Amalivaca Creador Del Orinoco
Amalivaca Creador Del Orinoco
Amalivaca Creador Del Orinoco
La Leyenda de El Dorado
Dorado era el nombre de un cacique fabuloso, de un señor algo
así como Midas, el legendario rey de Frigia, que había obtenido de
Baco la facultad de convertir en oro todo cuanto tocara. Dorado
no necesitaba de esa facultad porque ya el oro existía en su
comarca por la gracia de un dios que había pasado por allí y
dejado a su tribu esa herencia. Allí todo el metal incorruptible
resplandecía a la luz del sol o de la luna.
Según los aborígenes esa ciudad era Manoa con un gran lago, al
que los conquistadores llamaron Guatavita, de lecho y arenas
doradas. Cada vez que moría el cacique y había que iniciar al sucesor
se llevaba a ese lago en medio de un rito en que desnudo el cuerpo
del señor se le ungía con polvo aurífero obtenido del propio lago.
Lo cierto es que de la existencia de esa ciudad fabulosa supieron
por boca de los indios los conquistadores hispanos, alemanes e
ingleses, quienes hicieron esfuerzos heroicos y gastaron tiempo,
fortuna y vidas tratando de localizarla, pero siempre fue inútil. Y
mientras más ignota y remota se hacía Manoa o el lago de Guatavita,
más fabulosa se hacía la imaginación de quienes ansiaban apoderarse
de ella para sí o para su reino. Se llegó a especular, incluso, que ese
lugar era así de rico porque allí se habría refugiado con todos sus
increíbles tesoros el perseguido hijo menor del inca Huayna-Capác,
padre de Manco-Capac, último soberano del gran imperio Inca que
tenía como capital el Cuzco y que se extendía desde Colombia hasta
las tierras meridionales de Chile.
Otro Dorado existía en la parte sur-occidental de Guayana, no
porque el Rey o Jefe de las tribus así se llamara y cumpliera los
mismos ritos, sino porque las montañas y bosques estaban cruzados
por simas profundas y galerías subterráneas llenas de tesoros
custodiados por seres sorprendentemente extraños
llamados Ewaipanomas y de los cuales da cuenta Sir Walter Raleigh
en su libro “El Descubrimiento del grande, rico y bello imperio de
Guayana”, Esos seres habitaban las cabeceras del Caura y las
profundas cuevas de Jaua y Sarisariñama, custodiando como gnomos
los tesoros de la tierra. Hombres sin cabeza propiamente, con la cara
en el pecho y el cabello cayendo sobre los hombros. Por la misma
intrincada región de los Ewaipanomas da cuenta de misteriosos ríos
de magnéticas ondas que dan vida o muerte según la hora en que se
beban sus aguas: vivificantes a la media noche y mortales antes o
después.
La mitología primitiva no sólo era capaz de concebir seres
humanos de esas formas inauditas sino dentro de la zoología,
dragones o culebras de múltiples cabezas. La piedra del Medio, por
ejemplo, entre Ciudad Bolívar y Soledad, y la cual utilizan los
ribereños para medir el nivel del Orinoco, como Escila y Caribdis de
las famosas Rocas Erráticas que estremecieron las naves de Ulises
mientras navegaba de regreso a su lejana y amada Itaca, también
tiene su monstruo guardando posibles tesoros escondidos en las siete
colinas que como Roma circundan a la vieja Angostura.
Según la leyenda indígena, esa descomunal culebra se siete
cabezas, una para casa colina, succiona el agua del río dando lugar a
peligrosos estiajes o reflujos. Ese succionar cuando el monstruo está
my sediento, según la creencia, es capaz de absorber como tromba
todo cuanto se acerque por las inmediaciones de la Piedra, bajo cuya
base el monstruo tendría su guarida. Ello explicaría la desaparición de
curiaras, nadadores, pescadores, y hasta de una chalana llamada “La
Múcura” que cargada de vehículos pesados se hundió el 27 de febrero
de 1952. Tales accidentes han reforzado la creencia y servido de
pábulo a la imaginación popular tan sensible a las homéricas fantasías
de la Odisea.
Atraído por la leyenda, años atrás, llegó hasta aquí un barco del
Instituto Oceánico de la UDO a detectar con sus ondas ultrasónicas lo
que de verdad pudiera existir por los alrededores dela Piedra del
Medio y localizó una depresión en forma de embudo que alcanza a la
increíble profundidad de 150 metros bajo el nivel del mar. En esa fosa
donde se arremolinan las aguas del Orinoco en crecida pudiera estar
la clave del reptil de siete cabezas que atormenta y devora a los
desprevenidos.
Los misioneros jesuitas establecidos en el siglo dieciocho por la
región del Alto Orinoco próxima a los raudales de Atures y Maipure,
captaron de los habitantes autóctonos del lugar la existencia de un
saurio con todas las señales de un Dragón. Ese dragón sería como en
el Jardín de las Hespérides, el guardián de los tesoros sumergidos en
aquellos bosques, manifestado a través de la violencia de los raudales
para impedir su acceso.
Los expedicionarios que desde la época de la Conquista se
afanaron en buscar las fuentes u origen del Orinoco, se encogían de
temor ante ese innavegable obstáculo de los Raudales de Atures y
Maipures. José Solano, comisionado de límites en 1756, pudo
remontarlo. El Padre Superior de los Jesuitas, al conocer la noticia,
dijo a Solano: “Me alegro que haya Ud. sujetado al dragón
mientras estaba dormido, que al despertar con las crecientes ha
de bramar por hallarse burlado”.
