Ciceron Curs
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Módulo I
Unidad 1
Módulo I: Cicerón
Cicerón1 nació el 106 a. C., en Arpino, y murió en Roma el año 43 a. C. Su padre era caballero, y su
madre pertenecía a una noble familia.
Le toca a Cicerón vivir una etapa muy convulsionada de la historia de Roma: la guerra civil; la lucha
entre Mario y Sila; las proscripciones y dictadura de Sila; la rebelión de Espartaco y los esclavos; la
guerra contra las piratas del Mediterráneo; la Conjuración de Catilina; una nueva guerra civil, ahora
entre César y Pompeyo.
Algunos de estos episodios le tocaron muy de cerca. En una de sus primeras actuaciones como
defensor, se enfrentó a Crisógeno, la mano derecha de Sila (Pro Sexto Roscio Amerino), al que atacó
y acusó de asesino. Su participación en la Conjuración de Catilina es de sobre conocida por su
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El cognomen ‘Cicerón’, parece provenir de cicer, garbanzo, según Plinio, porque al cultivo de esta legumbre se
dedicaría algún abuelo de la familia Tulia, pero para Plutarco, el sobrenombre le viene por un antepasado que
ostentaba orgullosamente una verruga con esta forma en su nariz.
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discurso en contra del conjurado. En la guerra civil entre César y Pompeyo, se puso de parte de
Pompeyo; César lo perdonó, pero, este partidismo fue decisivo en su vida. Se retiró a la vida
privada, y se dedicó a escribir sus obras filosóficas. Tras el asesinato de César (del que se le acusa de
formar parte), Cicerón, ferviente republicano, creyó que iba a suceder la restauración de la
República. Vuelve entonces al foro y pronuncia sus Filípicas contra M. Antonio. Esta enemistad, le
costó la vida, pues los seguidores de M. Antonio le dieron muerte y clavaron su cabeza en una pica,
y la pasearon por el foro.
Cicerón, al igual que otros personajes romanos, tiene la habilidad de ostentar al mismo tiempo el
otium y el negotium. Desarrolla una actividad intelectual incesante y una actividad política intensa.
Para un romano, esta actividad política era casi una obligación, más si, como en el caso de Cicerón,
quiere destacar, quiere conseguir la fama y la gloria (que para un provinciano en Roma no era muy
accesible), pero además quiere ser útil a la República. En De Republica, Cicerón justifica esta
participación en la vida pública: “para salvar a mis conciudadanos y para comprar, a costa de mi
propio riesgo, la tranquilidad de todos”, porque la patria nos engendra y nos educa, no para que
hagamos lo que nos plazca, sino que se
reserva para su servicio “lo más y lo mejor de
nuestra alma, de nuestras cualidades
naturales y de nuestra
inteligencia.” (De Rep. I, 4)
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Como orador no se alinea en ninguna escuela, aúna lo mejor del asianismo y del aticismo (las dos
corrientes oratorias predominantes del momento). Pasa de una expresión extremadamente
ornamental a una completa desnudez, según la circunstancia lo exija.
Obras de Cicerón:
Fue Cicerón autor copioso, tanto de obras destinadas al foro, como abogado o en su actividad
política, como de obras puramente intelectuales y filosóficas.
Sin nombrar todas, pues nos llevaría muy lejos de nuestro propósito, podemos hacer un rápido
repaso en el que se incluyan las más significativas:
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elogio entusiasta de las letras, en general, y de la poesía, en particular. Tras ser perdonado por
César, en el año 46, pide lo mismo para dos amigos en Pro Marcello y Pro Ligario. Y, ya muerto
César, entre el 44 y el 43, hace 12 discursos contra Marco Antonio: In M. Antonium orationes
Philippicae, para muchos su mejor discurso, en el que utiliza todos los recursos retóricos a su
alcance, pero suponen también su final como orator.
