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Por Que Deje El Catolicismo

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Cíbrarp ofühe CHeolocjícai ¿Seminar?

PRINCETON • NEW JERSEY

.y.\ ɣgL

PRESENTED BY
G-. W, Elderkln
¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?
¿POR QUÉ DEJÉ EL
CATOLICISMO?

POR
LUIS PADROSA

Ex sacerdote católico
Ex religioso de la Compañía de Jesús

Director-fundador
del Instituto Loyola de orientación psicológica

Vicepresidente del Comité Internacional


de psicólogos y psiquiatras católicos.

EDITORIAL "LA AURORA" CASA UNIDA DE PUBLICACIONES


— BUENOS AIRES
CORRIENTES 728 APARTADO 97 BIS — MEXICO, D. F.
Hecho el depósito que
marca la Ley N° u.723

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina
PROLOGO
ii
Y crecía palabra del Señor y el número de los
la
discípulos se multiplicaba mucho en Jerusalem; tam-
bién una gran multitud de los sacerdotes obedecía
a la je." Esto leemos en los Hechos de los Apóstoles,
a continuación y como corolario de los primeros rela-
tos de persecución del naciente Cristianismo.
La historia se repite.
En la misma proporción en que es combatida una
creencia religiosa se atrae el interés público y aun
de los mismos enemigos hacia ella. La oposición y
difamación de una idea invita a estudiarla, a exami-
narla, a cerciorarse de sus argumentos y de las afir-
maciones oponentes y cuando éstas carecen de razón,
como ocurrió con la contradicción pagana del Cris-
tianismo en los primeros siglos de nuestra Era, los
resultados suelen ser del todo contraproducentes para
los opositores.
Tal es el caso de España.
Bastó que el actual Gobierno Español proclamara
una tolerancia mucho más restringida que la que ha-
bían gozado desde hace casi un siglo los cristianos
evangélicos de este país, para que el clero pusiera el
grito en el cielo. Cartas pastorales y furibundos ar-
G ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

tículos inundaron la prensa, obligando al Gobierno a


limitar muchísimo más la menguada tolerancia con-
cedida por la Ley.
¿Y cuál ha sido el resultado? Desde los días de la
conversión del Rdo. Cipriano Tornos, ex confesor de
la reina Isabel II, hace tres cuartos de siglo, el Cris-
tianismo Evangélico no había obtenido tan señalados
y repetidos triunfos como los conseguidos en los úl-
timos dos años.
A causa de esta injusta y exagerada campaña anti-
protestante, no solamente son atraídos muchos ateos
e indiferentes a los cultos evangélicos, sobre todo en
las grandes ciudades, donde hay menos temor de re-
presalias clericales, sino que la luz del Evangelio pe-
netra en lugares al parecer inaccesibles, ganando las
conciencias de elementos distinguidos del clero ca-
tólico.

Nada menos que el Secretario General de las Con-


gregaciones Marianas de España y después de todo
el mundo, el Rdo. Carrillo de Albornoz, S. J., va de
España a Roma y desaparece misteriosamente del es-
cenario católico para reaparecer en Ginebra, donde
hace público repudio de su fe Católica Romana en
una Iglesia Evangélica de la ciudad de Calvino. La
cosmopolita urbe que ostenta en uno de sus parques
el gran monumento a la Reforma con su lema "Post
Tenebras Lux" acoge al ilustre eclesiástico español,
quien manifiesta haber pasado de las tinieblas de un
Cristianismo mediatizado, ensombrecido y anquilosa-
do por enseñanzas y dogmas humanos desconocidos
PRÓLOGO 7

para el Cristianismo Apostólico, a la luz radiante del


glorioso Evangelio de Cristo.
Le siguen en el mismo año 1950 varios sacerdotes
de diversas diócesis de España (Gerona, Mallorca,
etcétera).
Y
ahora el reputado fundador del Instituto hoyóla,
el conocidísimo psiquiatra, conferenciante y orador
sagrado, Rdo. Luis Padrosa Roca, deja estupefactos a
propios y extraños con su conversión al Cristianismo
Evangélico.
Solamente el que conoce la idiosincrasia del pueblo
español y ha vivido por años en ese país donde cató-
lico significa todo y el Protestantismo es objeto de
todos los odios y vejámenes, puede tener idea del sa-
crificio enorme que significa para personas de la
talla y posición del Rdo. Luis Padrosa o del Rdo.
Carrillo de Albornoz una decisión de tal naturaleza.
Cuando el Cristianismo Evangélico apenas logra al-
gunos millares de adeptos entre las clases obreras de
España, mientras que es generalmente despreciado
por la aristocracia, ¿cómo puede llegar a ganar la
mente y el corazón de estas figuras prominentes del
mismo clero católico romano?
La explicación es lógica y comprensiva.
Para el fiel católico es casi imposible un cambio
de religión, porque el temor de caer en pecado le
impide realizar ninguna investigación en asuntos de
fe; el católico debe confiar implícitamente en su Igle-
sia, bajo pecado mortal; por esto su mirada se dirige
tímidamente en busca del "Nihil Obstat" cuando al-
8 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

gún libro de religión viene a caer en sus manos. De


este modo evita las dudas, pero se encierra dentro
de un círculo pernicioso, con grandes desventajas pa-
ra sí mismo cuando tiene que discutir con otros sobre
temas religiosos, y se inhabilita totalmente para ver
la luz de la verdad acerca de la fe cristiana.
Esta limitación no existe, empero, en la misma me-
dida para los elementos del clero. Ellos están puestos
para defender la religión y es natural que procuren
saber algo acerca de aquello que tienen el deber de
combatir. Aun existe cierto temor en muchos sacerdo-
tes, los cuáles no se atreven a leer un libro herético,
ni sostendrían una controversia con un protestante
sin permiso del obispo, autorización que raramente
se consigue; pero ese temor supersticioso no podía
existir en personas de la talla intelectual del Secreta-
rio General de las Congregaciones Marianas o del
Rdo. Luis Padrosa. Nadie temería, ni aun ellos mis-
mos lo creyeron al principio, que personas tan bien
asesoradas en Teología y Apologética Católica hubie-
ran de apostatar de su fe por el hecho de permitirse
investigar un poco las doctrinas y razón de ser del
Cristianismo Evangélico. "Pero la Verdad es conoci-
da de todos sus hijos" y Nuestro Salvador afirmaba:
"Todo aquel que es de la Verdad oye mi voz." El
hombre sincero y de conciencia delicada que se pone
a estudiar el Evangelio queda ganado por la sublimi-
dad y sencillez de su doctrina.
—He encontrado que no hay base en el Evangelio
para los dogmas de la Iglesia Católica Romana —ta-
les fueron las primeras palabras con que el Rdo, Luis
PRÓLOGO 9

Padrosa, vistiendo aún hábitos talares, dejó asombra-


do al primer pastor evangélico con quien se puso en
contacto en España.
Ese ministro del Evangelio se había preparado con-
cienzudamente para una aguda polémica desde que
la extraordinaria visita le fué anunciada, pues el Pa-
dre Padrosa no era, en modo alguno, un polemista
débil. Difícilmente podía vencérsele en dialéctica, ni
en conocimientos de historia, ni en teología patrística;
seguramente estaría también versado en Sagrada Es-
critura, aunque no sea éste el punto fuerte de los
católicos. Pero toda preparación resultó inútil. El
Reverendo Padrosa no iba a convertir ni a ser con-
vertido. Iba persuadido por el mismo Espíritu de
Dios y la fuerza de la Verdad, ansioso de expresar lo
que por sí mismo había descubierto en las páginas de
las Sagradas Escrituras, guiado en su investigación
por algunas buenas obras de teología protestante que
no había reparado en leer, creyéndolas de fácil re-
futación.
El Rdo. Padrosa se reveló como una persona de
conciencia extraordinariamente delicada. Un hombre
"en el cual no hay engaño", como decía Cristo de
Natanael. Un sincero y verdadero cristiano católico,
que amaba a Dios con toda su alma, sus fuerzas y su
mente, y no podía soportar la idea de que estuviese
contradiciendo y contrariando con su enseñanza y sus
prédicas de sacerdote católico la doctrina del Evange-
liode Nuestro Señor Jesucristo.
Y estaba decidido a dar el paso doloroso y peligroso,
sobre todo en España, de renunciar a sus cargos, su
10 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

posición y su fama que había ganado como conferen-


ciante y director de los Institutos hoyóla de Barcelona
y Tarrasa, para poder ser fiel a la luz que había
recibido.
Desde el primer momento expresó el deseo de hacer
partícipes de su glorioso hallazgo a otras almas turba-
das por la duda y el temor.

¿No tienen entre su feligresía almas atormenta-
das por la duda? —
decía el Padre Luis Padrosa en
esta primera entrevista.
— Los
cristianos evangélicos sabemos en quien he-
mos creído y estamos cierto ... —
como decía el gran
Apóstol de los Gentiles, fué la respuesta del ministro
del Evangelio.

¡Ah, sí, lo presentía! Esta es la diferencia entre
apoyarse en enseñanzas de hombres, o en la palabra
infalible de Dios.

Es verdad.

Y lo cierto es que no hay gozo ni paz en el alma
hasta que una persona ha recibido a Cristo como su
único y suficiente Salvador y se halla dispuesta a
cumplir su sacratísima voluntad cueste lo que cueste.
El Rdo Padrosa pasó a explicar cómo esta paz y
gozo inundó su corazón, desde el día que se decidió
a seguir las enseñanzas del Evangelio.
Hoy se encuentra en América ganando su pan hon-
radamente en trabajos de profesorado y anuncia vo-
luntariamente el Evangelio en muchas Iglesias que le
invitan.
Pero su corazón está en España, donde tiene todos
sus amores.
PRÓLOGO 11

En sus compañeros de Orden, por los cuales no


cesa de orar.
En sus numerosos discípulos y clientes del Instituto
Loyola que más de una vez le han abierto su corazón
sin que él pudiera abrirles totalmente el suyo.
En sus parientes según la carne, a quienes quisiera
ver salvos y seguros por la verdadera fe en Cristo,
como otrora deseara para los suyos el Apóstol Pablo.
En sus vilipendiados hermanos evangélicos, a quie-
nes apenas tuvo tiempo de conocer, dada la premura
y sigilo con que tuvieron que realizarse los preparati-
vos de su viaje.
Estamos seguros que los talentos del Rdo. Luis
Padrosa. puestos al servicio del Evangelio mediante
su palabra y su pluma, reportarán bendición a las
iglesias evangélicas de Hispano-América, sobre todo
en la República Argentina.
Pensamos que cierto número de sus libros pueden
llegar a manos de antiguos conocidos del Director de
los Institutos Loyola en España,
y fervorosamente
pedimos a Dios tenga a bien usar estas páginas para
iluminar sus almas.
Es posible que algún ejemplar llegue también a
católicos fanáticos e intolerantes de la madre Patria.
A los tales nos permitimos decirles como Nuestro Se-
ñor al cegado Saulo de Tarso: "Dura cosa te es dar co-
ces contra el aguijón." Todos los enemigos de la verdad
evangélica han hecho esta dolorosa experiencia a tra-
vés de veinte siglos y no vuede ser menos en el
nuestro y en un país como España donde quedan tan-
tas almas sinceramente religiosas y temerosas de Dios.
12 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

— Yo nunca habría pensado en estudiar atentamen-


te elProtestantismo a la luz de la Biblia, y mucho
menos en hacerme protestante — nos ha dicho el
Rdo. Luis Padrosa — no hubiese sido obligado a
si
combatir el Cristianismo Evangélico. Pero cuando el
Cardenal Segura desde Sevilla y el Arzobispo Monse-
ñor Vizcarra de Zaragoza tocaron a rebato con sus
cartas pastorales contra el Protestantismo, poniendo
en movimiento todas las fuerzas clericales y aun po-
líticas de España contra la herejía, sentí que no po-
díamos, allá en Tarrasa, donde el Protestantismo es-
taba arraigado y haciendo progresos, eludir la llamada
de la Iglesia. Teníamos que hacer algo especial y
notable para diezmar las filas enemigas- Debíamos
convencer a los protestantes de su error. Para ello
era necesario, ante todo, estudiar el Protestantismo
y enseñar a los Católicos a combatirlo con el arma
predilecta de los mismos Protestantes, las Sagradas
Escrituras. Mas las Sagradas Escrituras me vencieron.
Heaquí el resultado, católicos de España, he aquí
la desastrosa consecuencia para la Iglesia que preten-
dáis servir, de no atender el consejo de Aquel a quien
todos llamamos Maestro y Señor, quien dijo a sus
discípulos, acerca de uno que invocaba su santo nom-
bre sin hallarse adherido al Colegio Apostólico: "No
se lo prohibáis, pues ninguno que haga un milagro en
mi nombre hablará luego mal de Mí. El que no está
contra nosotros, está con nosotros'" i 1 )

(!) Sagrada Biblia, Nacar-Colunga. Ev. de San Marcos


9: 39.
PRÓLOGO 13

¡Cuánto mejor aún, amados creyentes católicos, que


en lugar de combatir la fe evangélica por los métodos
innobles de la intolerancia extendierais vuestros es-
fuerzos a persuadir a tantos incrédulos y escépticos
como quedan en la caballerosa España acerca de los
principios básicos de la fe cristiana!
Y al considerar la humilde y heroica labor de vues-
tros conciudadanos evangélicos o protestantes, decid
como el sabio Gamaliel en los tiempos apostólicos:
"Ahora os digo, dejad a estos hombres; dejadlos, por-
que si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá,
pero si viene de Dios no podréis disolverlo y quizá
algún día os halléis con que habéis hecho la guerra
a Dios" ( 2 )

LOS EDITORES

2 Hechos de los Apóstoles 5; 38-39.


( )
INTRODUCCION
"¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?" Esta pre-
gunta muchísimos la formularán. Unos con amor
otros con desprecio; otros con la duda.
Con amor los menos. ¿Por qué los hombres serán
así?
San Ignacio, el fundador de la Compañía de Jesús,
comienza su célebre libro de los Ejercicios Espiritua-
les con un presupuesto que él considera esencial:
"Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar
la proposición del prójimo que a condenarla y si no;

la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y si mal


la entiende, corrí jala con amor; y si no basta, busque
todos los medios convenientes para que bien enten-
diéndola, se salve."
Esto quisiera que consideraran los que juzgarán mi
decisión. Y que no olviden las palabras de Jesús:
"No juzguéis y no seréis juzgados."
Mis públicas actuaciones como predicador de gran-
des multitudes han hecho que mis amigos y conocidos
se cuenten por millares. He dado público testimonio
de una doctrina y he convencido a muchos que vi-
vían alejados de ella.
¿He sido un hipócrita que predica lo que no cree?
INTRODUCCIÓN 15

¿He desviado a muchos del camino de la Verdad?


