número de muchachas que
pasaban el examen final de la escuela permaneció bastante por debajo del
promedio anterior a 1933.2 Cuando se crearon los internados para la prepara­
ción de una élite nazi (las Nationalpolitische Erziehungsantalten o Centros
de Educación Nacional y Política, abreviado “Ñapólas”), se dio tan poca
importancia a la creación de plazas femeninas que sólo dos de las treinta y
nueve Ñapólas fundadas antes del inicio de la guerra las tenían en cuenta.3
Las chicas que pasaban a la enseñanza superior eran orientadas hacia las
ciencias domésticas o los idiomas.*** Las ciencias domésticas llevaban a
un examen llamado burlonamente “examen del pastelillo”, que representaba un
callejón sin salida académico. La inadecuación de estas disposiciones ocasionó
amplio descontento. En 1941, las chicas que habían aprobado el “examen
del pastelillo” fueron por fin consideradas aptas para estudios universita­
rios, del mismo modo que sus compañeras que habían pasado por cursos de
idiomas.4 Tan grande era la competencia por las limitadas plazas universitarias
que, en ocasiones, alumnas de sexto curso de bachillerato llegaron a denun­
ciar a compañeras de clase a la Gestapo.
La denuncia constituía también un riesgo profesional constante para los
profesores, ya que las notas bajas o los comentarios adversos sobre ensayos
copiados palabra por palabra de artículos aparecidos en la prensa nazi podían

9 E l 5 7 por ciento entre 1933 y 1939 (cf. David Schoenbaum, Germany’s Social
Revolution, Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1967, p. 274).
* * E n 1931 había habido en las escuelas secundarias 49 4 .9 5 0 muchachos y 255.234
muchachas. En 1940, había 441.390 muchachos y 187.809 muchachas (cf. Statistisches
Handbuch für Deutschland 1949, pp. 619-621).
* * * Las jóvenes que estudiaban idiomas estaban obligadas a aprobar exámenes de
economía doméstica (cf. Rolf Eilers, Die Natinalsoziatístische Schulpolitik, Westdeutscher
Verlag, Colonia/Opladen, 1963, p. 20).
LA EDUCACIÓN 305

ser tomados como señal de oposición política. Sin embargo, la profesión de


la enseñanza representaba uno de los sectores de la población en que más
podían confiar políticamente las autoridades. El noventa y siete por ciento de
los profesores estaba enrolado en la Unión Nacionalsocialista de Profesores
(Natianohozialistische Lehrerbund o NSLB), y ya en 1936 (o sea antes de que
se levantara la limitación de ingresos en el partido después de la toma del
poder) el 32 por ciento de todos los miembros de la NSLB pertenecía al par­
tido nazi; esta proporción de pertenencia al partido era casi dos veces más
alta que la de la Asociación de Funcionarios.5
El catorce por ciento de los profesores, frente al seis por ciento de los fun­
cionarios, pertenecía al cuerpo de dirección política del partido. Este notable
compromiso con el régimen se evidenciaba en los niveles más altos de la
jerarquía del partido con los setenta y ocho jefes de Distrito y los siete Gau­
leiter (y viegauleiter) procedentes de la enseñanza. También se reflejaba
en el tono moralizante, de director de escuela, que —como ya hemos visto—
aparecía en tantas declaraciones nazis. La imagen del partido se beneficiaba
también de la presencia de muchos profesores en la base de su organización,
donde hacían el papel de “personas respetables” (Respektpeersonen), neutra­
lizando a los elementos de peor fama de las organizaciones locales. (La buena
disposición con que los profesores —muchos de ellos, por cierto, antiguos
socialdemócratas— aceptaban puestos en el partido inspiró el siguiente chis­
te: “¿Cuál es la unidad de tiempo medible más corta? El tiempo que tarda
un profesor de escuela en cambiar de chaqueta”.)
Aun así, no todos los profesores eran absolutamente conformistas, y el
régimen se abstenía de ejercer una vigilancia abierta sobre las clases, puesto
que incluso las opiniones de los no nazis en la enseñanza estaban a menudo
suficientemente de acuerdo con el dogma oficial como para hacer innecesaria
tal medida. Por ejemplo, un profesor de historia monárquico, incapaz de ex­
tenderse sobre las glorias de los “días de lucha”, nunca fue obligado a glosar
el putsch de Munich o Horst Wessel; bastaba que en sus lecciones aparecie­
ran recuedos personales de la Primera Guerra Mundial y la eliminación del
Soviet de Baviera en 1919, así como diatribas contra Weimar.6
Además, aunque no hubiese vigilancia de las lecciones en las aulas, el
adoctrinamiento era prácticamente ineludible. En 1938, dos terceras partes
de todos los enseñantes del país habían estado en campamentos asistiendo a
cursos obligatorios de adiestramiento, de un mes de duración, donde tanto el
desacostumbrado medio ambiente como la instrucción militar y las conferen­
cias tendían a despersonalizar a los participantes.7 El estilo de vida en estos
campamentos era obligadamente juvenil, con el objeto de que los participan­
tes se sintieran más cerca de sus jóvenes alumnos a su vuelta a la escuela.8
A los esfuerzos mentales en este sentido se añadían los esfuerzos físicos: todos
308 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

los enseñantes menores de cincuenta años eran obligados a seguir cursos de


educación física.9
Por analogía, el deporte adquirió también una importancia sin preceden­
tes en los programas escolares. El habitual de sesiones de educación física
por semana fue aumentado de dos a tres en 1936 y —a costa de las clases de
religión— a cinco en 1938. Como asignatura, la educación física aumentó en
importancia, cuantitativa y cualitativamente: carreras a campo traviesa, fút­
bol y boxeo (que se hizo obligatorio en las escuelas superiores)10 fueron in­
corporados a ella, convirtiéndose en materia de examen para el ingreso en la
escuela secundaria así como para la obtención del certificado final de la es­
cuela. Las clasificaciones bajas en educación física podían constituir, a la larga,
motivo de expulsión de la escuela y de prohibición de seguir estudiando.11
Los profesores de deportes avanzaron desde la periferia del cuerpo de profe­
sores hasta casi el mismo centro; eran sus informes lo que tenía al corriente
a los padres del desarrollo del carácter de su hijo, y se llegó a proponer
seriamente que el instructor de educación física de cada escuela fuese nom­
brado automáticamente subdirector.12
Otras asignaturas que aumentaron de categoría eran la historia, la biolo­
gía y el alemán (cuyos especialistas estaban bien predispuestos desde hacía
tiempo a la teutomanía). E l enfoque nazi de la enseñanza del alemán incluía
un gran interés por las sagas nórdicas y la germanización de palabras proce­
dentes de idiomas extranjeros; las redacciones requerían la repetición de te­
mas de propaganda, un ejemplo de lo cual es el tema de la redacción de un
examen de final de escuela: “El valor educativo del Servicio de Trabajo del
Reich”.13
Otra innovación en este sentido era la preparación de nuevo material de
lectura para grupos de diversas edades. A los más jóvenes, entre nueve y doce
años (el grupo “Robinsón Crusoe”), no había que mimarlos ya con cuentos
de hadas, historias de animales y demás, sino que había que enseñarles la
épica de la Guerra Mundial y de las Juventudes Hitlerianas. “La monstruosi­
dad avanza, apestoso el aliento, rugiente, ávida, posesa. Impúdicos y nada
marciales, tímidos y cobardes, despreocupados y arrogantes, los amotinados
ascienden. Escupen a los oficiales, que permanecen allí con caras férreas.” 14
Esto decía un párrafo de un libro llamado El motín de las flotas de 1918.
destinado a los niños de diez a doce años. Un libro titulado La batalla de
Tannenberg, destinado a niños de catorce años, incluye esta perla: “Un solda­
do ruso intentó impedir el paso al infiltrado, pero la bayoneta de Otto se
hundió, con un crujido, entre las costillas del ruso y éste se desplomó gimien­
do. Allí estaba ante él, simple y luminoso, el objeto de sus sueños, la Cruz
de Hierro”.15
Como para compensar la pérdida de importancia de la formación religio-
LA EDUCACIÓN 307

sa en los programas, la historia ofrecía una variante del catecismo: un curso


especial sobre el Kampfzeit (período de lucha) del partido nazi.
La importancia de la biología derivaba del énfasis especial que ponía el
régimen en los fenómenos de raza y herencia. Se enseñaba a los alumnos a
medirse el cráneo y a clasificarse unos a otros según los tipos raciales. Un
aspecto incongruente de la enseñanza nazi de la biología era el tabú sobre
la educación sexual que acompañaba al fetichismo de que se habían hecho»
objeto las leyes de Mendel. De hecho, se decretó que la educación sexual no
era incumbencia ni de la escuela ni de las Juventudes Hitlerianas. Las autori­
dades de la enseñanza se limitaban a influir en los padres en el sentido
adecuado * y, de modo similar, las Juventudes Hitlerianas definían el hogar
paterno como centro de gravedad de la educación moral”.** Pero, como para
reparar esta omisión, los chicos y chicas de catorce años que dejaban la escue­
la recibían un vade mecum eugenésico de diez puntos que les exhortaba a ca­
sarse sólo por amor y les ofrecía este consejo sobre la elección de esposa: “La
salud es una condición previa a la belleza externa; no escojas a una compa­
ñera de juegos sino a una camarada para el matrimonio; desea tantos hijos
como sea posible”.18
Mientras la enseñanza de las matemáticas siguió aproximadamente como
antes, los ideólogos nazis aprovecharon hábilmente la oportunidad de aplicar
un condicionamiento subliminar que ofrecía el redactado de los problemas,,
que trataban de trayectorias de artillería, proporciones entre cazas y bombar­
deros y déficits de presupuesto debidos a la indulgencia democrática hacia las
familias hereditariamente enfermas.
La disminución de la enseñanza religiosa tuvo lugar después de una apa­
rente solicitud inicial del régimen por la religión. En 1933 se disolvieron las
Sammelschulen (escuelas elementales sin enseñanza religiosa en su programa)
y se obligó a los padres a inscribir a sus hijos en cursos de religión.17 Pero,
en 1935, la formación religiosa dejó de ser una asignatura del examen final de
la escuela y se hizo optativa la asistencia a las oraciones.18 Dos años más
tarde se prohibió a los sacerdotes dar clases de religión en las escuelas y,
poco después, se modificaron los horarios de tal modo que las clases de reli­
gión tenían lugar bien al principio o al final de las sesiones matinales —con

° Rust, ministro de Educación, declaró el 19 de agosto de 1938, en el Frankfurter


Zeitung: “L a tarea de la escuela consiste en influir en los padres en reuniones y confe­
rencias, pero si los padres no actúan correctamente, habrá de intervenir el maestro o el
médico de la escuela” .
* * E l Franlcfurter Zeitung del 2 0 de noviembre de 1938 cita una declaración del juez
Tetzlaff, de las Juventudes: “E l centro de gravedad de la educación moral es el hogar
familiar. Las Juventudes Hitlerianas evitan aplicar ningún programa general de esclareci­
miento, pero sus líderes son advertidos, en cursos especiales, de las terribles consecuencias
de la homosexualidad” .
308 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

lo que se inducía de manera evidente a faltar a ellas—. Al mismo tiempo, la


opción a prescindir de esta asignatura se colocaba en parte dentro de las
prerrogativas del propio alumno.* Las clases de religión se redujeron a una
a la semana para los mayores de doce años, y durante la guerra fueron comple­
tamente suprimidas para los de más de catorce. Ya antes de esto, la mención
de la asignatura había desaparecido de los informes escolares; las asambleas
matinales semanales fueron vaciadas de toda significación religiosa y se con­
virtieron de forma evidente en ceremonias del partido. A mediados de los
años treinta tuvo lugar un importante cambio en cuanto a la formación reli­
giosa en la mayoritariamente católica Baviera, donde el partido, mediante
propaganda apoyada por la intimidación, consiguió apartar a los padres de
su adhesión a las escuelas de la iglesia. En el plazo de dos años, de las no­
venta y tres escuelas elementales de Munich, setenta y seis fueron converti­
das en escuelas municipales, sin carácter religioso específico.19
Mientras disminuía la influencia clerical, los intelectuales en general —in­
cluidos los maestros— se veían afectados de manera similar. La pérdida gra­
dual de estima pública de la profesión después de 1933 estaba en relación con
el antiintelectualismo provocado por la transformación nazi de todos los va­
lores tradicionales. Profesores y sacerdotes solían ser los únicos miembros de
las comunidades pueblerinas con una educación superior al nivel elemental
o de escuela de comercio —es decir, los únicos acostumbrados al pensamien­
to conceptual—. El igualitarismo nazi —“pensamos con la sangre”— produjo
una pseudorrevolución en amplios sectores de la sociedad rural, alentando el
amor propio de los habitantes de los pueblos, mientras reducía al mismo
tiempo el de los profesores.20
De manera análoga, el Tercer Reich alentaba el amor propio de los alum­
nos con respecto al de sus profesores (o al de sus padres); era un axioma que
la generación joven había de tener razón forzosamente, puesto que de ella
era el futuro.21 Baldur von Schirach comparó a la juventud, brillantemente
inspirada y en marcha hacia el nuevo amanecer, con los maestros de escue­
la, pedantes y estúpidos. Aun así, más de 11.000 de estos últimos actuaban
durante parte de su tiempo como funcionarios de las Juventudes Hitlerianas,
aunque puede decirse que la mayoría de profesores tendían a mirar a dicha
organización con cierta reserva. Aquellos 11.000 maestros prestaban servicio
principalmente en el campo, donde era más fácil ejercer presión; o bien se

* E sta medida fue acompañada de una campaña dentro de las Juventudes para per­
suadir a sus miembros de que rechazasen el estudio de la religión, mientras que la
Asociación de Maestros Nazis exhortaba a sus miembros a hacer lo mismo (cf. Rolf Eilers,
•op. cit., p. 25).
Parte del material de propaganda contra las escuelas católicas era extraído de los
espectaculares juicios celebrados contra miembros de las órdenes monásticas por acusaciones
iales como homosexualidad o desfalco.
LA EDUCACIÓN 30 ®

mostraban reacios a dejar que las Juventudes Hitlerianas se hicieran cargo


completamente de las actividades de sus alumnos durante el tiempo libre,
Entre las tareas adicionales exigidas a los profesores en las zonas rurales *
estaban la de bibliotecarios —en relación con el proyecto del Ministerio de
Educación de crear una red de Bibliotecas del Pueblo con personal volunta­
rio—* * y el trabajo de oficina para la administración local (durante la gue­
rra, la movilización de los maestros privó a muchas comunidades rurales de
sus funcionarios de ayuntamiento).22
No era simplemente que los profesores estuvieran sobrecargados por obli­
gaciones ajenas al programa escolar y por el aumento en la proporción alum­
nos/profesores (el promedio de alumnos en las escuelas elementales aumentó
de treinta y nueve a cuarenta y cinco por clase entre 1931 y 1939)23 sino que
la misma razón de ser de la enseñanza se veía insidiosamente puesta en cues­
tión por la existencia de las Juventudes Hitlerianas. El programa de éstas
tenía, para la psique infantil, un atractivo mucho más inmediato que el pro­
ceso de la enseñanza, con su insistencia en una maduración gradual y metó­
dica. Los alumnos estaban físicamente agotados debido a su participación
en actividades de las Juventudes Hitlerianas, se mostraban inquietos y no
podían adaptarse de nuevo a la rutina del trabajo escolar después de la exci­
tación de una marcha, una competición o una campaña de recolectas.
En la relación alumno/profesor incidía también el conflicto entre dos for­
mas de jerarquía (que seguirían coexistiendo incómodamente a lo largo de
todo el Tercer Reich): una de ellas estaba basada en la posición académica,
y la otra en la intensidad del compromiso político. Los profesores debían ex­
tremar el tacto en su tratamiento con los jefes de las Juventudes Hitlerianas,
por temor a que dañasen su posición a los ojos de los demás alumnos (a los
jefes de las Juventudes Hitlerianas les costaba enormemente subordinarse a la
autoridad de la escuela mientras ellos mismos la ejercían fuera de ella). En
Pomerania y otras regiones, profesores nombrados especialmente tuvieron que
efectuar cursos intensivos a fin de que los jefes de las Juventudes Hitlerianas
que iban retrasados pudieran ponerse a la altura de sus compañeros de clase.24
Decretando que se omitiese toda referencia a la actividad política en los
informes escolares, Schirach impidió a los profesores explicar —así como
remediar— las razones de una frecuente actuación insatisfactoria. Un profe­

* E n las parroquias demasiado pequeñas para ser atendidas por un sacerdote, los
maestros hacían a menudo las funciones de predicadores y pronunciaban el sermón un
domingo de cada dos (cf. Milton Mayer, They Thought They W ere Free, Chicago
University Press, 1955, p. 107).
Según este plan, toda población de más de 500 habitantes debía tener su biblio­
teca. Los bibliotecarios titulados a jornada completa sólo podían atender las bibliotecas
de las ciudades de más de 20.000 habitantes (cf. Frankfurter Zeitung, 3 0 de octubre d©
1937).
310 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

sor de confianza de las juventudes Hitlerianas fue nombrado en todas las


salas de profesores para defender la causa de miembros de las Juventudes
Hitlerianas cuyas notas escolares fueran insatisfactorias, así como para impe­
dir que fuesen relegados a clases inferiores.25 Se dio instrucciones a las auto­
ridades escolares para que concediesen permiso a los alumnos para asistir a
cursos de las Juventudes.26
El efecto acumulativo de las influencias exteriores sobre la educación
—en una escuela de Westfalia de 870 alumnos, se perdieron 27 días de es­
cuela debido a perturbaciones evitables, en el curso 1937-1938—27 hizo
que las autoridades iniciasen una serie de contramedidas, no demasiado efec­
tivas. Para eliminar el desequilibrio entre mens sana y corpus sanum, las
Juventudes Hitlerianas declararon 1934 su “Año de la Enseñanza” e intenta­
ro apartar gradualmente a sus miembros de su habitual y autodestructivo
antiintelectualismo, redefíniendo al intelectual como “hombre apasionado por
la investigación y el pensamiento”.28 De un modo bastante más útil, el decre­
to ejecutivo de la Ley de las Juventudes Hitlerianas, promulgado la prima­
vera de 1939, daba poderes a las escuelas secundarias para solicitar la exen­
ción de un alumno de obligaciones para con las Juventudes si su trabajo es­
colar hacía imposible el cumplimiento de tareas adicionales.29 A pesar de
estos paliativos, las lagunas en el saber de los alumnos se ampliaron aún más
y las racionalizaciones oficiales apenas hicieron otra cosa que abordar el
problema superficialmente. En uno de estos formularios informes, se decía:
“Se ha ampliado en gran medida el número de examinados, de modo que
se presenta a examen una mayor proporción de candidatos poco dotados. Al
mismo tiempo, el tipo de preguntas hechas revela que el concepto del saber
general se ha vuelto muy problemático, puesto que no guarda ninguna rela­
ción con la vida concreta de la gente hoy en día. Se ha reducido la cantidad
■de conocimientos aprendidos intensivamente, pero no la totalidad de su asimi­
lación. Los métodos de educación son más naturales, hay más camaradería
en la relación entre profesores y alumnos y, al examinar la situación de un
alumno, se tiene en cuenta no sólo su nivel en determinadas asignaturas sino
también su madurez general.” 30
Así, mientras la Asociación de Profesores daba mucha importancia a los
progresos en el sentido de comunidad del pueblo, la Wehrmacht se quejaba
del bajo nivel de los reclutas. “Nuestra juventud ha adquirido principios per­
fectamente correctos en la esfera física de la educación, pero con frecuencia
se niega a extender esto a la esfera mental.” Dicho lo cual, el ejército decla­
raba con militar crudeza: “Muchos de los candidatos a oficiales muestran
una falta de conocimientos elementales sencillamente inconcebible”.31
En 1940, el SD informó de un descenso general en el nivel de los alum­
nos, especialmente en las escuelas elementales y profesionales, Aunque ello
LA EDUCACIÓN 311

se debía en parte a la guerra, el SD hablaba de una clara tendencia descen­


dente desde hacía dos o tres años.82 Durante la guerra se hizo habitual que
la universidad enviara a alumnos recién ingresados a clases de repaso de ba­
chillerato; los profesores universitarios fueron más lejos que el informe del
SD sobre el claro empeoramiento de los niveles educativos, al declarar que
los hombres en permiso de estudio después de años en el frente mostraban
menos lagunas en sus conocimientos que los alumnos recién salidos de escue­
las secundarias.
También las escuelas profesionales y técnicas se quejaban de que no po­
dían cubrir el programa prescrito debido a la necesidad de compensar defi­
ciencias que provenían de la escuela elemental. Un periódico de Hamburgo
se preguntaba quejumbrosamente: “¿Se está volviendo más tonta nuestra ju­
ventud?”. Declaraba que, en un examen local de aprendices, de un total de
179 participantes noventa y cuatro habían escrito nombres propios con mi­
núscula, y ochenta y uno habían sido incapaces de deletrear el nombre de
Goethe, el mayor poeta de Alemania.33 Estas manifestaciones de semianalfa-
betismo resultan más explicables si se tiene en cuenta la dilución del cuerpo
de enseñantes debida a la guerra. En 1942, por ejemplo, en una escuela pro­
fesional, no más de 166 lecciones estuvieron a cargo de profesores cuali­
ficados.84
La creciente escasez de profesores durante el Tercer Reich era debida a
dos procesos complementarios: la migración de profesores hacia ramas mejor
pagadas de la educación, hacia el aparato del partido o el cuerpo de oficiales
de la Wehrmacht (de ahí el dicho “La guerra no habrá terminado hasta que
el último maestro de escuela elemental tenga su grado de oficial”) y el des­
censo —en cantidad y calidad— del ingreso en la profesión, debido a la pér­
dida de prestigio social que había experimentado. Sin embargo, ninguno de
estos factores tenía un valor absoluto. La enseñanza en las escuelas secunda­
rias, por ejemplo, seguía estando muy bien considerada, y los puestos en
ella excesivamente buscados. Los profesores de escuela secundaria (Studien-
cissessoren) constituían el estrato superior de la profesión; licenciados todos
ellos, consideraban la pertenencia obligatoria a la Asociación de Profesores
nazi, dirigida por maestros de escuela elemental, como la cruz que tenían
que soportar bajo la esvástica. Los Assessoren estaban subdivididos a su vez
en permanentes y temporales, y el tiempo enormemente largo que tardaban
en establecerse los que trabajaban a prueba —como promedio, no lo conse­
guían hasta poco antes de los cuarenta años— producía una situación en que
tres de cada cinco profesores de escuela secundaria seguía soltero a los treinta
y tres años (comparado con sólo uno de cada cinco entre la población en
general).85 En un memorándum encaminado a hacer menos azarosa la carre­
ra de los Assessoren, la Asociación de Profesores sugirió que la edad del retiro
312 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

en las escuelas se redujese a sesenta y dos años, a fin de crear más vacantes,
que se redujese el número de alumnos por clase y que, si un profesor esta­
blecido abandonaba el trabajo por enfermedad el tiempo que fuese, se con­
tratase a un Studienassessof, con paga íntegra, para sustituirlo.38
Estas sugerencias cayeron en el vacío: en 1938, las autoridades redujeron
la edad de admisión en la universidad de diecinueve a dieciocho años, y el
resultante acortamiento en un año de los cursos de escuela secundaria era
evidentemente lo contrario de cualquier mejora * en la situación de los Asses-
soren temporales. * * El empleo temporal de Studienassessoren como profeso­
res supernumerarios significaba que podían ser despedidos sin previo aviso,
aunque llevaran años trabajando en una escuela. La guerra exacerbó aún más
su sensación de inseguridad, puesto que las viudas de profesores temporales
muertos en servicio activo no tenían derecho a pensión.37
Mientras las ramas superiores de la profesión sufrían de un exceso de per­
sonal,* el número de profesores de escuelas elementales y profesionales era
insuficiente. En 1938-39, el número de maestros y profesores de enseñanza
elemental era inferior en 17.000 a la cifra de Weimar; 38 en zonas extremas
como la Prusia oriental, estaba vacante un puesto de enseñanza de cada
diez.39 El ejército, la empresa privada y la burocracia del partido, en cons­
tante expansión, constituían otras tantas alternativas a una profesión que, al
nivel elemental, ofrecía un salario inicial de sólo 2.000 marcos anuales.40 He­
chas las deducciones, resultaban aproximadamente 140 marcos al mes, o sea
veinte marcos más de lo que ganaba un obrero de los peor retribuidos.*****
Dos años antes del estallido de la guerra, el director municipal de educa­
ción de Berlín advirtió que en los centros urbanos, donde las clases elemen­
tales y medias acomodaban de cincuenta a sesenta alumnos, los profesores
se aproximaban al límite de sus posibilidades: “Esto lo demuestra el aumento

" También iba en contra del mantenimiento del nivel de exigencia anterior.
* w L a situación económica de sus colegas femeninos era todavía peor, pues la parcial
eliminación de la mujer en los estudios superiores aumentaba aún los inconvenientes
con que tropezaban. E n 1937, de un total de casi 4.000 profesoras ayudantes, sólo 1.600
gozaban de seguridad en su empleo; el resto eran eventuales o suplentes (cf. Frankfurter
Zeitung, 12 de octubre de 1937).
* * * Aunque, incluso a este nivel, se hacían sentir algunas escaseces; por ejemplo, en
1937, no había suficientes ayudantes de laboratorio (cf. Frankfurter Zeitung, 16 de septiem­
bre de 1937).
« « * « u n maejtxo elemental con formación académica (casado y sin hijos) ganaba, al
cabo de seis meses de ejercicio, 2 6 9 marcos mensuales, de los que gastaba 76 en alquiler (de
un piso moderno), 2 0 en seguro social y suscripciones, 80 en comida, 15 en gas, luz y perió­
dicos y 3 0 en limpieza y lavandería, después de lo cual le quedaban 35 para gastar en
ropa, artículos duraderos, etc. Conscientes de la insuficiencia de esta remuneración, las
autoridades educativas permitían a los maestros ganar más dinero dando clases particulares
en sus horas libres, pero si el ingreso mensual por estas actividades era superior a los
4 0 marcos debían pedir permiso a sus superiores.
LA EDUCACIÓN 313

en las cifras de enfermedad, que no pueden atribuirse a fingimiento, ya que


se efectúan rigurosos exámenes médicos... Se corre el peligro de que los jóve­
nes pierdan todo incentivo para entrar en la profesión”.41
De unos 30.000 niños que consiguieron el título de Ábitur y expresaron su
preferencia por una carrera al final de aquel año académico, sólo 2.300 (un
7,5 por ciento, o sea la mitad de la proporción de futuros oficiales) escogie­
ron la enseñanza; esto representaba apenas una tercera parte de la cantidad
de candidatos necesaria para mantener el servicio en pleno funcionamiento.
Para compensar la disminución del ingreso en la profesión por parte de los
sectores tradicionales, las autoridades se dirigieron a partir de entonces a es­
tratos educacionales más bajos. En 1938 se redujo el requisito de entrada
para la enseñanza en escuelas elementales del Abitur al Mittlere Reife (que
se conseguía a los dieciséis años).42 En 1940 se instituyó un “curso prepara­
torio” (Aufbaulehrgang) por el cual se seleccionaba, a los catorce años, a los
alumnos más aptos de la escuela elemental y se los preparaba para seguir
los estudios de magisterio a los dieciocho.43 Esto significaba que, así como an­
tes nadie que no hubiera pasado por la escuela secundaria podía diplomarse
como maestro, ahora un sector social enteramente nuevo (especialmente en el
campo) podía acceder al puesto de maestro y a una posición social de clase
media. Las medidas de emergencia provocadas por la amenaza de una grave
escasez se eliminaron así con una igualación de oportunidades y la retrasada
realización del vigésimo punto del programa del partido nazi (el cual, natu­
ralmente, era fundamentalmente contradicho por el mantenimiento de las
cuotas escolares a todos los niveles de la educación).
La selección de estos potenciales futuros maestros estaba en manos de
funcionarios del partido y jefes de las Juventudes Hitlerianas. Las clases de los
cursos preparatorios eran agrupadas como unidades de las Juventudes Hitle­
rianas, y tanto profesores como alumnos llevaban uniformes de dicha orga­
nización.44 Otro sistema más directo para solucionar la escasez de profeso­
res, exacerbada por la llamada a filas en tiempo de guerra, fue la institución
de ayudantes escolares. Procedentes de sectores que tenían un vínculo pura­
mente nominal con la educación (por ejemplo el personal a pleno empleo
de la Unión de Jóvenes Alemanas o del departamento femenino del Servicio de
Trabajo), los ayudantes escolares pasaban por tres meses de adiestramiento
preliminar, dos años de prácticas de enseñanza y ■ —si se los consideraba
aptos—■un año de instrucción que llevaba a un examen para la obtención
del diploma.45
La introducción en las escuelas de auxiliares no cualificados provocó mu­
chos comentarios adversos. A los ojos de los padres, los ayudantes escolares
eran personas incapaces que, después de haber fracasado en todo, pretendían
ahora intervenir en la educación de sus hijos. Los profesores de escuelas
314 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

elementales los veían como una mano de obra amorfa que perjudicaba aún
más su ya disminuida posición profesional.46 Pero no fue sólo en el campo
de la preparación de maestros donde las autoridades educativas llevaron a
cabo experimentos durante la guerra. Se instituyeron escuelas superiores
(.Hauptschulen) gratuitas con la idea de que algunos niños, que no habían po­
dido ir a escuelas secundarias por motivos económicos más que educativos,
constituían una reserva potencial para las filas relativamente escasas de las
profesiones y la administración. Las reacciones al proyecto fueron diversas:
fue recibido como un regalo subvencionado por el estado para los individuos
más dotados del nivel educativo elemental, pero despertó también temores
de que la retirada de dichos individuos de talento redujese a un nivel excesi­
vamente bajo la educación elemental, acelerando así el éxodo de jóvenes del
campo a la ciudad. El plan fue desechado, entre otras cosas porque la Wehr­
macht unió su poderosa voz a los detractores.47
La inestabilidad y la experimentación eran también características de
otros aspectos del panorama educativo. La eliminación en gran escala de
libros de texto de Weimar, en 1933, por ejemplo, creó un vacío parcial que
no se llenó adecuadamente hasta la publicación de nuevos libros, a principios
de la guerra; entretanto los profesores dependieron de una serie de folletos de
títulos reveladores, como L a Histria en subtítulos. La carencia general de de­
cisión de la política educativa nazi se reflejaba en el chiste sobre Herr Rust, mi­
nistro de Ciencia, Educación e Instrucción Popular del Reich: “Un Rust es
la unidad de medida para el tiempo mínimo que transcurre entre la aproba­
ción de un decreto y su abrogación”. Sin embargo, estas oscilaciones de
la política educativa no eran más que una faceta de la incoherencia gene­
ral del régimen. Junto a su dinamismo sin precedentes, el Tercer Reich, con
el partido compitiendo con el estado y los jerarcas rivales empeñados en una
lucha casi a muerte, mostraba un alto grado de indecisión.
La dualidad partido-estado se reflejaba también en el desarrollo de las
escuelas de élite nazis, con las Ñapólas sirviendo de incubadoras del alto per­
sonal del gobierno y del ejército, mientras las escuelas Adolf Hitler prepara­
ban a futuros jefes políticos. Concebidas como sucesoras de las academias de
cadetes prusianas,* y a pesar de la asignación fija de puestos para hijos de
oficiales y de la estrecha relación con la Wehrmacht, las Ñapólas, que pasaron
bajo el control de las SS en 1936, estaban completamente nazificadas. El pro­
grama era el de las escuelas secundarias ordinarias, con educación política
en lugar de formación religiosa y un gran énfasis en deportes tales como
boxeo, juegos bélicos, remo, vela, patinaje, tiro, conducción de lanchas moto-

° E n recuerdo de estos precedentes, el programa de las Ñapólas incluía veladas de


baile con damiselas de la clase media ataviadas con blancos vestidos de noche, con rami­
lletes de flores en las manos y con el cabello trenzado.
LA EDUCACIÓN 315

ras y motocicletas (así como coches).48 Las clases se daban al aire libre siem­
pre que era posible, y las discusiones sobre artículos editoriales del Volkischer
Beobachter formaban parte de la rutina diaria.19 El programa era comple­
mentado por viajes a diversos puntos de Alemania y al extranjero; en el sexto
curso, todos los alumnos de las Ñapólas pasaban de seis a ocho semanas ayu­
dando en las faenas del campo, y en el séptimo el mismo período de tiempo
trabajando en una fábrica o en una mina de carbón. Las clases se llamaban
“pelotones” y la rutina de la vida escolar imitaba la de un campamento mili­
tar, con “tareas de campamento”, “diana”, un estilo de vida comunal y gim­
nasia antes del desayuno.50 En estas circunstancias, no es de extrañar que el
nivel intelectual alcanzado estuviera —según palabras del miembro de las
SS y administrador de Ñapólas Heissmeyer— “no por encima sino más bien
por debajo del de la escuela secundaria alemana media”.51 Un inconveniente
adicional era la escasez de libros de texto, ante la cual la colección H ilf Mit
publicada por la Asociación de Profesores representaba sólo un sustitutivo
insuficiente.52
Los requisitos para la admisión a una Ñapóla eran muy simples: perte­
nencia a las Juventudes Hitlerianas, buena salud, alto nivel de aprovecha­
miento en educación física, origen ario indiscutible y apoyo por parte del
jefe de distrito del partido. La selección tenía lugar después de una semana
de prueba, durante la cual todos los candidatos tenían que someterse a exá­
menes de destreza y resistencia física y estaban bajo constante observación
de los selectores de la Ñapóla. Además, los directores de estos centros inves­
tigaban hasta qué punto se podía confiar en los padres mediante entrevistas
personales. La cuota nominal era de 1.200 marcos anuales, pero como muchos
meritorios veteranos del partido, así como oficiales en servicio, conseguían
plazas gratuitas para sus hijos y existía un fondo especial para subvencionar
a los matriculados más pobres, el importe pagado no excedía en realidad los
50 marcos anuales.53 Esto ayuda a explicar por qué, con el paso del tiempo,
el reclutamiento de las Ñapólas se efectuó cada vez más entre los sectores
relativamente pobres de la población, especialmente en las zonas católicas,
donde estas escuelas absorbían a muchachos que antes habrían ido probable­
mente al seminario. El momento cumbre del curso de una Ñapóla eran las
maniobras que ponían a prueba hasta el máximo la resistencia física de los
participantes.* Los juegos bélicos duraban dos días seguidos y se desarrolla­
ban en una zona de 140 kilómetros de diámetro. (En ellos cada participante
tenía que romper el “hilo de vida” —Lebensfaden— de su oponente.)54

” Ante 2.500 alumnos de una Ñapóla en el campamento de Ahrenshoop, el ministro


Rust declaró: “E n la antigua Persia, se pedían tres cosas a los jóvenes: equitación, tiro
con arco y fidelidad. Y sin embargo, Mesopotamia era el paraíso de los arquitectos, ingenie­
ros, sabios, etc.” (cf. Frankfurter Zeitung, 6 de julio de 1938).
316 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Para preparar a sus alumnos para estas batallas, los directores con mayor
iniciativa idearon ejercicios de endurecimiento, en los que los alumnos lucha­
ban con furiosos perros alsacianos.55 Como los profesores participaban tam­
bién en estos ejercicios, se veían obligados a mantener un nivel muy alto de
preparación física, a fin de conservar su autoridad moral.
El sistema Ñapóla se mantuvo en continua expansión. Incluso durante la
guerra, mientras la creación de escuelas ordinarias estaba estancada, se esta­
blecían nuevas Ñapólas, a las cuales las SS llevaban a los mejores profesores
del sector civil.56 En 1942, cuando había más de cuarenta por todo el Reich,
fueron rebautizadas con el nombre de Deutsche Heimschulen (Internados
Alemanes) y se les encomendó la tarea adicional de acomodar a los hijos de
soldados muertos en servicio, funcionarios del gobierno y científicos a quienes
su trabajo obligaba a largas ausencias.57
Aunque las Ñapólas cayeron bajo la égida de las SS, el Ministerio de Edu­
cación conservó el control sobre los programas académicos. Las escuelas
Adolf Hitler rompieron totalmente este compromiso. Las dos ramas del sis­
tema escolar creado por los nazis diferían también en sus métodos de reclu­
tamiento. Mientras eran los padres quienes solicitaban el ingreso en las Ña­
pólas, en el caso de las escuelas Adolf Hitler eran las mismas escuelas las
que solicitaban a ciertos alumnos preseleccionados por las Juventudes Hitle­
rianas. Los padres solamente intervenían para dar su acuerdo al hecho con­
sumado, a menos que tuvieran el valor o los recursos necesarios para no
hacerlo, Como la ideología nazi se apoyaba grandemente en el darwinismo,
a los promotores nazis de la educación —como Baldur von Schirach o Robert
Ley— les agradaba decir que las escuelas Adolf Hitler institucionalizaban el
principio de la selección continua.
Después de haber sido preseleccionados durante su segundo año en la
Jungvolk, los candidatos al ingreso en las escuelas Adolf Hitler eran examina­
dos racialmente y enviados a un campamento de Juventudes durante una quin­
cena antes del examen final. Un criterio básico de la selección era el aspecto
físico; después de su aceptación, los alumnos de las Adolf Hitler eran valora­
dos en gran medida según su capacidad para el liderazgo. Las escuelas Adolf
Hitler evitaban muchos de los elementos de la rutina de las escuelas alema­
nas ordinarias, tales como los exámenes individuales con notas numéricas,
libros de conducta, imposiciones, relegación a cursos inferiores en caso de
suspenso, e incluso expedientes. Además, los alumnos se dirigían a sus profeso­
res con el familiar Du en lugar del cortés Sie. Las clases se llamaban
“escuadras”, y cada escuadra estaba mandada por suboficiales procedentes
de la escuela superior, que ejercían una vigilancia extrema sobre el nivel de
los alumnos en cuanto al arreglo de la cama, vestido, comportamiento e hi­
giene personal. Las escuadras competían entre sí y eran juzgadas colectiva­
LA EDUCACIÓN 317

mente durante una semana de pruebas que ocupaba el lugar de los exáme­
nes.58 La extrema tendencia antiintelectual de las escuelas fue gradualmente
rectificada, especialmente a raíz de que Heissmeyer declaraba públicamente,
en 1939, que “el nacionalsocialismo no da la suficiente importancia al saber.
Los conocimientos que los alumnos pueden adquirir en las escuelas Adolt
Hitler son, en todos los aspectos, inferiores a los proporcionados por las me­
jores escuelas superiores”.50
Mientras el trabajo diario consistió, en un prinicpio, en cinco sesiones de
educación física y uno y medio de actividades intelectuales, que incluían el
estudio de periódicos, el horario semanal durante la guerra constaba de vein­
tidós clases de estudio y quince sesiones de educación física; en 1941, más
de la mitad de los alumnos de las escuelas Adolf Hitler habían aprobado
exámenes de ingreso común, y a partir de 1945 los criterios de aptitud inte­
lectual pesaron tanto como los de capacidad física. Además, en 1942, las
escuelas Adolf Hitler recibieron poderes para conceder a sus graduados de
dieciocho años diplomas que daban derecho a ingresar en la universidad.60
No es que las universidades fueran forzosamente las instituciones a las
cuales estaban destinados los alumnos de las escuelas Adolf Hitler. El des­
tino final para la élite de los alumnos de las Adolf Hitler eran los Ordens-
burgen (castillos de la orden), escuelas de perfeccionamiento para los futu­
ros jefes, imbuidas de la mística de las órdenes caballerescas medievales y
aderezadas con los adornos externos de éstas. Los cuatro Ordensburgen de
Sonthofen, Crossinsee, Vogelsang y Marienburg estaban establecidos en pai­
sajes remotos y románticos. Tanto su romanticismo como su alejamiento eran
acentuados por su estilo arquitectónico. Cada Ordensburg daba acomodo a
mil estudiantes, llamados “Junlcers”, más 500 instructores, además del perso­
nal administrativo y criados (que servían a los Junkers con uniformes blancos
y galones dorados). Un papel dominante en el programa era el otorgado a la
equitación, no, en palabras de Robert Ley, “para perpetuar un prejuicio
social, sino porque da a los Junkers la sensación de ser capaces de dominar
completamente a una criatura viviente”. Ley, que, como jefe organizativo
del partido nazi, era el principal creador del plan Ordensburg, mencionaba
una y otra vez la comunidad del pueblo. “El Ordensburg abre la puerta del
liderazgo político al hombre de la calle”, afirmó en unas declaraciones que
llevaban el significativo titular “El bastón de mariscal en la mochila de cada
soldado”; 61 “Nosotros no preguntamos a un candidato: ‘¿Tiene usted el tí­
tulo de abogado?’, sino ‘¿Que clase de Kerl (tipo, persona) es usted?’.” La
falta de importancia de la clase social llevaba también aparejado el evitar
los criterios intelectuales de selección; no en vano la admisión a los Ordens­
burgen no dependía de exámenes sino del apoyo de que gozaba el candi­
dato por parte de las jerarquías del partido de su distrito.
318 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Los Ordensburgen estaban equipados de modo impresionante. Vogelsang


se jactaba de poseer el mayor gimnasio del mundo, en el que todos los apa­
ratos podían surgir del suelo y desaparecer de nuevo en él. En Sonthofen, el
comedor (192 metros de largo, capaz para 1.500 personas sentadas) tenía las
paredes y el suelo recubiertos de mármol alemán, al igual que la Ordensaal
(sala de la orden), lugar de celebraciones especiales y ceremonias neopa-
ganas.02
Los que entraban en un Ordensburg contaban alrededor de los veinticin­
co años, habiendo pasado seis —de los doce a los dieciocho— en una escuela
Adolf Hitler, dos y medio en el Servicio de Trabajo y la Wehrmacht y otros
cuatro adquiriendo cualificación profesional, lo cual, en la mayoría de los
casos, significaba que habían sido funcionarios del partido a jornada com­
pleta. Los estudios eran peripatéticos: los alumnos pasaban un año en cada
uno de los cuatro Ordensburgen. En Crossinsee se daba principal importan­
cia al atletismo, la vela, la equitación y el patinaje; en Sonthofen, al esquí y
al montañismo; en Vogelsang, a la instrucción física. En el último curso, en
Marienburg, los Junkers pasaban por su maduración final física y espiritual.
La disciplina se aplicaba con rigor. E l castigo por ligeras infracciones de las
normas era el ayuno obligatorio, un disuasivo de enorme impacto para los
cuerpos forzados hasta el límite de su resistencia. En Vogelsang, por ejemplo,
los Junkers se zambullían desde una palanca colocada a nueve metros de
altura, y tenían que lavarse en una corriente helada situada a 2,7 km. de sus
habitaciones. En invierno se los hacía levantarse en plena noche para rea­
lizar ejercicios físicos al aire libre. Los juegos bélicos incluían el uso de mu­
nición real y el cavar trincheras en el camino de tanques en marcha, todo lo
cual provocaba accidentes fatales.63 *
Las exigencias intelectuales en los Ordensburgen eran mucho menos rigu­
rosas. Se estimaba que, en Vogelsang, aproximadamente uno de cada diez
Junkers poseía el título de Abitur y sólo uno entre cien era licenciado; el
nivel intelectual medio era tal que una charla sobre las relaciones angloale-
manas resultó incomprensible para el 90 por ciento de los oyentes.64 Pero, a
pesar de la evidente facilidad con que eran admitidos los candidatos y a pe­
sar de las favorables condiciones económicas, los Ordensburgen no llega­
ban a atraer a todos los jóvenes que podían admitir y a menudo no funcio­
naban más que a las dos terceras partes de su capacidad. Del mismo modo,
aunque la intención era que los graduados de los Ordensburgen llenasen
los niveles superiores de la sociedad del Tercer Reich, la actuación de algu­
nos de ellos durante la guerra desmintió las esperanzas que en ellos se cifra-

° Los Junkers eran educados a expensas del estado; las personas dependientes de ellos
recibían un subsidio mensual de 100 a 300 marcos, y el partido asumía la responsabili-
lidad de sus deudas.
LA EDUCACIÓN 319

ban. Muchos de los que entraron en el ejército fueron bajas, y un gran núme­
ro de ellos no llegaron siquiera a oficiales. Otros, con la mirada fija en el
poder político, se convirtieron en administradores de los territorios orientales
ocupados —en otras palabras, “faisanes dorados”—, los corruptos y desprecia­
bles parásitos y matones del folklore militar alemán de la Segunda Guerra.65
También la guerra ofreció al régimen una oportunidad para hacer que el
sector tradicional de la educación se aproximase más a escuelas específica­
mente apoyadas por los nazis. Como parte del plan general para evacuar a
la población de las ciudades bombardeadas, las autoridades crearon campos
de evacuación para niños, es decir, trasladaron las escuelas diurnas a zonas de
recepción, donde seguían funcionando en forma de internados. Al estarles
negadas las visitas paternas por razones emocionales y para eliminar gastos
de transporte, los niños de los campos de evacuación estaban enteramente
encerrados en su nuevo ambiente —un clima paramilitar creado por los fun­
cionarios de las Juventudes Hitlerianas (muchos de ellos veteranos de la Wehr­
macht), quienes compartían tareas de supervisión con los profesores—. En
estos campos se daba mucha más importancia a la disciplina militar que a
la académica: en los exámenes, los muchachos copiaban libremente unos de
otros, mientras que un rastro de polvo descubierto en una habitación daba
lugar a un castigo riguroso.66 Inevitablemente, el estudio no despertaba el
interés de los alumnos en la medida que lo hacían los juegos bélicos, las mar­
chas y los ejercicios con armas.
El descenso del nivel educativo en tiempo de guerra era un fenómeno a
escala nacional. Aunque el traslado a campos de evacuación afectaba sola­
mente a los alumnos de zonas amenazadas por incursiones aéreas —los niños
cuyos padres se negaban a su evacuación a menudo no recibían enseñanza
alguna—, la educación se vio perturbada de manera similar en otras zonas
por el reclutamiento de clases superiores de escuela secundaria para servicios
antiaéreos. Los “auxiliares antiaéreos”, es decir, alumnos de escuela secunda­
ria de dieciséis a dieciocho años, vivían en barracones militares y recibían die­
ciocho horas de clase por semana. En estas circunstancias, no es de extrañar
que los criterios de examen se relajasen también, proceso que a veces llegaba
al absurdo. Bajo el título de “Certificado sin miedo al examen”, por ejem­
plo, el Volkischer Beobachter informaba de una ceremonia, en Viena, con la
cual se había celebrado la vuelta de un grupo de miembros de la Unión de
Jóvenes Alemanas, que habían pasado diez semanas efectuando trabajos agrí­
colas en Warthegau (la parte de Polonia incorporada a Alemania), y que al
hacer esto habían conseguido sus certificados escolares.07
Antes de esto se había iniciado ya una estrecha relación entre el trabajo
en el campo y la enseñanza. Lo que se llamaba Servicio Agrícola Auxiliar
consistía en el envío de clases enteras de jóvenes de más de catorce años al
320 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

campo para ayudar en la cosecha, tanto en las vacaciones como durante el


curso. (El número de semanas en que se podía apartar a los muchachos de
la escuela durante el curso se establecía según la edad del grupo; los alum­
nos de primer curso estaban exentos del servicio.) Como suplemento del Ser­
vicio Agrícola Auxiliar, las autoridades instituyeron el “año del campo”, sis­
tema para extender un año más la educación de los alumnos de escuela
elemental de catorce años. Este año del campo trabajaban para los campesi­
nos por la mañana y asistían a clases de historia del nazismo, cuestiones ra­
ciales y cultura general por la tarde; en el punto álgido de la temporada
agrícola, sin embargo, este horario se abandonaba y el trabajo de sol a sol
se convertía en la orden del día. Los niños de catorce años no tenían vacacio­
nes durante nueve meses seguidos y no se les permitía recibir visitas de sus
padres.08 Aunque algunos padres se oponían al año del campo por motivos
religiosos —en los campamentos agrícolas (al igual que en los campos de
evacuación) se negaba a los alumnos el cuidado pastoral de sacerdotes—.
otros, especialmente entre los pobres, aprobaban una institución que los libe­
raba de la perentoria necesidad de albergar y alimentar a sus hijos durante
todo un año.
En lo referente a la extensión de la educación a grupos socialmente no
privilegiados, la actuación del régimen fue unilateral. Cuando se trató de
reforzar las debilitadas filas de la enseñanza, las oportunidades educativas
se extendieron a estratos sociales antes excluidos; en la preparación de la
segunda generación de líderes del partido, las posibilidades económicas —e
incluso las intelectuales—, que durante mucho tiempo habían hecho de la
educación una reserva de la clase media, dejaron, hasta cierto punto, de ser
tomadas en cuenta (así, en 1940 las Ñapólas tenían un 13 por ciento de alum­
nos procedentes de la clase obrera —aproximadamente el doble que las es­
cuelas secundarias ordinarias—),09 pero dentro de la amplia estructura de la
enseñanza secundaria brillaban por su ausencia unas reformas que realmente
pusieran en práctica el concepto de comunidad del pueblo. Poco se hizo para
reducir las cuotas escolares, aunque el ministro de Educación, Rust, declaró
en la primavera de 1939 que había llegado el momento de abolirías;70 justi­
ficaba esta declaración invocando la escasez de profesores e ingenieros. Des­
pués de haber sido aumentadas en una tercera parte en 1935, las cuotas de
las escuelas prusianas importaban 240 marcos anuales.71 Las de las escuelas
bávaras eran de 200 marcos anuales.72
La política eugenésica del régimen se expresó en el marcado descenso de
la escala de cuotas escolares para familias numerosas. En Prusia, por ejem­
plo, el segundo hijo tenía derecho a una reducción del 25 por ciento, el ter­
cero del 50 por ciento, y del cuarto en adelante no pagaban cuota alguna. En
otras zonas, las reducciones funcionaban de modo diferente, pero existía una
LA EDUCACIÓN 321

política general encaminada a ayudar a los hijos de familia numerosa a asis­


tir a escuelas secundarias y técnicas.73 Los elevados precios de los libros de
texto escolares eran otro factor contrario a la igualdad de oportunidades edu­
cativas durante el Tercer Reich. Las autoridades favorecían los intereses de
los editores hasta el extremo de prohibir la venta de libros de texto de segun­
da mano,74 aunque estipularon que el 5 por ciento de cualquier entrega debía
facilitarse gratuitamente a las escuelas para su distribución entre alumnos
pobres.75 Al considerar juntamente la reducción gradual de los puestos de
enseñanza secundaria (para una población en expansión) al pago de ouotas y
la compra de libros, se ve por qué la revolución llevada a cabo por el Partido
Obrero Nacionalsocialista Alemán dejó prácticamente intacto el esquema so­
ciológico de la educación alemana: después de 1933 los obreros, que consti­
tuían el 45 por ciento de la población, siguieron representando el mismo
segmento ínfimo de la población universitaria —el 3 y medio por ciento— que
en los días de Weimar. El hecho de que los poderes revolucionarios ni si­
quiera se dieran cuenta de la ironía de esta situación lo muestra su costum­
bre de seguir publicando estadísticas sobre la extracción social de los alum­
nos de enseñanza secundaria.76 Esta tendencia a la continuidad se manifestó
en todos los aspectos de la educación, y aunque hemos dedicado aquí una
buena cantidad de espacio al sistema escolar apoyado por el partido, con su
rechazo de los criterios intelectuales y sociales convencionales, no debe dedu­
cirse de ello que las escuelas secundarias fuesen desplazadas por las Adolf
Hitler, y las universidades por los Ordensburgen. La visión nazi de la edu­
cación (como de tantas otras cosas) era bifocal: convirtieron dos cosas opues­
tas, la comunidad del pueblo y la selección continua, sus propias necesidades,
contradictorias entre sí, de popularidad y eficacia, en elementos de una mis­
ma política.
La continuidad era también una característica de aquella figura clave
del mundo de la educación, el maestro o Herr Professor, cuya profesión se
temía que hubiese sido desprestigiada por la revolución nazi, orientada hacia
la juventud. Por grados imperceptibles de farsa mezclada con tragedia, este
personaje de la sociedad alemana (según Palmerston: “Alemania, país de
profesores condenados”) recuperó su antigua posición. En 1935, la Asociación
de Profesores nazis consiguió que se prohibiesen las emisiones por radio de
la canción El pobre maestro de pueblo, basándose en que difamaba a la pro­
fesión de la enseñanza.77 En 1936, la dirección de algunas escuelas secunda­
rias de Berlín consiguió que no fuese expuesto el Stürmer en los edificios
escolares; pero esta victoria fue muy limitada, puesto que sus alumnos se­
guían siendo acosados en las esquinas por exhibiciones de la pornografía de
Streicher.
En 1938 un Jugendschutzkammer (tribunal de protección de menores) de­
322 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

sestimó la acusación contra un profesor que había golpeado a una chica


haciéndola sangrar por la nariz, basándose en la afirmación de que el cas­
tigo corporal podía aplicarse sin distinción de sexos.78 En 1941, se produjo
una rehabilitación oficial del bofetón como medida disciplinaria, siempre que
la edad de los alumnos hiciese poco probable que este castigo dañase su
visión o su oído.79
20

LAS UNIVERSIDADES

En 1933, a pesar de sus grandes éxitos en muchos aspectos, la universidad


alemana llevaba muchas décadas sin resolver un problema fundamental: el
de la interrelación entre Gelst y Macht (espíritu y poder). Vistos desde su
posición privilegiada —es decir, con un astigmatismo que provocaba un estra­
bismo corporativo hacia la derecha—, espíritu y poder parecían, irreconcilia­
blemente opuestos. Esto creaba un dilema que parecía susceptible de tener
sólo dos soluciones, igualmente peligrosas: subordinarse al estado o hundirse»
a la manera de los topos, en el refugio que ofrecían los bosques de Academo.
La última alternativa de este tipo se había presentado en 1848. El dese­
quilibrio entre la estatura intelectual y la efectividad política revelado por
la revolución polarizó las actitudes académicas, llevándolas, por una parte, a
una adoración chauvinista del poder y, por otra, a una preocupación tan tota!
por el Geist que mereció el calificativo de “idiota” (en el sentido griego).
Nada ilustraba la interrelación de Geist y Match bajo el Kaiser de modo
tan claro (y tan cruel) como la anécdota sobre el profesor de filosofía retirado
a quien Guillermo II recibía en audiencia y prometía la concesión de cual­
quier petición; a lo que el venerable erudito fijaba sus lacrimosos ojos en
su interlocutor e imploraba: “¿Podría Su Majestad hacerme ascender de se­
gundo a primer teniente de la reserva?”.
Esta anécdota puede ser representativa de muchas declaraciones de pro­
fesores durante el ocaso imperial. Excepto para uno: el comentario del filósofo
Max Scheler sobre el bombardeo alemán de la catedral de Reims durante la
guerra: “Si la catedral hubiese sido capaz de pensar y sentir se habría dad®
cuenta de que la fuerza que hacía disparar los cañones formaba parte de la
misma fuerza que en otro tiempo había creado esa obra maestra del gótico
que se eleva hacia el cielo”.1
324 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Durante toda la Primera Guerra Mundial la comunidad académica llevó


su patriotismo a tomas de posición no sólo intelectuales —en 1914, la con­
troversia sobre los objetivos bélicos consiguió 450 firmas de profesores en
favor del engrandecimiento de Alemania, frente a 120 en contra— sino tam­
bién vitales: en Langemarck (un toponímico que se convertiría en un pro­
grama), fila tras fila de imberbes reclutas estudiantes marcharon hacia las
ametralladoras enemigas para morir cantando el Deutschland Lied.
Después de la derrota, la contemplación retrospectiva de los académicos
de los triunfos de las armas alemanas se hizo aún más intensa. En los años
veinte, las investiduras de nuevos rectores solían convertirse en días de
recuerdo de los caídos, junto a denuncias del Tratado de Versalles hechas
con clásica elocuencia. La negativa de las universidades a aceptar la derrota
militar alemana y la serie de cambios sociopolíticos que derivaban de ella
inyectaron toxinas inasimilables en el cuerpo político de Weimar. Eduard
Spranger, un pedagogo no muy reaccionario, expresaba la opinión de la ma­
yoría de los académicos cuando, como hemos visto, llamaba a la República
Alemana un “estado fantasma”.2 Este consenso sobre Weimar estaba tan ex­
tendido entre los académicos que —citando la certera observación de Walter
Jen—8 una sola lista de expulsiones habría podido dar cabida a los nombres
de todos los profesores leales a la República.
Todo esto no quiere decir, desde luego, que la mayoría de los académicos
conspirasen para lograr el derrocamiento de la democracia, sino que eran
hostiles —o, en el mejor de los casos, indiferentes— a su supervivencia.
Flanqueados por una quebrada fila de demócratas por un lado y una for­
midable falange autoritaria por el otro, había grupos de académicos puros
cuyos horizontes convergían con la línea de demarcación de su asignatura
y que, de preguntárseles cuál era el primer deber de un hombre cuando
había un incendio en la casa de al lado, habrían contestado: “Avisar al cuer­
po de bomberos, o sea la entidad oficialmente acreditada y con el entrena­
miento especializado preciso para accidentes de carácter incendiario”.
Algunos especialistas, como los profesores de historia o de derecho, se
veían naturalmente llevados al terreno de la política por el mismo carácter
de sus asignaturas, pero el Zeitgeist (espíritu de los tiempos) académico les
impedía hacerlo con un espíritu de democracia y humanismo. Los últimos
años de Weimar fueron el período de la Voraussetzungslose Wissenschaft
(ciencia despojada de toda idea preconcebida, es decir de todo valor moral).
En historia estaba en boga el historicísmo, que atribuía validez sólo a lo que
era aplicable, o sea oportuno, mientras en filosofía el existencialismo saltaba
por encima de la metafísica con la pérdida de la afirmación irracional.
Sociológicamente, la población universitaria no se vio modificada en lo
esencial por la guerra: siguió compuesta por miembros de las clases alta y me-
LAS UNIVERSIDADES 325

dia, con una preponderancia de miembros de familias de académicos y fun­


cionarios. Aunque los obreros constituían la mitad de los habitantes del país,
no formaban más que el 3 por ciento del estudiantado universitario. El hecho
de que el 29 por ciento de los parlamentarios de Weimar fueran de origen
proletario reforzó aún más la antipatía académica hacia la República. Después
de la guerra, la población estudiantil aumentó aproximadamente un 10 por
ciento anual (1914, 69.000; 1932, 118.000),4 pero como la cantidad de salidas
que se ofrecían a los licenciados permaneció primero estática y disminuyó
luego rápidamente durante la Depresión, se creó un proletariado intelectual
de licenciados y estudiantes que abandonaba la universidad. El contraste
entre las esperanzas de los estudiantes y su realización provocó una nueva
radicalización de un grupo que era ya elitista y antidemocrático.* Cosa ex­
traña, el signo de esta radicalización fue claramente de derecha. En 1927, o
sea en un momento en que todavía había una relativa prosperidad, el 77 por
ciento de los estudiantes prusianos exigieron la inserción de un “párrafo ario”
(exclusión de los judíos) en el estatuto de autogobierno de la universidad.5
Con la Depresión, la opinión estudiantil se mostró mucho más susceptible
a la atracción del nazismo que la opinión pública en general. A comienzos
de 1931, aproximadamente el 60 por ciento de los estudiantes apoyaba a la
Organización de Estudiantes Nazis, mientras que el apoyo a los nazis entre
el electorado era aproximadamente la mitad de ese porcentaje. Aquel año
estallaron disturbios antisemitas en las universidades de Berlín, Colonia,
Greifswald, Halle, Hamburgo, Breslau, Kiel, Konigsberg y Viena.6 (Por cierto
que las universidades austríacas fueron las pioneras de la persecución anti­
judía en todo el mundo estudiantil de habla alemana.) En 1932, la confe­
rencia de Konigsberg de la Organización Nacional de Estudiantes abolió su
propia constitución democrática en favor del Fiihrerprinzip (principio de
autoridad). Muy adecuadamente, esta conferencia se celebró en un cuartel
militar.7 La oleada nacionalista que invadía el país no encontró barreras aca­
démicas. Aunque en los años veinte muchos catedráticos eran de derecha, el
número de nazis entre ellos era relativamente pequeño (ello explica por qué
los profesores Lenard, Krieck y Baeumber, los primeros conversos nazis, de­
sempeñaron un papel tan desproporcionado en el Tercer Reich). Sin embar­
go, poco antes de la toma del poder y durante la misma, tuvo lugar un
movimiento de los profesores hacia la extrema derecha. Un prestigioso bloque
de 300 catedráticos dirigió un manifiesto al electorado, en marzo de 1933,
pidiéndole que votara por Hitler.8 Muchos académicos que no estaban en
modo alguno comprometidos con el nazismo acogieron la ola nacionalista

* L a más evidente manifestación del elitismo estudiantil había sido siempre la


pertenencia a selectas corporaciones estudiantiles.
326 HISTORIA SOCIAL, DEL TERCER REICH

como un hecho regenerador y sano en su esencia, a pesar de los efectos secun­


darios lamentables tales como la persecución de los judíos y la brutalidad de
los grupos de asalto. El filósofo y pedagogo Eduard Spranger (que más ade­
lante dimitió de su cátedra en protesta contra el régimen) se había opuesto
®n 1932 a una declaración conjunta de los vicerrectores contra el extremismo
de derecha, porque consideraba al nazismo como un medio adecuado para
desbancar al marxismo y al psicoanálisis.0
Como muestra la referencia de Spranger al psicoanálisis, las diferentes
actitudes y recelos ante unas u otras asignaturas desempeñaron un papel im­
portante en cuanto a la posición de los académicos respecto al régimen. Un
eminente psicólogo * buscaba en el Tercer Reich el restablecimiento del ho­
nor de su asignatura, que al parecer habían pisoteado los ministros de Educa-
sión de Weimar. Los catedráticos de ciencias naturales esperaban que la
aueva situación los liberase de la tutela de la metafísica, mientras los estudio­
sos del mundo clásico confiaban en un renacimiento de los estudios helénicos.
Los investigadores de los temas germánicos —prehistoria, literatura, lingüís­
tica, folklore—■esperaban (y lo recibieron) un tratamiento oficial preferente.
La supresión de la sociología por parte de los nazis obtuvo la aprobación de
muchos economistas, abogados y antropólogos, que la consideraban como
una asignatura parvenue que se inmiscuía en su terreno. También los estu­
dios jurídicos fueron de hecho relegados durante el Tercer Reich —al igual
que la teología—, pero ello no fue inmediatamente evidente para los especia­
listas en la materia.
La comunidad académica en general era propensa a esta forma de mio­
pía, y a menudo daba su apoyo (no solicitado) a medidas nazis que atacaban
no sólo el espíritu sino la misma razón de ser de las universidades. El ritmo
a que se desarrolló la “coordinación” (Gleichschaltung) de la vida académica
después de la toma del poder sólo fue posible por la voluntaria “autocoordi-
nación” de muchas facultades. La rapidez de este proceso provocó el recelo y
las burlas de muchos dirigentes nazis. Hitler advirtió al partido contra aque­
llos que “de repente cambian de chaqueta y se adaptan a la nueva situación
como si nada hubiese ocurrido”.10 Walter Franck, el historiador de Maverick
que abrigaba un odio mortal contra los académicos (a quienes llamaba “pe­
queños griegos”) y se veía a sí mismo como el arquitecto de una nueva forma
de vida intelectual nazificada, escribió:
“El movimiento nacionalsocialista sufrió el desprecio sin límites de los
Graeculi domiciliados en Alemania durante sus años de dificultades. El mo­
vimiento era demasiado poco espiritual para ellos. Pero todo cambió en cuan­
to el nacionalsocialismo triunfó, como si la victoria en sí estuviese dotada de

* E l profesor Jansch, de Marburg.


LAS UNIVERSIDADES 327

atributos espiritualizantes. Los Gh'aeculi salían ahora de todas partes, listos,


educados y sin carácter. Saludaban lealmente II eil Hitler y ofrecían sus ser­
vicios para el afianzamiento espiritual de la victoria nazi.” 11
Este afianzamiento espiritual asumió muchas formas. En mayo de 1933
tuvieron lugar en toda Alemania ceremonias de quema de libros condenados
en presencia de los miembros de la junta de gobierno, debidamente investi­
dos de togas y birretes. Las oraciones que abrían aquellos autos de fe univer­
sitarios corrían a cargo de las lumbreras de los estudios literarios alemanes,
tales como el profesor Bertram de Colonia y el profesor Naumann de Bonn.
El rector de Gottingen se mostró “orgulloso del nuevo apelativo: bárbaros”,12
y para su colega teólogo, el profesor Hirsch, Hitler era “un instrumento del
Creador de todas las cosas”. El profesor Petersen, decano de los estudios de
alemán en Berlín, vio en Schiller y Goethe a dos nacionalsocialistas arquetí-
picos.13 El filósofo existencialista Heidegger asumió el rectorado de la uni­
versidad de Freiburg con un discurso en el que establecía una analogía
entre el servicio militar del soldado, el servicio laboral del obrero y el servi­
cio educativo del profesor.14 El ocupante de otra cátedra de filosofía elevó
la idea nazi de comunidad del pueblo a la condición de “concepto científico
axiomático”.15 El físico profesor Jordan —fundador de la mecánica cuántica
con Heisenberg y Born— veía el principio de dirección corroborado en la
naturaleza, concretamente en la organización de la estructura molecular.
A los ojos del eminente historiador Ritter von Srbik, Hitler era comparable a
Freiherr von Stein,* y para el profesor de periodismo Dovifat, a Demóste-
nes.10 El rector Seifert, de Würzburg, hizo una demostración práctica de lo
que entendía por “ciencia despojada de toda idea preconcebida” supervisan­
do, personalmente los ataques de sus estudiantes a viviendas y establecimien­
tos judíos durante la Noche de Cristal de 1938.17 Cinco años antes, la dimi­
sión de su cátedra de James Frank, Premio Nobel, de origen judío, en pro­
testa contra el antisemitismo oficial, había provocado una declaración de
treinta y tres profesores de Góttingen condenando su gesto como acto de sa­
botaje contra la nueva Alemania. Esta declaración terminaba así: “Espera­
mos que el gobierno acelerará las necesarias medidas de limpieza”.18
Naturalmente, el verdadero sabotaje de la vida intelectual alemana (y con
ella de su potencial económico e incluso militar) consistía en la purga nazi
de las universidades. Aunque numéricamente la disminución de personal aca­
démico después de la toma del poder no había sido drástica —los 1.200 pro­
fesores expulsados (judíos, socialdemócratas, liberales, etcétera) constituían

“ Durante las guerras napoleónicas, von Stein había modernizado Prusia con una
serie de grandes reformas, preparándola así para su posterior papel en la unificación
de Alemania.
328 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

poco más de la décima parte de los profesores universitarios—,* sus reper­


cusiones fueron desproporcionadamente graves. Cuando el ministro de Edu­
cación del Reich, Rust, preguntó al eminente matemático de Gottingen, David
Hilbert, si su instituto se había visto perjudicado por la marcha de los judíos
y sus amigos, el profesor contestó: “¿Perjudicado? No, señor ministro, no se
ha visto perjudicado, simplemente ya no existe”.19
El famoso grupo de iniciadores de la física cuántica de Gottingen fue dis­
persado, hecho que dio lugar al posterior desarrollo de la bomba atómica en
Estados Unidos. Alemania perdió la posición de vanguardia de que había
gozado en el campo de las ciencias naturales, con el resultado a largo plazo
de que hasta nuestros días sus universidades tienen la difícil tarea de recu­
perar el terreno perdido y la industria alemana se encuentra en desventaja por
la posesión de patentes por otros países.
Pero, para las mentes académicas, la consideración de estas posibilidades
—mejor dicho, probabilidades, puesto que los judíos representaban el 12 por
ciento de los profesores alemanes y una cuarta parte de los Premios Nobel del
país— a largo plazo se ocultaba bajo la euforia de la gran transformación
nazi. Sentimientos de resurgimiento patriótico y reconciliación social se mez­
claban con los motivos más bajos; la creación de vacantes hasta una décima
parte de todos los puestos académicos abría posibilidades sin precedentes de
promoción, así como de ventajas económicas, puesto que el sistema de “hono­
rarios por audiencia” (Horgeld) significaba que los ingresos de un profesor
variaban según el número de estudiantes que asistiera a sus clases. La pres­
teza de los académicos en beneficiarse de esta situación tuvo un buen ejem­
plo en C. G. Jung, que se convirtió en director del prestigioso Zentralblatt
für Psychotherapie en diciembre de 1933, después del despido de su prede­
cesor judío.20 Del mismo modo, la concesión del Tercer “Premio Nacional” del
Reich a Sauerbruch hizo que este eminente cirujano abandonara su inicial
oposición a la sustitución por parte del régimen de las ciencias naturales por
el misticismo y la especulación.21
Pero, a pesar de la masiva demostración de lealtad al nuevo régimen —en
Tübingen, por ejemplo sólo dos de los treinta profesores mantenían una acti­
tud de reserva en 1933—,22 el estamento académico como tal, en general,
tenía mala prensa bajo el Tercer Reich. El antiintelectualismo y la demago­
gia social siguieron siendo factores constantes en la manipulación nazi de la
opinión pública, y los académicos eran severamente criticados por ocuparse
sólo de la Wissensbereicherung (adquisición egoísta de conocimientos) mien­
tras los “viejos combatientes” del partido habían vertido sangre y realizado
® En cambio, los procedimientos de desnazificación de después de la guerra afectaron
a 4.300 académicos, es decir, a uno de cada tres de ellos (cf. Bilanz des Zweiten Weltkriegs,
Gerhard Stalling, Oldenbourg, 1958, p. 262).
LAS UNIVERSIDADES 32δ

todo tipo de esfuerzos por la causa nacional. El Gauleiter Grohe escribió: “Su
conciencia de casta —a pesar de toda la erudición académica—■ surgió de
su ilimitada estupidez y su insuperable irresponsabilidad”. 23 De manera algo
diferente, Robert Ley, como ya hemos visto, diseccionaba la contribución de
la ciencia al bien de la sociedad con el escalpelo del análisis comparativo:
“Un barrendero echa mil microbios a la cuneta con un solo golpe de escoba;
un científico se jacta de haber descubierto un solo microbio en toda su
vida”.24 Mientras Ley había revelado esta idea a un auditorio de obreros de
la industria de armamento, el Gauleiter Streicher se complacía en escupir
a la cara de los mismos académicos. En el curso de una alocución ante los
estudiantes y la junta de gobierno de la universidad de Berlín dibujó en la
pizarra una balanza inclinada. Señalando el platillo inferior informó a su
auditorio que contenía el cerebro del Führer, mientras en el otro menos pe­
sado estaba toda la Dreck (basura) de los cerebros de sus profesores.25 En
otra ocasión, dijo a los profesores reunidos en Munich:
“Yo estoy acostumbrado a utilizar el látigo para educar, pero aquí, entre
vosotros, profesores, supongo que la palabra tendrá un efecto mayor. Voso­
tros, ancianos barbudos con gafas de montura de oro, con vuestra cara de
científicos, no valéis en realidad casi nada. Vuestros corazones están equi­
vocados, y no podéis comprender al pueblo como nosotros. Nosotros no esta­
mos separados de él por la llamada educación superior.” 26
Además de esta general denigración de los intelectuales, se lanzaron en
diferentes momentos ataques concretos contra asignaturas en particular. En
los capítulos correspondientes de este libro se hace referencia a la denigra­
ción de la teología y los estudios de leyes. Citaremos ahora las vicisitudes
de la física bajo el Tercer Reich. Esta materia claramente apolítica se vio
implicada en una surrealista controversia, en el curso de la cual el Schwarzes
Korps llamó a personalidades científicas como Heisenberg, Sommerfeld y
Max Planck “judíos blancos del mundo de la ciencia”,27 porque estaban en
desacuerdo con el rechazo total de la física einsteiniana, iniciado por el anti­
semita iLenart, Premio Nobel. Lenart defendía la existencia de una entidad
mística llamada “física alemana” y, apoyado por otro Premio Nobel, el pro­
fesor Stark, y por varios ideólogos del partido, hacía la vida imposible a los
colegas científicos que apoyaban el “espíritu judío” en la universidad.
Aunque esta excéntrica aberración no impidió enteramente la investiga­
ción física, no dejó de tener sus resultados nocivos ·—entre otros, la fuga de
cerebros—. Durante la guerra, por ejemplo, el profesor Joos renunció a su
cátedra en Gottingen por el cargo de director de la Zeiss-Jena, “porque —en
palabras del informe del SD—· había sido atacado de manera odiosa en el
curso de las polémicas contra la física teórica”.28
Una rama de la enseñanza que casi fue asfixiada por las miasmas de la
330 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ideología nazi era la Germanistik (estudios literarios y lingüísticos del ale­


mán). Como había una afinidad tradicional entre la Germanistik y la Teuto-
manía a todos los niveles de la enseñanza ■ —incluso al de los maestros de
escuela—, los departamentos de alemán ajustaban sin esfuerzo sus investiga­
ciones a los deseos del régimen. Sus investigaciones dieron múltiples frutos,
desde el descubrimiento de que el orden de las palabras en la poesía de Heine
reflejaba la estructura del paladar judío hasta la creación de sustitutos ale­
manes para palabras de origen extranjero (por ejemplo, Zeitunger para pe­
riodista y Zieh para locomotora). Por cierto que estos productos de la autar­
quía lingüística no tuvieron gran aceptación. Merece mención a este respecto
la antipatía de algunos Germanisten hacia la palabra Konzentrationslager
(campo de concentración): ponían reparos al origen latino del término, y pro­
ponían Sammellager (campos de reunión) como sustituto autóctono.
Los estudios históricos estaban igualmente predestinados a la adaptación
ideológica. Aunque después de la guerra el concepto de Alemania como na­
ción explotada por la historia se había hecho axiomático entre muchos histo­
riadores, la orientación de centro-derecha “nacional-liberal” prevaleciente en
esta materia no estuvo a la altura de la nueva situación. La camisa de fuerza
impuesta a la musa de la historia produjo pronto la baja de un especialista
famoso: Hermann Oncken, quien, a pesar de su anterior desdén por la demo­
cracia de Weimar, se convirtió en objeto de escándalo al publicar un estudio
sobre Robespierre escrito en un tono inequívocamente antidemagógico. En
su calidad de custodio autotitulado de la historiografía nazi, Walter Frank le
acusó de un delito de lesa majestad y Oncken fue depuesto de su profesorado.
A otros historiadores “nacional-liberales” les fue bastante mejor. Gerhard
Ritter conservó su cátedra, incluso cuando se rumoreó que había ocultado a
Goerdeler después del fracaso de la conspiración del 20 de julio. Meinecke,
el decano de los historiadores alemanes, continuó también enseñando, pero
fue depuesto del cargo de director de la revista de historia Historische Zeit-
schrift en 1936.29 La Historische Zeitschrift era en sí un fenómeno interesan­
te. Como las publicaciones universitarias estaban dedicadas a una clientela
reducida, erudita, y les era imprescindible publicar material de calidad, se
les permitía un mínimo grado de libertad. Así fue posible publicar en la
Historische Zeitschrift artículos eruditos que ponían en tela de juicio aspec­
tos periféricos del dogma nazi, tales como la base histórica de Blubo y la
imagen de Carlomagno como “asesino de sajones” creada por Rosenberg.
Estadísticamente, de los 337 artículos que fueron publicados por la Historische
Zeitschrift entre los años 1933 y 1943, 101 eran pronazis, 195 neutrales y
41 antinazis.30
Los autores de estas cuarenta y una muestras de erudición inconformistas
contribuyeron a un aumento de la opinión académica que reaccionaba contra
LAS UNIVERSIDADES 331

':3a politización de la vida escolar más que contra la política general del régi­
men. En la medida en que los profesores universitarios se oponían activamen­
te a la política oficial, lo hacían como académicos más que como ciudada­
nos; se oponían a la perversión de sus asignaturas por el nazismo, pero no a
la perversidad del nazismo en sí. Pero se dieron múltiples matices de con­
ducta y actitud entre los académicos. A un extremo estaba la figura autoexa-
gerada de Walter Frank, en quien se mezclaba un odio obsesivo hacia todas
las convenciones académicas —sobre todo hacía la objetividad académica—
junto con una utópica ambición de injertar una piel intelectual sobre el teji­
do muerto del pensamiento nazi. A continuación estaba un grupo aislado de
profesores “viejos combatientes” —Lenart, Krieck, Baeumber y otros—, que
parecieron tan importantes en el firmamento de después de 1933 precisa­
mente por su reducido número. Estaban flanqueados por un bloque de anti­
guos partidarios del Partido Nacional y del Partido del Pueblo, y por una
serie de sectarios volkische, oportunistas y académicos puros cuya lealtad
hacia el régimen provenía de motivos de interés propio, nacional y personal.
A la sombra de todos ellos existía un grupo mucho más reducido de auténticos
.académicos puros que, en conferencias y artículos, intentaban aislar la ver­
dad académica del contagio de la política. Por último, los más lúcidos o vale-
i o . t o s formaban una minúscula resistencia universitaria.
Esta resistencia, aunque pequeña en volumen, estaba muy esparcida. Hei­
senberg, Sauerbruch y Carl Bosch llevaron a cabo acciones de retaguardia
contra la desmembración de la ciencia física por parte de la metafísica nazi.
En las facultades de teología, Bultmann y Soden repetían de manera más
cirpunspecta las palabras del expulsado Karl Barth. Spranger dimitió de su
cátedra y Litt desafió públicamente el concepto de alma inmutable de la
laza de Rosenberg. La revista de filosofía Philosophische Blatter, con Hart­
mann como director, representaba un microscópico enclave neutral dentro de
la “coordinada” esfera intelectual. Los profesores de derecho Kohlrausch y
Mitheiss ejercían su influencia personal contra la radicalización nazi del estu­
diantado. Su colega Jessen (junto con el confidente de Goerdeler, Popitz) per­
tenecía al exclusivista Mittwochgesellschaft (Círculo de los Miércoles), de
Berlín, compuesto por académicos, industriales y funcionarios, que actuaba
como foro teórico de resistencia conservadora. Por último, una figura de esta­
tura única dentro de la resistencia académica: el profesor Huber de Munich,
•que fue ejecutado por su participación en la conspiración de la Rosa Blanca
junto con los Scholl. El aspecto absurdo de la carrera universitaria de Huber
¡radicaba en el hecho de que personalmente se había beneficiado del Tercer
Reich, puesto que se aumentó el presupuesto para sus investigaciones sobre
la canción popular alemana; al aspecto trágico de su muerte contribuyó la
junta de gobierno de la universidad de Munich, que le despojó de todos sus
332 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

honores académicos antes de su juicio y ejecución. En una muestra análoga,


de abyecta subordinación al régimen, la junta de gobierno de Bonn había,
despojado en 1936 a Thomas Mann de su doctorado honorario. Al producirse-
el pogrom de la Noche de Cristal, el “establishment” académico de Bonn se*
vio envuelto en otro episodio ignominioso. Cuando se descubrió que la espo­
sa del eminente orientalista profesor Kahle había ayudado a una amiga judía:
a poner en orden su tienda saqueada, el profesor fue objeto de vejaciones,
tales que hubo de emigrar a Inglaterra con su familia en cuanto las circuns­
tancias se lo permitieron. Los meses que transcurrieron antes de su partida
fueron un período de cuarentena durante el cual fue visitado a escondidas,
por un total de tres personas, de todo su círculo social y profesional. Recibió
otra comunicación del mundo exterior: una carta de un grupo de colegas-
expresando su pesar por el hecho de que se viese privado de una salida hono­
rable de la universidad por la torpeza de su esposa.81
Como preparación de la campaña de eutanasia, las autoridades nazis con­
vocaron a miembros destacados de las facultades de medicina a sesiones se­
cretas de reclutamiento de Assessoren, o sea encargados de la selección de·
débiles mentales y enfermos incurables recluidos en instituciones, que había,
que matar. En una de estas sesiones, una destacada figura de la medicina (el
profesor Ewald *) abandonó la sala en señal de protesta, pero ninguno de­
sús ocho colegas presentes siguió su ejemplo.32
La participación de médicos en los “experimentos” en campos de concen­
tración es demasiado conocida como para volver sobre ella con detalle, pero-
sí merece mención el papel de los académicos alemanes en otro ámbito de la.
investigación relacionado con éste. Una filial del Instituto Walter Frank para
la Investigación de la Cuestión Judía —situado en Litzmannstadt (antes-
Lodz), junto al ghetto y las cámaras de gas— estaba dirigida por el teólogo·
Adolf Wendel, profesor especializado en Antiguo Testamento de la universi­
dad de Breslau.83
Fenómenos como éste resultaban menos de las presiones ejercidas sóbre­
los académicos que de la interacción de su propia voluntad con las presiones.
La toma del poder por parte de los nazis había desencadenado una carrera·,
de los académicos hacia las fuentes de prebendas: en 1933-1934, no era raro·
ver a profesores con deseos de prosperar presentarse a clase ataviados con
el uniforme de organizaciones del partido a las que aún no habían tenido-
tiempo de adherirse. Más adelante, a medida que decrecía el valor de la
afiliación al partido a causa de su gran generalización, los profesores ambi-

“ Ewald tuvo el Zwilcourage (“valor cívico”) de enviar cartas de protesta contra las
medidas proyectadas a Goering, al doctor Conti, presidente de la Asociación de Médicos, y-
al decano de la facultad de Medicina de Gottingen.
LAS UNIVERSIDADES 333

'ciosos se dedicaron cada vez más a elaborar dossiers secretos sobre sus
■colegas.
Así, cuando la Gestapo, después del 20 de Julio, pidió los nombres de los
sospechosos de Gottingen, el rector Drechsler estuvo en condiciones de satis­
facer la petición con una lista de veinte académicos, entre los que ocupaba
un lugar preferente su inmediato predecesor. No obstante, parece que el ex
rector Biischke pudo mover influencias en Berlín y evitar el arresto mediante
~ana apresurada visita a la sede central de la Gestapo.84
Pero sería erróneo deducir de esto que el espionaje se convirtió en la preo­
cupación absoluta de los académicos, o bien que la minoría disconforme vivía
•necesariamente en constante temor de la mayoría. AI igual que sus camara­
das del partido “legos”, los profesionales nazis se dividían bastante claramen­
te en “buenos" y “malos”, entendiendo por un nazi “bueno” un hombre que
■se identificaba con un régimen que cometía públicamente desmanes que él,
•en privado, no aceptaba.
A pesar de la generalizada inclinación hacia el autoritarismo, la comuni­
dad académica había desarrollado a lo largo de décadas un ambiente propio,
que forzosamente incluía elementos de laissez faire. Esto continuó así, a ra­
chas, después de la “coordinación”, e hizo que las universidades continuasen
siendo relativamente más libres que otros terrenos. Aun así, con el paso del
tiempo se produjeron restricciones cada vez más severas.
El rector Krüger de Berlín (cuyo cargo previo a la cátedra de cirugía ve­
terinaria había sido la dirección del matadero municipal) decretó que todos
los profesores deberían contar con su permiso antes de colaborar en publica­
ciones especializadas.35
La vigilancia minuciosa era quizá preferible a la aprensión que llevó a
una facultad de derecho del sur de Alemania a sobreimprimir la cubierta de
■una tesis doctoral con la leyenda “el departamento se ha permitido no expre­
sar su opinión sobre los puntos de vista aquí expuestos”. Pero, si el departa­
mento en cuestión se felicitó por su habilidad, lo hizo prematuramente: la
publicación de la Asociación Nazi de Abogados se apercibió de aquella “tram­
pa” legal y publicó una filípica contra los académicos que carecían de un
sentido ideológico de la responsabilidad.36
Un método que les quedaba a los académicos para desviar las intolera­
bles presiones políticas era enzarzar a los funcionarios del Ministerio de Edu­
cación en una lucha con los del partido, señalando los perjuicios que activi­
dades como la caza de brujas entre los profesores representaban para sus de­
partamentos. Una cierta conciencia de esto llevó al ministro de Educación,
Rust, a advertir a los estudiantes, en 1936, contra el hábito de someter a sus
profesores a tests políticos, advertencia que el Berliner Tageblatt esperaba
que —al cabo de tres años y medio de la toma del poder— acabaría por fin
334 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

con las purgas de profesores.37 Durante la guerra, el rector Süss de Frei­


burg, con casi tanta audacia como tenacidad, desencadenó una guerra de. pa­
pel entre el Ministerio de Educación y la Cancillería del partido acerca de!,
tema de la admisión a los estudios universitarios de Mischlinge, es decir,
personas de ascendencia judía.88
Pero, aunque los académicos pudieran arrancar algunas ventajas parciales·
de la dualidad partido/estado en el Tercer Reich, ello no afectaba a la mala
situación general de los estudios superiores, y, en realidad, de toda actividad*
intelectual en tanto que tal. Aunque el prestigio que rodeaba la actividad
académica nunca desapareció —y las condiciones económicas y laborales en>
las universidades excedían ampliamente a las de otras profesiones—, los aca­
démicos sufrieron un indudable perjuicio en su propia estimación. Cuando,,
durante la guerra, Goebbels expresó algunos lugares comunes acerca del.
valor de los geistige Berufe (profesiones intelectuales) para la comunidad, la.
respuesta de los trabajadores intelectuales fue significativa:
“Agradecemos la distinción que se ha hecho entre inteligencia e intelec-
tualismo, en esta primera ocasión en que ha sido defendida la causa del tra­
bajo intelectual. Es de esperar que, a partir de ahora, cesará la burda deni­
gración de los trabajadores intelectuales y que nuestros compatriotas no ha­
brán de verse atacados por el simple hecho de haber estudiado.” 39
Un informe confidencial del SD, elaborado durante la guerra, resumía las.
razones de la creciente desorientación y la cada vez mayor escasez entre los
académicos:
“Se suele considerar que contribuyen tan poco al desarrollo político y al!
fortalecimiento del Reich que han de dar gracias por no ser destituidos inme­
diatamente por su calidad de intelectuales y W eltfremde (seres de otro mun­
do). Las personas que intervienen en la vida pública o que trabajan en gran­
des empresas gozan de una estima mucho mayor.
”La industria ofrece no sólo mayores oportunidades para la investigación,
sino también salarios más elevados. Los profesores ayudantes que se pasan al
campo de la industria ganan a veces más que sus antiguos profesores.” 40
En la conferencia de vicerrectores alemanes de 1943, el rector Süss de·
Freiburg atribuyó el descenso del nivel universitario a la emigración de mu-

° E l carácter de seres de otro mundo de los académicos alemanes fue demostrada·


también — aunque no en el sentido implicado anteriormente— durante una entrevista
que sostuvo, a finales de la guerra, el ex profesor de química Primo Levi con el*
doctor Pannwitz, del Polimerisatiombiiro de Auschwitz-Bunawitz, cuando se seleccionaban
obreros especializados entre los prisioneros supervivientes. Contemplando el malolíente-
esqueleto cubierto con harapos a rayas que tenía ante él “como si mirase a través del
cristal de un acuario”, el doctor Pannwitz le preguntó el título de su tesis de licenciatura, y
Levi pensó: “Las medidas de las constantes dieléctricas interesan especialmente a este ario,
rubio que vive tan prudentemente” (Primo Levi, I f This Is a Man, Londres, 1959s,
pp. 122-124).
LAS UNIVERSIDADES 335

chas figuras destacadas y a la preeminencia que estaba tomando el criterio


ideológico sobre el de categoría intelectual.41 *
A principios de la era nazi, el Volkische Beobachter había sugerido un
nuevo enfoque de la formación intelectual: ‘‘Los mejores pensamientos son
los que se inculcan durante una marcha; en ellos reverbera el secreto espí­
ritu de Alemania, el espíritu de los siglos”. Este insólito método de ense­
ñanza fue efectivamente incorporado a los programas de estudio: en 1937, el
Ministerio de Educación informó a las autoridades de la universidad de Mu­
nich: “Los estudiantes que han perdido clases por haber estado en campos
de entrenamiento, etc., no deben ser por ello peor calificados en los exá­
menes”.48
Otras innovaciones tuvieron mayor repercusión. El índice de nombramien­
tos de profesores aumentó, y la longitud del curso preparatorio para un ayu­
dante fue reducido en las facultades de medicina, ciencias, derecho y teolo­
gía. El número de licenciados que consiguieron la calificación para la ense­
ñanza universitaria (Habilitation) descendió desde los 2.333 entre 1920 y 1933
a los 1.534 entre 1933 y 1944, es decir, un descenso de una tercera parte.44 El
potencial enseñante y de investigación se vio también disminuido por el em­
pleo a tiempo parcial de los profesores como funcionarios de la poderosa Aso­
ciación Nacionalsocialista de Profesores (NS-Dozentenbund).** La afiliación a
ella era obligatoria, y los dirigentes tenían considerables poderes tanto para
la denuncia como para dispensar favores. A veces, estas posibilidades se uti­
lizaban para emprender una descarada carrera hacia la cumbre. Cuando se
pidió al dirigente de la Asociación de Frankfurt que recomendase a alguien
para la cátedra vacante que dejó el destituido Paul Tillich, el eminente filó­
sofo, pronunció tranquilamente su propio nombre, ante la consternación de
sus colegas,45
Nadie podía ocupar un puesto académico sin haber realizado un curso de
seis semanas en un campo de adiestramiento de la Asociación de Profeso­
res, en el cual al adoctrinamiento político se añadían la instrucción militar,
la educación física y las pruebas de resistencia. Los cargos de rector de la
universidad y de director de la Asociación no recaían necesariamente en la
misma persona. Había casos en que el rector se encontraba enfrentado a un
“anti-rector” en la persona del dirigente de los profesores, y de esta forma
se perpetuaba dentro de la Asociación la tradicional animosidad entre los Or-

° No debe sorprender demasiado esta expresión oficial de crítica en plena guerra: ei


rector Süss se dirigía a una asamblea cerrada, cuyos miembros habían de ser forzosamente
conscientes de la situación que sólo él tenía el candor de formular.
Por ejemplo, el rector de la Universidad Técnica de Hannover durante la guerra,
combinaba esta onerosa función con la presidencia regional de la Asociación de Profesores,
mientras que el vicerrector era presidente de todo el personal universitario de la región.
336 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

dinarien (profesores numerarios) y Nichtordinarien (profesores no titulares de


una cátedra).
Una de las principales funciones de la Asociación era la selección y pre­
paración de personal docente universitario. En 1937, el profesor Krieck causó
un gran revuelo en los círculos académicos al expresar públicamente su grave
preocupación acerca de las futuras promociones de profesores, tanto en tér­
minos de cantidad como de calidad.* Los rectores trataron de disculparse
señalando el descenso que había experimentado el nivel de los estudiantes.
La Asociación Nacionalsocialista de Estudiantes negó tal cosa, y adujo una
cierta cantidad de pruebas en el sentido contrario, a lo cual los rectores opu­
sieron una herética pero irrefutable réplica, que demostraba que los niveles
citados por la Asociación de Estudiantes estaban construidos sobre bases es­
tablecidas antes de 1933.46
Como prudente medida ante este descenso de nivel del estudiantado, los
profesores universitarios rebajaron sus exigencias y redujeron la severidad de
los exámenes. Además de este seguro contra la posible acusación de negar al
estado el necesario número de futuros licenciados, tomaron, como hemos
visto, la medida positiva de organizar cursos de repaso para estudiantes de
primer año en asignaturas en las que su formación secundaria había sido
insuficiente.47
Durante la guerra, se comprobó que los soldados en permiso de estudios,
que habían pasado hasta cinco años en la Wehrmacht, estaban a un nivel
superior al de los estudiantes recién ingresados.48 Entre las explicaciones
ofrecidas para este fenómeno estaba la reducción de la duración de la ense­
ñanza secundaria, la falta de tiempo libre, la distracción de energías de alum­
nos y profesores hacia actividades extrauniversitarias, la prolongada escasez
de libros de texto, la movilización de maestros de escuela y el general des­
prestigio de la educación.49 * * *
Durante el Tercer Reich, las preferencias de los estudiantes fluctuaron de
acuerdo con las exigencias de la situación económica y con los diferentes gra­
dos de prestigio vinculados a las diferentes profesiones. El porcentaje de es-

® Las declaraciones de Krieck aparecieron, bajo el titular “Un problema candente”, en


