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La Destrucción Del Imperio de Kos Incas Waldemar Espinoza-2 PDF
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LA DESTRUCCION
DEL IMPERIO
DE LOÓ INCAS
LA RIVALIDAD POLITICA Y
SEÑORIAL DE LOS CURACAZGOS
ANDINOS
AaIIAIMI
Editores
LA DESTRUCCION DEL IMPERIO DE LOS INCAS
de Waldemar Espinoza Soriano
A la m em oria de R a ú l Porras
Barrenechea, historiador , am igo
y m aestro insigne. •
PROLOGO
LAS FUENTES
ca debió ser tan notable como las de sus colegas coetáneos. Una
prueba concluyente de ello puede ser la afirmación que hace Gua-
mán Poma sobre Ananhuanca. Guamán Poma, inclusive, ha dejado
un dibujo del Apo Alava Chuquillanqui, curaca de Ananhuanca,
apresando a Francisco Hernández Girón, exhibiéndolo así como a
uno de los más decisivos auxiliares en aquella campaña. Del cola-
racionismo de Ananhuanca, pues, apenas existen dos documentos
directos: La M em oria de dos páginas de 1558 y el relato de Gua
mán Poma (1615?). Ambos se refieren a las provisiones dadas por
Apo Alaya durante la pacificación de Hernández Girón.
Don Felipe Guacrapáucar llegó a Lima, con un manojo de
quipus, en la segunda quincena del mes de junio de 1560. El 23
del mismo dirigió un pedimento a la Audiencia. Solicitó, a nom
bre de su anciano padre, realizar ante los oidores una In fo rm a c ió n
o Probanza acerca de la actuación del Apo don Jerónimo Guacra
páucar, y de la saya de Lurinhuanca, desde 1533, año en el que
aliaron con Francisco Pizarro. La solicitud fue aceptada; y la Infor-
ción fue recibida ante el oidor licenciado Saavedra. Don Felipe
Guacrapáucar se presentó con diecisiete testigos, algunos de ellos
de gran prestigio en el Perú debido a sus avanzadas edades y por
que residían ya muchísimos años en esta tierra. Declararon por
ejemplo Pedro de Alconchel, Beatriz de Saucedo, doña Leonor Pa
lla y doña Inés Yupanqui, cuatro testigos de excepción, por cuanto
habían actuado desde la llegada de Francisco Pizarro a Cajamarca
en 1532.
Otro testigo presentado por don Felipe Guacrapáucar, que
merece lo mencionemos, es el capitán Juan de Larrinaga Salazar, el
mismo que, en 1565, fundaría las reducciones indígenas de Santa
Fe de Jatunjauja, San Jerónimo de Tumán y Santiago de León de
Chongos. También hay que destacar a Damián de La Bandera, ex
visitador del Valle de Huancamayo y gran conocedor de la etno
grafía regional.
El 26 de agosto de 1560 se term inó de escribir y recibir la
In fo rm a c ió n de don Jerónimo Guacrapáucar y de la saya de Lurin
huanca, a pedido de don Felipe Guacrapáucar. Ese mismo día, so
licitó una copia de ella para llevársela a España.
En cambio, la In fo rm a c ió n de Jatunsausa iba a ser realizada
por otro curaca y un año después de la de Lurinhuanca.. Efectiva
mente, en 1561, don Francisco Cusichaca, curaca principal y titu
lar de la saya de Jatunsausa, como heredero directo de su padre el
Apo Manco Surichaqui, quien se había aliado con Pizarro en 1533,
T e o r ía s y o p in io n e s so b re la c a íd a del Im p erio 25
NOTICIAS BIBLIOGRAFICAS
Esta no es la primera oportunidad en que se habla de la alian
za hispano-huanca para destruir el Imperio de los Incas. Tampoco
es la primere vez que aparecen en letras de imprenta los nombres
de don Felipe Guacrapáucar y de don Francisco Cusichaca. Las re
ferencias ya se vienen dando desde mediados del siglo XVI.
Cieza de León, por ejemplo, cuando trataba de los quipus, cu
ya exactitud en lo contable puso en duda, quedó convencido, en
una ocasión en que don Jerónimo Guacrapáucar le mostró, en el
tambo de Maravilca, los cordeles anudados en que constaba la rela
ción completa de los productos que habían dado a Pizarro desde
1532. El Príncipe de los Cronistas se expresa así:
Y o estaba incrédulo de esta cu en ta , y a unque lo oía
afirm ar y tratar, tenía lo más dello p o r fá b u la ; y es
estando en la provincia de X auxa, en lo que llaman
Marcavillca, rogué al señor Guacarapora (sic) que
m e hiciese e n te n d e r la cuenta dicha de tal manera
que y o m e satisficiese a m í m ism o , para estar cier
to que era fiel y verdadera. Y luego m a n d ó a sus
criados que fu esen p o r los qu ip u s, y co m o este se
ñ or sea de buen e n te n d im ie n to y razón para ser in
dio, con m u c h o reposo sa tisfizo a m i dem anda. Y
m e d ijo , que para q ue m ejor lo e n te n d ie se , que n o ta
se que todo lo q ue p o r su p arte había dado a los
españoles desde que en tró el gobernador don Fran
cisco Pizarro en el valle,estaba a llí sin faltar nada. Y
a sí v i la cuenta del o ro , plata , ropa que habían dado,
con to d o el m aíz, ganado y otras cosas, que en verdad
y o q u ed é espantado dello(18).
la octava lámina, N o.959 del Tomo 39. Dibujo en el cual los colo
res, metales y figuras están bien hechos y representados(2‘2). El Es
cudo que se concedió a Guacrapáucar tuvo un fin: premiar la amis
tad y la alianza que el curaca don Jerónimo Guacrapáucar y sus lu-
rinhuancas habían brindado a Francisco Pizarro y a los demás es
pañoles, desde 1533 a 1554.
