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Marcela Ternavasio Capitulo 2 Resumen

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Capitulo 2 – Marcela Ternavacio

Una monarquía sin monarca

En 1808, los ejércitos franceses al mando de Napoleón Bonaparte invadieron España, quedó
acéfala y fue ocupada por José Bonaparte, al mismo tiempo qué se Iniciaba una guerra de
independencia ,tuvo lugar un movimiento juntista que, en nombre del rey “cautivo’ reasumió la
tutela de la soberanía. La crisis de la monarquía repercutió Inmediatamente en sus posesiones
americanas. A partir de ese momento se redefinieron las alianzas internacionales y se abrieron
diversas alternativas para las colonias hispánicas. En el Virreinato del Río de la Plata, estas
vicisitudes 3e sumaron a la conflictiva situación que habían dejado las invasiones inglesas, lo que
agravó las disputas entre los diferentes cuerpos y autoridades coloniales.

Las consecuencias de un trono vacío

Napoleón ocupa la Península Ibérica

A comienzos de 1808. Tanto las autoridades virreinales como la población porteña en general
vieron agudizados sus temores frente a la posibilidad de una nueva invasión británica,
especialmente luego de recibir noticias acerca de la presencia de la corte portuguesa en Brasil bajo
la protección de Inglaterra. Napoleón Bonaparte había conquistado Lisboa con el apoyo de España,
y el rey Juan VI de Portugal, con todo su séquito, huyó hada sus colonias en Río de Janeiro, esto
despertó en Buenos Aires una inmediata inquietud. En un acuerdo del Cabildo de Buenos Aires del
15 de marzo de 1808. Los regidores se hacían eco de una noticia difundida “en el pueblo", según la
cual los portugueses aliados a los ingleses tenían proyectado invadir una vez más la capital
virreinal.

La expansión napoleónica en Europa encontraba una barrera aparentemente infranqueable: el


dominio marítimo inglés. España había sostenido su; tradicional alianza con Francia. Para
Napoleón, la única manera de avanzar sobre Gran Bretaña era ocupar Portugal, restándole así a la
potencia que dominaba los mares su anclaje más seguro en el continente europeo: por eso avanzó
sobre España con el pretexto de ocupar Portugal.

El rey Carlos IV y corte permanecen en España El reinado De Carlos IV se encontraba


desprestigiado, sobre todo por la mala reputación de su ministro favorito, Godoy, en marzo de
1808 se produjo

el Motín de Aranjuez, en el que se destituyó a Godoy y Carlos IV abdicó a favor de su hijo Fernando
,el emperador reunió en Bayona a la familia real. Allí tuvieron lugar los acontecimientos conocidos
como los "sucesos de Bayona’; y se sucedieron tres abdicaciones, casi simultáneas: la de
Fernando, que devolvió la Corona a su padre, la de Carlos IV a favor de Napoleón y la de éste a
favor José Bonaparte.

Fernando VII permaneció en Bayona, custodiado por las fuerzas napoleónicas.

Con los sucesos de Bayona conmovieron bases mismas del imperio. En principio de unidad del
territorio bajo dominio español residía en la autoridad del rey. Con el legítimo monarca cautivo en
manos de Napoleón, restaban dos opciones: o se juraba fidelidad al nuevo rey francés o se
desconocía su autoridad. De hecho, muchas autoridades de la Península y parte de la opinión
pública española optaron por la primera alternativa. La rápida ocupación francesa no hubiese. sido
posible sin la complicidad y apoyo de muchos españoles afrancesados.' Pero en muchas otras sus
pobladores se resistieron a aceptar al nuevo monarca. La España insurgente inicia una guerra de
independencia y encuentra en Inglaterra un aliado. Ahora bien, ¿en quién o en quiénes residirían
ahora el gobierno y, por lo tanto, el comando de una guerra contra el extranjero, si la cabeza
legítima de todo ese imperio, el rey, estaba cautivo? El rey no estaba muerto ni carecía de
descendencia, La forma de resolver provisoriamente fue constituir juntas de vecinos en las
ciudades no ocupadas por el invasor para que, en nombre de la tutela de la soberanía del rey
Fernando VII, asumieran atribuciones y funciones. Los principales propósitos de estas juntas
locales eran expulsar a los ocupantes ilegítimos y restaurar al monarca Borbón en el trono. 