Der Angriff, Berlín, 31 de enero de 1937.
E l periódico Chemische Industrie escribió: “No es ningún secreto que el nivel
de los exámenes ha descendido” , y añadía: “Los primeros puestos en investigación química
son ocupados hoy por países extranjeros” (cf. Neue Weltbühne, 3 de agosto de 1939).
E l informe del SD que mencionaba estos puntos añadía: “Se da más publicidad
a los servicios industriales o rurales prestados por los alumnos que a los propios estudios
que realizan” . Señalaba también el hecho de que los estudiantes extranjeros (los franceses
de Estrasburgo o los yugoslavos de Graz) estaban bastante más avanzados que sus compa­
ñeros alemanes. E n ocasiones, la escasez de profesores tenía que ser paliada con el reclu­
tamiento de extranjeros (cf. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58-323, 5 de octubre
de 1942).
LAS UNIVERSIDADES 337

tudiantes que escogieron carreras tecnológicas descendió entre 1933 y 1937,


pero posteriormente se produjo un claro ascenso, cuando el ideal tecnocrático
pareció ejercer una constante atracción. La elección de carrera por parte de
los jóvenes estaba también muy influida por la reintroducción del recluta­
miento, que dio lugar a una súbita inflación del cuerpo de oficiales (entre
1934 y el comienzo de la guerra, su volumen aumentó cinco veces, a partir
de la cifra de 4.000 establecida por el Tratado de Versalles). La elección de
la carrera militar confería enorme prestigio social. La consideración de que
ésta era la única carrera para la cual los dos años y medio que un estudiante
pasaba en el servicio militar y el servicio de trabajo antes de ingresar en la
universidad constituían una inversión de tiempo útil no era ajena, sin duda,
a esta elección.
Las cifras fundamentales son éstas: el número de ingresos en las carreras
técnicas —1 de cada 8 alumnos poseedores del certificado de Ábitur en 1935—
se había duplicado en 1939; para el cuerpo de oficiales —uno de cada seis
en 1935— ascendió a casi uno de cada tres (!) inmediatamente después, pero
posteriormente volvió a descender hasta más de uno de cada cinco. También
la medicina aumentó su atractivo —12 por ciento en 1935 y 17 por ciento
en 1939—, mientras que la enseñanza descendió del 16 al 6 por ciento en el
mismo período de tiempo, y los estudios de derecho se mantuvieron en su
13 por ciento.50
Sin embargo, durante la guerra, los estudios de leyes perdieron tanto pres­
tigio que, aunque el número de estudiantes no descendió significativamente,
la mayoría desplazó sus preferencias del cuerpo de funcionarios o el ejercicio
de la profesión en sí a actividades comerciales.81 Los estudiantes de derecho
se habían visto siempre a sí mismos como una élite, idea apoyada por las
esperanzas de hacer carrera en la magistratura o en los niveles más altos del
cuerpo de funcionarios. Esta variación indicaba, pues, su distanciamiento de
todo el proceso político, pero, dado que, durante la guerra, el patriotismo
arrolló las reservas políticas, ello apenas afectó al prestigio del régimen.
El estudiantado, a quien la toma del poder había anunciado el destino
providencial de Alemania y la victoria de la Juventud sobre la Madurez, nun­
ca retiró su apoyo al régimen.
Sin embargo, su identificación con el Tercer Reich no evitó que se produ­
jeran repetidas tensiones. Ello era inevitable en la relación entre un aparato
totalitario y un sector inteligente de la juventud al que dicho aparato some­
tía a una regimentación más severa de lo que había hecho nunca ningún otro
régimen.
Un intento inicial de enrolar a todos los estudiantes varones en las SA y
sujetarles a una disciplina militar fracasó, en parte a causa de la disminución
de la influencia de las Secciones de Asalto después de la purga de Roehm de
338 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

junio de 1934. Vino a continuación el experimento del año de residencia obli­


gatoria en “casas de camaradería” (Kameradschaftshausern), donde los jóve­
nes recibían instrucción militar y política. Estos esfuerzos coincidieron con el
intento de suprimir y sustituir totalmente las activas y multiformes corpora­
ciones estudiantiles existentes anteriormente (ver más adelante, p. 339). Estas
corporaciones fueron oficialmente disueltas, pero nunca fueron completamen­
te anuladas. Debido a su capacidad de recuperación, el proyecto de residen^
cia obligatoria de los estudiantes de segundo año en casas de camaradería
fue finalmente abandonado y sustituido por la residencia voluntaria en di­
chos centros.
Una vez fue convertida en voluntaria la estancia en casas de camaradería
(que eran en su mayor parte “antros” confiscados a las antiguas corporacio­
nes), se demostró que no era difícil para sus antiguos propietarios (que con­
tinuaban regentándolas ilegalmente) volver a tomar posesión de ellas, de
modo que en muchas universidades estos centros, dirigidos por destacados
estudiantes nazis, coexistían con otros en los que se mantenían las antiguas
tradiciones corporativas. Pero esto no significa que los estudiantes se resistie­
ran de manera activa a la absorción por el pulpo organizativo nazi. Sólo un
estudiante de cada cuatro de los que asistieron a la universidad durante él
Tercer Reich consiguió eludir las muchas obligaciones adicionales que pesa­
ban sobre los miembros de la Asociación Nacionalsocialista de Estudiantes.
La afiliación a ésta no dejaba de tener su aspecto positivo: los dirigentes de
la “camaradería” podían ejercer considerables poderes de protección sobre
determinados estudiantes.52 La evasión era posible inscribiéndose en alguna
otra organización nazi dando el domicilio paterno y omitiendo después pedir
el traslado a la organización de la ciudad donde se encontraba la universi­
dad. Pero era imposible eludir la afiliación a la Fachschaft (es decir, la orga­
nización que englobaba a todos los estudiantes de la misma asignatura).
Estos grupos se reunían dos veces a la semana para atender a lecciones sobre
temas políticos u organizativos, además de lo cual seguían amplios progra­
mas de entrenamiento. Durante el primer curso, los ejercicios de adiestra­
miento físico incluían gimnasia, boxeo y carreras a campo traviesa; durante
el segundo, se practicaba el atletismo y el tiro con armas de pequeño calibre;
y durante el tercero, la natación y los deportes combativos, como el rugby.
Un estudiante debía obtener 150 puntos para que se le concediera el título
universitario de aptitud deportiva, sin el cual quedaba privado de realizar
nuevos estudios, a menos que pudiese presentar un certificado médico.53 ;
Este sistema de coacción no podía dejar de engendrar rebeldía. En otoño
de 1935, doscientos cincuenta estudiantes de Berlín protestaron contra las
clases obligatorias sobre el programa del partido nazi. El mismo año, se
produjeron manifestaciones de protesta en Munich, donde los estudiantes
LAS UNIVERSIDADES 339

proclamaron su lealtad al profesor de derecho Mitheiss, anti-nazi, y corearon


una alocución del vicegauleiter Nippold con sarcásticas interjecciones.54
En Freiburg, los estudiantes de filosofía se opusieron a la campaña oficial
de desprestigio del profesor Jaspers boicoteando las clases de Heidegger, a
consecuencia de lo cual éstas fueron trasladadas del auditorium maximum,
que en 1933 habían llenado totalmente, a un aula mucho más pequeña.63
Cuando estalló la guerra, universidades tan alejadas geográficamente como
Gottingen, Breslau y Marburg informaron de que una tercera parte de los
jóvenes recién ingresados eran reacios a participar en actividades del partido
y lamentablemente inmaduros en su actitud hacia los estudios.56
Los dirigentes de los estudiantes nazis salieron enérgicamente al paso
de estos “alborotadores”. Algunos de los recalcitrantes fueron trasladados
al Servicio Nacional del Trabajo, otros fueron obligados a realizar trabajos
forzados, cargando trenes de mercancías o limpiando nieve de las calles, y
sobre todo estudiante pendía la amenaza de la expulsión temporal. Cuando,
en 1943, el Gauleiter Geissler habló a los estudiantes de Munich, les acusó
de falta de patriotismo y manifestó que las chicas iban a la universidad más
en busca de marido que de conocimientos ■ —o simplemente para evadir el
servicio industrial de guerra—, sus palabras fueron ahogadas por las burlas
y la policía hubo de desalojar la sala.57
Pero ninguna de estas manifestaciones del descontento estudiantil llegó
a constituir impugnación de la naturaleza política del régimen.* Incluso la
más lograda muestra de inconformismo estudiantil, la supervivencia atenuada
de las corporaciones, apenas implicaba una desaprobación política o moral
del Tercer Reich. La visión nazi de las corporaciones era en cierto modo
dualista. Mientras su espíritu elitista y combativo despertaba una vaga apro­
bación —a pesar de la ambigüedad oficial en la cuestión del duelo—, la
separación de las corporaciones era vista como un obstáculo a la coordina­
ción y como una ofensa al espíritu de comunidad del pueblo.
Algunas hermandades de estudiantes eran muy exclusivas —por no decir
semifeudales— y por ello proveían al Schwarzes Korps, rey indiscutido de la
demagogia social, de excelentes argumentos. La tensión llegó al máximo en
1935, cuando los miembros de la hermandad Saxo-Borussia, reunidos en una
taberna de Heidelberg, pusieron en duda los conocimientos de etiqueta de
Hitler en lo referente a comer espárragos.58
Este exceso provocó una rápida reacción. El régimen, que ya había pri­
vado a las corporaciones de nuevos miembros mediante adecuadas ordenan­

* Fue característico que, en 1943, los estudiantes de Munich abucheasen al Gauleiter


Geissler y, por otra parte, aplaudiesen la petición del presidente de la Asociación de Estu­
diantes de que fuesen ejecutados Sophie y Hans Scholl.
340 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

zas de las Juventudes Hitlerianas, dio ahora la orden de que fueran disuel-
tas y de que sus locales fueran convertidos en casas de camaradería.
Uno de los desacuerdos del Tercer Reich con las corporaciones tenía por
motivo la antigua institución estudiantil del duelo. En teoría, los nazis, con
su insistencia en la formación militar del carácter, deberían haber conside­
rado el duelo esencial para la educación de un estudiante, pero un affaire
d’honneur de consecuencias fatales al que se dio amplia publicidad —cono­
cido como el asunto Strunk— dio lugar a la prohibición del duelo. Se de­
claró oficialmente que, dado que el Tercer Reich sufría escasez de personas
adecuadas para puestos directivos, el interés nacional era contrario al hecho
de que se expusieran a los azares del duelo; además, en la nueva Alemania,
el honor de un hombre no era ya asunto privado suyo, sino de la comunidad
entera.59
La prohibición de las corporaciones, que, en teoría, equivalía a una
total transformación del panorama social —y visual— de las universidades,
nunca fue en realidad plenamente aplicada. Las Asociaciones de Antiguos
Alumnos (Altherren Verbande), que apadrinaban las corporaciones, no fue­
ron disueltas, sino que fueron convertidas en una Unión Nacionalsocialista
de Antiguos Alumnos, y continuaron actuando en tanto que tales como dis­
cretos administradores de las confiscadas propiedades de las corporaciones.
Incluso el duelo continuó, aunque en una forma bastante modificada, y, du­
rante los años de la guerra, se dio una parcial restauración de los rituales
corporativos, que habían dado color a la existencia de las hermandades.
Esta tendencia fue reforzada por los soldados que volvían a las universida­
des en permiso de estudios, influidos por el espíritu de independencia cor­
porativa que prevalecía entre el cuerpo de oficiales de la Wehrmacht. El
efecto de esta resistencia fue desigual según las zonas. Algunas universida­
des, como las de Berlín, Konigsberg y Breslau, apenas se vieron afectadas
por ella, mientras que en Gottingen y Heidelberg fue muy marcada.
En verano de 1939, en un momento en que la Asociación Nacionalsocia­
lista de Estudiantes parecía detentar el control absoluto de toda la pobla­
ción estudiantil —su dirigente, el Dr. Scheel, podía anunciar tranquilamen­
te: “Voy a ordenar la incorporación de veinticinco mil estudiantes a las
tareas de la cosecha”—,eo las prácticas de las hermandades habían revivido
en una medida considerable. En Heidelberg, se reanudó la tradicional pe­
regrinación anual al Manantial de María, se celebraron de nuevo las acos­
tumbradas borracheras rituales y se celebraban duelos, aunque utilizando
espadines en lugar de los proscritos sables.61 En Gottingen se había resta­
blecido el sistema de “fámulos”, y los antiguos alumnos asistían a las vela­
das rituales luciendo sus bandas y, más adelante, sus gorras de colores. Dada
la prohibición oficial de las Bestimmungsmensuren (duelos organizados de
LAS UNIVERSIDADES 341

antemano en que los contendientes representaban a sus respectivas corpora­


ciones), los antiguos alumnos se negaban a imponer bandas a los estudiantes;
por otra parte, el Bierzipfel (cinta sujeta al reloj) había sustituido general­
mente a la insignia de la Asociación de Estudiantes, cuyo uniforme desapa­
reció.62
Sin embargo, ninguna de estas medidas tenía otro fin que preservar
de la intervención del estado algunas áreas de actividad privada y de grupo.
La básica concordancia del nazismo con el espíritu del estudiante se deduce
de una declaración hecha en Gottingen a mediados de la guerra:
“Nos basamos en el principio de la satisfacción incondicional con las ar­
mas desenvainadas... Además, solicitamos permiso para organizar Bestim-
mungsmemuren, como el principal medio de inculcar valor y caballerosidad
y como criterio de selección. Somos bien conscientes del hecho de que la
realización práctica de estas peticiones sólo será posible después de la
guerra.” 68
El criterio de selección mencionado en esta declaración era uno de los
axiomas nazis, que fue aplicado con el mayor rigor al regular el número de
admisiones a la universidad: en 1932, había en las universidades alemanas
118.000 estudiantes, de los cuales aproximadamente una quinta parte eran
muchachas. Para 1938, la política nazi de dificultar la admisión había hecho
disminuir en más de la mitad la población universitaria; había en ese mo­
mento 51.000 estudiantes, que incluían a 6.300 muchachas, cifra que rebasaba
en algo el límite del 10 por ciento de inscripción femenina fijado por el
gobierno. La subsiguiente relajación del numerus clausus dio lugar a un
aumento hasta casi 80.000 en 1943.84
Aunque las cifras absolutas se contraían y aumentaban, la composición
social del estudiantado permaneció más o menos constante. Bajo Weimar,
el 34 por ciento procedía de las clases altas, casi el 60 por ciento de la clase
media, y poco más del 3 por ciento de la clase obrera. A los seis años de
instauración de la comunidad del pueblo, en 1939, el 3,5 por ciento de los
alumnos recién admitidos a la universidad eran de origen obrero; la pro­
porción de jóvenes de origen campesino había descendido, en 1932, del 7
al 5 por ciento; la de hijos de profesionales y empleados, por otra parte,
había aumentado de un 7 al 11 por ciento en cada uno de los grupos.65
Hay que tener presente que el coste total de un estudiante, para los
padres, oscilaba entre los 5.500 y los 8.000 marcos, aproximadamente, según
la duración de los estudios; los de medicina, los más largos, eran también
los más caros.66 Como promedio, sólo uno de cada diez estudiantes durante
el Tercer Reich fue totalmente mantenido por una beca, aunque la mitad
de ellos recibían ayudas hasta el extremo de resultarles gratuitas las cuotas
de residencia y los libros de texto.67 En 1938, el coste de un estudiante pro­
342 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

medio por curso —para alojamiento, comida, matrícula y libros—* ascendía a


casi 500 marcos.* En conjunto, el nivel de vida de los estudiantes alemanes
era inferior al de los británicos; en una universidad, uno de cada tres
estudiantes había de subsistir con una cantidad mensual de 80 marcos.68
De 1937, aproximadamente, en adelante, cuando fue reconocida la nece­
sidad que tenía el país de un mayor número de técnicos, se aplicaron varios
planes adicionales para subvencionar a los estudiantes de ciencias y de
ingeniería. Algunas grandes empresas industriales concedieron becas univer­
sitarias, y los ganadores de la Competición Profesional Nacional pudieron
acceder a carreras universitarias merced al plan Langemarck, que represen­
taba una reactivación de los planes de Weimar para hacer posible que los
jóvenes con talento que no hubieran pasado por la enseñanza secundaria
fueran admitidos en la universidad. A pesar de la gran cantidad de publici­
dad que se dio a este plan, los estudiantes que se beneficiaron de él ascen­
dieron a menos del 1 por ciento del total de los ingresos en las universidades
en 1939, y al 2 por ciento del de las escuelas técnicas.69
Los solicitantes de estas becas debían comparecer ante un tribunal de
selección y responder a preguntas acerca de su entorno social, intereses y
actividades de tiempo libre. De una de estas entrevistas se puede deducir
cómo los jóvenes complacientes pensaban que podrían hacer carrera bajo el
Tercer Reich. Al serle preguntado cómo emplearía su tiempo libre después
de una dura jomada de estudio, un candidato respondió sin vacilar: “Leyendo
Mein Kampf”. “¿Como forma de relajación?” “Bueno, si quisiera relajarme
leería el Fausto de Goethe.” 70

® Durante la guerra, esta suma fue aumentada hasta superar en poco los 600 marcos
{cf. Deutsche Allgemeine Zeitung, 19 de junio de 1943).
21

EL HABLA NAZI

Según se dice, en el proceso de repetición que experimenta la historia,


se produce primero la tragedia y después la farsa. En Alemania este orden
fue: invertido en lo referente al lenguaje. Cuando Karl Kraus escribió su
sátira pacifista Los últimos días de la Humanidad, durante la Gran Guerra,
llenó hasta el último hueco con el símil del habla nazi, casi dos décadas
antes de que la lingua Tertii Imperii * o lenguaje del Tercer Reich se
hiciese corriente. Cuando esto sucedió, en 1933, Kraus se refugió en el
silencio, capitulando ante el corolario lingüístico de la ley de Gresham con la
declaración: “No se me ocurre nada a propósito de Hitler”.
Los nazis saquearon y corrompieron la lengua alemana con la misma
implacable sistematicidad que aplicaron a todos los demás recursos humanos
y materiales, vaciándola de toda gracia, sutileza y variedad. Usaron las
palabras no como puentes lanzados a la mente del auditorio sino como
arpones a clavar en la delicada fibra de su inconsciente. Las diversas utiliza­
ciones del lenguaje —comunicación, discusión, defensa, monólogo, plegaria,
conjuro—■quedaron reducidas a una sola: la utilización mágica.
El conjuro se convertía con igual facilidad en exhortación —Deutsch-land
er-wache! Ju-da ver-reck! (¡Alemania, despierta! ¡Judá, perece!)1— que en
moralización. Esto era significativo dada la función clave de la moralización
en la manipulación nazi de la mente alemana. Un martilleo de plegaria reso­
naba en la cadencia de slogans como “Tú no eres nada; tu nación lo es
todo” e infinitas variaciones sobre el mismo tema.
* Cf. Victor Klemperer, Lingua Tertii Imperii, Aufbau Verlag, Berlín, 1949, un fasci­
nante estudio sobre la deformación nazi del lenguaje. E l profesor Klemperer, judío, fue
una víctima del régimen, expulsado de la universidad, fue reclutado para realizar trabajos
forzados y sólo sobrevivió merced a su paso a la clandestinidad.
344 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Un efecto adicional lo producía el uso de formas verbales imperativas,


como Rader miissen rollen für den Sieg! (Las ruedas deben girar hacia la
victoria), que creaba asociaciones con la idea del imperativo categórico, tan
caro a la filosofía idealista alemana. Además de los imperativos morales, el
habla nazi era abundante en superlativos, que llegaron a convertirse en la
forma habitual del adjetivo. Algunos adjetivos con carga emocional como
“histórico” o “eterno”, que, aunque no superlativos formalmente, implicaban
una connotación similar, fueron profusamente utilizados. Otros adjetivos
sufrieron una total revaluación. “Ciego" —en frases como “con fe ciega” o
“seguir ciegamente”—, que anteriormente había tenido una connotación
negativa, adquiría ahora valor positivo, por indicar un compromiso total.
Incluso la palabra “total”, en un principio emocionalmente neutra, recibió
un significado radicalmente nuevo: Das Reich, por ejemplo, hablaba de
“la situación educativa total existente en una escuela nacionalsocialista fe­
menina”,1 y una tienda de juguetes anunciaba un nuevo tipo de “juego total”
para niños.2
“Fanatismo”, que había sido un término peyorativo que indicaba fidelidad
por encima de la razón, sufrió una metamorfosis similar por un proceso que
Klemperer describió así: “Si alguien dice una y otra vez ‘fanático’ en lugar
de ‘heroico’ y de ‘virtuoso’, acabará por creer realmente que un fanático
es un héroe virtuoso, y que el heroísmo es imposible sin fanatismo”.3
La tendencia a los superlativos y al lenguaje enfático en el habla nazi
daba lugar a redundancias: recordemos sólo la declaración de Goebbels du­
rante la guerra: “La situación sólo puede ser salvada mediante un ardiente
fanatismo” 4 (como si fuese concebible una forma moderada de fanatismo), y
titulares de prensa como: “La juventud conoce W ilhelm Tell”,B que querían
crear la impresión profunda de que se había celebrado una representación de
la obra de Schiller ante un público compuesto por miembros de las Juven­
tudes Hitlerianas.
La misma tendencia a formas de lenguaje más intensas se manifestaba
en el uso transitivo de verbos normalmente intransitivos Wir fliegen Pro­
mant (volamos víveres), o Wir frieren Gemüse (congelamos verduras).6 Otro
medio para hacer más emocional el lenguaje era el constante recurso a pa­
labras con implicaciones de santidad, dentro de las que se distinguían las
primordiales (seno, tierra, ruinas, gigante, túmulo) y las medievales (altar,
catedral, coro, cáliz).*
El constante uso propagandístico redujo conceptos tan importantes como
Dios, eternidad, providencia, vida, muerte, a moneda corriente del lenguaje.

9 Para un examen de esta técnica, ver E m st Loewy, Literatur untern Hakenlcreuz,


Europáische Verlagsanstalt, Frankfurt am Main, 1966.
EL HABLA NAZI 345

“No hay muerte más grande que la que produce vida; no hay vida más no­
ble que la que surge de la muerte” era el título de un serial radiofónico.7
Goebbels describía a Alemania durante un discurso de Hitler como “trans­
formada en un único lugar de culto en el cual su intercesor comparece ante
el alto trono del Todopoderoso”,8 y la esquela mortuoria de un jinete acro­
bático estaba redactada en estos términos: “Otra silla de montar ha quedado
vacía. Axel Holst ha ido a reunirse con sus compañeros en el Walhalla. Los
jinetes de Germania lloran a un hombre de suprema maestría”.0 En palabras
de Hans Schemm,* los artistas eran “órganos de la nación que se elevan
hasta el cielo para tomar de él los valores eternos y dar alimento espiritual
al organismo del pueblo”.10 Cuando el presidente de un club social de
Berlín anunció el fin de la primera parte de la reunión anual, usó las
siguientes palabras: “Y si ahora pasamos a bailar, lo haremos en la concien­
cia de que no caemos en lascivia foránea. Nuestra danza será una lucha por
el renacimiento de Alemania”.11
Como forma artística, este uso del lenguaje ofrecía tantas posibilidades
a los entusiastas amateurs como a los profesionales, aunque estos últimos
apenas podían superar a sus competidores legos. En un artículo de una re­
vista literaria donde se trataba de la fisonomía de los principales escritores
nazis, se decía:
“La mirada de Hans Grimm muestra que la retraída taciturnidad de!
hombre nórdico ha sido rota por una dura experiencia y transformada en
varonil, amarga paciencia. En el caso de Hermann Stehr, predomina la carne
espiritualizada. En el caso de Grimm, la estructura ósea, y en el de Frank
Thiess, la frente. En la fisonomía de Hanns Johst hay una cierta suavidad
y semioscuridad. La sólida y colérica movilidad de su carne campesina
está diseccionada. La calidad rocosa de su rústica estructura ósea se ha
suavizado y transformado en algo parecido a áspera piedra caliza. El refina­
miento aparece con especial claridad en sus orejas. Las intensas circunvolu­
ciones de éstas, semejantes a la filigrana, denotan la sensible receptividad
de Johst para la musicalidad de la lengua. En el caso de Johst, la oreja es
cálida y claramente desarrollada hacia abajo; en el de Thiess, es más fría y
claramente desarrollada hacia arriba.” 12
Podríamos encontrar las suficientes efusiones de este tipo como para
llenar el resto de este libro, pero nos contentaremos con reproducir en último
lugar la contribución de un no profesional de la literatura, un guía que les
dijo a un grupo de excursionistas que hacían una salida en autocar organizada
por A la Fuerza por la Alegría: “Y ahora bajemos y coordinémonos (Gleichs-
chaltung) con la madre naturaleza”.13

* Ministro de Educación de Baviera y presidente de la Asociación de Maestros Nazis.


346 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Aunque lastrada por la retórica, el habla nazi podía ser un efectivo


vehículo de comunicación en sentido único, y en ocasiones conseguía incluso
contener significados ajenos a su sentido literal. Un buen ejemplo de esto
último fue este “trailer” de un discurso del Führer que debía ser retransmi­
tido desde la factoría Siemens de Berlín: “De 13.00 a 14.00, será una hora
de fiesta. A la hora 13.00, Adolf Hitler se dirigirá a los obreros”.14 Este
anuncio combinaba la información de un programa con la idea de un salva­
dor que venía a reunirse con los pobres y desheredados. La expresión “la
hora trece” sugería una llegada producida después de la hora doce, de la hora
final; es decü·, una llegada que podía haberse retrasado, pero, dado que se
trataba de la llegada de un salvador, las leyes del tiempo no la afectaban.
Un aspecto en que la lingua Tertii Imperii resultaba especialmente eficaz
era en la creación de nuevas palabras, que se incorporaban rápidamente al
uso corriente. Los neologismos nazis tenían origen diverso: algunos eran
términos técnicos investidos de significado político (por ejemplo, la palabra
Gletechschaltung, tomada de la ingeniería eléctrica); otros eran nuevos
compuestos que denotaban innovaciones nazis como Ahnennachweis, li­
teralmente “pruebas de ascendencia”, que significaba pruebas fehacien­
tes de ascendencia aria); otros eran arcaísmos artificialmente resucitados
(como Thingstatte * por “anfiteatro”, o Dietwart por “jefe de deportes”).
Un neologismo que tuvo inmediata aceptación fue Kohíenklau (“ladrón de
carbón”), un diablillo representado en los carteles editados con ocasión de la
campaña de ahorro de combustible, lanzada durante la guerra. Cuando al­
guien dejaba entreabierta la puerta de una habitación calefactada, alguien
exclamaba: Kohíenklau kommt (“viene el ladrón de carbón”).
No todos los intentos de introducir innovaciones lingüísticas tuvieron
tanto éxito. La expresión Euer D eutschgeboren15 (“Su señoría alemana”)
no consiguió sustituir al Euer Hochwohlgeboren (“Su honorable señoría”)
como fórmula para iniciar cartas, a pesar del atractivo ideológico que sin
duda poseía. Una innovación que cuajó en una medida extraordinaria fue
el uso de las siglas: NSDAP, SA, SS, KDF, OKW, Ge-Sta-Po... No había
institución, estatal o de partido, cuyas siglas no pasaran rápidamente al
uso general. La manía nazi por la abreviatura estaba motivada por varios
factores: (a) las palabras representan la capacidad del hombre para describir,
ordenar en categorías y, por tanto, dominar las cosas, y las siglas indican
una forma de dominio más organizada; (b) para la “banda de hermanos
juramentados”, las abreviaturas eran símbolos de unidad al estilo masón,
y (c) hay algo marcial en la rapidez y la fuerza explosiva con que salen de
la boca las abreviaturas (algunas abreviaturas militares nazis se convirtieron

* Thingstatte fue retirada de la circulación en 1935.


E L HABLA NAZI 347

en corrientes incluso fuera de las fronteras de Alemania, como Stuka, flak


y strafe).
Las abreviaturas tuvieron gran difusión. Los automóviles particulares
fueron llamados PKW (iniciales de Personenkraftwagen, “pasajero-motor-ve­
hículo”); las camionetas, LKW (iniciales de Lastkraftwagen, “carga-motor-
vehículo”); y los asistentes sociales definieron a las prostitutas no profesio­
nales como “personas de HWG” (haufig wechselndem Geschlechtsverkehr,
"relaciones sexuales variadas”). De 1939 en adelante, cuando la militariza-
'Ción de la vida intensificó la tendencia a las abreviaturas, se desarrolló una
subcultura de expresiones abreviadas: los berlineses que salían de los re­
fugios antiaéreos a primeras horas de la mañana se deseaban mutuamente
Popo 16 (Penne ohne Pause oben, “que duermas sin interrupción arriba”).
También se convirtió en habitual el expresar una negativa rotunda con el
acróstico Kakfif (Kommt auf keinen Fall in Frage, “no puede ser de ningu­
na manera”).
El folklore lingüístico se enriqueció también en forma similar en otros
países (véase, por ejemplo, la moda contemporánea de las abreviaturas como
TTFN en Inglaterra), pero estos neologismos alemanes eran excepcionalmente
anales en su inspiración: Popo significa “trasero” en el habla infantil, y la
primera sílaba de K akfif significa, literalmente, “heces”.
De las palabras folklóricas obscenamente absurdas pasamos a la absurda
deformación del lenguaje para camuflar la obscenidad. Después de la toma
del poder, la expresión “muerto cuando trataba de escapar” se convirtió
inmediatamente en un eufemismo, universalmente entendido, por “delibera­
damente eliminado en un campo de concentración”. “Custodia protectiva”
(de la policía), que significaba todo lo contrario do protección, y “Ayuda
Invernal”, impuesto obligatorio disfrazado de caridad voluntaria, eran sub­
terfugios lingüísticos igualmente transparentes. Dentro del aparato nazi, el
doble sentido se convirtió en algo tan normal que Goebbels pudo hablar
con toda seriedad de “pompa sencilla”, y el SD pudo cerrar su informe sobre
el número de carnaval de 1937 del Münchner Neueste Nachrichten, único
no censurado, con la frase: “Ha dado lugar a un deseo ampliamente expre­
sado de liberalización de la libertad de prensa”.17
La guerra requería el uso abundante del camuflaje, tanto en el terreno
verbal como en otros. Las retiradas eran definidas como “rectificaciones del
frente”, y las dificultades graves eran convertidas en “pausas momentáneas”.
Goebbels describió la batalla de Stalingrado como un enfrentamiento pugi-
lístico:
“Nos limpiamos la sangre de los ojos, para poder ver con claridad, y, en
el próximo asalto, estaremos firmemente en pie otra vez, pues somos un
pueblo que hasta hoy sólo ha boxeado con la mano izquierda y ahora está
348 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

vendándose la derecha para poder hacer implacable uso de ella en el pró­


ximo asalto.” 18
Pero fue en el ámbito de la Solución Final (siendo esta misma expresión·
la frase-cortina de humo por excelencia) donde la utilización nazi del eufe­
mismo llegó a su apogeo. La nota “El judío XY vivía aquí” en una puerta
significaba que el ocupante del piso había sido deportado, es decir, que había,
muerto; la inscripción “El destinatario se ha cambiado” en las cartas retorna­
das tenía el mismo sentido. “Reinstalación” significaba “deportación”; "cam­
po de trabajo”, “crematorio”; “acción”, “matanza”; y “selección”, “gaseo”.
El holocausto dio lugar también a otros efectos secundarios de carácter-
semántico: el Hertz, como unidad de medida física, fue abolido en las uni­
versidades; el Judas Maccabaeus, de Handel, sólo pudo sobrevivir bajo eí
título de Héroe de un pueblo, y la novela de Howard Spring O Absalom
fue publicada en la traducción con el título de Hijos amados,19
La campaña de limpieza general de la lengua ganó buen número de-
adeptos. Un Savonarola de la semántica encomendó publicamente a un
colega periodista que llamara la atención sobre la continuada tolerancia de­
palabras derivadas del yiddish en la lengua alemana, pero se opuso a 1».
inclusión de “Mamma” en ese grupo, alegando que la suspecta palabra de­
rivaba del término latino para el pecho femenino y no del yiddish para
“lengua madre”, Mamme loschen.20 Incluso palabras derivadas del latín y
del griego fueron candidatas a la eliminación. Como hemos visto, los puris­
tas ponían reparos a la expresión “campo de concentración” por razones de-
autarquía lingüística, y proponían en su lugar el sustituto autóctono Sam-
mellager (campo de reunión). Los geógrafos con sensibilidad lingüística que­
rían sustituü- Geologie (geología) por Flozkunde (ciencia de los estratos),,
y Oase (oasis) por Griinfleck (mancha de verde),21 En el reino de la gastro­
nomía quedaron borrados los últimos recuerdos del Tratado de Versalles;
cuando la Sole bonne fem m e y el consommé reaparecieron en forma de-
Seezunge zur guten Frau y diirre Suppe, respectivamente.
Se acusaba también a los franceses de haber dado una connotación peyo­
rativa al nombre de los vándalos —tribu germánica contemporánea de visi­
godos y ostrogodos—·, y el término “vandalismo” fue oficialmente suprimido-
de la lengua alemana por razones de respeto racial.22 La veneración por el’
mundo de las tribus teutónicas se expresó también en la popularidad de los.
nombres de pila sacados de las sagas germánicas, tendencia que se remon­
taba al culto de Wagner y al romántico Movimiento de la Juventud, que Ios-
nazis continuaron y fomentaron. Aun en 1944, seis de cada nueve niños -:i
eran bautizados con los nombres de Sieglinde o Edeltraud, Günther o Eldce-
hard y, en ocasiones, las autoridades habían de advertir a los padres dema­
siado entusiastas de que no escogiesen nombres tan nórdicos (o sea, escandina­
E L HABLA NAZI 349

vos) que dejasen de ser alemanes.24 Un hecho interesante fue la fascinación


que ejercían los nombres compuestos, ά la Horst-Dieter; en el caso de las
niñas, esto dio lugar a ridículos híbridos, mitad diminutivos mitad heroicos,
como Klein-Karen (pequeña Karen).
Otra innovación onomástica que, aunque poco extendida, dio muestra de
la pedantería nazi y de su obsesión por los símbolos era la costumbre de
aquellos que dejaban la Iglesia de escribir “Krista” los nombres de sus hijas
-que habían sido bautizadas con el nombre de Christa.25 * Aunque no existe
ninguna prueba material de que, en el lenguaje del Tercer Reich, Antichrist
se escribiera nunca AntiKrist, hay abundantes pruebas semánticas de la exis­
tencia de tal personaje. Así, la prensa nazi describió expressis verbis una
ceremonia conmemorativa en honor de los asesinos del ministro de Asuntos
Exteriores Rethenau, pertenecientes a la Fehme, como una “ceremonia junto
a las tumbas de los eliminadores de Rathenau”.26 La frase hecha con que se
■dirigían los SS que llevaban el registro de Dachau a los recién llegados era:
“¿Qué puta judía te ha cagado?”, frase encaminada a conocer el nombre de
su madre. En Belsen, las guardianas hablaban normalmente de tantas o cuan­
tas “unidades de prisionero”, y en la correspondencia entre el departamento
<de investigación química de la IG-Farben y las autoridades del campo de
Auschwitz se hablaba de “cargamentos” o “entregas” de conejos de Indias
humanos.27
Los guardias de Auschwitz preguntaban, bromeando, a sus compañeros
encargados de echar por la reja de la cámara de gas los cristales de Cyclon B:
'“¿Ya les habéis dado su comidita?”.28
La lingua Tertii Imperii se adaptaba con igual facilidad a la deshumani­
zación que al sentimentalismo y el eufemismo. La misma lengua que produjo
los “eliminadores de Rathenau” y las “unidades de prisioneros” dio base a los
juegos de palabras Konzertlager por Kazettlager (KZ-Lager, campo de con­
centración) y Pour le Semite por Pour le Mérite (denominación burlesca de
la estrella amarilla). Los mismos guardias de las SS qce inventaron el mons­
truoso retruécano “La comidita Cyclon B” se daban a veces a sí mismos los
autodespectivos (por no decir autocompasivos) nombres de “conejitos KZ”
y “viejos luchadores del alambre de espino”, referencia al calificativo “viejo
luchador” aplicado a los veteranos del partido ingresados antes de 1933.

* Los teutomaníacos no aceptaban la escritura de este nombre con ch, por conside­
rarla derivada del griego y, por tanto, no alemana.
22

EL HUMOR

Cuando el totalitarismo marchita todas las manifestaciones del pensamien­


to excepto el humor, florece el chiste político, planta de largas raíces que se-
nutre de reservas de imaginación e ingenio a las que se han negado sus sali­
das naturales. Tales “flores” proliferaron en el hermético invernadero de la
Alemania nazi, empapada por los vapores de la retórica y la embriaguez,
nacionalista.
Si el aroma de estas flores tenía un ligero aire de libertad para el olfato
susceptible, ello no dejaba de beneficiar en cierto modo al régimen, aunque
esta consideración no impidió a los gobernantes nazis, cuya principal carac­
terística era una viehischer Ernst (seriedad bovina), reprimir la irreverencia;
de sus súbditos con salvaje dureza. La pena establecida para los chistes anti-
Hitler era la muerte. *
El humor antinazi era a la vez una expresión en tono menor de resistencia
(o, cuando menos, de disconformidad) y una forma de terapia. Sin embargo,;
para muchos alemanes, el chiste político representaba un cómodo (o incluso·
socialmente admirado) sustitutivo del pensamiento (por no decir de la acción)
acerca de unos males que existían más allá del juego de palabras y la anéc­
dota graciosa. Los chistes derrotistas neutralizaron a veces los esfuerzos del
régimen por elevar la moral, pero, en general, la persona que contaba un
chiste y advertía antes a sus oyentes: “Éste son tres años de trabajos forza­
dos”, no lo hacía tanto llevado por su conciencia política (no digamos ya por

° E n julio de 1967, el Tribunal de Justicia de Berlín occidental estableció que eí


antiguo juez del Tribunal del Pueblo Hans Joachim Rehse había participado en la impo­
sición de la pena de muerte a un párroco que había contado un chiste antihitleriano a un,
electricista que trabajaba para él (cf Guardian, 3 de julio de 1967).
EL HUMOR 351

su inconformismo) como por el eterno afán del gracioso de despertar el interés


de su auditorio.
Además, una gran cantidad de chistes políticos contenían poca hostili­
dad hacia el régimen. Esto es válido para un buen número de chistes sobre
Hitler; en cambio, los referidos a Goebbels eran casi siempre despectivos.
Los chistes aparecidos durante el Tercer Reich tendían, pues, a reflejar
el estado de la opinión pública, para la cual Hitler era objeto de veneración
general, mientras que Goebbels, aunque respetado por la agudeza de su pen­
samiento y de su lengua, no consiguió traspasar el límite que separa el respe­
to de la popularidad. Había también, naturalmente, una gran cantidad de
chistes ferozmente antihitlerianos. En cuanto a sus “contrapartidas” positivas,
a menudo reflejaban el mito más difundido de todo el folklore del Tercer
Reich, comparando al ejemplar Führer con sus corrompidos o hipócritas su­
bordinados, los “pequeños Hitler”. Esto son dos ejemplos:
Los niños de Goebbels, invitados a tomar el té sucesivamente en casa de
Goering, Ribbentrop y Robert Ley, vuelven más contentos después de cada
visita, pues se les ha obsequiado cada día con pasteles de nata más enormes
y otras cosas buenas. Después de una visita a Hitler, en cambio, aparecen
muy decepcionados, pues sólo se les ha ofrecido café de malta y pastelillos
pequeños. Y preguntan: “Papaíto, ¿es que el Führer no está en el partido?”.
Hitler se detiene en una pequeña fonda de pueblo. El fondista da la noti­
cia al alcalde, y todas las fuerzas vivas del pueblo se sientan a la mesa con
el Führer. Viene el camarero y Hitler pide agua mineral. Todos los demás le
imitan, excepto un hombrecillo de aspecto despistado que se sienta al otro
extremo de la mesa, que pide una cerveza. Sus vecinos le dan codazos, apa­
rentemente escandalizados. Desde su sitio, Hitler le dice: “Me parece que
usted y yo somos los únicos hombres honrados del pueblo”.
El nombre del Führer figuraba también en muchas combinaciones de pa­
labras que satirizaban innovaciones introducidas por el Tercer Reich: la esca­
sez de grasas dio lugar a la expresión “mantequilla de Hitler” como eufemis­
mo por margarina, y las medidas eugenésicas del régimen produjeron el térmi­
no “corte de Hitler” (Hitlerschnitt, juego de palabras sobre Kaiser schnitt, ope­
ración cesárea, literalmente “corte cesáreo”), jocoso eufemismo por “esterili­
zación”. La supuesta —y a menudo efectiva— anormalidad de la vida sexual
de los líderes nazis constituyó una inagotable reserva de materia prima para
los chistes políticos. En la época en que la campaña para el pleno empleo
dominaba la publicidad oficial, se preguntó por qué Hitler siempre se apreta­
ba la gorra contra el abdomen cuando presenciaba un desfile. La respuesta
era: “Es para proteger al último desempleado de Alemania”. Otra versión
consistía en la respuesta: Ihm ist keiner gewachsen (frase de doble sentido,
que puede significar “Nadie puede compararse con él” o bien “A él no le ha
352 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

salido pene”). Cuando Hitler justificó retrospectivamente el asesinato de


Roelim declarando que le había impresionado profundamente descubrir la
homosexualidad del jefe de las SA, los chistosos inquirieron: “¿Pues qué hará
cuando se entere de que Goebbels tiene un pie deforme?”. La Noche de los
Cuchillos Largos, durante la cual Hitler supervisó personalmente la matanza
de Roehm y de sus acólitos en Weissensee, dio lugar también a una burlona
adición a la constitución del Reich: “El Canciller nombrará y matará perso­
nalmente a sus ministros”.
De todos los chistes sobre Hitler, el que mejor refleja su personalidad es
■el que describe una salida de pesca del Führer con Chamberlain y Mussolini.
El premier británico echa pacientemente el sedal, enciende la pipa y, al cabo
de dos horas, consigue una buena pieza. El Duce, por su parte, se tira de
cabeza al agua y coge con las manos un gran lucio. Entonces, Hitler ordena
drenar el estanque. Al ver que los peces se retorcían indefensos en el fondo
seco, Chamberlain pregunta: “Y ahora, ¿por qué no los coge usted?”. Y Hitler
responde: “Primero tienen que suplicármelo”.
El papel de Goering en la mitología del humor político era parecido al de
Hitler en cuanto que los chistes referentes a él no eran siempre abiertamente
negativos. La mayoría de ellos trataban del tamaño desmesurado de las ropas
■del mariscal del Reich, es decir que se centraban en una debilidad muy hu­
mana que el alemán medio encontraba más bien amable aunque ligeramente
ridicula: Un campamento militar formado por barracones de madera fue
derribado para ser sustituido por construcciones de ladrillo. Un carpintero
encargado de emplear toda aquella madera en un guardarropa para Goering
se vio incapaz de cumplir la orden. Goering había insistido en que hiciese
primero los colgadores para las chaquetas.
En el curso de una inspección naval, realizada junto con Hitler y Goeb­
bels, Goering subió a un buque insignia, fue bajo cubierta y se asomó a una
tronera. Al verle desde el muelle, Goebbels dijo a Hitler: “Mira, Goering se
lia puesto alrededor del cuello todo un buque de guerra”.
Enviado a Roma para delicadas negociaciones cerca de la Santa Sede, Goe­
ring telegrafía a Hitler: “Misión cumplida. Papa depuesto. Tiara y vestimen­
ta pontifical me sientan perfectamente”.
En los sótanos del Ministerio del Aire se revienta la conducción de agua.
Informado del incidente en su despacho del piso alto, el ministro del Aire
profiere la orden: “¡Tráiganme mi uniforme de almirante!”.
Habiendo visto la espléndida colección de uniformes del ex Kaiser, Goe­
ring corre al hospital más cercano para hacerse acortar quirúrgicamente el
brazo izquierdo.
Se anuncia en Berlín que durante una semana los conductores no encon­
trarán gasolina, pues Goering ha enviado su uniforme a la tintorería.
Karl Jaspers, relevante filósofo alemán, se mantuvo siempre en la oposición al credo
nacionalsocialista.
Erich Maria Remarque, expatriado del Tercer Reich, fue uno de los más lúcidos adversarios
de los planes hitlerianos.
Thomas Mann Stefan Zweig.

Schriftst Schneider Erich Kastner.


Hans Carossa Georg Kaiser.

Bertolt Brecht Ernst [linger.


Marlene Dietrich en “E l ángel azul”.

Escena del filme “Metrópolis” de Fritz Lang.


Emil farmings en la cinta
“El patriota”, de Ernst Lu-
bitsch (1928).

Zarah Leander, una de las


actrices predilectas del pe­
ríodo nazi, en la película
“La zorra plateada” .
Escena de la película “Bismarck”,
rodada en 1925, y muy celebrada
por los nazis.

Hans Albers en la película en co­


lor “Las aventuras del barón
Münchhausen” .
EL HUMOR 353

Los chistes de tema sexual sobre Goering contrastaban marcadamente con


estas inocuas invenciones. Aparecidos en la época de su boda, eran más pi­
cantes por el hecho de que transcurriera un año antes de que su mujer, la
actriz Emmy Sonnemann (de quien se rumoreaba que se había deshecho de
su progenie, habida de una anterior relación ilícita en el extrajera), quedara
embarazada.
El día de su boda, Goering se rompe los pantalones. ¿Es por la fuerza de
detrás o por la alegría de delante? (Alusión de A la Fuerza por la alegría.)
Viendo a Goering vestido de veintiún botón el día de su boda, Goebbels
le pregunta: “¿Por qué tantas galas? Cualquiera diría que vas a un es­
treno...”.
Después de la luna de miel, Emmy Goering se separa de la Iglesia. Ha
perdido la fe en la resurrección de la carne.
Una noche, Emmy Goering se despierta y ve a su esposo que, desnudo y
de espaldas a ella, realiza un extraño ritual con su bastón de mariscal. A sus
preguntas, explica: “Estoy ascendiendo mis calzoncillos a calzones”.
También déshabillé, Goering aparecía en chistes de la época de la gue­
rra. En 1944, se decía que solía pasear desnudo arriba y abajo de Unter den
Linden, cubriéndose con un impermeable transparente cuando llovía, con el
objeto de que los berlineses no se olvidasen de cómo eran los jamones.
Toda una serie de chistes sobre Goering creados durante la guerra se ba­
saban en la bravata del ministro según la cual cambiaría su nombre por el
de Meyer si el enemigo penetraba alguna vez en el espacio aéreo alemán.
Las sirenas de la alarma aérea eran popularmente conocidas como “la corne­
ta de Meyer”. Según el juego de las unidades de medida, un “Goer” era la
máxima cantidad de hojalata que un hombre podía llevar colgada del pecho
sin darse de narices en el suelo. Un “Ley” era el máximo tiempo durante el
cual un hombre podía hablar sin decir una sola cosa sensata. Un “Rust” era
el mínimo lapso de tiempo que transcurría entre la promulgación de un de­
creto y su derogación. Un “Goeb” era la mínima cantidad de energía nece­
saria para desconectar simultáneamente cien mil aparatos de radio. Un
“Goeb” era también la máxima medida en que una persona podía abrir la
boca sin llegar a romperse la cara. Una variación sobre este tema era el chiste
según el cual había sido cortado el árbol más viejo y más alto de la Selva
Negra, hecho que causó profunda indignación entre los amantes de la natu­
raleza. Las autoridades se apresuraron a explicar que, para su cumpleaños,
Goebbels había pedido a Hitler que le regalase una armónica. El ministro
de Propaganda era comparado a un renacuajo, por el hecho de constar sólo
de boca y cola. (La palabra alemana Schwanz, “cola”, significa también, en
argot, “pene”.)
Este último tema fue tomado de nuevo en el chiste que corrió durante la
354 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

guerra, según el cual el ángel que remataba la columna de la victoria de Ber­


lín era la única virgen que quedaba en la ciudad, por la simple razón de que
el diminuto Goebbels no podía subir tan alto.
Los chistes verdes sobre los pecadillos sexuales de Goebbels formaban
legión, pero las dificultades de traducción —por ejemplo, en el chiste de la
actriz Lida Barova que sale para los estudios una mañana lluviosa y envía
a su doncella a buscar el Knirps (“paraguas pequeño” u “hombrecillo”) que
se ha dejado encima de la cama— nos impiden exponerlos con más amplitud.
El hecho de ser el menos masculino y el de aspecto menos nórdico de los
dirigentes nazis le valió también a Goebbels un cierto número de apodos,
como “el enano venenoso”, “Mahatma Propagandhi”, “Teutón encogido y sin
blanquear”, “Mickey Mouse de Wotan”.
La invención de este último epíteto se atribuye al gran enemigo de Goeb­
bels, el capitán Roehm, ejecutado en junio de 1934. Vivo o muerto, el jefe
de las SA, homosexual, constituía un inevitable objeto de chistes basados en
la interrelación de sus perversiones sexual y política. Un chiste difundido
poco después de su muerte decía: “Sólo ahora podemos captar el pleno sig­
nificado de unas recientes palabras de Roehm a la juventud nazi: De cada
muchacho de las Juventudes saldrá un militante de las SA”.
Según otro chiste, Roehm tenía, encima del escritorio de su despacho, una
inscripción, grabada a fuego sobre una tabla de madera, que proclamaba:
“Mientras trabajo, aguardo que llegue la noche, y espero con impaciencia el
trasero de la tarde”.
Se decía que en los locales de las Juventudes Hitlerianas podía verse el
slogan: “Culo a la pared, que viene Roehm”.
La obscenidad caracterizaba también los innumerables chistes basados en
la manía nazi de las abreviaturas. Se decía que KDF (Kraft durch Freude,
“A la Fuerza por la Alegría”) significaba Kind durch Freund (al niño por el
novio) o bien Kotz durchs Fenster (vomitar por la ventana). Las iniciales
BDM significaban Bund deutscher Madchen (Unión de Jóvenes Alemanas) o
bien Bund deutscher Matratzen (Unión de Colchones Alemanes), Bund deut­
scher Milchkiihe (Unión de Vacas Lecheras Alemanas), Baldur, drück mich
(Baldur, méteme mano),* o Bedai-fsartikel deutscher Manner (artículos para
hombres alemanes).
Los chistes sobre las Juventudes Hitlerianas giraban en torno al sexo o,
como correspondía a una organización en la cual “la juventud guiaba a la
juventud”, sobre la precocidad.
Los muchachos de una clase escriben una redacción sobre el tema “¿Se
habría suicidado el joven Werther de haber pertenecido a las Juventudes Hit-

0 Baldur von Schirach era el dirigente de las Juventudes Hitlerianas.


E L HUMOR 355

lerianas?”, y se permite al primero de la clase que proponga el tema de la


próxima redacción. El muchacho sugiere “La doncella de Orleans ¿hubiera,
conservado su virginidad de haber pertenecido a la Unión de Jóvenes Ale­
manas?”.
Un escolar expresa su descontento por las malas notas que ha recibido
grabando en su pupitre, con el puñal de las Juventudes, la frase: “No fue
para esto que luchamos durante catorce años” (una famosa frase de Hitler),
Las medidas para la autarquía económica dieron lugar a muchos chistes
acerca de la escasa calidad de los artículos sustitutivos.
Un hombre que había encargado un traje a su sastre es acusado ante los
tribunales por destrucción voluntaria de las reservas forestales.
Un hombre que quiere suicidarse compra un trozo de cuerda para ahor­
carse, pero la cuerda se rompe. Se tira al río, pero la madera de sus ropas le
mantiene a flote. En vista de todo ello, decide seguir viviendo, pero muere
de hambre al cabo de cuatro semanas de racionamiento.
La mala calidad de la cerveza durante la guerra, que, como ya hemos
visto, indujo a denominar esta bebida “lavativa a la Conti” (nombre del diri­
gente de la Asociación Nacionalsocialista de Médicos), dio lugar a la historia
del bebedor descontento que envía a un laboratorio para su análisis una
muestra de la cerveza que le han servido. Al cabo de unos días recibe el
diagnóstico: “Su caballo sufre de diabetes”.
El tema de la corrupción de los funcionarios dio lugar a la anécdota de
dos funcionarios profesionales del partido que dan un paseo, en el curso del
cual uno de ellos encuentra en el suelo un billete de cincuenta marcos. Su
compañero le pregunta qué va a hacer con él. “Entregarlo a la Ayuda In­
vernal”. A lo cual el otro replica: “¿Y por qué no nos quedamos con él direc­
tamente?”. La lucha por los cargos ventajosos inspiró también algunas “de­
finiciones”. La sustitución de un funcionario incompetente por alguien real­
mente cualificado para hacer un trabajo era denominada “sabotaje”, y un
“reaccionario” era el ocupante de un puesto lucrativo deseado por un nazi.
El descontento que creó el programa de autarquía entre los campesinos
inspiró el cuento del dirigente de la Corporación de Productores de Alimen­
tos, Darré, que pregunta a unos granjeros sobre su forma de alimentar a los
pollitos. El primero responde: “Les doy grano”, y es objeto de una reprimen­
da por malgastar las reservas económicas del país. E l segundo responde:
“Les doy patatas”, y es censurado por utilizar así un artículo esencial para
el consumo humano. El tercero responde: “Pues yo les echo una moneda de
un marco y les digo que se busquen ellos su comida”.
Las fuertes deducciones que se imponían a los salarios industriales —que
ascendían hasta al 20 por ciento del salario total— eran un inevitable tema
humorístico.
356 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Los obreros de una gran factoría se ponen muy contentos porque el encar­
gado de entregar los sobres se ha equivocado y les ha pagado las deduccio­
nes en lugar del salario.
En el curso de la inspección a una fábrica de armamento, le presentan a
Goering a un obrero destacado. Al observar el ministro que el hombre cojea,
le pregunta, solícito: “¿Es una herida de guerra?”. “No, es que el viernes
pasado se me cayó el paquete de la paga sobre el pie.” “¿Tanto pesaba?”
“Mucho. Afortunadamente, ya habían quitado las deducciones, porque, si
no, habrían tenido que amputarme la pierna.”
Otro chiste sobre las condiciones del trabajo obrero presentaba a un tra­
bajador que padecía de estreñimiento crónico, y a quien el médico del segu­
ro recetaba laxantes cada vez más enérgicos, sin resultado. Desconcertado, el
doctor le pregunta en qué trabaja. “En la construcción de autopistas.” Con
un suspiro de alivio, el médico entrega a su paciente una moneda de dos
marcos. “Ya verá usted cómo le hace efecto el laxante en cuanto haya comi­
do alguna cosa.”
Las dificultades financieras de la baja clase media inspiraron la historia
del criminal sanguinario sentenciado a morir en la horca. Al enterarse de la
decisión del tribunal, Hitler, airado, se dirige a Goering: “Una muerte rápida
es poco para un criminal como éste. Debería hacérsele morir de hambre len­
tamente”. A lo cual responde el ministro: “Podríamos ponerle una tiendecita”.
Además de tratar de las víctimas económicas del nuevo orden, el humor
se ocupaba también de los grupos beneficiados por él.
¿En qué agrupación coral gana cada miembro más que Caruso? En el
Reichstag, cuyos diputados actúan sólo una vez al año, cantan dos cancio­
nes (el Deutschland L ied y la “Canción de Horst Wessel”) y cobran cada uno
doce mil marcos.
Un viajero que pasa por un pueblo observa que unos hombres están reti­
rando la veleta de la torre de la iglesia, y les pregunta: “¿Van a poner una
nueva”. “Oh, no. Vamos a sustituirla por un funcionario. Los funcionarios
saben mejor que cualquier veleta de qué parte sopla el viento y hacia dónde
va a cambiar.”
Como hemos visto, los miembros del partido que ingresaron en él cuando
la gran avalancha de entradas posterior a la toma del poder, en marzo de
1933, eran apodados “violetas de marzo”. La insignia del partido recibía el
nombre de Angstbrosche (“el broche del miedo”).
La ubicuidad de los uniformes durante el Tercer Reich (el partido no ce­
saba de crear nuevas organizaciones con un “traje de batalla” distintivo) dio
lugar a la sugerencia de que el ejército adoptara el traje de paisano, con el
fin de distinguirse del resto de la población. En el marco de un partido que
veneraba el mito de la masculinidad, las mujeres afiliadas no eran tenidas en
E L HUMOR 357

mucha estima. La Unión de Mujeres Alemanas era apodada “Escuadra de


las Varices”.
El saludo Ileil Hitler, conocido oficialmente como el "saludo alemán”,
inspiró la definición de la “mirada alemana” (der deutsche Blick), es decir,
el hecho de quedarse muy quieto y volver furtivamente la cabeza en ambos
sentidos, en una rotación lo más completa posible, con el fin de comprobar
que nadie escucha, antes de dar comienzo a una conversación sotto voce.
Tales conversaciones solían cerrarse con la frase: “Usted también ha dicho
unas cuantas cositas...”, a lo cual la respuesta era: “Niego rotundamente
haber hablado con usted”.
El tema del “Gran Hermano” era también otra fuente de humor.
Los alemanes representan un milagro fisiológico. Son capaces de andar
derechos a pesar de tener rota la columna vertebral.
Un hombre a quien le duele una muela visita al dentista. Éste le pide que
abra la boca. “Me guardaré mucho de abrir la boca ante un perfecto desco­
nocido.” “Pero entonces, ¿cómo voy a sacarle la muela?” “Pues por detrás,
naturalmente.”
En invierno, dos silenciosos pasajeros de un tren hacen gestos apenas per­
ceptibles con las manos, ocultas por la manta que les cubre las rodillas. Son
dos sordomudos que se cuentan chistes políticos.
Los chistes aparecidos durante el período inmediatamente anterior a la
guerra reflejan los éxitos de la política exterior del régimen.
¿Cuál es la diferencia entre Chamberlain y Hitler? Uno se toma un wee­
kend en el campo mientras que el otro toma un país érí un weekend.
Con ocasión de su quincuagésimo aniversario, el cuerpo motorizado na­
cionalsocialista regala a Hitler un juego de postes indicadores de fronteras
móviles.
De 1940 en adelante, las tropas de Mussolini se convirtieron en tema de
muchos chistes despectivos, como aquel sobre la orden cursada por el ejérci­
to italiano según la cual las condecoraciones debían ser llevadas en la espalda,
pues se habían concedido por el valor mostrado al avanzar hacia atrás.
Pero, gradualmente, a medida que avanzaba la guerra, fue la propia si­
tuación militar del Reich la que se convirtió en tema de agrios comentarios.
¿Puede Alemania perder la guerra? No, desgraciadamente. Ahora que la
tenemos, ya no nos libraremos de ella.
El estado de las defensas antiaéreas ■—en cuya efectividad Goering había
basado su reputación— dio lugar a la historia del criminal condenado a una
nueva forma de ejecución. Fue colocado en lo alto de un elevado pilar y
rodeado por baterías antiaéreas que le sometieron a intenso bombardeo. Seis
semanas después, un avión que volaba bajo descubrió casualmente que el
condenado había muerto de hambre.
358 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Los informes oficiales de la Wehrmacht sobre la batalla de Stalingrado


dieron lugar a comunicados burlones:
“Nuestras tropas han capturado un piso de dos habitaciones con cocina,
retrete y cuarto de baño, y han logrado conservar dos terceras partes del mis­
mo a pesar de los duros contraataques del enemigo.”
Durante esta fase de la guerra, se dio un aumento de chistes que ataca­
ban a Hitler:
Churchill examina Longworth House, en Santa Elena, y dice: “Sí, servirá.
E l inquilino puede decorarla él mismo”.
Un berlinés y un vienés intercambian recuerdos de los bombardeos. El
primero dice: “El bombardeo era tan intenso que, cuatro horas después de
pasada la alarma, todavía caían cristales a la calle”. “Eso no es nada. En
Viena, cuatro días después del ataque, todavía llovían a la calle retratos
del Führer.”
Después del final de la guerra, es descubierto el cadáver de Hitler con
una nota que dice: “Me declaro inocente de la acusación. Yo estaba en el
partido sólo para defenderme de la vendetta de Kaltenbrunner”.
Las SS proyectaban una imagen tan escalofriante que apenas había chis­
tes acerca de ellas. Pero una revisión del humor durante el Tercer Reich que­
daría incompleta sin unos ejemplos del ingenio que floreció entre sus filas, el
siniestro humor de aquellos hombres que combinaban una conciencia de tro­
gloditas con el uso de la ciencia.
En Dachau, los guardianes llamaban al equipo de prisioneros encargado
•de limpiar la letrina “escuadra 4.711”, del nombre del agua de Colonia.
En Mauthausen, los judíos que iban a ser empujados al precipicio de la
cantera eran llamados “los paracaidistas”.
En Auschwitz, los prisioneros empleados en la extracción de piezas de
oro de la dentadura de los cadáveres gaseados eran llamados “los buscado­
res de oro de Alaska”.
Y finalmente nos referiremos al humor entre los propios judíos. Con la
persecución grabada en su espíritu, como una herida, desde tiempo inmemo­
rial, los judíos estaban habituados a paliar su dolor con el bálsamo del humor.
Aunque disminuida, esta capacidad no les abandonó ni siquiera durante el
Tercer Reich.
Al encontrarse con el preocupado y meditabundo Goldstein, Kohn le co­
munica que Davidsohn ha muerto. Goldstein se encoge de hombros. “Bueno,
si se le dio ocasión de reformarse...”
Levi cuenta a Singer el extraño sueño que tuvo la noche pasada. “Estaba
sentado en el café Dobrin en la Kufürstendamm y vi en la calle una cara
conocida; me volví a mi mujer y le dije: ‘Aquel hombre de allá fuera, ¿no
era Hitler, nebbich?’.”
E L HUMOR 359

Un guardián de un campo de concentración informa a un prisionero judío


de que lleva un ojo de cristal, imposible de distinguir del auténtico. Si el
judío adivina cuál es el ojo de cristal, se le perdonará la vida; de lo contrario,
será ejecutado. El judío lo adivina correctamente, y cuando el sorprendido
SS le pregunta cómo lo ha sabido, el judío responde: “Es que el ojo de cris­
tal tiene un destello bondadoso”.
En Treblinka, donde los prisioneros eran utilizados para transportar al
crematorio los cadáveres gaseados, a los prisioneros que comían demasiado
les decían sus compañeros: “¡Eh, Moisés, no comas tanto! Piensa que des­
pués tendremos que cargar contigo!”, y los perezosos eran conocidos como
“especialistas en niños”. También en Treblinka, el triste consuelo que se daba
a los amigos a quien había que abandonar era: “Vamos, hombre, anímate.
Ya nos volveremos a ver un día en un mundo mejor, en un escaparate, con­
vertidos en jabón”. Y la respuesta a esta observación era: “Sí, pero con mi
grasa harán jabón de tocador, y tú serás una pastilla de jabón ordinario”.1
23

LA LITERATURA

La literatura fue el campo de las artes en que la toma del poder nazi tuvo
unos efectos más inmediatamente visibles: unos dos mil quinientos escritores,
incluyendo a ganadores del Premio Nobel y a escritores de bestsellers mun­
diales, abandonaron el país voluntaria u obligadamente, para constituir una
diáspora única en la historia. Su partida fue acelerada por la purga efectuada
a mediados de febrero en la Academia Prusiana de Poesía, la presidencia de
la cual Heinrich Mann (autor de la novela que dio base a la película El
ángel am i, Professor Unrat) hubo de ceder a Hanns Johst, antiguo poeta ex­
presionista convertido en pintor de héroes solitarios tipo Leo Schlageter.*
La purga obligó también a abandonar sus puestos al premio Nobel Tho­
mas Mann, a Alfred Doblin, Leonhard Frank, Georg Kaiser, Jakob Wasser-
mann, Franz Werfel y otros. El puesto de estos “degenerados e indeseables
raciales” * * fue ocupado por un grupo de escritores de los cuales ninguno go­
zaba del renombre internacional de sus predecesores: * * * Werner Beumel-
burg, Hans Friedrich Blunck, Hans Grimm, Erwin Guido Kolbenheyer, Agnes
Miegel, Borries von Münchhausen, Hermann Stehr y Emil Strauss.
Beumelburg, un antiguo oficial, representaba la escuela literaria “la Gue-

* Schlageter fue un famoso terrorista del Freí Korps ejecutado por los franceses
durante su ocupación del Ruhr, en 1923,
* * A pesar de esto, algunos de los que no eran judíos, como Kellermann y Paquet,
continuaron viviendo y publicando en Alemania.
* * * E l crítico literario volkisch Wilhelm Stapel expuso su particular racionalización del
fenómeno: “Las novelas judío-alemanas de un Wassermann, un Feuchtwanger o del judío
asimilado Heinrich M ann... no guardan relación básica con el idioma alemán. Podrían
haber sido escritas igualmente en inglés, francés o sueco... E l lenguaje no es más que
la envoltura fortuita de estas obras” (Die literarische Vorherrschaft der Juden in Deutsch­
land, Forschungen zur Juden frage, Hamburgo, 1937, vol. I, p. 188).
LA LITEBATUBA 361

rra como experiencia espiritual” (Fronterlebnis). En su ruda y sentimental


obra Gruppe Bosemüller, que fue un best-seller en Alemania, alternaba las
brutales descripciones de luchas con evocaciones de “camaradería” que pre­
tendían ser grandiosas y resultaban ridiculas, de las que había una gran de­
manda entre los lectores de la posguerra,* penosamente conscientes de la
ausencia de aquélla en la cotidiana existencia civil.
Blunck procedía de la Baja Alemania y se inspiraba principalmente en
los cuentos populares locales, los mitos prometeicos nórdicos y las sagas vi-
kingas. En lo que puede ser descrito cómo un intento de establecer una “con­
tinuidad raza-tiempo”, adoptó, en su prehistórica Urvatersaga, la forma de
trilogía que era de rigor entre los escritores volkische, debido a su obsesión
por la eternidad.
Hans Grimm, que había vivido en Sudáfrica antes de la guerra, publicó
en 1926 la obra época de mil doscientas páginas Pueblo sin espacio, que se
convirtió inmediatamente en un best-seller, en la que se afirmaba que: “La
nación blanca más limpia, más decente, más honrada, más eficiente, más
industriosa1 ... de la tierra vive encerrada en unas fronteras ya demasiado
estrechas'’.2 La venta de este libro rebasó el medio millón de ejemplares a
mediados de los años treinta,8 y el título mismo constituyó una de las más
poderosas armas del arsenal propagandístico nazi.
Erwin Guido Kolbenheyer, un Volksdeutscher de Hungría, era un nove­
lista histórico de bastante talento. Su trilogía Paracelsus había tenido gran
éxito en los años veinte, pero, tanto en sus obras de ficción como en las que
no lo eran, era muy dado a la pontifícación metafísica, la cual, despojada de
su pretenciosa fraseología, constituía poco más que una reivindicación de la
expansión territorial de Alemania.
El horizonte literario de la novelista y poetisa Agnes Miegel coincidía casi
exactamente con los confines de la Prusia oriental, su región natal. Como
autora de baladas, era una exponente destacada del género Heimatdichtung
(literatura regional), que tenía gran atractivo para un público lector deseoso
de evadirse de la vida moderna y de la masificación.
Borries von Münchhausen, que era descendiente del inmortal barón menti­
roso y antiguo oficial de caballería convertido en hacendado, compartía con
Frau Miegel la tierra de origen y la predilección por la balada. Su obra resul­
taba especialmente atractiva para la Bündische Jugend por estar impregnada
del espíritu caballeresco. Este romanticismo nubló tanto su juicio que cayó
en la tentación de contar mentiras al lado de las cuales las de su ilustre ante­
cesor eran insignificantes. A la hora de la verdad, en 1945, se suicidó.

° Cf. Loewy, Literatur unterm Hakenkreuz, Frankfurt am Main, 1966, de donde


han sido tomados buena parte de los datos y juicios de valor expuestos en este capítulo.
362 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Hermann Stehr era un antiguo maestro de escuela de Silesia, provincia


en que tanto la religión como la literatura estaban teñidas de misticismo, y
reflejó esta tendencia en sus obras: equiparó la ceguera física a la clarividen­
cia espiritual, y la recuperación de la vista, debida a la actividad sexual (sic),
con la separación de Dios y, por tanto, de la fuente de la vida. Este tipo de
profundidad convirtió a Stehr en autor predilecto de los filisteos pequeño-
burgueses, conocidos en Alemania bajo el nombre de Spiesser, para quienes
el grado de intimismo de una obra era la piedra de toque de su excelen­
cia literaria.
Emil Strauss, un burgués suabo, era otro escritor regional en cuya obra la
vida campesina adquiría trascendencia espiritual. Contrapuso una vida idíli­
ca de rústica serenidad y aislamiento al “asfalto” de las grandes ciudades, y
predicó un culto a la vida dura. Así, el protagonista de Der Spiegel, un hom­
bre pobre, deshace su matrimonio feliz porque la aceptación por parte de su
esposa de una herencia le privaría del trabajo penoso, el yunque sobre el
cual forjar su carácter.
Éstos eran los escritores cuya elevación a la Academia constituyó el sím­
bolo literario del renacimiento nacional de Alemania. Aunque es muy posible
que algunos de ellos fueran objeto de tal honor por lo que escribieron
más que por la forma en que lo escribieron, no se puede negar el mérito de los
demás. Emil Strauss, por ejemplo (a quien Hermann Hesse atribuyó el don
de escribir una prosa clásica sin igual), había sido ya anteriormente miem­
bro de la Academia, al igual que Guido Kolbenheyer.9
Sin embargo, fuese cual fuese su valor literario, ni la opinión culta alema­
na antes de 1933 ni la república universal de las letras les hubiese colocado
en la cima del Parnaso nacional. A los ojos del mundo, autores expatriados
como Thomas y Heinrich Mann, Erich Maria Remarque, Jakob Wassermann,
Emil Ludwig, Vicki Baum, Leon Feuchtwanger, Leonhard Frank, Bruno
Frank, Arnod Zweig, Stefan Zweig,** y Franz W erfel,*** y los dramaturgos
Georg Kaiser, Ernst Toller, Carl Zuckmayer y Bertolt Brecht siguieron siendo
los representantes de la literatura y el teatro alemanes.
Pero la opinión del mundo se fue haciendo cada vez menos importante
para un país entregado a la autarquía, en el terreno cultural no menos que
en el económico.
Además, aunque el aislacionismo y el ensimismamiento cultural de Ale-

* Ambos habían renunciado a sus puestos en 1931, en parte como protesta contra
la “ascendencia” cultural de Berlín y en parte por hostilidad hacia la democracia de
Weimar. Imitó su gesto Wilhelm Schafer, el autor de Trece libros del alma alemana.
ee Zweig era austríaco, pero tuvo el acierto de abandonar Alemania antes del
Anschluss.
*** También austríaco, que permaneció en Alemania hasta 1938.
LA LITERATURA 363

mania eran decretados por el gobierno, no contradecían totalmente las pre­


ferencias libremente expresadas del público lector. De los doce autores más
vendidos 4 durante el último año de Weimar, siete —Beumelburg, Grimm,
Stehr, Hans Carossa, Ina Seidel, Edwin Erich Dwinger y Heinz Steguweit—
fueron posteriormente protegidos por los nazis; tres —Hans Fallada, Man­
fred Hausmann y Ernst Wiechert—■ fueron tolerados por ellos; y sólo dos
—Werfel y Stefan Zweig— fueron proscritos.
De los autores protegidos, el más interesante fue el ex-médico Hans Ca-
rossa, elegante exponente de la serenidad goethiana que se adaptó perfecta­
mente a las nuevas condiciones manteniéndose apolítico. Sus novelas apla­
caron las latentes aprensiones de sus devotos lectores ante el Tercer Reich,
brindándoles la posibilidad de entregarse al inofensivo lujo de los ideales
humanitarios abstractos.
Frau Seidel fue una ferviente defensora de lo irracional, con una obsesión
por la naturaleza de origen en parte luterano y en parte teosofista. Su best-
seller Das Wunschkind presentaba a una madre que arrancaba a su hijo de las
crueles garras del destino para perderle después estoicamente en la Guerra
de Liberación.
Las musas de Heinz Steguweit y Edwin Erich Dwinger estaban en estre­
cha relación. Steguweit, alternativamente sentimental y humorístico, siguió
pulsando los registros del tema Fronterlebnis. Dwinger se especializó en obras
épicas acerca de los prisioneros de guerra y los voluntarios, en las que los
alemanes eran los buenos y los comunistas los malos, en un contexto de gran
crudeza.
Mucho más importante y compleja fue la obra de Ernst Wiechert, autor a
quien el régimen toleraba apenas (y a quien encarceló temporalmente), al
tiempo que lo utilizaba. Religioso y humano, Wiechert no pudo dejar de
impugnar el nuevo sistema, pero sus novelas estaban impregnadas de la idea
de la vuelta a la naturaleza como forma de terapia, y contenían vagas reso­
nancias del tema “sangre y tierra”. Sus protagonistas solían ser hombres ator­
mentados que hallaban la paz en humildes y solitarias actividades rurales.
Además, con su creación de una zona de “libertad interior” en la imaginación
de sus lectores, contribuía a ofuscar su lucidez ante la pérdida de la verda­
dera libertad.
El fuerte de Manfred Hausmann era la evocación de escenas románticas
de la vida errante, y el de Hans Fallada * un naturalismo moderno que, no
obstante, estaba libre del deprimente aspecto de la obra de sus precursores.
Aunque algo sospechoso a los ojos de los nazis a causa de sus tendencias

9 L a muy traducida novela ¿Y ahora, qué?, de Fallada, fue una de las más signifi­
cativas y de más éxito en la época de la Depresión,
364 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

decadentes, Fallada, llegado el momento, adaptó su obra a las “exigencias de


la situación”.
Aunque los nuevos detentadores del poder podían alegar y argumentar
que gozaban de un consenso de lectores tan sólido como el de votantes, no
eran insensibles al perjuicio que infligía al prestigio de Alemania ante el
mundo el éxodo masivo de los intelectuales. Incluso el celebrado poeta Stefan
George —sumo sacerdote del culto al esteticismo clásico—, al que los nazis
consideraban, no sin motivo, partidario suyo,® emigró a Suiza, donde murió
poco después. El gobierno de Berlín trató de reconstituir el equilibrio me­
diante gestiones secretas cerca de Thomas Mann, a quien se pensaba con­
vertir en el genio tutelar del retorno a Alemania de los escritores emigrados,* *
pero tales negociaciones no dieron resultado alguno.
En su situación un tanto peligrosa, los inquisidores nazis, a quienes el
escritor emigrado Heinrich Mann, secundado por Romain Rolland y otros
portavoces de la república internacional de las letras, hicieron objeto de co­
rrosivas acusaciones, recibieron apoyo de dos puntos; de uno de éstos cabía
suponer tal cosa; del otro, menos. El primero era un grupo de patricios neo-
románticos y neoclasicistas (Borries von Miinchhausen, Rudolf Binding * * * y
Wilhelm von Scholz),**## que cubrieron la pobreza de sus apologías ("no se
pescan truchas a bragas enjutas”) con la adecuada expresión poética. Münch-
hausen, por ejemplo, transfiguró la purga nazi mediante una pomposa metá­
fora sobre la era: “¿Qué importa que, al barrer la paja, se pierda un puñado
de dorados granos? Alemania, el corazón de las naciones, es derrochadora y
pródiga, como todos los auténticos corazones”.5
El inesperado abogado del nazismo fue Gottfried Benn, probablemente la
personalidad literaria más importante de cuantas prestaron su nombre al
prestigio de la cultura alemana de orientación nazi. Poseedor del don de
“hacer visible la fugacidad del ser y de conjurar la iridiscencia del mun­
do”,® Benn había desarrollado una forma altamente individual del nihilismo
estético dentro del movimiento expresionista. Su preocupación por el aisla­
miento del ser humano le hacía suspirar por lo primitivo, tandencia que coin­
cidía notablemente con el atavismo implícito de la ideología nazi.
Benn, que declaraba ver “al nacionalsocialismo derramando oleadas de vi­
talidad ancestral por las fatigadas tierras de Europa”, elevó la toma del poder

* E l poema “Das Neue Reich”, de Stefan George, de 1928, era un ditirambo


dedicado a un Führer carismático.
* * L a misma gestión fue realizada cerca de Thomas Mann por su editor, Samuel
Fischer, de Frankfurt, judío, que hubo de emigrar a su vez a Suecia en 1936.
* * * Rudolf Binding gozaba de una gran reputación como representante del espíritu
caballeresco y de las virtudes varoniles.
* e **W ilhelm von Scholz fue un novelista y dramaturgo en cuya obra se mezclan la
veneración por los modelos clásicos con el patriotismo alemán.
LA LITEBATUBA 365

nazi a la categoría de “mutación histórica” y embelleció la supresión de la


libertad con analogías estéticas: “¿Cómo se imagina usted que tuvo lugar,
en el siglo xn, el paso de la conciencia románica a la conciencia gótica?
¿Cree usted que fue discutida, cree que la gente fue a votar para decidir si
los arcos habían de ser ojivales o de medio punto?”.* Aunque él mismo fue
objeto de ataques por su supuesta ascendencia dudosa,** dio plena aproba­
ción al nuevo culto de lo arcaico y a la obsesión genealógica: “Hemos entra­
do en la época de la genealogía. Al ver el retrato de un antepasado próximo,
se ve que presenta los rasgos del cazador primitivo, el tipo del cazador soli­
tario braquicéfalo”.7
Aunque el cambio de actitud de Benn en 1933 fue el más espectacular, no
constituyó ni mucho menos el único ejemplo de adaptabilidad entre los auto­
res alemanes. Así, Frank Thiess, el refinado cantor de Eros y Psique, bien
alejado hasta entonces de los preceptos volkische,* * * incorporó un prefacio de
contenido antirrepublicano a una reedición de su novela Der Leibhaftige,
escrita durante los años veinte, prefacio que no venía dado en absoluto por
el contenido del libro. Rudolf Herzog, cuyas sagas sobre las dinastías indus­
triales eran importante alimento literario de la clase media, cumplió las nue­
vas normas literarias hasta extremos que habrían hecho creer en una inten­
ción satírica, en cualquier contexto que no fuese la bovina seriedad del Ter­
cer Reich.
La obra Über das Meer verweht, de Herzog, estaba constelada de gemas
de hipérbole teutomaníaca: “Ella desea permanecer fiel a su amado hasta la
muerte, pero esto significa un tiempo muy largo, pues él es de sangre alema­
na, y la sangre alemana es inmortal”, o bien: “Pensamos que ya realizamos
una tarea heroica cuando alimentamos a un niño con la leche de su madre.
Pero los grandes niños necesitan la sangre de nuestro corazón”.8
Pero, aun cuando muchos Selbstgleichschalter (“autocoordinadores”) li­
terarios intentaron hacer pasar sus respectivos Pegasos por caballos de tiro
de color pardo, el régimen no estaba dispuesto a concederles su favor por

e Réplica de Gottfried Benn a la carta abierta polémica que le dirigió Klaus Mann
desde Francia en 1933, citada por Franz Roh en su Entórtete Kunst, Hannover, 1962, p. 109.
Borries von Münchhausen había mencionado públicamente, en 1934, la sospechosa
similitud entre el apellido del poeta y el prefijo hebreo Ben, que significa “hijo”, ante lo
cual Benn se tomó increíbles molestias para establecer su pureza racial. Sus diligentes
investigaciones dieron como resultado que: (a) Benn era el nombre de un tipo de vino
de Dürkheim, que aparecía en la lista de vinos de Kempinski, el famoso restaurante de
Berlín; (b) en Dürkheim, el término Benn denominaba el vino producido en viñas
situadas a una cierta altitud; y (c) los Benn domiciliados en Inglaterra eran nórdicos puros.
Publicó estas pruebas de la limpieza de sus orígenes en Lebensweg eines Intellektualisten,
Berlín, 1934 (cf. Loewy, op. cit., p. 335).
* * * Der W e g zu Isabelle, de Thiess, tenía resonancias incestuosas, y la protagonista
de su Frauenraub era lesbiana.
366 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

este solo propósito. El Schwarzes Korps criticó la novela de Herzog9 y —no


inesperadamente— inició una caza de brujas contra Gottfried Benn. Le de­
nunció como congénitamente obsceno (bajo el titular Der Selbsterreger, “el
autoexcitador o masturbador”), e ilustró su acusación con una estrofa de su
poema Synthese, cuyo último verso se dejaba en blanco por razones de
decencia.*
Benn, ex oficial del cuerpo médico, cambió entonces los peligros de la
existencia civil por la seguridad de la vida militar, optando por (usando su
propia ampulosa frase) la “forma aristocrática de emigración”. Esta salida
del impasse en que se encontraba el creador bajo el totalitarismo fue también
elegida por Emst Jünger, cuya relación con el nazismo fue similar en algunos
aspectos a la de Benn. Cofundador de la escuela Fronterlebnis y panegirista
del Armagedón mecanizado, Jünger probablemente había minado los cimien­
tos de la República de Weimar más efectivamente que ningún otro autor,
pero se mantuvo desdeñosamente alejado de los beneficiarios de su obra de
demolición. Así, rechazó honores nazis,** como un puesto en el Reichstag o
en la Academia Prusiana de Poesía, así como una columna en el Volkischer
Beobachter, pero permitió que las amplias reediciones de sus obras, que fue­
ron oficialmente protegidas a partir de 1933, produjeran dividendos de orden
económico para él y de orden ideológico para el régimen. Su elección del
ejército como refugio contra la realidad nazi concuerda con esta ambigua
conducta.
Entretanto, el Tercer Reich extrajo todas las ventajas posibles de la popu­
laridad de un escritor que dio elevada realización estilística a la oficialmente
prescrita apoteosis de la guerra. La guerra era el más importante de los cua­
tro pilares que sostenían el edificio de la literatura nazi, junto con la Raza,
la Tierra y el Movimiento.
Aunque Jünger mostró muchas de las actitudes básicas de la escuela lite­
raria de la Fronterlebnis —como, por ejemplo, la sustitución del amor por la
camaradería masculina—, superó a sus colegas como metafísico de la movi­
lización total. Sostuvo que, en la Primera Guerra Mundial, Alemania había
estado mal preparada espiritualmente para la movilización total, pero que la
segunda vez no fracasaría. Los muertos de la guerra habían pasado de un
estado de incompleta realidad a uno de realidad total —de la Alemania
“efímera” a la “eterna”—, y así habían establecido una norma que sus suce-

® Das Schwarzes Korps, 1 de mayo de 1936. Junto a la línea en blanco aparecía la


explicación “No puede ser reproducido” .
* * L a oferta de Hitler de incluir a Jünger en la lista nazi para el Reichstag en 1927
— momento en que las perspectivas electorales del partido no eran brillantes— no era,
hablando en rigor, un honor, en el sentido en que sí lo eran las otras dos, hechas después
de la toma del poder.
LA LITERATURA 367

sores podían cumplir mediante un esfuerzo espiritual total. Esta metafísica


estaba sembrada de afirmaciones del delirio de luchar y morir:
“Ahora el hombre es como la tempestad desencadenada, como el océano
enfurecido y el trueno rugiente. Ahora está fundido con el cosmos y se lanza
hacia las puertas de la muerte como un proyectil hacia su blanco.” 10
O bien:
“Es la lujuria de la sangre que desciende sobre la guerra como una vela
roja en una galera negra, en su infinito ardor, semejante sólo al amor. Estre­
mece ya los nervios en el seno de las agitadas ciudades cuando las columnas
marchan hacia las estaciones bajo una lluvia de encendidas rosas, con la
canción Morituri en los labios.” 11
Esta cita sitúa claramente a Jünger en el clima emocional de Alemania
durante la Primera Guerra Mundial. Pocos ejemplos más de obras de tema
Fronterlehnis o incluso de la habitual literatura patriótica dignos de mención
aparecieron durante la Segunda Guerra, ni, en realidad, durante todo el Ter­
cer Reich. Pero esto no preocupaba a los directores de la escena cultural na­
cionalsocialista, pues poseían una reserva de obras de escritores anteriores
de la que echar mano. En efecto, Rudolf G. Binding había escrito: “Tres
veces ha surgido la sagrada guerra del corazón de las naciones”,12 y el poe­
ma de Ernst Bertram “Sólo las tumbas crean una patria” 13 y el de Hans
Carossa:

Mate o muera, él sabe


que todo esto no es más que semilla de futuro amor.
Mucha sangre, mucha sangre debe empapar la Tierra;
si no, ésta nunca seráel hogar de los hombres14

daban una expresión adecuadamente elevada a la ideología oficial. Y,más


allá del círculo de estos importantes autores, había una cantidad innumera­
ble de ellos que alimentaban el cada vez más amplio mercado de artículos
Fronterlebnis, obras cuyo volumen era inversamente proporcional a su mérito.
La siguiente cita, muy representativa, pertenece a Gruppe Bosemiiller,
que, en 1936, ocupó el cuarto lugar en las listas de venta de las librerías ale­
manas.15 La escena tiene lugar en una trinchera alemana en el frente occi­
dental. El cabo Wammsch acaba de informar al soldado Siewers —a quien
le han fallado los nervios durante una reciente acción— de que se le hac
cedido un permiso:
“—Pero yo no quiero irme... tengo que reparar lo que he hecho... déme
tiempo, ¿por qué no quiere darme un poco de tiempo? No quiero ir a casa,
no quiero ningún permiso... no lo quiero... quiero volver a Fleury y al ba­
rranco de Souville... esto es lo que quiero.
368 HISTORIA SOCIAL DEL TEBCEK EEICH

Solloza y se estremece como si tuviera fiebre. Wammsch está muy asustado.


No había esperado esto.
—No quiero ir a casa... iré a ponerme de rodillas delante del capitán...
él me escuchará... no quiero ir a casa con mi madre... quiero volver al ba­
rranco de Souville y a Fleury.
Ahora está exhausto, Solloza todavía y todo su cuerpo tiembla. Pero ya
no ofrece resistencia. Se deja atraer dócilmente al abrazo de Wammsch, se
deja acariciar por sus endurecidas manos, y este abandono le produce una
maravillosa sensación de descanso.
—Vamos... —dice Wammsch, profundamente conmovido—. Ahora mismo
voy a hablar con el capitán. Tú te quedarás aquí con nosotros. Y al primero
que te mire mal le romperé la cara...”
Este fragmento es típico, no sólo por la enfermiza mezcla de paternalismo
y homo-erotismo sino también porque corresponde, aunque indirectamente,
al modelo prevaleciente de literatura de guerra. Por iniciativa de los autores
más que por abierta imposición oficial, el tema clave del género era, la alqui­
mia por la cual la vida del frente transformaba a un conjunto incoherente de
átomos centrados en sí mismos en una “banda de hermanos juramentados”.10
Las trincheras, donde férreos vínculos de interdependencia unían a los hom­
bres y donde toda impureza era purificada por el fuego de la guerra, consti­
tuían el examen de una comunidad de renacimiento nacional; pero como la
población civil no pasaba por el crisol de la Fronterlebnis, la nueva Alemania
prefigurada en las trincheras no llegó a nacer. (Importaba poco a los autores
y a su numeroso público que fuesen precisamente el tan ridiculizado “frente
interior” y la aún más despreciada Etappe —la retaguardia— los que hacían
posible que funcionara el frente.)
Otra significativa paradoja común a mucha literatura Fronterlebnis se
daba al tratar del enemigo. En su calidad de soldados, merecían una pequeña
dosis de simpatía, pero esto era inmediatamente negado por su carácter de
enemigos. Así, el protagonista de la pieza de Heinz Steguweit Petermann
pone paz (o Parábola del sacrificio alemán), movido por un navideño impulso
de detener la matanza, salía de su trinchera para colocar un árbol de Navi­
dad iluminado en la tierra de nadie. Este acto quijotesco tenía como fondo
fuertes tañidos de campanas, canciones navideñas y lejano tableteo de ame­
tralladoras. Súbitamente, sonaba un disparo y Petermann se desplomaba, y
cuando sus desconsolados compañeros de pelotón iban a recoger su cuerpo
descubrían con amargura que los tiradores enemigos habían disparado sobre
todas las luces del árbol de Navidad.17
La segunda gran categoría de las letras nazis, el género denominado “Mo­
vimiento” o “jefe y seguidores”, constituía una prolongación del Fronterleb­
nis —tanto en cuanto a temas como desde el punto de vista cronológico— con
LA LITEEATUEA 369

la literatura de tema Freikorps como vínculo entre ambos. Dada su simili­


tud, no es necesario decir gran cosa de ninguna de ellas. La literatura Frei­
korps del Tercer Reich fue menos interesante que la vida de algunos de sus
principales cultivadores.
Ernst von Salomon, que era él mismo veterano de los disturbios de los
Freikorps en el Báltico y en la Alta Silesia, y que había participado en un
famoso crimen de la Fehm e (la complicidad en el asesinato del ministro de
Asuntos Exteriores Walter Rathenau, en 1922, le acarreó una condena de
cinco años de cárcel),* mostró una arrogante preocupación por no asociarse
demasiado estrechamente con el régimen, al tiempo que se beneficiaba de la
popularidad de que gozaban sus novelas, en buena parte autobiográficas. La
forma particular de “emigración interior” de Salomon —literatura de repor­
taje sin preocupación creativa— fue también la que escogió aquel Maverick
de las letras de Weimar, Arnolt Bronnen. La habilidad de Bronnen para nadar
y guardar la ropa queda atestiguada por su paternidad de exaltados dramas
expresionistas, uno de ellos titulado Parricidio, así como la novela bestseller
Rossbach, del género Freikorps, que glorificaba el abortado putsch de Mu­
nich de 1923.
Así como puede decirse que todo hombre vuelve a nacer cada siete años,
el tiempo que emplea el cuerpo humano en renovar todas sus células, Bron-
nen consiguió transformarse de amigo íntimo de Brecht en primera figura del
entourage literario de Goebbels en un espacio de tiempo mucho menor. Pero
no pudo mantener en otro terreno este desafío a las leyes de la biología: se
supo que su padre, ya fallecido, era judío, y aunque el autor de Parricidio
exhibió públicamente ante un tribunal la declaración jurada por la que su
madre afirmaba haber cometido infidelidad conyugal, hubo de llevar durante
todo el Tercer Reich el estigma genético.**
Las obras correspondientes al género “Movimiento” adolecían —con una
sola excepción—* * * de una generalizada falta de calidad. Sólo los escritorzue­
los a sueldo del partido se dedicaban a la hagiografía. Pasaremos por alto la
fertilidad imaginativa en virtud de la cual un alcahuete de Berlín llamado
Horst Wessel y otros individuos de la misma calaña fueron inmortalizados
en el Walhalla y despertaron el interés de miles de lectores. (Véase, no obs­
tante, la página 401.)

* Este episodio tuvo una curiosa consecuencia en la República Federal, cuando una
productora cinematográfica alemana encargó a Ernst von Salomon que escribiese un guión
para un film basado en la vida y la muerte de Rathenau.
E n 1937, se le prohibió publicar en Alemania. E l continuo movimiento político de
Bronnen llegó a su cumbre cuando, terminada la Segunda Guerra Mundial, salió a la luz
de nuevo en Austria convertido en comunista.
* * * Hans Heinz Ewers, pornógrafo conspicuo, había acaparado el mercado biográfico
de Horst Wessel.
370 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Las variaciones sobre el mismo tema que constituían el género "jefe y


seguidores” carecen igualmente de interés, aunque la Oda al Fiihrer 18 de
Heinrich Zillich merece quizá mención como extraordinaria mezcla de retó­
rica y mentira:

Benigna mirada azul y férrea mano en la espalda,


voz ronca, tú, el más leal padre de los hijos,
miras por encima de los continentes; unidos
están el hambre y su esposa, enlazados en unión sagrada
en las llamas del alma, infinita cadena
rodeada por las olas ante la mañana,
que tus hombros solos
han levantado por encima de las cordilleras, desde los abismos del infor­
tunio.

Sobre el mismo tema de la jefatura, la composición Cripta imperial, de


Josef Weinheber, se yuxtapone tristemente a la invención de Zillich. Weinhe­
ber,* poeta austríaco de notable talento criado en un orfanato, a quien du­
rante años se negó el reconocimiento, fue presa fácil de los halagos nazis.

En el sombrío ataúd, tú, endurecida calavera,


¿llevas aún la corona? Sí, se convertirá en polvo.
En polvo. Pero el príncipe sigue siendo príncipe. Sólo los mendigos mue-
totalmente con la carne. [ren
¿Partirían los mendigos si los reyes se quedaran?
Por eso los príncipes deben descender, porque esos
débiles no realizaron más que su propia carne, esa grosera pujanza
entre dos oscuridades.

Aunque la poesía de Weinheber —como se observa en estas estrofas— re­


fleja una sensibilidad barroca y una nostalgia por el pasado imperial, los ma­
nipuladores literarios nazis consiguieron utilizarla para el moderno y pseudo-
revolucionarlo culto del cesarísmo.
Aún más éxito tuvieron los nazis con los cultivadores del Heimatroman
(novela regional). Este género, que coincidía parcialmente con el Schollenro-
man (novela de la tierra), conocido también como género Blubo, de Blut
und Boden (“sangre y tierra”), debió su prolongada boga a varios factores:
la fuerte y persistente identidad regional en un país que había sido unificado

* L a protección dispensada a Weinheber fue el único ejemplo de discernimiento


literario que se permitió el régimen. E l poeta expió su falta de discernimiento político con el
suicidio, en abril de 1945.
LA LITERATURA 3 71

hacía relativamente poco tiempo, una mística nacional que asimilaba la “ale-
manidad” con lo natural y la “extranjeridad” (especialmente la condición de
Welsch °) con lo artificial, y, en mucha mayor medida, al espíritu antimoderno
y antiurbano de una clase media tradicionalista, que se sentía incómoda en
la dinámica sociedad industrial.
Un especial atractivo de la novela regional lo constituía su escasa vincu­
lación a la época contemporánea. Aunque frecuentemente desarrolladas en el
presente, estas novelas presentaban una cierta intemporalidad por el hecho
de que la vida y actividades de sus personajes venían dados por el eterno
ciclo de las estaciones. La pérdida de realismo * * que resultaba de esto era
sobradamente compensada por generosas dosis de espiritualidad o escapis­
mo, como puede observarse en la grandilocuente magnificación de lo “eter­
no” a expensas de lo temporal y contingente.
Los escritores —y los autores—> cristianos, especialmente los católicos,
veían y apreciaban, en este género literario, otro tipo de mérito: la afirma­
ción de que la religión era un rico e importante elemento de la vida cam­
pesina. (Sin embargo, esto no se aplica a todos los casos; más adelante dare­
mos ejemplos de la literatura regional de carácter pagano.)
En realidad, el Karma espiritual ■—o ideológico— engendrado por la obra
de los novelistas regionales se resiste a la clasificación. En la obra Die Ma-
jorin, de Ernst Wiechert, se insistía en el aspecto terapéutico de la vida cam­
pesina: las humildes tareas que determina el ciclo de las estaciones devolvían
la salud a una mente enferma. En Das Riesenspielzeug, de Emil Strauss, el
protagonista abandonaba la civilización urbana para realizar un experimento
de vida comunitaria en el campo. Habiendo fallado su intento de retorno
“inorgánico” (es decir, cerebral) a la naturaleza, se integraba finalmente a la
vida del campo con la ayuda de una “auténtica” hija de la tierra. En Ein
Arzt sucht seinen W eg, de H. ICunlcel, un inquieto estudiante hastiado de la
universidad deja los estudios de medicina y abandona su hogar para volver
a la tierra, y va a vivir con su abuelo, pastor que vive en los brezales, al
cual acaba reencarnando convirtiéndose en un herbolario capaz de realizar
curas milagrosas.
El tipo de misticismo de Kunkel, con toda su exageración, parece casi ra­
cional comparado con la descripción que hace Herbert Bohme de un noviaz­
go en un pueblo nórdico.19 En esta escena, el pretendiente es llamado Sancl-

° W elsch significa a la vez originario de un país de lengua románica y “taimado” .


* * Pero hubo notables excepciones, como Oskar Maria Graf, cuyas obras de ambiente
rústico eran realistas. Aunque los nazis intentaron captarle, Graf escogió el exilio, desde
donde protestó públicamente por el hecho de que su obra no hubiese sido incluida en las
ceremonias de quema de libros de mayo de 1933.
372 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

wegbauer, del nombre de su propiedad. Bauerin significa “esposa del cam­


pesino”.
“Alrededor de dos corazones palpitantes se cerraba un círculo, más fuerte
que la piedra de la que estaban construidas las catedrales y las iglesias...
Sandwegbauerin... la tierra tembló secretamente al oír su propio nombre. Lo
tomó y lo balanceó por los establos y graneros, de modo que el campo se
estremeció bajo su impacto. Pero el nombre de la propiedad sonaba más her­
moso de lo que habían sonado nunca el rumor de las mazorcas, más que el
toque de oración de las campanas de iglesias y catedrales. Y el Sandwegbauer
se dio cuenta de que aquel nombre estaba inscrito con sudor y sangre en los
surcos del campo, de que era más duro que el diamante, más que el texto
de la Sagrada Escritura, y de que él era el sacerdote que debía conservar
aquel nombre bajo el corazón de su esposa.”
Había sólo un paso desde este tipo de efusión a la comparación abierta de
la tierra fértil con la matriz fecunda, a la apoteosis pagana de la semilla y
del esperma como agentes espirituales del mundo. Friedrich Ludwig Barthel
cantó la maternidad y la sumisión de la tierra al arado en Von Mannern und
Müttern: 20
Las madres son siempre iguales
y yacen en los campos
espaciosamente sufriendo el arado. Se diría
que duermen; pero toman
la alegría dentro de sí y conciben.