Raúl Porras Barrenechea, en cambio, tuvo más suerte que Cú
neo-Vidal: halló y utilizó ambas In fo rm a cio n es para escribir tres
notas de pie de página en su Jauja, capital M ítica, 1534. Estudio
minucioso y elegante difícil de superar donde analiza los sucesos
acaecidos en Jauja en aquel año. Porras sólo se equivoca en una co
sa: cree que ambos curacas fueron los jefes étnicos de Jatunsausa.
Además, al Apo Manco Surichaqui le llama Cusichaca(23). Precisa
mente, es en el magnífico estudio de Porras en el cual se han basa
do todos los historadores, folkloristas y arqueólogos que, con pos
teridad a 1950, han escrito algo sobre la alianza hispano-huanca,
tales como José María Arguedas(24) y Juan José Vega(25).
Además de las In fo rm a cio n es de don Felipe Guacrapáucar y
de don Francisco Cusichaca, existen otros documentos que contri
buyen a comprender la situación de Jatunsausa en la guerra de la
conquista. De Pizarro se conservan varias cartas firmadas en Jauja:
1) Una dictada por él y por los oficiales reales al Cabildo de Pana
má el 25 de mayo de 1534, dándole noticias de los sucesos. 2) O-
tra del mismo Pizarro fechada el 13 de julio del mismo año, reco-
comendando a su soldado Ruy Hernando Briceño. 3) También la
de Rodrigo Orgóñez al prior y padres del monasterio de Las Cue
vas de Sevilla, del 15 de julio de 1534. 4) Otra, del Cabildo de Jau
ja al rey, del 20 de julio de 1534 asimismo. La cual, en realidad, es
una verdadera crónica por la calidad de los relatos que en ella se
hacen desde la salida de Hernando Pizarro de Cajamarca a España,
hasta la fecha en que fue escrita esta carta; y 5) Otra de Rodrigo
Orgóñez a su padre Juan de Orgóñez, del 20 de julio de aquel mis
mo año de 1534 (26).
\
nitas, seguramente para la aireación y quizá también para la obser
vación; las ventanas grandes no fueron usadas. Los techos eran de
madera de jenñual, quishuar y aliso cubierto con paja, pero no es
caseaban los de bóveda falsa, hechas con losas de piedra, unidas
con el citado mortero. Muchas de esta calidad todavía subsisten en
Tunanmarca. Las casas fueron de una sola habitación y por lo co
mún de un solo piso, cuyo diámetro fluctuaba entre 1.50 y 2 me
tros: ambiente demasiado estrecho para la residencia de una fami
lia nuclear. De ahí que las casas huancas, más que viviendas o resi
dencias eran alcobas o refugios. Sus dueños, en el día, preferían es
tar en el campo y no dentro de ellas, salvo durante las lluvias. Los
huancas, núes, edificaron casas para dormir y refugiarse y no para
vivir. Las casas presentaban el mismo estilo y las mismas propor
ciones; a todas las levantaban empleando la técnica de la pirca, pe
ro la del jatuncuraca era más grande y refinada que las demás.
También construyeron algunas casas de dos pisos, como las de
Shutuy y Pachaayllu en Jatunsausa. Asimismo, según Cieza y Co
bo, estas habitaciones circulares servían de tumbas a sus morado
res. Fuera de esa calidad de viviendas también utilizaban chozas y
cuevas.
Como las casas o habitaciones circulares eran independientes
unas de otras, su aglomeración dio como resultado un pueblo a-
morfo. Los espacios que separaban las viviendas unas de otras eran
estrechos pasadizos; no había calles. Pero cada llacta o pueblo
huanca sí tenía un templo y una plaza para sus danzas y fiestas.
Preferían levantar sus ciudades y casas en las cumbres y laderas
de los cerros, pero también hubo algunas edificadas en el valle, tal
como sucedió con Patancoto y Cotocoto, cuyas ruinas pueden ver
se ahora.
Por otra parte, sus graneros, a veces circulares y los demás de
ellos cuadrados, en columna de a uno, siempre los edificaron en las
faldas y cimas de los cerros, semejando a la distancia ser chulpas o
torres funerarias. Los construían en esos sitios para aprovechar el
viento y el aire helado para la conservación de sus granos y tubér
culos almacenados en ellos. Algunos cronistas, como Cieza por e-
jemplo, confunden con pueblos y casas a estas coicas.
En suma, podemos afirmar que la arquitectura doméstica y
religiosa de los huancas no llegó al grado refinado de Chimor, ni de
Chincha. Todo fue sencillez entre los pobladores del hoy llamado
Valle del Man taro.
L os hu ancas. La alian za. Las prim eras b atallas 3.7
29b Gutiérrez Flores: 1571, pp. 447, 448, 450, 453, 454, 455.
L os hu an cas. La alian za. Las prim eras batallas 43
del Cuzco, ardían de rencor contra sus opresores los orejones que
habían absorbido a todos los reinos andinos. Los incas, desde lue
go, siempre vivían temerosos del estallido de aquella terrible ira a-
cumulada desde 1460, año en el que aproximadamente fueron
conquistados por el príncipe Túpac Yupanqui, hijo de Pachacútec.
Por eso, para evitar sublevaciones, todas sus armas fueron confisca
das a favor del Estado. Desde entonces, no se les consintió tener
ninguna; fueron almacenadas en su totalidad, bajo el cuidado de o-
rejones y de mitmas espías(33).
Con tal régimen político, el Estado andino, en 1532, no esta
ba lo suficientemente amalgamado por la política cuzqueña, debi
do a lo reciente de sus conquistas. Todo el Imperio estaba, por el
contrario, integrado por una cantidad de Estados señoriales de o rí
genes diversos, a veces con costumbres diferentes, lenguas y dialec
tos distintos, leyes y clases divergentes y caracteres opuestos, pero
todos sometidos artificialmente a un régimen social, político y e-
conómico de la misma naturaleza. Así caminaba el Imperio, agru
pando a todos estos reinos, los cuales, en 1532 aún no habían lo
grado confundirse unos con otros. En 1532 mantenían sus diferen
cias y rivalidades seculares, sobre todo desde el punto de vista polí
tico. El runashimi, los caminos, la religión solar, el capacocha y los
mitmas no habían logrado crearles conciencia de una sola patria,
de una sola nación. En 1532, en el Perú habían tantas patrias y na
ciones como. Estados habían sido conquistados por los incas. A es
to hay que agregar que los herederos de los grandes curacazgos de
Lupaca, Chincha, Charca, Huanca, etc., y los pobladores mismos,
pensaban y sentían de un modo muy diferente a sus dominadores
del Cuzco(34).
