THT TEMA 2 - Conceptos
THT TEMA 2 - Conceptos
THT TEMA 2 - Conceptos
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Keywords
Objectives
Author Javier Franco
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Date 23/01/2019
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Objetivos:
1. Comprender la complejidad y las paradojas envueltas en el concepto de traducción.
2. Comprender los anisomorfismos que forman parte indisoluble del fenómeno
traductor.
3. Comprender el concepto de equivalencia y su evolución histórica.
Los anisomorfismos
“es utópico creer que dos vocablos pertenecientes a dos idiomas y que el diccionario nos da
como traducción el uno del otro, se refieren exactamente a los mismos objetos. Formadas
las lenguas en paisajes diferentes y en vista de experiencias distintas, es natural su
incongruencia. Es falso, por ejemplo, suponer que el español llama bosque a lo mismo que
el alemán llama Wald” [Ortega y Gasset 1937].
Anisomorfismo es una palabra derivada del griego que quiere decir “distinta forma” y viene a ser un
sinónimo de asimetría. La traducción está sujeta a cuatro anisomorfismos sistemáticos (siempre
presentes) que vamos a ver a continuación y que sirven para explicar por qué es sencillamente
imposible que un original y una traducción sean nunca iguales.
Como insistiremos más adelante, es muy importante recalcar que el hecho de que ambos textos
no sean iguales no implica en absoluto que la traducción sea mejor ni peor que el original, sino
simplemente distinta por definición. Del mismo modo, aunque empecemos la unidad subrayando el
carácter diferencial de la traducción con respecto al original, conviene desde el principio ser
conscientes de que la traducción ciertamente se basa en una diferencia insoslayable, pero que esa
diferencia se ve acompañada también siempre por la similitud. Por decirlo con otras palabras, una
traducción siempre es una representación (similitud) del original con características necesariamente
propias (diferencia).
Los cuatro anisomorfismos principales son: el anisomorfismo lingüístico (la asimetría entre los
dos sistemas lingüísticos implicados), el anisomorfismo interpretativo (la necesidad de interpretar el
texto original debido al hecho de que ningún texto tiene un significado ni cerrado ni único), el
anisomorfismo pragmático (las convenciones para expresar el mismo tipo de mensaje son distintas
en distintas culturas) y el anisomorfismo cultural (los referentes culturales específicos de cada
cultura son opacos o tienen connotaciones distintas para la otra).
El anisomorfismo lingüístico
La existencia del anisomorfismo lingüístico se basa en que las lenguas naturales no son correlatos o
reflejos objetivos de la realidad, sino taxonomías, esto es, intentos de separar en categorías lo que en
realidad es un continuum sin barreras. Un ejemplo clásico para ilustrar esto es el de los colores. Al
respecto, baste decir que en griego antiguo no existía una palabra para el azul (un problema clásico
de la traducción bíblica), mientras que en escocés moderno hay un único término para el color gris-
azul, o que, cuando no se ponen rojo cangrejo, los ingleses se ponen marrones de tomar el sol
mientras que nosotros nos ponemos de color bronce o negro, aunque en la “realidad” es de
suponer que nos bronceamos/amarronamos igual. Evidentemente, el problema radica en que en la
realidad no existen barreras “naturales” entre los colores (es todo un continuum único); somos
nosotros, con el lenguaje, los que hacemos “cajitas” y decimos que hasta aquí es gris o, si uno habla
en escocés, que el gris y el azul son en realidad matices del mismo color. Ni los griegos antiguos ni
los escoceses ni los británicos ni los españoles “ven” colores distintos; sencillamente los expresan y
clasifican de manera distinta, en función de su cultura y necesidades.
Por poner otro ejemplo ilustrativo sobre la arbitrariedad clasificatoria del lenguaje, muchos de
nosotros hemos aprendido que había nueve planetas en el sistema solar, pero en 2006 durante unos
días hubo diez, luego doce y desde agosto de ese año finalmente sólo han quedado ocho. Tras
aclarar rápidamente que ninguno se ha desintegrado repentinamente, cabe preguntarse qué ha
sucedido. Sencillamente, que ha cambiado el sistema de clasificación y Plutón ya no es
(denominado) planeta. Necesitaríamos una carga de arrogancia bastante superior a la habitual en los
seres humanos para suponer que "en realidad" hay 9, 10, 12 u 8 planetas según dicte nuestro
capricho o el interés de los astrónomos. Lo cierto es que ahí fuera hay "cuerpos celestes" en tal
cantidad y variedad que necesitamos agruparlos de algún modo para hacer el caos manejable,
comunicarnos y darle nombres distintos, por ejemplo, al que nos proporciona calor o al que
habitamos. Por eso, decidimos de manera arbitraria que con tal órbita, composición, forma y
tamaño es planeta, pero con tales otras, asteroide o estrella. Sin embargo, que el lenguaje sea capaz
de ordenar la realidad no implica que la realidad esté realmente ni ordenada ni distribuida en las
categorías señaladas por el lenguaje. A eso nos referimos cuando decimos que las lenguas naturales
son sistemas de clasificación arbitrarios.
Podríamos multiplicar los ejemplos hasta el infinito, pero no parece necesario. Lo importante
es que en la realidad no existe límite objetivo alguno entre, por ejemplo, amarillo y naranja. Somos
los seres humanos los que establecemos ese límite para poder manejar la realidad y comunicarnos.
Dado que esos límites, por muy útiles que sean, no dejan de ser arbitrarios, resulta lógico suponer
que, tal como de hecho sucede, distintas sociedades con distintos intereses y vivencias clasifiquen la
realidad de manera distinta. De hecho, hace ya muchas décadas que los lingüistas están de acuerdo
en que el significado es interno, es decir, que las palabras significan no a partir de la realidad, sino a
partir de los límites que marcan sus diferencias con respecto a las demás palabras.
Pongamos de nuevo un ejemplo, ahora interlingüístico, de cómo los límites arbitrarios entre
palabras y no el reflejo de la realidad determinan los significados y las consiguientes diferencias
entre idiomas. En inglés hay tres palabras para el periodo comprendido entre las 12 del mediodía y
las 12 de la noche: afternoon, evening y night. En español hay dos: tarde y noche. Eso significa que
ninguna de las tres inglesas se corresponde con ninguna de las dos españolas: podríamos atrevernos
a decir que afternoon siempre es “tarde”, pero sin lugar a dudas “tarde” no siempre es afternoon. Si
buscamos en un diccionario bilingüe, nos encontramos con que evening significaría tanto “tarde”
como “noche”, una mezcla o confusión que es imposible en español. Lo contrario sucede entre el
inglés y el alemán, donde afternoon sí equivale a Nachmittag, evening a Abend y night a Nacht, lo que nos
demuestra que el anisomorfismo (inter)lingüístico es variable y depende del par de lenguas
implicadas.
De ahí procede el anisomorfismo lingüístico (que no es sólo léxico, sino también fonético,
morfológico y sintáctico). En traducción siempre se produce una operación de
“recontextualización” por la que sustituimos un sistema de clasificación construido por la lengua
original por otro sistema de clasificación distinto construido por la lengua término y las palabras de
un idioma significan en función de las compañeras de su mismo idioma y del uso (connotaciones e
intertextualidad) que hayan tenido a lo largo de la historia de esa cultura, por lo que necesariamente
cambia la realidad descrita y lo que para unos es brown para otros es “negro” y lo que significa
“evening” no es lo mismo que lo que significa “tarde”.
El anisomorfismo lingüístico se manifiesta en todos los niveles y todos los elementos de dos
lenguas dadas, pero resulta especialmente claro cuando la distancia entre las lenguas es mayor y, por
tanto, el grado de asimetría asciende. Por ello y para ilustrar mejor este concepto suele recurrirse a
idiomas exóticos, donde las diferencias son muy claras por la falta de intercambios entre ambas
culturas. Sin embargo, es importante ser conscientes de que no hay realmente necesidad de recurrir
a ejemplos extremos, que pueden dar la sensación de que se le está buscando los tres pies al gato.