Paradójicamente, uno de los factores que favorecieron el atractivo de la


literatura “eugenésica” nazi fue el hecho de que algunas de estas obras coinci­
dían parcialmente con la definición que daba la Iglesia de la procreación
como fin del matrimonio y justificación del sexo.
Así, cuando un crítico nazi escribió, a propósito de la novela eugénica
Die Kindlmutter, de Maria Grengg: 21 “Un matrimonio sin hijos no es tal
matrimonio, sino una forma atenuada de prostitución, y una mujer que man­
tiene relaciones sexuales sin desear hijos no es, desde el punto de vista moral,
mucho mejor que una mujerzuela”, la tesis expresada —aunque no la for­
ma concreta de expresarla— podía muy bien haber encontrado el apoyo
eclesiástico. Pero cuando la literatura eugenésica alababa la maternidad como
el evidente destino de toda mujer (Der Sommergast, por ejemplo, presenta
a una joven soltera que se encuentra embarazada, y que, después de profunda
inquietud espiritual, decide no confesar, pues “el amor de ninguna manera
puede ser un pecado” 22), este acuerdo no podía ya mantenerse. Hablando en
general, todo el género “eugenésico” —novelas acerca de la maternidad ilegí­
tima, difícil o perseguida— era presentado como una exposición de la de­
LA LITERATURA 373

claración de Mussolini: “Lo que la guerra es al hombre, el parto es a la


mujer”.
Así, la joven campesina de Der Arzt Gion, de Carossa, y la madre de
Das Wunschkind, de Ina Seidel, se ganaron el beneplácito nazi, la primera
por el hecho de desear un hijo a pesar de padecer una enfermedad incura­
ble, y la segunda por encarnar a la mujer como “amante y madre, guardiana
de la ley biológica, de las virtudes sociales y de la moral eterna”.23
Tampoco le faltó a este género literario el apoyo de los eruditos: Josef
Prestel dio la siguiente interpretación al tradicional papel de la princesa en
los cuentos de hadas: “La hija del rey como recompensa del héroe es el
símbolo del mejoramiento eugenésico, de la conciencia de la raza y de la
continuidad del clan”.24
La “raza” era otro género literario estereotipado, en el que se describía
a los excepcionalmente dotados alemanes (“a cuyos príncipes han colocado
en sus tronos casi todas las naciones europeas”, y no por “amor al pueblo
alemán”) 25 como “más infantiles que ninguna otra nación”,ae mientras los
franceses eran “biológicamente deficientes, y los representantes de África en
Europa” 27 y los rusos, “una debilitada y malévola mezcolanza racial”.28
Merece mención un tema secundario del género racial —Germania sub
specie aeternitatis—, aunque no sea por otro motivo que su pertenencia a una
ideología popular vigente ya antes de la era nazi. Era esta la literatura
acerca de la “misión de Alemania”, que se extendía más allá de la aparición
de los teutones en la historia escrita (véase la eternamente popular Lucha
por Roma de Felix D áhn 29), hasta la aurora de los tiempos (la arcaica
Urvatersaga de Blunck). Desde aquellos remotos tiempos, presentaba todas
las subsiguientes vicisitudes de la raza —una confusa sucesión de casi
irreparables desastres que alternaban con momentos de triunfo no consu­
mado—■como fases de un milenario peregrinaje hacia el Santo Graal del
poder universal de Alemania:
“El Santo Imperio Alemán es tan infinito como el propio universo, esta­
blecido por Dios y entregado a los alemanes como eterna tarea de creación
de orden y ley en el mundo visible contra el espíritu del tiempo y de la
materia, del miedo y del intelecto.” 30
En cuanto al género “jefe y seguidores”, su esencia fue destilada en una
frase por uno de sus principales cultivadores: “El orden puede existir sólo
allá donde no se manifiestan opiniones sino fuerzas”.81 Presentaba una imagen
del mundo como gobernado por leyes que estaban situadas más allá de la
comprensión racional y una imagen del destino que se revelaba sólo a un
dirigente visionario. Aunque las misteriosas fuerzas que se manifestaban al
dirigente convertían a éste en su instrumento, él era también —merced a una
postcristiana doctrina de la transubstanciación— su dueño:
374 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Hacia la eternidad se levanta la catedral


que se erige oscuramente sobre todos los alemanes
como un inquieto sepulcro ante el mundo;
pues él ordena lo que ninguno ha osado nunca.32

Pasemos ahora, de los cuatro pilares que sustentaban el templo de las


musas nazis, a los espacios entre éstos, en los cuales el régimen permitía una
oscura existencia a la “literatura no protegida”.
“Literatura no protegida” es una expresión general que debe ser pre­
cisada. Así, la “literatura de evasión” (Unterhaltungsliteratur, obras ligeras
e intrascendentes), que había sido desdeñada por impropia de la grandeza
de la nueva era, recibió más adelante la aprobación oficial —y la concesión
preferente de papel— por su capacidad de elevar la moral durante la guerra.
Abiertamente criticadas eran las obras de los autores que formaban la
“emigración interior”, aunque la verdadera función de este género durante
el Tercer Reich no debe ser juzgada por el grado de acrimonia que lo rodeó
a partir del estallido de la guerra.* La expresión “emigración interior” ha
sido usada de forma laxa desde su creación, y cualquier intento de dar una
definición concisa implica riesgos. El dilema con que tenía que enfrentarse un
escritor íntegro que se hubiera quedado en el país (a menos que, como Erich
Kastner, estuviera prohibido, a pesar de residir en Alemania**) era el si­
guiente: mientras la continuada edición de sus obras mantenía una falsa
apariencia de normalidad y por tanto favorecía al régimen, el silencio signi­
ficaba abandonar el terreno a formas literarias inferiores y nocivas. Algunos
autores creyeron encontrar una salida a este impasse: seguros de los recursos
de su imaginación, ocuparon un lugar dentro de la reserva natural que el
régimen había creado, por razones de interés propio, para una especie domes­
ticada de humanistas y para las buenas letras de inspiración religiosa.
Todo esto dio lugar a una situación de considerable complejidad. Emst
Wiechert, que había sido enviado a un campo de concentración a causa de
unas manifestaciones subversivas en una conferencia pública * * * y reprendido
porque su novela Die Majorin no reflejaba “la positiva experiencia de la
guerra, la victoriosa fuerza del alma humana y la magnífica capacidad de

® Después de la guerra, Thomas Mann mantuvo entrevistas con algunos de estos


autores, entre ellos W alter von Molo y Frank Thiess. Este último introdujo en la discusión
una nota de desacuerdo y de resentimiento.
Erich Kastner pudo ver personalmente cómo sus novelas eran entregadas a las
llamas en el gran auto de fe celebrado en Berlín en mayo de 1933. A pesar de habérsele
prohibido publicar, permaneció en Alemania. Las únicas obras suyas permitidas aún eran
las dedicadas a los niños (como Emilio y los detectives).
* * * Ante los estudiantes de la universidad de Munich, en 1936.
LA LITERATURA 375

resurgimiento de la nación”,83 colaboraba, sin embargo, indirectamente con


el régimen.*
Por otra parte, Ernst Jünger, el entusiasta abogado de la Movilización
total,*** de cuya obra estaban evidentemente ausentes los valores humanos,
publicó en 1933 Los acantilados de mármol; pero este velado ataque a la dicta­
dura era tan esotérico que algunos críticos lo han clasificado dentro de la
‘'literatura hermética”.
Después de sus vacilaciones iniciales,**** también Frank Thiess hizo una
declaración antitotalitaria en clave en su novela El reino d e los demonios,
que fue prohibida después que la primera edición se agotara rápidamente
en 1941. Lo mismo hizo el íntegro poeta y novelista cristiano Wemer Ber-
gengruen en Der Grosstyrann und das Gericht (habría que añadir a estas
dos obras el Cromwell de Hermann Oncken, el Robespierre de Rhoden y el
Pilsudski de Oertzen, interpretaciones históricas de regímenes totalitarios
de otros tiempos y países de los cuales los lectores avisados podían deducir
una alusión al presente).
En 1934, Friedrich Georg Jünger —hermano menor de Ernst y chauvi­
nista militante bajo Weimar— publicó un volumen de poesías del que se
vendieron veinte mil ejemplares antes de que fuese prohibido. El motivo
de la prohibición era un poema titulado Mohn (“Adormidera”): 34

El zumo de la adormidera calma el dolor. ¿Quién nos concede el olvido de


[la bajeza?
Más agudamente que el fuego y el acero puede la bajeza infligir dolor.
Oh, las gentiles musas se apresuraron a huir a tierras lejanas...
Al llegar a la frontera, Clío se volvió
y como despedida pronunció unas duras palabras:
“Los necios se curan con golpes y desprecio. Pronto volveré con el azote
que un juez ha fabricado para vosotros; volveré con el gato de nueve colas”.
A veces han gobernado los tribunos. También Coriolano marchó
al exilio, rechazado. Él —el más noble— partió
y los charlatanes se quedaron, locamente aclamados por la multitud.
Histriónicamente alzándose para alcanzar estatura de tragedia,
os embrutece con su gloria, con legados ancestrales; procura para sí,
mientras habla de oro, abundantes monedas en un instante.

° Cf. Loewy, op. cit., p. 2 9 : “Al fomentar la evasión hacia el moralismo, la intimidad
y un estéril tradicionalismo, contribuyeron (Wiechert y Carossa) a la aceptación del mal
por parte de sus lectores” .
* * Obra en la que Jünger comparaba el despliegue de todos los recursos — incluyendo
los humanos— en la guerra con el desarrollo industrial.
Ver p. 3 65; además de lo cual, Thiess habló de 1933 como el año de “la entrada
de Alemania en un nuevo espacio histórico” (cf. Der Spiegel, 2 9 de abril de 1968).
376 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Pinta soberbiamente con metal. Si fuese el hierro un color,


él parecería un dragón de acero. Su boca eructa fuego.
Cantando alabanzas se cree él mismo digno de alabanza. Imita
la voz del león con astucia y engaño,
cada palabra suya es guerra. Os incita diariamente a la guerra
hasta que todo lo hostil se ahoga en oleadas de palabras.
Ejércitos fantasmas se hunden. ¡Load, pues, en voz alta, el triunfo!
Celebrad victorias fantasmales, rasgad el aire con cañones.
“No puedo tolerar la laxitud.” El silencio bordea la traición.
jQue por siempre más se humedezca vuestra frente con el sudor del aplauso!

El núcleo de la emigración interior estaba formado por escritores cristia­


nos tan destacados como Werner Bergengruen, Gertrud Le Fort, Reinhold
Schneider y Jochen Klepper (que se suicidó en 1942 junto con su esposa
y su hijastra, de raza judía, después de recibir las órdenes de deportación).
La obra de estos autores (obra en su mayor parte de carácter histórico) '*
estaba llena de valores religiosos y representaba una débil voz contra el
vendaval. Al suicidio de Klepper vino a sumarse la muerte del poeta Oskar
Loerke (quien, sencillamente, perdió el deseo de vivir), la ejecución del cons­
pirador antinazi Albrecht Haushofer (autor de los renombrados poemas, es­
critos en prisión, Moabiter Sonnette), y la muerte en un campo de concentra­
ción de Friedrich von Reclc-Malleczewen, cuyo clandestino Diario de un hom­
bre desesperado 35 reflejaba la humillación de un aristócrata al verse arrollado
por la oleada plebeya.
(A éstas podrían añadirse las muertes en campos de concentración o cam­
pos de exterminio de Erich Mühsam y Jura Soyfer, del Premio Nobel Cari
von Ossietzky y de la religiosa Edith Stein, así como los suicidios de Kurt
Tucholsky, Ernst Toller, Josef Roth, Walter Hasenclever, Walter Benjamin
y Stefan Zweig, pero estos hechos forman parte de la historia de la emigra­
ción exterior, que queda fuera del alcance de nuestro estudio.)
Los medios por los que el régimen regulaba la edición y difusión de la
literatura no protegida combinaban elementos de pretendida libertad con
otros de rígida coerción. Aunque no existía una censura previa institucionali­
zada, los editores sabían perfectamente lo que se esperaba de ellos, sobre
todo porque la Gestapo secuestraba a menudo ediciones enteras. Sin embargo,
para los escritores potencialmente ínconformistas, la intervención de la má­
quina de terror del estado era una contingencia relativamente remota com­
parada con la amenaza de un Schreibverbot (prohibición oficial de publicar).
Y estaban, por otra parte, las numerosas formas de protección estatal

9 U n ejemplo de estas obras es Las Casas vor Karl V, que se ocupaba del enfrenta­
miento entre la Iglesia y el Estado en la España del siglo xvi.
LA LITERATURA 377

y del partido (publicidad, premios, apariciones personales, concesión prefe­


rente de papel durante la guerra) que se negaban a los autores no gratos;
éstos, además, tenían que enfrentarse a la constante mortificación de las crí­
ticas de los “más papistas que el Papa” y de los escritorzuelos arribistas.
La crítica literaria como tal era una caja de Pandora para los dirigentes
incómodamente conscientes de la pobreza de buena parte de la literatura
protegida, como indicaba la —ideológicamente sospechosa— racionalización
de Goebbels: “El genio no es producto de la educación”.30 Su colega el Gau­
leiter Streicher dio una característica ilustración de su opinión sobre la fun­
ción de la crítica cuando obligó a un periodista de Nuremberg, que había
criticado negativamente un número de prestidigitación en el music-hall local,
a subir al escenario la noche siguiente para tratar de hacerlo mejor. Natural­
mente, el pedante emborronador de cuartillas fracasó en su intento, quedan­
do así patente la oposición entre la actividad intelectual y la vida real.
En 1936, la crítica literaria, tal como se había entendido hasta entonces,
fue eliminada. A partir de ese año, las críticas se adaptaron todas al mismo
patrón: una sinopsis del contenido de la obra, constelada de citas, unos co­
mentarios marginales acerca del estilo, un cálculo del grado de coincidencia
con la doctrina nazi y una conclusión expresando aprobación o desapro­
bación.
Por otra parte, incluso los críticos confortablemente situados en las edi­
toriales de las publicacionese del partido tenían poco margen de maniobra
cuando se veían confrontados con el Unbedenklichteitsvermerk (el certifica­
do de incuestionabilidad expedido por la oficina literaria del partido) conce­
dido a un libro, puesto que la crítica a una obra distinguida con el impri­
matur oficial equivalía a una ruptura de la disciplina interior del partido.*
(El UnbedenJdichkeitsvermerk representaba el mínimo grado de protección
oficial. Más allá de éste, la oficina del partido para la Schrifttumspflege, la
protección de la literatura, podía recomendar algunos libros a todas las or­
ganizaciones afiliadas, o, lo mejor de todo, incluirlos entre los “seis libros del
mes”, lo cual significaba la posibilidad de alcanzar la condición de best-seller.)
Sin embargo, ninguno de estos estímulos bastó para compensar un claro
desequilibrio de la producción literaria: la escasez de obras de ambiente ur­
bano, el cual, después de todo, era el contexto en el que la mayoría de ale­
manes pasaban sus vidas. Esto era típico de una literatura concebida en el
lecho de Procusto del dogma, y llevó a un crítico a suponer que los extranje­
ros que conocían Alemania sólo por lecturas creerían que éste era “un país
con pocas ciudades y ninguna industria... cuyos habitantes tratan de hacer

* Cf. Hans Langbuch en Volkischer Beobachter, N. 244, 1 de septiembre de 1934:


“Además, el libro lleva el Unbedenklichkeitsvermerk, de modo que un ataque a su
contenido es interpretado como un ataque a un organismo de la dirección dél partido” .
378 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

habitables los grandes bosques y zonas pantanosas”.37 De manera similar,


Goebbels consideraba que “temas literarios tan importantes como por ejemplo
‘la ciudad’ y ‘el trabajador eran tratados en una forma extremadamente su­
maria”.38
Esta huida del ámbito social contemporáneo explica en parte la gran boga
de que gozaron los autores extranjeros durante el Tercer Reich. En su atípi-
ca tolerancia de las influencias literarias extranjeras, el régimen se guiaba por
dos consideraciones: por una parte, las traducciones de C. S. Forester, Har­
vey Allen, Charles Morgan y Thomas Wolfe,* proporcionaban a los lectores
alemanes un muy necesario enriquecimiento de su dieta literaria nacional;
por otra parte, la obra de crítica social de Galsworthy, Cronin, Steinbeck o
Erslcine Caldwell corroboraba la descripción nazi de la sociedad occidental
como dominada por Mammón y corrompida.
La cindadela, de A. J. Cronin, por ejemplo, era recomendada a los lecto­
res alemanes como demostración de la relación entre las prácticas irregulares
de los médicos y la influencia judía en la medicina inglesa.39
Se reconocía el valor del orgullo nacional a los productos literarios de la
Escandinavia “nórdica”, particularmente a las obras de ICnut Hamsun, el
anciano y quejumbroso germanófílo cuyas novelas, vinculadas a la tierra, im­
pregnadas de conciencia de la raza y antiurbanas, se aproximaban mucho a
las categorías ideales del espíritu literario nazi.
La debilidad de la musa nazi requería transfusiones de obras distantes,
tanto en el tiempo como en el espacio. La falta de calidad de la literatura
después de la quema de libros de 1933 hizo nuevamente populares a auto­
res fallecidos hacía mucho tiempo. En una actitud característica, el régimen
hizo pasar esta deficiencia como un hecho positivo, y alardeó de la renacida
actualidad de los clásicos como una prueba de su reverencia por la herencia
nacional. De 1939 en adelante, utilizó también a los clásicos como munición
para su guerra psicológica. El dramaturgo Schlosser describió “el tronar de
los cañones de Sedán y la Kleine Nachtmusik de Mozart como productos del
mismo genio artístico del pueblo alemán”.** El valor de W ilhelm Tell para la
nación fue comparado al potencial militar de los tres cuerpos del ejército,40 y
se atribuyó a Goethe, Schiller y al movimiento romántico el haber hecho
posible la victoria de Leipzig.41
No obstante, en el punto de la participación de Goethe en la victoria

° Otros autores extranjeros muy leídos por el público alemán fueron Robert Graves,
Liddell Hart, T. E . Lawrence y Esther Meynell (cf. Dieter Strothmann, Nationalsozialis-
tische Literaturpolitik, Bonn, 1960, p. 201).
Rainer Schlosser, Die Notioendigkeit des Schonen in “Wille und Macht”, vol. II,
serie séptima, 1939, p, 2. Cf. Werner Sombart: “E l militarismo es... la suprema unión de
Potsdam y Weimar. Es Fausto y Zaratustra y una partitura de Beethoven en las trincheras”
(citado por Hermann Glasser en Spiesser Ideologie, Freiburg, 1964, p. 24).
LA LITERATURA 379

sobre Napoleón, las opiniones en el partido no eran unánimes. Rosenberg42


consideró una grave falta por parte del “príncipe de los poetas” el haberse
negado a reconocer “la dictadura de pensamiento, sin la cual una nación no
puede seguir siendo una nación ni tampoco crear una auténtica comunidad
de riqueza. Así como Goethe prohibió a su hijo tomar parte en la Guerra de
Liberación de Alemania..., si viviese hoy no se destacaría en la lucha por la
libertad de nuestro siglo”.
Schiller escapó a este tipo de rigores, y la única sanción del régimen con­
tra el poeta de la libertad fue la omisión (ordenada por Hitler) de Wilhelm
Tell en los libros de texto editados después de 1941.43 Otro cambio de la
política literaria que tuvo lugar durante la guerra fue la rehabilitación de las
obras de contenido erótico, con el fin de que contribuyeran a elevar la moral.
Las primeras reacciones contra la mojigatería que caracterizó en sus inicios
a la revolución nazi habían ya aparecido mucho antes. “¿No estamos todos
esperando la resurrección de aquel genuino erotismo alemán que distinguió
a Goethe, a ICleist, a Storm y a Morike?”,44 inquirió retóricamente Rainer
Schlosser, antes de llegar a la optimista conclusión: “Cuán tentados deben de
sentirse nuestros escritores a oponer la sinfonía de la sangre de los alemanes,
ardiente y ligada a la tierra, a los extranjeros arrebatos sexuales de la aho­
ra felizmente rechazada asiaticidad”.45 Hans Johst expresó de forma más su­
cinta una preocupación similar: “Lo sano es nuestro heroico autodominio”,48 y
Goebbels, haciendo eco al slogan eugenésico de su colega Robert Ley “Vi­
vid alegremente”, dio la bienvenida a la “fuerte y sana alegría sexual que
afirma vigorosamente la vida aquí y ahora”.47
Aunque muchos alemanes experimentaron efectivamente un resurgimiento
de la alegría sensual durante el período nazi (especialmente durante la gue­
rra), los modernos autores eróticos a la altura de Goethe o Mórike brillaron
por su ausencia, tanto en tiempo de paz como durante la guerra. Esta última
dio lugar a un cierto número de interesantes cambios en el terreno literario.
Además de extender la protección oficial a la “literatura ligera” y a las obras
de sano contenido erótico, las autoridades protegieron también la producción
de “literatura optimista y edificante”. Con títulos tales como Madres y hom­
bres, Libro del corazón valeroso, Serenidad maternal, Dolor valeroso, Cartas
de consuelo, L a risa d e los lanceros, Cuentos del bunker, Con pluma alegre,
Desterremos la tristeza, Libro de los chistes alemanes y Gris de campaña
humorístico,118 esta literatura-colchoneta para impactos emocionales, en sus
variedades lacrimosa y humorística, estaba destinada a un importante merca­
do en expansión que el régimen no tenía intención de compartir con las Igle­
sias. Después de septiembre de 1939, la demanda de literatura religiosa au­
mentó notablemente hasta 1941, fecha en la que, mediante el sistema brutal­
mente simple de privar a las editoriales religiosas de suministros de papel, el
380 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

estado negó prácticamente a las Iglesias la posibilidad de poder acceder al


público lector.
Un tipo de literatura que probó un doble mérito durante la guerra fue el
que incluía la épica india de Karl May. Estas narraciones de aventuras, tra­
dicionalmente populares, no sólo siguieron entreteniendo a jóvenes de todas
las edades, sino que un gran número de soldados de la Wehrmacht expresa­
ban su gratitud hacia los editores por haberles proporcionado “los mejores
manuales de lucha antiguerrillas”.'18
Sea cual sea la verdad de este aserto, no hay duda de que el apoyo lite­
rario al frente dejó poco que desear. Para 1941, no menos de 45.000 “biblio­
tecas del frente” proveían de libros a los soldados. En el curso de cinco gran­
des campañas de recolecta organizadas durante la guerra, la población civil
donó a la Wehrmacht el asombroso total de más de cuarenta y tres millones
de libros.50 Al mismo tiempo, las narraciones bélicas eran tema de lectura
favorito en el frente interior: las obras Volamos hacia Inglaterra y Prien, el
héroe del mar, de Kohl, por ejemplo, encabezaban la lista de préstamos de
las bibliotecas de Hamburgo en 1940-41.51 (Pero, aunque había una gran
demanda de esté tipo de literatura, los autores de narraciones de guerra no
llevaban necesariamente una existencia tranquila. La novela de aviadores
Hombres que caen del cielo fue criticada a causa de los pilotos “de menta­
lidad suicida” que aparecían en ella,52 y se dijo que Bernd von Heiseler
había “desvalorizado el concepto absoluto de la muerte viril” al hacer que
el protagonista de su novela Appollonia, un soldado, buscara la muerte en
acción después de descubrir la infidelidad de su prometida.)53
La movilización, durante la guerra, de los recursos literarios no fue sino
la culminación de amplias medidas adoptadas poco después de la toma del
poder. Las bibliotecas estatales aumentaron de un número de 6,000 en 1933
a 25.000 en los momentos culminantes de la guerra,®4 aunque el objetivo fija­
do inicialmente de establecer una de estas bibliotecas en cada población de
más de quinientos habitantes no llegó a realizarse. Entre 1937 y 1941, se
montaron 55.000 bibliotecas escolares, y, para finales de 1938, 4.000 plantas
industriales tenían provistas sus bibliotecas con tres millones de libros, que
los empleados podían tomar a préstamo bien gratuitamente o bien pagando
10 pfennigs por cada uno.50 (En las bibliotecas ambulantes privadas, este pre­
cio oscilaba entre los 20 y los 90 pfennigs, es decir que resultaba bastante
elevado.) Había, además, bibliotecas en los barcos, en los hoteles, en los cam­
pamentos del Servicio de Trabajo... en las prisiones y en los campos de con­
centración.
Este impresionante despliegue de recursos literarios fue regulado por el
departamento VIII del Ministerio de Propaganda y Cultura Popular de Goeb­
bels. Al principio de la guerra, este departamento supervisaba no menos de
LA LITEBATUBA 381

2.500 editoriales, 23.000 librerías, 3.000 escritores, 50 premios literarios nacio­


nales, 20.000 nuevos libros que se publicaban anualmente y un total de un
millón de títulos que constituían el mercado del libro.56
Si la ley liegeliana según la cual la cantidad se convierte en calidad al
alcanzar un cierto grado pudiera aplicarse a la literatura, el Tercer Reich
habría estado cerca de convertirse en una moderna Atenas. En lugar de ello,
el libro más leído —y el más difundido— de la época fue Mein Kampf, de
Hitler, en el que aparecían, según León Feuchtwanger, 164.000 faltas de gra­
mática y sintaxis. En 1940, con seis millones de ejemplares vendidos,57 enca­
bezaba en solitario la lista de bestsellers alemanes, a una distancia de unos
cinco millones de ejemplares de Rainer Maria Rilke y otros autores.
24

EL TEATRO

Por alguna misteriosa ley de compensación, la era de Weimar, política­


mente poco fecunda, había sido pródiga en nueva savia para las artes. En el
teatro (y en el cine), la primera década de la posguerra constituyó literal­
mente una edad de oro. La escena, pletórica de ideas procedentes de la polí­
tica, del psicoanálisis, de la religión y de la tecnología, floreció en una gran
diversidad: se convirtió en pulpito, tribunal, feria, confesionario, teatro de
operaciones, máquina de vistas o cámara de los horrores.
El talento abundaba. Entre los directores, tres grandes innovadores domi­
naban la escena: Max Reinhardt, el mago barroco, el cerebral Leopold Jess-
ner y Erwin Piscator, que no admitía línea divisoria entre la revolución en
el teatro y la revolución en la calle. Entre los dramaturgos, si bien el Zeitgeist
hablaba en las voces expresionistas de Georg Kaiser, Ernst Toller, Ernst Bar­
lach, Fritz von Unruh y Franz Werfel, también voces diferentes ■ —ya cono­
cidas o nuevas— ganaron audiencia: Gerhart Hauptmann, Hugo von Hoff-
mansthal, Artur Schnitzler, Bruno Frank, Karl Zucmayer, Walter Hasencle-
ver, Karl Stemheixn y Bertolt Brecht.
La gran serie de actores de talento que respaldaban la labor de estos
directores y dramaturgos era igualmente impresionante: Albert Basserman,
Alexander Moissi, Paul Wegener, Emil Jannings, Fritz Kortner, Heinrich
George, Werner Kraus, Ernst Deutsch, Max Pallenberg, Gustav Griindgens,
Káthe Dorsch, Káthe Gold, Fritzy Massary y Elizabeth Bergner.
Este amplio y variado panorama teatral quedó repentinamente empobre­
cido al producirse la toma del poder nazi. Todos los directores que hemos
mencionado fueron proscritos, así como casi todos los dramaturgos, excepto
Hanns Johst, que fue convertido en poeta oficial del nuevo régimen, y el ve-
E L TEATBO 383

nerable Gerhart Hauptmann, a quien Goebbeís, alternativamente, relegaba


al anonimato o rodeaba de altisonante veneración. De los destacados actores
que hemos citado, exactamente la mitad (Bassermann, Bergner, Deutsch,
Kortner, Massary, Moissi y Pallenberg) fueron desprestigiados por su condi­
ción de judíos y obligados a retirarse o a emigrar.*
En aquellos momentos, algunos optimistas observadores extranjeros —así
como muchos exiliados— dudaron de que el país de los poetas y los pensa­
dores soportara indefinidamente el gobierno de aquellos matones filisteos.
Estas ilusiones surgían de una confusión: la imagen del poeta y pensador crea­
da por Madame de Staél hacía más de un siglo no había penetrado en la con­
ciencia que tenía de sí mismo el pueblo alemán, sino sólo en la de una mi­
noría educada.
Para la mayoría, las artes eran un libro cerrado, e incluso la minoría se
había habituado al despido sumario de artistas que tuvo lugar durante la
Depresión; a principios de 1933 cerraron casi la mitad de los cuarenta y cinco
teatros de Berlín.1
Pero más determinante de las actitudes posteriores a 1933 fue el entusias­
mo y la habilidad con que los artistas no purgados se esforzaron en hacer que
el público confundiese la hemorragia que había sufrido el teatro con una
transfusión de sangre. Ellos convirtieron la escena en una dorada hoja de
parra para ocultar la desnudez nazi, y el régimen, a cambio, volcó sobre los
dóciles ocupantes del carro de Tespis una cornucopia de subvenciones, con­
tratos, mecenazgos, premios Goethe y puestos de dirección. **
La recuperación económica y la eficiencia nazi en la movilización de la
audiencia hicieron el resto, de modo que, para 1942, el número de visitantes
de los 197 teatros municipales de Alemania (es decir, los subvencionados por
los impuestos) era exactamente el doble del de diez años antes.2
Inmediatamente después de 1933, la creciente popularidad del teatro se
debió en alguna medida a la aparición del Thingspiel, la única contribución
de los nazis al teatro en tanto que arte. El Thing era la asamblea tribal del
pueblo teutón (semejante al Storting, el parlamento sueco) y los Thingspiele,
que tenían lugar al aire libre, eran mezclas de “agit-prop” nazi, retreta mili­
tar, oratorio pagano y función de circo.
La construcción de los Thingspielstatten (anfiteatros rudimentarios cons­
truidos en la ladera de una colina e incorporando ruinas antiguas) era un
ejemplo del colosalismo nazi: el que se construyó cerca de Koblenz —cuya

* Albert Bassermann, poseedor del Ifland Ring (la más alta distinción del teatro
alemán para los actores), no era judío, pero se negó a divorciarse de su esposa Elsa, que
lo era, y marchó al exilio con ella,
* * Hay que señalar al mismo tiempo que algunos de estos artistas utilizaron su influen­
cia para ayudar a colegas perseguidos.
384 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

población era de 90.000 habitantes— podía acomodar a la mitad de los pobla­


dores de la ciudad; la logística del transporte masivo no arredró nunca a los
organizadores del partido.
El colosalismo era también una característica de estas representaciones:
batallones enteros de las SA o de las Juventudes Hitlerianas participaban en
las escenas de combate, en las procesiones y en las declamaciones corales, y
estos elementos épicos, reforzados por los combates con espadas, los desplie­
gues de caballería y las fanfarrias, contribuyeron a dar a este género consi­
derable éxito por parte del público, si bien dicho éxito no persistió durante
mucho tiempo.
El más destacado autor del género Thingspiel fue Richard Euringer, de
cuya Deutsche Passion citamos un diálogo entre el espíritu de los muertos
de la guerra y el espíritu del mal, que se burla de su sacrificio:

El e s p ír it u del m al:

¡Hundid la cabeza en el fango, esqueletos! ¿No reposáis bien arropa­


dos, no sois los salvadores de Alemania? Vamos, volved a vuestro es­
tiércol.
El e s p í r i t u d e l o s v o l u n t a r io s m u e r t o s :

¿De qué sirve seguir viviendo y envejecer? Los que sobrevivieron nun­
ca lo comprenderán, los que sobrevivieron nunca lo sabrán. Fue hermoso
arder hasta morir.

Euringer fue a un tiempo el principal cultivador y el principal teórico de


la nueva forma artística. Formula una serie de tesis del Thingspiel·.
“Desde el arte teatral, el Thingspiel pasa al ámbito del juicio. Se evocan
el fuego, el agua, la tierra y el aire. Las piedras, las estrellas y las órbitas
solares son los elementos del Thingspiel. Las sirenas, las hadas, las ninfas y
los faunos escapan al teatro de la naturaleza. En el Thingplatz, el pueblo
escenifica el juramento sobre la sangre y el exorcismo. Sin proscripción y des­
tierro no existe Thing. El silencio recibe al juramentado huésped de la fron­
tera y ambos entran en el lugar del juicio, mudos, pues es un lugar sagrado.
Las acciones del pueblo se convierten en un acto de creación y sacrificio. El
pueblo reconoce a sus mártires, les rinde homenaje y les adora. El culto a
los muertos está cumplido, los caídos se levantan y desde las piedras grita
el espíritu.” 3
Pero, a pesar de sus dotes para el bluff, Euringer no produjo ninguna obra
comparable a la Deutsche Passion. Las obras de sus colegas fueron aún de
calidad inferior, y ello, sumado a la aversión del público por la humedad y
los insectos, persuadió a las autoridades para dejar morir de muerte natural
el Thingspiel pocos años después de sus inicios, a los que tanta publicidad se
E L TEATRO 385

había dado. Un semanario teatral deploró la “falta de equilibrio entre la


idea y su realización” y concluyó esta esquela mortuoria con la consoladora
reflexión de que la Reunión Nacional del Partido era “la idea del Thing hecha
carne y sangre”.4
En el sentido amplio de la palabra, el régimen fue cualquier cosa menos
estéril en cuanto a invención teatral. Politizó la escena de forma tan eficiente
como escenificó la política, y los “espectáculos” nazis, en los que se mezcla­
ba el teatro con la propaganda, se convirtieron rápidamente en parte habitual
del teatro de entretenimiento alemán.
Ejemplos típicos de esta forma híbrida de espectáculo fueron el Festival
Olímpico de la Juventud de 1936 —en el que actuaron nada menos que
10.000 personas—■y la revista L a lucha ha sido el eterno destino de los ale­
manes, representada en la enorme Deutschland Halle de Berlín. En esta obra
aparecían caballeros celebrando torneos, damas con hermosos ropajes, pajes
tocando la viola, campesinos interpretando danzas folklóricas, cortesanos con
peluca y granaderos prusianos en brillantes desfiles. Seguía a la representa­
ción una fantasía sobre el tema “Comida de plato único”, en la que varias
nutritivas verduras ejecutaban un ballet, mientras se paseaban entre ellas
animales de granja auténticos. Venía a continuación una dura sátira sobre
los descontentos y los gruñones y un marcial concierto a cargo de varias ban­
das unificadas de la Wehrmacht y de la policía.5
Este ballet tuvo paralelos de ambiente campesino en los escenarios tradi­
cionales. L a disputa por lolanthe, que presentaba la discusión de dos peque­
ños propietarios por causa de una cerda, fue el gran éxito de la temporada
berlinesa de 1934-35 (alcanzó las quinientas representaciones en el Lessing
Theater).0 Casi tan popular como esta obra fue El órgano de Pentecostés,
cuyos intérpretes, según el Frankfurter Zeitung, conseguían una gran apro­
ximación al público mediante la adopción de actitudes vulgares, contraviniendo
a menudo con ello las orientaciones de la dirección. El periódico se que­
jaba: “Berlín se ha pasado casi totalmente a la farsa”.7 Aunque tal afirma­
ción era algo exagerada, es indudable que durante el Tercer Reich, la come­
dia fue la reina de la escena. En 1936, en los veintitrés teatros de Berlín se
produjo la siguiente división del trabajo: ocho de ellos representaron come­
dias musicales; siete, comedias modernas; cuatro, drama heroico nazi; dos,
ópera y ballet; y dos, clásicos y algún drama moderno.8
En el conjunto del país, los mayores éxitos del año fueron: El sultán de
la base, comedia de ambiente militar, y Problemas en casa, farsa doméstica.
Otros títulos de éxito fueron Hilda y los cuatro caballos de vapor, Una esca­
pada del mundo corriente y Tovarich, cuyo protagonista era un ruso blanco
emigrado.9 No obstante, los clásicos no quedaron completamente excluidos.
En los 175 teatros que registraban las estadísticas de 1936, los dramas de
386 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Schiller fueron objeto de 1.182 representaciones, es decir, la mitad de las que


alcanzó El sultán de la base.10
Una atracción taquillera algo menos poderosa la constituyó la comedia
Petermann rumbo a Madeira, cuya acción se desarrollaba durante el Tercer
Reich. Su protagonista era un hombre antipático y cascarrabias cuyo malhu­
mor se esfuma en el alegre ambiente de un viaje de A la Fuerza por la Ale­
gría. Aunque obtuvo bastante éxito, Petermann rumbo a Madeira no era
representativa de las piezas teatrales protegidas por el gobierno, debido, por
una parte, a su ligereza y, por otra, a su contemporaneidad, El drama nazi
era, casi por definición, heroico e histórico. Cuando más se aproximaba a la
realidad contemporánea era con la épica del Kampfzeit, del “período de lu­
cha”, centrada en Horst Wessel, el venerado mártir del partido, o en Heinz
Norkus, su equivalente de las Juventudes Hitlerianas.
Dado que “la lucha había sido el eterno destino de los alemanes”, la tota­
lidad de la historia nacional podía ser considerada Kampfzeit. Además, dicha
historia era susceptible de alargarse indefinidamente hacia atrás. En este ili­
mitado ámbito temporal, la obra El huésped de Thor, situada en una época
antiquísima, hacía aparecer casi como contemporáneas la obra Totila, acerca
de la caída de Roma, o Wittukind, drama sobre Carlomagno, Esta última
ofendía a los católicos por el hecho de presentar al jefe sajón Wittukind como
un mártir pagano de la cruzada cristianizadora de Carlomagno.
Los medievalistas y los ideólogos nazis no consiguieron, durante todo el
reinado de Hitler, conciliar en una sola imagen agradable al partido las dos
facetas de la personalidad de Carlomagno: la de arquitecto del Imperio y la
de romanizador (es decir, pervertidor) de Germania. En consecuencia, los cul­
tivadores del teatro histórico optaron por apartarse de Carlomagno y centrar
su atención en las figuras menos ambiguas de sus sucesores, como Federico
Barbarroja y Enrique IV. Aunque los autores noveles encontraron buena
parte de este terreno ya hollado por dramaturgos anteriores y de más cate­
goría que ellos —coom Joseph Wentner y Guido Kolbenheyer—, un buscador
realmente esforzado podía aún encontrar filones en cada estrato del pasa­
do racial.
Una de las venas de inspiración más ricas fue la guerra de liberación con­
tra Napoleón, en cuyo contexto se desarrolla Hockewanzel, un gran éxito de
taquilla. A su protagonista, un archidiácono católico del Imperio Austríaco,
le es ofrecido un obispado en una zona habitada por eslavos, pero, recha­
zando mezclarse con una raza extraña, decide cambiar el báculo por un tra­
buco con el fin de participar en el levantamiento tirolés contra la dominación
francesa. La pieza debía su éxito de público a la mezcla de astucia sacerdotal
y sagacidad campesina que se daba en el personaje de Hockewanzel.
Viaje a Ophir, pieza totalmente falta de humor, presentaba el tema de la
EL TEATEO 387

“lucha eterna” en un ambiente naval, durante la guerra. Un anciano capitán


alemán es hecho prisionero en alta mar por su yerno, un oficial inglés, y no
revela a sus capturadores que el buque se está dirigiendo a un campo de mi­
nas alemán hasta que es demasiado tarde. “¿No habrías hecho lo mismo en
mi lugar?”, le pregunta a su yerno. Durante sus últimos minutos de vida,
antes de la explosión, les son concedidos a cada uno de los protagonistas
unos instantes de felicidad: el capitán emprende un imaginario crucero a los
mares del Sur, el grumete sube al puente en calidad de capitán y el yerno
del capitán ve a su esposa en estado de buena esperanza.
También el drama Einsiedel transcurre durante la guerra de 1914-1918. El
protagonista es un ex soldado traumatizado por los bombardeos y afectado de
amnesia, quien, acabada la guerra, encuentra empleo como jardinero de un
cementerio. Un día, al escuchar el toque de retreta durante el entierro de
un oficial, recupera la memoria. Recordando la grandeza del pasado de Ale­
mania, ruega por su resurgimiento y sufre un ataque que le causa la muerte.
Otro género dramático muy en boga durante el Tercer Reich fue el dra­
ma rural, el Heimatstück, que tenía ya antecedentes tanto en la literatura
alemana como en la austríaca. Los nazis favorecieron en especial una de sus
variantes: las obras de tema Blubo. Este tipo de drama, que hemos citado
ya al tratar de la novela, loaba el arraigo a la tierra del campesino alemán
(Blubo es la abreviatura de Blut und Boden, “sangre y tierra”) y equiparaba
la procreación humana a la fertilidad del suelo, considerando ambas como
manifestaciones de Dios, inmanente en la naturaleza. Acerca del arraigo en
la tierra, los dramaturgos Blubo creaban soliloquios como éste:
“Sabéis, yo soy un hombre hecho de tierra; estoy hecho de un terrón de
tierra, como dice la Escritura. No puedo ser ninguna otra cosa. Si un día me
pusieran tierra en la boca, la masticaría y encontraría que tiene buen sabor.” 11
Una de las piezas Blubo más conocidas fue Vroni Mareiner, en la que un
joven campesino hace la corte despreocupadamente a una lechera mientras
tiene intención de casarse con la hija de un rico granjero, que recibirá una
buena dote. Pero, mortalmente herido en un accidente de montaña, contrae
matrimonio, en su lecho de muerte, con la joven a la que ha seducido, que se
encuentra embarazada, y ella se instala en la descuidada vivienda de su difun­
to marido, en su calidad de heredera suya, tanto en el sentido legal como en
el biológico.
También de tema eugenésico era la obra El gigante, de Richard Billinger,
en la cual un viejo campesino demuestra su obstinado arraigo a la tierra re­
chazando el proyecto de un beneficioso drenaje que le propone una empresa
industrial. Su hija se enamora de un ingeniero y deserta de la tierra de sus
antepasados para vivir en la gran ciudad, donde acabará mal. Pero su indó­
mito padre crea nueva vida tomando por amante a su ama de llaves,
388 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

En las piezas del género Blubo, la sucesión de las generaciones había de


ser mantenida a toda costa, aun a riesgo de entrar en conflicto con la morali­
dad tradicional. Un crítico favorable a este tipo de teatro escribió acerca de
Rauhnacht, una pieza anterior de Billinger:
“Mientras en todo el mundo la humanidad se prepara para la fiesta de
Cristo, en las aldeas remotas laten primitivos sentimientos. Están renaciendo
oscuros y poderosos instintos, que casi dos milenios de disciplina impuesta
por la Iglesia no han podido reprimir.” 12
En otra obra de tema “sangre y tierra”, Schwarzsmann y la muchacha, el
protagonista, hijo de un rico granjero, seduce a una joven campesina valién­
dose de una solemne promesa de matrimonio y, al quedar ella embarazada,
trata de persuadirla para que se someta al aborto. Antes que abandonar a su
hijo, ella acepta llevar el estigma de la maternidad ilegítima. Finalmente, la
joven muere al dar a luz, muerte que los críticos equipararon a la de un sol-
-dado en el campo del honor.13
El tema eugenésico fue objeto de infinitas variaciones, como puede verse
•en este resumen, publicado en un periódico, de la pieza La moza de Feter
Rothman:
“El matrimonio del campesino Peter Rothman es feliz en un principio, pero
al cabo de diez años la falta de un heredero lo destruye. El campesino se
siente atraído por una joven y sana campesina, que le ofrece el tan esperado
'hijo y llega a ser señora de la propiedad después del suicidio de la esposa.” 14
Pero no todas las obras de ambiente rural buscaban efectos dramáticos.
Un cierto número de ellas —que no eran ciertamente las menos populares—
adoptaban un enfoque más ligero. De éstas, la que gozó de mayor éxito fue
Las ranas de Büschebul, protagonizada por un alcalde de pueblo que trata
■de realizar dos proyectos por razones de lucro personal. El primero consiste
en drenar el pantano del pueblo, de forma que puedan construirse en éste
hoteles con instalaciones para baños de arcilla; el otro lo constituye un ma­
trimonio provechoso para su pupila, del cual él también espera obtener bene­
ficios. Al final, eii forma cómica, recibe su merecido cuando ambos proyectos
fracasan simultáneamente. Así, en Las ranas de Büschebul se asociaba el
triunfo del amor romántico con la tradición teñida de romanticismo, por más
•que ésta fuese antieconómica y antihigiénica.
En otras obras dramáticas favorecidas por el nazismo, las actitudes tan
alejadas del siglo xx eran menos evidentes. El tipo de comedia ligera que se
ofrecía durante el Tercer Reich al ávido público apenas se diferenciaba, en
su conjunto, de los ejemplos del mismo género de la Alemania anterior al
nazismo o de otros países.
Excursión al gran mundo tiene como protagonista a una camarera que
hace uso del nombre y de las joyas de su señora. Das Madchen Till insiste en
EL TEATRO 389

el tema de La fierecUla domada; un joven pediatra consigue obligar a una


terca muchacha a casarse con él y a convertir el castillo de su padre en un
sanatorio. La muy popular Gorriones en la mano de Dios presenta a un em­
pleado de una caja de ahorros que hace creer está a punto de recibir una
gran herencia, a consecuencia de lo cual se le concede crédito ilimitado. El
inmerecido ascenso al cargo de director le permite satisfacer las deudas en
que ha incurrido por su descarado abuso de confianza.
Pero incluso entre las comedias ligeras asomaba su fea cabeza el tema
“sangre y tierra”. En Christa, te espero, la protagonista, doctora en medicina,
abandona la profesión médica y rompe con su estudioso prometido para ca­
sarse con un propietario rural. La pieza es una obra sin valor, hábilmente
trufada con elementos de la ideología nazi, como la poca importancia de los
estudios universitarios en la vida de la mujer, la superioridad del hombre del
campo sobre el ratón de biblioteca y el triunfo del instinto sobre la razón.
Pero esta obra no es representativa de un grupo. El director literario del
teatro municipal de Kassel declaró refiriéndose a ella: “Los dramaturgos de
nuestra nueva era parecen faltos de humor”. El penetrante Dramaturg se
mostraba igualmente pesimista acerca de otros aspectos del teatro.
“Dado que la sociedad, en el sentido tradicional del término, no existe ya
en el Tercer Reich, y como nuestros dramaturgos no pueden escribir acerca
de algo que no existe, muchos teatros, lamentablemente, salen del paso con
reposiciones de Oscar Wilde. El público, deformado, muestra actitudes ruti­
narias y manifiesta una creciente antipatía hacia las Tendenzstiicke, es decir,
las obras con mensaje.” 15
Goebbels, por su parte, no se preocupó excesivamente por la tibia acogi­
da del público a las piezas políticas. Como había asignado a las artes una
función primordialmente evasiva, se contentó con que los espectadores recibie­
sen una dosis mínima de ideología nazi. Así, en Berlín, sólo un teatro de cada
seis representaba exclusivamente obras políticas. No obstante, un análisis pu­
ramente estadístico puede inducir a error. El tema "sangre y suelo” y otros
tópicos nazis aparecían también en obras de entretenimiento de tipo evasivo,
como Christa, te espero. Por otra parte, el teatro nazificado accedía al público
a través de otros canales además de la escena comercial. La pieza de Hans
Johst, Schlageter (en la que aparece la célebre frase: “Cada vez que oigo la
palabra cultura’ quito el seguro de mi revólver”) *, fue representada no sólo
por profesionales, sino por agrupaciones escénicas escolares, grupos de estu­
diantes y compañías de aficionados. Consecuente con su defensa de las tra­
diciones populares, el régimen protegió especialmente las Laienspiele (obras

® Schlageter era una patriotera versión de un héroe del Frei Korps a quien los fran­
ceses ejecutaron durante su ocupación del Ruhr.
390 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de aficionados), y uno de los dramaturgos apoyados oficialmente, Heinz Ste-


guweit, se hizo un nombre como Laienspielautor de obras para aficionados.
En conjunto, los nazis concedieron mayor importancia a los clásicos que
al teatro político. Schiller, Goethe, Kleist, Shakespeare y Hebbel fueron re­
presentados con tanta dignidad y medios como las generosas autoridades y
los entusiastas actores podían conseguir. La ferviente dedicación a esta tarea
de los actores y directores más sensibles tenía su origen en la mala concien­
cia que padecían todos ellos. Racionalizando su servilismo hacia el régimen,
se persuadían a sí mismos de que la reposición de los clásicos representaba
el mantenimiento de un oasis de cultura en la filistea atmósfera del Tercer
Reich y de que contribuían así a apuntalar las quebrantadas murallas de la
civilización. La preferencia nazi por los clásicos fue motivada por varios fac­
tores. Por una parte, los programas de los teatros estatales, con su predomi­
nio de obras clásicas, servían de camuflaje para la escasez de obras nuevas
de alguna seriedad, y daban realidad a la pretensión del régimen de ser un
entusiasta protector de la cultura alemana. Además, los clásicos estaban ro­
deados de una aureola de elevación y decoro, dos cualidades muy apreciadas
por la clase media educada; su ubicuidad y las incesantes representaciones
de que eran objeto ocultaban la esterilidad de la escena contemporánea.
Al margen de estas consideraciones políticas, el renacimiento de los clási­
cos patrocinado por los nazis dio lugar a algunas realizaciones artísticas no­
tables. Algunas representaciones al aire libre —como la de Gótz ixm Berli-
chingen, de Goethe, en el castillo de Heidelberg, o la de su Fausto en Frank­
furt— alcanzaron una innegable calidad, así como toda una serie de produc­
ciones en la capital. A pesar del éxodo de 1933, Berlín disponía aún de un
impresionante número de talentos teatrales (directores como los legendarios
Gustav Gründgens y Heinrich George, actores como Werner Kraus y Káthe
Dorsch, y realizadores como Heinz Hilpert, Jürgen Fehling y Erich Engel).
Las representaciones de los clásicos en las que intervenían estos brillantes
nombres llenaban invariablemente los teatros. Esto —por las razones ante­
riormente citadas— servía perfectamente los objetivos del régimen, aunque
las representaciones de Schiller y Shakespeare no dejaban de presentar sus
aspectos ambiguos. Aun cuando los clásicos (contrariamente a lo que espera­
ban algunos actores) no tenían el poder de inducir a la catarsis —y ningún
público la necesitó nunca tanto—, no estaban tan exentos de contenido como
para defraudar a los asiduos del teatro. El verso final de El parásito, de Schi­
ller, “La justicia existe sólo en la escena”, desencadenaba a menudo frenéti­
cos aplausos, al igual que la frase culminante de la súplica del marqués de
Posa al rey Felipe en Don Carlos: “Señor, concedednos la libertad de pensa­
miento”. La reacción oficial a los incidentes provocados por Don Carlos fue
variada; algunos teatros encendían las luces de la sala durante el parlamento
E L TEATRO 391

de Posa para inhibir los aplausos. En 1937, el Teatro Nacional de Berlín reti­
ró la obra de su escenario cuando llevaba ocho semanas en cartel, y el órgano
ideológico del partido pontificó: “Fueron hombres como el marqués de Posa
los que dieron lugar a la Revolución Francesa. La libertad unida a la obe­
diencia, como Schiller la propugnó en los últimos años de su vida, era algo
desconocido para Posa”.18 Cuatro años más tarde —seguramente distinguien­
do otra vez entre el Schiller joven y el maduro—, Hitler prohibió el uso de
Wilhelm Tell como libro de texto. Cabe recordar aquí que los nazis habían
pronunciado solemnemente el “juramento de Rütli” del patriota suizo, en una
bodega de Munich, antes de poner en marcha el abortado putsch de noviem­
bre de 1923.
En 1944, Gründgens dirigió la obra de juventud de Schiller, Los bandidos,
como una evocación de nihilismo, y representó él mismo el personaje del vi­
llano Franz Moor, con aspecto de maníaco y un peinado que recordaba el de
Hitler. El parecido físico era también importante en la puesta en escena de
Jürgen Fehling del Ricardo III, de Shakespeare. En su papel de protagonista,
Werner ICraus cojeaba, simulando tener un pie deforme como Goebbels, y
cuando sus sanguinarios secuaces se quitaban las capas mostraban camisas
pardas y negras, cinturones y correajes.17 Las palabras del funcionario del
tribunal de justicia ante la acusación contra Hastings —“¿Quién es tan estú­
pido que no pueda ver este ostensible engaño? ¿Pero quién es tan valeroso
que no se atreva a decir que no lo ve?”— provocaron infinidad de aplausos
a mitad de la escena.18
En cambio, la versión de Lothar Müthel de otra obra de Shakespeare re­
veló que el conocido realizador actuaba, en el terreno artístico, como propa­
gandista del genocidio. Al serle encargado por el Gauleiter de Viena, Baldur
von Schirach, que dirigiera El mercader de Venecia en el Burgtheater, en
1942, año de las deportaciones masivas a Auschwitz, Müthel aceptó, “porque
encontraba fascinantes los problemas teatrales que planteaba aquel trabajo”.
Encargó al conocido crítico H. Ihering que adaptase el texto de Shakespeare
a las exigencias de las leyes raciales nazis, de modo que Jessica apareció como
fruto del adulterio de la esposa de Shylock con un hombre ario, lo cual —se­
gún las leyes de Nuremberg— la acreditaba como digna esposa del ario Lo­
renzo. En el papel de Shylock, Werner Kraus (que anteriormente había insis­
tido en representar a todos los personajes judíos de la versión cinematográfica
de Jud Süss, a fin de evitar que, según sus propias palabras, “media docena
de actores rivalizasen unos con otros en una caricatura antijudía”) realizó una
interpretación cargada de antisemitismo.
Pero otros hombres de la escena alemana tomaron actitudes diferentes
ante estas cuestiones. En 1942, el joven actor Joachim Gottschalk se suicidó
junto con su esposa, de raza judía. Ocho años atrás, el venerable Albert
392 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Bassermann había preferido el exilio a la separación de su esposa, que era


judía.
En 1934, el artista de cabaret Werner Finck mostró una forma trivial, pero
en absoluto indigna de mención, de filosemitismo. En una ocasión, cuando
estaba explicando una serie de chistes con segunda intención política en la
Katakombe de Berlín, un airado espectador le llamó “judío sarnoso”, a lo
cual él replicó al instante: “Es que tengo cara de inteligente”. La piéce de
resistance de Finclc era un sketch en el cual un sastre le tomaba las medidas
para un traje:

Sa stre: ¿Qué tipo de chaqueta quiere usted? ¿Con galones?


F in c k : ¿Una camisa de fuerza, quiere usted decir?
S a s t r e : ¿Cómo quiere los bolsillos?
F i n c k : Muy abiertos, como se llevan ahora.

Mientras Finck extendía el brazo derecho en una actitud que recordaba


el saludo nazi, el sastre le tomaba las medidas de la manga, murmurando
“Treinta y tres... derecho suspendido”. Esta pieza se representó hasta que
Goebbels ordenó cerrar la Katakom be y dispuso que Finck fuese enviado a
un campo de concentración. Al ser liberado, debido a que Káthe Dorsch (pro­
tegida de Goering, el rival de Goebbels) intercedió en su favor, Finck reasu­
mió, como si nada hubiese ocurrido, su papel de tábano, hasta que fue expul­
sado de la Cámara Nacional de Cultura y totalmente excluido, por este hecho,
de la profesión de actor. Finalmente, se alistó en la Truppenbetreuung (Asis­
tencia a las Tropas) de la Wehrmacht.
El aforo de la Katakom be era sólo de trescientas localidades, pero los
chistes de Finck (al igual que los de su colega bávaro, Weiss Ferdl) se difun­
dieron prácticamente por todo el país. La actitud del régimen ante hechos
como éste solía ser ambigua. Mientras consideraba algunos chistes políticos
literalmente como motivo de horca, toleraba la discreta difusión de otros,
juzgándolos, correctamente, una forma de terapia y no de resistencia. Aun
así, el humor antirrégimen era visto como una expresión de insatisfacción, y
Goebbels había calificado la murmuración —en una memorable frase— de
“defecación del alma”. El titular bajo el cual el Schwarzes Korps informaba
de la clausura de la Katakom be era una buena muestra de rebuscamiento:
c a s a d e p l a c e r (es decir, burdel) c l a u s u r a d a .10
Deseando no privar al público de toda forma de humor político legal, las
autoridades patrocinaron un cierto número de cabarets dóciles a sus directi­
vas. En la primavera de 1936, por ejemplo, una popular revista incluía chistes
políticos extranjeros ■ —un fotógrafo que pedía al secretario británico de Asun­
tos Exteriores, Edén, que sostuviera un poco más alta su ramita de olivo y
E L TEATRO 393

rogaba al primer ministro francés, Flandin, que no mirase tanto hacia la iz­
quierda—, y también otros acerca de la política interior, como los que gira­
ban en torno a la preocupación genealógica 20 o como el del jefe de estación
que anunciaba que Berlín era la capital de la Baviera septentrional y Munich
la de la Prusia meridional.
Otras iniciativas de este tipo eran más ambiciosas. En un cabaret de la
Kurfürstendamm, uno de los personajes del espectáculo era el dueño de una
fábrica que, con lágrimas en los ojos, suplicaba a sus empleados que acepta­
sen un aumento de sueldo, que ellos rechazaban obstinadamente. Con un
propósito más concreto, un grupo ambulante de teatro de cabaret organizado
por A la Fuerza por la Alegría presentó un programa en el que se atacaba
a murmuradores, pesimistas, adictos a la astrologia y otros disidentes, y cuyo
estribillo de tipo agit-prop era: “Quiero que todos comprendáis que no puede
haber mayor fortuna que vivir en una patria que os da trabajo y que está en
el camino del progreso”.21
La “coordinación” del teatro de cabaret formaba parte del mismo proceso
que el decreto emitido por Goebbels en otoño de 1936, encaminado a con­
vertir a los críticos en eunucos encargados de dar orientaciones anecdóticas
sobre las obras teatrales. La crítica fue sustituida por la llamada “considera­
ción de una obra de arte”. Ello tuvo para el teatro unos resultados que Wer­
ner Kraus describió después de la guerra: “Antes, temblábamos de miedo a
cada estreno, y a partir de aquel momento ya no volvimos a temblar, porque
nadie se atrevía a decir que no habíamos trabajado bien. Pero esta situación
se hizo aburrida, y lo más grave de todo fue que ya no aprendíamos nada.
Al final, ni nosotros mismos sabíamos si lo hacíamos bien o mal”.22 Pero, por
nocivo que resultase el decreto de Goebbels para la calidad del teatro, fue be­
neficioso para la tranquilidad de los críticos, expuestos antes a un gran núme­
ro de riesgos. Por ejemplo, una crítica negativa de Johann Keppler, de Reh-
berg, aparecida en el Wuppertaler Zeitung, dio lugar a que el jefe local del
partido escribiese las siguientes líneas al propietario del periódico:
“El aspecto más triste y lamentable de la situación es el hecho de que
Rehberg es miembro del partido desde 1930 (número de carnet 360.000). Qui­
zá el crítico de su periódico no pertenece siquiera al partido, o bien milita
en él desde hace muy poco tiempo y no posee un conocimiento profundo de
la cultura nacionalsocialista. No estoy dispuesto a continuar tolerando en
Wuppertal el sabotaje de este tipo de descontentos. A la próxima ocasión,
denunciaré a estos individuos al ministro Goebbels y al ministro-presidente
Goering, y solicitaré que sean enviados a un campo de concentración. Por lo
que a usted respecta, he de rogarle muy cordialmente, como viejo luchador
del partido que es, que despida inmediatamente a este crítico.” 23
Goering, que, a la manera de un señor feudal, mosteaba un interés de
394 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

propietario por los teatros estatales de Prusia, hizo vigilar por la Gestapo al
crítico Alfred Muhr, del Deutsche Zeitung, por “sabotear la construcción del
nacionalsocialismo” con sus críticas.24
Pero la intervención personal de los jerarcas nazis en el teatro fue más
allá de la imposición de una camisa de fuerza a los críticos. Algunos de los
miembros de la élite nazi guardaban en sus cajones, junto a las pistolas, ama­
rillentos manuscritos. Uno de estos diletantes era el Gauleiter Kube, que es­
cribió una obra dramática acerca del primitivo rey germánico Totila (uno
de los héroes trágicos del bestseller decimonónico de Felix Dahn La lucha
por Roma). Como los directores teatrales de Berlín no mostraban interés al­
guno por Totila, el Ministerio Prusiano de Cultura se vio obligado a emitir la
siguiente orden:
“El veterano luchador nacionalsocialista, el actual Oberprasident Kube,
ha escrito una pieza teatral que ha sido ya presentada con éxito en otras ciu­
dades. En Berlín, no ha sido posible aún llevarla a la escena. Les ruego que
tomen inmediatamente todas las medidas necesarias para que el drama de
Kube sea representado en dicha ciudad. Límite de tiempo: tres días.” 25
Las “otras ciudades” a las que se hacía referencia estaban, naturalmente,
en ICurmark, el Gau de Kube, donde un periódico local nazi había comentado
acerca de la obra: “El Totila de Wilhelm Kube no puede ser diseccionado
con el bisturí de la anticuada crítica estética. El espectador sólo puede con­
siderar Totila desde el punto de vista de la alemanidad”.28
Si Kube se veía a sí mismo como un moderno Kleist, a otros Gauleiter les
agradaba jugar el papel de Mecenas. Sauckel, de Turingia, por ejemplo, or­
denó a la dirección del Teatro Nacional de Weimar —famoso por su antigua
colaboración con Goethe y Schiller— que pusiera en escena la obra de Otto
Erler El huésped de Thor a perpetuidad, todos los 21 de marzo (día del
equinoccio de primavera).27 Esta tendencia al mecenazgo colocaba a los acto­
res de teatro en una situación muy ventajosa, pues los Gauleiter rivalizaban
entre sí para persuadirles a fijar su residencia en su feudo particular, por
medio de obsequios que iban desde títulos o automóviles Mercedes a propie­
dades en el campo.
Pero, en conjunto, no fueron los actores el grupo social que obtuvo mayo­
res beneficios (aparentes beneficios) de la manipulación del teatro llevada a
cabo por los nazis. Aunque ya antes de 1933 los trabajadores habían pasado
a formar parte del público habitual del teatro (sobre todo merced a la orga­
nización Volksbühne, “Teatro Popular”, que actuaba en colaboración con los
sindicatos), el Tercer Reich movilizó a masas de público en una escala pro­
pia de una revolución cultural, no tanto con el fin de someterles al teatro
propagandístico sino para convertir en propaganda su presencia en los tea­
tros. ¿Qué mejor prueba de comunidad del pueblo que la presencia de aque-
E L TEATRO 395

lias gentes humildes y sin educación en unos lugares de esparcimiento aso­


ciados hasta entonces con la burguesía y la élite cultural?
Por cierto que la expresión “lugares de esparcimiento” no es del todo
exacta, pues, tradicionalmente, el ciudadano de clase media iba al teatro con
el objeto de cultivarse. El propósito declarado de la ingeniería social nazi era
inculcar a las masas el espíritu de la clase media. Los efectos negativos de la
operación, es decir, el descenso del refinamiento en el vestir y en los modales
que se produjo en los teatros * (recogido por la expresión StuUenoper, “ópera
de bocadillos”), resultaban insignificantes al lado del éxito obtenido en cuanto
al aburguesamiento de la clase obrera. Las entradas baratas para el teatro,
junto con los aparatos de radio asequibles y el tan esperado automóvil de
precio módico, fueron medios primordiales para lograr este fin.
¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich esta pseudorrevolución pseudocul-
tural? Una vez se hubo embolsado todos los bienes del Teatro Popular, la
“Asociación Cultural” nazi (la suscripción a la cual costaba la ínfima canti­
dad de 1 marco) daba a sus miembros la posibilidad de asistir, a mitad de
precio, a diez representaciones por temporada, aunque no podían escoger la
obra, la fecha ni el teatro. La organización A la Fuerza por la Alegría re­
clutó un tipo de público teatral completamente nuevo vendiendo entradas
con grandes descuentos (es decir, a precios que oscilaban entre 75 pfennigs y
1,50 marcos), lo cual sólo era posible para una organización colosal con red
de distribución propia.28 A través de A la Fuerza por la Alegría y del Fren­
te del Trabajo, el teatro alemán disponía de un público potencial obligado
que se contaba por decenas de millones de personas. La expresión “público
obligado” está justificada, pues en el caso de que las entradas ofrecidks no
fuesen adquiridas voluntariamente en una fábrica u oficina determinada, el
conjunto de los trabajadores de la misma debía satisfacer su importe.29
Otras organizaciones de reserva de localidades funcionaban en el seno de
las Juventudes Hitlerianas (en 1941, contaban con 250.000 suscriptores) y de
la Corporación de Productores de Alimentos. En 1936, veinticinco compañías
ambulantes daban representaciones en los pueblos, además de los grupos am­
bulantes que actuaban en los campamentos del Servicio de Trabajo del Reich.
Durante la guerra, la organización de espectáculos que llevó a cabo la Asis­
tencia a las Tropas fue tan amplia (durante algunos meses de 1942 movilizó
a un total de 14.000 artistas)30 y tan eficiente que representó una importante
contribución al mantenimiento de la moral de las tropas. Y no por ello se des­
cuidó a la población civil. La temporada teatral berlinesa de 1941-42 tuvo
casi la misma amplitud que la de seis años atrás. La proporción de obras
clásicas en el conjunto de la programación había permanecido estable, el

* Los teatros pequeños siguieron siendo, por lo general, zona reservada a los abonados,
396 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

género “sangre y tierra” había perdido terreno, y había un número mayor


de obras situadas en el ambiente de la alta sociedad. Las obras de contenido
abiertamente nazi brillaban por su ausencia; pero aún más notable fue el
hecho de que, en los momentos culminantes de la guerra (la temporada tea­
tral coincidió con durísimas luchas en el frente del este), los berlineses pudie­
ron escoger entre no menos de cien obras diferentes.
Si se tiene en cuenta que el teatro de la ópera de Londres, el Covent Gar­
den, hacía por aquellos tiempos las funciones de salón de baile, resulta fran­
camente impresionante la importancia que las autoridades alemanas dieron
a su “revolución cultural”. Ningún grupo social quedó excluido. Esta difu­
sión cultural sin precedentes y la deferencia de que fueron objeto los artistas
hallan un significativo comentario en este recuerdo de la época del actor Die­
ter Borsche:
“En el invierno de 1943, yo formaba parte de una compañía que actuaba
ante los guardas del campo de exterminio de Auschwitz, miembros de las SS.
Todos los actores fuimos objeto de una pródiga hospitalidad. Nos servían
la comida grupos de prisioneros, las largas filas de los cuales vimos con nues­
tros propios ojos. Nos asombró sobremanera ver que, en pleno invierno, ves­
tían solamente las batas rayadas de presidiario.” 31
25

EL CINE

El cine alemán entro en una edad de oro con El gabinete del Dr. Caligari
(1919). Los sucesores de Caligari —El Golem, Siegfried, Metrópolis, El estu­
diante de Praga, Destino, Vodevil, La última sonrisa— constituyeron otras tan­
tas aportaciones importantes al arte cinematográfico. Después de Fausto
(1926), la brillantez de las pantallas de Weimar disminuyó un tanto, aunque
pocos contemporáneos pusieron en duda la gran calidad de Camaradería y
de algunos de los primeros films sonoros, como La ópera de tres centavos, El
doctor Mabuse, M y El ángel azul.
Sin embargo, estos clásicos no eran representativos de la producción cine­
matográfica de la última época de Weimar, En ningún arte se mantuvo tanto
una continuidad, después de 1933, como en el cine, cuando menos, según una
visión de conjunto. Si un Rip van Winkel aficionado al cine se hubiera dor­
mido durante la Depresión y se hubiera despertado durante el Tercer Reich,
habría encontrado en las pantallas las mismas imágenes: soldados con cascos
rematados en punta, de ojos hundidos, que salían de las trincheras para ir al
encuentro del enemigo, cortesanos con peluca marcando posturas en decora­
dos rococó, cazadores furtivos cortejando a campesinas entre doradas mazor­
cas y esforzados montañeros conquistando cimas rodeadas de nubes.
Esta continuidad se debía, en parte, a la coincidencia de que el ultracon­
servador político prohitleriano y magnate de la prensa, Hugenberg, contro­
laba además la UFA (Unwersum-Filni-Aktiergesellschaft), la productora ci­
nematográfica más importante de Alemania.
Pero una causa más determinante —aunque menos fácil de explicar— la
constituía la increíble medida en que los cines de Weimar reflejaban las de­
formidades resultantes de la abortada revolución alemana posterior a la gue-
398 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

rra. Los espasmódicos movimientos de la democracia alemana proyectaban


sombras en la pantalla y poblaban la tierra de nadie que había entre El
doctor Caligari y Hitler: hombrecillos surgiendo de una retorta, filisteos que
salían de acolchados interiores a “calles sin alegría”, buscadores de Dios
que abandonaban la Megalopolis por las cimas de las montañas, adolescentes
rebeldes abocados a la sumisión o al suicidio...
Esta correspondencia entre cine y sociedad se intensificó cuando la De­
presión revolucionó la sociedad, al tiempo que el sonido revolucionaba el
cine. Estos dos acontecimientos dieron lugar a un enorme aumento en el
número y la asiduidad de los espectadores: el público en general estaba tan
fascinado por las películas sonoras como lo estaban los desempleados por las
visiones de Eldorado (y por la calefacción de las salas de cine). La Depresión
llevó a los productores cinematográficos y a los nazis a explotar un curioso
reflejo de la psique alemana: la tendencia de los hombres sin trabajo a com­
pensar esta afrenta a su virilidad con fantasías y rituales relacionados con la
guerra. Durante la Depresión, la UFA agregó a los bien adiestrados coros de
Hollywood y a las marciales majorettes con sus tambores las columnas de
casacas rojas de Federico el Grande y las grises filas de combatientes de la
Gran Guerra. Un sólo capítulo de la historia militar de Alemania —la “Gue­
rra de Liberación” contra Napoleón— inspiró no menos de ocho films entre
1930 y 1933.
La asistencia al cine, que había aumentado ya durante la Depresión, con­
tinuó ascendiendo a todo lo largo del Tercer Reich, aunque por razones eco­
nómicas diferentes. El aumento de los puestos de trabajo dio lugar a un rela­
tivo bienestar, y la guerra creó la necesidad de entretenimientos de tipo eva­
sivo, así como un exceso de poder adquisitivo en relación con los artículos
disponibles. El número de espectadores cinematográficos por año se cuadru­
plicó en un espacio de nueve años (1933: 250 millones; 1942, 1.000 millones),1
lo cual significa que, durante el Tercer Reich, el ciudadano alemán promedio
triplicó sobradamente la frecuencia de su asistencia al cine.
Además de presentar curvas cie popularidad paralelas, tanto el nazismo
como el cine se valían de proyecciones de sueños y de efectos monumenta­
les. Ambos recurrían al sentimentalismo y a la reducción del lenguaje a cliché.
Así, las gentes del cine habitaban en un mundo doblemente falso, por la
artifícialidad del espectáculo y por el engaño político. Algunos ídolos de la
pantalla consideraban el Tercer Reich como la extensión a nivel nacional de
sus pequeños imperios de oropel. Fue probablemente la atmósfera del nazis­
mo, más que la misma ideología, la que inspiró a Emil Jannings, Werner
Kraus y Heinrich George sus esfuerzos pseudo-stajanovistas en la fábrica de
sueños de Goebbels.
No hay que deducir de esto que tales actores fueran del todo indiferentes
EL CINE 399

a la ideología imperante. La insistencia de Werner Kraus en interpretar, él


solo, media docena de papeles de personajes judíos en Jucl Siiss —el preám­
bulo cinematográfico de la Solución Final— fue motivada tanto por vanidad
como por antisemitismo. Durante el rodaje, Kraus se sumergió en un ambien­
te judío, y, con macabra dedicación, se paseaba por su residencia con una
gabardina sobada y una media en la cabeza, mientras los objetos de su
mímica eran asesinados en los ghettos del Este.
Heinrich George, director de un teatro berlinés por nombramiento de
las autoridades nazis, era igualmente dado a las exhibiciones histrionicas.
En una ocasión, cuando dirigía la palabra a sus empleados, se detuvo a mitad
de una frase, después de mencionar el nombre de Hitler, y vociferó ante la
pequeña asamblea de tramoyistas y acomodadores: “¡Estoy hablando del
Führer, ¿oyen ustedes? ¡Todos de rodillas ahora mismo!”.
Una vanidad megalomaníaca similar, aunque menos abiertamente polí­
tica, caracterizaba a Emil Jannings, que se jactaba en público del número
de extras muertos durante el rodaje de la Ohm Kruger, la antibritánica epo­
peya de la guerra de los bóers en la que tenía el papel de protagonista.
Estas estrellas del celuloide no servían al régimen sólo con sus aptitudes
profesionales, sino que, participando en lo que pasaba por ser la “vida de
la corte” del Tercer Reich, ellos y sus colegas femeninos (Leni Riefenstahl,
Olga Tschechowa y Zara Leander) daban un toque de glamour a aquella
élite desprovista de encantos sociales.
A su vez, los nuevos detentadores del poder eran muy conscientes de la
importancia del cine. Hitler atribuía al cine —junto con la radio y el auto­
móvil— el mérito de haber hecho posible la victoria nazi. Concedía la sufi­
ciente importancia a este medio de comunicación como para intervenir per­
sonalmente en detalles de los repartos. Así, por ejemplo, ordenó que Otto
Gebuhr, el eterno Federico el Grande de la pantalla de los tiempos de Wei­
mar, apareciera de nuevo en el primer film acerca de Federico realizado
bajo el nazismo, en lugar del actor que se había previsto para ello —Werner
Kraus—, cuya figura habría roto la continuidad de la imagen en la mente
de los espectadores.
En 1933 se produjo una huida masiva de talentos de la pantalla, inclu­
yendo a directores como Josef von Sternberg, Fritz Lang, Erich Pommer,
G. W. Pabst y Robert Siodmalc, y a actores como Elizabeth Bergner, Marle­
ne Dietrich, Peter Lorre, Oskar Homolka y Conrad Veidt. Goebbels, que era
personalmente un gran aficionado al cine, mostró considerable habilidad para
disimular los vacíos provocados por este éxodo. Además, mostró la suficiente
flexibilidad como para renunciar a su propio plan de politización del cine
alemán cuando se dio cuenta de que la épica parda era veneno para las ta­
quillas (no a causa de la antipatía política del público, sino por el deseo
400 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de éste de vivir, a través de la pantalla, experiencias diferentes de las que


le deparaba la vida real).
Gobernantes y gobernados llegaron así a un acuerdo acerca de la fun­
ción primordial del cine: facilitar la Wirkliehkeitsflucht, la huida de la rea­
lidad. Aunque, en general, el cine de otros países desempeñaba una función
similar, La gran ilusión, Tiempos modernos, Furia y Love on the dole
prueban que el cine contemporáneo francés, americano e inglés no tenía
una finalidad evasiva tan absoluta.
En 1930, en pleno impacto de la Depresión, la producción anual de films
en Alemania se había mantenido en su nivel máximo absoluto: 140. Con un
promedio de unas 100 películas al año entre 1933 y 1944, se produjeron du­
rante el Tercer Reich un total de unos 1.100 films. De este total, práctica-*
mente la mitad eran historias de amor o comedias, y una cuarta parte cin­
tas policíacas, de aventuras o musicales, El resto lo formaban films de tema
histórico, militar, juvenil y político, en proporciones más o menos iguales.
Esta panorámica estadística refleja a un tiempo la diversificación de los
temas cinematográficos y el criterio escapista con que eran abordados. Pero,
en realidad, las pantallas alemanas estaban más intensamente “ideologizadas”
de lo que sugieren las estadísticas. Aunque sólo uno, aproximadamente, de
cada veinte largometrajes era de tema claramente político, ocurría que pre­
cisamente en este film se había invertido una cantidad extraordinaria de
dinero, de recursos técnicos y de publicidad. Así, cintas políticas como Ohm
Kruger o Jud Siiss dejaban en la mente del espectador una huella más pro­
funda que un buen número de romances o de comedias. Además, como todos
los programas habían de ser vistos del principio al fin, pues los cines ale­
manes no permitían la entrada del público una vez iniciado el programa, los
noticiarios y documentales aseguraban dosis regulares de adoctrinamiento. No
hay que olvidar, por otra parte, que muchas películas “de entretenimiento”
estaban fuertemente impregnadas de ideología nazi.
La cinta Der W eg ins Freie, por ejemplo, cuya acción transcurría durante
la revolución de 1848, era un lacrimógeno folletín: una esposa separada de
su marido, ansiosa de trabajar en la escena, finge suicidarse para escapar a
un chantaje; el esposo contrae segundas nupcias y es a su vez objeto de
chantaje por bigamia, ante lo cual la esposa se suicida realmente con el fin
de asegurarle su recién hallada felicidad, bendecida además por un hijo.
El film constituía, por otra parte, un ensayo subliminal de historiografía
nazi: Mettemich actúa como hombre de paja de Rothschild; los trabajadores
inmigrados polacos introducen el virus revolucionario en los patriarcales pue­
blos prusianos; y Viena, poblada por gentes de razas diversas, es mucho
más propensa a la contaminación que Berlín, cuya población no había sido
diluida racialmente.
E L CINE 401

Un interesante híbrido de historia de interés humano y mensaje político


implícito era la biografía “tipo Führer”. Este género no se ocupaba necesaria­
mente de los líderes nazis, sino que podía centrase en cualquier figura histó­
rica cuya vida presentara analogías con la carrera de Hitler. Así, las biogra­
fías del alquimista Paracelso, del poeta Schiller y del inventor Diesel eran
presentadas como ejemplos del triunfo del genio autodidacta sobre la edu­
cación convencional y de la intuición sobre la miopía de los pedantes.
Tampoco tuvieron los cineastas nazis muchas dificultades en aprovechar
el tema “Fredericus” para establecer paralelismos con Hitler. Los espectado­
res que no conocían la existencia de Eva Braun no podían sacar más que
una conclusión al ver a Federico el Grande mostrando una personalidad pú­
blica de férrea dureza mientras, como hombre, padecía trágica soledad.
El tema “dirigente solitario contrapuesto a la masa” tenía muchas varia­
ciones. Der H ohere Befehl (La alta orden) presentaba al comandante de una
guarnición prusiana que, durante la Guerra de Liberación, se mofa de ma­
nera insultante de las opiniones y deseos de sus conciudadanos: clarividente­
mente seguro de su actuación, procede a descubrir y a desarticular una red
de espionaje francés.* En Der Tunnel (basada en la novela best-seller de Ber­
nard Kellermann), después de una catástrofe que provoca la muerte de
doscientos obreros de la construcción, el resto de los trabajadores exigen ma­
yores medidas de seguridad, a lo cual el ingeniero responsable replica a
voces: “¿Seguridad? ¡Fe! ¡Fe es lo que yo os pido!”. Otra variación del
tema del liderazgo lo constituye el documental de Leni Riefenstahl sobre
la Reunión del Partido de Nuremberg, titulado Triunfo d e la voluntad
(1934), que comienza con imágenes de densas formaciones nubosas y con el
zumbido de la invisible aviación de Hitler. Se unía así el mito pagano del
padre Odín y su huésped tronando en los cielos con el culto a la montaña
característico del cine de Weimar, culto del que había sido sacerdotisa la
propia Leni Riefenstahl.
Mientras las solemnidades de Nuremberg fueron trasladadas a la pan­
talla con buen resultado, las obras de ficción hagiográfica alcanzaron muy
poca calidad. Las crónicas en celuloide de los mártires nazis provocaron poca
reverencia entre el público. La canonización cinematográfica de Horst Wes-
sel se consideró tan alejada del verdadero carácter del santo patrón nazi
que fue púdicamente rebautizada Hans Westmar. Hitlerjunge Quex, apoteo­
sis cinematográfica del mártir de las Juventudes Heinz Norkus, SA Mann
Brandt y otros intentos similares de hacer cine partiendo de los clichés del
Kampfzeit, resultaron igualmente fracasados. En vista de ello, el siempre
8 Esto se relaciona con el concepto de la decisión política como hecho intuitivo
que tenía Hitler, como se observa en su declaración: “Yo avanzo por el camino que ha
fijado la Providencia con ia seguridad de un sonámbulo” .
402 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

pragmático Goebbels —a pesar de su ridicula predicción: “El cine alemán


producirá un día su Acorazado Potemkin”·— liquidó el género mediante una
hábil racionalización: “El lugar de las SA está en la calle y no en la pantalla
de cine”.3
Sin embargo, Hans Westmar, la deficiente obra épica acerca de Horst
Wessel, merece alguna atención. En ella, el protagonista — que, por cierto,
había sido en realidad un alcahuete— es transformado en un asceta de
ardiente mirada y enérgica mandíbula, del todo indiferente a sentimientos
mundanos tales como afecto familiar, amistad o deseo sexual. Esta incon­
creta identidad —ni hijo, ni amigo, ni amante— le hacía a la vez absoluta­
mente inverosímil y objeto ideal de las proyecciones del público.
Dejemos ahora estos artículos tarados de la fábrica de Goebbels para
examinar un producto de lujo: Ohm Kruger. Esta versión épica de la guerra
de los bóers fomentaba la hostilidad antibritánica de diversas y efectivas
maneras. Una de ellas era la forma en que se presentaba el oro: como objeto
de deseo para los desnaturalizados ingleses, y como símbolo de esterilidad
y maldad para los bóers, temerosos de Dios, laboriosos agricultores y gana­
deros. Aparece en el film el lascivo momento en que el futuro Eduardo VII
recibe la noticia de la muerte de su madre, la reina Victoria (acaecida du­
rante la guerra), mientras contempla a las coristas del Folies Bergéres, unifor­
madas y con faldas escocesas, que representan parodias de ceremonial mili­
tar. Un tercer ingrediente de Ohm Kruger, elemento en apariencia apolítico,
es el conflicto generacional, planteado en este caso entre el dirigente bóer
y su hijo Jan, y que concluye con la sumisión de éste. (Un caso análogo de
obediencia filial —el del cadete que habría de ser Federico el Grande— per­
tenecía a la historia alemana además de al folklore cinematográfico. Después
de un intento de huida, el joven príncipe fue obligado a presenciar la ejecu­
ción de su mejor amigo y cómplice, experiencia traumática que tranformó
al joven rebelde en un prusiano ejemplar.) El trauma que determina la
sumisión de Jan Kruger es igualmente violento: su esposa es violada por
unos soldados británicos.
También Jud Süss tenía su momento de tensión culminante en una escena
de violación. Habiendo sobornado con oro al duque de Württemberg, el
judío obliga a la hija de su principal adversario político a sufrir la violación,
so pena de dar muerte a su prometido en la rueda del tormento. Despuéfs
del hecho, la heroína se suicida, fiel al código cinematográfico nazi según el
cual toda mujer deshonrada debía expiar su vergüenza con la muerte.
El sadomasoquismo se convirtió así, en la pantalla nazi, en el sustitutivo
habitual de la incitación erótica. Oficialmente las mujeres alemanas eran
virgines intactae antes del matrimonio y castamente monógamas después;
la sensualidad era una característica genérica de los no alemanes.
EL CINE 403

Las concesiones a la libido del espectador se valían de la aparición de


personajes extranjeros: unas jóvenes españolas sin sujetador, aunque cubier­
tas por boleros, en Haij que ahorcar a Pedm, o una bailarina rusa con el
pecho desnudo en Der postmeister, basada en la obra de Pushkin. Algunas
veces, sin embargo, como plato especial, los films nacionales presentaban,
fugazmente reflejada en el agua, la figura desnuda de Christina Soderbaum,
o turbadores primeros planos del escote de Zara Leander.
Zara Leander era la encarnación del encanto femenino en el cine nazi,
un cuerpo de carne abundante y de sangre fría. Su escote llenaba la pantalla,
pero debajo, con casto y sereno ritmo, latía un corazón de mujer.
Si Zara Leander representaba a la siempre casta Ewige W eib (el eterno
femenino) de la pantalla nazi, Christina Soderbaum era siempre la novia-
niña. Aquella náyade nórdica de nariz respingona, femenina e infantil, inter­
vino en toda una serie de realizaciones en las que se mezclaban las escenas
almibaradas con la sangre del himeneo. Su destino en Jud Siiss era la viola­
ción y el suicidio. En El corazón eterno, que se inicia con una impresionante
escena de naufragio, desempeña el papel de la prometida de un maestro
artesano, un hombre gravemente enfermo que intenta retrasar su muerte con
el objeto de dar fin a un invento que evitará nuevos desastres en el mar. En
una escena nocturna de inigualable ridículo y que pretende ser sublime, la
joven quiere exhortar al inventor, pesadamente abatido sobre su banco de
trabajo, a cumplir su deber conyugal, avanzando silenciosamente hacia él y
oprimiendo su cuerpo desnudo contra su espalda, acto no motivado por el
deseo sexual, sino por la esperanza de que el coito pueda apartarle de su
fatal obsesión y le lleve a adelantar la fecha de la operación que representa
su única posibilidad de supervivencia.
En el film basado en la novela Gigante, de Billinger, Christina Soder­
baum personifica a la hija de un agricultor alemán de los Sudetes que, fasci­
nada por el hechizo de la gran ciudad, abandona la propiedad de sus ante­
pasados para trasladarse a Praga, tierra doblemente extraña por urbana y
por checa. Seducida, embarazada y abandonada, regresa al hogar. En este
punto, en la novela, el anciano campesino, desconsolado por la vergüenza
de su hija, se suicida arrojándose al agua. Pero la versión cinematográfica
termina con el suicidio, al estilo Ofelia, de Fráulein Soderbaum, pues el
Ministerio de Propaganda decidió que era la hija deshonrada y no el ino­
cente padre quien debía pagar el precio de la transgresión. *
Por razones morales similares, la versión fílmica de la obra Opfergang

* L a convención cinematográfica según la cual el último rollo de todos los films de


Christina Soderbaum mostraba invariablemente a ésta flotando en las aguas del Leteo
— independientemente de que antes hubiese sido sometida a violación, seducción o aban­
dono— le valió a la actriz el apodo de Heichsioasserleiche (“la ahogada nacional”).
404 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

(El sacrificio ritual) sufrió una gravísima mutilación a fuerza de cortes. En


la novela, el protagonista rompe una relación amorosa antes de contraer
matrimonio con otra mujer. Se separa totalmente de su amante, pero man­
tiene la costumbre de dar un paseo a caballo cada mañana ante su ventana.
Cuando el joven muere repentinamente, la viuda, que conocía el secreto de
aquellos paseos, viste un traje de montar masculino y continúa el ritual, con
el fin de evitar a la amante el dolor de descubrir la verdad. Durante el roda­
je, intervino la Cancillería del Reich y decretó que no era el marido sino
la amante quien tenía que morir. Este final, absurdo desde el punto de vista
del guión y destructor de la poética invención de Binding, se encaminaba a
demostrar la indestructibilidad del matrimonio y a aleccionar contra la viola­
ción del sexto mandamiento.
La dificultad de aunar la glosa del sexto mandamiento con un cierto
grado de interés dramático llevó a las autoridades a permitir la introducción
en la pantalla de dosis estrictamente racionadas de sexo extramarital. Esta
tolerancia no fue, ni mucho menos, unánimemente aprobada, sobre todo du­
rante la guerra. Un informe del SD de 1940, en el que se exponía la cons­
ternación del público ante el carácter de un cierto número de films recientes,
declaraba: “Es inoportuno atenuar la maldad de la conducta adúltera en
unos momentos en que numerosas familias están separadas a causa de la mo­
vilización de los hombres”.3
Uno de los films que motivaron esta queja era Leidenschaft (Pasión), que
presentaba una situación tipo Lady Chatterley: un marido anciano, una
esposa joven y un atractivo guardabosques, en un escenario de lujosas resi­
dencias y casas de montería. La muerte del anciano conde en un accidente
de caza provoca rumores que acaban por dar lugar a un proceso judicial
contra el guardabosques, pero éste consigue escapar a la horca y triunfa
la causa del verdadero amor (verdadero porque es potencialmente fecundo).
El tema eugenésico tuvo también versiones humorísticas. El rey de las
amas de cría —un gran éxito de taquilla— era un jeu d’esprit que tenía por
protagonista a un joven centinela cuya actuación fuera de servicio da lugar
a la tan ansiada llegada de un heredero del trono.
En ocasiones, el público se sorprendía ante la claridad con que eran for­
muladas las tesis eugenésicas. En Urlaub auf Ehrenwort (Permiso bajo palabra),
un teniente concede un permiso de seis horas a los hombres de un tren de
tropas a punto de salir para el frente, a cambio de su promesa de no deser­
tar. Lo que chocaba a los espectadores era la enfática orden que daba el
oficial a uno de sus hombres al abandonar la estación: “¡Asegúrese de ha­
cerle un niño a su mujer en estas horas!”.
Pero mucho más habituales eran las actitudes púdicas. Las películas sobre
Tarzán y su compañera fueron censuradas en 1943 por lo sumario de
EL CINE 405

su vestimenta.4 Un film protagonizado por Marlene Dietrich titulado Das


Hohe L ied (Canción sublimé), que presentaba el paso de una joven cam­
pesina a la condición de mujer mantenida y su posterior descenso al arro­
yo, fue absolutamente prohibida.5 La película francesa Nana, basada en la
novela de Zola, fue prohibida a causa de una escena que se desarrollaba en
un burdel, en la que intervenían un soldado y una prostituta. Se dijo que,
dado que el ejército era la base de un estado, el hecho de presentar a un
soldado cohabitando con una prostituta minaba la autoridad de aquél.6 En
una película alemana, Zara Leander personificaba a una famosa cantante qque
permitía a un oficial de aviación pasar la noche con ella. El Alto Mando del
ejército puso reparos a la autorización de este episodio alegando que tal
conducta era contraria a las normas de conducta de un oficial, pero Goering
intervino y decidió, con la brusca manera quqe le era habitual: “Este hombre
no sería un oficial si no se aprovechase de semejante oportunidad”.7 E l al­
mirante Doenitz, comandante de las fuerzas navales, se mostró más puritano
e hizo prohibir Die grosse Freiheit (La gran libertad) porque en ella aparecía
un marinero (personificado por el famoso actor Hans Albers) en estado de
alcoholismo habitual. (Por razones de simetría —ya que no de igualdad entre
los sexos—, si no aparecían en las pantallas mujeres alemanas de moral
dudosa, tampoco debían aparecer hombres alemanes borrachos.)
Mientras eran censuradas tan inocentes anécdotas, productores como Max
Kümminch se especializaban en sadomasoquismo, con sus films plagados de
escenas de tortura. Una vida por Irlanda, de Kümmich, presentaba al hijo de
un luchador por la libertad de Irlanda que es obligado por los demás internos
de un reformatorio británico en que se halla encerrado a someterse a unas
“pruebas de iniciación”, minuciosamente filmadas y repulsivas para el espec­
tador. En Friesennot (que se desarrolla entre los “alemanes étnicos” de
Rusia), una muchacha alemana enamorada de un ruso es arrojada por sus
vecinos al estanque del pueblo, donde la dejan ahogarse. Este castigo de la
polución racial se declaraba acorde con la antigua tradición germánica.
Germanin —acerca del descubrimiento de la vacuna contra la enfermedad
del sueño— contiene una secuencia en primer plano en la que el ayudan­
te del descubridor se deja picar por los mosquitos transmisores de la enferme­
dad. La relación entre sadismo y masoquismo era especialmente característi­
ca de películas que se desarrollaban en ambientes masculinos —internados,
campos de entrenamiento, barracones militares—, donde los personajes debían
someterse a pruebas de resistencia para demostrar ser dignos del respeto de
sus camaradas.
El toque de homosexualidad propio del espíritu de las comunidades mas­
culinas aparecía en toda una serie de películas: Hülerjunge Quex, Cadetes,
D3 88, Stukas y otras. En la cinta D3 88, que se desarrolla en el ambiente
408 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de las fuerzas aéreas, el jefe del escuadrón y el ingeniero desempeñan respec­


tivamente los papeles de padre y madre de los jóvenes pilotos. En una de las
escenas, aparecen en una típica situación familiar en que la madre trata
de arrancar concesiones al inflexible padre para los hijos más difíciles. Los
celos y las rivalidades entre algunos de los aviadores más jóvenes 8 apuntan
en la misma dirección, así como las exclamaciones de los dirigentes de las
Juventudes en Hitlerjunge Quex: “Después de todo, los muchachos son ma­
ravillosos”. En otro de estos films, una valerosa actuación conjunta hace que
los dos protagonistas olviden el conflicto creado entre ellos a causa de una
muchacha. Aparentemente, resulta paradójico que un régimen que infligía
brutales castigos a los homosexuales favoreciera tales evocaciones de su
mentalidad, pero el propio movimiento nazi era esencialmente colectivo y
masculino, y el culto a la camaradería que se fomentaba en sus organizacio­
nes representaba una generalizada (aunque, naturalmente, no reconocida)
forma de homosexualidad. En esta medida, puede decirse que este grupo
de peliculas reflejaban un aspecto de la realidad del Tercer Reich.
Otras aproximaciones a la realidad eran los films acerca de problemas
en curso de resolución Así, las fases preliminares de la Solución Final coinci­
dieron con la presentación de Jud Siiss, y la secreta elaboración del programa
eutanásico coincidió con la proyección de Ich Idage an (Yo acuso), en la que
un médico da muerte a su esposa, enferma de esclerosis, y posteriormente,
desde el banquillo de los acusados, expone de manera convincente todos los
argumentos en favor de la eutanasia.
Un informe del SD recogía el comentario de un espectador acerca de
Ich klage an: “Muy interesante, pero en esta película ocurre lo mismo que en
los manicomios, donde ya están eliminando a todos los locos. ¿Qué garantías
tenemos de que no se producen abusos?”.9 Este tipo de efecto contraprodu­
cente no fue el único. El SD dio cuenta también de la aprensión que sentía
la población alemana de las provincias orientales, étnicamente mezcladas,
ante la posibilidad de que los espectadores polacos de la épica de liberación
colonial —como Una vida por Irlanda o Canción del desierto (en la que se
presentaba la rebelión árabe contra sus dominadores ingleses)— se identifica­
ran con los rebeldes que veían en la pantalla.10
En una única ocasión un film realizado bajo el Tercer Reich fue lo su­
ficientemente polémico como para suscitar la controversia pública. En Der
Herrscher (El amo), un magnate industrial de edad madura, amargado por el
egoísmo de sus hijos, los deshereda y lega su fábrica a la nación.
Un periódico publicado por la Corporación de Productores de Alimentos
(organización que había “liberado a la agricultura de la acción de las
fuerzas del mercado”) observó que el final de la película reflejaba la antipatía
oficial hacia la empresa privada. Por ello fue severamente censurado por el
EL CINE 407

