Mujeres Novohispanas PDF
Mujeres Novohispanas PDF
Mujeres Novohispanas PDF
mexicana contemporánea
Mujeres novohispanas
en la narrativa mexicana
contemporánea
Los cuadernos de América sin nombre están asociados al Centro de Estudios Ibero-
americanos Mario Benedetti.
I.S.B.N.: 978-84-9717-297-4
Depósito Legal: A 174-2014
De lo verídico a lo legendario: la
configuración del personaje de Josefa Ortiz
de Domínguez desde la narrativa mexicana
contemporánea por Cecilia Eudave . . . . . . . . . . . . 77
7
Pensamiento criollo, nación y aporte
femenino; elementos de una identidad
nacional. El occidente mexicano en los
albores de la independencia por Carlos Fregoso
Gennis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
8
Personajes femeninos controversiales en
la narrativa mexicana contemporánea
9
Historia y ficción son por tanto los ejes de una construc-
ción literaria que tuvo en 2010, con la conmemoración del
Bicentenario de la Independencia de México, una muestra
amplia de creaciones surgidas muchas de ellas al calor de la
misma celebración; otras en períodos próximos y otras más
—como plasmación de nuevos objetivos— en aquella impe-
riosa creatividad que surgió tras la misma Independencia y
que, en la recuperación histórica, llega hasta nuestros días.
La coincidencia de propuestas entre los grupos mexica-
nos de las Universidades de Guadalajara y Zacatecas y la
Universidad de Alicante, que desde 1999 lleva adelante una
Unidad de Investigación denominada «Recuperaciones del
mundo precolombino y colonial en la literatura hispano-
americana contemporánea», ha sido un factor de satisfacción
para quienes desde el año citado editan la Revista América
sin nombre (que ya ha llegado a su número dieciocho) y los
Cuadernos de América sin nombre, del que con éste se edita
el número treinta y tres, y se honra así al acoger esta investi-
gación conjunta. El personaje histórico y sus recuperaciones
americanas han sido durante este tiempo una preocupación a
la que América sin nombre ha dedicado monográficos y cua-
dernos, junto a otros temas que han ido jalonando los quince
años de vida de esta publicación.
En el volumen que presentamos ahora, el personaje his-
tórico adquiere protagonismo y lo hace además en la figura
de mujeres más o menos conocidas en el ámbito de la tradi-
ción: el mayor número de trabajos están dedicados a figuras
reales y muy conocidas, como Sor Juan Inés de la Cruz, con
tres trabajos (Alfredo Cerda Muñoz, Alberto Ortiz y Eva
Valero Juan), asimismo es la más tratada a lo largo de varias
novelas; sigue La Malinche, con dos capítulos (Beatriz Ara-
cil Varón y Clara Cisneros Michel), y con otros dos títulos,
la insurgente Leona Vicario (Elsa Leticia García Argüelles
10
y María Guadalupe Sánchez Robles), que se completa con
la visión de otra mujer de la insurrección independentista,
Josefa Ortiz de Domínguez (trabajada por Cecilia Eudave).
Sobre figuras clásicas, Catalina de Erauso, la Monja Alfé-
rez, nos lleva de nuevo a una ficción del siglo XVII (trabajo
de Josefina María Moreno de la Rosa). Un trabajo general,
sobre mujer e identidad nacional en el occidente mexicano
en los comienzos de la Independencia (capítulo de Carlos
Fregoso Gennis) sirve como marco reflexivo a la indagación
sobre la sociedad que también nos proponemos, mientras
que dos argumentos de la Inquisición, como marco el prime-
ro del proceso real a Antonia de San Joseph en el siglo XVII
(capítulo de Víctor Manuel Sanchis Amat) y como invención
de un personaje como Crisanta Cruz basado en una historia
real reorientada por la ficción (trabajo de José Carlos Rovi-
ra) son otros puntos de reflexión en el volumen.
En las propuestas y en los debates que produjeron las
exposiciones queda siempre abierto el objetivo de reflexión
sobre lo ficcional y la función que tiene toda recuperación
histórica, desde el encuentro con lectores y lectoras cuya
afición por este tipo de recuperaciones exige el producto, a
intentos inventivos de best sellers con los que encontrar un
público fácil, a reflexiones intensas sobre la sociedad y sus
personajes.
Aparece una reflexión teórica sobre la mujer en algu-
nas intervenciones, desarrollando el análisis de los modelos
narrativos también como discursos de género en las perspec-
tivas que se han trazado.
Estuvo siempre presente la noción de lo controversial en
la identificación de personajes, situaciones e historias recons-
truidas a través de la ficción controvertida, la que significa
mirar al personaje en situaciones discutidas y opiniones con-
trapuestas.
11
A los textos de ahora seguirán dos cuadernos más, con
otras reflexiones sobre diferentes aspectos de la reconstruc-
ción narrativa analizada. Es nuestro compromiso.
12
La Malinche: historia y mito
en dos novelas mexicanas contemporáneas
Beatriz Aracil
Universidad de Alicante
Introducción
13
embargo, sólo en dos novelas relativamente recientes, escri-
tas por mujeres, concebidas por sus autoras como nuevas
interpretaciones literarias de esta figura emblemática: Amor
y conquista. La novela de Malinalli mal llamada la Malin-
che, de Marisol Martín del Campo (1999) y Malinche, de
Laura Esquivel (2005).
El punto de partida para el estudio de ambas obras es la
propuesta de Sandra Messinger de entender a «la Malinche»,
más que como un mito, como un «signo» que, desde lue-
go, ha adquirido un significado mítico pero también otros
muchos, porque funciona al modo de
14
destacar los elementos (convergentes y divergentes) que
definen la construcción del personaje por parte de Mar-
tín y de Esquivel, elementos que nos llevarán a considerar
necesariamente una perspectiva de género en dicha cons-
trucción, pero también otros aspectos interesantes que nos
hablan de las posibilidades que todavía ofrece este signo,
polivalente desde su mismo nombre (Malinalli/Malintzin/
Marina/Malinche), en el México contemporáneo.
15
reconstruir, aunque fuera muy parcialmente, a la Malinche
histórica5.
Según Bernal, esta joven ofrecida por los caciques de
Tabasco a Hernán Cortés junto a otras esclavas en marzo de
1519, «era gran cacica e hija de grandes caciques y señora de
vasallos» (99), pero, muerto su padre, su madre había vuelto
a casarse y había decidido con su nuevo marido entregar a
Malintzin a unos mercaderes de esclavos de Xicalango sólo
con el fin de que su hermanastro pudiera heredar sin proble-
mas el cacicazgo. Tras ordenar su bautismo (por el que toma-
rá el nombre de Marina) Cortés entrega a esta muchacha, «de
buen parecer, entremetida y desenvuelta» (Bernal Díaz 99),
a Alonso Hernández de Puertocarrero, pero pronto cambia
de opinión y manda a éste a Castilla para tenerla libremente
«a su servicio». Conocedora del náhuatl como lengua mater-
na y del maya por haber convivido primero con los indios
de Xicalango y luego con los de Tabasco, dice Bernal que
«sin ella no podíamos entender la lengua de Nueva-España
y México» (103) y que «como doña Marina en todas las gue-
rras de Nueva-España, Tlascala y México fue tan excelente
mujer y buena lengua (...) a esta causa la traía siempre Cortés
consigo» (102).
No hay duda de que hay en Bernal una visión admira-
da de la joven intérprete, pero lo interesante para nuestros
propósitos es que este cronista parece otorgarle un papel
que va más allá del ya crucial de posibilitar la comunicación
entre ambos bandos y, sobre todo, que lo hace atribuyén-
dole cualidades de las que debería carecer por ser mujer (y
16
ser indígena), es decir, cualidades propias de los hombres
(españoles):
17
Sin pretender ahondar en este período básico para la
interpretación del personaje (ampliamente abordado, en
cualquier caso, por la crítica7), en el que se configura el mito
negativo de la Malinche, me parece necesario considerar al
menos en tres aspectos: en primer lugar, hay que insistir en
la necesidad ideológica de la que parte la creación de un mito
que, como explica asimismo González, constituye una «pie-
za clave (…) en el rompecabezas de la identidad nacional»
(90), ya que la Malinche se convierte en «chivo expiatorio»
de todos los males de ese país en formación que necesaria-
mente se construye como rechazo al período de dominación
española; en segundo lugar, conviene llamar la atención,
como hace Carlos Monsiváis, sobre cómo, en esa configura-
ción del mito, «a la causa política se suman prejuicios de la
época» respecto a la mujer (189), claramente ejemplificados
en la frase de Ignacio Ramírez: «recordamos con indignación
a la barragana de Cortés» (cit. en Monsiváis 188) y plasma-
dos por este mismo autor en su pieza teatral La Noche Tris-
te8; por último, habrá que recordar que no fue esta la única
imagen que de Marina/Malinche se ofreció a lo largo del
siglo XIX: existe una línea hispanista, formulada sobre todo
por el ideólogo Lucas Alamán y trasladada al ámbito litera-
rio por novelistas como Ireneo Paz, autor de Doña Marina:
novela histórica (1883), en la que el personaje se convierte
en una heroína romántica, movida por el amor y la fideli-
18
dad a Cortés9; dicha línea va a encontrar continuación, ya en
el siglo XX, en nombres como Gustavo Rodríguez, Felipe
González Ruiz o Federico Gómez de Orozco.
Sólo desde la existencia de esa doble vertiente puede
entenderse que, en la que será la segunda etapa esencial para
el discurso identitario nacional, la que corresponde a las
décadas posteriores a la Revolución Méxicana, y más concre-
tamente en el año 1942, salgan a la luz dos textos cuyas teo-
rías resultan claramente contrapuestas: la biografía novelada
Doña Marina. La dama de la conquista, de Federico Gómez
de Orozco, en la que se pretende dar cuenta de la vida de esta
«hermosa india que todo lo ofrendó por el amor [a Cortés] y
su pasión exaltada hasta el sacrificio» (8), madre de esa raza
mestiza que es hoy la nación mexicana10, y el célebre artículo
de Rubén Salazar Mallén titulado «El complejo de la Malin-
che», en el que, dando por sentada la implantación (también
en el ámbito popular) del mito Malinche-traidora11, intenta
analizar las causas por las que perdura en el México contem-
poráneo «ese complejo que hizo a la servil indígena traicio-
nar a los suyos y humillarse ante el conquistador» (54).
A mediados del siglo XX, pues, la imagen de la Malin-
che no es unívoca, pero además sus distintas interpretaciones
corren paralelas sin posibilidad de convergencia, práctica-
mente ignoradas entre sí12, hasta que llegamos a su reinter-
19
pretación por parte de Octavio Paz en El laberinto de la sole-
dad (1950), ese libro «hermoso y seminal» —como lo define
Monsiváis— «expresión del momento en el que el naciona-
lismo se renueva, acuciado por interpretaciones ya dominan-
tes» como el psicoanálisis o las teorías del mestizaje (191-2).
En un breve pero significativo capítulo titulado «Los hijos
de la Malinche», Paz identifica a ésta con la Chingada (la
Madre violada), lo cual le permite oponerla definitivamen-
te a la Guadalupe (la Madre virgen), pero también asumir
la idea popular de la Malinche-traidora, que abdica ante el
extranjero, para fusionarla con la de una Malinche símbolo
del atropello cometido contra el pueblo indígena:
breve alusión en su prólogo a cómo sobre ella «la historia hecha con pasión
y mengua, intenta acumular los más tristes destinos» (8).
13 De hecho, es muy significativa, como advierte Spitta, «la fácil trans-
ferencia o ecuación que hace entre ‘violación’ y ‘entrega’ —como si fueran
una misma cosa—» (164).
20
que ahora se reivindica, ya que también ella se convierte en
una víctima de Cortés. En definitiva, a pesar de sus posibles
limitaciones o errores14, Paz nos ofrece por primera vez a
una Malinche compleja y ambivalente, en un análisis de tan
hondo calado que, durante al menos las tres décadas poste-
riores, casi todas las lecturas (críticas o literarias) del per-
sonaje se han construido en buena medida como respuesta
(explícita o no) al mismo15.
En torno al último cuarto del siglo XX, sin embargo,
surgen dos formas de interpretación de este signo «Malin-
che» (construido, como decíamos, a modo de palimpsesto)
que explican en gran medida el cambio en la percepción
del mismo que se ha estado llevando a cabo en la literatura
(y la cultura) mexicana más actual. La primera es el aná-
lisis riguroso del personaje histórico que, favorecido por
el desarrollo de los estudios virreinales, ha sido llevado
a cabo por investigadores como Margo Glantz 16, quien
organizó en 1992 un coloquio titulado «La Malinche: sus
padres y sus hijos» cuyas contribuciones avanzan en la
21
revisión del personaje histórico (y también mítico) insis-
tiendo sobre todo en su verdadero papel en la conquis-
ta: el de traductora. Así lo hace la propia Glantz cuando
analiza la función de la Malinche como mediadora entre
el discurso del conquistador y el del indígena a partir de
los nombres que se le atribuyen («lengua» y «faraute») y
de los que ella misma traslada a otros, como ocurre con
el apelativo «Malinche» que los indígenas dan a Cortés
(«La Malinche: la lengua en la mano»), o cuando demues-
tra cómo Malinche rompe con su doble rol de india y de
mujer a través de ese papel esencial de traductora («Doña
Marina y el capitán Malinche»), pero también autores
como Bolívar Echeverría, quien advierte sobre la capaci-
dad del personaje para generar «la utopía del intérprete»,
esto es, «la posibilidad de crear una tercera lengua, una
lengua puente, que, sin ser ninguna de las dos en juego,
siendo en realidad mentirosa para ambas, sea capaz de dar
cuenta y de conectar entre sí las dos simbolizaciones ele-
mentales de sus respectivos códigos» (174).
La segunda forma de interpretación es la que llevan a
cabo las escritoras chicanas al menos desde los años 70, lec-
tura reivindicadora del personaje, que se enfrenta al mito
negativo (patriarcal) del malinchismo al tiempo que mani-
fiesta diversas formas de identificación con la figura histórica
(Messinger, La Malinche 138-152) cuyo principal referente
podría ubicarse en el poema de Rosario Castellanos «Malin-
che», incluido en la antología Poesía no eres tú (1972). Sin
referirse a la conquista ni citar siquiera a Cortés, la autora
mexicana se centra en dicho poema en un momento clave de
la vida de doña Marina descrito por Bernal: aquel en el que,
siendo niña, es abandonada. Castellanos imagina a la madre
de Malinche asesinando a su padre para casarse de nuevo e
intercambiando a su hija con el cadáver de otra niña para
22
poder anunciar su muerte y venderla, ocultamente, como
esclava. Cito sólo el final del poema:
...yo, vendida
a mercaderes, iba como esclava,
como nadie, al destierro.
Arrojada, expulsada
del reino, del palacio y de la entraña tibia
de la que me dio a luz en tálamo legítimo
y que me aborreció porque yo era su igual
en figura y en rango
y se contempló en mí y odió su imagen
y destrozó el espejo contra el suelo.
23
than condemnation reflects a transformation in the cons-
ciousness of contemporary readers/writers» (La Malinche
152).
24
Inscritas en un contexto en el que ya no resulta urgen-
te rebatir (al menos explícitamente) el mito formulado
por Octavio Paz, ambas autoras pretenden indagar con
su escritura en la verdadera realidad de la Malinche «his-
tórica», a la que mencionan siempre por su nombre indí-
gena, Malinalli. Consecuentemente, ambas insisten en
su papel primordial de traductora (aunque sin abando-
nar la imagen de mujer enamorada y madre que desde el
período romántico le habían atribuido la narrativa y el
teatro) y prestan especial atención tanto a su pertenen-
cia al mundo indígena como a su condición femenina.
Las coincidencias entre las dos autoras, sin embargo, no
van mucho más allá, ni siquiera por lo que respecta a
una supuestamente compartida perspectiva de género (al
fin y al cabo, como ya señalaba Virginia Wolf, si bien «la
escritura de una mujer es siempre femenina», la dificultad
«radica en definir lo que queremos decir con ‘femenina’»
—cit. en Rivas 92—). Distinguir, pues, la manera en que
ambas escritoras resuelven en su narración los diversos
aspectos «comunes» ya citados puede ser un ejercicio útil
para observar cómo también en el México actual, y más
concretamente en el ámbito de la narrativa escrita por
mujeres, el signo «Malinche» continúa admitiendo lecturas
diversas que oscilan, sin embargo, una vez más, entre la
historia y el mito.
La extensa novela histórica que Marisol Martín del Cam-
po saca a la luz en 1999 es fruto sin duda de una minucio-
sa labor de documentación tanto respecto a la figura de la
Malinche como sobre todo en lo que atañe a los aconteci-
mientos y personajes que configuran el hecho histórico de la
conquista, por un lado, y, por otro, a la historia y la cultura
maya y náhuatl (documentación que fundamenta casi cada
página de la novela, pero que se explicita además en la biblio-
25
grafía final citada por la autora, los apéndices y las notas
finales que incorpora al texto)18. El objetivo de la novela es
narrar la «verdadera historia» de Malinalli insertándola en el
contexto más amplio que la justifica, la propia conquista de
México, pero descrita desde la visión de los vencidos.
El punto de partida es el relato que Ozlaxiuchitl, noble
indígena que acabó siendo fiel servidora de Malinalli y tes-
tigo de su violenta muerte, revela a punto de morir a su hija,
consignado a su vez por ésta en una crónica concebida como
necesario ejercicio de memoria personal e histórica: «Ahora
cumplo mi promesa. Ésta es la verdadera historia de Malin-
tzin según me la narró nonan. Creo que es digna de traerla a
la memoria» (28).
Ozlaxiuchitl, la mujer indígena que Martín inventa al
modo del «héroe mediocre» lukacsiano (situado en el cen-
tro del conflicto histórico y arrastrado por los diversos
agentes en pugna —Lukács 37—), es el recurso ficcional
que sirve a la autora a un tiempo para acercarnos al perso-
naje central de la novela, la propia Malinalli, y para «resca-
tar el punto de vista de los vencidos» (Martín 417) de forma
verosímil. Su voz, junto a la de otros personajes indígenas,
será la encargada de narrar los hechos acaecidos desde que
Moctezuma tiene noticia de la llegada de los españoles has-
ta la prisión de Cuauhtémoc y la muerte de «la ciudad de
agua, la enorme y orgullosa Tenochtitlan» (351)19. La voz
26
de Malinalli, en cambio, aparece sobre todo como narra-
ción de la propia experiencia (cap. III), más íntima y perso-
nal a partir del capítulo V, en el que el personaje inicia sus
cartas imaginarias a Alonso de Puertocarrero tras la marcha
de éste a España.
De acuerdo con el título, Amor y conquista (quizá no
muy acertado por sus connotaciones de «novela best seller»),
la obra se concibe como un sugerente relato épico en el
que no se eluden las cruentas escenas bélicas20, pero tam-
bién como un relato de historias personales con una fuerte
presencia del tema amoroso que refleja, en cualquier caso,
una clara perspectiva de género, ya que la autora plantea
con gran libertad muy diversos tipos de relaciones (el deseo
homosexual entre el cacique gordo de Cempoala y su sier-
vo; el matrimonio tradicional indígena, basado en el honor
y el respeto, representado por Ozla y Tlamayocatl; el amor-
pasión que se desata entre Cuautémoc y Tecuichpotzin; el
amor «callado y constante» de Pérez de Arteaga por Malina-
lli…). En este sentido, es cierto que el personaje de Malinalli
es (una vez más) una mujer enamorada, pero Martín la libera
hasta cierto punto de la dócil (o terrible) servidumbre al con-
quistador que habitualmente se le había supuesto para ima-
ginarla capaz de sentir a un tiempo un amor «transparente»
por Puertocarrero y una pasión violenta por Cortés: «ahora
me gusta pertenecerle y sigo siendo tuya. ¿Me entiendes?
Siempre lo hacías. Es a ti a quien amo, a él lo deseo» (115).
27
Dicha perspectiva de género se observa asimismo en otros
aspectos que apunto solamente: la propia construcción narra-
tiva de un texto concebido —según se ha señalado— como el
relato que una mujer hace sobre Malinalli, pero también sobre
su propia vida y la de los suyos, que es consignado además por
su hija (lo que le otorga un claro punto de vista femenino); el
tratamiento de temas como la maternidad (observada desde
la subjetividad de unas mujeres que deben enfrentarse tam-
bién al sufrimiento provocado por abortos accidentales o por
la muerte de sus hijos pequeños); la conciencia, por parte de
Malinalli, de su inferioridad como mujer, primero por su edu-
cación indígena («Eres mujer y vales menos que un morralito
de plumas de faisán, menos que el viento», 52) y más tarde por
el descubrimiento de la marginalidad social femenina:
28
Ahora bien, el poder que le concede su manejo de la
palabra y su propia relación con Cortés implica también un
proceso de aculturación del que el personaje es consciente,
que le obliga a justificar sus acciones como consecuencia de
su adhesión a «la causa española» (en especial a partir de la
matanza de Cholula —137—), pero que revela a su vez una
fuerte crisis de identidad: «tal vez fui mexica, no lo sé (…),
crecí y fui educada por los mayas, sus dioses fueron los míos,
ahora soy cristiana, dicen. Sirvo a Malinche porque me trata
con consideración» (213) explica al mercader Cacama cuan-
do éste le pide que se una a los suyos y, ya consumada la con-
quista, da cuenta de ese difícil proceso de nepantlismo ante la
ciuatlatoani Tecuichpotzin:
29
novela a la que han asumido las escritoras chicanas, al tiempo
que la instala (y la explica) en su contexto histórico.
Por otro lado, es precisamente en la reconstrucción de
dicho contexto, y de forma especial en la recreación del
mundo indígena al que también pertenece Malinalli, donde
encontramos los principales logros de la escritura de Martín.
A lo largo del relato, la autora sitúa al lector en el contexto
político que explica la debilidad de la Triple Alianza y sus
disensiones internas ante el avance de los españoles, pero,
sobre todo, logra adentrarnos en la concepción mítico-reli-
giosa del mundo indígena, explicada a partir de las leyendas
mayas y mexicas22 y reflejada en cada uno de los ritos de la
vida (desde el matrimonio al juego de pelota, desde los ritos
de madurez a los sacrificios humanos23); una concepción sin
la cual es imposible entender la traumática «visión de los
vencidos» (como advierten los sacerdotes mexicas, «sin los
dioses, sin la religión, el mundo ya no tendría sentido, ni
razón de ser» —254—). Y la recreación de dicho mundo se
realiza además a través de un riguroso trabajo de estilo24, que
se refleja, por ejemplo, en la continua utilización de la anáfo-
ra y otras estructuras paralelísticas25, la imitación de diversos
tipos de huehuetlatolli26 o el manejo de habituales fórmulas
30
de cortesía, como las que Cacamatzin dirige a Moctezuma
en el consejo que éste convoca para valorar la naturaleza e
intenciones de los hombres blancos:
31
convierte en centro de la narración incluso por lo que res-
pecta a la presentación de los acontecimientos históricos
(incorporados a la misma siempre a través del tamiz perso-
nal28). La construcción novelesca concuerda así con el obje-
tivo de Esquivel, explícito en los Agradecimientos finales,
en los que señala que el libro es resultado de la búsqueda de
respuestas a una serie de preguntas: «¿Cómo era la Malin-
che? ¿Qué pensaba? ¿Qué sabía? ¿Qué ideas la acompaña-
ban?» (197).
Esta búsqueda de la verdad «íntima», pero también his-
tórica, del personaje se corrobora (al menos aparentemente)
con una bibliografía final en la que se entremezclan cróni-
cas de la época, textos de investigación (sobre la Malinche y
sobre el mundo prehispánico) y alguna obra literaria (inclui-
da la novela de Marisol Martín); sin embargo, en los mismos
Agradecimientos, Esquivel se apresura a aclarar:
32
«son los que se relacionan con la sensualidad, con la vida, con
un orden mucho más cósmico» (Esquivel, «Entrevista»).
Por lo que respecta a las lecturas previas del personaje,
Esquivel asume fundamentalmente su papel de traductora,
convirtiendo el poder de la palabra en un hilo conductor de
la novela desde las primeras páginas, en las que el nacimien-
to de Malinalli adquiere un valor simbólico («De repente,
una pequeña cabeza asomó entre las piernas de su madre, con
el cordón umbilical entre los labios, como si una serpiente [el
dios Quetzalcóatl] amordazara la boca del infante» —10—),
confirmado poco después en el profético discurso de su
padre durante la ceremonia de su bautizo:
33
Ahora bien, con esta recurrencia constante (quizá excesi-
va) al poder de la palabra, creo que la autora no se sitúa tanto
en la línea de interpretación histórica del personaje empren-
dida por investigadores ya citados como en la visión a un
tiempo mítica e histórica que Carlos Fuentes le había atri-
buido en su pieza teatral Todos los gatos son pardos (1970),
reescrita años más tarde bajo el título Ceremonias del alba
(1991), en la que precisamente la conquista de México se
define a partir de dos conceptos: el poder y la palabra (la
palabra de Malinche que se convierte en destino de «muerte,
sueño, rebelión y amor», Fuentes 6). Se trata de un aspecto
sugerente que no cabría desarrollar en el espacio de este ar
tículo, pero probablemente se deba también a la influencia de
Fuentes29 la justificación que ofrece Esquivel de la actuación
de Malinalli a partir de su oposición al imperio de Moctezu-
ma como un sistema político opresor y como sostenedor de
una religión cruenta, así como su desengaño posterior ante la
actuación de Cortés durante la matanza de Cholula.
A diferencia de la Malinche de Fuentes, la de Esquivel es
capaz, sin embargo, de librarse del sentimiento de culpa y
de encontrar la serena felicidad no sólo en el amor maternal
sino también en el amor de otro hombre, Juan Jaramillo, al
tiempo que confía a Tonantzin, la diosa madre, el futuro de
sus hijos, que es también el futuro de México:
34
El papel reconciliador de la diosa Tonantzin, la creen-
cia en la llegada del dios Quetzalcóatl o la incorporación
al relato de discursos prehispánicos como los huehuetla-
tolli (Esquivel, Malinche 14-16) podrían hacer pensar que
—como se proponía en un trabajo reciente— «Malinche abre
la puerta a la forma de ver el mundo de los pueblos prehis-
pánicos» (Torres 378), pero en realidad queda poco de las
creencias mayas o nahuas en la concepción religiosa de esta
mujer que establece una comunión cósmica con los elemen-
tos de la naturaleza, comunión a la que accede gracias a la
sabiduría de la abuela («Que la tierra se una a la planta de tu
pie y te mantenga firme (…). Que el viento refresque tu oído
(…). Que el fuego alimente tu mirada (…). Que la lluvia sea
tu aliada», Esquivel, Malinche 63-64) y que llega a provocar
momentos «mágicos», en especial el de su propia muerte,
presentada como fusión con el universo:
35
con un parto, el que da vida a la propia Malinalli, y que las
acciones o sentimientos de la protagonista se interpreten a
menudo a partir de las características de un cuerpo que es
reivindicado y liberado de tabúes ancestrales, abierto a las
sensaciones que le provocan la menstruación, el placer sexual
o la lactancia.