He aquí algunos ejemplos especialmente claros y perfectamente normales y cotidianos para el par
inglés-español:
Anisomorfismo lingüístico morfológico: en inglés no hay más que una forma de
pasado simple y en español hay dos, lo que implica que la forma de referirse al pasado
sea sistemáticamente distinta y la diferencia siempre esté presente. El tiempo verbal
marcado por “Played” es siempre claramente distinto del marcado por “jugaba” o por
“jugó”.
Anisomorfismo lingüístico referido a los campos semánticos: en inglés hay multitud de
verbos distintos para “mirar” (look, stare, gape, glance, gaze, watch, gawk, scan, glare,
peer, peep, observe, glimpse, spot, behold, view, sight, leer, squint, peek, ogle,
browse…) y en español no hay tantos, lo que implica que en español haya que acudir a
adverbios y perífrasis para intentar indicar los matices que en inglés van incorporados
al verbo correspondiente y que, por tanto, la identidad no sea posible.
Anisomorfismo lingüístico referido a la distribución semántica de una “misma”
palabra: Elijamos ahora un elemento nada especial para que quede claro que el
anisomorfismo lingüístico siempre está ahí, más o menos marcado. Todos diríamos a
primera vista que table es lo mismo que “mesa”. Sin embargo, a poco que uno empiece
a escarbar por debajo de las apariencias, las diferencias empiezan a surgir con claridad.
Para empezar, las connotaciones etimológicas son totalmente distintas. Resulta que
table en inglés o francés alude claramente al material del que está hecha típicamente una
mesa (tabla de madera), mientras que “mesa” alude a su forma (superficie elevada y
llana). Para continuar, una rápida ojeada a un diccionario monolingüe nos dice que table
significa también cosas que “mesa” no significa en español. Por poner dos ejemplos
claros y nada rebuscados, table significa también “a game board” (tablero) o “a tabular
arrangement of data” (tabla). Evidentemente, table y “mesa” no tienen la misma
distribución semántica en ambos idiomas y, por consiguiente, no significan lo mismo.
Y otro tanto sucede con la inmensa mayoría de las palabras en ambos idiomas, y ello
sin necesidad de referirnos a los falsos amigos (traduce-difamar).
Tangencialmente, conviene comentar aquí la cuestión cultural y la pragmática que
veremos a continuación. En el párrafo anterior, dábamos por supuesto que a un
traductor siempre le interesará traducir “table” por su significado primario o de
diccionario, pero esto no tiene por qué ser así. Imaginemos, por ejemplo, que hay que
traducir “table” a una cultura en la que no se coma en mesas y un nuevo problema está
servido. Imaginemos, igualmente, unas convenciones literarias en las que una palabra
como “mesa” perteneciese al lenguaje no literario (como sucedía en español hace un
tiempo con “cara”, cuya versión literaria habitual era “rostro”). Como se puede ver, el
anisomorfismo lingüístico es sólo parte del problema y traducir no se limita en
absoluto a “elegir el significado correcto” desde un punto de vista meramente
lingüístico.
El anisomorfismo interpretativo
La comprensión total de un texto es realmente inalcanzable. Para comprender totalmente
un texto sería preciso un lector ideal, que se identificase con el autor. [...] Si la comprensión
de un texto pudiera ser total, sería también posible que varios lectores, al leer ese texto,
comprendieran exactamente lo mismo en un texto de alguna amplitud y de cierta riqueza.
Una prueba de esto la tenemos en el hecho de que nunca hay dos traducciones del mismo
libro coincidentes en todo. (García Yebra 1982:31-2)
“[…] el texto cobra vida sólo en el momento en que es leído […] la historia de la
recepción de un mismo texto, realizada por distintos lectores, y sus posibles
interpretaciones pueden ofrecer resultados diferentes, a pesar de que en todos los casos la
fuente de recepción e interpretación es la misma. […] el sentido es resultado de la acción
común que han realizado el lector y el texto y no una cualidad inherente al segundo, que ha
de ser descubierta por el primero”. Acosta 1989. El lector y la obra, Madrid: Gredos, p. 163)
En palabras de la teoría del escopo, un texto es una oferta abierta de información de la que cada
uno escoge lo que prefiere y/o aquello que está capacitado para procesar. Por eso, sería razonable
decir que en realidad no traducimos un TO, sino sólo la imagen que del TO se hace un traductor a
través de su interpretación personal, porque el TO sería intrínsecamente incognoscible. Esto no
significa que un texto se pueda entender razonablemente de cualquier manera y decidir, por
ejemplo, que El Quijote es una lista de la compra muy larga. Existen límites a la interpretación que
parten de la comunidad de un idioma y también existe la posibilidad de lectura claramente errónea
por desconocimiento. Con todo, el texto de partida sólo determina parte del significado final y es el
lector (más aún el lector ideal constituido por el traductor) el que debe completar el significado,
construyendo la obra final.
Si esto es así, la crítica que sería necesario hacer a la idea de la traducción como identidad sería
que es imposible la igualdad entre original y traducción por la sencilla razón de que no existe un
original único de sentido cerrado con respecto al que ser idéntico.
El anisomorfismo pragmático
The perlocutionary force of translating as a speech act, i.e. the relative success with which
the translator brings about the desired effect in his recipient, correlates to the conventional
means which he applies in order to obtain that effect. Hence, depending on circumstances,
literary conventions will have to be manipulated. Either the translator adopts the foreign
conventions, in which case the target text may eventually fail to be successful as an
illocutionary act with (at least part of) the target recipients. Or he warrants the
perlocutionary force of his speech act in a way analogous to that in which the original
author fulfilled the conditions for his speech act to be successful with the source recipients,
and thus substitutes native conventions for foreign ones». (Broeck 1989:69-70)
El modo en que se expresa algo es probablemente tan importante como la pura enunciación
lingüística para el éxito del mensaje.
Quizá sea más sencillo explicar este concepto a partir de la evolución intralingüística del
español. Hasta no hace demasiado tiempo, en el tipo textual «instancia» o en el epistolar resultaba
muchas veces preciso incluir formulismos del tipo de «Dios guarde a V. muchos años» o «su seguro
servidor» que no sólo han sido sustituidos por otros, sino que ahora probablemente causarían risa y
serían contraproducentes de cara a obtener el fin deseado. Del mismo modo, en literatura se
favorecía un castellano aún mucho más alejado del real que en la actualidad, con su profuso cultivo
de los enclíticos y cultismos (“dijéronse una miríada de cosas” era literario, pero “se dijeron muchas
cosas” era vulgar y antiliterario), la evitación a toda costa de las repeticiones y otros recursos que en
literatura moderna se juzgarían habitualmente artificiosos, pero que anteriormente resultaban casi
inevitables en tanto que marcadores del carácter genuinamente literario de un texto.
Este uso más o menos forzoso de formulismos, recursos estilísticos y estructuración de un
texto para hacer que un mensaje sea reconocible por el receptor en tanto que perteneciente a un
género concreto y, por tanto, para que obtenga los resultados apetecidos por el autor constituye el
mundo de lo pragmático o de las convenciones genéricas. Al igual que se produce una diferencia o
evolución de convenciones pragmáticas a lo largo del tiempo en una misma comunidad lingüística,
cabe suponer que siempre existirá una distancia entre las convenciones textuales aceptables para
distintas comunidades lingüísticas, pues la evolución de sus recursos expresivos en todos los niveles
difícilmente podrá ser idéntica, ya que parten de lenguas y culturas diferenciadas.