Deutsche Allgemeine Zeitung, partidario de aquélla. Cuando se exhibió la


película, se proyectaba al principio una nota suscrita por el ministro del Reich,
doctor Goebbels, en la que se negaba enfáticamente toda implicación anticapi­
talista.11
También en otros casos fueron necesarias las explicaciones. Los realizado­
res de la inocua y frívola cinta Die blonde Katrein (La rubia Catalina), situa­
da en el ambiente del antiguo Heidelberg, creyeron conveniente añadirle la
nota preliminar: “Nuestro film constituye una parodia de la vida estudiantil
tal como ha sido siempre presentada al público por motivos de falso roman­
ticismo. En realidad, la vida estudiantil de hoy es una vida de trabajo y de
servicio a la nación”.12
La falta de correspondencia entre la pantalla y la realidad era tan evi­
dente que las publicaciones del partido elogiaban de forma especial aque­
llas películas que se desarrollaban, de manera reconocible, en el Tercer
Reich. Así, el Schwarzes Korps alabó en 1938 al director Karl Ritter en los
siguientes términos:
“En Pour le Mérite ha mostrado usted a hombres que llevaban la insignia
del partido y que se saludaban con el Heil Hitler, porque en el cine
nadie esperaría otra cosa de usted. El día de la restauración de la soberanía
defensiva (es decir, la reinstauración del reclutamiento), usted reprodujo la
voz de Goebbels hablando por los altavoces y mostró banderas al viento.
Usted puede correr este riesgo, por llamarlo así, porque describe a las per­
sonas tal como son realmente, incluso con sus debilidades.” 13
Unos meses después, el Volkischer Beobachter declaraba, a propósito de
un film acerca de los obreros de la construcción de autopistas:
“No tendremos nunca un cine interesante si todo lo que sabemos hacer
es mostrar una fecha en el calendario o colocar en la pared el águila del
Reich. No debemos escamotear el saludo alemán. No se puede pasar por
alto el Servicio Nacional de Trabajo ni las SA sin hacerse responsable de una
cobarde evasión de la realidad contemporánea.”14
Existen en el cine alemán numerosos ejemplos de evasión de la realidad,
de la contemporánea y de cualquier otra. Un caso típico fue Die Degenhards,
un folletín gerontófilo en el que se presentaba a un anciano y excéntrico fun­
cionario que, en lugar de conseguir un bien merecido ascenso, es ju­
bilado como consecuencia de un malentendido, pero reprime su sentimiento
personal de humillación cuando la guerra impone su imperativo categórico
a la comunidad entera. Finalmente, la muerte en acción de su hijo le hace
cambiar de actitud hacia su nuera y su nieto, a los que anteriormente había
rechazado.
Los temas eran todos tan sentimentales que la simple mención de los
títulos —Amor de madre, L a segunda madre, El pecado contra la vida, La
408 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

mentira piadosa— vale como resumen del guión. En El estreno de Madame


Butterfly, por ejemplo, la protagonista, una cantante de ópera, se encuentra,
en la vida real, con el mismo problema que el personaje que encama en la
ópera.
La película de guerra Stukas, de Karl Ritter, presenta un caso de curación
por la música: un aviador que ha sufrido un shock por efecto de las bom­
bas y cuya única esperanza de curación, en opinión de los médicos, reside
en vivir una experiencia importante, se cura, efectivamente, durante la inter­
pretación, en Bayreuth, de la gran marcha de Sigfrido, de Wagner.
En Katzensteg (que se desarrolla durante la Guerra de Liberación), el
protagonista es un patriota, hijo de un alcalde colaboracionista. A pesar de
este hecho, el joven insiste en que su padre sea enterrado en tierra sagrada.
La heroína es una joven expulsada del pueblo que colaboró con el enemigo
debido a la amenaza del alcalde de hacer ahorcar a su padre, un cazador
furtivo. El film termina cuando los infelices amantes —a pesar de sus evi­
dentes demostraciones de piedad filial— mueren a manos del enloquecido
padre de la muchacha.
Prueba positiva de que obras de este tipo podían ser situadas con tan
poco esfuerzo en un contexto contemporáneo como de época la constituye
el film Hohe Schule, cuyo protagonista, un ex oficial convertido en caballista
de circo, ama a una mujer a la que no ha podido declararse y ni siquiera
revelar su nombre porque, antes de la guerra, mató a su hermano en un due­
lo. Finalmente, sin embargo, todo se resuelve, pues la protagonista descubre
que su enamorado provocó el duelo movido por un generoso interés por el
honor de su hermano, quien, a causa de unas deudas de juego, se veía some­
tido al chantaje de espías extranjeros.
De vez en cuando, la predilección de la industria cinematográfica por los
rebuscados folletines llevaba a las autoridades a prohibir algún ejemplar
particularmente exagerado, como Die ewige Maske (La máscara eterna), cuyo
protagonista, médico, a pesar de la prohibición de sus superiores, inyecta a
un paciente un suero descubierto por él, con resultados fatales. Al no cono­
cer la verdadera causa de esta muerte (un ataque al corazón), el médico,
desesperado, destruye el suero. Al conocer el verdadero desarrollo de los
hechos, se vuelve loco, pero finalmente recupera la razón y consigue volver
a preparar el suero.
Las normas para la censura previa de los guiones se hicieron tan estric­
tas que no se podía dar comienzo a la producción de película alguna hasta
que su argumento hubiera sido sometido al examen de Goebbels en un for­
mato standard (treinta y cuatro líneas de diecinueve sílabas por página me­
canografiada). Este tipo de centralización creaba a veces sus propios pro­
blemas: en una ocasión en que salía apresuradamente de la visión previa
EL CINE 409

de un drama de tema médico, Goebbels comentó de paso a su ayudante:


“Ahora tenemos bastantes Árztefilme (películas de médicos) para una buena
temporada”. Pero el ayudante no oyó bien y creyó que Goebbels había ha­
blado de Ernste Film e (películas serias), lo cual dio como resultado la do­
sificación de todos los programas de producción, y el Ministerio de Propa­
ganda se vio inundado de guiones de comedias en unos momentos críticos
de la guerra.
Fue durante la guerra, por cierto, cuando se proyectaron los dos mayores
éxitos de taquilla del Tercer Reich. Casi 28 millones de personas vieron
Die grosse L iebe (El gran amor), cuyo tema era la solidaridad en el dolor
de las mujeres separadas de sus esposos movilizados. Omitiendo significativa­
mente cualquier referencia a los sucesos de la guerra, presentaba la sepa­
ración de las parejas como una especie de proceso de alquimia por el cual
el oro del amor conyugal se purificaba de toda impureza.
Según la misma vena mágica, el film pretendía que los soldados casados
estaban menos expuestos a la muerte en acción que los solteros, dando a
entender que la amorosa preocupación de una esposa por su marido podía
—a modo de invisible chaleco antibalas— preservarle de todo mal.
El segundo film de más éxito de los 1.100 producidos durante el Tercer
Reich fue Wunschkonzert (El disco solicitado), que era también el nombre
de un programa radiofónico semanal en el que los soldados y sus familias
se relacionaban a través de peticiones musicales. Wunschkonzert presentaba
al Servicio Radiofónico del Reich como el nudo central de una red de lazos
emocionales a escala continental. Una de sus escenas prescindía de las con­
venciones cinematográficas nazis de la guerra hasta el extremo de mostrar a un
soldado que moría en una iglesia bajo las bombas enemigas, pero esta con­
cesión a la realidad era más aparente que real. Al presentar la muerte en
una forma altamente estilizada —es decir, producida en una catedral (re­
cordar el holocausto de los nibelungos en el palacio de Atila) y afectando a
un solo soldado que tocaba el órgano—·, la revestía de un cierto encanto y la
despojaba de su verdadero significado.
El mismo criterio (en lo referente a la muerte de hombres alemanes, por
lo menos) regía la realización de documentales y noticiarios. Así, en Victoria
al Oeste, la muerte era púdicamente representada por la metáfora visual de
una tumba cubierta de flores. Bautismo de fuego contenía una única refe­
rencia a la muerte en combate: la imagen de un soldado gravemente herido
en un hospital, con el rostro transfigurado por la feliz espera de una visita
del Führer. Esto no significa, sin embargo, que la información acerca de la
guerra de las pantallas alemanas fuese equívoca. Los horrores de la guerra
estaban allí visibles para todos, pero eran invariablemente mostrados sólo
en cuanto afectaban al enemigo. El Ministerio de Propaganda llegó a de­
410 HISTORIA SOCIAL DEL TEBC ER REICH

clarar que la demanda de noticiarios en los que apareciesen también los sol­
dados alemanes heridos y muertos merecía ser condenada como una forma
de afán de sensacionalismo.15
Durante la guerra, el hábito de ir al cine se hizo más fuerte y popular
que nunca, hecho que las autoridades fomentaron enviando equipos móviles
de proyección a pueblos remotos e incluso instalando algunos cines al aire
libre en zonas bombardeadas. Durante los últimos tiempos de la guerra,
había ante los cines de Berlín largas colas a partir de primera hora de la
tarde. La gran cantidad de público que se disputaba el relativamente redu­
cido número de localidades dio lugar a la aparición de un mercado negro
de entradas. Cuando se redujo la distancia entre el frente y la capital, se
revocó la prioridad de entrada de que gozaban los soldados.
En aquellos críticos momentos, Goebbels privó al frente de 10.000 solda­
dos de infantería, 1.000 de caballería y 250 cañones para que apareciesen en
las escenas de batalla de una película acerca de Napoleón, de Veit Harlan.
Kotberg, film que tomaba su nombre de la ciudad que se negó a rendirse
a los franceses en 1808, quería provocar una evocación de Dunquerque en la
psique colectiva; pero, aunque fue estrenado ante la cercada guarnición de
Konigsberg, no pudo ya proyectarse públicamente.
Kolberg fue el último de los mil y tantos films producidos durante el que
había de ser milenario Reich. ¿Mereció alguno de ellos pasar a la posteri­
dad? Bien pocos. La mayoría fueron intrascendentes;* una minoría clara­
mente negativos. E l resto puede incluirse en dos grupos: los que constituían
un comentario válido de la realidad nazi * * y los que poseían un mérito
artístico intrínseco. Al primero de estos reducidísimos grupos pertenece
Kleider machen Leute (El hábito hace al monje), sátira acerca del atractivo
de los uniformes, y Der Maúlkorb (El bozal), una farsa de época cuya acción
se desarrolla en una pequeña ciudad, en la cual un procurador encargado
de investigar un caso de lesa majestad descubre que él es el culpable.
Das Land der L iebe (El país del amor), de Reinhold Schünzel, era una sátira
más incisiva y contenía retazos de diálogo como este: “En este país no leemos
libros. Nadamos, practicamos el boxeo y levantamos pesos”, o bien: “Oh,
esta cárcel está medio vacía. ¿De qué sirve una cárcel vacía?” Desde luego,
estos tres films habrían pasado desapercibidos en otro contexto que no
hubiese sido el Tercer Reich.

e E ra significativo que incluso las representaciones cinematográficas de la vida del


campo ■— una tarea sagrada a los ojos de los nazis— provocaran constantes quejas de las
comunidades campesinas “coordinadas” .
* * Los documentales propagandísticos de Leni Riefenstahl — Triunfo de la voluntad
y Olimpiada— pertenecían a una categoría híbrida propia: aunque muy perfectos desde el
punto de vista técnico, constituían un comentario tendencioso a aspectos de la reali­
dad nazi.
EL CINE 411

Las tres películas que pueden incluirse en la segunda categoría, dignas de


mención en cualquier contexto, son: Unter den Brücken (Bajo los puentes), de
Helmut Kautner; Rembrandt, de Hans Steinhoff, y la fantasía extraterrestre
en color Münchhausen, de Josef von Baky. El guión de esta última fue es­
crito por Erich Kástner, a quien se había prohibido oficialmente seguir es­
cribiendo. Pero la UFA quería un guión digno de la celebración de su vige-
simoquinto aniversario, y consiguió que fuera levantada temporalmente la
prohibición que pesaba sobre Kástner. El hecho de que, a pesar de sus
enormes recursos y de la gran cantidad de talentos que concurrían al mer­
cado del celuloide, la UFA hubiese de recurrir a un autor "degenerado” y
proscrito representa un adecuado epitafio para la cinematografía nazi.
26

LA PRENSA Y LA RADIO

A diferencia de la británica, la prensa alemana nunca lia tenido un grupo


de diarios de circulación masiva publicados en la capital. La ausencia de
una “prensa nacional” tenía dos causas principales: la mayor distancia geo­
gráfica entre las ciudades y el menor grado de consolidación del estado na­
cional. En Alemania, la fuerza de los vínculos regionales y el particularismo
regional siguieron siendo tan grandes que, incluso después de medio siglo de
unificación, Berlín no había pasado aún de centro de la red administrativa a
eje de la vida nacional. El prusiano y protestante Berlín había despertado
siempre la antipatía de las zonas meridionales y católicas; a partir de 1918,
el estigma adicional del liberalismo, tanto moral como político, le valió la
desconfianza de muchos provincianos.
En los días de Weimar, la circulación de algunos periódicos berlineses
de calidad, como el Vossische Zeitung o el Berliner Tageblatt, se extendió
fuera de la capital, pero, aun así, esta prensa tenía un carácter suprarregional
más que nacional, y no se diferenciaba en aspectos esenciales del Kolnischer
Zeitung o del Frankfurter Zeitung, Este último, con su prestigiosa sección
financiera, tenía probablemente más de institución nacional que los periódi­
cos de Berlín. Como para compensar la ausencia de una prensa nacional, la
prensa regional y local alemana era extremadamente variada. Antes de la
toma del poder por parte de los nazis, el país podía jactarse de poseer un
total de no menos de 4.700 diarios de diferente audiencia. Los de menor al­
cance eran las “hojas de distrito” (Kreisblatter), que publicaban principal­
mente las noticias que les proporcionaban los trusts de la prensa (como el
Scherl Verlag, controlado por Hugenberg), al que añadían informaciones de
interés local.
LA PRENSA Y LA RADIO 413

Las noticias locales, consideradas desde un punto de vista más general,


aparecían también en los diversos periódicos apolíticos (Generalanzeiger),
que ofrecían noticias más que comentarios y se encontraban en casi todas las
poblaciones, fuera cual fuera la importancia de éstas. En 1932, este grupo
constituía el 24 por ciento del consumo nacional de periódicos diarios, los
católicos el 10 por ciento, la derecha política el 38 por ciento, y la izquierda
(subdividida en liberal, socialdemócrata y comunista) el 28 por ciento.1
La estructura de la prensa alemana era tan variada que en un centro pro­
vincial de importancia media como Stuttgart (400.000 habitantes) aparecían
nueve diarios, mientras que los 25.000 habitantes de la alejada Coburgo, en
Franconia, podían escoger entre tres diarios locales.2
La calidad de un periódico no estaba siempre en relación directa con su
circulación. Así, el diario liberal más importante del país, el Berliner Tage-
hlatt, dirigido por el incomparable estilista Theodor Wolff y en el que apa­
recían las críticas teatrales de Alfred Kerr y las musicales de Alfred Einstein,
tuvo una venta promedio de sólo 130.000 ejemplares en 1932.8 Aunque nunca
había conseguido una audiencia muy amplia, la cifra de circulación de ese
año refleja —aparte de la general escasez de dinero en el peor momento de
la Depresión— la calidad del Tageblatt y la reciente disminución de su
influencia.
Exactamente lo contrario en los dos aspectos puede decirse del Volkische
Beobachter, cuya tirada en el momento de la subida al poder de los nazis
era aproximadamente igual a la del Berliner Tageblatt.4 Este periódico, órga­
no central del partido naciaonalsocialista, propiedad del que fue sargento de
Hitler durante la primera guerra, Max Amann, y dirigido desde sus oscuros
principios por el alcoholizado y drogadicto poeta Dietrich Eckart y por Al­
fred Rosenberg, el ideólogo del partido, tenía 127.000 lectores a principios
de 1933, cifra ridiculamente pequeña comparada con los 17 millones de per­
sonas (el 43 por ciento del electorado) que votaron nazi el 5 de marzo de ese
año. Hasta 1933, la influencia del Volkischer Beobachter, que se publicaba en
Munich, se redujo al sur de Alemania, pero incluso la circulación nacional de
todos los diarios nazis ■—800.000— muestra que no más de uno de cada veinte
votantes por el partido nazi había sido primordialmente influido por la pren­
sa de aquél.
La discrepancia entre las cifras de lectores y las de votantes se debía al
tipo de propaganda que realizaba el nazismo: supresión del razonamiento y
apelación al subconsciente. Esta manipulación emocional alcanzaba su máxi­
mo en los mítines, donde el participante, inmediatamente alcanzado por la
retórica y consciente de formar parte de una masa, experimentaba una meta­
morfosis, convirtiéndose —según una característica frase de Goebbels—- “de
un gusanito en parte de un gran dragón”.
414 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Fue su capacidad para la retórica la que hizo posible a Hitler romper los
límites de una pequeña secta y conseguir la audiencia de casi la mitad del
país a través de su don de lenguas y del de sus seguidores.
En el principio nazi estaba el verbo; la letra impresa lo apoyaba, pero en
un plano de supeditación. Una de las principales directivas de Goebbels a los
periodistas era, en resumen, la s i g u i e n t e : “El lector debe tener la impresión
de que el que escribe es en realidad un hombre que está junto a él y que le
habla”.5 Como resultado de ello, las páginas de la prensa nazi exhalaban el
ambiente de sus mítines masivos, un ambiente de sudor, cuero y sed de san­
gre, y el Volkischer Beobachter era poco más que un cartel disfrazado de pe­
riódico. Por ejemplo, los titulares de primera plana eran del tipo de: E l q u e ­
r i d o DE LA DUEÑA DE UN BURDEL NOMBRADO PROFESOR UNIVERSITARIO,0 y U t iliz a ­
b a frecuentemente epítetos como “reptiles” (para los miembros del gobierno
de Weimar) y “cloaca parlamentaria” (para el Reichstag).7
Estos factores contribuyeron a la peculiar inversión de preferencias de
los lectores y votantes de la derecha antes de la toma del poder: mientras
los nazis consiguieron más del cuádruple de votos que sus aliados del par­
tido nacional en las elecciones de 1932, la proporción de lectores de la prensa
nazi dentro del conjunto nacional de lectores de la prensa derechista (el 38
por ciento de todas las publicaciones del país) era menor de la cuarta parte.
La situación de Hugenberg era característica: aunque era el principal mag­
nate de los medios de comunicación de masas en Alemania (por su condi­
ción de presidente de la editorial Scherl y de la productora cinematográfica
UFA), su partido era, con mucho, el más débil en la alianza partido nacional-
partido nazi. En 1933, quedó totalmente eclipsado al primer recuento de
votos, mientras Max Amann se convertía en el primer magnate periodístico
de Alemania (si no del mundo entero) : en 1942, controlaba el 82 por ciento de
la prensa del país.8
El Volkischer Beobachter representó la punta de lanza del imperio perio­
dístico de Amann. Llegó a ser el primer periódico de la historia del pe­
riodismo alemán que fue publicado simultáneamente en Munich, Berlín (a
partir de 1933) y Viena (a partir de 1938). Además, se convirtió en el primer
diario alemán que alcanzó la cifra de venta de un millón de ejemplares y que
registró un crecimiento de diez a uno en otros tantos años (1932: 116.000;
1941: 1.192.500).9 Un hecho que contribuyó a este asombroso progreso fue
que su director, Wilhelm Weiss, transformó en parte el primitivo “periódico
de combate” en un vehículo de información. Mejoró el servicio de noticias y
amplió el alcance de éstas. Pero la mayoría de los otros planes de Weiss
para una reforma del diario se estrellaron contra las inflexibles negativas de
Amann.
Fue la obstinación de su propietario, por ejemplo, lo que impidió que el
LA PBENSA Y LA BADIO 415

primer periódico del país más poderoso de Europa no tuviera ni un solo corres­
ponsal permanente en ninguna capital extranjera.10 Tampoco empleó el perió­
dico, después de 1933, un vocabulario diferente, para adaptarse mejor a su
nuevo status de equivalente alemán de The Times o L e Temps. Tanto en sus
tiempos de apogeo como en los de oscuridad, el estilo del periódico consistió
en una combinación de panfletarismo y pérfida mendacidad, como puede ver­
se en esta información, de 1934, del suicidio de un antiguo diputado del
Reichstag en un campo de concentración: "Aunque tratado con la misma
tolerancia que todas las demás personas en custodia protective, se comportó
de forma hostil y provocativa hacia el personal responsable”.11
La verdadera razón del rápido y constante progreso del periódico (su
circulación aumentó cada año en 100.000 ejemplares) es sencillamente el
hecho de que la suscripción al Volkischer Beobachter era a la vez consecuen­
cia lógica de la afiliación al partido y signo de fidelidad política para los fun­
cionarios y otros grupos sociales. Maestros de éscuela, dirigentes de las Ju­
ventudes Hitlerianas, instructores de la Wehrmacht y profesores universita­
rios lo utilizaban como auxiliar básico de su tarea educativa, y, como hemos
visto, los maestros no nazis se veían obligados a leerlo también, para abste­
nerse de criticar las redacciones en que sus alumnos copiaban palabra por
palabra sus artículos editoriales. Los comentarios adversos acerca de tales
redacciones fueron a veces expiados en campos de concentración.
Aunque un amplio sector de la burguesía acomodada estaba ya suscrito
a la prensa nazi, Goebbels no se decidió a imponerlo de manera absoluta a
todos los sectores educados de la población. La prensa socialdemócrata y co­
munista desapareció totalmente después de la toma del poder, y en este des­
tino la siguieron pronto los diarios católicos, pero se permitió que siguieran
existiendo algunos periódicos liberales de gran reputación (como el Frankfur­
ter Zeitung y el Berliner Tageblatt), convenientemente despojados de su an­
terior relación con grupos judíos, aunque conservando su personal no nazi.
Esta decisión, en principio contradictoria, tenía como fin mantener, en el inte­
rior del país, un vestigio del pasado esplendor periodístico, para dar una apa­
riencia de pluralidad en aquel sistema herméticamente cerrado. Cara al ex­
tranjero, la utilidad de estos periódicos consistía en su calidad de portavoces
del régimen con una cierta dignidad formal, que podían entablar con los
periódicos extranjeros un diálogo para el cual habrían sido totalmente inade­
cuadas las publicaciones declaradamente nazis, por la brutalidad que las carac­
terizaba. De este modo, los lectores alemanes más exigentes, a quienes con­
trariaba el rudo estilo y las esquemáticas argumentaciones del Volkischer
Beobachter, podían encontrar en el Berliner Tageblatt las mismas argumen­
taciones envueltas en la refinada prosa de Paul Scheffer, formado en la pres­
tigiosa escuela de Theodor Wolff. Scheffer, que pasó a ser director en otoño
416 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de 1933, se propuso convertir el periódico, que estaba en aquellos momentos


casi moribundo, en un órgano de la oposición intelectual conservadora, con
la ayuda de su personal, compuesto en su mayor parte por jóvenes académi­
cos. Los aumentos de tirada que siguieron a estos comienzos parecieron con­
firmar sus esperanzas, pero él y sus colaboradores se veían obligados a escri­
bir en clave, con lo cual se hacían entender solamente por los más sutiles de
sus lectores. Muy ocasionalmente, el atenuado inconformismo del Berliner
Tageblatt ganaba en claridad: para definir lo que él entendía por “la esfera
privada”, el escultor Gerhard Marcks (que posteriormente había de caer en
desgracia) escribió en la Navidad de 1935:
“Quisiera sustituir el término ‘privada’ por ‘secreta’. En otras palabras:
el manantial fluye secretamente, y el arroyo públicamente. El manantial pue­
de prescindir del arroyo, si es necesario, pero el arroyo no puede existir sin
el manantial.” 12
Bastante más indirecto fue un artículo de fondo acerca de la purga de
Roehm, que comenzaba con una filípica contra la colectivización forzosa en
la URSS. Quizá algunos lectores fueron lo suficientemente sagaces como para
darse cuenta de que la sutil analogía, es decir, la condena de Hitler medíante
la comparación con Stalin, era uno de los recursos preferidos por SchefFér.
Pero pocos de ellos debieron de adivinar que la publicación por parte de
Scheffer de un artículo sobre Jung y la psicología de las profundidades en la
fecha del octogésimo aniversario de Freud (toda mención del cual estaba
prohibida) constituía un secreto homenaje al difamado fundador del psicoa­
nálisis.
A mediados de los años treinta, Scheffer contrató a Werner Finck como
colaborador en la edición especial de los domingos,* edición de la que se
vendían un 25 por ciento más de ejemplares que en un día laborable prome­
dio. En su columna, Finck cultivaba una característica forma de humor leve­
mente politizado basado sobre todo en frases de doble sentido:
“Señoras y señores, la ventana está abierta y estamos hablando en voz muy
alta. Quizá sería mejor que la cerrásemos. ‘Si se me permite hablar abierta­
mente’, quería decir la ventana en aquel momento, como para intervenir en
la conversación, pero se limitó a emitir un crujido. Las paredes pueden parti­
cipar con mayor facilidad; por lo menos tienen oídos.” 13
La forma en que el Berliner Tageblatt llevaba a cabo su oposición bordea-

* L a tolerancia de las sátiras de Finck en Berlín tuvo una única contrapartida en


Baviera. Con ocasión del carnaval de 1937, Goebbels permitió la aparición de una edición
especial humorística del Münchner Ncueste Nachrichten. E l número contenía imágenes
tan verídicas de la realidad nazi como la que sigue: “Ayer noche, alguien entró en la
taberna bajo la apariencia de un caballero. Se creó un clima de cordialidad, en el curso
del cual dos parroquianos fueron inmediatamente llevados a Dachau” . Hitler prohibió
terminantemente toda repetición de esta osadía.
Winnifred Wagner, descendiente del gran compositor, entrega autógrafos a soldados alemanes
en Bayreuth.

Bruno Walter, célebre director de


orquesta que marchó de Alemania
en 1938.
E l Dr. Glasmeier, Intendente del Reich, habla con Hadaraovsky, director de la Radio, sentado.

Prensa alemana antes del Reich.

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Goebbels, ministro de Propaganda, lee las “amistosas manifestaciones intercambiadas entre
AL mania y Austria”, poco antes de que ésta fuera anexionada al Tercer Reich.

El compositor Karl Orff, a quien vemos a la izquierda, fue muy popular durante el período
nazi.
Hermann Goering fue ministro del Interior de Prusia, presidente del Reichstag, comandante
en jefe de la Luftwaffe y mariscal del Ejército.
Aspecto que en una de sus jornadas ofrecía el estadio berlinés donde se celebró la
Olimpiada de 1936.
El escultor Thorak en una de sus obras colosalistas, tan celebradas por los nazis.

Escultura alegórica de la
ideología nazi, en un estilo
tan del gusto de la época.
LA PRENSA Y LA RADIO 417

ba, pues, lo críptico, o bien se refugiaba en el humor. Probablemente, la


función de resistencia más eficaz de cuantas desempeñó fue el mantenimien­
to de la pureza lingüística, meroed a lo cual se salvó de la extinción un ale­
mán no corrompido.
Los periódicos Generalanzeiger, que habían sido apolíticos, estaban a
igual distancia del Volkischer Beobachter y de periódicos aún tolerados ofi­
cialmente, como el Berliner Tageblatt. Aunque el pulpo editorial de Amann
acabó por dominar la mayoría de la prensa alemana, el régimen se contentó
durante algunos años con ejercer un control sobre los periódicos mediante una
reglamentación externa más que por modificaciones directas de propiedad
y personal.
El instrumento de todo el aparato de regimentación y censura previa eran
las denominadas Sprachregelungen (reglas de lenguaje), directrices contenidas
en breves instrucciones diarias del Ministerio de Propaganda y transmitidas
a todas las redacciones de periódicos del país. Tan pronto como cada direc­
tor había asimilado dichas instrucciones, estaba obligado a destruir todo ras­
tro de ellas y a firmar una declaración jurada en tal sentido. Estas directrices
resultaban tan minuciosas y tan aniquiladoras de toda iniciativa periodística
que el propio Goebbels, en un momento de candor, admitió: “Cualquier hom­
bre a quien le quede el menor resto de honor se cuidará muy bien en el fu­
turo de hacerse periodista”.11 Pero unos pocos periodistas, lejos de lamen­
tar el hecho de que sus columnas se hubieran convertido en tablones oficiales
de noticias, acogieron favorablemente el plan de Goebbels porque les exi­
mía de toda responsabilidad.
Las directrices en asuntos de prensa eran asombradamente minuciosas. Ti­
tulares como: E l c o m a n d a n t e e n j e f e d e l a A r m a d a r e c i b e a l F ü h r e r eran
declarados inadmisibles, porque un subordinado no podía recibir a su jefe
supremo. No se podía mencionar a Thomas Mann, ni siquiera para criti­
carle, porque su nombre debía ser borrado de la memoria de los alema­
nes. Lo mismo debía hacerse con Charles Chaplin. Greta Garbo, en cambio,
debía ser objeto de un trato amistoso. Más positiva aún —sijmpathisch,
incluso— debía ser, obligatoriamente, la actitud de la prensa ante el ma­
trimonio del duque de Windsor. No debía haber fotografías de prensa
mostrando a ministros asistiendo a banquetes, ni notas alusivas a este hecho.
Otras noticias censuradas fueron los brotes de envenenamiento de ganado
debido a la acción del potasio alemán de los forrajes, un accidente automo­
vilístico sufrido por von Ribbentrop, en el que su hija mayor había resultado
gravemente herida, y la participación de Fráulein Hess en la exposición cani­
na de Berlín. La cuestión de si Jesús había sido o no judío no debía ser abor­
dada, pues no podía ya ser resuelta después de dos mil años. Los casos de
corrupción racial examinados por los tribunales debían ser citados con el má-
418 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ximo cuidado, omitiendo detalles tales como: “El judío X. Y. frecuentaba el


burdel alemán de Z.”. Y, por último:
“La ejecución de las penas de muerte está sujeta a una normativa unificada
en todo el territorio del Reich. En el futuro, todos los criminales serán ejecu­
tados en la guillotina, y las ejecuciones serán centralizadas en unas pocas ciu­
dades. Para evitar que la mención demasiado frecuente de dichas ciudades
pueda dañar su reputación, las informaciones de los periódicos citarán sola­
mente la ciudad en la que el tribunal ha dictado sentencia, y no el lugar
donde ésta habrá de ser ejecutada.” 15
Pero, a pesar de la amplitud y detalle de estas directivas, los riesgos pro­
fesionales de los periodistas durante el Tercer Reich siguieron siendo consi­
derables. Una “hoja de distrito” de escasa importancia, la Schweinitzer Zei­
tung, fue temporalmente suspendida porque, en el número dedicado al cum­
pleaños de Hitler de 1935, aparecía en la portada una gran fotografía del
Führer que tapaba las primeras siete letras del membrete del periódico, letras
que formaba la palabra Schwein (“cerdo”). En otra ocasión, dos líneas de im­
prenta que habían sido inadvertidamente invertidas por el tipógrafo, de
modo que el elogio de un funcionario local del partido que se retiraba con­
cluía con el peyorativo final de la nota necrológica de un ministro francés,
provocó una investigación de la Gestapo acerca de un periódico regional
en Brunswick.16
A un periodista del Berliner Tageblatt le fue impuesta una multa de 200
marcos por ser autor del titular humorístico: F e l i z a p e s a r d e e s t a r
c a s a d o . Un colega suyo que había escrito un reportaje acerca de las Ju­

ventudes Hitlerianas fue convocado a las oficinas locales de dicha organiza­


ción, donde el ayudante de von Schirach le insultó y le propinó un sonoro
bofetón. Pero eran los suplementos culturales de los periódicos los que eran
causa de mayores riesgos. Un colaborador del Frankfurter Zeitung sufrió
una breve pena de prisión con motivo de una nota sobre Van Gogh, y otro
corrió la misma suerte a causa de un comentario dedicado a Virginia Woolf
después del suicidio de ésta, en 1941.17 Como veremos más adelante, un pe­
riodista fue despedido de la redacción de Das Reich por criticar negativa­
mente una pintura que Hitler había regalado al Gauleiter de Munich con
ocasión del matrimonio de éste. Un miembro de la redacción del suplemento
del Berliner Tageblatt que había omitido mencionar a Amo Breker en un
artículo acerca d e los jóvenes escultores perdió el derecho a ejercer el perio­
dismo. (El instigador de esta medida fue el propio artista ultrajado.) *
No obstante, como contrapartida de estos inconvenientes, el suplemento
ofreció también, en un principio, un limitado margen para el ejercicio del

9 Ver el capítulo sobre arte, p. 454.


LA PRENSA Y LA RADIO 419

ingenio crítico, tanto en los temas políticos como en los culturales. El crítico
teatral del Franlcfurter Zeitung, al comentar la pieza de Moeller Rothschild
gana en Waterloo, logró impugnar la credibilidad de la misma mediante fra­
ses ambiguas tales como: “El autor se preocupa menos de la autenticidad his­
tórica que de las implicaciones morales”.18
Esta crítica apareció dos años antes de la promulgación del importante
decreto de Goebbels, de noviembre de 1936, según el cual la crítica debía
ser sustituida por la “consideración del arte”. Pero incluso después de este
decreto existían algunas posibilidades. Gert Teunissen, el crítico de arte del
Kolnischer Zeitung, consiguió introducir una nota irónica en sus comentarios
a las exposiciones anuales de Munich mediante el uso de expresiones como
“exactitud matemática” y “a prueba de bombas”, o de frases como “el yeso
de París permite dejar la superficie lisa como un espejo”.19 También la crítica
literaria encontró una salida para la veracidad de los comentarios a obras
sobre las figuras de César, Cromwell o Napoleón, que proporcionaban opor­
tunidades evidentes de establecer implícitos paralelismos con el totalitarismo
contemporáneo.
Aunque los escritores que formaban parte de la redacción del Berliner
Tageblatt, del Kolnischer Zeitung y del Frankf urter Zeitung o de publicacio­
nes periódicas como el Deutsche Rundschau se aprovechaban ocasionalmente
de estas oportunidades, los periodistas del Tercer Reich, en su conjunto, en­
contraron sus privilegios en ámbitos totalmente diferentes. Los ortodoxos se
sintieron corporativamente ensalzados, ya que Hitler, a raíz de la publicación
de Mein Kampf, solía darse la calificación profesional de “escritor”. Según
una típica efusión de un escriba del partido:
“Un periodista nace de la misma manera que nace el dirigente, con el que
está estrechamente vinculado. Sólo en la actividad periodística la visión pro-
fética del diligente adquiere la forma de intuición poética... Así como el
poeta marcha junto al rey, el periodista debe marchar con el dirigente. El
dirigente adivina la esencia del alma popular por su visión intuitiva; el pe-
rodísta lo hace escuchando su lengua.” 20
Un privilegio más prosaico concedido a los periodistas se relacionaba con
el hecho de que las secretas “reglas de lenguaje” les permitían una visión
de las realidades políticas y diplomáticas que se negaba a la población en
general. Los periodistas eran los únicos ciudadanos del Tercer Reich que es­
tuvieron oficialmente informados de que el órgano central del partido nazi
publicaba falsedades. El 9 de enero de 1940, se les comunicó que “el artículo
publicado en el Volkischer Beobachter de hoy acerca del origen judío de
algunos estadistas británicos es muy lamentable. Las afirmaciones que en él
se hacen son extremadamente incorrectas”.21
Otro privilegio —indudablemente mucho más apreciado— de que goza­
420 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ron unos pocos periodistas durante la guerra fue el acceso, merced a los bue­
nos oficios del Ministerio de Propaganda, a los periódicos extranjeros y a los
films procedentes de los países aliados retenidos por la censura. (Antes de
1939, los habitantes de las grandes ciudades habían podido aún leer órganos
de la opinión extranjera “moderada”, como The Times, L e Temps y el Ήene
Ziircher Zeitung adquiriéndolos en los kioscos o leyéndolos detenidamente en
los cafés, aunque el ser visto comprando periódicos extranjeros no era lo más
adecuado para hacerse mirar con buenos ojos por el partido o por la Gestapo.)
El hecho de que los periodistas tuvieran mejor acceso a la información
no les daba necesariamente una visión más precisa de la realidad. Rudolf
Kircher, director del Frankfurter Zeitung, estaba, por lo que se vio, tan mal
informado, que sufrió una crisis nerviosa durante una reunión editorial, cuan­
do llegó al periódico la noticia del ataque alemán a Polonia. Cuando Marga­
ret Bovery fue enviada a Nueva York, en el verano de 1940, para seguir el
desarrollo de la guerra desde un observatorio neutral, sus colegas comentaron
que tal viaje no tenía sentido, pues la guerra habría terminado antes que
la corresponsal llegase a las costas americanas.22 Pero, indudablemente, el
mayor beneficio —desde un punto de vista puramente material— que el régi­
men concedió a la profesión periodística consistió en borrar los efectos de la
Depresión, que había dejado a tantos de ellos sin trabajo.
Aunque las purgas y las medidas de “coordinación” crearon trastornos en
este sentido, no escasearon, para los aspirantes gratos al régimen, las vacan­
tes en la prensa del partido, en continua expansión, en las secciones de pro­
paganda del aparato del partido, que proliferaban sin cesar, y en los depar­
tamentos de relaciones públicas de una industria floreciente. El semanario
Der SA-Mann, por ejemplo, vendía 750.000 ejemplares, cifra que no era, des­
de luego, consecuencia de la calidad de su contenido, sino de la efectivi­
dad de las campañas de suscripción promovidas por la SA.
Los sistemas de promoción de la prensa nazi quedan bien ilustrados por el
propio diario local de Julius Streicher, el Frankische Tageszeitung, que envió
la siguiente circular a los lectores para renovar sus suscripciones:
“Su propósito revela una actitud muy peculiar hacia nuestro periódico, que
es un órgano oficial del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán, y espera­
mos que se dé usted cuenta de ello. Nuestro periódico merece, sin duda al­
guna, el apoyo de todo alemán. Continuaremos enviándole los ejemplares que
vayamos publicando, en la espera de que no deseará usted exponerse a con­
secuencias desagradables en caso de cancelar la suscripción.” 23
La otra empresa periodística de Streicher, mucho más conocida, Der Stür-
mer, alcanzó un extraordinario desarrollo; saltó de un promedio de 65.000
ejemplares en 1934 a casi 500.000 en 1937.24 La cantidad de falsedades que
se publicaban en este periódico, cada ejemplar del cual leía Hitler ávida­
LA PRENSA Y LA RADIO 421

mente de punta a cabo, era tan extraordinaria que, ocasionalmente, las pro­
pias autoridades nazis se veían obligadas a retirarlo de la circulación.® Pero
la perversión de la verdad era sólo una faceta de la perversión general que
hizo del Stürmer un modelo de periodismo nazi. Un representativo titular
aparecido en él en 1933 decía: J u d ío m u e r t o : F r i t z R o s e n f e l d e r e n t r a e n
r a z ó n Y s e a h o r c a . Una típica “carta abierta” contenía estas palabras de un

oficial de las SS a un funcionario del gobierno destituido con ocasión de una


purga: “¿Recuerda usted la memorable noche en que le di una ondulación
permanente a su torcida espina dorsal con una fusta?”.25
No obstante, sería erróneo deducir de los ejemplos citados que el sadismo
y la vulgaridad dominaban la prensa del Tercer Reich, pues aunque el Stiir-
mer tiraba medio millón de ejemplares y era leído por un número aún mayor
de personas —su exhibición callejera lo hacía objeto de la rápida lectura de
millones de transeúntes—, muchos padres de familia (aunque fuesen polí­
ticamente conformistas) lo desterraban de sus hogares por razones de respeta­
bilidad, y a las mujeres no les agradaba ser vistas leyéndolo. Los deseos de
este segmento del público lector eran satisfechos en parte por la prensa ilus­
trada, aspecto importante de la actividad editorial nazi. Enormemente popu­
lares tanto en la paz como en la guerra, las revistas ilustradas cubrían la rea­
lidad con un barniz compuesto de mística y de elevación. Eran típicas las
reproducciones a una tinta, a toda plana, que aparecían en la Berliner Illus-
trierten Zeitung y formaban la serie “Retratos del alma alemana”, evocaciones
de contemplativa serenidad, con títulos como “En el mágico encanto de la
musa”, “El paso de María por las montañas”, “El cuento de hadas” y “Én
el bosque”.** La popularidad de las revistas ilustradas era, en cierta medida,
un resultado secundario del descenso del interés del público por los periódi­
cos después de que la “coordinación” uniformizó el panorama periodístico.
El total nacional de ejemplares de periódicos impresos diariamente des­
cendió —a la vez que disminuía el desempleo— de 20,25 millones a princi­
pios de 1934 a 18,75 millones a mediados de 1935.20 En 1936, se puso en mar­
cha una campaña contra la indiferencia del público hacia la prensa. Por todas
partes, los carteles proclamaban: “Quien no lee periódicos vive en la luna”, o
bien: “Quienes leen periódicos progresan más rápido”. Un factor que contri-

° “E l diputado presidente de la policía de Breslau anuncia la confiscación del


número 32 del semanario, Der Stürmer, que se edita en Nuremberg. Con el titular
“Asesinato ritual en Breslau” , el Stiirmer publicaba un extenso reportaje sobre el asesinato
sexual de los hijos de la familia Fase en 1926, reportaje que, en líneas generales, es
completamente falso y que, además, puede desprestigiar al estamento policíaco en sumo
grado.” (Cf. Beobachter am Main, publicado en Aschaffenburg, 21 de agosto de 1934.)
Los pintores eran, respectivamente, Max Klinge, Josef von Furich, Hans Thomas y
Moritz von Schwind, nombres que constituían en sí mismos un programa artístico.
422 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

buyó al generalizado descenso de las tiradas fue la reacción de algunos de


los antiguos lectores de la proscrita prensa marxista (es decir, de las publica­
ciones comunistas, socialistas y sindicales), que abandonaron por completo la
lectura de periódicos, mientras otros se pasaban a la prensa católica. En 1934,
los periódicos católicos de Renania-Westfalia aumentaron su número de lec­
tores, pero posteriormente fueron eliminados, y se produjo una reducción ge­
neral del número de periódicos. De un total general de 4.700 diarios en el
momento del ascenso de los nazis al poder, una tercera parte había dejado
de publicarse a fines de 1934; diez años más tarde, aparecían en el Reich
menos de 1.000 diarios. Entre 1933 y 1938, el total nacional de 10.000 publi­
caciones periódicas y revistas especializadas se había reducido a 5.000, cifra
que da idea del declive de la vida intelectual bajo el nazismo, aunque la con­
tinuidad de algunas publicaciones especializadas privaba aún a una minoría
educada de la plena conciencia de tal declive.
La guerra, durante la cual la atención del público se centraba más que
nunca en las noticias de actualidad, produjo un aumento del total diario de
circulación de periódicos: de 20,5 millones se pasó a 26,5 millones. La circu­
lación de semanarios y revistas ilustradas casi se duplicó, al pasar de los
11,9 a los 20,8 millones. Así, en el campo de la prensa, al igual que en otros,
los súbditos del Tercer Reich preferían la ilusión a la realidad.27 La guerra
dio lugar también a importantes modificaciones en la propiedad de la prensa.
Aún en 1939, el total de circulación diaria de los periódicos del partido ascen­
día sólo a la mitad de la de la prensa no perteneciente a aquél, pero, para
1944, el partido controlaba las cuatro quintas partes de los diarios que subsis­
tían. En proporción al crecimiento del imperio particular de Himmler dentro
del estado nazi, el Schwarzes Korps no dejó de ganar influencia y autoridad.
Se erigió en censor de todo el resto de la prensa, manteniendo a todas las
publicaciones bajo constante vigilancia y reprendiéndolas regularmente por
faltas tan insignificantes como la publicación de horóscopos, seriales de intri­
ga al estilo de Edgar Wallace y secciones tipo “Corazones solitarios”.
En 1940, el renovado interés por las noticias y los periódicos llevó a Goeb­
bels a crear el semanario Das Reich, arma para la guerra psicológica cuyo
poder se hizo formidable debido a la habilidad literaria invertida en su reali­
zación. Das Reich empleaba a un impresionante equipo de periodistas bur­
gueses y escritores de la emigración interior (Oskar Loerke, Luise Rinser,
Gertrud von Le Fort, Albrecht Goes), mientras que las frecuentes colaboracio­
nes del propio Goebbels compensaban la pobreza del estilo con la densidad
de contenido político. Tanto su contenido como su forma hicieron de Das
Reich el más claro ejemplo del éxito de la promoción de la prensa nazi. En
1943, su tirada era de un millón y medio de ejemplares.28
En este mismo año se produjo la desaparición del Frankfurter Zeitung,
LA PRENSA Y LA RADIO 423

periódico tan vilipendiado antes de 1933 como portavoz del judeo-liberalismo


que la continuidad de su aparición sorprendía a los lectores crédulos, que
veían en ello la muestra de una inusitada tolerancia. Aun cuando el periódi­
co había comprado su supervivencia sirviendo los propósitos del régimen a
su manera seria y elegante, nunca dejó de constituir una invitación a los ata­
ques de los integristas nazis. Las aisladas pero constantes muestras de su dis­
conformidad con el modelo general del periodismo nazi —como el criticar la
destitución del profesor Oncken,29 afirmar que el estreno de la ópera Lulá,
de Alban Berg, constituía un gran día para Zurich, y el menciona!· la adic­
ción al alcohol y a la droga del bardo canonizado por el partido, Dietrich
Eckart—30 escandalizaron grandemente a los círculos nazis. En el verano
de 1943, la situación llegó a su límite cuando el periódico publicó una valo­
ración poco favorable de la obra del profesor Troost. A su viuda no le fue
difícil excitar la ira de Hitler contra quienes criticaban a su primer arquitecto
oficial. El Frankfurter Zeitung dejó de publicarse instantáneamente.
Poco después, su subdirector, Erich Welter, fue convocado por Max Amann,
quien le comunicó sencillamente: “Quizá sería más simple que los hi­
ciésemos fusilar a todos, pero queremos darles otra oportunidad. Queremos
efectuar un cruce entre la solvencia política del Volkischer Beobachter y la
competencia periodística del Frankfurter Zeitung”.31
Un adecuado epitafio para la prensa nazi lo constituye el hecho de que
poco antes de que el órgano principal del partido fuera impreso por última
vez, su propietario había pensado convertirlo en un diario de noticias.
El papel determinante de la radio para el nazismo queda reflejado en la
declaración de Hitler: “Sin automóviles, películas sonoras y radio, no sería
posible la victoria del nacionalsocialismo”. De la misma manera en que el
rápido ascenso de la adhesión al partido nazi coincidió con el advenimiento
del cine sonoro, la era nazi coincidió con el rápido aumento de la posesión
de aparatos de radio por parte de casi todas las capas sociales. En el momen­
to de la toma del poder, 4,5 millones de hogares (de un total posible de 20
millones) poseían aparato de radio; en 1942, la cifra se había casi cuadrupli­
cado: era de 16 millones sobre un total de 23, los que formaban la Gran Ale­
mania.82 Es decir, que el 70 por ciento de los alemanes (en las ciudades la
proporción era del 80 por ciento) escuchaban la radio. Ésta se había conver­
tido, pues, de un artículo minoritario en un verdadero medio de comunica­
ción de masas. Esta expansión, que formaba parte de un proceso a escala
mundial, fue acelerado en Alemania por el éxito del régimen al producir apa­
ratos de radio al alcance de los más pobres. Poco después de la instauración
del nazismo, el VE 3,31 (Volksempfanger, “receptor popular”) —cuyo precio
de venta era de 76 marcos, es decir, 6 libras esterlinas— comenzó a produ­
cirse en gran escala. Algún tiempo después, el aparato de radio más barato
(424 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

del mundo, el DKE (Deutscher Kleinempfanger, “minirreceptor alemán”),


apareció en el mercado al precio de 35 marcos, es decir, una cantidad algo
superior al salario semanal de un obrero industrial medio.
La extrema importancia que el régimen atribuía a la radio se manifestó
en muchas otras formas: durante su primer año de mandato, Hitler protago­
nizó no menos de cincuenta emisiones radiofónicas. Para resolver los proble­
mas que planteaba la relativa escasez de receptores, se instituyeron las audi­
ciones colectivas. La escucha colectiva de las emisiones importantes se con­
virtió en una de las características de la vida pública en la Alemania nazi.
Muchos programas eran radiados en horas de trabajo, y las fábricas y ofici­
nas debían suspender toda actividad en esos espacios de tiempo, de modo
que toda la población trabajadora del país hubiera de escucharlos. Todos los
restaurantes y cafés debían estar provistos de aparatos de radio en previsión
de tales audiciones colectivas, y se instalaron altavoces en las calles.33 Aun­
que la guerra interrumpió un vasto plan de construcción de 6.000 altavoces
con sus correspondientes pedestales, no cabe duda de que el Tercer Reich
cubrió el país con una red radiofónica más densa que cualquier otro país del
mundo.34 Los hilos humanos de esta densa red eran los “responsables de ra­
dio”, miembros del partido cuyo deber era persuadir a los habitantes de su
bloque de viviendas para que escuchasen los programas patrocinados por el
partido, espiar a los oyentes de emisoras extranjeras y elaborar informes acer­
ca de las reacciones de los radioyentes, preferencias y peticiones de los mis­
mos a una agencia coordinadora central.35
Esta actividad no debe ser subestimada, pues los nazis fueron cualquier
cosa excepto antidemocráticos en su enfoque de las programaciones. El des­
tacado comentarista de radio Hans Fritsche definió esta política en una su­
cinta frase: “La radio debe llegar a todos o no llegará a nadie”.80 Mien­
tras, en los primeros meses posteriores a la toma del poder, la programación
se había centrado en aspectos elevados de la cultura, en el año siguiente se
produjo un cambio radical de criterio. Con el fin de mantener a los oyentes
a la escucha de las emisiones de propaganda, los nuevos directores de emiso­
ra sustituyeron los recitales de Reethoven, con los que hacía poco habían
llenado las ondas, por programas de música ligera.
El creciente aumento de los programas musicales, especialmente de música
ligera, reflejaba una tendencia característica de la planificación radiofónica
nazi. Entre 1932 y 1937, la duración de los espacios musicales aumentó en
una quinta parte, del 58 al 69 por ciento87 (siete octavos de este aumento
correspondían a música ligera).38 Durante los años de la guerra se acentuó aún
más esta tendencia, sobre todo después de 1942, cuando los “responsables de
radio” informaban que los radioyentes, fatigados por el trabajo, las alarmas
aéreas y las colas, ansiaban escuchar programas ligeros y sedantes.39
LA PRENSA Y LA RADIO 425*

Los programas musicales pasaron a ser fundamentalmente de tipo evasi­


vo, y presentaron óperas ligeras de maestros decimonónicos como Weber,
Lortzing, Cornelius y Nicolai, además de operetas. Las obras de Johann
Strauss eran radiadas con tanta frecuencia que un director observó: “Cierta­
mente, no somos tan pobres como para que Die Fledermaus o la obertura de
El harón gitano hayan de ser radiadas diariamente...” 40 Pero, cuando la ex­
clusión de compositores no arios hubo reducido considerablemente el campa
de elección, se recurrió una y otra vez a Strauss, Lehar, Paul Lincke y a
figuras menores como Eduard Kunecke y Emil Reznicek. Además, se radiaba
una cierta cantidad de música de baile —cuyo grado de síncopa variaba
según la intensidad de la campaña contra la perniciosa influencia del saxofón
y del estilo hot—, así como música popular y marchas militares. Un intere­
sante aspecto de las emisiones de marchas militares era la predilección de
la radio alemana por transmitir el sordo martilleo del paso de la oca de los
desfiles en todas las ocasiones en que ello era posible.
Los actos públicos, así como las ceremonias militares, comenzaron a adqui­
rir una coreografía musical propia. Así, la marcha Badenweiler indicaba ai
oyente habituado la inminente llegada de Hitler, y poco a poco el radioescu­
cha aprendió también a qué formación militar correspondía cada marcha.
Los programas de humor en la radio nazi constituían una empresa un
tanto peligrosa, a causa de los tabúes que rodeaban tantos temas y situacio­
nes potencialmente humorísticas. Esta dificultad es ejemplificada por la reac­
ción de las autoridades nazis ante los intentos de satirizar la preocupación
del régimen por la fecundidad y la herencia. Es cierto que un semanario de
humor como Die Brennessel podía publicar este diálogo entre dos enamora­
dos: “¿Qué te parece si contribuyésemos en algo a la perpetuación de la
raza, Roswitha? —No tan deprisa, cariño. Recuerda que el abuelo tenía dia­
betes”. Pero las “vulgaridades” de este tipo en las ondas suscitaban duras
críticas oficiales: “Si el partido se ha propuesto estimular en nuestra juventud
el deseo de contraer matrimonio y de procrear, ningún locutor deberá burlarse
en el futuro de estas cuestiones en forma más o menos ambigua”.41
Un ejemplo típico de programa de radio acorde con los deseos oficiales
—políticamente impecable, ligado a la tierra y adecuadamente elevado— era
la serie “Nación alemana y Tierra alemana”, de 1935, “encaminada a dar a
los habitantes de las ciudades la conciencia de las fuerzas de crecimiento orgá­
nico tal como se manifiestan en la eterna rueda de las estaciones”.42
“La serie se propone, como mínimo, reintegrar el alma del hombre urbano
a la vida del campo. Proyectamos dar una representación cíclica del año rural
en cuatro emisiones: ‘Un día de invierno en el campo’ (Leipzig), ‘La siem­
bra y las canciones de primavera’ (Munich). Έ1 verano en Suabia’ (Stutt­
gart) y ‘Festival de otoño’ (Frankfurt). Además de éstas, habrá emisiones
426 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

acerca de la relación entre el campesino y los hombres de otros oficios: mozos


de granja y sirvientas, marineros y artesanos (Colonia), en los cuales no falta­
rá una nota humorística y divertida: "Agricultor y minero’ (Breslau), ‘La
tienda verde’ —sinfonía sobre los bosques alemanes— (Konigsberg), ‘Sol,
mar y arena’ (Hamburgo) y ‘Soldados y agricultores en tierra Markische
(Berlín). La serie se cerrará con ‘Las edades del hombre’, en tres fases, que
presentarán la vida campesina ante el nacimiento, el matrimonio y la muerte.
La muerte del campesino no es un final; la sangre y la tierra son eternas.” 43
Las emisoras locales tenían una doble función: emitir programas para su
región o bien para retransmisiones a nivel nacional. Con excepción de las
retransmisiones de carácter político y ritual, los radioyentes podían elegir
entre el programa de su emisora regional y el programa nacional del Deutsch-
landsender. Durante la guerra, en las horas de máxima audiencia de los do­
mingos por la tarde, por ejemplo, podían escuchar música ligera por la onda
local o sintonizar los conciertos de música sinfónica que radiaba el Deutsch-
landsender desde Berlín o Viena. Las orquestas eran la Filarmónica de Ber­
lín o de Viena, dirigidas por Wilhelm Furtwangler y Clemens Krauss.
Sin embargo, estas emisiones no constituían un verdadero Tercer Progra­
ma, pues, por lo general, los conciertos sinfónicos tenían un límite de tiempo
de una hora, lo cual impedía la transmisión de obras más largas y complejas.
Había algunas excepciones, como la Séptima Sinfonía de Bruckner, especial­
mente grata a las autoridades nazis.44 La obertura de Los maestros cantores
y la Heroica eran transmitidas, con carácter ritual, en las grandes ocasiones:
la primera precedía el panegírico anual que Goebbels dedicaba a Hitler con
motivo de su aniversario, y la segunda servía de introducción al discurso de
Hitler con ocasión del Día de los Caídos.
Durante la guerra, los domingos eran días de gran escucha. Había dos
programas especialmente preferidos por el público. Una minoría educada es­
peraba durante toda la semana la radiación de Das Schatzkastchen (El cofre
del tesoro), emisión matinal compuesta por piezas de música de calidad in­
tercaladas con fragmentos poéticos y dramáticos tomados de los clásicos ale­
manes. El interés del público mayoritario se centraba en el programa de la
tarde “El disco solicitado”, de dos horas y media de duración, consistente en
un pupurri de canciones de moda, canciones de guerra, arias de ópera, pie­
zas famosas de concierto y grabaciones de actores de teatro. Este programa
era de interés nacional, pues cada pieza era solicitada por un soldado (cuyo
nombre se mencionaba) y dedicada a un pariente, o viceversa. La importan­
cia concedida a estos conciertos, tanto por el público como por el gobierno,
quedó reflejada, como ya hemos visto, en la popularidad del film Wunschkon­
zert (El disco solicitado) (ver. p. 409). Las grandes empresas se procuraban
tiempo de propaganda gratuito mediante grandes donativos a los servicios
LA PBENSA Y LA KADIO 427

asistenciales del ejército, y los programas solían alcanzar su punto culminan­


te con la llegada de un visitante sorpresa, como un soldado de algún peligroso
sector del frente a quien se había concedido un permiso no previsto. El disco
solicitado era siempre retransmitido desde Berlín; las fuerzas armadas, con
excepción del invitado sorpresa, no participaban de manera destacada en la
retransmisión. No era así en las series “teatros del frente”, retransmitidas desde
las bases inmediatas al mismo, en las que actuaban artistas ante las tropas.45 #
Durante la guerra, la población civil —a pesar del esfuerzo que realizaba
en la industria y en la defensa pasiva— recibía mucha menos atención y hala­
gos que las fuerzas armadas por parte de los directores de programación.
Otra interesante característica de la radio alemana durante la guerra fue la
prohibición de la transmisión de servicios religiosos, como sustitutivo de los
cuales se ofrecían al público emisiones con vagas connotaciones religiosas,
por ejemplo, un programa acerca de la naturaleza de la piedad alemana.
Un tema de interés mucho mayor que la plegaria fue, durante la guerra,
la venganza, tema desarrollado en 1944 en una emisión desde una base de
lanzamiento de proyectiles V, junto al Canal de la Mancha. En aquellos mo­
mentos, los comunicados especiales de victoria, precedidos por fanfarrias y
cerrados por una marcha adecuada al teatro de operaciones (Marchamos con­
tra Inglaterra para Gran Bretaña, Centinela del Rhin para Francia, Canción
de los Balcanes para Grecia, etc.), eran muy escuchados, y la acogida de los
oyentes a la transmisión del lanzamiento fue tan favorable que hubo de ser
repetida a petición del público. Pero el Tercer Reich no habría sido lo que
era si, al final de las emisiones de cada día, no se hubiera obsequiado a los
oyentes con una ridicula yuxtaposición de realidad y sentimentalismo. El
último boletín nocturno de la Wehrmacht, que solía terminar con la frase: “Se
han registrado bajas entre la población”, iba siempre seguido por la canción,
interpretada por Maria von Schmedes, Otro hermoso día llega a su fin.
Hasta el mismo final de la guerra, la radio conservó su papel clave en la
transmisión de órdenes e impulsos desde el centro a la cada vez más reducida
periferia. La transmisión de las palabras de Hitler pocas horas después de
que corriera el'rumor de su muerte, el 20 de julio de 1944, constituyeron un
factor capital en el reforzamiento de la moral en aquellos momentos crucia­
les de la historia de Alemania. Por el contrario, el 2 de mayo de 1945, la emi­
sora de Flensburg anunció la muerte de Hitler y el fin del Tercer Reich a un
auditorio que, hablando en metáfora, había ya desconectado el aparato.

0 L a Truppenbetreuung, organizada conjuntamente por la W ehrmacht y las organi­


zaciones de A la Fuerza por la Alegría, gozaba de prestigio ante la opinión pública
porque se esforzaba por estar a la altura de su pretensión de que el soldado alemán
tenía los mejores mandos, el mejor entrenamiento, las mejores armas y las mejores diver­
siones del mundo.
27

LA MÚSICA

No es casual el hecho de que Thomas Mann, en Dr. Fausto, novela en la


que se propone describir el alma alemana, eligiera como protagonista a un
compositor, Leverkuhn. Desde hacía mucho tiempo, la música había sido espe­
cialmente apreciada por los alemanes, hecho en el que los teutomaníacos vie­
ron la prueba de la sublime elevación del alma nacional, mientras que los
escépticos relacionaban la excelencia de algunas naciones en el arte sin pala­
bras con su aceptación de la tiranía.
El nazismo, corrompido descendiente del romanticismo alemán, heredó de
éste el concepto de la música como mágico acceso del alma a lo Infinito.
Y añadió a esta concepción elementos de cosecha propia: la música cora»
metrónomo para la marcha y como acompañamiento al soñar colectivo.
A partir del momento de la toma del poder, el régimen bañó el país en
música como en un líquido fetal. En Bayreuth, la bienvenida que Frau Wini­
fred Wagner daba todos los años al Führer simbolizaba la imposición de ma­
nos del inmortal fantasma (según parece, el Rienzi de Wagner había desatado
por primera vez los demonios en el alma adolescente de Hitler). En Nu­
remberg, los rugidos que se elevaban en la Reunión Anual del partido con­
tenían ecos de Los maestros cantores. Los cuarteles, campamentos del Frente·
del Trabajo y clubs de las Juventudes Hitlerianas de todo el país, respondían
a la orden Ein Lied-zwei-drei!, al igual que los patios de los campos de
concentración.
Con el sacramento del canto los nazis veneraban a su santo patrón, Horst
Wessel mártir, y conmemoraban el heroico Kampfzeit. Los preludios de Liszt
eran utilizados como introducción a los Sondermeldungen de la guerra, los
comunicados especiales de victoria transmitidos por radio. Y, finalmente, el
LA MÚSICA 429

Tercer Reich expiró a los compases de un movimiento lento de la Séptima


Sinfonía de Bruckner, emitido por Radio Berlín tras el suicidio de Hitler.
Es de todos reconocido que el período de Weimar constituyó una edad de
oro de la música. En Alemania nació la música atonal, y junto a los compo­
sitores de música tradicional, como Richard Strauss y Hans Pfitzner, fueron
apareciendo los portavoces del modernismo —Schoenberg, Alban Berg, Hin­
demith— en los programas orquestales y de ópera, así como en los conserva­
torios. Se celebraban festivales musicales en honor de los ilustres desapareci­
dos (de Wagner en Bayreuth y de Mozart en Salzburg), mientras que Baden-
Baden y Donaueschingen eran cajas de resonancia para los compositores
vivos. Leo Kestenberg introdujo un importante cambio en la enseñanza al in­
cluir la música instrumental en el programa de aquélla y relacionar la música
con la cultura en general. En el campo de la dirección de orquesta, brilla­
ron en el firmamento de Weimar cinco estrellas con más luz que las otras:
Felix Weingartner, Wilhelm Furtwángler, Otto Klemperer, Bruno Walter y
Erich Kleiber. En resumen, el mundo musical alemán rebosaba vitalidad e
inquietud, y centros como Berlín se convirtieron, después de la primera gue­
rra, en Meca internacional de estudiantes, amantes de la ópera y aficionados
a los conciertos.
El ascenso al poder del nazismo constituyó un desastre para la música. Se
interrumpió la actividad musical y la amplia corriente que hasta entonces se
había enriquecido de variadas fuentes quedó helada en una inmovilidad clá­
sica y romántica. Todo cuanto era moderno fue condenado: la atonalidad, las
últimas obras de Stravinsky, buena parte de las de Hindemith, las obras in­
fluidas por el jazz, como Johnny spielt auf, de Krenek, y L a ópera de tres
reales y Mahagonny, de Kurt Weill. El éxodo de talentos musicales incluyó
a los compositores Schoenberg, Berg, Krenek, Schreker, Weill, Eisler, Toch,
Hindemith, Wehern, Carl Ebert, Adolf y Fritz Busch, Arthur Schnabel,
Alfred Einstein, Alexander Goehr, Leo Blech, Lotte Lehmann y Elisabeth
Schumann. De los cinco grandes directores de orquesta antes mencio­
nados, tres —Walter, Klemperer y Kleiber— emigraron debido a su condi­
ción de no-arios, y Weingartner regresó a su Austria natal.
En cuanto a Furtwángler, a pesar de sus iniciales gestos de desafío, tales
como apoyar a Hindemith, acabó por llegar a un modus vivendi con el régi­
men, de lo cual ambos se beneficiaron. Esto le valió un bofetón de Toscanini,
pero le valió también gozar de la máxima seguridad durante la guerra: cerca
de él, coches patrulla de las SS montaban guardia permanente para alejarle
con toda rapidez de las ciudades amenazadas por un bombardeo.
La aceptación por parte de Richard Strauss del puesto de presidente de la
Cámara Nacional de Música fue una importante victoria de prestigio para el
nuevo gobierno. Posteriormente (en agosto de 1935), el gran compositor re­
430 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

nuncio al cargo “en razón de su avanzada edad”, y ello se atribuyó al des­


contento de las autoridades por su colaboración con el libretista judío Stefan
Zweig,* pero en aquellos momentos el régimen estaba ya sólidamente esta­
blecido y el gesto de Strauss tuvo poca resonancia.
El gran intérprete (y a veces libretista) de Strauss, Clemens Krauss, men­
cionó la permanencia del maestro en Alemania como razón para su propia
residencia en el país; después de la guerra declaró que, de haber sido nece­
sario, habría ido a la Rusia de Stalin para dirigir el estreno de Arabella.
En el otro extremo de las actitudes, Karl Amadeus Hartmann prohibió la in­
terpretación en Alemania de todas sus obras, a excepción de su cuarteto de
cuerda basado en temas judíos.
Como es de suponer, los temas judíos fueron totalmente eliminados de los
repertorios musicales del país, y algunos prestigiosos compositores alemanes
llegaron a colaborar con el régimen en este “proceso de limpieza”: Cari
Orff y Wagner-Regeny aceptaron componer partituras para sustituir· la mú­
sica incidental de Mendelssohn para El sueño d e una noche de verano.
La cuestión judía afectó también la vida privada de numerosas figuras de
la música: una nuera de Richard Strauss era judía, y vivía bajo su protec­
ción; la famosa soprano wagneriana Frieda Leider seguía casada con un
judío que se había visto obligado a emigrar; y el compositor de opereta ad­
mirado por Hitler, Franz Lehar, estaba casado con una mujer judía, situación
de la que solía valerse para racionalizar su negativa a salvar de la cámara de
gas a su libretista Beda Lohner.
Un compositor no mancillado por simpatía alguna hacia los judíos ni por
relación niguna con ellos era Hans Pfítzner. Aunque aquel irascible octogena­
rio estaba identificado en lo esencial con la doctrina nazi —una de sus com­
posiciones se titulaba Von Deutscher Seele (Del alma alemana)—, se atrevió
a dirigirse a los nuevos gobernantes en términos de excepcional franqueza.
Cuando Goering rechazó enérgicamente su solicitud de una pensión del esta­
do calificándola de Schnorrerei (gorronería), Pfítzner le replicó: “Conservaré
su carta como ‘documento cultural’ de inestimable valor y como gesto se­
mejante al puntapié que administró impunemente a Mozart el obispo de
Salzburg. Heil Hitler!”.1
No es que Mozart se viera libre tampoco, después de muerto, de los ata­
ques de los teólogos. Los fanáticos nazis estigmatizaron Las bodas de Fígaro,
Don Juan y Cost fan tutti porque los libretos eran obra de Lorenzo da Ponte,
un judío bautizado. La flauta mágica, aunque inocua en lo referente a la
cuestión racial, no escapó tampoco a las censuras: fue calificada de vehículo

* Trabajaron conjuntamente en la ópera Die schweigsame Frau {La mujer silenciosa),


basada en la obra de Ben Jonson.
LA MÚSICA 431

de ideas masónicas. Esta acusación movió a Hitler a adoptar una excepcio-


nalísima actitud moderadora en la Reunión del Partido de 1938: “Sólo un
hombre carente de respeto por la nación condenaría La flauta mágica de
Mozart porque en algunos momentos la obra entrase en conflicto con sus
ideas”.2
Cuando quiera que el régimen lo juzgaba conveniente, las piezas musica­
les eran modificadas. Así, en Fidelio, se hacía resaltar la fidelidad conyugal
de Leonora a Florestan, y se desvirtuaban las escenas de prisión, tan impor­
tantes en la definición del contexto de la acción. Hermann Burte, teutoma-
níaco notorio, recibió el encargo de escribir un nuevo texto, de ambiente nór­
dico, para el Judas M accabeus de Handel. En su forma arianizada, el orato­
rio recibió el nombre de Wilhelm von Nassau, e Israel en Egipto fue transfor­
mado en Furia mogol. Esta manipulación de los clásicos musicales no se limi­
taba sólo a los textos: en un concierto de Schumann, patrocinado por la Co­
munidad Cultural Nazi, el Volkischer Beobachter aseguró haber descubierto
una nueva forma de interpretación merced a la versión que dio Wilhelm
Baclchaus del concierto para piano: “Schumann se ha convertido en heroico.
Aunque este maestro es interpretado a menudo de una manera suave y afe­
minada, de esta versión de Baclchaus surge una nueva imagen de Schumann:
la imagen de un Schumann alemán”.3
Relacionada con esta nueva imagen estaba la cuestión de los valores res­
pectivos de las claves mayor y menor, que inquietaba a algunos musicólogos
nazis. Uno de ellos creía que “para ser capaz de crear algo consistente en
clave mayor, es necesario estar poseído de mayores dotes y de mayor fuerza
interior de los que parecen necesarios para una composición en clave menor.
El que crea una obra en clave mayor ha llegado a comprender y a asumir la
contradicción y la paradoja de la vida”.4 Otro hizo el alarmante descubri­
miento de que un gran número de las canciones del movimiento no estaban
compuestas en clave mayor, y consideró lamentable que “precisamente en
estos días de nuestro despertar racial, parte de las nuevas canciones presentan
una clara afinidad con un sistema de sonidos foráneo”.5
Otro problema que preocupaba a los estetas nazis era la naturaleza de la
inspiración artística. En este punto, las opiniones variaban enormemente. Iban
desde el elitismo de Hitler hasta el igualitarismo estético de Hadamovsky,
director de la radio nazi.* Hitler hablaba de los artistas como seres misterio­
samente dotados de talento sobrehumano, mientras que el director de la red
de emisoras nazis sostenía que “el último aprendiz que silba una cancioncilla
mientras trabaja en su torno, hace, en esencial, lo mismo que el artista. Las
más grandes dotes del hombre se expresan de la misma manera en la obra

0 Hadamovsky había tenido actividades revolucionarias en 1918-1919.


432 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

de un compositor que en un jardín bien cuidado o en una viga de madera


recién pintada”.6
Se teorizaba incansablemente sobre lo que expresaban las varias formas
de arte y por qué. Y estas teorías eran escuchadas y discutidas con la mayor
seriedad:
“En la danza revivimos las grandes leyes primarias de la naturaleza. En
la danza del varón, el movimiento básico, semejante al ataque y al golpe, se
aproxima, inevitablemente, a la actitud del soldado. En el caso de la mujer,
la vibración instintiva es de carácter circular, y por ello se relaciona con la
•esvástica, con el misterio de la vida y su movimiento eternamente circular.”
Así escribía un discípulo de Rudolf Rode, el principal mistagogo nazi
de la danza.7
Los teóricos nazis veían en la danza una actividad altamente problemá­
tica, desde el punto de vista musical y desde el social. Musicalmente, erá un
■conglomerado de influencias foráneas: a las composiciones judías, de ritmo
vulgar, se añadía el jazz, música de negros, emanación de la jungla. Social­
mente, los entonces muy concurridos tés danzantes representaban el exclu­
sivismo burgués, enemigo del espíritu de comunidad del pueblo, y el baile
de salón una forma de egoísmo contrario al espíritu popular de la danza
comunitaria. Un peligro social adicional que comportaban todas las formas
■corrientes de danza era el de la depravación sexual. El Schwarzes Rorps
■condenó “ese tipo de música que sólo se puede bailar con la parte superior
del cuerpo echada hacia atrás y el abdomen apretado contra el de la pareja,
al tiempo que se agitan las caderas a la manera de un homosexual rijoso”.8
La misma reprobación moral estaba latente en la réplica de Goebbels a
una petición de Furtwángler: “Dada la escasez, a escala mundial, de mú­
sicos verdaderamente productivos, no podemos prescindir de un hombre co­
mo Hindemith”. Refiriéndose expresamente al último Neues vom, Tage, Goeb­
bels ironizó: “La ocasión no hace solamente al ladrón sino también al músico
atonal que, por puro sensacionalismo, crea escenas en las que aparecen mu­
jeres desnudas en la bañera en las situaciones más repugnantes y obscenas,
y después aliña tales escenas con las más atroces disonancias de impotencia
musical”.9 La disonancia era, por supuesto, la característica de la música
moderna que despertaba las más violentas iras del nazismo. Severus Ziegler,
director del teatro de Weimar, deseoso de jugar un papel en la música aná­
logo al de su hermano en el arte, organizó una exposición de “música degene­
rada”, en la que eran expuestos a pública deshonra compositores como
Mahler, Schoenberg, Kestenberg, Stravinsky, Milhaud, Hindemith y Weill.
Ziegler hizo la siguiente declaración: “No rechazamos la disonancia per se,
ni tampoco el enriquecimiento del ritmo, sino la disonancia como principio
y la irrupción de ritmos foráneos”.10 Esta inconcreta definición de la línea
LA MÚSICA 433

divisoria entre las innovaciones musicales proscritas y las permitidas era re­
flejo de una situación en que nadie sabía exactamente cuál era la actitud
oficial del partido. Algunas obras eran fáciles de criticar negativamente. La
Geigenmmik de Boris Blacher podía ser impunemente desdeñada como
“maullido de gatos”, y el casi bitonal Wirtin von Pinsk, de Richard Mohaupt,
fue retirado después de ser interpretado una sola vez en el teatro de la
Ópera de Dresden. Pero en el caso de Carmina Burana, (primera parte de
una trilogía de cantatas paganas), de Carl Orff, los comentarios habían
de ser prudentes:
“Es esta una significativa expresión de nuestros tiempos, aun cuando uno
se sentiría tentado a adoptar una actitud negativa. Representa una nueva
forma de teatro... Orff puede ser acusado de tendencias brechtianas y stra-
vinskianas... En la base misma de Carmina Burana está el simbolismo medie­
val de la rueda de la fortuna. Este fatalismo no corresponde a la imagen que
tiene el mundo de la Alemania de hoy.” 11
Sin embargo —merced en parte a Carmina Burana— Orff había de con­
vertirse en uno de los dos jóvenes compositores más famosos del Tercer
Reich. El otro, Werner Egk, también bávaro, se benefició de un sorprendente
giro de la rueda de la fortuna cuando su Peer Gynt, una ópera modernista
de variados ritmos y atrevidos efectos armónicos, fue representada en Berlín,
en noviembre de 1938. Al bajar el telón, el público no supo si aplaudir o
protestar, y los críticos hablaron vagamente de “plagio de L a ópera de tres
reales”. Pero Hitler, que asistió a una representación posterior, mostró su
aprobación invitando al compositor a su palco. Egk recibió un encargo por
valor de 10.000 marcos y Peer Gynt fue incluida en el programa de todos los
teatros de ópera del Reich.
Aunque el carácter pseudoigualatorio del nazismo se extendió también
a las artes cuando la organización A la Fuerza por la Alegría movilizó a
un público masivo, totalmente virgen, en otros aspectos el Tercer Reich
quiso reproducir el tipo de mecenazgo de los Electores, merced al cual se
habían desarrollado las instituciones culturales de Alemania. Los hombres
fuertes del nazismo satisficieron su vanidad y compensaron sus pasadas frus­
traciones artísticas actuando como modernos Electores, dispensando princi­
pesca protección a las artes. Como ocurría con todas las instituciones nazis,
se daban en esta actividad gran número de rivalidades e interferencias, pero,
básicamente, el feudo cultural de Goebbels comprendía las emisoras de
radio y estudios de cine, los de Goering y Schirach, respectivamente, los
teatros de ópera y teatros importantes de Berlín y Viena, mientras que Hitler
era mecenas de Munich, Weimar, Bayreuth y Linz. Escogió la ciudad de
Linz —que habría de albergar la mayor colección de arte del mundo— como
su última morada, y la dotó de una gran orquesta (Bruckner), dirigida por
434 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

el joven Jochum. En Munich, fueron las artes plásticas las que más atoaje-
ron el interés de Hitler, mientras que su solicitud por Weimar se expresaba en
una subvención anual de 60.000 marcos (de su Fondo de Donaciones perso­
nal), en consejos personales sobre problemas escénicos y de repertorio y en
el amigable trato que concedía a los artistas.
Pero Bayreuth fue el objeto de su máxima predilección. El que había
sido ya huésped de honor de Haus W ahnfried en los años veinte volvía a
ella año tras año y permanecía allí durante la época de los festivales. Hitler,
primer jefe de estado alemán, desde Luis de Baviera, que sintió un interés
personal por el festival de Bayreuth, dotó a la ciudad de una subvención
anual similar a la de Weimar, además de concederle la exención absoluta
de impuestos. Heinz Tietjen, el director del festival, quien, según Friedelínd
Wagner, no era feliz si no tenía a ochocientas personas y a una docena de
caballos evolucionando por el escenario, encontró en Hitler a un protector
tan generoso que gracias a él pudo —entre otras cosas— ampliar el coro,
compuesto de sesenta y cuatro miembros, hasta un número superior a cien.
El festival se convirtió en una fiesta señalada del calendario del Tercer
Reich y en un útil accesorio de la máquina propagandística del partido. En
mi artículo titulado “Richard Wagner y el director alemán, hoy”, en el pro­
grama del festival de 1938, se afirmaba:
“La obra de Wagner nos enseña la dureza en las figuras de Lohengrin...
Con Hans Sachs nos enseña... a honrar todo lo alemán... En El anillo de
los Nibelungos trae a nuestra conciencia, con insólita claridad, la terrible
seriedad del problema racial... En Parsifal nos muestra que la única religión
que los alemanes desean es la de una lucha por una vida divinizada.” 12
Es cierto, desde luego, que estas interpretaciones no violentaban mucho
el espíritu de la obra de Wagner. El Tercer Reich dio lugar a una mayor
aproximación al concepto original de Bayreuth que tenía Wagner. Con la
gradual reducción de visitantes extranjeros, el festival se fue convirtiendo
en un acontecimiento musical predominantemente alemán. Este cambio no
se produjo sólo en lo referente al público. En 1933, dejaron de actuar en
él los cantantes judíos List y Kipnis, y también Toscanini se negó a partici­
par, a pesar de haber recibido una carta de Hitler invitándole a dirigir.
Kirsten Flagstad, preocupada por su prestigio en América, dejó de aparecer
en Bayreuth poco tiempo después, y lo mismo hicieron más adelante Her­
bert Janssen y Frieda Leider, ambos casados con personas de raza judía.
Aunque la ausencia de todas estas figuras se hizo sentir, fue contrarrestada
hasta cierto punto por Tietjen, antiguo director de los teatros estatales de
Prusia, que consiguió atraer a los mejores talentos de la capital. Y no hay
que olvidar que el mecenazgo del “Todopoderoso” daba a Bayreuth un clima
mágico en el que toda crítica quedaba en suspenso.
LA MÚSICA 435

Durante la guerra, contrariamente a lo que había sucedido en 1914-18, el


festival continuó celebrándose, aunquqe sobre una base diferente, pseudosocia-
lista: se convirtió en el regalo del Fulirer a un auditorio compuesto por sol­
dados convalecientes, obreros destacados de la industria del armamento,
enfermeras, etcétera. Otra variación introducida durante la guerra fue la
exclusión del programa de Parsifal, seguramente porque el espíritu cristiano
de la obra ofendía a los neopaganos de Rosenberg. Ello no impidió que
un film realizado durante la guerra presentara a Bayreuth como una especie
de Lourdes musical donde un oficial víctima de shock recuperaba la salud
mental durante una interpretación de Sigfrido.*
Un informe del SD confirmaba algunas de las premisas básicas del film.
Después de mencionar el resentimiento de la población local ante el lujo
en que se desarrollaba el festival (los artistas estaban mucho mejor alimenta­
dos y alojados que los soldados ante los cuales actuaban), explicaba cómo,
en una ocasión, el público que presenciaba una interpretación de Los maes­
tros cantores estaba tan abrumado por la gratitud hacia el Führer y por la
apreciación de los sentimientos patrióticos de Wagner que se le saltaban las
lágrimas durante el aria de Hans Sachs: “Nadie sabía lo que era Alemania si
no vivía en el honor de los maestros alemanes”.
La influencia de Wagner era general. Aparece, por ejemplo, en la música
de Paul von Klenau. Después de combinar la escala dodecafónica y la can­
ción popular en Michael Kohlhaas (1933), empleó un lenguaje casi wagneria-
no en Rembrandt van Rijn (1936), su obra más conocida. La huella de
Wagner está presente también en Liebe der Danae (1940), de Richard Strauss,
en la que aparecía un Júpiter que habría encajado mejor en el Valhalla que
en el Olimpo.
A su vez Strauss continuó inspirando, entre sus jóvenes colegas de menor
talento, la más elevada forma de alabanza: la imitación. Kurt von Wolfurt
creó Dame K obold (1940) a imitación de El caballero de la rosa, y no falta
quien encuentre ecos de Strauss en el ecléctico lenguaje de Werner Egk.
Sea como sea, su obra El violín mágico, con sus hermosas melodías populares,
su robusto humor, sus toques de ópera bufa y sus ritmos de vals lento y de
polca, constituye un valioso intento de creación de un nuevo tipo de ópera
popular alemana. Además, Egk mantuvo su posición destacada en la escena
musical contemporánea con un gran número de composiciones, entre las que
se contaban óperas, piezas para orquesta, pantomimas para ballet y canta­
tas para la radio. Carl Orff compuso otra ópera, de la altura de Carmina
Burana, basada en un texto trovadoresco medieval, Carmina Catulli (1943),
en la que los bailarines miman la acción mientras el coro canta el amor no

0 Ver el capítulo sobre el cine, p. 408.


436 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

correspondido del poeta romano Catulo por Lesbia. Con Die Kluge (La
mujer lista), del mismo año, se consideró que Orff había alcanzado su má­
xima inspiración. Los oyentes atentos no dejaban de percibir versos como:
“Quien tiene el poder tiene también el derecho (Recht, que en alemán signi­
fica también “ley”), y quien tiene la ley quebranta la ley”, y también: “Cuando
nació la lealtad, se metió en el cuerno de un cazador; el cazador sopló en el
cuerno y la hizo volar por los aires: por esto, ahora no se la encuentra”.**
Otras obras de Orff que obtuvieron gran éxito fueron Antigona y La luna
(1939), ópera mitad farsa mitad cuento de hadas, basada en Grimm.
Una ópera con elementos religiosos y fantásticos que alcanzó considera­
ble éxito fue Tobias Wunderlich, de Josef Haas, compositor litúrgico discí­
pulo de Max Reger. La obra presenta una anécdota de tipo Pigmalión entre
un tallista y la imagen de una santa, y tiene su momento culminante en
una escena de peregrinación inspirada por Bruckner, todo lo cual desagradó
a la camarilla pagana del partido.
También Boris Blacher era persona no grata al régimen: se consideraba
que su música no era lo suficientemente alemana. La variada inspiración
de Blacher era sensible a las influencias orientales. Compositor de óperas,
ballets y oratorios dramáticos, fue también un destacado profesor, que contó
entre sus alumnos a von Einem.
El prolífico Paul Graener, romántico tardío, siguió, durante la era nazi,
por caminos convencionales, y llegó a su opus cien con El príncipe de Hom-
burg (1935). El mismo año, el neoclásico Wagner-Regeny obtuvo un éxito
considerable con L a favorita (basada en María Tudor, de Víctor Hugo). Me­
nor fue el éxito de Los burgueses de Calais (1939).**
Pasemos ahora de los nombres menos famosos al más ilustre. Richard
Strauss siguió componiendo durante el Tercer Reich. Su Arabella fue estre­
nada en Dresden, poco después de la instauración del régimen. La mujer
silenciosa, estrenada en la misma ciudad dos años más tarde, fue pronto
retirada de los escenarios porque su libreto era obra del “judío puro” Stefan
Zweig. (Hoffmansthal, el libretista de las obras de Strauss Arabella, El
caballero de la rosa y Electra, era sólo “cuarterón”.)
En 1938, compuso dos óperas de un acto, que se interpretaban a menudo
juntas, la mitológica Daphne y Friedenstag (El día d e la paz), que se desa­
rrolla al final de la guerra de los Treinta Años y concluye con un canto a la
paz. Esto explica, quizá, la ausencia de Hitler del estreno en Munich,
* Estos burlones versos sobre la lealtad tenían especial sentido por la frecuentísima
utilización que hacían los nazis del concepto de lealtad, como en el lema de las SS:
"Nuestro honor es la lealtad” .
Otras óperas dignas de mención son Enoch Arden (1936), de Ottmar Gerster,
El hijo pródigo (1936), de Robert Heger, y la tragicómica Schneider W ibbel, de Mark
Lothar.
LA MÚSICA 437

Presentada en Munich en 1942, Capriccio, una disquisición de exagerada


duración sobre la naturaleza de la ópera (con libreto de Clemens Kraus), se
interpretó ante un público reducido, debido a los trastornos de la guerra.
El amor de Danae, ópera en tres actos de resonancia wagneriana, fue ter­
minada en 1940 y se proyectó estrenarla en Salzburgo en 1944, pero sólo
llegó a realizarse un ensayo general antes de que entrara en vigor el edicto
totalitario que había sido promulgado por Goebbels. Strauss, que diez años
atrás había agradecido a Goebbels el haber librado a Alemania de hombres
como como Hindemith y Kleiber, criticó duramente al régimen, que le pri­
vaba de ganar una fortuna con la prohibición de conciertos y representaciones
de óperas.
También Hans Pfítzner siguió trabajando durante el Reich. En 1934
estrenó un concierto para violoncelo, y, en 1939, Furtwángler dirigió la pri­
mera interpretación de su Kleine Symphonie., El resentimiento personal de
Pfítzner contra Goering y otros dirigentes nazis no le privó de participar en
los planes nazis para llevar el arte al pueblo. En 1937, dirigió un concierto
de sinfonías suyas en el nada convencional escenario de un taller de repara­
ción de ferrocarril, de pie sobre un carrete de cable, mientras que los miem­
bros de la orquesta se colocaron sobre una placa giratoria.18 Este concierto
fue sólo uno de los doscientos actos culturales de este tipo que tuvieron
lugar durante aquel año, y aunque la popularización del arte noi era, ni
mucho menos, idea original de los nazis ■—mucho antes de 1933, habían reali­
zado en este terreno un primer trabajo de incalculable valor las Volkshochs-
chulen (Universidades Populares), los sindicatos y la Volksbiihne (Teatro po­
pular)—, la movilización de masas conseguida durante el Tercer Reich superó
en amplitud a todas las anteriores. No es de extrañar, pues, que la revolu­
ción cultural nazi diese lugar a situaciones nuevas:
“La pasada Pascua, merced a la labor de la organización A la Fuerza
por la Alegría, un gran número de obreros fueron llevados a una represen­
tación de La Pasión según san Mateo, de Bach... Durante la segunda parte,
desenvolvieron sus bocadillos, abrieron las fiambreras y se dispusieron a
gozar de la última parte de la Pasión como acompañamiento musical para
la cena.” 14
La asistencia a los conciertos y representaciones de ópera aumentó de
manera impresionante durante el Tercer Reich. Explican este aumento una
serie de factores que van más allá de los meramente técnicos de moviliza­
ción de público: el resurgimiento económico, la creciente diferencia entre el
poder adquisitivo y la cantidad disponible de bienes de consumo y el con­
servadurismo de la política musical nazi (como es lógico, la música conven­
cional tenía más éxito de masas que las innovaciones). La desaprobación
oficial de las nuevas experiencias acabó por crear una situación de pobreza.
438 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

La Deutsche Oper de Berlín, por ejemplo, habiendo agotado su repertorio,


se vio obligada a sacar de un merecido anonimato piezas decimonónicas de
segunda fila, tales como Der Postilion von Lonjimeau, la Euryanthe de
Weber, Mignon, de Thomas, Konigskinder, de Humperdinck y Evangelimann,
de Kienzl. La guerra creó nuevos problemas de programación cuando hubie­
ron de ser purgados compositores enemigos como Ravel, Debussy, Chopin,
Bizet y Tchaikovsky. (Sin embargo, la prohibición no fue total; El príncipe
Igor, por ejemplo, se representó en Hamburgo durante la campaña de
Rusia.)
La actitud del régimen ante la música moderna fue incoherente. Aunque
estaban autorizadas las interpretaciones de Honegger, no lo estaba la mayor
parte de las obras de Bartók; El pájaro de fuego, de Stravinsky, gozaba de
la aprobación oficial, mientras que su Consagración de la Primavera fue
incluida en el Indice nazi. En 1937, Stravinsky fue, al mismo tiempo, incluido
en la Exposición de Música Degenerada de Ziegler e interpretado en Bruns­
wick (Persephone). Mientras insertaban el escalpelo oficial en el cuerpo de
la música moderna, los delegados de sanidad musical del régimen pretendían
diferenciar entre los “tumores malignos de orgiástica disonancia” (sic) y las
composiciones menos nocivas. Pero los tabúes impuestos a los músicos alema­
nes tuvieron consecuencias demasiado evidentes para ser ignoradas. El Vol­
kischer Beobachter se quejaba: “No es fácil encontrar el camino de retorno
a la buena música alemana”,15 y el consejero Severus Ziegler negaba que
existiera propósito alguno de “crear dificultades a los músicos para ganarse
el pan de cada día”.18 *
Un grupo de músicos que halló pocas dificultades en este aspecto lo for­
maban quienes trabajan en encargos oficiales. Para las Olimpiadas de 1936,
por ejemplo, el régimen utilizó todas las posibilidades creativas de los
músicos dóciles, y encargó a Richard Strauss, Carl Orff y Werner Egk —es
decir, el maestro alemán y sus más prometedores discípulos— que compu­
sieran el chiaroscuro sonoro para el gigantesco festival atlético con el que
deslumbró de manera tan efectiva a la opinión internacional.
Por lo menos, estos tres compositores fueron elegidos en razón de su
mérito. A niveles de calidad más bajos, los músicos solían conseguir los encar­
gos a través de influencias en la Cámara Nacional de Música o en alguna
otra institución del partido. Después de incluir en el Indice la Gehrauchs-
musik (música de consumo) de finales de los años veinte, los nazis encarga­

* Al mismo tiempo, el primer censor nacional de la música arrancaba toda ilusión a


los críticos, a quienes ya G oebbels había reducido, en 1936, a “considerar” las obras de
arte: “Si los críticos alemanes de hoy se encuentran en una posición difícil, la culpa es
de aquellos decadentes plumíferos que adoptaron el papel de satélites de los músicos
degenerados” .
LA MÚSICA 439

ron un gran número de composiciones, pues su calendario de actos públicos


estaba repleto de aniversarios y celebraciones rituales que requerían acompa­
ñamiento musical especial. Un ejemplo típico del trabajo al que se dedicaban
compositores protegidos como Cesar Bresgen y Heinrich Spitha es la cantata
en memoria de Horst Wessel, para la conmemoración de 1938. Titulada La
SA vivirá eternamente, constaba de tres movimientos: “Su canción tenía el
ritmo de nuestra marcha”, “El mundo pertenece a los líderes” y “Los solda­
dos son siempre soldados”. L a Oración Alemana, estrenada en el paraninfo
de la universidad de Munich, desarrollaba estos tres motivos: “Revelación a
partir de la experiencia de la guerra”, “Consecución de la gracia por medio
de la batalla” y “El triunfo de la obediencia”.17
Independientemente de su calidad, estas obras formaban, sin duda, un
considerable volumen de actividad musical. Además, las organizaciones del
partido, con sus bandas de instrumentos de viento o de flautas y tambores
y el incesante canto de marchas, generaban una cantidad de música que
—por lo menos en términos de decibelios— eclipsaba cualquier momento
histórico anterior.
Pero, al mismo tiempo, el Dr. Rave, antiguo presidente de la Cámara
Nacional de Música, señalaba:
“En contra de su voluntad, los adultos abandonan toda actividad musical,
obligados por los deberes que les imponen las organizaciones a las que perte­
necen... La enseñanza musical de carácter privado ha disminuido de manera
alarmante... Los niños están tan ocupados por las actividades de sus organi­
zaciones que no tienen tiempo para practicar... En el ámbito de la música
alemana se está produciendo una paralización general.” 18
En 1934, estas críticas fueron escuchadas, y las instituciones responsables
tomaron algunas medidas para remediar la situación. Las Juventudes Hitle­
rianas, por ejemplo, que habían estado estropeando las voces de los niños al
exhortarles a gritar más que cantar marchas y slogans, mostraron la suficiente
preocupación por las cuerdas vocales de sus miembros como para organizar
coros y orquestas propios, dirigidos por profesionales. Pero resultó entonces
que el número de estos profesionales de la música no era suficiente para
atender a las necesidades de los miles de afiliados, y, en 1939, la orga­
nización consideró la falta de jóvenes profesores de música “el más acucian­
te de nuestros problemas”.19
Un año antes —según Goebbels—, el Reich había promovido la creación
de 25.000 coros masculinos, de un número de coros mixtos que alcanzaban la
cifra total de 125.000 cantores, y de 8.000 bandas de aficionados (que com­
prendían a 120.000 músicos). Asimismo, pretendía el ministro que la venta
de pianos se habría triplicado con respecto a 1933.20 Lo que ocurrió en reali­
dad fue que la Depresión había hecho descender la producción anual alema­
440 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

na de estos instrumentos de los 40.500 a los 6.000, de modo que la cifra


correspondiente a 1933 era aún menor de la mitad de la de 1930, año en
que el índice general de producción fue comparable al de 1938. También
disminuyó la demanda de los demás instrumentos de cuerda, a diferencia de
los de viento, cuya venta se vio incrementada por la proliferación de bandas
de música vinculadas a organizaciones militares y del partido.
Otras estadísticas que Goebbels, prudentemente, se abstenía de citar, mos­
traban la reducida circulación de las publicaciones musicales (50.000 en todo
el Reich) y el porcentaje, ridiculamente pequeño, de niños que recibían lec­
ciones de música en la escuela. Por ejemplo, en Wuppertal, en 1936-37, sólo
790 de 37.246 alumnos (el 2 por ciento) estudiaban música.21
Por otra parte, el mismo sistema de coordinación que permitía a Goebbels
satisfacer su megalomanía estadística provocaba la decadencia artística, pues
convertía a cada grupo de aficionados en un feudo cuyo control se disputaban
entre sí los funcionarios del partido y los de otras organizaciones estatales.
Todo el ámbito de la música amateur fue convertido en un caos, al ser di­
sueltos coros y conjuntos de larga tradición para ser reorganizados de acuer­
do con la declaración del dirigente cultural de Mannheim: “Hoy en día, el
problema no es si cantamos con una voz o con muchas, sino si lo hacemos,
de forma irreprochable desde los puntos de vista artístico e ideológico. Aca­
bemos con la Vereinsmeierei; * los pequeños clubs deben fusionarse”.22
La coordinación progresó implacablemente, a pesar de las numerosas ad­
vertencias del Dr. Rave acerca de las pérdidas artísticas inherentes a la
uniformización organizativa.28
También los aspectos económicos de la música amateur cayeron bajo
el minucioso control oficial. Para eliminar el peligro del dilettantismo, la
Cámara Nacional de Música instituyó severos exámenes para las orquestas
de empresa; si no eran aprobadas, quedaban descalificadas para competer
con las orquestas profesionales a la hora de ser contratadas para tocar en
bailes y reuniones.24
La solicitud de las autoridades por los intereses de los músicos profesiona­
les tuvo extraños resultados. Un informe del SD elaborado durante la guerra,
en el que se advertía contra la asfixia de la cultura en los pueblos, señalaba
que la “Sociedad para la Utilización del Derecho de Propiedad Musical”,
autorizada por el gobierno, imponía contratos a todos los locales de esparci­
miento y exigía el pago de derechos a los dueños de los' cafés donde se toca­
ba música, con el resultado de que los propietarios que no los pagaban
llegaron a prohibir a sus clientes el uso del piano del local.25

0 Sectaria y exclusiva absorción en la actividad del propio club.


eo Además, la Gestapo disolvió algunos conocidos coros porque sospechaba que eran
utilizados para camuflar grupos de resistencia.
LA MÚSICA 441

Por otra parte, el régimen consiguió mantener una impresionante aparien­


cia de actividad musical en los principales centros de población. Así, durante
la temporada 1941-42, que coincidió con duras luchas en el frente del este,
fueron presentadas en la capital no menos de ochenta óperas, operetas y
ballets diferentes. Estas manifestaciones superficiales encaminadas a ocultar
la pobreza cultural fueron mantenidas hasta el último año de la guerra, cuan­
do las medidas totalizadoras dieron lugar a la clausura de todos los lugares
de esparcimiento.
De agosto de 1944 en adelante, la radio del Reich fue la única entidad
proveedora de música, función de pesada responsabilidad. Así, seis meses
más tarde, cuando las tropas aliadas ocupaban ya buena parte del Reich, el
comité de programación musical tenía que atender quejas por la cantidad de
música de baile no alemana que se radiaba.26 Protestas de este tipo se habían
producido con incansable regularidad a partir de 1933, en que pasaron a la
acción los amantes de la limpieza. A propósito de esto, hay que recordar
que fue absolutamente prohibida la actuación de bailarines varones en los
locales nocturnos27 y la conducta de las camareras fue minuciosamente
regulada.28 *
La “perversa música de jazz”, teóricamente eliminada en 1933, mostró
una sorprendente capacidad de resistencia: en 1937, el periódico oficial de las
SA señaló la existencia de “impúdicas flores de la jungla, de pandemonium
negroide, lamentablemente introducidas en las salas de baile alemanas por
orquestas de baile supuestamente alemanas”.29
Para hacer frente a este peligro, los compositores Peter Kreuder, Theo
Maekeben y Barnabas von Geczay engendraron una aséptica forma de mú­
sica sincopada a la que se denominó “jazz alemán”. Otras innovaciones fueron
los programas compuestos por temas bailables puramente alemanes.30
Las Juventudes Hitlerianas aspiraban a que el baile de salón fuese gra­
dualmente sustituido por la danza folklórica, y proclamaban enfáticamente
que “las parejas deberían salir de su aislamiento e integrarse en el gran
círculo de todos los que bailan, que representa la comunidad. Esto no
ocurría en las danzas de figuras, en las que los bailarines se colocaban en posi­
ciones simétricas pero no tenía lugar el cambio de parejas”.31 Las nuevas
formas de baile requerían nuevos estilos de interpretación, y éstos a su
vez exigían reorganizaciones instrumentales. El saxofón fue purgado por su
calidad de símbolo de la lascivia negroide, y los instrumentos de percusión

* Pero, en la capital por lo menos, la campaña de limpieza no produjo un cambio


total de atmósfera, sin duda por razones relacionadas con el turismo. E l club nocturno
Femina, por ejemplo, continuó poseyendo teléfonos de sobremesa mediante los cuales
los clientes podían ponerse en comunicación con las jóvenes de su agrado, así como tubos
neumáticos para transmitir cigarrillos o bombones en señal de solicitud del próximo baile.
442 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

llevaron una vida muy precaria. La clara divergencia entre el dogma nazi y
el gusto del público se puso de manifiesto durante la fase final del concurso
“La orquesta de baile desconocida”, celebrado en Berlín en 1936. Aunque
la interpretación de Estoy en el cielo por una orquesta de Hamburgo, con
una buena cantidad de percusión, fue muy aplaudida, los premios primero
y segundo fueron concedidos a orquestas que usaban la percusión de for­
ma mucho más prudente. La crónica del acto en la prensa llevaba el si­
guiente titular: En u n a n o c h e d e v e r d a d e r a c o m u n id a d d e l p u e b l o , e s e n t e ­
r r a d o E L JAZZ NEGRO EN MEDIO DE LA HILARIDAD GENERAL .82 La publicidad de
este tipo era reforzada por una muralla de admoniciones y prohibiciones, y
los funcionarios locales del partido se adelantaban muy a menudo a las órde­
nes oficiales para prohibir la “excrecencia negroide” de formas de baile deca­
dentes como el swing, el paso Lambet y el “Hot Dance”.
Las raras visitas de orquestas extranjeras ponían de relieve la miseria del
panorama musical. En 1935, Jack Hylton fue aclamado en la Sala Filarmónica
de Berlín, lo cual provocó el siguiente comentario de un periódico nazi: “Todo
alemán dotado de una cierta sensibilidad debe de haber abandonado la
sala, indignado y entristecido al ver que el público mostraba tal falta de
juicio”.83 Sin embargo, dos años después, cuando la orquesta de Hylton volvió
a actuar en Alemania con ocasión del baile de la Prensa de Berlín —e
interpretó, entre otras cosas “The Organgrinders Song” y “Dinah”— Goering
y Goebbels bailaron a sus sones.84
La guerra rompió los últimos y débiles lazos que unían a Alemania con
la música de baile occidental, aunque sobrevivieron algunos oasis aislados
(como el café berlinés HollÜndisches Eck, que presentaba a orquestas de los
Países Bajos). Fue el entusiasmo de los adolescentes por el baile, que no
pudieron reprimir los severos estetas nazis, el que dio lugar a la formación
de grupos de juventud cuya irregular conducta durante la guerra fue con­
siderada como una expresión de oposición al régimen o como una forma
de delincuencia.®

* Ver el capítulo sobre la juventud, p. 300.