Prefiero que lo juzgue el Señor. Pero el hecho me
obliga a dar alguna satisfacción a mis familiares, ami-
gos y conocidos, y a no marcharme como quien huye
avergonzado de un delito cometido.
No. Puedo presentarme ante todos con la cabeza
bien levantada, y lo haría públicamente si las leyes
y las circunstancias de mi Patria lo permitieran.
No pudiendo ser así, lo hago por escrito, con este
folleto, que desearía leyeran todos los que me co-
nocen, serenamente, sopesando las razones que en
él escribo.
No un escrito literario. No miren pues el
es éste
estilo. Es como una carta que envío a todos los
que amo, y deseo que brille en su alma la luz que
brilló en la mía.
No es un libro de teología ni un manual de apolo-
gética.
Los protestantes encontrarán que tiene todavía sa-
bor de catolicismo.
Es natural. En él expongo las razones principales
que me movieron a dar el paso que di. Cada capítulo
será más adelante explanado en obras más profun-
das y más extensas. Aquí una simple enumeración.
La respuesta que darán los más a la pregunta "¿Por
qué dejé el Catolicismo?" la conozco bien. En otros
casos parecidos han dicho lo mismo que dirán ahora:
Unos que me he vuelto loco. Otros que me enamoré
de alguna mujer. El católico convencido no puede
creer haya otras razones por las que uno abandone
la religión católica: locura o pasión.
1 o ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Pero yerran los que así juzgan, como yerra casi


siempre el que juzga de prisa sin profundizar el caso.
Los motivos que me decidieron no son uno, sino
muchos.
Después de 43 años de vida sinceramente católica,
15 de profunda formación eclesiástica, 10 de sacerdo-
te predicador de grandes multitudes y de públicos es-
pecializados y 23 de vida religiosa en la Compañía de
Jesús, llego al convencimiento de que la Iglesia Cató-
lica Romana no es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Y no lo es, porque está llena de sofismas. Y no pue-
de ser la Iglesia de Jesucristo la que no esté apoyada
única y exclusivamente en la Verdad.
La Iglesia Católica está alejada de la verdad cris-
tiana y lo que es peor, no tiene posibilidad de volver
;

a la pureza de la fe de Jesucristo.
Un corazón sincero y que de veras quiere conse-
guir su salvación, ante el convencimiento de esta ver-
dad, debe dar un nuevo rumbo a su vida.
Así lo hice, y al hacerlo entró en mi corazón una
paz desconocida.
Trece años de estudio intenso de la apologética me
han llevado a un convencimiento inquebrantable. Co-
nozco los argumentos de ambas partes. Los he ana-
lizado, y al hacerlo, unos se me han desmenuzado en
mis manos como arena movediza, y los otros se han
robustecido como roca firme, capaz de sostener el
formidable edificio de la fe.
Aquellos que mejoraron su vida oyendo mi pre-
dicación, que no vuelvan atrás. Fué cierto lo que les
INTRODUCCIÓN 17

dije. Recuerden que nunca les prediqué sobre la di-


vinidad de la Iglesia Católica, ni sobre la infalibili-
dad del Pontífice Romano.
Acepten lo que les dije y den un paso más. Bus-
quen, que el Señor está cerca. Al católico le es esen-
cialmente encontrar la Verdad religiosa, por
difícil
los límites de censura eclesiástica. Si no puede
la
leer y no puede comparar, le será difícil encontrar
el Camino. Si hasta la Palabra de Dios, la Biblia,
debe leerla con una interpretación impuesta por los
hombres, difícil le será saber lo que dijo el Salvador:
"Buscad y encontraréis."
"Pedid y se os dará."
"Llamad y se os abrirá."
Nadie crea que abandono la Compañía de Jesús
por disgustos personales con mis superiores. Desgra-
ciadamente no siempre los superiores de las órde-
nes religiosas tienen entrañas de caridad y espíritu
paternal. Pero quiero dejar claro aquí en este mi
primer escrito después de mi conversión al Evange-
lio, mi más sincera gratitud y admiración al P. Pro-

vincial y al P. Superior de la Residencia.


Los he visto proceder siempre con espíritu sincera-
mente sobrenatural.
Siento en el alma tener que abandonar el Institu-
to Loyola que con tanta ilusión y tan sangrientos sa-
crificios fundé y sostuve durante cinco años. Pero
como que la dirección de este Instituto debe ser ca-
tólica, no puedo continuar en él mientras no se mo-
difiquen los Estatutos del mismo. Agradezco la va-
liosa ayuda que me han prestado los amigos y bien-
3 8 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

hechores del mismo, y sepan que la labor se ha rea-


lizado tal como ellos deseaban.
A mi padre y demás parientes que en estos momen-
tos estarán afligidos pensando que apostaté de la fe,
que lean este folleto despacio, y pidan luz al Señor,
y se convencerán de que no es apostatar de la reli-
gión cristiana el buscar el Evangelio en toda su pu-
reza, libre de las añadiduras y tergiversaciones que
en el transcurso de los años han acumulado los hom-
bres.
Luis Padrosa
.

Capítulo I

INFALIBILIDAD PONTIFICIA

El dogma Católico de la infalibilidad del Pontífice


Romano lo deduce la Iglesia Católica del hecho de
la concesión de las llaves del Reino de los Cielos
que hizo Jesucristo a S. Pedro.
"Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del in-
fierno no prevalecerán contra ella. Te daré las lla-
ves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la
tierra, quedará atado en los cielos, y cuanto desata-
res sobre la tierra, quedará desatado en los cielos."
(Mat. 16, 18-20).
Esto es lo que dice Jesucristo textualmente.
¿Qué dice la Iglesia Romana?
"Te daré las llaves a ti y a tus sucesores ..."
"Sobre esta piedra que eres tú y tus sucesores. ."
"Todo lo que tú y tus sucesores atareis atado que-
dará, y todo lo que tú y tus sucesores desatareis,
desatado quedará."
La Iglesia Católica sabe que Jesucristo no dijo
"tus sucesores", pero asegura, como cosa de fe, que
lo quería decir.
Y claro está que si los sucesores de S. Pedro, o sea
20 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

los Obispos de Roma


tienen las llaves del Reino de
los Cielos, es evidente que el único medio de entrar
en el cielo es hacer lo que la Iglesia Católica Roma-
na ordene.
Por esto afirma decididamente: "Fuera de la Igle-
sia no hay salvación."

Analicemos serenamente este hecho evangélico.


Si cuando Pedro y sus sucesores cierran las puer-
tas a alguno, Jesucristo se las abre, y cuando Pedro
y sus sucesores abren Jesucristo cierra, no tiene sen-
tido haberle dado las llaves. Hubiera sido un mero
juego de palabras. De nada les serviría a Pedro y
a sus sucesores haber recibido las llaves con esta con-
dición.
Si Pedro y sus sucesores han recibido de Jesucris-
to las llaves del reino de los cielos, cuando ellos abran
abierto ha de quedar, y cuando ellos cierren, cerrado
ha de quedar.
¿Y es en realidad así?
Así afirma la Iglesia Católica. Pero nosotros de-
lo
cimos: si así es, hemos de aceptar como consecuen-
cia lógica que Jesucristo renunció para siempre y
en todos los casos a juzgar a los hombres.
Pedro y sus sucesores son los jueces absolutos y los
dueños de cielos y tierra por lo que se refiere a la
salvación de los hombres.
Entrarán los que Pedro y sus sucesores digan, y se
quedarán fuera los que Pedro y sus sucesores digan.
Si es así, preguntamos: ¿Cómo dice Jesucristo por
INFALIBILIDAD PONTIFICIA 21

San Mateo: "Y serán reunidas delante de Él todas


las gentes: y los apartará los unos de los otros, como
aparta el pastor las ovejas de los cabritos.Y pondrá
las ovejas a su derecha v los cabritos a su izquier-
da. Entonces el Rey dirá a los que estarán a su de-
recha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el rei-
no preparado para vosotros desde la fundación del
mundo: Porque tuve hambre y me disteis de co-
mer..." (25. 32-35).
"Entonces dirá también a los que estarán a la iz-
quierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles: Porque tuve
hambre y no me disteis de comer. ." (25, 41-46).
.

Y en el capítulo anterior dice: "Dichoso el siervo


a:¡uel a quien su señor a su vuelta hallará obrando
así. En verdad os digo que le pondrá al frente de sus
haciendas." (46-47).
Y hablando del siervo infiel dice: "y le partirá
por la mitad, y le deparará la misma suerte de los
hipócritas: allí será el llanto y el rechinar de dien-
tes" (51).
Y en S. Lucas: "Procurad con empeño entrar por
la puerta estrecha, porque muchos, os lo aseguro, tra-
tarán de entrar y no lo lograrán. Una vez que el amo
de casa se levante y cierre la puerta, si os quedáis
afuera, por más que os pongáis a golpear la puerta,
diciendo: "Señor, ábrenos", Él os responderá dicien-
do: "No sé de dónde sois vosotros" (13, 24-30).
En la parábola de la cizaña Jesucristo explica con
claridad que los siervos, al saber que en el campo un
hombre enemigo sembró cizaña, le dicen: "¿Quieres
22 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

que vayamos y la recojamos?" Él les dice: "No, no


sea que al recogerla arranquéis juntamente con ella
el trigo. Dejadlos crecer juntamente uno y otro has-
ta la siega, y al tiempo de la siega diré a los segado-
res: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas
para quemarla, pero el trigo recogedlo en mi grane-
ro" (Mat. 13, 24-30)
Pidieron los discípulos explicación de esta parábo-
la y eí Señor les aclara el sentido: "El que siembra
la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es
el mundo; la buena semilla son los hijos del reino;
la cizaña son los hijos del malvado. Enviará el Hijo
. .

del hombre sus ángeles, los cuales recogerán de su


reino todos los escándalos y todos los que obran ini-
quidad y los arrojarán en el horno de fuego".
Notemos que en ningún sitio dice Jesús que reci-
birá a los que los Apóstoles hayan perdonado o juzga-
do como buenos. Siempre aparece Él juzgando direc-
tamente o sirviéndose de sus ángeles. Pero el Juez
que dará la sentencia y separará los buenos de los
malos es solamente Cristo Jesús.
¿Acaso no decimos en el Credo: "Desde allí ha
de venir a juzgar a los vivos y a los muertos"?
Arguyamos, pues: ¿Es que acaso en el día del Jui-
cio quitará Jesucristo las llaves a Pedro y a sus su-
cesores y revisará las causas sentenciadas por ellos?
Si así fuera, volvemos a preguntar: ¿De qué sirve
que ahora Pedro y sus sucesores abran, si después Je-
sucristo ha de cerrar, y viceversa?
Para nada les sirven las llaves.
¿O es acaso que en el día del Juicio, Jesucristo so-
.

INFALIBILIDAD PONTIFICIA 23

lamente vendrá a ratificar solemnemente lo que Pe-


dro y sus sucesores han hecho?
En este caso no dice la verdad Jesucristo cuando
afirma que vendrá a juzgar, ni tampoco cuando decla_
ra en el Apocalipsis: "Esto dice el Santo, el Verda-
dero, el que tiene la llave de David, que abre y na-
die cierra y cierra y nadie abre" (Apoc. 3, 7)
Este dilemael católico no lo puede resolver, y nin-
gún apologista católico relaciona nunca la concesión
de las llaves a Pedro con el Juicio final, por temor a
la evidente consecuencia.
* * *

Hemos repetido muchas veces "Pedro y sus su-


cesores", porque esto es lo que dice la Iglesia Católica.
Pero hemos de hacer notar que Jesucristo y sus Após-
toles no lo dijeron ni una sola vez.
Esto solo ya hace pensar en la posibilidad de un
sofisma a toda persona que juzga serenamente y que
busca sinceramente la verdad.
Jesucristo dice explícitamente: "A ti, te doy las
llaves". Para que lo que tú abras abierto quede, y lo
que tú cierres cerrado quede".
Ni una sola vez dijo: "A ti y a tus sucesores".
Ni una sola vez dijo: "Lo que tú y tus sucesores
abráis abierto quede".
Ni una sola vez-
No entregó tampoco a la Iglesia.
las
Ni una sola vez dijo: "Sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia y a ella entregaré las llaves del reino de
los cielos".
24 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Nolas entregó tampoco al Colegio Apostólico.