Ahora, gracias a los estudios etnológicos, sicológicos e histó
ricos —principalmente el de la sicología de las profundidades y el
de la historia de las religiones— nos es dable comprender sobre el
gran arraigo con que quedan impresos los elementos culturales en
un grupo humano, por centenares de años y hasta milenios. Gra
cias a ellas también, hoy sabemos sobre el enorme tiempo que se
necesita para inculcar ideas nuevas, vivencias espirituales y religio
sas que penetren a lo más hondo de las conciencias y del núcleo de
las ideas (35).
otra cosa que explosionar. Y entre ellos estaban los herederos del
antiguo huanca, destronado en 1460.
No olvidemos: en 1532 no había conciencia de patria, no ha
bía responsabilidad de una comunidad total desde el punto de vis
ta imperial. Por lo tanto, no les preocupaba conservar ni proteger
la estructura creada por los incas. Por eso desplegaron sus fuerzas
de un modo que a todos los llevaría al suicidio, porque salieron de
un amo para caer en otro. En 1532, pues, el Imperio estaba forma
do por una multitud de Estados adversarios y antagónicos que,
muchas veces, habían manifestado ya su descontento contra la o-
presión del Cuzco, mediante rebeliones que habían sido debeladas
cruelmente. No eran sino movimientos de pronunciamiento nacio
nalista, los cuales parecían haber muerto, pero que sin embargo re
surgían en forma violenta. Por eso creyeron que el rayo divino de
la independencia les llegaba con la venida de Pizarro. Ahí fue cuan
do brotó abiertamente la ira contra los dominadores del Cuzco.
Pizarro se dio cuenta de que el Imperio estaba integrado por
una comunidad de muchos adversarios políticos, que se debatían
en una maraña de enemistades. De ellos tenían que aprovecharse
para hacer sucumbir a tan inmenso y, aparentemente, poderoso
Estado Imperial. Para Francisco Pizarro, los curacas no conformis
tas surgieron casi en forma inesperada. Brotaron en los valles cos
teños, en las mesetas andinas e incluso en la Selva Alta. Atahualpa
estaba seguro de la alianza de los chachapoyas con Pizarro, más no
de la de los huancas ni de otros grupos étnicos, porque los creía
muertos y liquidados ya por las fuerzas fhilitares de sus generales
Chalcochimac y Quisquis. Pero no sucedía como él lo estaba pen
sando y ordenando. k
Así, huancas y españoles pactaron la alianza porque en ese
momento a los dos les convenía. Ante aquella realidad amarga, el
Tahuantinsuyu no estuvo en condiciones de desplegar toda su ca
pacidad militar, política, económica y espiritual para hacer la gue
rra al invasor, porque el afán de independencia no había sido
sepultado en los reinos. Esa fue la razón, por la cual la mayoría de
los señoríos se plegaron a los españoles. Todavía no podemos seña
lar con cifras el número exacto de reinos que auxiliaron a los inva
sores y lucharon contra el Cuzco, porque aún faltan estudios heu
rísticos. Sólo hemos podido, hasta ahora, enumerar a diecinueve,
entre ellos a los huancas, como uno de los más conspicuos. Sin em
bargo, sabemos fehacientemente que el único señorío que luchó
contra los españoles fue el del Cuzco, compuesto por orejones in
L os h u an cas. La alian za. Las prim eras batallas 49
cas. Pero aún aquí, no todos los orejones estuvieron contra los eu
ropeos, sino apenas una de las sayas o parcialidades, y ésta, mucho
después de la muerte de Atahualpa. Pero ¿qué pensaban los orejo
nes del Cuzco frente a la inmensidad de señoríos que recibían con
los brazos abiertos a Pizarro?
Desde luego que hubo algunos reinos neutrales, pero en ínfi
mo número. Y los únicos que en verdad hicieron bastante contra el
invasor fueron los incas del Cuzco, sobre todo cuando se refugia
ron en Vilcabamba, acaudillados por Manco Inca.
Pizarro, como hábil político, trabajó con los sentimientos y
resentimientos de los pequeños reinos. Y así y todo, los escritores
coloniales de ayer y de hoy califican al indígena peruano de brutal
y de estúpido, de autóm ata y de siervo, víctima del despotismo de
los incas. Fueron, pues estos pactos, que no emanaron del amor al
arte, sino de los intereses particulares de ambas partes, los que de
terminaron la caída del Imperio. En primer lugar, los curacas huan
cas pensaban obtener así la ayuda del español para desgajarse de la
monarquía cuzqueña y proclamar nuevamente su gloriosa indepen
dencia. Por su parte, los españoles meditaban lograr el auxilio de
los huancas en víveres, cargueros, guerreros y mujeres para mar
char contra la clase dirigente del Tahuantinsuyu. Desde luego que
lo hacían prometiéndoles libertad. Fue una maniobra maestra de la
estrategia política de Pizarro, que echaría muy pronto por los sue
los al Imperio aparentemente más poderoso de Sudamérica. Piza
rro no erró en sus cálculos. Todo salió como él lo imaginó y lo qui
so en Cajamarca. Mientras que los huancas, inexpertos políticos,
salían de un amo para caer en otro.
Así fue como Pizarro se apoderó de la voluntad de las masas,
para convertirlas en su instrumento de conquista. Porque Pizarro
comprendía muy bien la importancia que juegan, en la caída de un
Imperio, las dinastías rivales y las provincias ávidas de liberación.
Por eso no desperdició nada en este aspecto. Todo fue calculado
muy fría y finamente por Pizarro, desde el ángulo político. Y te
nía que ser así, ya que poseía las dotes sicológicas del caudillo y
del conquistador.