Por mencionar un caso trivial, pero significativo, el ensayo en inglés tiende en la actualidad a la
acumulación de formas del verbo «to be», mientras que las convenciones genéricas españolas evitan
esta repetición de las formas «ser» y «estar», y tratan de sustituir la mayoría de ellas por sinónimos
como «constituir, constar, consistir, tratarse de, etc.» Evidentemente, a estas alturas de la lingüística
y la crítica literaria sería muy poco defendible afirmar que la acumulación de derivados de «to be» en
un ensayo o de derivados de «to say» en los diálogos de narrativa que tienden a utilizar los autores
en habla inglesa son prueba de su «pobreza de vocabulario» o de cualquier otra carencia semejante,
como sí se ha pretendido hacer en el pasado. Ello no es, sin embargo, óbice para que esos mismos
recursos anglosajones puedan restar eficacia a los textos escritos en español. La explicación radica
(«es» escribirían los ingleses) sencillamente en que contamos con tradiciones distintas y, por tanto,
con exigencias estilísticas que incluyen repertorios de convenciones o códigos textuales también
distintos.
Pues bien, el traductor de un ensayo inglés al español tendrá que decidir entre lo que en
español se consideraría una excesiva acumulación de formas del verbo ser/estar (para parecerse más
al TO, con la consiguiente sensación de pobreza estilística según los nuevos criterios de recepción)
o una reducción drástica de esa repetición (para cumplir mejor los criterios de corrección en LT,
con el consiguiente alejamiento del TO). Por supuesto, hay soluciones intermedias, pero los dos
polos pragmáticos de partida son los recién descritos y las dos cosas (ser como el original y como un
original) al mismo tiempo son incompatibles.
El anisomorfismo pragmático nos dice por consiguiente que las convenciones genéricas son
distintas entre culturas distintas y que tanto la traducción homóloga (copia formal del recurso de la
LO) como la análoga (adaptación funcional a un recurso que funcione mejor en LT) traen consigo
diferencias claras, ya sea por diferencia formal o funcional.
El anisomorfismo cultural
Like languages, cultures are highly complex historical phenomena, which are constantly in a
state of evolution due to changes in their external environment and of their internal
functional needs. As a result of this intrinsic dynamism the codes of different cultures have
grown apart and tend to be strongly incongruous or anisomorphic. (Delabastita 1990:27)
La traducibilidad
En resumen, los cuatro anisomorfismos que acabamos de ver implican que una traducción siempre
sea distinta de su original. Esa diferencia anula radicalmente la posibilidad de que traducir consista
en reproducir el texto original, puesto que como hemos visto eso simplemente no puede suceder.
A algunos autores, especialmente a los clásicos y los deconstructores, este hecho les lleva a hablar
de la intraducibilidad esencial entre lenguas y/o textos: si el texto original no se puede reproducir,
entonces es que la traducción es imposible (y, en consecuencia, traducir siempre es perder y los
traductores somos unos fracasados que nos merecemos aquello de traduttore traditore y demás
lindezas que hemos ido acumulando a lo largo de la historia).
Sin embargo, como hemos visto antes, la traducción no es únicamente diferencia, sino que es
también similitud. Llevamos milenios traduciendo, normalmente con resultados satisfactorios (la
gente suele manejar bien los aparatos con instrucciones traducidas, los dirigentes políticos del
parlamento europeo se entienden razonablemente bien gracias a los intérpretes, somos capaces de
hablar sobre la obra de Boris Vian o de Günter Grass con amigos franceses o alemanes sin que
parezca que hemos leído a autores distintos, la traducción oficial de nuestro título universitario nos
permite trabajar en el extranjero...) Las traducciones, pues, sin ser nunca lo mismo, suelen parecerse
lo suficiente y del modo suficientemente esperado al TO para cumplir su función social en cada
caso (permitirnos manejar un aparato, alcanzar acuerdos políticos, obtener reconocimiento en el
extranjero para nuestros estudios, emocionarnos con un melodrama, reírnos con una comedia,
vislumbrar el mundo de un autor, etc.)
Antes de abordar esta aparente contradicción entre la supuesta imposibilidad de traducir y la
realidad de una traducción funcionalmente muy eficaz (que un autor como Mounin calificó en 1963
de “escándalo de la lingüística moderna”), conviene detenerse por un instante en el fenómeno de la
comprensión, que en este sentido es paralelo al de la traducción.
El anisomorfismo interpretativo visto en la sección anterior nos dice que dos lecturas de un
“mismo” texto nunca son iguales. Si leer consiste en entender lo que pone en un texto de una
manera única y tal como lo pretendió el autor original, entonces leer es imposible –o al menos tan
imposible como traducir-. Sin embargo, no hay ningún cliché social que diga que leer es imposible o
que leer suponga siempre una pérdida o que el lector sea un traidor. Muy al contrario, el
“problema” de la diferencia interpretativa siempre presente en el acto de comprensión lectora se
suele resolver afirmando exactamente lo contrario que en el caso de la traducción: que un texto
cobra vida sólo cuando se lee (o sea, que el original está muerto sin lecturas) y que cada acto de
lectura enriquece el texto con nuevas capas de significado (en lugar de empobrecerlo al ser incapaz
de alcanzar la plenitud de un sentido supuesto que, en caso de existir, sencillamente no es
alcanzable). De manera sorprendente, las mismas razones de fondo llevan a decir que para un texto
la traducción es un desastre, pero la lectura una bendición.
La resolución de la contradicción aparente de la traducibilidad exige cambiar radicalmente
nuestro concepto de traducción. Es preciso darse cuenta de que traducir, al igual que leer, no
consiste esencialmente en reproducir sino en interpretar o (re)presentar. Utilizando la metáfora de la luz,
hay autores como Lefevere que afirman que traducir es asimilable a la refracción de la luz por
ejemplo al atravesar el agua, en lugar de al reflejo de la luz en un espejo.
En este punto, resulta muy conveniente insistir en que el concepto de diferencia que es
intrínseco en la traducción no implica en absoluto disparidad irreconciliable entre TO y TT. Al igual
que sucede con la lectura, la interpretación que conlleva traducir implica por supuesto diferencia
con respecto al TO, pero esa misma interpretación, si el traductor es competente y actúa de buena
fe, implica también similitud en el marco de una interpretación razonable y socialmente compartible
de ese texto. Por eso, cuando decimos que un TT es siempre diferente del TO, también decimos
que un TT siempre es parecido a su TO y que una traducción satisfactoria guarda unos parecidos
que normalmente la hacen social y funcionalmente válida como representación (no reproducción
idéntica) del TO, al igual que sucedería con cualquier lectura competente, que sería esencialmente
compartible por los demás lectores informados, sin que eso implique que todos entendieran
exactamente lo mismo.
La diferencia introducida por la necesidad de interpretación es, pues, algo común a todas las
formas de comunicación humana con lenguas naturales. La traducción es una manifestación más de
lo mismo y también puede ser pérdida o ganancia. No existe ninguna razón objetiva por la que una
traducción deba ser siempre “peor “que el original, salvo quizá el hecho de que tradicionalmente
cuando se pensaba sobre la traducción siempre se tenían las grandes obras de la humanidad en
mente (Biblia, Shakespeare, Voltaire, Goethe…), cuando en realidad esas grandes obras suponen
menos del 1% de lo que se traduce cada año. Sería mucho más razonable, igual que sucede con la
lectura, afirmar que hay lectores/traductores capaces de sacarle mucho partido a un texto y otros
que bastante menos. Sería también mucho más razonable afirmar que hay unos pocos originales de
una calidad difícilmente superable y otros muchos manifiestamente mejorables.
De hecho, hay autores como Mayoral (1997-1998: 8) que afirman que dado que el traductor es
un experto en redacción, “como norma general, en traducción especializada toda buena traducción
mejora la redacción del original.”