Las entregó solamente a Pedro: "A ti".
¿En qué consistían, pues, estas llaves que un solo
hombre podía tener y usar?
No se referían al poder de ligar y desligar, pues
este mismo poder fué dado en el capítulo 18 del mis-
mo evangelio de San Mateo, a todos los Apóstoles:
"En verdad os digo que cuanto atareis en la tierra,
será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra
será desatado en el cielo".
Aun más: "Os digo en verdad que si dos de vos-
otros os conviniereis sobre la tierra en pedir cual-
quier cosa, os lo otorgará mi Padre que está en los
cielos. Porque donde estén dos o tres congregados en
mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos".
No hay que confundir, pues, el privilegio de las
llaves, que es dado a uno, con el de atar y desatar, que
es dado a muchos.
Solamente hay una cosa que San Pedro hizo de un
modo exclusivo y nadie más ha podido hacer. Inau-
gurar la Era de la Iglesia, abriendo las puertas del
Reino de los Cielos, primero a los judíos y prosélitos
del judaismo el día de Pentecostés (Hechos 2, 38)
después a los gentiles en casa de Cornelio (Hechos
10, 44-48).
Evidentemente, Jesucristo quiso dar las llaves a
San Pedro como se dan al ministro o al gobernador
las llaves de un edificio que va a ser inaugurado.
El mismo Apóstol San Pedro se refiere con satis-
facción y legítimo orgullo a este privilegio único con-
cedido por su Señor, en el Concilio de Jerusalén:
.

INFALIBILIDAD PONTIFICIA 25

"Después de una larga deliberación se levantó Pe-


dro y les dijo: "Hermanos, vosotros sabéis cómo des-
de mucho tiempo ha, determinó Dios aquí entre vos-
otros que por mi boca oyesen los gentiles la palabra
del Evangelio y creyesen" (Hechos 15, 7)
Observemos que San Pedro no dice: "Varones her-
manos, vosotros sabéis cómo desde mucho tiempo ha,
Dios escogió que yo fuese el jefe infalible de la
Iglesia y por lo tanto yo declaro y defino ex cátedra
el asunto que viene debatiéndose en este Concilio".
Sino tan solamente: "Dios determinó que por mi
boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y
creyesen".
Así interpretó el propio San Pedro el privilegio de
las llaves. ¿Podemos entenderlo nosotros de algún
otro modo?
"A ti, Pedro — dice Cristo— daré las llaves." Por-
,

que es caso único su declaración y su privilegio.


No "a ti y a los demás Apóstoles" pues basta uno
,

solo para inaugurar.


"Pero tú según este texto, y ellos según el capítu-
lo 18, podéis atar y desatar moviendo los poderes del
cielo desde la tierra por medio de la oración."
No a ti y a tus sucesores, pues la idea de sucesor
apostólico es totalmente desconocida en el Nuevo Tes-
tamento.
Los Apóstoles eran un grupo exclusivo de testigos
de Cristo, hasta el punto de que se discutía el apos-
tolado de Pablo porque no había andado con Cristo
en los días de su carne, si bien él se defiende decla-
rando que vió al Señor en su gloria y esto le da de-
26 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

recho a llamarse apóstol (l 5. Cor. 12, 1-6 y .2* Cor.


9, 1-3).
¿Cuál de los Papas ha tenido alguno de estos dos
privilegios?
¿Con qué razón pueden,pues, pretender los Obis-
pos de Roma
derechos apostólicos?
¿Dónde está la declaración de Cristo y de San Pe-
dro de que tales derechos pudieran ser conferidos a
otra persona fuera del grupo de los doce?

Jesucristo habla con exactitud y sabe expresar lo


que quiere.
Distingue bien Jesucristo entre tú, vosotros y ella.
Tú, Pedro, serás la piedra fundamental o sea, di-
cho sin metáfora, el arquitecto fundador de mi Igle-
sia. El que puso la primera piedra del edificio con la
declaración de mi divinidad y lo inaugurará.
A ti, te daré las llaves, confiriéndote este honor es-
pecial.
Vosotros, Apóstoles, apoyados en Pedro, junto a él,
edificaréis mi Iglesia. Lo que vosotros hagáis en esta
edificación, inspirados por el Espíritu Santo que os
guiará a toda verdad (Juan, 16, 13) Yo lo daré por
bien hecho.
Vosotros, los doce, juntos y apoyados en Pedro,
cuya declaración de fe en mi divinidad es la base, la
piedra fundamental de mi iglesia ( a )

O) San Cirilo, en su libro IV sobre la Trinidad, dice: "Creo


que ñor la roca debéis entender la fe invariable de los Após-
toles".
San Hilario, obispo de Poitiers, en su II libro sobre la Tri-
INFALIBILIDAD PONTIFICIA 27

Ella, la Iglesia, tendrá una asistencia, una fuerza


sobrenatural, contra la que se estrellarán las poten-
cias infernales.
A ti, Pedro, las llaves para abrir, para inaugurar la
Era de Gracia.
A Ella, la Iglesia, la fuerza para resistir hasta la
consumación de los siglos.
Por tanto, se ve claramente que Jesucristo sabe
distinguir con propiedad y dar a cada uno lo que
quiere sin ninguna confusión.
Pero el caso es que, a pesar de la evidencia de lo
dicho, hay un texto en el que se apoyan los católicos,
como prueba de su parecer concluyente de su dogmá-
tica afirmación.
Jesucristo dijo: "Estaré con vosotros hasta la con-
sumación de los siglos".
Y que ni Jesucristo ni los Apóstoles
es evidente
pensaban que vivirían hasta el fin del mundo.
Luego, concluye la Iglesia Católica: Jesucristo se
refería a los sucesores de San Pedro y de los Após-
toles. De lo contrario no tenía sentido esta afirma-
ción.
A esto respondemos que es cierto que Jesucristo
hizo esta promesa a los Apóstoles y que ciertamente

nidad, dice: "La roca (piedra) es la bendita y sola roca de la


fe confesada por boca de San Pedro".
San Juan Crisóstomo, en su Homilía 55 del Evangelio de
San Mateo, dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia. Es
decir, sobre la fe de su confesión". Ahora bien: ¿Cuál fué la
confesión del Apóstol? Hela aquí: "Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo".
¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Jesucristo no creía en una vida temporal de los Após-


tolesh tan prolongada.
Lo que les promete Jesucristo lo ha cumplido y
lo cumplirá, tal como lo dijo, hasta la consumación
de los siglos.
¿Y qué es lo que cumplirá?
Lo que prometió: Estar con Ellos hasta la consu-
mación de los siglos.
En lenguaje evangélico: "Consumación de los si-
glos", "Siempre".
Jesucristo les asegura con esta afirmación la salva-
ción eterna. Él y ellos no se separarán nunca más.
Tienen asegurada la salvación eterna, en virtud de
su genuina fe en Él como declaró en San Juan (5, 24)
"En verdad, en verdad os digo, que el que escucha
mi palabra y cree en El que me envió tiene la vida
eterna".
Por esto es que les asegura que estará con ellos
mientras estén en este mundo y después eternamente.
"Voy a prepararos —
les dice —
una mansión para
que donde yo esté, también estéis vosotros" (San
Juan 14, 2).
Jesucristo preveía la discusión que traería este
asunto y quiso insistir y hablar con precisión y cla-
ridad excepcionales, puesto que de ello dependía ha-
llar la Verdad o errar para siempre.
Notemos que como en el caso de
insiste Jesucristo,
las llaves a Pedro: "con vosotros" no con "vuestros
sucesores".
No "con mi Iglesia" como organización o Sociedad
jerárquica, sino con vosotros.
.

INFALIBILIDAD PONTIFICIA 29

Este "vosotros" no admite sino dos interpretaciones:


Una literal: el grupo apostólico como acabamos de
referir.
Otra general: pensando en los Apóstoles como re-
presentantes de la Iglesia entera.
Pero esta interpretación general, incluye a todos
los creyentes grandes y pequeños de todos los tiem-
pos: no hace referencia a ninguna jerarquía.
Es cierto que Cristo también estará con nosotros
hasta la consumación de los siglos, los que le bus-
camos, le amamos y creemos en Él y en su Evangelio.
Lo confirma en otro pasaje al decir: "Porque don-
de están dos o tres congregados en mi nombre allí
estoy yo en medio de ellos" (San Mateo 18, 20)
No nos abandonará jamás. Pero es evidente que
esto no nos da infalibilidad.
Y que las puertas del infierno no podrán
es cierto
destruirla. Mientras haya hombres, habrá quien le
ame y observe sus mandamientos, y allí estará la
Iglesia fundada por Él.
Todo esto es verdad, y es muy consolador. Pero no
da pruebas de infalibilidad para nadie.
* * *

Dicen los Católicos que si la Iglesia pudiera caer


en errores doctrinales habría sido vencida por las
potencias del infierno. Habría triunfado sobre ella
el demonio que es el padre del error y de la mentira.
Errar la Iglesia en la doctrina es errar en lo prin-
cipal. No se cumpliría, pues, la promesa de Jesús.
Para que se pueda cumplir la divina promesa: "Y
30 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

las puertas del infierno no prevalecerán contra ella",


es menester que en sus afirmaciones doctrinales no
pueda haber nunca ningún error.
A esto respondemos que cuando Jesucristo decía
que las fuerzas infernales no prevalecerían contra ella,
se refería a la conservación o duración de la Iglesia.
Jamás quiso indicar que en su Iglesia no habría pe-
cados de todas clases.
Entre los doce Apóstoles, escogidos por Él, uno fué
traidor, y los demás cometieron faltas a granel y ca-
yeron en errores sin cuento.
Jesucristo tenía que corregirlos continuamente. Y
después de la Asunción del Señor, los Apóstoles te-
nían que luchar siempre contra los errores doctrina-
les y las desviaciones que brotaban entre sus dis-
cípulos.
No; Jesucristo no dió ningún privilegio de infalibi-
menos no consta que lo diera a nadie, fue-
lidad, o al
ra del Colegio Apostólico, cuando éstos hablaran y
escribieran inspirados por el Espíritu Santo, o sea en
materias doctrinales.
Yadvirtamos bien que la infalibilidad de los Após-
toles es suficiente para que el que quiera encontrar
la Verdad pueda conseguirlo con certeza.
Sabiendo que la Verdad está en Cristo y en lo que
dijeron e hicieron los Apóstoles después de la veni-
da del Espíritu Santo, ya no es menester dar la in-
falibilidad a nadie más. Al que quiera conocer la Ver-
dad basta señalarle la Escritura Santa y decirle: "Aquí
está lee y practica lo que aquí se te enseña. Quien
;
INFALIBILIDAD PONTIFICIA 31

esto haga vivirá. Quien de esto se aparte no tendrá


vida eterna bienaventurada".
Y es evidente que para decir esto no es menester
ser infalible.
Y como que siempre habrá quien esto diga y esto
practique, Jesucristopudo decir en verdad, "que las
puertas del infierno no prevalecerían contra Ella".
Es decir: que no la destruirán jamás.
* * *

A este propósito quiero narrar una anécdota rigu-


rosamente histórica.
En un tren iba un grupo de jóvenes evangélicos
conversando alegremente de vuelta de una concentra-
ción juvenil bautista. i

Llevaban insignias de la Unión Bautista de Jóve-


nes a la que pertenecían.
Un Padre Jesuíta se les acercó y, sospechando lo
que eran, les dijo:
—¿Qué insignia es esta que lleváis?
—De la Unión Bautista de Jóvenes.
—¿Posible? ¿Protestantes? ¿Pero quién os ha to-
mado el pelo?
Y tras unas breves frases, el irónico jesuíta quiso
disparar el tiro de gracia contra la fe de aquellos jó-
venes.
— Vamos a ver. ¿Quién os dice lo que habéis de
creer?
— La Biblia —
contestaron ellos.
— ¡Magnífico! Pero la Biblia ya sabéis que está
formada por varios libros seleccionados entre muchos.
32 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

A unos los llamaron santos e inspirados por Dios y a


otros apócrifos o simplemente historia humana. De-
;

cidme: ¿quién ha seleccionado estos libros santos y


quién garantiza que sean éstos y no aquéllos los que
debéis creer? Si no hay una autoridad infalible, que-
da sin fundamento vuestra creencia en la Biblia sola.
De momento quedaron todos en silencio como sor-
prendidos por la argumentación. Pero uno de ellos se
dirigió cortésmente al jesuíta y le preguntó:
— ¿Usted sabe cuántas partes tiene la Divina Co-
media de Dante?
— Tres— —
dijo el jesuíta Infierno, Purgatorio
.

y Cielo.
—¿Y usted sabe de quién es la Odisea y la Ilíada?
— Claro De Homero.
¡ !

—¿Está usted seguro?


—Segurísimo.
—Si yo le dijera a usted que la Divina Comedia
de Dante tiene una cuarta parte describiendo el Lim-
bo, y que Odisea y la Ilíada son de Virgilio, ¿qué
la
me diría usted?

Que es usted un ignorante.

Y tendría usted razón. Pero ahora le pregunto:
para tener esta certeza, ¿ha necesitado usted consul-
tar a un magisterio de críticos e historiadores infa-
libles?
—No.