La protagonista que imagina Esquivel se inscribe en
una genealogía de mujeres en la que tiene un papel esencial
la abuela, sus enseñanzas, su cariño y el fuerte sentimiento
de pérdida que provoca su muerte. Pero además, cons-
ciente y orgullosa de los valores de esa condición feme-
nina, Malinalli asume la maternidad desde la plenitud y la
felicidad (Esquivel, Malinche 151 y 164-166); otorga una
singular importancia a las labores de manos (deteniéndose
en diversas ocasiones en la descripción del bordado de sus
huipiles, en su simbología —47-48—, en la paz interior
que le produce dicha tarea —178— y en el valor de cada
bordado, «con el que Malinalli regalaba su tiempo a los
demás y compartía con ellos la belleza» —121—); y se
deleita, en fin, «creando nuevos platillos» (176), convenci-
da del poder de seducción de las artes culinarias31 (recor-
demos el éxito obtenido por la autora gracias a la ya citada
novela Como agua para chocolate, construida al modo de
un recetario de cocina).
humano ligado al mundo y que forma parte de él, a las personas que sienten
que todos sus actos forman parte de un sistema que está interrelacionado, de
una cultura refinada en la que el hombre podía ser feliz».
31 Así, por ejemplo, cuando Malinalli entra en el palacio de Moctezu-
ma, siente que «le habría encantado ser una de sus cocineras (...). Seducirlo
con sus artes culinarias de tal manera que en vez de probar su platillo (...) se
viera obligado a comerlo todo, cautivado por la mezcla de sabores» (133).
36
Conclusiones
37
de certezas. Esquivel, en cambio, destaca como elementos
constitutivos del personaje aquellos que ella misma defi-
ne como propios de la condición femenina, convirtiendo a
Malinalli en una mujer llena de virtudes y con una extraor-
dinaria fuerza interior, que es capaz finalmente de romper
el vínculo que la une a Cortés («Lo que más odio, Hernán,
es haberme mirado en tus espejos» —182—) y mirar con
esperanza su propio futuro y el de México. Ahora bien, me
pregunto si esta interpretación, lejos de liberar al personaje
de la Malinche de su dimensión mítica no hace sino susti-
tuir el mito negativo del malinchismo por un nuevo mito,
el de «lo femenino», que puede alejarse igualmente de la
intención confesada por la autora de que «con esta novela
se conozca un poco mejor la historia» (cit. en Sigüenza).
Escribía hace unos años Carlos Monsiváis que a la Malin-
che «le toca la suerte de aquellos símbolos indispensables
en la forja del nacionalismo, que hoy carecen de ubicación»
(183). Tal vez sea precisamente esa falta de ubicación la que
puede permitir nuevos enfoques del personaje como los que
nos ofrecen Martín y Esquivel en sus novelas. No debemos
olvidar, en cualquier caso, que dichas novelas son fruto, en
buena medida, de esa lectura palimpsística del signo «Malin-
che» que se ha ido configurando desde el momento mismo
de la conquista hasta las décadas más recientes, y que es pre-
cisamente en esta última etapa de lectura donde se confirma
que, aunque con nuevos matices, Malinalli/Malinche con-
tinúa siendo «sujeto de la historia y objeto de una mitifica-
ción» (Glantz 13).
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41
Lo que faltaba decir de la Décima Musa en el siglo xxi:
Los pecados indecibles de Sor Juana
43
literarios pueden encontrar contradicciones entre ellos y en
algunas ocasiones juicios que provocan sorpresa por lo aven-
turado de sus afirmaciones y esto se debe precisamente a que
la obra, poética, dramática o en prosa de la Décima Musa se
puede estudiar desde diferentes aspectos, lo que ha provoca-
do que en muchas ocasiones la emoción de los interesados en
su obra le gane a la objetividad con la que se debe estudiar lo
que la monja escribió.
La vida de sor Juana es controversial por las polémicas
que sus textos han provocado desde los primeros estudios
que se hicieron hasta nuestros días; también porque los críti-
cos de su obra pretenden encontrar elementos que expliquen
su vida con interpretaciones, muchas de ellas subjetivas, por
supuesto, ya que siempre se ha querido encontrar en su pro-
ducción literaria aspectos autobiográficos, aunque su obra,
en general, no lo sea, y en muchas ocasiones, de acuerdo a las
tendencias crítico-literarias del investigador, ya que la vida
de la monja jerónima atrae, subyuga y apasiona a todos los
que hemos leído su obra.
Baste un ejemplo: acerca de la bibliografía existente, don-
de se ha analizado la obra de sor Juana, se localizaron, en la
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, aproximadamente
785 documentos que estudian la obra de la Décima Musa, lo
que indica la importancia y riqueza que se desprende de la
misma para enfocar el estudio desde diferentes perspectivas,
ya que tal riqueza que encierra su obra permite hacer inter-
pretaciones que en momentos causan asombro o admiración,
y por qué no, irritación.
Es indudable que la obra de sor Juana provoca interés
por la calidad de su escritura, pero también, como se seña-
ló anteriormente, por su vida, por lo que representó en su
momento, por el contexto social en el que vivió y por todo
lo que ella expresa en su obra.
44
Lo que sabemos de su vida es lo que ella misma dice en
la Respuesta a sor Filotea, y de este texto se desprenden dife-
rentes interpretaciones y estudios que ayudan a conocer su
personalidad o en ocasiones a desconocerla.
Sería muy extensa la lista de especialistas que han estu-
diado la obra de sor Juana; solo hay que señalar que los inte-
resados en conocer los diferentes enfoques con que ha sido
analizada su obra, pueden acceder a diferentes medios elec-
trónicos, donde se encontrará una vasta información.
Por otra parte, en los últimos años, los novelistas tam-
bién han incursionado en la vida de sor Juana, lo que indica
el interés que despierta en otros creadores; así, se conocen
cuatro novelas que exponen, desde diferentes puntos de vis-
ta, la vida de la monja: Mónica Lavín publicó en 2009 Yo, la
peor; y Mónica Zagal (pseudónimo de Héctor Zagal) publicó
La venganza de sor Juana en 2007, ambas novelas preten-
den mostrar diferentes facetas de la vida de la Décima Musa;
mediante la ficción, José Luis Gómez, en 2008, publicó El
beso de la virreina y, recientemente Kyra Galván, escrito-
ra mexicana, en 2010 publicó Los pecados indecibles de sor
Juana. Se pretende, a través del análisis de esta novela, dar a
conocer la visión diferente, novedosa e incluso moderna, que
la autora nos entrega de sor Juana, a través de la recreación
de la vida de la Décima Musa.
La propia autora del libro ha dicho en diferentes entre-
vistas cuál fue el origen de esta novela: «La vida de esta mon-
ja extraordinaria era una tentación muy grande para escribir
una novela. Adentrarse e imaginar la vida del México del
siglo XVII fue una experiencia inolvidable».
La novela Los pecados indecibles de Sor Juana se ubica en
dos épocas: la vida en la ciudad de México en el contexto del
siglo XVII, y la época actual en Sevilla, España; por lo tanto,
el lector se recrea en la descripción de dos espacios y dos tiem-
45
pos, ya que la protagonista principal de la novela, Laura Ulloa,
quien está haciendo una investigación en el Archivo de Indias,
en Sevilla, España, localiza unos documentos que hacen refe-
rencia a los escritos que María Isabel de San José, monja y
sobrina de sor Juana, redactó a petición de sor Juana, en el
convento; es así que a través de lo que la sobrina narra, nos
enteramos de aspectos desconocidos de la monja jerónima.
Lo que la sobrina escribe es la ficción novelesca que la
autora de la novela recrea mediante la voz de la sobrina. Así,
la historia la cuentan tres narradoras: la sobrina, Laura y un
narrador implícito, con la intención de conocer a sor Juana
desde diferentes ángulos.
La autora ha señalado que «El personaje de su sobri-
na María Isabel de San José, quien realmente existió y
convivió con ella, era fundamental para darle equilibrio
a la novela», porque en realidad es la sobrina la narradora
principal de la novela, es ella quien nos da a conocer la
otra vida de sor Juana, sus pecados indecibles, que más
adelante se comentarán.
Octavio Paz señala: «En el acta de profesión de Isabel
María de San José, en 1688, escrita de puño y letra de Sor
Juana Inés de la Cruz, que era en aquel año la archivera y
secretaria de San Jerónimo, se lee que la novicia era hija de
María Ramírez y del capitán Fernando Martínez de Santola-
ya» (102).
Por otra parte, dice Kira Galván que «El personaje de
Laura Ulloa representa, de alguna manera, el eco de sor
Juana y su obra en el presente», porque hay una relación
muy estrecha entre lo que se cuenta de sor Juana y lo que le
sucede a Laura Ulloa; con ello la autora pone en evidencia la
actualidad del pensamiento y las ideas de la monja.
La interpretación de la novela ha permitido acercarnos a
una sor Juana que, como mujer, se enfrenta a una sociedad
46
con la cual no se identifica plenamente, ya que sus deseos se
ven frustrados ante los valores que prevalecían en la época
que vivió; es por lo anterior que la autora de la novela de
Kira Galván desmitifica la figura de sor Juana a través de la
imaginación.
La autora de la novela hace una interpretación de la vida
de sor Juana de una manera personal, motivada por las ideas
de esta; por lo tanto, le corresponde al lector hacer una
exploración del texto, para entender, a través de la lectura,
cuáles han sido las intenciones de la autora al presentarnos
a una sor Juana con los defectos y virtudes que tiene como
monja y como mujer; al respecto Marchese señala: «partien-
do del mensaje polisémico se van reconstruyendo las distin-
tas isotopías en niveles cada vez más complejos, hasta llegar a
la connotación total del texto» (216).
Considero que es importante, antes de lo que cuenta la
sobrina de sor Juana, establecer cuáles son los recursos lite-
rarios de que se vale la autora para recrearnos la vida de la
monja jerónima y el contexto en que se desarrolla la novela.
Para la escritura de esta novela la autora utiliza dos tipos
de lenguaje: el empleado por la sobrina de sor Juana y el
utilizado por Laura Ulloa. Para darle verosimilitud a los
textos que esta encuentra en el archivo de Indias, la autora
recrea la narración que hace la sobrina de sor Juana con
un lenguaje propio del siglo XVII por ejemplo cuando se
describe la plaza: «Una regia fuente al centro de la plaza, de
cerca de cuarenta varas castellanas, con una gran águila de
bronce en el centro con las anchas alas extendidas a punto
de iniciar el vuelo» (Galván 20). Por otra parte, Laura y el
narrador se expresan con un lenguaje coloquial, sencillo y
sin presunción erudita, paradójicamente contrario a como
lo encontramos en sor Juana, una de las máximas represen-
tantes del barroco.
47
La novela consta de un prólogo, donde se hace mención
a un tema que se relaciona con el misterio de un cuadro, el
que más adelante se retoma para explicar uno de los pecados
indecibles de sor Juana; veintisiete manuscritos de la auto-
ría de la sobrina de sor Juana, mismos que encuentra Laura
Ulloa, lo que permite a los lectores, a través de su lectura, no
enterarse de lo que sucede en la vida de la monja jerónima
y un colofón, con el cual la escritora explica el final de la
novela.
Mediante tres narradoras, la autora va reconstruyendo la
vida de sor Juana, tomando citas de La respuesta a sor Filotea
y de otros textos que ya han estudiado la obra de la Décima
Musa. Hay que señalar que recuperando datos biográficos y
autobiográficos, Kira Galván construye una novela, narrada
por tres voces, para ofrecer al lector una visión diferente de
lo que se conoce de la vida de sor Juana. Obviamente esa
reconstrucción es mera ficción, pero permite a la autora de
la novela abordar la vida de Sor Juana de una manera libre,
ya que podemos encontrar en ella referencias directas e indi-
rectas de otros textos, que son como un conjunto de citas,
seleccionadas previamente y armonizándolas, con lo que la
novelista va transformando la historia de la Décima Musa.
Así hay una transcodificación porque la autora de la
novela transforma los contenidos de lo que sabemos por la
propia sor Juana acerca de su vida, y lo que ella propone
como desconocimiento de la misma.
La obra puede considerarse como histórica, no obstante
la autora mezcle, a un hecho del pasado, la verdad y la fanta-
sía creadora; un texto donde contextualiza la vida palaciega,
las intrigas y amoríos cargados de erotismo y pasión, entre
otros temas, que, como se verá más adelante, provocan en el
lector asombro y desconcierto.
48
Hay que destacar que desde el punto de vista formal
encontramos diferentes técnicas narrativas que emplea la
autora; por ejemplo, destaca la forma como Laura Ulloa
interpreta los documentos encontrados en el archivo; en
ciertos momentos, con sus reflexiones, sustituye a la sobrina,
narradora de la vida de sor Juana, y aporta información para
que el lector conozca más datos sobre la vida de la Décima
Musa; así al morir sor Juana, Laura Ulloa, dice:
49
mayor», y continúa «Sintió (sor Juana) una combinación de
horror, rechazo, placer, atracción y latidos que sabía que no
podían existir, culpa, agradecimiento, todo mezclado en un
caldo que hervía a borbotones en su pecho» (Galván 64).
Ante el lenguaje cargado de erotismo, el lector pudiera
suponer que sor Juana sufre ante la violencia con que era
sometida por el tío; sin embargo, dice su sobrina: «Meses
después… el tío, le tapó la boca, le rasgó la ropa y finalmen-
te, sin poderse detener, mancilló su atesorada doncellez»,
añadiendo que «aunque en el fondo es probable que la hala-
gara el deseo, ella lo negó siempre» (Galván 65).
Es así que vemos el primer pecado indecible de sor Juana.
Octavio Paz nos dice que sor Juana «...a los veintiún años
entra en el convento de San Jerónimo, de modo que vivió
unos doce años sola, primero con unos parientes y luego en
la corte. Los deudos que acogieron a Juana Inés en México
fueron una tía materna, doña María Ramírez, y su esposo, el
acaudalado Juan de Mata (Paz 126).
Sin embargo, poco se sabe de la vida que llevó en realidad
cuando vivió con su tía; al respecto Paz se pregunta: «¿Qué
género de vida llevó en la casa de los Mata? ¿Cuáles eran sus
quehaceres? No lo sabemos» (Paz 127), pero se puede inven-
tar, y eso es lo que hace la autora de la novela.
El segundo pecado indecible de sor Juana lo ubicamos
temporalmente cuando a los dieciséis años vive en la corte.
La sobrina narra cómo era la vida palaciega y cómo su tía
disfrutaba de todo lo que sucedía en palacio; destaca, en la
narración, los bailes y juegos que se realizaban y donde no
faltaban los galanteos, circunstancia que retoma la autora,
partiendo de lo referido por Paz:
50
sobre todo en la de las mujeres de esa época: la precocidad
era mayor entonces. La corte de los Mancera fue brillante y
en palacio había muchos saraos, festejos y ceremonias (Paz
132).
51
La corte es el mundo, el siglo: un ballet, no siempre vano
y muchas veces dramático, en el que los verdaderos per-
sonajes son las pasiones humanas, de la sensualidad a la
ambición, movidas por una geometría estricta y elegante
(Paz 43).
52
intelectual y estética eran el locutorio del convento y los
estrados del palacio. Sor Juana combinó ambos modos, el
religioso y el palaciego (Paz 69).
Entre otros aspectos que hay que destacar son los que
se refieren a los cuatro votos que toda monja debe cumplir:
obediencia, pobreza, castidad y enclaustramiento y que sor
Juana, en esta novela, no los cumple, de lo que se desprende
que la autora nos presenta una sor Juana que al romper con
cánones establecidos por la religión, pretende ser libre, tener
su propia forma de ver el mundo y para ello se enfrenta a la
sociedad de su tiempo: lo hace con la iglesia, deja una buena
herencia a su sobrina, pierde la virginidad y tiene amantes e
incluso un hijo.
53
Tres temas más aparecen en la novela: El que tiene que
ver con el viaje que hace Sor Juana, a España, cuando vive
en la corte, en esta parte de la novela, la autora incursiona
en un tema de espionaje, sor Juana viaja disfrazada a la corte
de Madrid, cumple con las indicaciones del virrey y vive una
aventura que luego contará en la corte del virreinato.
Otro tema es la persecución de que es objeto Laura Ulloa
por parte de la iglesia y la policía del Estado, cuando se ente-
ran de los descubrimientos que hace en los manuscritos y la
importancia que estos tienen para la iglesia española.
Por último, la historia que vive Laura con su novio y el
problema de su embarazo, en esta parte de la historia que
cuenta Galván, ubicada en la época actual, permite a la auto-
ra opinar sobre temas que tienen que ver con la libertad que
tiene la mujer acerca de su cuerpo y las relaciones de pareja a
través de los problemas que viven Laura y su novio.
Por ello, un tema que permea la novela es el que se refiere
al tono feminista, en este sentido la autora hace referencia
constantemente a la redondilla «Hombres necios que acu-
sáis», por lo que se hace evidente la ideología de la autora, ya
lo señaló Paz:
54
ván plantea, no sólo en la voz de Laura Ulloa, sino también
en la personalidad de sor Juana, ya que la propia monja lo
deja ver en la Respuesta a sor Filotea.
Laura Ulloa en muchos momentos, cuando lee los
manuscritos, nos da su punto de vista acerca de la vida de
sor Juana y la relaciona con su propia vida, así Marchese nos
dice: «El narrador se sitúa fuera de la historia para analizar
los hechos desde el interior como autor omnisciente, y en
otras ocasiones desde el exterior, como mudo testigo» (279).
Por lo tanto, la autora toma partido en la novela y expre-
sa, a través de las reflexiones que hace Laura Ulloa, situacio-
nes que en la vida de sor Juana son en realidad parte de la
problemática que viven muchas mujeres en la época actual,
con esto la autora, a través de los personajes femeninos,
materializa los comportamientos y cuestiona los deseos y
dificultades de la mujer actual.
La intertextualidad, es un recurso empleado por la auto-
ra de la novela con la intención de enriquecer la narración y
humanizar a la monja jerónima, a través de los hechos que
narra a su sobrina y que Laura Ulloa va analizando y comen-
tando durante la lectura de los documentos encontrados, así,
también, el empleo de diferentes modalidades discursivas se
ponen de manifiesto a través de los manuscritos que lee Laura
Ulloa en la biblioteca y que están escritos con el lenguaje pro-
pio del siglo XVI, como ya se ha mencionado; la historia que
vive Ulloa con su pareja, que se lee con un lenguaje actual, con
algunos giros andaluces mezclados con palabras utilizadas por
los mexicanos y la voz de sor Juana que surge con la escritura
que hace la sobrina cuando hace hablar a sor Juana.
Mediante la subordinación del contexto histórico, la
autora, busca revalorar aspectos más íntimos y subjetivos
para presentarnos a una sor Juana más humana, que lucha
por su independencia cultural, por la educación de las muje-
55
res de su tiempo, pero también, la intimidad de la monja al
presentárnosla como una mujer que ama, sufre y cuestiona el
papel de la maternidad.
Así, la desmitificación del personaje permite a la auto-
ra de la novela crear una sor Juana vigente, actual, porque
mediante sus propuestas lleva al lector a reflexionar y rela-
cionar los pensamientos de la monja jerónima con los pro-
blemas que se viven en la actualidad, no sólo en México, sino
en otras partes del mundo, donde todavía las mujeres no
gozan de los derechos universales que les pertenece.
Por eso el lector puede observar el tono feminista de la
novela, ya que la autora, además, empleando la narración en
primera persona, mediante el discurso de la sobrina, desarro-
lla temas como el erotismo y la maternidad desde diferentes
posturas, el cuerpo y las emociones que vive, tanto la sobrina
como la propia sor Juana.
También vemos que hay un paralelismo en lo referente a la
visión de la educación y la cultura entre el siglo XVII y XXI,
donde los temas son: la educación de la mujer, la decisión de
tener hijos, el goce de la sexualidad y el trato hacia las mujeres.
Así, la creación del personaje por Galván, es una forma
particular de entender la vida y pensamientos de la mon-
ja, y trasladar sus ideas a la época actual, ya que, como dice
Paz: «La comprensión de la persona que tal vez fue sor Jua-
na depende, a su vez, de la comprensión histórica, también
relativa y aproximada» (261), de hecho la propia autora ha
señalado que quiso crear una sor Juana que respondiera a las
inquietudes que ella misma tiene en lo referente al papel de la
mujer en la sociedad del siglo XXI.
Otro tema es el papel de la iglesia y la forma como acosó
a sor Juana, desde el punto de vista de la sobrina. La relación
que establece sor Juana con los representantes de la iglesia en
56
México, en esta novela, según la autora de la misma, se plan-
tea como una lucha por el conocimiento, puesto que la iglesia
no reconoce la capacidad intelectual de la monja ni acepta sus
conocimientos acerca de los temas sagrados. En la novela sor
Juana defiende sus ideas y sus puntos de vista con seguridad y
aplomo, aunque ella misma dice en la Respuesta a sor Filotea:
57
tantes de la iglesia como los de la policía, encajan en la novela
policiaca actual.
Destaca, por así decirlo, la recreación de la vida de sor
Juana haciendo hincapié en temas que la autora de la novela
aborda con la intención de dar su propio punto de vista e
insistiendo en el papel que tiene la educación en la mujer, no
sólo en el siglo XVII, sino también en la sociedad co tempo-
ránea, dice sor Juana: «Yo no estudio para escribir, ni menos
para enseñar (que fuera de mí desmedida soberbia), sino sólo
por ver si con estudiar ignoro menos. Así lo respondo y así
lo siento» (829).
De donde se infiere que Kira Galván, en esta novela,
emplea las palabras de sor Juana para hacer una reflexión
acerca de la importancia que tiene para las mujeres desarro-
llarse intelectualmente, además, podemos ver cómo sor Jua-
na niega su interés por el estudio, justificándose:
Conclusiones
58
na y la obra de Octavio Paz Sor Juana Inés de la Cruz o las
trampas de la fe.
Por otra parte, la mezcla de elementos reales con los
puramente inventados hace de la novela un texto que bien
puede ubicarse dentro de la novela histórica, si a ésta la
entendemos como una narración donde el autor sitúa una
acción ficticia en un hecho del pasado que puede ser real o
histórico y mezcla personajes reales con imaginarios y así
crear un texto donde reconstruye un modo de vivir, en este
caso el de sor Juana.
La novela lleva al lector a reflexiones sobre el rol de la
mujer en la sociedad novohispana y la vincula con la proble-
mática que viven actualmente muchas mujeres, no sólo en
México, sino también en otros países.
Así, aún cuando la novela es ficción se plantea una crítica
a la sociedad, tanto del siglo XVII como de la época actual,
lo que hace que esta obra tenga vigencia por los valores que
plantea y evidencia a lo largo de la narración.
Entre los valores que destacan se pueden señalar, no sólo
la intención de mejorar las condiciones de vida de la mujer,
a través de la educación, también decidir sobre su propio
cuerpo, disfrutar de su sexualidad, integrarse a una socie-
dad dominada por el hombre pero planteando la igualdad de
género.
La liberación de la mujer, que se observa con la postura
de Laura Ulloa a través de sus ideas sobre el matrimonio y la
responsabilidad de tener un hijo; la opresión de que es obje-
to sor Juana por parte de la iglesia y por lo tanto la exclusión
y la subordinación de la mujer a las normas establecidas por
una moral religiosa, rígida y autoritaria.
Se difunde, a través de la escritura, la conciencia de la
autora entre los lectores, por lo que puede hablarse de una
literatura comprometida y testimonial, aún cuando parte de
59
hechos reales, pues así lo escribió sor Juana, la novelista hace
una actualización del pensamiento de la monja para llevar-
nos a la reflexión y la toma de conciencia de los valores que
defendió, durante su vida la monja jerónima.
En esta obra hay una convicción por parte de la autora
y una postura acerca del papel de la mujer en la sociedad
actual, así como una propuesta para mejorar las condiciones
socio-políticas y culturales de la mujer.
Podemos ver en esta novela que el personaje no se puede
aislar ni del universo que lo rodea ni de los otros personajes
con los que entra en relación, ya que el contexto donde ubica
la protagonista principal al personaje lo relaciona con la vida
actual que ella lleva en Sevilla.
Puede decirse que Los indecibles pecados de Sor Juana
es una novela histórica, por la época donde se ubica la obra,
concretamente el siglo XVII, por los documentos que la
autora toma para enriquecer la novela, pero en realidad es la
libertad creadora de la autora y su imaginación lo que hace
que esta obra enriquezca lo que ya se sabe de Sor Juana Inés
de la Cruz.
Bibliografía
60
La Malinche, historia, mito y ficción
61
cuento o novela. El objetivo principal de este trabajo con-
siste en trazar una línea entre el personaje histórico de doña
Marina, el mito creado a partir de suposiciones y asociacio-
nes y la reescritura del mito en el cuento «La culpa es de los
Tlaxcaltecas» en La semana de colores (1989), de la escritora
mexicana Elena Garro.
En el estudio de doña Marina o La Malinche como suje-
to histórico, de acuerdo a la antropóloga española Cristina
González Hernández, destacan dos posturas: una conser-
vadora e hispanista y la otra nacionalista. La primera, fun-
damenta el origen de la patria en la conquista y rechaza el
pasado indígena, por ende esta postura se refiere al personaje
en cuestión como doña Marina y reconoce su prominente
papel como intérprete y, aún más, como consejera de Cortés.
La postura nacionalista como parte de la historia oficial o
institucional ha sido, sin lugar a dudas, la encargada de crear
el mito maldito de La Malinche, así como la difusión de los
términos «malinchismo» y «malinchista».
Comencemos por señalar que las dos posturas, arriba
mencionadas, encuentran sus fuentes en los cronistas de la
Conquista, principalmente en La Historia verdadera de la
Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Casti-
llo ya que a este soldado se le ha señalado como el biógra-
fo de doña Marina al dar cuenta de ésta desde su arribo al
campamento español como parte de una serie de regalos que
en 1519 entregaran los señores de Tabasco al capitán de los
conquistadores: «Y no fue nada todo este presente en com-
paración de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente
mujer que se dijo doña Marina, que ansí se llamó después de
vuelta cristiana» (82).
El hecho de consultar a Díaz del Castillo, no obedece
a tomar postura por la visión hispanista y conservadora en
torno al personaje en cuestión, sino por haber sido el cronis-
62
ta que la conoció directamente, tanto que, se presume cierta
amistad entre el soldado y la esclava. Por otra parte, la misma
pertinencia reclama la consulta de las relaciones indígenas de
la conquista, contenidas en Visión de los vencidos, así como
otras fuentes.