B. Obras retóricas, sobre cómo han de estar formados los discursos y cómo debe actuar el
orador en su práctica. A este grupo, pertenecen, entre otras, Orator, De oratore, De inventione,
De optimo genere oratorum y Brutus. Ésta última ha sido considerada la primera historia de
Literatura del mundo romano, pues hace en ella un resumen de la oratoria romana hasta llegar a
él mismo. En obras de retórica, Cicerón dibuja cómo ha de ser el perfecto orador: debe actuar no
por interés propio, sino según las normas de la justicia y de la equidad; ha de ser inteligente e
ilustrado. La oratoria debe estar acompañada del estudio de la retórica, la jurisprudencia, la
política, las artes y oficios, la fisolofía y todo aquello que ayude al orador a comprender el corazón
del hombre y los móviles de su actuación.
C. La Correspondencia: las cartas de Cicerón han llegado en cuatro compilaciones: a) cartas
dirigidas a Tito Pomponio Atico, publicadas por el propio destinatario; b) 16 libros destinados a
recopilar las cartas enviadas a sus familiares; c) tres libros con las dirigidas a su hermano Quinto;
d) dos libros de cartas a Bruto, algunas de las cuales son consideradas espúreas. Todas ellas
representan un documento inapreciable para la comprensión de la historia íntima de Roma, de sus
partidos y de sus hombres, en el período comprendido entre los años 68 y 43, especialmente las
dirigidas a Atico, para conocer el carácter, los pensamientos, los planes, las esperanzas y las penas
de Cicerón. El orador escribe con admirable franqueza, en las cartas no aparece el famoso orador
ni el político envuelto en los vaivenes del Senado sino el amigo, el marido, el padre, en fin, el
hombre.
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Obras filosóficas:
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Cicerón no fue creador de ningún sistema original de filosofía. Sus preferencias en lógica se
aproximan a la doctrina de la academia platónica, y sus ideas morales coinciden sobre todo con el
estoicismo.
Las Tusculanas:
Disputaciones Tusculanas, V, 3,7-5,11 nos informa del origen de la palabra “filosofía” y hace un
pequeño resumen histórico:
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3(7)-5 (11)
Aunque nosotros vemos que la filosofía es un hecho antiquísimo, reconocemos, no obstante, que
su nombre es reciente. Porque ¿quién puede negar que la sabiduría no solo es antigua en sí, sino
que también lo es su nombre? Ella se ganaba este bellísimo nombre entre los antiguos por su
conocimiento de las cosas divinas y humanas, especialmente por su conocimiento de los principios
y las causas de todas las cosas. Así, si nos atenemos a la tradición, están aquellos famosos siete
sabios, que por los griegos eran considerados y llamados “sophoí” y por nosotros sapientes y
muchos siglos antes Licurgo, en cuya época vivió también Homero antes de la fundación de
nuestra ciudad, y ya en los tiempos heroicos hemos oído de Ulises y Néstor que fueron sabios y
tenidos por tales. Ciertamente la tradición no habría hablado de que Atlante sostiene el cielo ni de
que Prometeo está encadenado al Cáucaso, ni de que Cefeo está situado entre las estrellas con su
esposa, su yerno y su hija, si su conocimiento divino de las cosas celestes no hubiera transferido
sus nombres al error del mito. A continuación, todos aquellos que bajo su guía se dedicaban con
pasión a la contemplación de la naturaleza eran considerados y llamados sabios y este título se
extendió hasta el tiempo de Pitágoras, del que según Heráclides Póntico, discípulo de Platón,
hombre de gran cultura, se cuenta que llegó a Fliunte, donde trató con erudición y elocuencia de
algunas cuestiones con León, príncipe de los fliasios. Admiró León de su talento y de sus palabras,
le preguntó en qué arte confiaba por encima de todo, a lo que él respondió que no conocía
ningún arte en particular, sino que él era un “filósofo”. León, asombrado por la novedad del
nombre, preguntó quiénes eran los filósofos y qué diferencia había entre ellos y los demás; a lo
que Pitágoras respondió que a él la vida de los hombres le parecía semejante a ese tipo de ferias