Por supuesto, la diferencia introducida por la traducción es mucho más visible que la
introducida por la lectura, ya que la traducción produce de hecho un nuevo artefacto, un nuevo
texto que habrá que interpretar a su vez. Probablemente a esa visibilidad, a ese no poder ocultar la
diferencia se deba gran parte de la mala fama de los traductores.
Una segunda razón importante para explicar la mala reputación de la traducción es la necesidad
social de ilusión de identidad (la metáfora del cristal transparente que vimos en la unidad anterior).
Cuando leemos una novela traducida de un autor extranjero, necesitamos creer que estamos
leyendo al autor mismo, llevando a cabo nuestra propia interpretación del texto, y no una
interpretación mediada por la de un tercero (el traductor), lo que restaría valor a nuestra experiencia
lectora. La necesidad de dicha ilusión de identidad corre paralela a la frustración de descubrir su
falsedad esencial.
Por lo demás, cabe hablar de áreas donde la diferencia es necesariamente mayor porque los
anisomorfismos son también más marcados. Un área típicamente marcada por un gran
anisomorfismo es por ejemplo la traducción de poesía rimada o la de juegos de palabras, ya que la
gran importancia de los significantes (de la forma y el sonido de las palabras) en esos dos casos
choca de bruces contra la sustitución casi sistemática de esos mismos significantes que se deriva de
cualquier traducción. Por supuesto, eso no significa que la poesía sea intraducible, pero sí que
constituye un género donde la diferencia que siempre está presente en traducción tiende a ser
mayor por la importancia de las dificultades formales añadidas.
En cualquier caso, comprender la naturaleza de la traducción comienza por aceptar que a ella
tampoco se le pidan imposibles y se intente explicar tal como de hecho es. Y hablando de
imposibles, todo esto nos lleva a la cuestión de la equivalencia, que ha sido el eje del discurso
teórico de la traducción durante muchos años.
Moruwamon, Babatunde Samuel & Diipo Samuel Kolawole. (2007) “Critical approaches to
the notion of translatability and untranslatability of texts in translation studies.” Pakistan
Journal of Social Sciences 4, pp. 375-379. Versión electrónica:
<http://docsdrive.com/pdfs/medwelljournals/pjssci/2007/375-379.pdf>
Resumen: This study X-rays the different approaches to the translatability and untranslatability of
texts in translation studies. It analyses the views of scholars who adopted a universalist approach,
such as Wilss, the monadist and the deconstructionist stance such as Gentzler and Jacques Derrida,
respectively. The study concludes that nothing is lost is not a principle that could possibly survive
in translation. [Fuente: Autores]
Ortega y Gasset, José. (1937) “Miseria y esplendor de la traducción.” La Nación de Buenos Aires,
pp. 125-162. Disponible junto con comentario y traducción francesa en: Ortega y Gasset, José
& Clara Foz. (2004) “Misère et splendeur de la traduction.” TTR 17:1, pp. 13-53. Versión
electrónica:
<http://www.erudit.org/revue/ttr/2004/v17/n1/011972ar.html>
Resumen: This article posits the impossibility of translation (as of any human endeavour) and
defends a literalist stance, along the same lines as Schleiermacher. It is probably the most
important historical text on translation written in Spanish. [Source: Javier Franco Aixelá]
Pym, Anthony David & Horst Turk. (1998) “Translatability.” En: Baker, Mona (ed.) 1998.
Routledge Encyclopedia of Translation Studies. London: Routledge, pp. 273-277. Disponible en la
BUA.
Resumen: Translatability, inevitably coupled with untranslatability, is an operative concept in
the sense that it actively helps structure an entire field of decisions and principles. It can open
up ways of solving practical problems and can offer new approaches for the discussion of more
theoretical and fundamental issues. The question of translatability is also sometimes used to
illustrate general methodological or philosophical concepts. Any agreement over what is or is
not translatable, and exactly what criteria constitute translatability, will thus crucially depend on
the different sectors of practice and research involved: the question of translatability may focus
on the source or the target of translation; it may refer to the translation of literary, cultural,
referential or pragmatic texts, or to the translation of entire life worlds and cultures.
The following survey of this complex field will switch between analytical and hermeneutic
approaches. It will first focus on ideas about what can be considered translatable or
untranslatable; the second part will deal with dynamic notions of translatability, with questions
of how, when and where certain meanings may become translatable.
El concepto de equivalencia
La equivalencia es un concepto clave de la teoría de la traducción que ha ido adoptando distintas
formas a lo largo de una historia de muchos siglos. En general, se puede afirmar que el concepto de
equivalencia antes de los años cincuenta únicamente tenía en cuenta el TO, mientras que a partir de
autores como Nida (1964), Toury (1982) o Reiss & Vermeer (1984), dicho concepto cambia
radicalmente.
El gran problema de una equivalencia marcada únicamente por las relaciones con el TO radica
en estar basada en la idea de identidad, de igualdad entre ambos textos. Dado que, como ya hemos
visto, eso es imposible debido a los anisomorfismos, cualquier formulación en esta línea está
condenada al fracaso o a quedarse en el terreno de las opiniones subjetivas. El ejemplo más claro de
la esterilidad de este camino es la lista de Savory (1957) que vimos anteriormente, donde cada
estudioso dice cómo debe ser la traducción para merecer tal nombre y todos se contradicen entre sí
en un mar de afirmaciones impresionistas, en lugar de preocuparse por cómo es la traducción
realmente.
Si algo hemos aprendido con total certeza en estos últimos 30 años de estudio intensivo de la
traducción y las traducciones es que a lo largo de la historia se ha traducido eficazmente de maneras
muy distintas y por lo tanto afirmar a estas alturas que la traducción debe ser siempre de una
manera determinada sólo puede ser producto de la ignorancia o de la arrogancia.
Otra característica tradicional del concepto de equivalencia es que hasta la segunda mitad del
siglo XX se tiende a presentar como una dicotomía real, dando a entender que sólo existen dos
maneras de traducir y concluyendo normalmente que sólo una de ellas es la verdadera o la
adecuada. A este respecto, otra certeza que han aportado las últimas décadas de análisis intensivos
de traducciones consiste en que la gran mayoría de las traducciones se caracterizan por combinar
distintos tipos de actuación traductora aplicada a distintos planos. Esto es, un traductor que adopta
un tipo de equivalencia mayoritaria o determinada para un texto dado, típicamente la simultanea
con otra(s) distinta(s) en momentos especiales del texto. Por poner un ejemplo, es perfectamente
normal que un traductor decida ser muy conservador en el tratamiento de los nombres propios
convencionales, pero transformador en el tratamiento de los nombres propios expresivos, o
conservador en el tratamiento de los elementos culturales en general y normalizador en el
tratamiento de los rasgos estilísticos conflictivos. Una traducción es siempre una negociación
constante entre el impulso centrípeto de parecerse lo más posible al original y el centrífugo de
constituirse en un texto óptimo según las nuevas reglas de la nueva cultura en la que se inserta el
texto. Dado que las consecuencias de ambos impulsos son muchas veces contradictorias, este tipo
de mezclas son muy frecuentes y en absoluto indican incompetencia del traductor.
Otro modo muy interesante de plantear la metáfora centrípeta/centrífuga lo expresa Gideon
Toury (1976), que plantea que toda traducción está sometida a una doble tensión simultánea y
contradictoria: ser como EL original y ser como UN original. Por poner un ejemplo, si el original es
un poema épico como La Odisea y entre los originales escritos en LT la poesía épica ya no tiene
sitio, tenemos un problema y el traductor se ve obligado a optar por un formato anticuado y poco
atractivo que lo acercaría AL original o por un formato de prosa narrativa mucho más atractivo
para los nuevos lectores que lo acercaría A UN original. Ambas cosas al mismo tiempo son
difícilmente compatibles, aunque siempre es posible introducir matices como por ejemplo una
prosa poética muy rítmica que permita sugerir las diferencias que presentaba el TO. La clave aquí
consiste en comprender que la doble tensión plantea un conflicto constante, en el que el traductor
busca continuamente compromisos que le permitan producir un texto óptimo, cuya bondad o
deficiencia se juzgará normalmente a partir de los criterios de la nueva cultura.