De acuerdo a dichas fuentes cabe señalar que Marina y
sus compañeras fueron regaladas a Cortés no por sus atri-
butos físicos sino para que se encargaran de hacer tortillas
y alimentar a los conquistadores, así en su papel de esclava
Marina abandona las tierras de Tabasco para embarcarse en
una aventura que le transformaría la vida y de acuerdo a lo
que señala Juan Mirales, «Este es el momento en que Marina,
la india esclava de Tabasco entra en la historia: abordando un
navío y portando un metate» (22).
Se conoce por los cronistas el noble origen de Marina,
hija de los caciques de Paynala, población ubicada en las
cercanías de Cuatzacualcos. Díaz del Castillo señala que al
morir el padre de Malinali, la madre toma nuevo esposo con
el que procrea un hijo varón y por cuestiones de herencia se
deshace de Malinali, regalándola o vendiéndola a unos indios
de Xicalango.
63
el maya; son los factores que permitirán a Marina su paso
a la historia como la «lengua» de Cortés, siempre a su lado
facilita a su nuevo amo, no solo las alianzas de los pueblos
indígenas a su paso, sino también la cristianización de los
mismos. Así, más que por obra del destino, por su inteligen-
cia y cualidades lingüísticas Marina pasa a ocupar un lugar
privilegiado al lado del conquistador.
Es el soldado, Andrés de Tapia el que descubrió las cuali-
dades lingüísticas de Marina, poco después del desembarco,
en tierras de lo que hoy es Veracruz, y después del fracaso de
Jerónimo de Aguilar, para comunicarse con los indígenas de
la localidad ya que éstos hablaban náhuatl:
64
despreciado y abandonado por el padre. De esta manera se
sataniza el sujeto histórico y se crea un mito maldito que ha
perdurado a lo largo del siglo XX y en mayor o menor medi-
da hasta nuestros días; se desprenden de este mito negro,
los términos «malinchismo» y «malinchista» asociados a la
tendencia de los mexicanos a elogiar, imitar o preferir todo
lo español o lo extranjero. El hecho de asociar a la Malinche
con la Llorona, o la chingada ha generado la confusión de
creer que estamos ante la presencia de un mito popular. Al
respecto conviene citar a Cristina González Hernández que
señala:
65
ción, por el papel que desempeñó Marina al servicio del
conquistador, como amante y traductora, así como por su
participación en las negociaciones con los pueblos aliados,
pero, me atrevo a señalar que fundamentalmente por la
representación que jugó en la matanza de Cholula, una de
las masacres acontecidas durante la Conquista en la que se
ve involucrada directamente Marina al ser ella la que des-
cubre cierto complot que los cholultecas tenían preparado
para los conquistadores. Marina se entera de los planes de
los cholultecas porque una mujer principal, esposa de un
cacique, se le acercó en secreto para prevenirla e invitarla a
ponerse a salvo en su casa, el interés de esta mujer era que
Marina se desposara con el hijo de ésta. Marina, le agradece
y le hace creer que se irá con ella:
66
…la doble versión que acerca de los motivos de la matan-
za perpetrada por los españoles en Cholula, nos dan, por
una parte los informantes de Sahagún y por otra el autor
de la Historia de Tlaxcala. Según los primeros, todo se debió
a intrigas de los tlaxcaltecas «cuya alma ardía contra de los
de Cholula»1 La versión de la Historia de Tlaxcala es en
cambio distinta: se dice que los cholultecas dieron ocasión
a su propia destrucción, al no haberse sometido a los espa-
ñoles y al asesinar traidoramente a Patlahuatzin, embajador
tlaxcalteca, que incitaba a los cholultecas a aliarse con los
españoles. Esta versión, inventada tal vez por los tlaxcalte-
cas, para excusar su participación en la matanza de Cholula
no encuentra corroboración, ni en la historia de Bernal Díaz
del Castillo, ni en las Cartas de relación de Cortés (León
48).
1 La cursiva es mía.
67
géneros y a través de diversas plumas. Carlos Fuentes la pre-
senta en el drama Todos los gatos son pardos, como una figura
destinada a salvar a los pueblos sometidos por el Imperio
Azteca. Además la encumbra como la madre de los primeros
mestizos y por tanto de la nación, tomando en cuenta su rea-
lidad de sociedad mayoritariamente mestiza.
En cambio, Octavio Paz contribuye a que la figura de la
Malinche sea vista como un símbolo de la traición. La pre-
senta como una asociación a la Chingada, a la madre viola-
da: «El símbolo de entrega es doña Malinche, la amante de
Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al Con-
quistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida» (77).
Marina, no se entrega voluntariamente a Cortés, ella llega a
éste en calidad de esclava, por lo tanto, no tiene alternativa.
Cortés la toma porque le pertenece. Por otra parte, si bien es
claro que Cortés no la amó, sí mostró cierta preocupación
por su destino, lo que manifiesta al desposarla con Juan Jara-
millo, un hidalgo y uno de sus lugartenientes más aprecia-
dos, este hecho significó para doña Marina un ascenso en la
escala social, deja de ser esclava para convertirse en la esposa
de un hidalgo. Paz, también asocia a la Malinche con «las
indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y
del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo
abandona para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano
no perdona la traición de la Malinche»(78). Aquí, el término
traición se maneja sin tomar en cuenta de manera global el
contexto histórico, económico y social en el que se desarro-
lló Malinali.
Por su parte la literatura femenina también se ha ocupado
del personaje de doña Marina, Rosario Castellanos en Poesía
no eres tú, dedica un bien logrado poema a La Malinche, en
éste la reivindica de la culpa con la que un falso nacionalismo
la ha cargado: «Yo avanzo hacia el destino entre cadenas/
68
y dejo atrás lo que todavía escucho: /los fúnebres rumores
con los que se me entierra.» La dramaturga Sabina Berman
en Aguila o sol, rompe con la historia oficial y propone una
reflexión en torno al discurso tradicional que ha vapuleado a
Malinche a través de la historia y el mito; en cambio la reivin-
dica al presentarla como una interesante mujer de múltiples
facetas alejada de la simplicidad de la amante embelezada por
el extranjero. En la narrativa mexicana contemporánea son
Lucía Guerra, Laura Esquivel y Elena Garro las que trabajan
con este controversial personaje.
En La culpa es de los tlaxcaltecas, Elena Garro desde
el título expone sus intenciones de reescribir el mito de la
Malinche, propone un cambio en la apreciación del mismo
ya que al ser los tlaxcaltecas los principales aliados de Cor-
tés en la Conquista de México-Tenochtitlan, entonces será
en ellos en los que recaiga la principal responsabilidad, al
menos en lo que se refiere a la caída de Tenochtitlan. Fueron
los tlaxcaltecas, junto a otros pueblos menos numerosos, los
que establecieron alianzas con Cortés con el fin de sacudirse
el yugo y la constante presión que recibían por parte de los
aztecas. En este cuento, Garro narra con maestría la epopeya
azteca de la caída de la Gran Tenochtitlan de manera total-
mente imparcial, como una tragedia que cumple con el fin de
un tiempo, pero no sólo refiere el tiempo cíclico de los azte-
cas, sino también el tiempo del amor, «Allí supe, Nachita,
que el tiempo y el amor son uno solo» (8).
Laura, la protagonista transita entre dos realidades y el
nudo de la historia en que se desencadena la ruptura espacio
temporal es durante un viaje a Cuitzeo2, al cruzar un puente
69
blanco el coche sufre un desperfecto, la suegra se va en busca
de ayuda, mientras Laura permanece en el coche en medio
del puente. El paso de un plano a otro se produce a través de
un fenómeno luminoso:
70
lo sintió Malinche, atrapada entre dos culturas, ella sí tiene la
oportunidad de elegir y a partir de este primer desdoblamien-
to, ha de experimentar un profundo deseo de volver al origen.
Un narrador extradiegético cuenta la historia que inicia
con el regreso de Laura a su casa en la que vive con su espo-
so Pablo, su suegra Margarita, Nacha la cocinera y Josefina
la recamarera. Laura entra por la puerta de la cocina con la
complicidad de Nacha. La protagonista acaba de regresar de
una de sus escapadas a ese otro plano espacio temporal en
el que es, la otra que fue, mujer casada con su otro marido.
Laura vive en sus dos mundos, con su doble personalidad y
el único vínculo que une estas dos realidades es Nacha, su
confidente, a quien cuenta la experiencia de esa doble reali-
dad y al hacerlo cambia la voz narrativa (autodiegético), con
lo que la escritora, otorga voz a la mujer, para que narre su
propia historia, oportunidad que no tuvo Malinche:
4 La cursiva es mía.
71
El coche entra con Laura a otro tiempo, un anacronismo
que funciona como máquina del tiempo en el momento en el
cual el marido indígena de Laura se prende de la portezuela
del automóvil. Laura en su transfiguración a Malinche, al
ver a su compañero indígena vencido, transfiere la responsa-
bilidad de la caída de Tenochtitlan a los tlaxcaltecas, ella no
está peleando al lado de los españoles y ha vuelto en el tiem-
po para cambiar su destino, para desmitificar su nombre, a
esta Malinche se le da la opción de elegir y lo hace desde el
momento en que busca la manera de volver a su origen a esa
otra que fue y buscar a su primo-marido:
5 La cursiva es mía.
72
[…] El sol estaba plateado, el pensamiento se me hizo un
polvo brillante y no hubo presente, pasado ni futuro. En
la acera estaba mi primo, se me puso delante, tenía los ojos
tristes, me miró largo rato (Garro 17).
73
[…] y supe que se había acabado el tiempo. Si mi primo
no volvía, ¿qué sería de mí? Tal vez ya estaba muerto en el
combate. No me importó su suerte y me salí de allí a toda
carrera perseguida por el miedo. ‘Cuando llegue y me bus-
que…’ No tuve tiempo de acabar mi pensamiento porque
me hallé en el anochecer de la ciudad de México (27).
74
Bibliografía
75
De lo verídico a lo legendario: la configuración
del personaje de Josefa Ortiz de Domínguez desde la
narrativa mexicana contemporánea
Cecilia Eudave
Universidad de Guadalajara
77
el concepto de la mujer estaba experimentando una trans-
formación importante en aquel momento en México. «La
mujer» de alguna manera expresaba un conjunto de signifi-
cados nuevos que «el hombre», en sus variadas identidades
establecidas tal vez no pudiera connotar. En una confluencia
de ocurrencias al nivel de las culturas educada y popular, «la
mujer», que estaba diversamente retratada, parecía manejar
intromisiones políticas, estrategias morales no convencio-
nales, y nuevos matices de entendimiento filosófico. […] La
forma en la que México empleaba a la mujer en el proceso
de construir una nación tiene paralelos con los proyectos
de otros países; uno piensa en Juana de Arco o Mariana de
Francia (Vogeley 307-308).
78
tesanas, los amantes importantes y el glamour novohispano
decadente pareciera ser el centro fundacional de las «novelas
históricas» —yo preferiría llamar a esos productos ficción
histórica— y no la puesta en escena del ideario de una inci-
piente nación en busca de reconocimiento y reafirmación
identitaria.
El fenómeno de revitalización de los héroes patrios inde-
pendentistas se recrudeció para las fiestas del bicentenario de
la Independencia de México en 2010; lanzando al mercado
editorial muchas novelas de dudoso rigor histórico, auspicia-
das la mayoría de ellas por el Gobierno en turno, quien con-
vocó a concursos y otorgó becas de creación a todos aquellos
que enaltecieran nuestros próceres. Los resultados penosos,
la mayoría de estos libros deforman más que conforman un
patrimonio cultural. Así muchos de los personajes históri-
cos implicados han sufrido transformaciones radicales, pero
significativas desde el punto de vista del análisis textual, para
entregarnos una lectura de los hechos desde la representa-
ción de los grupos culturales en el poder. Es el caso de Josefa
Ortiz de Domínguez sujeto de mis reflexiones e investiga-
ción.
Para acercarme a la prefiguración del personaje de la
Josefa contemporánea, abordé dos libros que se han escrito
sobre ella en distintas épocas —a pesar de reunir muchas de
las características de la Güera Rodríguez o de Leona Vicario
no hay muchos interesados en escribir sobre su vida—, con
el interés de hacer una lectura en contrapunto: cómo se veía
a la corregidora antes y después del bicentenario. La primera
se titula llanamente Josefa Ortiz de Domínguez, un hibrido
entre biografía novelada y semblanza histórica, inscrita en el
régimen priísta, escrito por Armida De la Vara de Gonzá-
lez, publicada por el Departamento editorial de la Secretaria
de la presidencia, en 1976. Cabe mencionar que Armida De
79
la Vara se especializaba en la elaboración de libros de texto
para la Secretaría de Educación Pública (SEP). El segundo
es la novela Tres Golpes de Tacón (Editorial Planeta Mexi-
cana, 2009) de Rebeca Orozco, becada por el Fondo Estatal
para la Cultura y las Artes del estado de México para escribir
«novela histórica».
A partir de estos dos textos iré observando las constantes
o las disidencias para la prefiguración del personaje literario
e histórico de la famosa corregidora de Querétaro; la verdad
o la leyenda detrás de la manipulación o adecuación de los
hechos que rodearon su participación en el movimiento de
liberación. De igual modo entrever los conflictos que aún se
instauran como prioritarios en la sociedad mexicana del inci-
piente siglo XXI en función de la configuración de lo propio
para evidenciar su identidad y valía frente a los otros, desde
lo nacional, desde lo genérico.
80
momentos su libro de muestras de un lirismo con tropiezos
narrativos. Abundan las referencias y las fuentes bibliográfi-
cas de todo lo que registra en su biografía sobre la corregido-
ra, algunas en total oposición, otras mucho más apropiadas si
nos atenemos al contexto de la época.
De esta forma De la Vara evidencia la posible bastardía
de Ortiz de Domínguez, al mencionar que a la madre de ésta
siempre se le denominó como la mujer de Ortiz, ello impli-
caba que sin ningún trámite se iba a vivir con un hombre. Sin
embargo, la justifica citando a Fernando Toussaint del Barrio
como una fuente confiable:
81
agobiado por los problemas sociales de la Nueva España, la
hermana María Sotero quien la acoge a la muerte del papá,
las inquietudes políticas y de derechos humanos ya muy
marcados desde los primeros años en la heroína. Orozco nos
presenta a una Josefa, siempre precoz, en un periodo de su
vida que si bien no era de auge económico nunca se maneja
en la novela como de infelicidad o falta de amor.
Además, de manera sistemática, Josefa se instaura, en Tres
golpes de tacón, con una elegida, que cobijada por el discurso
de la predestinación desde el nacimiento ha sido llamada a
grandes cosas. Cito algunos ejemplos:
82
Atardecía. Caminaron hacia el Palacio de los Virreyes. Ya
no era la niña que solía acompañar a su padre al centro. Se
había convertido en una mujer y miraba el «mundo» de for-
ma diferente. Ahora se daba cuenta de las otras cosas: que,
en contraste con los almacenes construidos con ventanas y
rejas de hierro, existía una serie de toldillos oscuros, rodea-
dos de basura, letrinas comunes y pestilencia. Que en los
tendajones merodeaban ladrones, prostitutas, viejos y niños
abandonados, muchachos viciosos de alcohol o del juego;
desgreñadas a punto de convertirse en locas o en brujas y
todo tipo de vagabundos dejados de la mano de Dios. Que
una piara de cerdos devoraba inmundicias que encontra-
ban a su paso. Que, sobre la misma plaza donde se erigió la
majestuosa catedral, el Palacio de los Virreyes y el mercado
del Parián, dormía la miseria. Que debajo de la fina seda que
cubría la nueva España, proliferaban los andrajos» (Orozco
36-37).
83
con el nombre de colegio de Las Vizcaínas, donde la joven
permanece dos años. Otros aseguran que fue hija bastarda,
y que al faltar la madre, no se sabe cómo ni por cuáles cami-
nos fue adoptada como hija de Don Miguel Domínguez y
su esposa, e internada por ellos en el citado colegio (10).
84
entre Josefa y don Miguel Domínguez. Instaurándose como
el momento más destacado de la vida de la futura heroína,
porque gracias a ese matrimonio pudo tener acceso a un
mundo privilegiado, no sólo económica y culturalmente,
sino de información plausible de la Nueva España. Si bien
circulan muchas historias no tan «románticas» de la unión
de los corregidores, las versiones oficiales o noveladas coin-
ciden en justificar un matrimonio que al parecer ya se había
consumado antes, y que la primera hija de la pareja era ilegí-
tima. Es importante destacar que mientras Orozco se empe-
ña en hacer lucir a Josefa como una mujer ilustrada aún en
el contexto de su desarrollo, hecha así misma, instruida bajo
la intuición y una sobrada inteligencia filosófica —la autora
dedica muchas páginas a reflexiones imaginarias que supuso
Josefa tuvo en momentos de gran apremio— Armida eviden-
cia lo contrario:
85
coinciden en el carácter excepcional de la corregidora para
sortear todos los infortunios.
Sin detenerme en el romance entre Domínguez y Ortiz,
donde él quedó hechizado por su belleza y juventud, ella
cautivada por la posición del noble caballero; sin entrar en
los detalles maritales de una relación que procreo 14 hijos
en una versión, 12 en la otra, con altas y bajas; quiero des-
tacar que el matrimonio fue para Josefa un excelente esca-
lón de acenso social. Una vitrina desde la cual ella podría
llevar una vida acomodada y al mismo tiempo refrendar su
malestar contra la hipocresía criolla y el despotismo de los
iberos. Instaurada en una sociedad racista por herencia espa-
ñola, pero además ahora recrudecida por un clasicismo pro-
pio y generado por la Nueva España, Josefa es una mujer de
su tiempo, una burguesa de clase media que asciende. Ella
está más próxima al problema del mestizo, que al del mismo
criollo —desde estás representaciones textuales—, observa
la ambición de los novohispanos descendientes directos de
españoles, que en la búsqueda de la autonomía no velan por
los derechos de otras clases, ni por la igualdad entre los habi-
tantes de la Nueva España, sino por sus intereses personales
y la ira de ser vistos como inferiores por el sólo hecho de
nacer fuera de la madre patria.
La fragilidad de los habitantes menos favorecidos de la
Nueva España y la identificación con sus problemáticas de
definición y aceptación social, es la que sustentan los dos
textos en los cuales estamos basando nuestras reflexiones
sobre la configuración de un personaje como el de Josefa.
Ella por medio de estas dos instancias narrativas viene a
resumir los conflictos, latentes aún en los contextos no sólo
mexicano sino latinoamericano, del profundo sentimien-
to del rechazo del país de origen, de la descalificación del
mestizo el verdadero resultado del colonialismo. Las dos
86
autoras refrendan el motivo del levantamiento armado y de
la confabulación por la descalificación e invisibilidad real
del yo novohispano:
87
como Vicario o Rodríguez, del proceso de solidificación de
los conjurados; no a la mujer marginal que se involucra en la
lucha directa y cuyo sacrificio las vuelve mártires de una cau-
sa que no llegaron a comprender del todo. Josefa se instaura,
desde estas posturas de reescritura de su historia, como el
punto medio de dos mundos que necesitarán unificarse para
la consolidación del México futuro, el de una voz que cono-
ce la pobreza y la riqueza:
88
Sin embargo, en la biografía histórica de Armida de la
Vara se registra que Allende nunca pretendió a Josefa, se
hace mención a ello de manera periférica, para asegurar que
«el gallardo don Ignacio, visitaba la casa del Corregidor y era
bien recibido como pretendiente de una de las hijas de los
Domínguez. Esa relación se vio reforzada por el entusias-
mo de doña Josefa en el movimiento independentista (34)».
Con el tiempo las visitas eran aprovechadas para intercam-
biar información, para apoyar el movimiento. Mientras que
Orozco en Tres golpes de tacón, descalifica esa posibilidad,
y sin que existan documentos oficiales que establezcan una
relación real entre ellos, construye toda una historia de amor
física y epistolar, aún cuando se ha asegurado que ella no
sabía escribir y utilizaba una manera muy particular para
redactar sus cartas:
89
La Josefa insurgente: la mediadora en la formación de un
nuevo pensamiento identitario
90
de la Revolución Francesa eran cada vez más leídos, y las
ideas de igualdad y libertad se propagaban: En la ciudad de
Toluca, el recaudador Pedro de Portilla organizó la conspi-
ración de los Machetes para tratar de arrojar a los peninsu-
lares fuera de la Nueva España; y en Tepic, el indio Mariano
encabezó una conspiración en la que se atrevió a portar,
como nadie nunca antes, una bandera con la imagen de la
virgen de Guadalupe.
Doña Josefa representaba a la perfección su papel de madre;
empero otra mujer, que gestaba y paría conceptos, que ama-
mantaba conciencias y deseaba envolver en sus suaves fraza-
das a los desprotegidos, empezaba a crecer en sus adentros
(102-103).
91
lo que el de esposa. El afán por arropar a los desventurados,
¿llenaba el vacío de su propia orfandad? (141).
92
identitario. No hay otra salida que la emancipación a través
de una independencia intelectual que asuma nuevas formas
de reconstitución del yo. De ahí la importancia del sincre-
tismo cultural y religioso—mediatizado por las estructuras
lingüísticas del español—, vínculo que hermane y fortalezca
el nacimiento de una incipiente toma de conciencia gene-
ralizada de yo novohispano. Ejemplo de ello, la virgen de
Guadalupe estandarte de criollos, mestizo e indios utilizado
como primera bandera unificadora del nuevo orden; y uno
más de carácter cultural también enaltecido como elemento
de identidad en los textos analizados:
[…] pues sí, mi Josefa, medio vaso de pulque cae bien con
el desayuno, pero también en la comida y en la cena; en
una palabra a todas horas…qué, ¿a ti no te gusta?, pos serás
gachupina, ¿qué no?, ¿qué te gusta comer chile y tortillas?,
pues entonces serás criollita, de esta misma y canija tierra
(Orozco 31).
93
La independencia traicionada. El fracaso del ímpetu unifi-
cador. A manera de conclusiones
94
«Dígale a la Emperatriz que quien es reina de su casa, no
puede ser criada en palacio» (Orozco 229). O echando de
su casa al General Victoria tras el saqueo del Parián en 1828:
95
el símbolo que lo representa, pues el sujeto que adviene se
inserta en el discurso bajo la forma de un sustituto: el suje-
to es siempre representado en el discurso a expensas de su
verdad (Cros 160).
96
Bibliografía
97
Pensamiento criollo, nación y aporte femenino;
elementos de una identidad nacional. El occidente
mexicano en los albores de la independencia
99
En los movimientos sociales del periodo colonial dentro
de las historias locales se encuentran tímidamente algunos
nombres de mujeres; literatas, damas bienhechoras, religio-
sas y ya en el fragor de las contiendas, verdaderas heroínas
que supieron actuar bajo los ideales de un nacionalismo crio-
llo.
La Ilustración en Hispanoamérica se vio acompañada de
una emergente conciencia histórica y afianzó las raíces de
un patriotismo honesto y decoroso donde la dignidad del
criollo creció en la idea de heredar la hacienda americana que
por nacimiento le correspondía. En tal sentido de oriundez
la participación femenina fue determinante para infundir los
valores de afecto y arraigo a la tierra de origen, sin embargo,
dicha participación no ha sido recuperada plenamente y exis-
ten silencios históricos sobre el aporte de las mujeres criollas
en el fomento de la idea de nación y el sentido de pertenencia
a la patria y a la matria.
Las condiciones de las colonias eran muy diferentes a
las de las metrópolis europeas, de donde el proceso y asi-
milación de la Ilustración se vio evidentemente afectado por
dichas peculiaridades. En primer término la Nueva España,
es decir, el territorio que superó a la antigua Mesoamérica y
dentro de él la Nueva Galicia, —región Occidente— bajo su
condición de colonia le sujetaba a un rol económico diferente
al ostentado por la metrópoli, donde la función asignada giró
principalmente como consumidor de bienes provenientes de
España, más que como productor de insumos. La limitación
del acceso de los novohispanos a los puestos directivos tam-
bién se vio reflejado en las nuevas y modernas instituciones
creadas por la Corona al calor de las ideas ilustradas: «[…] la
Escuela de Cirugía, 1767; la Academia de San Carlos 1784; el
Real Estudio Botánico, 1788; y el Colegio de Minería 1792
[…] [donde] se dieron todos los puestos de importancia a
100
profesores peninsulares en vez de otorgarlos a los novohis-
panos» (Tanck de Estrada, 16-17). De tal suerte, la corriente
ilustrada provocó una reacción de autoafirmación e indepen-
dencia cultural, con una vuelta a las raíces que para el caso de
México consistió en la exaltación de un pasado indígena glo-
rioso y monumental. Esta exaltación del valor de la oriundez
es claramente identificable en las obras de Clavijero, Alzate,
Díaz de Gamarra y Revillagigedo, quienes se constituyen en
exponentes de un tipo de nacionalismo intelectual, destacan-
do los logros y aportes académicos en las diferentes áreas del
conocimiento.
En la Nueva España, el gran virreinato, es vago el
momento en el que la identidad criolla se constituye en un
movimiento cultural nacionalista y reivindicatorio; exponen-
te de las carencias y marginalidad de que fueron objeto los
criollos hispanoamericanos y de manera particular la doble
reclusión de aquellos alojados en los espacios regionales.
Vale aquí considerar la posición de las mujeres criollas que
por tanto se encontraban en una condición de marginalidad
mayor que la de los varones.
En la región occidental de este vastísimo espacio, ya des-
de el siglo XVII se fue acrisolando el sentido identitario de
los grupos españoles oriundos de América que alcanzarían
su expresión más clara en el nivel ideológico y propositivo
unos cuantos años más tarde en obras con arengas encami-
nadas a «despertar» del letargo colonial a los habitantes ame-
ricanos, aspiración con la que se identificaron las mujeres
criollas. Los movimientos sociales del siglo XIX dentro de
sus historias locales se encuentran claramente identificados
con nombres de mujeres que consideradas auténtica heroí-
nas, supieron inspirar los ideales de lucha y brindar aliento a
los combatientes en las batallas. Cabe aclarar que la presen-
cia de la mujer en la historia está sujeta a dos lecturas: la del
101
silencio o la del reconocimiento, desafortunadamente es la
primera la que tiende a predominar aún en la actualidad. El
reconocimiento recuperaría las condiciones del marco con-
textual donde los criollos buscaron afirmar una conciencia
de grupo respaldados por la casi desconocida pero impres-
cindible colaboración del género femenino.
Es sabido que el término criollo americano define a los
hijos e hijas de españoles nacidos en las llamadas Indias
occidentales; sobre su filiación filológica algunos autores
sugieren una derivación del francés créales aplicado a perso-
nas de sangre española que vivían fuera de España (Harver,
26). El criollismo se llegó a plantear como una dimensión
particular del afianzamiento de lo autóctono americano, no
completamente original ni de rasgos aborígenes, sino como
forma de pertenencia a la tierra americana y derecho sobre
ella. Pese a los múltiples filtros establecidos por la metró-
poli, la ideología de la Ilustración dio frutos atractivos en
las postrimerías del siglo XVIII; éstos se hicieron evidentes
en el gran bagaje intelectual que, heredado, fortaleció las
raíces de los jóvenes criollos novohispanos, quienes a la par
de ser conscientes de desenvolverse en una época en trans-
formación, llegaron a verter en sus documentos estas con-
cepciones ilustrada. La participación femenina fue evidente,
pero poco o nada difundida. Los escritos, la gran mayoría
de ellos anónimos, no dudaron en resaltar las capacidades
de los oriundos americanos, su brillantez y dedicación, por
tanto su igual derecho a acceder a posiciones ocupadas por
europeos.