Evidente que no. Ni usted ni nadie. El hombre
que para admitir que la Divina Comedia tiene tres
partes y no cuatro, y que para creer que la Odisea es
de Homero y la Eneida de Virgilio, exigiera una Acá-
INFALIBILIDAD PONTIFICIA 33

demia Literaria con el don de la Infalibilidad, lo ten-


dríamos por ignorante y por necio. Sabemos o pode-
mos saber con certeza, si queremos, qué dijo Home-
ro, qué dijo Horacio y qué dijo Virgilio. Y no sólo
qué dijo, sino cómo lo dijo. Y distinguimos las edi-
ciones con supresiones, interpolaciones o deformacio-
nes de su estilo, sin necesidad de un magisterio in-
falible.
"Es absurda esta exigencia de una autoridad infa-
lible que tienen los católicos para poder interpretar
a su capricho lo que dijeron los que ciertamente eran
infalibles. Nos basta saber lo que dijeron ellos para
estar seguros de nuestra fe.
"Y le añado más: ¿Qué autoridad puede haber en
este mundo que pueda impedir a nadie leer a San
Mateo, a San Juan, a San Pedro y a San Pablo? Y la
Iglesia lo prohibe. Sólo permite su lectura a condi-
ción de que el texto del escritor sagrado vaya acla-
rado por algún teólogo católico.
— —
Y esto es de sentido común dijo el jesuíta —
porque no todo el mundo está capacitado para enten-
der lo que dice la Biblia.
— Cierto como tampoco está todo el mundo capa-
;

citado para entender a Dante y aunque sentimos la


conveniencia de comentarios, a nadie se le ha ocu-
rrido jamás impedir la lectura directa del texto ori-
ginal.
"Si el P. Bover, el P. Pons, o Nacar-Colunga, po-
nen alguna acotación al margen del texto sagrado, ya
podemos leer a San Lucas y a San Juan. Si no hay
ningún católico que le ponga notas, lo que escribió
54 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

San Juan hay que ponerlo en el Indice de Libros


Prohibidos.
"¡Y lo que escribió San Mateo, puesto en el Indi-
ce de Libros Prohibidos!
"¡Y lo que escribió San Pablo, en el Indice de Li-
bros Prohibidos!
"Y —
¡el colmo del absurdo! —
lo que dice "el pri-
mer Papa, piedra fundamental de la Iglesia, puesta
por el mismo Jesucristo", condenado entre los libros
prohibidos, ¡si no hay algún teólogo católico que le
ponga acotaciones !"
"De modo que uno que no es infalible, da licitud y
ortodoxia al texto de los que habían recibido el don de
la infalibilidad doctrinal."
Hay otra verdad en el Evangelio que tiene íntima
relación con lo que acabamos de decir.
Jesucristo les ha prometido a los Apóstoles que,
en el día del Juicio, Ellos, o sea Pedro y los demás
Apóstoles, se sentarán en doce tronos y con Él juz-
garán, formando parte del tribunal, a las doce tri-
bus de Israel.
Observemos aquí de nuevo que Jesucristo limitó
este gran privilegio a sus doce Apóstoles. Ni uno
más. No habla de tronos para los sucesores de San
Pedro a través de los siglos.
Todos los demás, o sea los que no sean los doce: Pa-
pas, Cardenales, Obispos, Sacerdotes y laicos estarán
abajo, o delante de los doce presididos por Jesucristo,
para ser juzgados.
Los Apóstoles no. Ellos estarán con el Supremo Juez
Jesucristo Nuestro Señor.
INFALIBILIDAD PONTIFICIA 35

Luego, consecuencia evidente: Pedro y los demás


Apóstoles están separados por un abismo de los Pa-
pas y Obispos que les sucedieron.
Esto prueba una vez más que los privilegios que
Cristo les concedió a sus Apóstoles fueron personales,
intransferibles; concedidos por haber sido sus com-
pañeros, miembros del Colegio Apostólico y funda-
dores de la Iglesia de Jesucristo, junto con Él.
Concluyamos este capítulo tan claro para nosotros
que tomamos las enseñanzas del Evangelio tal como
son, y tan oscuro para los católicos romanos que cie-
rran los ojos a la Verdad, con el siguiente dilema:
Para probar la Infalibilidad Pontificia se debería
demostrar que,
19 Jesucristo dió las llaves a la Iglesia, o sea a
Pedro y a sus sucesores.
2? o bien, que Pedro, que era el único que por sí
mismo podía hacer y deshacer, transmitió todos sus
privilegios a sus sucesores, o sea a los Obispos de
Roma.
Como no se demuestra ni lo 1? ni lo 2?, no puede
nadie de este mundo adjudicarse el don de infalibi-
lidad.
Capítulo II

NECESIDAD DE UNA IGLESIA


VISIBLE

Para demostrar que el Papa y la Iglesia Romana


es infalible, usa la Iglesia Católica otroargumento.
"Es menester —
dice —
una autoridad que sea de-
positarla de las Escrituras y del tesoro doctrinal de
Jesucristo."
Verdad es que no pueden las Escrituras y las en-
señanzas de Jesucristo estar abandonadas en manos
de todos impunemente, para que las destruyan o mo-
difiquen a capricho de los particulares.
Esto lo admiten incluso todos los Protestantes.
Pero esta necesidad —
nosotros llamaríamos conve-
niencia— no demuestra la existencia de una autori-
,

dad infalible.
Siempre fué necesario o conveniente a los hombres
para acertar en materia de religión una fuente segu-
ra de enseñanzas, y no existió jamás.
Bien les habría sido a los israelitas tener una auto-
ridad infalible que interpretara las Escrituras. De
haberla tenido los judíos, el tribunal eclesiástico no
habría condenado a Jesucristo como reo de muerte
por blasfemo e impostor.
NECESIDAD DE UNA IGLESIA VISIBLE 37

Si Díqs dejó durante tantos siglos las cuestiones


más vitales del hombre en peligro de discusiones per-
petuas, ¿por qué no puede ahora continuar haciendo
lo mismo?
Lo único que se sigue lógicamente del raciocinio
antes indicado es que debe haber una autoridad, lla-
mémosla Iglesia, Sinagoga, Convención, Comité, etc.,
que vele por la doctrina cristiana, como se hace en
todas las ciencias y demás asuntos humanos.
No se puede mutilar, aunque alguien lo pretendie-
ra, a Homero, a Virgilio, ni a ninguno de los autores
clásicos. Existen documentos críticos, especialistas au-
torizados que salen en defensa del original.
No son infalibles. La gente sabe que no lo son,
pero les cree.
No se ve por qué no puede ser igual en lo religioso,
aunque no haya infalibilidad pontificia ni eclesiásti-
ca. Para conservar un libro o varios, no es menester
ser infalible. Los judíos conservaron los libros sagra-
dos durante muchos siglos y no lo eran.
La conveniencia, por tanto, no demuestra la exis-
tencia de la infalibilidad.
El error de los católicos está en creer que la Igle-
sia ha de dar a los hombres doctrinas nuevas y seña-
larles el camino de su salvación eterna.
En esto está su error capital. Si así fuera, cierto
que necesitaría, como necesitaron los Apóstoles y
Evangelistas, la infalibilidad.
Pero la misión de la Iglesia no es ésta.
La misión de la Iglesia es enseñar a los hombres
que el Camino, la Verdad y la Vida está en el cum-
38 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

plimiento de la palabra de Dios; y que ésta está ex-


presada en la Sagrada Escritura, especialmente y de
una manera completa y definitiva, en el Nuevo Tes-
tamento.
Lo que Pedro y los demás Apóstoles afirmaron, esto
es lo cierto. Lo que ellos condenaron es indiscutible-
mente un error.
Después de ellos, todo el que quiere conocer la Ver-
dad ha de acudir a las enseñanzas que ellos dejaron
escritas.
Esta es la Piedra puesta por Jesucristo. Nos basta
su infalibilidad.
Pero la Iglesia Católica quiere modificar a su gus-
to la doctrina de Jesús y de los Apóstoles. Quiere que
dependa de ella la salvación de los hombres.
Y la salvación de los hombres depende solamente
de Jesucristo Nuestro Divino Redentor.
Él es el Camino. Nunca dijo que el Camino fuera
la Iglesia. "Yo soy el camino."
En cambio la Iglesia Católica quiere ser ella el Ca-
mino, y ser dueña absoluta de la Verdad, para modi-
ficarla a su capricho. Para obtenerlo ha puesto al cle-
ro en lugar de Jesucristo, y la Iglesia en lugar de la
Palabra de Dios.
Capítulo III

UNIDAD
Para conocer cuál es la Iglesia verdadera, se seña-
lan cuatro notas con las que se distingue la verda-
dera iglesia de las que no lo son:
Debe ser: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Sólo una Iglesia, la verdadera, las puede tener todas.
Pero la más característica de la verdadera Iglesia
es la UNIDAD.
Dicen los Católicos que la Iglesia Romana es la
única que tiene las cuatro notas, especialmente la de
la unidad: un solo rebaño y un solo pastor.
Las demás iglesias tienen muchos rebaños y mu-
chos pastores.
Luego, la Iglesia verdadera es la Iglesia Católica
Romana.
A esto respondemos: Si se mira sinceramente y sin
apriorismos el Cristianismo, nunca ha sido uno. Ya
San Pablo se quejaba de que unos decían "yo soy
de Pablo", "yo de Apolo", "yo de Cefas". "¿Acaso
— decía San Pablo —
Jesucristo está dividido?"
Desde los primeros siglos hubo cismas y lo que ellos
llamaban herejías. Notemos que estas herejías no
40 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

eran de fuera de la Iglesia. Nacían dentro, y las de-


fendían miembros de la misma Iglesia de Cristo.
De modo que se puede afirmar que la Iglesia de
Jesucristo todavía no ha formado nunca un solo re-
baño y un solo Pastor, con aquella unidad que quería
Jesucristo, imitando la unión entre el Padre y el
Hijo.
Se dice: "Actualmente sólo hay una Iglesia que
tenga un solo Pastor y un solo rebaño: La Iglesia
Católica Romana".
¡Sofisma grande! Todas las iglesias pueden decir
igualmente que son una, lo mismo que la Iglesia Ca-
tólica, y que tienen un solo Pastor, que es el de más
autoridad.
Incluso en el Protestantismo, que parece el más
dividido, cada iglesia es una. Una es la Luterana, una
la Calvinista, una la Anglicana, una la Metodista.
Contestan: "Pero todas pertenecen al Protestantis-
mo, y por eso decimos que está dividido".
Cierto. Pero no hay que olvidar que todas ellas,
junto con la Católica, pertenecen a la Cristiana, que
para los que no son cristianos, está dividida como nin-
guna otra religión.
Los que echan en cara al Protestantismo, que está
dividido, deben pensar que con más razón se puede
echar en cara al Cristianismo la misma acusación,
pues es la religión más dividida.
Un budista o un mahometano podría decir, señalan-
do a los Cristianos:¿Cambiáis? Luego no sois la
verdad.
Ya se ve, pues, que este argumento oratorio, que se
LUIS PADROSA ROCA S. L
Fotografía tomada con motivo de ana conferencia celebrada
en el Centro Mercantil de Alicante, en el año 1945.
El Rvdo. Luis Padrosa, convertido al Cristianismo Evangélico, explica
las Sagradas Escrituras en un culto celebrado en una Iglesia Evan-
gélica de Buenos Aires, en marzo de 1951.
UNIDAD 41

hizo tan célebre en labios de Bossuet, es arma de dos


filos, y nada arguye contra el Protestantismo.
¿Cómo conoceremos, pues, cuál es la verdadera re-
ligión entre tantas?
No por la nota de unidad, pues todas la tienen, sino
por el número y calidad de caracteres cristianos que
contenga.
La que viva una doctrina más cercana a la conte-
nida en el Santo Evangelio de Cristo será la ver-
dadera.
No por ser una, sino por ser una con Cristo.
Capítulo IV

TRADICION
La Iglesia Católica dice que debemos fundamentar
nuestra fe, no sólo en también en
las Escrituras sino
la Tradición.
Es natural que la Iglesia Católica no prescinda de
la Tradición para cimentar sus dogmas, porque no
puede. De prescindir de la Tradición no podría jus-
tificar muchas de las doctrinas que propone, o mejor
dicho, impone como de fe.
A los argumentos sobre la validez de la Tradición
para probar nuestra fe, nosotros respondemos:
1? Las cosas que nos propone la Tradición y ya
están contenidas en la Biblia, las admitimos por la
Biblia. No es menester el argumento de la Tradición.

que no están propuestas en la Bi-


2? Las verdades
blia,pero las presenta la Tradición y la Iglesia las
impone como de fe, las aceptamos si están conformes
con el espíritu de la Biblia.
De los Apóstoles y Evangelistas nos consta que
eran infalibles en sus enseñanzas y escritos, y que
TRADICIÓN 43

lo que ellos hicieron, dijeron o escribieron bajo la


dirección del Espíritu Santo, era todo del Señor.
No las aceptamos, pues, por ser Tradición sino por
estar fundadas en la Palabra de Dios.
Es evidente que si los Doctores y los Padres de la
Iglesia,cada uno no es infalible, tampoco lo serán to-
dos juntos, si Jesucristo no les da esta prerrogativa
extraordinaria. Darán más o menos certeza, pero in-
falibilidad, no.
3? Enverdades que están en la Biblia, pero a las
las
que la Tradición da un sentido distinto del texto Sa-
grado, decimos: "Si no podemos fiarnos de Jesucristo
y de los Apóstoles, menos podremos fiarnos de lo que
vosotros decís".
No se ve por ningún lado razón ninguna para que
las doctrinas transmitidas por tradición tengan para
nosotros fuerza de fe, como quiere la Iglesia Católica.
Se insiste entre los católicos que al principio la fe
se propagaba por la predicación, o sea de viva voz, no
por lecturas.
Dicen que nunca los Apóstoles dijeron: "Leed la
Biblia si queréis tener fe y ser salvos".
Pero éste es otro de los grandes sofismas de la
Iglesia Católica.
Al principio Jesucristo' no escribió nada porque pre-
tendía formar a los Apóstoles y discípulos que des-
pués debían predicar y escribir lo que Él les había
enseñado.
Los Apóstoles tampoco podían decir a la gente que
leyeran la doctrina de Jesucristo, porque no existía
la imprenta y no se podían propagar las enseñanzas
•14 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

de Jesucristo con la rapidez que convenía. Se podían


escribir muy pocos ejemplares, y eran pocas las per-
sonas que podían adquirirlos.
Pero aun así y todo, es falso que los Apóstoles tu-
vieran como único medio de propagar la fe de Jesu-
cristo la predicación, pues los Apóstoles, especialmen-
te San Pablo, enviaban siempre que podían, y cuan-
do no les era factible ir personalmente, una carta,
para que los fieles reunidos la leyesen.
Además escribieron los Santos Evangelios y los
Hechos de los Apóstoles. Es de suponer que si los es-
cribieron, era para que la gente los leyera y creyera
en Jesucristo.
Y si Jesucristo les da la infalibilidad doctrinal, no
es únicamente para lo que dicen de viva voz, sino tam-
bién para lo que escriben.
Por esta razón, ahora, a pesar de que los Apóstoles
murieron y ya no están visiblemente entre nosotros,
cualquiera que tenga buena voluntad puede conocer
la verdadera doctrina de Jesucristo, porque sabemos
que hay una doctrina escrita por unos hombres que
recibieron de Jesucristo la potestad de enseñar lo que
Él enseñó, de una manera infalible.
Es cierto que hay que suponer que no todo lo que
dijo Jesús y sus Apóstoles quedó escrito en el Nuevo
Testamento. Muchas cosas enseñarían que no pudie-
ron o no quisieron escribir.
"Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús,
que si se escribiesen cada una por sí, ni aun en el
mundo pienso que cabrían los libros que se habrían
de escribir" (Juan 21, 25).
TRADICIÓN 45

