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Velorios y Santos Vivos - Museo Nacional de Colombia
Velorios y Santos Vivos - Museo Nacional de Colombia
Velorios y Santos Vivos - Museo Nacional de Colombia
c o m u n i da d e s n e g r a s ,
afrocolombianas, raizales y palenqueras1 es una exposición de siete
retablos con sus respectivas mariposas, moños, velos, estrellas, soles, coronas, flores, cancioneros,
himnarios, luminarias e imágenes santas que permiten la comunicación entre los vivos y sus
antepasados. Se incluye también una muestra representativa de esculturas africanas talladas en madera.
La exposición muestra esas conmovedoras maneras de adorar ánimas, santos, vírgenes y
a Dios. Las tradiciones tienen una raíz antigua, influida por las prácticas de la gente de África
occidental y central. Por esa razón, se revela la estética y la espiritualidad encarnadas en máscaras
y estatuas de madera que artistas del valle del río Congo en África central tallaron en honor a sus
ancestros y que hoy hacen parte de las colecciones del Museo Nacional.
Se incluye un altar para la Virgen del Carmen, conforme lo arman los devotos de lugares
como Espriella y Tumaco, al sur del Pacífico colombiano, para agradecer que sus embarcaciones se
mantengan a flote. No podía faltar San Pacho, adorado por los quibdoseños no sólo porque impidió
que en 1966 los barrios de la gente negra se incendiaran como las casas de la carrera primera, sino
porque lo vieron llorar por este siniestro (Friedemann, 1989a: 143). Por eso, a él y a otros santos
y santas que hablan, sonríen o se sonrojan, los llaman santos vivos y santas vivas. Un último altar
representa los pesebres que los habitantes del norte del departamento del Cauca erigen para las
adoraciones al Niño Dios, durante sus festejos anuales de febrero y marzo.
Un sacerdote de la Pastoral Afrocolombiana, un pastor bautista, un babalao de la santería
–religión de los orichas– concelebraron un rito ecuménico para consagrar esos altares y de ese
modo poder rendir tributo a los muertos insepultos de San Andrés, Providencia, Santa Catalina
y de las demás regiones afrocolombianas. Los familiares de los desaparecidos no habían podido
oficiar las ceremonias que llevarían a sus seres queridos al destino final, debido a que los difuntos
fueron víctimas de naufragios o del conflicto armado. Luego del ritual, tanto los deudos como los
asistentes a la exhibición pudieron ofrecer las plegarias, los votos, los cantos e himnos que conducen
al descanso eterno.
La sala de exhibiciones temporales conjuga la convivencia entre lo profano y lo sagrado
percibida en el trabajo de campo etnográfico que cimienta el montaje. Videos y fotografías le
enseñan al público cómo la modernización del país, la guerra, la industrialización de la minería
y la agricultura, la urbanización acelerada, la propagación de celulares, televisores y funerarias
parecerían obstinados en diluir la identidad de las comunidades negras en Colombia. De ahí que
continúen luchando por ser ellas mismas, conforme lo han hecho desde la Colonia.
Antecedentes de la exposición
El 4 de julio de 1991, los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente, elegida por
voto popular, firmaron una nueva Constitución. El artículo séptimo de la Carta reconoce y
legitima la diversidad étnica de los colombianos y el artículo 55 transitorio dio origen a la Ley 70
de 1993, que hizo visibles a afrocolombianos y afrocolombianas dentro de la formación nacional
y, en consecuencia, consagró sus derechos territoriales, ambientales, culturales, educativos y
políticos.
No obstante la profundidad de estas transformaciones, el guión del Museo Nacional tan solo
contiene de manera marginal a los afrocolombianos en sus exhibiciones permanentes. Tal era el 18
caso de la sala sobre la Conquista, cuyo muro principal exhibía dos enormes pendones: uno con los
aportes del Nuevo Mundo y otro con los del Viejo, cuya lista incluía “duraznos”, “esclavos negros”,
“espinaca” y “fiebre amarilla”.
2 Raizal (Son of the soil) es el término usado por los isleños nativos, descendientes de esclavizados y
europeos que habitaron desde el siglo xviii el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Imagen de la guerra
de los yagas
momposino que se suicidó en Bogotá en 1884, además de un grabado sobre el mismo tema y la
reproducción de la Canción al boga ausente, poema que siempre se asocia con su nombre.
Como ya lo explicamos, para corregir esa inequidad, desde enero de 2006 el Museo Nacional,
el Ministerio de Cultura, el Grupo de Estudios Afrocolombianos del Centro de Estudios Sociales
gea-ces de la Universidad Nacional de Colombia y sabedores y sabedoras afrocolombianas
comenzaron a desarrollar un seminario permanente sobre alternativas para dar visibilidad a Encuentro de sabedores y
sabedoras locales con el
los afrocolombianos y a sus aportes a la formación de lo nacional. equipo de la curaduría
en el Museo Nacional, el
Junto con algunos afrococolombianistas pertenecientes a universidades y a 13 de septiembre de 2007
organizaciones de la base, el grupo realizó visitas críticas a las exposiciones permanentes De izquierda a derecha,
en la fila de atrás: Jaime
del Museo y formuló recomendaciones sobre los marcos de referencia histórico, cultural y Arocha, Ángel Perea, Aura
Dalia Caicedo, Luis Gerardo
espacial que deberían tener las salas que se habiliten o se construyan para mostrar piezas de Martínez, Alexis Arce,
valor estético, espiritual, histórico, social y cultural de África occidental, central y centro- Fidel Corpus y Francisco
Tenorio. Adelante: Cristina
occidental, de las regiones afrocolombianas y del Archipiélago raizal. Lleras, Rosa Amalia
Quiñones, Leocadia
Consideraron que un cambio en esa dirección podría consistir en una exposición Mosquera, Rosminda
temporal que fuera creando competencias para los montajes futuros. Analizaron alternativas Quiñones, Sebastián
Salgado, Martha Belalcázar
como la minería del oro y la orfebrería, o las labores agrícolas y ganaderas, pero las Roa, Carolina Vanegas,
Carmen Paz, Leidy Angulo
descartaron, porque se podía excluir a gente afrocaribeña, como la palenquera o la raizal. y Lina del Mar Moreno
Por fin se optó por los ritos fúnebres, más que todo como
medio para manifestar la inconformidad de muchas
comunidades por la manera como los grupos armados
de todas las tendencias y afiliaciones –de manera
sistemática– han impedido que la gente lleve a cabo
las ceremonias alrededor de la muerte, incluyendo el
entierro propiamente dicho.
Los raizales, por su parte, han enfrentado
situaciones comparables por cuenta de los naufragios, ya
sea de goletas que hasta el decenio de 1950 los conectaban
con el continente y las islas vecinas, o de lanchas rápidas
que impulsan los comercios ilícitos y, en consecuencia, son
objeto de interceptación armada por aire o agua.
Si bien es cierto que impedimentos de tal magnitud
afectan a cualquier ser humano, en el caso de la gente de ascendencia africana esas restricciones
tienen el potencial de erosionar la totalidad de su cultura y, por lo tanto, implican su aniquilamiento.
Esa especificidad obedece a la importancia que los ancestros desempeñan y han desempeñado
dentro de las sociedades de África occidental y central, así como en aquellas que los cautivos
provenientes de esas regiones crearon en las Américas. En muchas de estas últimas, incluyendo las
21 comunidades del Afropacífico y Afrocaribe, […] los descendientes de los africanos reverencian con los
mismos cantos a los muertos y a los santos […] (Maya, 2005: 690).
En su monumental obra The Face of the Gods, Robert Farris Thompson (1993) demuestra
que una de las primeras acciones que los cautivos desarrollaban luego de navegar y desembarcar
de los navíos, que él no duda en clasificar como campos de concentración flotantes, consistió en
armar altares que permitieran entrar en contacto con los antepasados y, de ese modo, comenzar a
reconstruir la vida.
Velorios y santos ViVos
Al seguir la agenda de la trata transatlántica, se pensaría que las comunidades negras actuales
tienen diversos orígenes, dependiendo del período de importación, de la región donde ocurrió la
captura, de la filiación étnica preponderante –mas no exclusiva– de los capturados, a saber (Arocha,
et al. 2007; Maya 2005: 17-38 y 173-214):
(i) 1500-1533, río Guadalquivir-Andalucía, “negros ladinos” y cristianizados.
(2A) 1533-1580, curso medio del río Níger, ríos Senegal y Gambia, gente islamizada de
filiaciones Mande, Yolofo y Serere, entre otras.
(2B) 1533-1580, ríos de Guinea; branes, zapes y biáfaras, con sistemas religiosos influidos por
la filosofía del Muntu para la cual el universo simbólico está integrado con la naturaleza; los vivos
con los ancestros, y el tiempo con el espacio.
(3) 1580-1640, río Congo, gente de filiación lingüística Bantú, muy probablemente
originadora de la filosofía integracionista del Muntu.
(4) 1640-1700, ríos Bandana, Volta y demás caudales, habitados por gente de filiación
lingüística Akan, como ashanties, fanties, baulés y añis, entre otros, renombrados por ser mineros
del oro y orfebres.
(5) 1700-1775, curso bajo del Níger, Volta, Cross y Calabar, territorios de gente
integracionista afiliada con las entonaciones Lucumí, Ewé, Fon e Igbo.
Pues bien, pese a la enorme diversidad en sus lenguas y conductas, el denominador común de
todos esos pueblos consistió en considerar a los antepasados parte de las familias vivientes y, por
consiguiente, en tener cultos muy complejos en honor de los ancestros.
Uno de esos cultos, el de los lucumíes, parte de la premisa referente a que las deidades u
orichas son antepasados mayores. Esa tradición floreció en las Américas, donde santos y vírgenes
católicos sirvieron para camuflar la identidad de los orichas y se incorporaron a la vida cotidiana
en calidad de parientes y antepasados. En este sentido, la siguiente anécdota es significativa: a
principios de la década de los años 1970, la antropóloga Nina S. de Friedemann viajó a la región de
Barbacoas con un grupo de sus estudiantes de la Universidad Nacional. Observaban las procesiones
en balsas que los mineros de la región hacen en honor de la Virgen de Atocha y fueron testigos del
cariño con que una capitana de las fiestas vestía a la imagen con sus mejores joyas y galas. Uno de
los estudiantes, Hernando Sabogal, preguntó:
– ¿Cuánto tiempo hace que usted viste a la virgen?
–Toda la vida– le contestó doña Aurelia Lemos, añadiendo: – ¿No ve usté que yo soy la
madre de la virgen? (Friedemann y Arocha, 1986: 405).
