De La Guardia Ricardo Martin - La Caída Del Muro de Berlín
De La Guardia Ricardo Martin - La Caída Del Muro de Berlín
De La Guardia Ricardo Martin - La Caída Del Muro de Berlín
LA CAÍDA
DEL MURO
DE BERLÍN
El final de la Guerra Fría
y el auge de un nuevo mundo
INTRODUCCIÓN.
EL MURO DE BERLÍN, EMBLEMA
DE UNA ALEMANIA DIVIDIDA
Noviembre de 1989 fue, sin duda alguna, el mes que abrió definitivamente
las puertas al fin del sistema internacional surgido después de la Segunda
Guerra Mundial. La caída del Muro de Berlín el día 9 trascendió el símbolo
de una ciudad, de un país y de un continente divididos por mor de las
circunstancias vividas varias décadas atrás para ofrecer un futuro incierto
pero esperanzador, el de un escenario radicalmente distinto de la Guerra Fría
en el que los actores principales y secundarios deberían reconsiderar sus
respectivos papeles. Desaparecía la gran frontera del mundo moderno.
La siniestra eficacia del Muro se había dejado sentir desde su construcción
en agosto de 1961. El Muro había hecho de Berlín Oeste una isla rodeada de
una inmensa cárcel, la de uno de los sistemas de dominación comunista más
represivos de la historia. En los veintiocho años siguientes unas cinco mil
personas habían intentado franquear esta barrera contra las supuestas
agresiones del capitalismo. Utilizando los más variopintos medios, habían
decidido jugarse la vida para abandonar la República Democrática Alemana.
Entre uno y dos centenares habían sido interceptados o eliminados por la
policía germano-oriental cuando intentaban alcanzar el otro Berlín. Según
cifras oficiales de la Fiscalía de la República Federal de Alemania, entre el 13
de agosto de 1961 y el 9 de noviembre de 1989 murieron 86 personas
tratando de pasar al otro lado, si bien otras fuentes señalan, —empleando
otros criterios— que fueron hasta 125 o, incluso, 227 personas1. Aunque cada
muerte es una tragedia en sí misma, puede sorprender el hecho de que fuera
un número no demasiado elevado a lo largo de tantos años, pero es
importante tener en cuenta que nos referimos tan solo a las víctimas que
perdieron la vida y que sería casi imposible calcular cuántas familias
quedaron deshechas, cuántas vidas frustradas, cuántos derechos conculcados.
Pero hagamos algo de historia. Establecida como aplicación de los
acuerdos adoptados por las potencias vencedoras en 1945, la división entre
los sectores oriental y occidental de Berlín perjudicaba ampliamente a la
RDA. Al comenzar la década de los sesenta, unas cincuenta mil personas
pasaban cada día del este al oeste de la ciudad para trabajar en las empresas,
más numerosas y modernas, instaladas en esta zona, y regresaban a pernoctar
a los barrios orientales debido, en gran parte, a que los alquileres eran más
baratos. A esta situación se añadían el problema del abastecimiento y el caos
derivado de la circulación de dos monedas. Las diferencias en la
reconstrucción de la ciudad, en las formas de vida… en definitiva, la grieta
que se iba abriendo resultaba inquietante para las autoridades comunistas. La
floreciente marcha del enclave capitalista en pleno corazón del mundo
sovietizado era intolerable no solo para la legitimidad del Estado germano-
oriental, sino también para el prestigio de la Unión Soviética.
Al menos desde 1959 rondaba a los dirigentes de la RDA la idea de tomar
medidas drásticas respecto a la cuestión berlinesa, pero la decisión se iba
posponiendo en función de las relaciones más o menos tensas entre las dos
superpotencias. Precisamente, la coyuntura internacional tuvo una influencia
notable en la construcción del Muro, como la tendría en todos los episodios
trascendentales de la Guerra Fría.
Walter Ulbricht, mandatario de Alemania oriental, había hablado en
numerosas ocasiones con Nikita Kruschov, secretario general del PCUS,
sobre la problemática frontera entre los dos sectores de Berlín; ante lo cual, el
secretario general del PCUS se había mostrado reticente a adoptar decisiones
tajantes. A lo largo de 1960, Ulbricht se había quejado insistentemente, por
carta, de la creciente gravedad de los problemas económicos de la RDA
provocados por la salida de la población hacia el oeste e, incluso, parecía
decidido a tomar alguna medida drástica, como el cierre fronterizo de Berlín,
según informó la Embajada soviética a Moscú2. Al finalizar el año, Kruschov
le prometió una ayuda económica mayor así como, en cuanto tuviera ocasión,
tratar de manera prioritaria la cuestión berlinesa con el nuevo presidente
norteamericano.
El secretario general del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania)
nunca tuvo en gran consideración a Kruschov y llegó a atreverse varias veces
a disentir de sus criterios. Por ello, a comienzos de enero de 1961,
desconfiando de él, propuso al Politburó la creación de un comité de trabajo
para analizar la situación de Berlín y proponer medidas que detuvieran la
huida de la población. En este reducido equipo figuraban dos de sus más
estrechos colaboradores: Erich Mielke, jefe de la Stasi, y Erich Honecker,
ministro de Seguridad. Durante los meses siguientes, sin informar ni pedir el
consentimiento de los soviéticos, el Gobierno germano-oriental endureció los
dispositivos de control en la frontera.
La preocupación de Kruschov por la actitud de su homólogo tenía mucho
que ver con la cumbre prevista en Viena durante los primeros días de junio,
en donde tendría que discutir con el presidente Kennedy la espinosa cuestión
de Cuba. Un empeoramiento de las relaciones en función de la postura de
Ulbricht respecto a Berlín podía hacer peligrar el encuentro, del que la
opinión pública internacional esperaba una distensión entre las
superpotencias. Además de para debatir sobre Cuba y Berlín, la Cumbre de
Viena sirvió para abordar cómo limitar la carrera nuclear en pro de un
desarme capaz de garantizar una nueva etapa de mayor tranquilidad. En
efecto, entre la primavera de 1961 y el otoño de 1962, el grado de
confrontación iba a aumentar a causa de la revolución cubana y la crisis de
los misiles. En aquel contexto, las declaraciones de Kruschov en las que
reiteraba su completo apoyo al Régimen de Berlín Este y mostraba su
voluntad de firmar por separado un tratado de paz con la RDA provocaron
una avalancha de huidos, en torno a las diez mil personas entre el 1 y el 10 de
agosto de 1961.
Antes de que se enconasen las relaciones, la foto del apretón de manos
entre Kruschov y Kennedy, tomada en Viena el sábado 3 de junio de 1961
hacia la una menos cuarto de la tarde, recorrió las rotativas de los principales
periódicos de todo el mundo. Al día siguiente, según el orden del día
establecido, tocaba hablar de Berlín. Kruschov fue muy claro y propuso a
Kennedy un tratado de paz para dar definitivamente por concluida la guerra
y, en consecuencia, modificar el estatuto de Berlín. Si Estados Unidos no
aceptaba, la URSS se dispondría a firmar la paz por separado. Aunque un
tanto intimidado por la vehemencia del soviético y atenazado por su menor
experiencia en este tipo de reuniones de alto nivel, Kennedy no cedió.
Pretendía lograr un acuerdo general entre ambas potencias y entre ambos
Estados alemanes que, con el tiempo, tendiera a solucionar de una vez por
todas el futuro de Alemania. El equilibrio de poder en Europa no sufriría
variaciones.
Acto seguido, Kruschov le entregó en mano un memorando donde
explicitaba las ideas expuestas, gesto que sorprendió a la delegación
norteamericana por la presión añadida que suponía. Contenía muchos de los
argumentos del discurso trabado por Ulbricht desde hacía tiempo. Para
satisfacción de este, parecía que Kruschov había asumido una posición
irreversible: llegaría cuanto antes a un tratado de paz con Alemania oriental
cuyas consecuencias alterarían profundamente el estatus de Berlín Oeste,
pues las comunicaciones con la ciudad y la presencia de tropas
norteamericanas deberían ajustarse a un futuro acuerdo con la RDA.