Frente a esta realidad política y social de los reinos andinos,
con la llegada del invasor los acontecimientos se desarrollaron tal
como tenían que suceder, porque el desequilibrio y la inestabilidad
íntima de las fuerzas que operaban en el Tahuantinsuyu, así lo de
terminaron. La presencia del invasor significaba un peligro gigan
tesco para la libertad de todos: del Imperio y de los reinos, princi
50 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s In cas
46 Ibid. f. 9r.
47 Ibid. ff. 43r-43v, 63v.
L os hu an cas. La alian za. Las prm eras batallas 55
54a Cusichaca: 1561, f. 43v.—^Guacrapáucar: 1560, ff. Ir, 21r, 37r, 37v.
54b Fernández de Oviedo: 1557; III Parte. Lib. V. Cap. X.— Cusichaca:
1561, f. Ir.
55 Herrera: 1615, Déc. V. Lib. III Cap. XII.
58 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas
L os h u an cas. La alian za. Las prim eras batallas 59
dividiera en dos Escuadrones. Uno debía situarse en Jatunsausa, Los señores étnicos de la nación huanca no resistieron al inva
bajo las órdenes de Chalcochimac, y el otro seguir en el Cuzco baio sor. Se entregaron a colaborar con el intruso, para recobrar la liber
el comando de Quisquis. ¿Por qué Atahualpa lo dispuso así? (56). tad de su nación y para conservar y adquirir nuevos privilegios cu-
Ahora sí podemos comprender mucho más al respecto: era por racazgales. Así acaba el primer acto de la alianza hispano-huanca.
que los huancas fueran perseguidos por Chalcochimac y vengar la
ayuda que ellos estaban dando a Pizarro después de la captura del
guerrero quiteño. Además, lo haría también con el objeto de tener CHALCOCHIMAC EN JATUNSAUSA. LA ENTREVISTA CON
bajo su dominio al territorio huanca, rico y bien poblado. Pero el ANCAMARCA MAITA
astuto Hernando Pizarro trató luego de esparcirlos, lográndolo
muy bien. Huari Titu era un sobreviviente de la cruel batalla de Yana-
marca, entre las tropas de Quisquis y Huanca Auqui. Refugiado co
Sobre la presencia y la actividad antiatahualpista de los huan mo pudo en una casa de Jatunsausa, permaneció allí durante seis
cas en Cajamarca, de esos huancas que quedaron allá como yanaco meses. Allí se enteró de la captura de Atahualpa y de la toma del
nas, nos ofrece un dato muy im portante y revelador el cronista Cuzco por Quisquis, cosas que sucedieron casi en la misma fecha.
Diego de Trujillo. Afirma que fueron precisamente los indígenas También se informó de la masacre de Andamarca y de otros suce
de esta nación —no indica la saya— los que propalaron el rumor sos de aquellos tiempos. Cuando un día Huari Tito salió a la plaza
falso de que el ejército de Atahualpa se había rebelado en el río de de Jatunsausa, al pasar por el palacio de los incas que allí se levan
Llehuantu (el Utcubamba), al este de Cajamarca. Con eso, los taba, se puso curioso al ver el gran campo lleno de soldados. Al
huancas no hacían otra cosa que exteriorizar su odio profundo ha preguntar y luego saber que era el ejército de Chalcochimac, quien
cia el inca, con el fin de apresurar su muerte. Cuando Hernando de pensaba ir en dirección a Cajamarca para libertar a Atahualpa, se
Soto volvió de la expedición, aclaró que todo había sido una ca puso nervioso. Chalcochimac se había detenido en Jatunsausa pa
lumnia. Y tenía que ser así, porque los chachapoyas, en cuyos te ra castigar a los huancas y dilucidar un diferendo sobre quién de
rritorios estaba el ayllu y la ciudad fortificada de Llehuantu, eran bía comandar el ejército: si él o un orejón que acababa de llegar
otros de los más fieles aliados de los españoles. Trujillo dice tajan del Cuzco (59).
temente: “los indios [de] X auxa[ que] eran enemigos de Atabalipa
le levantaban esto” (57). Otro punto denunciado por los yanaco Pensó entonces viajar a Cajamarca, para comunicárselo a Pi
nas huancas en Cajamarca, es uno referido por Borregán. Afirma zarro; pues Huari Tito era huascarista. Llegó cuando Pedro Mar
que Pizarro tuvo ya noticias del “ adoratorio de los indios” de Ja tín Bueno, Pedro de Zárate y Martín de Moguer habían ya salido
tunsausa. No sabemos si Borregán se refiere al templo del Sol de de Cajamarca rumbo a Jauja y al Cuzco, pero por otro camino.
Jatunsausa o al santuario de Huarihuilca en Ananhuanca. Agrega Así fue cómo Pizarro tuvo noticias de que Chalcochimac, a la ca
Borregán que al llegar Pizarro a Jatunsausa, saqueó esos tesoros y beza de un ejército compuesto por treinticinco mil hombres, avan
los repartió entre sus soldados. Sin embargo, las conjeturas nues zaba hacía Cajamarca. Desde luego que todo era una denuncia fal
tras se inclinan por el templo del Sol (58). sa, pero se decía que Atahualpa le había ordenado. Por eso Piza
Todo nos indica, pues, que los españoles fueron recibidos por rro, con el objeto de atajarlo envió un soldado español acompaña
los huancas como libertadores, motivo por el cual les brindaron su do de un orejón partidario de Huáscar: el gran Ancamarca Maita.
inmenso afán de colaboracionismo. Los invasores y aventureros ad- La misión que traían era la de alcanzar a los tres españoles, para
venidizos, debieron recibirlo como un don del cielo. ¡Otro mila darles la orden de contramarcha, en cualquier lugar donde los ha
gro más de Santiago Apóstol a favor de sus conquistas! llaran. Pero eso sí, deberían hacer todo lo posible, si posible fuera
para capturar a Chalcochimac y deshacer su ejército. Pizarro que
56 Pizarro: 1571, p. 46 — De La Barra: 1948, pp. 75-76. ría que el general quiteño fuera conducido a Cajamarca, para allá
carearlo con Atahualpa.
