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La Revelacion II

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Guía del Estudiante

Mtra. Rosa María Vargas I.

LA REVELACIÓN II

En esta parte de nuestro curso desarrollaremos los temas relacionados a:


1. Cómo es que Jesucristo es la plenitud de la Revelación.
2. Cómo se ha llevado a cabo la Trasmisión de la Revelación.
3. El hombre: destinatario de la Revelación.

1.- Jesucristo, plenitud de la Revelación

Como ya veíamos en el documento Revelación I. Guía del Estudiante, la


Revelación es el encuentro con el misterio del Dios vivo, que se entrega y se da a
conocer a los hombres. Ahora bien, el Concilio Vaticano II afirma categóricamente
que Cristo es “al mismo tiempo mediador y plenitud de toda la revelación» en la
Constitución Dogmática Dei Verbum no. 2. Esto es, Cristo es revelador y
Revelación de Dios simultánea y necesariamente, sin que se pueda excluir
ninguno de los dos elementos.
Jesucristo es la plenitud de la Revelación, ya que Él es personalmente la máxima
auto comunicación de Dios a los hombres. Cristo expresa el misterio íntimo de
Dios, el contenido de su Revelación que escapa permanentemente a toda
pretensión humana de alcanzarla por sí misma. En la mediación de Cristo se da la
continuidad entre Dios y el hombre y, por ende, la posibilidad de la Revelación, en
cuanto plenitud de la misma revelación, en cambio, Cristo representa el misterio
de Dios, y por tanto la discontinuidad con el hombre, el cual solamente la puede
recibir como don de Dios (gratuidad).

1
“Cristo es el revelador de Dios, mediador perfecto de la revelación, puesto que como
Verbo de Dios que se ha encarnado es Dios eterno y hombre perfecto; realiza las obras
de Dios; habla de lo que ha visto; conoce a Dios y sabe lo que hay en el hombre”1.

Vemos así que la mediación de Cristo es también la revelación del misterio del
Dios Trino, realidad que no podemos dejar a un lado, puesto que precisamente es
el Padre que en el Espíritu se revela por el Hijo, tal como nos dice La Dei Verbum
“Por Cristo, la Palabra hecha carne, en el Espíritu Santo, tiene acceso al Padre y
se hacen partícipes de la naturaleza divina» (DV 2). La auto comunicación de Dios
acaba abriendo el misterio íntimo de Dios (intima Dei: DV 4); sin embargo, es
necesario hacer notar de que si bien se abre el misterio de Dios, el misterio nunca
podrá ser agotado, ni contenido en toda su magnitud ni esencia por el hombre.
“El misterio de Dios es, principalmente, el misterio del Padre. El Padre es el Deus
absconditus a quien nadie vio jamás (Jn 1, 18). Además de por la invisibilidad, el misterio
del Padre viene caracterizado por el silencio divino, seno de la Palabra…Desde fuera de
Dios no hay acceso a la profundidad de su misterio. La invisibilidad y el silencio del Padre
sólo se abren desde dentro. La imagen y palabra que hacen visible al Invisible y resonar
el silencio profundo de Dios, es Cristo. A través de Cristo la invisibilidad del Padre se hace
visible, la profundidad de su silencio llega a ser Palabra. Cristo es la Imagen, la Palabra
de Dios, pero Imagen amada, Palabra, de amor. La Palabra de Dios no es una palabra
que simplemente sale de Dios, sino que sale y retorna a Dios. La Palabra entra en la
historia con la fuerza y por virtud del Espíritu Santo en quien tienen su encuentro,
mediante el amor, el Padre invisible en su eterno silencio, y el Hijo que es su Imagen y
Verbo.

El misterio que Dios da a conocer es el «misterio de su voluntad» (Ef 1, 9), es decir, del
designio salvador de Dios que nos predestina a ser sus hijos por Jesucristo (cfr. Ef 1, 14).
Este misterio que ha sido revelado ahora «por el Espíritu» (Ef 3,5) no es otro que el
«misterio de Cristo» (Ef 3, 4). De este modo, Cristo ha manifestado al hombre «el misterio
del Padre y de su amor» (GS 22).

1
Izquierdo Urbina César. Teología Fundamental .EUNSA, 2 Edición 2002.

2
En el misterio de Cristo, la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre
resplandecen en plenitud (cfr. DV 2). En Cristo, Dios se da a conocer como Padre y
salvador.
De este modo, al poner en el corazón de la revelación el designio salvador de Dios, se
superan los problemas originados por el distanciamiento entre revelación y salvación. La
revelación del amor de Dios en Cristo es ya salvadora, su verdad es verdad salvífica. La
respuesta a esa revelación es la aceptación de Cristo, es decir, no sólo de una doctrina,
sino del misterio de Dios que llama a participar en su propia vida divina.”2

Así a fin de enriquecer lo anteriormente reflexionado, vamos directo a lo que nos


señala la Constitución Dei Verbum:
“En Cristo culmina la revelación
4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es decir, al
Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les
manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre
enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la obra de la salvación
que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total
presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre
todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío
del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive
en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y
resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay
que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo (Cf. 1 Tim 6,14; Tit 2, 13)”.

