Gladius Hispanensis
Gladius Hispanensis
Gladius Hispanensis
Se cuenta, por ejemplo, y más adelante volveremos a ello, que mientras los galos
en combate veían como sus espadas se doblaban y mellaban tras los primeros
golpes, las espadas íberas, tanto la Falcata como el Gladius eran
extremadamente sólidas. Eso deja presuponer una tecnología metalúrgica
sofisticada. Se dice que los íberos, para demostrar la elasticidad y resistencia de
sus espadas, se colocaban el centro de la hoja sobre la cabeza y conseguían
doblarla hasta que la empuñadura y la punta les tocaban los hombros. Si no
hubiera sido mediante una tecnología ampliamente sofisticada y mediante
conocimientos militares avanzados, como mínimo tanto como los que podían
disponer en aquel momento otros pueblos del Mediterráneo, hubiera sido
imposible que Tartessos hubiera destacado y dominado durante siglos en una
zona estratégica y comercial de primer orden como era Gibraltar y el suroseste
de la Península. El hecho de que fenicios, griegos e incluso egipcios, se
interesaran por el comercio con los pueblos del litoral peninsular, deja pensar
que existían ya gentes con capacidad adquisitiva y un nivel de civilización
suficiente como para realizar notables intercambios culturales.
El estudio de los dos tipos de espadas oriundas de Hispaniae nos va a permitir,
no solamente conocer un poco mejor nuestro pasado ancestral, sino también y
sobre todo, completar la imagen que tenemos de nuestros antepasados. En los
combates de la antigüedad, la espada era el arma esencial en los combates. Las
legiones romanas lanzaban las dos jabalinas que portaba cada soldado y a
continuación atacaban con la espada. Por su parte, las falanges cartaginesas
tenían tácticas similares. La espada era, en última instancia, el arma que
contribuía a resolver los combates. Es altamente significativo que en el curso de
la Segunda Guerra Púnica, las espadas que utilizaron uno y otro bando tuvieran
un origen español. Casi veintitrés siglos después, los combates los resuelve
fundamentalmente la superioridad aérea, tanto estratégica como táctica,
podemos imaginar lo que supondría que los países de la Península Ibérica el
ser, durante el período de la Guerra Fría, el suministrador de cazas y
bombarderos tácticos a ambos bandos.
Los guerreros íberos al fallecer solían ser enterrados con sus armas para que
pudieran seguir combatiendo en el más allá. El nombre de “Falcata” quería decir,
precisamente, “compañera” o “bienamada” y era la pertenencia más preciada del
guerrero íbero. “Arma sanguine ipsorum cariora” (“las armas eran más queridas
que su propia vida”) había escrito Pompeyo Trogo sobre los pueblos de la
Península Ibérica. Quesada recuerda que en varias ocasiones diversos distintos
ejércitos celtibéricos se negaron a rendirse al exigirles los romanos abandonar
sus armas, prefirieron ser aniquilados. Así ocurrió con los íberos al servicio de
Cartago, sitiados por Marcio y con Viriato que estuvo a punto de entregarse a
Popilio hasta que éste le solicitó las armas; en ese momento reemprendió el
combate. El arma era lo que caracterizaba al hombre libre. El celtíbero “prefería
morir luchando con gloria a que sus cuerpos desnudados de sus armas fueran
entregados a la más abyecta servidumbre”, cita Diodoro Sículo. Por eso, íberos
y celtíberos atribuían tanto valor a sus armas y por eso se habían preocupado
por hacer de ellas, las mejores armas de la antigüedad.
La Falcata Ibérica
Los arqueólogos e investigadores han convenido que la Falcata era el arma por
excelencia de la Península en la Segunda Edad del Hierro. Existen espadas con
relativa similitud a la Falcata, pero ninguna igual, por lo que puede deducirse que
esta espada fue ideada en nuestro territorio. Su forma es muy particular,
fácilmente identificable y perfectamente estudiada para obtener el máximo
resultado de cada golpe. Su hoja y su empuñadura son únicas. La hoja ancha y
curvada, la empuñadura con la cabeza de animal. Abunda en la Península,
especialmente en el Sur-Este, mientras que en el centro y Norte se encuentran
habitualmente espadas de hoja recta. No existe ninguna duda de que las
espadas curvas eran íberas, mientras que las rectas eran utilizadas por
guerreros celtíberos.