Una pluralidad de juntas

La formación de las juntas en España estuvo precedida, en la mayoría de los casos, por
movimientos populares de rechazo contra el invasor francés y de protesta por la situación de
crisis. Se formaron dieciocho juntas supremas provinciales, todas de manera espontánea, algunas
por elección de los vecinos más notables y otras en asambleas tumultuosas. Su composición fue
muy heterogénea y el número de vocales, muy variado. En ellas participaron, en mayor o menor
medida, según la región y la coyuntura, autoridades provinciales o regidores locales, militares de
diversa graduación, eclesiásticos, burgueses y miembros de las principales corporaciones. La Junta
de Sevilla se instituyó como Junta Suprema de España e Indias en mayo de 1808 y se adjudicó
numerosas prerrogativas, hasta la formación de la Junta Central en Aranjuez, con | treinta y cinco
miembros. Estas juntas locales carecían de un organismo capaz de centralizar ciertas decisiones,
en especial las referidas al comando de la guerra contra Francia. Por esta razón, en septiembre de
1808 se formó la Junta Central Gubernativa del Reino, formada por representantes de las juntas
de ciudades. Ésta debió lidiar con la resistencia de muchas juntas locales, renuentes a delegar
parte del poder sin recursos económicos suficientes para solventar la guerra y sin una base segura
de legitimidad para ejercer el gobierno. Sus miembros se vieron jaqueados por innumerables
dificultades; entre ellas, la primordial: cómo manejarse frente a los territorios americanos
dependiente» de España.

La crisis de la monarquía se traslada a América

Mientras en España se desmoronaba con la abolición de cuerpos fundamentales del reino como el
Consejo de Castilla. las capitanías o las audiencias, en América el sistema institucional permaneció,
en principio, intacto. Ningún virrey ni audiencia americana reconoció a la nueva dinastía de origen
francés.

La formación de juntas en la Península tuvo su réplica en América, en América, hubo regiones que
reaccionaron de manera más inmediata que otras, y en todas se expresó una profunda fidelidad al
monarca cautivo. México fue la ciudad que exhibió la primera reacción frente a la novedad de las
abdicaciones. Si bien el intento de convocar a una junta de ciudades, liderado por el ayuntamiento
de México y apoyado por el virrey Iturrigaray, fue reprimido por la Audiencia y el Consulado, los
hechos allí ocurridos en el verano de 1808 fueron acordes a la idiosincrasia de la Nueva España. En
primer lugar, por haber respondido muy rápidamente desde el punto de vista jurídico al declarar
ilegales las abdicaciones; en segundo lugar, porque la propuesta de crear allí una junta de
ciudades da cuenta de la reacción de un auténtico reino, que apeló inmediatamente a sus cuerpos
constitutivos; en tercer lugar, porque el Ayuntamiento de México se movió como verdadera
cabeza de ese reino, reivindicando su papel de capital, en sintonía con la tradición jurídico-política
hispana.

los primeros movimientos juntistas en Sudamérica _ fueron los de Montevideo, en septiembre de


1808, y el abortado movimiento de Buenos Aires, el 1de enero de 1809. En ambos casos, las juntas
no reivindicaron el depósito y autotutela de la soberanía, sino que se declararon subalternas de la
Junta de Sevilla, en el primer caso, y de la Junta Central, en el segundo. Entre tanto, en Caracas
-capital de la Capitanía General de Venezuela se intentó crear una junta por parte de un grupo de
distinguidos personajes de la ciudad - reivindicó el derecho a ejercer la autoridad suprema en esa
ciudad, si bien “con subordinación a la Soberana del estado”, en referencia a la Junta Central
recién constituida. Este intento se vio rápidamente frustrado por las general. de Venezuela y el
ayuntamiento capitalino habían promovido la formación de una junta, sin obtener el apoyo de la
Audiencia, que recomendó el reconocimiento de la junta de Sevilla.