La equivalencia, una relación TO-TT a priori indeterminada que siempre está ahí
En los años 70-80 surge de la mano de los israelíes Even-Zohar y Toury una nueva teoría, la de
polisistemas, a la que se unieron otros estudiosos europeos y que pasaría a ser conocida después
como escuela de la manipulación. Esta teoría es la que actúa de germen para el actual
descriptivismo, probablemente mayoritario en los estudios de traducción modernos.
Los polisistémicos plantean que la traducción se inscribe como un elemento más de los juegos
de fuerzas de la sociedad de recepción. Según ellos, el papel que desempeña la traducción como
elemento innovador o conservador es esencialmente sociohistórico, lo que significa que cambia
mucho con el tiempo y lo que en un momento dado se considera una traducción correcta puede
dejar de serlo en la época siguiente. Esa variabilidad depende ante todo de las expectativas y
características del polo receptor (no de los textos originales), de tal manera que no es posible fijar
en términos ahistóricos (absolutos) ni cómo es una traducción ni qué es una buena traducción,
porque ambos conceptos son relativos y cambiantes. Ante esa variabilidad, Toury plantea que no es
posible tampoco fijar qué tipo de equivalencia debe aplicar una traducción para que sea considerada
como tal o como una “verdadera” o buena traducción.
Para superar el estancamiento metodológico que esto podría suponer, Toury plantea una
perspectiva revolucionaria de la equivalencia: la equivalencia es algo que se presupone, que siempre
está ahí y que cabe definir como una relación que siempre existe entre cada TO y el TT, una
relación, eso sí, variable. Todas las traducciones aceptadas como tales en una sociedad dada son por
definición equivalentes. Lo que nos faltaría –la tarea del investigador de la traducción- sería
descubrir en qué consiste esa relación de equivalencia en cada caso. La labor de los estudiosos ya no
radicaría por tanto en postular cómo debería ser la equivalencia, sino en estudiar cómo es de hecho,
es decir, descubrir qué tipo de relaciones se consideran preferibles en cada sociedad y momento
histórico. Ese hallazgo nos permitiría también definir cuál es el concepto de traducción en cada
momento y sociedad, así como explicar sus causas y consecuencias para conocer mejor cada
sociedad y las relaciones que establece con las demás.
Por seguir con nuestro ejemplo de La Odisea, si antes este libro se traducía fundamentalmente
en verso y ahora se traduce fundamentalmente en prosa, ambos enfoques son igualmente
equivalentes –cada uno a su manera y con sus propias prioridades- y la elección de uno u otro
formato tiene mucho menos que ver con el original que con las condiciones de recepción. La labor
del estudioso no sería convencernos de cuál de las dos maneras es mejor, sino explicarnos por qué
se ha preferido una u otra en cada momento histórico, cuáles son las consecuencias de cada una de
ellas y qué nos dicen esas maneras de traducir de las sociedades en las que se llevan a cabo.
Por lo demás, Toury propuso sus propias etiquetas para definir los dos polos, siempre
insistiendo en el carácter híbrido que normalmente presentan las traducciones. Toury hablaba de
traducción adecuada y aceptable. La traducción adecuada sería la orientada hacia el TO, la
equivalencia más conservadora en lo formal, que intenta mantener el máximo de elementos del TO
en sus propios términos, mientras que la aceptable sería la orientada hacia la sociedad de recepción,
similar a la dinámica de Nida, que efectúa todos los cambios que el traductor considere necesarios
para maximizar la efectividad del nuevo texto según los criterios y expectativas de los nuevos
lectores.
Domesticación y exotización
En los años 90 son los postestructuralistas los que entran en el mundo de la reflexión sobre la
traducción, trayendo consigo conceptos de ética y conflicto político que hasta entonces habían
estado prácticamente ausentes de la teoría de la traducción.
En esta línea, el norteamericano Venuti (1995) retoma la famosa dicotomía de Schleiermacher
(1813) y plantea una nueva dicotomía que se centra en los efectos que sobre la identidad y la
percepción del TO tiene la manera de traducir desde el punto de vista del respeto a la cultura de
origen: la traducción exotizante frente a la domesticadora.
Traducción exotizante sería aquella que busca presentar el TO en sus propios términos. No se
trata tanto de buscar una traducción literal o formal, como de transferir en sus propios términos la
visión del mundo y las peculiaridades estilísticas del TO, de manera que el nuevo lector, a cambio
de un esfuerzo por la mayor dificultad para leer el texto resultante, pueda acceder a la visión del
otro y enriquecerse comprobando que existen otras maneras de ver la realidad y de expresarla.
La traducción domesticadora, similar a la dinámica de Nida o a la comunicativa de Newmark o
a la aceptable de Toury, supone por el contrario normalizar el TT para anular cualquier
característica que pueda resultar extraña o difícil para el nuevo lector. Según Venuti, la traducción
domesticadora realizada en el seno de las grandes potencias culturales (especialmente Estados
Unidos) supone la negación del otro y un fraude para el nuevo lector, en el sentido de que este
acaba suponiendo que sus propios valores sociales y su cosmovisión son compartidos por todos los
pueblos de la Tierra.
Hurtado Albir, Amparo. (2001) “La equivalencia traductora.” En: Hurtado Albir, Amparo.
Traducción y traductología. Introducción a la traductología. Madrid: Cátedra, pp. 203-223.
Disponible en la BUA.
Resumen: La equivalencia traductora se ha considerado la noción central de la traductología y ha
sido durante décadas uno de los grandes temas de debate.
Leonardi, Vanessa. (2000) “Equivalence in Translation: Between Myth and Reality.”
Translation Journal 4:4, s/p. Versión electrónica:
<http://translationjournal.net/journal/14equiv.htm>
Resumen: The concept of equivalence is probably the main issue within the field of translation
studies. However, its definition and relevance have caused great controversy. In this article six
theories about equivalence are reviewed, those by Vinay and Darbelnet, Jakobson, Nida and Taber,
Catford, House and, finally, Baker. The said theories can be basically divided into three groups,
those which belong to a linguistic approach, those in favour of a functionally-oriented approach
and, finally, those that seem to stand in the middle. [Source: Laura Vegara Fabregat]
Pym, Anthony David. (1995) “European Translation Studies, ‘Une science qui dérange’,
and Why Equivalence Needn’t be a Dirty Word.” En: Gambier, Yves (ed.) 1995.
Orientations européennes en traductologie. TTR 8:1, pp. 153-176. Versión electrónica:
<http://www.erudit.org/revue/TTR/1995/v8/n1/037200ar.pdf>
Resumen: Debates about equivalence have marked the development of European translation
studies since the 1970s, forming a significant frame for the institutional legitimation of the
discipline. A brief survey of these debates, carried out in terms of Bourdieu's defence of sociology
as an "upsetting" science, distinguishes between the precarious legitimation of linguistic-based
equivalence in the 1970s and several target-side critiques directed at the concept in the 1980s.