Obviamente, cuando, pocos días después, el embajador soviético informó a
Ulbricht, su satisfacción fue completa: con su persistencia había logrado
influir en el ánimo y en la toma de decisiones del máximo responsable de la
URSS.3
Sin lugar a dudas, el secretario general del SED no desaprovechó la
oportunidad que le brindaba Viena para proseguir sus planes y acelerarlos
antes de que el Kremlin pudiera cambiar de opinión o perder interés en la
cuestión si aparecían nuevos focos de tensión con Estados Unidos. Aunque,
con el tiempo, Kruschov se atribuyera la radical resolución para Berlín4, a la
larga, el soviético dio su plácet a la planificación de Ulbricht, según se lo
comunicó el embajador Mijaíl G. Pervujin el 6 de julio. Tres días antes,
Ulbricht había aterrizado en Moscú para fijar detalles con Kruschov e
informar de sus pretensiones a los miembros del Pacto de Varsovia. No
hubiera sido posible dar el paso de construir el Muro dejando a un lado al
Kremlin, pero la insistencia del Gobierno germano-oriental resultó un factor
indispensable. Para este, lo que estaba en juego era la pervivencia de la RDA:
todos los informes sobre la situación preveían un colapso de su economía si
no se cortaba la sangría de población y de recursos.
A partir de entonces, los acontecimientos se sucedieron con rapidez. En la
reunión se había fijado una fecha para cerrar la frontera entre ambos sectores
de Berlín con un muro de alambre que sería sustituido lo antes posible por
otro de mayor fuste: la noche del sábado 12 al domingo 13 de agosto. Era
básico constreñir las acciones al territorio oriental de la ciudad sin irrumpir en
Berlín Oeste para frustrar una eventual intervención norteamericana. En las
reuniones de los días siguientes, los Gobiernos comunistas de los países del
Pacto aceptaron la propuesta del cierre fronterizo «para poner fin a las
actividades subversivas». A los ojos de los Estados socialistas la
consolidación de la RDA servía para justificar ante sus poblaciones el vigor
de sus respectivos regímenes frente a Estados Unidos, pero también les
suscitaba dudas, como en el caso checoslovaco, puesto que su floreciente
comercio con Europa occidental podía verse afectado. Ello no obstante, acabó
imponiéndose la disciplina soviética.
Así pues, el sábado 12 de agosto de 1961, mientras la RFA se encontraba
inmersa en plena campaña electoral por la Cancillería —tanto Brandt en
Nuremberg como Adenauer en Lübeck habían aludido, en sendos mítines, a
los refugiados de la Alemania comunista—, el secretario general del SED
organizó una velada en su residencia de Wandlitz; a ella fueron invitados los
principales dirigentes del Partido-Estado, cuya mayoría residía allí desde
comienzos de la década de los sesenta. El lugar había sido cuidadosamente
elegido: estaba situado a unos treinta kilómetros al norte de Berlín, una
distancia prudente si tenemos en cuenta el motivo que había impulsado a los
responsables máximos del Estado a cambiar la ubicación de sus viviendas. En
los años cincuenta vivieron en Pankow, mucho más cerca del centro de la
capital y donde se habían concentrado los puntos de decisión política y la
vida administrativa. Sin embargo, las manifestaciones obreras de junio de
1953 y el temor a un contagio revolucionario tras lo ocurrido en el otoño
húngaro de 1956 habían aconsejado preservarlos de cualquier acción que
pudiera perturbar su actividad cotidiana. Sin lugar a dudas, Wandlitz, rodeada
de bosques y bien comunicada con Berlín, ofrecía las ventajas deseadas por el
círculo de poder. La obsesión por la seguridad también se exteriorizó en la
construcción de un muro de cuatro kilómetros que acotaba la zona
residencial, a la que se accedía a través de estrictos controles.
Sobre las diez de la noche, ante el asombro de la mayoría de los asistentes,
Ulbricht les transmitió el cierre perentorio de las fronteras entre las dos zonas
berlinesas. Igual perplejidad invadió a los responsables políticos de los países
occidentales, cuyos servicios de inteligencia no habían detectado ningún
movimiento importante al respecto hasta que soldados y trabajadores
germano-orientales comenzaron a realizar el peculiar encargo en la noche de
aquel caluroso día de verano. Se había puesto en marcha la «Operación
Rosa» coordinada por Erich Honecker, máximo responsable de seguridad
dentro del Comité Central del Partido. Fueron más de diez mil personas las
que contribuyeron a instalar en torno a Berlín Oeste bloques de hormigón y
alambradas de púas.
En la madrugada del día 13, la radio que emitía en el sector oriental
difundió una resolución del Consejo de Ministros de la RDA aprobada el día
anterior según la cual «para impedir las actividades agresivas de las fuerzas
militares y revanchistas de Alemania occidental y de Berlín Oeste se
mantendrá un control en las fronteras de la RDA, incluyendo las fronteras
con el sector occidental del Gran Berlín, como es normal en las fronteras de
todo Estado soberano»5. En los días siguientes solo permanecieron abiertos
siete pasos de tránsito fuertemente controlados entre ambas zonas de la
antigua capital del Reich; según la acertada definición del Senado berlinés en
su reunión extraordinaria a la mañana siguiente, «se había erigido la pared de
un campo de concentración».
Una de las grandes figuras de la literatura germano-oriental, Christa Wolf,
militante del Partido durante cuarenta años —prácticamente los mismos de
existencia de la RDA—, reflejó en Cielo partido (Der Geteilte Himmel),
publicado en 1953, la particular relación entre las dos zonas de la Alemania
surgida tras la Segunda Guerra Mundial. La trama se sitúa en los meses
previos al levantamiento del Muro: Rita Seidel y Manfred Herrfurth son una
joven pareja que vive en Halle y manifiestan opiniones divergentes respecto
al futuro. Desencantado de la evolución de la República Democrática,
Manfred decide huir hacia el oeste. Lo mismo hace Rita, menos convencida,
pero empujada por el amor. Sin embargo, ella no se acostumbra a la nueva
vida y decide regresar a Halle. La pareja se rompe definitivamente unos días
después, en la fecha de construcción del Muro, como irreconciliables quedan
sus aspiraciones: Manfred no ve ninguna posibilidad de mejora personal ni
afectiva dentro de la RDA, mientras Rita está convencida de que trabajando
junto a sus conciudadanos puede contribuir a superar las deficiencias del
Régimen comunista.
Parece, por tanto, que la decisión final sobre la construcción del Muro se
tomó, con el beneplácito de la URSS, en una reunión de altos representantes
del Pacto de Varsovia en aquellos primeros días del mes. Como hemos visto,
la madrugada del domingo día 13 voluntarios del Partido Comunista y
fuerzas de la policía comenzaron a levantar, primero con alambre de espino y
luego con hormigón, un muro de separación que la elite del Régimen
denominaría «la protección antifascista». El esfuerzo continuado hizo que en
una semana estuvieran listos los cuarenta kilómetros de pared alrededor del
sector occidental. Hasta esa fecha más de 2,7 millones de ciudadanos
germano-orientales habían abandonado su país: la sangría demográfica ponía
en entredicho las bondades de la República Democrática, además de resultar
muy preocupante no solo por la imagen que proyectaba sino también porque
los que huían, sobre todo jóvenes y miembros de los sectores de la población
más preparados, obstaculizaban la recuperación económica.
El canciller Adenauer reclamó de sus aliados occidentales el bloqueo
económico de la Unión Soviética como réplica a la escisión de la antigua
capital del Reich pero, una vez más, la Guerra Fría impuso su propia lógica.