Del mismo modo, sistemas clasificatorios como los que operan en el litoral pacífico facilitan
tal membrecía familiar. A esos sistemas los caracteriza que la generación de los hijos use el mismo
término –tío o tía– para calificar a los y las parientes de la generación del padre o de la madre. A 22
su vez, estos últimos se valen de los mismos términos –sobrino o sobrina– para denominar a los
miembros de la generación de sus hijos e hijas. En este sentido, la historiadora Adriana Maya cita
versos de dos alabaos que Hechtor Fernando Segura Ramírez recogió en Timbiquí. El primero se
refiere a la Virgen y el segundo a Jesús (Maya, 2005: 691):
La Virgen se arrodilló y
San Juan se levantó
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Dentro de esa visión del parentesco entre vivos y santos vivos, parecería lógico que a estos
últimos les celebren velorios para propiciar sus favores y los alumbren para agradecerles los
beneficios recibidos. Los altares que se hacen para tales ocasiones se asemejan a los que arman
para los velorios y últimas noches de los difuntos, aunque los festejos para los santos involucran
instrumentos musicales vedados en las ceremonias fúnebres de las personas, a no ser que se trate de
las que se les hacen a los angelitos. Claro está que el ostracismo y la indiferencia son la norma con
los santos y vírgenes “faltonas”.
Estos nexos entre ancestros y personas vivas, y entre las ceremonias para los santos y para Altar familiar
de santo en
los muertos, justifican que la exhibición temporal Velorios y santos vivos incluya dentro del mismo Guapi, Cauca,
rico en detalles y
espacio representaciones de las tumbas correspondientes a los ritos fúnebres y de los altares para con un evidente
celebrar los aniversarios de vírgenes y santos. Más adelante se verá que el cabo de año o aniversario carácter ecuménico,
26 de julio de 2007
de la muerte de una persona tiende el puente entre los
dos conjuntos de ceremonias.
Con respecto a las explicaciones que estamos
elaborando, no opinamos que los cautivos hubieran
“clonado” sus legados de África en las Américas,
sino que más bien crearon nuevas culturas. De ahí
nociones como las de afroamericano o afrocolombiano
para referirnos a un rasgo determinado, o la de
afrodescendientes, que emplearemos para denominar
a las personas, de acuerdo con la convención que
desde 2001 legitimó la Conferencia Mundial contra el
Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las
Formas Conexas de Intolerancia, celebrada en Durban,
Sudáfrica (Naciones Unidas, 2001).
De esa manera tratamos de deslindarnos de
aquella tipología que clasifica a toda la humanidad
como afrodescendiente o a todos los colombianos como
afrocolombianos. Dentro de esta perspectiva, otro
23 concepto relevante es el de africanía, o reinterpretación de
la memoria africana que hicieron los cautivos en América
y que Nina S. de Friedemann complementó con la noción
de huellas, para referirse a aquellos rastros que han
persistido pese a que, desde mediados del siglo xviii, la
cantidad de personas provenientes de África disminuyó de
manera muy significativa (Arocha, 2001: 432).
Velorios y santos ViVos
Alabao y Lumbalú
Hoy por hoy, el alabao sigue siendo pieza fundamental de la liturgia afrocolombiana. Dentro
de la tradición palenquera, su equivalente es el lumbalú, interpretado en aquella lengua criolla
de base Ki-kongo, con incidencia del vocabulario español y portugués. Son cantos de alabanza y
exaltación que se interpretan a capella cuando se trata de velorios, novenas y últimas noches de un 24
difunto, o con acompañamiento musical para las celebraciones en honor a los santos patronos.
Cantaoras y cantaores experimentados guían a la concurrencia enunciado el pie de la tonada
para que encoren (coreen) quienes conocen las estrofas (Abadía, 1970: 118; Friedmann, 2007;
Triana y Antorveza, 2001: 91-92). La forma de las estrofas proviene de la antigua poesía popular
española en boga hasta el siglo xii, pero el cuerpo del canto recoge eventos locales de mucha fuerza
simbólica, como sucedió en Boca de Pepé, medio Baudó:
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Al amanecer del velorio de doña Genara Bonilla, [se interpretó] un alabao [que decía]
que de ahí en adelante la finada subiría al cielo con todo y sus guayacanes para que
[hiciera] su casa en el cielo (Arocha, 1998: 370-380).
El canto fúnebre se refiere a la tradición que existe en el litoral de que al morir los padres
legan a sus hijos las vigas y horcones de sus casas, lo cual requiere que éstas se desarmen para
dar origen a otras. En el río Güelmambí, Nina S. de Friedemann halló que a los guayacanes los
llamaban vigas mamas3.
Para Darcio Antonio Córdoba (1998: 36), esta capacidad que tienen cantaoras y cantaores
locales para recoger gestas y aconteceres reales corresponde a las funciones de historiar y describir
etnográficamente que desempeñan aquellas bibliotecas vivientes de África occidental que reciben el
nombre de griots y que también existen en África central (Ba, 1982).
La otra huella de africanía que Córdoba destaca en los alabaos consiste en la “[…] polifonía
o actuación coral a varias voces con la mayor energía posible, lo cual en ocasiones provoca falta de Cantaoras
claridad al pronunciar las palabras, más conocida en el medio como ‘afonía’ […]” (1998: 36). entonan alabaos
y rezan durante el
No obstante la autoridad de esta visión, en nuestro seminario permanente las profesoras velorio de María
Leocadia Mosquera y Carmen Paz han expresado que en aquellos momentos de clímax Cruz Hidalgo,
para acompañarla
emocional, cantaoras y cantores pronuncian palabras en lenguas extrañas,
lo que de ese modo abre la posibilidad de que los intérpretes actúen como
intermediaros ante Dios, los santos, las ánimas y los ancestros. Trance
y posesión que son inseparables en ceremonias como las de la Regla de
Ocha-Ifá, o religión de los orichas, originaria de Cuba, fundamentada en el
panteón y la liturgia Yoruba de Nigeria; uno y otra aparecen descritos por
Nina S. de Friedemann en el velorio que las mujeres de la comunidad de Los
Brazos sobre el río Güelmabí celebraron el 15 de agosto de 1969 en honor
de la Virgen de Atocha, que había llegado a la población en medio de una
balsada4 multitudinaria:
Hacia la media noche, la intensidad de las invocaciones expresaba
urgencia. Los movimientos corporales de la cantadora se
volvieron más vigorosos. Aunque sentada en la damajagua,
parecía bailar la canción. Los tambores no cesaban en su
penetrante percusión… ¡tam, tam!
–El santo debió entrarle al cuerpo por la cabeza– me comentó [una jovencita que estaba a
mi lado…].
Ciertamente, los ojos de la solista, que seguía entonando su cántico, estaban fijos en la
vitela de la Virgen que, al menos a mí, [me] pareció [que sonreía] en ese momento
25 (Friedemann y Arocha, 1986: 412).
3 En el Baudó, hallamos que a las vigas mamas también se les dice trúntagos,, con gran valor
simbólico, quizás debido a la escasez que predominaba en tiempos de la esclavización.
4 Una balsada es una procesión acuática en la que el santo o santa patrona navega sobre
la plataforma de madera que se hace luego de unir con troncos varias canoas.
Velorios y santos ViVos
Este suceso también le demostró a Nina de Friedemann que los mineros del Güelmabí
estaban en lo cierto cuando decían que la Atocha era una santa viva. De acuerdo con doña Madolia
Dediego, los alabaos tienen una jerarquía que señala a los mayores para alabar a Dios; a los menores
para la Virgen, y a los normales, para los alumbramientos de los santos. Este ordenamiento es
comparable con el que aparece en el manuscrito de Córdoba ya citado. Dentro de la investigación
que cimienta esta exposición, constatamos cómo en Guapi, el canto de alabaos, ya sea durante el
velorio o durante la última noche, sigue siendo espacio de subversión dentro del cual las tonadas
tradicionales se van vocalizando con intensidad creciente, en oposición a los cantos modernos que,
en la iglesia católica, sacerdotes y demás oficiantes tratan de divulgar e imponer para consolidar la
ortodoxia. De ahí también la terquedad de cantaores y cantaoras por resaltar sus tonadas locales, en
especial cuando en un mismo recinto fúnebre confluyen intérpretes de otras regiones. Así, no sólo
distinguen los estilos atrateños o sanjuaneros de cantar alabaos, sino que –como también sucede en
el Baudó– dentro del San Juan reconocen y recalcan las diferencias subregionales.
La investigación
A lo largo de la investigación, encontramos que las comunidades reconocen un conjunto de
etapas a las que corresponden diversos procedimientos y ceremonias, a saber:
agonía
m u e rt e
velorio
entierro
novena
ú lt i m a n o c h e
cabo de año
Sin excepción, la agonía desencadena los ritos que permiten manejar y aliviar el dolor, y las
acciones de solidaridad colectiva; en comunidades como las del Baudó, con ellos se reafirman vínculos
interétnicos, como los de amistad y compadrazgo entre afrocolombianos e indígenas emberas.
Dentro del seminario permanente que hemos mencionado fue evidente la necesidad de basar
la exposición sobre esos temas en indagaciones de archivo histórico y terreno etnográfico. Urgía
precisar las características y cambios en los ritos fúnebres, según se celebraban en distintas regiones.
La antropóloga Lina del Mar Moreno exploró parte de las fuentes documentales y digitales
disponibles. Con base en esa indagación, propusimos realizar trabajo de terreno etnográfico en:
El Archipiélago raizal
Escenario de uno de los primeros trabajos etnográficos de Nina S. de Friedemann (1964-
1965) sobre ritos fúnebres, y ámbito de una cultura y un idioma moldeados por memorias 26
de ashanties y fanties, llegados de otras islas caribeñas, luego de haber desembarcado de las
regiones de Ghana y Costa de Marfil. Jaime Arocha, Patricia Enciso y Lina del Mar Moreno
fueron responsables de la exploración de terreno y, en el seminario permanente, cuyas sesiones
continuaron hasta agosto de 2008, miss Dilia Robinson enriqueció la información acopiada,
tanto con su propia experiencia como mediante consultas efectuadas a las personas raizales que
consideró competentes.
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Chocó
(Quibdó, Tutunendo, Istmina y Condoto). Partimos de que entre 1992 y 1995 José Fernando
Serrano y Jaime Arocha realizaron observaciones de velorios y novenas en varios poblados ribereños
del alto y medio Baudó, como Chigorodó, Chachajo y Boca de Pepé (Arocha, 1998, 1999a; Serrano,
1998). La investigación etnográfica fue responsabilidad de Jaime Arocha, Lina del Mar Moreno y
Leocadia Mosquera.
