José Luis Gago de Val
José Luis Gago de Val
José Luis Gago de Val
Nos sirve para aclararnos aquella metáfora del Éxodo: “sólo verás mi
espalda”. Moisés le pidió a Yahvéh: Déjame ver tu rostro. Y obtuvo
esta respuesta: Mi rostro no podrás verlo, pues no puede verme el
hombre y seguir viviendo… Tú te colocarás sobre la peña… Al pasar
mi gloria te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego
apartaré mi mano, “para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se
puede ver” (Ex 33, 18-23). Es todo una metáfora de lo que queremos
decir cuando decimos que Dios quiere que miremos con sus ojos.
Una predicación así requiere una atención especial a los signos de los
tiempos. La personalización del mensaje no se logra mejor cuando
nos encerramos en nuestras experiencias subjetivas; se logra mejor
cuando nos enfrentamos con la realidad, cuando la experimentamos y
nos dejamos interrogar por ella. Requiere una espiritualidad o una
mística de ojos abiertos, una experiencia teologal capaz de mirar al
mundo de frente. Garantizado este sentido de la realidad, el
predicador debe ahondar en la experiencia humana, en el alma
humana, en la experiencia propia y ajena. “!Qué será de los pobres
pecadores!”, exclamaba Domingo de Guzmán.“ Qué será de esta
pobre humanidad!”, deberá exclamar el predicador de hoy. La
predicación del testigo implicado o la personalización del mensaje
sólo puede nacer desde el corazón de la compasión.