28

EL ARTE

Algunas de las más vigorosas señales de inquietud que turbaron la morte­


cina tranquilidad de la vida bajo el Kaiser procedieron del campo de las artes
plásticas. Los más notables sucesores de los pintores de fin de siglo fueron
iconoclastas e innovadores cuyas incursiones en la modernidad despertaron
gron hostilidad, tanto por parte del público como del establishment. Meschug-
gismus —“fomentar el culto a la locura”— fue la acusación lanzada al gru­
po Die Brücke, de Dresden, formado por Schmidt-Rottluff, Kirchner, Pechs­
tein, Haeckel y Müller, y un periódico de Munich exigió seriamente la deten­
ción de los pintores del grupo Blaue Reiter: Kandinsky, Klee, Marc y Macke.1
El Kaiser Guillermo había destituido al Dr, Tschudi de su cargo de direc­
ción de la Nationalgalerie de Berlín por un delito de lesa majestad estética:
la adquisición de obras de pintores impresionistas. El heredero de la corona
austríaca, Franz Ferdinand, deseaba que sus esbirros propinasen una soberana
paliza a Kokoschka.
Pero nada pudo frenar aquella corriente. En 1910 y 1911, Kandinsky rea­
lizó, en Munich, las primeras pinturas abstractas, mientras Gropius proyecta­
ba la factoría Fagus, obra casi tan trascendental para la arquitectura como
aquéllas para la plástica. La guerra y sus consecuencias enriquecieron el arte
expresionista de Nolde y de Barlach con nuevos impulsos religiosos y huma­
nitarios, y Hans Arp y Max Ernst reaccionaron, con el dadá y el surrealismo,
contra un mundo absurdamente transformado. En los años veinte, se reunió
bajo el techo plano de la Bauhaus un singular grupo de artistas-profesores:
Klee, Gropius, Kandinsky, Feininger, Schlemmer, Moholy-Nagy, Marcel
Breuer...
Esta riqueza artística de la posguerra hizo que Fernand Léger llegara
444 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

a envidiar a Alemania su derrota en la contienda. La idea del pintor francés


implicaba una relación de causalidad entre la receptividad de un país ante
los impulsos vanguardistas y el eclipse de su poder político, opinión que
compartían —por razones diametralmente opuestas— los conservadores ale­
manes en política y en arte.
Las “Ligas de Combate de la Cultura Alemana" afirmaban que el arte-
moderno era estéticamente repelente y políticamente subversivo, y descar­
gaban su furor equitativamente sobre los expresionistas pacifistas como Ernst
Barlach, Otto Dix y Georg Grosz, contra los representantes de la Neue Sa-
chlichkeit y contra los arquitectos Gropius, Mies van der Rohe y Mendelsohn.
Estigmatizaron un edificio proyectado por Gropius como “fortaleza enemiga
dentro de la Patria” y tacharon a Le Corbusier como “el Lenin de la arqui­
tectura, portador de la ardiente antorcha de Moscú a una Europa tranquila
y confiada”.2
La exposición de Dresden sobre pintura alemana moderna, celebrada en
1926, muestra del avance que realizó Alemania en la posguerra hasta colocarse
en primera fila del arte internacional, dio lugar a que media docena de aso­
ciaciones patrióticas protestasen ante el presidente Hindenburg por lo que
consideraban “un bofetón en la cara de Alemania, de su heroico ejército y de
Su Excelencia, el jefe del ejército”.3
Un año antes, la Bauhaus se había visto obligada a trasladarse de Weimar
a Dessau, en parte porque los cambios que había introducido en el diseño-
de viviendas, muebles y utensilios domésticos contrariaban a la Asociación de
Artesanos de Turingia. La oposición al arte moderno era una causa común
de muchos sectores de la población: los tradicionalistas, asustados por eí
abismo que separaba la vanguardia del gusto del público; los artesanos, afe­
rrados a viejas técnicas; los arquitectos, hostiles al vidrio y al cemento; los.
chauvinistas, escandalizados ante los monumentos pacifistas conmemorativos
de la guerra, y los habitantes de muelles salones, que veían en el arte un sus-
titutivo de la realidad. La fuerza de estos rabiosos antimodernistas reflejo-
claramente los avances políticos de la extrema derecha. En 1930, año del gran
progreso electoral del nazismo, se produjo la destitución del doctor Gurlitt,
director del Museo de Dresden, por “seguir una política artística contraria al
sano sentimiento popular de los alemanes”.4 La Liga de Combate Nacional­
socialista profetizó una inminente “explosión en la pintura” 5 y amenazó con
“convertir Munich en el centro cultural no sólo de Alemania sino del mundo-
entero”.®
La pretendida futura metrópoli del arte era ya “capital del Movimiento”
y cuartel general de la Liga de Combate Nazi. Alfred Rosenberg, jefe de la
Liga e ideólogo del partido, sentó las bases de la estética oficial del Tercer
Reich, con la ayuda del antropólogo Günther y del arquitecto Schulze-Naum-
EL ARTE 445

burg. Esta estética se basaba en los Auslesevorbilder (modelos escogidos) se­


leccionados por Günther y Schulze-Naumburg del clasicismo griego y de
•obras del románico alemán tales como la catedral de Bamberg y la de Naum-
burg. La contribución específica de Rosenberg, ex estudiante de arquitectura
que realizaba insípidos dibujos, consistía en la valoración de las tendencias
artísticas:
“El siglo xix no poseía una imagen de la belleza de validez general y de­
sembocó en una situación de impotencia impresionista y expresionista. El
arte alemán de la posguerra es el de unos mestizos que reclaman la licencia
de pintar bastardas excrecencias, producto de mentes sifilíticas y de infanti­
lismo pictórico, presentándolas como expresiones del alma.” 7
Típico de la estética nazi es el comentario de Goering al cuadro de Leis-
tikow. “Lago de Grünewald” (ya el Kaiser Guillermo II se había opuesto a que
fuese adquirido por la Galería Nacional): “Yo, como cazador, puedo asegurar
íjue el Grünewald no es así”.8 El autonombrado Praeceptor Germaniae en
materia de arte, Adolf Hitler, en su discurso inaugural de la Casa del Arte
Alemán, en Munich, en 1937, prohibió expresamente a los pintores el uso de
colores diferentes de los que percibía en la naturaleza el ojo “normal”. (Ca­
sualmente, Max Beckmann abandonó Alemania a la mañana siguiente de este
■discurso.)
El nuevo canon artístico se proponía eliminar de la conciencia del público
toda evocación de la angustia del hombre, de la desgracia y el dolor, es decir,
de todo lo feo. (En el subconsciente nazi, la derrota estética de la fealdad en
favor de la belleza guardaba relación con el exterminio de los judíos —la
fealdad personificada— por los nórd'cos.)
Cosa curiosa, la coordinación avanzó menos rápidamente en el campo de
las artes plásticas que en otros terrenos. Básicamente, fueron sólo la exposi­
ción de arte patrocinado por el gobierno, en Munich, y la de “Arte Degene­
rado” de verano de 1937 las que significaron la culminación del proceso de
purga y reconstrucción. El retraso se debió en parte a la coincidencia de las
actividades de la Liga de Combate de Rosenberg y de la Cámara Nacional
de Arte de Goebbels (que había introducido a los 42.000 pintores, esculto­
res, arquitectos, grafistas y editores de arte gratos al nazismo en una única
camisa de fuerza organizativa). Por otra parte, algunos jefes de negociado y
directores de galerías atenuaron la violencia de las purgas con medidas fabia-
nas. Eran apoyados en esta actividad por un grupo nazi moderado del que
formaban parte funcionarios del partido como Otto Andreas Schreiber y re­
dactores de las revistas de arte Kunst der Nation y Kunstkammer. Aunque,
en realidad, el calificativo de “moderados” es erróneo. Objetivamente, consti­
tuían un grupo radical dentro del partido y aspiraban a fundir el expresionis­
mo alemán ^on el nacionalsocialismo de la misma manera en que el futuris-
446 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

mo se había vinculado con el fascismo italiano. Su padre espiritual era el


escritor Gottfried Benn, cuya colección de ensayos Arte y poder, publicada
en 1934, incluía una reivindicación del expresionismo y un homenaje a Ma­
rinetti, principal exponente del futurismo. Destacando los elementos alemanes
de la obra de Barlach y Nolde, el grupo de Schreiber intentó que fuesen ad­
mitidos en el panteón nazi. En 1934, Kunst der Nation publicó la fotografía
de una escultura de Barlach en la cubierta del número dedicado a la Ayuda
Invernal y publicó artículos sobre Beckmann, Rohlfs y Nolde. Emil Nolde,
que vivía recluido en una casita de pescadores en Schleswig-Holstein, y era,
por cierto, miembro del partido, fue incluso apoyado por el periódico nazi de
Berlín Der Angriff, fundado por Goebbels, y se supo que Nolde y Barlach
llegaron a honrar con su presencia la propia casa de Goebbels. Las esperan­
zas del grupo de Schreiber se centraban, lógicamente, en Goebbels, quien, en
un principio, enmascaró la purga artística tras una fachada de relativa mode­
ración, pues temía que una “coordinación” artística total desacreditase a
Alemania a los ojos del mundo. Esta situación ambigua duró poco; asumien­
do el papel de árbitro en la lucha por las zonas de demarcación estéticas
entre Rosenberg y Goebbels, Hitler promulgó su irrevocable y rígido canon
artístico. Como consecuencia directa de éste, Barlach y Nolde desaparecieron
de la mansión de Goebbels, Schreiber fue relegado al departamento de exposi­
ciones ambulantes de A la Fuerza por la Alegría, y, en 1936, las revistas
de arte moderadas fueron sustituidas por la ultra-ortodoxa publicación de
Rosenberg, Die Kunst im Dritten Reich. Durante algún tiempo fue aún posi­
ble organizar, en Berlín, exposiciones de los artistas condenados: Schlemmef
en enero de 1937 y Nolde en abril del mismo año. En junio, una exposición
de Barlach y Marcks fue clausurada por la perentoria orden de Schweizer-
Mjolnir, “plenipotenciario del Reich para la formulación artística”, y todas
las obras expuestas fueron confiscadas.9
La señal de partida para lo que habría de convertirse en una campaña
general de confiscación había sido la clausura, en octubre de 1936, de la
sección de arte moderno de la Nationalgalerie de Berlín, instalada en el anti­
guo Palacio Rronprinzen. Esta galería era el último santuario oficial del
verdadero arte que quedaba en el país. Los cuatro miembros del tribunal
encargado de la purga (el profesor Ziegler, Schweitzer-Mjolnir, el conde Bau-
dissin y Wolf Willrich) recorrieron galerías y museos de todo el Reich y orde­
naron la retirada de pinturas, dibujos y esculturas que consideraban “degene­
rados”. Ziegler era el Torquemada estético del Tercer Reich. Corrió el rumor
de que un viejo y excéntrico pintor de Schwabing * había simpatizado tanto
con el joven y meticuloso copista de las flores de la escuela holandesa que le

• El barrio bohemio de Munich.


E L ARTE 447

habla revelado el secreto de la preparación de los colores, y de que esta his­


toria había impresionado tanto a Hitler que había elevado a Ziegler a la pre­
sidencia de la Cámara Nacional de Arte. Bajo su seudónimo de Mjolnir (anti­
guo nombre germánico del martillo de Thor), Schweitzer publicaba en Der
Angriff dibujos poblados de militantes de las SA de férrea mandíbula y de
judíos de nariz ganchuda. El conde Baudissin había iniciado la “explosión
en la pintura” en el famoso Museo Volkswang de Essen, del que los nazis le
habían nombrado director. Su contribución a la nueva estética fue la si­
guiente: “La forma más perfecta, la imagen más sublime que ha sido creada
recientemente en Alemania no ha salido del estudio de ningún artista: es el
casco de acero”.10 (La petición de Baudissin, en 1938, de que todas las obras
degeneradas fuesen retiradas de las colecciones, ya fuesen éstas públicas o
particulares, fue causa del suicidio de Rudolf Kirchner en Suiza.) Wolf Will-
rich, un fanático, aficionado a denunciar a la Gestapo a camaradas del par­
tido que consideraban que Barlach o Nolde podían ser expuestos pública­
mente, concibió su contribución a la estética nazi en forma de libro: su Lim­
pieza del Templo del Arte llevaba en la portada su propia pintura “Guardián
de la raza”. (A partir de 1939, las postales con reproducciones en color de sus
retratos de héroes de la guerra se vendieron en cantidades extraordinarias,
hasta el punto de que amasó una fortuna personal.)
Los destrozos causados por estos cuatro jinetes del Apocalipsis en los
tesoros artísticos de Alemania han sido estimados en más de 16.000 pinturas,
dibujos, aguafuertes y esculturas: 1.000 obras de Nolde, 700 de Haeclcel, 600
de Schmidt-Rottluff y otras tantas de Kirchner, 500 de Beclcmann, 400 de
Kokoschka, de 300 a 400 de Hofer, Pechstein, Barlach, Feininger y Otto Mül­
ler, respectivamente, de 200 a 300 de Dix, Grosz y Corinth, respectivamente, y
100 de Lehmbriick, así como cantidades mucho menores de obras de Cézanne,
Picasso, Matisse, Gauguin, Van Gogh, Braque, Pissarro, Dufy, Chirico y
Ernst.11 De este total, 4.000 piezas fueron quemadas en el patio del cuartel
de bomberos de Berlín en 1939. Además de quemar las telas, el régimen las
utilizó para avivar el fuego del filisteísmo. La primera exposición de arte
degenerado, titulada “Arte gubernamental 1918-1933”, se organizó en Karl­
sruhe a los pocos meses de la toma del poder. Los organizadores apelaron
hábilmente a dos preocupaciones de la psique humana, el dinero y el sexo,
haciendo constar junto a cada pieza su precio de la época de la inflación

—naturalmente, sin especificar la equivalencia en moneda estabilizada— y
separando una sección especial “sólo para adultos” dedicada a la exhibición
de los desnudos.
Los organizadores de la vasta Exposición de Arte Degenerado de Munich,
celebrada en 1937, se guiaron por consideraciones similares, y no cabe duda
de que esta monumental manifestación de ignorancia compensó los esfuer­
448 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

zos invertidos en su preparación. Basta considerar la reacción espontánea de


nn visitante: “Los artistas deberían haber sido atados al lado de sus cuadros,
para que todos los alemanes pudieran escupirles a la cara; y no sólo los artis­
tas, sino los directores de museos que, en una época de desempleo masivo,
echaban enormes sumas en las fauces siempre abiertas de los perpetradores
de tales atrocidades”.12 La exposición de los “Degenerados” constituyó el
acto más popular de cuantos organizó el Tercer Reich. Asistieron a ella dos
millones de visitantes, cinco veces más de los que visitaron la primera expo­
sición de arte alemán, de signo contrarío. Las pinturas estaban dispuestas en
absoluto desorden, sin marcos, como si hubieran sido colocadas por locos o
por niños, de pie o tumbadas, tal como venían, y acompañadas de títulos inci­
tantes, explicaciones o chistes vulgares. En secciones que llevaban títulos del
tipo “Así halla expresión la nostalgia judía del desierto”, “Así veían la Natu­
raleza unas mentes enfermas” o “Campesinos alemanes vistos a la manera
yiddisch”, ciento doce eminentes artistas eran públicamente ridiculizados.*
Una cuestión que escapa al análisis estadístico es la de cuántos de los espec­
tadores que se amontonaban para entrar en las salas (los domingos, el núme­
ro de visitantes alcanzaba proporciones extraordinarias) lo hicieron llevados
de una morbosa curiosidad y cuántos acudieron a echar una última mirada
a unas obras de arte sentenciadas al olvido.
Mientras el régimen celebraba las exequias de la degeneración en las
salas de un edificio, una construcción cercana, recientemente levantada, ser­
vía de cuna al resucitado Fénix del arte alemán. Proyectada por el arquitecto
favorito de Hitler, Troost, la Casa del Arte Alemán era un monótono y des­
mesurado pastiche de estilo clásico, de monótona fachada con columnata, que
no tardó en inspirar epítetos populares tales como “la Terminal de arte de
Munich” y “Palazzo Kitschi”. Aquel nido de piedra era representativo de las
aves que anidaron bajo su techo. Poco antes de la ceremonia inaugural, Hit­
ler descubrió, indignado, que el jurado, nombrado a dedo y del que formaba
parte la viuda del arquitecto Troost, había rechazado algunas indefendibles
piezas Kitsch, y ordenó a su fotógrafo Hoffman que revocara dicha decisión.
El día de la inauguración de la Primera Exposición de Arte Alemán, Mu­
nich lució sus mejores galas. En sus calles, sudorosos teutones llevaban sobre
sus hombros un gigantesco sol y llevaban, en solemne procesión, el fresno
cósmico Iggdrasil (perteneciente a la mitología germánica), cubierto de papel
de estaño. Las Nornen, Parcas de la mitología escandinava, desfilaban sujetas
a los cables delanteros de los tranvías, y las damas de la nobleza y de la bur­
guesía medieval evocaban la época de Albrecht Dürer y Lucas Cranach.
0 Se contaban entre ellos Nolde, Schmidt-Rottluff, Kirchner, Otto Müller, Rolilfs,
Beckmann, Kokoschka, Corinth, Dix, Franz Marc (representado por su famoso "Torre de
caballos azules”) y los extranjeros Chagall, Feininger, Kandinsky y Mondrian.
EL ARTE 449

Después de deleitarse con estas evocaciones del pasado, el numeroso pú­


blico penetró en las salas de exposición, donde se encontró otra vez en el pa­
sado. En palabras del semioficial Berliner Illustrierte Zeitung:
El “Grupo de campesinos” de Adolf Wissel nos hablaba íntimamente de
los secretos de la expresión alemana; el “Marinero” de Karl Leipold presenta­
ba el mar como fluido creador; la “Terpsícore” de Adolf Ziegler unía una
intuición de pintura moderna con la pureza de la antigüedad clásica en su
concepción del cuerpo humano; “La última granada de mano”, de Elk-Eber,
mostraba de forma conmovedora cómo el artista había sentido la Gran Guerra
y cómo daba sublime expresión a su visión.13
Cada una de las obras expuestas reflejaba elevación anímica o bien audaz
heroísmo. La férrea dignidad alternaba con el idílico bucolismo. Las numero­
sas escenas familiares rurales mostraban invariablemente nutridos grupos pa­
triarcales, duros, robustos, espartanos, descalzos y prolíficos. Todas las pin­
turas transmitían la impresión de una vida intacta de la que estaban total­
mente ausentes las tensiones y los problemas del mundo moderno. Y se ob­
servaba una evidentísima omisión: ni una sola tela reproducía una escena
de la vida urbana e industrial. La exposición de 1938 incluía dos escenas in­
dustriales: un puente sobre una autopista, con un monumental andamiaje de
madera, y una igualmente monumental planta destiladora de alquitrán. Las
piezas más representativas similares a estas dos eran “Despejen las calles”
(hombres de las SA de rostro severo y músculos en tensión desplegando ban­
deras con la esvástica), una idílica escena de recolección de fruta, una gigan­
tesca amazona de pecho desnudo y una familia campesina con niños en la
cuna, en brazos de su madre y en el regazo de ésta. Una pieza muy sugestiva
era “La revista de arte”, de Udo Wendel, en la que aparecía un grupo fami­
liar incompleto: el padre jubilado, la madre y el hijo soltero, pintor. Los
padres están mirando dos ejemplares diferentes de Kunst im Dritten Reich.
El ejemplar de la madre está abierto por la página que lleva una reproduc­
ción de la escultura Die Schauende (“La mujer que mira”), de Fritz Klimsch.
El efecto de la pintura se producía a dos niveles. Superficialmente mira­
da, se trataba de una familia alemana —respirando probidad por todos los
poros— que hacía un poco de cultura el domingo por la tarde, de acuerdo
con las orientaciones del Führer; a nivel menos consciente, podía ser tomada
por la representación de una madre que escogía una prometida para su hijo
en un catálogo estético recibido por correo.14
En un terreno más fácil, el del Fleischbeschau (estudio de la carne fe­
menina), la “Amazona después de la batalla”, de Rothang, fue eclipsada por
“La diosa del arte”, de Adolf Ziegler, cuyas minuciosas representaciones de
la desnudez le valieron el apodo de “Maestro Nacional del Vello Pubiano”.
Además de Ziegler, la estrella de la exposición de 1938 fue el escultor pro­
450 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

fesor Thorak, popularmente apodado “profesor Tórax” a causa de su obsesión


por las figuras masculinas hercúleas. Esta inclinación de Thorak halló su ex­
presión más clara en el proyecto de un gigantesco grupo escultórico que
había de ser colocado junto a una autopista, y que consistía en tres figuras
masculinas, desnudas, musculosas y contorsionadas, que empujaban unos blo­
ques de piedra por una pendiente, en un paroxismo de esfuerzo. La giganto-
manía de este escultor inspiró el chiste del visitante que va a su estudio y
pregunta por él, a lo cual el ayudante le responde: “El profesor está arriba,
en la oreja izquierda del caballo”.
Las esculturas colocadas al aire libre, como “La mujer que mira”, eran
vistas por decenas de miles de personas al año. El número de visitantes de
las exposiciones de Munich ascendió de año en año, de 480.000 en 1937 a
720.000 en 1943,15 pero el medio principal de informar a millones de personas
de cuanto sucedía en el campo del arte nazi siguió siendo la prensa. En no­
viembre de 1936, Goebbels, como hemos visto, prohibió la crítica tal como
hasta entonces se había venido ejerciendo, y limitó la función del crítico a
hacer el inventario de las exposiciones.* Pero incluso este “catalogar” podía
convertirse en un acto de oposición en manos de un periodista hábil. Gert
Teunissen, del Kolnische Zeitung, por ejemplo, encontró la manera de empa­
ñar el brillo de las dos estrellas de la exposición de 1938:
“En esta ocasión, no es Terpsícore sino una diosa del Arte de tamaño na­
tural la que expresa la admiración de Ziegler por la hermosa desnudez.
Una vez más la realidad ha sido reproducida con tanta minuciosidad que se
diría que esta acicalada mujer de rosadas mejillas se ha desprendido hace
sólo un instante del ligero peso de sus ropas. Su desnudez, cuya cuidadosa
ejecución artística respira el cálido aliento de la vida, oculta múltiples en­
cantos en sus opalescentes colores de carne.
”La gigantesca figura de bronce de Thorak, que representa a un hombre
musculoso que sostiene un racimo de uvas en la mano izquierda, tiene ahora
como contrapartida una tensa figura de mujer, igualmente musculosa y de
robustas caderas, figura que el artista ha bautizado con el nombre de ‘Hospi­
talidad’. Otra figura —‘Entronización— es la de una maciza mujer desnuda
que sostiene en alto una guirnalda y oprime los pies hacia atrás contra un
e Los críticos que rebasaban estos límites —y requería considerable agudeza adivinar
exactamente dónde estaba la frontera— se exponían al despido. Karl Kom, por ejemplo,
perdió, durante la guerra, su puesto en Das Reich por haber comentado adversamente la
pintura de Truppe “Ser y morir”, que había regalado Hitler al Gauleiter de Baviera,
Wagner, con ocasión de la boda de éste. Yuxtaponiendo una joven desnuda a un viejo aper­
gaminado completamente vestido, Truppe daba una variación más del tema de la fuga­
cidad de la carne, combinando provechosamente erotismo y falsa profundidad. Por cierto
que Hitler y el Gauleiter Wagner no tenían los mismos gustos en materia de arte erótico.
Wagner se escandalizó ante la predilección de su Führer por la casi pornográfica obra de
Padua “Leda y el cisne”.
EL ΑΗΤΈ 451

pedestal. Con ello, el escultor se ha propuesto dar la impresión de que la


maciza figura está suspendida en el aire.” 16
El Deutsche Allgemeine Zeitung, otro periódico burgués que iba sobrevi­
viendo, vendió hasta el último ejemplar de una edición especial sobre la ex­
posición de Munich de 1937. El equipo editorial atribuyó este éxito al suple­
mento en color en que se reproducían las más flagrantes muestras de degene­
ración artística expuestas en Munich.17
En un reportaje titulado "La rutina diaria en la Casa del Arte Alemán”,
encaminado a mostrar cómo el nacionalsocialismo había limpiado de pedante­
ría el mundo del arte y había llevado la cultura a la gente corriente, el Frank­
furter Zeitung escribió:
“Un ciudadano de Viena contempla el cuadro de un famoso artista vienés.
Unos berlineses comentan la obra de un pintor de su ciudad. Dos miembros
de la Unión de Jóvenes Alemanas observan una pintura, y una de ellas in­
forma a la otra que el pintor es de Danzig. Un habitante de Munich explica
a un visitante forastero: Ύο conozco al autor de este cuadro. Vive en nues­
tra calle. Es un hombre muy simpático’.” 18
Aún más equívoca era la opinión expresada en la que había sido famosa
revista satírica Simplicissimus: “Había ocasiones en que uno iba a exposicio­
nes y comentaba si las pinturas valían la pena, si el pintor conocía su ofi­
cio, etc. Ahora se han acabado las discusiones: todo lo que hay colgado de
la pared es arte, y no hay más que hablar”.19
Pero, en la opinión popular, el régimen no era considerado enemigo de
la cultura. Por el contrario, los años de paz y los primeros de la guerra estu­
vieron envueltos en un halo de renacimiento greco-germánico. Esto se debió
en parte al simple aspecto cuantitativo de las actividades artísticas patroci­
nadas por el gobierno: 170 concursos de pintura, grafismo, escultura y arqui­
tectura, cuyos premios sumaron, en 1938, un millón y medio de marcos, y más
de mil exposiciones de arte en todo el Reich en 1941.20 Hay que tener en
cuenta también el frenesí arquitectónico del nazismo. No se trataba sólo de
una cuestión de programas de construcción estatales y municipales, sino que
la reactivación económica general había dado lugar a una actividad masiva
de construcción por parte de las empresas industriales, inversores, campesinos
acomodados, etc. En lo referente al mérito artístico de estas nuevas construc­
ciones, se ha señalado que la influencia corruptora de la ideología nazi fue
inversamente proporcional al grado en que los edificios tenían un objetivo
práctico.21 Las construcciones realizadas por necesidades de la industria fue­
ron las mejores de todo el Tercer Reich. Permanecieron al margen de las in­
fluencias nazis y continuaron una tradición de diseño industrial que había
comenzado poco después del siglo y había alcanzado su apogeo durante la
República de Weimar. Muy pocos de los puentes tendidos sobre las autopis­
452 HISTORIA SOCIAL DEL TEBCER REICH

tas pretendían ser impresionantes, ni estética ni técnicamente. Lo mismo pue­


de decirse de las construcciones sociales para los trabajadores (aunque algu­
nas de ellas fueron construidas por organismos gubernamentales como el Ser­
vicio Nacional de Correos y los ferrocarriles) y de los organismos administra­
tivos, albergues, hospitales e iglesias construidas durante los años de paz.
El Estadio Olímpico de Berlín, de Werner March, constituye un ejemplo
único de arquitectura oficial estéticamente irreprochable. No puede decirse
lo mismo de las viviendas populares, a cuya construcción se aplicaba un cri­
terio excesivamente folklórico, especialmente en las zonas suburbiales y rura­
les. En éstas, el nostálgico sentimentalismo inherente a la estética nazi se
manifestaba en una profusión de tejados de paja, balcones de madera, arcos
de roble tallados a mano y paneles de madera, lo cual llevó a Baldur von
Schirach, el autonombrado árbitro del gusto nazi, a comentar: “En un pueblo
campesino, la villa al estilo de los suburbios de Berlín no tiene sentido algu­
no. Como tampoco tiene sentido la casa de campo tirolesa, de muros enjalbe­
gados, trasplantada a un suburbio de Berlín”.22
Por todo el país, la construcción de innumerables casitas apiñadas, de altos
aguilones, cada una con su jardín propio, invirtió completamente las progre­
sivas tendencias urbanísticas nacidas bajo Weimar.
Una idea urbanística producida por la República de Weimar que los
nazis corrompieron para sus propios fines es la de la “ciudad-corona” (Stadt-
krone), el centro urbano que, según la visión de Bruno Haupt, debía cons­
tituir el foco de la vida de una comunidad urbana en la manera en que lo
habían sido las catedrales durante la Edad Media. Estas construcciones basa­
das en los planos arquitectónicos nazis, estaban dispuestas alrededor de una
plaza representativa alineada (según un eje central dominante) con una enor­
me avenida y decorada con esculturas y plantas ornamentales.23
Aunque ia guerra y la derrota impidieron que estos proyectos llegaran a
realizarse sistemáticamente, unos pocos de ellos fueron realizados en parte,
como el de los ejes Norte-Sur y Este-Oeste de Berlín, que formaba parte
del plan de Speer para la reconstrucción de la capital en una forma adecua­
da a su condición de metrópoli del imperio nazi. Las principales contribu­
ciones arquitectónicas de Speer al aspecto visual del Tercer Reich fueron los
edificios del partido en Nuremberg y la Cancillería; ésta, mezcla de clasicis­
mo griego y de severo clasicismo prusiano, estaba adornada con llamativas
y abundantes representaciones de símbolos nazis. El efecto era monótono,
opresivo y siniestro: Los planos de Speer y las esculturas de Breker evocaban
la sofocante impronta del Minotauro, que nutría toda la arquitectura nazi.24
De estilo clásico era el conjunto de edificios que formaban el de la sede
central del partido, en torno a la Kónigsplatz de Munich, cuyos macizos blo­
ques de oficinas tenían pórticos abiertos sostenidos por pilares que alberga-
EL ARTE 453

ban los sarcófagos de piedra de los mártires de la SA. El recuerdo del roman­
ticismo se manifestó en los Ordensburgen, edificios medievales que daban
una hosca impresión de ascetismo y alejamiento en el espacio y en el tiempo.
Estaban, además, los Totenburgen (castillos de los caídos), enormes mo­
numentos a los soldados muertos, concebidos para cumplir la función de osa­
rios paganos y de símbolos de conquista:
“En la abrupta costa atlántica se levantarán grandiosas estructuras orienta­
das al oeste, monumentos eternos a la liberación del continente de la depen­
dencia británica... Altas y macizas torres erigidas en las llanuras del este
simbolizarán la sumisión de las fuerzas caóticas de las estepas orientales
al disciplinado poder de las fuerzas alemanas del orden.” 25
El arquitecto que había de levantar esta red de sepulcros por todo un
continente era Wilhelm Kreis, cuya visión estética, excepcionalmente, recha­
zaba el monumentalismo: “Un edificio puede tener un aspecto monumental
sin ser de dimensiones exageradas”, No es que se pueda tampoco considerar
a Kreis enemigo de Hubris, ya que declaraba que el Museo de Prehistoria de
Halle, obra suya, le hacía pensar “en una fuga de Bach”.66
Los monumentos de Kreis constituían las fronteras del plan estético de
Hitler para la Europa de posguerra. El centro era el Proyecto de Linz, enca­
minado a convertir la oscura y provinciana ciudad natal de Hitler en el ma­
yor museo de arte del mundo (a partir de piezas robadas a los países del
continente). Aunque el proyecto no pasó del papel, la actividad coleccionista
de Hitler avanzó lo suficiente como para que el valor de su colección alcan­
zara la cifra aproximada de 100 millones de libras esterlinas. En un conti­
nente asolado por la guerra, el Führer y su supuesto heredero, Goering (el
valor de cuya colección se estimaba en unos 60 millones de libras esterlinas),
se enfrentaron en una guerra de coleccionistas en la que cada uno trataba de
superar al otro en la magnitud de sus saqueos.
El gusto de Hitler reflejaba sus orígenes provincianos y pequeñoburgue-
ses. En Mein Kampf, alabó a los fáciles románticos Moritz von Schwind y Ar­
nold Boecklin. Convencido de que el valor del género austro-bávaro aumenta­
ría en el futuro, otorgó lugar dé honor en su museo de Linz a Defregger,
WaldmüIIer y Grutzner, cuyas pinturas de monjes borrachínes y campesinos
eran almibaradas fantasías de un mundo sereno e intacto.
El gusto estético de Goering era algo más selecto. Alabó públicamente al
frívolo V ic t o r ia n o Malear * y c o n f is c ó clandestinamente catorce obras maes­
tras del “arte degenerado” (de Van Gogh, Gauguin, Munch, Marc y otros),

* En el centenario del nacimiento de Makart, Goering declaró en Salzburgo: “Makart


ocupará siempre un lugar de honor en el arte alemán” (cf. Hermann Glaser, Spiesser-
Ideologle, Rohmbach, Freiburg, 1964, p. 212).
454 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

que fueron subastadas en Lucerna en junio de 1939 con el fin de obtener divi­
sas para el Reich.
En caso de que alcanzasen el necesario grado de competencia, los artistas
complacientes podían alcanzar gran prosperidad bajo la protección nazi. Se
produjo una incesante corriente de títulos, premios, encargos y accesos a la
admiración del público. El escultor Arno Breker, cuyos relieves represen­
taban paroxismos de ira y agresividad (como su conocido grupo “Cama­
radería”), coincidiendo así con un rasgo fundamental de la mentalidad nazi,
¡llegó a ganar casi 100.000 marcos en 1938.2T
Su colega Georg Kolbe fue el único artista alemán destacado que se adap­
tó a los deseos del régimen; compárese la introvertida timidez de su “Der
Einsame (“El solitario”, 1927) con la extraversión de Der Junge Streiter
ι(Έ1 joven guerrero”, 1934). Su estudio se convirtió en un mundo de cita obli­
gado de las excursiones programadas de A la Fuerza por la Alegría. “La mujer
que mira”, de Fritz Klimsch, fue colocada en un punto visible en la falda de
los Alpes bávaros.
No debe creerse que tales privilegios eran fáciles de obtener. El meticulo­
so esfuerzo invertido en muestras de arte oficialmente aprobado en el Ter­
cer Reich era a menudo prodigioso. Era precisamente la minuciosa atención
a los detalles técnicos evidente en los paisajes a imitación de Breughel de
Werner Peiner, en las flores holandesas de Adolf Ziegler y en las casi obsce-
aias Venus de Sepp Hilz, lo que parecía dar a estas pinturas un halo de auten­
ticidad. Los dos requisitos previos para el éxito artístico durante el Tercer
Reich eran la meticulosidad y la receptividad a las orientaciones oficiales.
La manera en que eran transmitidas estas directivas era a veces asombro­
samente simple: mientras preparaban sus obras para la exposición anual de
Munich, los artistas recibían visitas relámpago * de las “autoridades estéti­
cas”, que se mostraban pródigas en útiles consejos: “Esto es demasiado triste;
ponga un poco más de alegría. En Alemania, la gente ya no tiene esta ex­
presión preocupada”, o bien: “¿Por qué no se distinguen bien las caras de
los personajes del fondo? El Führer insiste en que todas las cosas deben ser
representadas de forma clara y reconocible”.28 Ocurría, sin embargo, que las
nonnas que recibían de las alturas los pintores no coincidían siempre entre
sí. Por ejemplo, Baldur von Schirach declaraba: “Las pinturas que pueden
confundirse con fotografías en color pueden ser, todo lo más, milagros de la
técnica, pero no son milagros artísticos, ya que la verdad del arte es distinta
de la de la realidad”.29 Pero las periódicas manifestaciones de las liberales
opiniones de Schirach no influyeron para nada en la situación de las artes

* En Düsseldorf, uno de estos funcionarlos, que personalmente era pintor de anima­


les, “atendió” a no menos de cuarenta pintores y escultores en tres días.
E L ΑΗΤΕ 455

durante el Tercer Reich. Muy significativa fue la declaración de la primera


autoridad cultural nazi de Westfalia, quien, de manera inconsciente, hizo el
comentario más certero a la política artística del Tercer Reich: “Es muy po­
sible que, después de la inauguración de la Casa del Arte Alemán, de Mu­
nich, a no pocos artistas les falte el valor de crear algo nuevo”.30
Veamos, finalmente, la suerte que les cupo a aquellos artistas que tuvie­
ron el valor de crear algo nuevo, ya fuese después o antes de la apertura del
emporio artístico de Hitler. E l número de estos artistas se ha calculado en
unos 15.000. Entre los pintores, especialmente, parece que se dio una negati­
va casi general a capitular ante el régimen, a pesar de los duros castigos que
éste esgrimía. Estas sanciones iban desde el Lehrverbot (privación del dere­
cho de enseñar) al más mutilador de todos, el Malverbot (privación del de­
recho de pintar), pasando por el Áustellungsverbot (prohibición de expo­
ner). Para evitar que el Malverbot fuese infringido en la intimidad de la casa
del artista, la Gestapo realizaba registros por sorpresa, y comprobaba —como
en el caso de Cari Hofer— si los pinceles estaban húmedos. También entre­
gaban listas de los pintores sancionados a las tiendas de material de pintura
y prohibían a éstas que les vendiesen artículo alguno. Más efectiva aún para
hacer respetar el Malverbot fue la penuria que sufrieron los artistas, quie­
nes, despedidos de sus cargos y privados del derecho a vender sus obras, ca­
recían incluso del dinero necesario para adquirir material.
Dadas las circunstancias, es sorprendente el escaso número de artistas san­
cionados que optaron por el exilio. Aparte de los no alemanes que regresaron
a sus países de origen (Klee a Suiza, Feininger a Estados Unidos),* Kokosch­
ka se trasladó a Inglaterra, Beckmann a Holanda, Kirchner a Suiza y Grosz a
Estados Unidos, al igual que destacadas personalidades de la Bauhaus, como
Moholy-Nagy y los arquitectos Gropius, Mies van der Rohe y Mendelsohn.
De los artistas malditos, dos muy destacados murieron relativamente pronto:
Max Liebermann, decano de los impresionistas, y el expresionista Ernst Bar­
lach, pintor, escultor y dramaturgo. Liebermann, de raza judía, famoso por su
salón de Berlín y su agudo ingenio (“Señora, este retrato se le parece a usted
más que usted misma”), dijo poco antes de morir: “No puedo comer tanto
como desearía vomitar”. Barlach, que había sido ya violentamente atacado en
tiempos de Weimar por sus monumentos pacifistas en recuerdo d.e la guerra,
fue víctima del vandalismo de las SA en 1933, y pasó los últimos años de su
vida en tímida reclusión. La indomable Káthe Kollwitz —una de las pocas
personas que tuvieron el valor de asistir al entierro de Liebermann y al de
Barlach— dijo, refiriéndose a la muerte de este último: “Volvió la cabeza a
un lado, como si quisiera esconderse”.

9 Kandinsky marchó a Francia.


456 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Un año después de la muerte de Barlach, Kirchner se suicidó en su exilio


de Suiza. Oscar Schlemmer murió en 1943, debido, sobre todo, al dolor que
le produjo la prohibición de pintar. Se había visto obligado a ganarse pobre­
mente la vida pintando el camuflaje del gasómetro municipal de Stuttgart,
antes de encontrar trabajo junto al pintor abstracto Baumeister en la fábrica
de pinturas y barnices del doctor Herbert, en Wuppertal. Otros industriales
que protegieron a los artistas sancionados fueron el fabricante de cigarros
Reemstma, de Hamburgo, que ayudó a Barlach, y Paul Beck, de Stuttgart,
protector de Kathe Kollwitz. Hubo también algunos marchantes, como Gün-
ther Francke y Ferdinan Moller, que hicieron cuanto estuvo en su mano para
ayudar a los artistas en desgracia, en algunas ocasiones organizando exposi­
ciones clandestinas de sus obras. A veces, un pintor compraba una obra de
otro, con el fin de ayudarle a mantener la moral, como hizo Schmidt-Rottluff
con E. W. Nay, y lo mismo hacían algunos valerosos ciudadanos.
Frente a esta situación, los artistas reaccionaron de maneras diferentes.
Otto Pankolc, Hans Grundig y Otto Dix pintaron en secreto obras antinazis.
Emil Nolde, anciano, malhumorado, excéntrico, que no comprendía cómo él,
un miembro del partido, había podido ser sancionado, temía ser descubierto,
pero pintó nerviosamente una serie de acuarelas en su casa junto al mar del
Norte, con la esperanza de desarrollarlas en pinturas después de la guerra.
Una circunstancia que mitigó en alguna medida el penoso exilio de Beckmann
en Holanda, durante la guerra, fue el ingenio de su hijo, oficial del cuerpo
médico, que pasó clandestinamente las pinturas de su padre a través de la
frontera en camiones del ejército.
Para el escultor abstracto Hartung, la vida bajo el nazismo era una exis­
tencia de catacumba aliviada por muy escasas visitas. Merced a la ayuda de
su adinerada madre política, Baumeister pudo seguir pintando clandestina­
mente durante todo el período. Indiferente a la condena oficial, sufrió muy
vivamente el ostracismo social, y quedó abrumado tras la muerte de Schlem­
mer. Pero nunca perdió la esperanza de que los tiempos cambiarían. Le co­
rrespondió albergar en su piso a unos miembros de las SS, y evitó ser descu­
bierto por ellos haciendo pasar sus pinturas abstractas por experimentos de
camuflaje. Cuando Stuttgart fue bombardeada, él y su familia fueron evacua­
dos. Pasaron a alojarse en una habitción de una casa de campo, donde, en
1934, comenzó a escribir Das Unbekannte in der Kunst (Lo desconocido en
el arte).sl Terminada la guerra, volvió a su casa de Stuttgart, que había sido
saqueada. Los únicos objetos que no habían interesado a los saqueadores
eran sus pinturas abstractas, que estaban amontonadas en el desván. Buena
prueba ésta de que las concepciones artísticas del régimen se ganaron la ad­
hesión de la inmensa mayoría del público.32
29

LA RELIGIÓN

Alemania es, al mismo tiempo, la cuna de la Reforma y el único gran país


europeo que ha quedado irreparablemente dividido por ella. Al no conseguir
la adhesión de Renania, Baviera y, sobre todo, Austria, la reforma de Lutero
contribuyó de hecho a la división de Alemania. Pero, simultáneamente, dicha
reforma suscitó ideas de identidad alemana que habían de permanecer en la
conciencia nacional hasta que, más de tres siglos después, Bismarck convir­
tiera Prusia en un imperio del que quedó excluida la católica Austria. Basado
en la alianza entre el trono de los Hohenzollern y el altar de Lutero, este im­
perio era esencialmente protestante, aun cuando los católicos constituían,
aproximadamente, un tercio de la población. La confrontación entre esta
importante minoría y el estado no, pluralista dio lugar a la aparición del
Zentrum Partel, partido cuyo único objetivo era el de defender los intereses
católicos.
Mientras el Partido del Centro degradaba el catolicismo —según rezaban
las acusaciones— por el hecho de politizarlo, el cristianismo en su conjunto
fue objeto de ataques de diverso orden. La intelectualidad alemana de fines
de siglo era adversa, por muchas razones, al cristianismo institucional: el
materialismo y el racionalismo, a la izquierda, y el racismo pseudocientífico a
la derecha, cedían a la atávica inclinación por el concepto de Alemania. Ri­
chard Wagner, el novelista Felix Dahn * y los filósofos volkische, como Lang-
behn, Lagarde y Frenssen, se esforzaban por encaminar nuevamente las ener­
gías psíquicas de un pueblo desorientado por el ascenso de la industria y de

* Autor del que fue best-seller durante años La lucha por Roma, canto a los heroicos
godos en combate contra la decadente Roma.
458 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

la sociedad de masas hacia el pasado racial, la moral tribal y las tradiciones


primitivas.
En el terreno puramente religioso, la ideología “étnica” se dividió en dos
tendencias divergentes. Una de ellas aspiraba a una forma de cristianismo
puramente alemana, es decir, desromanizada y desjudeizada; la otra, a un
neopaganismo (Neuheidentum). El cristianismo alemán se centraba en el
salvador Jesús, de raza aria, transfigurado físicamente en un nórdico y psico­
lógicamente en el portador de una espada más que de una corona de espinas.
El nuevo paganismo rechazaba totalmente la figura de Cristo y la sustituía
bien por la adoración de Wotan, bien por un culto a la naturaleza centrado
en el sol. El culto solar neopagano coincidía a veces con la afición al nudis­
mo, al excursionismo y a los baños, que se generalizó entre los jóvenes en
el período de entreguerras.
El fin de la Primera Guerra Mundial dio lugar a importantes cambios en
las dos grandes instituciones religiosas. En la medida en que el protestan­
tismo había sido la religión de estado del Kaiserreich, se vio inevitablemente
dañado en su prestigio por la derrota y el hundimiento del Imperio. Pero,
triumphans o no, la Iglesia siguió aferrada a la visión de sí misma como eccle­
sia militans. En 1913, el periódico Protestantenblatt había declarado inequí­
vocamente: “El pacifismo es una blasfemia contra Dios”.1 En 1917, cuando
cinco pastores de Berlín hicieron un llamamiento en pro de una paz negocia­
da, ciento sesenta sacerdotes firmaron un manifiesto en el que se pronuncia­
ban por la victoria total o por la destrucción total.2 Aún en 1928, un sacerdote
protestante suscitó una inacabable controversia por haber puesto en tela de
juicio la equivalencia de la muerte de un soldado por su país y el martirio
por la fe cristiana.
En las universidades, eran a menudo los teólogos (como Seeberg, rector
de la de Berlín, y Procksch, rector de Greifenwald) quienes más enérgica­
mente clamaban por el rechazo del Tratado de Versalles y — mutatis mutan­
dis— de la República de Weimar.
Este desarrollo del revanchismo se vio acompañado por un resurgimiento
del cristianismo alemán y del neopaganismo en los márgenes de la Iglesia
protestante. Se publicaban estudios “teológicos” con títulos como “Wotan y
Jesús”, “Baldur y la Biblia” y “El Salvador alemán”. Ese último, por cierto,
explicaba la supuesta contradicción del origen israelita del Salvador con la
sencilla pregunta: “¿No puede nacer una hermosa flor en un montón de es­
tiércol?”.3
La actitud oficial de la Iglesia protestante respecto al “problema judío”
—actitud decisiva para el destino de la democracia de Weimar— fue bien
resumida por un profesor de teología de Erlangen en el Congreso de la Igle­
sia Evangélica de 1927. Al tiempo que rechazaba el antisemitismo furibundo
LA RELIGION 459

afirmaba: “La Iglesia debe mantener los ojos abiertos ante la amenaza que
plantea el sionismo al pueblo alemán, y debe expresar sus puntos de vista
sobre tal amenaza. El servicio a la Patria es servicio a Dios”.4 Para la Iglesia
protestante, la Gran Guerra había significado una cruzada del Kaiserreich
“por la gracia de Dios” contra la blasfema Francia republicana. Cuando se
instauró en Alemania una república, ésta fue considerada al mismo tiempo
antialemana y antirreligiosa, acusación esta última que quedó irremediable­
mente consolidada por la separación de Iglesia y Estado realizada por Weimar.
Los católicos, por su parte, desaprobaban la política religiosa de Weimar
porque consideraban que se concedían los mismos derechos a la verdad y al
error. El cardenal Fauhaber impugnó la misma legalidad de la República
definiendo su origen, el levantamiento de noviembre de 1918, como mancha­
do por el perjurio y la alta traición.5 (Esta fue la República que dio a los
católicos una libertad de acción sin precedentes y que hizo posible la crea­
ción de nuevos obispados, abadías, y más de mil nuevos establecimientos
religiosos.) 6
Aunque otros miembros de la jerarquía estaban totalmente de acuerdo
con Faulhaber, en general, las relaciones de los católicos con el nuevo estado
eran bastante más complejas. En su calidad de grupo sociopolítico que (al
igual que los obreros socialdemócratas y los liberales de la clase media) no
había dispuesto de una parte proporcionada de poder político durante el
Kaiserreich, los católicos apoyaron las vacilantes coaliciones que aseguraron
una cierta continuidad gubernamental durante la mayor parte de la era de
Weimar. El más destacado político centrista, Erzberger, que había firmado
el Tratado de Versalles en nombre de Alemania, fue una de las primeras víc­
timas de los asesinos de la Fehm e; los ataques volkische a la bandera de la
República (roja, amarilla y negra) se basaban, entre otras cosas, en la asocia­
ción de los tres colores con otras tantas internacionales supuestamente enca­
minadas a arruinar a Alemania: la internacional roja del marxismo, la ama­
rilla del mammón judío y la negra del catolicismo.
Fue en parte a causa de su vulnerabilidad a los ataques chauvinistas que
la Iglesia se esforzó por mostrar su patriotismo. Por su parte, los volkische
no se atrevieron a condenar el catolicismo per se. Hitler era muy consciente
del amor que sentían por la Iglesia millones de alemanes, en Baviera y en
otras regiones. En Baviera, concretamente, coincidían los prejuicios católi­
cos con el odio de los nazis por la izquierda, la democracia de Weimar y los
judíos, como se demostró en el brusco giro a la derecha producido en la
región después del colapso del efímero Soviet de Munich de 1919. El antise­
mitismo religioso era una tradición viva en Baviera, como mostraban hechos
tales como la Pasión de Oberammergau, con su insistencia en el deicidio de
los judíos, las peregrinaciones a Deggendorf, conmemorativas de un asesinato
460 HISTORIA SOCIAL DEL TEBCER REICH

rural medieval, y el Miesbacher Anzeiger, un periódico local antisemita pu­


blicado por un sacerdote.
Pero el antisemitismo católico no fue sólo una aberración esporádica. En
1930, el vicario general de Mainz declaró que, si bien el odio racial no era
cristiano, él estaba de acuerdo con la valoración hecha por Hitler de la in­
fluencia judía en la prensa, el teatro y la literatura,7 y exponía a este respec­
to una opinión similar a la del obispo luterano de Kurmark, Dibelius, que
había escrito: “No es posible dejar de advertir que el sionismo tiene un
papel determinante en todos los procesos de disgregación de la civilización
moderna”.8
Pero, a pesar de la coincidencia en algunos puntos, no se puede hablar
de un consenso político entre las dos iglesias. Los protestantes, que se agru­
paban principalmente en el DNVP (Partido Nacional del Pueblo) y en el
DVP (Partido del Pueblo Alemán), atacaban al Partido del Centro por su
tendencia a formar coalición con los marxistas, es decir, con los socialdemó-
cratas. Antes de las elecciones presidenciales de 1932, Dibelius explicó un
delicado punto de la teología política protestante:
“Hace siete años, manifestamos abiertamente nuestra incomprensión de la
tendencia de algunos protestantes a votar por el candidato del Partido del
Centro, un católico. En esta ocasión, no hemos hecho nada de esto, aunque
entre los candidatos figura nuevamente un católico, Hitler. Pero este hombre
no es un candidato de la Iglesia católica, sino el dirigente de un gran movi­
miento nacional, al que pertenecen millones de protestantes.” θ
La toma del poder por parte de este “gran movimiento nacional” colocó
a ambas iglesias cristianas en una situación excepcionalmente compleja. Aun­
que algunos aspectos básicos del Tercer Reich, tales como la naturaleza cuasi
inesiánica del Movimiento nacional y la injustificada reclamación por parte
del estado de un poder político ilimitado, afectaban por igual a las dos igle­
sias, cada una de ellas se encontró en una situación diferente. Los protes­
tantes, con su organización sinodal y su división en iglesias regionales (Lan-
deskírchen) de orientaciones diversas (en Turingia y Schleswig-Holstein, por
ejemplo, predominaban los cristianos alemanes), estaban más expuestos a la
penetración nazi que los católicos, más autónomos y de organización más
compacta, y que formaban parte, además, de una iglesia universal con una
cabeza supranacional. En el Tercer Reich, el universalismo de los católicos
pudo haber sido considerado como una característica especialmente odiosa,
aunque los hechos mostraron que los católicos alemanes, tanto los sacerdotes
como los laicos, no eran un ápice menos patriotas que los seguidores de Lu­
tero y Calvino. Se consideraba también que se podía llegar a algún tipo de
compromiso entre el nazismo y un sector del protestantismo para el estable­
cimiento de una Iglesia Estatal Cristiana de Alemania, mientras que el cato­
LA RELIGIÓN 461

licismo quedaba, por definición, totalmente al margen de esta posibilidad. Por


todo ello, los dirigentes católicos, tanto clericales como laicos,10 * decidieron,
durante las primeras etapas de consolidación del poder nazi, establecer un
modus vivendi con Berlín mediante el Concordato de junio de 1933, en virtud
del cual conservaban un restringido control sobre la educación y las institu­
ciones municipales a cambio del reconocimiento del régimen por parte del
Vaticano y de la sumisión política de la jerarquía católica alemana. Para
tranquilizar a los aprensivos conservadores de los dos campos religiosos, los
nazis recurrieron a una serie de golpes de efecto durante sus primeros meses
de gobierno. Por ejemplo, reconocieron como legales siete fiestas católicas. El
gobierno prusiano abolió gradualmente las escuelas interconfesionales, decla­
ró obligatoria la instrucción religiosa e impuso ésta en escuelas de formación
profesional en las que antes no se impartía. La insólita y masiva asistencia
de miembros de las SA a los servicios dominicales convirtió a éstos en verda­
deros desfiles de aquella organización, y los matrimonios religiosos colectivos
se convirtieron en moda entre los oficiales de la misma. Los miembros del
partido que habían abandonado las prácticas religiosas volvieron a ellas por
orden de sus superiores, y, en 1933, en Berlín, el número de bautizos llegó a
superar al de nacimientos.11 Estas cortinas de humo provocaron una rápida
y favorable reacción de los círculos eclesiásticos. Los portavoces de éstos riva­
lizaron con los dirigentes de los partidos políticos no marxistas, de algunos
sindicatos, de la industria, de los cuerpos profesionales y de las universida­
des en sus expresiones de alabanza a aquel régimen de resurgimiento nacio­
nal. “Los objetivos del gobierno del Reich son los mismos que se propone,
desde hace largo tiempo, la Iglesia católica”, afirmó el obispo católico Bürger,
y se hizo buen uso de la coincidencia con el nazismo en el anatema del comu­
nismo, el liberalismo, el ateísmo, el relativismo y la tolerancia. El hermano
en Cristo de Bürger, el obispo Grober, de Freiburg,12 invocó las venerables
tradiciones católicas en apoyo del racismo nazi y recordó la estricta exclusión
de la Compañía de Jesús de los aspirantes de sangre judía. Otros teólogos
llegaron al lirismo en sus apoteosis de Hitler:
“Aquí está ahora ante nosotros —escribió el profesor Adam, de Tübingen—
aquel a quien las voces de nuestros poetas y sabios han llamado el liberador
del genio alemán. É l ha arrancado la venda de nuestros ojos y, por debajo de
las envolturas política, económica, social y religiosa, nos ha devuelto la facul-

0 Monseñor Kaas, que jugó un importante papel en las negociaciones para el Concor­
dato, combinaba con éxito ambas funciones. Como último representante del (Partido del
Centro en el Reichstag, ayudó a conseguir la necesaria mayoría de dos tercios para que
los nazis pudiesen, “constitucionalmente”, abrogar la constitución. Más adelante, llegó a
ser alto funcionario del Vaticano, con especial intervención en los asuntos relacionados
con Alemania.
462 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tad de ver y amar la única cosa esencial: nuestra unidad de sangre, nuestro
ser alemán, el homo germanus.” 13
Cuando la Alemania nazi sorprendió al mundo con el boicot nacional a
las tiendas judías, en abril de 1933, el Generalsuperintendent Dibelius prestó
a aquella acción su apoyo moral, declarando que el boicot serviría para redu­
cir “la excesiva participación judía en la economía, la medicina, las leyes y
la cultura”.14 También los protestantes alemanes redujeron la excesiva repre­
sentación judía en las Sagradas Escrituras y la liturgia: en Schleswig-Holstein,
el sacrificio de Isaac por Abraham fue suprimido del sílabo, y la Iglesia evan­
gélica de Sajonia sustituyó los términos hebreos “amén” y “aleluya” por las
expresiones “así lo quiera Dios” y “alabado sea el Señor”.15
Pero los cristianos alemanes no se proponían sólo realizar modificaciones
parciales en la enseñanza y la liturgia, sino que aspiraban a reestructurar
todo el protestantismo alemán, tanto en el aspecto teológico como en el orga­
nizativo. Durante las elecciones eclesiásticas de 1933, los cristianos alema­
nes, con el apoyo declarado de organismos tan extraños a ellos como las SA,
consiguieron las tres cuartas partes de los votos y alcanzaron la influencia
predominante en la mayoría de las provincias, con lo cual pudieron empren­
der la tarea de reformar la Iglesia a imagen y semejanza del estado nazi, es
decir, someterla al principio de autoridad.
Esta empresa fue encabezada por el pastor Hossenfelder, el doctor Krause
y el capellán Müller (confidente del general von Reichenau). Como corres­
pondía, Müller fue nombrado obispo nacional, cargo que no habría de os­
tentar durante mucho tiempo. Los éxitos de los otros dos reformadores fue­
ron aún más breves; su carrera llegó a la vez a su cumbre y a su fin en un
mitin masivo celebrado en el Palacio de los Deportes de Berlín, en noviembre
de 1933, donde los 20.000 asistentes aprobaron la introducción del “párrafo
ario” a la legislación de la Iglesia, para ser aplicado tanto a laicos como a
sacerdotes. Pero el toque de clarín del doctor Krause para la limpieza de los
Evangelios de todo lo que no fuera alemán, como por ejemplo “la teología
de la inferioridad del rabino Pablo”, fue tan desaforado que dio lugar a una
fuerte reacción contraria, a causa de la cual él y Hossenfelder hubieron de
desaparecer de la escena religiosa.16 Hitler fue lo bastante hábil como para
no permitir que la reacción ante el “escándalo del Palacio de los Deportes”
tuviese demasiadas consecuencias. Se entrevistó con los principales dignata­
rios protestantes y les persuadió de que colaborasen con el obispo nacional
Müller, encargado oficial de mantener la disciplina eclesiástica. Pero este
acuerdo no influyó a la totalidad de la Iglesia. La oposición a la colaboración
cristalizó en torno a un grupo disidente que recibió el nombre de Bekenntnis-
kirche (Iglesia confesional). Pero la Bekenntniskirche no tenía su razón de ser
en la oposición al nacionalsocialismo como tal, sino en la defensa de la integri-
LA RELIGIÓN 463

dad de la Iglesia ante la ingerencia estatal.17 En su Sínodo de 1934, declaró sel­


la única Iglesia legítima, desafiando con ello abiertamente la autoridad de los
dirigentes de la Iglesia alemana y del obispo nacional Müller. Aunque llegó
a obtener la adhesión de más de 5.000 miembros del clero protestante, la
Iglesia confesional se escindió en un grupo moderado, del que formaban
parte los obispos provinciales de Baviera (Meiser), Hannover (Mahrarens) y
Württemberg (Wurm), y un grupo menos conciliador en torno a Niemoller.
Pero ni siquiera éste mostró el profundo antagonismo hacia el régimen que
mantuvo el eminente teólogo suizo Karl Barth, que fue privado de su cáte­
dra y expulsado de Alemania en 1935. El grado de división que padecieron
los alemanes no colaboracionistas puede deducirse de la definición que dio
de Karl Barth el obispo Mahrarens: “La mayor desgracia de Alemania”.18
Pero, a pesar de la discordia, el hecho mismo de la existencia de la Igle­
sia confesional minaba la influencia del obispo Müller, y en 1935 el régimen
creó el Departamento de Estado para Asuntos Eclesiásticos, bajo el mando
del Reichsminister Kerr. Kerr asumió muchas de las funciones originalmente
encomendadas al obispo nacional, y Müller, que se negó a dimitir, cayó en
el olvido.18
La sustitución de Müller por Kerr señaló un nuevo comienzo. Aunque des­
contentos por su fracaso en la “coordinación” eclesiástica, los nazis supieron
pasar hábilmente de una política de intervención a una táctica de explotación
desde el exterior de las divergencias en el campo protestante. Los cristianos
alemanes controlaban las regiones de Turingia, Sajonia, Mecklenburgh, Hes-
se-Nassau y Schleswig-Holstein; la Iglesia confesional controlaba Hannover,
Baviera, Württemberg y Hamburg. En la zona clave de Prusia, el doctor
Werner fue nombrado jefe de la Iglesia provincial, cargo que ocupó junto
con el de presidente de la Iglesia nacional. Era asistido en sus funciones por
un “Consejo de Asesores Espirituales” del que formaban parte el obispo
Schulz (de los cristianos alemanes) y el obispo Mahrarens, de Hannover,
quien, a pesar de su compromiso confesional, evitó cuidadosamente el enfren­
tamiento con el régimen nazi. El principal portavoz de los intereses de la
Iglesia frente a las autoridades fue el colega de Mahrarens en Württemberg,
Wurm. A diferencia de los miembros de la Iglesia confesional, que se dis­
tinguían por su franqueza, Wurm no era dado a la protesta pública: la mayor
parte de sus discusiones con las autoridades tuvieron lugar sobre el papel y
en privado.
Mientras Hitler consideraba a los cristianos alemanes como la secta más
adaptable a sus propósitos, la actitud básica del partido ante la religión venía
configurada por la total oposición de Rosenberg al cristianismo en cualquiera
de sus formas. Su obra pseudofílosófica El mito del siglo veinte calumniaba
con tal acritud al cristianismo y a las iglesias que el obispo católico de Müns-
464 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

ter, Galen, publicó, en 1934, una minuciosa refutación, titulada Estudios sobre
el mito del siglo veinte. La refutación de Galen se publicó en forma de pan­
fleto y de suplemento a la gaceta diocesana de Colonia y Münster, y llegó
así a cientos de miles de lectores católicos. Durante el mismo año, la circu­
lación del semanario diocesano del Lago de Aachen aumentó de los 38.000
ejemplares a los 90.000. Este aumento resultó, hasta cierto punto, de la exis­
tencia de los lectores “marxistas”, cuya prensa había sido totalmente elimi­
nada y que se pasaban a las publicaciones católicas antes que verse obligados
a leer las nazis.20 Este tipo de oposición, significativa desde el punto de vista
político pero esencialmente débil (Hitler había asegurado al obispo Berning
de Osnabrüclc que el Mito de Rosenberg era una simple publicación priva­
da),21 se daba en un terreno de semilegalidad. Así, la pastoral conjunta de la
Conferencia de Obispos Católicos de Fulda, que declaraba: “La religión no
puede basarse en la sangre, la raza u otros dogmas de creación humana, sino
sólo en la revelación divina”, fue ampliamente difundida, a pesar de haber
prohibido la Gestapo su publicación,22 y una pastoral que impugnaba el neo-
paganismo fue leída, con permiso de las autoridades, desde los pulpitos 23
El drama Wittukind, de Edmund Kiss, que, para disguto del público ca­
tólico, atacaba a Carlomagno y, por extensión, al cristianismo en sí, provocó
la siguiente declaración del periódico católico Kirchenblatt: “Sin considera­
ción por la verdad histórica de la fe cristiana de millones de compatriotas
alemanes, esta obra ataca a la Iglesia de la forma más brutal y repugnante”.24
Desde luego, esta queja del Kirchenblatt no modificó en nada la difusión de
Wittukind, que forma parte de la sistemática campaña contra el catolicis­
mo político. En la reunión del partido de Nuremberg, en 1934, los coros de
las Juventudes Hitlerianas recitaron:
“Ningún malvado sacerdote nos impedirá sentir que somos hijos de Hitler.
No seguimos a Cristo, sino a Horst Wessel. Basta de incienso y de agua ben­
dita. Por nosotros, la Iglesia puede irse a paseo. La esvástica trae la salvación
a la tierra. Yo quiero seguirla paso a paso, ¡Baldur von Schirach, llévame
contigo!” 25
Y una de las canciones preferidas de las SA tenía este estribillo: “Camara­
das de las SA, colgad a los judíos y fusilad a los curas”.
En Baviera, los nazis iniciaron una acción contra la separación religiosa
en la escuela, y consiguieron, en el espacio de unos pocos cursos, obligar a
la mayoría de los padres a trasladar a sus hijos a escuelas interconfesionales.
La encíclica papal Mit brennender Sorge (1937) —cuyo borrador había re­
dactado en parte el cardenal Faulhaber— lamentaba: “El ingreso de los
niños católicos en estas escuelas ha tenido lugar en circunstancias de evi­
dente coacción, es resultado de la violencia y está desprovisto de toda
legalidad”.26 Aunque estas palabras se oyeron en todos los púlpitos, la
LA RELIGIÓN 465

Iglesia se vio incapaz de evitar la pérdida de influencia entre la juventud.


En 1936 se declaró obligatoria la pertenencia a las Juventudes de todos
los chicos y chicas de diez a dieciocho años, y el episcopado hubo de limi­
tarse a advertir a los padres católicos que procurasen no confiar a sus
hijos a dirigentes de las Juventudes activamente hostiles a la Iglesia.27 Ade­
más, en 1936 y 1937, se sometió a un sector clave del catolicismo institu­
cional —los monasterios y conventos— a una prolongada campaña oficial
de difamación. Cientos de monjes y religiosas fueron llevados ante los
tribunales * bajo acusaciones que iban desde transacciones monetarias ile­
gales a perversiones sexuales. (Así, los monjes cuyo trabajo de enfermeros
incluía el sostener el pene de los pacientes escleróticos mientras éstos ori­
naban fueron acusados de homosexualidad.) 28 * * Goebbels, a quien, preci-
cisamente, sus padres destinaban al sacerdocio, obligó a todos los perió­
dicos del país a publicar íntegramente las crónicas de estos juicios redac­
tadas por la agencia de noticias del gobierno, convirtiendo así los diarios
en ediciones especiales pornográficas.29 “Dos mundos se disputan nuestras
almas”, declaraba, en medio del escándalo, el Dr. Ley, el autonombrado
paladín del concepto dionisíaco de la vida. “La negación de la vida ha
llevado a estos hombres a las órdenes monásticas. Nuestra afirmación de la
vida nos lleva a las filas de nuestra sonriente juventud.” 80
Los juicios por delitos monetarios y por inmoralidad no consiguieron los
efectos deseados. El presidente del distrito de la Alta Baviera informó:
“Los sacerdotes gozan aún del mayor respeto, especialmente en las zonas
rurales”.31 Pero el episcopado experimentaba serios temores ante el im­
pacto del nacionalsocialismo en la mente y el corazón de los laicos. En el
tenso verano de 1935, el obispo Buchberger, de Regensburg, advirtió al car­
denal Bertram que, en caso de una ruptura entre Iglesia y Estado, “la fideli­
dad de muchos católicos hacia su Iglesia podría fallar”.32
La relación oficial de la Iglesia católica con el régimen estaba determi­
nada sobre todo por este temor. La actitud de cada uno de los obispos
era, hasta cierto punto, diferente. El obispo Preysig, de Berlín, era decidi­
damente antinazi, mientras que Berning, de Osnabrück, reclamaba obedien­
cia y lealtad al estado en sus visitas a los campos de concentración de
su diócesis.33 El obispo Grober, de Freiburg, publicó un Manual de cues­
tiones religiosas contemporáneas, para orientación de los laicos, que con­
tenía definiciones que sólo se distinguían del correspondiente capítulo de
8 En Koblenz fueron objeto de un juicio masivo 267 miembros de la orden francis­
cana (de un número total de quinientos en todo el país), acusados de delitos contra los
jóvenes que tenían a su dudado, muchos de los cuales eran retrasados mentales.
Esto no significa que no hubiera absolutamente nada de cierto en las acusaciones
oficiales (recuérdese las visitas de los delegados de Thomas Cromwell a los monasterios
antes de ser disueltos éstos por Enrique VIII).
466 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Mein Kampf por una mayor elegancia del estilo. Por ejemplo, el bolche­
vismo era definido como “despotismo de estado, que se da en Asia, al
servicio de un grupo de terroristas dirigidos por judíos”.34
El antisemitismo constituía un tentador punto de coincidencia del dogma
nazi con una arraigada animosidad de los católicos. En sus sermones de
Adviento de 1933, el cardenal Faulhaber expresó su incredulidad ante el
hecho de que el Antiguo Testamento, con sus “condenas de la apropiación
de la tierra por los usureros y de la opresión del campesino por las deudas”,
fuese un “producto del espíritu de Isarel”,35 y el periódico católico Klerus-
hlatt justificó, en 1936, las leyes de Nuremberg, calificándolas de “indis­
pensable salvaguardia de la integridad cualitativa del pueblo alemán”.38
(Sin embargo, existían excepciones, como el cura rural de Westfalia que
preguntó retóricamente a sus feligreses: “¿Por qué alguna gente adora a
la Madre de Dios?”, y respondía: “Quizá porque ella no es de origen ario”.)
El patriotismo constituía otra zona de concordancia entre la Iglesia y el
Estado. Cuando las unidades de la Wehrmacht volvieron a entrar en la
desmilitarizada Renania, en 1936, fueron recibidas en los puentes del Rhin
por sacerdotes católicos que les bendecían agitando incensarios. El obispo
Galen dio las gracias al Führer por todo cuanto había hecho por el honor
del pueblo alemán y rogó a Dios Todopoderoso que bendijese sus futuras
empresas. También el obispo Grober manifestó su entusiasmo, pero se de­
claró incapaz de votar “Sí” en el plebiscito acerca de la remilitarización
de Renania, por estar aquél relacionado con una elección de diputados del
Reichstag, muchos de los cuales —miembros del Movimiento Alemán de
la Fe (Deutsche Glauhensbewegung)— eran enemigos jurados de la Iglesia.
El Movimiento de la Fe, cuyos miembros eran llamados simplemente
“creyentes” (Goltglaubige), constituían la Iglesia neopagana del Tercer
Reich, si bien el término “Iglesia” es excesivamente concreto para este im­
provisado anexo espiritual del nazismo. Siendo como era un cuerpo bastante
amorfo, se define mejor por sus artículos de fe de carácter negativo, el prin­
cipal de los cuales era la hostilidad hacia el cristianismo y hacia las igle­
sias establecidas. Con el propósito de utilizar las “conversiones” al neopa-
ganismo para complementar sus propias y más generales medidas antiecle­
siásticas (como eran la asfixia de las organizaciones juveniles y la reducción
de la enseñanza religiosa en las escuelas), el partido impulsó una campaña
encaminada a persuadir a los feligreses a abandonar individualmente la
Iglesia. La “Campaña de Separación de la Iglesia” fue especialmente efec­
tiva entre las profesiones que dependían directamente del estado: funcio­
narios, empleados municipales, maestros, funcionarios del partido. En 1939,
el Anuario Estadístico del Reich daba la cifra de 3.481.000 Gottglaiibige, o
sea el 5 por ciento de la población.37
LA BELIGIÓN 467

Las actividades “positivas” del Movimiento de la Fe ■ —que, en una


memorable frase, definió el cristianismo como “el Versalles religioso de
Alemania”—88 se centraban principalmente en la descristianización de los
rituales en torno al nacimiento, el matrimonio y la muerte, y en la recon­
versión de la Navidad en un festival pagano del solsticio. Dado que las
prácticas del Movimiento de la Fe no fueron codificadas durante el Tercer
Reich, no se desarrolló una versión definitiva de sus rituales, y sus refor­
mas no superaron el estadio de la experimentación. La siguiente descripción
de una ceremonia matrimonial en Tübingen, en la cual el profesor Haüer,
dirigente del Movimiento, actuó como W eíhw añ (ministro), debe ser to­
mada como una ilustración, no necesariamente representativa, de las cere­
monias neopaganas.
“Las nupcias se celebraban al aire libre, bajo un tilo.
”La ceremonia había comenzado con la llegada de los novios.
”Se interpretaron canciones de Mozart y seíeroitaron poemas de Hebbel
y Holderlin. El sermón del Weihwart giró en torno a pasajes de los Eddas
(la antigua saga islandesa) y concluyó con una cita de Zaratustra: ‘Llamo
matrimonio a la voluntad de dos seres de formar un ser más grande que
los dos que lo componen’. Después del intercambio de anillos por parte
de los contrayentes, el Weihwart pronunció la bendición: ‘Que la Madre
Tierra, que nos lleva a todos con amor, y el Padre Cielo, que nos bendice
con su luz y su aire, y todas las fuerzas benefactoras del aire, gobiernen
sobre vosotros hasta que esté cumplido vuestro destino’. La ceremonia con­
cluyó con la interpretación de la ‘Cantata Nupcial’, de Johann Sebastian
Bach, por un cuarteto de cuerda y soprano.” 89
Un tipo diferente de ceremonia nupcial era practicado por los miembros
de las SS, quienes, por orden rotunda del mistagogo Himmler, profesaban
el neopaganismo en su forma más pura. En la versión de las SS, el papel
del Weihwart era mínimo —Himmler no tenía intención de crear una secta
sacerdotal definida—·, y las ceremonias familiares eran dirigidas por los
jefes del clan. Los matrimonios tenían lugar en salas de paredes cubiertas
con paneles de roble, con una decoración consistente en runas de la vida
inscritas en piedra, girasoles (símbolo de la rueda solar) y ramas de pino.
La pareja estaba de pie ante una columna truncada que sostenía un cuenco
en el que ardía una llama perenne, que simbolizaba el fuego del hogar.
Los contrayentes intercambiaban los anillos, así como el pan y la sal, sím­
bolos, respectivamente, de la fecundidad de la tierra y de la pureza. Final­
mente, el marido entregaba a la esposa su puñal, como signo de su Wehr-
haftigkeit (capacidad de llevar armas), y recibía, para sustituirlo, otro puñal
de manos de su superior jerárquico.40
En los “bautizos”, la runa de la vida constituía el principal motivo
468 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

decorativo. El niño era llevado por su padre a la sala de la ceremonia


sobre un escudo teutónico, envuelto en una manta de lana no blanqueada
en la que había bordadas hojas de roble, runas y esvásticas. El nombre del
niño y la fecha del nacimiento eran inscritos en la primera página de su
“libro de la vida”. Los dos progenitores colocaban las manos sobre su hijo
y pronunciaban su nombre.41
Las celebraciones de la Navidad que practicaban los aristocráticos miem­
bros del círculo de relaciones de Himmler tenían lugar el veintiuno en lugar
del veinticinco de diciembre, en sus hogares decorados al estilo rústico bá-
varo, al que se añadían fórmulas rúnicas talladas en madera. Un regalo
que estuvo de moda ofrecer a las esposas de los altos oficiales de las SS
era la reproducción de una fíbula germánica hallada en unas recientes
excavaciones.
En 1938 fueron prohibidos en las escuelas el canto de villancicos y las
representaciones dramáticas navideñas, y la misma palabra “Navidad” fue
oficialmente abolida durante la guerra, para ser sustituida por Julfest. La
manipulación semántica fue un rasgo esencial de la descristianización. De
acuerdo con la tradición teutómana, los nombres de los meses, derivados
del latín, fueron sustituidos por los arcaicos alemanes: marzo, por ejemplo,
se convirtió en Lenzing (Lenz = primavera). Una típica participación de
matrimonio neopagana publicada en un periódico local rezaba así: “En la
creencia en la Revelación Divina hecha a nuestra nación a través de Adolf
Hitler, Werner Liefet y Selma Liefet, nacida ICunzer, han sellado su unión
para toda la vida hoy, 9 de Nebelung * de 1935”.42 Aun cuando se conser­
varon los nombres de las fiestas, el significado de éstas fue modificado. A par­
tir del Busstag (día de penitencia) de 1937, las denominadas fiestas ecle­
siásticas serias dejaron de ser “protegidas por el gobierno”, lo cual signi­
ficaba que en aquellos días los teatros y los cines podían presentar cualquier
programa y que podía interpretarse música de baile en público. Ya hemos
mencionado la transformación del Día de los Caídos en el día de la Rés-
tauración de la Soberanía Militar, es decir, el cambio de una jornada de
tristeza por una de optimista autoafírmación. Este hecho constituye un
ejemplo de cómo el mismo concepto de la muerte fue objeto de una pro­
funda alteración. En una vida de lucha incesante, la muerte de un indi­
viduo, a quien la cadena de las generaciones unía indisolublemente con sus
antepasados y sus descendientes, era un acontecimiento insignificante. La
lucha se consideraba una constante, y su misma permanencia una garantía
de resurrección.

