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Los Milagros de Jesús

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Los milagros de Jesús

Los milagros son el lenguaje de Dios. Todos son para el bien; nunca
realiza ningún milagro para castigar.

Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net

Una parte importante en la aceptación que Jesús encontró fué por la abundancia
de milagros que hacía. Jesús rodea su predicación del reino de muchas curaciones
y expulsiones de demonios.

Los milagros son el lenguaje de Dios. La naturaleza habla de la gloria de Dios. Para
los ojos despiertos, que no están nublados por la rutina, toda la creación es un
canto de alabanza al Creador que pregona: Él nos ha hecho. La belleza del mundo
es palabra hermosa que habla de Dios. Todo habla de Dios y de su esplendor de
gloria. Pero el milagro tiene un lenguaje especial. Es el lenguaje privado de Dios.
Sólo Él puede emitir una palabra que vaya más allá de los límites que ha querido
establecer en la naturaleza. Los milagros hablan del amor omnipotente del eterno.
Y Dios habla en Jesús con tantos milagros que, al cabo de los tres años, casi se
acostumbran a esa grandeza. Todos los milagros de Jesús son para el bien; nunca
realiza ningún milagro para castigar o hacer caer fuego del cielo sobre los injustos
o los malhechores. Los que los observan, ven el dedo de Dios que señala: mirad a
mi Hijo. Los beneficiados se gozan. Los ciegos se llenan de alegría, al ver; los
paralíticos saltan de gozo, y los leprosos estrenan nueva convivencia al quedar
limpios.

Es significativa la cantidad de milagros destinada a sanar las enfermedades. El


dolor es un efecto del pecado de origen. Cristo, al vencer al dolor, quiere
demostrar que viene a vencer a su causa que es el pecado. No sana todas las
enfermedades, sólo unas pocas, aunque sean cientos. Porque el dolor se va a
convertir en instrumento del amor más grande. Gran misterio el del dolor; pero
mayor aún el del amor que, en el dolor, no deja de querer. Jesús dará a conocer
su mesianidad por medio de los milagros, pero cada milagro será un signo
elocuente de lo que viene a traer al mundo: una felicidad nueva, traída por un
amor generoso y fuerte, que llega de lo Alto.
El milagro es un hecho producido por una intervención especial de Dios, que
escapa al orden de las causas naturales por Él establecidas y destinado a un fin
espiritual.

JESUCRISTO HIZO ABUNDANTES MILAGROS


La vida de Jesucristo la resume el Apóstol San Pedro diciendo: «Pasó haciendo
el bien» (Hch. 10, 38) Este bien no se limitó a la predicación de una doctrina
sublime y llena de luz, ni a la salvación de las almas, sino que hizo abundantes
milagros curando enfermos, resucitando muertos, multiplicando panes,
procurando pesca abundante, convirtiendo el agua en vino, etc. Aunque Cristo no
vino a quitar el dolor y la muerte del mundo; sin embargo, estas curaciones
prodigiosas y los milagros sobre la naturaleza los realizó como muestra de su
inmenso amor a los hombres y con un significado más alto que debemos estudiar.

En efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es
Él, como de cuál es la misión que ha recibido de Dios.

LOS MILAGROS SON SIGNOS 0 SEÑALES


No son hechos solamente portentosos de un ser superior: Son manifestaciones de
una realidad salvadera sobrenatural. Son las señales de que ha llegado el Reino
de los Cielos y de que Dios está con el que los hace. Son también señales de la
transformación interior que se va a obrar en los espíritus; de la conversión y del
cambio de mente. A la vez, son señales del amor misericordioso de Dios por los
hombres.

¿QUE ES UN MILAGRO?
El milagro es «un hecho producido por una intervención especial de Dios, que
escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinado a un fin
espiritual» Es lógico que el Creador pueda actuar por encima de las leyes
naturales creadas por El mismo, cuando esa actuación no sea contradictoria. Dios
no puede hacer que un círculo sea cuadrado o que lo frío sea a la vez caliente.
Pero puede hacer que lo frío se haga repentinamente caliente o que se suspenda
por un tiempo la ley de la gravedad. Ahora bien, para realizar esa acción
extraordinaria, y tan poco habitual, debe existir un motivo.
El milagro pasa así a ser signo de algo que Dios quiere manifestar a los hombres.
Los motivos por los que Dios otorga el poder de hacer milagros al hombre son
dos:

1º Para confirmar la verdad de lo que uno enseña, pues las cosas que exceden a la
capacidad humana no pueden ser probadas con razones humanas y necesitan
serio con argumentos del poder divino.

2º Para mostrar la especial elección que Dios hace de un hombre. Así, viendo que
ese hombre hace obras de Dios, se creerá que Dios está con él.