However, the alternative institutional legitimation associated with the critiques of equivalence
may well have been conceptually desintegrative and intellectually mediocre. It is concluded that
translation studies could now become properly upsetting by returning to equivalence and
considering it as an operative illusion necessary for the definition and social function of any
translation. [Fuente: Autor]
Definiciones de traducción
Con todo lo que hemos visto en esta unidad y tras comprender los condicionantes del fenómeno
traductor, ya estamos equipados para analizar las principales definiciones de la traducción que se
han postulado a lo largo de la historia. Como se habrá deducido de todo lo anterior, el problema
esencial de la definición de traducción consiste en que ésta se caracteriza por su variabilidad, tanto
dentro de la misma cultura como, sobre todo, entre culturas y en diferentes momentos históricos de
la “misma” cultura.
Por ello, la traducción como disciplina posee una característica curiosa, aunque compartida con
otras ramas de las humanidades, como los estudios literarios (nadie ha sido aún capaz de dar con
una definición de “literatura” que resulte aceptable para todos los estudiosos), que consiste en
carecer de una definición de su objeto de estudio aceptada por todos. Somos investigadores de un
fenómeno que denominamos traducción, pero no somos capaces de ponernos de acuerdo en qué
consiste ni en dónde están los límites de nuestro objeto de estudio.
Tradicionalmente, la idea rectora a la hora de definir la traducción ha girado en torno a la
identidad entre TO y TT. Básicamente, los distintos autores afirmaban que traducir consistía en
poner en otro idioma lo mismo que dice el TO (otra cosa muy distinta era ponerse de acuerdo a la
hora de definir en qué consistía “lo mismo”). Esta noción continúa siendo la socialmente
predominante en la actualidad, tal como demuestran las definiciones, extremadamente simplistas, de
casi todos los diccionarios para el verbo “traducir / translate”:
Diccionario de Uso del español María Moliner (2008): “Expresar en un idioma una cosa dicha o escrita
originariamente en otro.”
DRAE (2001): “Expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra.”
Webster’s Third New International Dictionary (1998): “to turn into one's own or another language”, etc.
Oxford English Dictionary (OED) (2011): “To turn from one language into another.”
Los autores clásicos han planteado definiciones similares a las que acabamos de ver en los
diccionarios, añadiendo notas prescriptivistas sobre lo que a cada uno le parecía que debería
permanecer invariable (la palabra, el significado, la forma, la “integridad” del texto original, el efecto
para el lector, etc.) para poder hablar de verdadera traducción, muy en la línea de la lista de
mandatos contradictorios de Savory (1957) vista anteriormente en esta misma unidad. Así, en el
OED nos dicen que Ben Jonson (c. 1600), contemporáneo de Shakespeare, afirmaba que traducir
era ‘to change into another language retaining the sense”.
Para acabar de complicar el asunto, Jakobson (1959) plantea que no hay un único tipo de
traducción, sino que existen tres modalidades básicas de traducción:
“Hay tres formas de interpretar un signo verbal: 1) traducirlo a otros signos de la misma lengua, 2) a
otra lengua, 3) a cualquier otro sistema no verbal de signos. Estas corresponden a otras tantas
formas de traducción:
1) traducción intralingüística o reformulación (rewording)
2) traducción interlingüística o traducción propiamente dicha (translation proper)
3) traducción intersemiótica o transmutación (transmutation).”
Hay autores que consideran que la traducción intersemiótica, esto es, la transferencia de un mensaje
entre distintos códigos (como cuando se convierte una novela en una película, en un proceso que
tiene muchas similitudes con la traducción interlingüística clásica) forma parte de los estudios de
traducción, pero otros autores creen que no es así. Lo mismo sucede con la llamada traducción
intralingüística, que tiene lugar por ejemplo en la modernización de un texto en el “mismo” idioma
(como reescribir El cantar de mio Cid en español moderno) o en la reescritura para nuevos lectores
(como en las versiones de los clásicos para niños o jóvenes). También modalidades de reescritura
como la transgenérica (por ejemplo, pasar un texto en poesía a otro en prosa, como en el ejemplo
ya visto de La Odisea), la condensación (reducir significativamente un texto traducido como nos
cuenta que hizo el abate Prevost en una cita de esta unidad) o la pseudotraducción (presentar un
texto como traducción de otro que en realidad nunca ha existido) presentan dificultades
importantes a la hora de incluirlas o no en nuestro objeto de estudio.
En el pasado, se intentaba resolver este problema metodológico planteando definiciones muy
restrictivas de la traducción, como las de los diccionarios o la de Ben Jonson que hemos visto aquí,
o como cuando San Jerónimo (405), hablando de la traducción bíblica, afirma que en ella “aun el
orden de las palabras encierra misterio” y exterioriza su angustia de traductor diciendo que: “Si
traduzco a la letra, suena mal; si, por necesidad, cambio algo en el orden del discurso, parecerá que
me salgo de mi oficio de intérprete”.
Lo que no se ajustaba a la definición del teórico de turno se calificaba de falsa traducción o de
adaptación, se apartaba del objeto de estudio y el problema quedaba aparentemente solucionado.
Sin embargo, el problema subsistía porque de hecho todos esos tipos de reescritura se han
considerado traducciones, al menos por buena parte de los miembros de la cultura de acogida, y
renunciar a su estudio suponía renunciar a entender plenamente el fenómeno. En la actualidad, lo
habitual es descartar una definición que cierre definitivamente el concepto de traducción y
conformarse con “definiciones de trabajo” diseñadas para una investigación en concreto y que
permitan ajustar el corpus de estudio a las necesidades de cada investigador.
Por un lado, la laguna constituida por la falta de una definición universal resulta frustrante
porque con frecuencia no se sabe si distintos investigadores hablan de lo mismo cuando estudian el
fenómeno. Por otro, puede resultar enriquecedor investigar en un área sin fronteras fijas, en la que
todo está en perpetuo cuestionamiento.
Una definición de trabajo operativa para nosotros podría ser la que propone Amparo Hurtado
Albir (2001: 41), aunque restringida a la traducción interlingüística (lo que Jakobson (1959)
calificaba de traducción “propiamente dicha”):
“Un proceso interpretativo y comunicativo consistente en la reformulación de un texto con
los medios de otra lengua que se desarrolla en un contexto social y con una finalidad
determinada.”
Se trata de una definición eminentemente abierta y con propósitos descriptivos, que no indica nada
sobre cómo debe ser una traducción (“reformulación” no es lo mismo que “reproducción”) y que
incide en el aspecto diferencial (“proceso interpretativo”), en el aspecto textual (traducimos
“textos,” no lenguas) y en la autonomía teleológica (“una finalidad determinada”) y
recontextualizada (“en un contexto social determinado”) del nuevo texto.
Finalmente, una definición de carácter sociológico que expresa a las mil maravillas la apertura
moderna del concepto de traducción es la propuesta por Toury, por la que una traducción sería:
“[…] any target language text which is presented or regarded as such within the target
system itself, on whatever grounds.” (Toury 1982:27).
Esta definición sociohistórica de Toury tiene la enorme virtud de que respeta la variabilidad de la
traducción y abre el campo a la investigación para el estudio de cualquier fenómeno que permita
arrojar luz sobre nuestra área de estudio. Al mismo tiempo, tiene la desventaja de no plantear
ninguna característica esencial de la traducción, por lo que en sí misma no arroja luz alguna sobre el
fenómeno, aparte de su propia variabilidad y la imposibilidad de acotarlo.
Tymoczko, Maria. 2005. "Trajectories of Research in Translation Studies". Meta 50:4, pp.
1082-1097. Disponible en:
http://www.erudit.org/revue/meta/2005/v50/n4/012062ar.html
Resumen: The article sums up the principle trajectories of research in translation studies that are
likely to be productive in the coming decades. I focus on six broad areas. The first encompasses
attempts to define translation: this includes research as diverse as examinations of particular
linguistic facets of translation, corpus studies of translation, descriptive historical studies, and
analysis of think-aloud protocols. The second area of research pertains to the internationalization of
translation, which challenges basic Western assumptions about the nature of translation and
generates new case studies that shake the foundations of translation theory and practice as they are
known at present. Changes in translation theory and practice associated with emerging technologies
and globalization constitute the third research area to be discussed. The fourth strand is the
application to translation of various interpretive perspectives based on frames from other
disciplines. The last two branches of research have to do with the relationship of translation studies
to cognitive science and neurophysiology. The article closes with some general observations about
the implications for translation research as a whole and the structure of translation studies entailed
by the six areas discussed.