Aunque Washington envió al vicepresidente Lindon B. Johnson a Berlín para
conocer de primera mano lo que estaba sucediendo y pese a que tanto desde
la capital norteamericana como desde París se solicitaron garantías totales
para los vuelos hacia el sector occidental, parecía que todos consideraban la
división un hecho consumado.
De todos modos, los países aliados contestaron tardíamente al reto lanzado
desde Moscú: la nota oficial de protesta llegó el 17 de agosto. Es más, la
conocida carta enviada por Brandt a Kennedy un día antes no surtió efecto en
el presidente norteamericano, en quien las autoridades alemanas habían
depositado la confianza. El contenido de la carta era inequívoco: después del
paso dado por los soviéticos tendría lugar un segundo episodio en el que
Berlín acabaría convirtiéndose en un gueto, escindido de Alemania, y
perdería su función como símbolo de la libertad. En su respuesta del día 18
Kennedy solicitaba a Brandt, en un tono muy mesurado, que le concretara
medidas dentro del nuevo escenario, invitándole a aceptar la situación de
hecho. La decepción cundió entre la población de Berlín Oeste, que sentía el
abandono de la superpotencia. El éxito de la operación dio la razón a
Ulbricht, el cual, pese a la oscura sombra proyectada por el Muro, logró
estabilizar la RDA.
En efecto, como veremos con más detalle, a lo largo de aquella década de
los sesenta el Estado germano-oriental aseguraría su existencia afirmándose
ante Europa y ante el mundo como una alternativa viable. Las esperanzas de
Adenauer sobre una posible reunificación desaparecieron; había encallado su
estrategia de fuerza. El fracaso fue constatable cuando Ludwig Erhard, tras
sucederle en la Cancillería federal, lanzó en vano una propuesta para que las
cuatro potencias redactaran un tratado de paz global para el territorio de «las
dos Alemanias», el cual, con posterioridad, sería aceptado por un Gobierno
elegido en unas elecciones celebradas en el conjunto de Alemania. La Guerra
Fría dictó el marco de actuación y las dos grandes potencias dejaron pasar el
tiempo sin mostrar interés por modificar el estado de cosas.
Volviendo a aquel fatídico agosto de 1961, el día 22 un rutilante Ulbricht,
convencido de pasar a la historia por el gran paso que habían supuesto el
asedio y la derrota del capitalismo en suelo berlinés, hizo público el
establecimiento de una tierra de nadie de cien metros a cada uno de los lados
del Muro y, poco después, la reducción de los pasos fronterizos para los
berlineses occidentales a tan solo uno: el llamado «Checkpoint Charlie» de la
Friedrichstrasse, que acabaría convirtiéndose en referente de la Guerra Fría.
Ninguna de estas dos decisiones había obtenido la aquiescencia del Kremlin,
el cual le había obligado a desdecirse de la primera para evitar un
enfrentamiento con los países occidentales6.
Desde el día siguiente, el 23, la población de Berlín Este tuvo vedado el
acceso al otro sector, instalándose el estatus de Guerra Fría. Los aliados de la
República Federal tan solo hicieron constar protestas ante las autoridades
soviéticas; es conocida la ya citada carta enviada el 16 de agosto por Willy
Brandt, en calidad de alcalde de Berlín Oeste, al presidente John F. Kennedy,
en la que expresaba un profundo pesar por la inacción de su Administración,
una actitud que, según él, daba carta de naturaleza a la ilegalidad cometida7.
Desde la perspectiva de los dirigentes germano-orientales, en la
construcción del Muro había influido —además de las gravosas pérdidas
socioeconómicas provocadas por la salida constante de alemanes que, bien
formados en sus distintas especialidades, encontraban salarios y condiciones
laborales muy favorables en el oeste— la erosión a la legitimidad de un
Estado socialista, técnicamente igualitario, del que huía su población. La
justificación residía, pues, en la constante amenaza imperialista que se cernía
sobre las democracias populares. Los servicios de espionaje occidentales
recurrían a corromper ciudadanos de la RDA con el fin de sabotear su
economía e inducir a personas poco instruidas a salir del país. Según las
autoridades comunistas, Estados Unidos, la OTAN y, en general, los
Gobiernos capitalistas estaban detrás de esta operación y gastaban en ella
millones de dólares. Por supuesto, tanto la Unión Soviética como el Pacto de
Varsovia emitieron comunicados alabando la decisión tomada en Berlín Este.
Por si esto no bastase, durante aquel mes y el siguiente la presión soviética se
intensificó a la búsqueda de un acuerdo que convirtiera a Berlín Oeste en lo
que Kruschov denominaba «una ciudad libre desmilitarizada». El Kremlin
aspiró a esta fórmula dentro de las conversaciones iniciadas a finales de aquel
año de 1961 entre las dos superpotencias sobre reducción de armamento
aunque, finalmente, no se dio ningún paso al respecto8.
El día 24 el Muro se cobró su primera víctima. Günter Liftin había
trabajado de sastre en Berlín Oeste y era una de las cerca de cincuenta mil
personas que hasta hacía algunos días habían cruzado diariamente la ciudad.
Cobraba en marcos occidentales y lo cambiaba en el mercado negro por un
tipo muy provechoso (un Deutsche Mark o marco alemán por cinco marcos
orientales). Los primeros días después del 13 habían transcurrido entre la
sorpresa y el estupor, hasta llegar a la convicción de que la medida tomada
por las autoridades comunistas no era provisional. Poco a poco, se fueron
sustituyendo las alambradas por muros de hormigón de tres metros y medio
de altura. La tarde de aquel caluroso día de agosto Liftin se lanzó a las aguas
del Spree en la zona de Humboldthafen. No sobrevivió a los cerca de treinta
metros que separaban ambas orillas. En este caso, un policía de tráfico,
después de advertirle, le ametralló. A sus familiares no se les permitió ver el
cuerpo antes del entierro, ni siquiera para reconocerlo. El castigo debía ser
ejemplar9.
Como en otros momentos críticos del enfrentamiento entre los bloques, la
tensión comenzó a relajarse —en este caso en octubre— cuando, por un lado,
durante las sesiones del vigesimosegundo congreso del PCUS, Kruschov
valoró la actitud positiva de los aliados occidentales para tratar de encontrar
una solución al problema mientras, por otro, Kennedy aseguró que su
principal objetivo era garantizar la comunicación con la isla recién creada.
Por su parte, las autoridades de Berlín Este, a través del Frente Nacional
(que, bajo la hegemonía del SED, agrupaba a otras formaciones políticas
como meras correas de transmisión del Partido Comunista), emitirían en 1962
un comunicado, el llamado «Documento de la Nación», en el que se
justificaba la erección del Muro y se legitimaba su Estado: «La República
Democrática Alemana no solo es el único Estado alemán legal desde el punto
de vista del derecho internacional por lo que se refiere al Acuerdo de
Potsdam y, por consiguiente, el único Estado alemán en virtud de la legalidad
histórica […]»10. El documento ponía el énfasis en la voluntad de convivir
pacíficamente con la RFA, proponiendo una confederación de ambos
Estados. La naturaleza socialista de la RDA aparecía consignada en el texto
como el pilar sobre el que se asentaba el Estado y, por tanto, como el
elemento clave irrenunciable para mantener sus señas de identidad.
2012, p. 73.
3 Ibid., pp. 301-303.
4 KHRUSHCHEV, Nikita S., Khrushchev Remembers: the Last Testament, Boston, Little Brown, 1974,
p. 508.
5 Cit. en GARZÓN, Dionisio, El Muro de Berlín. Final de una época histórica, Madrid, Marcial Pons,
2013, p. 94.
