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El Senor Es Mi Porcion - Octavius Winslow

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EL

SEÑOR MI PORCIÓN: La necesidad diaria proporcionada divinamente

Título Original: The Lord My Portion

Octavius Winslow 1870

Traducciones UnRema

Proclamando todo el consejo de Dios

©Elioth Fonseca

Edición y revisión: Carlos Aguilar P.

Créditos de portada: Elmer Guadron

Maquetación: Carlos Aguilar P.

www.unrema.org

Los textos Bíblicos han sido tomados de la versión Reina Valera ©1960 Sociedades Bíblicas en América Latina ©. Usado con permiso. Este material puede ser usado, reproducido y distribuido, sin
ningún problema. Solamente rogamos citar la fuente de su procedencia, tanto al autor, traductor y editor, como conviene a los santos en honestidad reconociendo el trabajo de otros.

QUEDA UNIVERSALMENTE PROHIBIDA LA VENTA.











EL SEÑOR MI PORCIÓN
La necesidad diaria proporcionada divinamente
Octavius Winslow 1870




















Índice de contenido

Prefacio
El Señor Mi Porción
El Señor Mi Esposo
El Señor Mi Hermano
El Señor Mi Esperanza
El Señor Mi Ayudador
El Señor Mi Afinador
El Señor Mi Sanador
El Señor Mi Libertador
El Señor Mi Maestro
El Señor Mi Siervo
El Señor Mi Maestro II
El Señor Mi Ejemplo
El Señor El Que Lleva Mi carga
El Señor Mi Pastor
El Señor Mi Restaurador
El Señor Mi Luz
El Señor Mi Guarda
El Señor Mi Cuidador
El Señor Mi Proveedor
El Señor Mi Reposo
El Señor Mi Obispo
El Señor Mi Guía
El Señor Mi Comida
El Señor Mi Bebida
El Señor Mi Salvador
El Señor Nuestra Paz
El Señor Mi Gozo
El Señor Mi Cántico
El Señor Mi Acreedor
El Señor Mi Esperanza
Cristo es El todo, y en todos
Octavius Winslow Biografía
Vida familiar
Educación y ministerio en América
Matrimonio e Hijos
Ministerio en Inglaterra
Muerte
Resumen
Notas
Prefacio

El pueblo del Señor al menos imperfectamente se dio cuenta de su
ilimitada riqueza. Ellos se parecen a un heredero al cual se le ha sido legado una
gran finca, pero que aún permanece ignorante de los abundantes y amplios
tesoros que subyacen en su superficie hasta que, cubriendo todo acre con vetas
del más rico mineral, algún incidente vuelque la tierra y traiga a la luz el
precioso depósito. Dios nos ha dado Su Palabra –un campo de riquezas
incalculables; Su Hijo –en quien están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3); El pacto de gracia –ordenado en todas
las cosas, y seguro (2 Sam. 23:5); y Él mismo, nuestro infinito, todo suficiente,
todo agradable e inalienable –PORCIÓN. Bueno, es posible que el apóstol,
resumiendo el inventario de nuestras posesiones, exclame –como si ninguna
medida o número pudiera limitar o calcular su extensión –“¡TODAS LAS COSAS
son vuestras!” (1 Cor. 3:22).

Es la intención de esta pequeña obra permitir al devoto lector a estimar en
cierta medida experimental su vasta opulencia. El escritor ha procurado
condensar todas las riquezas del creyente –donde, en verdad, Dios la ha
depositado– en JESÚS; profundamente y solemnemente convencido de que, es
la falta de más simples opiniones de Cristo, y más aplicaciones directas de su
suficiencia mediadora –tratar con el Padre más inmediatamente a través del Hijo,
por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud (Col. 2:19)– el cuál
es la causa de tanta flaqueza del alma, prosternación del poder espiritual, y
languidez de amor en muchos de los Santos.

Los puntos de luz en el cual Dios en Cristo puede ser contemplado como
la PORCIÓN del Creyente fueron muchas y apetecibles. El escritor confía en
que sus páginas brindarán por lo menos un leve reflejo de “las inescrutables
riquezas de Cristo” (Efe. 3:8), para que el más débil, el más recóndito creyente
en Cristo, y el alma que ama a Cristo, puedan presentar un derecho personal, y
decir: “¡Todo es mío, porque Yo soy de Cristo, y Cristo es de Dios!”
El Señor Mi Porción

Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.
Lamentaciones 3:24

Es nuestro gran privilegio, amados, que vivamos en un mundo sin dote.
Esto es por tanto nuestra insignia distintiva y nuestra acta constitutiva de
Cristiano. Cuando Dios repartió la tierra de Canaán entre las tribus de Israel. Él
hizo una excepción en la tribu de Leví, a quién Él le dijo: “De la tierra de ellos
no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte;” y añade el porqué de Su razón:
“Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel (Núm. 18:20).” La
enseñanza del evangelio de esto es obvio y significativo. Como verdaderos
sacerdotes del Señor, este mundo no es nuestra porción, ni la tierra nuestro
descanso. Es posible que hubiera requerido de alguna disciplina dolorosa, y no
una pequeña medida de fe, por parte de los devotos Levitas, mientras
contemplaban el prado fértil, las llanuras regadas, y las montañas cubiertas de la
vid de la Tierra Prometida, antes de que se le hiciera disponer a renunciar a todo
por Él, aquel que es invisible –y se necesita no un poco de enseñanza y
disciplina de nuestro Dios, y no un poco de fe de nuestra parte, antes de que se
nos llevara a abandonar el mundo, la comodidad, a nosotros mismos, y todo, por
Cristo– satisfechos de tener solo al Señor como nuestra porción, y solo el cielo
como nuestra herencia.

Pero el Señor no pondrá a su pueblo apartado con alguna cosa indigna de
Él para dar, o de ellos para aceptar. Él los ha colocado aparte para Él mismo, y Él
mismo apartado para ellos. “Todos los creyentes son el CLERO del Señor; y
como ellos son Su porción, entonces Él es de ellos”1 “La porción del Señor es
Su pueblo, Israel es el lote de Su herencia.” “El Señor es mi porción, dice mi
alma.” Su amor hacia nosotros fue tan grande, que cuando Él no podía darnos
una mayor prueba de ese amor, Se dio Así Mismo. Nada más podría haber
expresado el anhelo de Su corazón, nada menos podría haber satisfecho el deseo
de nosotros.
Y ¡Oh, Qué Porción es Dios! ¡Todo lo que Él es y todo lo que Él tiene es
nuestro! Cada atributo de Su ser está sobre nosotros, cada perfección de Su
naturaleza nos rodea, cada pulso de Su corazón late por nosotros, cada mirada de
su ojo nos sonríe. Moramos en Dios, y Dios mora en nosotros. No es el mundo el
cual es nuestra porción, pero si Él que hizo, sostiene y gobierna el mundo. No es
la criatura quien es nuestra porción. Pero si el Señor de los ángeles y el Creador
de los hombres. ¡Infinita porción! ¡Ilimitado poder! ¡Inmensurable gracia!
¡Inagotable amor! ¡Todo bien satisfactorio! ¡Todo, y todo es nuestro!

Y qué porción, ¡Oh mi alma, es Cristo! El Cristo divino, El Cristo
redentor, El Cristo pleno, El que se compadece, el siempre presente, precioso,
amoroso Cristo.

‘Señor, Te Bendigo por la disciplina que me trajiste para darme cuenta de
lo que es divino, Porción que todo lo satisface tengo en Ti. Tú me quistaste mí
una porción terrenal, solo para enriquecerme con una celestial. Tú removiste de
mí el sostén humano sobre el cual yo con demasiado cariño e idolátricamente me
inclinaba. Para que pudiera aprender lo que Cristo era, como la Porción toda
suficiente, que todo lo satisface, y eterna para mi alma. Ahora puedo admirar la
sabiduría y el amor que echa fuera todo temor y me vacía de vasija en vasija,
que, me lleva de la creciente arrogancia al quebranto personal, de la flor colgante
al deterioro de la primavera de la criatura buena. Yo puedo reclamar mi porción
como un verdadero Levita espiritual solo en ti.’

¡Oh creyente en Jesús! Saca el máximo provecho de tu porción. Es
totalmente suficiente para toda tu necesidad. Dios, quizás, te haya hecho pobre
en este mundo, para que pudieras ser rico en la fe y un heredero de ese reino de
gloria, la Nueva Jerusalén, que Él ha preparado para ti –cuyos cimientos son de
piedras preciosas, cuyos muros son de jaspe, cuyas puertas son de perlas, cuyas
calles son de oro puro, y a través del cual fluye calladamente el río de agua de
vida, resplandeciente como cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero. Y
en medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, está el árbol de la
vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto. ¡Todo esto te aguarda!
Espera en el Señor, espera en la adversidad, espera en la prueba, espera contra la
espera, porque Dios en Cristo es tu presente y eterna Porción. “Mi porción es
Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.”

El Señor Mi Esposo

Porque tu esposo es tu Hacedor, el Señor de los ejércitos es su
nombre; y tu Redentor es el Santo de Israel, que se llama Dios de
toda la tierra.
Isaías 54:5

¡Cuantos –adecuado a nuestras circunstancias, y entrañable para nuestros
corazones– son los títulos y parentescos de Dios! ¿Hay algún otro más sagrado o
precioso para la viuda cristiana que este, “Tu Creador es tu esposo”? El Señor
nos trae a una elegante y experimental familiaridad consigo mismo según las
circunstancias en la que nos coloca. Así como aprendemos ciertas lecciones en
algunas escuelas, de este modo aprendemos los tratos en los que el Señor nos
sustenta en las situaciones de la vida en la cual esos parentescos divinos son de
los más apropiados. De esta manera, puede que Él te haya hecho una viuda, una
“viuda que en verdad lo es (1 Tim. 5:3),” para que Él pudiera estar contigo en
una relación nueva y más fascinante, la relación de ESPOSO –siempre y cuando
tú estés para Él en un nuevo y mejor carácter dependiente, el carácter de una
viuda. Él es tu porción como tal. Puede que tú pesar sea muy devastador, tú dolor
demasiado profundo, tú desolación sumamente grande, tú pérdida realmente
irreparable, el bolígrafo se encoge incluso al intentar describir esto. La fuerza y
la belleza personal se han deshecho, el consejero terrenal ha desaparecido, la
lengua que te bendecía está muda, el pecho en el que reposabas frio, el ojo que te
miraba complacidamente oscurecido, y todo el paisaje entero de la vida cubierto
con una cruda frialdad y melancolía.

Pero el Señor es tu porción. “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de
los ejércitos es su nombre.” Divorciada con la muerte de un esposo terrenal, tú
eres unida especialmente y estrechamente al Esposo Divino y celestial –Dios en
Cristo, se encuentra ahora en una más tierna relación contigo; de modo que
ahora posees un nuevo y más sagrado derecho sobre Él. La viuda es el objeto de
Su especial atención. Ningún ser Él ha resguardado más intensamente, ninguno
por el cual Él ha tenido más tierno cuidado. Escucha algo de Sus conmovedores
mandamientos respecto a ti. “A ninguna VUIDA… afligiréis (Éxo. 22:22).”
“Amparad a la VUIDA (Isa. 1:17).” “Afirmará la heredad de la VUIDA (Pro.
15:25).” “Al huérfano y a la VUIDA sostiene (Sal.146:9).” Tal es la Porción
Divina, sobre cuya ala protectora ahora has venido a descansar. “Tu MARIDO es
tu Hacedor.” Todo, e infinitamente más, lo que el esposo más tierno, más
poderoso, y fiel alguna vez fue, el Señor es para ti. Dejémosle, como ninguno
otro puede, llenar el lugar vacante. Él puede hacer siempre que tu corazón
solitario y desolado cante de alegría. Abraza a Cristo nuevamente. Renueva tu
“primer amor” con Él, el amor de tu más temprana unión.

No se encuentra nada excepto amor en la retirada de una persona tan
querida; y sabemos que ese amor –maravilloso, tierno, amor incambiable- te
guardará, te guiará y te consolará hasta que los corazones casados, separados por
la muerte, se reúnan para renovar un compañerismo de amor en la presencia
glorificada de Jesús que nunca será rota jamás.

¡Bendito Jesús! ¡Esposo celestial! ¡Déjame ahora estar unido solamente y
por siempre en ti! Dame Tu Espíritu para sellar la sagrada unión. Posibilítame,
como está ordenado en tu palabra, “esperar en Dios, y ser diligente en súplicas y
oraciones noche y dia… practicar la hospitalidad; lavar los pies de los santos;
socorrer a los afligidos; y practicar toda buena obra (1 Tim.5:5,10).” Y así
esforzándome por Tú gracia para glorificarte en el carácter solemne de una
temerosa de Dios, una viuda que confía en Dios, permíteme regocijarme en Ti
como mi Porción –mi esposo– creyendo que Tú me protegerás de la tentación,
me proveerás en la necesidad, me consolarás en la tristeza, estarás conmigo en la
muerte, y me darás un lugar en la cena de las Bodas del Cordero.

Además de la soledad de la viudez, puede que haya la carga pesada y
ansiosa responsabilidad de los padres. Sus hijos, huérfanos por mitad –huérfanos
de padre. De ser así. Tú tienes ahora doble derecho en el cuidado y provisión de
Dios; y esa demanda, ofrecida en la oración de fe, Él la reconocerá. Su promesa
es –y sobre esas promesas debes depender– “Deja tus huérfanos, yo los criaré; y
en mi confiarán tus viudas. (Jer.49:11).” Dios ahora será, en su máximo sentido,
el Padre de tus hijos. Él los preservará con vida; en otras palabras, Él proveerá
para la vida que ahora es, y los hará participes de la vida que proviene de la
soberanía de Su gracia. ¡Ten fe en Dios! Él nunca ha roto una promesa a uno de
sus santos – y ¡Él nunca lo hará a ti!
El Señor Mi Hermano

Todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano.
Marcos 3:35

Preciosa porción es esta: ¡Cristo es nuestro hermano! Solo si nuestra
religión lleva esta real estampilla divina “el hacer la voluntad de Dios,” además,
no solo son todos los santos de Dios nuestros hermanos, sino que todos son
hermanos de Cristo, y Él está situado en el parentesco de todo Hermano Mayor
como: “El PRIMOGÉNITO entre muchos hermanos (Rom. 8:29).” El Hermano
Mayor conforme a la ley era revestido con grandes y peculiares privilegios. No
solo le pertenecían los derechos del nacimiento, sino que también era adornado
con gran poder, era titulado con una doble porción del patrimonio, y lo que tuvo
aún mayor importancia, fue que él era sacerdote de la familia, a quien le
correspondía cumplir con todos los deberes y oficios de la religión. Ahora todo
esto, y mucho más, es Jesús nuestro Hermano Mayor. A él le pertenece todo
encanto que consigue nuestra admiración, toda perfección que despierta nuestro
amor, y todo atributo que lo apropia a emitir los altos y peliculares deberes y
obligaciones de un hermano. Mi alma, trae a la memoria alguna de estas
peculiaridades, de la cual es posible que puedas poseer una más alta estima del
valor y preciosidad de esta tu Porción y aprender amarlo más intensamente, a
confiar en el más implícitamente, y servirle más fielmente. “El Señor tu
hermano.”

Como nuestro Hermano, Cristo participa de nuestra naturaleza humana.
Él no podría ser nuestro hermano, ni sentir el amor de hermano, ni cumplir con
la funciones de hermano, si Él no fuera: “hueso de nuestro hueso, y carne de
nuestra carne.” De este modo, leemos: “Así que, por cuanto los hijos
participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo; Por lo cual
debía ser en todo semejante a sus HERMANOS (Heb. 2:14, 17).” ¡Qué dulce
verdad, Oh alma mía! Jesús tu Porción tomó en la unión con Su divinidad tu
propia naturaleza auténtica, y aún la lleva puesta, de modo que, desde el más alto
trono en gloria, un arroyo de la simpatía humana puede continuamente fluir
hacia abajo, mezclándose con cada prueba, tentación, necesidad, y tristeza aún
para el discípulo más pequeño sobre la tierra.

Esto sugiere otra y conmovedora vista de nuestro Hermano Mayor. Jesús
fue educado en la escuela del sufrimiento y pena. La experiencia personal de
pena es esencial a la verdadera compasión. “De manera que, si un miembro
padece, todos los miembros se duelen con él (1 Co. 12:26)” precisamente porque
todos pertenecemos a un cuerpo sufriente, del cual Cristo, el “varón de dolores
(Isa. 53:3)” es la Cabeza. Alma mía, haz más de la humanidad libre de pecado de
Jesús tu Hermano. Él ha enviado tu aflicción para que, en ello, Él, por
conmiseración, pueda ser afligido. Él ha dejado sin cerrar la fuente de tus
lágrimas para que, en Su compasión, pueda entrar en la misma vía contigo.

Él quiere de ti que le conozcas más íntimamente; y no hay nada tan fuerte
y segura prueba de real amistad, afecto y relación como la adversidad, por lo que
Él envía la disciplina de pena que nos puede dar prueba de Su amor, prueba de
Su amistad, y un conocimiento de Él más experimental y bendito como nuestro
hermano en tiempo de angustia (Pro. 17:17). ¡Oh alma mía! acude a Él como tal.
¿Está la casa de tu hermano terrenal cerrada de ti? La puerta de este Hermano
está siempre abierta de noche y de dia. Ve cuando, ve de tal manera, ve con lo
que nunca puedas olvidar a Cristo, tu Hermano, el cual es una puerta abierta
(Ap. 3:8). Pretende solo, a aspirar constantemente, a hacer la voluntad de Dios
desde el corazón, como Jesús ha dicho: “Todo aquel que hace la voluntad de
Dios, ése es mi hermano”

No es una pequeña o dudosa evidencia de que Cristo es nuestro hermano,
si amamos a los hermanos de Cristo. Si esto está ausente bien podemos dudar
debidamente de la realidad de nuestra relación fraternal con Cristo: “Nosotros
sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos (1
Jn.3:14).” En esto podemos determinar nuestra relación por nuestra semejanza
con el Hermano Mayor. Cristo ama a Sus hermanos por igual. Y si los amo —no
porque ellos sean de mi credo o de mi Iglesia— sino porque ellos son hermanos
de Cristo, entonces tengo evidencia de la única y verdadera Hermandad
Cristiana.

Señor, antes de nosotros te has ido,
Para nuestras mansiones preparar,
Eres un HERMANO que nos ha sostenido,
Y con el Padre en nuestro cuidar

No hay en ti poder insuficiente
Ni Tu voluntad es deficiente
Nuestra medida en la vasija siempre será
Tu amor, lo que siempre lo llenará.
El Señor Mi Esperanza

El Señor Jesucristo nuestra esperanza
1 Timoteo 1:1

Que posesión tan preciosa para el alma del creyente, que brota del Señor
como su Porción, es la esperanza. Róbale al pobre de lo suyo —aunque lo que
tenga es sino algo terrenal, y descolorado como el sol de la tarde en pleno verano
— y lo habrás de sumergir en el oscuro y profundo abismo del desánimo y
desesperanza. El hombre sin esperanza es el ser más miserable en el universo.
Pero con la esperanza del cristiano brillando en su corazón –una esperanza del
cual Dios es el Dador, Jesús el Fundamento, el Espíritu Santo el Autor, y el cielo
la meta– no existe entre el dichoso, un ser más feliz que él. Así el creyente es
“Salvado por Esperanza (Rom. 8:24)”. Mira, alma mía, por un momento esta
invaluable parte de tú porción, y aprende más cuidadosamente en lo que consiste
‘el deleite reconfortante que imparte, la santa obligación que impone, la
magnífica revelación que anticipa y revela al ojo clarividente de la fe’.

¿Cómo llega el alma del creyente a la posesión de Cristo como su
esperanza?

El primer paso es renunciar a todo lo demás. Una esperanza del cielo
construida sobre la obediencia a la ley, sobre nuestros méritos personales, sobre
cualquier cosa buena que podamos imaginar que somos o que podamos hacer, es
una falsa esperanza; y el que insiste en esto, con toda seguridad hace de su
poseedor iluso e infeliz, lamentablemente y eternamente será avergonzado. La
esperanza, también, que brota de los privilegios de la iglesia, de las ordenanzas
religiosas, regalos de caridad y deberes piadosos, es igualmente falso y dañino.

