God">
Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

¿Qué Te Detiene? (Francisco Ibañez)

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5

“Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él

venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente
y sin impedimento.” (Hechos 28:30-31)
Estas palabras conforman la última información que poseemos del apóstol Pablo, un hombre
sin comparación con una claridad muy notoria del plan de salvación de Dios. Mientras
muchos creyentes judíos estaban tratando de entender quién fue Jesús y cuál era realmente la
obra que vino a llevar a cabo, Pablo poseía un entendimiento pleno de “misterio de los
gentiles”. Luego de anunciar por viajes y cartas de los misterios del Reino de los Cielos,
acaba sus días en Roma, su último paradero. La historia recoge la información que allí es
ejecutado, dando por concluida su tarea en este mundo.
Las últimas palabras de esos versículos encierran más historia de la que jamás podríamos
abarcar. El hecho de que Pablo esté predicando “abiertamente y sin impedimento” no es algo
para dar por sentado en consideración de todas las luchas, desafíos, enemistades, peligros y
desventuras que debió atravesar. Pero todo ello condujo el camino del apóstol a poder
predicar de esta manera. Vemos en este siervo del Señor a una persona con una
determinación inquebrantable al seguir en la misión que se le había encomendado sin perder
por un instante su galardón ni el propósito de su llamado.
El llamamiento y el que llama
Cuando hablamos del llamamiento hablamos, por supuesto, de alguien que llama. Pero, ¿de
qué llamamiento estamos hablando? La Biblia da ejemplos contundentes de personas que
han hablado con el Señor cara a cara, recibiendo directivas precisas acerca de una misión que
debían llevar a cabo. A Dios no le falta poder, sin duda, para hacer lo que Él quiera, tal como
en la Creación y todas las obras que podemos ver y gran parte que no. Sin embargo, Él
mismo ha decidido efectuar un plan de redención que incluya a los mismos seres humanos,
dotándoles de una misión, de un objetivo, de poder y de confianza.
El primer llamamiento que Dios hace es a la restauración de Israel. Este es el “misterio de
los gentiles” al que Pablo hace referencia.
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en
cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que
haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito:
Vendrá de Sion el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con
ellos, Cuando yo quite sus pecados. Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa
de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque
irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” (Romanos 25-29)
Estas palabras las dirige Pablo hacia el remanente de Israel que quedó en la tierra por causa
del amor de Dios a David. Si hacemos un poco de historia, veremos que luego del reinado de
Salomón sobrevino una división en el reino de Israel por causa de la dureza de su hijo, el rey
Roboam. Este rey, al morir su padre Salomón, consultó con los ancianos y luego con sus
amigos jóvenes y ociosos cómo debía proceder con el pueblo en cuanto a los impuestos. Los
ancianos recomendaron aliviar la carga al pueblo, pero los jóvenes les instaron a ser aún más
duro con ellos. Roboam no lo pensó dos veces y prefirió el consejo de sus inexpertos e
incautos amigos, aplicando con dureza impuestos aun más altos. De las doce tribus de Israel,
diez le dieron la espalda a Roboam por causa de su mal proceder y se apartaron para formar
una nación aparte. Estas diez tribus fueron el Reino del Norte, o Israel. Las dos tribus que
quedaron, formaron el Reino del Sur, o Judá. La historia continúa con una sucesión de reyes
que olvidan las leyes de Dios repetidamente y caen en idolatría y prácticas perversas. De los
treinta y nueve reyes que tendrán estos dos reinos, sólo nueve harán lo correcto delante del
Señor. Así, Dios determina un tiempo concluyente para ambos reinos permite que dos
imperios les invadan y venzan. Los babilonios invaden el reino del sur y convierten a Judá en
una provincia, pero los asirios invaden el reino de norte, arrasan con la tierra, y esparcen a
todos sus habitantes por el mundo, sin derecho a que regresen a su tierra. Esta parte de Israel
son los de la dispersión, mezclados entre los pueblos, habitando en calidad de gentiles por
causa de que perdieron la tierra, el Templo, Jerusalén, y a Dios.
Ahora podemos entender mejor el misterio al que Pablo hace referencia. La “planitud de los
gentiles” son todos aquellos que deben regresar como el hijo pródigo a integrarse al
remanente que quedó. El evangelio, la buena noticia, es que Jesús ha venido a reconciliar
nuevamente a los dos pueblos: el que quedó y el de la dispersión. Este evangelio pone de
manifiesto que ellos son extranjeros, gentiles, apartados de todos, un pueblo ajeno a Dios,
pero que son traídos de nuevo por gracia del mundo al Reino de los Cielos. Son amados por
causa de que en su sangre permanece la relación con sus padres: Abraham, Isaac y Jacob. Y