1. Defining Translation
One way to characterize research on translation during the last half century is to say that scholars in
the field have been preoccupied in diverse ways with the task of defining translation. Such attempts
at definition are not trivial: in any academic field definition is an essential element, for it is not
possible to proceed with research either abstractly or concretely if scholars do not define or delimit
the object of study. These questions have taken a variety of forms in the past, as indicated by a
perusal of the contents of Meta and other publications in translation studies during the last 50
years.
If we look back at research on translation in the last half century, approaches that at times have
been characterized as oppositional can be viewed not as antithetical but as contributing in
complementary ways to the attempt to define translation, approaching a common problem from
different directions. Thus, early research on translation centered on linguistic aspects of translation,
exploring the nature of translation in relation to language and linguistics. As such it looked at
linguistic asymmetries and anisomorphisms in translation interface, the language-specific nature of
meaning as a factor in translation, the nature of communication in general and its relationship to
the limitations of translation, and so on, all of which tended to delimit or establish the boundaries
of the linguistic aspects of the task of the translator.
Similarly, literary or poetic approaches to translation constitute another cluster of attempts to
define translation, focused on the parameters pertaining to literary questions and questions raised
by complex and extended texts, as well as their intertexts and contexts. Thus, this school of
research investigated issues such as how translation gets shaped or determined by the nature of
literature; what practices translators use when translating different literary modes, forms, genres,
and text types; how texts relate to literary traditions; and how texts relate to their contexts.
Still another research cluster attempting to define translation has concentrated on the
investigation of cultural aspects of translation. It became clear early on that translation could not
just be defined in terms of language or text type, but that it was essential to consider culture as well.
Such approaches cannot be fully separated from either linguistic or literary approaches to
translation, for language is central to constituting any human culture and literature in turn is rooted
in both language and culture. Research orientations to culture have ranged from focusing on the
translation of material culture to investigating sociolinguistic aspects of translating culture. Similarly,
the attempt to demonstrate and define the way translation fits into and is affected by the largest
frameworks of culture inspired the cluster of approaches to translation that are known as systems
theory, the cultural turn, and, most recently, the power turn. Similarly, most “specialty” approaches
to translation fit here as well, including investigations of translation and gender or translation in
postcolonial contexts.
Often the definitional dimension of translation research projects has been obscured by the
prescriptive packaging of the results, packaging that is usually intimately connected with the
pedagogical orientations of the researchers. Nonetheless, if we look at such schools of research less
as antithetical and more as engaging in a dialectic about the nature of translation, less as holding
opposing positions about translation than as allied in a common enterprise of trying to define
translation, it becomes easier to understand the history of translation research and also to position
the various contemporary schools of research that have descended from these early endeavors.
Whether focused primarily on translation processes or translation products, most theorizing and
research about translation for the last half century has been motivated in part by the definitional
impulse inherent in trying to characterize aspects of the activity of translation or of actual
translations and then to generalize these aspects to translation as a whole.
What most translation scholars would like to believe is that the stage of defining translation is
essentially over: it would be satisfying to think that the big parameters regarding translation have
been sketched out. In part this is an attractive view because it would allow us to get on with our
own particular specialized interests, say instructing students about how to do actual translations or
researching a very comfortable corner of translation, such as translation in Ireland in my case. But
in thinking about the trajectories of translation research in the future, I must be the bearer of bad
news. This task of defining translation is not finished and it will continue to be a central trajectory
of translation research in the decades to come.
Whether translation research takes the form of investigating the work of translators and the
processes of translation or descriptive studies of actual translation products from various times,
places, and cultural contexts, scholars continue to learn basic things about the phenomenon that we
are researching, namely translation. Thus, there is a definitional component to most work on
translation, whether it is basic research that generates data or the theorizing that attempts to
interpret data and relate it to earlier research. Indeed it is the stark consideration of actual products
and processes of translation over the centuries in many cultural environments that has tested,
modified, and even overthrown many prescriptive or normative statements about translation in the
contemporary world.
2. An Excursus on Definition
Because the definition of translation is intertwined with aspects of almost all research in the field of
translation studies and thus with the rest of the points below, I want to digress to consider this
question directly. I should make it clear that when I talk about defining translation, I am not merely
thinking about agreeing on a dictionary definition for the word translation, though even that is a
great deal more problematic than most people might think. I am also not talking about a quest to
come up with a definition giving the necessary and sufficient conditions for translation as either
process or product. In fact, as I have argued earlier in Meta, such a definition is impossible because
translation, like the concept game, discussed by Wittgenstein, is an open concept (Tymoczko
1998:654-56).
In cognitive science such open concepts are sometimes called cluster concepts or cluster
categories. Cluster concepts, such as the concepts game and language, both discussed by
Wittgenstein, have certain interesting characteristics. In discussing language Wittgenstein remarks,
“I am saying that these phenomena have no one thing in common which makes us use the same
word for all, – but that they are related to one another in many different ways. And it is because of
this relationship, or these relationships, that we call them all ‘language’” (1953: section 65, original
emphasis). Wittgenstein indicates that a cluster concept such as game or language is comprised of
“a complicated network of similarities overlapping and criss-crossing: sometimes overall similarities,
sometimes similarities of detail. . . . I can think of no better expression to characterize these
similarities than ‘family ressemblances’” (section 66-67). Wittgenstein also uses the metaphor of a
thread to characterize such concepts: “we extend our concept . . . as in spinning a thread we twist
fibre on fibre. And the strength of the thread does not reside in the fact that some one fibre runs
through its whole length, but in the overlapping of many fibres” (section 67).
In order to project research trajectories in translation studies, it is necessary therefore to come
to grips with the implications of the openness of the concept translation for the nature of research
in the field and for the structure of the field as a whole. Because translation as a concept is open,
for example, by implication translation studies itself is an open field and will remain so. There is a
paradox here that suggests that research in the field is different from that envisioned in most fields:
the definitional impulse in translation research must not aim at total closure, for if the concept of
translation is open or fuzzy, then the findings of most research will have open aspects (or,
conversely, narrow limits of applicability) and the field as a whole cannot ever achieve a fully
circumscribed nature.
It follows that when I talk here about defining translation, I am talking about understanding
the various features or aspects of translation processes that enter into many but not necessarily all
translation products or all translation processes. The goal can only be an open definition, one that
helps in understanding the nature of many translation processes and products, even if not all
translation processes and products share a common core of specific features. The definitional
impulse in translation research aims at indicating the extension of the concept translation, mapping
some borders or boundaries or limits for the inquiry about translation, even if these borders do not
form a closed figure.
A highpoint in the development of this definitional strand of research in translation studies
was Gideon Toury’s definition of translation as “any target language text which is presented or
regarded as such within the target system itself, on whatever grounds” (Toury 1982: 27; cf. Toury
1980: 14, 37, 43-45). This definition is congruent with the notion of translation as a cluster concept,
and it is important in part because it allows for cultural self-definition and self-representation in the
field, elements that are central to the internationalization of the field of translation studies,
discussed below. Toury’s definition is also important because he offers an a posteriori approach to
the problem of defining translation, which suits the pragmatic nature of cluster concepts like
translation and, hence, points to the necessity of descriptive translation studies.