Serían estas convicciones sobre el entorno de origen y
los postulados de libertad, derechos individuales, valor de
la democracia, etc., enarbolados por el siglo de las luces, los
que al mezclarse darían por resultado la lucha insurgente de
las colonias españolas en América.
102
Si bien es cierto que la aristocracia criolla recibió la
influencia de las ideas ilustradas y supo aplicar parte de ellas
en la reivindicación de su posición frente a la metrópoli espa-
ñola, sería muy arriesgado asegurar que los criollos se hicie-
ron revolucionarios a causa de la Ilustración. En realidad ésta
actuó como catalizador en un momento político e histórica-
mente coyuntural; las condiciones estructurales coloniales en
lo que compete al tiempo largo conformaron una identidad
americana, que unida a las condiciones económicas y políti-
cas desfavorables para los criollos, generó la respuesta inde-
pendentista. Esta búsqueda encontró su complemento ideal
en el aporte femenino en la lucha por las conquistas políticas
y los derechos dentro del movimiento independentista mexi-
cano lo que permite dar un aval diferente y otra dimensión al
conocimiento de la historia.
Indudablemente la Ilustración les proporcionó recursos
ideológicos para legitimar la lucha emancipadora, de los que
asimilaron aquellos elementos que fortalecían su posición y
aspiraciones de sustituir el poder peninsular en la América
Española. Las obras de John Locke, Jean Jacques Rousseau y
Adam Smith, tuvieron una influencia importante en el desa-
rrollo de las ideas revolucionarias y en la legitimación de la
lucha reivindicatoria criolla. La aristocracia americana se vio
identificada con el crecimiento del comercio libre, la autode-
terminación y el gobierno por los gobernados, el concepto de
libertad económica, etcétera. Sin embargo, dichas aspiraciones
se limitaban en un primer momento al grupo social criollo,
que aspiraba no a un cambio radical del sistema, sino en todo
caso a una sustitución en cargos y posición del grupo penin-
sular. En este sentido el origen español y el nacimiento ame-
ricano daba a los grupos criollos la certeza de un destino por
derecho natural sobre los peninsulares «extranjeros» y, por
ende, carentes de derechos legítimos sobre la tierra americana.
103
Lo que realmente marcaba la diferencia entre «criollo»
y «español» era su arraigo a la tierra; algunos peninsulares
retornaban a la metrópoli una vez que se veían satisfechas sus
expectativas económicas o cubierto algún cargo. Los criollos
en cambio, manifestaban siempre una mayor identificación
al territorio y consideraban su derecho a usufructuar las pro-
vincias ganadas por sus antepasados. Don José Miranda des-
cribe cabalmente este hecho al referir que: «La participación
de los criollos y el gobierno despótico y egoísta de la metró-
poli eran los más antiguos y considerables agravios de los
americanos, y ahora en el comienzo de los movimientos de
independencia, serán los inevitables ingredientes del discurso
histórico que los revolucionarios mexicanos dirigirán contra
España» (Miranda 29).
La participación de la mujer criolla en la guerra de inde-
pendencia no fue algo novedoso históricamente, sólo es
preciso hacer una relectura de la historia desde una forma
más adecuada, más completa y democrática devolviéndole
el lugar y la voz que desde un principio le correspondió a la
mentalidad criolla en el imaginario femenino en la construc-
ción de nuestra identidad como pueblo recuperado el pasado
para poder explicar el presente.
Si bien los criollos pretendían la seguridad de la vida eco-
nómica, la libertad política y la garantía de propiedad, no
por ello compartían estos derechos con el resto de los grupos
sociales americanos, como sería la igualdad de los mestizos
indígenas, negros y castas en general. Es decir, se trataba de
una lucha de clase particular en busca de privilegios, don-
de la coincidencia de aspiraciones por parte del resto de la
sociedad americana enlazó el respaldo de las clases populares
al movimiento independentista, aunque sin dar a éstas una
garantía de cambio social. De ahí que en plena lucha y ante
los desbordamientos de violencia de las masas revolucio-
104
narias, los criollos buscaron pactar con grupos moderados,
apartándose de los radicales, es decir, se identificaron caute-
losamente con el movimiento inicial del mismo origen.
Dentro de la guerra de independencia, como en cual-
quier otro conflicto bélico reivindicatorio, la participación
de la mujer fue un elemento esencial, y al tiempo, tendió a
transformarse en mito, en leyenda, o mejor aún, en ejemplo.
Una primera consecuencia de la participación femenina en
esta lucha fue la desaparición de las rígidas líneas que hasta
entonces delimitaban las clases sociales, así como la barrera
de separación de los sexos y la democratización del movi-
miento social demandante.
Si se indaga aunque con dificultades, encontraremos una
larga nómina de mujeres de toda clase y condición que desta-
caron prestado sus servicios auxiliares de aprovisionamiento,
de sanidad, de información, e incluso de reserva combatien-
te que en casos de apremiantes, colaboraron con decisión y
valor.
Pese a la identidad que brindó el espacio regional, los
criollos de La Nueva Galicia no formaron un grupo homo-
géneo constante. La mayoría de las veces el criollo neoga-
llego respondió de manera titubeante y aun contradictoria
ante las presiones internas y externas de que era objeto y
según soplaran los vientos políticos, demostrando una gran
habilidad para la negociación. Esta debilidad en su cohesión
como grupo debió dificultar a las autoridades virreinales la
identificación y militancia de algunos personajes en las filas
insurgentes al momento de la independencia y anterior a ésta
de aquellos simpatizantes de las nuevas ideas ilustradas y
revolucionarias.
Se ha considerado que el papel de la mujer fue secundario
y mayoritariamente alejado de las grandes líneas de fuego,
pero esto no ha sido del todo cierto. En primer lugar cabe
105
hacer una reflexión en torno a los términos mujer y guerra
que parece presentarse como opuestos o contrarios, ello des-
pués de recapacitar sobre los orígenes y obedece a nuestra
condición patriarcal donde el modelo guerrero se asigna al
espacio público - político y por lo tanto corresponde al hom-
bre, quedando la mujer ubicada en los entornos domésticos
privados, donde solamente se producirán acontecimientos
de carácter cotidiano; de manera que desde esta disposición
la mujer y la guerra se contraponen por tener espacios de
proyección diferentes.
La contribución de la mujer en el movimiento social de
independencia del occidente mexicano y más como anfitrio-
nas ideológicas de la lucha revolucionaria fue sumamente
valiosa en el desarrollo histórico de los acontecimientos,
donde la entrega apasionada fue una constante en el movi-
miento desde sus albores y tanteos incipientes, hasta la etapa
culminante de nación independiente. Estas mujeres recono-
cidas por su aporte y compromiso con la causa social, han
pasado a la historia del hoy Estado de Jalisco como verda-
deras heroínas regionales, afortunadamente algunos datos de
ellas han llegado a nuestros días y hoy es posible identificar
no sólo a la famosa Doña Josefa Ortiz de Domínguez, sino
a otras más que comprometiendo su posición y estabilidad
familiar se lanzaron al logro de sus ideales libertarios.
Entre estas mujeres con nombre y apellido emblemá-
ticas ante todas aquellas que no fue posible recuperar sus
datos para la historia, está doña Rita Pérez de Moreno ori-
ginaria de San Juan de los Lagos, Jalisco, —región noroeste
de Guadalajara— esposa de don Pedro Moreno, destaca-
do caudillo regional, a quien respaldó en todo momento
durante la lucha patriótica siguiendo la suerte de su consor-
te hasta las últimas consecuencias. Es conocida la narración
que en torno al matrimonio Moreno se conoce que en el
106
fragor de la lucha, las fuerzas virreinales tomaron la hacien-
da donde ellos vivían y tomaran cautivos a los sirvientes y
a una de sus hijas de dos años de edad la que ofrecieron a
cambio de soldados realistas hechos prisioneros, La res-
puesta de doña Rita y don Pedro fue por demás elocuente:
«Aún tenemos otros hijos para ofrecerlos a la patria» (Del
Palacio 193). Amiga de Rita fue doña Feliciana López de
Marín quien facilitó apoyo a los insurgentes, prestando al
efecto su propia hacienda situada al interior de la sierra de
la Comanja, —en la llamada «región alteña»— lugar donde
se refugiaron los heridos y aún ahí fueron asediados por los
realistas. Se dice que durante el sitio de la región doña Rita
cubrió el puesto de enfermera y posteriormente al arreciar
la lucha, ayudando y acompañando a bien morir a sus com-
patriotas, lo que le ganó el apodo de «ángel de la caridad».
Mujer sumamente valiosa como muchas otras de sus com-
pañeras que fueron capturadas por los realistas cuando acu-
dían al río en busca de agua. Doña Rita fue hecha prisionera
también y supo conjugar el amor a los suyos, el sentimiento
patriótico hasta llegar al sacrificio con aplomo y heroísmo.
De esta misma región destacaron Casimira Camargo y sus
hijas Ana María y Trinidad Ortega en una localidad llamada
hacienda Cerro Gordo, que hoy da nombre a un munici-
pio del estado de Jalisco. Estas mujeres destacaron por su
directa participación en el suministro de armamento a las
fuerzas insurrectas (Del Palacio 201).
Por su parte las cuñadas de doña Rita, hermanas de don
Pedro Moreno en número de cinco, tres de ellas sirvieron a
la causa insurgente a saber, doña Isabel, Ignacia y Nicano-
ra; las otras dos Antonia y María de Jesús permanecieron a
favor de la monarquía española. Las insurgentes entraron
a la lucha revolucionaria donde se sabe que sufrieron veja-
ciones e insultos de palabra al momento de caer en manos
107
realistas siendo torturada doña Ignacia a quién le vinieron a
mostrar la cabeza de su esposo (Rivera 27).
Sobre la participación de otras mujeres valerosas jalis-
cienses se tiene el dato de que en la Mesa de los Caballos,
—zona norte de Guadalajara—, se celebraba una misa en el
Fuerte de este lugar a favor de los insurgentes donde algunos
de ellos contrajeron matrimonio y siendo sorprendidos en el
acto por los realistas, fueron objeto de una terrible masacre
donde a decir de el Historiador Agustín Rivera: «en ninguna
parte se habían manifestado tan despiadados los vencedores;
todos los que se encontraban en la Mesa de toda clase y sexo
fueron pasados a cuchillo» (íbid 28).
Ni que decir de de doña Ignacia Apodaca ilustre patriota
y de actuar resuelto, originaria de Tecolotlán —ubicado en la
región SE de Guadalajara— a quien le correspondió pronun-
ciar unas palabras en el discurso de la Jura de Independencia
y que Agraz García de Alba recupera: «Señoras mexicanas,
mis amadas compañeras: los sagrados intereses de la religión
y de la patria me obligan dulcemente a deciros… caminemos
por las sendas de aquellas ilustres matronas que llenaron de
laureles a su patria…» (Agraz García De Alba 19).
No faltaron tampoco las aportaciones de mujeres de cla-
se humilde que a sus medios y recursos se engancharon al
movimiento revolucionario, como lo fue el caso de Doña
Leoncia quien se sabe radicaba en la población de Tecolotlán
de donde probablemente era originaria, quien se encontraba
al servicio de cura del lugar F. Antonio Montes de Oca, al
momento de la jura de independencia de México el 8 de julio
de 1821, donde quedó testimonio de sus sencillas pero emo-
tivas palabras: «yo la capetana (sic) de este ejército de indi-
tas rosineras (sic) todas lo venimos a jurar… queremos dar
la vida por nuestra onión (sic)…». (Agraz García De Alba
21), de igual manera doña Isabel Jiménez destacó como una
108
valiente insurgente colaboradora del cura José María Merca-
do en la región cercana a la costa del oceáno pacífico.
Antonia Barrera fue confinada durante varios años a la
Casa de las Recogidas de Guadalajara por ser esposa de un
soldado insurrecto (Del Palacio 185).
Son famosas en la región sur de Guadalajara las llama-
das «Las mujeres de Tamazula». Gertrudis Palomera, María
Gertrudis Tapia, María Petra Ramírez, María Antonia Ramí-
rez y maría Marcelina Chacón de quienes Celia del Palacio
refiere que fueron apresadas por ser «adictas a la insurgen-
cia» (Íbid 192).
Como lo destaca Edmond Cros la creación de «clubes
de amigos», la organización de tertulias o saraos de las élites
sociales tenían como finalidad de conocer , discutir y difun-
dir las nuevas concepciones ideológicas tanto políticas como
económicas y sociales que campeaban en la convulsa Europa.
Este fenómeno de repetía en muchos de los confines de la
Nueva España y en particular en la Nueva Galicia, siendo
sus promotoras y anfitrionas damas pudientes y educadas
de los grupos criollos de avanzada, también en los escritos
de intelectuales y curas regionales que por su formación se
encontraban en posición de acceso a obras europeas, acriso-
lando aquellas ideas a una realidad particular y propia. Entre
estos personajes cabe destacar un cura de pueblo de nombre
Francisco Severo Maldonado y Ocampo llegó a afirmar por
ejemplo que «La piedra de toque en que habrán de probarse
todas y cada una de las leyes publicadas por el Congreso
Nacional, será la de la conveniencia o repugnancia con las
verdaderas leyes naturales […]» (Maldonado y Ocampo 9)
este mismo clérigo reconoce el aporte de las mujeres en la
mejora de las propuestas criollas e insurgentes de la época al
afirmar: «El amable y bello sexo tiene un interés decidido en
la propagación y triunfo de las ideas que forman el objeto de
109
esta obra importantísima, en la que se perora enérgicamen-
te la causa de su felicidad. Desde este número comenzarán
las señoras a ver con placer las primicias del zelo con que
nos consagramos á promover la educación e ilustración de
la más hermosa y sensible mitad del género humano, como
el medio mas seguro y eficaz de corregir y mejorar a la otra
mitad. Así, no dudamos tener muchas suscriptoras entre
nuestras ilustradas americanas; y en la lista que publicaremos
de los suscriptores, pondremos por separado el catálogo de
las Señoras que nos honraren con sus suscripciones» (Mal-
donado y Ocampo 15).
La disposición geográfica fue utilizada por los oriundos
a su favor un ejemplo que ilustra esto fue como los puertos
que inicialmente resultaron de gran importancia estratégi-
ca en la expansión de los dominios coloniales por la deter-
minación de la ruta transpacífica hacia las islas Filipinas y
el comercio con el Perú, logrando alcances no sólo de tipo
económico también por efecto de la interacción humana, el
criollismo se vio reforzado en los ámbitos de la cultura y las
letras, la generación de espacios sociales de gran alcance para
estos grupos. Se tiene referido que en la Nueva Galicia los
puertos de La Navidad, San Blas, Puerto Vallarta, Santiago
de Buena Esperanza de la bahía de Manzanillo, etc. (en el
litoral del occidente de México), se constituyeron en esta-
ciones portuarias gracias a su ubicación geográfica estratégi-
ca. La Navidad1, fue en sus inicios un puerto que funcionó
como enlace entre California, la Nueva Galicia y la Nueva
España; además, uno de los primeros donde se organizaron
las empresas para explotación de bancos de perlas.
110
Si bien es cierto que algunos puertos del occidente mexi-
cano no figuraron por su importancia económica, cubrieron
una función de respaldo del comercio interoceánico, ya que
se convirtieron en estaciones permanentes de abasto de agua
y víveres para los recorridos marítimos. Por ejemplo, que la
nao de China en el trayecto Acapulco-California contaba
con estaciones donde podía arribar para reparaciones y des-
carga de sobrepeso. «Por tal motivo los puertos modestos
como Salagua, La Navidad, Chacala, Matanchén, San Blas,
etc., ejercieron una función complementaria muy importante
en el comercio transpacífico» (Olveda 18).
En tales fondeaderos se aprovechaba posiblemente para
el desembarco de enfermos y polizontes, pero también de
artículos de contrabando entre los cuales figuraban publi-
caciones prohibidas, libros y pasquines censurados por su
contenido subversivo. Desafortunadamente, por tratarse
de un comercio ilícito no se cuenta con un documento de
registro, pero se hace evidente por la diversidad de produc-
tos disponibles para los mercados locales. La Ilustración con
seguridad llegó a la Nueva Galicia en retazos: un libro ahora,
una noticia después, una revista más tarde. Por las distancias,
la censura o el idioma, las ideas ilustradas debieron ser pocas
y fragmentadas pero, no obstante de gran impacto. Los
conceptos de libertad, intrínsecos en el ser humano, tuvie-
ron avanzado el siglo XVII campo fértil en los inicialmente
pocos pero escogidos criollos de la Nueva España y particu-
larmente, neogallegos. Abandonando en círculos cerrados de
colegas y amigos las abúlicas posturas provincianas, adereza-
das de tradición y religión, se volcaban en ideas de cambio,
soñaban con un feliz mundo futuro controlado por la razón
y la libertad personal. Toda novedad, idea, libro o periódico
que llegaba a la lejana Guadalajara, traída por aventurados
viajeros o el rústico correo, era motivo de amplios comen-
111
tarios en reuniones, tertulias o veladas muy exclusivas de los
clubes de amigos y al amparo de damas de sociedad, clubes
que no eran otra cosa sino el crisol en donde se fraguaban y
consolidaban las directrices del nuevo mundo. La realidad
cambiaba en boca de estos criollos hombres y mujeres de
brillante cultura y mediana fortuna, entusiastas admiradores
de las ideas ilustradas, de Estados Unidos y de la revolu-
ción francesa. Cuando lejos se encontraba la independencia,
la clase media de la Nueva Galicia gozaba de los triunfos
libertarios de otros. La emancipación norteamericana y la
caída de la Bastilla eran celebradas en alegres pero reservadas
fiestas, con muchos meses de retraso, con noticias fragmen-
tadas y alteradas, pero que hacían evidentes los hechos: el
mundo se estaba transformando en otro lado, ¿por qué no
en América?
A fines del siglo XVIII el sistema colonial español había
dado de sí. El estatuto se presentaba caduco, decrépito e ino-
perante. Como lo comprenderían otras metrópolis más de
cien años después, un sistema de explotación indiscriminada
de los recursos naturales y humanos de un lugar terminan
agotando la riqueza y la paciencia de los pobladores locales.
No se puede depredar un lugar ni impune, ni permanente-
mente sin pagar un precio ante la humanidad y ante la histo-
ria. El viejo discurso de que a las colonias se les daba cultura
y civilización a cambio de oro, ya no convencía a nadie y a la
larga, la idea de mantener indefinidamente un ejército y un
aparato burocrático en una colonia agotada, resultaba más
una carga que un beneficio. Eso ocurrió con la Nueva Espa-
ña; el añejo propósito de evangelizar al indio y enriquecer
al conquistador enfurecía a los criollos y mestizos que no
obtenían nada de ver a fugaces señores españoles distantes y
soberbios llegar empobrecidos a gobernar en puestos buro-
cráticos como premios de lotería, para poco después irse
112
del lugar con las arcas llenas de riquezas y su conciencia sin
remordimientos.
Pero las novedosas ideas procedentes de Europa, así
como el surgimiento del sentido de nacionalidad ya se
habían formulado, por ende la nacionalidad mexicana fue
asumida como distinta de la identidad española y de la
indígena (Villalpando 27); una nacionalidad procedente de
la oriundez del continente y portadora del derecho a dis-
frutar de sus riquezas, de una nacionalidad mestiza, o de
una nacionalidad criolla. En este ámbito se proyectaron los
trabajos de Clavijero que constituyen una verdadera defen-
sa de las riquezas y potenciales americanos, de Maneiro y
otros más, cuyo interés principal fue resaltar las grande-
zas americanas. Ideas que fueron seguidas por intelectuales
de las provincias y regiones, no solo varones sino también
mujeres.
No obstante las actuaciones y aportes de tanta valía por
parte de las mujeres en los diversos ámbitos de la cultura y
la lucha social, se cuenta con pocos datos y existe un silencio
histórico y social que es necesario romper, solamente han
llegado a nosotros algunos retazos, algunos nombres que sin
duda fueron en mayor número de aquellas de quien tenemos
noticias, mujeres que brindaron sus capacidades, medios e
inapreciable ayuda no solamente en el campo de batalla, sino
en los espacios sociales y de la cultura. Es una deuda pen-
diente de la historia y de las diversas disciplinas la revalora-
ción de los papeles y aportaciones de uno y otro género, en
la conformación de la identidad nacional mexicana.
Bibliografía
113
Cros, Edmond. Conferencia. En Congreso Internacional
de Sociocrítica. Guadalajara, México. 5 de octubre 2000.
Universidad de Guadalajara.
Harver, R. Los Libertadores; La lucha por la independencia
de América Latina (1810-1830). Barcelona: RBA Libros,
2002.
Del Palacio, Celia. Adictas a la Insurgencia. México: Punto
de Lectura. Santillana Ediciones Generales, 2010.
Maldonado y Ocampo, F. S. Contrato de Asociación para la
República de los Estados Unidos del Anáhuac. México:
Imprenta de la viuda de D. José Fructo Romero, 1823.
Miranda, J. Las ideas y las instituciones políticas mexicanas.
México: Imprenta Universitaria UNAM, 1978.
Olveda, J. Los puertos noroccidentales de México. México:
INAH, Universidad de Colima, El Colegio Jalisco, 1994.
Rivera, Agustín. Viaje a las ruinas del Fuerte del Sombrerero.
México: Casa de la cultura de Lagos de Moreno, 1875.
Tanck de Estrada, D. La Ilustración y la educación en la
Nueva España. México: SEP, 1985.
Villalpando, J. M. Miguel Hidalgo. México: Planeta Agosti-
ni, 2002.
114
Leona Vicario en la Novela Histórica
Contemporánea
115
las históricas, publicadas en 2010 con motivo del Bicentena-
rio de la Independencia, novelas protagonizadas por Leona
Vicario, una mujer intelectual, una heroína insurgente, que
se ha convertido en una figura privilegiada por la ficción his-
tórica más contemporánea.
Esta nueva novela histórica, a semejanza de la novelís-
tica tradicional como la «nueva», se encuentra ligada a un
referente histórico dentro de un marco que se originó en el
siglo XIX y que se ha renovado en el siglo XXI en medio de
una reflexión general sobre la novela. El género se ha rein-
ventado y construido a partir de una tensión entre dos dis-
cursos distintos —la literatura y la historia— que se influyen
mutuamente y que se alimentan de otros géneros tales como
el ensayo, la biografía, los documentos históricos, el relato
de viajes o el género epistolar.
Junto con la novela del dictador y la novela social, en
Latinoamérica ocupa un lugar destacado, por su prolifera-
ción y su calidad, la novela histórica. Seymour Menton en
La Nueva Novela Histórica de la América Latina 1979-1992
(1993), enfoca un género donde predominan las nuevas téc-
nicas narrativas y experimentales (monologo interior, el dia-
logismo, la parodia, la multiplicidad de puntos de vista, la
reflexión metatextual del proceso de escritura y la intertex-
tualidad, por nombrar algunos), a la vez que sugiere la apari-
ción de «un nuevo género» (Mentón 25); cuando en realidad
lo que sucede, como afirma María Cristina Pons en su libro
Memorias del olvido. La novela histórica de fines del siglo
XX (1996) habla de innovación a partir de presupuestos tan-
to formales como ideológicos:
116
da para confirmar la identidad de las nacientes repúblicas
frente a esa otredad que era el pasado colonial. La novela
histórica latinoamericana del siglo XIX no sólo tenía que
colaborar a construir el futuro de esas nacientes repúblicas,
sino que también tenía que participar en la construcción del
pasado (Pons 88).
117
Independencia en América Latina (2010), un libro que revisa
el papel de las mujeres en esa guerra, desde un amplio marco
temático y crítico. Por otra parte, los estudios sobre el bicen-
tenario permitieron revisar el «acto de independizar» tanto
el pensamiento como la escritura. A partir de estas nuevas
perspectivas, el presente ensayo se propone analizar quién
escribe y desde dónde se escriben estas novelas: qué estrate-
gias textuales proponen, qué postura histórica adoptan, hasta
qué punto sus personajes femeninos trascienden los límites
de su historicidad.
La novela histórica en los albores del siglo XXI busca a
su lector y establece un eje entre el concepto de historia y
la propuesta discursiva literaria que enfoca el escritor/a. Si
bien, en el XIX y el XX esta prosa forma parte de un pro-
yecto mayor como una verdad unidimensional, apoyada por
un sentido de «compromiso social o nacional de identidad»,
esto se ha relajado y relativizado, dando paso a otras formas
de concebir una narración de carácter histórica.
Para ello, el presente trabajo analizará el personaje feme-
nino central en cada una de estas tres novelas, que buscan
conmover al lector contemporáneo exponiendo la situación
de la mujer durante la época novohispana y el proceso de
la Independencia, contraponiendo puntos de vista múltiples
—críticos o nostálgicos— en torno a una de las más reco-
nocidas figuras de nuestro calendario cívico —«junto con
Josefa Ortiz de Domínguez, no obstante que ambas fueron
integradas desde 1981 en el calendario cívico»— (Tecuan-
huey 77-83). El proceso de ficción en la novelística remite
a la construcción de las identidades del referente histórico
de Leona Vicario, dando lugar a distintas posicionalidades:
insurgenta, mujer y heroína (ya sea desde la memoria his-
tórica oficial, desde su humanización o su desmitificación,
como veremos más adelante).
118
La figura de Leona Vicario ha recibido varios homena-
jes y ha sido representada en numerosas ocasiones, desde la
telenovela que protagonizaron Diana Bracho y María Rivas
hasta la obra de teatro El juicio de Leona Vicario con María
Inés Pintado y Leonor Cortina.
119
un público de lectoras. Aún así, el yo femenino cede ante
otros sujetos más poderosos como el histórico: la ficción se
«calla», sin adentrarse en la voz y la identidad de su heroí-
na. El texto al final le otorga mayor fuerza a Andrés, como
personaje de ficción, que a Leona. El proyecto en sí no es
innovador en términos de la novela histórica del siglo XXI.
Aunque retoma el género epistolar y la novela de folletín, lo
hace con un tono apologético, sin crítica hacia la historia y
con un discurso romantizado:
120
riador que nació en 1867 en Fresnillo, Zacatecas, y falleció
en México en 1920; quien escribió la biografía más com-
pleta y reconocida de la vida de Leona Vicario, y desde
un punto de vista más humano e individual, le devuelve a
la heroína un sitio valioso en su posición como mujer. La
novela Leona restituye el lugar de Vicario, sin duda, pero
sin despegarse del canon tradicional. Al inicio, el espejo
muestra cómo se mira a sí misma, aunque al final su identi-
dad como personaje de ficción no trasciende la máscara de
lo biográfico.