6 KEMPE, Frederick, Berlín 1961.., op. cit., p. 431.
7 HEIDELMEYER, Wolfgang y HINDRICHS, Günter (Eds.), Dokumente zur Berlin-Frage 1944-1966,
(ed.), Dictatorship as Experience: Towards a Socio-Cultural History of the GDR, Nueva York,
Berghahn Books, 2004, p. 366.
30 RODRIGO LUELMO, Francisco José, «Un ejemplo de colaboración intergubernamental regional: la
Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. Una perspectiva histórica de Helsinki a
Budapest (1972-1994)», en AZCONA PASTOR, José Manuel; TORREGROSA CARMONA, Juan Francisco y RE,
Matteo (eds.), Guerra y paz. La sociedad internacional entre el conflicto y la cooperación, Madrid,
Dykinson, 2013, p. 451.
31 CHILDS, David, Fall of the GDR, Harlow, Pearson Education Limited, 2001, p. 14.
32 STARITZ, Dietrich, Geschichte der DDR, Francfort del Meno, Suhrkamp, 1996, pp. 295-296.
33 MAIER, Charles S., Dissolution: the Crisis of Communism and the End of East Germany,
Princeton, Princeton University Press, 1997, p. 70.
34 FULBROOK, Mary, Historia de Alemania, Madrid, Akal, 2009, pp. 255-256.
35 CHILDS, David, Fall of the GDR, op. cit., p. 29.
36 LAINÉ, Valérie, GLOBOKAR, Tatjana y BRISOU, Sigolène, «La République Démocratique
Allemande», en VV. AA., Les deux Allemagne…, op. cit., p. 155.
37 Ibid., p. 189.
38 FULBROOK, Mary, Anatomy of a Dictatorship. Inside the GDR 1949-1989, Oxford, Oxford
University Press, 1995, p. 47.
39 MAAZ, Hans-Joachim, Der Gefühlstau, Berlín, Argon, 1990.
40 Véase HENDERSON, Karen, «The Search for Ideological Conformity: Sociological Research on
Youth in Honecker’s GDR», German History, vol. 10, n.º 3 (1992), pp. 318-334.
41 FULBROOK, Mary, Anatomy of a Dictatorship…, op. cit., p. 61.
42 O’DOCHARTAIGH, Pól, Germany since 1945, Houndmills, Palgrave Macmillan, 2004, p. 163.
43 GAUSS, Günter, Wo Deutschland liegt. Eine Ortssbestimmung, Hamburgo, Rowohlt, 1983.
44 Véase DENNIS, Mike, German Democratic Republic: Politics, Economics, and Society, Londres,
Pinter Publishers, 1988, especialmente los capítulos 4 y 5.
45 Sobre la relación del Régimen de la DDR con la Iglesia, véase BESIER, Gerhard, Der SED-Staat
und die Kirche, Munich, C. Bertelsmann Verlag, 1993.
46 WOODS, Roger, Opposition in the GDR under Honecker, 1971-1985. An Introduction and
Documentation, Londres, Palgrave Macmillan, 1986, pp. 193-196.
47 FULBROOK, Mary, Anatomy of a Dictatorship…, op. cit., p. 221.
48 REIN, Gerhard, Die protestantische Revolution, 1987-1990, Berlín, Wichern Verlag, 1990, pp. 19-
23.
49 Entendemos aquí legitimidad como «la creencia de que, a pesar de insuficiencias y fracasos, las
instituciones políticas existentes son mejores que otras alternativas que pudieran establecerse y pueden
por tanto demandar obediencia». LINZ, Juan José, «Legitimacy of Democracy and the Socioeconomic
System», en DOGAN, Mattei (ed.), Comparing Pluralist Democracies: Strains on Legitimacy, Boulder
(Colorado), Westview Press, 1988, p. 65.
50 FULBROOK, Mary, Anatomy of a Dictatorship..., op. cit., pp. 201-242.
2. LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA EN LOS
AÑOS SETENTA Y OCHENTA
El ambiente internacional
Cae Honecker
36-39.
4. UNA FECHA PARA RECORDAR
Kohl en Polonia
La posición de España
306-310.
147 THATCHER, Margaret, The Downing Street Years, Nueva York, Harper Collins, 1993, p. 791.
148 TELTSCHIK, Horst, 329 días: desde la caída del Muro hasta la reunificación alemana, Barcelona,
Galaxia Gutenberg, 1994, p. 71.
149 Cit. en SAROTTE, Mary Elise, 1989. The Struggle to Create…, op. cit., p. 76.
150 GENSCHER, Hans-Dietrich, Rebuilding a House Divided, op. cit., pp. 306-310.
151 MALLERET, Thierry y DELAPORTE, Murielle, L’Armée rouge face à la Perestroika, Bruselas,
Éditions Complexe, 1991, p. 276.
152 Conclusiones de la Presidencia. Consejo Europeo. Estrasburgo, 8 y 9 de diciembre de 1989, pp.
14-16; «www.consilium.europa.eu/media/20576/1989_diciembre_-_estrasburgo_es.pdf» (consultado el
20 de enero de 2018).
153 KOHL, Helmut, Erinnerungen, 1982-1990, Munich, Droemer, 2005, pp. 1012-1013.
154 Véase LION BUSTILLO, Javier, «La diplomacia francesa ante la unificación alemana (1989-1990)»,
Revista de Historia Actual, n.º 1 (2003), pp. 127-139.
155 SAROTTE, Mary Elise, 1989. The Struggle to Create…, op. cit., pp. 86-87.
156 BOZO, Frédéric, Mitterrand, the End of the Cold War and German Reunification, Nueva York,
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157 SCHABERT, Tilo, How World Politics is Made: France and the Reunification of Germany,
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Editorial, 2003, p. 164.
159 POND, Elizabeth, Beyond the Wall. Germany’s Road to Unification, Washington, The Brookings
Institution, 1993, p. 171.
160 GENSCHER, Hans-Dietrich, «German Responsibility for a Peaceful Order in Europe», en ROTFELD,
Adam y STÜTZLE, Walther (eds.), Germany and Europe in Transition, Oxford, Oxford University Press,
1992, pp. 22-29.
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Valdés-UNAM, 2003, pp. 45-46.
162 Todo este proceso está muy bien analizado en SZABO, Stephen, The Diplomacy of German
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163 MERKL, Peter H., German Unification in the European Context, University Park, Pennsylvania
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164 TELTSCHIK, Horst, 329 días…, op. cit., pp. 194-195.
165 «www.consilium.europa.eu/media/20567/1990_abril_-_dublin_es_.pdf» (consultado el 10 de
febrero de 2018).
166 LÓPEZ AISA , Manuel Ricardo, «La integración de la República Democrática Alemana en las
Comunidades Europeas», Cuadernos del Este, n.º 4 (1991), p. 76.
167 Ibid., p. 77.
168 VIÑAS, Ángel, «Breaking the Shackles from the Past: Spanish Foreign Policy from Franco to
Felipe González», en BALFOUR, Sebastian y PRESTON, Paul (eds.), Spain and the Great Powers in the
Twentieth Century, Londres, Routledge, 1999, p. 263.
169 Conclusiones de la Presidencia. Consejo Europeo. Madrid, 26-27 de junio de 1989;
https://www.cvce.eu/obj/ (consultado el 15 de junio de 2018).
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al este de Europa», en SOTO CARMONA, Álvaro y MATEOS LÓPEZ, Abdón (dirs.), Historia de la época
socialista en España: 1982-1996, Madrid, Sílex, 2013, pp. 315-320.
171 VIÑAS, Ángel, Al servicio de Europa. Innovación y crisis en la Comisión Europea, Madrid,
Ediciones Complutense, 2004, p. 6. El mismo autor insiste en estos términos: «Quizá uno de los
ámbitos en los que la diplomacia de Felipe González y Francisco Fernández Ordóñez más contribuyó a
realzar la política exterior española se encuentre, no obstante, en el apoyo intensivo y sin fallas que
ambos prestaron a la unificación alemana», en «Dos hombres para la transición externa: Fernando
Morán y Francisco Fernández Ordóñez», Historia Contemporánea, n.º 15 (1996), p. 281.