Guapi
Epicentro de la música de marimba y área de influencia sobre antiguos distritos
mineros, también incorporado a la cartografía de la palma y los biocombustibles. Allí Pastora Ortiz,
Lina del M. Moreno,
Jaime Arocha y Lina del Mar Moreno fueron orientados por Rosa Amalia Quiñones, Dionisio José Tenorio,
Rodríguez y Orlando Pantoja, miembros de las organizaciones Cococauca y Junpro. Arizmendi Gutiérrez
y Francisco Jácome,
en julio de 2007, en
la zona alta del río
Palenque de San Basilio Mira en Nariño
Capital de Afrocolombia y escenario de tradiciones fúnebres pletóricas de huellas de
africanía, como el lumbalú y el leko, las cuales han sido objeto de observaciones antropológicas que
se suceden en el tiempo y, por lo tanto, permiten formarse una idea de los cambios en la ritualidad
mortuoria. Luis Gerardo Martínez, historiador palenquero, y Sofía González llevaron a cabo
el trabajo de campo etnográfico, con orientaciones del antropólogo Ramiro Delgado Salazar5,
quien, además, contribuyó a establecer vínculos con el Consejo Comunitario de Palenque y con
27 propietarios de documentos escritos y en formato digital, como grabaciones originales de ritos
fúnebres celebrados para despedir al afamado artista musical Simancongo.
5 Coordinador entre 2002 y 2003 del Proyecto Etnografías y Patrimonios. Relatos de San Basilio
de Palenque. Un proyecto educativo de la historia oral, cuyo equipo de trabajo recopiló el material
fotográfico y fílmico sobre la agonía y el velorio de Simancongo. (Delgado et. al., 2003)
Velorios y santos ViVos
Uré
En el departamento de Córdoba, asiento de un antiguo palenque y punto obligado de la
cartografía religiosa de las afrocolombias, debido a celebraciones como las de Semana Santa y la
preponderancia del latín en los cantos y ritos católicos. El antropólogo Alejandro Camargo visitó a
la comunidad durante la Semana Santa de 2008.
A los miembros de cada comunidad visitada les explicamos el sentido y propósito del
proyecto, una tarea que requirió aclarar qué es un Museo Nacional y en qué consiste la urgencia
política y ciudadana de hacer visibles a la nación, dentro de ese espacio, los aportes de las
comunidades negras, afrocolombianas, palenqueras y raizales.
Otra explicación necesaria, y no siempre fácil de ofrecer, fue por qué la exposición rendía
un homenaje a los muertos insepultos. En el Archipiélago raizal un tema muy sensible es el de los
náufragos contemporáneos. Hay muchos dolientes de quienes han muerto o han sido apresados en
alta mar, pero ese dolor tiene raíces en la ilegalidad que algunos se han visto forzados a practicar
por falta de oportunidades económicas, aunque entren en severa contradicción con la moral
bautista y adventista preponderante entre los raizales. En el resto de las regiones de Afrocolombia,
el conflicto armado no sólo se ha traducido en destierro y represión, sino en el aniquilamiento de
parte del ceremonial fúnebre. Esas comunidades son consientes de las pérdidas tan profundas que
están sufriendo. Sin embargo, el dolor y la impotencia individual no son fáciles de verbalizar ante
desconocidos.
Es difícil disociar las palabras Museo y Bogotá de la noción de patrimonio, que se populariza
a medida que los líderes comunitarios ganan profesionalismo en las gestiones culturales ante
las ong y agencias nacionales o regionales. Nos interrogaban por el destino de los registros que
haríamos sobre las ceremonias y objetos de valor intangible en lo simbólico y lo artístico. Nos
preguntaban si serían víctimas de otra expropiación o si estaríamos en capacidad de garantizarles
sus derechos patrimoniales. Nuestra respuesta se fundamentó en el pasado académico.
Explicamos que libros como De sol a sol (Friedemann y Arocha, 1986) se habían fundamentado en
investigaciones comparables a la que hacíamos en esa ocasión en asocio con el Museo Nacional y el
Ministerio de Cultura, y que de ese volumen habíamos impreso quinientos ejemplares adicionales
para distribuirlos entre las organizaciones comunitarias, de modo tal que tuvieran a su alcance los
resultados de un esfuerzo, que, además se basaba en un lenguaje de cuya accesibilidad daban fe los
talleres de lectura y comprensión que habíamos llevado a cabo con líderes comunitarios, a medida
que avanzábamos en la escritura de los diferentes capítulos que lo componían.
Mencionar esa publicación aclaró nuestras intenciones, y el posterior envío de copias de
los registros digitales de fotografía, video y audio constituyó garantía de cumplimiento. Serán
refuerzos adicionales el contacto frecuente con miembros de esas comunidades, la invitación a que
en agosto de 2008 sean sus miembros los arquitectos y arquitectas de altares, que viajen a Bogotá
para armarlos y que el Museo Nacional monte una exposición itinerante que llegue a esas regiones. 28
En este mismo sentido, fue evidente el influjo de la televisión. Por ejemplo, en Yarumales
fuimos recibidos por las mujeres sabias de la comunidad. Les explicamos nuestras intenciones y
de inmediato pidieron que su región quedara representada por las Adoraciones del Niño Dios que
celebran entre febrero y marzo. Cuando les pedimos que nos precisaran sus aspiraciones y vieron
nuestras cámaras, de inmediato trajeron una tambora e invitaron a niños y niñas a que montaran
una fuga como las que hacen frente al pesebre. Después de que los filmáramos, preguntaron con
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
insistencia: ¿dónde vamos a salir? Parecería que la gente no veía obstáculos para que un registro
patrimonial saliera por televisión, pero sí para que fuera objeto de transporte físico.
Nos explicamos: en Nariño, una sabedora de las ceremonias para muertos y santos se alistaba a
responder a nuestras preguntas, cuando uno de los adalides nos previno de que por ningún motivo la
organización que él representaba toleraría que la información que recogiéramos saliera de los límites
de ese departamento. Reaccionamos diciéndole que ya le habíamos explicado que la exposición sería
en el Museo Nacional, en Bogotá, y que luego vendría una exhibición itinerante durante el 2009.
Aunque rectificó y explicó que lo que había querido decir era que los repertorios que formáramos se
quedaran en Colombia, la señora se rehusó a hablar.
Pese a estos inconvenientes, que fueron superados adecuadamente, como resultado de estas
exploraciones quedan en la Universidad Nacional y en el Museo Nacional archivos con las entrevistas
realizadas y las músicas grabadas, transferidos a formato digital. Lo mismo se hizo con fotografías
y videos. La antropóloga Juliana Botero Mejía se responsabilizó de clasificar todos los materiales de
audio y la antropóloga Sofía González Ayala de copiar, nombrar, catalogar, reproducir y editar las
fotografías y los videos grabados en terreno. Hemos hecho copias de todo ello y las hemos enviado
a las comunidades que visitamos, con el fin de que las organizaciones y los grupos comunitarios
dispongan de una valiosa memoria frente al cambio.
El análisis comparativo de los registros que acopiamos deberá hacerse en los próximos años.
Hasta ahora nuestra guía en buena parte ha consistido en los criterios museográficos que priorizan
al objeto, su historia, características y funciones, a partir de matrices estandarizadas que el Museo
Nacional diseña y perfecciona en función de sus colecciones.
En este caso, la innovación ha consistido en los detalles etnohistóricos y etnográficos que
aparecen en el guión, herramienta utilizada para realizar la curaduría. Esta información la hemos
circulado entre las maestras afrocolombianas que participan en el seminario permanente y entre
miembros de las organizaciones de la base. En adición, en la Universidad Nacional hemos ofrecido
dos seminarios basados en este proyecto: uno, durante el segundo semestre de 2007, referente a
métodos y técnicas de investigación etnográfica para estudiantes de la maestría de lingüística y
otro, en el primer semestre de 2008, en el contexto de las los cursos clasificados como antropología
especial, para estudiantes avanzados de esa carrera, algunos de cuyos trabajos finales nutren este
catálogo.
También se incorporan a este registro los materiales reunidos por un grupo de estudiantes que
a finales del segundo semestre de 2007 hizo una salida de terreno que incluyó a Istmina y Condoto.
El grupo entró en contacto con la profesora Mirta Lozano, quien había apoyado el trabajo que doña
Leocadia Mosquera, Lina del Mar Moreno y Jaime Arocha efectuaron en julio de 2007.
29
Pese a que todos estos escenarios han servido para avanzar en el procesamiento de la
información, el análisis de la actas que ha elaborado Juliana Botero Mejía brinda información
valiosa sobre cómo los antropólogos hemos logrado aprender de curaduría y museografía, y, a la
vez, los curadores y museógrafos acerca de etnografía y etnohistoria de parte de África, de las
afrocolombias y del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Todos nos hemos
beneficiado de las lecciones que cada quince días han ofrecido las maestras afrocolombianas
y raizales, a partir del tesoro de su sabiduría ancestral. Han compartido su memoria con una
generosidad sin límites.
Otra fuente de información que lega este proyecto consiste en las grabaciones y actas sobre
las visitas críticas que realizaron afrocolombianistas de las universidades y de las organizaciones de
la base en febrero y septiembre de 2007. Sus críticas y sugerencias serán valiosas en la orientación
del rediseño del guión del Museo Nacional y lo fueron en cuanto a los derroteros éticos de esta
exposición. Por ejemplo, el abogado Fidel Corpus, Defensor del Pueblo del Archipiélago raizal,
reaccionó con firmeza cuando argumentamos que la exposición se proponía dignificar la memoria
de afrocolombianos y raizales. Nos corrigió y demostró que esa memoria siempre ha sido digna,
pero ignorada, y que lo que hoy corresponde hacer es darle la visibilidad que merece.
Del mismo modo, objetó la forma en que el Gobierno Nacional celebró el 20 de julio de
2007, cuando el desembarco de infantes de marina y piezas de armamento reemplazó un desfile
que siempre había sido de niños de colegio. Explicó que la soberanía no se ejerce al tomar posesión
de un territorio por las armas, sino mediante la conciencia individual, conforme lo hicieron
sus antepasados, cuando de manera voluntaria, durante la Convención de Cúcuta de 1821, se
declararon ciudadanos colombianos. Quienes lo oímos nunca dejaremos de recordar que la
manoseada noción de patria no estriba en ejercicios militares, sino en conciencias individuales; el
sentido de pertenencia depende de cómo los derechos ciudadanos, en particular el de la diversidad,
se respetan y salvaguardan.
Hoy por hoy se debilita la movilización ancestral de toda la comunidad alrededor del
fallecimiento de uno de sus miembros. El cambio obedece a fenómenos de modernización, entre
los cuales, por ahora destacamos la burocratización de la muerte que acarrea la propagación de
funerarias con planes preexequiales y fórmulas estandarizadas desde las metrópolis, como la
prohibición del canto.
Nuestra posición crítica no es la de que todo tiempo pasado fue mejor. Somos conscientes
de que los afrocolombianos son adalides de la adaptabilidad y expertos en la superación del
infortunio. Sin embargo, consideramos que es nuestra responsabilidad plantear dos interrogantes:
el primero, ¿qué fenómeno generará el vacío en las estrategias de la catarsis y la sanación colectiva,
así como en la sustitución de los mecanismos de solidaridad comunitaria?; el segundo, ¿seguirán
homogeneizándose las formas de vida y cultura? El riesgo de esta zozobra radica tanto en el
sacrificio de alternativas de estética y simbología, como de los medios para asegurar el porvenir. 30
El Nobel Francois Jacob demostró que la diversidad es el seguro contra la
incertidumbre acarreada por crisis como la ambiental o las sociales y económicas. Así, la monotonía
producida por modelos únicos puede equivaler a extinción futura. Hechas estas aclaraciones,
procedemos a deletrear por regiones cada una de las etapas aludidas.