121
cias a una estrategia narrativa lineal, dividida en doce breves
apartados que inician en 1809 y termina con la muerte de
Leona Vicario.
La protagonista de la novela está mediada casi siempre
por un narrador, lo cual le quita fuerza y pasión a Leona
como personaje literario. Para darle «carácter» Leona adopta
el cliché de la mujer devota que reza para tomar sus deci-
siones: «Llegó ante el reclinatorio que utilizaba para sus
oraciones, frente al que estaba colocado la imagen de la Vir-
gen Guadalupana […] Leona ya había tomado una decisión:
pondría sus recursos y sus conocimientos al servicio de la
causa de la Independencia de México» (Aguirre 26-27). Se
le muestra también como una devota mujer que ama a su
esposo y a su patria, pero que además lee, pues para referir
a una intelectual afirma la lectura de cartas, su conocimiento
del francés, y la lectura del libro «Las aventuras de Telémaco,
hijo de Ulises»:
122
La Insurgenta de Carlos Pascual: escenario y pandemo-
nium
123
tiva sugiere el formato teatral a través de diálogos fluidos,
las apreciaciones de la voz del narrador dan unidad y eje a
todas las intervenciones de otras voces, pero además guar-
da un carácter colectivo (Audiencia, autoridad oficial que
convoca, escucha y organiza); así como las intervenciones de
personajes notables como Lucas Alamán, Andrés Quintana
Roo, Benito Juárez o Santa Anna, y de otros más cotidianos,
casi invisibles como Rita Vega, la cocinera.
Por supuesto, la mayoría de los narradores convocados
por la novela terminan contando su propia vida, aproximan-
do los recursos de la oralidad, el testimonio y las historias de
vida, como fuentes para narrar la historia desde voces sub-
alternas que no excluyen la voz del poder, aunque consiga
borrar sus jerarquías. Vicario resulta ser un pretexto para
deconstruir la forma lineal, referencial, y univoca de contar
a través de un solo narrador, no obstante quien detenta un
lugar central es la Audiencia, quien sí tiene el poder de afir-
mar, negar, citar, dar la voz a los testigos con un tono «obje-
tivo», formal y en mayúsculas:
124
ser nombrada Benemérita antes de realizar sus funerales de
Estado, al tiempo que proporciona algunos datos breves de
los personajes convocados. La puesta en escena compren-
de sólo tres días de la acción y no pretende plantear ni una
saga épica ni resolver el enigma de la identidad nacional.
Tal evento resulta ser una artimaña política de Santa Ana,
quien es gobernante en ese momento y manda realizar dicha
Audiencia para que la muerte de Vicario sea «aprovechada».
Notamos el contraste entre la solemne presentación, y poste-
riormente, su voz de alto mando en primera persona (deno-
tando el acento en la representación teatral):
125
pero… ¿ya tienen el reconocimiento de España? Se le infor-
ma que sí, desde el año 1836 (Pascual 35).
126
entre los modos de enunciar la historia desde la ficción his-
tórica y los modos de construir un imaginario de la memoria
colectiva, hacen visibles los olvidos y los silencios significati-
vos de los sujetos sociales históricos.
Bibliografía
127
PUV/Universidad de Valencia, UAM, El Colegio de
México y Universidad Veracruzana, 2003. 71-90.
Volpi, Jorge. Mentiras contagiosas. México: Editorial Páginas
de Espuma, 2008.
128
La Monja Alférez y sus representaciones en México a
lo largo de más de cien años
129
la materia prima para las múltiples versiones y adaptaciones.
Es así que pasa del discurso colonialista español del siglo
XVII, que la equipara con Juana de Arco, a ser considerada
en la actualidad un icono de la comunidad LGBTTTI.
Desde la perspectiva de la literatura mexicana contempo-
ránea, el narrador, cronista, poeta y ensayista José Joaquín
Blanco, uno de los principales ideólogos y de los primeros
activistas de los movimientos de reivindicación de la diversi-
dad sexual en México1, no duda en denominarla con ironía
«la santa precursora de las lesbianas», en «La monja catedrá-
tica y la Monja Alférez», una entrada de su blog La Iguana
del Ojete, fechada el 7 de enero de 2010.
Algunos años antes, en 2004, la escritora méxico-ame-
ricana Gloria Durán, en su novela Catalina, mi padre tuvo
la más impredecible de las osadías: proponer la supuesta
filiación de Sor Juana Inés de la Cruz (quizá la figura más
cargada de simbolismos para los movimientos feministas y
lésbicos en México), con Catalina de Erauso, quien cumple a
cabalidad con el rol del padre ausente e idealizado que aque-
lla necesita con desesperación.
Entre los ensayos que abordan su representación des-
de distintas perspectivas y disciplinas, para los estudios de
género se ha convertido en un objeto recurrente. Uno de los
trabajos más completos y conocidos es el de Sherry Velasco:
The Lieutenant Nun: Transgenderism, Lesbian Desire and
Catalina de Erauso (2000), en el que analiza la figura de la
Monja Alférez al hacer una recapitulación de los textos sobre
ella que se han generado a lo largo del tiempo y en distintos
130
lugares. Sus conclusiones apuntan a la maleabilidad de Cata-
lina de Erauso como símbolo, del cual se han apropiado para
fines diversos y hasta opuestos:
131
realizan estudios específicos sobre la recurrencia de perso-
najes femeninos que adoptan el traje masculino. Entre otros
autores, Carmen Bravo Villasante (1955) caracteriza a «la
mujer vestida de hombre», la cual deviene en la figura de la
«mujer varonil».
Tal epíteto no se utiliza en un sentido de demérito; antes
bien, la autora considera que al lograr la perfección en las
virtudes femeninas, la mujer se asimila al hombre: «el adjeti-
vo varonil no solo se aplica cuando era el caso de aplaudir el
valor, la osadía o la inteligencia femenina, sino también […]
la bondad, la abnegación y la constancia en el amor» (102).
Siguiendo la misma línea, años después Malveena
McKendricK (1974), hace aún más específica la definición
del concepto:
132
lo general adopta el rol de paje, y la guerrera heroica: «la pri-
mera, muy femenina y normal y la segunda, hombruna y de
una anormalidad casi siempre patológica» (33).
Uno de los supuestos que explora esta autora es el surgi-
miento de personajes reales que transgredieron los estrictos
cánones que en la época imperaban en cuestión de roles de
género. Entre otros, cita el caso de Catalina de Erauso, junto
con la reina Cristina de Suecia y Juana de Arco. Conclu-
ye así, «nosotros nos inclinamos a creer que más bien sea
una bella creación literaria, y que posiblemente los pocos
casos que se dieron en la realidad fueran determinados por la
influencia del arte» (183-184).
Es evidente que los textos que constituyen el corpus de
esta aproximación no pertenecen al teatro del siglo de oro;
no obstante, se partirá de estos conceptos para observar su
funcionamiento en textos culturales mexicanos generados
entre el último tercio del siglo XIX y el del siglo XX.
133
su ropa para que parezca un traje varonil y comienza su vida
como hombre. Hasta este punto de la narración, se refiere a
sí misma utilizando el género gramatical femenino:
134
voces masculinas que completan la información proporcio-
nada en la obra mediante crónicas, testimonios y documen-
tos oficiales que fungen como anexos. Es así como se tiene
noticia de la pensión que le otorga el rey por los servicios
prestados a la corona española, que decide hacer efectiva
en el virreinato de la Nueva España, a donde llega en 1630.
Se asienta en Veracruz, en donde por el resto de su vida se
dedica al negocio del transporte de mercancías a la ciudad
de México. Muere en 1650, en el cumplimiento de su oficio.
135
antiguo amante, llega para rescatar a Beatriz y se bate a duelo
con su captor, quien lo mata. Llega Don Félix y lo reta a due-
lo, pero al llegar la autoridad civil, huye.
En el cuarto y último acto, la Condesa de Cifuentes
muere en el convento. Doña Beatriz llega para denunciar a
Andrea ante el Santo Oficio, puesto que ha ido a la guerra
en traje de hombre y ha alcanzado el grado de alférez. Don
Félix de Montemar llega para batirse con Don Carlos. Así,
Andrea muere a manos (y en brazos) de su amado, tras con-
fesar toda la verdad.
El texto mantiene la estructura y características propias
de una comedia de capa y espada, en donde el final no puede
ser feliz. Conserva el esquema básico de la historia original
(monja que huye del convento en traje de hombre y logra el
grado de alférez), aunque hay elementos que se modifican.
Por ejemplo, el rapto de doña Beatriz y su estancia con
ella en una posada, se corresponde de manera inversa con
la anécdota referida en su autobiografía en que Catalina de
Erauso rescata a doña María de Dávalos, dama que es des-
cubierta en adulterio por su marido, quien está a punto de
matarla. Huyen y pernoctan en una posada, hasta donde lle-
ga el ofendido, quien cree que el raptor es el amante de su
mujer. La Monja Alférez logra depositar a doña María en
un convento, pero se bate a duelo con el marido y se hieren
mutuamente.
Al recurrir a los conceptos explicados con anterioridad
sobre la mujer vestida de hombre y la mujer varonil, es evi-
dente que en el personaje de Andrea representa una transi-
ción entre la enamorada y la guerrera heroica. La primera se
viste de hombre de manera temporal, hasta lograr su objetivo
(generalmente, recuperar el amor de un hombre); la segunda,
lo hace al renegar de su condición femenina. Por supuesto, al
final cobra fuerza el rol de la guerrera.
136
Si se toma en cuenta la clasificación establecida por
McKendrick (1974), Andrea presenta rasgos de vengadora
(la mujer que adopta el traje de hombre para confrontar a su
burlador y lograr la reparación de su honra):
137
Como también es común en las comedias del siglo de
oro, el hecho de que una mujer adopte temporalmente el
traje varonil tiene una especie de compensación cuando
un gracioso viste de mujer. En este caso, estando en la
posada uno de los sacristanes del convento usa el traje de
doña Beatriz para que ésta pueda huir, en una escena cuyo
humor (como es usual) está basado en la ejecución por
parte de éste, de acciones totalmente impropias para una
dama. Pero la última vuelta de tuerca resulta en la escena
VII del acto cuarto, cuando los representantes de la ley
(advertidos de la presencia de una mujer vestida de hom-
bre) aprehenden a otro gracioso bajo la sospecha de ser la
Monja Alférez:
138
SACRISTÁN DOS ¡Qué señor tan bueno!
¡Pobre señor!... ¡Esa hija
Es un castigo del cielo!
¡Qué violencias, qué arrebatos
Una furia es del infierno!
Desde que ha pisado el claustro
Es un desorden tremendo.
La regla nunca obedece
Y con ademán severo
Nos domina y aturrulla
Vamos la tenemos miedo.
SACRISTÁN UNO In nomini patri et fili…
(Todos se persignan)
ABADESA ¡El diablo está en el convento!
Comienzan a sublevarse
Las novicias con su ejemplo (89)
139
alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte
más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la mag-
nanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al
débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y
cuando por la Sociedad se le ha confiado. Que la mujer,
cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la
compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al
marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y con-
sejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a
la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza
de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y
dura de sí mismo propia de su carácter. El uno y el otro
se deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, con-
fianza y ternura, ambos procurarán que lo que el uno se
esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse
con la unión. Que ambos deben prudenciar y atenuar sus
faltas. Nunca se dirán injurias, porque las injurias entre
los casados deshonran al que las vierte, y prueban su falta
de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos se
maltratarán de obra, porque es villano y cobarde abusar
de la fuerza (3).
140
«La Doña» también es La Monja Alférez (1944)
141
se da una explicación coherente a las habilidades propias del
género masculino que posee Doña Catalina (ya que al ser
educada como varón hasta la pubertad, su padre le enseñó
las artes de la esgrima y la equitación). Sin embargo, en esta
ocasión triunfa la faceta de la enamorada. Además, se plantea
un incipiente equilibrio en la relación entre ambos géneros,
ya que Catalina rescata del cautiverio a su amante y después
él la rescata de la horca.
Destaca la presencia de Roger, un picaresco criado que
es enviado por doña Úrsula para matar a Catalina, lo que
ella aprovecha para tenerlo a su servicio y bajo su vigilan-
cia. Roger personifica a la tía de Catalina en una reunión
con el virrey, y conserva la indumentaria femenina como
disfraz hasta embarcar hacia la Nueva España. En la escena
final, sorprende a quien cree Don Alonso vestido de mujer,
besando a don Juan, en una escena que rompe con el estilo
desarrollado a lo largo de toda la película, al presentar ele-
mentos más relacionados con las comedias de enredos de
la época.
Realizada un año después que la película que marcaría el
rumbo de la carrera de María Félix, Doña Bárbara (1943),
basada en la novela de Rómulo Gallegos (quien escribió el
guion) y que le deparó para siempre el mote de «La Doña»,
La Monja Alférez abona a la construcción del personaje mas-
culinizado y transgresor que la diva representaría dentro y
fuera de la pantalla hasta su muerte. En sus propias palabras,
plasmadas en su autobiografía Todas mis guerras (1993):
142
[…] De algún modo seduje a la gente, incluso a la que repro-
baba la conducta de mis personajes. En el cine y en la vida,
seducir es más importante que agradar. Empezaba a forjarse
mi leyenda sin que yo moviera un dedo. La imaginación del
público lo hizo todo por mi (27).
143
cias, es juzgada por el Santo Oficio por fingir ser hombre y
es condenada a muerte.
Tras una larga historia de amor imposible con otra mujer,
Martín Garatuza descubre que está enamorado de Catalina
de Erauso y la rescata al pie de la hoguera, pero caen en una
emboscada y ella muere defendiéndolo sin nunca lograr con-
sumar su amor. El héroe desaparece para siempre.
El personaje de Catalina/Antonio de Erauso fue repre-
sentado por Cecilia Toussaint, una cantante de rock y jazz,
y actriz, más identificada con la escena cultural alternativa
del México de los años 80 y 90, que con la televisión comer-
cial. Por sus facciones angulosas y su figura alta y delgada
logra una apariencia andrógina bastante más convincente
que (por ejemplo) María Félix, en una época en que las
melenas largas y rizadas, las camisas blancas y holgadas con
cinturones anchos y los chalecos estaban a la moda para
ambos sexos.
La caracterización de la mujer varonil corresponde a la
guerrera que adopta de manera permanente la vestimenta,
y con ella la identidad masculina; aunque con posterioridad
se enamora y muere defendiendo a su amante. De alguna
manera, se trata de la relación más equitativa que se presenta
en los textos estudiados.
Es evidente la evolución que se da en la concepción
de los roles de género. Habiéndose realizado la primera
marcha del orgullo gay en México en 1979, y tras el tem-
blor ocurrido en el Distrito Federal el 19 de septiembre
de 1985 (que constituye el inicio del fortalecimiento de
varios grupos la sociedad civil mexicana en busca de la
democracia), la Monja Alférez de Televisa representa una
incipiente apertura a la aceptación de la diversidad sexual
en el país.
144
Luis González Obregón y su leyenda «La Monja Alférez»
(1922)
145
baño para corroborarlo, y entonces solicitarle que escolte a
una de sus hijas hasta la ciudad de México, en donde profe-
sará como religiosa. Llegan a México, pero antes de que la
joven entre al convento un hidalgo la pide en matrimonio.
Al saberlo la Monja Alférez, «cuitada y celosa» (45), le pide
que no se case, y le ofrece entrar al convento junto con ella
y darle la mitad de sus bienes. No obstante, la joven contrae
matrimonio. Catalina de Erauso enferma de celos.
Comienza a visitar a su amada en casa de su esposo, pero
al demostrar celos de las otras damas que la rodean, ésta tie-
ne que pedir a su marido que impida la entrada a la Monja
Alférez, lo cual toma ella como una ofensa y reta a duelo a su
rival, quien se niega a batirse con ella por su condición feme-
nina y le sugiere que mejor se dedique a procurar la salvación
de su alma.
Tiempo después, Catalina de Erauso ve al marido de su
amada luchando contra tres hombres y acude en su auxilio,
derrotando a sus agresores. Su rival, agradecido, le pide dis-
culpas y la acepta nuevamente en su casa.
El relato concluye con la referencia de la muerte de la
Monja Alférez, ocurrida en Veracruz en 1650, mientras lle-
vaba una carga de mercancía hacia la ciudad de México. La
define como persona virtuosa y devota, que cumple con los
preceptos eclesiásticos.
En apariencia el texto presenta aspectos contradictorios,
ya que por una parte hace una conveniente elipsis de todo el
historial picaresco y hasta criminal de Catalina de Erauso,
para resaltar el modo en que es reconocida por el papa y por
el rey; y, por otra parte, narra un suceso homoerótico que
genera un conflicto que se soluciona cuando ésta demuestra
su superioridad física y moral ante su rival.
La única explicación posible reside precisamente en el
reconocimiento que le hacen las autoridades; el papa le per-
146
mite vestir el traje varonil, y el rey valida sus servicios como
militar; por lo tanto, las autoridades aceptan su condición
masculina. Así se valida la identidad de Catalina de Erauso
como el epítome de la mujer varonil. Al ser reconocida su
identidad como varón y como soldado, pasa a formar parte
de la minoría dominante de los conquistadores.
Un peculiar ejemplo respecto de los intelectuales que en
la época de la Revolución mexicana buscan con desespera-
ción los elementos constitutivos de la identidad nacional,
procurando la ruptura con la herencia colonial. Así, sería
probable inferir que el autor utiliza una estrategia discursiva
para demeritar el valor y la hombría de los conquistadores
españoles al traer a colación a este controvertido personaje.
Lo anterior, en contraposición con toda una tradición espa-
ñola que ha utilizado a la Monja Alférez precisamente para
el propósito contrario.
A manera de conclusiones
147
mita el acceso a la civilización y el progreso, lo cual consti-
tuye el más caro anhelo del incipiente gobierno porfirista.
No obstante, se plantea la posibilidad de una figura femenina
más independiente y autosuficiente, aunque sea para denos-
tar la transgresión que se lleva a cabo.
Se retoman (un poco en clave irónica) la estructura y
funciones de la comedia de capa y espada del siglo de oro
español, aunque con los toques característicos del drama
romántico mexicano.
En La Monja Alférez (1944), película de Emilio Gómez
Muriel, se siguen los lineamientos propios de la industria
en la denominada «época de oro del cine mexicano» (1935-
1958). Si bien contribuye en buena medida a reforzar las
características del personaje que representó (dentro y fuera
de la pantalla cinematográfica) María Félix a partir del éxito
de Doña Barbara, presenta una evidente evolución en cues-
tión de la equidad de género, ya que en el propio contexto de
la obra la conducta de la protagonista no resulta reprensible
a pesar de transgredir los roles de género. Por supuesto, al
final las cosas vuelven al orden considerado como natural
y Catalina recupera su herencia y a su amante, con lo cual
puede recuperar su papel como mujer de la clase privilegiada.
Un panorama bastante prometedor en una sociedad que aún
no permitía el voto femenino.
En la telenovela Martín Garatuza (1986) el personaje de
la Monja Alférez, en rechazo absoluto y permanente a su
condición femenina, asume una identidad masculina al adop-
tar la vestimenta y la conducta de un justiciero que vive al
margen de la ley. No obstante, siente una atracción sexual
y afectiva hacia Martín Garatuza, quien en principio solo la
considera como un compañero de armas. Cuando finalmente
sus sentimientos son correspondidos, la muerte impide la
consumación de la relación.
148
A pesar de los indicios de una sociedad que en medio del
conservadurismo se muestra más equitativa en cuestiones de
género y más tolerante a la diversidad sexual, la falta de un final
feliz para Martín y Catalina habla de que los avances que para la
época se habían dado en tales temas aún no fueron suficientes.
Respecto de las clasificaciones de la mujer vestida de hom-
bre y de la mujer varonil que proponen tanto Bravo Villasante
(1955) como McKendrick (1974), es evidente que en los textos
estudiados no funciona de manera tan tajante la división entre
la enamorada y la guerrera heroica, ya que en los tres casos
ambos tipos se mezclan. Esto denota el lento pero progresivo
avance en cuestiones de equidad de género que ocurrió entre
mediados del siglo XVI y finales del siglo XX.
Finalmente, en su leyenda «La Monja Alférez» (1922)
Luis González Obregón utiliza un discurso pseudohistó-
rico mediante el cual manipula los hechos consignados en
los anexos de Historia de la Monja Alférez, para distanciarse
de un pasado colonial que pesa en el discurso oficial como
supuesto antagonista en la construcción de una identidad
nacional. Es muy significativo que menosprecie de manera
explícita la autobiografía como tal, mientras que toma los
anexos como fuentes confiables.
Queda así Catalina de Erauso, polisémica y resignificable,
para continuar siendo deconstruida durante el siglo XXI.
Bibliografía
149
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Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2001.
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Románticos de Tema Novohispano. Héctor Azar (comp.).
México: CONACULTA. 1993. 87-116.
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Drama of the Golden Age. A Study of Mujer Varonil.
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Fuentes audiovisuales
Fuentes electrónicas
150
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do2010.gob.mx/docs/cuadernos/documentosReforma/
b11-documentosReforma.pdf. México. Consultado el 30
de junio de 2011.
151
No soy yo la que pensáis. Variables contemporáneas
del personaje sor Juana Inés de la Cruz
Alberto Ortiz
Universidad de Zacatecas
153
va mexicana contemporánea ha diseñado para explicar la
vida, obra y pensamiento de sor Juana Inés de la Cruz;
los contrastes entre esos intentos de recrearla frente a los
datos netamente históricos que se conocen; y, en espe-
cial, la hipotética incompatibilidad de la persona real y su
literariedad dispuesta en cada bosquejo literario: ¿Cuáles
son los rostros que la novela mexicana contemporánea ha
dibujado para representar a Sor Juana? ¿En qué medida
estas recreaciones narrativas corresponden al personaje
histórico elaborado poco a poco por la tradición crítica
alrededor de la poetisa? Y aún más ¿es posible recrear a
Sor Juana? Se da por sentado, de acuerdo a la autonomía
literaria, que, —además del peso modificador que el tra-
tamiento leyendístico y paradigmático le ha conferido por
medio de los propios indagadores de su biografía a través
del tiempo— la persona real, la mujer de carne y hueso no
puede ser traducida a fidelidad por el arte; que todo tra-
sunto de la realidad constituye un fenómeno diferenciado
y a veces original por sí mismo; que el traslado estético
que supone la traducción literaria de una persona debe
medirse con las reglas del arte; y que cualquiera versión de
ella, aún las de intención histórica, constituye una ficción
parcial, una variación alrededor del personaje que todo
traslado de la realidad fáctica al papel conlleva. Por lo tan-
to la sor Juana histórica es una identidad con algunas face-
tas de personalidad incognoscibles como todo ser humano
y lo que se discute aquí son las personificaciones que por
la intencionalidad autoral pretenden pasar por versiones
probables de ella, contando siempre con las licencias de la
creación artística.
De acuerdo a lo anterior, para intentar responder a estos
cuestionamientos se describen y critican cinco novelas cuyo
154
personaje principal se presenta como sor Juana Inés de la
Cruz1.
Gloria Durán2, autora de Catalina, mi Padre, convierte
a sor Juana en la narradora omnisciente de primera persona
y su voz se emite directamente al lector, además lo recono-
ce como tal. Por párrafos el léxico muestra más cercanía al
estilo de habla estándar. Su tratamiento lexicográfico carece
de uniformidad, por ejemplo la supuesta carta del personaje
Catalina a veces tiene tono conceptual contemporáneo y a
veces trata de imitar un indefinido estilo colonial, aunque
domina la expresión de usanza actual. En cambio sí imita el
habla de los personajes indios, especialmente el de Genove-
va, quien tiene un papel importante en la trama.
Hasta la página 155 la novela trata de la vida de la poeta,
luego sigue la que quiere sea historia de Catalina de Erauso,
la monja alférez. Así que intenta relatar la conexión fabulosa
de dos mujeres excepcionales pero no hay distancia estilística
entre la narración que se supone hace la propia sor Juana y la
de Catalina de Erauso.
En esta novela y las demás es posible, tanto reconocer el
problema de ambigüedad que enfrentaron los autores, como
comprender el encuentro del esfuerzo de verosimilitud y la
libertad que la ficción les otorga. Y así entresacar por la vía
155
inductiva los problemas que dicha dualidad dejó como mar-
ca estilística en la narración.
Al respecto la novela de Durán presenta algunas incon-
sistencias e imprecisiones3 que afectan la adecuada claridad
emisora para la exégesis del texto. Entre otros problemas no
es creíble el tuteo de una niña de 12 años del siglo XVII a su
tío sacerdote, aunque en el futuro se convierta en sor Juana4.
El caso se repite cuando aparece otro improbable tuteo a
su padrastro que luego de pronto cambia a tratamiento tipo
usted.
La autora introduce algunos rasgos anacrónicos en la
idiosincrasia colonial, insiste en referir el pensamiento inde-
pendiente como concepto-guía a la manera contemporánea
y evidentemente sin arraigo durante el siglo XVII5. La vida
autónoma de las mujeres en ese tiempo era un acontecimien-
to raro, fortuito, aunque la Juana cortesana diga: «También
hablábamos de las injusticias que sufrían las mujeres de
nuestra sociedad, de nuestra falta de oportunidades para la
vida independiente, y de la forma en que podríamos poner
remedio a todo eso» (111). Todo el párrafo es inverosímil.
Hace afirmar al tío Miguel: «Nuestro país se está haciendo
rico» (17). Durante una etapa inicial de crisis alimentaria que
156
culminará en el famoso motín e incendio del palacio virreinal
relatados por Sigüenza6, sin considerar que el concepto de
país prácticamente no existía entonces. Y aunque sea un ras-
go poco estudiado, la opinión de sor Juana acerca del diablo
suena improbable, de acuerdo a la idiosincrasia de la época,
la opinión de los demonólogos y sus lecturas: «El diablo,
dicen, asume formas placenteras. Yo no lo había creído hasta
ese momento. En realidad, seguía teniendo dudas sobre la
existencia misma de este monstruo creado por la Iglesia para
asustarnos y hacer que nos comportáramos correctamente».
(Durán 69)7. Lo más seguro es que la poeta creyera en la
existencia del diablo, tanto como una entidad opositora a
Dios como un concepto teológico.
Por último la vida de Juana al lado de sus tíos y primas
semeja el cuento de Cenicienta y sus malvadas hermanastras.
El personaje se reinventa alejado de sus funciones históricas,
casi desaparece la sor Juana poeta, científica, diletante y con-
tadora.
En suma es la menos afortunada de entre las cinco ver-
siones acerca de la poeta personaje, parece una novela rosa
forzada a una relación final con el Primero sueño, mediante
el recurso común del manuscrito hallado en una botella; a
pesar del intento afanoso, la conexión resulta blanda, poco
firme. La autora llama a su novela «Esta carta increíble»
(279), en el «Epílogo». Cierto, sí que lo es.