los reclamos de autonomía de algunas de las juntas sudamericanas formadas entre 1808 y 1809 se
referían más a su dependencia virreinal que a las autoridades sustituías del rey en la Península o se
inscribían en el zócalo de descontentos generados por las reformas borbónicas, como podía ser el
caso de Quito -perteneciente al Virreinato de Nueva Granada, cuya capital era Santa Fe de
Bogotá-, donde la Junta conservaba la fidelidad a Fernando VII, pero lanzaba una fuerte diatriba
contra los peninsulares, que tenían “todos los empleos en sus manos” y “habían siempre mirado
con desprecio a los americanos”. estas juntas surgieron en ciudades con distintas jerarquías
territoriales: tanto en cabezas de gobernación militar (Montevideo), como en cabezas de
intendencia .(La Paz) y cabezas de audiencia (Charcas y Quito).

a los intentos frustrados de Caracas y Buenos Aires se sumó la solicitud de los miembros del
Cabildo de Santa Fe de Bogotá de crear una junta presidida por el Virrey de Nueva Granada,
aunque subordinada a la Junta Central, en el Virreinato del Perú, no sólo no se registró reacción
autonomista alguna, sino que el virrey Abascal, además de patrocinar una enfática y eficaz
propaganda anti napoleónica, se comportó como una suerte de “súper virrey" de toda la América
del Sur, cuando en ocasión de los movimientos juntistas de Charcas y La Paz en el Sur, y de

Quito en el Norte, abandonó su estrategia militar defensiva para adoptar la iniciativa de una
ofensiva militar, pues consideró que los virreyes de Nueva Granada y Río de la Plata- estaban
incapacitados para actuar en la pacificación de estas provincias.

América, “parte esencial e integrante de la monarquía española”

La Junta Central gubernativa de la Península advirtió con rapidez el riesgo potencial que implicaba
no integrar en su seno la representación de los territorios americanos, el hecho de que pudieran
reclamar los mismos derechos que las juntas peninsulares era algo que no tolerarían. Si aquella
Junta pretendía representar a todos los reinos y ser el organismo legítimo que reemplazaba
provisionalmente al rey, debía pergeñar un sistema que pudiera también incluir a América y en
enero de 1809 decretó que los territorios americanos ya no eran “colonias” sino “parte esencial e
integrante de la monarquía española” y que, en tal calidad, debían elegir representantes a la Junta
Central.

La Real Orden de enero de 1809 despertó distintas reacciones en América: desde el descontento o
la indiferencia hasta la exhibición de un entusiasmo sin retáceos. En algunos casos, el descontento
canalizaba demandas pendientes. En Perú, por ejemplo, en las instrucciones otorgadas al diputado
electo, se proponía una reforma general del virreinato y se cuestionaban muchas de las reformas
borbónicas aplicadas. En otros casos, se solicitó la ampliación de la participación electoral a todos
los cabildos -y no solamente a los de las capitales que estaban habilitados- o se cuestionó la
desigualdad representativa otorgada a América,

Si bien las elecciones de diputados americanos comenzaron a realizarse en 1809, debido a la


lentitud en las comunicaciones y a lo complicado del sistema electoral estipulado por la Junta-
llevó a que ningún diputado americano pudiera integrarse a ella. Finalmente cuando un grupo se
dispone a viajar para asumir su puesto ,La Junta, trasladada de Sevilla a Cádiz, se autodisolvió y
decidió nombrar un Consejo de Regencia de sólo cinco miembros.

