Los Milagros de Jesús
Los Milagros de Jesús
Los Milagros de Jesús
Los milagros son el lenguaje de Dios. Todos son para el bien; nunca
realiza ningún milagro para castigar.
Una parte importante en la aceptación que Jesús encontró fué por la abundancia
de milagros que hacía. Jesús rodea su predicación del reino de muchas curaciones
y expulsiones de demonios.
Los milagros son el lenguaje de Dios. La naturaleza habla de la gloria de Dios. Para
los ojos despiertos, que no están nublados por la rutina, toda la creación es un
canto de alabanza al Creador que pregona: Él nos ha hecho. La belleza del mundo
es palabra hermosa que habla de Dios. Todo habla de Dios y de su esplendor de
gloria. Pero el milagro tiene un lenguaje especial. Es el lenguaje privado de Dios.
Sólo Él puede emitir una palabra que vaya más allá de los límites que ha querido
establecer en la naturaleza. Los milagros hablan del amor omnipotente del eterno.
Y Dios habla en Jesús con tantos milagros que, al cabo de los tres años, casi se
acostumbran a esa grandeza. Todos los milagros de Jesús son para el bien; nunca
realiza ningún milagro para castigar o hacer caer fuego del cielo sobre los injustos
o los malhechores. Los que los observan, ven el dedo de Dios que señala: mirad a
mi Hijo. Los beneficiados se gozan. Los ciegos se llenan de alegría, al ver; los
paralíticos saltan de gozo, y los leprosos estrenan nueva convivencia al quedar
limpios.
En efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es
Él, como de cuál es la misión que ha recibido de Dios.
¿QUE ES UN MILAGRO?
El milagro es «un hecho producido por una intervención especial de Dios, que
escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinado a un fin
espiritual» Es lógico que el Creador pueda actuar por encima de las leyes
naturales creadas por El mismo, cuando esa actuación no sea contradictoria. Dios
no puede hacer que un círculo sea cuadrado o que lo frío sea a la vez caliente.
Pero puede hacer que lo frío se haga repentinamente caliente o que se suspenda
por un tiempo la ley de la gravedad. Ahora bien, para realizar esa acción
extraordinaria, y tan poco habitual, debe existir un motivo.
El milagro pasa así a ser signo de algo que Dios quiere manifestar a los hombres.
Los motivos por los que Dios otorga el poder de hacer milagros al hombre son
dos:
1º Para confirmar la verdad de lo que uno enseña, pues las cosas que exceden a la
capacidad humana no pueden ser probadas con razones humanas y necesitan
serio con argumentos del poder divino.
2º Para mostrar la especial elección que Dios hace de un hombre. Así, viendo que
ese hombre hace obras de Dios, se creerá que Dios está con él.
Los milagros son hechos históricos que tienen la misma historicidad que los
propios evangelios. Es más, son una parte importante de la Buena Nueva
anunciada por los evangelistas.
Los relatos de los milagros son de una gran sencillez, lo cual no parece propio de
unas historias inventadas. Tienen, en la mayoría de los casos, una gran precisión
de datos en cuanto a tiempo, lugar, etc. Algunos relatos son largos y detallados,
pero otros muchos cuentan escuetamente lo ocurrido, sin mostrar el menor interés
por adornar los hechos.
Además, es sabido que los Apóstoles dieron su vida y abandonaron todo por ser
fieles a la predicación del Evangelio. Sería incomprensible que mintiesen o que
se dejaran llevar por imaginaciones subjetivas, que hubieran sido rechazadas por
los demás testigos de los hechos.
Otro dato de gran valor es que ninguno de los enemigos de Jesús dijo que no
hacía milagros, sino al contrario, es uno de los motivos por los que le
persiguen: «los mismos sacerdotes y los fariseos decían: ¿Qué hacemos? Porque
este hombre realiza muchas señales (milagros) Si le dejamos que siga así, todos
creerán en él» (Jn. 11, 47-48)
Pero, a pesar de todo eso, los fariseos no niegan la realidad de los milagros. Una
prueba de esto la encontramos también en que le acusan de que no observa el
descanso sabático, por curar a un endemoniado, una mujer encorvado, etc., en
sábado.
Quizá una de las manifestaciones más claras de que reconocen los hechos es que
le acusan de que su poder de hacer prodigios no viene de Dios, sino de Satanás.
Jesús les contestará que eso es imposible porque: «si Satanás expulsa a Satanás,
está dividido contra sí mismo: ¿cómo pues va a subsistir su reino?» (Mt. 12, 26)
En efecto, los evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestran
que Jesús comunicó a sus discípulos el poder de hacer milagros. Los Apóstoles
fueron elegidos, dice San Marcos, -para enviarlos a predicar, con poder para
expulsar demonios- (3, 14-15) San Mateo, por su parte, dice que los Doce
recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.
Los discípulos realizan las misma obras que Jesús con el poder y la autoridad
misma del Hijo de Dios. Este poder de los discípulos se reforzará después de
Pentecostés (cfr. Hechos de los Apóstoles) «Id y proclamad que el Reino de los
Cielos está cerca: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt. 10, 7-8)