La Venganza de Sor Juana de Mónica Zagal quiere ser
la historia de sor Juana desde un enfoque culinario, contada
por el ex virrey Mancera a un fraile que la investiga. Al final
157
de un intercambio epistolar el padre jesuita Diego Calleja
se entrevista con el viejo ex virrey porque quiere escribir la
biografía de la décima musa. La novela es un diálogo entre
esos dos personajes, acontece en Madrid, años después de su
muerte.
Un hipotético recetario de cocina escrito por ella más su
fantástica habilidad para cocinar motivan la transición narra-
tiva, porque son los platillos del manual los que se preparan
y sirven en cada entrevista entre Mancera y Calleja, y porque
a través de la comida el personaje de sor Juana participará de
la trama hasta vengarse de sus enemigos.
158
para tal o cual platillo, de cuáles son sus ingredientes y cómo
deben mezclarse, como si en lugar de haber sido caballero
de corte real y estadista fuese un pinche retirado. (97) A tal
grado que en ocasiones la plática entre Calleja y Mancera se
vuelve tediosa, parece un pretexto para presumir al lector
actual que la autora conoce datos precisos de los personajes
históricos9, y de la gastronomía colonial.
Pero si el personaje de la poeta se aleja de las versio-
nes históricas en cambio describe a un Antonio Núñez de
Miranda creíble de acuerdo a sus funciones y personalidad.
Destaca la importancia que se le confiere en la trama. Lo cual
es relevante debido a que en las demás novelas su participa-
ción y carácter siempre tienen rasgos negativos, satanizados
o minimizados.
También hace algo de «leyenda negra» al afirmar: «Hasta
los virreyes debían cuidarse al tratar con la santa Inquisi-
ción» (133). Exagera, en Nueva España, como en otros luga-
res donde actuaba el tribunal nadie salía afectado por él si los
jerarcas en turno no lo querían10.
La novela plantea el cierre de la trama recapturada
mediante la conversación Calleja-Mancera con la sugerencia
de que sor Juana, armada de sus habilidades gastronómicas,
asesinó con alto grado de sutileza al padre confesor Arella-
159
no11, a su sucesor Castellanos12, y al propio Núñez de Miran-
da13. Lo que pretende ser un clímax de novela tipo thriller,
asentado desde el título.
El Beso de la Virreina de José Luis Gómez muestra ras-
gos del estilo tipo prosa poética con tintes irónicos y satíri-
cos como parte de la narración. Encadena frases cortas, por
lo general metafóricas, hilando un ritmo similar al formato
de periodo cortado ciceroniano. El léxico está cargado de
coloquialismos insertos en oraciones de pretensión poética: /
guzga/, /verijona/, /meona/, /sonsa/, /hartas/, etc14.
Las descripciones de Juana adolescente son inusitadas,
logra una caracterización intimista del personaje por medio
de detalles sicológicos y fisiológicos, como su problema de
enuresis, al parecer causado por un acontecimiento traumá-
tico que incluyó azotes y agresión sexual ocurrido durante
la niñez.
Es casi un largo poema, al menos relato poetizado, tiene
constantes y consecutivas metáforas cortas, adjetivaciones y
alegorías; el adjetivo y no el verbo domina las frases líricas
dispuestas en retahíla sin atención a las acciones. Lo que la
frase poética dice no depende necesariamente de la continui-
dad de la trama.
Cuando se centra en la historia el autor recurre a la rela-
ción fantástica con ribetes irónicos, los pasajes narrativos
están ambientados en un microcosmos bucólico-pedestre, o
preciosista hasta el neobarroco, marcados por descripciones
decididamente hiperbólicas.
160
No hay concreción de historicismo, los referentes, si los
hay, —un nombre, un lugar, un tiempo— no corresponden a
la realidad histórica, sólo sirven al encuadre lírico-fantástico.
No es, a pesar de la acotación editorial de la portada, una
novela histórica, en sentido estricto.
En suma esta novela presenta a un personaje Juana que
termina siendo la menos sor Juana de todas, tal vez porque el
tratamiento histórico contextual se pierde o se elimina inten-
cionalmente entre el formato narrativo libérrimo para dar
paso a la atmósfera subjetiva y a los acontecimientos más
próximos al realismo mágico que a un intento por reprodu-
cir la vida de la poeta.
La novela Yo, la Peor de la literata Mónica Lavín toma su
nombre del auto vejamen, fórmula o frase de cuño monacal
que la monja jerónima solía utilizar; aunque no aparece a
guisa de ante firma se relaciona comúnmente con el episo-
dio de su protesta de fe y petición causídica que como acto
de contrición obligada realizara al renunciar a sus libros e
instrumental poco antes de morir15. Mediante este dramático
juego antitético de palabras frente a la vida y obra de Sor
Juana, la autora se suma a la teoría de la conspiración, idea
trabajada por varios autores y capitalizada por Octavio Paz
en Las Trampas de la Fe16.
Hay varios aspectos sobresalientes en torno a la semán-
tica narrativa: de entrada la primera carta a la virreina de las
tres que componen el bloque narrativo titulado «Los lobos»
suena herética. Si sor Juana hubiese escrito algo semejante
se exponía a una acusación formal del Santo Oficio con toda
15 Ver: Sor Juana Inés de la Cruz, Fama y Obras Póstumas, pp. 230-
237. La frase también ha sido utilizada para el título de la película argentina
Yo, la Peor de Todas, de 1990, dirigida por María luisa Bemberg.
16 Aunque también rebatida, últimamente por Alejandro Soriano
Vallés en La Hora más Bella de Sor Juana.
161
razón. Luego es notorio que la autora incluyó en la novela
expresiones lingüísticas, preocupaciones personales y trata-
mientos sociales de la actualidad llevados al siglo XVII.
La novela confirma las dificultades para suplantarle la
voz a la poeta, aunque Lavín intenta cederle espacio locutivo
genuino cuando el personaje Juana Inés niña va anunciando
frases y temas de sus poemas más conocidos en cada parla-
mento, Juana siempre es un personaje distante después de
doscientas páginas. Se encuentra instalado en una tercería
escénica, un «ella» en la historia contada, nunca un «yo» o
un «tú». Incluso se le atribuyen pocas frases17. Esto lo expli-
ca la autora al señalar: «Opté por escoger los ojos de otras»
(373).
La obra se ha encuadrado en el esquema de la literatu-
ra escrita por mujeres, contiene descripciones y énfasis en
ámbitos simbólicos femeninos, si bien la mayoría de carácter
tradicional en la división de géneros: cocina, costura, hijos,
afectos, sensibilidad, menstruación, parto. El contexto exter-
no a la obra también ayuda a clasificarla así pues la mayor
parte de las novelas actuales acerca de sor Juana y paradig-
mas femeninos en general fueron escritas por mujeres.
No está exenta de problemas de diseño, nótese que Leo-
nor Carreto y María Luisa Manrique provienen del mismo
modelo de personaje, son mujeres muy parecidas, lo mismo
ocurre con los virreyes, sus relaciones conyugales y modo
de gobernar son similares; hay una satanización gratuita de
Núñez de Miranda; y casi por sorpresa se narra el desenlace
del conflicto histórico-intelectual de sor Juana en el capítulo
«La falsa hermana»18. Además de algunas pequeñas incon-
gruencias, por ejemplo «Apearse» significa bajarse del caba-
162
llo, o de algún lugar alto, no subirse19, la frase «apearse en la
canoa»20 no tiene sentido. Formalmente el texto tiene uno o
dos errores de dedo o de edición, uno que otro giro sintácti-
co rebuscado, una o dos cacofonías21.
La novela en suma es una especie de recorrido por una
galería de retratos de mujeres que arman un mosaico diseña-
do en semicírculo, cuyo eje común es la sor Juana personaje
moviéndose del centro de la acción hacia el punto de fuga.
Mónica Lavín parece desarrollar un hiper-esfuerzo de vero-
similitud que cierra en apología repetida, sor Juana se dibuja
como heroína, líder, feminista, escudo, ejemplo; y todo ello
funciona para describir el concepto moderno de lo femeni-
no mediante voces, dolencias, amores, intereses, colores y
tonos.
En Los Indecibles Pecados de Sor Juana, escrita por Kyra
Galván, la Inquisición es de nuevo una institución repre-
sora de agilidad y cobertura asombrosas, el enfoque acerca
de su función se presenta sin más desde la leyenda negra.
«Pero, maestro, tiene que venir conmigo. ¿Acaso no teme el
salvajismo y la ignominia de un interrogatorio como al que
quieren someterlo? ¿No ha escuchado las negras historias?
Si se lo llevan, y prueban cualquier cosa de la que le quieran
acusar, puede no vivir para contarlo» (11)22. La autora pare-
ce desconocer que en realidad las diligencias judiciales no
163
eran expeditas, el aparato inquisitorial novohispano era poco
efectivo y cargado de trámites burocráticos23.
Al igual que Durán en Catalina, mi Padre, la autora
recurre al gastado recurso de la «historia encontrada dentro
de una botella», narra de inicio que una joven mexicana de
nuestro tiempo llamada Laura Ulloa que estudia en Sevilla
encuentra un manuscrito entre libros de contabilidad en el
Archivo General de Indias, cuya autora es Isabel, la sobrina
de sor Juana. El supuesto manuscrito no remeda la escritura
barroca, ésta parece moderna y organizada desde el comien-
zo de su relato, como si no fuera un borrador de una niña
ingenua del siglo XVII.
Galván lucha, como casi todos los otros autores, por dar-
le realismo, tintes de verosimilitud al relato. Tropieza con la
difícil dualidad de la historia y la fantasía desde el personaje
conductor de la trama, Laura ya tiene un proyecto de tesis
doctoral en marcha, y no es de literatura, descubre el manus-
crito entre los documentos que revisaba ¿y quiere cambiar
de objeto de investigación? La realidad no es así. De entrada
estudia un tema relacionado con economía e historia de los
virreyes de la Nueva España y su correspondencia epistolar.
No se salta fácil a diarios de monjas, ni mucho menos a vida
y obra de sor Juana24.
Mediante una sensación de desdoblamiento autoral se
nota que las reflexiones acerca de la época y la vida de sor
Juana que Laura hace, asimilando a Kyra Galván, son de una
164
interesada sentimental25 nunca de una doctorante, no tiene
enfoque teórico, no son dudas de investigadora, en todo caso
mediocre, pues pretende investigar el tema en internet26, por
supuesto no encuentra algo relevante y conserva su visión
simple pero al menos intimista y empática: «Qué difícil era
la vida en ese entonces para las mujeres, pensó Laura […] En
verdad no tenían muchas opciones. Si la vida de Sor Juana
fue trágica en cierto modo, la de su sobrina Isabel la conmo-
vía aún más» (53).
Un rasgo común entre las novelas es la violencia sexual,
En La Venganza de Sor Juana el personaje Sandoval intenta
violar a Juana, en Catalina, mi Padre, un caballero español la
viola en complicidad con la virreina Leonor. Aquí se reitera la
obsesión de las autoras por hacer de sor Juana una mujer man-
cillada. Galván también recrea un asalto sexual en su contra:
165
Y luego acontece la consumación de la violación: «Unos
meses después, ocupándose la joven Juana de sus quehace-
res, su tío, enfermo de lujuria por ella, la atacó sin piedad y
sin que ella pudiera defenderse,. Le tapó la boca, le rasgó la
ropa y, finalmente, sin poderse detener, mancilló su atesora-
da doncellez» (65).
En todos los casos el episodio impacta angustiosamente
al personaje, pero en él y sobre él, la Juana ficticia mantie-
ne incólume su capacidad intelectual y su ánimo de espíritu,
frente a las miserias de sus depredadores.
Desde las voces de Laura e Isabel, la personalidad de sor
Juana muestra dimensiones descritas apologéticamente27. La
novela muestra un retrato ideal, en el personaje de Galván
sor Juana es creativa, sabia, protectora, humilde, cariñosa,
generosa, trabajadora, inteligente, etc., suma de todas las vir-
tudes femeninas que se contraponen a la vileza supuesta de
los hombres que la persiguieron.
Si bien este rasgo, es decir, el sentimiento de solidaridad
con la mujer histórica, más el inevitable tratamiento apologé-
tico de su carisma inmanente, sumado a los mitos que la han
eternizado y transformado de mujer a arquetipo, resulta ser
en conjunto un aspecto común en las narraciones, no son las
únicas coincidencias o acuerdos tácitos en el corpus comen-
tado28, existe además cierta similitud en:
166
• Referencia y explicitud en escenas de violencia contra
Juana.
• Redición de la «leyenda negra» acerca del tribunal
inquisitorial.
• Referencias, datos, ambientaciones y justificaciones
históricas.
• Paralelismos, circunloquios y polifonías para explicar
al personaje principal.
• Conceptos contemporáneos aplicados al pasado.
• Condena tácita o expresa a la idiosincrasia, cultura y
sociedad novohispanas.
En las obras indicadas prevalece el problema de la vero-
similitud. Una complicación teórico-argumentativa doble,
pues en tanto los autores pretenden novelar con datos y
personajes históricos, la crítica a su propuesta recreativa
conlleva exigencia de valoración mediante las confrontacio-
nes entre historia y ficción; pero además el propio concep-
to tiene dificultades funcionales en la teoría literaria y en la
obra en sí. Todo acercamiento analítico exigiría, de cualquier
novela de este tipo, congruencia interna y apego a las reglas
del microcosmos narrado para que cada aspecto particular
esté en función de la explicación global que dirige el sen-
tido paradigmático de la narración. A tal grado que el lec-
tor puede preguntarse si tales recreaciones libérrimas, acaso
intencionalmente mal informadas son recreaciones históricas
fallidas o variantes ficticias exitosas.
En todo caso, la figura de sor Juana, reconocida des-
de cualquier enfoque, queda en medio del funcionamiento
167
narratológico, en tanto poeta-tópico literario, referente tex-
tual y paratextual, personaje, mujer ícono, y muchos más
sentidos semánticos, para finalmente reconocerse o des-
conocerse en el espejo de la literatura contemporánea que
la retrata, pues a fin de cuentas será al menos parcialmente
incognoscible. O como lo diría su admirador peruano:
Bibliografía
168
Mujeres ante la Inquisición en la narrativa
mexicana: de Sara de Córdova a Crisanta Cruz
de Ángeles del abismo
169
su culpabilidad pretendida…Planteó ya esta misma idea, en
un libro importante, Mary E. Giles (2000), y yo la recojo
para ampliarla a su determinación en el interior de los dis-
cursos de género: el extremo de las manifestaciones de la
sociedad patriarcal afloraba en aquellos castigos que, a fin
de cuentas, eran decisivos para el control, aquí no solo de la
sociedad, sino de las mismas mujeres que podían distorsio-
nar el orden de la misma. El arzobispo e inquisidor Fernan-
do de Valdés Salas, publicaba en 1537 sus Excelencias de la
Fe, obra en la que leemos:
170
zo, en la que la situaba en los intentos de best seller que la
novela histórica estaba generando (siempre comento la idea
que un día convine con Giuseppe Bellini —creo que la idea
era suya- sobre el daño que Umberto Eco, con su para mí
excepcional El nombre de la rosa, ha creado en la narrati-
va contemporánea; tantos han querido moverse luego entre
dominicos, franciscanos, referencias culturales y misterios;
tantos han querido ser luego Umberto Eco…); una segunda
lectura, más atenta, quizá en otra circunstancia que la prime-
ra, me provocó otra sensación: en cualquier caso se trata de
una novela bien escrita, históricamente casi bien construi-
da, que sabe guiar a los lectores por referencias culturales
importantes. Mis dudas sobre otras cuestiones de esta obra
surgirán más adelante.
171
marido de ella, aparece un aporte de intriga con la revelación
por un misterioso familiar de que Sara es hija del inquisidor
general Domingo Ruiz de Guevara, quien la salvará in extre-
mis cuando ya está en la hoguera, aunque la mujer morirá al
final por las heridas recibidas en el tormento y el fuego, tras
convertirse al cristianismo.
La ficción y la historia adquirieron una fusión más com-
plicada, no compleja, en la obra de Vicente Riva Palacio
(2002), cuyo papel político y militar le llevó a tener muy cer-
ca, en su propio domicilio, los documentos inquisitoriales
que nutrieron una parte de su obra: su novela más difundida,
la extensa Monja y casada, Virgen y Mártir incrementa el
espacio ficcional, mientras una reconstrucción documental
dio cuenta de la persecución a una familia notable acogida
a la ley de Moisés, La historia de la familia Carabajal. Un
tétrico y abominable caso de la Santa Inquisición en México
(en 1871, en el interior de la recopilación documental reali-
zada con Manuel Payno, El libro rojo (Payno/Riva Palacio
2002).
Monja y casada…, publicada en 1868, es una trama irre-
sumible de amores, venganzas, familias criollas en 1615, y
odios entre las mismas, figuras del poder virreinal como el
virrey Gelbes, fanatismo, arzobispo corrupto, ejecuciones
de esclavos negros en el Auto de Fe de 1632, a través de una
trama que confluye en el libro cuarto y último en una novela
de la Inquisición, con la narración de los suplicios a los que
es sometida Blanca (personaje basado en un proceso real,
el de «la llamada Blanca de Mejía en el siglo o sor Blanca
del Corazón de Jesús, profesa en el convento de Santa Tere-
sa…», según transcribe en la novela Riva Palacio desde un
documento inquisitorial) y cuya sustitución por la malvada
Luisa, la mulata (personaje representativo de maldad, intri-
ga y amores múltiples a lo largo de toda la obra) le permite
172
salvarse, mientras el conjunto de más de ochocientas página
es, en los tres libros primeros y como dice el subtítulo de la
obra, «una historia de los tiempos de la Inquisición», con
pasos varios de personajes por sus cárceles secretas.
En Martín Garatuza, novela que sucede también en 1868
a Monja y casada de la que se puede considerar una segun-
da parte, Riva Palacio asume otra figura procedente de los
archivos del Santo Oficio, el falso clérigo y pícaro Martín
Garatuza, pero entremezcla la historia con la de doña Juana
y su hija doña Esperanza Carbajal, de la familia judía cuyo
proceso publicó Riva después de la novela. Las dos empa-
redadas. Memorias de la inquisición, narra, entre múltiples
historias, la de doña Inés, sometida a proceso durante un año
y usurpada de sus bienes por el Tribunal (Riva Palacio 2011).
La función social de estas novelas de Riva Palacio fue
consolidar, mediante relatos de historicidad ampliada por
tramas ficcionales, una visión crítica de la sociedad colonial,
en la que el Santo Oficio había significado un duradero y
omnímodo poder. Las mujeres que adquirían protagonis-
mo en estas obras lo eran en una narración en la que lo que
importaba era construir el peso del tribunal en la vida de la
sociedad. Se pregunta una vez Riva Palacio, en el prólogo
a su obra sobre Guillén de Lampart, sobre la abundancia
del material inquisitorial en su obra y responde sobre ello:
«»Me preguntarás, lector (…) ¿por qué en la mayor parte
de mis novelas hablo de la Inquisición? Te contestaré que
en toda la época de la dominación española en México, ape-
nas puede dar el novelista o el historiador un solo paso sin
encontrarse con el Santo Tribunal, que todo lo abarcaba y
todo lo invadía; y si encontrártelo en una novela te causa
disgusto, considera qué les causaría a los que vivieron en
aquellos tiempos, encontrar al Santo Oficio en todos los
pasos de su vida, desde la cuna hasta el sepulcro, desde la
173
memoria de sus ascendientes hasta el porvenir de su más
remota generación» (Riva Palacio 2000 XV). Una situación
invasiva que crea la posición del liberalismo decimonónico
sobre la Inquisición, tema de amplitud ideológica que ahora
sólo puedo apuntar. En el ámbito global americano, recor-
demos que es la misma actitud que en Perú, en el espacio de
la crónica histórica, sustentó Ricardo Palma en sus Anales
de la Inquisición de Lima (1863), prestando una atención
deliberada a sesenta y dos mujeres con frecuentes procesos
de hechicería o brujería y con cinco muy interesantes de
místicas e ilusas.
174
muchas páginas. Sintetizo ahora algunas actitudes esenciales
a través de los documentos:
175
dia, ya en su propia casa ya en otras, donde iba el dicho
su padre, que la llevaba…» (Alberro 496).
176
plantear que unos pocos datos de la historia crean aquí una
ficción amplia sobre la que me planteo en primer lugar su
eficacia. El nivel inverso, aunque emparentado con éste, es el
que planteó en 1996 Antonio Rubial en Los libros del deseo,
novela ahogada por el riguroso seguimiento documental de
unos personajes femeninos surgidos del Archivo de Indias
de Sevilla y publicada años antes de la novela de Serna, pero
sobre este tema ya escribe Víctor Manuel Sanchis Amat en
este mismo libro. La historia tuvo también otros testimonios
no narrativos, sino indicadores de algo parecido a la «auto-
biografía» mediada por una narrador, Antonio Rodríguez
Colodrero, su director espiritual, en los procesos de María
Rita Vargas y María Lucía Celis trasladados desde documen-
tos inquisitoriales del siglo XVIII (Ramírez Leyva 1988).
Crisanta Cruz
177
inquisitorial. El acceso a la palabra y a la gestualidad teatral
conlleva el aprendizaje de sus iluminaciones visionarias y
embaucadoras. El primer acceso a la palabra, prohibido por
su padre como respuesta al abandono sufrido por la huida de
su mujer, la actriz Dorotea, significa un aprendizaje clandes-
tino y admirado en el que las fugas tras el colegio para ver a
los actores del corral de comedias, generan la fantasía y, tras
la reiteración de la actuación en su casa, la violenta violación
del padre borracho.
En el nuevo colegio al que asiste tras el traslado domi-
ciliario, la representación de un auto del martirio de Santa
Tecla, la lleva a un aprendizaje de santidad transida de eros.
Los recuerdos de la pasión calderoniana de una actriz del
corral, la vida de la Santa y las imágenes de su martirio, la
conducen a un primer fingimiento de pasión hacia Cristo
que conmueve a su violento padre que, sin embargo, sigue
con el maltrato a su hija hasta el momento, capítulos adelan-
te, en que ésta huye para dedicarse al teatro en la compañía
de Luis de Sandoval Zapata, escritor real que la ficción pone
en medio del relato.
La peripecia teatral de la compañía ambulante pone a
Crisanta en contacto con Tlacotzin, que sufre la agresión del
siniestro fray Juan de Cárcamo. Tlacotzin y la propia acti-
vidad de la compañía de Sandoval lleva a la fórmula que da
título a la novela: «Ángeles del abismo» que son los perso-
najes que aparece en el auto perdido de Sandoval, «El gentil-
hombre de Dios», en cuya representación se unen Crisanta
y Tlacotzin. La prohibición de la misma por acción de la
Inquisición en Puebla nos lleva a la ruina del escritor y al fin
de estos episodios teatrales.
Tres años después, la historia central se orienta a la con-
versión de Crisanta, ayudada por Isabel, una compañera de la
antigua compañía teatral, en una famosa iluminada que gana
178
cada día más presencia, en sus arrobamientos y elevaciones,
ante los poderosos de la ciudad, mientras su amante Tlaco-
tzin, vinculado a la antigua religión azteca y a una hechicera,
inicia una tarea sacrílega como es arrancar niños dioses de
figuras de vírgenes en los altares de las iglesias. Otras tra-
mas entran aquí, como los cuidados de Crisanta al enfermo
Marqués de Selva Nevada, el amor de su hija Leonor por
fray Juan de Cárcamo y el juego de los criados con falsas
cartas en las que, con la lógica cultural que preside la novela,
utilizan para enamorar a Leonor el Cántico Espiritual de San
Juan de La Cruz, con aventura nocturna de entrada en el
convento de Cárcamo que es sustituido, en la relación eró-
tica con Leonor y en peripecia difícil, por un empobrecido
Sandoval y Zapata refugiado en aquella clausura. Todos los
episodios están supeditados a la imagen de santidad de Cri-
santa que aceptará por consejo del jesuita Pedraza, enemigo
de Cárcamo quien se ha convertido en personaje principal de
la Inquisición, profesar como carmelita descalza, para evitar
una persecución de quien sabe que la beata es una antigua
actriz, amante de un indio que además acaba de ser detenido
tras descubrirse sus profanaciones en la última que intenta.
La ceremonia de la consagración como carmelita de Crisan-
ta, de gran relevancia popular, concluye con un desmayo de
ella en el que se descubre que está embarazada.
La tercera parte de la novela, «El proceso», la más breve,
unas cincuenta páginas, es la resolución inquisitorial de toda
la novela. En las cárceles secretas están Crisanta y Tlacotzin;
ella, por falsa beata y él por hereje sacrílego. Crisanta tendrá
allí al niño, Tlacotzin se comunicará con ella mediante bille-
tes que transporta un gato, Cárcamo tendrá que solventar
que se incluya en la persecución de Tlacotzin a todos los
judíos detenidos por la profanación de las vírgenes ya que la
Inquisición se ha hecho con sus riquezas y no puede volver
179
atrás; se prepara un auto de fe en el que deben ser quema-
dos nuestros amantes con los judíos y, en la víspera del auto
de fe, una trama urdida por el escritor Sandoval y Zapata y
el padre de Crisanta, perdido muchos capítulos antes, los
pone fuera de las cárceles, tras arriesgada fuga, y en camino
de Cuba, donde debía vivir la madre de Crisanta, la actriz
Dorotea. Final feliz en el barandal de la popa del barco que
los lleva a La Habana, abrazados, mientras Tlacotzin piensa
que los ha salvado Coatlicue, pero no se lo dice a la falsa
iluminada para no molestarla en sus convicciones, aunque
piensa que cuando llegue a La Habana encenderá a la diosa
azteca el imprescindible copal.
180
tener su fuente en millares de edictos similares. El resto es
una larga historia de la vida perversa de los amantes que son
condenados, en donde se cuenta pormenorizadamente todo
lo que han hecho o se suponen que han hecho.
Hay también fuertes errores de construcción en este
relato final: el capítulo 39 convierte a la novela, mediante un
fragmento, en una celebración erótica. Crisanta y Tlacotzin,
desde celdas próximas, realizan verbalmente y a distancia
un encuentro sexual que enardece a los presos de las celdas
vecinas y hace que estos culminen con aplausos y silbidos
el agotamiento de los dos enamorados. El lenguaje asume
una procacidad directa y no insinuante y se llena de palabras
como miembro erecto, pechos autoacariciados y peticiones
mutuas de penetración («Métemela, por Dios, la quiero toda
adentro», dice a distancia Crisanta) que tienen además exce-
sos retóricos como la solicitud jadeante de Tlacotzin cuando
grita «Ábreme las puertas de la gloria», como extremo de
una situación que no crea más nivel narrativo que el de un
mensaje imposible. El lector se ruborizará seguramente, no
por lo narrado, sino por la pretensión de crear una secuencia
de serie X, reclamando su atención, en la situación sórdida
de las cárceles inquisitoriales.