Al igual que el Gladius Hispanensis, la Falcata está forjada por tres láminas de
metal soldadas entre sí. La central es más ancha y su prolongación forma la
empuñadura, mientras que las extremas más delgadas. Se han encontrado
medio millar de Falcatas en la Península Ibérica y varias decenas en Italia,
llevadas por los mercenarios íberos que lucharon con Aníbal. La media de
longitud es de 60,2 centímetros. Es pues un arma de infantería; su longitud sería
demasiado menguada para poder ser utilizada por la caballería en un momento
en el que el estribo todavía no se conocía y cualquier golpe demasiado enérgico
que no alcanzara su objetivo podía desequilibrar al jinete. La mayoría de armas
encontradas son del siglo IV a.JC., aunque se cree que las primeras armas de
este tipo debieron forjarse en los siglos VI-V a.JC y hasta el siglo I a.JC apenas
evolucionaron. La mayor concentración de Falcatas se encuentra en la provincia
de Alicante y, luego, en la vecina Murcia.
Pero ¿por qué una forma curva de la hoja? El filo principal tiene una forma de
“S” invertida con la parte cóncava más próxima a la empuñadura y la convexa
hacia el filo. Esto hace que el centro de percusión se encuentre hacia la punta,
mientras que el centro de gravedad está hacia la empuñadura, con el resultado
de cargar peso sobre la parte del extremo y hacer que los golpes alcancen, por
eso mismo, su máxima potencia sin desequilibrarse. El dorso de la hoja, no está
afilado y es la parte más gruesa de la hoja. Esta forma de la hoja facilita golpear
tanto con el filo como con la punta, siendo una de las pocas espadas que lo
permiten.
No se sabe mucho de cómo era llevada esta arma antes de los combates. Las
vainas que se han encontrado están excesivamente deterioradas como para que
nos den una respuesta exacta. Tampoco se sabe si se llevaba en el costado
derecho o en el izquierdo, colgada del cinto o con un tahalí. Parece que la mayor
parte de las fundas debían ser de cuero con cuatro refuerzos metálicos. En los
dos superiores se encuentran las anillas de suspensión y, en algunas, se han
encontrado pequeños puñales que se sostendrían con la presión ejercida por el
metal sobre el cuero. El extremo estaría rematado por una bola.
Parece poco probable que a partir de las invasiones de aqueos y dorios, espadas
con esta forma subsistieran en Grecia. La forma de combate que emanó desde
las población de estos troncos indoeuropeos más puros, era en forma de
“falange” en formación cerrada y utilizando la lanza como arma ofensiva. En esta
formación solamente se recurría a la espada cuando el arma principal, la lanza,
quedaba inutilizada. Los griegos y los romanos adoptaron la misma forma de
combate y tipos similares de armas: la espada corta para el cuerpo a cuerpo,
que mataba con la punta. La “machaira” no servía para esta forma de combate:
era excesivamente larga y debía manejarse de arriba a bajo, dejaba durante el
momento de asestar el golpe, desprotegida la exila y, además, existía la
posibilidad de herir al compañero que combatía detrás. La “machaira” y el “kopis”
griegos, eran espadas demasiado largas, adaptadas quizás para el combate
sobre caballos, pero no para la formación hoplítica.
La Falcata podía utilizarse tanto de punta como por el filo, al igual que el Gladius
Hispaniensis, pero así como la primera se utilizaba “preferentemente” con el filo
y solo aleatoriamente de punta, en el Gladius sucedía justamente lo contrario.
Ambas espadas eran polivalentes, pero cada una priorizaba determinado tipo de
golpe, evidenciando, por otra parte, las características psicológicas de los
guerreros que las empuñaban. La táctica del combate determina que la Falcata
se utilizada de manera diferente ante cada situación. Mientras que la formación
de combate era cerrada, las espadas sobresalían entre los escudos y tendían a
herir con la punta al adversario, pero cuando, ya fuera por dispersión y
persecución del adversario o bien por derrumbe de las propias líneas, unos
guerreros combatían a distancia de otros, el golpe con el filo debía ser utilizado
preferentemente.
El Gladius Hispanensis
Cuando aparecen los romanos, las tribus íberas ya estaban mezcladas con las
celtas y en amplias zonas de la meseta se había llegado a la fusión. Estas
mezclas étnicas, sin duda, generaron las luchas tribales que percibieron los
latinos al llegar a nuestra tierra. Pero a pesar de los mestizajes, a los romanos
les llamó la atención el que los habitantes de la Península practicaran una
especie de culto a las armas, al heroísmo, al honor y a la dignidad, a la guerra y
a la muerte en combate.