Pero tú, oh creyente, no has aprendido así de Cristo, si así es, has sido
enseñado por Él la verdad como está en Jesús. El Espíritu Santo ha escrito la
sentencia de muerte sobre ti mismo, y sobre todas las obras muertas que pueden
brotan de ti; y huyendo del vestido de peste contaminada de tu propia justicia,
has corrido hacia a Cristo, y envolviéndote por medio de la fe en Su justicia,
forjada por Su obediencia y teñido en Su sangre, eres justificado y salvado.
Acepto en el amado eres: “Hermosa como Tirsa; y mirra, áloe y casia exhalan
todos tus vestidos; Desde palacios de marfil te recrean (Can. 6:4; Sal. 45:8).” Y
ahora posees una “buena esperanza por gracia (2 Tes. 2:16)” y “paz para con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rom. 5:1).” Con tal esperanza
vayamos a elevar himnos claros y altos de acciones de gracia “Bendito el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su abundante misericordia nos hizo
renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,
para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible (1 Pe. 1:3-4).”

Mira bien que la lámpara de tu esperanza cristiana esté constantemente
moldeada y brillantemente ardiendo. El aceite de oro que alimenta la lámpara se
extrae de Jesucristo, y la mano que moldea la llama es la fe. No desesperes si a
veces el sol de tu esperanza —al cambiar de figura— es por un momento
sombreada, o es parcialmente eclipsada. Establecida sobre Jesucristo y brotando
de Él, no puede expirar totalmente, ya que Él mismo es nuestra esperanza. La
corrupción interna puede esforzarse en debilitarla, la adversidad exterior puede
parecer sacudirla, las tentaciones de fuentes ocultas pueden atacarla
terriblemente, pero pesar de todo, tu esperanza no perecerá del Señor, sino que,
construida sobre Cristo, nutrida por Cristo, protegida por Cristo, y deseando
estar en la compañía y a la misma vez disfrutando de Cristo por siempre, como
la bella poniente del sol la esperanza crecerá más grande y más brillante
mientras desciende, hasta que se disuelva en el resplandor eterno del cielo, que
es el absorto de la fructificación llena de gloria.

Con tal esperanza como Cristo, cuan fuerte y seria es la obligación de
rechazar toda impiedad y deseo mundano, y vivir sobria, justa y piadosamente en
este presente siglo malo. Cuán modesta y sumisamente deberíamos reverenciar
toda disciplina dolorosa de nuestro Padre, ya que Él nos ha dado a Su amado
Hijo para que more en nuestros corazones “La esperanza de gloria (Col. 1:27).”
Por tanto “aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como
él es puro (1 Jn. 3:3).” ¡Anímese, entonces, el inconsolable!
El Señor Mi Ayudador

De manera que podemos decir confiadamente:
El Señor es mi ayudador; no temeré
Lo que me pueda hacer el hombre.
Hebreos 13:6

El creyente está tan desamparado en sí mismo al igual como está sin dote
en el mundo; y ambas lecciones solo son aprendidas por la experiencia —la
primera, en la escuela del vacío del alma; y la otra, en la escuela de la
insuficiencia de la tierra. ¡Santificada enseñanza que lleva a tan benditos
resultados! Pero la lección de nuestro desamparo espiritual no solamente se
estudia una sola vez, y se aprende para siempre. ¡Oh no! Es una lección diaria y
de cada hora, que se enseña en cada evento e incidente de nuestra vida, sin
embargo, nunca se completará hasta que pasemos a el más amplio ámbito, los
más sublimes estudios, el más alto y noble conocimiento de la gloria.

¡Oh, qué estudio divino esperan nuestras facultades engrandecidas! ¡Qué
sublimes revelaciones, de nuestra santidad completa! ¡Qué océano de felicidad,
para nuestros corazones perfectos en el amor a Dios! Pero el presente es el
tiempo de nuestra educación espiritual para el cielo, y para que la gran verdad de
Dios se nos esté enseñando —por el más profundo conocimiento de nosotros
mismos, por toda nuestra flaqueza mental y negligencia moral, la disciplina de la
prueba, tentación y pena— y es para que aprendamos esto: “Separados de mí
nada podéis hacer (Jn.15:5).”

“Estaba yo postrado” dice David, “y Él me ayudó (Sal. 116:6 KJV).” Ve
cuanto Dios nos enseña. En primer lugar, el alma postrada en la tierra antes del
levantamiento del Señor. ¡Oh, cuán bajo podemos ser llevados! Bajeza en
nuestra vida espiritual, desprovistos de las gracias del Espíritu, escasos en las
evidencias cristianas, abatidos en nuestra mente, cuerpo y estado; no obstante,
hemos experimentado la verdad de la Palabra de Dios “Cuando fueren abatidos
dirás tú: Enaltecido habrá (Job. 22:2).” ¡Oh mi alma! ¿Está el Señor, por Su
enseñanza oculta, o por Sus dispensaciones aflictivas, moviéndote abajo, y
trayéndote abajo? Es nada más para traerte a testificar, como el salmista “Estaba
yo postrado; y ÉL me ayudó (Sal 116:6 KJV)” ¡Nada más mira a nuestro
Ayudador!

Nuestro Ayudador es MARAVILLOSO. “ÉL me ayudó.” “El Señor es mi
Ayudador” El Señor Jesús es todo suficiente como nuestro Ayudador. “He puesto
el socorro” Dice el Padre, hablando del Hijo, “sobre uno que es poderoso (Salmo
89:19).” El Padre requirió ayuda en la redención de Su Iglesia escogida. Él
encontró en Su igual y coeterno Hijo, en quien se reunían todos los requisitos
divinos y humanos para la salvación de Sus elegidos. El favor, también, que el
Padre puso sobre el Hijo, era ayuda para nosotros. Por lo tanto el Señor es
nuestro Ayudador —todo poderoso, amoroso, compasivo, y si, el todo suficiente
para todas las necesidades que llevemos.

Nuestra ayuda es OPORTUNA. Viene solo al momento que la
necesitamos, y no en el momento más preferible. Cuando ocurre nuestra
postración en la tierra es el momento de Su levantamiento. Su ayuda, también, es
en Su propio tiempo. El Señor nunca está antes de Su tiempo, y nunca después
de este, en Sus intervenciones de gracia a nuestra parte. Espera, entonces, Su
tiempo, ¡Oh alma mía! Su tiempo es el mejor. “Bienaventurados todos los que
esperan en Él (Isa. 30:18).”

Su ayuda, también, es EFICAZ. La ayuda humana fracasa al llegar a
nuestra cuestión. La ayuda del Señor nunca es frustrada —Su ayuda nunca es
insuficiente a nuestra necesidad, aunque esa necesidad pueda ser urgente y
desesperada. ¡Confía, entonces, en el Señor, Oh alma mía! Porque “Él ha dicho:
No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El
Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre (Heb.13:5-
6).”

Pero ahora, en cuanto a la naturaleza de la ayuda que necesitamos. Cada
creyente camina, por lo general, en su propio camino, pero el Señor lo conduce
por una peculiar ruta hacia Él mismo —una ruta en el cual él no puede observar
ninguna otra huella que solo las de Cristo, y ciertamente una ruta tan angosta que
solo admite como su compañero a Cristo. ¿Es tu necesidad temporal? Todos los
recursos del cielo y de la tierra son de Cristo, y Él que alimentó a cinco mil
personas con unas pocas barras de panes, Él no dejará, a Su amado hijo,
descuidado y sin suministro. Llora importunamente, “¡Señor, ayúdame!” hasta
que venga su ayuda. ¿Es tu necesidad espiritual? ‘Toda la plenitud’ mora en
Jesús. Y si tu necesidad es el perdón de pecado, o el sentido de aceptación en
Cristo, o la gracia que venza alguna poderosa y dominante dolencia, o apoyo y
consuelo en la tristeza presente, o dirección en alguna confusión complicada, o
salvación en nombre de la persona que amas; sigue llorando, “Señor, ayúdame” y
tu oración no será en vano, de manera que podamos decir confiadamente: “EL
SEÑOR ES MI AYUDADOR; NO TEMERÉ.”
El Señor Mi Afinador

Y se sentará para afinar y limpiar la plata
Malaquías 3:3

Este es uno de los cargos de nuestro Señor en Su misión mediadora —el
oficio y trabajo de un Afinador y Purificador de Su Iglesia. La redención está
involucrada más que en el pago de la culpa y condenación del pecado; la
redención asegura igualmente nuestra liberación (emancipación) de la tiranía y
poder del pecado —nuestra santificación, así como nuestra salvación, es una
aptitud, al igualmente como un título de gloria. No fue suficiente que Cristo
adquiriera el “Campo” —la tierra— por motivo de la “Perla” —la Iglesia; sino
que después de haber encontrado la preciosa joya, es Su propósito moldearla en
una corona de gracia, desgastándola Él mismo hasta que “el fin venga” cuando
haya entregado el reino a Su Padre, entonces Su Iglesia redimida será una
“corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano de
nuestro Dios (Isa.62:3)”

Es un pensamiento consolador saber que nuestra refinación está en las
manos de Jesús —las manos que fueron perforadas por nosotros en la cruz.
Señor, déjame siempre caer en Tus manos, sin importar si corriges, o reprendes,
o matas, y no en las manos del hombre, porque numerosas y muy compasivas
son tus misericordias. ¡Alma mía! Vuestro afinador y purificador es Jesús. Jesús
forma todas tus pruebas; Jesús envía todas tus aflicciones; Jesús mezcla todos tus
dolores; Jesús conforma y equilibra todas las nubes de tu peregrinaje; Jesús
prepara y calienta el horno que te refina como plata y te purifica como oro.
Entonces, ¡Oh alma mía! No temas al cuchillo que te hiere, a la llama que te
quema, la nube que te oscurece, a las olas que se levantan sobre ti —Jesús está
en todo esto, y tú estas tan seguro como si hubieses alcanzado el ambiente
dichoso, donde la vid no necesita poda, y el mineral no necesita purificarse,
donde el cielo nunca es oscurecido, y sobre cuyas arenas de oro no hay
tormentas de adversidad que alguna vez soplan u olas de dolor que alguna vez se
rompan.

Y, Oh alma mía, cuanta necesidad profunda hay de esta refinación y
purificación del Señor. ¡Cuánta corrupción interior, cuánta carnalidad, cuánta
mundanería, cuánto egoísmo, cuánta idolatría hacia la criatura, cuánta
incredulidad que deshonra a Dios, imperativamente demanda la búsqueda del
llameante y purificador fuego del horno de Cristo! Y el fin de todo esto es —
para que tu pecado sea quitado, y te hagas participe de la santidad Divina.

Y el indicio de la posición del Refinador. “Y se sentará para afinar y
limpiar la plata.” Sería fatal para su propósito que la fundición y la refinería
salieran de su lugar mientras la masa líquida estuviese fundiéndose e hirviéndose
en el horno. Pero ahí, él pacientemente se sienta, mirando y moderando la llama,
y removiendo la basura y la escoria mientras flota en la superficie del mineral
fundido. Entonces Cristo se sienta como un Afinador; y con un ojo que nunca
duerme, y con una paciencia con la que nunca se cansa, y con un amor que
nunca enfría, y con una fidelidad que nunca flaquea (titubea), mira y controla el
proceso que purifica nuestros corazones, pule nuestras gracias, santifica nuestra
naturaleza, e imprime más vívidamente Su propia imagen de hermosura sobre
nuestra alma. Si Él te coloco en el fuego, Él te llevará a través del fuego, “para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual,
aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo (1 Ped. 1:7).” Pero que dulce y reconfortante
es la verdad que el creyente no está solo en el fuego. El Refinador está con
nosotros como paso con sus tres hijos que pasaron a través del horno llameante
encendido por el rey. El Señor nos tendrá como piedras pulidas; y como algunos
creyentes están más oxidados y algunos más aleados que otros, ellos necesitan
una escofina más áspera y un horno más caliente. Esto puede representarse por la
gran severidad de la prueba que a través del cual algunas de las joyas preciosas
del Señor son llamados a pasar. Y no menos queridos a Su corazón son ellos por
eso. Esta dicho que Dios tuvo un Hijo sin corrupción, pero ningún hijo sin
corrección; porque “Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia
(He, 5:8).” Mira, alma mía, tu Porción es tu Afinador. Estad quieto, sé humilde y
sumiso. El cuchillo está en la mano del Señor, la llama está bajo el control del
Salvador.
El Señor Mi Sanador

Y sanaba a los que necesitaban ser curados.
Lucas 9:11

Cuán misericordiosamente y maravillosamente es el Señor Jesús que se
adaptó a cada condición de nuestra pecaminosa humanidad caída. Toma la
presente ilustración. El pecado es una herida mortal, una fiera plaga del alma.
Jesús es revelado como el Gran Sanador, y Su sangre como el excelente remedio.
Sus propias palabras de gracia enseñan esto: “Los que están sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a
pecadores al arrepentimiento.” ¡Qué noticias alegres hay aquí! Es como si una
proclamación real se hubiera hecho sucesivamente a lo largo de una ciudad
azotada por una plaga, en que un excelente remedio hubo sido descubierto y
provisto un médico infalible, y que quienquiera que estuviera dispuesto a hacer
uso de la provisión, sería eficazmente libre y sanado.

Tal es el real anuncio del evangelio a este mundo afectado por el pecado.
¡Cuán buenas nuevas, Oh alma mía, hay aquí! Espiritualmente convencido de la
picadura mortal de la serpiente antigua el diablo; tristemente consciente del virus
y lo que causa su camino a través de todo el ser, paralizando toda facultad y
contaminando todo pensamiento, sentimiento y acción; ¡Cuán agradable es el
mensaje del evangelio en donde hay bálsamo en Galilea y un Médico ahí, y que
Jesús sana todos estos quienes tienen necesidad de curación! Todo esto es la
provisión del Amor del Padre. Uno en naturaleza, el Padre y el Hijo son uno en
el grandioso remedio provisto para la curación del alma, de modo que llevando
mi caso, desesperado sin embargo de lo que pueda ser, en Cristo, tengo la divina
garantía para creer que seré sanado. “En esto se mostró el amor de Dios para
con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que
VIVAMOS por él (1 Jn. 4:9).”

¿Y que sana el Señor? La Palabra de Dios responderá. “El que sana
TODAS tus dolencias (Sal.103:3)” ¿Puede curar Él enfermedades corporales?
Infaliblemente, efectivamente y al instante. Cuando Él estuvo aquí en la tierra,
los espíritus malignos que ninguno podía expulsar, huían con Su palabra; las
enfermedades que ninguno podía curar, desaparecían con Su toque. Y Él lo hace
ahora. Su compasión, poder y disposición son las mismas. ¡Santo enfermo y
sufriente! Si es para la gloria de Dios y por tu mejor bien, Jesús puede reprimir
tu enfermedad y restaurarte con salud otra vez. Pero si le complace a Él extender
tu enfermedad, sufrimiento y languidez, es porque en Su más alta prerrogativa de
tu Medico espiritual, Él promovería de ese modo la salud de tu alma. Entonces,
Señor, si esta enfermedad, dolor y debilidad son tus medios para promover mi
santificación y aptitud para el cielo, mi voluntad estará pérdida en Tú voluntad, y
Tu voluntad y mi voluntad serán una.

Jesús es el Gran Sanador de todas nuestras enfermedades espirituales. El
ama encargarse del cuidado del alma enferma por el pecado, y nunca ha perecido
uno que se haya dirigido a Su cruz. Ven con tu enfermedad espiritual, Oh alma
mía; Respecto a nuestra enfermedad puede haber perplejidad en cada médico y
distanciamiento en toda cura —pero Jesús y Su Expiación puede sanar nuestra
enfermedad. “El sana todas tus dolencias (Sal. 103:3).” Él venda el corazón
quebrantado, nos sana de nuestras recaídas, nos restablece de nuestras
divagaciones, nos revive de nuestras declinaciones; y cuando la fe desfallece por
causa de la prueba, y el espíritu desmaya en la adversidad y el amor se enfría por
la tentación, Jesús el Sanador viene, y por la fresca aplicación de Su Sangre, y
por la comunicación renovada de Su Gracia, y por la energía vivificante de Su
Palabra, Él nos sana.

Ten cuidado, oh alma mía, de cualquier sanación que no sea de Cristo, y
de cualquier remedio que no sea Su sangre. Vigila contra una curación falsa de
tu herida. Ninguno sino Cristo, y nada más que la sangre de Cristo. Lleva tu
caso, tal como está, a Cristo. No vayas a ningún ministro, a ninguna iglesia, a
ningún rito, a ningún servicio, sino ve de inmediato a Cristo y Su sangre y —
ruega con fe y de manera importuna: “Sáname, oh Jehová, y seré sano
(Jer.17:14).” ¡Oh, cuan amoroso, noble y habilidoso sanador es Jesús! Sin
ningún ceño fruncido de disgusto, sin ninguna mirada de frialdad y sin ninguna
palabra de reproche, Él te curará. Él sana la peor enfermedad del pecado, sana al
hombre incurable, y nunca pierde un paciente que busca Su toque salvífico.
“Jehová, ten misericordia de mí; Sana mi alma, porque contra ti he pecado (Sal.
41:4).”
El Señor Mi Libertador

El cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos
librará, de tan gran muerte.
2 Corintios 1:10

Fue una petición necesaria y preciosa la que el Señor enseño a sus
discípulos —y el cual requerimos un ofrecimiento diario— “LÍBRANOS del mal
(Mat.6:13)” Estamos en constante necesidad de liberación, expuestos, como
estamos, a los continuos, variados y potentes males, visibles e invisibles,
temporales y espirituales, y el cual no tenemos poder natural para evadirlos y
superarlos, y que por lo tanto no se puede esperar por una auto liberación.

¿Pero quién es nuestro verdadero Libertador? Es Aquel quien es nuestra
Porción, Aquel quien nos enseñó así a orar, y es Él mismo como nuestro Gran
Libertador. Tomemos los TRES TIEMPOS empleados por apóstol en las
palabras que se encuentran a la cabeza de esta meditación, como una ilustración
de la Gran Liberación del Señor de Su pueblo.

Primero, hay una liberación PASADA del Señor. “El cual nos LIBRÓ…
de tan gran muerte.” Jesús bajó del trono de Deidad a la cruz de un criminal
condenado, para liberarnos de ‘tan gran muerte,’ y del amargo dolor y angustia
de la ‘muerte segunda,’ la muerte que es eterna. Siendo ofrenda por nuestros
pecados, maldito con nuestra maldición, condenado por nuestra condenación y
muerto por nuestra muerte, la preciosa sangre que fluye de Su costado rasgado y
Su corazón rebosante hicieron una expiación completa para nuestras vastas e
incontables ofensas, borrando cada silaba de la acusación que era contra
nosotros, y eliminando cada mancha del pecado que estuvo en nosotros —por
este motivo, tenemos libertad de tan grande muerte. ¡Alma mía! Aprovecha de
esta maravillosa liberación, esta perfecta redención, este perdón gratuito; y por la
aplicación de la sangre expiatoria a tu consciencia, camina en el gozo feliz de
todas las bendiciones de la carta constitutiva de salvación y de la ciudadanía
celestial que la liberación de Cristo te hace participe.

Segundo, hay una liberación PRESENTE. “Y nos LIBRA.” Además de la
cancelación de todas las ofensas pasadas, la liberación de Cristo se involucra en
nuestra emancipación (liberación) presente de una naturaleza no renovada. Que
perdone nuestra culpa y que deje que seamos sirvientes del pecado y esclavos de
satanás, sería una especie de crueldad refinada con la que Dios jamás podría ser
acusado. Nuestra liberación presente, entonces, es libertad de la muerte
espiritual, por la cual venimos a ser almas vivientes, y así somos ahora liberados
de tan grande muerte, y podemos participar con el apóstol “dando gracias al
Padre el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino
de su amado Hijo (Col. 1:12-13)” ¡Sí! Jesús ahora liberta.