que se celebran con un grandísimo aparato de juegos con la participación de toda Grecia, porque,
del mismo modo que allí hay unos que tratan de alcanzar la gloria y la celebridad de la corona de
la victoria con sus cuerpos entrenados, mientras que otros llegan con la intención de obtener una
ganancia comprando y vendiendo, hay un tipo determinado de personas, y con gran diferencia el
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de mayor valía, que no buscan ni el aplauso ni el lucro, sino que llegan allí simplemente para ver y
observar con atención qué es lo que sucede y cómo sucede, de la misma manera nosotros
también, como si hubiéramos venido de una ciudad a una especie de feria atiborrada de gente,
hemos venido a esta vida desde una vida y una naturaleza diferentes, unos para ser esclavos de la
gloria, otros del dinero, pero hay unos pocos que, sin tener en consideración todo los demás, se
dedican con pasión a examinar la naturaleza de la realidad, y ellos son los que se llaman a sí
mismos amantes de la sabiduría, que es lo que significa ”filósofos” y, del mismo modo que en la
feria el comportamiento más noble es limitarse a contemplar sin buscar nada para sí, así también
en la vida la contemplación y el conocimiento de la realidad son actividades que superan con
mucho a todas las demás.
Mas Pitágoras no se limitó a ser el inventor del término. Sino que también amplió los contenidos
mismos de la filosofía. Cuando él llegó a Italia, después de esta conversación en Fliunte, bien como
particular o como hombre público, con las instituciones y las artes más sobresalientes contribuyó
al ornato de la llamada Magna Grecia. Quizá habrá otra ocasión para hablar sobre su doctrina.
Pero desde los primeros tiempos de la filosofía hasta Sócrates, que había oído a Arquelao, un
discípulo de Anaxágoras, los filósofos trataban de los números y los movimientos y se preguntaban
de dónde se originan y a donde vuelven todas las cosas e investigaban con gran empeño las
magnitudes, los intervalos y los cursos de los astros y todos los fenómenos celestes. Sócrates fue
el primero que hizo descender la filosofía del cielo, la colocó en las ciudades, la introdujo también
en las casas y la obligó a ocuparse de la vida y de las costumbres, del bien y del mal. Su variado
método de discusión, la diversidad de los temas y la grandeza de su talento, inmortalizados por el
recuerdo y los escritos de Platón, dieron origen a muchas escuelas filosóficas que disentían entre
sí, de las cuales yo me he atenido sobre todo al método, que en mi opinión era el que practicaba
Sócrates, que consiste en suspender nuestra opinión propia, en liberar a los demás del error y en
buscar en toda discusión lo que es lo más verosímil. Y puesto que ésta es la costumbre a la que se
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ha atenido Carnéades con grandísima agudeza y elocuencia, también he intentad yo, no sólo en
otras muchas ocasiones, sino también recientemente en Túsculo, adaptar nuestras discusiones a
esta costumbre. (Traducción de Alberto Medina González, Editorial Gredos, 2005)
Sin duda que a este le tendrá vuestra escuela por hombre feliz. Yo no me atrevo a decir cuál es la
que antepongo a esto; lo dirá por mí la virtud misma, no dudando en afirmar que Marco Régulo
fue mucho más afortunado cuando, por voluntad propia y no obligado de ninguna fuerza, por la
palabra que había empeñado a sus enemigos, volvió desde su patria a Cartago. De este hombre,
atormentado de vigilias y de hambre, dirá siempre la virtud que fue más feliz que Torio cuando
bebía entre rosas, Régulo había hecho grandes guerras; dos veces había sido cónsul, había
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obtenido el triunfo, y, sin embargo, no estimaba tanto sus pasadas y excelentes grandezas como
aquel su último caso a que se arrojó por su fidelidad y constancia; heroicidad que a los oyentes
nos parece lastimosa y que él llevó a cabo con plena voluntad. No consiste la felicidad en la
alegría, ni en la lascivia, ni en la risa o en la burla, compañera de la ligereza, sino que reside
muchas veces en la triste firmeza y constancia. (Traducción de Menéndez Pelayo, Biblioteca
Clásica, tomo LXIX, pp. 219-220).