Ahora bien, aunque durante los casi dos años transcurridos entre 1808 y 1810 una ola de lealtad
dinástica mantuvo la obediencia a la Junta Central en toda América, las alternativas que puso en
juego la crisis de la monarquía abrieron, al menos de manera potencial, diferentes opciones para
las colonias americanas. En primer lugar, se podía aceptar el dominio de losé Bonaparte, como
había ocurrido en parte de la Península. Una segunda opción era jurar obediencia a las
autoridades provisionales creadas en España, encamadas primero por la Junta Central y luego por
el Consejo de Regencia. La tercera era establecer juntas locales que, siguiendo el ejemplo
metropolitano, gobernaran transitoriamente en nombre del rey cautivo. Una cuarta alternativa
estaba asociada con la crisis que vivía simultáneamente Portugal ,la esposa del rey de Portugal, la
infanta Carlota Joaquina, hermana de Femando VII de Borbón ,reclamó derechos sobre los
territorios americanos en función de su linaje: puesto que el rey de España se hallaba cautivo y
ninguno de los descendientes masculinos estaba en condiciones de asumir el trono, otra
posibilidad era que, en ocasión de la crisis, los grupos criollos buscaran negociar con la metrópoli
mecanismos de integración a la monarquía que dieran a los pueblos americanos un mayor margen
de autonomía y autogobierno y atenuaran de este modo los efectos más perniciosos de las
reformas borbónicas aplicadas desde fines del siglo XVIII Finalmente, existía una última
alternativa: separarse totalmente de España declarando la independen ría La última opción fue la
que contó con menos adhesiones en los primeros años de la crisis.

El Río de la Plata frente a la crisis monárquica ¿A qué rey jurar fidelidad?

A fines de julio de 1808, llegó a Buenos Aires la Real Cédula en la que se ordenaba reconocer como
rey de España a Fernando VII, Así, pues, la ceremonia de juramento al rey Femando VII estaba
prevista para el 12 de agosto, pero el Virrey ordenó suspenderla, en acuerdo unánime con la
Audiencia y el Cabildo, luego de tomar conocimiento de las abdicaciones en bayona.

A su vez, el 13 de agosto arribó al Río de la Plata el marqués de Sassenay, enviado de Napoleón


Bonaparte. El objetivo de su misión era dar a conocer el estado de España y el cambio de dinastía,
liniers recibió a Sassenay junto al Cabildo y la Audiencia; allí examinaron los papeles en los que se
daba cuenta de las abdicaciones, la elección del rey José Bonaparte y la convocatoria a un
congreso en Bayona. Para mayor confusión, muchos de esos papeles estaban avalados con la firma
de autoridades españolas.

El rumor de la presencia de Sassenay en Buenos Aires despertó todo tipo de infidencias. Para
aquietar los ánimos, el 15 de agosto el Virrey lanzó una proclama a los habitantes de Buenos Aires
en la que se manifestaban las cavilaciones del momento. Las expresiones allí vertidas estaban lejos
de condenar a Napoleón, aunque se ratificaba la fidelidad del pueblo de Buenos Aires a su legítimo
soberano. Si bien se presume que la proclama fue redactada por uno de los oidores y contó con el
acuerdo de la Audiencia y del Cabildo, fue utilizada luego por los adversarios de Liniers para
argumentar su postura indecisa respecto de Napoleón.

En ese clima, el 21 de agosto, se procedió a celebrar el juramento de fidelidad al rey Fernando VII,
y recién el 2 de septiembre se publicó por bando en Buenos Aires la declaración de guerra a
Francia y la firma de un armisticio de paz con Inglaterra. El anuncio del cambio de alianzas no
tranquilizó a nadie en el Río de la Plata. La inquietud y la desconfianza que exhibía el rincón más
austral del imperio hacia Inglaterra y Portugal eran sin dudas comprensibles y se expresaban en el
temor de que cualquiera de las dos potencias estimulara una independencia bajo su protectorado.
La experiencia de las invasiones inglesas y los reclamos de Joaquina alimentaba ese temor. La
Infanta buscó adhesiones tanto entre las autoridades coloniales . Lo cierto es que sus tratativas,
además de despertar gran temor y desconfianza entre las autoridades por la amenaza que
representaban Portugal e Inglaterra, desataron sospechas sobre los vínculos de la princesa con
personajes locales, a los que se comenzó a imputar una vocación revolucionaria y republicana. 