HISTORICIDAD DE LOS MILAGROS

Los milagros son hechos históricos que tienen la misma historicidad que los
propios evangelios. Es más, son una parte importante de la Buena Nueva
anunciada por los evangelistas.

Ha habido quienes negaron la autenticidad de los milagros basándose en que es


imposible que puedan realizarse hechos en contra o por encima de las leyes
naturales. Esta afirmación parte de un prejuicio cerrado, que impide toda
objetividad, y que consiste en negar o bien que Dios existe, o bien que pueda
actuar en la tierra. Es claro que el Creador puede actuar por encima de las leyes
naturales que El ha hecho cuando tiene un motivo importante. Este es el caso de
los milagros evangélicos, que pretenden mostrar la divinidad de Cristo, y mover a
la fe y a la confianza.

Los relatos de los milagros son de una gran sencillez, lo cual no parece propio de
unas historias inventadas. Tienen, en la mayoría de los casos, una gran precisión
de datos en cuanto a tiempo, lugar, etc. Algunos relatos son largos y detallados,
pero otros muchos cuentan escuetamente lo ocurrido, sin mostrar el menor interés
por adornar los hechos.

Además, es sabido que los Apóstoles dieron su vida y abandonaron todo por ser
fieles a la predicación del Evangelio. Sería incomprensible que mintiesen o que
se dejaran llevar por imaginaciones subjetivas, que hubieran sido rechazadas por
los demás testigos de los hechos.

Otro dato de gran valor es que ninguno de los enemigos de Jesús dijo que no
hacía milagros, sino al contrario, es uno de los motivos por los que le
persiguen: «los mismos sacerdotes y los fariseos decían: ¿Qué hacemos? Porque
este hombre realiza muchas señales (milagros) Si le dejamos que siga así, todos
creerán en él» (Jn. 11, 47-48)

San Juan, en el capítulo 9, narra la curación de un ciego de nacimiento. Como


todos los actos de Cristo, en éste se encierra un simbolismo, además de que haga
el bien a alguien que sufre. Devolver la vista a un ciego, además de un acto de
amor, en este caso es también símbolo de que Jesús es la luz, que vence a las
tinieblas.

Los fariseos se cierran a la luz, pero como no pueden negar el hecho de la


curación, reaccionan con insultos y echan de la sinagoga al ciego de nacimiento
curado por el milagro del Señor. Ellos eran los principales interesados en que no
constase que Jesús realizaba hechos extraordinarios, pero no podían negar la
evidencia constatada, en algunos casos, por multitudes. La actitud de escribas y
fariseos pone de relieve también, que no basta con presenciar milagros para creer.
Ellos no aceptaron a Jesús, no reconocieron que los milagros son, ante, todo, las
obras del Mesías. «Revelan quién es y descubren la misión que viene a cumplir y
que es: establecer entre los hombres el Reino de los Cielos» (B.p.1.i.c., t. 2, p.
39)

Pero, a pesar de todo eso, los fariseos no niegan la realidad de los milagros. Una
prueba de esto la encontramos también en que le acusan de que no observa el
descanso sabático, por curar a un endemoniado, una mujer encorvado, etc., en
sábado.

Quizá una de las manifestaciones más claras de que reconocen los hechos es que
le acusan de que su poder de hacer prodigios no viene de Dios, sino de Satanás.
Jesús les contestará que eso es imposible porque: «si Satanás expulsa a Satanás,
está dividido contra sí mismo: ¿cómo pues va a subsistir su reino?» (Mt. 12, 26)

Los apóstoles escucharon las enseñanzas de Jesús y presenciaron sus milagros.


Luego les envía a hacer lo mismo que El: predicar la conversión y confirmar la
predicación con señales.

En efecto, los evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestran
que Jesús comunicó a sus discípulos el poder de hacer milagros. Los Apóstoles
fueron elegidos, dice San Marcos, -para enviarlos a predicar, con poder para
expulsar demonios- (3, 14-15) San Mateo, por su parte, dice que los Doce
recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

Esto se pone de manifiesto en diversas ocasiones, pero quizá tiene un especial


relieve aquella en la que uno le trae a su hijo endemoniado y dice que los
discípulos no han podido curarte. Jesús curó al niño, haciendo salir de él el
demonio. Los discípulos le preguntaron al Señor aparte: «¿Cómo es que nosotros
no hemos podido arrojarle? Díjoles: Por vuestra poca fe» (Mt. 17, 16)

Los discípulos realizan las misma obras que Jesús con el poder y la autoridad
misma del Hijo de Dios. Este poder de los discípulos se reforzará después de
Pentecostés (cfr. Hechos de los Apóstoles) «Id y proclamad que el Reino de los
Cielos está cerca: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt. 10, 7-8)

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