¿Estás en alguna dificultad presente o pena, necesidad o tentación? Cristo
puede liberarte, y liberarte ahora. Ruégale vigorosamente. Él tiene el poder para
liberar, plenitud para abastecer, y un corazón amoroso y compasivo para
consolar. Tu perplejidad no puede confundir Su sabiduría, tus necesidades no
pueden agotar sus recursos, tus penas no pueden distanciar Su compasión. Él que
te ha liberado de seis problemas no te abandonará en el séptimo. ¡Oh alma mía!
Vive en el presente Salvador, regocíjate en la presente salvación, y no olvides
que Dios en Cristo es una ayuda muy presente en cada tiempo de necesidad.

Tercero, El que nos ha liberado, el que nos libra, aún nos librará en todo
el FUTURO de nuestra historia. La fe adquiere fuerza en el presente por el
recuerdo de las liberaciones pasadas de Dios; y desde la experiencia del
presente, la fe mira hacia adelante con confianza al futuro, “en quien esperamos
que aún nos librará” Entonces, Oh alma mía, no estés demasiado ansioso acerca
del futuro. Dios es fiel, Jesús inmutable, y todo lo que el Señor tu porción ha
sido, Él es ahora, y Él será en todo problema, enfermedad y muerte futura —un
libertador todo suficiente, todo fiel, todo amoroso, que nunca te dejará ni te
abandonará, hasta que Él te haya “liberado de las miserias de este mundo
pecaminoso, teniendo su perfecta consumación y dicha en cuerpo y en alma en
Su reino eterno y perpetuo.”2 “Invócame en el día de la angustia; Te LIBRARÉ,
y tú me honrarás (Sal.50:15).”
El Señor Mi Maestro

Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.
Juan 13:13

Emancipado de la esclavitud de satanás, el creyente llega a ser siervo de
Cristo, y no hay más alto honor, de ahora en adelante, que Cristo sea su Maestro.
Cuán maravilloso cambio —¡la libertad de la criatura, por el cautiverio del
esclavo; el servicio de la santidad, por la paga de injusticia; Cristo su Maestro,
por Satanás su dictador; y Canaán, con sus colinas revestidas de vides y llanuras
soleadas, sus ríos fluyentes y brisas aromáticas, por las calderas, los hornos de
ladrillo, ¡y la oscuridad de Egipto!

Toda esto cumple la gracia —porque, por la gracia de Dios somos lo que
somos— y todo está involucrado en la relación que El Señor nuestra porción nos
sustenta como nuestro Maestro. Está claro que nuestro Señor no se rehusó a
admitir la relación, sino que la aceptó y la aprobó. No como un título vacío, sino
como un apelativo profundamente significativo, Él lo reconoció y lo elogió de
parte de Sus discípulos. Igualmente lo hizo para que nos sea de reclamo a Él
como nuestro Maestro, y para que diligentemente inquiramos cuales son los
privilegios, deberes y las bendiciones que fluyen hacia nosotros de esta relación
elevada y sagrada.

Como nuestro Maestro, pertenecemos a la escuela de Cristo. En otras
palabras, somos Sus discípulos y aprendices. Platón tuvo su escuela, Pitagoras la
suya, y cuán orgullosos estuvieron los discípulos de cada uno al ser identificados
con ellos, así mismo declaraban ya sea al uno o al otro como Sus maestros.
Cristo es nuestro Maestro. Él es divino, Su escuela sobrenatural (del otro
mundo), Sus discípulos espirituales, Su doctrina y su enseñanza de arriba. ¡Alma
mía! En este sentido —el superior, el más sagrado y el más solemne— no
podemos a llamar a ningún hombre maestro sino solo a Cristo.

Hay muchos en este impío y ritualista siglo que ponen sobre sus cabezas
“Escuela de los pensamientos religiosos” y profesores de las doctrinas
teológicas, seguidos por multitudes de admiradores irreflexivos y engañados.
Pero cuyas doctrinas y práctica, si leales a Cristo, debemos ignorar y apartarnos
al igual como la prenda saturada con la plaga. Prueba a los espíritus por la
palabra Revelada de Dios, para que muchos falsos maestros, y los que niegan al
Señor Jesús, mientras todavía asumen presuntuosamente la insignia de Su
religión, y falsamente visten el uniforme de Su Iglesia, desaparezcan lejos.
¡Alma mía! Siéntate a los pies Jesús, y bebe del vino puro del evangelio que
fluye exquisitamente desde sus labios ungidos de gracia.

Como nuestro Maestro, estamos obligados a obedecer sus
mandamientos. “Si me amáis, guardad mis mandamientos (Jn. 14:15).” Y
verdaderamente, Señor, tus mandamientos no son gravosos y arbitrarios, sino
que Tu yugo es fácil, y ligera Tu carga; y en el uso de tu yugo y teniendo tu
carga hay una recompensa presente y grande. “Tus caminos son caminos
deleitosos, Y todas tus veredas paz (Pro. 3:17).”

Dulce y agradable es estar a Su servicio. Se mezcla el acto más humilde
con el honor más alto, la obligación más dificultosa con la libertad más prefecta,
la auto negación más severa con el goce más exquisito, el ofrecimiento más
pobre con la recompensa más rica. Oh alma mía, en el trabajo para Cristo tu
estas sirviendo a un buen, amoroso y fiel Maestro; y sin importar cuan oculto tu
ámbito y humilde tu empleo, Su gracia te socorrerá, Su bendición te impulsará, y
Él en el último dia reconocerá públicamente y con gratitud y recompensará
espléndidamente la copa de agua fría dada, y la botella de ungüento fragante
quebrado, en Su nombre y para Su gloria.

Como nuestro Maestro, nosotros, sus siervos, debemos imitarle. “El
siervo no es mayor que su señor. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.
Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también
hagáis (Jn. 13:14-16).” ¡Señor! Pueda yo caminar tan cerca contigo, servirte tan
fielmente, y asemejarte tan bien, para que, en el siervo, el mundo pueda rastrear
la imagen del Maestro, de quién yo soy y a quién sirvo, y glorifico Su Nombre
grande y precioso.

“Señor, Si vuestra gracia impartes,
Pobreza de espíritu y mansedumbre de corazón,
Yo como mi Maestro seré
Arraigado en humildad o (sencillez)” 3
El Señor Mi Siervo

Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve?
¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros
como el que sirve.
Lucas 22:27

¡Es con la modestia y humildad más profunda que el bolígrafo traza el
encabezado de esta meditación! El Señor de vida y gloria, el Creador de todos
los seres, el Hacedor de todos los mundos, —¡Nuestro Siervo! ¡Asombrosa
verdad! ¡Increíble condescendencia! ¡Insondable gracia! Pero, aunque inmeso
sea, es nuestro privilegio recibir esta verdad. Increíble cómo puede parecer,
estamos obligados a creerlo, porque Él mismo lo ha declarado: “Yo estoy entre
vosotros como el que SIRVE (Lc.22:27).” Conforme con esto es la enseñanza de
Su apóstol “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como
cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de
SIERVO, hecho semejante a los hombres (Fil.2:6-7).” Alma mía, tú has estado
contemplando al Señor tu porción en el carácter de un Maestro —ahora siéntate
a Sus pies y estúdiale en el oficio de un Siervo. Escucha su lenguaje: “Porque,
¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta
a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.”

En qué luz impresionante hace que este oficio sitúe Su grandeza. Solo el
verdaderamente grande es quien puede realmente descender. Así como el sol
aparece más grande y más resplandeciente a su puesta, así Cristo, el sol de
justicia, nunca se presentó más a sí mismo como cuando tocó en su punto más
bajo el horizonte de nuestra humanidad; como cuando ocultó, el Dios en el
hombre, el Rey en la persona, el Maestro en el siervo, luego se inclinó para lavar
los pies de los discípulos, y les limpió con la toalla con la cual fue ceñido. Oh
alma mía, que este maravilloso espectáculo aumente tu admiración e intensifique
tu amor.

Fue la Divinidad de vuestro Señor que selló cada palabra que habló con
un significado tan impresionante, y que invistió cada acto que desempeñó con
una magnificencia tan sublime. Aprende de esto en que nunca eres
verdaderamente más grande como cuando estas sirviéndole en Sus santos —
siendo condescendiente, en la imitación de Él, para con los hombres de
condición baja. Ningún santo de Dios es demasiado bajo, y ningún servicio
demasiado humilde como este, para despertar tu amor, animar tu compasión, y
dedicarse al servicio. Piénsalo no por encima de tu dignidad y posición para
abandonar tu morada grandiosa y visitar la humilde cabaña de un pobre, anciano,
sufriente santo, y en algún acto humilde y amoroso llegar a ser el siervo de ese
‘sacerdote real;’ esa ‘hija del Rey,’ ese hijo de Dios, afectado por el sufrimiento,
batallando con la escasez, y, más que todo, su alma quizás en conflicto con la
oscuridad, incertidumbre y tentación espiritual. Oh, que privilegio servir a ese
enfermo, doliente y afligido quien Jesús ama; y haciendo esto atrapar las
campanadas de Su voz mientras caen sobre el oído “De cierto os digo que en
cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis
(Mt. 25:40).”

Y aun Jesús nos está sirviendo. Él está entre nosotros, y por una clase de
miles de actos condescendientes nos está ministrando. Él nos está dando gracia
para conquistar el pecado, supliéndonos con fuerza para derrotar al malvado,
administrando consuelo en todas nuestras penas, siendo condescendiente de
nuestros asuntos modestos, aliviando nuestras enfermedades, liquidando nuestras
perplejidades, mitigando nuestros sufrimientos, calmando nuestras aflicciones, y
haciendo los corazones de los demás, amorosos y compasivo hacia nosotros. Oh
si, Jesús hace que todas nuestras camas en enfermedad, invisiblemente y
silenciosamente se retiren de nuestras habitaciones, observa con la mayor
vigilancia cuidadosa y delicada alrededor de nuestro sofá, y en miles maneras
dulces administra para nuestro consuelo.

Si tal es el Servicio del Salvador por nosotros, ¿Cuál, oh alma mía, es tu
servicio para Él? ¿Estás disponiéndote para Cristo, consagrando tu cuerpo,
talento, influencia, tiempo, voluntariamente e incondicionalmente al Señor?
Entonces escucha Sus palabras alentadoras: “Si alguno me sirve, sígame; y
donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi
Padre le honrará (Jn. 20:26).” Luego viene el servicio final de Jesús:
“Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle
velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y
vendrá a servirles (Lc. 12.37).”
El Señor Mi Maestro II

Sabemos que has venido de Dios como maestro.
Juan 3:2

No podemos dejar de lado ninguno de los oficios mediadores de Cristo,
muchos menos con Su oficio como PROFETA, o MAESTRO. El vino para hacer
conocida la Salvación. Antes de que Él pueda oficiar en Su Altar como
Sacerdote, o sentarse sobre su trono como Rey, Él debe revelar el Plan de Dios
de redención como Profeta.

Mira, oh alma mía, una o dos de las clasificaciones de Jesús como tú
Maestro. Él es un maestro DIVINO, un “Maestro venido de Dios,” para hacerse
conocido, para revelarse a la mente y para desvelar el corazón del Padre. Sus
propias palabras son, “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y
nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quiera REVELAR (Mt.11:27).” ¡Que bendito Revelador
de Dios es Jesús! Él quita el velo y me muestra al Padre como ningún planeta en
toda su gloria podría, como ninguna montaña en toda su magnitud podría, como
ninguna flor con toda su belleza podría, y como ninguno, de los más grandes,
más sublimes, y más preciosos objetos en la naturaleza podría. “El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre (Jn. 14:9).”

Él es también un Maestro HUMANO. No podríamos aprender de los
ángeles. Nuestra torpeza cansaría su paciencia, nuestra caprichosidad agotaría su
amor, nuestras preguntas desconcertarían su conocimiento. Nuestro maestro debe
ser como nosotros, humano. Y debido a que es un humano, él (él sacerdote del
Antiguo testamento) es capaz de tratar gentilmente a las personas, aunque ellos
sean ignorantes y caprichosos. Ya que él está sujeto a las mismas debilidades que
ellos tienen (He. 5:1-2).

Él debe ser gentil, paciente, e infinito en conocimiento. Tal es Jesús. Oh,
con que inquebrantable amor e infatigable paciencia —soporta nuestra torpeza,
indiferencia e ingratitud— Jesús nos enseña las preciosas cosas de Su Palabra, y
aún las más gloriosas y preciosas cosas de El mismo. “Señor, yo aprendería
humildemente desde ti, y de ti, lo que Tú eres, y lo que Vuestra verdad es; nunca,
pero nunca me dejes abandonar tus pies.”

¿Y qué es lo que Jesús nos enseña? Él nos enseña la plaga de nuestro
propio corazón, la extraordinaria maldad del pecado, la odiosidad y nada del yo,
la futilidad de la criatura, y la insuficiencia del mundo. Él nos hace
familiarizarnos con el corazón y carácter de nuestro Padre —Sus pensamientos
de paz, Sus propósitos de gracia, y diseños de misericordia. Él nos revela su
propia gloria y belleza, plenitud y preciosidad. En una palabra, el enseña cada
verdad espiritual y santa lección esencial para la totalidad de nuestra educación
para un cielo de conocimiento perfecto, pureza y amor.
¿Y cómo nos enseña Jesús? Él nos enseña por la iluminación del Espíritu
Santo, por la letra de la Palabra, por las dispensaciones de Su providencia, y por
las comunicaciones de Su gracia; —si, por todos los eventos y circunstancias,
alegrías y penas, luces y sombras de nuestra solemne y escabrosa vida. Él te está
enseñando, Oh alma mía, más de tu propio vacío y de Su autosuficiencia, por
una pena santificada, por una tentación intensa, que, quizás, alguna vez hayas
experimentado en toda tu experiencia previa —porque, “¿Quién enseña cómo
Él?” ¡Oh, qué universidad en el entrenamiento del creyente para el cielo es la
escuela de la aflicción de Jesús! El astrónomo solo adquiere eficientemente y
prácticamente un conocimiento de su sublime ciencia cuando el sol se ha puesto,
y el manto negro de la noche cubre todo objeto en el oscuro ébano. Así
nosotros, los estudiantes de una más divina, más sublime, y más santa ciencia
—“el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo (2 Cor. 4:6)”—
llegamos a ser lo más espiritual y experimental en nuestros logros, cuando el sol
del bien terrenal se ha puesto, y la noche sin estrellas de lloro y de la aflicción
que aparta todo ‘objeto de la criatura’ de nuestra vista. ¡Bendito Maestro! Tú
frecuentemente me has enseñado en la más profunda oscuridad de la adversidad,
más de lo que alguna vez he aprendido en la más brillante luz del sol de la
prosperidad.

“¡Oh Señor! Da a tu siervo un espíritu humilde, manso y enseñable, dispuesto
aprender cualquier lección o verdad en alguna escuela o camino que tú infinita
sabiduría y amor pueda designar.”

“Vuestro camino, no el mío, Oh Señor,
¡Sin importar cuan oscuro sea!
Guíame con tu propia mano,
Escoge el sendero, para mí” 4
El Señor Mi Ejemplo

Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros
también hagáis.
Juan 13:15

Al contender fervientemente por la doctrina de la naturaleza del sacrificio
de la muerte expiatoria de nuestro Señor, podríamos estar en un gran peligro de
pasar por alto el hecho de que la vida entera de Cristo es constantemente
presentada a nosotros en las Escrituras como el modelo por el cual nosotros
debemos ser moldeados. Nosotros necesitábamos una encarnación personal de la
religión del evangelio —un perfecto, y sin igual Ejemplo. En solo Uno
podríamos encontrar ese ejemplo, en Aquél cuyo evangelio fue, y cuya vida fue
un puro y vivo reflejo de las doctrinas que enseñó, los preceptos que inculcó, y
el espíritu que infundió. Vamos, entonces, a inquirir brevemente cuales son las
artes de Su vida santa en el cual podríamos considerarle como imitables, y cuales
rasgos de Su carácter podemos considerar para transferir con humildad y
gratitud a nosotros.

Hemos de seguir el ejemplo de Cristo en Su OBEDIENCIA, “Si
guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor (Juan
15:10).” ¡Contempla el ejemplo! Como Él obedeció a Su Padre con una amorosa
e incondicional obediencia, por lo tanto, Sus discípulos deben caminar en
obediencia a todos Sus mandamientos, ordenanzas, y preceptos, alzando Su cruz
diariamente y también siguiéndole a Él.

Señor, no permitas que haya alguna reserva en mi obediencia a Ti, al
igual como no hubo ninguna en Tu obediencia al Padre; sino como tú siervo
Caleb que pudo seguirte totalmente, haciendo la voluntad de Dios desde el
corazón.

Debemos ser conformados a la SANTIDAD y PUREZA de Cristo. “Sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir (1 Ped.1:15).” “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se
purifica a sí mismo, así como él (Cristo) es puro (1 Jn 3:3).” Oh Señor, yo solo
puedo ser realmente feliz hasta que sea verdaderamente santo, y solo puedo ser
verdaderamente santo hasta que este caminando como Tú caminaste.

Debemos ser conformados a la HUMILDAD y MANSEDUMBRE de
Cristo. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
fácil, y ligera mi carga (Mt. 11:29-30).” Oh Señor, nunca hubo tal modelo de
humildad como el Tuyo. Con alegría transferiría este agradable rasgo distintivo
de Tú carácter y espíritu a mí mismo, y en corazón y conducta caminar
humildemente con Dios, y en humildad y auto-negación caminar con mis
hermanos.

Debemos ser conformados al AMOR de Cristo. “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado. (Jn.13:34).” ¡Oh, cuan
amoroso fue Jesús! Él era todo amor —nada sino solo amor. Él amó
extremadamente a Dios, Él amó auto-sacrificadamente al hombre. El amor lo
llevó a obedecer a Dios, el amor le obligó a morir por nosotros. Señor,
moldéame a este precioso ejemplo de amor —que ese amor sea todo el
dominante y constrictivo principio de mi vida, para amarte, y amar a los santos,
y amar a los pecadores.

Debemos de seguir el ejemplo de Cristo de como PERDONA las ofensas.
“Perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera
que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros (Col.3:13).” Cuan pocos
hay, aún entre los seguidores de Jesús, quienes presentan un reflejo claro y pleno
de este rasgo de Su carácter, este prominente hecho de Su vida.

“¡Señor, déjame ser encontrado entre los pocos! Provéeme la gracia de la
resignación para pasar por alto la ofensa, silenciosamente sufrir lo injusto, y
generosamente perdonar y olvidar la crueldad hecha, la pena causada, la deuda
contraída por mi consiervo, así como Tú has perdonado y olvidado mis
transgresiones, cancelando todo mi pecado y remitiendo todas mis deudas contra
Ti.”

¿Te parecerías a Cristo? Entonces estúdiale atentamente, estúdiale
constantemente. No estudies hasta desmayar, las copias imperfectas, sino estudia
al Divino Humano Original —estudia solo a Jesús. La más perfecta copia puede
confundirte, pero Jesús no puede. Pretende ser, no como un santo, sino como
Cristo, no como un hombre, sino como Dios. Menos de ti mismo, más como
Cristo. El Señor Peter Lely, el gran artista, hizo de una regla nunca mirar una
mala pintura, tras haber tenido por experiencia que, cada vez que lo hacía, su
lápiz tomaba una pizca de ello. ¡Señor! ¡Moldea, esculpe, escribe mi alma
conforme a Tu voluntad; solo hazme una copia perfecta de TI MISMO!
El Señor El Que Lleva Mi carga

Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará.
Salmo 55:22
¡Maravillosas palabras! ¡Su sentido es mágico, su sonido es música, su
gran declaración es reposo! Es una de esas flores seleccionadas desde el jardín
de Dios, pintadas con belleza y cargadas de perfume, que desafía todo arte
humano para aumentar la belleza de la una, o para incrementar la dulzura de la
otra.

Y además, así como la mayoría de las flores son más fragantes cuando se
aplastan, y como las uvas dan su más dulce jugo cuando se exprimen, una simple
exposición de estas preciosas palabras, sin importar cuan ligera se presionen,
puede mostrar una fragancia espiritual y refrigerio para algún pecado o
sobrecarga de las pruebas que un hijo de Dios pueda tener, de aquel cuya mirada
pueda caer sobre estas páginas.