El Gladius se diferencia de la Falcata en que tiene una hoja bien recta y una
punta pronunciada. Mientras que la Falcata solamente tiene corte por el filo
principal, el gladio lo tiene por ambos lados y penetración por punción.Polibio
añade que la mayor parte de los legionarios iban equipados con el Gladius
Hispaniensis que junto con el pilum era su arma reglamentaria. La infantería
pesada se protegía con un escudo rectangular alargado y utilizaba el gladio como
arma ofensiva.
Los primeros datos sobre esta espada llegan hasta nosotros a través del
historiador griego Polibio que acompañó a Escipión en la mayoría de sus
campañas y, naturalmente, en la hispana. Polibio nos habla de una espada
“llamada iberiké” de cuyas características cita la “punta potente y que hiere con
eficacia por ambos filos”. No cabe duda que está hablando al Gladius
Hispaniensis. Algo más adelante la compara con la espada gala de la que dice
que “hiere solo de filo”. Polibio, añade: "Se ha notado ya que, por su
construcción, las espadas galas (machaira) sólo tienen eficaz el primer golpe,
después del cual se mellan rápidamente, y se tuercen de largo y de ancho de tal
modo que si no se da tiempo a los que las usan de apoyarlas en el suelo y así
enderezarlas con el pie, la segunda estocada resulta prácticamente inofensiva.
[...] Los romanos entonces acudieron al combate cuerpo a cuerpo y los galos
perdieron en eficacia, al no poder combatir levantando los brazos, que es la
costumbre gala, puesto que sus espadas (xiphos) no tienen punta. Los romanos,
en cambio, que utilizan sus espadas (machaira) no de filo, sino de punta, porque
no se tuercen, y su golpe resulta muy eficaz, herían, golpe tras golpe, pechos y
frentes, y mataron así a la mayoría de enemigos" (Polibio, 2, 33). César, décadas
después, mantendrá el secreto de la forja de las espadas romanas para evitar
que los galos pudieran copiarlo. Al parecer, entre el relato de César “La Guerra
de las Galias” y el tiempo en que Polibio acompañaba a Escipión en sus
campañas, los galos no habían sido capaces de mejorar su tecnología de la forja.
Tito Livio realiza alguna referencia a la “espada hispana”: "Los galos y los
hispanos tenían escudos casi iguales; sus espadas eran distintos en uso y
apariencia, las de los galos muy largas y sin punta". (Liv. 22,46,5). Y, aún existe
otra referencia en la que alude al efecto que esta espada causaba entre los
macedonios hacia el año 200 a. JC: "acostumbrados a luchar con griegos e ilirios,
los macedonios no habían visto hasta entonces más que heridas de pica y de
flechas y raras veces de lanza; pero cuando vieron los cuerpos despedazados
por el Gladius Hispaniensis, brazos cortados del hombro, cabezas separadas del
cuerpo, truncada enteramente la cerviz, entrañas al descubierto y toda clase de
horribles heridas, aterrados se preguntaban contra qué armas y contra qué
hombres tendrían que luchar". (Liv.31,34).
Era un arma diseñada para perforar con su hoja de 60 centímetros de largo. Los
maestros de armamento romanos habían comprobado que un corte con el filo de
la espada no era necesariamente mortal, salvo que alcanzase algún punto vital
del cuerpo y, ni siquiera era seguro que dejara fuera de combate, en cambio,
bastaba con una penetración de cuatro o cinco centímetros con la punta para
que la herida fuera, especialmente en el abdomen, casi siempre, mortal y, como
mínimo dejara fuera de combate al adversario.
Anexo:
Sobre el valor de la espada según el “Boewulf”
“Toma estos tesoros, tierra,
ahora que nadie viviente puede disfrutarlos,
fueron tuyos, en el principio;
permite que regresen.
La guerra y el terror han aniquilado a mi gente,
cegado sus ojos al placer y a la vida cerrada
la puerta a toda alegría.
Nadie queda para empuñar esas espadas y pulir esas copas enjoyadas;
nadie guía, nadie sigue.
Esos cascos forjados, adornados con oro, se enmohecerán y quebrarán;
las manos que deberían limpiarlos y pulirlos están detenidas para siempre.
Y esas cotas de malla, probabas en combate,
en un tiempo en que las espadas golpeaban
y sus hojas mordían los escudos y a los hombres,
se oxidarán como los guerreros que las poseyeron.