Sir Walter Raleigh, durante los ocho años que estuvo preso en las
normandas Torres de Londres, escribió un libro sobre el hermoso
y rico imperio de Guayana en el cual, entre otros afirmaciones,
señala que “me han asegurado aquellos españoles que han visto
y conocido a Manoa, la ciudad imperial de Guayana que ellos
llaman El Dorado, que por la magnitud de sus riquezas y por su
asiento excelente sobrepasa cualquier otra ciudad del mundo, por
lo menos del mundo que conocen los de la nación española. Está
fundada sobre un lago de agua salada de 200 leguas de largo y a
manera del Mar Caspio”
Ese libro conmovió y convenció a casi todo el imperio y logró con
él lo que buscaba atraído por la añagaza de El Dorado. El 12 de junio
de 1616 Sir Walter Raleigh obtuvo permiso del gobierno de Inglaterra
para una nueva expedición hasta el nuevo mundo al encuentro
promisorio de tierras y riquezas para su Rey.
Sobre la marcha y emocionado por su idea de otra aventura
acariciada al calor de las noticias que del nuevo mundo tenía y
llegaban al viejo continente, organizó una expedición de catorce
buques con mil doscientas quince toneladas y unos mil hombres.
Comandando la expedición iba él a bordo del buque “Destiny”,
rumbo a las Bocas del Orinoco, por donde decían se podía entrar
hacia la dorada Manoa. Su viaje hasta Trinidad fue expedito pues ya
el 6 de febrero de 1595 había arribado, quemado a San José de Oruña
y hecho preso al gobernador Antonio de Berrío.
Al llegar a Trinidad donde tuvo que combatir para posesionarse
nuevamente de la isla, enfermó gravemente y adelantó hacia Santo
Tomás de la Guayana a su hijo Wat y al Capitán Keymes con una
fuerza de 600 hombres y cinco navíos.
Diego Palomeque de Acuña, gobernador de la provincia de
Guayana, con sólo 57 hombres, enfrentó a los corsarios, pero murió
en el combate al igual que la totalidad de los defensores de la
ciudad. También del lado de los corsarios murieron el hijo de Walter
Raleigh y cuatro oficiales. El capitán Keymes se suicidaría después
por la muerte del hijo más querido de su jefe.
Sir Walter Raleigh, como se ve, fracasó en esta segunda
expedición y su comportamiento deterioró las relaciones de su país
con España, causando serios disgustos al rey Jacobo Primero y a la
reina Isabel, su protectora. Por lo tanto, en aras de la paz entre
ambas naciones. Raleigh fue preso y decapitado al regresar a su
país. Antes de ir a la guillotina escribió este su epitafio: “Tal es el
tiempo depositario de nuestra juventud, dicha y demás/ y no
devuelve sino tierra y polvo/ el que en la tumba muda y triste/
cuando terminó nuestro camino/ la historia encierra de la vida
nuestra/ de esta tumba, polvo y tierra/ me librará nuestro señor,
según confío”.
El fraile Antonio Caulin, cronista de las Misiones y uno de los tres
capellanes de la Expedición de Límites, parecía ser el único que no
creía en la realidad de El Dorado ¨ Si fuera cierto esta magnífica
ciudad y sus decantados tesoros –decía- ya estuviera
descubierta, y quizás poseída por los holandeses de Surinam,
para quienes no hay rincón accesible donde no pretendan instalar
su comercio, como lo hacen frecuentemente en las riberas del
Orinoco y otros parajes más distantes, que penetran guiados por
los mismos indios que para ellos no tienen secreto oculto ¨.
Tanto para Caulin, como para los demás expedicionarios de
límites, El Dorado era otra cosa que no alcanzaban ver los ilusos, vale
decir, la realidad de los ingentes recursos naturales de Guayana que
debían explotarse con la ciencia, la tecnología adecuada y el trabajo
productivo.
Sin embargo, la fábula de El Dorado sirvió para fundar muchos
pueblos y descifrar la complicada geografía continental. Es más, como
mito prodigioso y perdurable ha servido de alimento permanente a las
artes literarias y al ensayo histórico. Bastaría, citar lo más
próximo: Los Pasos Perdidos, de Alejo Carpentier y El Dorado
Revisitado, de Catherunbe Ales, del Centro National de la Recher che
Scientifique, Paris, y Michel Pouyllau, del Centro National de la
Recherche Scientifiquye de Bourdeux, traducido por Jacqueline
Clarac.
Este último trabajo es realmente muy interesante, pues a través
del mito del Dorado que se perpetúa bajo diversas formas, Ales y
Pouyllau, lo analizan en referencia a la historia de las ideas, al avance
de la cartografía y a la permanencia literaria de sus geografías
imaginarias. Por cierto, que Jacqueline Clarac, la traductora del
trabajo, lo dedica a un bolivarense ya olvidado, Vicente Pupio,
antropólogo, a quien su colega Jorge Armand quiso homenajear
fundando un Museo Etnográfico con su nombre, pero la UDO, donde
prestaba servicio, no le dio jamás el apoyo que tanto le
demandaba. Frustrado en su aspiración, aprovechó una coyuntura
internacional y se fue a la India a poner en práctica cuando había
aprendido en la Escuela de Antropología de la Universidad Centralde
Venezuela. Se fue en busca de un dorado distinto al que deslumbró a
Walter Raleigh: el dorado del hombre y su origen.