La APTITUD de Jesús de ser el que lleva la carga de Su pueblo
seguramente no necesita ninguna prueba para aquellos quienes han estudiado su
Palabra, y para los que están en alguna medida familiarizados con Él. Él posee
todas las aptitudes esenciales para un oficio de tal demanda. ¿Cuánto debe ser el
peso inmenso de todos los pecados, preocupaciones, pruebas, necesidades y
deseos de toda la iglesia? ¡Qué! ¡Una mera criatura, un ser finito, capaz de
aguantar por un momento la carga! ¡Absurda idea! Pero Aquel que lleva nuestra
carga es igual en todos los aspectos de poder, amor, y compasión, que sostiene
esta carga intensa —la carga de Dios y la carga de la Iglesia. “He puesto el
socorro sobre uno que es poderoso (Sal. 89:19),” dijo Jehová, y ese ‘socorro’
involucró todo lo que el gobierno moral de Dios demandó, y todas las
necesidades que la Iglesia requirió para nuestra salvación. Y puesto que, Él fue
esencialmente Divino, fue igual a la demanda. Y ahora, Oh alma mía, ¿Cuál es tu
carga? Recuerda que la petición es una personal, y que por lo tanto incluye todo
cuidado y necesidad, pecado y pena, que tu tengas “Echa sobre Jehová tu carga,
y él te sustentará (Sal. 55:22).”

¿Es el PECADO tú carga? Cuan poderoso portador de pecado es Jesús.
“Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros (Isa. 53:6).” Entonces, echa esta
carga sobre Jesús. Aunque Él lo cargó todo de una vez, Él lo carga todo de nuevo
en cada pecado que nosotros confesamos a Sus pies, y en cada rastro de culpa
que traemos a la renovada limpieza de Su sangre. Intenta no portar tu pecado ni
por un instante, o lapso —llévalo inmediatamente en penitencia y fe a Jesús;
confiésalo sin reservas, y lávalo de nuevo en la fuente aún abierta y accesible
para ti. “Una persona que se ha bañado no necesita lavarse, excepto por los pies,
para ser enteramente limpio (Jn. 13:10).”

¿Es la PRUEBA tú carga, Oh alma mía? Jesús es una ‘piedra probada
(Isa. 28:16),’ y es, por tanto, en todos los sentidos de sus pruebas, similares a los
vuestros. Él ha enviado, ha permitido, que esta prueba te aconteciera, para que
pudieras aprender más de esta preciosa piedra probada. El Señor constata la fe de
los justos, para poner a prueba su fidelidad. Prueba su sabiduría para guiarlos,
prueba su fuerza para sostenerlos, prueba su amor para traerlos a través de estas
pruebas, como oro, a la gloria de su gran nombre.

Quizás tu carga es una DIFICULTAD cual, como una enorme roca,
puesta en tu camino, y que ninguna sagacidad humana o poder puede remover.
“¿Habrá algo que sea difícil para mí? Dice el Señor (Jer.32:27).” Él puede
resolver tu perplejidad, desenredarte de todas tus dificultades, y remover la roca
de tu camino. Echa esta carga sobre Él. “Mis ojos están siempre hacia Jehová,
Porque él sacará mis pies de la red (Sal. 25:15).”

¿Es la NECESIDAD tu carga? ¿Cuál necesidad no puede el Señor suplir?
Todos los recursos del Infinito están a Su dominio. “Mía es la plata, y mío es el
oro, y los millares de animales en los collados (Hag. 2:8; Sal.50:10)” son
palabras con el cual Él desafía tu necesidad, y aplastaría tu miedo. Si Él provee
para las aves del cielo, entonces ¿Crees que Él hará pasar hambre a los niños de
Su amor?

Pero sin importar cuál sea tu carga, échalo en la oración de fe sobre el
Señor. Aunque, peculiar y pesada tu carga pueda ser, su fuerza, gracia y amor te
sustentará. Rodeado por Su brazo omnipotente, socorrido por la oración,
sostenido por las promesas, fortalecido por Su gracia, confortado por Su
compasión, y consolado por Su Espíritu, no caerás, porque escrito está: “Echa
sobre Jehová tu carga, y él te sustentará (Sal. 55:22).”
El Señor Mi Pastor

Jehová es mi pastor; nada me faltará.
Salmos 23:1

El oficio pastoral de Jesús está en una hermosa armonía con la existencia
de Su iglesia que esta bajo la similitud de un Rebaño. Y no hay alguna parte de
Su obra mediadora el cual esencialmente supone más, o claramente evidencia
más, la doble naturaleza de nuestro Señor como esta. Para cumplir
completamente los deberes de Pastor de Su Iglesia, Él debe poseer todas las
perfecciones de Dios, en igual balance con todos los atributos del hombre. Él
debe ser divino para conocer, mantener y guardar a Su rebaño; Él debe ser
humano para conseguir su salvación, y para comprender y socorrer a Sus
pruebas, debilidades y tentaciones. Ambos de estos extremos de su ser —el
Infinito y el finito— se encuentra en Jehová nuestro Pastor.

Nuestro Señor es un Pastor amoroso. Pero oh, ¿que lápiz puede describir
la inmensidad del amor de Cristo para con Sus ovejas —Su única Iglesia? De la
manera en que nuestra fe esté en proporción con ese amor de Cristo que tiene
hacia nosotros, así será el estado de nuestros corazones hacia Él. El Señor dirige
tu corazón, amado —quizás herido por el pecado o sombreado con tristeza— a
las profundidades de este infinito océano de amor divino; para que, llenando las
aguas poca profundas, y arrastrando lejos las desagradables debilidades,
fracasos, y pecados de tu vida cristiana, puedas caminar en su feliz y santa
influencia. ¡Oh, no pierdas de vista su amor de Pastor!

Cristo es un Pastor expiatorio. Esta fue Su propia declaración: “Yo pongo
mi vida por mis ovejas (Jn. 10:15).” Estas palabras no admiten interpretación
racional e inteligente distinta a esta, “nos amó, y se entregó a sí mismo por
nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios (Efe. 5:2).” Entonces, ¿Qué debería ser la
influencia santificadora de la expiación de Cristo? ¿No debería Su muerte por el
pecado, ser nuestra muerte al pecado? Cuán poderosamente el apóstol expresó
esta verdad: “Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tit.
2:14).”

Piensa, alma mía, en el poder de vuestro Pastor. Cuando David quería
validar su habilidad para confrontar al jactancioso Goliat, él le recordó a Saúl
que había asesinado tanto al león y como al oso que habían invadido el rebaño
de su padre. Cristo, nuestro verdadero David, el Señor nuestro Pastor, ha vencido
todos nuestros enemigos —condenando el pecado, hiriendo a Satanás,
conquistando la muerte y la tumba— y de esta manera ha demostrado Su poder
para asesinar al león y al oso de todos nuestros enemigos espirituales, que
siempre están merodeando, siempre vigilando, y siempre procurando molestar,
herir, y si es posible, destruir las ovejas dadas a Él por el Padre, y compradas con
Su propia sangre preciosa expiatoria. “No perecerán jamás, ni nadie las
arrebatará de mi mano (Jn. 10:28).”

Es la competencia especial del Pastor proveer pasto adecuado y
abundante para las ovejas. Esto es lo que más fielmente hace. El provee pastos
verdes de Su Palabra en el cual por medio del Espíritu Santo nos guía. Aún más,
Él ha provisto para nosotros Su carne para comer y Su sangre para beber,
figurativamente y espiritualmente. Verdaderamente Él ha preparado una mesa de
la más deliciosa y costosa provisión en el desierto, y ante nuestros enemigos, que
Él mismo preside, diciendo a cada huésped bienvenido, “Coman, oh amigos,
beban, si, beban abundantemente, Oh amados.”

Toma asiento, oh amado, y deja que tu alma se deleite con los manjares.
¿Porqué deberías estar flaco y hambriento, aunque una hambruna pueda imperar,
cuando todas las promesas de Dios son tuyas, y toda la provisión del evangelio
es tuya, y todos los suministros del pacto son tuyos, y, sobre todo, toda la
plenitud de Jesús es tuya? Entre estos campos divinos tú puedes deambular,
alimentarte, y descansar hasta que el Pastor te llame a los más ricos pastos en lo
alto. Hasta entonces, quédate cerca al lado del Pastor —el único Jesús— y
aliméntate con las demás ovejas —la ÚNICA Iglesia de Cristo, y haz todo lo que
puedas para agrandar el rebaño y para difundir el renombre del Pastor que te
rescató con Su propia sangre, que te buscó en el dia nublado y oscuro, y que,
colocándote sobre Su hombro, te llevo cuidadosamente de vuelta a Su redil.
El Señor Mi Restaurador

El restaura mi alma…
Salmos 23:3

Este no es el menos importante deber del Pastor —bajo cuya semejanza
nuestra meditación pasada se contempló a nuestro bendito Señor— para ir en
búsqueda de los extraviados del rebaño. Sería ciertamente una extraordinaria
rareza, si no hubiera ningún cordero tonto, ninguna oveja inconstante y
desorientada del redil. La historia religiosa del creyente es una historia de
declives y restablecimientos, de desviaciones y retornos, de recaídas y del Señor
restaurando. El alma regenerada es inclinada algunas veces a la rebeldía contra
el Señor. El sol naturalmente no declina más, ni los planetas se salen de su
centro, que lo que el corazón del creyente se desvía de Dios.

“¡Oh mi Señor, cuantos, y ocultos son los extravíos de mi alma de Ti,
solo Tú sabes! Cuán frecuente mi amor se enfría, mi fe desfallece, mi celo decae,
y me canso, y estoy listo para detenerme en Tú servicio. Mío es lo pecaminoso,
lo errante de corazón, lo inconstante para contigo como el viento cambiante; lo
falso de mis votos como un arco roto. Pero tú, Oh Señor, eres mi Pastor, y Tú
restauras mi alma; compadeciéndote de mis debilidades, conociendo mis
extravíos, y siguiendo todos mis pasos, Tú restableces, curas, y perdonas a Tú
pobre y tonta oveja, propenso a alejarse de vuestro costado herido y protector en
la búsqueda de lo que solo puede ser encontrado en Ti. “

Él nos restaura de manera tierna. Cuando Él pudo justamente encargar
un mensajero severo para despertarnos de nuestro ensueño, o traer nuestro
pecado para rememorarlo, Él envía un dulce Natán para decirnos, “Tú eres aquel
hombre (2 Sam. 12:7)” —algún tierno y amoroso mensajero, llenado con la
‘mansedumbre y gentileza de Cristo’ para recordarnos de nuestra recaída
(apostasía), para que tratemos con nuestro pecado, y para conseguir guiarnos de
vuelta al Salvador, hacia quien nuestro amor se había enfriado, y de quien
nuestros pies se habían apartado. Recuerda Su propio trato tierno. Obsérvale
cruzando montañas y valles en busca de una oveja que se había extraviado; no
descansa hasta que la haya encontrado —entonces, colocándola sobre Su
hombre, de un modo cariñoso y tierno, Él la carga hasta el redil, entre las
acogidas del rebaño, la música de su propio gozo restaurado y las canciones de
los santos.

La fidelidad de Jesús en nuestra restauración no es menos evidente.
Aunque demostremos deslealtad e incredulidad —y oh, ¡que palabras pueden
describir nuestra infidelidad a Cristo! — sin embargo, Él es fiel y no puede
negarse a sí mismo. Es una dulce verdad, oh alma mía, que nunca deberías
olvidar, que el amor y lealtad y promesas de Jesús nunca son negadas o afectadas
por vuestra conducta hacia Él. Cuando nuestro amor a Jesús se enfría o nuestras
constituciones espirituales y afectos fluctúan, somos propensos a inferir un
cambio similar en el Señor; consideremos que, para despertarnos de nuestra
somnolencia, para traernos a la reflexión y oración, Él puede suspender las
apreciables manifestaciones de Su presencia y las comunicaciones especiales de
Su gracia; y, cesando de estar de pie y llamar, puede retirarse un momento,
dejándonos exclamar, “Abrí yo a mi amado; Pero mi amado se había ido (Can.
5:6).” Aun así, Su tierno amor no se apartará de nosotros, ni permitirá que su
fidelidad falle.

Oh, el amor de Jesús refrena nuestra rebeldía, examina nuestros
extravíos, cautiva, cura y restaura nuestras almas. Ciertamente Él no abandona a
Su pueblo, aunque ellos le abandonen un sinnúmero de veces. ¿Cómo podría Él
darle la espalda a aquellos que ha comprado con sus sufrimientos, gemidos y
lágrimas? ¿Cómo podría Él abandonar la obra de gracia forjada en esas almas,
por medio de Su Espíritu? Él puede retirarse por un momento, poco a poco para
despertarnos de nuestra pereza y sueño, para que al final cuando Él regrese otra
vez, nuestros labios canten agradecidamente, “Él restaura mi alma.”

¿Y para que propósito son todas las correcciones amorosas del Señor y
fieles reprensiones —Sus mesurados, aunque a menudo dolorosas, e incluso
aplastantes aflicciones— sino para traer de vuelta nuestros corazones
extraviados al Señor? Oh vara fructífera, Oh dulce amargura, Oh nube brillante,
Oh amorosa y tierna corrección, que refrena mis extravíos, desvía mi camino
para que no pueda encontrar mis amantes, y hace volver mis pies de vuelta a Sus
caminos deleitosos y Sus senderos de paz. “El restaura mi alma; me guía por
senderos de justicia, por amor de su nombre (Sal. 23:3 LBLA).”
El Señor Mi Luz

Jehová es mi luz…
Salmos 27:1

Sin acercarse a la idea Panteísta de que toda la naturaleza es Dios; el
cristiano puede rastrear a Dios y a Cristo en toda la naturaleza; y afirmar que, la
religión que resplandece en el rayo del sol, que brilla en la gota de rocío, que
respira de la florecilla, es la religión de Cristo; porque, aunque el material sea un
objeto, este sin embargo llega a manifestar la gloria de Dios, captar imágenes de
algunos rasgos de la persona de Cristo, ilustrar algunas verdades de Su palabra, e
inculcar algunas lecciones de Su evangelio. La naturaleza, más fiel a Dios que el
hombre, siempre se eleva por encima y más allá de sí misma, elevando al alma
renovada y reflexiva de la materia a la mente, y de la mente al espíritu, hasta
que, avivado con vida de parte de Dios, el alma se eleva hacia Dios por medio de
Cristo, para encontrar su estudio, felicidad, reposo en Su infinita plenitud, y así
esa plenitud es personificada y revelada en la persona y obra del Señor Jesús.

“Lee a la naturaleza; la naturaleza es un amigo de la verdad; la naturaleza es
cristiana; le predica a la humanidad, y manda a la materia muerta a
socorrernos en nuestra fe.” 5

Pero el hombre natural es espiritualmente oscuro; si, en el significado
abstracto del término, él es oscuridad. “El camino de los impíos es como la
oscuridad (Pro. 4:19).” “La luz que en ellos hay es tinieblas (Mat. 6:23).” Por lo
tanto, partiendo de este mundo aún en la oscuridad de un estado no regenerado,
ellos irán al interior de las “tinieblas de afuera,” donde allí será el lloro y el crujir
de dientes. ¡Mi lector inconverso, reflexiona, oh, seriamente, reflexiona en
oración sobre esta terrible condición y estas espantosas palabras! Vive sin Cristo
en este mundo, y vivirás en la oscuridad de la muerte espiritual; muere sin
Cristo, y pasarás a una oscuridad infinitamente y eternamente remota de todo
rayo de luz y gozo —una oscuridad que será ‘en las tinieblas de AFUERA’ y
‘PARA SIEMPRE’

Pero ¿Qué es la verdadera conversión? Las palabras inspiradas
responderán. Es “el llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped. 2:9).”
¿Has sido entonces llamado —llamado por la gracia especial y eficaz de Dios?
¡Oh, es un infinito momento el saber que eres convertido, nacido de nuevo por el
Espíritu, que te has convertido en una “nueva criatura en Cristo Jesús,” que eres
un ‘hijo de luz,’ y estás seguro para la eternidad, que de poseer la diadema del
universo! Porque, “¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y
perdiere su alma? (Mat. 16:26).” ¡Solemne y urgente pregunta!

Pero Cristo es la Luz del cristiano. El creyente es un ‘hijo de luz y del
dia’ teniendo libre entrada a la luz admirable de Dios. ¡‘Admirable luz’ es!
‘Admirable’ porque es divina, que fluye de Aquel que es la Luz Esencial, la
Fuente de toda luz. ‘Admirable’ porque es la Luz Encarnada, que mora en Cristo
Jesús, quien es nuestra luz. ‘Admirable’ porque es comunicada a nosotros por el
Espíritu Santo, por quien únicamente la oscuridad del alma es disipada, y por
Cristo, la verdadera luz que brilla. En una palabra, ‘Admirable,’ por causa de la
sorprendente gracia, la libre y soberana misericordia por el cual en otro tiempo
éramos tinieblas, mas ahora somos luz en el Señor.

Si, Oh alma mía, Jesús es tu luz. Él es la Luz de tú salvación, la Luz de tu
consuelo, la Luz de tu sendero, la Luz de tu esperanza de gloria. “En tu luz
veremos la luz (Sal. 36:9).” Guiado por Su luz caminarás a través de
deprimentes noches y días nublados, a través de mareas tempestuosas y
turbulentos vientos de adversidad, tentación, y penas, hasta que te lleve a casa, a
“la herencia de los santos en luz (Col. 1:12),” donde “El sol nunca más te servirá
de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te
será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria. No se pondrá jamás tu sol, ni
menguará tu luna; porque Jehová te será por luz perpetua, y los días de tu luto
serán acabados (Isa. 60:19-20).”
El Señor Mi Guarda

A los que me diste, yo los guardé…
Juan 17:12

Y, ¿quién podría proteger a Su pueblo sino el Señor mismo? Todos los
santos y ángeles en el cielo no podrían guardar a un creyente de caer de manera
irrevocable y perecer por siempre. Incapaces de protegerse de sí mismos, ¿cómo
podrían ellos proteger a otros? No hay un ser racional en el universo que, dejado
a su propio sostenimiento, no más demostraría su propio destructor —¡y terrible
sería su suicidio! El poder restrictivo y preservador de Dios sobre sus criaturas,
es maravilloso, universal e incesante. “De Dios es el poder” Reina en el cielo,
gobierna sobre la tierra, y es sentido en el infierno. “Una vez habló Dios; DOS
VECES he oído esto (lo ha escuchado en los solemnes tonos de su eco
resonante): Que de Dios es el PODER (Sal. 62:11)” “Guardados por el PODER
de Dios (1 Pe. 1:5).”

En la oración intercesora el cual Jesús, en el ejercicio de Su oficio
sacerdotal sobre la tierra, ofreció —la Regia Oración, de forma preeminente y
enfáticamente la oración del Señor, un tipo de intercesión en nuestra
representación en el interior del velo— Su cuidado de Su pueblo que es afirmado
solemnemente, “a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió
(Jn. 17:12).” Pero tú quizás contestarás, “¿No fue dado Judas a Jesús, y se
perdió?” ¡Sin duda alguna! Y la respuesta a esto es, que Judas fue dado a Jesús
como un discípulo, como un apóstol, como un ministro, pero no como un santo,
ni para la salvación de su alma. ¡Que terrible imagen, y que solemne lección
hace su historia al presente! Entendemos de esto que, no importa cuán lejos un
profesor religioso, o un dirigente de la Iglesia, o un predicador del evangelio,
distinguido por sus dones y utilidad pueda volverse; y sin embargo, ser
totalmente destituido de la gracia transformadora de Dios, y morir así, “para
irse a su propio lugar (Hch.1:25).” Oh Señor, “Sosténme, y seré salvo (Sal.
119:117).” “Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen
de mí (Sal. 19:13).” “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y
conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame
en el camino eterno (Sal. 139:23-24).”