Simancongo
a la larga
Al famoso músico
alguien; en San Andrés, Providencia y Santa Catalina, esa cualidad se denomina borned call, y se
transmite de generación en generación.
Así las cosas, la agonía comienza cuando la sabiduría local identifica la inminencia de la
muerte. Entonces, se activan la solidaridad comunitaria y las manifestaciones propias de esta fase;
ambas sólo terminan con el fallecimiento de la persona.
Al contrario de lo que sucede en las grandes metrópolis, los dolientes no aíslan a la persona
enferma, sino que la rodean de amor y compañía; le ofrecen sus alimentos y bebidas predilectas,
la llenan de afecto, le rezan oraciones y le leen novenas de santos para ayudarla al buen morir.
En San Basilio de Palenque incluso comienzan a cantarle su lumbalú. Mientras tanto, emisarios
especiales se alistan ante la posibilidad de que tengan que partir a anunciar la muerte de la persona,
31 así como la fecha de su velorio y entierro. Del mismo modo, comienzan a aprontarse quienes
presiden diversos tipos de asociaciones, como ocurre con las juntas mortuorias del Chocó, las cuales
congregan a la comunidad en torno al apoyo económico necesario para las ceremonias.
En lugares como el alto valle del río Baudó y otros del Chocó, al agonizante le hacen una
cama especial con un colchón de yerbas frescas como albahaca, matarratón, malva, caledonia, sauco
de castilla, siempre viva, orozuz y santa maría boba, si la persona padece de fiebres; y de yerbas
calientes como sauco, helecho marranero y santa maría de anís, si padece una enfermedad fría. Los
Velorios y santos ViVos
lechos descritos son muy similares a los que aún se usan en ceremonias del ombwerí6 que celebran
los Fang del Gabón, África central (La Gamma, 2007).
En el Archipiélago, anteriormente, los raizales usaban compresas tibias para calentar al
enfermo y para mantenerlo vivo más tiempo, porque creían que si se enfriaba se moría. Por su
parte, en Uré, Córdoba, si la persona ha sido víctima de un rezo u oración recitada para hacerle
daño y no dejarla morir tranquila, la acuestan en una cama de matarratón y buscan a un rezandero o
rezandera, para que con sus invocaciones termine con aquello que prolonga la agonía.
Entre los palenqueros, y quizás entre todos los afrocolombianos y raizales, la música es el
medio privilegiado de expresión y comunicación. En consecuencia, el lumbalú o baile e’ mueto
domina las ceremonias fúnebres. Se trata de un canto responsorial que sirve para evocar la memoria
del fallecido durante el velorio, el entierro y la novena; se interpreta tanto en idioma palenquero
como en español. El ritual lo lideran cantaoras: una entona los versos y las demás responden o
hacen coros lastimeros, con los cuales dirigen el “alma” o “ánima” del difunto del “el más acá”
hasta “el más allá” (Martínez, 2008:14).
En Robles, Nariño, las señoras María Elina Marquínez y Magola Quiñones nos explicaron que
para alcanzar la otra vida hay que cruzar el mar de la muerte, paso que se alarga cuando los deudos
lloran demasiado a la persona enferma. Añadieron que hay quienes oponen mayor resistencia para
morir, debido a la vida que llevaron o a la enfermedad que padecen; así, quien fue amargada en vida,
tendrá una muerte amarga, y si estuvo empautada, es decir, que tenía pacto con el Diablo, habrá
que ayudarla a morir por medio de oraciones especiales. Hay creencias similares en el Afrocaribe,
conforme lo indica la información recogida en Uré, donde doña Everlydes Ocha afirmó:
Algo muy particular de este pueblo es que a muchos de los que van a morir les practicamos
la eutanasia casera (risas), que es un rezo para que se muera de una.
Esa práctica es necesaria cuando se prolonga la agonía, como sucede con quienes “saben
cosas” o han sido rezados por viejos conocedores para protegerles el cuerpo y que las balas les pasen
derecho. Entonces, luego de darles a beber jugo de limón, acostarlas en el piso y hacerles un rezo, esas
personas mueren inmediatamente. En esa misma comunidad, Eudol Londoño ratificó la existencia
de esa práctica y añadió que muchas veces tan sólo el agonizante conoce la oración requerida para su
propia muerte, por lo cual debe decirla en voz alta o dictársela a alguien: Usted sabe que los viejos de
antes no saben leer ni escribir, entonces todo eso se lo saben de memoria, pero por eso se llaman secretos, porque
están guardados en la mente y no se dicen ni se escriben […]. Esa noción de secreto también existe en el
Afropacífico, como apreciaremos al examinar otras etapas de los ritos fúnebres.
32
6 “Ombwerí significa hospital, y las mujeres que se inician en el rito aspiran a mejorarse
mediante el mayor saber que puedan adquirir de la oficiante que las guía. La interacción entre
maestra y aprendiz ocurre sobre colchones de hojas olorosas y frescas” (Maya, 1992c).
Muerte
e l p ro c e s o d e l a m u e rt e no consiste sólo en el deceso; involucra también la preparación,
arreglo y conservación del cuerpo hasta cuando los deudos lo ponen en su ataúd, para que la
comunidad lo vele, le rece, le cante y/o le baile.
Según Matilde Inés Castillo Alarcón, en Tumaco, al morir, el cuerpo de todas las personas,
sean niños o adultos, se encoge o se estira hasta que llega a medir siete pies; la unidad de medida
es el tamaño del pie de la persona muerta, y se toma desde las plantas hasta la cabeza. En algunas
comunidades, los siete pies se representan con los escalones del altar que hacen para celebrar la
novena y la última noche, como se verá más adelante.
Cuando tiene lugar el fallecimiento, los llamados chasques en el litoral Pacífico y chakeros en
Palenque salen a anunciar la muerte. En el Archipiélago raizal, a estos emisarios los llaman circulars
y los escogen no sólo por la potencia de sus voces, sino por ser personas representativas en el
manejo de las tradiciones religiosas, el canto de himnos en las iglesias o de música tradicional, como
el mento y el chotis. Tal es el caso de Edwin Hawkins, quien además practica la pesca en Providencia.
Por su parte, en Palenque, el chakero Florentino Estrada “Niño” es sepulturero y también
agricultor.
Hasta hace poco, en el Archipiélago, el circular utilizaba un caballo para darle vuelta a la
isla mientras anunciaba los fallecimientos; en el litoral Pacífico, los chasques navegaban los ríos en Cuando tiene lugar
el fallecimiento
canoa, y en Palenque, el chakero hacía los recorridos a pie, monte adentro, o en chiva. Ahora todos los llamados del litoral
Pacífico, chakeros de
ellos se valen de motos o carros y emplean teléfonos celulares y cuñas radiales; en tanto, en Guapi, Palenque y circulars
repican las campanas de la catedral. de San Andrés y
Providencia, salen a
Cuando no hay funeraria en el lugar del deceso, mujeres y hombres comienzan a hacer anunciar la muerte.
Además de éste, tienen
tareas distintas. Por lo general, ellas se reúnen alrededor de quien va a lavar y embalsamar el otros oficios, tales
cadáver para ayudar, rezar, cantar, coser, asear y decorar el recinto donde será la velación. Los como la carpintería
o la agricultura
hombres se reúnen con el carpintero o en el cementerio para alistar la sepultura.
La labor de la embalsamadora que inyecta el formol a las partes blandas
del cuerpo es dolorosa, pero necesaria para la conservación del difunto, mientras
llegan todos los familiares, que pueden demorarse, debido a las distancias o a las
dificultades del viaje. Luego de las inyecciones, ella tapa todos los orificios del
cuerpo con algodón o trapo para evitar los malos olores y ata los pies del difunto
con una cinta para que no se le abran los dedos; una vez termina el arreglo, se
remueve esa atadura para liberarlo. En Tumaco, los embalsamadores también
pueden usar Límpido7 como preservativo, mientras que en casi todo el Chocó
amasan la fruta de borojó y el extracto se lo untan al cadáver y, también, se lo
33 introducen vía oral.
Antes de que se difundiera el uso del formol, en el Archipiélago empleaban
el hielo, que ponían en grandes vasijas, debajo de la plataforma donde descansaba
el cuerpo, mientras lo masajeaban con limón para suavizarlo y hacerlo flexible. En
San Basilio de Palenque, cuando no hay formol, a la persona muerta le pueden
34
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Al mismo tiempo que las mujeres embalsaman el cadáver, arreglan la casa y cosen el ajuar
fúnebre, los hombres cavan la sepultura y se reúnen alrededor del carpintero que dirige el trabajo.
Entre todos serruchan, pulen, clavan y pintan, mientras rememoran al fallecido tomando biche,
ñeque, bush rum, aguardiente o whisky. Hoy en día compran ataúdes rectangulares en las funerarias,
pero aún hay quienes se mantienen dentro de la tradición. De ahí que en Providencia, Lemeck
Newball sea uno de los pocos carpinteros fúnebres sobrevivientes. Él puede hacer las cajas a
petición de los interesados o mantener en su depósito modelos poco elaborados. En las islas,
recogimos historias de varias personas que mandaron a hacer sus ataúdes con anticipación, pero
cuando los fueron a usar, los féretros ya estaban carcomidos por el comején.
Los cajones llamados single elbow solían ser más anchos en los hombros y angostos en los pies,
en tanto que los double elbow son octogonales y muy escasos. En Uré, utilizaban ataúdes de cuatro
lados, anchos en la parte superior del cuerpo y más angostos a los pies. Los hacían de tolúa, cedro
o caracolí, y los pintaban de color negro caoba. Tanto en el Archipiélago raizal como en Nariño nos
dijeron que las maderas utilizadas deben ser ordinarias para poder darle forma al cajón con mayor
facilidad, pero en el Baudó, el material debe ser fino y se perfuma con plantas aromáticas, como el
azafrán amarillo. Hoy por hoy priman los ataúdes prefabricados que venden las funerarias.
Para que la caja quede bien, miden el cadáver con cabuyas que luego meten dentro del ataúd
junto con los objetos predilectos o de uso cotidiano, como la prótesis dental, las gafas, la camándula,
el crucifijo, el radio y el bastón, de modo que el difunto o la difunta no tengan que regresar a recoger
esas pertenencias. En Quibdó es usual que familiares y amigos le regalen al fallecido un vestido nuevo,
que colocan sobre sus pies, dentro del ataúd, para que también se lo lleve, pero nunca incluyen piezas
metálicas que pondrían al alma en pena. De ahí que les quiten los dientes de oro antes del entierro.