* Nobelung, derivado de Nebel, niebla, era noviembre recuérdese el Bmmario del


calendario francés de la Revolución).
LA RELIGIÓN 469

El hecho de la continuidad de la raza quitaba a la muerte su carácter


final y despojaba al individuo su importancia metafísica. Las esquelas mor­
tuorias de los militares se iniciaban a menudo con la frase estereotipada:
“Con orgulloso dolor”, correspondiente al “Con orgullosa alegría” frecuente
en las participaciones de nacimientos. Formulaciones como: “En la más
gloriosa era de Alemania, le ha nacido un hermano a nuestra Torsten. Con
orgullosa alegría, Martín y Helge Ritter”, aparecida en el Dresdner Anzei-
ger el 8 de noviembre de 1942, eran típicas. Durante algún tiempo, ganó
terreno la costumbre de acompañar las participaciones de nacimiento con el
símbolo rúnico de la vida, y las esquelas mortuorias con la runa de la
muerte, pero, para desengaño de las autoridades, las runas no llegaron a
sustituir a sus correspondencias cristianas (la estrella y la cruz) en la con­
ciencia pública.
"~E1 desplazamiento de la cruz fue intentado también por otros medios.
En 1937, una orden regional de retirada de los crucifijos de las aulas suscitó
tal indignación en la región de Oldenburg que hubo de ser revocada. Pero,
durante la guerra, se produjo una gradual eliminación de este importante
signo cristiano de muchos hospitales y escuelas.43 En 1937, el periódico Sie-
grune, del Movimiento de la Fe, publicó lo siguiente sobre Jesucristo:
“Jesús fue un cobarde patán judío que corrió ciertas aventuras durante
sus años de juventud. Hizo que sus discípulos abandonasen su sangre y
su tierra y, en las bodas de Canaán, increpó groseramente a su propia madre.
En sus últimos momentos, insultó de forma escandalosa la majestad de la
muerte.” 44
A pesar de estas extraordinarias afirmaciones, la figura de Jesús no re­
sultó ser de fácil clasificación. Por ejemplo, la visión que de él tenía Der
Stürmer difería grandemente de la de su competidor neopagano: en el evan­
gelio, según Julius Streicher, la crucifixión figuraba como el ejemplo princi­
pal de asesinato ritual judío.
En 1935 dejó de ser obligatorio el rezo de oraciones en las escuelas, En
marzo del mismo año, la Gestapo detuvo a 700 pastores protestantes de toda
Prusia por haber condenado el neopaganismo desde el pulpito.45 * Algún
tiempo después, las autoridades privaron del derecho de enseñar religión
en las escuelas a un número similar de sacerdotes de Württemberg, por
haber desobedecido el edicto de las autoridades del Land contra “la viola­
ción de los instintos morales de la raza alemana” con referencias a Abraham,
José y David en el curso de sus clases.48
La enseñanza religiosa en las escuelas corría a cargo de sacerdotes o de

* Si un sacerdote era condenado a una pena de prisión superior a un año, perdía


automáticamente el derecho a gozar de un beneficio.
470 HISTOBIA SOCIAL DEL TEBCER REICH

profesores laicos, todos los cuales debían contar con la licencia de las auto­
ridades educativas. El régimen utilizó las posibilidades de chantaje que ofre­
cía la concesión de las licencias para evitar que los sacerdotes desaconse­
jasen a las familias la participación de sus hijos en el año de servicio la­
boral en el campo organizado por las Juventudes, en el cual —al igual que
ocurría en el Servicio Nacional del Trabajo— los jóvenes estaban inmersos
en un ambiente totalmente irreligioso. Algunos profesores de religión recién
nombrados por las autoridades eran activistas del Movimiento Alemán de
la Fe, e inculcaban el neopaganismo a sus discípulos. Además, la Asociación
de Maestros Nazis exhortó a sus miembros a que dejasen de tomar lecciones
de teoría religiosa, a fin de que la materia dejase de existir por falta de
personal docente. En los cuadernos de notas de las escuelas, donde la reli­
gión había ocupado un puesto primordial, no solamente fue relegada al últi­
mo lugar sino que recibió el nuevo nombre de “instrucción confesional”. Pos­
teriormente, desapareció del todo de los cuadernos de notas, y las califi­
caciones de “instrucción confesional” fueron anotadas aparte. El número de
clases de religión fue reducido a uno por semana. Las escuelas de comercio
suprimieron totalmente de sus programas la enseñanza religiosa, y en todas
las escuelas se ordenó a los directores que modificasen los horarios de tal
forma que la clase de religión ocupase la primera o bien la última hora de
la jornada, lo que constituía una clara invitación a faltar a ella. Por otra
parte, las solicitudes personales de exención de enseñanza religiosa formula­
das por los alumnos de las escuelas superiores pasaron a tener validez legal.
Entre los doce y los catorce años, el alumno decidía junto con sus padres
si presentaba o no esta solicitud.47 A partir de 1941, fue totalmente supri­
mida la enseñanza religiosa para los estudiantes mayores de catorce años.
Cuando las Iglesias organizaron clases voluntarias de religión, las autori­
dades prohibieron participar en ellas a los profesores empleados por el es­
tado. El plan de evacuación de escuelas de áreas bombardeadas facilitó al
régimen una excelente oportunidad para trasladar a los escolares a un am­
biente totalmente descristianizado. En las escuelas evacuadas, la instruc­
ción religiosa fue sustituida por lecciones de Weltanschauung, y, debido
a la ausencia de clases preparatorias de la confirmación, los jefes de las
Juventudes Hitlerianas consiguieron popularizar la Ceremonia de Consa­
gración de la Juventud Nacional (Reichsjugendweihe), de signo claramente
pagano. Aun así, las victorias en la lucha por atraer a la juventud no fue­
ron todas al mismo bando. Por ejemplo, una pastoral del cardenal Galen
en la que éste señalaba que los niños de los campos de evacuación no re­
cibían atención religiosa alguna, pudo aún, en el tercer invierno de la gue­
rra, influir notablemente en los padres en el sentido de que se negasen a
permitir que sus hijos fuesen evacuados.49
LA RELIGIÓN 471

Por razones que ya hemos mencionado (y a pesar del hecho de que una
nueva manifestación del protestantismo —la Iglesia confesional— había na­
cido del enfrentamiento Iglesia-Estado), el Moloch nazi tuvo su mayor pro­
blema de asimilación en el compacto y muy organizado cuerpo * del cato­
licismo alemán. Las fechas de desaparición de las organizaciones juveniles
confesionales son elocuentes: mientras las protestantes fueron prohibidas
en los primeros tiempos del Reich, la Asociación de Jóvenes Católicos no
fue definitivamente disuelta hasta 1939, después de una campaña de pro­
gresiva eliminación.50
Pero, durante las primeras etapas de la guerra, en unos momentos en
que las Juventudes Hitlerianas estaban un tanto desorganizadas debido a la
movilización de muchos de sus jefes, numerosos sacerdotes consiguieron, a
título individual, reorganizar los grupos de juventud de las parroquias. En
abril de 1940, el SD observaba que, en muchas zonas católicas, la celebra·'
ción de la Pascua de Pentecostés desplazaba totalmente las ceremonias de
juramento de las Juventudes.51 También la organización protestante Jugend-
werk consiguió mantener la fidelidad de algunos jóvenes a la Iglesia; en
Baviera, por ejemplo, 13.000 muchachas y 5.000 muchachos formaban parte
de círculos de juventud o asistían a clases parroquiales durante el segundo
año de la guerra.52 Pero el gradual descenso de la edad de movilización,
que llegó a ser de dieciséis años e incluso menos, era un hecho que iba
en contra del éxito del apostolado entre la juventud.
La política de los católicos con respecto al régimen combinaba la indi­
ferencia en asuntos secundarios con una tenaz defensa de lo esencial. Al
tiempo que se oponía a las medidas de esterilización, la Iglesia estaba de
acuerdo con algunos aspectos de la política eugenésica nazi, como la promo­
ción de la fecundidad y de la vida familiar. La intervención alemana en la
guerra civil española, del lado de Franco, obtuvo la plena aprobación de
la Iglesia, aunque, al mismo tiempo (recordemos que 1936 y 1937 fueron los
años de los espectaculares juicios anticatólicos), los obispos trazaban sutiles
paralelismos entre la política antirreligiosa del régimen y el anticlerica-
lismo de la República española. El episcopado consideró las crisis de Aus­
tria y de los Sudetes de 1938, que llevaron a Europa al borde del conflicto
armado general, como importantes acontecimientos de afirmación patrióti­
ca. El hecho de que 10 millones de austríacos y de alemanes de los Sudetes
“volvieran” al Reich, incrementando la proporción de católicos en la po­
blación total hasta el 43 por ciento, hizo exclamar gozosamente al cardenal
Bertram: “Ahora somos verdaderamente una Iglesia del pueblo”.53

* Mientras un pastor protestante se ocupaba, como promedio, de 2.500 fieles, la cifra


media para un sacerdote católico era de 1.000 (Günter Lewy, The Catholic Church in Nazi
Germany, Nueva York, 1964, p. 4).
472 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

En septiembre de 1939, cuando Hitler decidió invadir el país más cató­


lico de Europa y se dividió el territorio de éste con la atea Rusia, la Iglesia
exhortó a los soldados a estar dispuestos a sacrificar sus vidas por el Führer.54
Dos meses después, el cardenal Faulhaber, que se había negado a enviar
una representación eclesiástica al entierro del primer ministro socialista Eis­
ner, que había muerto asesinado, celebró la “milagrosa” salvación de Hitler
de un atentado contra su vida con un solemne Tedéum en Munich.55 Los
sacerdotes católicos rehusaban su apoyo a los miembros de su iglesia que
se negaban a empuñar las armas por motivos de conciencia, Por no haber
cumplido su supuesto deber de cristiano al negarse a prestar el juramento
militar de fidelidad a Adolf Hitler, el capellán católico de una prisión negó
la comunión a Franz Rheinisch, al igual que hizo el obispo de Linz con
Franz Jagerstátter cuando éste le pidió orientación en su agonía espiritual.58
El ataque a la Unión Soviética, en 1941, obtuvo la aprobación general
del clero. El arzobispo Jáger condenó a los rusos por su hostilidad contra
Dios y su odio a Cristo, y les calificó de “pueblo que ha degenerado casi
hasta el nivel animal”. Esta conclusión, teológicamente razonada, no se
diferenciaba de los dogmas racistas nazis sobre la “subhumanidad eslava”.
(A los ojos del arzobispo, los aliados occidentales no eran mucho mejores,
pues encarnaban los despreciables principios del liberalismo y el individua­
lismo.) 87
Pero, al mismo tiempo, la Iglesia temía —no sin razón— las tendencias
paganizantes del régimen, sobre las que la guerra actuaba como catalizador.
La campaña de Rusia repetía las paradojas de la intervención en la guerra
española: en la Rusia ocupada, los nazis abrían de nuevo al culto las cate­
drales cerradas, mientras en Baviera retiraban los crucifijos de las escuelas
y hospitales. A pesar de las declaraciones clericales en el sentido de que
“las publicaciones diocesanas seguirán aportando su contribución al final
victorioso de la histórica lucha mundial”, en 1941 casi toda la prensa cató­
lica había sido silenciada; la escasez de papel proporcionó a Goebbels un
excelente pretexto para esta actuación.58
Igualmente, la escasez de metal fue excusa para ordenar la fundición de
las campanas de las iglesias. (Llevadas de su solicitud por los fatigados obre­
ros de las industrias de guerra, las autoridades habían prohibido ya el re­
doble de campanas los domingos por la mañana cuando se había producido
un bombardeo durante la noche anterior.)59 *

° El tañido de campanas había acompañado siempre, los acontecimientos oficiales


del nazismo, como las Reuniones de Nuremberg, el Día del Arte Alemán, en Munich, los
plebiscitos y los festivales del solsticio (no obstante su ligero sabor pagano). Las primeras
victorias de la guerra dieron lugar a verdaderas orgías de campanas al vuelo. Cuando cayó
Francia, doblaron durante una semana.
LA RELIGION 473

La muestra más clara de los planes del régimen en materia de religión


era el moribundo estado de la Iglesia en el Warthegau (la región fronteriza
de la antigua Polonia, recientemente germanizada), donde fue separada de
las instituciones religiosas del Reich y mantenida sólo por las contribuciones
de los feligreses. (Así como el programa de genocidio establecía que ciertas
zonas fuesen “limpiadas de judíos” antes que otras, se determinó que el
Warthegau fuese la primera región “libre de Iglesias” del Reich.) Otro me­
dio de ataque al cristianismo fue la denigración del espíritu religioso por su
oposición al espíritu militar. En el caso de los católicos, esta acusación se
unía a vagas imputaciones de internacionalismo. El hecho casual de que Mol-
ders y Galland, los más notorios ases del aire de la Segunda Guerra, fuesen
católicos dio a la Iglesia oportunidad de rebatir esas acusaciones. Molders,
que fue muerto en acción, había escrito cartas en las que hablaba con orgullo
de los soldados católicos que eran aceptados como alemanes hechos y de­
rechos a causa de su valor. Estas cartas, que el régimen calificó de falsas
porque el héroe de la Luftwaffe había expresado también en ellas su horror
por las prácticas eutanásicas, tuvieron una resonancia tan grande que Bor-
mann ofreció una recompensa de 100.000 marcos a quien descubriese a sus
“autores” y distribuidores.60
Fue el exterminio de los enfermos incurables y de los alienados mentales
lo que provocó la más enérgica protesta contra la actuación del nazismo
por parte del episcopado. En un sermón en la iglesia de san Lamberti, de
Münster, el cardenal Galen descubrió públicamente los detalles del programa
de eutanasia, mantenido hasta entonces en riguroso secreto, y exclamó: “¡Cai­
ga la maldición sobre el pueblo alemán si los inocentes son asesinados y los
asesinos quedan sin castigo!”.61 A partir de este momento, los detalles de la
proyectada muerte de unos 70.000 enfermos fueron difundidos, de viva voz
o en publicaciones clandestinas. El efecto de esta revelación fue tal que, al
cabo de unas pocas semanas del sermón de Galen, una orden del Führer hizo
que se detuviera la aplicación del programa de eutanasia, temporalmente
por lo menos.
De hecho, sin embargo, se siguieron produciendo homicidios de manera
esporádica, pero las autoridades de la Iglesia frenaron el intento de pro­
seguir la realización del programa negándose a llenar los cuestionarios del
Ministerio del Interior acerca del estado de salud de los internados en los
asilos.62 Deseoso de no convertir en mártir a un conocido dirigente de la
Iglesia, el régimen no tomó represalia alguna contra Galen, pero hizo ejecutar
a tres sacerdotes católicos de Lübeck que habían distribuido entre los sol­
dados el texto del sermón del cardenal.
En sendas pastorales, Galen y el obispo Frings, de Colonia, condenaron
algunas típicas expresiones del espíritu militar nazi, como el asesinato de
474 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

rehenes y de prisioneros de guerra, y exhortaron a sus fieles a no abrigar


sentimientos de venganza contra el enemigo.63
El catolicismo alemán consiguió mantener su cohesión y conservar la
fidelidad de un buen número de creyentes mediante una política de resis­
tencia que alternaba con actitudes de considerable aquiescencia: las perso­
nas que tomaban parte en duelos o en ceremonias de incineración funeraria
eran amenazadas con la exclusión de los sacramentos, pero no se aplicaron
sanciones espirituales a los católicos que constituían una quinta parte de las
fuerzas de las SS. El críptico consejo que dio en una ocasión el obispo
Berning a un guardia de Auschwitz fue: “No se deben obedecer las órdenes
inmorales, pero no se debe tampoco arriesgar la propia vida”.64 El hecho
de que la Iglesia conservaba la firme adhesión de sus miembros lo demuestra
el ostracismo en que caían a menudo los que la abandonaban. La disposición
oficial según la cual sólo debía ser mencionado desde el púlpito el número
de tránsfugas, pero no sus nombres, resultó totalmente inútil, dada la fuerte
presión social que representaban los rumores e insinuaciones. Durante la
guerra, se detuvo la tendencia a la separación de las Iglesias, y éstas dieron
facilidades a quienes querían retornar a su seno. Bastaba con que presen­
taran una solicitud a su parroquia, procedimiento que no implicaba publi­
cidad alguna. Así fueron readmitidos en la Iglesia un buen número de
miembros del partido, mientras sus superiores nazis seguían considerándoles
sólo “creyentes”.65 Para hacer frente a tales tendencias “regresivas”, el ré­
gimen adoptó una interminable serie de medidas contra la Iglesia, de peque­
ño alcance todas ellas, pero efectivas por su número.
Todas las actividades religiosas no estrictamente realizadas dentro de
las iglesias pasaron a depender de un permiso oficial. La Gestapo confiscó
listas de fieles que asistían regularmente a la iglesia y estaban en servicio
activo, bajo el pretexto de que ponían en peligro la seguridad militar. En los
hospitales militares, los soldados heridos sólo podían ser visitados por sacer­
dotes si lo solicitaban específicamente. Las autoridades se incautaron de
conventos católicos de Renania y de seminarios protestantes de Württem-
berg, y en 1943 clausuraron las editoriales de teología como medida eco­
nómica de guerra.66
Al comparar las reacciones del protestantismo y del catolicismo ante el
régimen nazi, llama la atención la variedad de las respuestas del primero,
debido a su fragmentación. En el momento álgido de la crisis de los Sudetes,
la Iglesia confesional de la antigua Unión Prusiana elaboró un acto de
contrición que debía ser leído en los púlpitos. Esta declaración, que con­
tenía la significativa frase: “Confesamos los pecados de nuestra nación”,
habría contrastado fuertemente con el estado de ánimo general del país, de
exacerbado chauvinismo, pero, después que sus autores realizaran consultas
LA RELIGION 475

con los obispos confesionales de Württemberg y Baviera, fue revocada. De


cualquier modo, después de Munich, donde el Occidente había reconocido
la justicia de las peticiones de Hitler por el hecho de aceptarlas, el acto de
contrición no hubiese tenido mucha resonancia.67 Una señal de la división
dentro de la Iglesia protestante, más clara aún que la cauta Realpolitik de
Wurm y Meyser, fue la afirmación del colega de éstos, el obispo cristiano
alemán Sasse, de Turingia: “El permanente sentido de pecado del cristia­
nismo es un subproducto de la bastardía física”.68
La división era igualmente evidente en lo que hacía referencia a la cues­
tión judía, el principal problema moral que planteó el régimen a las Iglesias.
Los cristianos alemanes se desentendieron totalmente tanto de los judíos
practicantes como de los convertidos al cristianismo. Los católicos y la
Iglesia confesional manifestaron su preocupación por la suerte de sus fieles
no arios (preocupación que tomó forma concreta en el Rafaelsverein católico
y en el Bureau Gruber protestante, que ayudaron a la emigración de los
judíos cristianos), pero la Iglesia confesional de Prusia fue la única orga­
nización cristiana que, en el año doce del Tercer Reich, protestó pública­
mente por los indecibles sufrimientos infligidos a los judíos.68
Esta protesta, una declaración del Consistoria de la Iglesia confesional
(Bruderrat) de la antigua Unión Prusiana, fue leída en los púlpitos en 1943,
en un momento en que, como reacción ante los hechos, era ya más adecuada
la lamentación que la protesta. Ocho años atrás, en el sínodo de la Iglesia
confesional de Berlín-Steglitz, Dieter Bonhoeffer fracasó en su intento de
conseguir el acuerdo de la mayoría para emitir una resolución de protesta
contra las leyes de Nuremberg, recientemente promulgadas.70
El abrumador silencio de las Iglesias ante la tragedia judía tuvo muchas
causas, algunas de las cuales han sido expuestas en la primera parte de este
capítulo. Fueron, en parte, de carácter táctico —temor a provocar las repre­
salias del gobierno o de alienarse la opinión pública—, y en parte de orden
doctrinal. Incluso un cristiano de la talla del pastor Niemoller era, según sus
propias palabras, “cualquier cosa menos un filosemita”,71 y, según Dieter
Bonhoeffer, muchos cristianos (entre los que un día se contó el propio pen­
sador protestante y víctima del nazismo) veían en las atrocidades nazis, como
el pogrom de la Noche de Cristal, la prueba de la maldición de Dios que
pesaba sobre los judíos.
30

LOS JUDÍOS

En Alemania se había producido una constante inmigración judía du­


rante mucho más tiempo que en Francia o en Inglaterra, donde transcu­
rrieron varios siglos entre la expulsión de los judíos en la Edad Media y su
readmisión en épocas más modernas. Como resultado de la fragmentación del
Sacro Imperio Romano-Germánico, había habido siempre algún territorio
alemán en que se permitía residir a los judíos. Pero esta continuidad de
residencia no significaba una mayor tolerancia hacia ellos. Al contrario, los
pogroms más crueles de la Europa premoderna —aparte de los que tuvieron
lugar en Ucrania en el siglo x v i i — se produjeron en Renania en la época
de las Cruzadas. La Reforma alemana y las Guerras Campesinas fueron
también acompañadas por violencias contra los judíos. Exceptuando las acti­
vidades individuales de algunos de ellos, como Jud Siiss Oppenheimer de
Württemberg, los judíos no constituyeron un factor de la política alemana
hasta la participación de Prusia en la partición de Polonia durante los últi­
mos años ded siglo xvni.
En 1812, la influencia de un esclarecido Zeitgeist y las consecuencias de
las guerras napoleónicas llevaron al gobierno prusiano a conceder a los
judíos unos limitados derechos civiles. Este hecho inició un proceso de eman­
cipación que, aunque fragmentaria y oscilante, avanzó con aparente inevi-
tabilidad hasta que, en vísperas de la Gran Guerra, los judíos eran ciuda­
danos con plenitud de derechos, con excepción del acceso al cuerpo de
oficiales, a los niveles altos del cuerpo de funcionarios y al cuerpo judicial.
Con el colapso de la expansión económica que siguió a la guerra franco-
prusiana, este gradual proceso ascendente se vio temporalmente amenazado
por un movimiento de sentido contrario, encaminado a eliminar del país
LOS JUDÍOS 477

toda influencia judía. Esta oleada de antisemitismo se alimentaba de dos


tendencias, una económica y otra intelectual. En su aspecto económico, el
antisemitismo alemán de fines del siglo xrx era una reacción defensiva de
la baja clase media —artesanos, tenderos y pequeños propietarios rurales—
ante el desarrollo del capitalismo. Los judíos eran agentes de cambio: al
promover el libre comercio, la publicidad comercial, el pago a plazos y la
venta de productos acabados, se colocaban entre el productor y el consu­
midor y rompían el monopolio de los talleres especializados a niveles que
iban desde los puestos callejeros de objetos de segunda mano a los grandes
almacenes. Prefiguraban la tendencia del siglo xx a la urbanización, la co­
mercialización y la especialización burocrática, tendencia que toda Alemania
siguió algunas décadas más tarde.
En el terreno intelectual, el antisemitismo de la época era una reacción
contra cosas modernas tales como el parlamentarismo, el racionalismo y el
egoísmo ilustrado, “invenciones foráneas” a cuya corruptora influencia los
escritores racistas y los académicos como Lagarde y Langbehn oponían su
primitiva, aunque sofisticada, ideología vdlkische.
El interés general de la clase media en las campañas antijudías se debi­
litó durante el último decenio del sigo xix, cuando la economía, que había
permanecido estancada desde el crack de 1873, pasó de nuevo a una etapa
de expansión. Pero el antisemitismo siguió ocupando un lugar destacado en
el pensamiento de grupos socialmente conservadores como la Unión de Cam­
pesinos ('Band der Landwirte) o la Asociación Nacional Alemana de Depen­
dientes (Deutsch-nationale Handlungsgehñfenverband) y de muchos grupos
universitarios.
El estallido de la guerra desplazó completamente la tendencia antise­
mita, al tiempo que parecía rematar el edificio de la emancipación: los
judíos adquirieron el derecho a ser oficiales del ejército prusiano. Pero, en
1916 —precisamente el año en que se perdió la última oportunidad de una
victoria decisiva—-, las protestas por la supuesta evasión de los judíos del
servicio militar se hicieron tan frecuentes que el Ministerio de Guerra hubo
de emprender una investigación oficial. La paralización económica que siguió
a la derrota alemana afectó de dos maneras la situación de los judíos. Mien­
tras la desmoralización general provocaba un extendido antisemitismo, se
producía un traspaso de poder político a unos nuevos dirigentes que favo­
recieron la total emancipación de los judíos e incluyeron a algunos de ellos
en el gobierno. De la tensión entre estos dos hechos se fabricó un “problema
judío”, pesadilla de la República de Weimar desde su mismo principio.
Según sus inventores, la solución del “problema judío” consistía en el derro­
camiento de la República. Ésta fue tachada de judía, y el acceso de unos
pocos judíos a cargos en el gobierno y en los altos niveles de la adminis­
478 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tración prestó verosimilitud al calificativo, pues la innovación constituía una


ruptura sin precedentes con la tradición alemana.
El cambio introducido por la República en la política ministerial refleja
en parte la tradicional dependencia del movimiento obrero alemán del único
sector de la burguesía educada que simpatizaba con sus objetivos: los inte­
lectuales judíos de la clase media. Los productos “normales” de las univer­
sidades alemanas —en especial los abogados, entre los cuales se reclutaban
los cuadros de la administración— se habían inclinado siempre a la derecha.
Los nuevos ministros quisieron corregir esta tendencia del aparato buro­
crático colocando en puestos clave a hombres de su confianza. Además, la
disponibilidad de abogados judíos para puestos administrativos proporcio­
naba a los socialdemócratas una cierta justificación. Frente al escepticismo
de la clase media, les ayudó a apoyar su afirmación de que poseían la capa­
cidad necesaria para gobernar.1
En cuanto a otros aspectos de la “República judía”, la stiuación era
la siguiente. Mientras los judíos constituían poco menos del 1 por ciento de la
población total de Alemania, en algunas profesiones y ocupaciones represen­
taban un porcentaje mucho más elevado. Así, el 16 por ciento de los abo­
gados en ejercicio del país eran judíos, al igual que el 10 por ciento, aproxi­
madamente, de los médicos y dentistas. Entre los profesores universitarios,
escritores, periodistas y directores teatrales, la proporción de judíos era,
aproximadamente, del 5 por ciento. Era muy elevada entre los banqueros
(el 17 por ciento), aunque si se compara esta cifra (de 1925) con las de 1895
se observa un fuerte descenso. (En 1895, el 37 por ciento de los banqueros
alemanes eran judíos.) También muestran un descenso las cifras de estu­
diantes en las universidades prusianas, donde la proporción de judíos había
descendido de casi un 30 por ciento en 1886 a menos del 6 por ciento en 1930.
Este descenso se había producido a pesar del hecho de que, como resul­
tado de los desplazamientos de población debidos a la guerra, más de 100.000
judíos polacos se habían trasladado al Reich, aumentando así la población
total judía de Alemania en una quinta parte, aproximadamente. Pero ni
siquiera esta influencia oriental pudo contrarrestar una característica típica
de la demografía judía: el bajo índice de natalidad.
Los treinta y tres nacimientos de niños vivos por mil habitantes, en 1910,
índice general de natalidad de Alemania, eran exactamente el doble de los
registrados entre los judíos. Entre 1911 y 1925, el exceso de muertes sobre
los nacimientos entre los judíos de Prusia fue de 37.000. A estas estadísticas
negativas hay que añadir el aumento del número de matrimonios mixtos y
de conversiones al cristianismo.
Tampoco eran todos los judíos tan ricos como se creía. Frente a su
amplia presencia en algunas zonas de lucrativa actividad comercial —11 por
LOS JUDÍOS 479

ciento entre los agentes de la propiedad inmobiliaria, 25 por ciento en el


comercio al por menor, 30 por ciento en la sastrería y 79 por ciento en los
grandes almacenes—, es de señalar el hecho de que, en 1933, uno de cada
tres contribuyentes judíos tenía unos ingresos anuales de menos de 2.400
marcos, y uno de cada cuatro judíos de Berlín (31.000 sobre 170.000) vivían
de la caridad.
Tal era la situación social, económica y demográfica de los judíos ale­
manes antes de la catástrofe. Aunque los nazis tomaron drásticas medidas
antisemitas tan pronto como llegaron al poder, muchos judíos alemanes tar­
daron en darse cuenta de la radical alteración producida y no fueron cons­
cientes desde el primer momento de la necesidad de huir. Dos factores prin­
cipales determinaron esta actitud: la resistencia de los países extranjeros a
aceptar inmigrantes, y el patético sentimiento de patriotismo al que eran ex­
traordinariamente dados los judíos nacidos en Alemania. Se engañaron a sí
mismos hasta el punto de no creer lo que veían, y esperaron confiadamente
que el innato amor de los alemanes por el orden y el decoro volvería a pre­
valecer una vez la inquietud juvenil de la revolución nacionalista se hubiese
disipado en boicots, inflamadas declaraciones y ataques individuales a per­
sonalidades judías de izquierda.
A pesar de su opción final por la irracionalidad del genocidio, los gobernan­
tes nazis fueron lo suficientemente racionales durante los años de paz como
para atemperar los rigores ideológicos con el cálculo económico. Por ello, la
exclusión de los judíos de varios sectores de la economía se realizó a un rit­
mo muy lento. Los judíos que ocupaban puestos en la universidad y en la
administración, así como los abogados y los intelectuales, fueron expulsados
de sus cargos al cabo de pocas semanas de la toma del poder, mientras que
los médicos, los periodistas que se ocupaban de temas económicos y los téc­
nicos gozaron de un período de tregua. En cambio, en algunos casos se pro­
hibió a los empresarios judíos que liquidasen sus negocios, pues tal cosa
habría sido contraria al esfuerzo del gobierno por alcanzar el pleno empleo,
mientras que los empleados y oficinistas sufrían vejaciones y eran inmediata­
mente despedidos.3 Paradójicamente, existía incluso un sector no desprecia­
ble de la población judía —relacionado sobre todo con la sastrería y la venta
al por menor— que se beneficiaba del resurgimiento de la economía pro­
piciado por los nazis y de la recuperación del poder adquisitivo. A pesar de
los boicots, muchos tenderos judíos se mantuvieron en el negocio hasta 1938,
año en que algunos de ellos realizaban incluso buenas ganancias. Si, a pesar
de la desaprobación del partido, muchas personas seguían siendo fieles clien­
tes de los judíos, ello era motivado menos por un deseo de mostrar oposición
al régimen (aunque tal deseo se daba también) que por la seguridad de que
los judíos vendían buena mercancía y estaban más dispuestos a conceder
480 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

créditos que sus competidores arios. Pero estos factores contrarios no fueron
sino un contrapunto a la inexorable disminución de los derechos civiles (ver
cronología en la p. 490) y a otras medidas de orden más superficial pero
igualmente insidiosas.
Los niños judíos fueron excluidos de las escuelas estatales, y se prohibió
la entrada de judíos en las piscinas públicas, terrenos deportivos y parques.
Los judíos que vivían en pueblos o ciudades pequeñas estaban expuestos a
las pedradas contra los cristales y a los ataques físicos, que llegaban a veces
al asesinato. Ello les movió a buscar el anonimato de las ciudades grandes,
como Frankfurt y Berlín. Aparte de los rasgos generales de la persecución
oficial, el antisemitismo era más intenso en algunas regiones que en otras,
y se daba con la mayor virulencia en Hesse, Franconia, Pomerania, Turingia y
Silesia. Cuatro de estas cinco regiones estaban al este del Reich; esto pone en
relación el antisemitismo con el nacionalismo, especialmente inflamado, que
preponderaba en las zonas adyacentes a Polonia, y con la distancia que sepa­
raba estas zonas de las grandes concentraciones urbanas. En general, en las
áreas rurales se daba más antisemitismo que en las urbanas. En las ciudades,
la aversión a los judíos era, grosso modo, inversamente proporcional a su po­
blación. Berlín y Hamburgo,* las únicas ciudades del país que sobrepasaban
el millón de habitantes, eran también las que presentaban un grado menor
de antisemitismo. Por su condición de capital y de primer puerto, respectiva­
mente, estaban menos replegadas en sí mismas que las ciudades pequeñas,
en las que no había grupos importantes de burguesía de mentalidad occiden-
tay ni de obreros influidos por el marxismo.
No obstante, el caso de Nuremberg (población en 1939: 423.000) demues­
tra que el tamaño no era el único factor determinante. Esta ciudad, capital
de Franconia, constituía, junto con el resto de la región, el feudo personal
del Gauleiter Julius Streicher. En Nuremberg, la tradición antisemita era en
paite resultado secundario de la existencia de una zona protestante en la
católica Baviera. A pesar de la reputación de Baviera como cuna del movi­
miento nazi, las zonas católicas eran menos propensas que las protestantes al
antisemitismo como tal. Pero también aquí las excepciones son casi tan im­
portantes como la regla: en la católica Austria y en los Sudetes, es decir,
en el corazón del imperio de los Augsburgo, zona de lengua alemana, el anti­
semitismo había proporcionado ya una razón de ser a dos de los tres princi­
pales partidos políticos,** medio siglo antes de la incorporación a la Gran Ale-

• En 1939, Berlín tenía una población de 4.339.000 habitantes, y Hamburgo


1.712.000 (cf. Statistisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, Franz Ehrenwirth,
Munich, 1949, p. 19).
Los socialcristianos del doctor Lueger y los pangermanistas de Georg von Schonerer.
Los socialdemócratas, en cambio, tenían a varios judíos entre sus dirigentes.
Hitler se dirige, en 1934, al Nuncio de Su Santidad en una recepción ofrecida a éste,
en Berlín.
Firma del Concordato entre la Santa Sede y el Tercer Reich, suscrito por el cardenal Pacelli
y Von Papen, el 25 de julio de 1933.
Abril de 1933. La policía interroga a un anciano judío en una calle de Berlín. Ya co­
menzaba el furor antisemita...
Einstein, que emigró de Alemania en 1933, charla aquí con el hijo de su amigo Ehrenfest.

Himmler pasando revista.


L a llamada Puerta de la Muerte, en Auschwitz (Polonia), por donde entraban los trenes
do transporte de los judíos que habían de morir en las cámaras de gas.

Millones de judíos fueron exter­


minados en hornos crematorios
como éste, que se halla en Belsen.
Hitler con sus generales, ya al término de la guerra.

Prisioneros alemanes desfilando en julio de 1944 por una calle de Moscú.


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Monumento erigido en Belsen a la memoria de los 30.000 judíos exterminados por los nazis
en esta urbe.
E n pleno corazón del actual Berlin occidental, la catedral del Kaiser Guillermo II, des­
truida por los bombardeos, se alza como un aviso de lo que fue la I I Guerra Mundial.
LOS JUDÍOS 481

mania. En la época del Anschluss, los austríacos descollaron tanto en la per­


secución que merecieron las felicitaciones del Schwarzes Korps·. “Los viene-
ses han conseguido hacer en una noche lo que nosotros no hemos podido con­
seguir hasta la fecha en nuestro lento y ponderado Norte. En Austria, el boi­
cot a los judíos no necesita ser organizado; el pueblo mismo lo ha decidido
con honesta alegría”.4 El semanario de Himmler añadía una macabra broma:
“Algunos judíos austríacos no pueden soportar la idea de alejarse de su patria,
por cuya razón se permiten hacer uso de unos pocos metros cúbicos de gas
sin pagarlo por adelantado”.
La epidemia de suicidios entre los judíos vieneses fue causada por las ac­
ciones de los nazis autríacos locales, pero esta exacerbación del antisemitis­
mo se extendió rápidamente por todo el Reich hasta culminar en un suceso
de trascendencia universal: el pogrom del 9 y 10 de noviembre de 1938, co­
nocido por el nombre de Noche de Cristal, que colocó a Alemania, irrevoca­
blemente, en el camino de retorno a la barbarie. La misma expresión “Noche
de Cristal”, referente a las ventanas rotas en el curso de los ataques, es en
cierta manera simbólica, pues indica un daño material sin aludir a las violen­
cias físicas y morales.* La expresión puede ser definida casi como un eufe­
mismo aunque no corresponde a la categoría de eufemismos brutalmente hu­
morísticos, como Konzertlager (“campo de concierto”) por KZ-Lager, abre­
viatura de Konzentrationslager, (“campo de concentración”), o Pour le Se­
mite (juego de palabras sobre Pour le Mérite, alta condecoración alemana
al mérito militar durante la primera guerra) para la estrella amarilla que
todos los judíos habían de llevar antes de ser deportados.
El pogrom dividió al público alemán en tres grupos: los disconformes pero
silenciosos “ a un extremo, los saqueadores e9tl y sádicos satisfechos al otro,
y un amplio grupo intermedio de espectadores indiferentes dados a comenta­
rios del tipo de: “El piano no tiene culpa de nada” ante la visión de unos
hombres de las SA arrojando un Bechstein por el balcón de un segundo piso.5
Desde principios de la década de los treinta, la opinión pública nacional
era favorable a la eliminación de la influencia judía de la vida alemana, lo
cual significa que —independientemente de cómo se juzgasen los métodos
concretos aplicados— los objetivos generales de la política nazi eran básica­

* Veintiséis judíos varones fueron llevados a campos de concentración, y cientos de


ellos fueron heridos o asesinados. Se destruyeron 7.500 tiendas y se incendiaron 400 sina­
gogas (cf. H. G. Adler, “Pogrome und Konzentrationslager”, en Karl Heinz Deschner, Das
Jahrhundert der Barbarei, Kurt Desch, Munich, 1966, p. 284).
®° Dan fe de esto los despachos de los cónsules británicos en Colonia y otras ciudades
al Foreign Office.
* * * “Por fin, el berlinés tuvo ocasión de aprovisionarse nuevamente. Abrigos de
piel, alfombras, tejidos de valor llegaban a sus manos sin pagar un céntimo. La gente esta­
ba entusiasmada”, escribió el doctor Goebbels en su diario (cf. H. G. Adler, loe. cit.).
482 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

mente aprobados.* A esta confusión entre fines y medios se añadía una cierta
divergencia entre el antisemitismo abstracto y el concreto. El antisemitismo
tradicional, es decir, el anterior al nazismo, que formaba parte de una tra­
dición cultural muy dada a la abstracción, reclamaba la eliminación del sio­
nismo (de la “esencia judía”) más que el exterminio de los judíos como indi­
viduos. Esta ambigüedad contribuye a explicar cómo un gobierno furiosamen­
te antisemita pudo contar con el creciente apoyo de la opinión pública sin
que ello diese lugar a un clima de pogrom propiamente dicho.
El hecho de que, hasta 1938, los judíos que habitaban en las grandes ciu­
dades estuviesen prácticamente a salvo del ataque físico se debe también a
la reticencia del régimen ante la idea de ofender la sensibilidad de los países
extranjeros o de contrariar la inclinación al orden de los propios alemanes.
Pero la relativa ausencia de violencia contra los judíos antes del pogrom de
noviembre no puede tomarse como prueba de ninguna inmunidad general al
antisemitismo. De la misma manera que el concepto de Dios que tenía el
hombre primitivo presuponía la existencia del Demonio, la progresiva auto-
deificación de los alemanes durante el Tercer Reich se apoyaba en la demo-
nización de los judíos. La blanca imagen que se hicieron de sí mismos —blan­
ca en términos de carácter no menos que de color—■debía su nitidez a la
negrura moral y física de su contratípo judío. Tanto desde el punto de vista
metafísico como desde el material, las raíces del cielo alemán estabaíi profun­
damente hundidas en el infierno judío.
Aun así, es dudoso que la mayoría de los alemanes compartiesen el obse­
sivo antisemitismo de sus dirigentes. En cambio, pocas dudas pueden quedar
de que aceptaron la persecución de los judíos sin gran preocupación, tomán­
dola como parte integrante de un sistema que les beneficiaba. Esta acepta­
ción no se limitaba sólo a los beneficiarios más evidentes, como los “ariani-
zadores” grandes y pequeños, los deudores, explotadores del trabajo en régi­
men de esclavitud y usuarios de los zapatos de los muertos. El antisemitismo
•era tan esencial para el programa nazi que todo alemán que identificaba al
régimen con el interés nacional aprobaba también la política antijudía.
Entre 1933 y el estallido de la guerra, emigró aproximadamente la mitad
de la población judía de Alemania, unas 250.000 personas. Se dirigieron en
su mayoría a los Estados Unidos, el Reino Unido y Palestina, De los restan­
tes, sobrevivieron unos pocos miles. Recordando aquellos años de pesadilla,

* Un catedrático de una universidad del Norte escribió en su diario pocos meses


después de la toma del poder: “El antisemitismo está tan extendido que es difícil creer
que pueda producirse ya un cambio de actitud. Incluso las personas que condenan la forma
en que esta cuestión ha comenzado a resolverse se manifiestan, en el aspecto emocional,
profundamente antisemitas”. (Cf. “Soziologie der Nationalsozialistischen Revolution”, en
Viertel jahresshefte für Zeitgeschichte, cuarta serie, 1965, p. 439.1
LOS JUDÍOS 483

los supervivientes definieron la actitud general de los alemanes hacia ellos


como exenta de excesiva hostilidad o de simpatía manifiesta; era, simplemen­
te, una actitud de indiferencia.
Esta indiferencia general fue un hilo más en el dogal que se estrechaba
implacablemente en torno a cientos de miles de cuellos. Casi poéticamente
sintomática de la situación extrema de los judíos es la costumbre de las maes­
tras de los jardines de infancia de Berlín, durante los primeros tiempos de la
guerra, de llevar a sus alumnos a pasar sus horas de recreo entre las tum­
bas: el cementerio municipal era la única zona verde que no estaba prohi­
bida a los portadores de la Estrella Amarilla.
Una anécdota característica tuvo lugar en una frutería de Berlín. Una
niña judía de cuatro años rogaba a su madre que le comprase cerezas. Cuan­
do la madre le dijo que el racionamiento de los judíos no incluía la fruta,
salió de la tienda llorando. Dado que no había nadie más en el estableci­
miento, al tendero le habría sido fácil satisfacer el deseo de la niña, en lugar
de lo cual * se limitó a observar el incidente con imperturbable indiferencia.®
La anciana y enferma Frau Bendix, de Berlín-Moabit, se vio rodeada por
la más absoluta indiferencia de los vecinos cuando, en pleno verano de 1941,
se ahogaba de calor en la habitación única de planta baja donde vivía, pues
había de tener los postigos cerrados por temor a que los niños que jugaban
en el patio rompiesen deliberadamente los cristales. Cuando algún raro visi­
tante le regalaba café (otro artículo excluido del racionamiento de los judíos),
se veía obligada a rehusarlo, pues temía que el aroma se filtrase fuera de la
habitación y que algún vecino la denunciase a la policía.7 Visitaba a Frau
Bendix una mujer cuyo esposo, judío, fue arrestado por la Gestapo. Cuando
intentó, sin éxito, visitarle en la prisión, el funcionario que la atendía consi­
deró que no podía dejarla marchar sin expresarle su sentimiento personal por
el hecho de que ella, una mujer alemana, se hubiese acostado con un judío.
Su esposo fue enviado a Auschwitz, donde fue asesinado. Cuando ella infor­
mó del hecho a la delegación de Abastos en el momento de renovar su carti­
lla de racinamiento, el empleado la informó de que tenía derecho nueva­
mente a una ración íntegra, y la felicitó —con toda ingenuidad—· por su
re-arianización.8
Esta absoluta falta de simpatía ** adquiría aspectos macabros cuando in-

° En ocasiones, los tenderos no entregaban siquiera a los judíos las escasas cantida­
des de artículos que fijaban sus cartillas de racionamiento, identificando este acto con un
gesto de patriotismo. Las tenderas solían mostrarse en este sentido más severas que sus
colegas masculinos.
* * Las medidas antijudías del régimen dieron lugar a reacciones curiosas. Había fun­
cionarios que deseaban que todos los judíos abandonasen Alemania en el plazo más breve
posible, porque su presencia daba al partido un pretexto para ingerirse en los asuntos
484 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tervenía el egoísmo. Inmediatamente después de que la madre de una enfer­


mera del hospital judío de Berlín hubiera emprendido su último viaje, con el
escaso equipaje que se permitía a los deportados, la esposa del conserje se
dirigió a la apesadumbrada enfermera y le preguntó con toda naturalidad:
“Ahora que su madre ya no los necesitará, ¿por qué no me da sus dos abri­
gos de pieles?”.9
Pero llegó el momento en que la simpatía no servía ya de nada. Una
“trabajadora-esclava judía privilegiada”, es decir, eximida de la deportación
en virtud de su matrimonio con un hombre ario, no pasaba un día sin oír a
quien la llamaba cerda judía o a alguien que le expresaba su compasión.
La mujer temía tanto la compasión como el odio, pues su única y remota
esperanza de sobrevivir estaba en mantener un riguroso anonimato. Esta gran
necesidad de evitar todo contacto humano por temor a llamar la atención fue
una de las razones —aunque en absoluto la más importante— de la ignoran­
cia de la suerte de los judíos por parte de muchas personas.
Un número creciente de alemanes que habían mantenido relación social
con los judíos antes de 1933 les fueron relegando al ostracismo, aunque, du­
rante algún tiempo, algunos buscaron deliberadamente su compañía. Los
judíos eran las únicas personas en quien los descontentos podían confiar, pues
incluso sus amigos íntimos podían denunciarles, mientras que los judíos eran
oídos que escuchaban desde el vacío de su aislamiento. Pero incluso los filo-
semitas acabaron obedeciendo al reflejo nacional de prudente apartamiento,
de modo que, al despedirse para siempre de sus amigos judíos, omitían a
veces preguntarles a dónde iban.
En proporción a esto, el sector mayoritario de la población que nunca se
había relacionado con judíos evitó el contacto de forma mucho más drástica.
Rehuían no ya el contacto, sino el simple conocimiento de cualquier cosa
relacionada con ellos, pues el saber algo de los judíos implicaba alguna rela­
ción con aquellos apestados. Algunos utilizaban los datos que conocían del
genocidio como motivo de cómodo estremecimiento y abstracto horror, como
si se tratase de un cuento de Edgar Alian Poe, y otros rechazaban estas infor­
maciones como rumores infundados y se obligaban a sí mismos a no creerlas.
En este empeño venía en su ayuda el régimen, que envolvió el genocidio en
un velo de alto secreto (Geheime Reichssaclie) y lo camufló meticulosamente.
Pero, fuese cual fuese el camuflaje del desarrollo concreto del plan (y la esca­
la de las operaciones no permitía el secreto absoluto), la letra del mismo era
del dominio público desde hacía más de diez años. Hitler había expuesto
sus últimos objetivos en Mein Kampf, la obra más difundida en Alemania

administrativos. Había también un cierto número de cristianos que veían la desgracia de


los judíos como un signo palpable de la maldición divina.
LOS JUDIOS 485

después de la Biblia. Aun cuando el inevitable libro era, en la mayoría de los


casos, un objeto ritual más que un objeto de lectura, su contenido era lo bas­
tante conocido como para que nadie ignorase las decididas intenciones de su
autor. En octubre de 1935, el periódico berlinés Der Judenkenner declaró
que cualquier ejército extranjero que penetrase en Alemania habría de pasar
por encima de los cadáveres de los judíos. El 30 de enero de 1939, Hitler
anunció al Reichstag y al mundo: “Una guerra instigada por el sionismo
internacional llevaría a la destrucción de la raza judía en Europa”.10 Desde
la canción de las SS, “Cuando vierta el cuchillo la sangre judía, las cosas irán
mucho mejor”, hasta el slogan oficial del partido, “¡Despierta, Alemania!
¡Muera Judá!”, la idea de que los judíos merecían el mismo trato que las
sabandijas no dejó de aparecer en discursos, artículos periodísticos, carteles,
conferencias, documentales e incluso canciones infantiles.
¿Podía dudarse de que un régimen lleno de aquella brutal decisión y que
mostraba fidelidad literal a su doctrina vacilaría a la hora de llevar ésta a la
práctica? Durante el período de “pogrom frío”, hasta 1938, los temores más
graves fueron aún adormecidos, pero la Noche de Cristal y la amenaza de
Hitler de 1939 eran inequívocas. La última débil racionalización, según la
cual estos hechos eran tácticas para atemorizar a los judíos y obligarles a ace­
lerar su éxodo, cayó por su base cuando la guerra y las disposiciones oficiales
cortaron de raíz la emigración. La esporádica pero progresiva persecución
de los judíos era un rasgo consustancial al Tercer Reich desde su misma ins­
tauración. Un berlinés que no conociese la existencia del campo de concen­
tración de Oranienburg (o un bávaro o turingio que no supiese de Dachau o
de Buchenwald) al cabo de un año de régimen nazi había de ser o bien un
anacoreta o bien estúpido hasta el cretinismo.
En cambio, la existencia durante la guerra de campos de exterminio, fue
un secreto bien guardado, y la gran mayoría de la población no sabía con
exactitud lo que ocurría en ellos. Sólo a finales de la guerra, Auschwitz y
Belsen pasaron a ser temas de dominio público. Aun así, el hecho de que,
con la guerra, la persecución de los judíos se había convertido en total no
escapó a la observación general. Tres cuartas partes de los alemanes pregun­
tados acerca de esto después de 1945 recordaron que los judíos llevaban la
Estrella Amarilla. Los trabajos forzados que realizaban y la posterior deporta­
ción de cientos de miles de ellos no podían tampoco pasar desapercibidos. En
el curso de la Segunda Guerra, unos 10 millones de alemanes cumplieron el
servicio militar, la mayoría de ellos en el este, donde, a partir de la campaña
de Polonia, las brutalidades contra los judíos, entre otras, eran literalmente
cosa de todos los días. Pocos de aquellos hombres (a cuyo número hay que
añadir el de los funcionarios, supervisores y colonos) debieron de ignorar las
pruebas —directas o indirectas— de las matanzas. Además de todo esto, un
486 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

numeroso grupo de personas residentes en Alemania —funcionarios, autori­


dades de la Gestapo, cuadros del partido y empleados de los ferrocarriles—
participaban directamente en la aplicación de la Solución Final. Prueba de
que el silencio al que estaban teóricamente obligados era roto con frecuencia
lo constituye una carta, fechada el 23 de noviembre de 1942, de un funciona­
rio del partido de Westfalia a un jefe local de la Gestapo, que contenía, entre
otras cosas, la siguiente observación: “Usted está permanentemente ocupado
en el exterminio de los judíos”.11
El hecho de que, en 1943, la expresión “irse por la chimenea” se usara
cada vez más, indicaba un cierto grado de conciencia por parte del público
de la existencia de las cámaras de gas. No cabe duda de que una parte de
la vergonzosa verdad circulaba en el mercado negro de rumores en el que se
abastecía la población para completar la escasa información que daban los
medios oficiales. El servicio para Alemania de la BBC, muy escuchado, daba
detalles, fragmentarios pero abundantes, del holocausto. Pero esta informa­
ción era a menudo rechazada por ser considerada una repetición fantástica
de las historias de atrocidades cometidas por los alemanes en la ocupada Bél­
gica durante la Gran Guerra. También existía la tendencia a rechazar las na­
rraciones de los soldados y de otras personas que regresaban del frente con
el comentario: “Bebíais mucho por allá”. Las personas contrarias al régimen
que citaban rumores de atrocidades para acompañar sus argumentaciones po­
líticas se encontraban a menudo con una obtusa incomprensión, expresada
en la pregunta: “¿Puede probar eso que dice?”.12
Por supuesto, en aquellos momentos era imposible conocer toda la verdad
sobre el horror de los campos de la muerte. Incluso los judíos destinados a
perecer en ellos tenía sólo una vaga idea de lo que eran. En comparación
con el alemán medio, ellos estaban en una situación de gran desventaja en
cuanto a obtener información. No se les permitía poseer aparatos de radio, y
no tenían parientes en la Wehrmacht ni conocidos relacionados con las
autoridades.
Al parecer, Goerdeler, el que había de ser Canciller de haber tenido éxito
el Complot de los Oficiales, creía que, después del golpe de estado, le basta­
ría al nuevo gobierno descubrir al pueblo alemán los crímenes del régimen
nazi para ganarse instantáneamente su adhesión. Esta optimista esperanza,
aunque no llegó a pasar la prueba de la realidad, despierta serias dudas, por
basarse en la suposición de que los alemanes habrían quedado tan impresio­
nados por los sufrimientos de los judíos como si los hubieran padecido ellos
mismos. Los hechos conocidos tienden a desmentir esto. Las únicas demostra­
ciones públicas de simpatía hacia los judíos que tuvieron lugar en todos los
años del Tercer Reich fueron las de las mujeres arias casadas con judíos que
fueron deportados de Berlín en marzo de 1943.13 En toda la historia del Ter­
LOS JUDIOS 487

cer Reich, ninguna asociación —cívica, universitaria o religiosa— hizo nunca


uso de su derecho de expresión para protestar públicamente contra la inhu­
manidad del régimen. La posibilidad de formular protestas de este tipo que­
da demostrada (como hemos visto) por la denuncia de la eutanasia que hizo
el cardenal Galen, que fue leída desde los púlpitos, y que tuvo una resonan­
cia lo suficientemente amplia como para detener la aplicación de aquel pro­
grama. Pero las víctimas de la eutanasia eran carne de la carne alemana, y
las personas afectadas por su muerte pertenecían a todas las clases de la so­
ciedad. No hay que olvidar, desde luego, que algunos judíos fueron ayudados
por amigos, que se expusieron con ello a un gran peligro —de lo contrario
no hubieran sobrevivido cinco mil de ellos, ocultos en Berlín—, pero estos
“justos” eran individuos, se representaban sólo a sí mismos. Para la sensibi­
lidad de la gran mayoría, los sufrimientos de los judíos afectaban a seres de
otra galaxia y no a habitantes del mismo planeta que ellos.
Los judíos eran “los otros”. Este hecho era al mismo tiempo condición
previa y resultado de la idea de la superioridad alemana. Prueba de su con­
dición de “otros” la constituyen los clichés que circulaban acerca de ellos
mucho antes de la aparición del nazismo. Cada nivel cultural tenía los suyos:
en la opinión popular, los judíos eran físicamente repelentes, olían mal y te­
nían la nariz ganchuda; para los científicos, eran sacos de tendencias no ale­
manas, como por ejemplo su oposición a la guerra.* Partiendo de esta base
ya existente, el régimen nazi aplicó sus grandes recursos a imponer la idea
de que los judíos carecían de atributos humanos. Muchos alemanes, y no sólo
los más jóvenes e ingenuos, se dejaron convencer. La constante demonización
oficial de los judíos fue modificando la conciencia del público, incluso en el
caso de personas de carácter bondadoso. En la fábrica donde trabajaba, en
situación de esclavitud, el profesor Klemperer, su depauperado aspecto des­
pertaba alguna compasión. Una mañana, la mujer que trabajaba a su lado,
sabiendo que las raciones de los judíos excluían todo tipo de fruta, le regaló
una hermosa manzana. Mientras le miraba comer, le preguntó incrédulamen­
te: “Dígame, ¿es verdad que su mujer es alemana?”.14 Sumergida en el clima
del Tercer Reich, ya no podía creer que aquel paria que estaba ante ella,
aun con todas las características de una persona normal y hablando alemán
como ella, tuviera alguna relación con una mujer alemana.
Para producir este tipo de resultado en las gentes con alguna cultura, la
propaganda nazi escudriñó cuidadosamente entre los tesoros almacenados en

® En 1932, el escritor volkische Dr. Wilhelm Stapel, que no era un nazi en el sentido
estricto de la palabra, acusó a los judíos, en una emisión de radio, de socavar la comunidad
del pueblo al propugnar la abolición de la guerra, mientras que los alemanes patriotas
habían visto siempre en la guerra el origen de todas las cosas (cf. Wemer Mosse,
Entscheidungsjahr 1932, Mohr, Tübingen, 1965, p. 519).
488 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

el Panteón nacional. Las ideas de figuras culturales como Lutero y Wagner


constituyeron un excelente auxiliar de la ideología oficial antisemita. Se daba,
además, la peculiar circunstancia de que pocas figuras del pensamiento ale­
mán —ni siquiera Kant y Goethe— habían estado totalmente libres de antise­
mitismo. Esta coincidencia entre los ilustres difuntos —que arroja menos luz
sobre el carácter judío que sobre el carácter de la cultura alemana —contri­
buyó también a la atrofia de la capacidad de simpatía.
Sin el antisemitismo, el nazismo habría sido inconcebible, tanto en su
aspecto de ideología como de catalizador emocional. En cuanto a la sociedad
alemana, sólo dos de sus numerosos subgrupos, la minoría burguesa liberal
y culta y el sector políticamente educado de la clase obrera, fueron relativa­
mente inmunes de antisemitismo. En el extremo opuesto se encontraba la élite
militar y terrateniente, parcialmente desposeída, la alta burguesía educada,
desorientada por la derrota y los cambios sociales, y la numerosa y vulnerable
pequeña burguesía compuesta por tenderos, artesanos, agricultores y emplea­
dos, cuya retrógrada aversión al capitalismo les predisponía a profesar el
“socialismo de los tontos”, como definió August Bebel el antisemitismo.
Aunque la interacción del miedo social y la frustración nacional convirtió
a muchos alemanes en enemigos de los judíos, su antisemitismo no les llevaba
al extremo de compartir la visión nazi de un universo limpio de todo vesti­
gio de existencia judía. Pero el sentimiento popular fue lo bastante intenso
como para coincidir con el espíritu nazi en la preocupación por el interés
nacional, es decir, por un interés personal ampliado; esto fue tan total que su
imaginación y su conciencia quedaron anestesiadas.
Si la indiferencia de los alemanes hacia el infortunio de los judíos se
hubiese debido sólo a la ignorancia, las revelaciones hechas después de la
guerra habrían levantado olas de asombro mucho mayores. Como hemos vis­
to, durante la guerra, la mayoría de los alemanes aceptó el trato que daban
los nazis a los trabajadores-esclavos rusos porque se les había persuadido fá­
cilmente de que en su país vivían en condiciones parecidas. De manera simi­
lar, la eliminación física de los judíos pasó en buena parte desapercibida, por­
que los alemanes los habían eliminado ya de su corazón y de su mente.
No cabe duda de que, en 1941 y 1942,* la tensión de la guerra explicó en
parte la indiferencia general a los sufrimientos de los judíos. Pero, básicamen­
te, para la mayoría de los alemanes, el holocausto no constituyó un suceso
real, no porque tuviese lugar durante la guerra y en secreto, sino porque los
judíos estaban a una distancia astronómica de ellos y no eran personas reales.

8 Algún tiempo después, cuando la mayoría de los judíos europeos habían sido ya
exterminados, la propaganda nazi tuvo poca dificultad para seguir inflamando el anti­
semitismo de los alemanes presentando a Ilya Ehrenburg y Henry Morgenthau como las
encarnaciones rusa y americana del espíritu de Sión, ansioso de aplastar a Alemania.
CRONOLOGÍA

1933
1 de abril Primer boicot oficial a las tiendas judías y a los abo­
gados y médicos de este origen. Peticiones de
expulsión de los alumnos judíos de las escuelas y
universidades.
1934 El origen ario se va convirtiendo en condición in­
dispensable para el ejercicio de las profesiones.
Aumenta la propaganda antijudía.
1935
15 de septiembre Promulgación de las leyes de Nuremberg para la
protección de la sangre y el honor alemanes.
14 de noviembre Ley Nacional de Ciudadanía. Primer decreto de la
Ley Nacional de Ciudadanía: definición del tér­
mino “judío” y de la condición de Mischling (san­
gre impura). El origen ario se convierte en condi­
ción indispensable de todo nombramiento oficial.
Primer decreto de ley para la protección de la
sangre y el honor alemanes. Se prohíben los ma­
trimonios entre judíos y los Mischling de la segunda
generación.
1936
verano Pierde intensidad la campaña antisemita a causa
de la celebración, en Berlín, de los Juegos Olím­
picos.
1937
primavera Intensificación del proceso de arianización, por el
que los empresarios judíos pierden sus empresas,
sin ninguna justificación legal.
12 de junio Orden secreta de Heydrich referente a la custodia
protectiva de los “profanadores de la raza” (Ras-
490 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

senschander) una vez hubieran cumplido su sen­


tencia de prisión.
1938
13 de marzo Anschluss de Austria, donde entra en vigor inme­
diatamente toda la legislación antijudía del Reich.
:26 de abril Decreto referente a la declaración obligatoria de
todos los bienes judíos de valor superior a los
5.000 marcos.
9 de junio Destrucción de la sinagoga de Munich.
14 de junio Tercer decreto de la Ley de Ciudadanía del Reich:
inscripción en un registro de todas las empresas
que quedan en propiedad de judíos.
10 de agosto Destrucción de la sinagoga de Nuremberg.
17 de agosto Segundo decreto de la Ley de cambio de nombres
de pila y apellidos: introducción de los prefijos
obligatorios Sarah e Israel, que entrará en vigor
el 1 de enero de 1939.
5 de octubre Los pasaportes de los judíos son válidos únicamente
si están sellados con la letra roja “J ” .
:28 de octubre Expulsión de 17.000 judíos de origen polaco domi­
ciliados en Alemania.
7 de noviembre Asesinato de von Rath, canciller de la embajada en
París, por Herschel Grünspan.
'9 y 10 de noviembre Tiene lugar en toda Alemania el pogrom de la No­
che de Cristal. Destrucción de sinagogas, tiendas
y pisos. Son encarcelados más de 20.000 judíos.
12 de noviembre Decretos referentes a la eliminación de los judíos
alemanes de la vida económica. Los judíos debe­
rán pagar una multa colectiva de 125.000 millo­
nes de marcos, además de reparar todas las des­
trucciones causadas por los nazis en el curso del
pogrom.
15 de noviembre Expulsión de las escuelas de todos los niños judíos.
3 de diciembre Orden de arianización obligatoria de todas las em­
presas y tiendas judías.
Confiscación de todos los bienes propiedad de
judíos.
1939.
:30 de abril Ley sobre los arrendamientos de los judíos. Prepa­
ración legal para la concentración de las familias
judías en “casas judías”.
CRONOLOGÍA 491

1 de septiembre Se prohíbe a los judíos permanecer en las calles


después de las 8 de la tarde en invierno y de las
9 de la noche en verano.
23 de septiembre Confiscación de todos los aparatos de radio de los
judíos.
1940
12 y 13 de febrero Primeras deportaciones de judíos residentes en Ale­
mania, principalmente de la provincia de Po­
merania.
22 de octubre Deportación de judíos de Baden, el Saar y Alsa-
cia-Lorena.
1941
7 de marzo Incorporación de judíos alemanes a trabajos for­
zados.
31 de julio Goering encarga a Heydrich la evacuación de todos
los judíos europeos a los territorios ocupados por
Alemania.
1 dé septiembre Orden por la que los judíos están obligados a llevar
la estrella amarilla a partir del 19 de septiembre.
Nuevas limitaciones a su libertad de movimientos.
17 y 18 de septiembre Comienzo de la deportación general de los judíos
alemanes.
1942
20 de enero Conferencia de Wannsee, para tratar de la “solu­
ción final” de la cuestión judía.
24 de abril Prohibición a los judíos de usar los transportes
públicos.
¡junio Comienzo del exterminio masivo, en Auschwitz, por
medio de gases.
18 de septiembre Drástica reducción de las raciones de comida a los
judíos del Reich.
'30 de septiembre Hitler declara públicamente que la Segunda Guerra
Mundial tendrá como resultado la aniquilación
de los judíos europeos.
1943
27 de febrero Comienzo de la deportación de judíos empleados
en las fábricas de armamento de Berlín.
1944 Comienzo de las marchas de la muerte, por las que
las SS obligan a retroceder hacia el interior del
Reich a los prisioneros de los campos de concen-
492 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

tración, a los que se aproxima el Ejército Rojo·


en su avance hacia el interior de Alemania.
finales de octubre Ültimos gaseos en Auschwitz.
27 de noviembre Voladura de los crematorios de Auschwitz.
1945
26 de enero Liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas..
15 de abril Liberación de Bergen-Belsen por las tropas britá­
nicas.

Desde 1945, el tiempo ha ido realizando su labor de curación entre las·


víctimas de la guerra. Incluso la Unión Soviética, que perdió unos veinte mi­
llones de vidas a manos de los nazis, tiene hoy una población mayor que
antes de la guerra. Pero los judíos europeos constituyen una excepción.
Los judíos del mundo nunca volverán a ser dieciocho millones. Nunca
más se levantarán sinagogas en la antigua patria judía entre el Báltico y el
Mar Negro, en el suelo fertilizado con cenizas. Éste será el permanente mo­
numento a Hitler, quien, probablemente, no habría deseado otro. La historia
recordará que, así como el odio a los judíos fue el núcleo de la teoría íiazi.,
su exterminio fue la culminación de su praxis.
GLOSARIO

Abitur Examen de ingreso a la universidad.


Anschluss Incorporación de Austria al Reich en 1938.
Blubo (Blut und Boden) Sangre y Tierra.
Bund Deutscher Madchen
(MDM) Unión de Jóvenes Alemanas.
Deutsche Arbeitsfront (DAF) Frente Alemán del Trabaje
Erbhofbauer Propietario de un trozo de tierra de trans­
misión hereditaria.
Gauleiter Dirigente máximo del partido a nivel re­
gional.
Gleichschaltung Coordinación con el régimen nazi.
Gymnasium Centro de enseñanza media
Hitlerjugend (HJ) Juventudes Hitlerianas.
Jungvolk Sección de las Juventudes Hitlerianas, de
los diez a los catorce años.
Konzentrationslager (KL,) Campo de concentración.
Kraft durch Freude A la Fuerza por la Alegría
Kreisleiter Dirigente máximo del partido a nivel de
distrito.
Landflucht Huida del campo.
Mittelstand Clase media.
Ñapóla Escuela de formación de futuros dirigentes
del partido.
Noche de Cristal Pogrom a escala nacional del 9 y 10 de
noviembre de 1938.
NS Frauenschaft Unión Nacionalsocialista de Mujeres, orga­
nización auxiliar del partido nazi.
ÍVS Lehrerbund (NSLB) Unión Nacionalsocialista de Maestros.
494 HISTORIA SOCIAL DEL TEECER REICH

NS Volkswoliltfaht (NSV) Organización nacionalsocialista para el Bie­


nestar del Pueblo.
Oberprasident Gobernador civil.
Ordensburg Escuela de perfeccionamiento para futuros-
dirigentes del partido.
Ortsgmppenleiter Jefe de sector local del partido.
Ostarbeiter Trabajador-esclavo de las regiones orien­
tales.
Ostmark Austria.
Reichsberufswettkampf Competición Nacional de Destreza en el
Oficio.
Reichsniihrstand Corporación Nacional de Productores de
Alimentos.
Reich swehr Ejército alemán (este nombre dejó de usar­
se en 1935).
SA Sección de Asalto.
Scluvarzes Korps Publicación semanal de las SS.
SD Servicio de seguridad de las SS.
SS Verfiigungstruppe SS militarizadas.
Solución Final (de la cuestión
judía) Exterminio de los judíos.
Stürmer Semanario antisemita (dirigido por Julius·
Streicher).
Verge Itungs waff en Armas V (o armas de venganza), cóme­
la V 2
Volkisch Literalmente, étnico; usado para calificar la
ideología racista y autoritaria.
Volkischer Beobachter Diario oficial del partido nazi.
Wehrmacht Ejército alemán.
Westwall Fortificación a lo largo de la frontera fran­
cesa (línea Sigfrido).
BIBLIOGRAFÍA

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Wunderlich, Frieda, Farm Labour in Germany 1810-1945, Londres y Prince­
ton, 1961.
NOTAS

1. Weimar
1. Ferdinan Friedensburg. Die Weimarer Republik, Hannover/Frankfurt, 1957,
p. 211.
2. Ibid.
3. Robert A. Brady, The Spirit and Structure of German Fascism, Nueva York, 1937,
p. 13.
4. Ferdinand Friedensburg, op. cit., p. 211.
5. Edmond Vermeil, The German Scene, Londres, 1956, pp. 82-84.
Θ. Louis R. Franck, “Economic and Social Diagnosis of National Socialism”, en la
antología The Third Reich, Londres, 1955, p. 540.
7. Ferdinand Friedensburg, op. cit., p. 243.
8. Ibid.
9. Fritz Krone, Die Soziologie der Angestellten, Colonia/Berlín, 1962, p. 196.
10. J. Nothens, “Sozialer Auf-und Abstieg im Deutschen Volk”, Kolner Viertel-
jahresheft fiir Soziologie, vol. 9, pp. 70-73.
11. Theodor Geiger, Die Soziale Schichtung des Deutschen Volkes, Stuttgart, 1932,
pp. 74, 75.
12. Heinrich Uhlig, Die Warenhauser im Dritten Reich, Colonia/Upladen, 1956, p. 25.
13. Theodor Geiger, op. cit., p. 73.
14. C. W. Guillebaud, Social Policy of Nazi Germany, Londres, 1941, p. 9.
15. Ferdinand Friedensburg, op. cit., p. 22.
16. Arthur Schweitzer, Big Business in the Third Reich, Londres, 1964, p. 89.
17. P. B. Wiener, “Die Parteien der Mitte”, en la antología Entscheidungsjahr 1932,
dirigida por Werner A. Mosse, Tubinga, 1965, p. 320.
18. Seymour Martin Lipset, Political Man, Londres, 1960, p. 148.
19. Theodor Geiger, op. cit., p. 72.
20. Ferdinand Friedensburg, op. cit., p. 218.
21. W. F. Brook, The Social and Economic History of Germany from 1888 to 1938,
Londres, 1938, p. 259.
22. Axel Eggebrecht, Volk ans Gewehr, Stuttgart, 1959, p. 190.
23. Franz Neumann, Behemoth, Nueva York, 1942, p. 392.
24. Ferdinand Friedensburg, op. cit., p. 218.
25. Ibid.
26. Ibid., p. 215.
27. Louis R. Franck, op. cit., p. 550.
28. Ibid., p. 551.
29. C. W. Guillebaud, op. cit., p. 10.
30. Ezra Ben-Natan, “Demographische und wirtschaftliche Struktur”, en la antología
Entscheidungsjahr 1932, ya citada, p. 124.
498 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

31. C. W. Guillebaud, op. cit., p. 14.


32. Friedrich Hussong, Kurfürstendamm, Berlín, 1933, p. 100.
33. Herman Hass, Sítte und Kultur in Nachkriegsdeutschland, Hamburgo, 1932,
p. 165.
34. Hans Kohn, The Mind of Germany, Londres, 1969, p. 309.
35. Andreas Flittner, Deutsches Geistesleben und Nationalsozialismus, Tubinga, 1965,
p. 33.
36. Helmut Kuhn, Die Deutsche Universitat im Dritten Reich, Munich, 1966, p. 32.
37. Andreas Flittner, op. cit., p. 45.
38. Helmut Kuhn, op.cit., p. 30.
39. Werner A. Mosse, op. cit., p. 130.
40. Antología T he Third Reich, ya citada, p. 588.
41. Arthur Schweitzer, op. cit.,pp. 114, 156.
42. Werner A. Mosse, op. cit., p. 165.
43. Hermann Hass, op. cit., p. 32.
44. Ibid., p. 132.
45. Friedrich Hussong, op. cit., p. 50.
46. Werner A. Mosse, op. cit., p. 50.
47. William Sheridan Allen, The Nazi Seizure of Power, 1965, p. 79.
48. Werner A. Mosse, op. cit., p. 48.
49. Ferdinand Friedensburg, op. cit., p. 154.
50. Thilo Vogelsang, “Neue Dokumente zur Geschichte der Reichswchr”, en Viertel-
jahreshefte für Zeitgeschichte, Munich, segundo año, 1954, p. 417.
51. Ernst Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche, Munich, 1963, p. 415.
52. Seymour Martin Lipset, op. cit., p. 141.
53. Franz Neumann, op. cit., p. 23.
54. Seymour Martin Lipset, op. cit., p. 145.

2. E l T e b c e r R e ic h

1. Statisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, Franz Ehrenwirth, Munich, 1949,


p. 484.
2. Hans Kohn, The Mind of Germany, Macmillan, Londres, 1961, p. 264.
3. Rolf Michaelis, “Das wandelbare politische Gesicht eines Dichters”, Der Tagesspie-
gel, 15 noviembre 1962.
4. “The Word World of Nazi Germany”, The Times Literary Supplement, 30 sep­
tiembre 1965 (reseña del libro de Cornelia Beming, Vom Abstammungsnachweis
zurn Zuchtwart, Walter de Gruyter, Berlin, 1965).
5. Tami Oelfken, Das Logbuch, Berlin, 1955, p. 35.
6. Georg K. Glaser, Geheimnis und Gewaft, Stuttgart, 1953, p. 511.
7. Erich Ebermayer, Denn Heute gehort tins Deutschland, Viena, 1959, p. 264.
8. Ferenc Kermendy, “Warum ich Deutschland nicht verlasse”, Die Welt, 10 enero
1962.
9. Horts Kriiger, Das Zerbrochene Haus, Riitten und Loening, Munich, 1966, p. 51.
10. Ibid., p. 45.
11. Katherine Thomas, W omen in Nazi Germany, Gollancz, Londres, 1943, p. 33.
12. Charlotte Beradt, Das Dritte Reich des Traums, Nymphenburger, Munich, 1966,
pp. 49-52.
13. Informes del SD.
14. Statistisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, ya citada, p. 53.
15. Paul Kliike, “Hitler und das Volkswagenprojekt”, Vierteljahreshefte für Zeitge­
schichte, 1960, p. 365.
16. Statistisches Handbuch für Deutschland, ya citada, p. 484.
17. Martin Gumpert, Ileil Hunger, Alliance Book Corporation. Longmans, Nueva
York, 1940, p. 37.
18. Statistisches Handbuch für Deutschland, ya citada, pp. 58-61.
NOTAS 499

19. Ibid., p. 663.


20. Sebastian Haffner, Germany: Jekyll and Hyde, Seeker and Warburg, Londres,
1940, p. 114.
21. Hermann Bahr, dir., Kriegsbriefe gefallener Studenten, Rainer Wunderlich, Her­
mann Leins, Tubinga y Stuttgart, 1952, pp. 241, 156.
22·. Louis Hagen, Follow My Leader, Allen Wingate, Londres, 1951, p. 351.
23. Heinz Boberach, Meldungen aus dem Reich, Luchterhand, Neuwied/Berlin, 1965,
informe del SD n.° 83, 29 abril 1940.
24. Helmut Krausnick y Hildegard von Kotze, Es spricht der Führer, Giitersloh, 1966,
p. 317.
25. Informes del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 5 8 /1 8 6 , informe del 15 ju­
lio 1943.
26. Ibid., fichero R 58, fragmento correspondiente al 5 septiembre 1940.
27. William Shírer, Berlin Diary, Hamish Hamilton, Londres, 1940, p. 389, fragmento
correspondiente al 5 septiembre 1940.
28. Gustav Brecht, Erinnerungen, edición privada, 1964, p. 70.
29. Heinz Boberach, op. cit., fragmento correspondiente al 18 noviembre 1943.
30. Informes del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero 5 8 /1 8 6 , fragmento corres­
pondiente al 15 julio 1943.
31. Arbeiterzeitung, Schaffhausen, 31 diciembre 1943.
32. Hans-Georg von Studnitz, Ais Berlin brannte, Kohlhammer, Stuttgart, 1963, p. 80.
33. Münchner Neueste Nachrichten, 24 julio 1943.
34. Max Seydewitz, Civil L ife in Wartime Germany, Viking Press, Nueva York, 1945,
p. 187.
35. H. G. Adler, “The Failure of German W ar Industry” , Boletín de la Biblioteca
Wiener, vol. IX , septiembre/diciembre 1955, p. 40.
36. Sarah Mabel Collins, The Alien Years, Hodder and Stoughton, Londres, 1949,
pp. 90-91.
37. Westdeutscher Beobachter, 4 septiembre 1943.
38. Louis P. Lochner, Die Goebbels Tagebitcher 1942-1943, Atlantis, Zurich, 1948,
p. 157, fragmento correspondiente al 11 abril 1942.
39. Entrevista con la Sra. Rosa Chlupaty en Viena, abril 1965.
40. Heins Boberach, op. cit., informe del SD n.° 304, 30' julio 1942.
41. Viktor Klemperer, Lingua Tertii Imperii, Berlín, 1949, p. 105.
42. Ibid., p. 296.
43. “Stimmungsbericht des Regierungs-Prasidenten von Regensburg” , Archio des Ins­
tituís für Zeitgeschichte, Munich, fichero MA 300, documento fotográfico
2 9 5 5 /3 0 9 8 .
44. H. Trevor Roper, The Last Days of Hitler, Londres, 1950, pp. 90-91.
45. Arthur Geoffrey Dickens, Lübeck Diary, Gollancz, Londres, 1947, p. 58.
46. Viktor Klemperer, op. cit., p. 270.
47. Richard Brett Smith, Berlin . 1945 — The GreyCity, Macmillan, Londres, 1966,
p. 31.
48. Josef Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich, Siegbert Mohn, Giitersloh, 1964,
p. 353.
49. Entrevista con la Sra. Carola Stern enColonia, abril 1966.
50. Richard Brett Smith, op. cit., p. 31.
51. Wolf Mittendorff, Soziologie des Verbrechens, Düsseldorf, 1959, p. 242.
52. William E . Daugherty y Morris Janowitz, A Psychological Warfare Casebook„
Baltimore, 1958, p. 747.
53. Entrevista con el Sr. Ziock, Bonn, mayo 1966.
54. Erich Kuby, Die Russen in Berlin, 1945, Schersverlag,Munich, 1965, p. 118.
55. Bericht des Statistischen Bundesamts, 4 abril 1962.
56. Theo Findahl, Letzter Aid Berlin 1939-1945, Hammerich undLesser, Hamburgo,
1946, p. 194, fragmento correspondiente al 11 mayo 1945.
57. Erich Kuby, op. cit., p. 179.
soo HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

3. La comunidad del pueblo


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3. Schwarzes Korps, 17 noviembre 1938.
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5. Frankfurter Zeitung, 12 febrero 1939.
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7. Deutsche medizinische Wochenschrift, 22 noviembre 1933.
8. Berliner Illustrierte Zeitung, 9 enero 1938.
9. Entrevista con el profesor Zorn, Bonn, mayo 1966.
10. Eugen Kogon, Der SS-Staat, Europaische Verlagsanstalt, Frankfurt, 1959, p. 284.
11. Süddeutsche Zeitung, 17 marzo 1964.
12. Volkischer Beobachter, 21 noviembre 193Θ.
13. Ibid., 1 septiembre 1935.
14. Informe sobre la ejecución de Anita von Berg y Renate von Nazmer en Nenes
Tagebuch, 2 3 febrero 1935, p. 171.
15. lUustrierter Beobachter, Berlin, 30 enero 1934.
16. Sonntag Morgen, Auslandsblatt der Kolnischen Zeitung, 8 octubre 1935 .
17. Frankfurter Zeitung, 20 enero 1937.
18. Max Damarus, Hitler: Reden und Proklamationen 1932-1938, Wurzburgo, 1962,
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19. Volkischer Beobachter, 3 y 9 enero 1939.
20. Entrevista con el conde Schwerin von Krosigk, Essen, mayo 1966.
21. Die Zone, Paris, 1934.
22. Friedrich Christian, Prinz zu Schaumburg-Lippe, Dr. Goebbels, Limes, Wies­
baden, 1964. p. 79.
23. Ibid., p. 108.
24. Archivo federal de Koblenz, fichero R II/3 9 a .
25. Ibid.
26. Frankfurter Zeitung, 11 junio 1939.
27. Der Spiegel, 23 enero 1967, p. 62.
28. Entrevista con Terence Mason, St Anthony’s College,Oxford, enero 1967.
29. Was wir jeden Tag erleben, folleto sobre la Orquesta SinfónicaNacionalsocialista
Imperial, Munich, 1937, p. 21.
30. Berliner Illustrierte Zeitung, 13 mayo 1934.
31. Karl Demeter, Das deutsche Offizierskorps in Gesellschaft und Stoat 1650-1945,
Frankfurt, 1964, p. 227.
32. Volkischer Beobachter, 12 febrero 1935.
33. Hermann Stresau, Von Jahr zu Jahr, Berlín, 1948, p. 80.
34. Gerhard Ritter, Goerdeler und die deutsche Widerstandsbewegung, Stuttgart,
1945, p. 62.
35. Schwarzes Korps, 10 julio 1935.
36. Hermann Stresau, op. cit., p. 363, fragmento del diario correspondiente al
10 junio 1944.
37. Ernst Niekisch, Das Reich der niederen Damone, Hamburgo, 1953, p. 138.
38. Schwarzes Korps, 10 julio 1935.
39. Ibid.
40. Heinz Boberach, Meldungen aus dem Reich, Neuwied/Berlín, 1965, p. 17.
41. Elizabeth Hoemberg, Thy People, My People, Londres, 1950, p. 114.
42. Sarah Mabel Collins, The Alien Years, ya citada, p. 43.
43. Wilhelm Priiller, Diary of a German Soldier, Londres, 1963, p. 43.
NOTAS 501

4. El partido
1. Franz Neumann, Behemoth, Oxford University Press, Nueva York, 1942, p. 379.
2. Schwarzes Korps, 15 mayo 1935.
3. David Schoenbaum, Hitlers Social Revolution, Weidenfeld and Nicolson, Londres,
1967, p. 236.
4. Ibid., p. 221.
5. Schwarzes Korps, 12 septiembre 1935.
6. Ibid., 14 noviembre 1935.
7. David Schoenbaum, op. c i t, p. 236.
S. Ibid., p. 225.
9. Frankfurter Zeitung, 8 mayo 1938.
10. Entrevista con el Sr. Thiele, Munich, abril 1967.
11. Daniel Lerner, Ithiel de Sola Pool y George K. Schüeller, “The Nazi Zlite”, eo
World Revolutionary Elites, Massachusetts Institute of Technology, Cambridge,
Mass., 1965, p. 313.
12. Ibid., p. 197.
13. Ibid., p. 294.
14. David Schoenbaum, op. cit., p. 72.
15. Franz Neumann, op. cit., pp. 378-9.
16. Dr. Neusiiss-Hunkel, Die SS, Norddeutsche, Hannover/Frankfurt, 1956, p. 16.
17. Wolfgang Zapf, Wandlungen der deutsche Élite, Piper, Munich, 1965, p. 181.
18. Bella Fromm, Blood and Banquets, Harper and Bros., Nueva York, 1942, p. 86.
19. Entrevista con el conde Schwerin von Krosigk, Essen-Werden, abril 1966.
20. Entrevista con el Sr. Bausch, Berlín, abril 1967.
21. Entrevista con la condesa de Schulenburg, Munich, mayo 1966.
22. Carta del conde Schulenburg a su mujer, octubre 1940.
23. Friedrich Christian, Prinz zu Schaumburg-Lippe, Dr. Goebbels, Limes, Wies­
baden, 1964, p. 236.
24. Entrevista con el conde Schwerin von Krosigk, loc. cit.
25. Achim Besgen, Der Stille Befehl, Nymphenburger, Munich, 1960, p. 183.
26. Erich Ebermayer y Hans Roos, Gefahrtin des Teufels, Hoffmann y Co., Ham-
burgo, p. 211.
27. Ibid., p. 208.
28. Ibid., p. 206.
29. Entrevista con el príncipe de Wittgenstein, Munich, abril 1967.
30. Bella Fromm, op. cit., p. 243.
31. Fritz Thyssen, I Paid Hitler, Hodder and Stoughton,Londres, 1941, p. 213.
32. Bella Fromm, op. cit., p. 222.
33. Entrevista con la Srta. Erna Hanfstengl, Munich, abril 1967.
34. Louis P. Lochner, Die Goebbels Tagebiicher 1942-1943, Atlantis, Zurich, 1948,
p. 260.
35. Berndhard Vollmer, Volksopposition im Polizeistat, Deutsche Verlagsanstalt,
Stuttgart, 1957, p. 189.
36. Frankfurter Zeitung, 6 marzo 1939.
37. Joachim Fest, Das Gesicht des Dritten Reiches, Piper, Munich, 1963, p. 404.
38. Hermann Glaser, Spiesser-Ideologie, Rombart, Friburgo, 1964, p. 86.
39. Achim Besgen, op. cit., p. 183.
40. Entrevista con el Sr. Schleif, Berlín, abril 1967.
41. Entrevista con la Sra. Woodger, Hemel Hempstad,febrero 1967.
42. Entrevista con el Sr. Thiele, loc. cit.
43. David Schoenbaum, op. cit., p. 236.
44. Frankfurter Zeitung, 18 septiembre 1937.
45. Ibid., 16 noviembre 1937.
46. Ibid., 6 enero 1938.
502 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

47. Instituí für Zeitgeschichte, Munich, Archivo MA 292, documento fotográfico 8100.
48. Schwarzes Karps, 3 febrero 1938.
49. Max Seydewitz, Civil L ife in Wartime Germany, Viking Press, Nueva York, 1945,
p. 145.
50. Die Koperkultur in Deutschland 1917-1945, Sportverlag, Berlin, 1964, p. 200.
51. Henrietta von Schirach, The Price of Glory,Muller,Londres, 1960, p. 163.
52. Hans Severus Ziegler, Adolf Hitler aus dem Erleben dargestellt, W . Schütz,
Gottinga, 1964, p. 173.
53. Ibid., p. 122.
54. Kurt Riess, Gustav Griindgens, Hoffmann y Co., Hamburgo, 1965, p. 144
55. Entrevista con el Sr. Schleif, loc. cit.
56. Essener Volkszeitung, 28 junio 1934.
57. Allen S. Milward, The German Economy at War, The Athlone Press, Londres,
1965, p. 154.

5. El RITUAL· Y LA ADORACIÓN D EL F Ü H R E R

1. Frankfurter Zeitung, 19 febrero 1937.


2. Karl Heinz Schmeer, Die Regie des offentlichen Lebens im Dritten Reich, Pohl &
Co., Munich, 1965, p. 85.
3. Ibid., p. 72.
4. Ibid., p. 95.
5. Ibid., p. 97.
6. Hans Gert Schumann, Nationalsozialismus und Gewerkschaftsbewegung, Nord-
deutscher Verlag-Anstalt, Hamburgo, 1958, p. 135.
7. Karl Heinz Schmeer, op. cit., p. 92.
8. Hans Jochen Gamm, Der braune Kult, Riitten und Loening, Hamburgo, p. 141.
9. William L . Shirer, Berlin Diary, Londres, 1941, p. 22. Fragmento del diario
correspondiente al 2 septiembre 1934.
10. Informe de Bielefeld en el Volkischer Beobachter, 1 febrero 1935.
11. Karl Heinz Schmeer, op. cit., p. 23.
12. Hans Jochen Gamm, op, cit., p. 73.
13. William L . Shirer, op. cit., p. 20. Fragmento del diario correspondiente al
27 febrero 1932.
14. Karl Heinz Schmeer, op, cit., p. 20.
15. Frankfurter Zeitung, 1 diciembre 1934.
16. Ibid., 10 septiembre 1937.
17. Ibid., 7 junio 1937.
18. Heinz Boberach, Meldungen aus dem Reich, Luchterhand, Neuwied, 1965. Des­
pacho n.° 39 para el 12 enero 1940.
19. Informes no publicados del Servicio de Inteligencia de la SD, Archivo Federal
de Koblenz. Fichero R 58/147, n.° 44 (24 enero 1940).
20. Frankfurtei' Zeitung, 19 diciembre 1934.
21. Ibid., 16 julio 1937.
22. Ibid., 25 diciembre 1938.
23. W alther Hagemann, Publizistik im, Dritten Reich, Hansische Gilden, Hamburgo,
1948, p. 74.
24. Frankfurter Zeitung, 11 enero 1937.
25. Deutsche Allgemeine Zeitung, 4 diciembre 1938,
26. Schwarzes Korps, 9 diciembre 1937.
27. Frankfurter Zeitung, 24 noviembre 1934.
28. Starkenburger Provinzialzeitung, citado en el Frankfurter Zeitung, 1 diciembre
1934.
29. Frankfurter Zeitung, 21 diciembre 1934.
30. Ibid., 21 noviembre 1934.
NOTAS 503

31. Ibid.
82. Schwarzes Korps, 15 julio 1937.
33. Neue Weltbühne, 3 0 abril 1936.
34. Madeleine Kent, í Married a German, Londres, 1938, p. 173
35. Christopher Sidgwiek, German Journey, Londres, 1936, p. 96.
36. Neue Weltbühne, 30 septiembre 1935.
37. Schwarzes Korps, 17 julio 1935.
38. Erich Ebermayer, Denn heute gehort uns Deutschland, Viena, 1959, p. 196.
39. E . Hoflich, W ie benehm ich mich, Stollfms, Bonn, citado en el Schwarzes Korps,
5 septiembre 1935.
40. Frankfurter Zeitung, 9 agosto 1936.
41. Volkischer Beobachter, 15 diciembre 1933.
42. Der Spiegel, 2 0 junio 1966.
43. Hermann Stresau, Von Jahr zu Jahr, Minerva, Berlin, 1948, p. 156.
44. John Heygate, These Germans, Hutchinson, Londres, 1940, p. 179.
45. Biblioteca W iener, relatos de testigos presenciales, Sección PA, fichero de Eli­
sabeth Freund.
46. Olga Tschechowa, Ich verschweige nichts, Simmer und Herzog, Berchtesgaden,
1952, p. 135.
47. Tami Oelfken, Das Logbuch, Editora de la Nación, 1955, p. 37.
4 8. Madeleine Kent, op. cit., p. 216.
49. Schwarzes Korps, 31 julio 1935.
50. Westdeutscher Beobachter, 26 marzo 1936.
51. Josef W ulf, Literatur und Dichtung itn Dritten Reich, Mohn, Gütersloh, 1963,
p. 352.
52. Dietrich Bronder, Bevor Hitler kam, Piper, Hannover, 1964, p. 188.
53. Dr. Arthur Dix, “Politik ais Staatslehve, Staatskunst und Staatswille” , en Zeitschrift
fiir Politik, Berlin, 1934, volumen 24, p. 539.
54. Reden und Aufsatze enliisslich der Tagung der Gau— und Kreisschlungsleiter der
NSDAP, Munich, 1938, p. 21.
55. Hans Jochen Gamm, op. cit., p. 160.
56. W alter Hagemann, op. cit., p. 131.
57. Wilhelm Priiller, The Diaiy of a German Soldier, Faber, Londres, 1963, p. 110.
58. Entrevista con la Sra. Heinemann de Munich, mayo 1966.
59. Entrevista con el general von Blumentritt, Munich, mayo 1966.
60. H. Trevor Roper, The Last Days of Hitler, Londres, 1950, p. 90 de la tercera
edición.

6. La c o r r u p c ió n

1. Entrevista con Albert Speer, Der Spiegel, 7 noviembre 1966.


2. Willi Frischauer, Hermann Goering, Londres, p. 232,
3. Gerhard F. Kramer, The Influence of National Socialism on the Courts of Justice
and the Police in the Third Reich, Weindenfeld and Nicolson, Londres, 1955,
p. 630.
4. Willi Frischauer, op. cit., p. 28.
5. Fritz Thyssen, I Paid Hitler, Hodder and Stoughton, Londres, 1941, p. 200.
6. Robert M. Kempnerr, SS im Kreuzverhor, Rütten und Loening, Hamburgo, 1964,
p. 209.
7. Entrevista con el Sr. Nebelung de Ludwigshafen,abril 1967.
8. Trial of Major War Criminals, Nuremberg,volumenXXV III, 1759, p. 251.
9. Fritz Thyssen, op. cit., p. 199.
10. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 55/24, informe del 1 abril 1934.
11. Neuer Vorwarts, 20 marzo 1938.
12. Neue Weltbühne, 18 noviembre 1937.
504 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

13. Ibid.
14. Entrevista con el Sr. Nebelung de Ludwígshafen, abril 1967.
15. Rudolf Diehl, Luzifer ante Portas, Interverlag, Zurich, 1948, p. 95.
16. Gerald Reitlinger, SS. Alibi of a Nation, Heinemann, Londres, 1957, p. 113.
17. Documento PS 1757, IMT, Trial of Major War Criminals, Nuremberg, volu­
men X X V III, p. 154.
18. Ibid., pp. 150, 148.
19. Ibid., p. 150.
20. Ibid., p. 151.
21. Ibid., p. 129.
22. Ibid., p. 141.
23. Archivo Federal de Koblenz, fichero NG 670, 2 0 diciembre 1935 a 10 febrero
1936. Dr. Birkhahn, Niederschlagungsantrage in Unterschlagungsstrafsache Wil­
helm. Reper.
24. Instituí für Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 2 61, documento fotográfico 9493.
Stellvertretender General Wehrkreiskommando 20 Danzig, 26 enero 1940.
25. Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 319, documento fotográfico
4826-4910.
26. Neues Tagebuch, 15 enero 1938.
27. Louis Hagen, Follow My Leader, Allan Wingate, Londres, 1951, p. 125.
28. Jack Schiefer, Tagebuch eines Wehrunumrdigen, Grenzlandverlag, Aachen, 1947,
p. 257.
29. Kolnische Zeitung, 2 9 diciembre 1939.
30. New York Herald Tribune, 16 febrero 1942.
31. News Chronicle, 7 octubre 1944.
32. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 5 8 /1 5 1 , informe SD, correspondiente al
13 diciembre 1943.
33. Ibid., fichero R 4 1 /2 6 8 , Akten iiber Stimmungsberitche auslandischer Arbeiter im
Reich, volumen V III, cuaderno 2, 1943, folio 1-275.
34. Die Zeitung, 17 noviembre 1944.
35. Max Seydewitz, Civil L ife in Wartime Germany, Viking Press, Nueva York, 1945,
p. 48.
36. Biblioteca W iener, archivo p Ilia, n.° 502.
37. Ibid., archivo P Illf, n.° 6.
38. Eugen Kogon, Dei' SS Staat, Europaische Verlagsanstalf,Frankfurt, 1959, p. 235.
39. Bella Fromm, Blood and Banquets, Harper, Nueva York, 1942, p. 274.
40. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 4 1 /1 5 5 , 7 enero 1939.
41. Documento PS 1208 IM T, volumen X X V II, p. 69.
42. Yolklscher Beobachter, edición vienesa, 4 marzo 1939.
43. Frankfurter Zeitung, 4 julio 1938.
44. Biblioteca W iener, archivo P Illf, n.° 535.
45. Ibid., archivo P Ille, n.“ 1186.
46. Henriette von Schirach, The Price of Glory, Muller, Londres, 1960, p. 186.
47. Gerald Reitlinger, op. cit., p. 173.
48. Roger Manvell y Heinrich Fraenkel, The Incomparable Crime, Heinemann, 1967,
p. 84.
49. Eugen Kogon, Der SS Staat, Berman & Fischer, Estocolmo, 1947, p. 315.
50. Ibid., p. 302.
51. Ibid., p. 317.
52. Ibid., p. 302.
53. Ibid., p. 307.
54. Entrevista con el conde Schwerin von Krosigk, Essen-Verden, abril 1966.
55. News Chronicle, 7 octubre 1944.
56. Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 341, documento fotográfico
7418-7432.
57. Institut für Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 4 3 0 /1 . Informe sobre la moral
NOTAS 505

pública (Stimmungsberich) elaborado por el presidente del Tribunal de Apelación


de Bamber para el ministro Thierack.

7. L a d e n u n c ia

1. Dr. Stolzenberg, en Deutsche Justiz, cf. Frankfurte¡ Zeitung, 21 junio 1938.


2. Declaración fechada el 18 abril 1934, cf. Kolnische Zeitung, 24 julio 1934.
3. Kolnische Zeitung, 24 julio 1934.
4. Der deutsche Verwaltungsbeamte, 17 octubre 1937.
5. Schulihandler Zeitung, 17 noviembre 1938.
6. Frankfurter Zeitung, 26 octubre 1934.
7. Ibid., 15 julio 1938.
8. Ibid., 15 mayo 1938.
9. Neues Tagebuch, 15 noviembre 1933.
10. Frankfurter Zeitung, 14 julio 1937.
11. Ibid., 16 marzo 1937.
12. Ibid., 18 agosto 1937.
13. Hakenkreuzbanner, Mannheim, 25 noviembre 1934.
14. Frankfurter Zeitung, 9 septiembre 1935.
15. Ibid., 27 noviembre 1934.
16. Ibid., 16 marzo 1937.
17. Entrevista con el Sr. Nebelung de Ludwigshafen, abril 1967.
18. Bernhard Vollmer, Volkopposition im. Polizeistaat, Stuttgart, 1957, p. 41.
19. Frankfurter Zeitung, 23 mayo 1937.
20. Bernhard Vollmer, op. cit., p. 320.
21. Joseph Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich, Gütersloh, 1964, pp. 295-7.
22. Ibid., p. 95.
23. Berliner Tageblatt, 14 junio 1936.
24. Joseph Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich, Gütersloh, 1964, p. 28tí.
25. Hamburger Fremdenblattt, 5 febrero 1942.
26. Archivo Federal de Koblenz, fichero II 22/4002 (cartas de jueces, p. 201).
27. Hakenkreuzbanner, Mannheim, 4 diciembre 1937.
28. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 22/4002 (cartas de jueces, p. 201).
29. Ibid., p. 199.
30. Biblioteca Wiener; relatos de testigos presenciales supervivientes, archivo P IIÍ
d/192.
31. Ibid., archivo P III f/1149.
32. Neues Tagebuch, 12 octubre 1935, p. 966 (decisión del juzgado municipal de
Lorraeh).
33. Ibid, (decisión del juzgado muncipal de Gera).
34. Neues Tagebuch, 25 abril 1936, p. 407.
35. Neue Volkszeitung, 31 mayo 1941.
36. Bella Fromm, Blood and Banquets, Nueva York, 1942, p. 208.
37. Biblioteca Wiener; relatos de testigos presenciales supervivientes, archivo P III
a/54.
38. Guardian, 4 julio 1967 (revisión del juicio del antiguo juez del Pueblo, Hanj.
Joachim Rehse).
39. Entrevista con Helene von Sachno, Munich, septiembre 1965.
40. Elizabeth Hoemberg, Thy people, My people, Dent, Londres, 1950, p. 50.
41. Louis Hagen, Follow my Leader, Allen Wingate, Londres, 1951, p. 311.
42. Zwolf-Uhr-Blatt, Berlin, 26 agosto 1944.
43. Ursula von Kardorff, Berliner Aufzeichnungen 1942-1945, Biederstein, Munich,
1962, p. 163.
44. Archivo del Institut ftir Zeitgeschichte, Munich. Stimmungsberichte des Regia
506 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

rmgsprasidenten von Rogensburg, archivo MA 300, documento fotográfico 2955/


3098. Informe del 10 marzo 1943.
45. Bodensee Rundschau, Constanza, 23 noviembre 1943.
46. Edición vienesa del Volkischer Beobachter, 9 marzo 1945.
47. Tami Oelfken, Das Logbuch, Editora de la Nación, Berlín, 1955, pp. 302-3.

8, La Ju s tic ia

1. Rolf Dahrendorf, Gesellschaft und Demokratie in Deutschland, Piper, Munich,


1965, p. 275.
2. Axel Eggebrecht, Volk ans Gewehr, Stuttgart, 1959, p. 199.
3. Rolf Dahrendorf, op. cit., p. 260.
4. Der Spiegel, 17 abril 1967.
5. Gerhard F. Kramer, The Influence of National Socialism on the Courtsof Justice
and the Police in the Third Reich, Weidenfeld andNicolson, Londres, 1955,
p. 618.
6. Erich Ebermayer, Denn heute gehort uns Deutschland, Paul Zsolnay, Viena, 1959,
p. 75.
7. Use Staff, Justiz im Dritten Reich, Fischer, 1964, pp. 148 a 152.
8. Franz Neumann, Behemoth, Oxford University Press, Nueva York, 1942, p. 454.
9. Neues Tagebuch, 19 enero 1935.
10. Otto Kirchheimer, Criminal Law in National Socialist Germany, Estudios de
Filosofía y Ciencias Sociales, Nueva York, n.° 3, vol. VIII, julio 1940, p, 447.
11. Niirnberger Akten, n.° 1565, del 20 mayo 1947.
12. Gerhard F. Kramer, op. cit,, p. 630.
13. Franz Neumann, op. cit., p. 456.
14. Weme Johe, Die Gleichgeschaltete Justiz, Europaische Verlagsanstalt, Frankfurt,
1967, p. 140.
15. Martin Broszat, “Zur Perversion der Strafjusttz im Diiten Reich”, Vierteljahres-
hefte für Zeitgeschichte, 1958, cuaderno 4, p. 422.
16. Deutsche Justiz, 1939, pp. 58, 59, 175-8.
17. Schwarzes Korps, 16 diciembre 1937.
18. I bid., 13 abril 1938.
19. Ibid., 5 marzo 1942.
20. Werner Johe, op. cit., p. 39.
21. Juristische Wochenschrvft, Leipzig, 3 noviembre 1934.
22. Vdlkischer Beobachter, 27 enero 1934,
23. Neue Weltbühne, 27 jimio 1935.
24. Frankfurter Zeitung, 22 dicimebre 1934.
25. Wallace R. Deuel, People Under Hitler, ya citada, p, 148.
26. Ursula von Kardorff, Berliner Aufzeichnungen 1942-1Q4S, Biederstein, Munich,
1962, p. 76.
27. Statisches Handbuch für Deutschland, 1928-1944, p. 633.
28. Frankfurter Zeitung, 21 junio 1938.
29. Statistisches Handbuch, loc. cit.
30. Wolfgang Harthauser, Die Verfolgung der Homosexuellen im Dritten Reich, Emi­
sora “Berlin Libre”, 1 diciembre 1966, p. 15.
31. Ibid.
32. Reichsgesetz über Massnahmen der Staatsnotwehr, 3 julio 1934, Reichsgesetzblatt,
1934, vol. 1, p. S29.
33. Profesor Dahm, Verbrechen und Tatbestand, Berlin, 1936, p. 46.
34. Frankfurter Zeitung, 29 junio 1938.
33. Franz Neumann, op. cit., p. 457.
36. Hamburger Fremdenblatt, 6 junio 1943.
NOTAS 507

'37. Frankfurter Zeitung, 5 diciembre 1937.


38. Andreas Frittner, Deutsches Geistesleben und Nationalsozialismus, Rainer Wunder­
lich, Tubinga, 1965, p. 166.
39. Frankfurter Zeitung, 11 febrero 1937.
■40. Ibid., 29 mayo 1937.
41. llse Staff, op. cit., p. 207.
42. Poliakov y Wulf, Das Dritte Reich undseine Diener, Berlín, 1956, p. 255.
43. Martin Broszat, op. cit., pp. 394-8.
44. Ibid., p. 394.
45. Ilse Staff, op. cit., p. 115.
46. Ibid., p. 117.
47. Guardian, 4 julio 1967.
48. The Times, 24 abril 1945.
49. Ursula von Kardorf, op. cit., p, 76.
50. William L. Shirer, Berlin Diary, HamishHamilton, 1941, p. 199.
51. Sondergericht Rohstock Akten, 3 LSK 133/42.
'52. Volkischer Beobachter, 31 agosto 1944.
53. Archivo Federal de Koblenz, Dr. Thieracks Richterbriefe, fichero R 22/4002,
n.° 6, p. 49.
■54. Ibid., fichero R 22/4003. Informationsdienst des Reichsministers der Justiz, Beitrag
55, p. 86.
‘55. Ibid., Beitrag 37, p. 60.
56. Der Spiegel, 6 marzo 1967, p. 53.
57. Werner Johe, op. cit., p. 192.
58. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/149, n.° 69, 27 marzo 1940.
'59. Isle Staff, op. cit., p. 105.
¡60. Martin Broszat, op. cit., p. 432.
<81. Werner Johe, op. cit., p. 183.
■62. Ibid., p. 187.
63. Ibid.
>64. Die Niirnberger Akten des Ministerialrates Werner von Haacke, NG - 949, 18 di­
ciembre 1947.

9. L O S FUNCIONAMOS

1. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 43 H/450a.


.2. David Schoenbaum, Hitler’s Social Revolution, Weidenfeld and Nicolson, Lon­
dres, 1967.
3. Heinz Boberach, Meldungen am dem Reich, Luchterhand, 1965, p. 158.
4. Neues Tagebuch, 30 septiembre 1934.
15. Deutsche Mitteilvngen, n.° 48, 2 junio 1938, referente a un memorándum del
ministro del Interior, II SB 6160/6193, Berlin, 14 diciembre 1937.
6. Frankfurter Zeitung, 14 abril 1937.
'7. Ibid., 2 septiembre 1937.
8. Deutsche Mitteilungen, loe. cit.
9. Frankfurter Zeitung, 1 marzo 1936.
10. Ibid., 10 marzo 1937.
11. I bid., 9 septiembre 1935.
12. Ibid., 7 julio 1937.
13. Archivo Federal de Koblenz, fichero r 43 II/432b.
14. Schwarzes Korps, 11 marzo 1937.
15. David Schoenbaum, op. cit., p. 211.
16. Franz Neumann, Behemoth, Nueva York, 1944, p. 377.
17. Ulrich von Hassell, Vom andern Deutschland, Frankfurt, 1946, p. 36.
18. Hans Georg von Studnitz, Als Berlin brannte, Stuttgart, 1963, p. 167.
508 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

19. Archivo Federal de Koblenz,fichero R 55/29, vol. 1.


20. David Schoenbaum, op. cit., p. 221.
21. Entrevista con TimMason, Londres, enero 1967.
22. David Schoenbaum, op. cit., p. 237.
23. Ibid., p. 232.
24. Ibid., p. 230.
25. Ibid., p. 221.
26. instituí fiir Zeitgeschichte, Munich, fichero MA 430/1. Informe de von Bamberg,,
presidente del Tribunal de Apelación, al ministro de Justicia Thierack, 27 noviem­
bre 1943.
27. David Schoenbaum, op. cit., p. 205,

10. El e jé r c it o

1. Joachim Fest, Das Gesicht des Dritten Reiches, Piper, Munich, 1963, p. 32ft-
2. Elias Canetti, Crowds and Power, Gollanez, 1962, p. 181.
3. Wolfgang Drews, Die klirrend Kette, Klepper, Baden-Baden, 1947, p. 24.
4. Entrevista con el general Schimpf, Düsseldorf, abril 1966.
5. Bernard Vollmer, Volksopposition im Polizeistaat, Verlangstalt, Stuttgart, 1957,.
p. 196.
6. Ibid., p. 241.
7. Ibid., p. 285.
8. Daniel Lerner y otros, “The Nazi Élite”, en World Revolutionary Élites, Massa—
chusett, Institute of Technology, Cambridge, Mass., 1965, p. 272.
9. Decretos del 3 julio 1934 y 10 septiembre 1935. Cf. David Schoenbaum, Hitler'«·'
Social Revolution, Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1967, p. 217.
10. Gert von Klaas, Krupps — the Story an Industrial Empire, Sidgwick and Jackson,,
Londres, 1954, p, 383.
11. G. Stolper, K. Hauser y K. Borchardt, Die deutsche Wirtschaft seit 1870,.
J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tubinga, 1966, p. 194.
12. Entrevista con el general Blumentritt, Munich, mayo 1966.
13. David Schoenbaum, op. cit., p. 254.
14. Karl Demeter, Das deutsche Offizierkorps in Gesellschaft vom Staat 1650-1945
Bernard und Graefe, Frankfurt del Maine, 1964, p. 55.
15. Ibid.
16. David Schoenbaum, op. cit., pp. 259-61.
17. Entrevista con Ewald von Kleist, Munich, abril 1967.
18. Karl Demeter, op. cit., pp. 259-61.
19. Entrevista con el Sr. Lohrich, Colonia, abril 1966.
20. Entrevista con el general Blumentritt, loe. cit.
21. Hamburger Fremdenblatt, 24 julio 1944.
22. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 7X/428.
23. Ibid., fichero R 22/4003, lnformantionsdienst des Reichsministers des Justiz, pá­
gina 39.
24. John Laffin, Jackboot, Cassel, Londres, 1965, p. 218.
25. Fabian von Schlabrendorff, The Secret War against Hitler, Hodder and Stoughton,,
Londres, 1966, p. 164.
26. Diarios de Ulrich von Hassel, Nueva York, 1947, p. 31.
27. Louis P. Lochner, Die Goebbels Tagebiicher 1942-1943, Atlantis, Zurich, 1948,.
p. 408.
28. Entrevista con Ewald von Kleist, loc. cit.
29. David Schoenbaum, op. cit., p. 218.
30. Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 261, carta de Baldur von Schirachu
al coronel von Stockhausen, jefe del regimiento de infantería Grossdeutschland,,
fechada el 14 septiembre 1940.
NOTAS 509

■31. Die Zeit, 6 mayo 1966, p. 50.