172 KOHL, Helmut (con Kai Dirkmann y Rulf Georg Reuth), Ich wollte Deutschlands Einheit, Berlín,
Propyläen, 1996, pp. 143 y 197. Precisamente, el día de la caída del Muro Felipe González se
encontraba de visita oficial en Hungría para entrevistarse con Miklós Németh, primer ministro de la
nueva República.
173 ORTEGA, Andrés, «Spain in the Post-Cold War World», en GILLESPIE, Richard, RODRIGO, Fernando
y STORY, Jonathan (eds.), Democratic Spain. Reshaping external Relations in a Changing World,
Londres, Routledge, 1995, p. 179.
6. LAS ELECCIONES DE MARZO
A LA VOLKSKAMMER
Sin duda, el futuro de una Alemania unida pasaba por la capacidad de Kohl y
su equipo más cercano para encajar todas las piezas del modelo político y
económico diseñado por el Gobierno bajo su liderazgo. La población del Este
le había otorgado su confianza, las expectativas de voto para su partido en las
elecciones de la RFA previstas para el año siguiente habían mejorado
ostensiblemente y Estados Unidos le había dado su aval para avanzar en el
proceso unitario. Ahora debía estrechar lazos con Moscú, consiguiendo
superar los recelos de Gorbachov, sobre todo respecto a la seguridad europea
y la OTAN, así como ganarse la confianza de franceses, británicos y, en
general, de las capitales comunitarias respecto a que una Alemania unificada
dentro de la CEE fortalecería todavía más a esta organización, impulsando las
políticas supranacionales en todos los ámbitos.
La concluyente victoria dejaba pocos resquicios para argumentar en contra
de la unificación rápida. Las democracias occidentales estaban obligadas a
seguir sus propios principios a favor de la defensa de la voluntad popular en
unas elecciones libres si no querían caer en contradicción: no podían poner
trabas al proceso, tan solo lograr incardinarlo dentro del marco de integración
europea y de la OTAN. Probablemente fue el Elíseo el primero en reaccionar.
Fiel a sus últimas declaraciones, Mitterrand aceptó inmediatamente la vía
rápida hacia la unidad de los dos Estados como parte del proceso de
profundización comunitaria; mientras, en Londres, Thatcher vinculó la
unidad a la permanencia en la OTAN. En cualquier caso, lo trascendental
después de las elecciones de marzo era el convencimiento generalizado de
que no existían vías alternativas a la unificación.
Por otro lado, el Gobierno presidido por De Mazière —en el cual, como
hemos apuntado, reunió junto a la CDU a liberales, socialdemócratas y dos
pequeñas formaciones de naturaleza conservadora— mostró algunas ideas
propias que no correspondían exactamente con las defendidas por Kohl. De
hecho, en la primera visita oficial de De Mazière a Moscú, a finales de abril,
el flamante primer ministro comunicó a Gorbachov que su Gobierno no
aprobaba la incorporación de su territorio a la OTAN, opinión compartida
con su ministro de Exteriores, el conocido disidente y refundador del SPD en
la RDA, Markus Meckel.
En aquellos primeros meses de 1990 Gorbachov reiteraba su apuesta por la
unidad de los dos Estados alemanes, como había afirmado en febrero, pero
continuaba mencionando en sus intervenciones, con poca concreción, su
oferta de una estructura paneuropea sustitutiva de las alianzas militares. No
obstante, corrían malos tiempos para Gorbachov. Su política era ya criticada
abiertamente dentro del PCUS, la situación económica continuaba
empeorando y la contestación nacionalista en Lituania ponía en entredicho
todo su plan reformista. En estas difíciles circunstancias, el mandatario
soviético optó por dar prioridad a los intereses económicos con la esperanza
de que las ayudas incidieran en mejoras sociales que rebajaran la tensión
interna. Kohl reaccionó con rapidez: considerando las estrechas relaciones
económicas entre la URSS y la RDA, en abril se comprometió con
Gorbachov a firmar, en cuanto se consumara la unidad, un tratado de
cooperación económica en condiciones ventajosas para Moscú. De igual
modo, la imperiosa necesidad soviética de obtener créditos jugaba a favor del
Gobierno federal. En conversaciones mantenidas a través de intermediarios,
Gorbachov fue informado de que Alemania le proporcionaría recursos si
aceptaba que el territorio unificado estuviese vinculado a la OTAN194. A
Kohl le urgía una respuesta satisfactoria del Kremlin, no solo respecto a la
Alianza Atlántica, sino, más aún, en relación con la posibilidad de que en las
elecciones legislativas previstas para diciembre de 1990 o enero de 1991 los
alemanes de ambas zonas pudieran votar conjuntamente. Esto supondría
adelantar el proceso de unificación, contemplando para ello el ya citado
artículo 23 de la Ley Fundamental.
La vía rápida hacia la unidad refrendada en las elecciones de marzo por el
apoyo masivo a las tesis de Kohl surtió un efecto muy favorable para el
robustecimiento de la idea europea. Como venía siendo común en las
declaraciones de los líderes europeos — salvo el caso de Thatcher— y de las
autoridades comunitarias, la unidad alemana debía servir de estímulo a la
integración. La conferencia intergubernamental sobre la Unión Económica y
Monetaria impulsada por Mitterrand podría terminar en un plazo
relativamente corto, previendo los más optimistas que su conclusión —con el
acuerdo definitivo sobre el texto— se alcanzara en torno a mediados de 1991,
cuando el documento pasara a la aprobación definitiva. Tanto el Bundesbank
como el Gobierno federal eran reticentes a perder el marco, pero entendieron
la necesidad de aceptar la nueva moneda. El momento histórico exigía este
tipo de concesiones que, por otro lado, no lo eran tanto considerando la
fortaleza de la economía germana.
La propuesta más madrugadora para profundizar en la integración vino de
la mano de un memorándum belga, presentado el 19 de marzo, al día
siguiente de las elecciones en la RDA. La reforma avanzada en el documento
preveía un fortalecimiento de los poderes de las instituciones básicas (el
Parlamento, la Comisión y el Tribunal de Justicia), además de establecer el
criterio de mayoría cualificada como norma para el funcionamiento del
Consejo195; a este, precisamente, competía convocar una conferencia
intergubernamental nueva o tratar estos asuntos en la dedicada a abordar la
UEM. El contexto de optimismo ante las grandes transformaciones que se
estaban operando tanto en Europa como en buena parte del mundo parecía
dinamizar el proceso europeísta y obligaba al resto de los socios a responder,
a debatir los retos de la actualidad y encarrilar definitivamente la unificación
por las vías tendidas desde Bruselas. En el discurso que pronunció el 17 de
mayo de 1990 ante el Parlamento Europeo —institución que dio el plácet a lo
acordado el mes anterior en Dublín— el canciller fue explícito en cuanto a la
inextricable relación entre la unidad alemana y la europea, e insistió en lo
indispensable: «[que] la RFA se concierte con la Comunidad Europea en
todos los casos respecto a las medidas conducentes a la unificación alemana
con implicaciones en la Comunidad Europea, y espera especialmente que el
Parlamento Europeo esté asociado a este concierto»196.
El Consejo Europeo de Dublín celebrado los días 25 y 26 de junio197 daría
un impulso notable a la UEM, cuya entrada en vigor en su primera etapa
quedó fijada para el 1 de julio siguiente. El objetivo era potenciar la cohesión
entre los Estados miembro en el camino hacia la moneda única y así dar paso,
a partir del 13 de diciembre, a la apertura de la conferencia
intergubernamental sobre la UEM que debería determinar cómo se
desarrollarían las siguientes fases ante la «perspectiva de realización del
mercado interior». La conferencia tendría que acabar los trabajos en un plazo
breve de tiempo con el fin de que la ratificación de los socios tuviera lugar
antes de terminar 1992.