La desobediencia de Montevideo

Las noticias de estos vertiginosos cambios y secretas trata ti vas llegaron a la capital virreinal en
medio de las disputas de poder antes descriptas. Liniers se encontraba cada vez más enfrentado al
Cabildo de Buenos Aires entre otras rivalidades- ambos intentaban tener el control sobre las
milicias. Lo peculiar del caso rioplatense era la superposición de dos crisis de autoridad: a la crisis
local desencadenada por las invasiones inglesas se sumaba ahora la que se desataba en la
Península por el trono vacante, Liniers fue sin duda una víctima de las opciones que se abrían. En
primer lugar, porque los contactos iniciados por la infanta Carlota llevaron a que el Cabildo lo
acusara de connivencia con portugueses e ingleses en pos de declarar la independencia respecto
de la metrópoli española. En segundo lugar porque, su condición de francés de nacimiento
arrojaba sobre Liniers un manto de sospecha de connivencia con las fuerzas napoleónicas que
ocupaban la Península. el argumento fue utilizado por sus enemigos locales, especialmente
después de la llegada a Buenos Aires del marqués de Sassenay.

El personaje que con mayor ahínco acusó de pro francés a Liniers fue el gobernador de
Montevideo. Luego de la evacuación de los ingleses de la Banda Oriental, el Virrey había
nombrado como gobernador interino de aquella plaza a Francisco Tavier de Elío. Un personaje de
“genio fogoso y precipitado” y proclive a la “arbitrariedad, despótico manejo” y “ambición de
gloria”. desde su nombramiento, Liniers intentó frenar algunos excesos de autoridad exhibidos por
Elío, éste manifestó siempre cierta insubordinación respecto de la autoridad virreinal. En el marco
de la visita de sassenay .en septiembre de 1808, Elío acusó a Liniers de conducta “sospechosa” e
“infidencia” a través de un pliego firmado por el propio gobernador y cuatro miembros del Cabildo
de Montevideo, v dirigido a la Audiencia y Cabildo de Buenos Aires ,los firmantes solicitaban que
Liniers fuera separado del mando. El Virrey reaccionó enviando al capitán de navío, Juan Ángel
Michelena, para relevar del cargo a Elío, este se resiste a la orden y permanece en el cargo

En ese clima, Montevideo , resolvió “establecer una junta subalterna de la de Sevilla a imitación de
las de España”. De esta manera, la Banda Oriental lograba lo que en el marco de la legalidad
colonial no habría sido posible: la autonomía absoluta respecto de Buenos Aires. no existía en
dicha junta un reclamo de derecho al autogobierno frente a las autoridades sustitutas del rey en la
metrópoli —por el contrario, buscaba reforzar ese lazo, que en ese momento era con la Junta de
Sevilla-, sino un reclamo de autonomía respecto -o en contra- de su antigua rival Buenos Aires.

la formación de juntas provocó el inmediato rechazo por parte de las autoridades coloniales ,Los
oidores, argumentaron que el establecimiento de la Junta de Montevideo era opuesto a las leyes
porque, a diferencia de las juntas peninsulares, formadas para resistir la ocupación de las tropas
francesas, en América no había ejército invasor El alto tribunal calificó el procedimiento de Elío
como revolucionario. Liniers y la Audiencia exigieron a Elío la disolución de la Junta, pero éste
argumentó que era imposible debido a la resistencia del “pueblo”. Se intentó resolver la situación
evitando el uso de la fuerza, a la espera del nuevo gobernador propietario designado en la
Península. las muestras de absoluta lealtad hacia el rey Femando VII y hacia la Junta Central no
alcanzaron para desalentar las sospechas cruzadas sobré Liniers.

El frustrado Intento juntista del Cabildo de Buenos Aires

1 de enero de 1809, en ocasión de las elecciones capitulares, cuando el Cabildo de Buenos Aires
-liderado por su alcalde de primer voto, Martín de Alzaga- intentó formar una junta similar a la de
Montevideo. Durante esa jornada, la Plaza Mayor se convirtió en una especie de inminente campo
de batalla. Las fuerzas milicianas con que contaba el Cabildo no alcanzaban. según los informes, a
más de trescientos o cuatrocientos hombres, mientras que el Virrey contaba con el apoyo de la
mayor parte de las tropas. En ese clima de agitación, y pese a que Liniers confirmó las elecciones
capitulares, el Ayuntamiento convocó a un cabildo abierto en que se resolvió constituir una junta
bajo el lema "¡Viva el rey Fernando VII, la Patria y la Junta Suprema! Esto no se manifestó contra la
autoridad de España sino contra el Virrey.