Pero el Señor es nuestro guarda. Él es un cuidador Divino. Solamente la
Deidad podría cuidarnos de caer. El mismo poder que sostiene al universo
sostiene a los santos, y ningún otro poder excepto este podría mantenerlos un
momento. ¡Alma mía! el Salvador que te redimió y te llamó, te guarda; ¡y
porque Él es Divino, tú eres divinamente guardado, guardado en todo momento,
guardado para siempre! “Guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación (1 Pe. 1:5).”

Pero igualmente necesitábamos un guarda humano, uno en unión
personal con nuestra naturaleza, familiarizado con nuestras debilidades, en
afinidad con nuestras flaquezas, tentaciones, y penas. Tenemos todo esto en
Jesús, el Señor nuestro guarda. Oh, no hay un ángel en el cielo que podría tener
conmiseración de nuestras flaquezas, compadecerse de nuestras debilidades,
condolerse de nuestros asaltos, soportar nuestras inclinaciones a caer, y
restaurarnos cuando nos extraviamos. ¡Jesús puede! ¡Jesús lo hace!

Este cuidado divino no nos libera de la solemne obligación de la oración
personal e incesante y de la vigilancia. Hay un sentido —limitado, por cierto—
en el cual el creyente es su propio guarda. “Conservaos en el amor de Dios,
esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna
(Ju.1:21).” Estemos, entonces, en nuestra atalaya todos los días y todas las
noches, vigilando por los pecados que nos asedian, vigilando por el mal del
mundo, y vigilando por los asaltos del Maligno. ¡Oh, tú débil y humilde santo de
Dios, frecuentemente miedoso, no sea que por temor al final no puedas alcanzar
el cielo, levanta la vista! El Señor que te compró con Su sangre, te llamó por su
gracia, te preserva por la morada de Su Espíritu, y que ora momento tras
momento para que tu fe no desfallezca, te guarda, y continuará guardándote,
hasta que Él te lleve a la gloria. “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin
caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y
sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y
por todos los siglos. Amén (Jud. 1:24-25).”
El Señor Mi Cuidador

Él tiene cuidado de vosotros.
1 Pedro 5:7

Este puede ser para ti, alma mía, un dia de inquieta preocupación. El sol
brilla radiantemente, toda la naturaleza está ataviada de belleza, y cada objeto
sonríe. Pero para ti es un dia oscuro y nublado, y tu corazón está triste —una
preocupación te presiona, una ansiedad te entristece. Y ahora te encuentras en
busca de si quizás podrías responder a ello —aún con mucha incredulidad,
desánimo, y miedo al resultado. ¡Pero, quédate tranquilo! El Señor, que es tu
Porción, es suficiente para cada dia nuboso, y es suficiente para esto. Ven, toma
asiento y medita un poco sobre esta verdad, y ve si esta presión no puede
demostrar un verdadero estimulo, esta ansiedad un dulce reposo, y este halo de
tristeza reflejar una luz plateada, para estimularte a la oración, y guiarte a
aprender más experimentalmente y benditamente que Jesús es todo-suficiente
para todas nuestras necesidades. Así, “Del devorador salió comida, Y del fuerte
salió dulzura (Jue. 14:14).”

Si el Señor cuida de nosotros, entonces sin alguna figura retórica, Él es
nuestro Cuidador. Si todos los planetas, todos los seres, todos los eventos, todas
las criaturas están colgados en Su brazo, y sin embargo, no tengamos un
cuidado, aunque sea infinitesimal como un átomo, o delicado como una telaraña,
ten por seguro que el Señor se preocupa por ello. ¿Puede alguna otra cosa más
ilustrar perfectamente y extraordinariamente la grandeza de Jesús que esto? —
que, como grande es Él, nada en la historia de Sus santos es muy pequeño o
trivial para Su atención y consideración. ¡Ay! De los pequeños pecados y los
actos de desobediencia insignificantes de los deberes del diario vivir que nos
ocupamos muy imperfectamente para con Dios. Es uno de los más grandes logro
del Creyente en gracia vivir para Dios en las cosas pequeñas. Pensamos, por lo
general, que, porque Dios es tan grande, Él solo puede inclinar Su mente infinita
a los objetos y cosas que son grandes. Pero nos olvidamos en considerar que Él
es tan grande que el cielo de los cielos no lo pueden contener, se ha dignado a
decir: “Yo habito… con el quebrantado y humilde de espíritu (Isa. 57:15).”

Pero Él cuida de nosotros. Alma mía, ¿Jesús no lo ha demostrado? ¿Él no
cuidó de ti cuándo Él se embarcó en la obra de tú salvación? ¿Él no cuidó de ti
cuando estabas muerto en tus delitos y pecados? ¿Y cuando el Espíritu Santo te
convenció de pecado, y quebrantó tú corazón, y te guío en santa contrición a la
cruz? ¿No manifestó Jesús su cuidado por ti para entonces levantarte de Sus pies,
envolverte en Sus brazos, y aplicar Su sangre expiatoria a tú conciencia,
diciendo a tu espíritu azotado por la tempestad, ‘Calla, enmudece,’ para que
hubiera paz?

El Señor aún cuida de ti. Él se preocupa por tus necesidades, por tus
pruebas, por tus tentaciones, por tus penas. Y aún más, Él se preocupa por tu
caminar santo y feliz —por las dudas, temores y estremecimientos que algunas
veces te asaltan— por la oscuridad que frecuentemente te envuelve —por la
soledad y aislamiento del camino en el que te está guiando a casa hacia Él. Solo
echa tus preocupaciones sobre Él, cualquiera que pueda ser, como un simple
niño, sumiso, con fe resuelta, y ponte ansioso solo de cuánto puedas amar,
confiar y glorificarle a Él más. Haz de Su servicio tú deleite, Su honor tú estudio,
Su verdad tú cuidado, y la dulce paz brotará rápidamente en tú alma, derramando
su reconfortante influencia a través de todo tú ser. “Por nada estéis afanosos,
sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego,
con acción de gracias. Y la paz de Dios (esto es el verdadero corazón de paz del
cristiano), que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses. 4:6-7).”

Pero si tú vas a Él con tu preocupación, y todavía regresas con ella,
carcomido, entristecido, y destrozado, no es porque el Señor se rehúsa a tomarlo
sobre Él, sino porque tú te niegas a transferírselo a Él. Tú vas, y vienes aún con
esta preocupación entrelazada alrededor de tu corazón, y te preguntas porque no
puedes encontrar ningún alivio. Pero deja con Él tu preocupación, que sea el
cuidado de tú alma o el cuidado del cuerpo, puesto sobre Sus brazos, colocado
sobre Su corazón, y dulce será el reposo que tú Padre en el cielo te dará. “ÉL
TIENE CUIDADO DE VOSOTROS.”
El Señor Mi Proveedor

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas
en gloria en Cristo Jesús.”
Filipenses 4:19

La ansiosa preocupación pasada se ha expandido en la necesidad urgente
de hoy. El problema que estaba cerca ha llegado, y tú anticipada necesidad es
urgente. De ser así. La vida que Dios quiere que Su pueblo debiera vivir no es
una de vista sino de fe, no una para mañana sino para hoy. Por lo general, Él les
concederá no tener nada en la mano, no sea que arruine la sencillez, y entonces
obstaculice la operación de su fe. Como la pobre viuda cuyo poco aceite Dios lo
incrementó por medio de Eliseo, a menudo seamos conducidos a exclamar: “Tu
sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite (2 Re. 4:2).”
Nuestro amado Señor conocía nuestra vida diaria de fe, al enseñarnos a ofrecer
la oración diaria. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy (Mat. 6:11).”

El apóstol escribió estas palabras en señal de agradecimiento del regalo
de amor que había recibido de los santos de Filipo. Él los había ministrado de
sus cosas espirituales, y ellos, a cambio, le ministraron (asistieron) de sus cosas
temporales, “Olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios (Fil. 4:18).” Y
ahora, como si consciente de su inhabilidad para hacer alguna adecuada
devolución del mismo modo, él les instruye en una verdad, y susurra por ellos
una oración de las más preciosas: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta
conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Fil. 4:19).”

Deja que tu alma se ancle a sí misma a esta verdad, “Dios es mi Dios
(Sal. 48:14),” y aunque los vientos puedan azotar, las nubes aumentarse
repentinamente, y el cielo oscurecerse, tú nunca serás movido. Las necesidades
pueden ser grandes y urgentes, los demandantes severos e insistentes, todos los
recursos acabados, sin embargo, si el alma del creyente se aferra a Dios, y
reivindica su interés y propiedad en Él, ninguna de estas cosas lo agitará. ¡Dios
es tú Dios, Oh Alma mía! Tú Dios en un pacto eterno, tú Dios en Cristo Jesús, tú
Dios en miles de dificultades pasadas, tú Dios y tú Guía incluso hasta muerte.

Dios tal como ha prometido Él es capaz de proveer para todas nuestras
necesidades temporales. Él nos haría reconocer y tratar con Él como el Dios de
providencia igualmente como el Dios de gracia. La promesa divina es, “tu pan, y
tus aguas serán seguras (Isa. 33:16).” ¿Alguna vez Él te ha fallado? Él puede
haberte traído a una situación crítica —el barril de comida y el aceite casi
agotados— “ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite (2 Re. 4:2).”
Sin embargo, Él conoce tu necesidad, pero al final aparecerá y sustentará y
proveerá. La fe puede ser bruscamente probada, pero ciertamente al final
triunfará. “Gad, ejército lo acometerá; Mas él vencerá al final (Gén. 49:19
KJV).” Puede haber una presente y una temporal derrota de la fe en su batalla
por las circunstancias complicadas y aflictivas, pero, como la tribu de Gad, ella
“Vencerá al final.” Dios suministrará todas tus necesidades temporales de
acuerdo a Su pacto de compromiso y recursos inagotables. Solo confía en Él.

Sobre todo, El Señor es nuestro proveedor espiritual. Si Él provee para el
cuerpo, indudablemente, y aún más abundantemente y generosamente, Él
proveerá para el alma. “Hay víveres en Egipto (Gén. 42:2).” Está lloviendo maná
y saliendo agua de la roca allí en el desierto. Todos los suministros del pacto de
gracia, toda la plenitud que es Cristo Jesús, todos los recursos inagotables de la
tribu de Jehová están para las necesidades del alma piadosa. ¿Necesitas más fe?
—Jesús es su Autor, y Él puede incrementarla. ¿Necesitas más gracia? —de Su
plenitud tú puedes sacar ‘Gracia sobre Gracia,’ o, como es en el griego ‘un
suministro incesante de Gracia.’ ¿Necesita más amor? —alimenta tu llama
menguante en Su altar, y mientras estés meditando en Su maravilloso amor,
vuestro fuego arderá. Entonces toma para todas tus necesidades de Tú bendito
Proveedor, y Él lo proveerá —no conforme a tus deseos limitados, o expectativas
incrédulas, o méritos personales —sino, “conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús.”

“¿Qué necesidad nuestro Dios no podrá proveer
de Su abundante almacén?;
¿Qué riachuelo de misericordia de lo alto
un brazo omnipotente vierte?”

“Desde Cristo, el manantial de vida eterna,
Estas abundantes bendiciones fluyen;
Prepara, mis labios, Su nombre para cantar
Cuyo corazón te ha amado de esta manera.”
El Señor Mi Reposo

Ellos han olvidado su lugar de descanso
Jeremías 50:6 (LBLA)

Para el alma agotada, enferma y cansada, cuan dulce y expresiva es la
palabra —Descanso. La clase de esta palabra es uno grande. No necesitamos
ampliar nuestra investigación en el mundo exterior —allí, de hecho, el círculo no
tiene límite. ¡Oh, qué fastidiosa humanidad es la nuestra! Pero, restringir
nuestras observaciones de la Iglesia de Dios regenerada, que la componen todos
los santos, no proferiremos: “Las más dulces campanadas que se emiten del
campanario del cielo que son esas que infunden descanso para el alma agotada”
Toma asiento un momento, aunque te encuentres cansado y tristes, y escucha la
música, ¿Alguna vez los más dulces tenores de la melodía han penetrado más en
el oído que estas palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar (Mt. 11:28).” ?

¿Quién puede contar las miríadas en gloria ahora, una vez que las
personas fatigadas durante este mundo de cansancio, con los pies doloridos y
tristes, a menudo “a punto de caer (Sal. 38:17),” cuando estas palabras en cuyos
oídos desciendan “los más dulces tenores que los angelen usan,” les causará
“descansar; junto a aguas de reposo (Sal.23:2)? ¿Pero son estas palabras
entendidas por completo y con claridad por todos los cansados del Señor? De ser
así, ¿Por qué existe intranquilidad y extravío tan penoso entre ellos a medida que
lo saben? ¿No es porque los siguientes puntos no son claramente visibles y
prácticamente reconocidos por ellos?

¿Podemos ver con claridad que el Salvador Personal es el verdadero
reposo del alma piadosa? Puede que descansemos en el Evangelio de Cristo, en
las promesas de Cristo, en la obra de Cristo, y aún estar lejos de ese verdadero
reposo que conlleva, una confortable garantía del perfecto perdón y libertad de la
condenación del pecado, el cual es nuestro privilegio obtener. Hasta que nuestra
humilde fe perciba al Salvador personal, no hemos comprendido por completo
por el cual somos asidos por Cristo —no hemos alcanzado nuestro punto más
alto de descanso— descansa en Jesús mismo. Los santos de Dios se involucran
muy ligeramente con las personalidades de la siempre bendita Trinidad. Parecen
olvidar que las Tres Distinciones en la Divinidad no son los atributos, o
influencias, sino, las Divinas y distintas PERSONAS. Pierden de vista la
personalidad del Padre, la personalidad del Hijo, y la personalidad del Espíritu
Santo; y al hacer esto deshonran y privan de su cualidad y gloria a cada Persona
distinta de la Divinidad. Y ahora somos invitados, el cansado, desgastado y
triste, al Salvador Personal, en lenguaje que parecería imposible malinterpretar.
Él no dice, ‘Ven a mi Iglesia,’ o ‘Ven a mi ministro,’ o ‘Ven a mi evangelio,’ o
‘Ven a mi obra;’ sino, en el lenguaje más claro y más enfático —parafraseando
Sus palabras— Él dice: “Venid a MÍ, pasa por alto todo objeto, ser y trabajo,
arroja de ti mismo la carga de la culpa y disponte a perecer, en fe en MÍ, el
Salvador viviente, amoroso y personal, y hallarás el descanso por el cual tu alma
suspira.” ¡Por lo tanto, oh alma mía, ve! ¡Por este motivo, oh Señor, iré!

¡Oh, qué gran reposo es Jesús! Al adherirnos a Él abrazamos todo los
demás —la sangre que perdona, la justicia que justifica, la gracia que santifica,
la compasión que conforta, el poder que guarda— es todo realizado en una
aceptación personal de un Redentor personal. ¡En Él, entonces, el pecado y la
carga de pena, se remedia! Descansa en el amor que Su Corazón conserva, en la
sangre que Su corazón derrama, en la compasión que Su Corazón palpa, si, en
todo lo que Él es —todo es vuestro, y vosotros en Cristo, y Cristo de Dios (1
Cor.3:22-23).

Ten cuidado de olvidar tu Lugar de Reposo. Este fue el pecado de la
Iglesia de la antigüedad, “Ellos han olvidado su lugar de reposo.” Deja que la
memoria se olvide de todo lo demás —el más tierno ser, el más querido nombre,
el más precioso objeto— pero en la fatiga y angustia del pecado, en las penas y
sufrimientos de la aflicción, en las noches sin estrellas y días nublados, cuando
todos los otros lugares de descanso sean arruinados y destruidos, oh, no olvides
que tu presente, verdadero, y único lugar de descanso es “JESÚS.”

“Oí la voz de Jesús decir,
Ven a mí y descansa—
Echa, tu cansancio, acuesta
Tú cabeza sobre mi pecho.

Vine a Jesús, así como estuve—
cansado, desgastado y triste;
Encontré en Él un lugar de descanso,
Y Él me ha hecho feliz.” 6
El Señor Mi Obispo

El Obispo de vuestras almas
1 Pedro 2:25

La palabra griega, episkopos, se traduce como Obispo, que significa
Supervisor, uno que vigila sobre los intereses de la Iglesia, que supervisa su
orden, y administra su disciplina. En este sentido se aplica de forma primordial y
sublime al Señor Jesucristo como el Obispo Universal de Su iglesia escogida, y
de forma particular como el Obispo, o Supervisor, de cada miembro individual
de esa iglesia. Ahora, hay algo especialmente hermoso y reconfortador en este
título de Jesús, en lo que se refiere a los intereses espirituales del creyente.
Observa, Jesús es el Obispo, o Supervisor del alma, y no del cuidado
providencial que Él tiene del cuerpo. “El Obispo de vuestras almas.” Escudriña a
tu Señor, Oh creyente, a modo de sostener esta alta, seria e íntima relación
contigo, y recibir la instrucción divina y rico consuelo del Espíritu Santo que
tuvo la intención de comunicártelas de este modo.

Como el Obispo de nuestras almas, Él es su autor; Por tanto, Él es más
que todos los demás obispos eventualmente podrían ser —Él es el creador de
obispos. Por ende, Jesús demuestra Su Divinidad. Necesariamente el Creador
debe estar ante y por encima de las cosas creadas. Entonces la creación es
adjudicada a Jesús. “Todas las cosas por él (Logos, el Verbo) fueron hechas, y
sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” ¿A qué conclusión racional estas
palabras nos dirigen, sino a aquel Obispo de nuestras almas que es de manera
esencial y absoluta DIOS? ¡Oh bendita y confortadora verdad! Cuánta sustancia
y estabilidad da a la fe el reposar sobre la Redención. La Redención descansa, a
su vez, en la DEIDAD.

Jesús es un Obispo Vivificador. De Él obtenemos más que vida natural;
poseemos vida espiritual. “En él estaba la vida (Jn. 1:4)” hecho imprescindible;
en Él también estaba la vida mediadora; y esta vida estaba en Él para nosotros.
“Cristo, nuestra vida (Col. 3:4).” ¡Dulce Pensamiento! La vida espiritual por la
que nos convertimos, en el sentido más elevado ‘almas vivientes,’ está en Jesús y
de parte de Jesús nuestro ¡Obispo! En virtud de nuestra unión con Jesús,
llegamos a ser partícipes de Su vida; tenemos esto, no tanto en virtud de nuestra
incorporación en Él sino por Su morada en nosotros por Su Espíritu. Por lo tanto,
todo creyente tiene un Cristo resucitado o viviente morando en Su corazón a
través del Espíritu por la fe. Y por este motivo el alma regenerada siempre está a
salvo, ya que, antes de que éste pueda perderse, ¡el Salvador personal que mora
en él, primero debe perecer!

Jesús también es un Obispo Redentor de Almas. Él ha hecho lo que
ningún otro obispo alguna vez ha hecho o podrá hacer —Él murió por nosotros.
La Iglesia de Cristo ha tenido sus obispos mártires —tales como Latimer y
Cranmer— pero, ellos únicamente murieron por la verdad, mientras que Cristo
murió por Su Iglesia. La sangre de aquellos fue sangre que confirmó y dio
testimonio —la sangre de Jesús fue sangre que expió y redimió. ¡Cuán
apreciadas, entonces, para nuestro divino y redentor Obispo, deben ser las almas
por quienes sufrió angustias en el huerto de Getsemaní, y agonías de la muerte
en la cruz!