De igual forma, el Consejo convocó una conferencia sobre la unión política
en función del artículo 236 del Tratado; empezaría el 14 de diciembre de
1990, también con el objetivo de que el documento estuviera listo para la
ratificación de los miembros en las mismas fechas que la anterior. La
integración dejaba la cuestión alemana en un segundo orden de prioridades,
aunque lo relevante era que este espaldarazo al proyecto europeísta coincidía
con el avance irreversible hacia la unidad de Alemania, alimentándose ambos
procesos recíprocamente.
El punto 4 de las conclusiones del Consejo se refería expresamente a este
tema. Tras escuchar las palabras del canciller Kohl y también el informe del
primer ministro de la RDA, acogía con agrado «la celebración del Tratado
alemán entre Estados que promovería y aceleraría la integración del territorio
de la República Democrática Alemana dentro de la Comunidad».
Así, pues, a mediados de 1990, tras la presidencia irlandesa de las
Comunidades, el acuerdo respecto a la puesta en marcha de las conferencias
intergubernamentales abría puertas al optimismo, aunque quedaban muchas
aristas que limar en torno al desarrollo de las negociaciones sobre la UEM.
La favorable posición de Kohl a la profundización comunitaria había
tranquilizado a las autoridades de Bruselas, que, no obstante, todavía
recelaban algo de los pasos que pudiera dar el Gobierno de Bonn, teniendo en
cuenta el desacuerdo mostrado por el Bundesbank y por algunos de los
empresarios más importantes del país. Con esta actitud pretendían prolongar
todo lo posible la segunda fase de la UEM para asegurar el cumplimiento
total de los requisitos necesarios para la convergencia. Solo los más
avanzados, aquellos que cumplieran dichos requisitos, pasarían a la última
fase.
La estabilidad quedaría así confirmada, pero a costa de consagrar una
Europa de dos velocidades, a cuyo frente caminarían la República Federal y
los países con economías más potentes, la mayoría de ellos fuertemente
vinculados a Alemania. Este hecho preocupó mucho a los ministros del ramo
de los socios más vulnerables, por el previsible alejamiento de los criterios de
convergencia. De igual forma, ni el Reino Unido ni Francia, por motivos
diferentes, aprobaban la tibieza de Kohl ante las presiones internas, y también
Mitterrand le exigió un compromiso sin fisuras con la UEM198.
Mientras tanto, el panorama internacional continuaba cambiando a pasos
agigantados. La guerra contra Irak a causa de la invasión de Kuwait por el
Régimen de Saddam Husein y las apresuradas transiciones hacia la
democracia en los países del este de Europa, unidos a la debilidad de la
Unión Soviética, mostraban un mundo en transformación en el que las áreas
de integración regionales podrían cobrar una importancia sustancial en el
diseño del futuro inmediato. El reto de la unidad política constituía —ahora
con más fuerza— un asunto cuya resolución no debería posponerse más. De
hecho, el Consejo Europeo de Roma celebrado en octubre de 1990199 dio un
espaldarazo al proceso cuando confirmó «la voluntad de transformar
progresivamente la Comunidad en una Unión Europea desarrollando su
dimensión política, fortaleciendo su capacidad de acción y ampliando su
competencia». Esta voluntad era inequívoca, como lo era el proceso hacia la
Unión Económica, cuya segunda fase comenzaría el 1 de enero de 1994, una
vez realizado el programa del mercado único. El canciller federal estuvo
especialmente receptivo, reiterando que la unidad alemana constituía un
componente más de la futura unidad europea, en la que empeñaría sus
fuerzas. Quizá recordara sus ya lejanas palabras ante el Bundestag en 1984,
cuando habló de liderar el camino hacia «los Estados Unidos de Europa»200.
La victoria de la coalición CDU/CSU en las elecciones parlamentarias del
mes de diciembre de 1990 ratificaría el apoyo popular a Kohl, también en el
ámbito de la política europea. Con 319 escaños frente a los 239 de su
permanente competidor, el SPD, el canciller tendría ahora las manos libres
para cumplir sus promesas a Bruselas y encabezar, junto a Francia, el gran
paso adelante en la integración comunitaria. De hecho, el siguiente Consejo
Europeo, celebrado en la capital italiana el 14 y 15 de diciembre201, daría
cauce a las reformas inspiradas en las posiciones francesa y alemana para
desarrollar la unión política al solicitar a la Conferencia intergubernamental
que «ampliara y mejorara el procedimiento de sanción de los acuerdos
internacionales que requieren la aprobación unánime del Consejo», así como
que «el Parlamento Europeo interviniera en el nombramiento de los
miembros de la Comisión y de su presidente». De este modo, la reforma
institucional otorgaba más poder a las instituciones, en especial al
Parlamento.
Así, pues, en aquel mes de diciembre, tal como estaba previsto, las
conferencias intergubernamentales comenzarían a trabajar de forma casi
inmediata con el fin de alcanzar un acuerdo sobre la reforma de los tratados
cuya conclusión en Maastricht iba a dar origen a la Unión Europea.
La Conferencia 2+4
Klaus (Ed.), Wir sind das Geld. Wie die Westdeutschen die DDR auskaufen, Reinbeck, Rowohlt, 1990.
232 CHILDS, David, Fall of the GDR, op. cit., p. 142.
233 JARAUSCH, Konrad J., The Rush to German Unity, op. cit., pp. 147-148.
234 GÖRTERMAKER, Manfred, Unifying Germany, 1989-1990, Nueva York, St. Martin’s Press, 1994, p.
200.
235 Véase PREUSS, Ulrich K. y ULLMANN, Wolfgang (eds.), Eine Verfassung für Deutschland:
Manifest, Text, Plädoyers, Munich, Hauser, 1991.
236 JARAUSCH, Konrad H., The Rush to German Unity, op. cit., pp. 171-172.
237 El texto del Tratado puede encontrarse en https://www.gesetze-im-
internet.de/einigvtr/EinigVtr.pdf (consultado el 9 de septiembre de 2018).
238 SEMETKO, Holli A. y SCHOENBACH, Klaus, Germany’s «Unity Elections». Votes and the Media,
Creskill (Nueva Jersey), Hampton Press, 1994, p. 3.
239 GIBOWSKI, Wolfgang y KAASE, Max, «Auf dem Weg zum politischen Alltag», Aus Politik und
Zeitgeschichte, n.º 11/12 (1991), pp. 3-7.
240 MASER, Werner, Helmut Kohl…, op. cit., p. 254.
241 DORNBUSCH, Rudiger y HOLGER, Rolf, «East German Economic Reconstruction», en BLANCHARD,
Olivier; FROOT, Kenneth y SACHS, Jeffrey (eds.), The Transition in Eastern Europe, Chicago, Chicago
University Press, 1994, p. 161.
242 ANDERSON, Jeffrey, German Unification and the Union of Europe, Cambridge, Cambridge
University Press, 1999, p. 40.
10. LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS DE LA
REUNIFICACIÓN
El coste económico
Desde la caída del Muro Helmut Kohl había insistido hasta la saciedad en
que la reunificación no tendría coste alguno para los ciudadanos de la RFA,
convencido como estaba de que la situación general de los territorios del Este
no era tan desoladora como luego mostrarían los datos contrastados. Pronto
hubo de retractarse. Tan solo unos meses después de los fastos por la unidad,
introdujo una tasa «solidaria» del 7,5 por ciento en el impuesto sobre la renta,
en principio para un año: volvió a establecerse en 1995 y estuvo en vigor
hasta 2002. De hecho, el Tratado de Unificación preveía hasta 1994 un plazo
de tiempo durante el cual los Länder orientales participarían de forma
excepcional en el reparto federal con la finalidad de equilibrar la estructura
económica de ambas zonas. Obtendrían así una parte proporcionalmente
mayor de los impuestos totales, además de los recursos del Fondo de Unidad
Alemana, que sumaron los 100.000 millones de marcos entre 1991 y 1994.