En Uré al cuerpo lo acostaban dentro del ataúd sobre un colchón que hacían con la ropa que
la persona usó en vida, y le recostaban la cabeza sobre su propia almohada, hecha con la lana o mota
del árbol de balso. Miss Dilia Robinson nos contó que cuando su tío murió en Colón, Panamá, lo
llevaron a San Andrés para enterrarlo. Junto a él, introdujeron un muñeco en el ataúd para que
no volviera a molestar a su hermano mellizo que aún estaba vivo. Hasta no hace mucho, el cajón
quedaba abierto hasta el entierro, cuando los deudos metían las cosas y cerraban la tapa. Hoy en día
en muchos lugares cierran el cajón antes de comenzar la velación. En todas las regiones a lo largo
del velorio y del entierro, los deudos cuidan con celo el ataúd y se mantienen vigilantes para que no
le metan objetos, papeles con el nombre de una persona, lazos anudados a nombre de alguien, entre
otras cosas pensadas para causar daño.
36
Velorio o Set-up
l a t e rc e r a e ta pa comienza
con la exposición, ante los
allegados, del cadáver debidamente
arreglado y concluye cuando lo
llevan para el cementerio.
Con excepción de lo que
ocurre en el Archipiélago raizal, el
eje de rezos, cantos y bailes es un
Velorio de Verónica Colorado,
Guapi, julio de 2007 altar que en la mayoría de los casos ostenta un Cristo y un moño
Aparecen varios rasgos que se repitieron
durante nuestro trabajo de campo:
de tela negra o una mariposa del mismo color, tallada en madera
una mariposa encabezando el altar, o cortada en papel. El camarín se decora ricamente con telas,
telas que cuelgan sobre la pared,
lutos o adornos sobre estas telas (en coronas de flores y de papel, y se ilumina con cirios o veladoras.
este caso flores artificiales), un vaso
de agua bajo el féretro y luminarias
En el Afropacífico recibe el nombre de tumba, incluyendo las
variantes que hacen para las novenas y últimas noches.
Siguiendo lo que parecerían ser tradiciones antiguas,
al menos de la gente bantú y yoruba, en todas las regiones constatamos que aún se mantiene la
usanza de diferenciar otros dos espacios alrededor de ese ámbito sagrado. Uno es la cocina, de
carácter semisagrado, donde las mujeres preparan los alimentos que jovencitas y adolescentes
reparten entre los asistentes, y otro es la zona profana, por lo general el jardín o antejardín, donde
se reúnen para descansar cantaores y cantaoras, así como familiares, compadres y amigos venidos
de lugares cercanos y lejanos. Allí juegan dominó, cuentan chistes de doble sentido, leyendas de
seres sobrenaturales e historias cotidianas. Además del acompañamiento a la familia, los asistentes
aportan trabajo, materiales, comida, licor y dinero. En Palenque de San Basilio el término velorio se
refiere a lo que la gente hace desde que comienzan a custodiar a la persona muerta, hasta la última
noche de la novena, con la inclusión del entierro en ese lapso.
Espacio profano en
Velorio de un adulto el preámbulo a la
En Istmina, Chocó, presenciamos el velorio de Ana Lucía Palacios, una joven líder de su última noche de Sofía
Perea Palacios
comunidad. El féretro, de manufactura industrial, se colocó en diagonal, en la esquina izquierda tal como sucede
desde el comienzo del
de la sala de la casa materna, de tal modo que los pies de la difunta quedaran orientados hacia velorio, en Chachajo,
la puerta. Dice Whitten (1992) que en San Lorenzo, en el litoral Pacífico ecuatoriano, afirman alto Baudó, Chocó,
abril de 2008
que entre el ataúd y la salida debe quedar una vía libre, que denomina
camellón, para que a la madrugada el muerto pueda salir sin tropiezos.
37 Si esta usanza tuviese lugar en el litoral Pacífico colombiano, hoy en día
estaría comprometida por el tamaño de las viviendas. En el caso de la
de la familia Palacios, en Istmina, no paró de circular frente al ataúd un
sinnúmero de personas, entre visitantes y mujeres que salían de la cocina
llevando bandejas con bebidas y alimentos.
Las paredes que corresponden al ángulo donde estaba el féretro
se cubrieron con una cortina de encaje blanco de 2,10 metros de alto,
Velorios y santos ViVos
Espacio sagrado
durante el velorio de
Ana Lucía Palacios,
en Istmina, Chocó, el
5 de julio de 2007
Se destacan los lutos
o flores artificiales
en la parte superior
de las telas que que tenía dos alas del mismo
cubren las paredes.
Sobre el ataúd, un ancho. En el borde superior de
pocillo con agua y
hierbas para que Ana
la cortina se instalaron dos series
Lucía sacie su sed de cuatro enormes botones de
rosas artificiales color durazno,
y en el vértice de la unión de las
dos alas del telón, un ramo de tres flores artificiales
blancas con bordes lilas. Este ramo podría insinuar
un triángulo equilátero y, por tanto, representar un
moño o una mariposa. Debajo de ese arreglo aparecía
una cinta blanca con el nombre de la difunta y, más
abajo, en una especie de estandarte engastado en
una varilla de hierro, un arreglo de flores, artificiales
también, adelante del cual posaba un Cristo metálico,
encajado en otro estandarte. A los pies del ícono había una mesa pequeña, forrada con tela blanca;
sobre ella, en su centro, una veladora blanca. En cada extremo de la cortina pusieron un ramo de Detalle del altar
cartuchos blancos con ramas verdes, hechos posiblemente con tela plastificada. de última noche
de Fidelia Solís
En cada una de las esquinas del féretro colocaron un candelabro metálico con veladora en Uré, Córdoba
Llenan un vaso
blanca y, en la base de los candeleros, ramos de flores naturales, aún envueltas en papel celofán de agua con un
transparente. Sobre el centro de la tapa del ataúd había una corona de flores naturales con la cinta algodón para que
el muerto sacie su
que indicaba el nombre del donante, y hacia los pies de Ana Lucía, un pocillo de agua con varias sed exprimiendo el
líquido sobre su boca
hierbas, quizás albahaca blanca, con sus raíces al aire. de manera no vea su
En todas las regiones afrocolombianas y en el Archipiélago raizal encontramos que durante reflejo en el agua, 14
de marzo de 2008
el velorio los familiares del difunto ponen debajo del ataúd un vaso o
un recipiente con agua para que quien murió no padezca de sed. En
Palenque de San Basilio, a excepción de todos los demás lugares, ponen
el vaso de agua detrás de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que
está en el centro del altar. Leidy Angulo afirma que en Tumaco algunas
veces los deudos le colocan al agua un hacha o una piedra “para que el
muerto no se crezca”. En el Baudó le añaden las siete albahacas, mientras
que en Quibdó le ponen hierbabuena, ruda de castilla, cubilla, albahaca
o gallinaza. En Uré rellenan el vaso con un algodón para que el muerto
sacie su sed al exprimir el líquido sobre su boca, de manera no tenga que
ver su reflejo en el agua.
Con respecto a Palenque, Sofía González documentó parte de
los ritos fúnebres en honor a Catalina Díaz Salgado, quien llevaba
unos treinta años sin ir a esa población, su lugar de nacimiento. Sin 38
embargo, antes de morir encargó usar unos ahorros que guardaba para
que la velaran y enterraran allá. Como los allegados a Catalina y a su familia no permanecieron
en Palenque, no le celebraron las nueve noches, ni levantaron el paño8, pero para la velación y el
entierro sí convocaron a palenqueros de pueblos y ciudades aledañas.
Las mujeres
La casa materna se dividió en tres espacios: los hombres asistentes se reunieron en la parte más cercanas
de afuera, para tomar ñeque y otros licores a la sombra de varios almendros. En el patio, mujeres a la familia de
Catalina Díaz
cercanas a los familiares de la difunta se juntaron para cocinar la sopa que repartirían con café como se reúnen en
el patio de su
sobremesa. Mientras tanto, en la sala, alrededor del ataúd, las más cercanas le rezaban y hablaban a casa materna,
Catalina, entonando una especie de llanto gutural llamado leko. para cocinar
los alimentos
Antes de salir a recoger los pasos de la muerta, un hombre a la cabeza de la numerosa que serán
repartidos entre
procesión fúnebre entró a saludar a los dolientes, pero dejó la cruz de madera que siempre usan los asistentes
para estos casos al lado de la puerta, tal como lo hizo en la iglesia, cuando hicieron una pausa durante su
velorio el 7 de
para la misa, presidida por un sacerdote especialmente traído para la ocasión. Este recorrido por marzo de 2008
el pueblo implicó hacer paradas en distintos lugares donde Catalina solía permanecer durante su
juventud, procedimiento que rememora la visita del cajón que Armin Schwegler describió (1992:
63). Señalaba el autor que en las distintas paradas la gente le formula reclamos al finado o finada,
o le hacen alabanzas. Esta práctica, que tiene su equivalente en el Baudó, refleja las usanzas que
Schwegler encontró durante su trabajo de arqueología entre los pueblos bantúes del río Congo.
Ni la cruz ni su portador entraron al cementerio. Como el ataúd en el cual llegó Catalina
desde Venezuela no cupo en la bóveda familiar, debieron pedir prestada una más amplia.
Mientras tanto, un par de mujeres recordaba y llamaba en voz alta a sus propios muertos
frente a sus sepulturas, tal como otras mujeres lo habían hecho en las estaciones del recorrido
por el pueblo. Animados por el ñeque y el ron, varios hombres de la familia, o allegados ella,
se encargaron de cerrar con cemento la bóveda, y con un palito garabatearon el nombre de
39 la difunta y su fecha del fallecimiento. Luego la gente regresó a la casa de los dolientes para
compartir con ellos el resto del día.
De vuelta a Istmina, durante el velorio de Ana Lucía Palacios, antes de que comenzaran a
rezar y cantar, había mujeres que repartían cigarrillos, café con leche, pan y aguardiente; ellas salían
con las vituallas de la cocina, situada a la derecha del altar fúnebre. Este recinto se comunicaba
con la sala por una puerta y una ventana; por allí se asomaba una mujer que, cuaderno en mano,
iba anotando las contribuciones de los asistentes. En el Chocó es recurrente que los compadres
Velorios y santos ViVos
del difunto se hagan responsables de todo lo relacionado con su muerte, por lo cual uno de los
miembros de la junta mortuoria se encarga de registrar el nombre del representante de cada familia
y su contribución, que puede ser en dinero o en especie. En algunas ocasiones la colecta es tan
cuantiosa que alcanza para atender a la visita, pagar las deudas del difunto y repartir
algún dinero entre los deudos.