Pablo concluye con un hermoso enunciado: “irrevocables son los dones y el llamamiento de
Dios”. Nada evitará que Dios reúna a su pueblo, que forme a Israel una vez más y para
siempre. Nada ni nadie detendrá su mano. ¿Por qué? Porque ese llamamiento tiene como
base la promesa, el pacto incondicional, de Dios hacia Abraham. Dios no miente ni se
arrepiente:
“Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y
no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19)
Sabiendo cuál es el llamamiento, el poder del mismo, y la determinación de quien lo hace,
podemos estar completamente seguros que su llamada no fallará y que su sustento no faltará.
Por mucha dificultad que presente un desafío, si es Dios que está llamando, ¿qué es lo que
nos detiene?
El pecado
“Pero hubo algunos que estaban inmundos a causa de muerto, y no pudieron celebrar la
pascua aquel día; y vinieron delante de Moisés y delante de Aarón aquel día, y le dijeron
aquellos hombres: Nosotros estamos inmundos por causa de muerto; ¿por qué seremos
impedidos de ofrecer ofrenda a Jehová a su tiempo entre los hijos de Israel? Y Moisés les
respondió: Esperad, y oiré lo que ordena Jehová acerca de vosotros. Y Jehová habló a
Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, diciendo: Cualquiera de vosotros o de
vuestros descendientes, que estuviere inmundo por causa de muerto o estuviere de viaje
lejos, celebrará la pascua a Jehová. En el mes segundo, a los catorce días del mes, entre las
dos tardes, la celebrarán; con panes sin levadura y hierbas amargas la comerán.”
(Números 9:6-11)
Estos versículos muestran un caso particular en cuanto a la celebración de la pascua. La
misma debía celebrarse el primer mes del año, el día catorce. Así fue el mandato de Dios.
Sin embargo, el haber adquirido la condición de inmundo por causa de muerto o estar lejos
de Jerusalén, hacía que la celebración de la pascua se celebrase más tarde, un mes después,
pero sin faltar a tal ocasión.
Estos “algunos” que estaban inmundos, que su interacción con el mal y la muerte les había
manchado el alma, somos todos nosotros. Cada uno alberga dentro de sí el mal desde el
nacimiento y cada día aumentamos la copa de ira con nuestros pecados, injusticias y
blasfemias. Con el mayor de los esfuerzos podemos tratar de conservar una línea de buen
comportamiento, pero luego de unos momentos nos daremos cuenta que estamos fallando a
la Ley del Señor. No somos ni seremos jamás dignos de sentarnos a la mesa con el Señor y
celebrar la pascua. No somos dignos de participar de su cuerpo y su sangre porque nuestro
pecado nos repele. Sin embargo, esa misma sangre derramada y ese mismo cuerpo molido y
quebrantado nos dieron el acceso hacia esa bendita morada de su Presencia. Cada uno de
nuestros pecados encuentran la purga, la limpieza, el perdón, en la cruz del Calvario donde
uno Santo murió por los pecadores, para que los pecadores pudieran ser llamados Santos.
Entonces, ¿qué nos detiene para atender al llamado de Dios?
“Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué
impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y
respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y
descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.” (Hechos 8:36-38)
“Cierta agua” es la que llegó a nuestras vidas igual que a la samaritana junto al pozo. En
Juan 4 podemos ver la historia del encuentro de Jesús con una mujer despreciada, olvidada,
discriminada, pero que halló en Jesús la respuesta que necesitaba. Esa “cierta agua” que
salta para vida eterna es su Palabra, la cual está cerca de nuestros corazones para escucharla
y atenderla (Deuteronomio 30:14). El eunuco venía leyendo el texto de Isaías que hace
referencia al siervo sufriente del Señor, Jesús. Esa Palabra fue el agua que se derramó por el
Espíritu Santo en el corazón del eunuco y conquistó su alma. “Aquí hay agua”, dijo el
eunuco y sin duda que tenía razón. “¿Qué impide que yo sea bautizado?”. Como sabemos,
el bautismo es un nuevo nacimiento, un retorno al pueblo de Israel para su restauración. Así,
constituye parte del llamado irrevocable del Dios.
Repetimos la pregunta: ¿Qué impide que respondamos al llamado de Dios y cumplamos
nuestro propósito en Él? Esto podemos saberlo tanto desde los diferentes llamamientos que
hizo Dios de manera directa a diversas personas como a los fracasos de muchos de ellos.
Sólo nos limitaremos a un ejemplo en el presente mensaje: Moisés.
Los límites
Pies sucios
“Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra
santa es.” (Éxodo 3:5)
Aquí vemos el llamamiento de Moisés. Antes de ir a enfrentar al faraón en Egipto, hubo una
conversación entre Dios y este hebreo que dejó de manifiesto las condiciones previas que
limitan el llamado. Dios le ordena quitarse el calzado porque está en un sitio santo, donde
está manifiesta la Presencia de Dios. Asimismo, el primer límite que tuvo Moisés, y que
podemos tener nosotros, es el contacto con el mundo. Traer delante de Dios nuestros hábitos
