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Poesia

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DESTRUCCIÓN DE LA CONCIENCIA.

La lucidez es un estado patológico de la conciencia, anhela su


propia destrucción, ansía encontrar un sedimento de verdad
en el abismo, entre los escombros y las ruinas del
pensamiento. La conciencia lúcida acepta que es sólo un
espejismo, una prótesis vulgar y cobarde que el hombre ha
sabido cubrir de divinidad. Es un lugar común hablar de las
posibilidades del pensamiento. Pero en realidad lo importante
es el cuerpo. Lo sublime, lo desconocido, lo auténticamente
profundo es el cuerpo. Pero el cuerpo es también el último
lugar, o el único lugar que el hombre ha podido ocultar de
Dios ( de la idea de Dios); es el lugar ideal de nuestra última
desobediencia.
Spinoza fue el primer espíritu libre en tomar conciencia de
esto. “En realidad nadie sabe lo que puede un cuerpo”,
sentenció hace más de tres siglos. Todos constatamos a diario
la impotencia de nuestra conciencia aún para explicarse a sí
misma, pero sentimos horror de declarar su inutilidad.

Algunos pensadores han sabido contribuir al mito de la


conciencia con generosas mentiras, como aquella que afirma
que ésta deriva del lenguaje, y el lenguaje del trabajo
colectivo. Esto es una infamia. El primer encuentro del
hombre fue con su cuerpo, con sus órganos devastados por la
enfermedad y el dolor. El origen de la conciencia fue un pie
mutilado, un órgano enfermo, una desgarradura insoportable
en la piel. Mientras el cuerpo esta sano lo ignoramos, una vez
que una de sus partes se descompone se hace visible.
Adolorido, el cuerpo deviene en un obstáculo, en una carga,
en una prisión que tiene que llevar a cuestas y del que nunca
podrá liberarse. Pero con qué facilidad se deshace uno de la
conciencia, qué cantidad infinita de razones acuden cuando se
la quiere desechar.

El hombre y una parte de su cuerpo adolorida se enfrentaron


por primera vez con la incomprensión del resto, el dolor físico
no es una experiencia compartible, no es una experiencia de
masa. Comprendió que su sufrimiento era solamente suyo,
que los otros eran solamente los otros, que su cuerpo estaba
allí y que era una criatura que demandaba muchos cuidados.
Si el trabajo colectivo originó al lenguaje por qué la filosofía
empieza como predicado del yo. Por qué el impulso más
irresistible no es hablar del otro sino predicar de uno mismo.
En realidad el trabajo no tiene ninguna contribución al
despertar de la conciencia, sino todo lo contrario, la adormece
y la hace pernoctar en los mismos lugares de siempre. La
conciencia, si es que no fue producto de la negligencia de
algún ser divino, tuvo que ser una experiencia individual; y
fue precisamente el descubrimiento del cuerpo enfermo lo que
la desencadenó.
Una prueba de esto es ese estado entre atroz, divino pero
irremediablemente lúcido que nos otorga la fiebre. Una
molestia insoportable en alguno de nuestros órganos nos
delata por fin la existencia de nuestro cuerpo, que no es
solamente un escaparate comercial que mostrarle al mundo,
sino el presupuesto de toda filosofía y de toda metafísica.

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