Las escenas de referencia cultural adquieren una sorpren-
dente insistencia. Recuerda la pareja de presos a una niña que
los sorprendió hace años, cuando estaban en la gira teatral,
haciendo el amor en una biblioteca de la casa que los aloja-
ba, y la niña no le dio importancia, y nos están remitiendo, al
afirmar que aquella niña «será ya una lumbrera», a una escena
del capítulo catorce en la que una infantil Juana de Asbaje les
enseña luego la biblioteca, y la loa para el Santísimo Sacramen-
to que está escribiendo en español y náhuatl, lo que resulta
material de relleno que no tiene nada que ver con el relato, ni
sabemos muy bien qué hace Sor Juana Inés de la Cruz en él.
181
La torpeza constructiva tiene que ver sobre todo con
el lenguaje. En las escenas finales, un encapuchado que ha
hecho presos a los guardias, lleva el niño a Crisanta, que
descubre que es su odiado padre cuando se quita la capu-
cha. Crisanta le pregunta si se ha enmendado de sus mal-
dades pasadas, y este responde: «Te lo aseguro, hija, soy un
hombre nuevo, cuando toqué fondo volví a ver la luz. Una
noche de copas, con aires de fanfarrón, me puse (a) injuriar a
otro bandido por un asunto de faldas, y el belitre me cosió a
puñaladas» (513). Este efecto de uso de un lenguaje coloquial
muy de otro siglo, del nuestro, es frecuente en la novela. No
pedimos a la novela basada en otro tiempo y otra historia
que imite lenguajes, pero sí que no incurra en extremos de
coloquialismo tan de nuestro tiempo.
¿Reconstrucción de la sociedad?
182
a la histórica, no podemos negarle que su valor principal
tiene que ver con el lenguaje y la invención narrativa.
¿Reconstruye la sociedad novohispana del siglo XVII?
Sería muy difícil no hacerlo de alguna manera en quinientas
y pico páginas, y diré que es eficaz en el tratamiento ambien-
tal del mundo del teatro y en la atención ciudadana hacia los
arrobos místicos de Crisanta como dos centros bien trazados
de visión de aquella sociedad. Pero inventar una historia no
es suficiente para reconstruir la sociedad en la que la inser-
tamos. Creo que determinados trucos desdibujan el sentido
final de la historia y una prueba es el exceso de referencias
culturales que van apareciendo y de las que el autor hace
gala. Me refiero finalmente a ellas.
La novela, como he dicho, está basada en la ficción sobre
un dato mínimo y un recurso intertextual, a través de la
figura de Luis de Sandoval Zapata, y de textos del mismo,
de Calderón o de Lope, de Santa Teresa o San Juan de la
Cruz, que nos obligarían a hacer acopio de sabiduría o de
búsquedas en Internet, si no fuera por la tabla de «Crédi-
tos de salida» donde el autor nos indica sus fuentes reales
y sus juegos, sus personajes de la tradición novelesca, o el
origen último de la obra en el proceso inquisitorial a Teresa
Romero, y pormenorizadamente nos sitúa luego las fuentes
literarias capítulo por capítulo y página por página, tras una
advertencia que dice: «Los lectores familiarizados con la lite-
ratura ascética, el teatro del Siglo de Oro, la poesía náhuatl,
la novela colonialista y las crónicas de los misioneros evan-
gelizadores seguramente habrán descubierto ya esas alusio-
nes (se refiere a las literarias que va a establecer). Pero quizá
otros lectores no hayan podido identificarlas y para ellos las
ofrezco a continuación» (536).
No sé si soy de los lectores que conocían previamente las
referencias indicadas o de los que no pueden identificarlas,
183
pero a estas alturas de siglo XXI pido a los escritores siempre
un respeto al lector de novelas. Por supuesto que la palabra
novelista para mí forma parte de un universo mayor que tie-
ne que ver con la tradición y con la creación literaria. Y esto
ya son palabras mayores entre las que utilizamos.
A Enrique Serna habría que pedirle unas «Apostillas a
Ángeles del abismo» quizá, más que una muestra de eru-
dición literaria que da cuenta de la gran cantidad de refe-
rencias que utiliza. Creo entonces que Ángeles del abismo,
cuya construcción narrativa está casi a la altura de las novelas
de mi paisana Matilde Asensi —de eficacia indudable en la
construcción del best seller: veinte millones de ejemplares
vendidos de sus obras—, es una novela fácil, intrascendente
y, a medias, bien narrada. En otras apostillas famosas, bajo el
epígrafe «Construir al Lector», Umberto Eco (1984 53-57)
nos dejó claro que las grandes obras son las que han inten-
tado crear lectores que se van formando a partir de las mis-
mas, ese lector nuevo, deseado y difícil, y no el que busca el
escritor que intenta anticiparse a los deseos del lector cuando
escribe, es decir el autor que busca los gustos del público
para conformar su obra a través de ellos.
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fe: aventado de muchas flores de los libros de los excelen-
185
tes varones ... colegido por un religioso de la orden de los
menores de la provincia de Santiago. Valladolid: Juan de
Junta, 1537.
Dos Leonas para el siglo XXI
187
Si en el proceso de universalización del feminismo lo que
se busca es «una política de la presencia»… los persona-
jes de los que tratamos aquí, sean o no reales, destacan
por su alto grado de visibilidad… Para realizar una breve
reflexión sobre esta novela nos centraremos en el análisis
de rasgos como la motivación (histórica e individual), la
documentación y la identidad (microcosmos)… (Almela
Boix 119).
188
Se pretende en este trabajo llevar a cabo un rápido atisbo a
dos novelas mexicanas contemporáneas: Leona, de la historia-
dora Celia del Palacio , editada por Suma y La Insurgenta, del
dramaturgo Carlos Pascual, Premio Bicentenario Grijalbo de
Novela Histórica, ambas publicadas en el año 2010. Preocu-
pada ella por añadir pasión a su documentadísima verdad his-
tórica y entretenido él en salpicar de humorismo y desenfado
los datos consignados por el tiempo, nos entregan una repre-
sentación propuesta desde lo femenino y otra desde lo mas-
culino, puesto que de ambos se nutre la abstracción, la idea
de lo genérico. Con base en sus comportamientos textuales
profundos, se buscará luego proponer una lectura coherente
de la representación del sujeto femenino en la escritura orgá-
nica específica de estas obras. Como menciona Edmond Cros,
mediante la búsqueda de la organización y de la coherencia en
los juegos de representaciones novelescas, localizar la conver-
gencia semiótica que unifica y produce sentido a través de los
propios funcionamientos textuales no evidentes.
Ilustrada ideóloga, Leona Vicario fue una de las insur-
gentes novohispanas más reconocidas por su participación
en la lucha armada de 1810. Hija de un peninsular de gran
abolengo, María de la Soledad Leona Camila Vicario Fer-
nández de San Salvador, nació en 1789 y murió en 1842.
Poseedora de una esmerada educación, puso su intelecto y su
fortuna al servicio de la causa emancipadora: en compañía de
Andrés Quintana Roo, quien después sería su esposo, parti-
cipó activamente en la conspiración a favor de la autonomía
de la Nueva España, editó periódicos, organizó el correo de
los insurgentes y padeció persecución por parte del ejército
realista, de la Inquisición y de gobiernos posteriores. A su
muerte, el presidente Antonio López de Santa Anna decretó
que se le hicieran funerales de estado y se le nombró Madre
Benemérita de la patria.
189
En su libro de biografías de mujeres que participaron en
la guerra de Independencia Adictas a la Insurgencia, Celia
del Palacio cita este fragmento de la carta aparecida en el
periódico El Federalista, en la que Leona Vicario defiende su
derecho a pensar por sí misma:
190
de oro que sobresalían de los anchos rizos color miel (Del
Palacio Leona 9).
191
podríamos considerar que esto tiene que ver con un sistema
que va más allá de la simple confirmación o reconocimiento
a través del espejo. Puede resultar más complejo, ya que en
un momento dado se nos dice que: «De tanto mirarse, los
ojos de la joven se perdieron en el trasfondo de la propia
imagen». Esto es, hay una completa identificación entre el
sujeto y la imagen especular. Pero si volvemos al asunto de la
confirmación, podremos afirmar que en realidad se presenta
un sistema textual que valida una presencia o una identifi-
cación; la protagonista es comparada, igualada en un par de
registros, con elementos de gran jerarquía en términos esté-
ticos y culturales:
192
Al ver a Leona, con grandes muestras de afecto la alejaron
de sus acompañantes, pretendiendo decirle un secreto de
amores (Del Palacio Leona 73).
La elegante mujer acompañó las palabras con unas palma-
ditas en el dorso de la mano de Leona y una sonrisa que
quería aparentar seguridad (Del Palacio Leona 74).
…No harás cosas buenas que parezcan malas… (Del Palacio
Leona 94).
Y si te interrogan, di que tú no sabías nada hasta llegar aquí
y que no quisiste quedarte y ser cómplice del delito. Di que
yo declaré ser inocente y haber huido por miedo (Del Pala-
cio Leona 80).
193
go huyendo de la justicia») y reclamo («no ven lo que está
enfrente»).
Otro comportamiento textual en la conformación de
la mujer protagonista en Leona de Celia del Palacio, es la
presencia de un cierto determinismo. Curiosamente encon-
tramos también una insistencia sobre este factor en las
menciones que aparecen sobre el destino y lo prefigurado
en la diégesis. A continuación, unas marcas relativas a este
asunto:
194
consecuencia acorde y nada más. Una frase reta hasta cierto
punto la presencia tan fuerte y consistente del determinis-
mo: «Cada quien escoge su destino»; y sin embargo, se halla
conflictuado tal registro puesto que, como dice la línea arri-
ba citada, hay opción pero por «su destino», esto es, por la
idea del fin, de la meta, de algo prefijado, o pre-buscado. Lo
femenino es desarrollado por la enunciación novelística en
un ambiente aceptado como preconcebido, y algunas de sus
características también son construidas por esta predetermi-
nación totalizadora.
En segunda instancia, se mencionarán ciertos comporta-
mientos textuales (también tres, como en el caso de la novela
de Celia del Palacio) identificados en la novela La Insurgen-
ta del autor Carlos Pascual, en relación con el trazo de la
protagonista, nuestra Leona Vicario. Comentaré entonces las
cuestiones de una identidad desestabilizada por la enuncia-
ción, la recurrencia de lo aparente y la presencia del destino
(el determinismo).
Encontramos primero el despliegue particular de una
identidad problematizada, una identidad que el mismo texto
representa como inestable. De reiterada manera, se nos va a
aportar una serie de registros que señalan la preponderancia
de lo aparente sobre lo real, una artificialidad en cuanto a la
identificación de la protagonista, o que existe una especie de
irresolución relativa a quién es Leona Vicario.
En cuanto a la preponderancia de lo aparente destaca el
siguiente registro: «que aun siendo ella mi sobrina, la amé
como si fuera una hija» (Pascual 11). El «como si fuera» nos
permite establecer esta relación entre lo que es y lo que com-
para y condiciona al elemento en conflicto; es «sobrina»,
pero es amada como «hija».
Por cuanto toca a la artificialidad de la concepción de la
protagonista contamos con los registros:
195
Fabulando una patria, fabulando un pantheon para esa
patria (Pascual 13).
Ya fabularon a su «padre», a Miguel Hidalgo, y ahora quie-
ren fabular a su «dulcísima madre» (Pascual 13 - 14).
196
que incluso dé lo mismo quién o qué sea; Leona puede ser
«hija o sobrina», «Si era hija, sobrina o su ahijada, no sé ni
me importa»; «su hija o sobrina qué más da»; «la tal… la…
Leona, o como se llame...». La situación familiar de la prota-
gonista, así como su denominación están sujetas a esta ines-
tabilidad identitaria en la representación novelística.
Otro proceso que encontramos es el de la validación, el
cual se realiza en cuanto se le aplican a la protagonista crite-
rios jerárquicos de valoración: ella es considerada «benemé-
rita», forma parte de un pantheon civil patriótico, es «valiente
y entera», se le nombra como «señora», es «frágil pero fir-
me», es «valiente» y poseedora de «cojones», no tiembla ante
la presencia de los inquisidores, es «una pequeña fiera» y «un
espíritu de fortaleza y magnitud». Se va construyendo así
un conjunto significativo en términos muy positivos, muy
distinguidos.
Aparte, el solo hecho de que la novela de Carlos Pascual
se halle conformada como una serie de entrevistas hechas a
personajes que son llamados a dar testimonio y a votar su
apoyo u oposición, para que la protagonista Leona Vica-
rio sea nombrada «benemérita» (y por lo tanto identificada
como tal), ya implica con gran evidencia un sistema de vali-
dación. Los personajes dan su testimonio ante una Audiencia
sobre las magnificencias físicas y políticas de la protagonista.
La enunciación novelística funciona y se despliega como una
organización de cualidades de la mujer representada que da
lugar a un discurso cuyo desempeño no es otro sino el de
reafirmar; y lo que se reafirma es la entidad femenina de una
pretendida figura histórica considerada bajo las directrices
de un discurso casi «hagiográfico».
La siguiente cuestión es el destino; esto es, las formas de
representación que adquiere el destino en su relación con
la protagonista y los personajes que interactúan con ella y
197
los asuntos que construye en su conexión con el persona-
je de Leona Vicario. A continuación presento una serie de
registros que contienen la marca o manifiestan este funcio-
namiento determinista (la idea de lo prefijado, de que el
presente y el futuro están ya creados, ya existen «escritos»
o forjados, de que el presente es regido precisamente por
el pasado y el futuro, a su vez, lo está por el pasado y/o el
presente):
198
les hablo falsedades en lo que al destino respecta, ése es otro
que confirma mis dichos (Pascual 42).
Así que unos por malos y otros por buenos, unos por héroes
y otros por traidores, los ricos siempre han sido ricos y los
jodidos siempre seremos los jodidos (Pascual 43).
199
mano como positivas o negativas. Es un mundo cerrado y
fijo en el cual el control es férreo, donde causa y consecuen-
cia dan lugar a una sola opción de comportamiento o cir-
cunstancia; la jerarquía y el orden prefijan y disponen lo que
sucede y la idea que se tiene de lo femenino y de su realidad.
En esta organización de elementos, la predeterminación no
permite la libertad.
Conclusiones
200
En ambos casos se presenta una validación; en la prime-
ra novela, al igualarla con signos provenientes de la estética
mitológica griega (estatua, diosa) y en la segunda, al conce-
derle toda una serie de valoraciones que justifican y confor-
man a la mujer «histórica» como una figura oficial («señora»,
«benemérita», «valiente», etc.), bendecida por la autoridad
del poder civil («Audiencia»).
El determinismo se consolida como una presencia textual
de gran relevancia, puesto que coloca a la mujer protagonis-
ta en un sistema cerrado, cuya concepción sólo puede darse
mediante la idea de un control total del tiempo, de las causas
y los efectos; Leona Vicario, como personaje, se mueve en
un ambiente prefijado y por lo tanto rígido, ideológicamente
hablando.
Con la información obtenida y citada arriba podemos
afirmar que la representación de una importante figura his-
tórica, como lo es Leona Vicario, en estos dos ejemplos de
narrativa mexicana del siglo XXI se encuentra en una encru-
cijada semiótica. Su identificación linda entre lo físico y lo
moral, pero dependiendo de una gran problematización, ya
que su definición no termina por establecerse; se encuentra
más cercana al mito histórico, al modelo oficial de la Historia
de bronce que a una idea renovada de la mujer y del perso-
naje histórico; es validada por un poder civil y se encuentra
dentro de un sistema cerrado que promueve el determinis-
mo como forma de entender la realidad. Las características
profundas encontradas en este rápido acercamiento a Leona
Vicario hablan más de los conflictos socioculturales contem-
poráneos mexicanos que de la figura femenina histórica; pero
ésta sirve como vórtice para que dichos conflictos (el pro-
blema de la identidad, la división entre lo físico y lo moral,
la validación por el poder, el determinismo) se expresen. La
figura femenina novelística de Leona Vicario es representada
201
por estos conflictos y además padece esos mismos apremios
en la diégesis. Los conflictos citados antes «hablan» más
del Mundo representador (época de la escritura novelesca)
que del Mundo representado (Historia) (Cros 189 - 196); es
decir, la representación de la figura femenina histórica obe-
dece a las interacciones socioculturales del México de media-
dos de los años noventa del siglo XX, más que a las ideas
preponderantes en el México de principios del siglo XIX
(aunque a veces resulten muy semejantes). Los elementos
que dan lugar a la representación femenina de Leona Vicaro
generan una visión sumamente problematizada, la cual pro-
duciría una renovada mitificación, más que una imagen críti-
ca o un intento de refrescar y humanizar la consideración de
la mujer histórica.
Bibliografía citada
202
La construcción del personaje femenino a través
de un auto inquisitorial en Los libros del deseo, de
Antonio Rubial
203
En las líneas que siguen se expresan algunas considera-
ciones teóricas sobre la posición del relato y de su autor
frente al género de la novela histórica, para analizar a con-
tinuación la plasmación literaria de un auto inquisitorial
real que construye un personaje femenino controversial
a través de siete perspectivas diferentes que componen las
voces de los distintos estratos de la capital virreinal del
siglo XVII.
204
«¿Historia literaria versus historia académica?» (2000), o en
la entrevista que le realiza Constanza Toquica, «¿Historia
literaria o literatura histórica?» (2000).
En este sentido, y aprovechando las explicaciones del
propio autor, es imprescindible para un acercamiento crí-
tico a la novela partir del debate sobre cuál es la deuda que
Los libros del deseo tiene con la larga tradición de la novela
histórica latinoamericana, tanto en su conformación estética
como en su posicionamiento ideológico.
El autor ha sido lo suficientemente explícito en sus
reflexiones teóricas para entender Los libros del deseo como
una novela construida, frente a postulados estéticos determi-
nados, a partir de las herramientas y los vicios del historia-
dor. Es sintomático en esta línea que de las investigaciones
realizadas por el autor respecto al auto criminal contra sor
Antonia de San Joseph hayan visto la luz, además de la nove-
la histórica y un artículo (Rubial 2002), «otro libro sobre
la vida cotidiana en la época de sor Juana Inés de la Cruz y
un texto sobre la orden agustina en el siglo XVIII» (Rubial
2004b 111).
Antonio Rubial parte de la consideración de la novela
histórica como:
205
menudo se prefiere sacrificar la verdad histórica en aras de
un artificial suspense narrativo (Rubial 2004b 108).
206
con las que Celia Fernández define el género en la actuali-
dad, aquella que parte, además del respeto al documento, de
una consideración pedagógica de la historia:
207
por el problema de la identidad en relación con las vincula-
ciones entre pasado y presente, al interés por los personajes
destacados de la historia o a la atención detenida al docu-
mento histórico» (Aracil 2004 61).
En este sentido, Los libros del deseo, en la encrucijada del
siglo XXI, como bien apunta Daniel Orizaga (2008), ofrece
al lector una sensibilidad diferente en las vinculaciones tra-
dicionales entre el pasado y el presente, superadora en gran
medida de las reflexiones ideológicas que cercenaban el pasa-
do de la Colonia y que centralizaban los postulados estéti-
cos del relato en la dicotomía entre los negativos personajes
españoles y los idealizados vencidos (Aracil 2004 58). Así,
el texto de Rubial se plantea como un fresco de la sociedad
mexicana de finales del siglo XVII pretendidamente objeti-
vo, motivado principalmente por la perspectiva historicista
del autor, que trata de integrar en la conformación de la his-
toria la construcción de un mundo virreinal alejado de las
máscaras y los radicalismos ideológicos.
El argumento me parece de una relevancia fundamental
para la caracterización del posicionamiento ideológico del
relato y de su autor, puesto que frente a los discursos de rup-
tura del pasado colonial, punta de lanza de muchas de los
reflexiones identitarias del siglo XX latinoamericano, Rubial
aboga por la convivencia y por la construcción, a partir de
la reconstrucción histórica, de la sociedad criolla en toda su
crudeza.
Las encarnizadas disputas de poder entre criollos y
peninsulares no estipulan ya un mundo de buenos y malos,
sino que contribuyen a la configuración de un discurso
histórico-literario de una sociedad que en el siglo XVII ha
trabado una fuerte ligazón interna entre los actores que la
conforman. Los papeles de vencedores y vencidos se repar-
ten ahora atendiendo a los contrastes entre el mundo de los
208
depositarios del poder, peninsulares algunos pero también
acaudalados criollos, y la influencia decisiva que ejercen en
los estratos más humildes de la ciudad mestiza. La historia
de la protagonista de la novela, sor Antonia de San Joseph,
como veremos, se convierte en un ejemplo evidente de las
tensiones y las dependencias morales y económicas de las
diferentes clases sociales de la sociedad mexicana del siglo
XVII.
En otro orden de cosas, y continuando con las reflexio-
nes teóricas sobre la novela, podemos situar Los libros del
deseo dentro de uno de los subgéneros más trabajados en
la narrativa histórica, vinculado a los relatos cuyo motivo
principal tienen que ver con los procesos de la Inquisición.
José Carlos Rovira (2011 166) ha caracterizado los elementos
clásicos de estas novelas en un trabajo reciente al referirse a
la primera novela del género, El Inquisidor de México (1838),
de José Joaquín Pesado, que aplicados al contexto del siglo
XVII novohispano y a la historia de los protagonistas de Los
libros del deseo definen también los caracteres del texto de
Antonio Rubial:
209
caso criminal de oficio de la justicia eclesiástica (México, 316).
El expediente recoge el sumario de las investigaciones, con-
fesiones y sentencias del proceso criminal a una monja, Sor
Antonia de San Joseph, y a todos sus cómplices, por la viola-
ción de los votos de castidad y clausura.
La novela, estructurada en nueve libros a partir del
suceso central de un juicio eclesiástico llevado a cabo en la
Ciudad de México en el año de 1693, transcrito en el libro
VIII, reconstruye la genealogía y la historia de los personajes
antes de enfrentarse al proceso inquisitorial. En este juicio
convergen las tres tramas diferentes que se desarrollan en el
relato. Paralelamente a la historia de amor entre una monja,
sor Antonia de San Joseph, y un fraile agustino, fray Pedro
Velásquez, Rubial narra la prehistoria y el gobierno novohis-
pano del arzobispo Francisco Aguiar y Seijas, iluminado y
misógino, y las disputas internas de la orden de San Agustín
entre criollos, encabezados por Diego Velásquez de la Cade-
na y peninsulares, al mando del fraile reformador fray Jose-
ph de Sicardo, en un mosaico de personajes que muestra el
esplendor y las miserias la Ciudad de México del siglo XVII.
210
todo), los personajes de Rubial, Sor Antonia de San Joseph,
sor María de la Trinidad, Nicolasa de Tlatelolco, Juana, Edu-
viges, Ana del Río, Francisca Xaviera conforman un conjun-
to de figuras femeninas anónimas que definen los diferentes
arquetipos de la sociedad de la Ciudad de México de finales
del siglo XVII, la época de sor Juana.
En la elección de Rubial sobre la focalización de persona-
jes marginales como protagonistas del relato tienen mucho
que ver los postulados teóricos de filósofos de la historia
como Hayden White, a quien el historiador mexicano cita
directamente en su artículo sobre literatura e historia (Rubial
2004b 111). Atendiendo sobre todo a la consideración meto-
dológica de construir un discurso narrativo histórico a partir
del proceso que White denomina «prefigurar» (Rubial 2004b
111) y que establece la creación de una estructura narrativa
previa a la interpretación académica, Rubial elige «el uso de
la anécdota como un medio para ejemplificar situaciones o
procesos históricos concretos» (Rubial 2004b 111). El autor
se posiciona así claramente en el debate acerca de la conve-
niencia o no de focalizar este tipo de narrativa en persona-
jes centrales de los procesos de la historia que han marcado
también las reflexiones tradicionales acerca de la narrativa
de corte historiográfico. Desde Xicotencatl (1826), la novela
histórica latinoamericana ha tendido a centrar el discurso en
las grandes figuras de los episodios de la conquista (Cuau-
htémoc, Cortés, la Malinche, Moctezuma, Pizarro) de los
virreinatos (Sor Juana, Guillem de Lampart, Moya de Con-
treras) o de la Independencia (como las diferentes rescritu-
ras de Simón Bolívar). Sin embargo, Rubial continúa una
vertiente del género que ha abogado por la inserción en el
relato de personajes históricos reales pero marginales, como
hicieran Vicente Fidel en La novia del hereje, Ramón Bil-
bao en El Inquisidor mayor, o, ya en el siglo XX, Las lanzas
211
coloradas de Uslar Pietri o El siglo de las luces de Alejo Car-
pentier (Aracil 2004), que además aborda la reconstrucción
del pasado desde el protagonismo femenino de una mujer y
la intimidad de su mundo personal, que como en relatos tan
conocidos como Arráncame la vida o Como agua para cho-
colate, contrasta con los grandes acontecimientos históricos
del pasado mexicano.
Antonia de León, de Toluca, es el personaje central de la
narración de Los libros del deseo. En un trabajo posterior a
la novela, Antonio Rubial (2002) cuenta la historia real del
personaje a partir del expediente inquisitorial encontrado en
Sevilla. Por otro lado, en la reflexión sobre la novela histó-
rica «En busca del tiempo perdido», que antes citábamos, el
autor explica el proceso de ficcionalización del expediente
(Rubial 2004b 106,107,108) a partir del cual trata de recons-
truir la prehistoria de los personajes del juicio.
El trágico desenlace final de los encuentros de la mon-
ja con un fraile agustino, duramente castigada por des-
obediencia a los votos de castidad y clausura, propicia la
convergencia de las diferentes historias narradas en la novela,
arrastrando por un lado a sus cómplices a un encierro perpe-
tuo y ofreciendo la oportunidad a los autoridades religiosas,
por otro, de utilizar el suceso como modélico escarnio públi-
co en las intrigas de sus luchas internas.
El personaje de Antonia, recuperando las reflexiones
con las que comenzábamos el estudio, es un personaje real,
como casi todos los que aparecen en la novela, que se cons-
truye fielmente atendiendo a la genealogía y a la historia
establecidas en el documento del auto criminal conservado
en el Archivo de Indias. No obstante, el personaje feme-
nino protagonista de Los libros del deseo se carga también
de significados complementarios atendiendo a la mirada
del resto de personajes que participan de esta novela coral
212
que se inserta en un espacio geográfico y social detallado al
milímetro.
De los sesenta y tres capítulos en los que se divide de
manera simétrica la novela, siete en cada uno de los nueve
libros, ocho son los capítulos en los que Antonio Rubial
focaliza la historia en la persona de sor Antonia. El autor
nos presenta, en el capítulo que abre la novela, una genea-
logía de la protagonista a manera de prehistoria mítica de la
heroína en la que la superación de los obstáculos iniciales va
a definir el futuro del personaje. La madre, Petronila, ante
las reiteradas ausencias de su marido, humilde comerciante,
acude a una hechicera indígena, Juana, para tratar de salvar a
la niña, aquejada de problemas graves de salud. Después de
los remedios de la hechicera y de las peticiones a la virgen,
la pequeña Antonia, que había estado al borde la muerte,
sobrevive de manera milagrosa. Su madre promete entonces
ofrecerla a la iglesia como compensación por la intervención
divina. Antonio Rubial proyecta en este episodio inicial la
prehistoria de su protagonista, que como los héroes clásicos,
antes de alcanzar su destino, lo desafía.