y costumbres adquiridas por la tradición, la historia y la cultura donde estamos inmersos hará
de limitante ante el mero acercamiento al Señor.
Si hacemos un poco de historia veremos que toda la cultura de Israel trató de ser ofuscada
por el imperio griego. Si bien este imperio pudo doblegar a los israelitas desde la revuelta de
los macabeos, la cultura central no se perdió por completo, sino que el pensamiento judío
prevaleció en aun en cautividad. Luego, la invasión de Roma sometió a los griegos, tomando
todo control como ningún imperio anterior. Judea quedó como una provincia en su interior,
pero el pensamiento griego heredado al imperio romano comenzó a hacer mucha fuerza en el
pensamiento hebreo. En parte, puedo hallar cabida y mezclarse con algunas corrientes y
escuelas. Después del período apostólico, especialmente hacia el tercer siglo de nuestra era,
el imperio romano que conjugaba su poder en la silla del Papa en Roma, buscó por todos lo
medios por acabar con el pensamiento judío y todas sus costumbres. El período de la Santa
Inquisición, especialmente en España, dio uno de los más fuertes golpes contra la integridad
del pueblo de Israel. Hoy día, hemos heredado un conjunto de prácticas y formas de pensar
tan corrompidos que una de las más arduas tareas del creyente es comenzar a desenmarañar
todo el sistema que nos envuelve en pos de buscar la verdad bíblica.
“Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál
sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.” (Jeremías
6:16)
Muchos de los creyentes tienen pasados de costumbres religiosas de diversas procedencias,
de distintas prácticas ocultistas, de santería, hechicería, sectas, brujerías, y mucho más. Hay
una carga espiritual que se trae como una pesada mochila en los hombros. Viejos hábitos,
enseñanzas de tíos sabiondos, técnicas heredadas, antiguos ídolos, y muchas costumbres que
arrastramos como un lastre hasta llegar a los pies de Cristo. El desafío hoy es obedecer a las
palabras del Señor que nos demanda descalzar nuestros pies sin excusas ni reservas,
sabiendo que al venir a su Palabra estamos ingresando en terreno sagrado y santo. Si vamos a
obedecer al llamamiento de Dios, debe ser en sus términos, y no en los nuestros.
¿Quién soy?
“Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de
Egipto a los hijos de Israel?” (Éxodo 3:11)
Definirse a uno mismo es una de las tareas más complejas en las que uno podría adentrarse.
Quizás sin pensar mucho creamos tener en claro cuáles son los marcos de nuestra identidad,
pero cuando nos adentramos un poco más allá, descubrimos que hay un mar inexplorado en
el que podemos ahondar y descubrir quiénes realmente somos.
Antiguamente, los misterios de la naturaleza eran explicados por medio de mitos, leyendas y
personajes más bien espirituales, que tenían poderes para crear y controlar los fenómenos
naturales. Sin embargo, la mente humana se ha dedicado sesudamente a indagar en
principios físicos y químicos que expliquen lo que sucede a nuestro alrededor. Hoy
llamamos a esta actividad como ciencia. Ahora bien, hay un área del ser humano que, al
descubrirse, una nueva área de la ciencia tuvo que ver la luz para dedicarse a ella por
completo: la psicología. Nos guste o no, esta ciencia es real y ha hecho descubrimientos
asombrosos en torno a la mente humana. Las conexiones nerviosas en la materia gris, con
una complejidad que ni siquiera la ciencia más avanzada ha podido empezar a descubrir, da
evidencia de una formación desde el nacimiento que determina dos grandes sectores: el
consciente y el inconsciente (aunque hay un tercer sector, el pre consciente). El consciente es
la parte de nuestra psiquis que podemos controlar, aquello que sabemos que estamos
haciendo y pensando. El inconsciente es la parte de la cual ignoramos casi siempre qué posee
y qué está haciendo. Es un sector que almacena nuestros recuerdos y experiencias más
recónditos. ¿Por qué nos referimos a este tema ahora? Porque la Biblia ya había mencionado
todo esto desde el comienzo. Teniendo en cuenta al inconsciente, recordemos las palabras
del rey David: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son
ocultos.” (Salmo 19:12). Y otro versículo de mayor interés dice: “Instruye al niño en su
camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Proverbios 22:6). ¿Cómo llegamos
a ser quienes somos hoy? Según cómo hemos crecido es lo que somos hoy. Nuestra
existencia actual es el resultado manifiesto de una vida moldeada por las circunstancias y las
personas que nos rodearon y afectaron.
¿Quién es Dios?
“Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?,
¿qué les responderé?” (Éxodo 3:13)
Pre fracaso
“Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz;
porque dirán: No te ha aparecido Jehová.” (Éxodo 4:1)
Falta de capacidad
“Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni
antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.”
(Éxodo 4:10)
Mejor, otro
“Y él dijo: ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.” (Éxodo 4:13)

También podría gustarte