Liniers se reunió con los oidores y propuso dimitir de su cargo, pero éstos advirtieron que, si
renunciaba, se sucedería luego el golpe a las demás autoridades. La presencia de varios batallones
ocupando la Plaza Mayor -entre ellos, el de Patricios, cuyo comandante era Cornelio Saavedra-
alcanzó para poner en evidencia el fracaso del movimiento liderado por Alzaga. El conflicto
culminó con la inmediata detención, destierro y procesamiento de los responsables del motín,
Liniers ordenó bajar el badajo de la campana del cabildo y llevarlo al Fuerte. Con este gesto se le
sustraía al Ayuntar miento el instrumento utilizado para convocar al pueblo

Liniers recibió la Real Orden del 22 de enero de 1809 de la Junta Central, en la que se invitaba al
Virreinato a elegir un diputado que lo representara en su seno. Envió entonces a los cabildos
capitales de oficio del Virrey fue girado directamente a los cabildos cabeceras, en algunos cabildos
surgieron dudas o dificultades vinculadas básicamente con los requisitos de los candidatos y con
las ciudades que gozaban del privilegio de elección. Elevados los casos a la Junta Central, ésta
respondió con una orden que modificaba en parte la anterior al disponer que todos los cabildos,
pertenecieran o no a ciudades cabeceras, debían intervenir en la elección. Para el momento en
que se disolvía la Junta Central, ya habían sido electos representantes por Córdoba, La Rioja, Salta,
San Juan, San Luis, Mendoza, Potosí, Cochabamba, Mizque, Corrientes, Asunción, Montevideo»
Santa Fe y La Plata. \

En algunas jurisdicciones, como fue el caso de Córdoba, la aplicación de la Real Orden desató
numerosos conflictos entre algunos grupos de la elite previamente enfrentados, además de
disputas jurisdiccionales con el gobernador intendente. Estas retrasaron notablemente el trámite
de la elección del tema y el sorteo, anulándose lo actuado en varias oportunidades y elevando
consultas al Virrey y a la Junta Central. En Buenos Aires, en cambio, la elección no se verificó, en
gran parte por el contexto conflictivo en que se encontraba la dudad al momento de recibir la
orden de la Junta Central. Si bien el movimiento del 1“ de enero había sido sofocado, las
relaciones entre el Virrey y el Cabildo capitalino no habían mejorado desde entonces, y no habrían
de hacerlo hasta el final del mandato de Liniers.

El último virrey Vigilar y castigar

El 11 de febrero de 1809, la Junta Central gubernativa designó a Baltasar Hidalgo de Cisneros


como virrey propietario del Río de la Plata. Se trataba del primer virrey cuyo nombramiento no
emanaba directo- mente de la autoridad real, Sus instrucciones eran pacificar las discordias que
habían asolado a la capital del Virreinato y, a la vez, vigilar y castigar cualquier tipo de sedición o
plan revolucionario.

Cisneros arribó a la Banda Oriental en julio de 1809, pero recién en agosto fue reconocido como
nuevo virrey del Río de la Plata. De hecho, los regimientos de milicias expresaron ciertas
resistencias y los comandantes de tropas celebraron previamente varias reuniones e impusieron
algunos condicionamientos a Cisneros. Entre ellos, cabe destacar la exigencia de no innovar el
“método de gobierno” de Liniers, no cumplir con la orden de que este último regresara a España y
no tocar la estructura de las milicias.