De aquí deduce la Iglesia Católica la necesidad de


aceptar una Tradición que nos pueda transmitir ín-
tegras las doctrinas de fe.
A respondemos que no es creíble que los Após-
esto
toles y mucho menos Jesucristo, predicaran en una
ocasión una doctrina que estuviera en contradicción
con lo que antes habían predicado, ni que escribieran
lo accidental y secundario, y dejaran lo que es esen-
cial para la vida eterna.
Por lo tanto, aun concediendo que no todo quedó
escrito, estamos seguros de poseer en las Escrituras
toda la verdad de Jesucristo, y de conocer todo lo que
es necesario para la vida eterna.
La misión de la Iglesia, lo repetimos, no puede ser
otra que conservar este tesoro doctrinal, y no per-
mitir que nadie lo modifique ni adultere.
Pero jamás se demostrará que tenga autoridad para
añadir o modificar verdades de fe.
Capítulo V

MARIA, NUESTRA MADRE


Después de lo dicho hasta aquí, sorprenderá la afir-
mación que voy a hacer:
Hay que amar y venerar a la Virgen María, madre
de Jesús, con todo el afecto de nuestro corazón. Quien
ama a Dios ha de amar lo que es de Dios. De aquí
nace la obligación de amar prójimo.
al
Quien ama a Jesucristo, ama
todo lo que es de Je-
sucristo. Como quien ama a una persona, ama todo
lo que es de esa persona: su familia y sus amigos.
De aquí nace la obligación de amar a la Virgen, Ma-
dre de Jesús. Porque ¿quién más de Jesús que su
Madre? Lo cuidó con tanto cariño, lo sirvió y amó
tanto durante su vida, cumplió con tanta perfección
los mandatos de Jesús, que los que amamos a Jesu-
cristo no podemos menos de amarla entrañablemente
y agradecerle lo que hizo por nuestro amado y buen
Jesús.
Pero todo tiene su límite. No hay que amar más
a la Virgen que a Jesús, ni ponerla por encima, ni
siquiera como centro de nuestra vida cristiana.
El lugar que corresponde a Jesucristo no lo puede
ocupar nadie más, mientras Él no lo ceda. Si en su
MARÍA, NUESTRA MADRE 47

vida nos lo hubiese indicado, ahora lo haríamos se-


gún su divina voluntad.
Pero nunca nos indicó, ni sus Apóstoles tampoco,
que todas las gracias vinieran a los hombres por me-
dio de María.
La Mediación Universal de María es cosa añadida
posteriormente por los autores católicos, sin funda-
mento escriturístico.
Al contrario; en el Nuevo Testamento hallamos lo
opuesto a esta glorificación católica de la Virgen
María.
Es cierto que Ella fué llamada "bendita entre to-
das las mujeres" por el ángel San Gabriel, y como a
tal la reconocen y ensalzan todos los cristianos evan-
gélicos.
Tengo que decir que, como casi todos los católicos,
yo tenía un concepto equivocado del aprecio que les
merece a los cristianos evangélicos la bendita Virgen
María.
Al entrar en relación con ellos se ha desvanecido
mi error. Nadie ama más de corazón a la madre del
Salvador que los llamados protestantes. Pero ante las
enseñanzas del Evangelio no se sienten con libertad
para ensalzarla por encima del mismo Señor Jesucris-
to. No encuentran en la Sagrada Escritura que Ella
sea Medianera Universal, Reina de los Angeles, dis-
pensadora de todas las gracias y favores divinos.
Cuando la Virgen va en busca de Jesús y le anun-
cian su llegada, diciéndole: "Ahí fuera están tu ma-
dre y tus hermanos que te buscan", la respuesta del
Salvador sorprende al católico avezado a pensar en
48 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

los términos de su Iglesia acerca de la llamada "Rei-


na de los Cielos".
"¿Quién es mi madre y mis hermanos?" Y echan-
do una mirada a los que estaban sentados en derre-
dor suyo, dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos.
Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi herma-
no, mi hermana y mi madre" (San Marcos 3, 33-35)
Del mismo modo, cuando una mujer se entusias-
ma oyendo la predicación del Señor y lanza una ex-
clamación de exaltada glorificación de la Virgen Ma-
ría, diciendo: "Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te amamantaron", en lugar de ser aproba-
da por el Señor, anticipando las glorias que María de-
bería recibir, según la enseñanza católica y recomen-
dar la devoción a su Madre, como habría hecho cual-
quier sacerdote de nuestros días, Jesús responde sim-
plemente:
"Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios
y la guardan" (Luc. 11, 27-28).
Jesucristo no niega que la bendita Virgen María sea
bienaventurada. Pero en ambos casos restando impor-
tancia a la persona de la Virgen, ensalza la fe y obe-
diencia a la Palabra de Dios.
Es decir: en lugar de actuar en católico, Nuestro
Señor se porta exactamente igual como lo haría cual-
quier protestante de nuestros días.
¿No tiene fuerza esta argumentación?
En cambio, en el Catolicismo vemos que el culto a
María ha absorbido la piedad del pueblo, y que son
muchos más los santuarios, ermitas y devociones a
María, que a Jesús.
MARÍA, NUESTRA MADRE 49

Esta es sencillamente una inversión de valores.


Se dice como respuesta a esta argumentación: "Es
nuestra madre".
Analicemos esta creencia católica y veremos que
está fundada solamente en las palabras de Jesús en
la Cruz: "He ahí a tu madre" (Juan 19, 17).
San Juan es el único evangelista que lo narra.
Glosando estas palabras de Jesús, los comentaris-
tas católicos han creído entender que Jesús entre-
gaba a todos los hombres presentes, ausentes y fu-
turos, a María como Madre. Y que a todos los hom-
bres los encomendaba a María como hijos.
Pero lo que consta en el Evangelio es que Jesucris-
to encomienda los hombres a Pedro: "Apacienta mis
corderos, apacienta mis ovejas". Jesucristo no tenía
rebaños de ovejas ni de corderos. Se refería eviden-
temente a los hombres.
Le encomendaba el cuidado de los que Cristo mi-
raba como ovejas de un rebaño que habían estado sin
pastor, y ahora iban a quedar otra vez sin él.
"Cuida de ellos, Pedro. Apaciéntalos con buena
doctrina. La doctrina que yo te he enseñado."
Y nosotros preguntamos: ¿Por qué los encomien-
da a Pedro si ya los había confiado a María, y no sim-
plemente como pastora sino como madre?
¿Es que no tiene confianza en su madre? ¿O es
acaso que no basta su protección?
Es una redundancia que no tiene sentido, enten-
diéndolo como lo hacen los católicos.
La realidad es que encomienda el Señor su madre a
Juan y los hombres a Pedro.
50 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Además, si Jesucristo quería que fuera nuestra ma-


dre, no le costaba más esfuerzo decir: "Aquí tenéis
a vuestra madre", dirigiéndose a los presentes, que
decirle sólo a Juan: "Aquí tienes a tu madre".
Y nada le costaba decir a su Madre: "Aquí tienes
a tus hijos".
Si no hubiese habido en el Calvario nadie más que
Juan, se podía quizá explicar más la interpretación
católica. Pero estaba la Magdalena, las otras piadosas
mujeres, los discípulos, etc.
El Evangelio lo expresa bien claro. Se dirige sólo
a Juan para que haga las veces de hijo y la cuide
con cariño filial, y la consuele en su soledad como
verdadero hijo.
Y que no se aflija demasiado. Que
a Ella le indica
mire a Juan el discípulo amado de su Hijo Jesús, como
puesto en su lugar, como verdadero hijo.
Para que se aclare mejor este pasaje evangélico
pondremos una comparación al alcance de todas las
inteligencias.
Un labriego quiere regalar un saco de trigo a un
amigo, en recompensa de favores recibidos o como
prueba de amistad. Se lleva a su amigo a los grane-
ros que están llenos de sacos de trigo y señalándole
uno, le dice: "Aquí tienes tu saco", ¿le daría alguien
la razón a él? ¿Entendería alguien que al decir "Este
es tu saco", se los daba todos?
Y si lo dado es un ser vivo, por ejemplo una pa-
loma, que está en un palomar, la cual su dueño quie-
re regalar a un niño, diría el amo señalando a la
paloma más bonita: "Aquí tienes a tu palomita". Y
MARÍA, NUESTRA MADRE 51

quizá tomando a ésta cariñosamente en sus manos di-


ría al entregarla a su amiguito: "Vete, vete con él,
éste es tu amo".
¿Hay alguien que pueda entender que al amigo le
da todas las palomas del palomar, o que da la palo-
ma a todos los niños del barrio como dueños de ella?
El mismo sentido tiene la expresión de Jesús en
singular: "Aquí tienes a tu madre". Hay que enten-
derla tal como suena: en singular.
No se ve por qué hablar aquí metafóricamente.
Pero el caso es que hubo un orador que comenzó
a hacer literatura y poesía con esta frase. Gustó, se
hizo popular, y la tradición la ha conservado, fun-
dando sobre ella la Mariología Católica.
No olvidemos lo que hemos dicho tratando del Pon-
tificado Romano y de la entrega de las llaves a Pe-
dro: Jesús sabe hablar con propiedad y expresar lo
que quiere.
Capítulo VI

OBLIGACIONES
El culto en Latín

Si la Iglesia Católica fuera infaliblemente la Igle-


sia de Jesucristo, no mandaría cosas absurdas.
Las manda, luego no es la Iglesia de Cristo.
Enumeraremos en este capítulo las más impor-
tantes.
Dice la Iglesia Católica que "la Santa Misa es la
reproducción auténtica del Sacrificio de la Cruz, don-
de Jesucristo se inmola sobre el ara del altar incruen-
tamente, como lo hizo cruentamente por todos nos-
otros en la cumbre del Calvario".
Dice que es "la reproducción auténtica de la últi-
ma Cena del Señor, donde convirtió el pan y el vino
en su Cuerpo y en su Sangre".
No es, pues, un simple recuerdo. Es el acto más
importante del culto Católico.
Ahora bien: aun admitiendo que en realidad fue-
ra el mismo sacrificio de la Cruz y de la Cena, que-
daría patente una contradicción absurda.
Esta reproducción del sacrificio de la Cruz, según la
OBLIGACIONES 53

Iglesia Católica, no se puede celebrar en otra lengua


que no sea la latina.
Tan esencial es para los católicos el celebrarla en
latín,que es preferible —
según ellos —no celebrar
,

el Santo Sacrificio, que celebrarlo en lengua vulgar.


Este es el hecho. Sabido de todos es que ni la últi-
ma Cena, ni la Pasión del Señor fué hecha en latín.
Sabido es que los fieles que participan y para quie-
nes el acto religioso se realiza, no entienden el latín.
Sabido es que la Misa puede ser ayudada, represen-
tando al pueblo, por un niño que no sabe pronunciar
correctamente el latín, y que al hacerlo dice grandes
disparates y no entiende lo que dice. Dicho en su
lengua vernácula, lo diría correctamente, lo entende-
ría y podría estar más atento y devoto.
A pesar de todo esto, prefiere la Iglesia Católica
no se reproduzca la Santa Cena, ni la Pasión del Señor,
antes que hacerlo en lengua del país, o en la que lo
hizo Jesucristo, o escribieron los Apóstoles.
¡Enorme inversión de valores! El fondo sacrificado
a la forma.
El fin convertido en medio y el medio convertido
en fin.
Y todo esto con gravísimo detrimento de las almas.
Muchos sacerdotes no entienden sino con dificultad
el breviario. No sacan de él apenas ningún provecho.
Rezado en su lengua, lo entenderían, tendrían devo-
ción y adquirirían caudal de sólida doctrina católica.
A pesar de estas razones, el sacerdote que rece en
lengua vulgar comete pecado mortal, según dice la
Iglesia Católica.
54 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Nosotros preguntamos: ¿Hay alguien que pueda


creer que si a Dios se le dice "Miserere mei Deus se-
cundum magnam misericordiam tuam", Dios le escu-
cha y queda satisfecho pero si se le dice: "Ten piedad
;

ae mí, Señor, según tu gran misericordia", no sólo no


lo escucha, sino que se ofende gravemente, de tal
modo que condena al atrevido sacerdote a una pena
eterna ?
De nuevo el fin convertido en medio y el medio con-
vertido en fin, y con gravísimo daño para las almas.
¿No recuerda esto al espíritu farisaico?
Cuando se administra a los fieles un sacramento,
ellos no entienden nada de lo que se les dice. Se les
habla un idioma que no entienden.
La Iglesia Católica lo sabe, y a pesar de ello pre-
fiere que no lo entiendan y pierdan la devoción, a que
lo entiendan y saquen provecho espiritual del mag-
nífico sentido de los actos religiosos y administración
de Sacramentos, si ha de ser en lengua distinta de
la latina.
Al que conoce la liturgia católica le apena conside-
rar lo que pierden los fieles con esta prescripción.
¡Cómo gozarían los fieles entendiendo lo que se les
dice cuando se les bautiza, cuando se rezan los respon.
sos en un entierro, al darles la absolución en la con-
fesión, etc.!
Otra vez los medios como fin y el fin como medio.
Es justo, laudable y útil que la Iglesia tenga su idio-
ma propio e internacional, puesto que ella no tiene
fronteras y que cuando el Papa o la Iglesia reunida da
normas morales o dogmáticas, lo haga en su lengua
OBLIGACIONES 55