Por último, Jesús es, en el sentido más divino y bendito, el Obispo, o
Supervisor, de nuestras almas. Él nos protege, nos vigila, nos guarda y nos guía,
a cada instante, con una vigilancia, ternura e individualidad inefablemente
grande. “Los ojos del Señor están sobre los justos (1 Pe. 3:12).” El ojo de Su
providencia vigila tu cuerpo y el ojo de Su gracia vigila tu alma. Es la vigilancia
de amor, ¡El eterno, redentor e inmutable amor! ¡Oh, que amoroso Obispo es
Jesús! ¿Alguna vez alguien ha amado como Él? ¿Se ha escuchado, considerado o
manifestado alguna vez tal amor como el de Jesús, el Obispo de nuestras almas?
¡Alma mía, mantente cerca del costado de tu Obispo! Ningún otro obispo posee
Su autoridad, puede dar Su Espíritu, ofrecer Su sacrificio, o comunicar Su
gracia. Los obispos terrenales no son sino hombres, hombres de pasiones como
nosotros —pecadores, falibles y mortales. Pero Jesús es el Obispo Divino, a
cuyos pies, oh alma mía, yaces —en cuya humilde autoridad te sometes— en el
brillo de cuya mitra te regocijas, hasta que Él te exalte para que seas “rey y
sacerdote” de la Iglesia del cielo, en donde a Sus pies todas las coronas,
diademas y mitras serán de manera devota y de adoración extendidas, y Él será
“EL SEÑOR DE TODO.”
El Señor Mi Guía

Guiará con cuidado a las recién paridas
Isaías 40:11 (LBLA)

En otras palabras, aquellos que están abrumados, y necesitan un hábil,
seguro y tierno Guía. Tal es Jesús, y como tal, se cumple la Escritura, que no
puede ser quebrantada, lo que se profetizó acerca de Él. “He aquí, lo he puesto
por testigo a los pueblos, por GUÍA (Isa. 55:4 LBLA).” Necesitamos esa clase
de Guía como Jesús es. Nuestro viaje al cielo es a través de un desierto horrible
y yermo, a través de un país enemigo, todos armados y unidos para resistir,
disputar y oponerse a cada paso de nuestro camino. También es una senda
inexplorada y desconocida. A la entrada de todo nuevo camino está escrito
—“No habéis pasado antes por este camino (Jos. 3:4 LBLA).” Una nueva
curvatura tiene lugar en nuestra vida, un nuevo sendero en nuestro peregrinaje se
presenta, acarreando nuevos deberes y responsabilidades, nuevas preocupaciones
y pruebas; y, como los discípulos que tuvieron gran temor cuando los cubrió la
nube en el Monte Tabor (Monte Alto), con temor y temblor debemos amoldarnos
a la nueva situación encubierta por la nube que Dios en Su bondad nos ha
designado.

Pero. ¿Cuál es el por qué de estas dudas, estos temblores y temores?
Jesús es nuestro Guía. Él conoce todos los caminos que tomamos, ha trazado
todas las rutas, ha establecido todos los caminos, y no nos guiará a través de
ningún deber, ninguna aflicción o sufrimiento que no haya pasado antes que
nosotros, dejándonos ejemplo para que pudiéramos seguir Sus pasos. Como
Maestro, nos conduce a toda la verdad; como Capitán nos dirige de victoria en
victoria; como Pastor nos lleva a pastos verdes; como Guía, nos encamina a lo
largo de nuestro difícil camino, de manera hábil, dulce y adecuada; cumpliendo
de este modo Su preciosa promesa: “Yo te haré saber y te enseñaré el camino en
que debes andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti (Sal. 32:8).” Oh, que
combinaciones de bendiciones se concentran en Cristo, que fluyen como haces
de luz del sol, como corrientes de agua del manantial, tocando en cada punto, en
cada lugar y en cada momento de todas la circunstancias, necesidades y
tribulaciones de Su Iglesia.

¿Y CÓMO nos guía Jesús? Él nos guía teniendo misericordia de
nosotros. Nos guía a la conversión por medio de Su Espíritu fuera de nosotros
mismos, y fuera del camino ancho que lleva a la destrucción hacia Cristo, al
camino angosto, no más que el camino eterno. Nos guía a lo largo de todo el
trayecto, y a través de todas las pruebas de nuestra vivencia cristiana y no
abandonándonos aun cuando nuestras complexiones sean graves, y nuestros
testimonios opacados, y nuestra fe asaltada, y nuestra alma cubierta de
oscuridad, frecuentemente densa oscuridad, como con un paño mortuorio.
¿Quién podría de manera hábil, paciente y leal guiarnos a lo largo de todos los
laberintos, complejidades, y peligros de nuestra trayectoria cristiana de forma
segura hacia la gloria sino Cristo nuestro Guía?

Él nos guía conforme a Su providencia. “Sobre ti fijaré mis ojos (Sal.
32:8).” Ha sido de manera singular, pero se ha observado verdaderamente que,
“aquellos que observan las providencias del Señor nunca carecerán de una
providencia para contemplar.” El ojo de Dios, por el cual guía a Su pueblo, es Su
providencia por lo tanto sería sabio de nuestra parte mantener un ojo de fe de
manera vigilante y contante sobre el ojo de Su providencia, observando cada
mirada e interpretando todo vistazo como guiándonos en el camino que
deberíamos ir.

Encomiéndate, Oh alma mía, con confianza a la dirección del Señor. El
camino puede parecer completamente incorrecto, pero es el camino correcto. El
misterio puede rodearlo, las pruebas pueden pavimentarlo, las penas pueden
oscurecerlo, las lágrimas pueden rociarlo, y sin ninguna mirada que responda o
alguna voz que resuene para que sea posible librar o animar su soledad, sin
embargo, Él te está guiando por el camino correcto a casa. “Y guiaré a los ciegos
por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido;
delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas
cosas les haré, y no los desampararé (Isa. 42:16).”

“Ahora, Señor, creyendo en tu palabra, lleva a cabo esta promesa. Soy
una ciega y pobre criatura, sin saber mi camino; y cuando veo el camino, con
frecuencia estoy tan agobiado que no puedo caminar. Tómame de la mano, y
guíame poco a poco y dirígeme habilidosamente hasta que los días de este viaje
se terminen, y esté en casa contigo para siempre. Has prometido guiar
cuidadosamente a los de poco ánimo y débiles que no pueden desplazarse, y
también a los que aún menos pueden seguir el paso de las ovejas. ¡Señor,
Guíame!”
El Señor Mi Comida

Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera
bebida.
Juan 6:55

El creyente en Jesús está divididamente y abundantemente alimentado. Él
se alimenta más que del pan de los ángeles. Conocemos no más que un poco de
lo que es esa comida, pero sabemos esto:

“Los ángeles nunca han probado en el cielo
la gracia redentora y el amor sacrificial” 7

Este maravilloso banquete fue reservado para el hombre —el hombre
caído y pecador condenado a morir. Acércate en fe, Oh alma mía, y siéntate otra
vez ya que por amor electivo y soberana gracia un banquete celestial es provisto
para ti. Escucha la descripción del Festín dado por Aquel que es tanto su
Fundador y Substancia “Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y
yo en él (Jn. 6:55-56).”

Escucha otra vez, a la misma voz de gracia que te invita a la comida:
“Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados (Cnt. 5:1).” ¿Alguna vez
hubo tal proveedor, tal provisión y tales invitados? Consideremos en pocas
palabras los dos elementos que componen este Banquete Real. La presente
meditación incluirá, primeramente:

“Porque mi carne es verdadera comida.” El lenguaje es obviamente
figurativo, y debe ser interpretado como han sido Sus palabras en otras
ocasiones, “Yo soy la puerta (Jn. 10:9)” o como aquellas palabras empleadas por
el profeta evangélico, “Toda carne es hierba (Isa. 40:6).” Este es la única
interpretación racional y correcta de las palabras de nuestro Señor que
admitiremos, y que a la vez refuta la noción de una presencia corpórea o real de
Cristo en los elementos de la Cena de Señor —una noción sostenida
religiosamente por el Romanista genuino, y adoptada de manera encubierta por
el Semi-Romanista— aunque aún afirmen la profesión y dignidad de un
Cristiano y un Protestante.

Tal es el pan divino, el verdadero alimento del alma renovada. El Señor
nunca pretendió que Su pueblo viviera de algo inferior de Él mismo. La vida
dentro de nosotros es divina, por lo tanto, su sustento debe ser divino. Viene del
cielo, entonces su nutrición debe ser celestial; esa vida es supernatural, por tanto,
su comida debe ser espiritual. Si tratáramos de vivir con algo que no sea Cristo,
pronto exclamaríamos con amargura del alma: “¡Mi flaqueza! ¡Mi flaqueza!”
Así como nuestra vida solamente puede ser sustentada con alimento adecuado a
su naturaleza y madurez —leche para los bebes y alimento sólido para aquello
que son de mayor edad— así también nuestra vida espiritual solamente puede
mantenerse saludable y vigorosa al vivir de alimentos adaptados a sus
necesidades —que es Cristo el Pan de Vida— Su carne que es verdadera
comida. “El que me come, él también vivirá por mí (Jn. 6:57).”

Tal es la vida diaria de la fe que debemos vivir, y únicamente
sosteniéndose de esta manera, podemos crecer en gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor Jesucristo. Los frutos del Espíritu en nosotros se mantienen
vigorosos, sanos, y abundantes por la vida, el sustento que diariamente proviene
de Cristo. No existe otra verdadera comida espiritual. La palabra predicada, el
ministerio, las ordenanzas son todas divinamente designadas y extremadamente
necesarios y preciosos medios, pero no son Cristo, y solamente ayudan cuando
nos conducen a Cristo. Oh, vive de manera diaria y simple en Cristo, y tu alma
estará voluminosa y próspera. Susténtate en Él en todo —en la gracia que
subyaga el poder del pecado, y en la sangre que expía la culpa del pecado.
Susténtate en Él en la sabiduría que orienta y en la solidaridad que te apoya.
Susténtate en Él de las evidencias de tu unión con Él, y en la unión misma. No
busquen en su interior virtud ni consuelo, sino miren únicamente a Cristo. No
busquéis vuestra fecundidad en ustedes mismos, sino en Cristo. “De mí será
hallado tu fruto (Os. 14:8).” Tu verdadero y único alimento es la carne de Cristo,
que se come en fe simple —es decir, un Salvador pleno, amoroso, lleno de gracia
y siempre presente, situándose a tu diestra preparado para responderte cada
ruego, y para proveerte para toda necesidad, y para aliviarte en cada pena.

Nuevamente repito, trata de subsistir de tus ejercicios espirituales, de tu
fe, o amor, o gozo, o paz, o fecundidad, y tu alma morirá de hambre; pero
susténtate de una vida de fe diaria y horaria en Cristo, y tu alma estará: “llena de
frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de
Dios (Fil. 1:11).”
El Señor Mi Bebida

Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera
bebida.
Juan 6:55

La vida es sostenida por la vida. Es la ley decretada de Dios en la
naturaleza y también, Su ley superior en la gracia. El creyente es el sujeto de la
vida espiritual, pero su vida brota y se nutre por la vida —la vida de Jesús. Su
alma vive, pero solamente cuando se alimenta y nutre de la sangre viva del
Salvador. “La Sangre es la vida (Dt. 12:23).” “Es la sangre… la que hace
expiación (Lv. 17:11 LBLA).” Jesús, habiéndonos dado su carne para comer, aún
ofrece más. Nos brinda una copa para beber, una copa maravillosa, tal copa que
los Angeles nunca han probado; y sin embargo, a los más viles de la raza caída
en la tierra se le permite tomar libremente de ella, han tomado plenamente de
ella, están tomando de ella ahora, y seguirán tomando de ella hasta que ellos
pasen a ese mundo resplandeciente y santo en donde, “Ya no tendrán hambre ni
sed (Ap.7:16),” sino que, comerán del “maná escondido (Ap.2:17),” y beberán
del “río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que sale del trono
de Dios y del Cordero (Ap.22:1).” Y entonces, ¿Qué es lo que debemos
entender por las palabras de nuestro Señor —Mi sangre es verdadera bebida?

El primer pensamiento que estas palabras sugieren es, el conocimiento
experimental del creyente con Cristo. Degustar o beber de una cosa es tener un
conocimiento experimental de ello. Existen muchos profesantes religiosos que
leen de la sangre de Cristo, escuchan de la sangre de Cristo, y exteriormente
conmemoran la sangre de Cristo, pero que nunca de manera espiritual y
experimental toman de la sangre de Cristo. Oh, no seamos meramente
profesantes; cristianos teoréticos; sino cristianos reales, vitales y experimentales
—viviendo por Cristo, viviendo de Cristo, y, teniendo a Cristo en nosotros la
esperanza de gloria, anhelando esa bendita esperanza de estar con Cristo para
siempre.

Otro pensamiento es, el poder de la sangre de Cristo que vivifica el alma
y la nutre. Naturalmente bebemos para que nuestra vida pueda estar fortalecida y
revitalizada. De esa manera, bebemos espiritualmente, por fe, de la sangre de
Cristo, para que la vida Divina dentro nuestro pueda estar revigorizada y
reavivada. “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros (Jn. 6:53).” Oh, no hay nada que hidrate y sustente de
manera tan eficaz y cierta nuestras gracias cristianas como la sangre de Cristo. Y
ya que hay vida en la sangre, entonces la sangre constantemente corre alrededor
de nuestros corazones vivientes, creyentes y amantes, nutriendo las raíces de
nuestra gracia, y produciendo fe y amor, paz y gozo, paciencia y esperanza, al
brotar y florecer, y producir fruto en nuestras almas.

Nuestro Señor también dio a entender con la expresión, la continua
aplicación de Su sangre para purificación del pecado y limpieza de la culpa con
eficacia. Así como nuestra sed natural necesita de suministros incesantes, así
también, no menos intensa e imperiosa, es la sed espiritual del alma espiritual
saludable para la constante aplicación de la sangre que limpia de todo pecado.
Nuestro recorrido espiritual a través de un mundo infectado de pecado y que
contamina de pecado, trae consigo contaminación y manchas constantes, por lo
tanto, requiere de nuestra limpieza frecuente en la sangre expiatoria. “El que está
lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio (Jn. 13:10).” ¡Oh
alma mía! Mantén las raíces de tu profesión bien humedecidas con la sangre de
Cristo. Conserva tu corazón constantemente rociado con la sangre de Cristo.
Mirad que todos vuestros actos religiosos y deberes sean purificados en la sangre
de Cristo. Vive cerca de la Fuente, vive, si, en la Fuente.

Así será tu andar cerca de Dios,
Tranquila y serena tu complexión,
Así la luz más pura marcará el camino,
Que te conduce al Cordero. 8

Constreñido por el amor, y en el ejercicio de la fe, acércate, oh alma mía,
a la Mesa del Señor, y come de Su carne y bebe de Su sangre en conmemoración
obediente y agradecida de Aquel que dio Su vida en rescate por ti, y que dijo:
“Haced esto en memoria de mí (Lc. 22:19).” “El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Jn. 6:54)” No
permitas que ningún sentido de indignidad, debilidad de fe, o frialdad de amor te
mantenga alejado; pues ven, no para hacer memoria de ti, sino de tu Señor —no
para conmemorar de tu amor hacia a Él, sino de Su gran y agonizante amor por
ti.
El Señor Mi Salvador

Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados.
Mateo 1:21

Es de este frasco de alabastro de bálsamo precioso que la fragancia más
dulce y santa se respira en la Iglesia y en todo el mundo, en cualquier sitio y por
quienquiera el nombre de Cristo, que es como un ungüento derramado, es
proclamado. Pero, ¿De dónde radica el gran encanto, poder y dulzura de este
Único nombre? Está en el hecho de que Él —SALVA. “Llamarás su nombre
JESÚS, porque él salvará.” De todos los puntos de luz en los que el Señor,
nuestra porción, es contemplado, no hay ni uno igual a este —el Dios encarnado
— mi SALVADOR. Todos las otras visualizaciones gloriosas y preciosas se
engullen en este.

Si Jesús no fuera el Salvador, Él no sería nada para nosotros. Pero si
podemos deletrear Su nombre JESÚS, aunque sea con la lengua más balbuceante
y los acentos más vacilantes de la fe, podemos presentar una declaración
personal y segura a todo a lo que Jesús es, y a todo a lo que Él ha hecho. Existen
muchos de cuyos labios este precioso nombre habitualmente y musicalmente
susurran, pero quienes, aunque se inclinan de rodilla a ese nombre, siguen siendo
siervos del pecado y esclavos de Satanás —sin haber nunca experimentado en
sus almas el poder salvífico que este nombre comprende, o de la emancipación
(liberación) que fue planeado a conferir. Ellos conocen el nombre de Jesús de
manera histórica, intelectual y teórica; pero nada de manera personal, espiritual y
salvadora. Multitudes le vieron, le oyeron, conversaron con Él, le siguieron, y
vociferaron sus “Hosannas” cuando Él estuvo sobre la tierra, y quienes, a pesar
de todo, lo menospreciaron y rechazaron, y murieron una muerte sin Cristo, sin
gracia y sin esperanza, y que no tuvieron ninguna otra prospección que la del
impío Balaam: “Lo veré, mas no ahora; Lo miraré, mas no de cerca (Núm.
25:17).” Pero, oh alma mía, que gran deudor le eres a la gracia divina, libre y
discriminatoria; para ti el nombre de Jesús es vida, gozo, paz, y esperanza, sí, es
“todo nombre precioso en uno,” el más estimado y dulce nombre en la tierra o en
el cielo. Tú no has escuchado solo de oídas, sino que has sido atraído hacia Él
con cuerdas de amor, o impulsado por una sensación abrumadora de vuestra
condición caída como un pobre pecador, encontrando salvación en ningún otro
nombre sino en el de Él. Pero, si atraído o impulsado, Jesús es precioso para ti,
señalado entre diez mil, todo Él codiciable; si, Él es para vuestra fe, esperanza, y
amor “el todo, en todos (Col.3:11);” vuestro Alfa y Omega, vuestro primero y
ultimo, vuestro jubileo resonante e interminable. Pero, ¿Qué hace exactamente
Jesús por nosotros?

Él nos salva de la culpa del pecado. Esto lo consigue por el
derramamiento de Su sangre preciosa. “Esto erais algunos; mas ya habéis sido
lavados (1 Cor. 6:11)” “El que está lavado (Jn. 31:10)” “La sangre de Jesucristo
su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Jn.1:7).” Camina, oh alma mía, en la
constante realización de esto, por una aplicación diaria de la sangre a la
conciencia. No retengas la culpa del pecado ni por una hora —sino que, el
momento en que la mancha angustie, la nube oscurezca, la herida se inflame, ve
inmediatamente a la Fuente abierta, y lávate y serás limpio.

Jesús nos salva, también, del poder del pecado. “Él… sujetará nuestras
iniquidades (Mi.7:19 RVA).” Esto es lo que el alma verdaderamente salva jadea:
la liberación de la tiranía del pecado. No podemos ser felices mientras un
pecado permanezca sin someter, mientras una corrupción tenga predominio.
Pero, por su gracia conquistadora Jesús nos salva del dominio del pecado,
rompiendo su cuello, sometiendo su principio, debilitando su poder,
capacitándonos para gritar: “A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo
en Cristo Jesús (2 Cor. 2:14).”

Jesús nos salva también de la condenación del pecado. Se condenó a sí
mismo como nuestro fiador por el pecado, condenó el pecado en la carne, para
que, “ninguna condenación haya para los que están en Cristo Jesús (Rom. 8:1).”
¡Oh, qué salvación completada, aceptada y gloriosa es la nuestra! Pero no
solamente somos salvados de la condenación del pecado, sino que, somos
salvados para la vida eterna. Jesús no dejará la obra que ha emprendido
incompleta, ni estará satisfecho hasta que haya traído, de manera segura, a todo
el pueblo que Su sangre compró, lavó, y salvó, a casa —la gloria.
El Señor Nuestra Paz

Él es nuestra paz
Efesios 2:14

Hay una hermosa gradación en el desarrollo de las gracias del Espíritu en
el alma del creyente —primero paz, luego gozo. Es una provisión caritativa y
bondadosa de nuestro Dios. ¡Tristemente! No hay sino pocos cristianos
regocijados; y a pesar de todo, en la carencia de gozo —(el tema de nuestra
siguiente meditación), que gran consuelo el que podamos llegar a un estado de
paz, siendo este un fruto del Espíritu que crece en lo más abajo del árbol que,
“produce toda clase de frutos (Ap. 22:2),” y, así pues, más accesible que la más
elevada gracia del gozo, un fruto situado en las ramas más elevadas, y que crece
en una región soleada, “El reino de Dios no es… sino justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo (Rom.14:17).”