El segundo episodio presenta a Antonia de León con la
ingenuidad de una niña que no conoce todavía los grandes
misterios de la naturaleza, la vida, la muerte o el amor, en una
peregrinación hasta el monasterio de Chalma en compañía
de su familia y de la figura telúrica de la hechicera Juana. Es
este personaje mágico, que morirá a la llegada al monasterio,
el que presenta a Antonia los misterios de la tierra, la supers-
tición y las creencias ancestrales, y la que sitúa a la prota-
gonista ante los dos obstáculos que acabarán con su vida.
«¿Qué es el amor? —le pregunta a Juana—, —Ya lo sabrás
cuando llegue el momento» (Rubial 2004a 74). Al final de
la peregrinación, ante el cristo de Chalma, la niña se distrae
y no presta atención a la ceremonia. Su madre le advierte:
213
«Antonia, si no estás con buena disposición ante el Santo
Cristo, en lugar de premio y ayuda puedes recibir castigo»
(Rubial 2004a 76).
El siguiente episodio, capítulo IV del libro III, presenta
el espacio que acompañará a Antonia durante toda su vida:
el claustro de un convento. La adolescente pasa los años pre-
vios al noviciado en el monasterio de San Joseph de Gracia,
del que tomará su nombre, y en el que aprende a convivir
en un ambiente de mujeres entre sus deberes religiosos y las
relajaciones propias de la juventud. De nuevo la fuerza mis-
teriosa de la naturaleza y sus símbolos cosmológicos apare-
cen reflejados en la prehistoria de Antonia, ahora en forma
de cometa, presagio de mal agüero y signo de las futuras des-
gracias personales de la monja y también de una Ciudad de
México que se verá acorralada por la corrupción, las inunda-
ciones, las rebeliones, la carestía de alimentos y la peste.
La escena siguiente encierra a Antonia de San Joseph
entre los muros del convento de Jesús María, probablemen-
te el principal de la Ciudad de México de finales del siglo
XVII. El convento define el voto de clausura que marcará
el porvenir de sor Antonia y donde comienza una vida ruti-
naria de clases, amistades, enemistades y diferentes intrigas
de poder interno que la llevarán a encontrarse con la monja
de la enfermería, sor María de la Trinidad, a quien servirá y
con quien compartirá celda y secretos hasta el desenlace de la
historia. En estos años de convento, tras el casual encuentro
en la procesión del Corpus, Pedro y Antonia comienzan sus
conversaciones separados por una reja, que se mantendrán
durante algunos años, con disputas, celos, encuentros y des-
encuentros que acabarán con el ansiado tropiezo carnal de
los dos protagonistas en casa de sor María.
Por los mismos años, Juana de Asbaje tomaba el encierro
de las Jerónimas para continuar su labor como humanista,
214
y no es casual que Rubial proponga en Los libros del deseo
en varias ocasiones similitudes de la joven Antonia con la
Sor Juana enclaustrada, con quien comparte sentimientos y
experiencias: ambas pertenecen a esa amplia población de
mujeres encerradas entre una sociedad y unos muros que
chocan contra sus deseos de libertad.
En este sentido, Sor Juana se va a convertir en la narra-
dora de las pasiones de sor Antonia, más cuando el autor
rescata pasajes y sonetos de la obra de la Décima Musa en
los momentos álgidos de la pasión amorosa entre Antonia y
Pedro, y que ejemplifican claramente esa dialéctica entre el
encierro forzado y la intimidad de dos mujeres jóvenes que
se niegan a encerrar las sensibilidades de su edad, una violan-
do la clausura y la castidad, la otra recorriendo el camino de
las humanidades, reservado también a los hombres.
Los versos de Sor Juana aparecen después de la primera
vez que Antonia y Pedro se tocan a través del agujero de la
casa anexa al convento. La alegría del momento para la mon-
ja choca con las voces femeninas que arrullan a Pedro tras la
despedida y que despiertan en sor Antonia un sentimiento
de odio, engaño y celos:
215
del pecho ardiente el corazón celoso.
pues fuera menor mal que mis desvelos,
el infierno insufrible de los celos!
216
de que triunfa de mí tu tiranía,
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
217
puede comprobar los hechos reales y los hechos inventados
por la novela (Rubial 2004b 112). La historia de sor Antonia
es relatada por la voz real de la Antonia de San Joseph, de
Toluca, a la que le fue tomada declaración el 9 de diciembre
de 1693, donde narra su genealogía y toda la historia amoro-
sa que el lector conoce ya con todo lujo de detalles.
La novela acaba con los destinos de los personajes tras
el juicio, reservando el último capítulo a la protagonista.
Rubial cambia de registro narrativo y explota un monólogo
interior que lleva al lector a la mente de una monja castigada
a un encierro perpetuo en una celda secreta del convento de
Jesús María, torturada por sus confesores con las admonicio-
nes de la purga de sus pecados en el infierno, el recuerdo de
la dicha y los tormentos de su relación con el fraile, la locu-
ra, la ceguera y el castigo de una sepultura en vida causada
por la doble moral de su sociedad, dominada ahora por sus
enemigas, que utilizaron el caso de sor Antonia como chivo
expiatorio y como catapulta de sus ambiciones políticas.
Por otro lado, la construcción del personaje principal de
Los libros del deseo se completa al contrastar su historia con
la del resto de caracteres que conforman la novela coral de
Antonio Rubial.
El personaje más próximo a Antonia es la monja sor
María de la Trinidad. Ambas pertenecen al espacio geográ-
fico y sentimental del convento y al igual que Antonia, su
origen humilde la había llevado a la clausura como una de
las pocas salidas posibles que tenía su padrastro y benefac-
tor, el rico comerciante novohispano Diego del Castillo. A la
muerte de este, sor María hereda una gran cantidad de dinero
y las rentas de varios pisos anexos al convento, donde trans-
curre la historia de amor de su protegida y el fraile agustino.
Sor María es la testigo muda de todo el relato, la que sufre
en silencio la desobediencia de sor Antonia y la que ofrece
218
la libertad y la complicidad a su joven monja de compañía.
Para sor María, el contacto con Antonia es lo más parecido a
una relación fraternal o madre-hija que podrá tener durante
su vida de clausura, y el miedo a perderla propicia la sumi-
sión de los deberes de la fe a los encuentros prohibidos. En
su persona se focalizan narrativamente las intrigas conven-
tuales, los encuentros y desencuentros de los amantes, los
pesares por permitir la relajación de las costumbres de su
protegida y la reforma espiritual que quieren imponer los
hombres del poder eclesiástico: por su persona asistimos a
los sermones moralizadores de Núñez de Miranda y a los
edictos del propio arzobispo Aguiar y Seijas.
Fray Pedro Velásquez de la Cadena focaliza durante sus
momentos narrativos los deseos amorosos de sor Antonia.
Ambos comparten de nuevo el origen humilde de su infan-
cia, aunque fray Pedro, en la ficción, es hijo bastardo de un
importante funcionario de la Audiencia novohispana, Pedro
Velásquez de la Cadena, y sobrino del principal cacique
agustino criollo, Diego Velásquez, que ha proyectado en él
sus corruptas estrategias de poder. Por el hecho de ser hom-
bre, heredero además de poderosos, su papel en la sociedad
criolla novohispana estaba destinado al ejercicio del poder.
Era ya maestro de teología en el colegio de San Pablo y antes
del embarazo su brillante carrera auguraba futuros prioratos,
cátedras y obispados. Por lo que respecta a sor Antonia de
San Joseph, como decíamos, Pedro es el personaje que centra
el punto de vista narrativo de los encuentros amorosos. En
su persona se narra el primer encuentro entre ambos, aquella
tarde en el paseo de San Agustín de las Cuevas en el que el
aspirante a fraile se declara a la joven aspirante a novicia.
También funciona como el personaje que aglutina el rela-
to del encuentro casual en la azotea del convento de Jesús
María durante la procesión del Corpus, el de los encuentros
219
amorosos con la monja y la escena decisiva en la que sor
Antonia le confiesa su embarazo. Fray Pedro simboliza para
sor Antonia ese anhelo de libertad de una juventud perdida
por los azarosos designios del destino y de una sociedad que
no le había permitido tomar decisiones. Es por eso en un
primer momento, el momento de la pasión amorosa, un sím-
bolo de rebeldía. No obstante, Pedro también sintetiza para
sor Antonia el fracaso del esfuerzo por escapar del orden
establecido, pues el fraile, aunque también será condenado,
y muerto en una cárcel de Guatemala, no acepta el plan de
huida de la monja precisamente por no renunciar a su pro-
metedora vida profesional, abandonando a su suerte a sor
Antonia.
Los personajes antagonistas de Diego Velásquez de la
Cadena y fray Joseph Sicardo encabezan la trama de dispu-
tas internas en la provincia novohispana de la orden de San
Agustín entre criollos corruptos y peninsulares reformado-
res, que se desarrollará paralelamente a la historia de amor.
Ambos muestran una ambición profunda por sus objetivos,
uno por mantener el patriarcado de la orden y el otro por
infundir unas reformas en la profesión de la fe que nunca
llegará a conseguir. Ambas figuras personalizan una lucha
encarnizada de favores y desfavores en la que acabarán vién-
dose envueltos los jóvenes amantes. La historia de sor Anto-
nia no fue ni mucho menos extraordinaria en la sociedad
novohispana de su tiempo. Sin embargo, la vinculación fami-
liar de fray Pedro con fray Diego Velásquez motivará que el
proceso contra el fraile y la monja se utilice en un momento
determinado como altavoz de los desmanes que fray Die-
go había realizado al mando de la orden. La historia de sor
Antonia, por tanto, se convierte en un escarnio público en el
que pesan mucho más las pasiones personales entre hombres
poderosos que las faltas por su embarazo.
220
En la misma línea se sitúa el antagonista de la novela, el
arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas. Rubial relata con
lujo de detalles su prehistoria y su ascensión al poder y
muestra su profunda caracterización iluminada y misógina.
La historia personal del prelado no es la historia de ninguna
batalla de poder, sino más bien una lucha contra sus propios
fantasmas interiores, simbolizados en la severidad moral y en
la arraigada creencia de que la mujer era el símbolo del mal
en la tierra. La clausura y la rigidez de costumbres son los
pilares del proyecto religioso del arzobispo de México para
las mujeres, patrocinando innumerables casas de acogida de
mujeres abandonadas, dementes o castigadas. Aguiar y Seijas
acaba firmando las duras sentencias del juicio de sor Antonia
y fray Pedro también como castigo público para favorecer su
proyecto espiritual. La figura del arzobispo funciona como
antagonista de los anhelos de libertad de Antonia, ese inqui-
sidor severo de la narrativa de inquisición, que se constituye
como el instrumento de la justicia divina. El protagonismo
final del arzobispo en el juicio lo convierte en el brazo eje-
cutor de esa moral pública y en juez final del albedrío de una
monja víctima de las pasiones personales de un personaje
demente e iluminado, amigo de los pobres y enemigo de las
mujeres.
Por último, el personaje de Nicolasa de Tlatelolco y su
mundo muestran al lector la vida cotidiana de la Ciudad de
México. Nicolasa introduce en la novela el espacio popu-
lar, atravesado por sus calles y sus fondas y que se articula
a partir de fiestas de carnaval, del Corpus, toros, exequias
fúnebres o incluso la rebelión contra el poder de la ciudad
en 1692, convirtiéndose en un espacio que enfrenta las mise-
rias de la población mestiza contra el simbolismo del poder.
Nicolasa y sus hijos son juzgados por la complicidad con el
proceso de la monja, del que participaron por ese azar silen-
221
cioso que construye las relaciones sociales. Conocidos de
fray Pedro desde la infancia del fraile, Nicolasa se ofrece a
ayudar a sor Antonia en el parto y acaba involucrando a su
familia y a sus amigos. Todos fueron duramente castigados.
Frente a la cerrazón del convento y el mundo de sor Anto-
nia, la historia de Nicolasa es la de un constante peregrinar
por ganarse la vida, y muestra en gran medida como el desti-
no de los débiles está en manos de los designios de los pode-
rosos, que viven en una sociedad regida por las normas de la
doble moral, por las apariencias y por los intereses ocultos.
Para Nicolasa, sor Antonia no es más que una posibilidad de
trabajo, para ella y para sus hijos, acorralados todos por las
penurias económicas y por el hambre.
La novela termina con la escena de la monja biblioteca-
ria del convento de Jesús María, décadas después del suceso,
recordando la fecha de profesión de Sor Antonia en 1685.
La pluma de ganso transcribe la declaración de la muerte en
soledad de sor Antonia: «Murió la madre Antonia de San
Joseph, lunes a la una del día a veintiséis de junio del año
de 1719» (Rubial 2004a 401), el mismo día que la Ciudad de
México y sus autoridades eclesiásticas exhumaron los restos
de Francisco Aguiar y Seijas, el misógino verdugo, para soli-
citar a la curia vaticana el proceso de beatificación del que
fuera arzobispo de la Nueva España.
Así, con el contrapunto de la victoria del arzobispo sobre
la soledad de la monja en la criba de la historia, Antonio
Rubial termina una novela que pretendía hacer visibles a los
personajes cotidianos del México de finales del siglo XVII:
«construir sueños, forjar metáforas, imaginar diálogos y
monólogos, describir emociones. Narrar se convertía así en
un acto de ruptura, en un cambio de perspectiva para enten-
der el proceso histórico a partir del individuo que lo vive, lo
siente y lo sufre, en una recuperación humana de la historia»
222
(Rubial 2002 115). Esto es, convertir a sor Antonia de San
Joseph, a Nicolasa de Tlatelolco o a sor María de la Trini-
dad, frente a los grandes protagonistas histórico-literarios
de su tiempo, en esas heroínas mediocres de la historia del
siglo XVII novohispano, en términos de Georg Lucáks, esos
mismos personajes en los que Miguel de Unamuno, en sus
reflexiones sobre el discurso historiográfico, cifraba el ver-
dadero significado de la historia: «sobre la inmensa humani-
dad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia.
Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo
mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tra-
dición, la tradición eterna».
Bibliografía
223
Rubial, Antonio. «En busca del tiempo perdido». Conra-
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224
Salir del blanco y negro: Sor Juana Inés de la Cruz,
de la historia a la ficción
Es la llama trémula
en la noche de piedra del virreinato
José Emilio Pacheco
225
una nación, México. Ineluctablemente, la poeta excepcional
que había escrito «hombres necios, que acusáis a la mujer
sin razón…» no podía sino erigirse en modelo de futuro
para una sociedad, en ejemplo de rebeldía ante los abusos e
imposiciones del estatus patriarcal. Y para que el símbolo de
Sor Juana perviviera traspasando siglos y llegara, viva, hasta
nuestros días, no sólo la historiografía, sino también la lite-
ratura, habrían de dar ese paso más allá y habrían de recons-
truir su figura. Como sintetiza Margo Glantz, en relación a
la primera,
226
tiempo que le tocó vivir a Sor Juana y suscitar cuestiona-
mientos sobre su obra que aunque parezca imposible aún
no habían sido planteados (Glantz Biblioteca Sor Juana).
1 Cabe añadir, como apunta Paola Madrid Moctezuma, que «su bri-
llante vocación cognoscitiva y escritural o su defensa del acceso de la mujer
al conocimiento siguen suscitando renovado interés tanto en escritores
como en investigadores o cineastas que, bajo miradas poliédricas —ya sean,
entre otras, culturalistas, historicistas, feministas, cinematográficas y, por
supuesto, literarias— se han acercado a la monja novohispana con más o
menos acierto» (94).
227
Otras novelas sobre la vida de Sor Juana han aparecido tam-
bién en los últimos años, tales como Catalina, mi padre de
Gloria Durán (2004) y El beso de la virreina de José Luis
Gómez (2011), que dejo al margen de estas páginas por esca-
par del hilo conductor que me permiten las novelas seleccio-
nadas2.
Partamos de una pregunta esencial para la reflexión sobre
la novelística acotada: ¿por qué este interés en novelar la vida
de Sor Juana? Para responder a esta pregunta, es preciso tra-
zar la reflexión cronológicamente (en relación a los años de
publicación de las obras) con el objetivo de ver, en cada una
de las novelas, qué imagen se construye de la poeta y cómo
esta evoluciona en una misma dirección. Pero antes de rea-
lizar ese recorrido, quiero partir de una idea inicial que lo
encarrile y lo dirija, y que surge del planteamiento realizado
por Eric Hobsbawm en su libro La invención de la tradi-
ción, que, aunque centrado en el mundo anglosajón, es útil
en cuanto a la fijación de dicha idea:
228
«las que tienen como principal objetivo la socialización, el
inculcar creencias, sistemas de valores o convenciones rela-
cionadas con el comportamiento» (Hobsbawm 16). En esta
dirección, relativa a los valores y al comportamiento social,
las novelas históricas que abordo reconstruyen un símbo-
lo nacional como es la figura de Sor Juana para plantear un
modelo. Digamos que lo redimensionan, superando la heroi-
cidad por la que Sor Juana era hasta entontes conocida desde
el punto de vista histórico y crítico. Avanzo que la supera-
ción se produce al salvar, en las tres novelas, el escollo del
final de la vida de la escritora; ese desenlace de renuncia que
la convertía finalmente en víctima de la historia, sojuzgada
por el poder eclesiástico que la venció. Veamos pues cómo se
da ese salto en cada una de las novelas.
229
de la escritora (aprendidas de las indias que la instruyeron) se
configuran como el arma principal con que manejó a quienes
trataron de controlarla, hasta el punto de quedar en suspenso
los motivos por los que todos los confesores murieron en
circunstancias extrañas en el púlpito de la iglesia, ofician-
do misa. Así, un embrollo de rumores, que son los de las
muertes de los confesores, los que afectan a la relación de
Sor Juana con la virreina, o los de las brujerías de la criada
india que la enseñó a cocinar, crean el clima de misterio que
envuelve la trama.
La historia de sor Juana se construye así a través del
recuerdo y desde la óptica de quienes la trataron de cerca,
adquiriendo una especial relevancia el padre Núñez, su confe-
sor a lo largo de casi toda su vida y figura determinante, como
es bien sabido, de su destino. A través de la intriga culinaria,
Zagal consigue una novela en la que la historia de Sor Juana
se abraza con la ficción en algunos episodios (como el de la
visita a sus aposentos en el palacio virreinal de quien fuera el
elegido por los virreyes para contraer matrimonio con ella),
en un contexto que se construye a través de los lugares comu-
nes de la novelística sobre la América colonial: la persecución
inquisitorial de libros prohibidos, la teoría de los climas en
relación con las pretendidas diferencias entre peninsulares y
criollos, la sociedad mestiza en el contexto colonial, las luchas
por el poder en el seno de la iglesia a través de los personajes
que rodearon a Sor Juana, tales como Manuel Fernández de
Santacruz o el arzobispo Aguiar y Seijas…
Pero lo que me interesa destacar aquí es la configuración
de la figura de Sor Juana que, desde el título de la obra, con
la idea de venganza, se eleva sobre sus verdugos, desbara-
tando así la imagen de mártir de la historia que la Historia,
con mayúsculas, nos ha transmitido. Dicha configuración se
plantea a partir de esos huecos de vida que los documentos
230
dejan al aire a los que antes me he referido, y que Zagal hace
explícitos en el primer capítulo de la obra:
231
tes. Le atraía su inteligencia […]. Palpaba en el confesio-
nario que él no era el único a quien perturbaba su ingenio.
Detrás de las tentaciones carnales se levantaban otras más
peligrosas: las de la soberbia, la envidia, la arrogancia de un
hombre que se siente superado por una mujer. […] Se sentía
«a gusto» cuando la escuchaba en el confesionario y eso lo
atormentaba. Una noche se sorprendió pensando en ella…
No era la carne sino el espíritu de Juana de Asbaje lo que
seducía al sacerdote (Zagal 25).
232
cerrarse con la derrota: «Mi confesor me ha derrotado en mi
propio terreno», escribe. Sin embargo, a esta frase la sucede
el enigma de la desaparición de la india zapoteca sirvienta de
Sor Juana que la enseñaba a cocinar, en el mismo día en que
ésta anunció al padre Núñez que cambiaría de vida, es decir,
en el día de la renuncia a las letras.
Concluye la novela con la imagen del padre Calleja que,
obligado a abandonar la biografía sobre Sor Juana, aparece
con el recetario de ésta en la mano, cuyo título reza: «La
muerte dulce. Doce recetas de la india Ignacia». Estas recetas
cierran el libro, dejando abierta la incógnita de las muertes
de los confesores que se insinúa desde el título de la obra: La
venganza de Sor Juana.
233
que soy, que me corte la lengua, que me nuble la vista… que
no piense» (Lavín 17).
Ante este episodio principal de su vida, esta carta inicial
ya fija en su desenlace el objetivo de la novela, cuando Sor
Juana revela a la virreina: «me abate el ánimo disfrazarme
de otra; te reitero que he aceptado a mi antiguo confesor
para sosegarlos y por lo mismo he pretendido el silencio. Me
alegro, María Luisa, que tú sepas que sólo es fingimiento y
que lo podamos demostrar» (Lavín 17-18). Tal demostración
es la que me permite hilar la idea de Sor Juana triunfante
que he propuesto desde el comienzo como hilo conductor
de las obras seleccionadas, en las que otro elemento común
es la relevancia dada a este final de la vida de la monja y sus
misterios.
Para la demostración aludida, fijémonos en que Lavín
incide a lo largo de toda la novela en la importancia del des-
cubrimiento en 1968, por Enrique Martínez López en la
Biblioteca Nacional de Lisboa, de Los enigmas de la casa
del placer4, veinte enigmas que sor Juana escribió para las
monjas portuguesas cuando ya había sido despojada de su
biblioteca y había prometido dedicarse exclusivamente a la
vida conventual. Este es en realidad el eje de la novela, a tra-
vés del cual Lavín reconstruye, restablece y redimensiona la
figura de la poeta que jamás renunció a la palabra, a pesar
de que quisieran, en efecto, «cortarle la lengua». Así, hacia
la mitad de la novela, encontramos una nueva carta de Sor
234
Juana a María Luisa, también titulada «Los lobos» y fechada
en 1695, en la que la poeta se erige a sí misma en vencedora:
235
del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendida, antes
por ello será juez de los incrédulos. Veo tantas y tan insig-
nes mujeres: unas adornadas del don de profecía, como una
Abigaíl; otras de persuasión, como Ester; otras, de piedad,
como Rahab; otras de perseverancia, como Ana, madre de
Samuel; y otras infinitas, en otras especies de prendas y vir-
tudes (Sor Juana 839)
236
años; a mi juicio, es el personaje de esta novela que más
entronca con el proyecto de la narrativa femenina pues su
autoconocimiento proviene del propio cuerpo, del placer
y del afán por aprender y enseñar; ella es quien más incita
a Juana Inés para que continúe estudiando y la que más se
aflige al pensar que le han cercenado la voz (Madrid Moc-
tezuma 100).
237
Archivo General de Indias en Sevilla una serie de manuscri-
tos secretos sobre Sor Juana Inés de la Cruz —en concreto
un diario escrito por su sobrina y otros documentos como
son cartas de la propia monja a diferentes destinatarios—,
cuyo contenido revela la vida amorosa y secreta de la escri-
tora: el abuso de su tío político en los primeros años de vida
en la ciudad de México; su relación amorosa con el virrey,
marqués de Mancera; y, finalmente, su historia apasionada
con quien en la novela sería su verdadero amor, el pintor
Cristóbal de Villalpando.
Este último aparece como el autor de un cuadro que es
un desnudo de Sor Juana. Habiendo permanecido oculto
durante siglos ante el asedio de la Inquisición, el cuadro es
una de las pruebas que, al igual que el diario, nos presen-
tan a una Sor Juana involucrada activamente en las intrigas
palaciegas durante la transición de los Habsburgo a los Bor-
bones. Tal cuadro le es revelado finalmente a Laura por par-
te de los herederos que lo custodiaron, con extremo celo, y
que en realidad son los descendientes del hijo que tuvieron,
en secreto, Sor Juana y Cristóbal de Villalpando. La biblio-
tecaria del Archivo resulta ser esta heredera que, al cono-
cer el trabajo de doctorado de Laura, decide depositar en
sus manos el diario secreto de Sor Isabel María de San José,
la sobrina de sor Juana, que contiene la verdad de su vida,
y que resuelve todos sus enigmas; los mismos que hemos
visto expresados en la primera de las novelas tratadas y que
son, al fin y al cabo, esos huecos de vida que dejan abiertos
los documentos. Cada una de las novelas los resuelve de un
modo distinto, introduciendo por ellos el aporte de la fic-
ción.
En esta última novela, la ficción explica la decisión de
sor Juana de entrega de su biblioteca a sus censores (y por
tanto de su alma, de su voz, de su palabra), a través de esta
238
intrigante historia en la que surge la Inquisición, la tortura y
la amenaza de muerte para el pintor si no cedía ante el cer-
co. Esta amenaza sería así el motivo principal de la famosa
renuncia de Sor Juana a las letras. El salto de la historia a la
ficción, en el interior de la novela, se hace explícito en estas
líneas:
Es decir, para tener noticias del padre, y del hijo que tuvo
con él a los 40 años, y que hubo de confiarle a este nada más
nacer. Este escandaloso contenido del diario pone en peligro
incluso la vida de Laura, que se ve asediada a su vez por la
Iglesia e incluso por el gobierno español, al punto de poner
en peligro su vida. Pero más allá de esta intriga de conspi-
raciones que afectan tanto al siglo XVII como al actual, lo
que me interesa una vez más es comprobar cómo, a través
de la voz de la sobrina (si bien también de algunas cartas de
la propia Sor Juana), se construye nuevamente el icono de
239
la mujer audaz que ejerció su poder (el de su inteligencia)
sobre quienes la rodearon, a lo que en este caso se añade otro
poder más alto, el de la capacidad de amar, sobre la que Sor
Juana habría escrito:
240
A modo de cierre o reflexión final
241
cial énfasis, desde el ámbito religioso, pues «lo propio de las
esposas era callar, atender y obedecer al marido».
Juana de Asbaje, la rebelde que la Historia fijó como inte-
lectual finalmente silenciada por el poder; la mujer excepcio-
nal que al fin habría de haber agachado la cabeza y renunciado
a su don más preciado (sus libros, la escritura), aparece sin
embargo en estas novelas como la que burló el asedio a tra-
vés de su portentosa inteligencia. Siendo uno de los símbolos
principales de la nación mexicana, la novelística actual la colo-
ca, así, un peldaño más arriba, a través del instrumento más
poderoso, la inteligencia y su vehículo: la palabra.
Bibliografía
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Cuadernos publicados
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31. CASTANY PRADO, Bernat, Que nada se sabe: el escep-
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