32. Ilse Staff, Justiz itn Dritten Reich, Fischer, Frankfurt, 1964, p. 244.
33. Der Angriff, 24 julio 1944.
34. Erich Ebermayer y Hans Roos, Gefahrtin des Teufels, Hoffmann und Campe,
Hamburgo, 1952, p. 325.
.35. Entrevista con el Sr. Jean Schlosser, Colonia, abril 1966.
36. Olga Tschechowa, Ich vershweige nichts, Zimmer und Herzog, Berchtesgaden,
1952, p. 278.
.37. Ibid., p. 280.
.38. Ibid., p. 201.
39. Entrevista con la Sra. Stuck-Resniczek, Munich, mayo 1966.
•40. Hermann Rauschnigg, Die Revolution des Nihilismos, Europa, Zurich, 1964,
p. 152.
-41. Archivo Federal de Koblenz, Volksgerichtshofakten, fichero 3L293/44 a 4J/
332/44.
'42. Entrevista con el Sr. Michels, Düsseldorf, abril 1966.
43. Wolf Mittendorf, Soziologie des Verbrechens, Diederichs, Düsseldorf, 1959, pá­
gina 242.
-44. Entrevista con el príncipe Wittgenstein, Munich, abril 1967.
45. Entrevista con el Sr. Werner Koch, Düsseldorf, abril 1966.
-46. Klaus Granzow, Tagebuch eines Hitlerjungen 1943-1945, Bremen, 1965, p. 82.
47. Alfred Cobban, A History of Modem France, vol. Ill, Jonathan Cape, Londres,
1965, p. 179.
48. Entrevista con el Sr. Sober, Berlín, abril 1967.
49. Entrevista con el Sr. Jean Schlosser, Colonia, mayo 1966.
"SO. Louis P. Lochner, op. cit., p. 308.
51. Saul K. Padover, Psychologist in Germany, Phoenix House, Londres, 1946, p. 137.
'52. Ernst Niekisch, Das Reich der niedern Damme, Rowohlt, Hamburgo, 1953,
p. 304.
53. Entrevista con el Sr. Lindlar, Düsseldorf, abril 1966.
54. Entrevista con Terence Prittie, Londres, marzo 1964.
'55. Ilse Staff, op. cit., p. 252.
S6. Joachim Fest, op. cit,, p. 332.
'57. Der Spiegel, 2 octubre 1967, p. 37.
58. Karl Demeter, op. cit., p. 206.
59. Ibid.
•60. Der Spiegel, 13 julio 1967.
61. Gustav Brecht, Erinnenmgen, edición privada, 1964, p. 72.
i€2. Die Zeit, 6 mayo 1966, p. 50.

11. El ca m po

1. Statistisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, Franz Ehrenwirth, Munich,


1949, p. 31.
2. Frieda Wunderlich, Farm Labour in Germany, 1810-1945, Princeton University
Press, 1961, p. 41.
3. Kolnische Zeitung, 11 abril 1944.
4. Frieda Wunderlich, op. cit., p. 184.
0. Hans von der Decken, “Mechanisierung in der Landwirtschaft”, Vierteljahrsheft
zur Konjunkturforschung, número de invierno, 1938-39, p. 355.
6. Neues Tagebuch, 22 mayo 1937, p. 529.
7. Berliner Ülustrierte Zeitung, 27 mayo 1934.
-8. Ibid.
9. Max Rumpf y Hans Behringer, Buerndorf am Grossstadtrand,Stuttgart/Berlin,
1940, p. 390.
510 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

10. Harlod Müunzinger, “Die Arbeitsbelastung der Bauernfamilie — Ein Beitrag zur
Landfluchtfrage in Württemberg”, en Raumforschung und Raumordnung, 1940,,
n.° 10, p. 390.
11. Hans Müller, Deutsches Bauerntum zwischen Gestern und Morgen, Witzburgo,,
1940, p. 28.
12. Frieda Wunderlich, op. cit., p. 192.
13. Arthur Schweitzer, Big Business in the Third Reich, Eyre and Spottiswoode, Lon­
dres, 1964, p. 167.
14. Franz Neumann, Behemoth, Oxford University Press, Nueva York, 1942, p. 394»
15. Wolfgang Schumann, “Der faschistische Reichsnahrstand”, Zeitschrift für Ges-
chichtswissenschaft, Berlín Este, mayo 1962, p. 1046.
16. Schwarzes Korps, 23 febrero 1939.
17. Ibid., 19 diciembre 1935.
18. New York Times, 14 marzo 1937.
19. Entrevista con la Sra. von Kiekebusche, Munich, 1967.
20. Entrevista con el conde Schwerin von ICrosigk, Essen-Werden, mayo1966.
21. Entrevista con la Srta. von Miquel, Colonia, mayo 1966.
22. Franz Neumann, op. cit., p. 394.
23. Hilde Oppenheimer-Blum, The Standard of Living of German Labor under Nazi-
Rule, New School for Social Research, Nueva York, 1943, p. 19.
24. Frieda Wunderlich, op. cit., p. 216.
25. Frankfurter Zeitung, 17 noviembre 1934.
26. Schwarzes Korps, 5 marzo 1936.
27. Archivo Federal de Koblenz, archivo R 43 11/528, Treuhanderbericht, febrero
1937.
28. Der Deutsche Volkswirt, 10 marzo 1939.
29. Entrevista con Terence Mason, St. Anthony’s College, Oxford, enero 1967.
30. Walter Goerlitz, Die Junker, Starke, Limburgo, 1964, p.391.
31. Frankfurter Zeitung, 24 abril 1937.
32. Elizabeth Steiner, Agrarwirtschaft und Agrarpolitik, tesis doctoral, Munich, 1939,-
p. 27,
33. Hans Müller, op. cit., p. 12.
34. Kolnische Zeitung, 11 abril 1944.
35. Universidad de Gotinga, Instituto de Dirección Agrícola y Asuntos Laborales.
36. Hauptarvich Berlín-Dahlem, RMI, fichero 320, n.° 582, p. 59.
37. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/149, n.° 70.
38. Institut für Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 300, documento fotográfico 3437-
3489 (Nachgeborene Kinder auf Erbhofen).
39. Gustav Stolper, K. Hauser y K. Borchardt, Die Wirtschaft seit 1870, J. C. B. Mohr
(Paul Siebeck), Tubinga, 1966, p. 162.
40. Frieda Wunderlich, op. cit., p. 193.
41. David Schoenbaum, Hitler s Social Revolution, Weindenfeld and Nicolson, Londres,,
1967, p. 171.
42. Frieda Wunderlich, op. cit., p. 193.
43. Wilhelm Rapke, Internat onal Economic Desintegration, Londres, 1942,. p. 147-
44. Hans Müller, op. cit., p. 28.
45. Karl Hopp, Erbhofrecht in Zahlen, Deutsche Justiz, 1936, p. 1566.
46. Berliner Borsenzeitung, 25 octubre 1941.
47. Max Seydewitz, Civil L ife in Wartime Germany, Viking Press, Nueva York, 194S,
p. 226.
48. Deutsche Allgemeine Zeitung, 29 abril 1944.
49. Frieda Wunderlich, op. cit., p. 194.
50. Institut für Zeitgeschichte, archivo ΜΑ 300, documento fotográfico 2955-3098j,.
Stimmungsbericht de la Regierungsprasident de Regenbburg, 11 noviembre 1943,.
51. Ibid., archivo MA 300, fotocopia 2955/3098.
NOTAS 511

52. Ibid. Informe sobre moral pública del presidente del Consejo Local de Regensburg,.
11 noviembre 1943.

12, La ECONOMIA

1. Franz Neumann, Okonomie und Politik im 20. Jahrhundert, p. 11.


2. David Schoenbaum, Hitlers Social Revolution, WeidenfeldandNicolson, Londres,.
1937, p. 136.
3. Ibid., p. 146.
4. Arthur Schweitzer, Big Business in the Third Reich, Eyre and Spottiswoode, Lon­
dres, 1967, p. 136.
5. Arthur Schweitzer, “The Nazification of the Lower Middle Classes and Peasantry
in the Third Reich”, en The Third Reich, Widenfeld & Nicolson, Londres, 1955;
p. 580.
6. Will am Sheridan Allen, The Nazi Seizure of Power, Chicago, 1965, p. 262.
7. Neue Weltbühne, 6 agosto 1936.
8. Frankfurter Zeitung, 3 noviembre 1936.
9. David Schoenbaum, op. cit., p. 139.
10. Franz Neumann, Behemoth, Nueva York, 1942, p. 265.
11. Bernhard Vollmer, Volksopposition im Polizeistaat, Stuttgart, 1957, p. 164.
12. Fachzeitung der Schuhmachermeist, 18 mayo 1934.
13. Der Deutsche Volkswirt, 17 mayo 1935.
14. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 7X/428.
15. Frankfurter Zeitung, 10 octubre 1937.
16. Ibid., 16 junio 1939.
17. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 7X/421.
18. Berliner lllustrierte Zeitung, 27 junio1935.
19. Kartell Rundschau, diciembre1936, p. 829.
20. Schwarzes Korps, 6 octubre 1938.
21. Deutsche Volkswirtschaft, fascículo del 2 agosto 1939.
22. Frankfurter Zeitung, 24 mayo 1939.
23. Kurt Pritzkoleit, Berlin, Karl-Rauch, Düsseldorf, 1962, p. 37.
24. Garland, Kirchheimer y Neumann, The Fate of Small Business in Nazi Germany,.
Comité de Impresión del Senado, n.° 14, Washington, 1943, p. 140.
25. Heinrich Uhlig, Die Warenhauser im Dritten Reich, Colonia-Opladen, 195Θ,
p. 159.
26. Ibid., p. 167.
27. Ibid., p. 177.
28. Frankische Tageszeitung, 22 noviembre 1934.
29. Helmut Genschel, Die Verdrangung der Juden aus der Wirtschaft im Dritten
Reich, Gottinga, 1966, p. 211.
30. Werner Mosse, Entscheidungsja.hr 1932, Tubinga, 1965, p. 134.
31. Der Hoheitstrager, julio 1939, p. 15.
32. Frankfurter Zeitung, 8 mayo 1935.
33. Helmut Genschel, op. cit,, p. 211.
34. Werner Sorgel, Metallindustrie und Nationalsozialismus, Europaische Verlagsans-
talt, Frankfurt, p. 30,
35. Louis P. Lochner, Tycoons and Tyrant, Chicago, 1954, p. 213.
36. Ibid., p. 175.
37. Klaus Drobisch, “Der Freundeskreis Himmler”, Zeitschrift fiir Geschichtswissen-
schaft, Berlín Este, segunda edición, 1960, p. 304.
38. Arthur Schweitzer, “Organisierter Kapitalismus, und Paiteidiktatur”, Schmollers·
Jahrbuch, 1959, p. 46.
39. Franz Neumann, Behemoth, Nueva York, 1942, p. 265.
40. Neue Weltbühne, 3 agosto 1939.
512 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

41. Arthur Schweitzer, op. cit., p. 260.


42. Franz Neumann, op. cit., p. 392.
43. Tribunal Militar Internacional, 2PA, ADT-L, vol. II, parte I, pp. 69, 70.
44. Akten des I. G. Prozesses, vol. 37/38, p. 8.
45. David Schoenbaum, op. cit., p. 135.
46. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 7X/453.
47. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 7X/453.
48. Giinter Reimann, The Vampire Economy, Nueva Yrok, 1939, p. 126,
49. W, F. Brook, Social and Economic History of Germany from 1888-1938, Oxford
University Press, 1938, p. 226.
50. Frankfurter Zeitung, 24 octubre 1937.
51. David Schoenbaum, op. cit., p. 151.
52. Ibid., p. 156.
53. Basil Davidson, Germany What Now?, Londres, 1949, p. 125.
54. Gerd von Klaus, Krupps, the Story of an Industrial Empire, Sidgwick and Jackson,
Londres, 1954, p. 415.
55. Peter Batty, The House of Krupp, Seeker and Warburg, Londres, 1966, p. 178.
56. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 7X/421.
57. Ursula von Kardorf, op. cit., p. 30.
58. Hamburger Fremdenblatt, 5 junio 1943.
59. Fabian von Schlabrendorff, The Secret W ar Against Hitler, Hodder and Stoughton,
Londres, 1966, p. 144.
60. Louis P. Lochuer, Tycoons and Tyrant, Chicago, 1954, p. 242.
θ ΐ. Ibid., p. 246.
62. Jack Schiefer, Tagebuch eines W ehr unwürdigen, Aquisgrán, 1947, p. 187.
63. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 11/1243; Informe de la Cámara de Industria
y Comercio Económico del Reich, 12 diciembre 1941.
64. Alan Winward, “Fritz Todt als Minister fiir Bewaffnung und Munition”, Viertel-
jahreshefte fiir Zeitgeschichte, 1966, p. 55.
65. Frankfurter Zeitung, 13 febrero 1942.
66. Der Spiegel, n.° 40, 1966.
67. Jack Schiefer, op. cit., p. 97.
68. Norbert Miihlen, op. cit., p. 177.
69. Louis P. Lochner, op. cit., p. 254.

13. Los OBREROS

1. Hilde Oppenheimer-Blum, The Standard of Living of German Labour under Nazi


Rule, New School for Social Research, Nueva York, 1943, p. 15.
2. David Schoenbaum, Hitler’s Social Revolution, Londres, 1967, p. 97,
3. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 16.
4. Ibid., p. 24.
5. David Schoenbaum, op. cit., p. 98.
6. Der Deutsche Volkswirt, 22 julio 1938.
7. Frankfurter Zeitung, 22 julio 1938.
8. Tim Mason, “Labour in the Third Reich”, Past and Present, Londres, abril 1966,
p. 133.
9. Neue W eltbiihne, 15 abril 1939.
10. Jürgen Kuczynski, Die Geschichte der Lage der Arbeiter in Deutschland von
1789 bis in die Gegenwart, vol. II, tomo I, Berlin, 1953, p. 390.
11. C. W. Guillebaud, The Economic Recovery of Germany, Londres, 1939, p. 111.
12. Entrevista con Tim Mason, enero 1967.
13. Emil Lederer, W ho Pays for German Re-armament?, Social Research,Nueva York,
febrero 1938.
NOTAS 513

14. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 41/67. RAM. Treuhander der Arbeit (IIIB
14222/39), 26 julio 1939.
15. Arthur Schweitzer, Big Business in the Third Reich, Londres, 1964, p. 314.
16. Textilzeitung, 4 enero 1939.
17. C. W. Guillebaud, Social Policy of Nazi Germany, Cambridge UniversityPress,
Londres, 1949, p. 73.
18. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 29.
19. Volkischer Beobachter, 15 septiembre 1944.
20. Jiirgen Kuczynski, op. cit., p. 123.
21. Statistik des Deutschen Reiches, vol. VII, p. 529.
22. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 30.
23. W. Müller, Das Soziale Leben im Neuen Deutschland, Berlin, 1938, pp. 125, 126.
24. Hamburger Fremdenblatt, 30 diciembre 1941.
25. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 15.
26. Parteistatistik, 1935, vol. I, p. 53.
27. Schwarzes Korps, 22 abril 1937.
28. Neue Weltbiilhne, 11 julio 1935.
29. David Schoenbaum, op. cit., p. 108.
30. Entrevista con el Sr. Lindlar, Düsseldorf, abril 1966.
31. En Der Betriebsingenieur als Menschenfiihrer, Berlin, 1927. Cf. Robert A.Brady,
The Spirit and Structure of German Fascism, Nueva York, 1937, p. 167.
32. Wallace R. Deuel, People under Hitler, Nueva York, 1942, p. 319.
33. David Schoenbaum, op. cit., p. 111.
34. Entrevista con el Sr. Pampuch de Munich, septiembre 1965.
35. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit,, p. 65.
36. Hakenkreuzbanner, Mannheim, 27 noviembre 1937.
37. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 165.
38. David Schoenbaum, op. cit., p. 109.
39. Hans Gerd Schumann, Nationalsozialismus und Gewerkshaftsbewegung,Nord-
deutsche Verlagsanstalt, Godel-Hannover, 1958, p. 151.
40. Archivo del Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, fichero MA 292, documento
fotográfico 8693-8719.
41. Neue Weltbühne, 15 abril 1937.
42. Alan S. Milward, The Germany Economy at War, Londres, 1965, p. 41.
43. Der Angriff, 20 febrero 1942.
44. Alan S. Milward, op. cit., p. 41.
45. Archivo Federal de Koblenz, fichero 58 126/22, 8 junio 1944.
46. Deutsche Allgemeine Zeitung, 15 diciembre 1943.
47. Stolper, Hauser y Borchardt, Deutsche WMschaft seit 1870, Tubinga,1966,
p. 194.
48. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/178, 29 diciembre 1942.

14. El co n su m o

1. Heinrich Uhlig, Die Warenhauser im 3. Reich, Colonia, 1956, p. 218.


2. Arthur Schweitzer, Big Business in the Third Reich, Londres, 1964, p. 317.
3. Frankfurter Zeitung, 3 enero 1937.
4. Sociedad de Naciones, World Economic Survey, 1939-1941, Ginebra, 1941, p. 70.
5. Landwirtschaftliche Statistik, 1939-1940, Varwaltungsamt des Reichsbauemfiihrers,
p. 167.
6. Neues Tagebuch, 5 marzo 1938, p. 222,
7. Wallace R. Deuel, People under Hitler, Harcourt, Brace & World, Nueva York,
1942, p. 314.
8. Hilde Oppenheimer-Blum, The Standard of Living of German Labour under Nazi
Rule, New School of Social Research, Nueva York, 1943, p. 52.
514 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

9. Statistisches Handbuch für Deutschland, 1928-1944, p. 501.


10. Wallace R. Deuel, op.cit., p. 314.
11. Landwirtschaftliche Statistik, p. 67.
12. Sociedad de Naciones, World Economic Survey, 1939-1941,Ginebra, p. 62.
13. Jürgen Kuczinsky, Die Geschichte der Arbeiter i nDeutschland,1933-1946, Berlín
Este, 1947, p. 103.
14. Statistisches Handbuch fiir Deutschland, 1928-1944, p. 501.
15. Frankfurter Zeitung, 21 enero 1937.
16. Landwirtschaftliche Statistik, p. 167,
17. Jürgen Kuczinsky, op. cit., p. 100,
18. Wallace R. Deuel, op. cit., p. 314.
19. Landwirtschaftliche Statistik, p. 167, y Statistisches Handbuch, 1928-1944, p. 501.
20. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p, 54.
21. Schwarzes Korps, 6 julio 1939.
22. Theodor Bühler, Deutsche Sozialwirtschaft, Kohlhammerverlag, Stuttgart, 1943,
p. 47.
23. Wallace R. Deuel, op. cit., p. 314.
24. Jürgen Kuczinsky, op. cit., p. 100.
25. Max Seydewitz, Civil L ife in Wartime Germany, Nueva York, 1945, p. 223.
26. Volkischer Beobachter, 11 marzo 1939.
27. Biblioteca Wiener, relatos de testigos presenciales, archivo P, Illa, 526.
28. Hans Georg von Studnitz, Ais Betiin brannte, Stuttgart, 1963, p. 253.
29. Landwirtschaftliche Statistik, p. 167, y Statistisches Handbuch, 1928-1944, pági­
na 501.
30. Strassburger Neueste Nachrichten, 28 septiembre 1941.
31. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/192 20 enero 1944.
32. Frankfurter Zeitung, 16 febrero 1938.
33. Der Ángriff, Berlín, 6 octubre 1937.
34. Wallace R. Deuel, op. cit., p. 150.
35. Schwarzes Korps, 22 septiembre 1938.
36. Frankfurter Zeitung, 16 mayo 1937.
37. C. W. Guillebaud, Germany’s Economic Recovery, p. 178.
38. Wirtschaft und Statistik, 1944, n.° 7, p. 111.
39. Neues Tagebuch, 1 abril 1938.
40. Sarah Mabel Collins, The Alien Years, Londres, 1949, p. 19.
41. Wallace R. Deuel, op. cit., p. 150.
42. Frankfurter Zeitung, 1 enero 1938.
43. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 43 11/558 — “Arbeitswissenschaftliches
Institut der DAF, Beitráge zur Statistik der Lebenshaltung des deutschen
Arbeiter”.
44. Wallace R, Deuel, op. cit., p. 314.
45. Sociedad de Naciones, World Economic Survey, 1939-1941, Ginebra, 1941, pági­
na 67.
46. Elizabeth Hoemberg, Thy People, My People, Londres, 1950, p. 20.
47. Max Seydewitz, op. cit., p. 117.
48. Jürgen Kuczinsky, op. cit,, p. 250.
49. Biblioteca Wiener, relato de un testigo presencial, archivo P Illa 526. .
50. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 56.
51. Max Seydewitz, op. cit., p. 187.
52. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 56.
53. Biblioteca Wiener, relato de un testigo presencial, archivo P Illa 615.
54. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58, n.° 77, 15 abril 1940.
55. Frankfurter Zeitung, 26 febrero 1938.
56. Bilanz des Zweiten Weltkrieges, Gerhard Stallin, Oldenburg, 1958, p. 337.
57. Archivo Federal de Iioblenz, fichero R 58/192, 20 enero 1944.
58. Ibid., fichero R 58/172, n.° 284.
NOTAS 515

59. Hans Georg von Studnitz, op. cit., p. 253.


60. Ibid.
61. Sociedad de Naciones, Statistical Year Book, 1938-1939, Ginebra, 1939, p. 197.
62. Sonderbeilage zum W ochenbericht des Institutes fiir Konjunkturforschung, n.° 19,
13 mayo 1936.
63. Ibid.
64. Theodor Bühler, op, cit., p. 135.
65. David Schoenbaum, op. cit., p. 153.
66. Frankfurter Zeitung, 7 diciembre 1937.
67. Wochenbericht des Institutes fiir Konjunkturforschung, 2 marzo 1938.
68. Frankfurter Zeitung, 28 junio 1939.
69. Theodor Bühler, op. cit., p. 138.
70. Ibid.
71. Hilde Oppenheimer-Blum, op. cit., p. 49.
72. Theodor Bühler, op. cit., p. 144.
73. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 43/11-558.
74. Jürgen Kuczinsky, op. cit., p. 211.
75. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/184, 23 mayo 1940.
76. Max Seydewitz, op. cit., p. 120.
77. I bid., p. 308.
78. Hemut Lehmann-Haupt, Art under Dictatorship, Oxford University Press, Londres,
1954, p . 119.

15. La s a n id a d

1. Ministerio de Asuntos Exteriores y Ministerio de Economía de Guerra, T he Nazi


System of Medicine and Public Health Organization, Londres, 1944, p. 255 hasta
el final del capítulo X.
2. Ibid., p . 256.
3. Klinische Wochenschrift, 7 agosto 1943.
4. Deutsches Arzteblatt, 24 octubre1936.
5. Ibid.
6. Capítulo X, p. 249.
7. Frankfurter Zeitung, 18 marzo 1937.
8. Capítulo X, p. 246.
9. Schwarzes Korps, 27 julio 1939.
10. Capítulo X, p. 246.
11. Der Offenliche Gesundheitsdienst, vol. IV, n.° 15, 1938, p. 435.
12. Frankfurter Zeitung, 16 julio 1939.
13. Hamburger Fremdenblatt, 24 julio 1944,
14. Frankfurter Zeitung, 30 julio 1938.
15. Ibid., 24 julio 1937.
16. Ibid., 6 mayo 1939.
17. Ibid., 5 julio 1938.
18. Ibid., 27 mayo 1937.
19. Erich ICuby, Das ist des Deutschen Vaterland, Stuttgart, 1957, p. 457.
20. Bericht über das Bayrische Gesundheitswesen, 1939, Munich, 1941, páginas 55
y 86.
21. Statistisches Handbuch für Deuptschland, 1928-1944, p. 61.
22. Ibid.
23. Das Bayrische Gesundheitswesen, pp. 21 y 51.
24. Wallace R. Deuel, People under Hitler, Nueva York, 1942, p. 220.
25. Neue Weltbuhne, 30 abril 1936.
26. Capítulo X, p. 244.
27. Klinische Wochenschrift, Berlin, 24 octubre 1942.
516 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

28. Chemnitzer Neue Nachrichten, 25 noviembre 1941.


29. Theodor Biihler, Deutsche Sozialwirtschaft, Kohlhammer, Stuttgart, 1943, p. 47.
30. Frankfurter Zeitung, 1 febrero 1938.
31. Capítulo X, p. 233.
32. Neues Tagebuch, 4 julio 1936.
33. The Listener, 10 noviembre 1937.
34. Árzteblatt Berlin, 12 febrero 1938.
35. Wallace R. Deuel, op. cit., p. 21.
30. Volkischer Beobachter, 2 febrero 1935.
37. Statistisches Handbuch für Deutschland, 1928-1944, p. 609.
38. Amtliche Nachrichten fur die Reichsversicherung, 1937, suplemento 12.
39. Statistisches Handbuch, p. 474.
40. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 41/282.
41. Kolner Verwaltungsberichte.
42. Offentlicher Gesundheitsdienst, vol. 4, parte 15, 1938, p. 472.
43. Bericht über das Bayrische Gesundheitswesen, Munich, 1941, p. 18.
44. Dr Conti, Der Stand der Volksgesundheit, 1943, p. 4, “Aus den Handakten des
Ministerialrates Dr Fabian”.
45. Dr Conti, op. cit., p. 4.
46. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 22/4003.
47. Ibid.
48. Dr Conti, op. cit., p. 20.
49. Dr W. Klein, Der Amtsarzt, Jena, 1943, p. 13.
50. Schwarzes Korps, 30 marzo 1944.
51. Frankfurter Zeitung, 28 abril 1937.
52. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/158, 25 marzo 1941.
53. Ibid.
54. Schwarzes Korps, 9 enero 1941.
55. Dr Conti, op. cit., p. 19.
56. Arbeiterzeitung, Schaffhausen, 18 noviembre 1944.
57. Stuttgarter N.S. Kurier, 28 octubre 1941.
58. Das Reich, 13 septiembre 1942.
59. Institut für Zeitgeschichte, archivo MA300, documento fotográfico 2944 a 3098.
60. Dr Conti, op. cit., p. 14.
61. Archivo Federal de Koblenz, R 58/146, 13 diciembre 1939.
62. Manchester Guardian, 19 mayo 1945.
63. Eugen Kogon, Der SS Staat, Europaische Verlagsanstalt, Frankfurt, 1959, p. 399.

16. La f a m il ia

1. “Hossbach Memorandum”, en Documents on German Foreign Policy 1918-45,


serie D, vol. I: From Ne urath to Ribbentrop, Washington, 1949, pp. 29-39.
2. Dr W. Klein, Der Amtsarzt, Gustav Fischer, Jena, 1943, p. 16.
3. Gesetz zur Forderung der Eheschliessungen, 5 julio 1933 (nueva edición el 21 fe­
brero 1935).
4. Wallace R. Deuel, People under Hitler, Harcourt Brace, Nueva York, 1942,
pp. 242-246.
5. Madeleine Kent, I Married a German, Allen and Unwin, Londres, 1938, p. 323.
6. “Satzungen des Ehrenlcreuzes der deutschen Mutter”, 16 diciembre 1938, publi­
cado en el Reichgesetzblatt del 24 diciembre 1938.
7. Dokumente der deutschen Politik, volumen VI, 1, p. 71, citado en Joachim Fest,
Das Gesicht des Dritten Reiches, Piper, Munich, 1963, p. 364.
8. Volkischer Beobachter, 24 'diciembre 1938.
9. Schiüarzes Korps, 15 abril 1937.
10. Ibid., 4 mayo 1939.
NOTAS 517

11. Infprmationsdienst des Reichsminister der Justiz, Berlín, junio 1944, Archivo Fede­
ral de Koblenz, fichero R 22/4003, p. 12.
12. Münchner Neueste Nachrichten, 25 julio 1940.
13. Ibid., 14 junio 1935.
14. Hamburger Fremdenblatt, 5 diciembre 1935.
15. Schwarzes Korps, 10 julio 1935.
16. Ibid., 3 octubre 1935.
17. Dr Folbert, Klinische Wochenschrift, 1938, p. 1.446.
18. Frankfurter Zeitung, 19 mayo 1937, cita de un informe de Sajonia.
19. Gesetz für Verhinderung des erbkranken Nachwuchses del 14 julio 1933, citado
en Franz Neumann, Behemoth, Oxford University Press, Nueva York, 1942, p. 111.
20. Frankfurter Zeitung, 30 enero 1937.
21. Ibid., 13 noviembre 1938.
22. Dr W. Klein, Der Amtsarzt, Jena, 1943, pp. 14-21.
23. Statistisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, Munich, 1949, p. 634.
24. Ibid., p. 62.
25. W. C. Guillebaud, The Social Policy of Nazi Germany, Londres, 1941, p. 100.
26. Hans Stahlinger, “Germany’s Population Miracle”, en Social Research, Nueva
York, mayo 1938.
27. Peter Heinz Seraphim, Deutsche Wirtschafts—■ und Sozialgeschichte, Theodor
Gabler, 1962, p. 238.
28. Use Staff, Justiz im Dritten Reich, Fischer, Frankfurt, 1964, p. 183.
29. Frankfurter Zeitung, 16 marzo 1937.
30. Schwarzes Korps, 4 noviembre 1943.
31. Use Staff, op. cit., p. 85.
32. Schwarzes Korps, 15 diciembre 1938.
33. Erlass des Reichsministeriums des Innern del 27 diciembre 1938, “Unterbringung
von Kindern aus politisch unzuverlassigen Familien”, Frankfurter Zeitung, 5 ene­
ro 1939.
34. Decisión del Tribunal de Torgau, citado por Use Staff, op. cit., p. 188.
35. Times Educational Supplement del 26 abril 1941, citando un juicio de un tribunal
de Wilster, Schleswig-Holstein, en enero 1940.
36. Decisión del Oberlandesgericht, Munich, 3 diciembre 1937. Ver el Frankfurter
Zeitung del 2 marzo 1938.
37. Deutsches Árzteblatt, 12 diciembre 1936.
38. Umdruck FAM 397/21. Cf. Neues Tagebuch, 16 octubre 1937.
39. Frankfurter Zeitung, 7 julio y 10 septiembre 1937.
40. Schwarzes Korps, 6 enero 1938.
41. Juristische Wochenschrift, 1937, p. 3057.
42. Neue Volkszettung, Nueva York, 6 septiembre 1941.
43. Frankfurter Zeitung, 14 diciembre 1938.
44. Ibid., 26 marzo 1939.
45. Neue Volkszeitung, Nueva York, 6 septiembre 1941.
46. Felix Kersten, Totenkopf und Treue, Hamburgo, 1952, p. 229.
47. Judy Barden, “Freundin und Candy”, en laantología de Arthur Settle Das ist
Germany, Wolfgang Metzner, Frankfurt, p. 149.
48. Felix Kersten, op. cit,, p. 230.
49. Louis Hagen, Follow My Leader, Allen Wingate, Londres, 1951, p. 265.
50. Entrevista con la Srta, Erna Hanfstangel en Munich, abril 1967.
51. Volkischer Beobachter, 24 noviembre 1934.
52. Neues Volk, número 5, mayo 1940.
53. Himmler-Erlass del 28 octubre 1939, citado en Hans Jochen Gamm, Der Braune
Kult, Riitten und Loening, Hamburgo, p. 145.
54. Instituí fiir Zeitgeschichte, Munich, archivo MA 293/0546.
55. Felix Kersten, op. cit, p. 226.
56. Rote Erde, Dortmund, 23 marzo 1940.
518 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

57. Schlesiger Tageszeitung, 7 abril 1940.


58. Miinchner Neueste Nachrichten, 12 septiembre 1941.
59. Schwarzes Korps, 9 septiembre 1943.
60. El presidente del Tribunal Supremo de Berlín al ministro de Justicia. Despacho
del 3 julio 1944. Archivos del Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, archivo MA
430/1.
61. Ibid., despacho del 1 abril 1944.
62. Consejero ministerial Helmut Stelliicht, Neue Erziehung, Wilhelm Limpert, Berlin,
1942, pp. 125-27.
63. Amos Elon, Journey through a Haunted Land, Holt, Rinehart and Winston, Nueva
York, 1967, p. 201.
64. Ausgewahlte Dokumente zur Geschichte des Nationalsozialismus, dirigida por el
Dr. H. A. Jakobsen y el Dr. W. Jochmann, Neue Gesellschaft, Bielefeld, 1960, y
Felix ICersten, op. cit., pp. 226-31.

17. La m u je r

1. Statistisches Handbuch fiir Deutschland 1928-1944, Munich, 1949, p. 31.


2. Fried Wunderlich, en The American Scholar, Camden, N. J., vol. 7, n.° I, invier­
no 1938.
3. Herman Glaser, Spiesser-ldeologie, Rombach, Friburgo, 1954, p. 171.
4. Frankfurter Zeitung, 4 febrero 1938.
5. Henry M. Pachter, “National Socialist and Fascist Propaganda for the Conquest of
Power”, en la antología The Third Reich, Weidenfeld and Nicolson, Londres,
1955, p. 720.
6. Joachim Fest, Das Gesicht des Dritten Reichs, Piper, 1963, p. 356.
7. Adolf Hitler Zweites Buch, Stuttgart, 1961, pp. 198-200.
8. Herman Glaser, op. cit., p. 184.
9. Joseph Goebbels, Michael; Ein Deutsches Schicksal in Tagebuchblattern, Franz
Eher, Munich, 1934, p. 41.
10. Clifford Kirkpatrick, Nazi Germany, its Women and Family Life, Indianápolis y
Nueva York, p. 117.
11. Joseph Goebbels, “Das Frauentum”, en Sígnale der Neuen Zeit, Berlin, 1934,
p. 118.
12. Werner IClose, Generation in Gleichschritt, Stalling, Oldenburg, 1964, p. 177.
13. Kurt Rosten, Das ABC des Nationalsozialismus, 5.“ed., Berlin, 1933, p. 198.
14. Gerhard Bry, Wages in Germany, Princeton, 1960, p. 246.
15. David Schoenbaum, H itlers Social Revolution, Londres, 1967, p. 197.
16. Westdeutscher Beobachter, 21 junio 1938.
17. G. W. Guillebaud, Social Policy of Nazi Germany, Cambridge University Press,
1941, p. 57.
18. David Schoenbaum, op. cit., p. 195.
19. Frankurter Zeitung, 20 abril 1937.
20. Berliner Tageblatt, 3 junio 1938.
21. Schwarzes Korps, 11 mayo 1939.
22. Informe del SD del 26 mayo 1941, en Heinz Boberaeh, Meldungen aus dem
Reich, Luchterhand, Neuwied, 1965, p. 189.
23. Reichsgesetzblatt, I, p. 67.
24. Deutsche Allgemeine Zeitung, 31 mayo 1943, citado en Max Seydewitz, Civil Life
in Wartime Germany, The Viking Press, Nueva York, 1945, p. 244.
25. Informe del SD del 4 febrero 1943, citado por Heinz Boberaeh, op. cit., p. 356.
26. Sarah Mabel Collins, The Alien Years, Hodder and Stoughton, Londres, 1949,
p. 141.
27. Informe del SD del 7 marzo 1944, Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, archivo MA
442/2, 1848-1503.
NOTAS 519

28. Max Seydewitz, op, cit., p. 246.


29. Der Vier-Jahres-Plan Nr 3, 5 febrero 1940.
30. Der Angrlff, 1 abril 1942.
31. Ibid., 7 febrero 1940.
32. Kolnische Zeitung, 14 julio 1942.
33. Münchner Zeitung, 17 enero 1941, y Bodensee Rundschau, 19 noviembre 1941.
34. Ruth Kohle-Irrgang, Die Sendung der Frau in der Deutschen Geschichte, Leipzig,
1940, p. 235.
35. 1937 Reichsparteitagbericht, Munich, 1938, p. 235.
36. Stuttgarter NS.-Courier, 1 octubre 1941.
37. Robert A. Brady, The Spirit and Structure of German Fascism, Viking Press, Nueva
York, 1937, p. 218.
38. David Schoenbaum, op. cit,, p. 191.
39. Deutsche Frauen an Adolf Hitler, Leipzig, 1934, 3.a edic., p. 28.
40. Ibid., p. 57.
41. Ibid., p. 40. Las autoras de los fragmentos citados eran Irmgard Reichenau, Jella
Erdmann y Leonora Kühn.
42. Alice Rilke, en “Arbeitseinsatz der Frauen”, en Frau arn Werk, número de enero
1938.
43. August Reber-Gruber, W eíbliche Erziehung im Nationalsozialistischen Lehrerbund,
Leipzig/Berlín, 1934, pp. 1-6.
44. David Schoenbaum, op. cit., p. 191.
45. Danziger Vorposten, 3 septiembre 1938.
46. Frankfurter Zeitung, 16 abril 1936.
47. Clifford Kirkpatrick, op. cit,, p. 249, y Frankfurter Zeitung, 4 febrero 1938.
48. Frankfurter Zeitung, 27 julio 1937.
49. Ibid., 16 julio 1936.
50. Morning Post, 24 febrero 1937.
51. Frankfurter Zeitung, 3 julio 1935.
52. Hermann Glaser, op. cit., p. 171.
53. Bucharester Tagblatt, 5 septiembre 1941.
54. Deutsche Allgemeine Zeitung, 26 septiembre 1943.
55. Archivo Federal de Koblenz, R 43 11/443, 14 julio 1939.
56. Μ. T. Ferting, Die Frau in unserer Zeit, Themis, Darmstadt, 1952, p. 53.
57. Wallace R. Deuel, People under Hitler, Harcourt Brace, Nueva York, 1942, p. 161.
58 . Entrevista con el Sr. Friedrich Luft, Berlín, abril 1967.
59. Clifford Kirkpatrick, op. cit., p. 105.
60. Frankfurter Zeitung, 11 agosto 1943.
61. Joachim Fest, op. cit., p. 365.
62. H. Bretzlaw, Arbeitsmaiden am Werk, Leipzig, 1940, p. 73.
63. Wilfred von Oven, Mil G oebbels bis zum Ende, Buenos Aires, 1949, p. 40.
64. Sprachregelung del 7 octubre 1940, n.° 138, firmado por el Dr. Kausch.
65. Stuttgarter NS-Courier, 1 octubre 1941.
66. Ibid., 11 agosto 1941.
67. Hamburger Fremdenblatt, 1 diciembre 1941.
68. Bodense Rundschau, 19 noviembre 1941.
69. G. Wenzmer, “¿Debería permitirse fumara las mujeres?”, Hamburger Fremden­
blatt, 22 marzo 1944.
70. Louis P. Lochner, Die G oebbels Tagebiicher 1942-1943, fragmento correspondiente
al 10 mayo 1943, Atlantis, Zurich, 1948, p. 335.
71. Ibid., fragmento correspondiente al 13 marzo 1943, p. 270.
72. Strasburger Neueste Nachrichten, 31 marzo 1941.
73. Robert Birley, Spectator, 10 octubre 1969.
74. Herman Rauschnigg, Gesprache, Nueva York, 1940, p. 240.
520 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

18. L a ju v e n t u d

1. Statistisches Handbuch für Deutschland 1928-1944, Munich, 1949, p. 843.


2. C. W. Guillebaud, Social Policy of Nazi Germany, Cambridge University Press,
1941, p. 76.
3. Ibid.
4. A. Bremhorst y W. Bachman, Ordnung des Berufseinsatzes, Berlin/Leipzig, 1937,
p. 13.
5. David Schoenbaum, Hitler’s Social Revolution, Londres, 1967, p, 100.
6. Hamburger Fremdenblatt, 26 febrero 1945.
7. David Schoenbaum, op. cit., p. 100.
8. W. C. Guillebaud, The Economic Recovery of Germany, Londres, 1939, p. 109.
9. Werner Klose, Generation im Gleichschritt, Stalling, Oldenburg, 1964, p. 100.
10. Arthur Axmann, Der Reichsberufswettkampf, Berlin, 1938, p. 313.
11. Entrevista con el Sr. Lindlar en Düsseldorf, mayo 1966.
12. Frankfurter Zeitung, 14 junio 1939.
13. Ibid., 3 abril 1938.
14. Archivo Federal de Koblenz, R 11/234 B.
15. Frankfurter Zeitung, 11 noviembre 1937, cita de Das Junge Deutschland, del
Dr. Rechenbach.
16. Statistisches Handbuch für Deutschland, 1938.
17. Dr. Ewald Hebeltreit, del departamento de Sanidad del partido nazi, en Deutsches
Arzteblatt, enero 1937, citado en Frankfurter Zeitung, 23 enero 1937.
18. Bericht tíber das Bayerische Gesundheitswesen 1939, vol. 58, Munich, 1941, p. 18.
19. Neue Volkszeitung, Nueva York, 31 mayo 1941.
20. Frankfurter Zeitung, 5 julio 1938, citando al Dr. Toppich: Münchner medizinische
Wochenschrift.
21. A. Blenlce, Münchner medizinische Wochenschrift, 2 abril 1937.
22. Frankfurter Zeitung, 27 mayo 1937.
23. Ibid., 6 noviembre 1937.
24. Neue Volkszeitung, Nueva York, 31 mayo 1941.
25. Jack Schiefer, Tagebuch eines Wehrunwürdigen, Grenzland, Aquisgrán, 1947,
p. 285.
26. Amos Elon, Journey Through a Haunted Land, Nueva York, 1967, p. 201.
27. Informationsdienst des Reichministers des Justiz, Berlín, junio 1944, p. 88. Archivo
Federal de ICoblenz, fichero R 22/4003.
28. Ibid.
29. Daily Telegraph, 1 junio 1936.
30. Frankfurter Zeitung, 17 agosto 1939.
31. Volkischer Beobachter, 21 marzo 1940.
32. Kriminalitat und Gefahrdung der Jugend, Jugendführung des Dritten Reiches,
Berlin, Lagesbericht bis zum 1. Januar 1940, p. 204.
33. Klaus Granzow, Tagebuch eines Hitlerjungen 1943-1945, Karl Schoenemann, Bre­
men, p. 46.
34. Kriminalitat und Gefahrdung der Jugend, p. 183.
35. Ibid.
36. Walter Friedlander y Earl Dewey Myers, Child W aif are in Germani/ before and
after Nazism, University of Chicago Press, 1940, p. 13.
37. Ibid., p. 130.
38. Ibid., p. 132.
39. Ibid., p. 96.
40. Schwarzes Korps, 13 mayo 1937.
41. Amo Klonne, Die H J Generation, Politische Studien, número 116, Isar, Munich,
febrero 1959, p. 215.
42. Frankfurter Zeitung, 28 marzo 1937.
NOTAS 521

43. Werner Klose, op. cit., p. 75.


44. The Times, 4 mayo 1934.
45. Louis Hagen, Follow My Leader, Allen Wingate,Londres,1951, p. 78.
46. Arno Klonne, Die Hitler Jugend, Hanover/Frankfurt, 1956, p.42.
47. Werner Klose, op. cit., p. 132.
48. Wolfgang Drews, Die Klirrende Kette, Keppler,Baden-Baden, 1947, p. 125.
49. Werner Klose, op. cit., p. 92.
50. Ibid., p. 93.
51. Ibid., p. 94.
52. Ibid., p. 217.
53. Hans Jochen Gamm, Führung und Verführung,List,Munich, 1964, p. 339.
54. Werner Klose, op. cit., p. 179.
55. Ibid., p. 61.
56. Bernhard Vollmer, Volksopposition in Polizeistaat, Deutsche Verlagsanstalt, Stutt­
gart, 1957, p. 133.
57. Berliner Illmtrierte Zeitung, 16 mayo 1935.
58. Hans von Wyl, Ein Schweizer erlebt Deutschland, Europa, Zurich, p. 255.
59. Frankfurter Zeitung, 2 febrero 1938.
60. Statistisches Jahrbuch fiir Deutschland 1928-1945,ya citado.
61. Die Deutsche Kampferin, octubre 1938.
62. Krimimlitat und Gefahrdung der Jugend, yacitado, p. 163.
63. Volkischer Beobachter, 10 febrero 1935.
64. Neues Tagebuch, 4 septiembre 1937.
65. Frankfurter Zeitung, 13 diciembre 1938.
66. Der Bund, Berna, 22 abril 1940.
67. Thilo Scheller, “Wehrerziehung im Spiel”, en la antología Erziehung zur Wehr-
willen, Rat, Stuttgart, 1937, p. 321.
68. Ibid.
69. Karl Haushofer en Erziehung zum Wehrwillen, p. 31, y Harry Griersdorf, Der
Kampf als Lebensgesetz, Reichsschulungsthema 1942-1943, Ether, Munich, p. 7.
70. Artículo sobre el campamento de las Juventudes Hitlerianas en Murnau, Volkischer
Beobachter, 2 agosto 1934.
71. Wemer Klose, op. cit., p. 152.
72. Ibid., p. 222.
73. Reichsgesetzblatt I, 1939, p. 2000.

19. La e d u c a c ió n

1. Rolf Eilers, Die nationalsozialistische Schulpolitik, Westdeutscher, Colonia/Opla-


den, 1963, p. 19.
2. Ibid.
3. Ibid., p. 20.
4. Frankfurter Zeitung, 14 septiembre 1939.
5. Rolf Eilers, op. cit., p. 73.
6. Entrevista con el profesor Zorn en la Universidad de Bonn, mayo1966.
7. Frankfurter Zeitung, 15 diciembre 1937.
8. W. Friendlander y Earl Dewey Myers, Child Welfare in Germany before and after
Nazism, University of Chicago Press, 1940, p. 227.
9. Rolf Eilers, op. cit., p. 21.
10. Wemer Klose, Generation im Gleischschritt, Stalling, Oldenburg, 1964, p. 113.
11. Ministro de Educación, Ciencia e Instrucción Popular, Erlass über Schülerauslese
an den hoheren Schulen, 27 marzo 1935.
12. R. Benze, Rasse und Schule, Braunschweig, 1934, p. 17.
13. Louis Hagen, Follow my Leader, Allen Wingate,Londres, 1951, p. 261.
522 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

14. Dietrich Strothmann, Nationalsozialistische Leraturpolitik, H. Bouvier, Bonn, I960,


p. 153, y Neue Weltbühne, 14 diciembre 1933, p. 1.571.
15. Neue Weltbühne, 14 diciembre 1933, p. 1.571.
16. M. Staemler, You and Your Life, citado por Werner Klose, op. cit., p. 178.
17. Rolf Eilers, op. cit., p. 23.
18. Ibid., p . 2 5 .
19. Ibid., p. 86.
20. Milton Mayer, They Thought They were Free, Chicago University Press, 1955,
p. 110.
21. Rolf Eilers, op. cit., p. 122.
22. Informe sobre la moral pública, por el gobernador civil de Regensburg, 11 noviem­
bre 1943. Archivos del Institut für Zeitgeschiehte, Munich, fichero MA 300.
23. Frankfurter Zeitung, 28 febrero 1941.
24. Ibid., 27 octubre 1937.
25. Ibid., 23 marzo1938.
26. Werner Klose, op. cit., p. 194.
27. W. W. Schütz, The German Home Front, Gollancz, Londres, 1943, p. 186.
28. Frankfurter Zeitung, 26 septiembre 1937.
29. Reichgesetzblatt I, 1939, p. 710, Cf. Rolf Eilers, op. cit., p. 123.
30. Deutsche Volksschule, publicación de la NSLB, citado en Frankfurter Zeitung,
25 julio 1939.
31. Coronel Hilpert, Frankfurter Zeitung, 16 enero 1937.
32. Meldungen aus dem Reich, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58, n.° 73,
5 abril 1940.
33. Hamburger Fremdenblatt, 11 febrero 1941.
34. Meldungen aus dem Reich, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58, n.“ 178,
29 diciembre 1942.
35. Schwarzes Korps, 1 abril 1937.
36. Frankfurter Zeitung, 20 junio 1937.
37. Meldungen aus dem Reich, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/148, n.° 55.
38. Frankfurter Zeitung, 10 mayo 1938.
39. Ibid., 28 julio 1938.
40. Schwarzes Koips, 2 febrero 1939.
41. Dr. Meinshausen, inspector municipal de primera enseñanza, Der NS Erzieher
(cf. Frankfurter Zeitung, 28 octubre 1937).
42. Frankfurter Zeitung, 10 mayo 1938.
43. Hans Jochen Gamm, Führung und Verführung, 1964, p. 204.
44. Rolf Eilers, op. cit., p. 9.
45. Meldungen aus dem Reich, Archivo Federal de Koblenz, R 58/1, 84, 3 mayo 1940,
46. Ibid., R 58/157, n.° 161, 10 febrero1941.
47. Rolf Dahrendorf, Gesellschaft und Demokratie in Deutschland, Piper, Munich,
1965, p. 20.
48. Rolf Eilers, op. cit., pp. 43-46,
49. Hans Jochen Gamm, op. cit., p. 405.
50. Werner Klose, op. cit., p. 204.
51. Heissmeyer a Himmler, 6 julio 1942. Centro documental de Berlín, Escuelas Adolf
Hitler, 270, II.
52. Rolf Eilers, op. cit,, p. 32.
53. David Schoenbaum, Hitlers Social Revolution, Weidenfeld and Nicolson, Lon­
dres, 1967, p. 278.
54. Schwarzes Korps, 3 agosto 1939.
55. Karl Neumann, Other M ens Graves, Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1958,
p. 48,
56. Hans Jochen Gamm, op, cit., p. 380.
57. Dr. Neusüss-Hunkel, Die SS, NorddeutscheVerlagsanstalt, Hannover y Frankfurt,
1956, p. 39.
NOTAS 523

58. Dietrich Orlor, “Die Adolf Hitler Schulen”, Vierteljahreshefte fiir Zeitgeschichte,
3.“ ed„ 1965, p. 272.
59. Volkischer Beobachter, 5 noviembre 1939.
60. R. Benze, “Deutsche Schulerziehung”, Jahrbuch des deutschen Zentralen Institute
für Eriiehung und Untericlit, Berlin, 1943, p. 131.
61. Volkischer Beobachter, 25 abril 1936.
62. Ernest Hearst, “Finishing Schools for Nazi Leaders”, Boletín de la Biblioteca
Wiener, julio 1965.
63. Karl Neumann, op. cit., p. 64.
64. David Schoenbaum, op. cit., p. 283.
65. Ibid., p. 283.
66. Entrevista con el Sr. Mohl en Colonia, junio 1966.
67. Wiener Beobachter, abril 1942.
68. Rolf Eilers, op. cit., p. 38, y Walter Friendlander y Earl Dewey Myers, op, cit.,
p. 212.
69. Statistische Monatshefte de las SS Erfassungsamt denoviembre, Archivos Nacio­
nales, microcopia T 24, documento 15, forma 3866/28.
70. Schwarzes Korps, 18 mayo 1939, en el décimoaniversario de la fundación de
la NSLB.
71. Westdeutscher Beobachter, 28 enero 1938.
72. Münchner Neueste Nachrichten, 15 agosto 1938.
73. David Schoenbaum, op. cit., p. 276.
74. Meldungen am dern Reich, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/184,
23 mayo 1940.
75. Frankfurter Zeitung, 25 agosto 1938.
76. Entrevista con el profesor Zorn, Universidad de Bonn, mayo 1966.
77. Frankfurter Zeitung, 5 marzo 1935.
78. Ibid., 23 junio 1938.
79. Hamburger Fremdenblatt, 26 junio 1941.

20. L as u n iv e r s id a d e s

1. Helmut Kuhn y otros, Die deutsche Unwersitcit im Dritten Reich, Piper, Munich,
1966, p. 26.
2. Ibid., p. 29.
3. Amos Elon, Journey Through a Hautend Land, Holt, Rinehart and Winston, Nueva
York, 1967, p. 217.
4. Ferdinand Friedensburg, Die Weimarer Republik, Norddeutsche Verlagsanstalt,
Hannover, 1957, p. 246.
5. Helmut Kuhn, op. cit., p. 41.
6. George L. Mosse, The Crisis of German Ideology, Weidenfeld and Nicolson, Lon­
dres, 1966, p. 271.
7. Helmut Kuhn, op. cit., p. 77.
8. Ibid., p. 83.
9. Ibid., p. 30.
10. Joachim Fest, Das Gesicht des Dritten Reiches, Piper, Munich, 1963, p. 343.
11. Walter Frank, Kampf um die Wissenschaft, Hamburgo, s. f., p. 31.
12. Amos Elon, op. cit, p. 214.
13. Franz Schoenberner, The Inside Story of an Outsider, Macmillan, Londres, 1949,
p. 18.
14. Herman Glaser, Spiesser-ldeologie, Rohmbach, Friburgo, 1964, p. 96.
15. Profesor Reinhard Hoehn, en “Die Volksgemeinschaft als politisches Grundprin-
zip”, Siiddeutsche Monatshefte, 1934-1935, p. 5.
16. Entrevista con el Sr. Ockhart,Bonn, mayo 1966.
17. Entrevista con Margaret Boveri, Berlín, abril 1967.
524 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

18. Frankfurter Zeitung, 28 abril 1933.


19. Amos Elon, op. cit., p. 214.
20. Franz Schoenbemer, op. cit., p. 17.
21. Véase el discurso de Sauerbruch al Noventa y Cuatro Congreso Anual de la Aso­
ciación de Científicos y Médicos Alemanes, celebrado en Dresde, 21 septiembre
1936, publicado en el Neues Tagebuch, 3 octubre 1936.
22. Entrevista con Klara Stumpf, Stuttgart-Degeloch, septiembre 1965.
23. Westdeutscher Beobachter, 19 enero 1934,
24. Bilanz des Zweiten Wéltkriegs, ya citada, p. 253.
25. Entrevista con el Sr. Ockhart, Bonn, mayo 1966.
26. Discurso en la ceremonia de clausura de la Primera Semana de la Enseñanza,
organizada por la Academia Alemana de Educación, publicado en el Morning
Post, 30 julio 1935.
27. Schwarzes Korps, 15 julio 1937.
28. Informe de SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/177, n.° 337 (23 no­
viembre 1942).
29. Hans Rothfels, “Geschichtswissenschaft in den dreissiger Jahren”, en Deutsches
Geistesleben und Nationalsozmlismus, Tubinga, 1965, p. 100.
30. Ibíd.
31. Die Zeit, 4 diciembre 1964.
32. Vierteljahreshefte für Zeitgeschichte, número 2, 1967, p. 143.
33. Helmut Heiber, Walter Frank, Stuttgart, 1966, p. 1, 157.
34. “Universitat im Dritten Reich”, en Politikon, Gottinger Studentenzeitung, enero
1965, p. 24.
35. Neues Tagebuch, 24 julio 1937, p. 710, citando a E. Y. Hartshorne, The German
University and National Socialism, Allen and Unwin, Londres, 1937.
36. Berliner Tageblatt, 26 febrero 1937, citando un artículo del Der junge Rechts-
■wahrer.
37. Ibid., 3 octubre 1936.
38. Vierteljahreshefte fiir Zeitgeschichte, abril 1966, p. 199.
39. Informe del SD sobre las reacciones ante el discurso de Goebbels en la Weimarer
Dichtertreffung de 1942, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/327 (19 octu­
bre 1942),
40. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/177/337 (23 noviembre1942).
41. Vierteljahreshefte fiir Zeitgeschichte, abril 1966, p. 199.
42. Volkischer Beobachter, 3 julio 1934.
43. Helmut Kuhn, op. cit., p. 163.
44. David Schoenbaum, op. cit., p. 263.
45. Helmut Kuhn, op. cit., p. 90.
46. Entrevista con el profesor Raul, Munich, mayo 1966.
47. Informe del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/173/300 (16 julio
1942).
48. Ibid., fichero R 58/323 (5 octubre 1942).
49. Ibid.
50. Frankfurter Zeitung, 25 marzo 1939.
51. Informe del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/186 (1 julio1943).
52. The Scotsman, 13 octubre 1937.
53. Sunday Times, 27 marzo 1938.
54. Entrevista con el profesor Raul, Munich, mayo 1966.
55. Nationalzeitung, Basilea, 10 noviembre 1937.
56. Meldungen aus dem Reich, archivo del Institut fiir Zeitgeschichte, Munich, MA
261, microfilm 9522.
57. Ruth Andreas Friedrich, Schauplatz Berlin, Rheinsberg, 1962, p. 68
58. Erich Ebermayer, Denn Heute gehort uns Deutschland, Paul Zsolnay,Viena, 1959,
p. 555.
59. El juez Buch, en el Westdeutscher Beobachter, 14 septiembre 1938.
NOTAS 525

60. Frankfurter Zeitung, 20 junio 1939.


61. Politikon, ya citado, p. 15.
62. Horst Bernhardi, Die Gottinger Burschenschaft 1933 bis 1945, Sonderdruck aus
Derstellungen und Quellen zur Geschichte der deutschen Eínheitsbewegung, in
19. und 20. Jahrhundert, vol. I, p. 233.
63. Grundsdtze der Gemeinschaft Friesland, citado por Horst Bernhardi, op. cit.,
p. 238.
64. Informe del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/188 (20 septiembre
1943).
65. David Schoenbaum, op. cit., p. 275.
66. Frankfurter Zeitung, 1 enero 1937.
67. Ibid.
68. The Scotsman, 13 octubre 1937.
69. David Schoenbaum, op. cit., p. 274.
70. Informe del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero Ή. 58/158, n.° 169 (10 mar­
zo 1941).

21. E l h a b la n azi

1. Victor Klemperer, Lingua Tertii Imperii, Aufbau, Berlín, 1949, p. 21Θ.


2. Ibid.
3. Ibid., p. 21.
4. Das Reich, 13 noviembre 1944.
5. Victor Klemperer, op. cit., p. 242.
6. Ibid., p. 223.
7. Frankfurter Zeitung, 8 noviembre 1937.
8. Hildegard von Kotze y Helmut Krausnick, Es spricht der Führer, Siegbert Mohn,
Giitersloh, 1966, p. 43.
9. Volkischer Beobachter, 31 enero 1935.
10. Herman Glaser, Spiesser-Ideologie, Rombach, Friburgo, 1964, p. 86.
11. Saar Volksstimme, 10 octubre 1934.
12. Neue Linie, marzo 1934.
13. Victor Klemperer, op. cit., p. 165.
14. Ibid., p. 45.
15. Neues Tagebuch, 13 enero 1934.
16. Victor Klemperer, op. cit, p. 97.
17. Bernhard Volmer, Volksopposition im Polizeistaat,Deutsche Verlagsanstalt, Stutt­
gart, 1957, p. 188.
18. Victor Klemperer, op. cit., p. 230.
19. Ibid., p. 85.
20. Die Deutsche Presse, n.° 21, 1940,citado por JosefWulf en Literatur und Dich-
tung im Dritten Reich, Siegbert Mohn, Giitersloh, 1963.
21. Deutsche Freiheit, 19 septiembre 1934.
22. Walther Hagemann, Publizistik im Dritten Reich, Hansische Gilden, Hamburgo,
1948, p. 78.
23. Victor Klemperer, op. cit., p. 83.
24. Wallace R. Deuel, People underHitler, Harcourt, Brace, NuevaYork, 1942,
p. 14.
25. IUustrierte Beobachter, 5 febrero 1945.
26. Victor Klemperer, op. cit., p. 37.
27. Bruno Bettejheim, The Informed Heart, Londres, 1961, p. 248.
28. Herman Langbein, Wir haben es getan, Europa, Viena, 1964, p. 92.
526 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

22. El hum or

1. Jean Frangois Steiner, Treblinka, Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1967,


pp. 204 y 304.

23. La lite r a tu r a

1. Página 1.110 de Ja edición completa de Munich, 341 a 365 millares.


2. Ibid.., p. 1.073.
3. Francis L. Carson, “A Note on Hans Grimm”, en Journal of Contemporary History,
Londres, 1967, p. 2, n.° 2, p. 21.
4. Dietrich Strothmann, Nationalsozialistische Literaturpolitik, Bonn, 1960, p. 377.
5. Borries von Miinchhausen, en Die Neue Literatur, 9 septiembre 1934, p. 599.
6. Ernst Loewy, Literature unterm Hakenkreuz, Frankfurt, 19Θ6, p. 335.
7. Kunst und Macht, Deutsche Verlagsanstalt, 1934, p. 111.
S. Publicado por Paul Neff, 1934.
9. Schwarzes Korps, 26 septiembre 1935.
10. Ernst Jünger, Der Kampf ais inneres E rlebnis, Berlin, 1928, p. 53.
11. Ibid., p. S.
12. Rudolf G. Binding, Aufbruch, en Stolz und Tramr, Rütten und Loening, 1937,
p. 12.
13. En Th. Echtermeyer, Auswahl deutscher Gedichte, Weidmann, 1943, p. 576.
p. 576.
14. Hans Carossa, Der Himmel drohnt von Tod, en Will Vesper, Die Ernte der Ge-
genwart, Ebenhausen bei München, 1943, p. 314.
15. Dietrich Strothmann, op. cit., p. 148.
16. Ernst Loewy, op. cit., p. 335,
17. Heinz Steguweit, Petermann schliesst Frieden, oder das Gleichnis vom deutschen
Opfer, Hamburgo, 1933, p. 15.
18. Heinrich Zillich, “Den Deutschen von Gott gesandt”, en A. F. Velmede, Dem
Führer, p. 24. (Tornisterschrift des O. K. W. 1941, número 37.)
19. Herbert Bohme, "Die Ellwangerin”, en Der Kirchgang des Grosswendbauem,
Eher Verlag, 1936, p. 83.
20. Die Neue Literatur, año 39, 1938, p. 379.
21. Cf. Wilhelm Westecker, en Volksschicksal bestlmmt den W andel der Dichtung,
Berlin, 1941, p. 55.
22. Dietrich Strothmann, op. cit, p. 348.
23. Ibid., p. 343.
24. J. Prestel, Volkhafte Dichtung, Leipzig, 1935, p. 10.
25. Bruno Brehm, Im. Grossdeutschen Reich, Leipzig, 1940, p. 56.
26. Ludwig Friedrich Barthel, citado por Ernst Loewy, op. cit., p. 134.
27. Gottfried Benn, citado por Ernst Loewy, op. cit., p. 143.
28. Edwin Erich Dwinger, Dichter und Krieger, Hamburgo, 1043, p. 13.
29. De la obra de Felix Dahn, Kampf um Rom, publicada en el siglo xix, se habían
vendido 615.000 ejemplares en 1938 (Dietrich Strothmann, op. cit., p. 398).
30. Josef Magnus Wehner, “Vermachtnis von Langemarck”, en Kurt Ziesel, Krieg
und Dichtung, Leipzig, 1940, p. 339.
31. Wilhelm SchSfer, Deutsche Reden, Munich, 1933, p. 258
32. Gerhard Schumann, Ins Ungeheure steigt die Kathedrale, citado por Ernst Loewy,
op. cit., p. 239.
33. Lydia Ganzer-Gottschwewsky, “Ernst Wiechert und das Mutterrecht”, en
Deutsches Volkstum, primer semestre, Hamburgo, 1936, p. 205.
34. Friedrich Georg Jünger, Gedichte, Berlin, 1934, pp. 60-63.
35. Friedrich Percival von Reck-Malleczewen, Tagebuch eines Verzweifelten, Zeugnis
einer inneren Emigration, Stuttgart, 1966.
NOTAS 527

36. Volkischer Beobachter, n.° 123, 3 abril 1937.


37. Helmut Giese, Das deutsche Wort, enero 1937.
38. Joseph Goebbels, “Rede zum Weimarer Diehtertreffen 1942”, Volkischer Beo­
bachter, n.° 285, 12 octubre 1942.
39. Berliner Borsenblatt, n.° 242, octubre 1938.
40. E. Neugebauer, “Schülerbücherei und Jugendschriftum im Dients der Wehrerzie-
hung”, en Jugendschriftwarte, núm. 5/Θ, 1940, p. 45.
41. Hans Magnus Wehner, citado por Dietrich Strothmann, op. cit., p. 6.
42. Alfred Rosenberg, Mythos des 20. Jahrhunderts, Munich, 1938, p. 515.
43. Memorándum de la Cancillería del Reich al Ministerio de Educación, 12 diciem­
bre 1941, Cf. Joseph Wulf, Theater und Film im Dritten Reich, Gütersloh, 1964,
p. 188.
44. Dietrich Strothmann, op. cit., p. 407.
45. Ibid.
46. Ibid.
47. Ibid.
48. Ibid., p. 410.
49. Berliner Illustrierte Nachtausgabe, 26 junio 1944.
50. Neuer Tag, 20 agosto 1944.
51. Hamburger Fremdenblatt, 14 junio 1941.
52. Bücher Korrespondent, n.° 3, serie X, 1943.
53. Weltliteratur, n.° I, 1941, p. 25.
54. Dietrich Strothmann, op. cit., p. 140.
55. Der Angriff, 1 noviembre 1938.
56. Dietrich Strothmann, op. cit., p. 26.
57. Ibid., p. 383.

24. El tea tro

1. David Thompson, “Culture Under the National Socialists”, en Foreign Affairs,


vol. XIV, n.° 3, abril 1936.
2. Krakauer Zeitung, 20 noviembre 1942.
3. Volkischer Beobachter, 20 junio 1934.
4. Wolf Braumüller, en Deutsche Buhnenkorrespondenz, 20 julio 1935, citado en
Josef Wulf, Theater und Film im Dritten Reich, p. 170.
5. Frankfurter Zeitung, 22 febrero 1937.
6. Morning Post, 30 enero 1935.
7. Frankfurter Zeitung, 9 marzo 1935.
8. Mary Seton, en Drama, primera edición, 1937.
9. Danziger Vorposten, 6 mayo 1936.
10. Hakenkreuzbanner, 27 mayo 1937.
11. Friedrich Griese, Mnesch aus Erde gemacht, Theater-Verlag, Langen/Miiller,
1933, p . 35.
12. Der Angriff, Berlin, 19 diciembre 1931.
13. Hakenkreuzbanner, Mannheim, 9 octubre 1937.
14. Deutsche Theaterzeitung, 21 enero 1941.
15. Kurt Langenbeck, en Volkischer Beobachter, 31diciembre 1935.
16. W ille und Macht, citado en el Frankfurter Zeitung, 2 abril 1937.
17. Entrevista con Friedrich Luft, Berlín, abril 1967.
18. Prager Presse, 11 abril 1937.
19. Schwarzes Korps, 15 marzo 1935.
20. Morning Post, comentario de la revista Freut Euch des Lebens en el Teatro del
Pueblo, 4 mayo 1936.
21. Frankfurter Zeitung, comentario sobre Die Streusandbüchse, 19 enero 1939.
22. Entrevista con Kurt Riess en Sie und Er, 19 abril 1946.
528 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

23. Josef Wulf, op. cit., p. 26.


24. Kurt Riess, Gustao Gründgens, Hoffmann,Hamburgo, 1965, p. 138.
25. Memorándum del Dr. Stuckart fechado el 12 enero 1934, en Josef Wulf, op. cit.,
p. 60.
26. Der Mdrkische Adler, 23 noviembre 1934.
27. Frankfurter Zeitung, 21 febrero 1937.
28. Sí Galler Tagblatt, 24 marzo 1945.
29. Lilian T. Maurer, “The Totalitarian Theatre”, enD>'ama, enero 1936.
30. Hamburger Fremdenblatt, 6 agosto 1942.
31. Josef Wulf, op. cit., p. 192.

25. El c in e

1. Erich Wollenberg, Fifty Years of German Film, Londres, 1942, p. 38.


2. Neue Weltbühne, 18 mayo 1939.
3. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58, n.° 79, 19 abril 1940.
4. Daily Telegraph, 25 junio 1934.
5. Volkischer Beobachter, 16 marzo 1934.
6. Frankfurter Zeitung, 22 julio 1934.
7. Louis P. Lochner, G oebbels Tagebücher 1942-1943, Zurich, 1948, p. 213.
8. Film Kurier, 2.“ edición, 1965, p. 647.
9. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/69, 15 enero 1942.
10. Ibid., fichero R 58/79, 19 abril 1940.
11. Deutsche Allgemeine Zeitung, 5 agosto 1937.
12. Neues Tagebuch, 23 junio 1934, p. 598.
13. Schwarzes Korps, 22 diciembre 1938.
14. Reichsfildramaturg Demandovslcy, en Volkischer Beobachter, citado en Frank­
furter Zeitung, 4 febrero 1939.
15. Hermann Stresau, Von Jahr zu Jahr, Minerva, Berlin, 1948, p. 278.

26. La p b en sa y la b a d io

1. 1932 Handbuch der deutschen Tagespresse.


2. Orón J. Hale, The Captive Press in the Third Reich, Princeton University Press,
1964, p. 144.
3. Deutsche Presse, 17 febrero 1934, p. 74.
4. Oron J. Hale, op. cit. p. 31.
5. Joseph Goebbels, Kampf um Berlin, Berlin,1934, p. 18.
6. Volkischer Beobachter, 4 junio 1926.
7. Der Spiegel, 3 abril 1967, p. 54.
8. Ibid., p. 52.
9. Oron J. Hale, op. cit., p. 31.
10. Der Spiegel, 3 abril 1967, p. 58.
11. Información sobre el suicidio del parlamentario Ludwig Marrun, en el Neues
Tagebuch, 6 abril 1934.
12. Margaret Boveri, Wir Liigen Alie, Walther, Olten,1965, p. 265.
13. Berliner Tageblatt, 28 agosto 1937.
14. Fragmento del diario de Goebbels, 14 abril 1943, citado en Der Spiegel, 3 abril
1967, p. 52.
15. Josef Wulf, Presse und Film im Dritten Reich, Siegbert Mohn, 1964, pp. 94-99.
16. Entrevista con el Sr. Wilhelm Lange, BadGodesberg,mayo 1966.
17. Margaret Boveri, op. cit., p. 558.
18. Frankfurter Zeitung, 13 octubre 1934.
19. Herman Glaser, Spiesser-Ideologie, Rombach,Friburgo, 1964, p. 31.
NOTAS 529

20. Die Zeitungssprache, discurso inaugural, Franz Kiener, Facultad de Filosofía,


Munich, 1937, p. 119.
21. Sprachregelung, 9 enero 1940.
22. Entrevista con Margaret Boveri, Berlín, abril 1967.
23. Neues Tagebuch, 31 marzo 1934, p. 297.
24. Josef Wulf, op. cit., p. 252.
25. Der Stürmer, n.° 41, 1933.
26. Orón J. Hale, op. cit., p. 146.
27. Ibid., p . 276.
28. Ibid., p. 278.
29. Volkischer Beobachter, 12 diciembre 1935.
30. Margaret Boveri, op. cit., p. 558.
31. Der Spiegel, 3 abril 1967, p, 58.
32. Hamburger Fremdenblatt, 6 agosto 1942.
33. Ernest K. Bramstead, Goebbels and National Socialist Propaganda 1925-1945,
Cresset Press, Londres, 1965, p. 74.
34. Z. A. B. Zeman, Nazi Propaganda, Oxford University Press, 1964, p. 86.
35. Ernest K. Bramstead, op. cit., p. 75.
36. Ernst Kris y Hans Speier, German Radio Propaganda, Oxford University Press,
1944, p. 58,
37. Hans Joachim Weinbrenner, Handbuch des Deutschen Rundfunks, Kurt Vowinckel,
Neckargemünd, 1938, p. 292.
38. lbid.
39. Ernst Kris y Hans Speier, op. cit., p. 52.
40. Hans Otto Fincke, intendente en Frankfurt, citado en Hans Joachim Weinbren­
ner, op. cit., p. 49.
41. Josef Wulf, op, cit., p, 346.
42. Ibid., p. 338.
43. Ibid.
44. BBC, Nazi Wireless at War; I: The German Home Service, Servicio monitor,
julio 1941, p. 35.
45. Ibid., p. 39.

27. La m ú s ic a

1. Erwin Kroll, “Verbotene Musik”, Vierteljahreshefte für Zeitgeschichte, núm. III,


julio 1959, p. 312.
2. Frankische Tageszeitung, 20 agosto 1938.
3. Volkischer Beobachter, 3 febrero 1935.
4. R, Zimmermann, “Dur oder Moll”, en Die Sonne, n.° 10, 1937.
5. E. Josefsky, “Musik”, en Rassenpolitische Unterrichtspraxis, dir. Dobers Higelke,
Julius Klinkhart, Leipzig, 1938, p. 308.
6. Frankfurter Zeitung, 17 julio 1936.
7. Die schone Frau, Bielefeld, citado en Neues Tagebuch, 1934.
8. Schwarzes Korps, 25 noviembre 1937.
9. Erwin Kroll, op. cit., p. 311.
10. Ibid.
11. National Zeitung, Essen, 15 junio 1937.
12. Geoffrey Skelton, Wagner at Bayreuth, Barrie and Rockcliff, Londres, 1965,
p. 144.
13. Morning Post, 22 marzo 1937.
14. Peter Raabe, Die Musik im Dritten Reich, Gustav Bosse, Regensburg, 1934, p. 12,
15. Volkischer Beobachter, 1 julio 1937.
16. Frankfurter Zeitung, 25 mayo 1938.
17. Ibid., 25 febrero 1938.
530 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

18. Peter Raabe, op. cit., pp. 43, 45.


19. Deutsche Allgemeine Zeitung, 15 febrero 1939, con información del Cuatro En­
cuentro Musical Nacional de las Juventudes Hitlerianas en Leipzig.
20. Discurso de Goebbels en el Festival Nacional de Música en Düsseldorf, aparecido
en el Frankfurter Zeitung, 30 mayo 1938.
21. Jbid.
22. Hakenkreuz Banner, 6 julio 1938.
23. Frankfurter Zeitung, 20 diciembre 1938.
24. ‘‘Reichsmusikkarnmerrichtlinien für Werk— und Werkscharkapeller”, Frankfurter
Zeitung, 26 mayo 1935.
25. Informe delSD, Archivo Federal de Koblenz,fichero R 58/187 (19 agosto 1943).
26. Josef Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich, SiegbertMohn, Gütersloh, 1964,
p. 379.
27. Manchester Guardian, 14 enero 1935.
28. Ibid., 9 marzo 1935.
29. Der SA-Mann, 18 septiembre 1937.
30. Frankfurter Zeitung, 26 octubre 1934,“Richtlinien für dendeutschen Gesells-
chaftsanz”, del “Reichsfachsohaftstanzlehrer derNSDAP,Leipzig”.
31. Frankfurter Zeitung, 22 octubre 1937,citando aKarl Heiding, de la Jefatura
de la Oficina Cultural de las Juventudes Hitlerianas.
32. Neue Weltbühne, 23 abril 1936,
33. Borsenzeitung, 2 febrero 1935.
34. Daily Mirror, 13 marzo 1937.

28. E l abte

1. Franz Roh, Entartete Kunst, Fackeltráger, Hannover, 1 9 6 2 , p. 5 .


2. Hildegard Brenner, Die Kunstpolitik des Nationálsozialismus, Rowohlt, Hamburgo,
1 9 6 3 , p . 12.
3.Paul Ortwin Rave, Kunstdiktatur im Dritten Reich, Gebrüder Mann, Hamburgo,
1 9 4 7 , p. 1 4 .
4. Hildegard Brenner, op. cit., p. 1 7 .
5. Rudolf Schroeder, Modern Art in the Third Reich, documentos, Offenburg, 1 9 5 2 ,
p. 4 0 .
6. Ibid.
7 . Paul Ortwin Rave, op. cit., p. 1 3 .
8 . Ibid., p. 2 3 .
9. Hermann Glaser, Spiesser-Ideologie, Rombach, Friburgo, 1 9 6 4 , p. 3 8 .
1 0 . Paul Ortwin Rave, op. cit., p. 5 0 .
1 1 . Helmut Lehmann Haupt, Art under a Dictatorship, Oxford University Press,
1954, p. 81.
12 . Karl Heinz Schmeer, Die Regie des offentlichen Lebens im Dritten Reich, Paul,
Munich, 1 9 5 6 , p. 1 0 9 .
13. Berliner Illustrierte Zeitung, 2 7 febrero 1 9 3 7 .
14. Helmut Lehmann Haupt, op. cit., p. 1 0 4 .
15. Georg Hellach, “Arehitektur und bildende Kunst ais Mittel der NS-Propaganda”,
en Publizistik, quinta serie, 1 9 6 0 , p. 8 1 .
16. Kolnische Zeitung, 1 7 julio 1 9 3 8 .
17. Die Welt, 3 noviembre 1 9 6 2 .
18. Frankfurter Zeitung, 2 3 julio 1 9 3 9 .
19. Simplicissimus, 2 5 febrero 1 9 4 0 ,
20. Informes del SD, Archivo Federal de Koblenz, fichero R 5 8 / 1 5 3 , n.° 11Θ
(1 9 agosto 1 9 4 0 ).
21. Georg Hellach, op. cit., p. 7 9 .
22. Helmut Lehmann Haupt, op. cit., p. 1 2 5 .
NOTAS 531

23. Ibid., p. 122.


24. Ibid., p. 117.
25. Das Batten im neuen Reich, vol. II, p. 7, citado por Helmut Lehmann Haupt,
op. cit., p. 112.
26. Deutsche Allgemeine Zeitung, 14 marzo 1943.
27. Helmut Lehmann Haupt, op. cit., p. 100.
28. Wolfgang Drews, DieJdirrende Kette, Keppler,Baden-Baden, 1947, p.68.
29. Alocución del 6 octubre 1941, citado porHermann Stresau, Von Jahr zu Jahr,
Minerva, Berlin, 1948, p. 268.
30. Consejero cultural comarcal Brouwers, citado en el Frankfurter Zeitung, 8 octu­
bre 1937.
31. Entrevista con la Sra. Gutbrot-Baumeister, Colonia, abril 1967.
32. Ibíd.

29. La r e lig ió n

1. Max Geiger, Der Deutsche Kirchenkampf, 1933-1945, Zürich, 1 9 6 5 , p. 1 5 .


2. Klaus Scholder, “Die evangelische Kirche und das Jahr 1 9 3 3 ” , en Geschichte im
Wissenschafi und Unterricht, noviembre 1 9 6 5 .
3. Wemer Mosse, Entscheidungsjahr 1932,Tubinga, 1 9 6 5 , p. 255
4. Klaus Scholder, op. cit., p. 7 0 0 .
5. Giinter Lewy, The Catholic Church in Nazi Germany, Nueva York, 1 9 6 4 , p. 5.
6. Kurt F. Reinhardt, Germany, 2000 Years, Nueva York, 1 9 6 1 , p. 7 0 6 .
7. Giinter Lewy, op. cit., p. 2 7 1 ,
8. Dietrich Bronder, Bevor Hitlerham,Hannover, 1 9 6 4 , p.2 7 7 .
9. Ibid., p. 2 7 6 .
10. Giinter Lewy, op. cit., p. 4 3 .
11. Ibid., p. 4 3 .
12. Ibid., p. 4 5 .
13. Karl Adam de Tubinga, en “Deutsches Volkstum und Katholisches Christentum”,
Theologische Quartalschrift 1933, p, 5 9 , citado por Giinter Lewy, op. cit., p. 1 0 8 .
14. Jewish Chronicle, 3 febrero 1 9 6 7 .
15. Ernst Niekisch, Das Reich der niedern Damone, Hamburgo, 1 9 5 3 , p. 2 2 9 .
16. Max Geiger, op. cit., p. 2 3 ,
17. Ibid., p. 35.
18. Ibid., p. 38.
19. Ibid., p. 35.
20. Bernhard Vollmer, Volksopposition imPolizeistaat,Stuttgart, 1957, p. 144.
21. Giinter Lewy, op. cit., p. 1 5 1 .
22. Ibid., p. 1 5 3 .
23. Bernhard Vollmer, op. cit., p. 2 0 5 .
24. Joseph Wolf, Theater und Film, im Dritten Reich, Gütersloh, 1964, p. 176.
25. Ibid., documento PS 3 7 5 1 ,
26. Günter Lewy, op. cit., p. 1 5 7 .
27. Ibid., p. 1 3 1 .
28. Entrevista con el Dr. Maurer, del ministerio bávaro de Bienestar Social de Munich,
mayo 1967.
29. Walter Hagemann, Publizistik im Dritten Reich, Hamburgo, 1 9 4 8 , p. 3 4 4 .
30. Ibid.
31. Johann Neuháusler, Kreuz und Hakenkreuz, Munich, 1 9 4 6 , vol. II, pp. 1 0 4 -1 0 9 .
32. Günter Lewy, op. cit., p. 1 7 4 .
33. Ibid., p. 1 7 2 .
34. Ibid., p. 227.
35. Ibid., p, 2 7 6 .
36. Ibid., p. 2 8 1 .
532 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

37. Statistisches Jahrbuch für Deutschland, 1939, p. 29.


38. Kurt F. Reinhardt, op. cit, p. 702.
39. Kolnische Zeitung, 24 julio 1934.
40. Berliner Tageblatt, 2 octubre 1935.
41. Louis Hagen, Follow My Leader, Londres,1951, p. 272.
42. Gothaer Beobachter, 9 noviembre 1935.
43. Giinter Lewy, op. cit., p. 313.
44. Salzburger Chronik, 30 abril 1937.
45. Heinrich Hermelink, Kirch im Kampf, Rainer Wunderlich, Tubinga, 1950, pági­
na 348.
46. Ibid., p . 4 4 9 .
47. Ibid., pp. 468-469.
48. Ibid., p. 628.
49. Heinz Boberaeh, Meldungen aus dem Reich, Luchterhand, Neuwied-Berlin, 1965,
n.° 267, fechado el 12 marzo 1942.
50. Giinter Lewy, op. cit., p. 131.
51. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/78, 17 abril 1940.
52. Heinrich Hermelink, op. cit., p. 688.
53. Giinter Lewy, op. cit,, p. 292.
54. MaUinus Blatt, n.° 38, 17 septiembre 1939.
55. Ibid., p. 311.
56. Ibid., p . 234.
5 7 . Ibid., p . 2 3 1 .
58. Ibid., p. 146.
59. Heinrich Hermelink, op, cit., p. 506.
€0. Ibid., p. 225.
61. Ibid., p. 264.
■62. Ibid., p. 266,
63. Ibid., p. 234.
64. Amos Elon, Journey Through a Haunted Land, Nueva York, 1967, p. 11.
65. Archivo Federal de Koblenz, fichero R 58/182, 22 abril 1943.
66. Heinrich Hermelink, op. cit., p. 575.
■67. I bid., p. 59.
68. Ibid., p. 678.
69. Ibid., p. 649.
70. H. D. Leuner, W hen Compassion was a Crime, Oswald Wolf, Londres, 1966,
p. 134.
71. Dietrich Bronder, op. cit., p. 34.

30. Los ju d í o s

1. Walter Gross, “Das politische Schicksal der deutschen Juden inderWeimarer


Republik”, en Zwei Welten, Bitaon, Tel Aviv, 1962, pp. 545-547.
2. Wallace R. Deuel, People Under Hitler, Harcourt Brace, Nueva York,1942, p. 189,
y el capítulo “Die demographische und wirtschaftliche Struktur der Juden”
de Ezra Ben Natan, en Entscheidungsjahr 1932, dir. Werner E. Mosse, Mohr,
Tubinga, 1965, pp. 87-131.
3. Konrad Heiden, Der Führer, H. Pordes, Londres, 1967, p. 512.
4. Schwarzes Korps, 28 abril 1938.
5. Entrevista con el Dr. Voss, Colonia, abril 1967.
6. Biblioteca Wiener, Londres, relatos de testigos presenciales supervivientes,archivo
P III a 4.
7. Ibid., archivo P III a 54.
8. Ibid.
9. Ibid.
NOTAS 533

10. Victor Klemperer, Lingua Tertii Imperii, Aufbau, Berlín, 1949, pp. 94 y 183.
11. Biblioteca Wiener, archivo 9 III a.
12. Entrevista con el Sr. Lindlar en Dusseldorf, mayo 1966.
13. Ruth Andreas Friedrich, Schauplatz Berlin, Rheinsberg, Munich, 1962, p. 67.
Fragmento del diario correspondiente al 7 marzo 1943.
14. Victor Klemperer, op. cit., p. 103.
ÍNDICE ALFABÉTICO

A la Fuerza por la Alegría, organización, agricultura, 16, 17, 166, 168, 169, 176, 177,
111, 213, 214, 215, 218, 239, 345, 386, 178.
393, 395, 433, 437, 44Θ, 454. mujeres en la, 176, 205, 271, 272.
fondos de la, 111. porcentaje de población en la, 166, 169.
movilización masiva de público, 213, Agricultura, Ministerio de, 147.
433. Agricultores, Asociación Nazi de, 170, 181,
exposiciones móviles de arte, 213, 446, 182, 477.
454. y exención del servicio militar, 114, 170,
certificado deportivo de la, 239. 181, 182, 477.
promoción de la asistencia al teatro, agricultores: privados del derecho a la po­
213, 218, 395. sesión de tierras por sentencias de prisión
abitur (bachillerato), 61, 285, 304, 311, 313, superiores a un año, 179.
318, 337. hereditarios (“Bauern”), 172, 179.
maestros y, 311, 313. “autoabastecedores”, excluidos del plan
mujeres y, 277, 304. de racionamiento, 45, 128.
oficiales del ejército y, 61, 153, 154, baja representación en el partido Nazi,
337. 71.
Abogados, Asociación de, Nazi, 132. bajo la República de Weimar, 16, 17.
periódico de, 333. ver también agricultura.
abogados: Ahorro, Plan de, “de Hierro”, 46, 229.
en la administración, 131, 142, 478. Aire, ministro del, 146.
judíos, 478, 479. alarma antiaérea, sirenas de, 358.
aborto, 24, 136, 248, 250, 255. Albers, Hans, actor, 405.
aborto: alcaldes, funcionarios nazis y jefes de dis­
entre las mujeres campesinas, 176, 273. trito en el cargo de, 68, 69.
durante la guerra, 248. alcohol, consumo de, 39, 224, 225.
abreviaturas nazis, 346, 347. alcoholismo, 77, 240, 244.
aburguesamiento de los obreros industria­ alimentos:
les, 218, 395. contenido calórico de, 220, 222, 223,
accionistas, “muerte por hambre”, 193. 230.
acero, industria del, 15, 193, 194. precio de, bajo la República de Wei­
acero, trust del, 193. mar, 13.
Aceros Reunidos (Vereinlgte Stahlwerke), porcentaje de ingresos invertido en,
194, 198. 220, 229.
Acta de Ayuda al Este (1931), 18. mercado negro de, ver mercado negro,
bajo el nazismo, 167, 169. racionamiento de, ver raciones, 44.
536 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Alimentos, Corporación de Productores de, arte, 382, 444, 445, 446, 447, 448, 449,
38, 79, 87, 106, 110, 170, 171, 172, 178, 450, 451, 453, 454.
179, 187, 188, 226, 355, 395, 406. crítica de, 419, 450, 451.
finanzas de, 178. Arte, Cámara Nacional de, 188, 445, 447.
periódico publicado por, 226, 406. Arte Degenerado, exposiciones de, 445, 447,
normas establecidas por, 178. 448.
almacenes, grandes, 183, 184, 189, 190, 227, Asociación Cultural Nazi, 395.
477, 479. Asuntos Exteriores, Ministerio de, bajo el
boicot a, 56, 145, 189, 462, 479. nazismo, 146, 148.
los judíos y, 189, 477, 479. atrocidades:
Alsacia, nazis en, 111. conocimiento general de, 51, 475, 486.
Amman, Max, propietario del Volkische de las unidades de comísate de las SS,
Beobachter, 113, 413, 414, 417, 423. 117, 160.
amputaciones, preferencia por, 248. August Wilhelm, príncipe de Prusia, en la
antiaérea, defensa, 319, 357. SA, 60, 72.
chistes sobre, 357. Auschwitz, campo de concentración de, 165,
escolares en la, 319. 201, 349, 358, 391, 396, 483, 485.
anticonceptivos, 249, 250. deportaciones masivas a, 391.
antimonarquismo nazi, 72, 157. I. G. Farben y, 194, 349.
antisemitismo, 24, 303, 325, 326, 327, 391, consejo de un obispo a un guardia de,
399, 458, 459, 466, 477, 479, 480, 481, 474.
482, 483, 487, 488. representación teatral para guardias de,
en las escuelas, 303, 480. 396.
de las iglesias, 459, 460, 466. Austria: anexión de, 40, 65, 85, 223.
en el teatro, 391. antisemitismo en, 325, 480, 481.
en las universidades, 325, 326, 327, Iglesia Católica y, 471.
477. divorcio en, 261, n.
aprendizaje: autarquía, política de, 202, 203, 207, 271,
de oficios, 177, 185, 286, 287. 274, 355.
para obreros agrícolas, 175. y agricultura, 355.
Arbeitertum, publicación del Frente del y consumo, 221, 226, 241.
Trabajo, 213 n. chistes sobre, 355.
Arent, Bemo von, 76. automóvil, accidentes de, 122, 240.
“arianización”, 110. automóviles, 62, 232,
en la economía, 190. ver también Volkswagen.
corrupción en, 112, 113, 116. “autoridades estéticas”, 454.
aristocracia, 197. autoritarismo:
en el ejército, 153, 154, 159, 163. en la abogacía, 131.
en el partido Nazi, 72, 73. en la familia, 250, 252, 257.
en las SS, 72. nostalgia de los funcionarios por, 142.
en la Unión de Campesinos Nazis, 170. relajación bajo la República de Wei­
armamento, producción de, 186, 199, 217, mar, 20.
271. en las universidades, 22, 324.
armas, de las Juventudes de Hitler, 284, aviso, plazo del, para los empleados y obre­
295, 299. ros industriales, 211.
ver también venganza, armas de. Ayuda Invernal, 36, 63, 76, 91, 92, 110, 111,
Arnhold, ingeniero, ideólogo de A la Fuer­ 123, 124, 172, 206, 293, 347, 446.
za por la Alegría, 213. contribuciones a, 91, 92.
Arp, Hans, pintor, 443. las denuncias causan exclusión de, 124,
arquitectura bajo el nazismo, 59, 235, 448, fondos de, 36, 91, 92.
451, 452, 453. chistes sobre, 355.
ÍNDICE ALFABÉTICO 537

placas mensuales, 63, 92. Berg, Alban, compositor, 423, 429.


porcentaje de población beneficiaria de, Bergengruen, Werner, novelista y poeta,
206. 375, 376.
azúcar, consumo y racionamiento de, 223. Bergner, Elizabeth, actriz, 382, 383, 399.
Berlín:
Backe, Herbert, ministro nazi de Agricultu­ accidente en la construcción del metro
ra, 59. de, 58.
Backhaus, Wilhelm, músico, 431. evacuación de los niños de, 44.
Baeumler, Alfred, profesor, nazi, 325, 331. proyector de Speer para, 452.
baile, 300, 432, 441. vivienda, 234.
bajas: Berliner Tageblatt, 10, 333, 412, 413, 415,
alemanas, en la Segunda Guerra Mun­ 416, 417, 418, 419,
dial, 52. Berning, Wilhelm, obispo católico, 464, 465,
en el rodaje de films de guerra, 399. 474.
en el entrenamiento en Ordensburgen, consejo a un guardia de Auschwitz,
318, 319. 474.
en el entrenamiento, en las SS, 240. Bertram, Adolf, cardenal, 465, 471.
Baky, Josef von, director de cine, 411. Bertram, Ernst, profesor universitario, poeta,
banca, 24, 190, 478. 327, 367.
banderas: Best, Werner, nazi, 25.
de la SA y las SS, saludo público a, 88. Beumelburg, Werner, novelista nazi, 360,
de la República de Weimar, 459. 363.
Barlach, Ernst, dramaturgo y pintor, 382, bibliotecas:
443, 444, 446, 447, 455. para las fuerzas armadas, 380.
Barth, Karl, teólogo, 134, 331, 463. rurales, 309.
Barthel, F. L., poeta, 372. del estado, 380.
Bartók, Bela, compositor, 438. Bibliotecas Populares, 309.
Bassermann, Albert, actor, 382, 383, 392. Billinger, Richard, dramaturgo, 387, 388,
Baudissin, Klaus, conde, miembro del tribu­ 403,
nal de purga artística, 446, 447. Binding, Rudolf, escritor, 364, 367, 404.
Bauhaus, 20, 443, 444, 455, biología, en las escuelas, insistencia en raza
Baum, Vicki, novelista, 362. y herencia, 306, 307.
Baumeister, Willi, pintor, 456. Bismarck, O. von, 10, 14, 16, 95, 96, 157,
Báumer, Gertrud, demócrata, 268. 457,
bautizos, rtiual de las SS para, 467, 468. Blacher, Boris, compositor, 433, 436.
Bayreuth, Festival de, 60, 426, 429, 434, Blech, Leo, músico, 429.
435. Blobel, Paul, comandante, 164.
Bebel, August, dirigente socialista, 488. Blomberg, Werner, mariscal barón von, 151,
Beck, general Ludwig, 150, 151. 152, 161.
Becker, Carl Heinrich, ministro de Educa­ destituido del cargo de ministro de la
ción de Prusia, 22. Guerra, 30, 74, 152.
Beckmann, Max, pintor, 445, 446, 447, 448, Bluck, Hans Friedrich, escritor nazi, 360,
455, 456, 361, 373.
Beethoven, Ludwig van, 20, 35, 42, 424. Bode, Rudolf, mistagogo nazi, 432.
Bélgica, 42, 160. Boécklin, Arnold, pintor admirado por Hit­
Belsen, campo de concentración de, 52, 349, ler, 453·.
485. Bohme, Herbert, novelista, 371.
Benjamín, Walter, escritor, 376. bombardeos, 44, 45, 46, 48, 49, 301, 358.
Benn, Gottfried, escritor, 124, 160, 364, 365, e industria, 44.
366, 446. bomberos, brigadas de, Juventudes de Hitler
sobre arte, 365, 446. auxiliares de, 295.
538 HISTOBIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Bonhoeffer, Dietrich, pastor de la Iglesia durante la guerra, 198, 231.