Por tal motivo, frecuentemente escuchamos la experiencia agonizante de
la expresión de los santos de Dios —“No estoy gozoso, pero estoy en paz; no
tengo gran éxtasis o transporte de sentimientos, pero mi alma descansa de
manera grata y con fe en Jesús, soy guardado en perfecta paz.” Bueno, este no es
ningún pequeño logro cristiano y bendición divina; y si nuestra paz es un fruto
genuino del Espíritu, que brota de la fe sencilla en Jesús, el efecto de Su sangre
que comunica la paz sobre la conciencia vale incontables mundos, y “sobrepasa
todo entendimiento (Fil. 4:7).” Unas pocas reflexiones pueden ayudarnos en el
pleno entendimiento de este bendito estado.

En primer lugar, debemos tener siempre presente la gran verdad esencial
de que, Cristo no solamente puede hacer paz, darnos paz, y transferir Su paz
como un precioso legado, sino que, Jesús mismo es nuestra paz. “Cristo es
nuestra paz.” Este pensamiento nos eleva por encima de un mero dogma, a una
Persona —por encima de la verdad de Cristo, a Cristo mismo. Dios dice del
pecador que discrepa con Él —“Que él acuda a mi fortaleza, para que haga la
paz conmigo, que conmigo haga la paz (Isa. 27:5).” Ahora, “Cristo es poder de
Dios (1 Cor. 1:24),” o, la fortaleza de Dios, apoderándose de quienes en fe
estamos en “paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rom.
5:1).” Por este motivo la expresión tan general, “él hizo su paz con Dios,” como
se aplica a muchos que salen de este mundo sin ninguna prueba Biblica de
conversión, involucra una ilusión espantosa y error fatal. El pecador no puede
por sí mismo hacer su paz con Dios. Cristo ha hecho ya paz, o más bien, Cristo
es, Él mismo nuestra paz; y hasta que creamos en Cristo, y hayamos recibido a
Cristo, nuestra paz de la que hacemos alarde es falsa —es paz, no de vida, sino
de muerte— la paz de Satanás, fácilmente concebida; no la “paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento.”

Sí, Jesús es nuestra paz. Él se paró en la brecha, llevó el pecado, soportó
la cruz, y sufrió la condenación. Sobre Él cayó el golpe que doblegó su santa
alma en angustia en la tierra, y que también, aseguró nuestra reconciliación con
Dios. “Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1
Tim. 2:5),” Jesús “El príncipe de paz (Isa. 9:6).”

Y entonces la obra expiatoria de Cristo en sus secciones distintivas —la
sangre que perdona, y la justicia que justifica— es el canal a través del cual la
paz fluye hacia el interior de nuestras almas. El primero se designa como “la
sangre que comunica la paz,” el otro es representado como situándonos en un
estado de justificación gratuita y plena, y también llevándonos a la experiencia
de paz con Dios mediante nuestro Señor Jesucristo. Admira, pues, Oh alma mía,
el medio por medio del cual tu verdadera paz corre —la sangre de Cristo
aplicada a la conciencia, y la justicia de Cristo colocado en ti por el Espíritu.

El Señor puede darte paz en la aflicción. Cuando la tormenta se
enfurezca y las aguas estén oscuras y agitadas, debajo de la superficie vuestra
paz que proviene de Dios, a través de Cristo, puede correr como un río. Vosotros
estáis firmemente anclados en la fe sobre Dios. “Tú guardarás en completa paz a
aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado (Isa. 26:3).”
Ponte en guardia contra aquello que comprometería tu paz, oh alma mía. No
juegues con la tentación, ni trates con ligereza la conciencia, ni camines alejado
de Jesús. Lávate diariamente en la Fuente, y vuestra paz será como un pozo que
mana siempre. “Si él diere reposo, ¿quién inquietará? (Job. 34:29).” “Y el mismo
Señor de paz os dé siempre paz en toda manera (2 Tes. 3:16).”
El Señor Mi Gozo

Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Habacuc 3:18

El retoño humilde de paz ahora ha surgido en la flor fragante de gozo —
una gracia más elevada y de un estado más avanzado en la vida dichosa del
creyente. De modo que esta es una consecución en la vida divina al que
¡desafortunadamente! nada más que pocos cristianos llegan, y que ya se han
confraternizado. Y, sin embargo, es una gracia análoga del Espíritu, que crece en
el mismo “árbol de la vida,” aunque, como señalamos, se encuentra en sus ramas
más altas y más iluminadas por el sol. El precepto apostólico, “Regocijaos en el
Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! (Fil. 4:4)” es tan personalmente y tan
solemnemente impuesto como ninguno precepto santo de la Palabra de Dios.
¡Oh, alma mía! Este precepto podría ayudarte a alcanzar en cierta medida este
estado alto y santo, si consideraras alguna de las razones por que el hijo de Dios
debiera ser un cristiano gozoso, si, ¡siempre gozoso!

En primer lugar, debiéramos regocijarnos de que Dios es nuestro Dios en
un pacto eterno. ¿Puede el ala de la fe elevarse más alto? ¿Hay además de esta
otra, una más noble o más rica fuente de felicidad? ¡Seguramente no! Para ser
capaces de decir, en el ejercicio de la fe humilde y filial, “Dios es mi Dios, mi
Padre, mi Porción, mi Todo,” debemos arrancar el fruto más rico y dulce que
crece en el árbol de la vida. ¡Oh, elévate a este, alma mía! ¡Alza vuestras alas
demasiado caídas y sube a lo alto! Escucha las palabras del mismo Dios con
respecto al remanente, o a la tercera parte dejada en Jerusalén, a quienes el
meterá en el fuego, y los refinará como se refina la plata, y los probará como se
prueba el oro —diré: “Este es mi pueblo”, y ellos dirán: “El Señor es mi Dios
(Zac. 3:19). Oh, que gozo colocar la mano de la fe en Jehová y exclamar: ¡Este
Dios es mi Dios! Todas sus perfecciones me sonríen, todos sus atributos me
rodean, todas sus riquezas están a mi disposición; Él es mi Dios por siempre y
para siempre, y será mi guía hasta la muerte.

¡Oh, alma mía, qué rica e insondable fuente de gozo es Jesús! Todos los
oficios que Él ocupa, todos los parentescos que Él conserva, todas las
provisiones que Él posee, te pertenecen. Sus pensamientos se entrelazan sobre ti,
Su corazón palpita por ti, Su ojo está sobre ti, Su mano te guía y guarda
momento tras momento. Quien podría no estar gozoso al poder decir: “Cristo es
mi hermano, mi Goel (pariente más cercano), Cristo es mi Amigo, que siempre
me ama; Cristo es mi Redentor, que me rescata de la condenación; Cristo es mi
Sumo Sacerdote, que hace constante y favorable intercesión por mí dentro del
velo. Oh, comprende qué porción, qué tesoro, qué socorro tan presente, qué
poderoso, compasivo, y pleno Salvador, Jesús es; y así el agua de vuestra pena
será transformada en el vino de vuestro gozo.

Oh, qué gozo debería de ser el que poseas un trono de gracia al que
puedes acudir en cualquier momento. El que conoce por experiencia personal y
dulce el privilegio y poder de la oración debe ser un cristiano gozoso. ¿Existe un
privilegio más alto, santo, dulce a este lado de la gloria? Aunque oscuro el
nubarrón esté, aplastante la carga, amarga la pena y apremiante la necesidad, el
momento en que el creyente se levante y se entregue a sí mismo a la oración, el
nubarrón se desvanece, la carga se cae, la pena se alivia, la necesidad es
satisfecha y más que proporcionada. “Los que miraron a él fueron alumbrados
(Sal. 34:5).” Oh, qué gozo es este — ¡Acceder, por la sangre de Cristo, a la más
santa y absorta gloria resplandeciente que rodea el trono del amor del Padre!

¡Y qué gozo saber que somos salvos! Entendiendo este hecho, no sería
para nada exagerado si nuestro gozo lo proclamáramos desde las azoteas: “¡Soy
salvo!, ¡Soy salvo! ¡Para siempre salvo!” ¡Considera lo que es el infierno!
¡Reflexiona lo que es el cielo! para así entonces saber y estar lo bastante seguro
de que somos arrebatados del uno y que pronto llegaremos al otro. Oh, esto es
“gozo inefable y glorioso (1 Pe. 1:8).” La consideración de estar en el cielo para
siempre con el Señor —sin más pecado, ni más sufrimiento, ni más lágrimas, ni
más muerte, ni más separación— oh, es lo suficiente para levantarnos mejor de
la tribulación presente, y para hacer que en el desierto a través del cual viajamos
resuene de nuestros canticos de gozo, hasta que ascendamos para cantar para
siempre el nuevo cantico ante el trono de Dios y el Cordero.
El Señor Mi Cántico

El Señor es mi cantico
Salmos 118:14

Un espíritu gozoso es un espíritu rebosante de alabanza; y Aquel,
alrededor de quien nuestras alabanzas más nobles y dulces se acopian, para el
fomento de este santo ejercicio, ha dicho: “El que ofrece sacrificios de alabanza
me glorifica (Sal. 50:23).” El que haya, como hemos señalado, muy pocos
creyentes gozosos, explicará porque hay muy pocos creyentes que rebosan de
alabanzas en la Iglesia de Dios. La alabanza es una de las gracias más santas, así
como es una de las ocupaciones más dulce del alma del creyente. En cuanto a los
goces de los santos glorificados se revela —que solamente la puerta del cielo se
abre entreabierta, con el fin de que esa visión no pueda en ningún grado afectar
la simplicidad de la fe— para que aprendamos que, la alabanza es la principal
ocupación y recreación de los santos en la gloria. Lee atentamente las
revelaciones del cielo, aunque difusas sean, en el Apocalipsis, y este hecho te
acercará a casa con gran poder —en que, ‘el Arpa de Oro,’ y el ‘Cantico Nuevo,’
y los potentes ‘Aleluyas’ del cielo, que todos señalan esa música, o alabanza, es
la magnífica recreación de los santos glorificados que se encuentran en el Monte
Sion, y sobre el mar de cristal, tocando las arpas de Dios; su himno alto y
transportador, “¡El cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero!
(Ap. 15:3).”

Alma mía, coge vuestra arpa del sauce, donde demasiado tiempo ha
colgado en silencio, y, desvelando sus notas más bajas, alaba a vuestro Dios por
las misericordias providenciales, por las bendiciones de esta vida: el alimento y
la vestimenta, el hogar y los amigos, su cuidado diario y consideración hacia ti.

Alabadle por la gracia soberana que llama y convierte. Oh, ¿Al menos
nos dimos cuenta de lo que es la conversión? Y, ¿Estuvimos más claramente
seguros de que fuéramos verdaderamente convertidos? ¿Acaso el simple
pensamiento no encendería nuestra alma con la más profunda acción de gracias,
y avivaría nuestras arpas a la más potente alabanza?

Alabadle por la gracia que preserva. Necesitamos el mismo poder divino
que nos llamó a la gracia, para guardarnos de caer de la profesión de gracia. A
causa de la posesión de la gracia, el creyente nunca puede caer. “El justo se
mantendrá en su camino, y el de manos limpias más y más se fortalecerá (Job.
17:9).” “No perecerán jamás (Jn. 10:28).” Pero la historia de la iglesia de Dios
demuestra que ningún poder puede guardar al mejor de los santos de caer en el
peor de los pecados, sino el poder de Dios. ¿Has sido por tal motivo guardada,
oh alma mía, de muchas tentaciones, peligros y tropiezos? Entonces, reanima
vuestra arpa con la gran alabanza acerca del poder, fidelidad y amor de Cristo.
“Guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación (1
Pe. 1:5)”

El Señor, también, es nuestro cantico en vista de las consolaciones y
consuelos de Su gracia. Has sido conducido a través de profundas penas, has
recorrido muchos tramos oscuros, y días nublados de vuestro peregrinaje
terrenal; pero vuestras consolaciones no han sido pocas ni pequeñas. El Dios de
todo consuelo nunca te ha abandonado, “La consolación de Israel (Lc. 2:25)”
nunca te ha fallado, y el Divino Paracleto, El Espíritu Santo, el Consolador, ha
estado siempre preparado para aliviar, enternecer, y curar vuestras heridas con el
vino y el aceite de la gracia divina y simpatía humana —ambas fluyendo del
corazón de Jesús.

Entonces, elevad vuestras alabanzas con la luz de cada mañana y la
sombra del anochecer. Alabadle con un cantico nuevo por cada nueva bendición.
Alabadle por todo; por la nube que da sombra, por el rayo de luz que ilumina,
por las misericordias recibidas, por las misericordias denegadas; por todo lo que
quita, por todo lo que concede. Alabadle por cada aflicción que envía, por cada
cruz que designa, por cada angustia que mezcla, por cada tentación que permite.
Alabadle por la enfermedad y sufrimiento presente, el duelo y la perdida; puesto
que una bendición se encuentra en todo ello, y todo demanda nuestra alabanza de
agradecimiento. Oh, cultiva un espíritu agradecido y rebosante de alabanza.
Alegrará muchas sendas solitarias; endulzará una prueba amarga; hará menos
pesada una carga llevada a lo largo del camino polvoriento y fatigoso, de casa
hacia Dios. Pronto las alabanzas terrenales serán intercambiadas por las
alabanzas más elevadas, más santas y más perdurables del cielo. Y entonces
vendrá “el cantico nuevo” de gloria, honor y de agradecimiento a Aquel que está
sentado en el trono, y al Cordero, por los siglos de los siglos.
El Señor Mi Acreedor

¿Cuánto debes a mi amo?
Lucas 16:5

No hay más grande deudor en el universo que el creyente en Jesús. El
hombre natural le debe a Dios mucho —diez mil talentos— pero el hombre
regenerado le debe a Dios diez mil veces más —una deuda de amor, gratitud y
servicio cual cifra más elevada no se puede calcular, o eternidad más extensa
pagar. Es muy sano mantener en mente constantemente nuestra deuda para con
Cristo. Somos propensos a olvidarla. Somos tentados en ocasiones a imaginar
que, algún pequeño servicio de amor, o acto de obediencia, o época de
sufrimiento, ha anulado, en cierta medida, la inmensa obligación que tenemos
hacia Dios; no, más aún, estamos tentados incluso a apreciar el engaño que, por
este mismo sacrificio de nuestra parte de servicio de abnegación y tenacidad en
el sufrimiento, ¡En efecto hemos hecho al mismo Señor nuestro deudor! Pero
esto no siempre será el reflejo de una mente verdaderamente espiritual y un
corazón que ama a Cristo; de uno que, en vista de lo que Jesús ha hecho por él
—el infierno de donde es rescatado, y el cielo al que es elevado— exclama:

“Si todo el reino de la naturaleza fuera mío,
Ese sería un presente demasiado pequeño:
Amor tan sublime, tan maravilloso,
Que demanda mi alma, mi vida, mi todo.” 9

Le debemos a Jesús amor supremo, obediente y abnegado. Oh, si hay un
ser en el universo de quien debe ser, sin ninguna exageración, el afecto de amor
de cada latido de nuestros corazones es JESÚS. Esta suprema concentración de
amor en un objeto no supone ninguna ruptura de lazo, o disminución de cariño
hacia los demás. Hay un amor propio, natural y adecuado; hay amor conyugal,
santo y profundo; hay amor paterno, tierno y duradero; y hay un amor filial,
ordenado y galardonado por Dios —todos estos lazos de afectos pueden existir
en armonía con un amor supremo hacia Jesús, que, si bien se los reconoce y
consagra, este se eleva por encima, transciende y los opaca como el sol a los
planetas inferiores que giran alrededor de este, su centro.

Le debemos a Jesús servicio incansable. La verdadera religión es
práctica. La gracia de Dios en el corazón es difusiva. El amor divino en el alma
constriñe. El servicio a Cristo, el cual nuestro agradecido amor nos apremia, es
libertad perfecta y un deleite supremo. ¿Estas, alma mía, dedicándote al servicio
de vuestro Señor, quien consagró su vida entera, a sí mismo por ti? ¿Estas
dándole una mano amorosa e incondicional a Sus Ministros —vindicándoles,
alentándoles y ayudándoles? ¿Estás buscando la conversión de las almas, y de
este modo contribuyendo en aumentar Su reino? ¿Qué estás haciendo por Jesús?

Le debemos a Jesús nuestros talentos, tiempo, y posesiones. Si
reconocemos el hecho de que no somos nuestros propios dueños, se deduce,
entonces, que no hubo nada exagerado en la entera devoción de los primeros
cristianos, de quienes se registró: “Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que
poseía (Hch.4:32).” ¡Si! No somos nuestros, sino de Cristo. Y si ocultamos de él
nuestro único talento, enterrándolo en la tierra; nuestro tiempo, desperdiciándolo
en meras tonterías y vanidades de la vida; nuestras posesiones, malgastándolas
en autocomplacencias, le estamos robando a Cristo lo que por derecho de
creación, redención, y voto de consagración le pertenece a él, demostrando que
somos mayordomos infieles. ¿Podríamos alguna vez hacer o sufrir demasiado
por Aquel que pagó toda nuestra gran deuda de obediencia, y tribulación, y
muerte tanto para la ley como para la justicia, para que pudiéramos quedar
libres? ¡Oh no! ¡Alma mía! ¿Cuánto “le debes a mi Señor”? ¡Señor! ¡Te debo
mis talentos, mi rango (clase), mi riqueza, mi tiempo, mi todo! —cuerpo, alma y
espíritu, a lo largo del tiempo y por toda la eternidad.

“Cuando este mundo pasajero se acabe,
Cuando haya descendido aquel sol radiante,
Cuando estemos con Cristo en las alturas,
Mirando el relato de amor de la vida;
Entonces, Señor, conoceré plenamente –
No hasta ese momento– Cuanto debo.

Cuando esté de pie ante el trono,
Vestido en belleza, no mía;
Cuando te vea cómo eres,
Al servirte con un corazón sin pecado;
Entonces, Señor, conoceré enteramente–
No hasta ese momento– Cuanto debo.” 10
El Señor Mi Esperanza

Alma mía, espera solamente en Dios, porque de él procede mi
esperanza.
Salmos 62:5

Es el pecado, así como es la mortificación, del creyente, esperar
demasiado de la criatura, y muy poco del Señor. En un caso, decepción,
usualmente penoso y humillante, es el resultado inevitable; en el otro, un
cumplimiento precioso de la divina promesa llena de gracia, “Los que esperan
en mí no serán avergonzados (Is. 49:23).” Cuán sublime y bendita la experiencia
de David, expresada en la porción que sugiere nuestra presente meditación,
“Alma mía, reposa solamente en Dios, porque de él procede mi esperanza.”

Mira, primero, el OBJETO de la esperanza del alma del creyente —Es
Dios.
La fe, esperanza y amor no podrían extender sus alas más alto. Y a pesar de todo,
¡Por más divino que sea este Objeto de la esperanza, por más elevado y excelso
sea el lugar de Su morada, por más santo y radiante sea Su naturaleza, el alma
más humilde, elevando su mirada anhelante, que cree y espera, puede alcanzarle,
y así hacer realidad su mayor y más plena esperanza! ¡Oh, cuán ligeramente
abordamos la suficiencia de Dios! —¡Cuánto limitamos al Santo de Israel! —
¡Cuánto nos confinamos a desconfiar de Jesús! ¡Alma mía! ¿Alguna vez Dios en
Cristo te ha fallado, alguna vez te ha decepcionado? ¿Alguna vez ha habido —
puede haber alguna vez— algo confuso en Su sabiduría, algo desconcertante en
Su poder, alguna disminución en Sus recursos, algún agotamiento en Su bondad,
fidelidad, y amor? ¡Nunca! Entonces, Oh Alma mía, dejad al hombre, cesa de
poner carne por su brazo (Jer. 17:5), abandona vuestra esperanza de ayuda,
provisión y simpatía de la criatura, y espera solamente en Dios.

Y estudia, alma mía, la ACTITUD —de espera. Esta es la postura de la
fe, la disposición de amor, la expresión de paciencia y esperanza. Somos a
menudo muy impacientes con las demoras del Señor en nuestro favor. Podemos
de hecho orar, “no te tardes (Sal. 40:17);” y sin embargo la expectativa puede
demorarse en su tiempo determinado, pero, aunque se retrase, sin duda vendrá.
El Señor puede mantenerte largo tiempo esperando ante el trono, para poner a
prueba vuestra sinceridad y vuestra fe, y probar vuestro amor, pero, en definitiva,
Él se manifestará —vuestra oración es escuchada y será contestada.