57 Trujillo: 1571, p. 59.
58 Borregán: 1565, p. 33. 59 Cabello.Balboa: 1586. pp. 476-477.
60 La d e str u c ció n del Im p erio de lo s Incas
61 Loe. cit.
62 Cabello Balboa: 1586, p. 477.
63 Loe. cit.
64 Loe. cit.
62 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas
tunsausa, para obligarlo a ir junto con ellos. Así fue cómo Hernan
do llegó a Pumpo. Orillando los bordes accidentales del lago de
Chinchaycocha, continuó al sur, siempre por el Jatunñam . Fue
precisamente en Pumpo, donde Hernando supo que Chalcochimac
no quería salir de Jatunsausa para darle el encuentro y marchar
juntos a Cajamarca. Sólo halló a unos cargueros que conducían a
esta llacta ciento cincuenta arrobas de oro, enviadas por Chalcochi
mac. Era el 12 de marzo de 1533. El general quiteño adujo que no
viajaba por tem or a los cristianos, y por estar esperando otras re
mesas de oro desde el Cuzco. Hernando creyó conveniente enviarle
un mensajero hasta Jatunsausa, instándole a que fuese a darle el
encuentro sin ningún temor.
El 15 de marzo por la noche, Hernando arribó a Tarama. Y
el domingo 16 reemprendió su viaje a Jatunsausa. Lo hacía con
gran cuidado, ya que Chalcochimac no había dado respuesta a su
mensaje. Así fue cómo a las seis de la tarde, más que menos, en
tró al valle de Yanamarca, a cinco kilómetros de la llacta. Los
huancas residentes en el hermoso valle salieron a recibirle en me
dio de un brillante son de fiesta, con música y canciones. Pero a
Hernando se le agrió la alegría, cuando supo que Chalcochimac ha
bía evacuado la llacta de Jatunsausa. Allí su preocupación aumen
tó, por cuanto Chalcochimac no aparecía por ningún lado a recep-
cionarlo. Un orejón, hermano de Atahualpa, que Hernando traía
consigo, le aconsejó marchar con cautela, porque todo parecía de
mostrar que el general quiteño estaba preparado para un ataque.
La sospecha que venía madurando desde Cajatampu, entonces re
crudeció. La situación era de emergencia. No hizo sino apenas mi
rar y responder los halagos que le hacían los huancas de Yanamar
ca; comió un bocado de algo y reinició su camino. De Yanamarca
a Jatunsausa, por el Ja tu n ñ a n , no había sino menos de cinco kiló
metros de distancia.
Pero los huancas de Jatunsausa, al saber la llegada del herma
no del gobernador don Francisco Pizarro, congregados todos en la
plaza de la gran llacta, no hicieron sino aguardarlo para brindarle
la recepción más brillante que habían imaginado. La fiesta iba a
ser total: música, baile, canto y bebida. La plaza parecía un hormi
guero de gente. Cuando Hernando alcanzó la cumbre del cerro que
separa Yanamarca de Jatunsausa, y desde la cual se vislumbra la in
tegridad del valle de los Huancas, muy poco interés tuvo en ver el
paisaje verde de sus campiñas y chacras en aquel mes de marzo. Lo
que a él le preocupaba era ver en la plaza de Jatunsausa, una man
66 La d e str u c c ió n del Im p erio d e lo s Incas.
101 Loe. cit - Barrionuevo: 1534, p. 106.— Cieza de León: 1554b, Cap.
54.- Herrera: Déc. V. Lib. IV. Cap. X.
102 Montañés. 1534, p. 1 0 5 — Paredes: 1534, p. 99.— Cieza de León:
1554b, p. 8 4 . - Pizarro: 1571, p. 67.
103 Aliaga: 1534, p. 125.
V
\
HONORES A PIZARRO
BATALLA DE HUAYUCACHI
LA FUNDACION FRUSTRADA
quiteñas que fueron arrojadas del valle de los huancas, por Soto,
se replegaron al Cuzco para reunirse con Quisquis (113a).
En octubre de 1533, Pizarro solamente dejó fundada provi
sionalmente la C iudad de Jauja. No pudo establecerla en forma
definitiva debido a la oposición de sus soldados. Pero antes de mar
char al Cuzco, le nombró justicia para los españoles que quedaban
en la guarnición comandada por Riquelme. Fue, por consiguiente,
una fundación a medias, incompleta, aunque ya se le puso y se
quedó con el nombre de la m u y noble ciudad de Jauja. En octubre
de 1533 eligió como primer alcalde a Arias de Villalobos; los pri
meros regidores fueron Hernán Gonzáles y Crisóstomo de Ontive-
ros. El primer escribano del Cabildo fue Juan Alonso. Entre sus
primeros vecinos inscritos figuran Diego de Trujillo v Gregorio de
Sotelo (113b).
por los soldados de Pizarro hasta 1534, año en el que llegaron los
soldados de Pedro de Alvarado. Sin embargo, los datos que fueron
consignados en los quipus de los huancas son infalibles.
La prueba más indiscutible, sobre los robos o rancheam ientos
de los españoles en Jatunsausa en octubre de 1533 y también en
1534, nos la da un testigo presencial de los hechos, Pedro de Al-
conchel. Dice:
Saue que los españoles que con el dicho m arqués e n
traron en el dicho Valle de X a u xa dem ás de lo que
los dichos indios dieron co m o dich o es tom aron y
rouaron a los dichos indios del dicho valle m ucha
cantidad de ovejas e carneros e m a íz e papas e qui-
nua e ropa de c u m b i e otras cosas e gran cantidad de
indios e indias para su servicio que llevaron consigo.
E que lo saue co m o persona que en tró con el dicho
m arqués en el dich o valle y lo vido ver y pasar co m o
lo tiene declarado (117).