In the sense of defining translation I am discussing here, however, Toury’s definition is not
fully satisfying. We would like to know more about the nature of the concept of translation and to
be able to say more about its (permeable) boundaries. We might like to know more, for example,
about the range of translational phenomena, the sorts of things that enter into decisions by various
cultures to identify certain phenomena as translations and reject others as not translations, the types
of correlations there are between these identifications and other cultural processes and products,
the correlations there are between such determinations and social conditions, and the like. Future
research in translation studies inevitably will turn to such questions and others of the same type.
Toury, Gideon (1998): "The gap I am referring to [cómo acotar un corpus de estudio a
partir de una definición aceptable de qué era traducción y qué no lo era] was between the
notion of translation as it had come to be used by the beginning of the 1970s and the
principles of establishing a corpus for a descriptive-explanatory study such as the one I had
in mind. The main problem was how to draw a justifiable, non-arbitrary line between that
which would be included in the corpus because it pertains to translation as conceived of by
the culture in question, and that which would be left outside of it because it does not. The
necessary demarcation could simply not be worked out on the basis of any of the
conceptualisations I was able to lay my hands on, and for quite a while I became a fervent
collector of definitions of translation, in the wild hope of hitting upon the ultimate one.
I soon realised that my difficulties stemmed from the very nature of the
essentialistic definition, imposing as it does a deductive mode of reasoning,
rather than the formulation of any single definition. Even the most flexible of
these definitions, as long as it still purported to list the necessary and sufficient
conditions for an entity to be regarded as translational, proved to be unworkable. It
then dawned on me that, in the very attempt to define translation, there was an
untenable pretence of fixing once and for all the boundaries of a category which is
characterised precisely by its variability: difference across cultures, variation within
a culture and change over time. Not only was the field of study thus offered
considerably shrunk, in comparison with what cultures had been and were still willing to
accept as translational, but research limited to such pre-defined boundaries could not help
but breed a circular kind of reasoning: to the extent that the definition is taken seriously,
whatever is tackled – selected for study because it is known to fall within its domain - is
bound to reaffirm it; and if, for one reason or another, it is then found to be at odds with
the initial definition, it will have to be banished from the corpus. In extreme cases, when
actual behaviour is in little congruence with the definition, there would remain hardly
anything to study as translations, which is inconsistent with presystematic intuitions based
on our acquaintance with the history of translation.
Pregunta: ¿Qué desventajas tienen según Toury las definiciones tradicionales?
Prevost (1760), cit en: Vega Cernuda (1994: 183): “No he modificado nada que pertenezca
a las intenciones del autor ni he cambiado mucho la manera cómo pone esas sus
intenciones en palabras y sin embargo, he conferido a su obra una nueva cara al eliminar las
excursiones insulsas, las descripciones excesivas, las conversaciones inútiles y las
reflexiones fuera de lugar. […] He eliminado costumbres inglesas sorprendentes donde
podían resultar chocantes a otras naciones o las he adaptado a las costumbres que reinan en
el resto de Europa. Me pareció que esos restos de viejas y toscas maneras británicas que
por ser habituales pasan desapercibidas a los insulares, deshonrarían un libro en el cual las
maneras deberían ser nobles y virtuosas. Para darle al lector una idea exacta de mi trabajo,
permítame decirle en definitiva que los siete volúmenes de la edición inglesa, que en la mía
propia se habría convertido en catorce, se ven reducidos a cuatro.
Pregunta: Teniendo en cuenta que el propio Prevost afirma que su traducción es
mucho más breve que el original, ¿cómo es posible que afirme que no ha
modificado en nada la intención del autor? ¿Qué nos dice este fragmento sobre la
fiabilidad de las autodescripciones de los traductores?
DEFINICIONES ANTIGUAS
1) El famoso teórico británico Tytler (1791:15) decía que: “I would therefore describe a
good translation to be, that, in which the merit of the original work is so completely
transfused into another language, as to be as distinctly apprehended, and as strongly felt by
a native of the country to which that language belongs, as it is by those who speak the
language of the original work.”
2) Fedorov (1953): “To translate means to precisely and completely express by means of
one language the things that have been expressed earlier by the means of another
language.”
3) Catford (1965:20), por su parte, insiste en la identidad textual entre ambos mensajes:
“Translation may be defined as follows: the replacement of textual material in one language
(SL) by equivalent textual material in another language (TL).” El problema, claro, tal como
el propio Catford indica en otro momento, consiste en: “the central problem of translation
practice is finding TL translation equivalents”, con lo que la rueda continúa girando sin una
solución clara.
4) Nida, en compañía de Taber (1969:12), insiste en la idea de reproducción y equivalencia
dinámica, aunque reconoce los problemas de su definición al decir que: “Translating
consists in reproducing in the receptor language the closest natural equivalent of the
source-language message, first in terms of meaning and secondly in terms of style. But this
relatively simple statement requires careful evaluation of several seemingly contradictory
elements.”
5) Newmark (1981:7), por su parte, insiste en la idea de identidad, aunque añade
cautelosamente la idea de “intento” (y por tanto la de imposibilidad) y la de pérdida al
afirmar que: “Translation is a craft consisting of the attempt to replace a written message
and/or statement in one language by the same message and/or statement in another
language. Each exercise involves some kind of loss of meaning due to a number of
factors.”
6) García Yebra (1982:30), uno de los teóricos españoles más reconocidos, insiste en la idea
de identidad al decir que: “Traducir es enunciar en otra lengua lo que ha sido enunciado en
una lengua fuente, conservando las equivalencias semánticas y estilísticas.”
Pregunta: ¿Qué tienen en común todas estas definiciones?
DEFINICIONES MODERNAS
1) Reiss y Vermeer (1984:65) ya plantean algo netamente distinto, especialmente interesante por la
idea de apertura y de ilusión de identidad: “Un texto f de la lengua y cultura F puede considerarse
como una traslación de un texto o de la lengua y cultura O (para F no igual a O), si y en la medida
en que se puede demostrar que es una oferta informativa sobre la correspondiente oferta
informativa en O y que, a su vez, simula ser una oferta informativa de partida en F."
2) Hatim y Mason (1997:1, 2): [la traducción es] "an act of communication which attempts to
relay, across cultural and linguistic boundaries, another act of communication (which may
have been intended for different purposes and different readers/hearers). [... 2] The
translator is, of course, both a receiver and a producer. We would like to regard him or her
as a special category of communicator, one whose act of communication is conditioned by
another, previous act and whose reception of that previous act is intensive. It is intensive
because, unlike other text receivers [...] translators interact closely with their source text"
3) Pregunta: ¿En qué se diferencian estas definiciones de las anteriores?
Referencias bibliográficas citadas en esta unidad
Broeck, Raymond van den. (1989) “Literary Conventions and Translated Literature.” En: Haen,
Theo D'; Rainer Grübel & Helmut Lethen (eds.) 1989. Convention and Innovation in Literature.
Amsterdam: John Benjamins, pp. 57-75. Disponible en la BUA.
Catford, John Cunnison. (1965) A Linguistic Theory of Translation: An Essay in Applied Linguistics.
London: Oxford University Press. Disponible en la BUA.
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traducción. Madrid: Cátedra, p. 77. También en: Lafarga Maduell, Francisco (ed.) 1996. El discurso
sobre la traducción en la historia (antología bilingüe). Barcelona: EUB. pp. 32-45. También, en versión
bilingúe latín-español, traducción de José Ignacio García Armendáriz, en: “De optimo genere
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la traducción: Antología de textos. Cuenca: Universidad de Castilla la Mancha, pp. 27-31.
Disponibles en la BUA.
Delabastita, Dirk. (1990) “Translation and the Mass Media.” En: Bassnett-McGuire, Susan & André
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Fedorov, Andrei Venediktovich. (1953) Vvedenie v teoriyu perevoda [An introduction to the theory of
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