Y observa la EXCLUSIVIDAD de esta esperanza. “Alma mía, espera
solamente en Dios” —únicamente en Él. ¡Ah! ¡Cuán dura lección! ¡Cuán
firmemente e idolátricamente nos adherimos a la criatura! Con la criatura en una
mano, y con el Creador en la otra, pensamos abrir camino a través de toda las
oposiciones, dificultades y necesidades. ¡Pero, no! Esto no debe ser así. El Señor
debe tener nuestra simple, honesta, y exclusiva confianza. Él no nos consentirá
que esperemos del hombre lo que solamente puede ser encontrado en Él. Él es
un Dios celoso, y poseerá nuestros corazones honestos e indivisos. ¿Estás
buscando salvación? Abandona toda esperanza de encontrar perdón, paz, y
esperanza en algo de vuestras obras; y simplemente y únicamente aférrate con fe
a Jesús, y vuestra esperanza de ser salvo —salvo sin ninguna obra vuestra, salvo
del poder, la culpa y condenación del pecado, salvo ahora, salvo
inmediatamente, salvo para siempre— nunca será avergonzada.

¿Y qué, ¡Oh alma mía!, podrías esperar? ¡Todo! No hay limitación. La
promesa de Dios es, “Abre tu boca, y yo la llenaré (Sal. 81:10).” ¿Podría lengua
ser más simple y explicita, o promesa más plena y preciosa? Espera, Oh alma
mía, grandes cosas de Dios. Espera grandes provisiones de gracia de parte de
Jesús. Deja que vuestra esperanza sea elevada como Su ser, amplia como Sus
recursos, inmensa como Su amor. Espera Su respuesta a vuestra oración; espera
el cumplimiento de Su palabra; espera Sus suministros providenciales para
vuestra necesidad; espera compasión y consolación en vuestra aflicción; espera
salvación en el monte del peligro; espera, en el último momento angustioso,
fortaleza, apoyo, y rescate; gracia para ayudaros en todo tiempo de necesidad. Y
cuando el corazón y carne desfallezcan, y pases el valle de sombra solitario,
espera que Jesús estará contigo allí; y vuestra esperanza no será defraudada ni
avergonzada. “Alma mía, espera solamente en Dios, porque de él procede mi
esperanza.”
Cristo es El todo, y en todos

Cristo es el todo, y en todos.
Colosenses 3:11

Cerramos estas devotas meditaciones con una Doxología maravillosa —
¡Cristo es todo, y Cristo en todos! Es un epítome, el fundamento, la
consumación y cima de todo. Cada tema ha sido una apertura más amplia de la
caja de la joya divina, ofreciendo otro y un vistazo más cercano de la preciosa e
invaluable gema que contenía. Ahora, levantemos y removamos la cubierta, y,
¡Mirad! Se presenta ante nosotros en toda su grandeza, fulgor y plenitud —
CRISTO, TODO Y EN TODOS. El vocabulario se agota, las imágenes
suministran su ultimo símbolo, la imaginación deja caer su ala, puesto que la
inspiración no puede portarlo más alto —¡Cristo es todo, y en todos!

“¡Bendito Jesús! Eres todo en todos, en la creación y redención, en el
perdón, gracia, y gloria. Eres todo en todos en Vuestra Iglesia, y en los corazones
de Vuestro Pueblo —en todos sus gozos, toda su felicidad, todas sus labores,
todos sus privilegios. Eres todo en todos en Vuestra palabra, ordenanzas, medios
de gracia, la suma y sustancia de la biblia entera. ¿Hablamos de promesas? Eres
la primera promesa en la santa palabra, y la totalidad de cada promesa que le
sigue; ya que todas en ti son ‘Si y Amén (2 Cor. 1:20)’ ¿Hablamos de la ley?
Eres el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree. ¿Hablamos de
sacrificios? Por vuestro único sacrificio has hecho perfectos para siempre a los
que son santificados. ¿Hablamos de las profecías? De ti dan testimonio todos los
profetas, que todos los que en ti creyeren, recibirán la remisión de pecados. ¡Si!
Bendito y santo Jesús, eres todo en todos. Que seas para mí, Señor, el todo en
todo lo que necesito en su momento, y entonces, sin duda, ¡serás mi todo en todo
para toda la eternidad!”

¡Alma mía! ¡Todo lo que Jesús tiene es vuestro! ¡Toda perfección de su
naturaleza, todo latido de su corazón, todo pensamiento de su mente, toda gota
de su sangre, todo ápice de su justicia, todo átomo de su mérito es vuestro!
¡Cuán rico y vasto inventario! ¡Cuán preciosa e infinita riqueza! Echa mano
grandemente de su opulencia —el honrará todo calado— sumérgete
profundamente en su plenitud —Él suministrará para toda necesidad— “porque
todo es vuestro.”

Pero, alma mía, Jesús no es únicamente todo para ti, sino que Él está en
todo lo que tiene que ver contigo. Él está en cada evento de vuestra historia, y Él
está en toda circunstancia de vuestra vida. Él está en cada aflicción —
santificándote; Él está en cada pena —endulzándote; Él está en cada nubarrón —
dándote brillo; Él está en cada carga —sosteniéndote; Él anda sobre toda
tormenta y camina sobre toda oleada, diciéndole a los vientos y a las olas,
“¡Calla, enmudece! (Mr. 4:39)” Oh, nunca recibas un evento o circunstancia en
vuestra vida diaria, triste o jubiloso, sino deja que vuestra fe exclame: “¡Jesús
está en esto! ¡Él la envió, Él viene con ella, Él la controlará, y El demostrará la
plena suficiencia de Su gracia, y tendrá toda la adscripción de mi alabanza!” Y si
el Señor ha visto conveniente quitarte algo que amabas —la bendición que
valorabas, el suministro que necesitabas, el sostén sobre el que te apoyabas— es
únicamente para que Él debiera ser vuestro todo en todos. ¡Jesús puede llenar
todo vacío, reemplazar toda pérdida, y ser infinitamente más para ti que el más
grato y más vital tesoro que Él alguna vez dio o quitó!

Cristo será todo en todos cuando la eternidad se esté acercando, y el ojo
se esté cerrando, y el corazón se esté enfriando, y el pulso esté extinguiéndose, y
el semblante esté cambiado, y la tierra esté desapareciendo, y el cielo esté
abriéndose, y los amigos estén llorando. Oh, entonces y solo entonces, ¡JESÚS
será TODO EN TODOS! Por el valle de sombra, a través del creciente diluvio,
en lo alto de las colinas celestiales, adelante hacia el trono alto y elevado —la
gloria bañándolo, los santos y ángeles rodeándolo, himnos emitiéndose alrededor
de él— Jesús entonces aparecerá como nunca antes —EL TODO Y EN TODO
de su Iglesia.

“Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi
porción es Dios para siempre (Sal. 73:26).”
Octavius Winslow Biografía
Octavius Winslow, también conocido como “El compañero del peregrino,” se
destacó como uno de los predicadores evangélicos más importantes del siglo 19
en Inglaterra y América. Fue ministro Bautista durante la mayor parte de su vida,
contemporáneo de Charles Spurgeon y J. C. Ryle. Sus obras se centraron en
mostrar a Cristo con pasión, en un sentido práctico y excelencia. Sus escritos son
ricamente devocional y calientan el alma e inflaman el corazón con amor
sincero, en reverencia y alabanza a Cristo.

Vida familiar
Octavius fue descendiente directo de John Winslow y de Mary Chilton quienes
le hicieron frente al Atlántico para viajar a América en el Mayflower en 1620. La
historia cuenta que Mary fue la primera mujer del pequeño grupo en poner pie en
el Nuevo Mundo. Y en 1624 Mary se casó con John, hermano de Edward
Winslow (1595-1655), un célebre líder peregrino.

La madre de Octavius, Mary Forbes (1774-1854) tenía raíces escocesas, pero


nació y fue criada en Bermuda y era la única hija del Dr. Robert Forbes. El 6 de
septiembre de 1791, cuando apenas tenía 17 años, se casó con el teniente del
ejército Thomas Winslow del 47º Regimiento. Poco después de esto, ella llegó a
tener convicciones espirituales y fue llevada a la salvación del evangelio
mientras suplicaba la promesa, "lo que pidiereis... lo recibiréis (Mt. 21:22)". El
mismo Cristo poderosamente le dijo a su corazón: "¡Yo soy vuestra salvación!"
Y ella fue salva.

Mary y Thomas Winslow pasaron a vivir en Inglaterra y Octavius nació en


Pentonville, un pueblo cerca de Londres, el 1 de agosto de 1808. Él era el octavo
de 13 niños. Octavius parece haber recibido su nombre porque él era entonces el
octavo hijo sobreviviente.

El padre de Octavius era de una familia adinerada, pero para 1815, después de su
retiro del ejército, sufrió de mala salud y la pérdida de su fortuna, debido a uno
de varios desastres financieros nacionales que ocurrieron en este período. Pronto
se tomó una decisión en cuanto a trasladarse a Estados Unidos, pero antes de que
Mr. Winslow pudiera reunirse con su esposa y sus hijos en New York, murió.
Octavius tenía sólo 7 años para ese entonces.

Viuda a los 40 años, responsable de una familia numerosa y apenas establecida


en América, la vida de la señora Winslow se vino boca abajo. Lo peor de todo,
fue la oscuridad espiritual y desaliento que la abrumaron durante muchos meses.
Ellos eran una familia profundamente religiosa y Octavius más tarde escribió un
libro sobre sus experiencias desde la perspectiva de su madre en un libro titulado
Vida en Jesús (Life in Jesus).

Mary y sus hijos vivieron en la ciudad de Nueva York hasta 1820. Luego,
después de una visita de cuatro meses a Inglaterra, se trasladarían a Sing Sing,
Nueva York, en el río Hudson, para "cuatro años de descanso agradable". En
1824, regresarían a la ciudad de Nueva York para una temporada de
"avivamiento especial", en donde los hermanos de Octavius, Isaac y George se
convertirían y más tarde se convencerían del llamado de Dios al ministerio.

Winslow fue salvo bajo el ministerio de Samuel Eastman, pastor de la Iglesia


Bautista de Stanton Street (Stanton Street Baptist Church) en la ciudad de Nueva
York. El 11 de abril de 1827, un miércoles, Octavius compartió su testimonio y
profesó su fe en su Salvador. Más tarde sería bautizado en el río Hudson el 6 de
mayo, un Día del Señor, a las 4 p.m. María más tarde escribiría esto:

"Mis hijos están empeñados de todo corazón en traer a los pecadores en donde el
Espíritu Santo está mostrando Su inmenso poder. Visitan de casa en casa,
tratando fielmente a todos los que se encuentran que no conocen a Dios."

Educación y ministerio en América


Se sugiere que Winslow comenzó su formación ministerial en Stepney, Londres,
pero luego se trasladó a Columbia College, Nueva York. Dos veces se le
concedió el privilegio de recibir títulos honoríficos. La primera fue una Maestría
en Artes (M. A.) en la Universidad de la Ciudad de New York (NYU) en 1836.
En segundo lugar, en 1851, Columbia College en la ciudad de Nueva York se le
confirió el grado honorario de Doctor en Divinidad (D. D.). El segundo grado le
fue dado principalmente debido al cuerpo y el alcance de sus trabajos escritos.
La ordenación oficial de Winslow sería más tarde el 21 de julio de 1833 en la
Iglesia Bautista de Oliver Street.
Después de completar un corto servicio como moderador en una Iglesia de
Stanton Street, fue desestimado el 18 de mayo de 1831, entonces procedió a
fundar o "plantar" la Iglesia Bautista de los 20 Miembros que se organizó en
marzo de 1833 y se reunió en Military Hall en Bowery. Después de reunirse en
este lugar durante un año, se trasladaron a Broadway Hall y renombraron la
Iglesia como Iglesia Bautista Central (Central Baptist Church). Estos años
traerían a la iglesia un "grado moderado de prosperidad" y le traerían pruebas de
depresión a Winslow. Cuando Winslow dejara más tarde este rebaño, no habría
registros escritos de por qué se fue.

Se dice que ministró en la recién inaugurada Segunda Iglesia Bautista (Second


Baptist Church) en Brooklyn en la esquina de las calles Tillary y Lawrence en
1836 y 1837, la obra tristemente se cerró en 1838 y la iglesia fue vendida a la
congregación Presbiteriana Libre (Free Presbyterian). En 1839 volvió a
Inglaterra donde se convirtió en uno de los ministros más valiosos de su tiempo.
Esto se debió en gran parte a la seriedad de su predicación y a la excelencia de
sus prolíficos escritos.

Matrimonio e Hijos
El 2 de abril de 1834, Winslow se casó con la señorita Hannah Ann Ring, única
hija de Roland Z. Ring. Ellos tendrían 11 hijos:

John Whitmore, (1834 America), Hannah (1835 America), Mary (1837


America), James (1840), Thomas (1842), Emma (1845), Ann Bruce (1846),
Sarah Johanna (1848), Octavius Evans (1850), Georgiana Lyndhurst (1853),
Lyndhurst (1855)

Su hijo, John Whitmore Winslow, murió en 1856 a la edad de 21 años y


Octavius pasó a publicar algunas de las cosas que había escrito cómo
adolescente. Su hija Sarah Johanna moriría el 3 de julio de 1848 y también otra
de sus hijas, Ann Bruce, moriría el 22 de octubre de 1848. Luego, años más
tarde, el 3 de octubre de 1854, su amada madre Mary pasaría a la eternidad.
Hannah Ann, su fiel esposa, moriría más tarde el 9 de octubre de 1866. Octavius
nunca volvería a casarse.

Ministerio en Inglaterra
Winslow pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra. Él pastoreó una iglesia
bautista en Warwick Road en Leamington Spa, Warwickshire (1839-1858) donde
le siguió el Rev. D. J. East. En 1858 se convirtió en el fundador y primer
ministro de la capilla de Kensington (Chapel Kensington), Bath. En 1865 la
iglesia se convirtió en una Iglesia Unida (mixta, credobautista y paidobautista).
Este último caso probablemente marca un cambio de actitud en Winslow quien
en 1867 dejó el pastorado Bautista y en 1870 fue ordenado diácono y sacerdote
anglicano por el obispo de Chichester. En sus años restantes se desempeñó como
ministro de la Iglesia Emmanuel, Brighton, en la costa sur. En 1868 él había
producido un libro de himnos para esta misma congregación. Esta iglesia fue
destruida en 1965 y una iglesia bautista erigido en su lugar.

A continuación, encontrará un resumen de todos los pastorados que Winslow


realizó a lo largo de su carrera ministerial:

Bowery/Central Baptist Church, New York, New York (1833–1835) Second


Baptist Church, New York, New York (1836–1838) Warwick Street Chapel,
Leamington Spa, England (1839–1858) Kensington Chapel, Bath, England
(1858–1867) Emmanuel Church, Brighton/Hove, England (1868–1878)

Muerte
Winslow murió, resultante a una breve enfermedad, el 5 de marzo de 1878, en
Brighton a la edad de 69 años. Su obituario atribuyó su muerte a una enfermedad
cardíaca. Fue enterrado en Abbey Cemetery, Bath junto a su esposa Hannah Ann
Winslow y su hermana Emma.

Resumen
Winslow escribió más de 40 libros, en los que promovió un conocimiento
experimental de las preciosas verdades de Dios. Varios de sus libros han sido
reimpresos en los últimos años. En su tiempo, Winslow era un orador popular
para ocasiones especiales, así como la reunión celebrada para la apertura del
Tabernáculo Metropolitano de Charles Spurgeon en 1861.

Las declaraciones de Spurgeon sobre él es importante tenerlos en cuenta. Él dice


al comentar la obra de Winslow “Ninguna condenación en Cristo (No
Condemnation In Christ)”:
“El Dr. Winslow es siempre sensato y dulce; pero sus obras se adaptan mejor
para los lectores en general que para los estudiantes. Él es extremadamente
difuso.”

Su comentario sobre “Las Profundidades del Alma y Alturas del Alma (Soul
Depths and Soul Heights)” es bastante antipática, sin embargo, dice:

“No muy profunda ni muy alta, pero agradable lectura espiritual.”

Se cree que hubo algún antagonismo en los últimos años entre los dos, con
Winslow "tratando de ser más amplio de lo que Spurgeon pudiera permitir"
sobre la Iglesia de Inglaterra y su postura sobre la regeneración bautismal.

Por último, dejo el comentario del Dr. Joel R. Beeke contando su experiencia al
leer las obras de Winslow:

Octavius Winslow ha sido uno de mis autores favoritos por más de


cuarenta años. Leí su “Vida en Jesús” (Life in Jesus) cuando era
adolescente, profundamente me conmovió y me hizo celoso de la
espiritualidad madura de él y de su madre. Su "Declinación y
Despertamiento Personal de la Religión en el Alma” (Personal
Declension and Revival of Religion in the Soul), es uno de los
primeros libros a los que me dirijo cuando siento que mi vida
espiritual se desliza a las primeras etapas de retroceso. Me he
beneficiado mucho de su "Obra del Espíritu Santo” (Work of the Holy
Spirit), que es uno de los tratos más experimentales y prácticos de este
tema cardenal. Y sus “Cosas preciosas de Dios” (Precious Things of
God), junto con sus obras diarias de devoción, han reforzado mi alma
muchas horas de la medianoche durante años antes de irme a dormir.
Tengo un gran honor y privilegio de haber tenido la oportunidad de
traer de nuevo a la impresión varios de los libros edificantes de este
ministro piadoso. Me encanta el optimismo espiritual y la integridad
de Winslow. Para mí, representa la escritura devocional en el mejor de
los casos. Siempre me lleva a Cristo y suscita mi alma para amarlo
con fervor. Sus escritos son siempre bíblicos, espirituales, profundos e
inspiradores. Involucran al corazón mientras transforman la voluntad
y nos guían con seguridad a la buena batalla de la fe en el camino a la
gloria.
Notas
1. Robert Leighton, The Works of Robert Leighton, D. D., Archbishop of Glasgow, page 150.

2. Libro de Oración Común, Oficio de Entierros, pagina 313.

3. John Fletcher, The Works of the Reverend John Fletcher, Volume 2, page 668.

4. Horatius Bonar, Hymn: “Thy way, not mine, O Lord.”

5. Edward Young, Night Thoughts, on Life, Death, and Immortality, page 95.

6. Horatius Bonar, Hymn: "I Heard the Voice of Jesus Say."

7. Isaac Watts, Hymn: Far from my thoughts.

8. William Cowper, Hymn: O! for a closer walk with God.

9. Isaac Watts, Hymn: When I Survey the Wondrous Cross.

10. Robert M. McCheyne, Hymn: When This Passing World is Done.


Table of Contents
Prefacio
El Señor Mi Porción
El Señor Mi Esposo
El Señor Mi Hermano
El Señor Mi Esperanza
El Señor Mi Ayudador
El Señor Mi Afinador
El Señor Mi Sanador
El Señor Mi Libertador
El Señor Mi Maestro
El Señor Mi Siervo
El Señor Mi Maestro II
El Señor Mi Ejemplo
El Señor El Que Lleva Mi carga
El Señor Mi Pastor
El Señor Mi Restaurador
El Señor Mi Luz
El Señor Mi Guarda
El Señor Mi Cuidador
El Señor Mi Proveedor
El Señor Mi Reposo
El Señor Mi Obispo
El Señor Mi Guía
El Señor Mi Comida
El Señor Mi Bebida
El Señor Mi Salvador
El Señor Nuestra Paz
El Señor Mi Gozo
El Señor Mi Cántico
El Señor Mi Acreedor
El Señor Mi Esperanza
Cristo es El todo, y en todos
Octavius Winslow Biografía
Vida familiar
Educación y ministerio en América
Matrimonio e Hijos
Ministerio en Inglaterra
Muerte
Resumen
Notas

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