El rito por el alma de Ana Lucía comenzó a las nueve de la noche, cuando
Joselito, el indígena Embera del grupo de cantaoras Las Negras Lucianas inició el rezo:
se persignó y dijo “en nombre de Jesús, María y José, Ave María purísima, Ave María
santísima, Ave María” y el coro contestó “sin pecado concebida”. Terminadas las
jaculatorias a la Virgen, recitaron el Yo Pecador, al que se unieron todas las cantaoras y
las señoras presentes. Concluida esa recitación, siguieron con una Gloria e invocaron a
la Virgen para que los guiara en los rezos siguientes; así le reconocía a ella su posición
en la jerarquía celestial y su papel como madre de Cristo. Antes de la primera cuenta
del rosario rezaron cinco letanías a María, y cuando lo
terminaron, comenzaron con el primer alabao. Vale decir La junta mortuoria regula
el aporte en dinero o
que antes de empezar, el grupo de cantaoras y el indígena especie que hacen los
pidieron autorización a dos ancianos sabios sentados junto asistentes a la última
noche de Sofía Perea Palacios,
a la entrada a la casa para que ellas y Joselito pudieran abrir apuntando el nombre de cada aportante en un cuaderno.
Esta actividad se realiza desde que empieza el velorio.
la ceremonia. Terminada la primera tanda, esos dos señores Chachajo, alto Baudó, Chocó, abril de 2008
iniciaron la segunda, y de ahí en adelante fueron intercalando
salves y alabaos hasta el amanecer.
Jaime Arocha (1998, 1999a) y José Fernando Serrano (1994, 1998) registraron cómo, en
las comunidades afrobaudoseñas de Chigorodó, Boca de Pepé y Chachajo, el velorio, la novena y
última noche son ocasiones propicias para fortalecer las relaciones interétnicas. Los cholos y cholas
llegan con sus hijos e hijas, y hasta padres y madres, a las casas de sus compadres negros, donde
manejan el espacio con naturalidad: usan los utensilios de la cocina como si fueran los propios,
toman productos de zoteas9 y patios para cocinarlos y se localizan en la esquina derecha, al fondo
del recinto fúnebre, para participar de cantos y rezos. Sobre el suelo extienden parumas de colores,
y sobre ellas ponen a los niños ya desgonzados por el cansancio.
Aunque no siempre pueden responder a los pies de cada alabao, invariablemente los vimos
llorar a quien despedían. Cuando salen del área del velorio, se pasean por el malecón o se sientan
en las mesas donde hay juegos de dominó y cartas, se abrazan con la gente afro venida de otros
pueblos y beben con ella. Con reiteración sostuvimos la hipótesis referente a que los vínculos que
escenifican las ceremonias fúnebres contradicen las crónicas sobre la supuesta enemistad entre
esos pueblos y más bien corroboran la existencia de antiguos patrones de convivencia pacífica
interétnica. A esta hipótesis la fortalecen los insignificantes índices de homicidio, intento de
homicidio y lesiones personales de carácter heteroétnico que Arocha publicó en 1999 para Boca de 40
Pepé, que abarcan el período comprendido entre el decenio de 1960 y el de 1990, como se muestra
en la tabla i.
9 Plataformas localizadas cerca de la casa o a las orillas de los ríos que sostienen
recipientes rellenos de tierra dentro de los cuales las mujeres más que todo
siembran plantas medicinales y aliños para las comidas que preparan.
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Velorio
de María
Salimos del Chocó. En Villarrica, Cauca,
Cruz
Hidalgo
doña María Cruz Hidalgo descansa en un ataúd
de manufactura industrial, que se ha colocado
en diagonal a la esquina derecha de la sala de su casa. Los
familiares han cubierto las paredes con una cortina de
encaje blanco, sin adorno alguno. De nuevo, aquí parece que
también debe haber un callejón entre el féretro y la entrada.
En el rincón, detrás del ataúd, hay una mesa pequeña sobre la
cual está una cruz de madera con un Cristo de plata; a su lado
han puesto un candelabro metálico con la respectiva veladora.
A los costados del féretro intercalaron dos candelabros, un florero pequeño y dos jarrones de flores
naturales, en tanto que a los pies de la finada, en el piso, hay cuatro coronas de las mismas flores. En
otras palabras, se trata de un arreglo similar al que uno puede ver en cualquier funeraria urbana.
Al lado derecho del ataúd está el corredor de las alcobas, donde nos hicimos para presenciar
la ceremonia. Para esa ocasión, cubrieron las entradas a las habitaciones con cortinas de encaje
blanco, con excepción de aquella donde ocurrió el fallecimiento y donde han puesto una veladora y
un vaso de agua.
Tabla 1
Muestra de número y porcentaje de delitos cometidos entre 1966 y 1994
(122 casos, Inspección de Policía de Boca de Pepé y Juzgado Promiscuo de Pizarro)
Heteroétnicos
Homoétnicos entre
Homoétnicos entre libres LC (libre-cholo)
cholos (HOC), Conflicto (etnicidad
(HOL), determinados CL (cholo-libre)
tipo según el determinados según etnónimo local)
en comparación PL (paisa-libre)
expediente por apellidos o
con apellidos de las PC (paisa-cholo)
denominación en el total
genealogías LP (libre-paisa)
expediente
CP (cholo-paisa)
4 1 1PL 0,82PL
Hurto 9 7 ,38
3,8 0,82 3LC 2,46LC
2 1
Rapto/Estupro 0 0 3 2,46
1,64 0,82
11 1
Insulto/Calumnia 0 0 12 9,84
9,02 0,82
9 4
Riña 1LC 0,82LC 14 11,48
7,38 3,78
7 0 1CL 0,82CL
Daño en bien ajeno 9 7,38
5,74 0
1LC 0,82LC
2LC 1,64LC
26 23
Lesiones personales 3CL 2,46CL 55 45,10
21,32 18,86
1PC 0,82PC
1 1 2PC 1,64PC
Intento de homicidio 5 4,10
41 0,82 0,82 1LC 0,82LC
las jácaras uresanas suelen ser delincuentes, pícaros, borrachos o animales, de los cuales se vale el
narrador para hacer una crítica social, según nos dijo Dámaso Avencio Márquez.
En ese mismo pueblo, cuando una persona va a un velorio, debe amanecer. Si se retira
temprano, “tiene su samacoca”, o problemas con el muerto, según nos lo dijeron Manuel Londoño
y Jaqueline Vera. Everlydes Ochoa nos contó que cuando era pequeña asistió al velorio de una de las
señoras más viejas y respetadas del municipio:
Yo tenía sueño y quería irme para mi casa, pero los velorios aquí no son para dormir sino
que la gente siga hasta el otro día rezando al muerto. Entonces me decían que no me
fuera porque el muerto se iba y me esperaba en la casa. Yo no sé por qué razón no hice
caso y me vine para la casa y cuando me iba a acostar vi a la difunta ahí, en la viga de la
casa; casi se me sale el corazón.
Una niña de
dieciseis años,
cuaderno en
En San Andrés, Providencia y Santa Catalina pasa todo lo contrario según nos contaron miss mano, repasaba
Cleotilde, Henry y miss Meach. Si una persona se queda en el velorio después de las 12 de la noche letras y
entonaciones
y sale sin despedirse, el muerto la acompaña en su camino de regreso. con su abuelita
durante un
Las cantaoras, cantaores y rezanderos de las regiones de Afrocolombia son personas muy ensayo del
sobresalientes durante el rito y fuera de él. Su carrera ceremonial involucra el aprendizaje de grupo de
cantaores
rezos y cantos, cuyas categorías y orden de interpretación no son del saber común, e involucran dirigido por
Madolia
adiestramientos muy tempranos, como lo constatamos al ver los ensayos del grupo que dirige doña Dediego en
Madolia Dediego en Quibdó. Una niña de 16 años, cuaderno en mano, repasa letras y entonaciones Quibdó, Chocó,
junio de 2007
con su abuelita, en tanto que dos jóvenes de 18, quizás 20 años, ya muestran
profesionalismo en el canto y en la gesticulación que lo acompaña. Los
momentos más dramáticos de un velorio no sólo se deben a la hora y el tema
del alabao, sino a la intensidad del canto y al llevar las manos ya sea frente al
cuerpo o encima de la cabeza para resaltar el dolor.
En el Baudó, cantaoras y cantaores desempeñan otros oficios esenciales
dentro de la comunidad, como los de parteras, curanderas, componedoras
y componedores de casas, médicos raiceros y arregladores de perros. Como
algunos de estos nombres no son obvios, los explicamos: si un miembro de
una familia o toda ella llega a ser víctima de algún maleficio, es posible que se
deba a algo que alguien le hizo o le ha mandado hacer a su casa. Entonces, es
necesario llevar a una componedora de casa, persona capaz de reconocer los
síntomas y de ejecutar las tareas necesarias para sanar el recinto, mediante
hierbas o sahumerios.
A los sanadores se le conoce con el nombre de médicos raiceros, debido al profesionalismo
con el cual identifican las dolencias y las plantas y raíces para curarlas. Por lo general son expertos
43 en mezclar diversos tipos de hojas, tallos y raíces con biche o aguardiente, hacer determinadas
invocaciones y, de ese modo, preparar botellas rezadas o balsámicas con aplicaciones que van
desde la sanación de enfermedades de los riñones, estómago y aparato respiratorio, a curas para la
infertilidad y la impotencia sexual.
En diciembre de 1998, el maestro Nelson Estupiñán, Rogelio Martínez Furé y Jaime Arocha
visitaron al politólogo Albert Dagó Dadié en su casa de Abidján, Costa de Marfil. Allí, el anfitrión
les ofreció un trago de una botella como cualquiera de las que Estupiñán había visto en Esmeraldas
Velorios y santos ViVos
11 Nombre comercial del un alcohol aromatizado, muy utilizado en las zonas costeras.
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
Cauca, afirman que si una persona muere sin creer en Dios y fue perversa en vida, vendrá más tarde
en la figura del espíritu maligno, que se presenta como un murciélago durante el velorio, el entierro
y la última noche.
Todas estos procedimientos rituales para proteger a los niños y niñas rememoran las
tradiciones relacionadas con los ogbanjes, niños pedidos por los antepasados, quienes se debaten
entre el mundo de los vivos y el de los muertos, como sucede con Azaro el héroe de dos novelas –El
Camino hambriento (2000) y Riquezas Infinitas (2005)– del nigeriano Ben Okri (Premio Booker de
1991) y con Ezinma, hija de Okonkwo, protagonista de la novela Todo se desmorona del camerunés
Chinua Achebe (2000).
la noche, los deudos cantan y juegan rondas como Los pastores, La muluca y El florón, entre otras,
mientras pasan al niño de mano en mano hasta que todos lo bailan. Del mismo modo, baten banderas
mientras cantan La licencia, El buen viaje y La bámbara negra.