Además, el Gobierno federal sufragaría una parte notable del gasto por
acondicionamiento o edificación de escuelas, hospitales, tendido ferroviario,
etcétera. A finales de 1994 un exultante Kohl declaraba respecto a los nuevos
Länder: «Una tercera parte de las autopistas, más de la mitad de las carreteras
federales y tres mil kilómetros de ferrocarril han sido modernizados y
ampliados […]. Entre 1990 y 1994 cerca de 800.000 millones de marcos han
sido transferidos a los nuevos Estados federados, 500.000 de ellos con cargo
a fondos públicos»243.
Tan ingente esfuerzo perjudicó, incluso, a una economía de la solidez de la
alemana. Después de un crecimiento cero en los seis últimos meses de 1992,
en 1993 se quedó en un -1,2 por ciento. El Gobierno aceptó las medidas
propuestas por el Bundesbank y elevó los tipos de interés para fortalecer la
moneda. El sistema se resintió hasta el punto de que en aquellos últimos
meses de 1992 la lira italiana y la libra esterlina abandonaron la disciplina
monetaria europea, lo cual puso en evidencia la hegemonía del motor
económico alemán dentro de la UE.
Cualquier índice que se utilizara mostraba las abruptas diferencias
existentes entre los dos Estados ahora unificados: como ejemplo
suficientemente elocuente, bastaba con citar la productividad: en la ex RDA
no llegaba a la tercera parte de la occidental. Las carreteras exigían, en su
conjunto, una reforma estructural; el 11 por ciento de los bloques de pisos,
tan característicos del paisaje urbano, no reunían las condiciones mínimas de
habitabilidad según los criterios germano-occidentales y solo el 25 por ciento
de las unidades familiares disponían de teléfono244.
El Gobierno de Kohl tenía las manos atadas por la insistente promesa,
durante los meses previos, de que la reunificación no iba a repercutir en los
bolsillos de los ciudadanos de la RFA. Sin embargo, en marzo de 1991 hubo
de diseñar un programa de «recuperación en el Este» que implicaba la citada
subida del 7,5 por ciento del impuesto sobre la renta. Al tomar conciencia de
que la situación en los territorios orientales era más grave de lo esperado, el
volumen de transferencia financiera a los nuevos estados federados tuvo que
multiplicarse hasta 150.000 millones anuales de marcos en los años
siguientes. El sector primario y las industrias básicas continuaron perdiendo
peso y, aunque la construcción y los servicios comenzaron a recuperarse, a la
altura de 1993 fue necesaria una inyección de capital, que se plasmaría en el
llamado «Pacto de Solidaridad» para rescatar al Este.
Aun cuando el esfuerzo económico dentro del presupuesto federal aumentó
para lograr cuanto antes un equilibrio entre los Länder antiguos y los nuevos,
lo cierto es que más de las tres cuartas partes de las inyecciones financieras
en los años noventa tuvieron que dedicarse a pagar los gastos derivados del
Estado del Bienestar (educación, sanidad, jubilaciones…) y de ello se
resintieron las inversiones productivas. A tenor de la calamitosa situación
heredada en el Este, no cabía otra opción que no fuera la de atender en primer
lugar las necesidades de la población para ir acercando niveles de vida tan
dispares.
En esta coyuntura excepcional, el canciller Kohl propuso el citado Pacto de
Solidaridad, aunque la idea había sido del presidente Von Weizsäcker, con el
objetivo de continuar ayudando económicamente a los cinco Länder
orientales después de que en 1995 concluyeran los Fondos para la Unidad.
Tanto las fuerzas políticas parlamentarias como todos los estados federados
aprobaron el pacto para invertir en la modernización de las estructuras
económicas y sociales, evitando el crecimiento de las diferencias entre una y
otra parte del país.
La estructura del empleo en la ex RDA empeoraba las salidas laborales de
la población. La fuerza laboral dedicada al sector primario se acercaba
todavía al 11 por ciento, en unas condiciones muy alejadas de la extensa
mecanización de la agricultura y la ganadería en el Oeste. De igual forma, la
industria, en general anticuada y con baja productividad, ocupaba al 47 por
ciento de la población activa, una cifra hipertrofiada en comparación con el
41 por ciento del Oeste, de alta cualificación y con factorías punteras en
Europa y en el mundo. En cambio, el sector servicios (en torno al 42,2 por
ciento) era mucho más reducido y sus características respondían,
lógicamente, a los principios de un Estado socialista, de modo que la
distribución laboral en el interior del sector era muy distinta de la equivalente
en la parte occidental, donde los servicios privados bancarios, de seguros,
sanitarios, etc. acaparaban un porcentaje muy notable de los trabajadores.
Uno de los retos más importantes era la gestión de las extensas propiedades
del Estado —especialmente, las industriales— en la antigua RDA. La
industria no era competitiva ni satisfacía los índices de calidad exigidos: la
solución fue privatizar lo más rápidamente posible. Ya en marzo de 1990,
antes de producirse de iure la reunificación, el Gobierno de Modrow había
traspasado el conjunto de las propiedades a la Treuhandanstalt, la agencia
encargada (según el artículo 25 del Tratado de Unión Económica) de
«estructurar y privatizar» las empresas de la RDA. Ahora, una vez
consumada la unidad, el Gobierno federal pasó a controlar la agencia con el
objetivo de transferir estas propiedades a titulares tanto alemanes como
extranjeros. En junio de 1991 se vendieron más de 2.500 empresas y, tres
años después, la Treuhandanstalt fue clausurada tras enajenar un total
aproximado de 15.000. A lo largo de aquel año se vendieron sociedades tan
señeras como Interflug (la compañía aérea de bandera) y la automovilística
Trabant.
La actividad de la agencia fue muy criticada, por un lado, debido a la
denominada «política de regadera» desarrollada por sus directivos: en
algunas ocasiones, las ayudas recibidas por las empresas para sanearlas antes
de la venta se repartieron sin hacer una estimación rigurosa de su viabilidad,
con el consiguiente despilfarro de recursos; en otras, se compraron por un
precio simbólico y, después de trasladar al personal más cualificado y
reutilizar lo más aprovechable de su maquinaria o infraestructuras, se
cerraron.
En resumen, la transformación de las estructuras económicas de los Länder
orientales precisó, tras caer el Muro, de una inmensa aportación tanto
financiera como de recursos humanos especializados cuya cuantía hubiera
supuesto la quiebra de cualquier otro país que la hubiera intentado. En 1997
los cálculos más rigurosos hablan de que la parte occidental del país había
gastado más de un billón (1012) de marcos en la oriental.
Uno de los grandes desafíos que hubo de afrontar el Gobierno federal fue el
penoso estado del medioambiente en los Länder orientales. Si la RDA había
sido una referencia en el campo socialista por sus teóricas iniciativas a favor
de regenerar áreas del planeta devastadas por un capitalismo sin escrúpulos,
las décadas de crecimiento extensivo de un tejido industrial sin auténticas
medidas de protección del entorno habían provocado verdaderos desastres
ecológicos. Un solo dato era lo suficientemente elocuente para valorar las
proporciones del desastre: solo el 3 por ciento de los cursos fluviales llevaban
agua potable. El abuso descontrolado de herbicidas y otros productos
químicos afectaba a la calidad de la tierra y la polución del aire sobrepasaba
con creces cualquier límite aceptable dentro, por ejemplo, del marco
comunitario europeo. La polución atmosférica cuatriplicaba la media de las
Comunidades y casi el 60 por ciento de los vertidos industriales se
eliminaban sin ningún tipo de control, mientras las centrales nucleares
carecían de medidas de seguridad adecuadas. Por todo ello, el Gobierno
clausuró la mayoría de las instalaciones245.