Pero Rivera el Viejo quiso salvar la honorabilidad de los ve
teranos de la conquista. Afirma, por el mismo tiempo que Alcon-
chel, que no fueron los españoles quienes ranchearon sino los ya
naconas y los auxiliares traídos desde Cajamarca y de otros puntos
de la ruta caminada:
Saue que los yanaconas e indios de servicio que los
dichos don Francisco Pizarro e su g en te traían consi
go en su servicio ranchearon e tom aron a los dichos
caciques del dicho Valle de X a u xa m ucha cantidad
de carneros e ovejas e m a íz e papas e ropa e otras c o
sas (118).
¿Qué pensarían los curacas huancas, Guacrapáucar sobre to
do, ante los robos y los transtornos sociales creados por los espa
ñoles en el valle? seguramente que no los verían con agrado. Pero
¿qué hacer a esas alturas? Ellos habían ofrecido su ayuda, y tenían
que cumplirla. Además, si resistían ahora, resultaba ya demasiado
tarde, porque a la fuerza les hubieran arrebatado. Era pues, nece
sario hacerse de la vista gorda para conservar los privilegios señoria
les de los curacazgos (119).
117 Ibid. f. 56v.
118 Ibid. f. 67r.
119 Ibid. ff. 9v-10r, 43 v.
92 I ^ d e s t n i c c .o n d& Im p erio d e lo s Incas.
MARCHA AL CUZCO
para impartir las últimas disposiciones bajo las cuales debía actuar
la guarnición que dejaba aquí. En realidad, dichas órdenes eran de
tal carácter que Jauja daba el aspecto de haber sido fundada como
ciudad de españoles. La guarnición también se quedó para recibir
la respuesta de aquellos españoles a quienes había enviado a la cos
ta con el objeto de colocar cruces en los puertos. Para salir de Ja
tunsausa rumbo al Cuzco, Pizarro se preparó lo mejor que pudo.
Fue necesario que lo hiciera, porque les esperaba un camino muy
largo. Por eso las cargas de oro quedaron en Jatunsausa; no era im
prescindible llevarlas al Cuzco (124).
Cuando llegó el día de la marcha, los quinientos ochentinueve
varones y las doscientas treintisiete mujeres de Jatunsausa fueron
avisados -y preparados para acompañar a los españoles. Los hom
bres debían ir con las cargas de víveres y armas, mientras que las
hembras debían acarrear las ollas y cucharas para la preparación
del alimento de españoles y de aliados, además de llevar cargados
sobre sus espaldas a sus pequeños hijos. Ninguno de ellos ni de
ellas volverían jamás a su tierra de origen; todos iban a quedarse en
el Cuzco como yanaconas de los conquistadores y para servir de
auxiliares en otras empresas sureñas (125). Pizarro también alistó
a ochocientos treintisiete auxiliares de Lurinhuanca. De estos no
volverían ciento veintidós: ciento dos varones y veinte mujeres.
Desconocemos el número de los auxiliares de Ananhuanca que Pi
zarro debió llevar en esta oportunidad.
Pero al instante de salir Pizarro, para poder conducir cuatro
mil setecientos cincuenticinco fanegas de maíz, setentidos de qui-
nua y otras tantas de papas, no fueron suficientes los auxiliares
proporcionados por los curacas huancas. Pizarro nuevamente se
vio precisado a pedir más cargueros; y le dieron otros trescientos
once hombres de Jatunsausa. Pero no contentos con ellos, los sol
dados secuestraron a ciento diez jatunsausinos más para conver
tirlos en yanaconas. Todos fueron llevados vía al Cuzco. Con tan
tos auxiliares huancas, conocedores de la tierra y de los caminos,
a Pizarro no le fue necesario llevar consigo a otros que le habían
llegado de Nicaragua y de Guatemala. En esta forma, los negros,
los auxiliares nicaraguas y guatemalas quedaron, en su mayoría en
Jatunsausa. Casi ninguno fue al Cuzco (126).
124 Sancho: 1534, pp. 164-147.
125 Cusichaca: 1561, f.9 v .
126 Ibid. f. lOv.
96 La d e str u c ció n del Im p erio de los Incas.
más de legua y media por las faldas del citado cerro —unos siete
kilómetros y medio—. La persecusión acabó cuando a la caballería
le era imposible avanzar por la espesura de las espinas y tallos de
las cantutas que, abundantemente, crecen en el Cuntursenca.
Finalmente, cuando Quisquis se dio cuenta que la ba
talla la había perdido, dio la orden de emprender la fuga
hacia la tierra de su origen: Quito. Pero antes de dejar el valle
de Huancamayo hizo matar a los sesenta huancas auxiliares captu
rados por sus soldados, auxiliares a los cuales Quisquis, muy des
pectivamente, les llamaba yanaconas. Entre tanto, los soldados de
la guarnición Riquelme, se esforzaban y se distinguían en asesinar
a una gran multitud de quiteños, quienes, mutilados y sangrantes,
apenas se arrastraban por los suelos y campos del Yacus y del
Cuntursenca.
La ferocidad de la batalla se puede calibrar, si tenemos en
cuenta que ningún español quedó sano. Todos resultaron heridos,
y uno de ellos muerto, cuyo cadáver fue hallado debajo de su ca
ballo. También fueron muertos tres equinos, lo que les causó más
dolor y preocupación que los sesenta yanaconas y los centenares
de huancas masacrados por los quiteños. Y sucedía así, porque el
precio de un caballo en aquellos días había alcanzado la astro
nómica suma de cuatro mil a cinco mil pesos por unidad. Además,
porque era el único medio de movilidad sobre el cual los españoles
se trasladaban y peleaban mejor contra los indígenas.
Españoles, huancas y quiteños lucieron valentía, honor,
heroicidad y gallardía en la batalla del río Yacus; se lucieron como
héroes de gesta. Quisquis, Incura Huallpa y Chaicari en el campo
andino, mientras que en el español se portaron maravillosamente el
burgalés Pedro de Torres y Alonso de Meza, “ mozo robusto y
buen jinete” . Y mientras Quisquis marchaba derrotado al norte, a
Quito, Gabriel de Rojas, muy campante por su triunfo, empren
día su rumbo al cuzco, pasando por Vilcas. Por entonces los con
quistadores estaban preocupados por varios motivos: tales como
por ejemplo, las noticias de la llegada de Pedro de Alvarado para
conquistar Quito y las incursiones bélicas del héroe cuzqueño Inca
Curampayo, quien mortificaba a los españoles en la provincia de
Vilcashuamán (148).