Antiguamente, tanto en el Chocó como en el norte del Cauca, bundeaban al angelito en una Representación
de un altar
batea con agua adornada con flores y le ponían en la boca un gajo de limón para evitar los gases. Nina de angelito
Uré, Córdoba
S. de Friedemann (1989a: 45, 101-102) explica que en las regiones
mineras, en esas bateas de moro mantenían a los nenes y nenas
hasta que comenzaban a caminar o adquirían su “alma sombra”,
en palabras de la etnógrafa Anne Marie Losonzcy (2006). De uno
de sus viajes, Friedemann regresó con una de esas canoitas, hoy
en día muy escasas, y años más tarde sirvió para ilustrar la carátula
del libro De sol a sol: génesis, transformación y presencia de los negros
en Colombia (Friedemann y Arocha, 1986).
El recipiente, tallado, tiene forma oval, con dos asas en los
extremos del eje mayor; todo el óvalo lleva un reborde en que se
han labrado figuras geométricas y círculos concéntricos; pueden
aparecer estrellas de seis lados formadas mediante la unión de
elipses terminadas en punta. A lo largo de la curva más llana, el
reborde puede presentar trazos en zig-zag que recuerdan el símbolo del trueno asociado a la figura
de Changó. En ese entonces, a los niños y niñas que comenzaban a caminar y por lo tanto habían
adquirido su alma sombra, sus padres los sacaban de las bateas de moro, a no ser que murieran, en
cuyo caso los volvían a acostar en ellas vestidos con una túnica especial y adornados de flores, hasta la
hora de pasarlos a su cajoncito pintado de blanco y decorado con cintas. Hoy en día, meten a nenes y
nenas al cajón vestidos con una túnica especial, los acomodan en un rincón y los adornan con flores.
En Uré, las señoras María Yovadis Londoño, Everlydes Ochoa y Georgina Jacobo armaron un
altar fúnebre de angelitos. Consiste en una gruta hecha con papeles de colores vivos, que alberga el
cuerpecito, vestido de blanco; en la frente, el pequeño difunto luce una corona con figuras de papel
y penachos que recuerdan los bonetes que usan los congos del Carnaval de Barranquilla, a su vez
reminiscentes de los trajes que usaban los reyes ki-kongos en África, según pudo observar y describir
Philipo Pigafetta en 1591 (Friedemann 1985: 82). Le ponen dos “palmas”: entre las manos amarradas
y sobre el pecho, una de papel blanco, y otra de papel azul, conocida como “palma del angelito”, entre
los pies, también amarrados. En la boca, una flor que simboliza el panal de miel y si en el momento de
la muerte tenía los ojos cerrados, se valdrán de una pajita que los mantenga abiertos y así pueda verle
la cara a Dios. Además le adornan el tronco con tiras de papel de colores y flores, y le ponen un vaso
de agua para que beba. Anteriormente, en vez de acostarlo, lo ponían de pie sobre el altar, de manera
similar a lo que sucedía en el Perú colonial, como puede apreciarse en la siguiente ilustración de “los
funerales de un negrito en la mampuestería”, en Trujillo (Weiener, 1993). 46
El ritual en Uré comprende el baile de la tuna o baile cantao, con sones de bullerengue,
berroches, chandé y sainete hasta el amanecer, acompañados por el desaparecido tambor currulao,
que según Manuel Londoño, se lo llevó el ejército para que dejaran de tocarlo. Era largo y tenía
la forma de un embudo, quizás similar al tambor pechiche de los palenqueros. Como en el litoral
Pacífico, aquí tampoco velan a los niños, no les hacen novena, ni los lloran porque el llanto no deja
que se vayan fácilmente.
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
En Palenque acuestan al
niño muerto sobre una mesa, le
ponen los dedos entrelazados,
como si estuviera rezando y le
amarran las manitos. También
le mantienen los ojos abiertos
con unos palitos y le cubren
todo el cuerpo con flores de
muchos colores. Durante la
noche lo lloran, pero a diferencia Funerales de
un negrito en la
del litoral Pacífico, no lo bailan ni le cantan. A la mamá le recomiendan no llorar mucho, porque mampuestería,
cerca de Trujillo
si lo hace, el niño no se convierte en angelito sino en duende y puede aparecérsele, esconder cosas Cortejo fúnebre
y hacer travesuras. A la mañana siguiente, el papá y otros hombres llevan al niño al cementerio de un angelito en
el norte de Perú.
mientras las mujeres más cercanas se quedan en la casa. Aparece en el relato
del diplomático
De acuerdo con el testimonio de Jaqueline Vera, en Uré, cuando un niño moría sin bautizar, alemán [1851-1919]
los padrinos tenían que echarle agua y darle un nombre para que no se fuera para el limbo (lugar Charles Wierner
que recorrió la zona
intermedio entre el castigo y la benevolencia de Dios). En Palenque también bautizan al niño antes entre 1879 y 1882
de enterrarlo. En Quibdó, según Madolia Dediego, y en Puerto Tejada, de acuerdo con Eduvina
Guazá “doña Uva”, los padrinos tenían la obligación de comprarles el ataúd y el ajuar.
En el Cauca, el vestido era largo y blanco, de manga larga, y le ponían una gorra de bolerito,
bien bonita, para que quedara como un ángel. En Quibdó, a las niñas las vestían como un “Niño
Dios”, es decir, con un vestido blanco largo con encajes, de talle alto, manga tres cuartos y capa,
medias y guantes blancos. A los dos les ponían una vela blanca y una flor de jazmín del mismo color,
llamada “flor del pico”, para simbolizar la inocencia.
Los instrumentos musicales son propios de las ceremonias para los angelitos. En la zona plana
del norte del Cauca y en Nariño tocan tambora, bombo, cununos y guazáes, mientras interpretan
arrullos en la celebración de chigualos, gualíes y bundes. Según Whitten, en la región de San
Lorenzo en el litoral Pacífico ecuatoriano, “tocan dos ritmos especiales para el chigualo (el bunde
y la jota), así como dos ritmos típicos del currulao (el bambuqueado y la fuga); hay que enfatizar,
sin embargo, que es la rapidez del ritmo del bombo la que señala más claramente el contexto del
arrullo (sea para un niño o para un santo)” (1992: 153). Hoy en día, debido a los costos de tamboras
Baile de angelito
y bombos, comienzan a difundirse recipientes de plástico que producen sonoridades remotamente de la obra
comparables. La Tunda
dirigida por
En Tutunendo, Adolfo Mena nos dijo que la tradición de cantar y jugar al angelito con los Francisco Tenorio
en Tumaco, Nariño
niños se está perdiendo
porque la gente dice
47 que eso es para los
pobres y lo consideran
ridículo; hoy por hoy, en
el Chocó, a los niños de
clase alta, los familiares
y amigos de los deudos
sólo les rezan el rosario.
Palmas
de Cristo
en el cementerio
de Guapi, julio
de 2007
Entierro
l a c ua rta e ta pa e m p i e z a cuando los allegados sacan al
muerto del lugar de velación hacia el cementerio y termina
cuando lo sepultan. Cuando hay iglesia, tienen lugar dos procesiones
fúnebres, una hasta el templo y otra hasta el cementerio.
En las islas, las casas tradicionales de madera tenían dos puertas, una
principal y otra trasera por la cual sacaban el cadáver para que el espíritu
no se devolviera. Los pies debían ir por delante. Cuando ya estaban afuera,
tomaban una foto del muerto con la familia, y luego de que la familia y
amigos vieran a su ser querido por última vez, clavaban y cerraban el cajón.
Aplicar la etnografía a los ritos de muerto lleva a predecir eventos.
Ver en el aeropuerto de Cali que un joven abordaba un avión hacia Guapi y
portara en sus manos un ramo de crisantemas amarillas, llevó a Lina del Mar
Moreno y Jaime Arocha a imaginar cómo hacer para que pudieran asistir y
Detalle de
documentar el posible velorio. No se equivocaron. Inmediatamente después las flores
de reunirse con los miembros de Junpro y Cococauca partieron hacia la casa de Verónica Colorado, cortadas, la
mariposa y
donde ya habían recogido las sillas alrededor del féretro y la carpa que había suministrado la uno de los
lutos colgados
funeraria para cubrir del espacio profano. Sin embargo, alcanzaron a tomar fotos del ataúd que en la pared
estaba ubicado debajo de un moño negro, a su vez situado atrás de un Cristo metálico; aún en el final
del velorio
también estaban el respectivo vaso de agua y los cinco cirios alrededor del féretro. La funeraria de Verónica
Colorado en
había proporcionado una carreta de cuatro ruedas, sobre las cual subieron el ataúd y los asistentes Guapi, Cauca
partieron hacia la iglesia en medio de cantos de alabaos, bajo un sol canicular. En la iglesia, la misa
siguió los patrones generalizados que se pueden ver en las ciudades.
De la iglesia al cementerio, otra vez con la carreta, pero entonces hubo más canciones
comerciales, como baladas de Roberto Carlos, y un camarógrafo, cuya contratación por parte de
la familia tranquilizó a Lina del Mar Moreno, quien se sentía incómoda por
Don Cirilo Montaño
y doña Ligia Elena haberse metido a la ceremonia cámara en mano, sin “aclimatación” previa.
Pinilla de Angulo
en el cementerio Al entrar al cementerio, el camarógrafo local se aproximó a Jaime Arocha
de Guapi y le pidió que filmara por él pues su gripa podría agravarse “con el
frío del campo santo”. El estremecimiento que produjo el canto
fue profundo. Secándose las lágrimas de los ojos, y no obstante
la pregunta por el sentido de la investigación, los dos etnógrafos
sacaron valor para grabar el momento del entierro. Una vez
depositado el cadáver, los deudos cayeron en la cuenta de que su
posición era incorrecta, porque la cabeza estaba hacia la lápida y le 48
dieron la vuelta y repitieron los alabaos que ya habían interpretado.
Jaime Arocha y Lina del Mar Moreno se emocionaron al volver a
constatar que en ese cementerio también había palmas de Cristo. Las
filmaron y fotografiaron. Conmovidos, al salir fueron interpelados
por una señora acompañada de un hombre un poco más joven.
La pareja les pidió que los fotografiaran frente a la sepultura de
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
la madre de él. Así lo hicieron y resultaron registrando a don Cirilo Montaño y a doña Ligia
Elena Pinilla de Angulo, quien se convertiría en guía invaluable para comprender las ceremonias
fúnebres y religiosas de Guapi.
De nuevo en el Caribe. En el Archipiélago raizal, el pastor inaugura el service cantando un
himno. Luego, él mismo, su diácono o alguien muy allegado hace una pequeña biografía de quien
falleció. Al terminar, el pastor ofrece un sermón inspirado en la Biblia, pero alusivo al difunto.
Cuando concluye, las personas cercanas dan testimonio y recuerdan al fallecido con palabras
afectuosas. Dentro de las iglesias, el coro es muy importante e interpreta los himnos por los cuales
la persona expresó especial predilección. Algunos sacerdotes católicos también han optado por abrir
la ceremonia con una biografía del difunto. Al service o a la misa católica pueden asistir sacerdotes
de otras denominaciones que intervienen en el rito.