Resultaba contradictorio cómo, dentro de la estrategia propagandística del
bloque socialista, institutos de investigación de la extinta RDA habían
dedicado sus esfuerzos a censurar con acritud los desastres ecológicos
provocados por el capitalismo a lo largo y ancho del mundo mientras los
destrozos medioambientales en su país eran, en muchos casos, irreversibles.
Algunos ejemplos eran dramáticos: la fauna piscícola del Elba no era apta
para el consumo por la alta contaminación de las aguas. En cuanto a la
explotación del lignito a cielo abierto, había provocado una destrucción
sistemática de miles de hectáreas por la erosión y el abandono de ingentes
depósitos de residuos.
Ante la gravedad de la situación, y teniendo en cuento el riesgo para la
salud pública, el Gobierno encontró en esta materia el apoyo de la oposición
parlamentaria para extender lo antes posible los estándares de calidad
occidentales. Las inversiones empresariales habrían de tener presente la
exigente legislación en vigor a la hora de entrar en el territorio del Este. El
problema estribaba en cómo actuar con las factorías en funcionamiento, la
inmensa mayoría de las cuales eran altamente contaminantes y obsoletas,
pero cuyo cierre inmediato provocaría un insostenible aumento del
desempleo y un desplome todavía mayor de la estructura productiva. Esto
explica que, por presión del Gobierno federal y salvo en algunas áreas
concretas, la CEE aceptase periodos de transición de hasta seis años para
lograr la completa adecuación a los requisitos estipulados por la política
europea.
Nada más producirse la unificación, el Ministerio de Medioambiente de la
República Federal libró 5.000 millones de marcos para emprender las
mejoras, plasmadas en el Programa de Acción para la Reconstrucción
Ecológica, para cuyo desarrollo se irían sumando más recursos. Las
estimaciones más fiables del coste de este amplio programa de limpieza de
los nuevos Länder hablan de hasta 600.000 millones de marcos entre 1990 y
1992246.
El nuevo juego político
La depuración de responsabilidades
p. 11.
260 MARTÍ FONT, J. M., El día que acabó el siglo xx. La caída del Muro de Berlín, Barcelona,
Anagrama, 1999, p. 109.
261 BURNETT, Simon, Ghost Strasse: Germany’s East Trapped between Past and Present, Montreal,
Black Rose Books, 2007, pp. 161-171.
262 Sobre este caso concreto véase BAUMANN, Christiane, Manfred «Ibrahim» Böhme, Das Prinzip
Verrat, Berlín, Lukas Verlag, 2015.
263 O’DOCHARTAIGH, Pól, Germany since 1945, op. cit., p. 231.
264 El texto se encuentra en MOREAU, Patrick, LANG, Jürgen P. y NEU, Viola, Was will die PDS?,
Francfort del Meno, Ullstein Verlag, 1994, pp. 134-137.
265 SCHUMANN, Michael, «Zur Krise in der Gesellschaft un zu ihren Ursachen, zu Verantwortung der
SED», en BEHREND, Manfred y MAIER, Helmut (Eds.), Der schwere Weg…, op. cit., pp.72-74.
266 JARAUSCH, Konrad H., «Normalisierung oder Re-nationalisierung? Zur Umdeutung der deutschen
Vergangenheit», en Geschichte und Gesellschaft, 1995/4, pp. 571-584.
267 Cit. en GARTON ASH , Timothy, In Europe’s Name: Germany and the Divided Continent, Nueva
York, Random House, 1993, pp. 104-105.
268 VIEJO VIÑAS, Raimundo, «Transición a la democracia y “etnificación de la política”: los partidos
Eastern Germany and the Czech Republic and their Social Policies», en COOK, Linda J.; ORENSTEIN,
Mitchell A. y RÜSCHEMEYER, Marilyn (eds.), Left Parties and Social Policy in Postcommunist Europe,
Boulder (Colorado), Westview Press, 1999, p. 111.
273 LEVER, Paul, Berlin Rules. Europe and the German Way, Londres, I. B. Tauris, 2017, p. 107.
274 BORRERO, Víctor M., «Erich Loest», en MALDONADO ALEMÁN , Manuel (coord.), La narrativa de la
unificación alemana. Autores y obras, Berna, Peter Lang, 2009, p. 216.
275 LOEST, Erich, Die Stasi war mein Eckermann oder: Mein Leben mit der Wanze, Göttingen, Steidl,
1991.
276 BRUSSIG, Thomas, Helden wie wir, Berlín, Volk & Welt, 1995.
277 HOLLMER, Holmer, «The Next Generation. Thomas Brussig erzählt Erich Honeckers DDR», en
ARNOLD, Heinz Ludwig (ed.), DDR-Literatur der neunziger Jahre, n.º extra, Text und Kritik, 2000, pp.
80-81.
278 SCHULZE, Ingo, Neue Leben, Berlín, Berlin Verlag, 2005.
279 BLANCO, Margarita, «Ingo Schulze», en MALDONADO ALEMÁN , Manuel (coord.), La narrativa de la
unificación alemana. Autores y obras, op. cit., p. 286.
280 WOLF, Christa, Was bleibt, Berlín, Aufbau, 1990.
281 WOLF, Christa, Medea. Stimmen, Munich, Luchterhand, 1996.
282 HILBIG, Wolfgang, Ich, Francfort del Meno, Fischer, 1993.
283 BAUMGART, Reinhard, «Quasi-Stasi. Zu dem Roman Ich», en WITTSTOCK, Uwe (ed.), Wolfgang
Hilbig. Materialen zu Leben und Werk, Francfort del Meno, Fischer, 1994, pp. 216-221.
284 GRASS, Günter, Ein weites Feld, Göttingen, Steidl, 1995.
285 GOEPPER, Sibylle, «Ein weites Feld et la canonisation par le champ littéraire. Étude d’une oeuvre
dans son contexte polémique», Études Germaniques, n.º 62, vol 3 (2007), pp. 667-680.
286 Cit. en CIFRE WIBROW, Patricia, «Controversias literarias», en MALDONADO ALEMÁN , Manuel
(coord.), La narrativa de la unificación alemana, Berna, Peter Lang, 2006, pp. 89-90.
287 WALSER, Martin, Vormittag eines Schriftstellers, Francfort del Meno, Suhrkamp Verlag, 1990.
288 SCHNEIDER, Peter, Der Mauerspringer, Darmstadt, Luchterhand, 1982.
289 HERNÁNDEZ, Isabel, «Antecedentes», en MALDONADO ALEMÁN, Manuel (coord.), La narrativa de la
unificación alemana, op. cit., p. 70.
290 Las intervenciones públicas, discursos y textos varios sobre esta cuestión pueden encontrarse en
GRASS, Günter, Artículos y opiniones, Barcelona, Debolsillo, 2003.
291 WOLFRUM, Edgar, «Historia y memoria en Alemania, 1949-2009», Historia del Presente, n.º 13, 1
(2009), p. 89.
292 PIPER, Ernst Reinhard (ed.), Historikerstreit. Die Dokumentation der Kontroverse um die
Einzigartigskeit der Nationalsozialistischen Judenvernichtung, Munich, Pieper, 1987, p. 71.
293 DENNIS, Mike, «Constructing East-Germany: Interpretations of GDR History since Unification»,
en DENNIS, Mike y KOLINSKY, Eva (eds.), United and Divided. Germany since 1990, Nueva York,
Berghahn Books, 2004, pp. 17-35.
11. EUROPA DESPUÉS DEL MURO