Cisneros intentó timonear la situación. Una de sus primeras medidas fue pacificar los ánimos
suspendiendo el juicio iniciados a los amotinados del l de enero de 1809 y restituyendo las armas y
banderas a los batallones disueltos de vizcaínos, catalanes y gallegos y creó un comité de vigilancia
contra “propagandas y manejos subversivos". La reciente formación de juntas en el extremo norte
del Virreinato había acrecentado el clima conspirativo. Su creación -en Chuquisaca y La Paz en
mayo y julio de 1809 .Los alto peruanos vieron en las abdicaciones de Bayona una ocasión para
reafirmar autonomías regionales y locales y adquirir así una centralidad gubernamental que les
permitiera resolver lo que llamaron una “inmerecida dependencia” del Virreinato del Río de la
Plata. Ambas juntas invocaron. además, el argumento de que se oponían no sólo a la ocupación
francesa de la Península -, sino también a la potencial injerencia del carlotismo y acusó al virrey
Liniers -todavía en funciones- de actuar en connivencia con esa alternativa En mayo, el alto
tribunal depuso a su presidente, formó una junta que asumió todos los poderes en nombre del rey
Fernando VII, desconoció la autoridad del Virrey y envió delegados a varias ciudades de su
dependencia para buscar apoyo. Esta Junta, al igual que la de Montevideo, se declaró autónoma
respecto de Buenos Aires, pero no reconoció oficialmente a la Junta de Sevilla -por considerarla
sospechosa de alentar el intervencionismo portugués en América-. La Audiencia asumió, pues, el
depósito de la soberanía, producto en gran parte de sus sueños virreinales, con independencia
tanto de Lima como de Buenos Aires.

la Junta Tuitiva de La Paz, surgida de un cabildo abierto, expresó también la demanda de


autogobierno, que vinculaba al reclamo de dejar dé' subsidiar económicamente al Virreinato del
Río de la Plata. Fue sin dudas la negativa a seguir enviando más numerario a Buenos Aires la que
colaboró para que el nuevo virrey Cisneros destinara tropas a cooperar en el sofocamiento de este
movimiento. La interrupción del flujo de metálico enviado desde el Alto Perú hacia la capital,
principal recurso fiscal del Virreinato, obligó a Cisneros a autorizar el comercio con los ingleses.

¿La Península perdida?

En ese contexto tan cambiante, el intento de controlar y vigilar a las poblaciones de las colonias no
obedecía sólo al temor de una potencial rebelión contra el orden colonial, sino también a la
certeza de que la libre circulación de noticias sobre los hechos que ocurrían en la Península podía
ser muy perturbadora ,si bien Cisneros procuró evitar que se propagara la noticia acerca del
avance francés sobre Andalucía y la disolución de la Junta Central, sus esfuerzos fueron inútiles. La
novedad, provocó una nueva crisis, impulsada ahora por la fuerte sensación de que la Península
se perdía en manos francesas. Los pasos a seguir se discutieron en distintas reuniones a las que
asistieron entre ellos Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Berutti. En
permanente comunicación con el jefe del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra, este grupo
decidió entrevistarse con Cisneros para presionarlo a convocar a un cabido abierto. A pesar de la
negativa del Virrey la presión ejercida por los jefes de las milicias terminó de convencerlo . A dos
años de un trono vacante y a cuatro de vivir en un clima de crisis de autoridad permanente,
algunos activos pobladores de Buenos Aires consideraron impostergable la deliberación a nivel
local. Así lo hicieron en el cabildo abierto realizado el 22 de mayo de 1810.

A partir de esa fecha, Buenos Aires comenzó a protagonizar hechos que cambiarían la vida toda de
los habitantes del Virreinato. Las autoridades residentes en Buenos Aires estaban más
preocupadas por sus disputas internas que por gobernar el amplísimo territorio que tenían bajo su
tutela. Un hecho por cierto comprensible si se tiene en cuenta que el Virreinato sólo tenía tres
décadas de existencia, y que su creación había unido jurisdicciones muy diversas, acostumbradas a
manejarse con gran autonomía, tanto respecto de su antigua sede virreinal en Lima como de la
misma metrópoli. Buenos Aires pudo descubrir la verdadera naturaleza de su condición de capital
después de mayo de 1810, cuando encabezó el proceso revolucionario y se lanzó a la conquista de
sus jurisdicciones dependientes para encontrar en ellas un apoyo que nunca antes había
demandado en medio de la crisis iniciada en 1806.

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