Ahora bien, si nos vamos a los Evangelios encontramos que en S. Juan se expone
el modo como el Hijo es la revelación del Padre: “Si me conocieráis a mí,
conoceríais también a mi Padre” (Jn 8,25); o “el Padre y yo somos una misma
cosa” (Jn 10,30); o finalmente, “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). El texto

2
Ibíd.

3
más claro es Jn 17,6: “Yo he manifestado tu Nombre a los hombres que me diste
(apartándolos del mundo)…”
Jesús ha dado a conocer a sus discípulos el Nombre del Padre, y lo ha dado a
conocer a través de Sí mismo. La manifestación del Nombre del Padre es la
misma persona de Cristo que equivale a glorificar al Padre. La revelación de Cristo
como Hijo consiste en:
a) Hacer visible al Padre,
b) Dar a conocer su Nombre y
c) Comunicar la salvación.

Revelación y encarnación
Nos dice S. Juan 1, 14: “Y el Verbo se hizo carne...” significa que el Verbo eterno
ha entrado entonces en nuestra historia, se ha hecho palabra histórica, cercana a
todos los hombres, cercana a ti estimado alumno. En Cristo, la revelación de Dios
que tiene lugar “por la palabra y hechos intrínsecamente unidos” (Dei Verbum 2),
es Palabra hecha carne, es más que mensaje, es un hecho, cargado de
significación para ti, para mí, para toda la humanidad.
La autocomunicación de Dios culmina en la encarnación del Verbo, del Hijo, de la
Segunda Persona de la Trinidad. Es la máxima comunicación de Dios a su
creatura: el hombre; de ahí que la función reveladora está necesariamente
contenida en la misma persona de Cristo Jesús, y lo podemos comprender a la luz
de algunos datos fundamentales:
a) Realismo del ser humano de Cristo
b) Carácter personal de Cristo como Hijo de Dios, imagen de su ser divino, palabra
eterna del Padre
c) La encarnación como apropiación de nuestro ser humano por el Hijo de Dios
d) Experiencia religiosa propia del hombre Jesús como Hijo de Dios: en ella vive el
misterio de su filiación divina.
e) El testimonio de Cristo como autorrevelación personal de Dios a los hombres.

4
La encarnación del Verbo es el punto trascendental, donde lo divino y lo humano
se unen conforme a una estructura sacramental que regula no sólo la
comunicación de la gracia, sino la misma Revelación de Cristo.
En Jesucristo, Dios, la Trinidad se ha hecho proverbialmente cercano y
comprensible para el hombre a quien revela no sólo el misterio de Dios, sino el
misterio del propio hombre, concretamente tu propio misterio como hombre,
estimado alumno. La revelación en Cristo se presenta no sólo como la “respuesta
esperada” sino también como la iluminación de lo que en el hombre quedaría sin
la luz de esta respuesta.

2.- La Transmisión de la Revelación


A fin de abordar este tema nos remitiremos a la Constitución Dogmática Dei
Verbum Capítulo II: Transmisión de la Revelación Divina, que nos dice:
“Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los
hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las
generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios
sumo, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio,
comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo
completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y
de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los
Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que
habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían
aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones
apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la
salvación.
Más para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los
Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su propio cargo
del magisterio".

5
Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos
son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien
todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (Cf. 1 Jn 3, 2).

La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los
libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua.
De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a
los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y
que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo
que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva
santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su
culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del
Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras
transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su
corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por
el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de
la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la
plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos
tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta
Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada
Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de
esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su
amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia,
y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la
palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (Cf. Col 3, 16).

Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura


9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y
compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto
modo y tienden a un mismo fin.

6
Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo
la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los
sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el
Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la
expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva
solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas.
Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.

Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio


10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito
sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo
santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera
constantemente en la fracción del pan y en la oración (Cf. Act 8, 42), de suerte que
prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la
profesión de la fe recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha
sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el
nombre de Jesucristo.
Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve,
enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia
del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y
de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios
que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de
la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal
forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo
la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas”.