propia, ya que no ha heredado el don de lenguas con-


cedido a los Apóstoles.
Pero notemos lo que hace la Iglesia Católica en los
casos que le interesa que las normas que propone las
observe el pueblo fiel. Se envía la Encíclica o Cons-
titución Apostólica, o la Bula, en latín a todo el mundo.
Luego se procura que en cada nación se traduzca a la
lengua del país para que la entiendan todos.
Y aquí preguntamos: ¿Y no le interesa a la Iglesia
Católica que los fieles se aprovechen lo más posible de
los actos religiosos que se realizan en el templo y de
1? administración de los Sacramentos?
Si no le interesa a la Iglesia Católica, a los Apósto-
les maestros infalibles de la Verdad Evangélica sí
que les interesa grandemente.
Oigamos a San Pablo en su primera carta a los
Corintios:
"Las cosas inanimadas que dan un sonido, sea flau-
ta, sea cítara, si no dan distinción a los sonidos, ¿cómo
se conocerá lo que con la flauta o la cítara se toca? Y
a la verdad si una trompeta diera un sonido indefini-
do, ¿quién se aprestará nara la batalla? Así también
vosotros con la lengua, si no proferís un lenguaje que
tenga buen sentido, ¿cómo se va a entender lo que se
habla? Seríais como quien habla al aire."
"Si yo, pues, desconociera la significación del soni-
do, seré para el que habla un bárbaro, y el que me
habla, un bárbaro para mí. Así también vosotros, ya
que estáis ávidos de espíritu, procurad, para edifica-
ción de la Iglesia, aventajaros en ellos".
"Gracias dov a Dios, que hablo en lenguas más que
56 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

todos vosotros; pero en la Iglesia más quiero hablar


cinco palabras con mi seso, en razón de instruir tam-
bién a otros, que no diez mil palabras en lengua des-
conocida" (14.7-21).
A todo esto responden: "La Iglesia permite aue se
traduzca todo".
"Palabras, palabras, palabras", responderíamos co-
mo Shakespeare.
Es muy triste que en cosa de tanta trascendencia se
juegue con las palabras y con los sofismas de conse-
cuencias tan trágicas para la verdadera religión de los
pueblos.
Cierto que se permite que se traduzca todo. Pero
no es esto lo que necesitamos. Lo que necesitamos es
que en el momento de la celebración y administración
o en el rezo del breviario sacerdotal, se pueda hacer
en la lengua comprensible para el que lo realiza y
para el que lo oye.
Imaginemos lo que significa para los fieles que en el
momento de la celebración hayan de buscar la tra-
ducción de todo lo que va diciendo el sacerdote en otra
lengua seguirlo aunque el sacerdote vaya más aprisa,
;

leer aunque haya poca luz, como sucede en la mayoría


de las iglesias católicas; tener que leer, aunque la
persona que asiste al acto litúrgico tenga la vista o la
cabeza cansada, o que sepa poco leer.
Además tener la traducción de toda la liturgia ca-
tólica no siempre está al alcance de todos los bolsillos,
sobre todo si la familia es numerosa, dado los elevados
precios de los misales y demás libros litúrgicos.
¿No es poner demasiadas dificultades para una cosa
OBLIGACIONES 57

que es obligatoria para la salvación, según la Iglesia


Católica?
Notemos que Jesucristo siempre empleó la lengua
de los que le escuchaban. A los Apóstoles les dió el
don de lenguas para que cada oyente los oyera en su
propia lengua.
¡Qué diferente manera de proceder la de Jesucristo
y la de los que dicen ser su Iglesia!

Ayuno eucarístico

Jesucristo dió su Eucaristía a los Apóstoles inmedia.


tamente después de cenar.
A pesar de todo, cuando el católico quiere comulgar
ha de estar en ayunas desde la media noche.
Si alguno por necesidad de salud, toma una pequeña
pastilla, o si por descuido toma un poco de agua, ya
no es digno de recibir el Cuerpo del Señor.
En cambio, el que ha murmurado, o se ha impacien-
tado, o robado quinientas pesetas, puede ir a comul-
gar, porque la moral católica dice que éste es sola-
mente pecado venial.
De manera que es más digno, según la Iglesia Cató-
lica, de recibir al Señor, el que ha hecho un pecado
venial deliberado, que el que ha realizado una acción
que no es siquiera imperfección.
¿Hay alguien que pueda creer que donde ha entrado
un poco de agua o una pastilla insignificante, ya no
puede entrar Jesucristo?
¿No dijo Él: "Lo que sale de vuestro corazón es lo
que mancha no lo que entra por la boca"?
58 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Se dice que si se pide permiso a Roma, en caso de


necesidad, se concede siempre la dispensa del ayuno.
¡ De nuevo la palabra carente de sentido y el hipócri-
ta sofisma!
Cómo puede acudir a Roma, preguntamos nosotros,
¿
el cardíaco que siente 'alterado su corazón y que sabe
que se le calma tomando un sedante a las pocas horas,
o el que ha trabajado mucho el día anterior, o cenado
poco y se siente desfallecido y que sabe que con unas
galletas o un huevo podrá aguantar hasta la hora de la
Comunión, si la petición del permiso, para ir a Roma
y volver concedido, necesita quince días por lo menos?
Además, preguntamos: ¿qué permiso necesita uno
para seguir e imitar a Jesucristo? ¿No dijo Él: "Yo
soy el Camino"?
Pues a ir por Él hemos sido llamados todos y nadie
nos lo puede impedir.
Explícitamente dice el Evangelio: "Y estando ellos
comiendo tomó Jesús el pan, y bendiciéndolo, lo par-
tió y les dijo: Tomad, esto es mi cuerpo" (Marc. 14,22)
Si para Él no hubo inconveniente alguno en que este
Pan se mezclara con los demás manjares de la Cena
Pascual, ¿por qué ha de tenerlo la Iglesia Católica?
¿Puede ser ésta más escrupulosa o más sabia que
Nuestro Señor?

Confesión

Al de la Iglesia Católica se le ocurre a uno


salir
esta pregunta: "Fuera de la Iglesia Católica ¿quién
me perdonará los pecados?"
La Iglesia Católica impone la confesión auricular
. . . .

OBLIGACIONES 59

como obligatoria para obtener el perdón de los pe-


cados.
Todo el fundamento de este dogma católico está en
el texto de San Juan: "A quienes perdonareis los
pecados, perdonados les serán; a quienes los retuvie-
reis, retenidos quedarán" (20, 23)
En este caso, como en
de las llaves del reino, cabe
el
preguntar: ¿A quién dijo esto Jesucristo?
En el asunto de las llaves, era a un solo apóstol, San
Pedro y la Iglesia Católica sin razón ni fundamento
;

alguno lo extiende a muchos.


En este caso, la promesa es hecha a muchos que se
hallan reunidos con los Apóstoles. El Evangelista
San Lucas nos dice que los discípulos de Emaús encon-
traron reunidos a los once y a sus compañeros (24, 33)
Y San Juan narrando el hecho dice textualmente:
"Estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas
de la casa donde estaban los discípulos (notemos que
no dice "los Apóstoles", o los doce) vino Jesús y se
presentó en medio de ellos y les dijo: Paz sea con
vosotros" (Juan 20, 19-22)
"Esto dicho, sopló sobre ellos (notemos que no hace
distinción entre los que estaban presentes) y les dice: ,

Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los


pecados, perdonados les son; a quienes retuviereis,
retenidos quedan" (20, 22-23)
Por tanto, no fué un privilegio exclusivo concedido
al Colegio Apostólico para que éstos lo transmitieran
a sus sucesores.
¿Pero ¿cómo es posible —
dirán los católicos que —
Jesucristo diera a todos los discípulos, aun a los que no
60 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

eran Apóstoles, el poder sacerdotal de perdonar los


pecados?"
Ciertamente que no se concibe un tal privilegio con-
cedido en tal forma, tal como lo interpreta la Iglesia
Católica Romana. Pero no parece ser esta la interpre-
tación que dieron los mismos Apóstoles y discípulos a
tales palabras del Señor.
En efecto: Poseemos bastantes cartas apostólicas y
¿qué nos dice esta literatura santa, inspirada e infali-
ble, acerca del perdón de los pecados? ¿Nos enseña que
los Apóstoles o los discípulos del Señor u otros mi-
nistros por ellos ordenados, oyeran confesiones sacra-
mentales y dieran absoluciones al estilo católico ro-
mano?
Ni en un solo pasaje del Nuevo Testamento se reco-
mienda confesar los pecados a un Apóstol, presbítero
u obispo, ni tenemos ejemplo de ello en los Hechos de
los Apóstoles.
Por un pecador como Simón el mago,
el contrario, a
le dijeron "Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y
ruega al Señor para que te perdone el mal pensa-
miento de tu corazón" (Hechos, 8, 22-23) . No le reco-
miendan hacer una buena confesión-
¿Podía San Pedro haber echado en olvido su propia
facultad de perdonar?
Y San Juan dice: "Hijitos míos, esto os escribo pa-
ra que no pequéis: todavía alguno pecare, abogado
si

tenemos ante Padre, a Jesucristo, justo. Y Él es


el
propiciación por nuestros pecados" (I Juan 2, 1).
No dice: "Si alguno pecare, que no se desespere.
OBLIGACIONES 61

Venga a nosotros, pues hemos recibido facultad del


Señor para perdonar vuestros pecados".
No, no dice esto ninguno de los Apóstoles.
La falta de alusiones a la confesión auricular en
todo el Nuevo Testamento hace pensar en la última
interpretación que darse puede a las palabras de Jesús.
Si ellos hubiesen entendido que sólo quedarían per-
donados los pecados que ellos perdonaran, hubieran
predicado insistentemente, como hacen los sacerdotes
católicos, la necesidad de ir a confesar los pecados con
alguno de los Apóstoles o a aquellos que ellos orde-
naran. No siendo así, quiere decir que no entendieron
ellos las palabras de Jesús como lo hace la Iglesia Cató-
lica. Porque aun concediendo que las palabras de
Jesús en este caso expresaban lo que textualmente
decían, los Apóstoles y los Discípulos del Señor, no
ejercieron nunca este privilegio.
¿Podían dejar los Apóstoles a todos los fieles con
sus pecados sin perdonar, pudiendo borrarlos todos?
No se concibe que el Señor vinculara la salvación
de los hombres a que otros hombres les perdonaran sus
pecados, y no lo entendieron así los Apóstoles.
Entonces ¿qué sentido hay que dar a aquellas pa-
labras?
Debo recordar aquí que este libro no es un libro de
un manual de apologética, como ya indico
teología, ni
en la introducción.
Por tanto no es éste el lugar de dar exégesis com-
pletas del texto evangélico sino indicar el porqué
dejé el Catolicismo.
Indicaré, con todo, que sólo una puede ser la inter-
62 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

pretación que le dieron los Apóstoles y discípulos, y


por tanto la única que debemos darle nosotros.
Los Apóstoles habían sido escogidos para esparcir
por el mundo la buena nueva del Evangelio. Jesús
les dice: "Id y predicad el Evangelio al mundo entero.
El que creyere y fuere bautizado se salvará; mas el
que no creyere será condenado".
Para ser salvado es menester que se le perdonen
los pecados. Y para condenarse es menester que los
pecados no le queden perdonados.
Quedarán perdonados los pecados de los que cre-
yeren, es decir, por la fe y el arrepentimiento al oír
la palabra de Dios predicada por los Apósteles.
Se condenarán, es decir no se les perdonarán los
pecados a los que al oír la palabra de Dios predicada
por los Apóstoles, no crean y no se arrepientan.
Siendo pues ellos, los Apóstoles, el medio para que
los hombres obtengan la fe y con ella la salvación y el
perdón de los pecados, les puede decir el Señor en
verdad: "Los pecados que quedarán perdonados por
vuestra predicación, perdonados quedarán, y los pe-
cados que no serán perdonados por vuestra predica-
ción quedarán sin perdonar".
Sólo la fe en Jesucristo, obtenida por la Palabra de
Dios, puede perdonar los pecados. No hay otro medio
de remisión.

Celibato eclesiástico

Muchos son los argumentos que pueden ponerse


norma eclesiástica. Nosotros aquí pondre-
contra esta
mos solamente la refutación de los argumentos prin-
OBLIGACIONES 63

cipales puestos por los católicos, sobre los que se apo-


ya esta grave obligación del sacerdote católico.
Dicen: "El celibato virginal tiene su origen al tomar
carne el Hijo de Dios. Inauguró en la tierra una fa-
milia virginal".
A esto hemos de decir que conviene no olvidar que
cuando Jesucristo fundó su Iglesia, que era su familia
espiritual y la nuestra, no tuvo en cuenta esta virgini-
dad, sino que escogió para piedra fundamental y para
miembros de su Colegio Apostólico, hombres no vír-
genes.
Todas las maravillas y excelencias que describen los
autores católicos cuando pretenden demostrar la nece-
sidad de que el sacerdote sea virgen, son las mismas
razones que había para exigir la misma virginidad a
y sacerdotes de la Antigua
los Profetas, Patriarcas,
Ley, y todos sabemos que no fué así, sino todo lo
contrario.
Jamás manifestó Dios ser impedimento para las dig-
nidades sacerdotales y divinas, ser esposo y padre.
¿Por qué ahora se exige como condición esencial?
En esta tesis les diríamos lo que se dice en filosofía:
"Lo que prueba demasiado, no prueba nada".
Dirán, quizá, que la dignidad del sacerdote actual es
muy superior a la del antiguo.
Pero nosotros decimos que es absurda esta res-
puesta. ¿Cuándo Dios ha dicho esto? Cierto que las
actividades del ministro del Evangelio son santas,
pero aunque así sea, ¿por qué Jesucristo no escogió a
todos los Apóstoles vírgenes como San Juan?
04 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

¿Vamos a considerar como indignidad e impureza lo


que Jesucristo jamás consideró como tal?
La misión de los Profetas y Sacerdotes del Antiguo
Testamento era santa, y en aquellas circunstancias la
más santa que podía desear hombre alguno. Repre-
sentaban a Dios, eran intérpretes de la Ley Divina, y
ofrecían holocaustos al Señor en nombre del pueblo.
Siendo esta misión tan santa, ¿cómo no les exigía
Dios la continencia? En ciertas actuaciones sacerdota-
les el Señor les exigía que en aquellos días de su ac-
tuación sacerdotal, se consagraran exclusivamente a
las actividades espirituales, apartados de todo comer-
cio carnal y de todos los asuntos profanos.
Pero esto era un pequeño paréntesis en su vida ma-
trimonial, perfectamente aceptado y bendecido por
Dios. Como en el caso en que el sacerdote del Nuevo
Testamento ha de realizar algún acto extraordinario
de conversión de pecadores obstinados, o cuando quie-
re obtener del Señor una gracia extraordinaria, o una
bendición especial para sus fieles, etc., se le reco-
mienda más oración, ayuno, penitencia y abstenerse
de todo lo que pudiera disiparle y hacerle menos
eficaz. :iS
f0
Pero deducir de aquí necesidad incondicional de
la
una continencia absoluta es un apriorismo infundado
y una obligación impuesta al sacerdote sin fundamen-
to escriturístico.