Confesional, 475. retrasos en los pagos, 178, 188.
Bormann, Martin, 83, 266, 473. Busch, Emst, mariscal, 165.
Borsche, Dieter, actor, 396. Busch, Adolf y Fritz, músicos, 429.
Bosch, Carl, profesor universitario, 331.
Bosch, Karl, magnate de la industria, anti­
nazi, 191. Caballería, Cruz de, condecoración militar,
Bovery, Margaret, periodista, 420. 46, 156, 160.
boy scouts, prohibición, 293. café, consumo de, y mercado negro de, 224,
Brabag, Compañía, para extraer petróleo del 225.
lignito, 195. Calavera, Orden de la, 160 n.
Braun, Lily, socialdemócrata, 267. campamentos:
Brauschitsch, Walter, mariscal von, 106, 153, para niños, del Servicio Agrícola, 319,
154. 320.
y el mercado negro, 115. para trabajadores extranjeros, 115.
Brecht, Bertolt, dramaturgo, 21, 362, 369, “educativos” para profesionales, 58, 89,
382. 132.
Breker, Arno, escultor nazi, 418, 454. para niños evacuados, 319, 320.
Bresgen, Carl, compositor protegido por el de las Juventudes de Hitler, 294, 299,
régimen, 439. 316.
Breuer, Marcel, en la Bauhaus, 443. del Servicio de Trabajo, 175.
Bronnen, Amolt, dramaturgo, 369. de instrucción premilitar, 289, 294.
Bruckner, Anton, compositor, 426, 433, 436. para maestros, 305.
Brückner, Helmuth, Gauleiter de Silesia, de entrenamiento, para organizaciones
170. del Partido, 89.
Bruckner, orquesta, 433. cantinas en fábricas, 217, 226, 230, 242.
Brüning, Heinrich, doctor, Canciller, 15, 18, capital, gran, 188, 192.
143, 167, 195. durante la guerra, 192.
Brunswick, duque de, en el partido Nazi, carbón, extracción de, 198.
72. carne, consumo y racionamiento de, 221,
Buch, Walter, 109. 224, 225.
Buchberger, Michael, obispo católico de Re­ Carossa, Hans, escritor, 363, 367, 373.
gensburg, 465. carreteras, proyecto de construcción de,
Buchenwald, campo de concentración de, mano de obra para el, 175, 235.
32, 35, 72, 118, 119, 190, 248, 485. cartelización, 17, 186, 188, 193.
Büchner, Georg, dramaturgo, 21. en la pequeña empresa, 186, 188.
Bumcke, Erwin, Presidente del Tribunal Su­ casas de camaradería, en las universidades,
premo de Justicia de Leipzig, 131, 132. 338, 340.
Buna, proyecto de fabricación de caucho sin­ caucho, industria del, mujeres en la, 271.
tético, 195. caucho sintético, 195.
Bürckel, Josef, Gauleiter de Viena, 69, 70, Cazadores, Asociación Nazi de, 171.
116. Centro, Partido del (católico), 457, 460.
Gleichshalter de Renania y gobernador cine, 106, 169, 229, 382, 397, 398, 399, 400,
de Noruega, 79. 401, 402, 403, 404, 405, 408, 407, 408,
burdeles: 409', 410, 411, 423.
para los obreros industriales extranjeros, equipos móviles en zonas rurales, 169,
199. 410.
para la Wehrmacht, 156. bajo la República de Weimar, 20, 21,
Burger, Wilhelm, obispo católico, 461. 382, 397, 399, 401.
burocracia, 62, 148. Cine, Cámara Nacional de, competencia por
director de la United Steel crítica, 198. el cargo de presidente, 111.
ÍNDICE ALFABÉTICO 539

clase media, 183, 184, 188, 190, 191, 192, presidiarios trasladados a, 138.
196, 197, 201, 211, 273, 293, 395. ver también campos individuales.
educada, denuncia nazi de la, 57. Consejos, representativos de los obreros en
pierde sus ahorros debido a la infla­ las fábricas, 210.
ción, 19. consumo, nivel de, 180, 219, 220, 221, 222,
baja, antisemitismo de la, 190, 477, 488. 223, 224, 225, 226, 227, 228, 231, 232,
cambia derechos políticos por ventajas 282.
económicas, 10. Conti, doctor Leonardo, presidente de la
los empleados aspiran a formar parte Asociación de Médicos Nazis, 225, 243,
de, 14, 245, 355.
Coburg, duque de, en el partido Nazi, 172. contratos salariales ratificados por el estado,
comercio al por menor: bajo la República de Weimar, 14.
el nazismo y, 184, 186, 189. construcción, industrias de la, beneficios bajo
durante la guerra, 196, 197. el nazismo, 185.
bajo la República de Weimar, 14. contabilidad, obligatoria para las pequeñas
“Comida de plato único”, pro Ayuda In­ empresas, 186, 188.
vernal, 36, 91, 226. cooperativas, sociedades, nazismo y, 183,
Complot de los Oficiales (julio de 1944), 50, 184, 196, 201.
153, 158, 486. Corinth, Lovis, pintor, 447, 448.
los industriales y el, 197. corporal, castigo:
comunidad del pueblo, slogan nazi, 28, 53, a los aprendices, 287.
56, 57, 58, 60, 66, 137, 201, 202, 214, en las escuelas, 291, 321, 322.
293, 294, 310, 317, 320, 321, 341, 394. corrupción:
en el ejército, 62, 154. chistes sobre, 355.
en el cuerpo de funcionarios, 147. en el ejército, 30, 114, 15, 162.
en el campo, 171. en los gremios, 187.
en la derrota, 53. Krupp replica a las acusaciones de, 191.
en la denuncia, 121. en el partido Nazi, 118.
en la educación, 310, 317, 320, 321. cosecha, comando para la:
en las Juventudes de Hitler, 293, 294. de las fábricas, 175.
en la industria, 211, 212. de las universidades, 175, 340.
justicia y, 138. Cosecha, Día de Acción de Gracias por la,
en la Competición Profesional Nacio­ 38, 84, 81.
nal, 286. cosecha, festivales de la, en los pueblos, in­
en A la Fuerza por la Alegría, 214. tervención nazi en los, 87, 171.
en el teatro, 394, cosméticos, 229, 279, 280.
en las universidades, 57, 341. Cristianos Alemanes, 458, 460, 462, 463,
Comunistas: 475.
periódicos de, 415, 422. y los judíos, 462.
Rote Frontkampferbund de, 150. cruceros, organizados por A la Fuerza por
votos a (1928, 1932), 25. la Alegría, 14.
concentración, campos de, 32, 51, 52, 237,
Cruz de Honor de la Madre Alemana, 90,
330, 349, 391, 392, 393, 415, 465, 481,
252.
485.
corrupción de autoridades de, 117, 118. cueipo de funcionarios, 61, 67, 68, 69, 71,
germanización de nombres, 330. 142, 143, 144, 145, 146, 147, 148, 149,
judíos enviados a, 349, 481. 230, 278, 337, 440.
liberación de prisioneros por Hitler. 58, abogados en, 142.
médicos implicados en experimentos, corrupción en, 107, 108, 231.
237, 248, 332. chistes sobre, 142, 355, 356.
médicos, 237. judíos en, 145.
540 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

obligación de denunciar actividades en las escuelas, 127, 304,


subversivas, 143, 144, después de la guerra, 53, 66,
y el partido Nazi, 143, 144, 145, 146, departamento de asuntos exteriores del par­
147, 148, tido Nazi, 61.
retribución, 143, 145, 147, Dependientes, Unión de, masculina, 268,
representación en el partido Nazi, 142, 477.
143, deporte, preocupación nazi por el, 238, 243.
306, 314.
Hitler y el, 99, 100,
Chaplin, Charlie, 417, en las Juventudes de Hitler, 295, 300.
Checoslovaquia, anexión de una zona de, 40, en la escuela, 306, 314.
85. en la universidad, 338.
chistes, 49, 142, 160, 257, 350, 351, 352, depreciación de bienes industriales, los na­
353, 354, 356, 357, 358, 359, 392, 393. zis y, 195.
derrotistas, 49, 350. depresión comercial de los años 30, 13, 15,
políticos, 49, 142, 257, 350, 351, 352, 18, 19, 28, 55, 91, 208, 211, 225, 227,
353, 357, 392, 393. 232, 237, 250, 251, 262, 268, 270, 325,
383, 397, 398, 400, 413, 420', 440.
en la agricultura, 18.
Dachau, campo de concentración de, 32, 93, el cine en, 397, 398, 400.
107, 109, 116, 349, 358, 416, 485. despido preferente de varones con res­
visita de unos industriales a (1937), 191. pecto a mujeres durante, 250, 268,
Dahn, Felix, novelista, 394, 457. 270.
daneses, actitud de Alemania hacia, 42. el teatro en, 383.
Darré, Walter, ministro de Agricultura, pre­ desempleo, 202, 237, 268.
sidente de la Corporación de Productos de medidas nazis para reducir el, 202.
Alimentos, 106, 115, 170, 288. desnazificación (después de la guerra), de
chistes sobre, 355. las universidades, 328.
y la emancipación de la mujer, 269. Deutsch, Emst, actor, 382, 383,
y el mercado negro, 115, Día de la Conmemoración de los Caídos,
darwinismo, en la ideología nazi, 316. 426, 468.
Defensa Pasiva, jóvenes en la, 291. Dibelíus, Otto, obispo luterano, 460.
Defensa Pasiva, responsables de, 36. Diehl, Karl Ludwig, actor, 159.
delincuencia: Dietrich, Marlene, actriz, 399, 405.
criterios fenomenológico para, 136. difamación, procesos por, 48, 135.
durante la guerra, 137, 138, 139. difteria, mortalidad por, 244, 245, 288.
juvenil, 137, 258, 289, 290, 292, 298, Dimitrov, Georgi, absolución de, 134.
301. Díng-Schuler, doctor, en Buchenwald, 119.
bajo el nazismo, 135, 136, 137. diplomático, servicio, bajo el nazismo, 31,
democracia: 61, 146.
judíos asociados con, 24, 477, 478. dirigente, culto alemán al:
en la República de Weimar, 11, 13, 15, en las películas, 401.
477, 478. en las novelas, 368, 370.
“sinónimo de corrupción” para los nazis, Dirlewanger, Oskar, coronel de las SS, 118.
103. distrito, jefes de, 68.
y la unidad de la nación, 55. de la enseñanza, 305.
universidades y, 324. dividendos:
denuncia a las autoridades nazis, 122, 123, limitación de los 28, 56.
128. accionistas y, 193.
amenazas de, 393. divorcio, 260, 261, 262, 265.
en el ejército, 161. durante la guerra, 48.
ín d ic e a l f a b é t ic o 541
entre los dirigentes nazis, 74, 257. de sacerdotes por difundir el sermón de
Dix, doctor Arthur, crítico literario, acerca un cardenal, 473.
de Hitler, 100. por delitos de “polución racial”, 94,
Dix, Otto, pintor, 444, 447, 448, 456. 138, 181.
Doblin, Alfred, escritor, 360. por afirmaciones referentes al origen
Doenitz, Karl, almirante, 405. social de Himmler, 159.
Dorsch, Kathe, actriz, 182, 382, 390, 392. de damas de la nobleza acusadas de
Dovifat, prof. Emil, 327. espionaje (1935), 58.
Drecsler, rector de la Universidad de Got­ bajo la República de Weimar, de ase­
tingen, 333. sinos políticos, 131.
Dresdner Bank, informe sobre los matrimo­ ver también solución final, eutanasia,
nios y la natalidad entre el personal, 187, ejército, calificado de “invicto”, 11.
253. en la Primera Guerra Mundial, 150.
Dwinger, Edwin Erich, escritor nazi, 363. ver también Reichswehr, Wehrmacht.
duelo, 19, 340, 341. elecciones, votos al nazismo en las:
(1930), 15, 74.
(1932), 26.
Ebert, Cari, músico, 429. (1933), 29, 413, 414.
Ebert, Friedrich, presidente, 10, 11, 96, 150. eléctrica, industria, mujeres en la, 271.
Eckart, Dietrich, poeta, 413, 423. Elk-Eber, pintor nazi, 449.
Economía, Ministerio de, y la cartelización, emigración:
148. de científicos, 329, 334.
edelweiss, signo de oposición juvenil, 301. de escritores, 360, 362, 364, 376.
educación, 303, 306, 307, 311, 313, 314, de judíos, 383, 475, 479, 482.
320, 321. empresa, pequeña, 183, 184, 185, 186, 187,
Egk, Werner, compositor, 433, 435, 438. 188, 189, 190, 206,
Ehrenburg, Ylya, escritor ruso, 488. durante la guerra, 196, 197.
Eicke, Theodor, inspector de las SS de cam­ obreros en, 206.
pos de concentración, 118. “socialismo de los tenderos”, 23.
Eigruber, August, Gauleiter de Austria, 119. Empresa Modelo, elección de la (por las
Einsatzkommandos (comandos de asalto), ventajas sociales concedidas a los obre­
165. ros), 209, 213.
Einstein, Albert, 20, 429. “enemigos del pueblo” (Volksschadlinge),
Einstein, Alfred, crítico musical, 413. 48.
Eisler, Hans, compositor, 429. oyentes de emisoras enemigas, 48.
Eisner, Kurt, primer ministro socialista de saqueadores, 48.
Baviera, asesinato de, 472. enfermeras, 236, 238, 242.
ejecuciones: “hermandad parda” de, 238.
por chistes contra Hitler, 22, 138, 350. Engel, Erich, productor teatral, 390.
en el ejército, 30, 50, 159, 161. entierros, de tipo standard, en Tübingen, 61.
por delitos de mercado negro, 231. Erbhofe (propiedades hereditarias), trata­
por delitos relacionados con los bom­ miento jurídico de (Landerhhofgericht),
bardeos, 48, 139. 171, 172.
de jóvenes, 137. Erler, Otto, dramaturgo, 394.
por derrotismo, 128. Emst, Max, pintor, 443, 447.
instrucciones a los periódicos con rela­ Erzberger, Matthias, dirigente católico, ase­
ción a, 418. sinato de, 11, 459.
número de, 138. escarlatina, mortalidad causada por, 245,
de enfermos mentales, 41, 137, 473. 2-88 .
de saqueadores, 48. Esch, dirigente nazi de Düsseldorf, 112, 113.
542 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

“esclavitud del interés”, ataques nazis a la, “eutanasia”, programa de, 139, 246, 332,
56. 406, 487.
eslavos: cifras, 246.
actitud de los alemanes hacia los, 42, 139. Iglesia Católica y, 473.
aumento de población de los, 2491. evacuación de la población, de las zonas
eslovacos, como trabajadores agrícolas, 180. bombardeadas, 44, 45, 65, 319, 470.
escolares, textos, 303, 304, 306, 314, 321. Ewald, Gottfried, prof., protestas contra la
carestía de los, 321. eutanasia, 332.
escasez de los 304, 314. Ewers, Hans Heinz, biógrafo de Horst Wes-
bajo la República de Weimar, 303, 314. sel, 369.
escuelas, 303, 304, 310, 311, 312, 313, 314, Ex Alumnos, Asociaciones de, 340.
466, 469, 470, 480. existencialismo, 22, 324.
cuotas de las, 313, 320. Expansión Económica, Oficina del Reich
religión en las, 307, 308, 466, 469, 470. para la:
estatales, judíos excluidos de las, 480. altos empleados de la I Farben en,
Escuelas Adolf Hitler, 314, 316, 317, 318, 194.
321. exportación de artículos acabados, Alemania
escuelas secundarias, 293, 303, 310, 311, en primer lugar (1930), 12.
312, 313, 314, 320, 321. expresionismo, 364, 445.
gorras distintivas de las, 57, 293, 340.
economía doméstica e idiomas para las
alumnas de, 304. fábricas:
número de alumnos en las, 304, 320. accidentes en, 240, 243,
profesores de, 303, 310, 311, 312, 313. trabajo infantil en, 285.
escuelas superiores, propuestas de gratuidad conciertos en, 62, 437.
de las, 304, 312, 313, 314, 470. médicos en, 237.
española, guerra civil, 471, 472. exámenes para bandas de música, 440.
Esser, Hermann, ministro de Economía de albergues adheridos a, 288.
Baviera, 113. bibliotecas en, 380.
estado, actitud del alemán hacia el, 32, 33. educación física en, 239.
Estados Unidos, actitud alemana hacia, 42. ritual en, 90, 91, 213.
esterilización, 237, 238, 241, 251, 255, 471. mujeres en, 176, 205.
de los niños “biológicamente inferio­ Facultad, Grupos de, en las universidades,
res”, 292. 338.
por enfermedad hereditaria, 134, 237, “faisanes dorados” del partido Nazi, 82, 120,
241. i 62, 192, 197, 319.
término popular para la, 351. Fallada, Hans, escritor, 363, 364.
Estiria, evacuación de habitantes de Rena- falsificación, de documentos de identidad,
nia a, 43. 231, 290.
estrella amarilla, para los judíos, 51, 52, 94, Familia, Unión Nacional de la, Alemana,
231, 481, 483, 485. 253.
estudiantes, asociaciones de, 57, 268, 325, familia, denuncia de miembros de la, 124,
338, 339, 340. 126, 127, 256.
Estudiantes, Asociación Nazi de, 325, 336, familiares, subsidios, 238, 251.
338, 340, 341. Farben, I. G.
esvástica, 34, 213, 311, 432, 464, 468. en Auschwitz, 193, 194, 195, 204.
eufemismos: mano de obra para, 193, 205,
chistes, 481. Faulhaber, Michael von, cardenal, 472,
en el lenguaje nazi, 481. y las escuelas católicas, 464.
Euringer, Richard, autor de Thingspiele, y Hitler, 100, 472.
384. y los judíos, 466.
ÍNDICE ALFABÉTICO 543
y la República de Weimar, 459. Frick, Wilhelm, ministro del Interior, 69,
Fe y Belleza (sección de la Unión de Jóve­ 76, 115, 149, 269.
nes Alemanas), 281, 295, 296. y el mercado negro, 115.
fecundidad, 251, 252. y las mujeres, 269.
funcionarios y, 143, 144. Frings, Joseph, obispo católico de Colonia,
Hitler opina sobre, 260. 473.
medallas a la, 252. Fritsch, Werner, general von, jefe del estado
en la novela, 269, 372. mayor del ejército, destituido, 30.
Feder, Gottfried, ideólogo nazi, 169, 170. Fritsche, Hans, comentarista de radio, 424.
Fehling, Jiirgen, productor teatral, 390, 391. fruta:
Feininger, Lyonel, pintor, 443, 447, 455. consumo y racionamiento de, 223, 224,
ferrocarril: 225.
accidentes de, 240. excluida de las raciones de los judíos,
medalla deportiva exigida para trabajar 483.
en, con contrato definitivo, 239. Funcionarios, Unión de (Reichsband Deuts-
festividades del calendario nazi, 34, 295, cher Beamten), 107, 144, 189, 275, 305.
438, 439, 468. Funk, Walter, ministro de Economía, 78,
Feuchtwanger, León, escritor, 360, 362, 381. 106.
Finck, Werner, humorista, 160, 392, 416. Furich, Josef von, pintor, 421.
fiscales, aumento de atribuciones de los, 195. Furtwüngler, Wilhelm, músico, 426, 429,
física, bajo el nazismo, 329. 437.
física, educación, obligatoria, 277, 306, 314,
318, 338,
en las empresas, 239. Galen, conde Clemens von, obispo católico
en las escuelas, 239, 306, 314, 317. de Münster, 464.
para los profesores, 306. cardenal, 44, 470, 473, 487.
Flagstad, Kirsten, cantante, 434. denuncia la eutanasia, 473, 487.
Flick, gran empresa, 190, 193, 194. Galland, Adolf, aviador católico, 473.
Ford, Henry, personificación del “progra­ Garbo, Greta, actriz, 417.
ma industrial” USA, 232. gasto público, como porcentaje de la renta
Forel, Hans Erich, dramaturgo, 258. nacional, 195.
formación profesional, durante el tiempo Gauguin, Paul:
libre en la Wehrmacht, 15Θ. quema de pinturas de, 447.
Francia: pinturas de, vendidas para obtener di­
actitud alemana hacia, 41, 42, 139 n., visas, 454.
373, 459. Gauleiter, 38, 60, 70, 71, 79, 82, 83, 108.
ocupada, la Wehrmacht en, 162, 163. corrupción entre, 70, 108, 109'.
Frank, Bruno, dramaturgo, 21, 362, 382. y la justicia, 133.
Frank, doctor, presidente de la asociación de zonas Junker, 169.
de abogados, 144.
de la enseñanza, 305.
Frank, Hans, dirigente nazi, gobernador de
Polonia, 74, 120. y el teatro, 394.
Franck, James, premio Nobel de origen Gebühr, Otto, actor, 399.
judío, 327. generales:
Frank, Leonhard, escritor, 360, 362. beneficiarios del nazismo, 67.
Frank, Walter, historiador, 326, 330, 331. y los planes de población rural, 169.
Instituto de, para el Estudio de la orígenes sociales de, 72, 152, 153.
Cuestión Judía, 332. genocidio, programa de, ver “solución final”,
Frankfurter Zeitung, periódico, 31, 186, 190, 148, 235, 391, 473.
199, 261, 276, 385, 412, 415, 418, 419, George, Heinrich, actor, 382, 390, 398, 399.
420, 422, 423, 451. George, Stefan, poeta, 364.
544 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Gestapo, 25, 50, 72, 73, 124, 126, 127, 138, y la radio, 426.
141, 192, 205, 333, 376, 418, 420, 440, frases de, 224, 269, 344, 345, 347, 379,
447, 455, 464, 469, 474, 483, 486. 392, 402, 413, 414.
detención de sacerdotes, 469. fuentes de la riqueza de, 106.
y los libros, 376. hacer detener a un banquero con fin
confesiones obtenidas por, 141. propagandístico, 64.
denuncias a, 124, 125, 129, 304. y el teatro, 60, 389, 393.
y los pintores, 447, 455. Goebbels, Magda, 60, 73, 75, 92, 280, 283.
y la pastoral de los obispos, 464. Goehr, Alexander, músico, 429.
y la prensa, 418. Goerdeler, doctor Karl, de la oposición con­
y Rommel, 153. servadora, 63, 330, 331, 486.
y los indeseables sociales, 138. en el Complot de los Oficiales, 198, 486.
y los obreros industriales indisciplina­ Goering, Emmy, 75, 283, 353.
dos, 205, 216. Goes, Albrecht, escritor, 422.
y las universidades, 333. Goethe, Johann Wolfgang:
Giessler, Paul, Gauleiter, en la universalidad dramas de, 390.
de Munich, 339. citado, 20, 32, 35, 51, 100, 142, 269,
Gigli, Benjamino, cantante, 82. 311, 327, 342, 378, 379, 390, 394,
Gleichschaltung ¡(coordinación), 132, 326, 488.
333, 345, 346, 393, 420, 445, 446, 449, Gold, Kathe, actriz, 382.
463. Gottingen, universidad de, dispersión de los
en la música, 440. físicos de, 328.
de la prensa, 420. Gottschalk, Joachim, actor, 391.
en las artes plásticas, 445, 446. Graener, Paul, compositor, 436.
Globocnik, Odilo, Gauleiter de Viena, jefe Graf, Oskar Maria, novelista, 371.
de las SS y de la policía de Lublin, 109, Gran Bretaña, actitud de Alemania hacia,
117, 122. 42.
Goebbels, doctor Josef, Ministro de Propa­ grasas, consumo y racionamiento de, 222,
ganda, 38, 42, 53, 56, 60, 64, 72, 73, 74, 225, 226, 228.
75, 76, 78, 86, 89, 91, 101, 106, 107, raciones económicas de, para consumi­
125, 146, 149, 159, 224, 226, 269, 280, dores pobres, 228.
281, 282, 334, 344, 345, 347, 351, 352, gremial, espíritu, supervivencia del, 56- 185,
353, 369, 377, 378, 379, 380, 383, 391, 188.
392, 393, 398, 399, 402, 407, 408, 409, gremios, 187, 188, 197.
410, 413, 414, 415, 417, 419, 422, 426, pertenencia obligatoria a, 185.
432, 433, 437, 439', 440, 442, 445, 446, corrupción en, 187.
450, 465, 472, 481. reducción de salidas para los, 186.
y el arte, 82, 445, 446, 450. durante la guerra, 186.
y la Iglesia Católica, 472. Grengg, Maria, novelista, 372.
y el cine, 106, 398, 399, 402, 407, 408, Grimm, Hans, autor de Volk ohne Raum,
409, 410. 250, 303, 345, 360, 361, 363, 436.
y Hitler, 100. Grober, Conrad, obispo católico de Fréiburg,
chistes sobre, 351, 352, 353, 354. 461, 465, 466.
lenguaje de, 344, 347. Grohe, Joseph, Gauleiter, sobre los intelec­
y la literatura, 369, 377, 378, 380. tuales, 108, 329.
en actos de masas, 86, 89. Groner, Wilhelm, general, ministro de De­
y la música, 432, 437, 439. fensa, 25.
y la prensa, 413, 414, 415, 417, 419. Gropius, Walter, arquitecto, 443, 444, 455.
actitud pública hacia, 38, 351. Grosz, Georg, pintor, 20, 444, 447, 455.
campaña de cortesía pública lanzada Gründgens, Gustav, actor, 82, 3-82, 390,
por, 47. 391.
ÍNDICE ALFABÉTICO 545

Grundig, Hans, pintor, 456. Heil Hitler! (“saludo alemán”), 37, 94, 95,
guerra: 121, 227, 327, 357, 407.
creadora de la nación alemana, 1, 30, entre los abogados, 132.
40. entre los funcionarios, 144.
en los films nazis, 398, 400, 402, 408, en la Wehrmacht, 158.
409, 410. Heine, Heinrich, 53, 330.
en el teatro, 386, 387. Heiseler, Bern von, autor de narraciones
y la literatura, 361, 362, 363, 366, 367, bélicas, 380.
368, 380. Heisenberg, Werner, físico, 327, 329, 331.
Guerra, Ministerio de la, 152, 157, 477. Heissmeyer, en las escuelas Adolf Hitler,
Guillermo II, Kaiser, 10, 12, 27, 62, 95, 317.
96, 131, 145, 323, 443v 445. escuelas Ñapólas, 315.
exhortación a sus soldados, 161. Helldorf, Wolf von, conde, jefe de policía
films sobre, 157. de Berlín y los pasaportes de judíos, 72,
y el arte moderno, 443, 445. 115.
transformación de, de figura semidi- Hermann Goering, Industrias Nacionales,
vina en chivo expiatorio, 37. 190, 193, 194, 195, 209, 233.
Günther, Hans, profesor y esteta nazi, 444, “rehabilitación acelerada” en, 209.
445. creación de una ciudad junto a, 194,
Gurlitt, doctor Hildebrand, director del Mu­ 233.
seo de Dresden, 444. Hertzog, Rudolf, novelista nazi, 365, 366.
Giirtner, Franz, ministro de Justicia, 141, Heppel, doctor, en el escándalo de la Ayu­
261. da al Este, 169.
Hess, Rudolf, lugarteniente de Hitler, 100,
122, 125, 264.
Haas, Josef, compositor, 436. Hesse, príncipe de, en el partido Nazi, 72,
Hadamovsky, Eugen, director de la radio 77.
nazi, 431. Hilbert, David, matemático, 328.
Haeckel, pintor, 443, 447. Hildebrandt, Friedrich, Gauleiter de Mec­
Handel, G. F., alteración de la obra de, klenburg, 73, 170.
348, 431. Hilper, Heinz, productor teatral, 390.
Haniel, gran empresa, 193. Hilz, Sepp, pintor nazi, 454.
Hanke, Karl, Gauleiter de Silesia, 73, 74. Himmler, Heinrich, jefe de las fuerzas de
Harlan, Veit, productor de cine, 410. policía y de las SS, 74, 79, 100, 109,
Hartmann, K. A., compositor, 430. 117, 118, 122, 138, 159, 160, 191, 262,
Hartmann, filósofo, políticamente neutral, 263, 264, 266, 289, 422, 467, 468, 481.
331. círculo de amistades de...
Hartung, escultor, 456. vinculación entre la industria y el na­
Hasenclever, Walter, dramaturgo, 20, 376, zismo, 191.
382. Lehenshorn, fundador de, 262.
Haupt, Bruno, centros urbanos planeados planes para después de la guerra de,
por, 452. 266.
Hauptmann, Gerhart, dramaturgo, 32, 33, “orden de procreación” de, 51, 264.
82, 382, 383. propone poligamia selectiva, 266.
Haushofer, Albrecht, poeta, 376. esposa de, 74, 77.
Hausmann, Manfred, escritor, 363. Hindemith, Paul, compositor, 125, 420, 432,
Heidegger, Martin, filósofo existencialista, 437.
327. 339. Hindenburg, Paul von, mariscal, presidente
Heidelberg, incidente de los espárragos de, del Reich, 11, 12, 27, 30, 96, 105, 151,
57. 157, 444.
546 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Hinkel, Hans, ayudante de Goebbels, 125. actitud popular hacia, 35, 37, 38, 50,
historia, bajo el nazismo, 306, 324, 330. 51, 52, 157.
historicismo, 22, 324. lector de Der Stürner, 109, 421,
Historische Zeitschrift, 330. retórico, 414.
Hitler, Adolf, 11, 15, 26, 27, 30, 32, 34, se rumorea que posee un gas venenoso
35, 37, 38, 30, 40, 42, 43, 49, 50, 52, 53, para librar a los alemanes de la ver­
56, 57, 58, 59, 60, 62, 67, 68, 69, 72, 73, güenza en caso de derrota, 51, 101.
74, 75, 7β, 79, 81, 82, 83, 84, 87, 95, 96, frases de, 270, 355.
97, 98, 99,100, 101, 102,106, 107 109, asegura la absolución de miembros de
120, 1-24, 132,133, 140, 141, 144, 148, la SA (1932), 28.
149, 151, 152,153, 157, 158, 167, 183', y los eslavos, 249.
184, 193, 195,198, 200, 210, 215, 218, y las universidades, 326.
235, 249, 252,260, 263, 266, 268, 269, toma el té con los ganadores de la Com­
270, 280, 281,283, 295, 298, 325, 326, petición de la Destreza en el Oficio,
327, 329, 346,350, 351, 352, 355, 356, 286.
357, 358, 366,370, 379, 381, 386, 391, sobre las mujeres, 268, 269, 270, 280,
398, 399, 401,413, 414, 416, 417, 418, 281.
419, 421, 423,424, 425, 426, 427, 428, culto de, 283.
429, 430, 431,433·, 434, 435, 436, 445, como escritor, 106, 419.
447, 448, 449,450, 453, 455, 459, 460, Hitlerianas, Juventudes, 31, 57, 58, 80, 98,
461, 462, 463,464, 466, 468, 472, 473, 127, 144, 175, 237, 239, 245, 257, 259,
475, 484, 485. 279, 281, 284, 285, 287, 288, 289, 291,
y la aristocracia, 72, 157. 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 299,
y el ejército, 151, 157. 315, 316, 319, 340, 344, 354, 384, 395,
y el arte, 445, 447, 449, 453. 316, 319, 340, 344, 354, 384, 395, 415,
prohíbe la mención de Wilhelm Tell en 415, 428, 439, 441, 464, 465, 470, 471.
los textos escolares, 379, 391. ingreso obligatorio en las, 292, 294,
en el Festival de Bayreuth, 60, 428. 465.
intervención en emisiones de radio, 424, y el baile, 297, 300,
427. denuncias por, 259.
y la Iglesia Católica, 459. y la educación, 297, 307, 309, 310,
celebración del cumpleaños de, 51, 84, 313.
85, 42©. y la familia, 256, 259, 284.
y el cine, 399. salud de, 245, 288, 289.
muerte de, 427. en la industria, 287.
denuncia de detractores de, 124, 127, chistes sobre, 294, 354, 355.
140. saqueo de propiedades judías por, 115.
y el futuro de Berlín, 235. secciones marina y motorizada de, 295.
y la Gestapo, 141. clase media y, 293.
en Italia, 82. y la música, 300, 428.
y los judíos, 485. y la religión, 464, 470, 471.
chistes sobre, 127, 350, 351, 352, 353, año de trabajo agrícola de, 175, 288.
356, 357, 358. y la educación sexual, 297, 298, 307.
y la justicia, 132, 140, 141. en el ejército, 155.
Mein Kampf, de, 106, 381, 419, 453, y el teatro, 384, 395.
484. Hitlerianas, Juventudes, Cuerpo de Planea­
y la música, 428, 430, 431, 433. dores, 295.
y el partido Nazi, 68. Hofer, Cari, pintor, 447, 455.
en la Reunión de Nuremberg, 87. Hoffmann, Heinrich, fotógrafo de Hitler y
y la prensa, 419. experto en arte, 77, 448.
ÍNDICE ALFABÉTICO 547

Hoffmannsthal, Hugo von, dramaturgo, 382, y los judíos, 461, 462, 466, 475.
436. en pueblos de las montañas, 45, 471,
hogueras rituales, 58. los nazis y la, 459, 461, 474.
de libros prohibidos, 378. prensa de, 415, 422, 464.
de pinturas, 449. religiosas enfermeras, 238.
Holanda: escuelas de, 308.
actitud alemana hacia, 41. y la República de Weimar, 45Θ.
bajo el nazismo, 160. organizaciones juveniles de la, 293, 471.
Holz, vice-Gauleiter, y la propiedad de los concordato, 461.
judíos, 115. iglesias:
Hommel, Prof., retratista, 76. y el nazismo, 459', 461, 462.
Homolka, Oscar, actor, 399. prohibición de la retransmisión radio­
homosexualidad, los nazis y la, 406. fónica de servicios religiosos, 427.
acusaciones de, 136, 465. privación de papel a las editoriales de
en el cine, 405, 406. las, 380.
en la literatura, 368. Iglesia, campaña de separación de la, 466,
Honneger, Arthur, compositor, 438. 474.
horas de trabajo, 176, 208, 209, 216, 217. Iglesia Confesional, 462, 463, 470, 471, 474,
de los niños y jóvenes, 285. 475.
de la mujer en la agricultura, 176. y los judíos, 475.
de la mujer en la industria, 208. Iglesias Protestantes, 458, 459, 460.
Horst Wessel, 295, 299, 369, 386, 401, 402, y los judíos, 458, 462, 475.
428, 439, 464. organizaciones juveniles de, 293, 471,
cantata, 439. y el matrimonio, 265.
canción de, 295, 299, 369, 386, 423. y la mujer, 268, 277.
hospitales: el nazismo y, 471, 474.
para readaptación de mutilados, 242. y la República de Weimar, 277, 458,
carcelarios, 242. 459.
para enfermedades venéreas y tubercu­ imperativo categórico, 344.
losis, 242, 246. impuestos:
Hossenfelder, pastor, impulsor del intento de sobre la agricultura, 167, 177.
formar una Iglesia Nazi, 462. exención de, del Festival de Bayreuth
Hoven, doctor, en Buchenwald, 119. facilitados por la contabilidad obli­
Hubert, Kurt, profesor, de la oposición aca­ gatoria, 186.
démica, 331. en la industria, 195,
huelgas, 215, 216. sobre los salarios, 204.
huevos, consumo y racionamiento de, 222, incurables, muerte de, 41, 237, 332, 473.
223, 225. indultos, para delitos leves, 135, 290.
Hugenberg, Alfred, dirigente de la produc­ industria, 186, 191, 192, 193, 195, 199»
tora cinematográfica UFA y magnate de 200, 202, 216, 217.
la prensa, 19, 21, 31, 397, 412, 414.
beneficiaria del nazismo, 67, 195.
humor, 350, 351, 352, 353, 354, 355, 356,
concentración de la propiedad en la,
357, 358, 359, 417.
192.
en la radio, 425.
Hungría, trabajadores agrícolas de, 175. financia a las fuerzas antimarxistas f
Hylton, Jack, y su orquesta, en Berlín, 442. posteriormente a las nazis, 16.
bajo la República de Weimar, 13.
ver también capital, fábricas,
Iglesia Católica, 104, 457, 459, 460, 461, industria química, 193, 194, 271.
464, 465, 466, 470, 471, 472, 473, 474, industriales, obreros, 13, 14, 38, 203, 204,
475. 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212,
548 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

213, 214, 215, 216, 217, 218, 235, 247. 458, 460, 475, 476, 477, 478, 479, 480,
249, 329. 481, 482, 483, 484, 485, 486, 487, 488,
chistes sobre, 355, 356. 489.
formación profesional, 285, 286. en la medicina, 478, 479.
baja representación en el partido Nazi, en el teatro, 383, 391, 392.
201, 269. en la abogacía, 478, 479.
mujeres como, 176, 267, 268, 270, 271, en la música, 430.
273. las iglesias y, 458, 459, 460, 475.
industrialización, 13, 186. y los grandes almacenes, 56, 189, 1Θ0,
inflación, después de la primera Guerra 477, 479.
Mundial, 12, 16, 167. denuncias de personas relacionadas con
intelectuales, 334, 364. los, 124, 125, 126.
y Hitler, 100. descripciones de, como “portadores del
actitud nazi hacia los, 329, 334, 364. terror bolchevique”, 164.
interés, tasa de, 229. y como “encarnación del capitalismo”,
en las hipotecas, limitada por los nazis, 56.
167, 169, 177. divorcio de las esposas arias de los,
bajo la República de Weimar, 13, 167. 261.
Interior, Ministerio del, 143, 144, 146, 148, extorsión de propiedades de los, 115,
473. 190, 191.
Italia: en la clandestinidad, 487.
trabajadores agrícolas de, 175. casas de, 117,
actitud alemana hacia, 42. jesuitas y, 461.
chistes acerca de sí mismos, 358, 359.
la prensa y, 415, 418, 423.
Jannings, Emil, actor, 382, 398, 399. castigos por amistad con, 125, 258, 483.
Janssen, Herbert, cantante, 434. separación del cuerpo de funcionarios
Jaspers, Karl, profesor, miembro de la opo­ y de la actividad económica, 148,
sición académica, 339. 479.
“jazz alemán”, 41. en las universidades, 325, 327, 478, 479.
Jessen, Jens Peter, profesor, miembro de la la Wehrmacht y, 41, 162, 164.
oposición académica, 331. ver también antisemitismo, pogrom de
Jessner, Leopold, productor teatral, 125, 382. la Noche de Cristal, “Solución Fi­
jesuitas, 461. nal”.
Jochum, Georg Ludwig, hijo, músico, 434. Juegos Olímpicos (Berlín, 1936), 282, 438.
Johst, Hans, poeta oficial del nazismo, 258, estadio de los, 86, 452.
345, 360, 379, 382, 389. Jung, C. G., psicólogo, 328, 416.
Joos, Jakob Christian, profesor, que pasó de Jiinger, Ernst, escritor, 160, 366, 367, 375.
la universidad a la industria, 329. Jünger, Friedrich Geórg, poeta, 88, 375.
Jordan, Pasqual, físico, 327. Jungmiidel, sección infantil de la Unión de
Jordan, Rudolf, Gauleiter de Magdeburg, Unión de Jóvenes Alemanas, 295, 296.
120. Jungvolk (Pimpfs), sección infantil de las
Jud Siiss (Oppenheimer de Württemberg), Juventudes de Hitler, 294, 295, 298, 299,
film sobre, 391, 399, 400, 402, 403, 406, 316.
476. Junkers, 17, 18, 166, 167, 169, 170, 171,
judicial, poder: 182, 317, 318.
bajo el Kaiser, 131. el nazismo y, 317, 318.
bajo el nazismo, 132, 133, 140. apoyo fiscal para las propiedades de
Judíos, 24, 25, 56, 115, 116, 117, 119, 126, los, en la Wehrmacht, 153, 318.
303, 325, 326, 327, 328, 349, 358, 359, justicia:
360, 383, 391, 392, 399, 415, 418, 430, en el ejército, 139.
ín d ic e a l f a b é t ic o 5®

en manos de los antidemócratas bajo Klemperer, Otto, músico, 42-9.


la República de Weimar, 11. Klemperer, Viktor, profesor reclutado para
del nazismo, 132, 133, 140. trabajo esclavo, 487.
mujeres y, 139. sobre la deformación nazi del lenguaje»
Justicia, Ministerio de, bajo el nazismo, 132, 344.
133, 138, 139, .146, 148, 265. Klenau, Paul von, compositor, 435.
‘‘juvenil, arresto”, 290. Klepper, Jochen, escritor, 376.
Juventud, Albergues de, 239, 288, 296, 297. Klimsch, Fritz, pintor nazi, 449, 454.
juventud, bajo el nazismo, 256, 284, 285, Klinge, Max, pintor, 421.
289, 291, 293, 294, 299, 300, 301, 308, Kloeckner-Humboldt-Deutz, fábrica “auto-
471. inspectores” y “autocalculadores”, 193,
Festival Olímpico de la (1936), 385. 215.
Juventud, Ceremonia de Consagración de la, Kluge, Hans Giinther, mariscal von, 106,
470. 157.
Juventud Confederada (Bündische Jugend), Knittel, John, escritor, 76.
155, 293. Koch, Erich, Gauleiter de la Prusia Oriental,
Juventud, Movimiento de la: 73, 74, 108, 113, 170,
anterior a 1914 (Jugendbewegung) 19, Koch, Ilse, 118,
293, 348. Koch, Karl, comandante de Buchenwald,
anterior a 1933 (Bündische Jugend), 118, 119, 120.
279, 293. Kohl, autor de narraciones de guerra, 380.
Kohlrausch, Eduard, profesor de la oposición
académica, 331.
Kaas, Ludwig, Monseñor, dirigente católico, Kokoschka, Oskar, pintor, 443, 447, 448,
461. 455.
Kahle, Paul, profesor, orientalista, 332. Kolbe, Georg, pintor, 454.
Kaiser, Georg, dramaturgo, 360, 362, 382. Kolbenheyer, Guido, escritor nazi, 360, 361,
Kandinsky, Wassily, pintor, 443, 448. 362, 386,
Kant, Immanuel, 488. Kollwith, Kaithe, pintora, 455, 456.
Karpenstein, Wilhelm, Gauleiter de Pome­ Konfliktslosigkeit, tendencia alemana a la,
rania, 170. 10, 32.
Kástner, Erich, escritor, 374, 411. Korner, presidente de la Cámara del Teatro
KSjutner, Helmut, productor de cine, 411. del Reich, 125.
Keitel, Wilhelm, mariscal, ministro de la Kortner, Fritz, actor, 382, 383.
Guerra, 152. Kraus, Karl, autor de una sátira pacifista
Kellermann, Bernhard, novelista, 360, 401. durante la primera Guerra, 343.
Kerr, Alfred, crítico teatral, 413. Krauss, Clemens, músico, 426, 430, 437.
Kerri, Hans, ministro de Asuntos Eclesiás­ Kraus, Werner, actor, 382, 390, 391, 393,
ticos, 77, 463. 398, 399.
Kestenberg, Leo, músico, 429, 432. Kreis, Wilhelm, arquitecto nazi, 453.
Killinger, Manfred von, 72. Krenek, Ernst, compositor, 269, 429.
Kipnis, Alexander, cantante judío, 434. Krieck, Ernst, profesor, nazi, 325, 331, 336.
Kircher, Rudolf, director del Frankfurter Kruger, profesor, nazi, 333.
Zeitung, 420, 447. ICrupp, 193, 194, 195, 19Θ.
Kirchner, E. L., pintor, 443, 447, 448, 455. Krupp von Bohlen, Alfred, 75, 191, 195,
Kirdorf, Emil, Geheimrat, magnate pro nazi 196, 200, 232.
del carbón, 62, 193. Kube, Wilhelm, Gauleiter de Westmarck,
Kiss, Edmund, dramaturgo, 464. gobernador de la Rusia blanca, 109, 170,
Klee, Paul, pintor, 443, 455. 394.
Kleiber, Erich, músico, 429, 437. Kiichler, Georg, general von, 164.
Kleist, Ewald, mariscal von, 153. Kümmich, Max, productor de cine, 405.
550 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Kunecke, Eduard, compositor, 425. de la liturgia protestante, 462.


Kunkel, H., novelista, 371. estudios universitarios de, 326, 330.
lenguaje, normas de, para los periodistas,
417, 419.
laborables, delegados (representantes regio­ lenguas africanas, moda de las, 43.
nales del Ministerio del Trabajo): Lessing, Theodor, sobre Hindenburg, 12.
comisarios del trabajo, 206, 207, 209 η., Ley, Robert, dirigente del Frente del Tra­
21 -1, 2 1 2 . bajo, 36, 38, 60, 62, 70, 74, 78, 79, 91,
Laborales, Tribunales, 87, 134, 210, 211, 100, 106, 107, 159, 210, 212, 213, 216,
. 260. 235, 316, 317, 329, 351, 353, 379, 465.
Lagarde, Paul de, filósofo volkische, 19, 27, define el socialismo, 78.
457, 477. delegado de la vivienda, 235.
Lammers, doctor Hans, presidente de la y la industria, 210, 212, 213.
Cancillería del Reich, 106, 122, 278. chistes sobre, 353.
Lang, Fritz, director de cine, 3991. actitud pública hacia, 38.
Langbehn, Julius, 19, 457, 477. frases de, 216, 317, 329.
Lasch, doctor gobernador de Radom, 120. segunda esposa de, 74, 77.
Lauterbacher, Hartmann, Gauleiter de Han­ fortuna de, 106.
nover, 70, leyes, estudios de, bajo el nazismo, 337.
Le Corbusier, Charles, 444. liberales:
Le Fort, Gertrud, escritora, 376. periódicos de los, 413, 415, 423.
Leander, Zara, actriz, 399, 403, 405. purgados de la Administración (1933),
Lebensborn, institución para madres solte­
145.
ras, 262, 263, 298.
y de las universidades, 328.
Lebensraum, 250.
Leber, Julius, socialdemócrata, en el Com­ libertad:
plot de los Oficiales, 50. los nazis admiten la destrucción de (en
leche, consumo y racionamiento, 222, 223, el sentido occidental), 130.
225. invocaciones nazis a la, 34, 35.
Leeb, Wilhelm, mariscal von, 154. Liebermann, Max, pintor, 455.
Léger, Fernand, pintor, 443. Liga de las Naciones, 32.
legislación retrospectiva, 136. Ligas de Combate de la Cultura Alemana,
Lehar, Franz, compositor, 425, 430. 444, 445.
Lehman, Lotte, cantante, 429. lignito:
Lehmbriick, Wilhelm, escultor, 447. obtención a partir del petróleo, 195.
Leider, Frieda, cantante, 434. bajo la República de Weimar, 12, 18 n.
Leipold, Karl, pintor nazi, 449. Lincke, Paul, compositor, 425.
Lemke, director de un hospital de Estras­ Linz, elegida por Hitler para guardar sus
burgo, 111, 112. restos, 433.
Lenard, Philipp, profesor, premio Nobel, List, cantante judío, 434.
nazi, 325, 329, 331. literaria, crítica, 366, 372, 377, 419.
lenguaje, 343, 344, 347, 417.
fórmula nazi para la, 377.
Bauern y Landwirte, 172.
literatura, 326, 330, 360, 361, 366, 367,
Damen y Frauen, 64, 264, 265.
en la descristianización, 468. 368, 369, 370, 372, 373, 374, 376, 377,
Du y Sie, 316. 378, 379, 380, 381,
y la familia, 252. para lectura en las escuelas, 306.
germanización de las palabras extranje­ Loerke, Oskar, poeta, 376, 422.
ras, 306, 330, 348. Lohner, Beda, libretista, 430.
deformación nazi del, 330, 343, 344, Lorena, mineral de hierro de, 194.
347. Lorre, Peter, actor, 399.
ÍNDICE ALFABÉTICO 551

Lublin, campo de concentración de, 118, rituales neopaganos del, 467, 468.
119. participaciones neopaganas de, 468.
Ludendorff, Erich, general, 152. índice de, 250, 251, 260, 261.
Luders, Maria, demócrata, 268. matrimoniales, oficinas, 253.
Ludwig, Emil, escritor, 362. Mauthausen, campo de concentración de,
Lutero, Martín, 457, 460, 488. 358.
Lutze, Viktor, jefe de las SA, 72, 77, 115. May, Karl, autor de epopeyas de pieles
Luxemburg, Rosa, dirigente socialista, 11, rojas, 380.
267. Mayo, Primero de, 62, 84, 86.
Mfccklenburgh, duque de, en el partido
Nazi, 72.
Macke, August, pintor, 443. medallas, 90.
Mackensen, August von, mariscal, 77, 105. a la maternidad, 252.
Madre, Día de la, 252. médicos, 236, 237, 247, 248.
Madre e Hijo, organización, 253, 256, 278. condenados por aborto, 255.
Magdeburg, ciudad industrial, crecimiento experimentos en campos de concentra­
de, 233. ción, 237, 248, 332.
Mahler, Gustav, compositor, 432. escasez durante la guerra, 236, 237.
Makart, Hans, pintor admirado por Goering, médicos judíos, 237.
453. mujeres médicos, 236, 268, 276.
Mann, Heinrich, novelista, 360, 362, 364. Médicos, Asociación Nazi de, 225, 355.
Mann, Thomas, escritor, 332, 360, 364, 374, Mein Kampf, 342, 381, 419, 453, 466, 484.
417, 420. estilo literario de, 381.
el Dr. Fustus de, 420. entregado a los recién casados a, 106.
destituido de su doctorando honorario cargó de los ayuntamientos, 106.
de Bonn, 332, 360. Meinecke, Friedrich, historiador, 330.
Mannesmann, gran empresa, 112, 190, 193, Meissner, Otto, doctor, 106.
194. Memel, anexión de, 108.
mano de obra extranjera: Mendelsohn, Erich, arquitecto, 444, 455,
en la agricultura, 175, 180, 181, 182. mentales, enfermos, muerte de los, 41, 237,
en la industria, 182, 197, 198, 199, 332, 473.
205, 216, 235, 237. mercado negro, 46, 179, 197, 207, 224, 225,
Manstein, mariscal von, 153, 163, 164. 230, 231, 410.
mantequilla y margarina, consumo y racio­ de rumores, 486.
namiento de, 221, 222, 228. metal, industrias del, 193, 271.
Marahrens, August, obispo de Hannover, Miegel, Agnes, escritora nazi, 99, 360, 361.
463. Mierendorff, Cario, socialdemócrata, en el
Marc, Franz, pintor, 443, 448, 453. Complot de los Oficiales, 50.
Marcks, Gerhard, escultor, 416, 446. Milhaud, Darius, compositor, 432.
Marian, Ferdinand, actor, 114 n. militar, ideal, en Alemania, razones del, 30.
Massary, Fritzi, actriz, 382, 383. militar, servicio:
Maternidad, culto a la, 252, 282. exenciones del, 114.
matrimonio: descenso en el porcentaje de hombres
edad del, 256, 259, 278. aptos, 244.
obligatorio para los funcionarios, 143, universal, prohibido por el Tratado de
144. Versalles, 150.
de los profesores de enseñanza secun­ ver también reclutamiento.
daria, 311. Militar, Soberanía, Día de la Restauración
préstamos para, 251, 254, 271, de la, 85, 468.
exámenes médicos de adecuación para, mineros:
238. horario de trabajo de los, 204, 20S,
HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

productividad de los, 204, 205. exceso de, 267.


raciones de los, 205, 220, 221. en la universidad, 236, 268, 276, 277,
Mirabeau, conde de, sobre Prusia, 150. 304, 340.
“mirada alemana”, para asegurarse de la au­ salarios de, 172, 176, 205, 206, 272.
sencia de espías, 121, 357. bajo la República de Weimar, 14, 267,
Mitheiss, profesor de la oposición académi­ 268, 275, 283.
ca de Munich, 339. Mujeres, Unión Nazi de, 171, 226, 257, 274,
Moda, Instituto Alemán de la, 280. 275, 278, 282, 283.
Mohaupt, Richard, compositor, 433. publicación mensual de, 276, 298.
Moholy-Nagy, Laszlo, en la Bauhaus, 443, Müller, Erich “Cañón”, diseñador de caño­
455. nes en la Krupp, 19® n,
Moissi, Alexander, actor, 382, 383. Müller, “Obispo Nacional”, 462, 463.
Molders, Werner, aviador católico, 473. Müller, Otto, pintor, 443, 447, 448.
Molo, Walter von, escritor, 374. Munch, Evard, pintor noruego, 453.
monasterios, ataques nazis a los, 465. Münchhausen, Borries, von, poeta, 360, 361,
monumentos a los caídos (Totenburgen), 364, 365.
453. Munich:
moralidad en las relaciones internacionales, bombardeo de, 65.
actitud alemana hacia la, 32, 280. cuarteles de NSDAP en, 65.
ver también sexual, moralidad. Hitler, protector de las artes en, 433.
Morgen, doctor Konrad, encargado de una universidad de, temporalmente cerrada
investigación de la corrupción en las SS, en 1930, 23 n.
118, 119. Munich putch de (1923), 11, 391.
Morgenthau, Henry, 488. aniversario de, 84, 85, 87.
mortalidad, índices de, 241, 244, 245, 246. novela, 391.
mortalidad infantil, índice de, 241, 255, 288. música, 428, 429, 430, 431, 432, 437, 438,
Movimiento Alemán de la Fe (anticristia­ 439, 440, 441.
no), 84, 144, 466, 467, 469, 470. en la radio, 424, 425, 426.
Mozart, Wolfgang Amadeus, 37β, 429, 430, en la República de Weimar, 20, 429.
431. mujeres en, 267.
muchachas, año de trabajo de, 271, 288. Música, Cámara Nacional de, 429, 438, 439,
muerte: 440, 441.
esquelas, 468, 469. Mussolini, Benito, derrocamiento de, 157.
en familia, 82, 243. Müthel, Lothar, productor teatral, 391.
en los films, 400, 401, 402, 403, 404, Mutschmann, Martin, Gauleiter, Goeebbels
409, 410. y, 60.
las Jueventudes de Hitler y la, 300. Muralla Occidental, construcción de la
Miihsam, Erich, escritor, 376. (1938), 90, 208, 216.
Muhr, Alfred, crítico teatral, 394.
mujeres, 250, 267, 268, 269, 270, 271, 272,
273, 274, 275, 276, 277, 27®, 279, 280, nacimientos: 248, 250, 251, 253, 255, 261,
281, 282, 283. 262, 478.
en la agricultura, 176, 205, 271. ilegítimos, 262, 263, 264, 265, 278.
alcoholismo entre, 244. de judíos, 478.
denuncias por parte de, 126, 127, 128. participaciones de, 469.
en la profesión médica, 236, 276. natalidad, índice de, 38, 248, 249, 250, 251,
y Hitler, 269, 275, 283. 255, 260, 261, 266, 282, 478.
como fuerza laboral, .176, 205, 258, Navidad, sustitución neopagana de, 85, 467,
267, 270, 271, 272, 273, 274. 468·.
viudas políticas, 257. Nay, Ernst Wilhelm, pintor, 456.
la ley de polución racial y, 94. Nazi, Partido, 16, 26, 27, 28, 30, 33, 36, 40,
ÍNDICE ALFABÉTICO 553

41, 55, 57, 59, 60, 61, 68, 69, 71, 77, 79, Nuremberg, Leyes de (sobre los judíos), 468,
80, 81, B9, 110, 119, 123, 142, 143, 145, 475.
152, 166, 238, 250, 252, 269, 279, 304, Nuremberg, Reunión Anual del Partido en,
305, 313, 314, 318, 319, 320, 321, 328, 77, 84, 86, 103, 385, 428.
32’9, 332, 356, 392, 393, 431, 461. documental sobre la, 282, 401.
reunión anual del, ver Nuremberg, música en, 428.
Reunión Anual del partido Nazi, 77, jóvenes en, 297.
84, 86, 103, 385. obras públicas, programa de, bajo el nazis­
y el mercado negro, 231. mo, 202.
y la corrupción, 103, 119.
departamento de asuntos exteriores del,
61, 146. obrera, clase, 201, 202, 203, 204, 207, 208,
días festivos del, 86. 209, 211, 212, 213, 214, 215, 216, 217,
apoyo de la industria al, 16, 113, 192. 218, 234, 235, 247, 395.
ascensos en el, 68, aburguesamiento, 21θ, 395.
persecuciones por críticas al, 135. en la universidad, 321, 325, 341.
ritual del, 87, 95. en el parlamento de Weimar, 201, 325.
votos para el, ver elecciones, 68. ver también obreros industriales, 13, 14,
exclusión de las mujeres de los puestos 203.
directivos del, 68, 72, 74, 77, 269, obreros de cuello blanco, 13, 14, 19, 43,
275, 279, 282. 211, 212, 213, 269.
neologismos nazis, 295, 346. aumento del número de, 189.
Neumann, Theresa, de Konnersreuth, 4θ. fuerte representación en el partido Nazi
Neurath, Konstantin von, ministro de Asun­ bajo la República de Weimar, 13, 14,
tos Exteriores, 76, 107, 146. 211.
Niemoller, Martin, pastor, 475. ocupados, países, 228.
Nietsche, Friedrich, sobre las leyes penales, mercado negro en, 114, 1Θ2.
19, 134. Krupp adquiere propiedades en, 196.
niños: mano de obra de (ver también escla­
separación de, de familias políticamen­ vitud, trabajo en régimen de), 47,
te disidentes, 259. 175, 197, 198, 199.
año de servicio agrícola de, 319, 320. traslado de los funcionarios nazis más·
salud dental de, 239, 246. corrompidos a los, 118.
imposición de nombres, 468. saqueo de galerías de arte y museos de,
al abandonar la escuela, 285.
envíos a Alemania de productos de los,
en el trabajo, 285, 286.
41, 221, 223, 228, 283.
evacuación durante la guerra, 44, 45,
traslado de alemanes a trabajar en los,
319, 470.
43.
“Noche de Cristal”, pogrom de la (1938),
33, 40, 44, 94, 98, 110, 115, 116, 118, Oertzen, escritor, 375.
190, 327, 331, 475, 481, 482, 485. oficina de colocación, 216.
actitud popular ante, 475, 481, 482. oficios:
estudiantes en el, 327. aprendizaje para, 177, 185, 286, 287,
juicios a raíz de, 133. 292.
Nolde, Emil, pintor, 443, 446, 447, 448, 456. exámenes obligatorios para, 184, 185.
noruegos, actitud alemana hacia los, 42'. durante la guerra, 196, 197.
novelas, 360, 361, 363, 365, 369, 370, 371, subordinación a los intereses de la in­
372, 373, 374, 378. dustria, 185, 286.
Nuremberg: Ohlendorf, Otto, jefe del Servicio de Inteli­
film rodado en, 82. gencia de las SS, conferencias a industria­
Juicios por crímenes de Guerra en, 195. les, 191.
554 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Oldenburg-Janoschau, von, eminencia gris nazis, lectura obligatoria para los fun­
de los Junkers, 25 η. cionarios, 144, 415.
Ondra, Anny, actriz, 76. acciones de los dirigentes nazis en, 419,
Oncken, Hermann, historiador, 330, 375, bajo la República de Weimar, 412.
423. ver también cada periódico,
opinión pública, favorable al nazismo, 34. pescado, consumo de, 221, 225, 230.
Oranienburg, campo de concentración de, Pfitzner, Hans, compositor, 429, 430, 437.
485. Piscator, Erwin, director teatral, 20, 21,
Ordensburgen, centros de formación de la 382.
élite nazi, 60, 61, 263, 317, 318, 321, 456. Plan Cuatrienal (1936) para la movilización
arquitectura de los, 317, 452. industrial de guerra, 192, 194, 195, 273.
Orff, Cari, compositor, colaborador del ré­ secretaría del, 194, 195, 273.
gimen, 430, 433, 435, 436, 438. plebiscitos, 38.
Ossietzky, Cari von, premio Nobel de la Pleiger, Paul, director de las Industrias
Paz, 130, 376. Hermann Goering, 194, 200.
Pabst, G. B., director de cine, 399. población:
pacifismo, 458, 487 n. estructura de edad de la, 256.
pago del Estado a las empresas con que sus­ sector agrícola de la, 13, 174, 175.
cribía contratos, 199. movimiento de la, del campo a las ciu­
Pallenberg, Max, actor, 382, 383. dades, 13, 174, 175.
pan, consumo y calidad del, 220, 221, 224, pogroms, en Renania en tiempos de las Cru­
242. zadas, 22, 476.
Pankok, Otto, pintor, 456. ver también pogrom de la “Noche de
pantalones, mujeres en, 280, 281. Cristal”, 33.
Papen, Franz von, canciller, 25. polacos:
parlamento, ver Reichstag, 16. como mano de obra industrial y agríco­
Partido Democrático, 23, 131, 201. la, 205.
Partido Nacional del Pueblo Alemán actitud alemana hacia los, 42.
(DNVP), 268, 331, 460. poligamia, propuestas de, 266.
partidos políticos no marxistes y el régi­ Polonia, partición de, la Iglesia Católica
men nazi, 28. ante la, 473.
Partido Popular Alemán (DVP), 16, 201, Pommer, Erich, director de cine, 399'.
460. Popitz, Johannes, ministro de Finanzas de
Partido Social Demócrata, 9. Prusia y el Complot de los Oficiales, 44,
y los judíos, 478. 198, 331.
declarado ilegal, 34. Porsche, Ferdinand, diseñador de automó­
miembros del, en el Complot de los viles, 39.
Oficiales, 50.
porteros, como responsables de bloque del
periódicos del, 415.
partido Nazi, 80.
purga de miembros del, del cuerpo de
precios:
funcionarios, 145.
y las universidades, 326. de productos agrícolas e industriales,
bajo la República de Weimar, 10, 25, 17.
131. relación entre (“tijera de los precios”),
patatas, consumo y racionamiento de, 224. 17.
Pechstein, Max, pintor, 443, 447. de los productos de granja, fijados por
Peiner, Wemer, pintor nazi, 454. la Corporación de Productores de
peones agrícolas, bajo el nazismo, 172, 173. Alimentos, 17.
periódicos, 412, 413, 415, 416, 417, 418, venta al por menor, estrictamente re­
422. gulada y vigilada por la policía, 227.
extranjeros, acceso a los, 420. Prestel, Josef, escritor nazi, 373.
ÍNDICE ALFABÉTICO 555

Preuss, Hugo, arquitecto de la constitución reclutamiento de las, para trabajar en


de Weimar, 11. las fábricas, 291.
Preysing, Konrad, conde, obispo católico de psicoanálisis, 24, 326, 382, 416.
Berlín, 465. Pueblo, Bienestar del (NSV), 36, 41, 111,
Prien, Giinther, héroe de la marina, 89. 144, 149, 185, 226, 23«, 291.
primogeniture, derecho de, imposición del, como servicio sanitario auxiliar, 238.
por los nazis, 171, 176. suscripciones obligatorias para el, 204.
prisioneros de guerra: consejos de cocina del, 226.
en los talleres artesanos, 197. fondos del, 111.
franceses, 139, 181. mujeres en el, 278, 282.
polacos, 139, 181, 182. y los jóvenes, 291.
rusos, 163, 164. Pueblo, Partido del, representante de los
en régimen de esclavitud, 175. intereses de la industria, 16, 23, 331.
jProcksch, Otto, rector de la universidad de purgas:
Griefswald, 22, 458. en el cuerpo de funcionarios, 143, 479.
productividad: en el cuerpo judicial, 132.
horas de trabajo y, 204, 207. entre los altos oficiales de la Wehr­
aumentos de la, premiados con eleva­ macht, 157.
ciones salariales, 47. en la Academia Prusiana d e Poesía,
industrial (1933-1938), 47. 360, 364.
Profesional, Competición Anual de Destre­ en las universidades, 326, 332, 333.
za, 62, 286. de obras de arte, 444, 445, 446, 447.
¡profesionales:
y la SA: 29.
campos de formación, 292. queso:
mujeres, 268, 270, 276, 277, 278. consumo y racionamiento de, £23, 228.
profesores: 303, 304, 305, 308, 309, 310, raciones económicas de, para consumi­
311, 312, 313, 314, 321, 325, 327, 328, dores pobres, 228.
331, 335, 336, 478.
denuncias contra, 304.
como cuadros de las Juventudes, 308'. Racial, Delegación de Política, del partido
y los nazis, 305, 321. Nazi, 254.
fuerte representación en el partido “racial, polución”, 94, 138, 139, 181, 254,
Nazi, 305. 260, 405.
número de alumnos por, 309, 312, 328. raciones durante la guerra, 41, 44, 221,
escasez de y disminución de requisitos 222, 223, 28, 229, 230, 231, 252, 355.
para la consecución del título, 304, de mujeres arias casadas con judíos,
312, 313, 314. 483.
¿Profesores, Asociación nazi de (NS Dozen- de la población civil, 222, 223, 228,
tenbund), 276, 305, 310, 311, 315, 321, 229, 230, 252.
335, 336. denuncias referentes a, 128.
Profesores, Asociación Nazi de, 276, 305, de obreros que realizaban trabajos pe­
310, 311, 315, 321, 335, 336. sados, 205, 220, 221, 230.
profesores de enseñanza media en, 311. de los evacuados, 44.
y la formación religiosa, 470. de la Wehrmacht, 221.
¡Propaganda, Ministerio de, 146, 380, 403, radio, 423, 424, 425, 426, 427.
409, 417, 420. audición colectiva de actos nazis, 89,
propagandistas del partido Nazi, 71. 424.
propiedad, pequeña, 168, 172, 176. Hitler en la, 424, 427.
planes para la extensión de la, 169. oyentes de la, extranjera, 48, 127, 128,
prostitutas, 241. 424.
556 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

única fuente de música desde agosto de discurso de Hitler en el, 38, 50, 132^
1944, 441. 414.
comunicados de victoria por la, 428. Reichwein, Adolf, socialdemócrata, en el
aparatos de, 62, ,168, 218, 395, 423. Complot de los Oficiales, 50.
prohibidos a los judíos, 486. Reichswehr (limitada a 100.00 hombres du­
propiedad de, 423. rante la República), 30, 151, 152, 153,.
Receptor Popular, 299, 395, 423. 154, 155.
Radio, emisora nacional de (Deutschland- absorción de la, por el estado nazi, 30,.
sender), 46, 49, 426, 441. Negra Secreta bajo la República de-
ver también radio, Weimar, 150.
radio, responsables de, 424, origen social de los oficiales de la, 153,.
154.
Raeder, Erich, almirante, y el mercado ne­
Reinhardt, Max, director teatral, 21, 125r
gro, 115.
382.
Rathenau, Walter, ministro de Asuntos Ex­
Reitsch, Hannah, aviadora, 282.
teriores, asesinato de, 11, 349, 369.
religión:
Rave, doctor, presidente de la Cámara de
en el campo, 309.
música del Reich, 439, 440.
en la escuela, 307, 308, 314, 464, 465,.
"raza”, en las novelas, 366, 373.
religiosas, conventos de, ataque nazis a las,.
Reck-Malleczewen, Friedrich von, escritor,
465.
376.
Remarque, Erich María, escritor, 22, 362,.
reclutamiento:
Remnitz, Herr von, desposeído por Ribben-
femenino (1943), 253, 272, 273.
trop, 107.
industrial, 208, 216.
rendición de cuentas, Corporación de Pro­
militar, reintroducción del (1935), 151,
ductores de Alimentos y frente del Tra­
337, 407.
bajo no obligados a, 106.
recreativas, actividades, 229'.
Reper, Wilhelm, portador de los regalos dé­
en el campo, 169, 395.
los industriales a Goering, 110.
para los obreros de la Muralla Occiden­
restaurantes, durante la guerra, 120, 229.
tal, 210 n.
retiro, edad del, en el cuerpo de funciona­
para la Wehrmacht, 156, 162, 395.
rios, 147.
reformatorios, para jóvenes, 290, 291, 292.
Reusch, Josef, vicepresidente de la Unión-
refugios antiaéreos, hábitos en, 52, 53.
Exteriores, 61, 92, 146, 351, 417.
regional, espíritu:
revanchismo (después de la primera Guerra.
en la novela, 370, 371, 372.
Mundial), 42.
resurgimiento del, después de la Pri­
Reznicek, Emil, compositor, 425.
mera Guerra Mundial, 66. Rhoden, escritor, 375.
rearme, 169.
Ribbentrop, Joachim, ministro de Asuntos-
favorable para la industria pesada, 183. Exteriores, 61, 92, 146, 351, 417.
Plan Cuatrienal, 186.
obtiene un castillo, 107.
mano de obra para, 174, 175.
Riefenstahl, Leni, actriz y directora de cine,
Rehberg, Hans, dramaturgo, 21, 393.
282, 399, 401, 410.
Reichenau, Walter, mariscal von, 153, 164, Rinser, Luise, escritora, 422.
462. Ritter, Gerhard, historiador, 327, 330.
Reichsbanner, Asociación Socialdemócrata Ritter, Karl, director de cine, 407, 408.
de Excombatientes, 150. ritual:
Reichstag; en el aprendizaje del trabajo agrícola,.
disolución del, por los nazis, bajo el 175.
Kaísei-, 12. en el Movimiento Alemán de la Fe,
bajo la República de Weimar, 12, 15, 467.
16, 18, 20, 268. en la industria, 90, 213.
ÍNDICE ALFABÉTICO 557

en el partido Nazi, 84, 85. sacrificio, idea nazi de la nobleza del, 35.
en los gremios, 188. sadismo, en el ritual nazi, 93, 94.
®oehm, Ernst, jefe de la SA, asesinato de, salarios:
352, 354. agrícolas e industriales, 167, 170, 172,
Roehm, purga de (masacre de los dirigentes 173, 174, 180, 203, 204, 206, 207,
de la SA que intentaron hacerse con el 209, 212, 213, 214, 216, 217, 234,
control del ejército), 37, 56, 72, 83, 136, 355, 424.
337, 416. retribuciones extraordinarias, 206.
Rogge-Berne, Sophie, feminista nazi, 276. mantenidos al nivel de la depresión
Ilohe, Mies van der, arquitecto, 444, 455. hasta 1940, en la administración y
Rohland, Walter, “Dr. Panzer”, de la Ve- algunas empresas, 143.
reinigte Stahlwerke, 198, 200. en especies, para los trabajadores agrí­
Rohlfs, Christian, pintor, 446, 448. colas, 172, 174.
Rommel, general, 153. a destajo, 205, 209, 212.
Rosa Blanca, conspiración de la, 331. bajo la República de Weimar, 14, 18.
Rosenberg, Alfred, ideólogo nazi, 134, 330, femeninos, 172, 176, 205, 272.
331, 379, 413, 435, 444, 445, 463, 464. Salomon, Ernst von, novelista, 369.
anticristiano, 463. “saludo alemán”, ver Heil Hitler,
y el arte, 444, 445. saludos:
sobre Goethe, 379. a las banderas de la SA y las SS, 88.
sobre las leyes penales, 134. a las portadoras de la medalla a la
Rosten, doctor Kurt, sobre la mujer, 270. maternidad, 252,
Rundstedt, Gerd, mariscal von, 153, 165. ver también Heil Hitler.
tusos: “sangre y tierra” :
la Iglesia Católica y los, 472. en la novela, 363, 370.
actitud alemana hacia los, 43, 472, 488. en la radio, 426.
ocupación de las provincias orientales en el teatro, 387, 388, 389, 396.
por los, 53. sanidad, 236, 238, 242, 246, 247, 248.
prisioneros de guerra, 163, 164, 488, y los obreros industriales, 242, 243, 247.
Bust, Bernhard, ministro de Educación, y los jóvenes, 247, 248, 288, 289.
Ciencia, etc,, 115, 314, 320, 328, 333. Sanidad, Delegación Nacional de, 238, 241.
y el mercado negro, 115. laboratorio de dietética de, 241,
chistes sobre, 134. saqueo:
después de los bombardeos, 48.
de propiedades judías, 115, 481.
ISA (Sturm Abteilung), 25, 26, 29, 30, 31, Sauckel, Fritz, Gauleiter de Turingia y De­
37, 38, 56, 60, 71, 72, 79, 81, -82, 83, 93, legado Nacional del Trabajo, 79, 120,
98, 150, 152, 158, 203, 237, 257, 337, 182, 198, 217, 272, 273, 394.
352, 384, 420, 441, 452, 455, 461, 462, utilizador de trabajo esclavo, 182, 198.
464, 481. y el teatro, 394.
asistencia a la iglesia, 461. Sauerbruch, doctor Ferdinand, cirujano, 243,
periódico de, 420.
328, 331.
oficiales de, en la Wehrmacht, 154.
Schant, Hjalmar, ministro de Economía (has­
sarcófagos de los “mártires” de, 452.
ver también Roehm, purga de. ta 1937) y presidente del Reichsbank
canción antijudía de, 464. (hasta 1939), 107, 192, 215.
aristócratas en, 152. Schafer, Wilhelm, escritor, 362.
Hitler consigue la absolución de miem­ Sohaumburg Lippe, príncipe, ayudante de
bros de la, 28. Hiüer, 60, 72, 73.
bandas de la, 29. Scheel, doctor, dirigente de la Unión de
■en el frente, ... Estudiantes, 340,
558 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Scheffer, Paul, director del Berliner Tage- y la administración de justicia, 81, 133,,
blatt, 415, 416. 134.
Schemm, Hans, ministro de Educación de sobre el antisemitismo austríaco, 481-
Baviera, presidente de la Asociación de chantajes del, 113,
Profesores Nazis, 78, 345. sobre la ausencia de hijos, 56, 253.
Scheuermann, Presidente de la Cámara Na­ sobre los internos en reformatorios, 292,,
cional de Cine, 125. 393.
Schiller, Friedrich, 21, 269, 327, 344, 378, y la retribución de los funcionarios,,
390, 391, 394, 401. 145.
dramas de, 344, 378, 386, 390, 391. sobre el baile, 432.
Schirach, Baldur von, Gauleiter de Viena, sobre el servicio doméstico, 272.
82, 158, 292, 308, 309, 316, 354, 391, sobre los films, 407.
418, 433, 452, 454, 464. sobre las infracciones del racionamiento,.
y la arquitectura, 452. 188, 223.
y el ejército, 157, 158. influencia creciente del, 422.
dirigente de las Juventudes de Hitler, sobre los intelectuales, 329.
292, 293, 308, 309. y los Junkers, 170, 171.
y la pintura, 454. crítica literaria del, 366.
esposa de, 117. esquelas mortuorias de miembros muer­
Schlemmer, Oskar, pintor, 443, 446, 455, tos en el curso del entrenamiento,.
456. 240.
Schlósser, Rainer, escritor nazi, 378, 379. sobre los ancianos, 247.
Schmedes, Maria von, cantante, 427. sobre la ciencia, 329.
Schmeling, Max, boxeador, 76. sobre la moral sexual, 260, 264.
Schmidt-Rottluff, Karl, pintor, 443, 447, sobre los estudiantes, 339.
448, 456. Schwede-Coburg, Franz, Gauleiter, 144,
Schnabel, Arthur, músico, 429. Schweitzer-Mjolnir, Hans, miembro del tri­
Schneider, Reinhold, escritor, 376. bunal de purga artística, 446, 447.
Schnitzler, Arthur, dramaturgo, 20, 382. Schwind, Moritz von, pintor admirado por
Schoenberg, Arnold, compositor, 429, 432. Hitler, 421, 453.
Scholl, Hans y Sophie, dirigentes de la opo­ SD (Sicherheitsdienst: servicio de seguri­
sición, 331. dad), 38, 124, 151, 230, 231, 298, 310,
Scholz, Wilhelm von, escritor, 364. 311, 329, 334, 347, 404, 406, 435, 440,,
Scholtz-Klink, Gertrud, dirigente de la 471.
Unión de Mujeres, 274, 283. informes del, sobre el Festival de Bay­
Schórner, Ferdinand, general, 153. reuth, 435.
Schreiber, Otto-Andreas, funcionario del sobre el mercado negro, 230.
partido Nazi, 445, 446. sobre el cine, 404, 406.
Schreker, compositor, 429. sobre los niveles de exigencia en la:.
Schulenburg, Fritz-Dietlof, conde von der, educación, 310, 311.
sobre los efectos de los discursos de los.
en el Complot de los Oficiales, 73.
dirigentes, 37, 38.
condesa, 73.
sobre las ceremonias de las Juventudes.
Schultze-Naumburg, Paul, arquitecto nazi, y la Pascua de Pentecostés, 471.
444, 445, sobre las sentencias incoherentes de los.
Schumann, Elizabeth, cantante, 429. tribunales, 140.
Schünzel, Reinhold, director de cine, 410. sobre el asesinato de judíos en Ucrania,.,
Schwarzes Korps (periódico de las SS), 64, 165.
69, 92, 94, 113, 173, 188, 240, 247, 253, sobre las universidades, 334.
254, 258, 260, 264, 265, 272, 281, 329, sobre la conducta de las jóvenes du­
339, 366, 392, 407, 422, 432, 481. rante la guerra, 298.
ÍNDICE ALFABÉTICO 559

fuerzas del, responsables del exterminio cuestión no real para la mayoría de los
de judíos, 165, 191. alemanes, 479, 484, 489.
Seeberg, Reinhold, rector de la universidad autoridades implicadas en, 485, 486.
de Berlín, 22, 458. SS encargadas de la, 117.
seguro social, 207, 208, 209, 237, 247. alto secreto, 484.
deducción del salario para el, 204. Soyfer, Jura, escritor, 376.
Seidel, Ina, escritora nazi, 9Θ, 363, 373. Speer, Albert, arquitecto oficial nazi y mag­
Servicio Agrícola Auxiliar de los escolares, nate de la industria, 39, 83, 101, 103,
319, 320. 157, 199, 200, 217, 235, 452.
Servicio de Patrulla de las Juventudes de ministro de armamento, 199, 217,
Hitler, 292, 295. y Berlín, 235, 452.
Servicio de Trabajo (Reichsarbeitdienst), 31, se propone asesinar a Hitler, 50.
155, 237, 298, 306, 318, 339, 380, 395, Spitha, Heinrich, compositor protegido por
470. el gobierno, 439. ‘
campamentos del, 175, 395, 470. Spranger, profesor Eduarcl, pedagogo, 23,
exenciones del, 280'. 324, 326, 331.
estudiantes no nazis obligados a reali­ Sprenger, Jakob, Gauleiter de Hesse, 115.
zarlo, 339. Srbik, Heinrich Ritter von, 327.
mujeres en, 280, 313. SS (Schütz Staffel), 25, 38, 48, 51, 66, 71,
servicio doméstico, 253, 272. 72, 77, 79, 81, 92, 93, 101, 117, 118, 120,
sexuales, delitos, 136, 139, 290, 298. 124, 132, 160, 165, 237, 238, 262, 263,
sexual, educación, 24, 307. 264, 265, 314, 316, 349, 358, 467, 468,
sexual, moral, 250, 259, 260, 265, 278, 279, 485.
297, 298. aristócratas en las, 72.
en los films, 402, 403, 404, 405. católicos en las, 474.
Shakespeare, 390, 391. corrupción en las, 110, 117, 118.
Siemens, Werner von, magnate de la in- médicos en las, 237.
lustria eléctrica, y la Ayuda Invernal, 75, ejecuciones por, 48, SO.
76, 346. ritual del matrimonio en las, 467.
sindicatos, 28. escuelas Ñapóla, 304, 314, 315, 316,
el nazismo y los, 183, 184, 203, 209, 320.
215. “orden de procreación”, 51, 263, 264.
apropiación de los bienes de, 203. reservas para, 61.
bajo la República de Weimar, 15, 104. en el frente, 101, 160, 191.
“síndrome de alerta”, 89. y la Ayuda Invernal, 92.
Siodmak, Robert, director de cine, 399. Stahlhelm (Asociación Nacionalista de Ex­
social, movilidad, 61. combatientes), 150.
en la industria, 217, 218. Stapel, Wilhelm, escritor volkische, 360, 487.
socialismo: Stark, Johannes, profesor, premio Nobel,
definición de Ley del, 78. 329.
“de los tenderos”, 23, 56. Stauffenberg, coronel Claus Schenk, 125
uso del término por los nazis, 127, 209, conde de, en el Complot de los Oficia­
215, 217, 272. les, 49, 158.
“Sociedad para la Utilización del Derecho Stehr, Hermann, escritor nazi, 360, 362, 363.
de Propiedad Musical”, 440. Stein, Edith, religiosa y escritora, 376.
sociología, suprimida por los nazis, 326. Steinhoff, Hans, director de cine, 157, 411.
Soderbaum, Christina, actriz, 403. Steguweit, Heinz, escritor nazi, 363, 368,
Solsticio de Verano, Día del, 84, 86. 390.
“Solución Final” del problema judío, 116, Stenberg, Josef von, director de cine, 399.
348, 399, 406, 479, 484, 486. Sternheim, Karl, dramaturgo, 382.
eufemismos usados para, 348, 481. Strasser, Gregor, 23, 55, 73.
560 HISTORIA SOCIAL DEL TERCER REICH

Strauss, Emil, novelista nazi, 360, 362, 371. 67, 69, 72, 74 75, 77, 79, 82, 84 88
Strauss, Johann, compositor, 424, 425. 90, 91, 100, 103, 104, 107 108 110, 111
Strauss, Ricahrd, compositor, 82, 429, 430, 112, 114, 120, 121, 123, 130, 133, 134
435, 436, 437, 438. 135, 141, 142, 145, 149, 169, 170, 172
Stravinsky, Igor, compositor, 125, 429, 432, 174, 178, 182, 184, 186, 187, 188, 189
438. 191, 200, 201, 202, 204, 205, 208, 209
Streicher, Julius, 58, 70, 78, 109, 110, 113, 211, 212, 218, 219, 222, 224, 225, 231
157, 321, 329, 377, 420, 469, 480. 234, 235, 236, 239, 241, 243, 248, 253
ayuda a la producción de un film, 82. 255, 258, 259, 260, 262, 266, 268, 274
en la universidad de Berlín, 329. 275, 277, 278, 280, 282, 285, 286, 290
y el F rankische Tageszeitug, 420. 293, 294, 298, 308, 309, 311, 314, 318
Gauleiter de Franconia, 58, 480. 321, 325, 326, 328, 329, 331, 334, 336
ver también Der Stürmer, 70. 337, 338, 339, 340, 341, 342, 343, 349
Stuckhart, Wilhelm, 132. 351, 357, 35'8, 363, 365, 366, 367, 369
Stürmer, Der, semanario antisemita de Strei­ 374, 378, 3‘81, 385, 386, 387, 388, 389
cher, 70, 110, 321, 420, 421, 469. 390, 394, 395, 397, 398, 399, 400, 406
leído por Hitler, 109, 421. 407, 409, 410, 418, 419, 421, 422, 424
en las escuelas, 321. 427, 429, 433, 434, 436, 437, 444, 446
Sturmverlag Koenigsberg, editorial nazi, 108. 448, 451, 452, 454, 455, 460, 466, 467
Sudetes, anexión de los, 40. 475, 482, 485, 486, 487.
la Iglesia Católica, ante la, 471. terror, los ciudadanos y el, 50, 201.
sufrimiento, resistencia al, 243. Testigos de Jehová, 259.
suicidios, 40, 239, 240. Teunissen, Gert, crítico de arte, 419, 450.
después de la muerte de Hitler, 283. Thierack, Otto Georg, ministro de Justicia,
de judíos vieneses, 481. 138.
superpoblación, criterio de, 234. Thiess, Frank, escritor, 345, 365, 374.
supersticiones, durante la guerra, 48, 49. Thingspiele, 383, 384.
Süss, Wilhelm, vicerrector de la universidad Thomas, Geoig, general, del departamento
de Freiburg, 334. económico de la Wehrmacht, 198.
Thomas, Hans, pintor, 421.
Thorak, Josef, profesor, escultor nazi, 450.
tabaco, adición al: tiendas, licencia de establecimiento de, 184.
por parte de las mujeres, 24, 225, 279, Tietjen, Heinz, director del Festival de Bay­
281. reuth, 434.
por parte de los jóvenes, 290, 291. tifus, 238, 246.
tabaco, consumo de, y comercio de, 225. Tillich, Paul, filósofo, 335.
tablón de la vergüenza, forma de dar a co­ títulos, inflación de, bajo el nazismo, 147.
nocer a los recalcitrantes, 123. Tocqueville, Alexis de, sobre la revolución
Tablones de la Vergüenza, para la exhibi­ en Alemania, 29.
ción de los nombres de quienes no contri­ Toch, Ernst, compositor, 429.
buían a la Ayuda Invernal, 92, 123. Todt, doctor Fritz, constructor de autopistas,
teatro, 213, 218, 362, 382, 383, 384, 385, 39, 162.
388, 389, 393, 394, 395, 39Θ. Toebbens, Walter, contratista, 117.
bajo la República de Weimar, 21, 382. Toering, Hermann, 31, 37, 38, 75, 76, 104,
Teatro, Cámara de, presidente de la, 125. 105, 106, 109, 110, 116, 120, 146, 157,
tecnología, en las universidades, 337, 342. 351, 352, 357, 392, 393, 405, 430, 433,
teología, 326, 331. 437, 442, 445, 453.
Terboven, Joseph, Gauleiter, matrimonio de, órdenes administrativas de, 116, 157,
en Essen (1934), 79, 83. 206, 226,
Tercer Reich, 26, 27, 28, 29, 30, 32, 35, 39, y el arte, 82, 443, 445.
40, 42, 43, 50, 53, 54, 61, 62, 65, 66, y el cine, 405.
ÍNDICE ALFABÉTICO 561

“cañones antes que mantequilla”, slogan traición, oposición política considerada como,
de, 39, 222. 10.
chistes sobre, 352, 353, 356’. transportes, 271.
y la música, 430, 437. denuncia de pasajeros sin billete, 122,
origen de la riqueza de, 105. sobrecarga de, 47.
actitud pública hacia, 37, 38, durante la guerra, 229.
y el teatro, 392, 393. Treitschke, Heinríoh von, sobre los judíos,
Toller, Ernst, dramaturgo, 11, 21, 362, 376, 24.
382. tribunales:
Toma del Poder, Día de la (30) enero), 26, interno del partido Nazi, 80.
84 . bajo el nazismo, 130.
tortura: ver también judicial, cuerpo, 140.
en los films, 405. tribunales de honor:
Hitler y las confesiones obtenidas por la para los abogados, 132.
Gestapo mediante la, 141. para la artesanía y el comercio, 60.
Toscanini, Arturo, músico, 429, 434. para los gremios, 185.
totalitarismo, y autoritarismo,. 131. para la industria, 210, 211.
trabajadoras independientes, fuerte represen­ tribunales de honor social, 173, 210, 211.
tación en el partido Nazi, 71. tribunales laborales, 81, 134, 210, 211.
Trabajo en régimen de esclavitud: Troost, Paul Ludwig, profesor, primer ar­
en los talleres de artesanía, 197. quitecto de Hitler, 423, 448.
en la industria, 47, 198, 199, 216. Truppe, pintor nazi, 450.
en el campo, 175. Tschechowa, Olga, actriz, 98, 159, 399.
Trabajo, Frente del, 36, 60, 70, 79, 91, 95, tuberculosis:
106, 107, 110, 111, 115, .184, 192, 193, mortalidad por, 24Θ.
196, 201, 204, 206, 210, 211, 213, 223, ■hospitales, 242.
234, 242, 272, 273, 275, 279, 286, 287, Tucholsky, Kurt, escritor, 376.
395, 428.
y el aprendizaje, 286, 287.
concesión de medallas por, 91. Ucrania, 163, 165, 180, 476,
y las cooperativas, 201. UFA, productora cinematográfica, 397, 398,
y los grandes almacenes, 189, ISO. 411, 414.
impuestos para el, deducidos de los sa­ uniformes, 90, 284, 294, 313, 332, 341, 356.
larios, 111, 204. chistes sobre, 356.
fondos del, 60, 106, 110. del Frente del Trabajo, 62.
revisiones médicas del, 242. políticos, temporalmente prohibidos
(1932), 25.
viviendas del, 234, 235.
para los jóvenes, 284, 294, 313.
tendencia de los obreros a ver en él
Unión de Jóvenes Alemanas (Bund, Deuts-
un sindicato, 210.
cher Madchen), 63, 72, 175, 257, 265,
bienes de los sindicatos confiscados por, 280, 281, 293, 295, 296, 297, 298, 301,
203. 313, 319, 355, 357.
uniforme del, 62. consecución de títulos escolares por tra­
y las normas salariales, 206. bajo agrícola, 175, 313, 319.
y la mano de obra para la muralla universidad, 304, 311, 317, 323, 324, 325,
occidental, 216 n. 326, 327, 328, 329, 333, 334, 337, 338,
y la mujer, 272, 273. 339, 340, 340, 341, 342, 458, 477.
Departamento Femenino del, 278, 279. edad de admisión en la, 312.
Departamento Juvenil del, 287. denuncias en, 333.
Trabajo, Ministerio de, 174, 206, 207, 272. cuotas, 341, 342.
tractores, 168. cifras, 341.
562 HISTORIA SOCIAL DEL T EB C E B BEICH

bajo la República de Weimar, 22, 23, Wachdienst (guardia nacional rural), 180.
236, 321. Wagner, Adolf, Gauleiter de Baviera, 100,
la mujer en la, 236, 268, 276, 277, 304, 450.
341. Wagner, Frau Winifred, 60, 428,
estudiantes de origen obrero, 321, 325, Wagner-Regenz, compositor, 430, 436.
341. Wagner, Richard, compositor, 19, 35, 98,
Unruch, Fritz von, dramaturgo, 382. 408, 428, 429, 434, 435, 457,^488.
vacaciones, 229, 320. Wagner, Wieland, eximido del servicio mili­
de los aprendices, 287 n. tar, 82.
fiestas de la Iglesia Católica, 468. Waldeck-Pyrmont, príncipe, general de las
retribuidas, 213, 214. SS, 72, 118, 119, 120.
Van Gogh, Vincent, 418, 447, 453. Wahl, Karl, Gauleiter de Augsburg, 79, 80.
quema de pinturas de, 447. Walter, Bruno, músico, 429.
pinturas de, vendidas para obtener di­ Warthegau, provincia de, 43, 44.
visas, 454. “libre de iglesias” de, 473.
Varsovia, ghetto de, 33 n., 197. Wasserman, Jakob, escritor, 360, 362.
Veidt, Conrad, actor, 399. Weber, Christian, dirigente nazi, 77.
venéreas, enfermedades, 242, 266. Weber, Max, sociólogo, sobre los polacos,
venganza, armas de, 44, 49. 42 η.
retransmisión radiofónica del lanzamien­ Weber, Anton von, compositor, 424, 438'.
to de, 427. Wegener, Paul, actor, 382.
verduras, consumo y racionamiento de, 223, Wehrmacht, 31, 41, 45, 48, 49, 52, 61, 62,
224, 225. 106, 111, 119, 124, 125, 149, 151, 152,
vestir, artículos de, compra y racionamiento 153, 154, 156, 157, 159, 160, 161, 162,
de, 219, 227, 228, 229. 163, 164, 165, 169, 187, 192, 196, 207,
Viena: 221, 237, 239, 244, 280, 297, 298, 310,
el partido Nazi en, 69, 70. 311, 314, 318, 319, 336, 340, 392, 415,
427, 466, 486.
ataques a viviendas de judíos en, 235.
y el mercado negro, 162, 231.
“violetas de marzo” en el partido Nazi, 68,
denuncias en la, 161.
69, 80, 356.
médicos en la, 237.
vivienda, 233, 234, 235.
diversiones para, 156, 162, 395,
arquitectura de, 233, 234. ejecuciones por deserción de, 50.
destrucción de, por los bombardeos,
en los países ocupados, 160, 162, 163.
235.
oficiales de la, 61, 152, 158, 159, 161,
para los trabajadores agrícolas, 234. 162, 163, 164.
para los trabajadores industriales, 213,
reocupación de Renania, 151.
234.
como refugio contra el nazismo, 151.
subsidios para, 185. “escuela de la nación”, 297.
Volksdeutsche (alemanes étnicos), regreso de requisitos físicos y culturales para el
los Balcanes, 65, 66. ingreso en la, 154, 244.
Volkische Beobachter, periódico nazi, 58, estudiantes universitarios en, 336, 340.
134, 252, 279, 315, 319, 335, 366, 407, Weichs, Maximilian, general, 153.
413, 414, 415, 417, 419, 423, 431, 438. Weill, Kurt, compositor, 21, 429, 432.
Volkssturm, fuerzas de defensa desesperada, Weimar, Hitler mecenas de las artes en,
49. 43, 434.
Volkswagen, automóvil, 39, 206, 218, 220, Weimar, República de, 10, 11, 12, 14, 15,
232, 233, 288, 395. 16, 17, 19, 20, 22, 23, 24, 25, 26, 29, 34,
votantes, mujeres como, 275. 55, 62, 103, 104, 130, 145, 150, 151, 167,
ver también elecciones. 169, 174, 183, 201, 208, 213, 218, 219,
ÍNDICE ALFABÉTICO 563

233, 236, 250, 267, 268, 275, 277, 284, Witzleben, Erwin, mariscal von, en el Com­
303, 312, 321, 324, 326, 330, 341, 342, plot de los Oficiales, 153, 1S8.
363, 366, 369, 375, 382, 397, 412, 414, Wolff, Otto, gran empresa, 190, 193.
429, 451, 452, 458, 459, 477, 478. Wolff, Theodor, director del Berliner Tage-
y los judíos, 11, 24, 477, 478. blatt, 10, 11, 413, 415.
los tribunales bajo la, 131. Wolfurt, Kurt von, compositor, 435.
escuelas bajo la, 303.
separación de iglesia y estado bajo la,
459'. X, rayos, exámenes masivos por, 238.
las universidades bajo la, 22, 23, 236,
321, 324, 325, 341.
Weingartner, Félix, músico, 429'.
Weinheber, Josef, poeta, 370. Yorclc, conde, sobre las virtudes de un sol­
Weiss, Wilhelm, director del VoUdsche Beo­ dado, 160.
bachter, 414.
Weizsatker, von Erich, subdirector del
Frankfurter Zeitung, 146. . Zetkin, Clara, dirigente socialista, 267.
Wendel, Adolf, teólogo, director del Instituto Ziegler, Adolf, pintor, 446, 447, 449, 450,
para el Estudio de la Cuestión Judía, 332. 454.
Wendel, Udo, pintor nazi, 449, miembro del tribunal para la purga de
Wentner, Joseph, dramaturgo, 386. las artes, 446.
Werfel, Frantz, escritor, 20, 360, 362, 363, Ziegler, Severus, director del teatro de Wei­
382. mar, 432, 438.
Westdeutscher Beobachter, periódico nazi, Zillich, Heinrich, oda al Führer de, 370.
107. Zuckmayer, Karl, dramaturgo, 21, 3Θ2,
Wiechert, Ernst, novelista, 363, 37,1, 374. 382.
Willrich, Wolf, miembro del tribunal para Zweig, Arnold, dramaturgo, 21, 362.
la purga artística, 446, 447. Zweig, Stefan, escritor, 362, 363, 376, 430,
Wissel, Adolf, pintor nazi, 449:. 436.
ÍNDICE GENERAL

1. — Weimar.................................................................................................. 9
2 .— El Tercer Reich: panorama g e n e r a l.......................................... 27
3. — La comunidad del p u eb lo.......................................................... 55
4 .— El P artid o .......................................................................................... 67
5. — El ritual y la adoración del Führer............................................ 84
6. — La corru pción................................................................................... 103
7. — La denuncia ....................................................................................121
8. — La ju s tic ia .......................................................................................... 130
9. —■Los fu n c io n a rio s ............................................................................ 142
10. — El e jé rc ito .......................................................................................... 150
11. —' El c a m p o .......................................................................................... 166
12. — La e c o n o m ía ................................................................................... 183
13. — Los obreros..........................................................................................201
14. — El consumo.......................................................................................... 219
15. — La sanidad.......................................................................................... 236
16. — La fa m ilia .......................................................................................... 249
17.—-La m u j e r .......................................................................................... 267
18. — La ju v e n t u d ..........................................................................284
19. —■La e d u c a c ió n ................................................................................... 303
20. — Las universidades......................................... .................................. 323
21. — El habla n a z i ................................................................................... 343
22. — El h u m o r .......................................................................................... 350
23. —' La l it e r a t u r a ................................................................................... 360
24. — El teatro ...........................................................................................382
25. —>El c i n e .................................................................................................397
26. — La prensa y la r a d io ..................................................................... 412
27. —' La m ú s ic a .......................................................................................... 428
28. —' El a r t e ................................................................................................. 443
29. — La re lig ió n ..........................................................................................457
30. —■Los ju d ío s .......................................................................................... 476
G lo s a r io ........................................................................................................ 493
B ib lio g r a fía ................................................................................................. 495
Notas ............................................................................ . . . . 497
Indice alfabético..........................................................................................535

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