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3. El hombre: destinatario de la Revelación
El hombre por su naturaleza es un ser que busca la verdad. Pero esta búsqueda
de la verdad no solamente se refiere al logro de verdades parciales o de índole
tecno-científicas, su búsqueda va más allá, es decir, tiende a una verdad ulterior
que pueda explicar el sentido de su vida. Si damos un vistazo a todo lo que nos
rodea nos podremos dar cuenta que tanto lo creado, como lo hecho por la mano
del hombre es inferior a nosotros, de ahí que entonces en algo inferior a nosotros
no podemos encontrar la explicación al sentido de nuestra vida, es por eso que se
trata de una búsqueda que no puede encontrar su solución si no es en el Absoluto.
Gracias a la capacidad de razonamiento, el hombre sincero, honesto consigo
mismo, puede encontrar y reconocer esta verdad que es vital para su existencia.
Así, en la búsqueda de esta verdad, nos damos cuenta de que no basta
únicamente con reconocerla, sino que además es necesario profundizar en ella.
Para este siguiente paso: el profundizar en la verdad, nos encontramos entonces,
que no es suficiente la vía racional, sino también es necesario la confianza de
quien puede garantizar la certeza y autenticidad de la verdad misma, es decir,
confiar en la Verdad, en el Absoluto. De esta manera, la fe cristiana ayuda al
hombre ofreciéndole la posibilidad concreta de ver realizado el objetivo de esta
búsqueda. Así entonces, superando el estatus de la simple creencia, la fe cristiana
sitúa al hombre en el orden de gracia que le va a permitir ser partícipe en el
misterio de Cristo, en Quien se ofrece el conocimiento verdadero y coherente de
Dios Uno y Trino; conocimiento que le brinda al hombre al mismo tiempo la verdad
y el sentido de su existencia.
La verdad que Dios nos revela a través de Jesucristo, nos muestra que el Dios
creador es también el Dios de la historia de la salvación. El mismo e idéntico Dios,
que fundamenta la unidad de la verdad natural y revelada, tiene su identificación
viva y personal en Cristo Jesús.

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Lo que la razón humana “sin conocerlo”, como escribe S. Pablo en Hechos de los
apóstoles 17, 23: “porque al pasar y contemplar vuestras imágenes sagradas,
hallé también un altar en que está escrito: A un dios desconocido”. Este Dios
desconocido puede ser encontrado únicamente a través de Cristo Jesús.
Lo que en Él se revela, es la plena verdad de todo ser: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí. Si vosotros me conocéis
conoceréis también a mi Padre”. (Jn, 14,6-7)
Así pues podemos constatar con admiración que para la fe cristiana, ese Dios no
permanece inmóvil y en silencio. Es un Dios que sale al encuentro del hombre
revelándole el misterio de su Ser y su designio de Salvación como ya hemos visto.
En concreto estimado alumno (a), el Dios de Jesucristo, sale a tu encuentro para
revelarte a ti, el misterio de su Ser, de su Amor por ti, de su designio salvador que
tiene para ti.
La fe cristiana entonces, se fundamenta en la Revelación de Dios al hombre
cumplida en el acontecimiento de Cristo. El hombre es el destinatario de la
Revelación, a la que debe responder primeramente, tomando conciencia de esa
llamada divina, para así, adecuar su vida como una respuesta a esa vocación de
amor y salvación a la que ha sido llamado.
Por lo anterior, descubrimos que la Revelación no es únicamente la expresión de
Dios, sino que también es acción del hombre, que es interpelado por la
autocomunicación de Dios a fin de que opte y decida.
Revelación, fe y existencia del hombre son por ende inseparables. Creer en Jesús
como “Señor y Cristo” implica la conversión hacia una nueva existencia y la
permanencia en ella; no supone como nos dice S. Pablo, dejar el “hombre viejo”
para revestirnos de Cristo e instaurar nuestra vida en Él.
Así estamos pues, ante la única religión cuya Revelación se encarna en una
persona que se presenta y con su vida da testimonio de ser la verdad viva y
absoluta.

9
Comprender esta realidad crucial del cristianismo que es la Revelación divina,
captar su especificidad y todo su alcance, no es cuestión de una opción libre para
el creyente, ya que a ella no puede renunciar , so pena de someterse, reducirse a
vivir en la oscuridad . De la Revelación divina no se puede abdicar si deseamos
ofrecer al hombre de hoy, de nuestros días, tantas veces confuso, desorientado,
arrastrado por una y mil falacias, la luz que le permita caminar por la vida con
firmeza y decisión.

Ahora bien estimado alumno(a), ¿qué te ha revelado Jesucristo a ti, al ser tú el


destinatario de su Revelación?

Bibliografía:
 La Teología Fundamental PIÉ-NINOT, S. Secretariado Trinitario.
 Teología Fundamental. Izquierdo Urbino, C. EUNSA, Pamplona
 Jesús, Epifanía del amor del Padre. Ruiz Arenas Octavio CELAM 1987
 Teología Fundamental. Fernando Ocáriz, Arturo Blanco.
Editorial Palabra, 2ª Edición 2008
 Diccionario de Teología Fundamental. Latourelle, R.-Fisichella, R. Pié- Ninot, S.
Paulinas, Madrid
 Constitución Dogmática Dei Verbum
 Introducción a la Teología Fundamental, Rino Fisichella, Verbo Divino 1993.

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