"La continencia, dice Jesús, que sólo la pueden en-


tender aquellos a quienes es dado".
Luego, no se les obligue a quienes no se les ha dado
. .

OBLIGACIONES 65

Y que no se les ha dado a todos los sacer-


es evidente
dotes,porque no la entienden ni pueden practicarla.
El Dr. Rau, argumenta con el P. Monsabré: "Des-
pués de la vida divina (una), nada tan uno como la
vida angélica después de la vida angélica nada tan
;

uno como la vida virginal". (Teología del celibato


virginal, p. 55)
¡Lástima de que se olviden de que también Jesu-
cristo dijo:"Y serán los dos una sola carne. Así que
ya no son dos sino una carne. Lo que Dios, pues, juntó,
el hombre ne lo separe" (Mat. 19,6)
El Dr. Rau reconoce en su libro sobre "Teología del
Celibato Virginal" que la virginidad es un don de
Dios, "naturalmente imposible", pero a todos posible
con el auxilio de la gracia y es a todos ofrecido"
(p. 76).
¿Cómo puede, preguntamos, ofrecer Dios una cosa a
todos no queriendo que la tengan todos sino poquí-
simos?
Por un lado al principio del mundo nos dice: "Cre-
ced y multiplicaos".
¡Cuánta ligereza y superficialidad en el hablar!".
San Agustín, el gran doctor de la Iglesia Católica
argumenta así: "Porque la Iglesia es virgen en sus
raíces y toda entera es virgen espiritualmente, el sa-
cerdote ha de ser virgen".
¡Qué linda argumentación! ¿Acaso una sociedad,
ente moral, puede ser virgen o incontinente?
Si lo dice por los miembros que la componen, hay
que decir que en sus raíces no lo es. Los Apóstoles,
varios, y sobre todo el "Jefe de la Iglesia y primer
66 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Papa", San Pedro, no lo era. Y durante los primeros


siglos del Cristianismo no lo fueron.
El mismo San Pablo recomienda al Obispo, que sea
esposo de una sola mujer.
Y en la 1^ Epístola a los Corintios (7, 34) indica cla-
,

ramente que el casarse es cosa buena, aunque el no


casarse (es un consejo personal) sea mejor.
Es pues cuestión de preferencia personal o aun si se
quiere de más o menos perfección, pero no una cosa
mala ni en el Obispo siquiera, según el mismo San
Pablo.
Si el matrimonio es un sacramento, no se ve por qué
debe considerarse el peor pecado y la acción más
abominable para un sacerdote, el tener legítima es-
posa.
.

CONCLUSION

Con dicho en los capítulos anteriores puede ver


lo
inconsistencia de los dogmas católicos y el
el lector la
porque no creo en ellos.
Pero
si es verdad que éstas fueron las razones que
mo decidieron a dejar el Catolicismo, no explican qué
es lo que acepté en su lugar.
Esto quiero exponer también aquí como final de
este folleto.
Tenemos un alma inmortal, y al nacer se nos pro-
pone este terrible dilema: "O salvación o condenación
eternas".
No basta, pues, dejar una doctrina ; es menester
aceptar la verdadera.
Dejar el Catolicismo es el primer paso que debe dar
el que ansia vivir de lleno en la Verdad pero hay que
;

dar segundo, si se quiere ser salvo eternamente.


el
"Es necesario nacer otra vez" (Juan 3, 7)
Ese segundo paso también lo di.
Es frecuente oír entre los católicos que quien sale
del Catolicismo no sabe dónde refugiarse. Trece años
me ha costado encontrar la Verdad desde dentro del
Catolicismo, pero al salir de él, hallé dónde refugiarme
sin titubear.
68 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

¿Dónde? En el Evangelio de Nuestro Señor Jesu-


cristo.
Abrimos el Evangelio de San Mateo en el capítulo
1, 21 y leemos:
"Llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su
pueblo de sus pecados".
Y en los Hechos de los Apóstoles leemos: "Y en
ningún otro hay salud porque no hay otro nombre de-
bajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos
ser salvos" (4, 12).
Y
en otro pasaje nos presenta San Lucas a un fari-
seo que criticó a Jesús porque recibía a la Magdalena
que le ungía los pies. Ella era pecadora pública; el
fariseo era públicamente religioso. Pero él no quedó
justificado en Cristo Jesús. No halló en aquel mo-
mento la salvación.
En cambio
la pecadora oyó de labios de Jesús: "Que-
dan perdonados tus pecados" (Lucas, 7, 48). Y como
vió Jesús que los comensales dudaban, les dió el mo-
tivo de la justificación de Magdalena: "Tu fe te ha
salvado ; vete en paz" (Lucas 7, 47-50)
Pero en el Catolicismo me
enseñaron desde mi más
tierna infancia que lo que salva o condena son las
obras que uno realiza que de nosotros depende nues-
;

tra salvación que son menester devociones a la Vir-


;
;

gen cuya devoción dicen ser prenda segura de salva-


ción, a los Santos con novenas y medallas, a los difun.
tos con sufragios, a la Iglesia dando dinero para que
celebren misas, comprando Bulas y pidiendo indul-
gencias, etc.
Esto me hacía dudar. Me causaba turbación.
. .

CONCLUSIÓN 69

Pero abría de nuevo la Sagrada Escritura y oía a


Jesucristo diciendo a los más grandes pecadores: "Te
son perdonados los pecados".
Y yo exclamaba: "¡ Pero si este ladrón no está
bautizado !".
A pesar de ello Jesucristo le dice: "Hoy estarás
conmigo en el Paraíso".
Y yo exclamaba: "¡Pero si esta meretriz no ha he-
cho confesión de sus pecados!".
A pesar de ello, Jesús le dice: "Quedan perdonados
tus pecados".
Y yo insistía: "¡Pero si no invoca a la Virgen ni
espera de ella la salvación de su alma!".
A pesar de ello Jesús afirma: "Quien cree en mí no
morirá eternamente". "Yo soy el camino: nadie viene
al Padre sino por mí" (Juan 14, 6)
Y seguía leyendo a los Apóstoles: "El que cree en
el Hijo tiene vida eterna: mas el que es incrédulo al
Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre
él" (Juan 3, 36)
"Dios nos ha dado la vida eterna y esta vida está en
su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida: el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (I Juan 5,
11-12).
"¿Pero y las buenas obras?", replicaba yo.
"¿Qué obras realizó el ladrón que agonizaba con
Jesús en el Calvario?", respondía el Evangelio.
"¿Qué obras realizó el hijo pródigo para que su pa-
dre le aceptara como hijo"?
"A los que creen en su nombre, les dió potestad de
ser hijos de Dios; los cuales no de la sangre, ni de la
70 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre,


sino de Dios nacieron" (Juan 1, 12-14).
Los veintitrés años de intensa formación católica
habían dejado profunda huella, y la duda angustiosa
disminuía, pero no cesaba.
"Las obras! ¡La necesidad de las obras! ¡La eficacia
santificadora de las obras señaladas por la ley!"
Esto me torturaba.
Dejé la familia y cuanto tenía en el mundo. Renun.
cié a todo con voto de pobreza, castidad y obediencia
a una Orden religiosa. Hice penitencias, largas horas
de oración, prediqué la Doctrina Cristiana según la
más estricta ortodoxia Católica, me entregué a una
observancia fiel de las reglas de mi Orden . .

¿No es esto suficiente para justificarme? ¿Puedo


esperar así tranquilo la muerte y el juicio?
Abro de nuevo las Escrituras y San Pablo responde
de lleno a mi torturadora pregunta:
"Si alguno se cree poder confiar en la carne ( o sea
en las obras realizadas) yo más circunciso del octavo
,
;

día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, he-


breo de hebreos por lo que mira a la ley, fariseo (era
;

la secta que profesaba más rigor religioso) en cuanto


;

a celo, perseguidor de la Iglesia, (creía que era una


falsa religión, y no podía tolerar que creciera) ; en
cuanto a la justicia que puede darse en la ley,hombre
sin tacha. A
pesar de todo, cuantas cosas eran para mí
ganancias, ésas por Cristo las he reputado pérdida. Y
ciertamente, aun todas las cosas estimo ser una pér-
dida comparadas con el eminente conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por quien di al traste con todas
CONCLUSIÓN 71

y las tengo por basura, a fin de ganarme a Cristo y ser


hallado en él, no poseyendo una justicia propia, aque-
lla que proviene de la ley, sino la que viene por la fe
de Cristo, la justicia que proviene de Dios, basada
sobre la fe a fin de conocerle a Él y sentir en mí el
;

poder de su resurrección y la comunicación de sus


padecimientos" (Fil. 3, 4-10).
Mi corazón latía con vehemencia, pero la mente se
iluminaba y la paz entraba en mi interior.
¿Más claro todavía?
"Si por la ley se alcanzase la justicia, entonces Cris,
to hubiera muerto en vano" (Gal. 2, 21).
Y me parecía ver a San Pablo dirigirse a mí repi-
tiendo sus apostrofes a los Gálatas: "¡Oh miserables
Gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos
fué presentada la figura de Jesucristo clavado en
Cruz? Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿recibisteis
el Espíritu en virtud de las obras de la ley o bien por
la fe que habéis oído?" (3, 1-3).
"Y que en virtud de la ley nadie se justifica en el
acatamiento de Dios es cosa manifiesta, porque "el
justo por la fe vive"."
"Cristo nos rescató de la maldición de la ley"
(3, 7-14).
Entonces, seguía yo preguntando, las obras exte-
riores, mandadas por la ley, ¿justifican o son inútiles?
"Antes 'de venir la fe —
responde San Pablo — es-
,

tábamos bajo la custodia de la ley, encerrados con


vistas a la fe que debía ser revelada. De manera que
la ley ha sido pedagogo nuestro con vistas a Cristo,
para que por la fe seamos justificados: mas venida la
72 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

fe, ya no estamos sometidos al pedagogo. Porque to-


dos sois hijos de Dios, por la fe, en Cristo Jesús"
(Gál. 3, 23-29).
Las buenas obras agradan a Dios. Debemos hacer-
las como gratitud, para agradarle y para hacernos
semejantes a Él. Pero no son causa de justificación.
Sólo los méritos de Jesús son de valor infinitamente
justificadores.
Ya sólo me faltaba aceptar a Cristo como Redentor
mío, y creer en la eficacia salvadora de la Cruz. ¡Mis
pecados están perdonados!
Mi deuda, contraída con el Padre Celestial, saldada
¡

La fe en Cristo Salvador era lo único que podía jus-


tificar mi alma. Lo acepté. ¡Creí!
Desde aquel momento sentí que Jesucristo cumplía
en mí su palabra: "Del seno de aquel que cree en Mí
manarán ríos de agua viva" (Juan 7, 38)
TESTIMONIOS DE LA PRENSA ESPAÑOLA
acerca del Rdo. LUIS PADROSA ROCA

¿Quién es el Padre Padrosa?

(De Villafrav.ca del Panadés)

El que se haya podido lograr que el P. Luis Padrosa,


S. J. —gran psicólogo a la vez que orador famoso —
venga a Villafranca a desarrollar un ciclo de conferen-
cias dedicadas exclusivamente a hombres, es un acon-
tecimiento absolutamente digno de ser subrayado. No
cabe, ahora, calibrar sus frutos inmediatos, pero sí
podemos avanzar que el interés que ha de despertar
es inusitado entre nosotros.
El P. Padrosa tiene una oratoria sólida y profunda.
Es de los que, con dialéctica de precisión, va — como
decimos —
directamente al grano. A esto añade una
dicción precisa, acurada, que sin vanos perifollos retó-
ricos sacude el ánimo y subyuga la atención.
Por lo demás, sépase que, dondequiera que ha ido
los locales sehan llenado a rebosar.
Por una y otra cosa, el solo anuncio de este ciclo de
conferencias para hombres solos, en el Teatro Prin-
cipal, bajo unos temas cuya sugestión no puede esca-
par a nadie, durante una semana de esta apacible
74 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

época del año, tan propicia a escuchar las pocas cues-


tionesque constantemente atosigan al hombre, ha de
producir la más viva expectación.
(De una hoja de propaganda publicada por "Acción
Católica").