Habían triunfado, pues, los hispano-huancas, quienes, orgu-
llosamente, se recogieron a la llacta de Jatunsausa. Pero como gran
cantidad de quiteños no salían aún de los escondrijos montuosos
148 Herrera: 1615. Déc. V. Lib. VI Cap. VII.
110 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas.
hyj^íá llegado del Cuzco junto con Pizarro y con cuatro mil auxi
liares. 2) El nombramiento de teniente gobernador de Quito para
Diego de Almagro. 3) La fundación de la ciudad española de Jauja,
el 25 de abril de 1534. 4) La llegada del correo de Su Majestad,
trayendo diversas cédulas reales sobre la Gobernación de Pizarro y
otra que prohibía el reparto de encomiendas. 5) Otros poderes
más amplios para que Almagro detuviera el avance de Alvarado.
6) Una expedición de Hernando de Soto a Huánuco, para arrojar
definitivamente a Quisquis y a los quiteños. 7) El despacho^ de
órdenes muy serias para detener la avaricia de los pobladores es
pañoles del Cuzco. 8) El reparto de las primeras encomiendas en
vía de d ep ó sito 9) El nombramiento de Hernando de Soto como
teniente del Cuzco. 10) La redacción de la crónica oficial de
Pedro Sancho. 11) La conclusión de la crónica de Estete. 12) El
envío de cartas y de tesoros a España. 13) El nacimiento de la
primera hija de Pizarro: doña Francisca: y l4 ) El traslado de la
ciudad de Jauja al valle de Lima (157).
f
BATALLA DE MARICALLA
Mientras Francisco Pizarro, desde la ciudad de Jauja en
viaba al norte unos mensajeros con las cédulas reales que pro
hibían las expediciones conquistadoras de Pedro de Alvarado
por territorios suyos, Quisquis permanecía acampado en las
punas de Maricalla, un poco más allá de Pumpo. Allí estaba
con sus capitanes Titu Yupanqui, Ucroraguarca y Chaicari.
Allí estaban después de la fuga a que los había obligado Soto.
Sin embargo, desde allá constituían una constante y peligrosa
amenaza para la ciudad de Jauja.
Para acabar con ellos, de una vez por todas, Pizarro envió
al valiente joven Hernando de Soto. Salió con cincuenta hombres
de a caballo y con treinta peones. Le acompañaban cuatro mil
cuzqueños y huancas como auxiliares. La expedición salió el 13
o 14 de mayo —o quizá el 17— y regresó en los primeros días de
junio de 1534. Dos de los jinetes de la expedición fueron Gonzalo
de Los Nidos y Pedro de Alconchel. El veedor de la expedición
fue Jerónimo de Aliaga (162).
Marcharon para echarlos del lugar y poder tranquilizar a los
vecinos de la ciudad de Jauja y sus aliados huancas. Los auxilia
res de Jatunsausa fueron en número de doscientos tres, entre
guerreros y cargueros. Estaban comandados por Sipusique Acha
ca, hermano del Apo Manco Surichaqui y tío de don Francisco
Cusichaca., Los huancas marcharon cargando los víveres, armamen
to y conduciendo el hato de llamas. De Lurinhuanca también fue
ron muchos auxiliares, por orden de Guacrapáucar: cuatrocientos
diecisiete guerreros y cuatrocientos cargueros. El que los coman
daba era el capitán Guano. Por su lado, los auxiliares cuzqueños
estaban dirigidos por Manco Inca y su medio hermano Paulo.
Seguramente que también irían los ananhuancas (163).
El encuentro bélico fue en Maricalla, un lugar entre Pumpo y
Los Yachas. El resultado fue una completa derrota para Quisquis,
quien continuó su fuga hacia el norte. Sin embargo, en la bata
lla de Maricalla murieron trescientos guerreros de Lurinhuanca
y cinco jatunsausinos. De los muertos en el bando de Quito, se
contó a Tito Yupanqui. Según Cusichaca, en esta batalla también
expiró Quisquis, pero es otro de sus errores (164).
162 Porras Barrenechea: 1950, pp. 111, 128-129.
163 Guacrapáucar: 1558, f. 3v — Guacrapáucar: 1560, ff. 21v, 22r. 38v.—
Cusichaca: 1561, ff, 44r. 57v. 64v.
164 Guacrapáucar: 1558, f. 3v.— Guacrapáucar: 1560, ff. 21v- 22r, 38 —
Cusichaca: 1561, f. l l v .
B atallas d ecisivas 115
BATALLA DE CHULCUMAYO
Según Pedro de Alconchel, Pizarro, al abandonar la ciudad
de Jauja para fundar la de Lima, dejó una guarnición en la prime
ra al mando de Francisco de Godoy, con treinta españoles. Pero
esta afirmación no es verdad. Murúa asevera, asimismo, que Pizarro
no despobló Jauja del todo, sino que dejó una guarnición con algu
nos españoles, en posesión del U shno de dicha llacta. Dice que la
dejó para seguridad de esta tierra tan poblada y tan fértil. Agrega,
además, que ellos fueron asesinados por Quizo Yupanqui. Pero
esto también es falso; porque la- guarnición de Gaete, que fue la
masacrada, vino de Lima enviada por Pizarro para ir al Cuzco en
defensa de Hernando (166).
Lo auténticamente cierto y, por lo tanto histórico, es que por
el año de 1536 la situación de los españoles se había tornado de
sesperante. Sus abusos y sus desmedidas ambiciones por los meta
les preciosos los habían convertido en los seres más indeseables
por los cuzqueños. Esa era la razón para que Manco Inca acau
dillara una rebelión contra ellos, rebelión que no sólo se desarrolló
en el Cuzco sino casi en todo el territorio.