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la piedad, la santidad y la religión? Porque todos estos son tributos que hemos de rendir, con
pureza y santidad, a los poderes divinos solamente en la hipótesis de que ellos llegan a conocerlos
o advertirlos y de que los dioses inmortales han prestado algún servicio a la humanidad. Mientras
que si, por el contrario, los dioses no tienen poder ni voluntad de ayudarnos, si no nos prestan
ninguna atención y no tienen noticia alguna de nuestras acciones, si no pueden ejercer
absolutamente ninguna influencia sobre la vida de los hombres, ¿qué motivo tenemos para dirigir
ningún culto, honor o plegaria a los dioses inmortales? La piedad, no obstante, igual que el resto
de las virtudes, no puede existir en una simple apariencia ficticia y simulada; y, junto con la piedad,
tienen que desaparecer de igual manera la veneración y la religión. Y, una vez eliminadas estas
cosas, la vida es toda ella en seguida perturbación y confusión.
4. Y no sé si, una vez eliminada la piedad para con los dioses, no va a desaparecer también la
fidelidad y la unión social de los hombres, y aun la misma justicia, la más excelente de todas las
virtudes. Hay, sin embargo, otros filósofos, y precisamente los
más eminentes y notables, que creen que todo el mundo está regido y gobernado por la
inteligencia y la razón divinas, y no solamente esto sino también que la providencia de los dioses
vela sobre la vida de los hombres; pues consideran que los granos y los demás frutos que produce
la tierra, y también el clima y las estaciones y los cambios de la atmósfera, gracias a los cuales todo
lo que la tierra produce madura y llega a ser fecundo, son un don de los dioses inmortales a la
especie humana; y añaden a esto otras muchas cosas —que serán recogidas en estos libros— de
tal naturaleza que parecen casi haber sido expresamente fabricadas por los dioses inmortales para
el uso de los hombres. El modo de pensar de estos filósofos fue ampliamente atacado por
Carnéades, de tal forma que suscitó en las personas de espíritu activo o no perezoso el afán de
descubrir la verdad.
III.28.71. ¿Qué acción libidinosa, qué avaricia o qué crimen no es emprendido deliberadamente o
que no sea llevada a cabo sin aplicación activa del pensamiento, es decir, sin ayuda de la razón?
Pues toda opinión o creencia es una actividad de la razón, y de una razón buena si la opinión es
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verdadera, pero de una razón mala si la opinión es falsa. Pero la divinidad nos concede solamente,
si nos concede, la razón sin más, mientras que somos nosotros los que la hacemos buena o no
buena. El don que los dioses han hecho al hombre de la razón no es en sí mismo un acto de
benevolencia o un beneficio, como la legación de una finca; pues ¿qué otro don hubieran podido
conceder los dioses a los hombres mejor que éste si su intención hubiera sido hacerles daño? ¿Y
de qué semillas hubieran podido nacer la injusticia, la intemperancia y la cobardía, si estos vicios
no tuvieran su base en la razón?
http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000167926&page=1
Foro:
Compartamos en este espacio las impresiones que nos dejan las lecturas de los textos y los
temas tratados por Cicerón.
Actividades:
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Bibliografía:
Vid. Bibliografía general
Específica sobre Cicerón:
- Contreras Aguirre, S. Retórica y Filosofía moral, Rev. A Parte Rei (cfrado.
http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei/)
- Fontán, A., Marco Tulio Cicerón semblanza política, filosófica y literaria, ed. Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 2016
-Biografía de Cicerón en Acto académico in memoriam del prof. dr. Antonio Fontán,
Universidad de Navarra, 2011.
- Pineda Pérez, C., Cicero Philosophus, Rev. Légein, n. 19, 2014.
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