(De Calatayud)

La
tercera conferencia ofrecida por el P. Padrosa en
elTeatro Municipal no sólo no decayó en número, sino
que ha planteado el problema insoluble: no hay más
cabida.
Los obreros cambian los turnos en sus industrias,
para alternarse y oír la docta palabra.
Los indiferentes se agolpan en el teatro a coger sitio
como si se tratase de una conferencia sólo para ellos.
Con demostraciones convincentes y con galanura
inigualables, el auditorio ha salido de la conferencia
entusiasmado, y se espera que hoy, dos horas antes,
no haya sitio disponible.

(De Alicante)

Nuestro espíritu, asfixiado por el materialismo que


enrarece el aire de nuestras modernas ciudades, reci-
bió un empuje ascensional hacia regiones más puras,
con las conferencias del P. Padrosa. El local donde se
han celebrado resultó insuficiente. Altavoces estraté-
gicamente colocados transmitían a las personas esta-
cionadas en las calles la cálida palabra del imponente
orador.
TESTIMONIOS DE LA PRENSA 75

(De Palma de Mallorca)


El hermoso templo de Palma de Mallorca es insufi-
ciente para la numerosa concurrencia. La satisfacción
espiritual y el fervor religioso se refleja en todos los
semblantes. Fuera del templo, en la ciudad y en toda
la isla, millares de radioyentes escuchan la fogosa pa-
labra del elocuente orador.

(De Badalona)

El P. Padrosa, con su verbo cálido, subyugador, du-


rante una hora mantuvo en intensa emoción a una
multitud verdaderamente extraordinaria.

(De Barcelona)

Y empleó una gran virtud que no todos los confe-


renciantes conocen: la brevedad. De esa brevedad, de
esa magistral dicción y de esas demostraciones con-
cluyentes, lograba para el día siguiente un lleno im-
ponente, público para dos teatros los asistentes salían
;

trocados en fervorosos propagandistas.

(De Sevilla)

Satisfechos pueden estar los organizadores el éxito


;

ha rebasado sus cálculos más optimistas, y de ante-


mano tienen ya garantizada la continuidad ascendente
de público.
El P. Padrosa ha respondido plenamente a su fama
de extraordinario conferenciante.
Apéndice

EN DEFENSA PROPIA

Ante las numerosas calumnias que se han propagado


con motivo de mi abandono de la religi.ón católico-
romana, me han pedido los verdaderos amigos y autén-
ticos cristianos que añadiese a mi libro "Por qué dejé
el Catolicismo'' un apéndice "En defensa propia", re-
futando las ignominiosas calumnias que tan grosera-
mente han manchado el prestigio que hasta mi con-
versión al Evangelio jamás nadie discutió.
Siempre me ha. parecido poco cristiano emplear
tiempo y energías en defensa propia. Pero en mi caso,
va el nombre de la causa evangélica y por ella debo
responder a los que tienen buena voluntad y desean
sobre el caso información seria.
Debo manifestar que añado este apéndice con gran
pena y profundo escepticismo. El mal que causa la
difamación no se puede reparar: y los que están em-
peñados en desacreditar una causa no se detienen ni
ante pruebas evidentes.
Ha llegado a mis manos una señe de artículos perio-
dísticos llamándome "Judas", ''criminal" . "lujurioso"
APÉNDICE 77

y "estafador" y que todos estos papeles los representé


como villano histrión.
¿Es éste de Jesús siquiera con los más pe-
el estilo
cadores y que nos ordenó hiciéramos con ellos? A
lo
Judas lo llama "amigo" y le da un beso de paz. A
la oveja perdida la busca y no descansa hasta encon-
trarla para llevarla con cariño sobre sus divinos hom-
bros al redil del Buen Pastor.
Pero en nuestros días al que busca la Verdad en el
Evangelio y quiere practicarla a toda costa se le in-
sulta sin misericordia.
"No juzguéis para que no seáis juzgados", dice
Jesús.
Han difundido de que hacía tiempo que yo
la idea
vivía mal y que de la Compañía de Je-
los superiores
sús preparaban mi expulsión de la Orden, y que al
hacerse inminente el decreto de expulsión, me fugué
quebrantando los más sagrados deberes de mi pro-
fesión religiosa.
Ayudará a comprender cuán falsa es este acusación
la cartaque envié a mi Provincial, que transcribo a
continuación. Y
quisiera publicar con la misma ex-
tensión la respuesta, de lo que únicamente me absten-
go por motivos de discreción, ya que fué escrita con
carácter confidencial y no para ser dada a la publi-
cidad.
78 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

Barcelona, 31 de enero de 1951.

Rdo. P. Provincial:
Muy amado en Cristo, P.:

Siento en el alma tener que darle un disgusto gran-


de, pues V. R. no merece sino sincero afecto y profun-
da gratitud. Pero hay circunstancias que obligan a
hacer lo que uno no quisiera. Y ésta es una.
Mi decisión es de salir de la Compañía cuanto antes.
Desde que estudié teología, sentí la desilusión de la
fe católica. Las pruebas no me resultaban convincen-
tes. Los profesores podían creer que no tenía talento
o que me faltaba afición a la teología. Pero la verdad
era que me decepcionaba cada vez más. Nuestros ar-
gumentos están llenos de sofismas, y el dogma cató-
lico, muy alejado del Evangelio de Jesucristo. He es-
tudiado y leído mucho y con verdadera pasión por la
Verdad. Y cuanto más avanzo, más alejado veo el
Catolicismo de la religión cristiana. He discutido mu-
cho con todos los que dicen conocer a fondo la teo-
logía católica, y no sólo no me han convencido, sino
que me han alejado más y más de nuestras afirma-
ciones dogmáticas.
Es inútil, pues, discutir. Lo que no han conseguido
las tesis, los libros católicos y los profesores en trece
años, no lo van a conseguir en unos meses. Sé los ar-
gumentos que me propondrían, lo mismo que ellos.
Sería perder tiempo. Debo ser sincero con mi con-
ciencia delante de Dios y no puedo continuar haciendo
comedia, fingiendo y predicando lo que no siento ni
creo.
APÉNDICE 79

La semana de Inmaculada fué decisiva para mí.


la
Hice y los dediqué íntegros, con toda
los Ejercicios
intensidad, a resolver éste mi problema. Sentí una
paz, una alegría y una claridad interior como nunca
había sentido. Quiero seguir el Evangelio en su pu-
reza, y lo que enseñaron los Apóstoles, sin añadidu-
ras posteriores. Veo que la Iglesia Católica está muy
alejada de la Palabra de Dios. La "Santa Madre Igle-
sia", puesta en primer plano, ocupando el lugar que
pertenece sólo a la Sagrada Escritura; y al "Sacer-
docio Romano" ocupando el lugar que sólo perte-
nece a Jesucristo.
Fruto de los Ejercicios de este año fué confirmar-
me en la verdad de Jesucristo y determinar decidi-
damente abandonar la religión católica.
Dado que mis actuaciones como predicador de gran-
des multitudes han causado mucha conmoción en
toda España, si ahora actuara en sentido evangélico
causaría lucha e inquietud. Luego creo que lo mejor
es que me aleje de España, y desde allí ya llegará
a su tiempo la noticia de mi salida de la Compañía.
Si ahora puedo decir que V. R. me da permiso para
ir a hacer un viaje de estudios por América del Sur,
se evitarían muchos males y muchos disgustos. No
crea, querido P. Provincial, que sea cosa de mujeres.
Igual se lo diría. Ni es problema de castidad, ni arre-
bato de momento. Cuando los nuestros se enteren,
dirán, como han dicho del P. Carrillo de Albornoz,
que me he vuelto loco; otros que me he enamorado
de alguna mujer. Otros que mi poca ciencia teoló-
gica no ha podido contrarrestar los ataques de los
80 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

protestantes. Y no faltará, y esto es lo que más sien-


to, quien diga con satisfacción que V. R. tiene la
culpa por darme tanta libertad y fiarse tanto de mi.
Sé también que al leer esta carta V. R. pensará en
seguida qué puede hacer para disuadirme. Le digo
que es perfectamente inútil. Además, la afección car-
díaca que tengo no me permite pasar la fuerte emo-
ción que sería para mí tener que comparecer delante
de V. R. o del P. Superior. Para evitar esto, yo no
volveré a la Residencia. Como que estoy fuera con
frecuencia, nadie notará nada. Las cosas que hay en
mi aposento, libros, apuntes, etc., si quieren ponerlo
dentro del baúl y quieren enviarlo al Instituto Lo-
yola de Barcelona, se lo agradeceré, pues me pueden
ser útiles. Si no quieren hacerlo, pueden quedarse
con todo.
Sobre cómo queda el Instituto Loyola, V. R. reci-
birá dentro de pocos días una copia de los Estatutos,
para que nombre un sustituto para llevar la dirección
si V. R. quiere nombrarlo. La Compañía no tiene
ninguna obligación. Si V. R. dentro de un mes no ha
dicho nada, el Patronato nombrará otro director o
liquidará el Instituto.
Sirva también esta carta de dimisorias, pues no
iré a firmarlas a no ser que quiera que las firme
en América. Desde este momento dejo internamente
la Compañía y la Iglesia Católica. Externamente, si

V. R. quiere darme permiso, continuaré como jesuíta


hasta que tenga arreglado el pasaje.
El portador de la presente espera que V. R. le diga
por escrito simplemente, sí o no. El no sabe nada de
APÉNDICE 81

la cuestión. Si V. R. dice que sí, saldré de España


cuanto antes como si fuera por obediencia, sin que
nadie sospeche mi cambio. Si me dice que no, o da
largas al asunto, entenderé que no, y entonces tendré
que dar a conocer la verdad. Si me pusieran los Su-
periores obstáculos para que me concedan la salida
y el pasaje, me pondría a trabajar entre los conocidos
de España como evangélico, con los inconvenientes
antes indicados. Creo que V. R. también preferirá que
me vaya a América.
Le suplico como último favor, que no me busquen
ni intenten dialogar conmigo. Está tomada la deci-
sión irrevocable. Y también, que quiera aceptar en
adelante más cartas mías, en plan de amistad.
Crea, Padre, que conservaré mientras viva, su gra-
to recuerdo con profunda gratitud. V. R. y el P. Ar-
tigues sólo merecen atenciones y gratitud.
Dios le pagará lo que por mí ha hecho, y queden
convencidos que la libertad que me han dado la he
empleado como debe un buen jesuíta. No tengo nada
de qué arrepentirme en este sentido. He extremado
la observancia de las reglas en el trato con los demás
y en el visitar a domicilio particular.
He amado y amo cordialmente lo esencial de la
Compañía, pero veo claramente que no es éste mi
camino.
Un abrazo de despedida de éste que fué su hijo y
continuará siendo con el mismo afecto, hermano en
el Señor hasta la muerte.

Luis Padrosa, S. J.
82 ¿POR QUÉ DEJÉ EL CATOLICISMO?

La respuesta del Padre Provincial no hace la me-


nor alusión a los cargos que ahora se me imputan,
antes al contrario expresa el más profundo pesar y
respeto, como lo demuestra el siguiente párrafo:
"Ya puede imaginar la pena con que le escribo.
Esta mañana, al leer la suya del 31, he quedado ano-
nadado y sin capacidad para reaccionar y poder darle
una inmediata respuesta. Por ello, y para poder se-
renarme y pensar, he dicho al portador que volviera
a las seis de la tarde."
Esto solo basta para probar que mis superiores no
solamente no pensaban echarme, sino que me tenían
en gran aprecio.
No creo que se necesite ser muy inteligente para
comprender que si yo vivía mal y quería seguir vi-
viendo mal, no necesitaba cambiar de vida perdiendo
mi prestigio, abandonando el acreditado Instituto
Loyola y quedándome sin de tantos
el aprecio sincero
distinguidos e incondicionales amigos. Si alguien go-
zaba de libertad para vivir sin escrúpulos dentro de
la Orden, era yo. Unicamente el temor de Dios y
el peso de convicciones muy profundas adquiridas en
largos años de estudio y reflexión pueden determinar
una decisión como la mía. Otros motivos, no; en mo-
do alguno.
Si alguno cree que los protestantes me cegaron con
sus promesas, sepan todos mis detractores que nada
me fué ofrecido, y que cinco meses después de mi sa-
lida de España todavía no tenía ni trabajo ni hogar.
Y como que de España no llevé más que mi ropa
y mis libros (aunque sobre esto también las malas
APÉNDICE 83

lenguas han querido hablar), fué preciso vivir en los


primeros meses de la caridad de los hermanos evan-
gélicos.
En el Institutohoyóla quedaron fondos para pagar
el alquiler y todos los gastos del mismo, desde el mes
de febrero que partí, hasta el mes de mayo inclusive.
Como que el Instituto hoyóla no tenía fondos, fué
preciso pedir algunos donativos para que mientras el
Patronato decidía de los muebles de la institución se
pudieran pagar todas las facturas que fueran lle-
gando y los alquileres, sin sacrificio de nadie.
Termino este apéndice convencido de que a pesar
de lo que digo, y que se puede comprobar, continuarán
las calumnias de todos los colores y matices.
Un solo consejo puedo ofrecer al que desee poseer
la Verdad:
hea con la mayor frecuencia que pueda el Santo
Evangelio y las Epístolas contenidas en el Nuevo Tes-
tamento. Allí verá qué es lo que debe creer y prac-
ticar el que pretende ser cristiano.
"¿Por qué también vosotros traspasáis el manda-
miento de Dios por vuestra tradición?" (Mateo, 15:3).
"Bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este
pueblo de labios me honra, mas su corazón lejos está
de mí.
"Mas en vano me honran, enseñando doctrinas y
mandamientos de hombres" (Mat., cap. 15:7. 9).
Dejemos, pues, a los hombres, y oigamos al Señor
Jesús, que sólo Él tiene palabras de vida eterna.

Buenos Aires, 2? de julio de 1951.


Se terminó la impresión de este libro,
eldía 21 de marzo de 1952, en los talleres
Gráficos Yunque, Pozos 968,
Buenos \iies
Date Due

|
fACULlt

PRINTED IN U. S. A.
1012 01011 3761

AURORA
/

/EDITORIAL^

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