En el recinto de la iglesia, la posición del féretro es importante. Por lo general se coloca
cerca del altar mayor, a lo largo del eje longitudinal; se exceptúa el service de los bautistas, en el
Archipiélago, donde va sobre el eje transversal, al pie del tabernáculo. En Guapi, Ligia Elena Pinilla
de Angulo y Roberto Cundumí resaltaron que la cabeza debe orientarse hacia la puerta, pero que al
sacarlo, los pies deben ir por delante, costumbre que también prima en el Archipiélago, donde a la
persona la sacan con los pies por delante, tanto de la casa como de la iglesia.
Cuando la ceremonia en la iglesia termina, se inicia otra procesión hasta el cementerio. A lo
largo de ese recorrido pueden ocurrir expresiones públicas de quejas, reclamos o, por el contrario,
alabanzas a las cualidades del difunto (véase la noción de visita del cajón, en calidad de posible
huella de africanía).
Dentro de la tradición era usual que las mujeres entraran en trance. De acuerdo con Fidel
Corpus, en el Archipiélago raizal hay dos manifestaciones extremas: hysterics o ataque y movimiento
corporal estertóreo, y heart sick, sentimiento expresado al tirarse al suelo, junto al muerto, para
mostrarles a las demás personas cuánto se quería al difunto; esto especialmente se hace cuando se
comienza a cubrir el ataúd con tierra. Según Cleotilde Henry, estas expresiones son más evidentes
entre las personas más pobres y negras, e inclusive pueden ser dramatizadas porque “unos La procesión fúnebre de
Catalina Díaz Salgado
van a llorar y otros van a ver llorar”. Hoy en día, lo ideal es que las personas ejerzan mesura y recorrió los lugares de
discreción al expresar sus sentimientos. Palenque de San Basilio
que ella solía frecuentar
En Palenque, la procesión fúnebre recorre los lugares que frecuentaba el difunto, guiada durante su juventud,
7 de abril de 2008
por alguien que porta una cruz de i,50 metros por 40
centímetros, tallada en madera. El portaestandarte no
debe mirar para atrás en ningún momento, ni entrar a
la casa del difunto o al cementerio y, al terminar, debe
regresar con la cruz a la iglesia.
En Quibdó, acostumbraban hacer cinco paradas
49 o estaciones durante la procesión al cementerio con un
adulto. Así conmemoraban los cinco misterios del rosario,
recorrían algunos pasos del difunto, y al mismo tiempo
le hacían reclamos. Ahora se los hacen “por detrás” en
la novena, como decía Madolia Dediego. Durante la
procesión, familiares, vecinos y amigos acompañaban al
difunto para despedirlo con la música y las canciones que
Velorios y santos ViVos
Pabellones
en el cementerio
de Tumaco, Nariño
y en del Villarrica,
norte del Cauca
En el
“guardarrestos”
se ponen los
despojos de los
antepasados
más antiguos
de las bóvedas
familiares
palenqueras
niños que van al cementerio se pintan cruces de barro en la frente, y en Palenque, besan piedras y
las tiran al cajón o a la bóveda.
Hay desacuerdos con respecto a cómo debe ponerse el cadáver, pero en la mayoría de las
comunidades los pies deben mirar hacia el oriente o seguir la dirección del río, y la cabeza, hacia el
occidente, de manera tal que cuando el muerto se levante y se apoye en la cruz que está sobre sus
pies, vea a Dios inmediatamente, quien se ubica al este. Ahora bien, todos están de acuerdo en que
si los muertos se entierran hacia el lado indebido, otras personas del pueblo comienzan a morir con
gran facilidad. En Uré, por tratarse de ángeles, la cabecita del niño o la niña debe quedar hacia el
sol naciente.
En el Archipiélago raizal, los padres les legan a sus hijos varones mayores el lugar de la
sepultura, y esa porción de tierra no debe venderse. Ningún raizal puede reclamar como propiedad
individual un cementerio, porque esa propiedad pertenece a toda la familia, nos decía Fidel Corpus.
En San Basilio de Palenque cada familia construye con anticipación las bóvedas para sus
parientes. Si no disponen de una, se la prestan para que luego la devuelva, ya sea porque traslada los
restos o hace una nueva. Encima de las bóvedas hay “guardarrestos”, para los despojos mortales de
quien ya debe dejar la bóveda, que será ocupada por una persona recién fallecida. El cementerio de
Uré está a las afueras, pero los uresanos aún recuerdan otros dos campos santos que estaban en el
centro del pueblo.
En Quibdó, antiguamente, los suicidas se enterraban por fuera del cementerio, y en San
Andrés, Providencia y Santa Catalina nunca los dejaban sepultar en los camposantos familiares sino
en los públicos, porque la familia sentía vergüenza. Iban con la cabeza hacia el sur y los pies hacia
el norte, debido a que no tenían derecho a nada y no merecían otro tipo de entierro, como dicen
miss Cleotilde Henry y miss Venciana Bent James, miss Meach. Hoy ya no temen que los suicidas
lleguen a causar daños a los vivos.
En el Archipiélago eran muy comunes los cementerios familiares construidos en los patios
de las casas, pero esa tradición comenzó a desaparecer por prohibición de la Coralina, la agencia
ambiental de las islas. Sin embargo, durante el seminario permanente, miss Dilia Robinson
rectificó esa versión y explicó que en el decenio de 1950 –de acuerdo con una especie de perversa
ciencia social aplicada– el gobierno de la intendencia comenzó a prohibir esos cementerios para
51 romper el vínculo entre lugar de entierro y el territorio. Agregó que incluso, una vez creados los
panteones públicos, hubo profanaciones de los cementerios familiares, porque iniciaron obras
como las del coliseo de basquetbol, la cancha de tenis, el Hotel El Isleño y sus casas vecinas, sin
haberles dado tiempo a los damnificados para hacer las respectivas exhumaciones.
En las islas es significativa la persistencia de dos cementerios construidos entre el manglar y
la playa: el de San Luis, en San Andrés y el de South West Bay, en Providencia, que entró en desuso
hace algunos años.
Velorios y santos ViVos
52
Comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras
tan sólo están en los sectores donde entierran a la gente más pobre, mientras que en la zona
de los ricos abundan lápidas de piedra y azulejo, defendidas por rejas metálicas, quizás para
que los amigos de lo ajeno no se lleven los vasos con agua que les dejan a los antepasados, sus
fotografías debidamente enmarcadas, o los ramos de flores de tela plastificada.
En Palenque no marcan la sepultura con ninguna planta, pero en el cementerio
perviven unos olivos quizás en memoria de la importancia que los kongos le atribuían a ese
árbol sagrado.
María Yobadis Londoño, en Uré, afirma que en el cementerio actual no hay
muchos árboles, pero recuerda que en el anterior se erguían con majestuosidad especies
como el caracolí, el cedro y la ceiba. Tocar o cortar esos árboles estaba prohibido, pero
ella no sabe por qué.
En el cementerio de Quibdó nos impresionaron los hombres y mujeres que
cada domingo llegaban con flores y una botella de whisky o aguardiente Platino en la
mano. Golpeaban las lápidas, derramaban un chorrito de licor sobre el piso, esperaban Las palmas de Cristo
son utilizadas
un momento y comenzaban conversaciones que no nos atrevimos a escuchar. Luego de como marcadores
compartir el licor con el muerto y de rezarle, los vivos se secaban las lágrimas y se iban con de las tumbas
en el cementerio de
las botellas vacías. Pié de Pató, en el
río Baudó, Chocó,
abril de 2008
53
El altar que los
palenqueros arman
para las ocho
primeras noches
del velorio
será la base para el
del levantamiento del
paño, la última noche
fúnebres sobresale por la solidaridad, apoyo, acompañamiento y colaboración que brinda “si uno de
sus miembros fallece o si muere algún familiar de los mismos” (Martínez, 2008:11).
La rezandera Concepción Hernandez, “Seño”, le decía al historiador palenquero Luis
Gerardo Martínez que:
Si la persona que muere pertenece a un kuagro, el acompañamiento del muerto cambia
si es una persona joven, porque cuando es mayor de noventa años ya no tiene más
compañeros. Entonces a la persona joven los del mismo kuagro son los que le juegan,
se hacen juegos de rondas todas las noches hasta que finalice el velorio; el día de la
última noche se juega y se sale a pilá el arró a las dos de la madrugada, pero los que
salen son las personas del mismo kuagro. Los kuagros le recogen plata para que se
ayuden en el velorio” (Ibid:12).
Hoy, debido a la recurrente migración de los integrantes de los kuagros, a ellos los están
reemplazando las juntas, o “agrupaciones de carácter económico, integradas por personas de
diferentes edades pero con capacidad […] para cumplir con el requisito [de] aportar […] dinero
para [un] fondo común y colaborar en las calamidades domésticas de sus miembros” (Ibid:12).
En Palenque, las personas más cercanas al difunto o dueños del muerto, solicitan a la
rezandera que arregle el altar que permanecerá hasta el final del rito fúnebre. Moraima Simarra
Hernández preparó para nosotros uno de novena y lo elaboró de la siguiente manera: apoyó
una mesa contra la pared sobre la cual guindó una sábana blanca, que tensionó en los extremos
superiores. Luego, de izquierda a derecha y contra esa sábana, puso tres imágenes: la de la Virgen
del Carmen, la del Sagrado Corazón de Jesús y la de San Martín de Loba. Detrás de la del Sagrado
Corazón, colocó un vaso de agua para que el muerto saciara su sed. Adelante, en el centro de la
mesa, puso un Cristo con un escapulario para guiar el rezo del rosario. En el borde frontal del
altar, enclavadas en botellas de gaseosa, ubicó cuatro velas, que deben permanecer prendidas todo
el tiempo. Por último, en el suelo, debajo de la mesa, situó una ponchera llena de agua y velas; de
allí las iría tomando a medida que se acabaran las que estaban en el altar, porque según nos dijo “el
remojo hace más durables a las espermas”.
En Uré, el altar de novenario consta de una mesa vestida con un mantel blanco, flores y velas,
un Cristo, el cuadro de un santo, la imagen de Jesús, si el difunto es una mujer, o de la Virgen María,
si es un hombre y el vaso de agua con el algodón para que el muerto beba. De la pared, cuelga una
sábana blanca a la que cosen una equis de tela negra que rememora los moños del Pacífico. Los
rezos y oraciones de esos nueve días sirven para lavar los pecados que los adultos cometen a lo largo
de la vida.
En Guapi, en las veredas del río Limones, en Tumaco, Robles y en el alto Mira, en Nariño,
durante las siguientes ocho noches, el lugar de encuentro con el fallecido es una tumba más
55 modesta que la del velorio, que arman con flores y parte de las telas usadas en la velación. En
Tumaco, durante el día o mientras no están rezando, cubren al Cristo con una carpeta o tela de
encaje y lo destapan para comenzar el rezo. La veladora del Cristo debe permanecer encendida
siempre, pero mientras no estén rezando, se apagan las demás para no llamar muerto.