165 Almagro: 1540, p. 108 — Cusichaca: 1561, f. l l v .
166 Cusichaca: 1561, f. 58r — Murúa: 1615; I, p. 194.
116 La d e str u c ció n del Im p erio d e los Incas.
Eí Ushno de Jatunsausa tal como todavía quedaba en la segunda mitad del siglo XIX. Era un edificio piramidal
levantado en la plaza mayor, con fines ceremoniales y políticos. Desde allí las autoridades presenciaban las
ceremonias cívicas y guerreras, y desde allí se pregonaban las leyes.
120 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas.
EL SITIO DE LIMA
Después del desastre de Godoy y del saqueo de Jatunsausa,
Quizo Yupanqui se encaminó a Lima. Pero allá estaban en defen
sa del marqués ciento noventitrés jatunsausinos comandados por
Paulo Luna, un noble de esta saya. Quizo Yupanqui llevaba preso
a Guacrapáucar y a trescientos ochentitrés lurinhuancas para el
asedio; pero en Lima se le escaparon y se fueron a defender a Pi
zarro (174).
Q uko atacó Lima con doce capitanes y mil cuzqueños. En
la batalla de Ate o Late, el caudillo cuzqueño fue derrotado a
lanzadas por el capitán Luis de Avalos de Ay ala (175). Durante
173 Cusichaca: 1561, ff. 44v, 58r, 64v, 65r.— Tito Cusi Yupanqui: 1570,
p. 62.
174 Cuacrapáucar: 1558, f. 4r.— Cusichaca: 1561, f. 12v.
175 Guamán Poma: 1615, f. 292.
122 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas
181 Pizarro: 1571, p. 127 — Herrera: 1615. Déc. V. Lib. VII, Cap. VIII.
B atallas d ecisivas 125
BATALLA DE AYAVIRI
Después del asedio de Lima, parte del ejército cuzqueño se re
plegó en las provincias de Huarochirí y de Yauyos. Se posesiona
ron de las principales vías de tránsito para no dejar pasar a ningún
cristiano de Lima al Cuzco. Así lo hicieron, porque la experiencia
les había dado muy buena lección con las expediciones de Gaete,
Pedro de Tapia, Diego Pizarro y Mogrovejo de Quiñones.
Por eso la primera expedión guerrera de Alonso de Alvarado,
desde la llacta de Jatunsausa fue dirigida a la provincia de Los Yau
yos. Fue con el fin de derrotar al ejército de cuzqueños que se
afanaban en tener capturados los caminos. Alvarado hizo la cam
paña solicitando el auxilio de los huancas. De los jatunsausinos,
por disposición del Apo Manco Surichaqui, salieron doscientos
sesentiséis guerreros al mando de don Cristóbal Canchaya. De los
lurinhuancas fueron ochocientos veintiséis, y de los Ananhuanca
otro número casi igual.
El ejército hispano-huanca chocó con los cuzqueños en el
lugar llamado Ayavire, en cuya batalla ganaron los aliados. El
ejército cuzqueño en Ayavire estaba comandado por el auqui
Arimpunco. Las bajas que sufrieron los jatunsausinos fueron
apenas de once muertos. En la batalla actuó el joven Baltasar
Canchaya, jatunsausino de quince años de edad, quien decla
raría más tarde sobre este punto. El mismo don Jerónimo Gua
crapáucar también colaboró y actuó en esta campaña (187).
Ayavire, lugar ubicado entre Ornas y el pueblo de Yauyos
—del cual dista siete kilómetros— en un sitio muy frío en las fal
das muy extendidas de un pequeño cerro (188).
Seguidamente de la derrota de Arimpunco, Alvarado envió
otra expedición al sur, al río Ancoyaco, lugar que quedaba en la
parte meridional del Curacazgo de Los Ancaraes. Como capitán de
187 Guacrapáucar: 1558, f. 4r — Guacrapáucar: 1560, ff. 4v, 5r, 22v, 23r —
Cusichaca: 1561, ff. 13r, 13v. 14r, 59v. 60r.
188 Stiglich: 1922, p. 131.
128 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas.
LA IDA DE ALVARADO
BATALLA DE HUARICHACA
BATALLA DE ABANCAY
209 Garcilaso de la Vega: 1616, III, pp. 177-178.- Herrera: 1615. Déc.
VI. Lib. II. Cap. VI.
210 Guacrapáucar: 1560, f. 5v.- Cusichaca: 1561, ff. 3v. 60v, 73r.
B atallas d ecisivas 139
BATALLA DE HUANCAYO
BATALLA DE PUTUTO
BATALLA DE HUANCAMAYO
A pesar de los reveses de Huancayo y de Pututo, Manco
Inca no escarmentaba. Al contrario, su ira contra los huancas
iba creciendo en forma irreconciliable. Pocos soldados le que
daban ya a Manco, para proseguir esas campañas, pero estaba
decidido a continuarlas, a jugarse el todo por el todo. Alistó y
armó a tres mil guerreros cuzqueños refugiados en Vilcapampa,
que salieron al mando del capitán Ylla Túpac, un auqui de gran
prestigio. El avance y el ataque de Ylla Túpac a Jatunsausa fue
casi sorpresivo, y no sabemos por cual ruta vendría. Pero lo cierto
fue que a pesar de no traer sino la mitad de soldados de los que
condujo Llanqui Yupanqui, logró avanzar hasta el puente de Hua-
ripampa, a kilómetro y medio de la llacta. De todas maneras, el
Apo Manco Surichaqui puso en movimiento a sus ochocientos
guerreros, listos siempre para cualquier eventualidad. Se manifes
taron en pie de guerra, bajo la capitanía de don Francisco Cusi
chaca. Los lurinhuancas pusieron en estado de alerta a mil tres
cientos cuarenticinco soldados y a ciento ocho sujetos de servi
cio: sesentiocho hombres y cuarenta mujeres. Los de Ananhuan-
cas debieron enviar otra igual cantidad.
La batalla que se dio fue a orillas mismas del Huancamayo
y junto al puente de Huaripampa., Murieron gran contidad de gue
rreros, tanto del escuadrón de Ylla Túpac como de los curacas
217 G uacrapáucar: 1 5 5 8 , f. 5r.— G uacrapáucar: 1 5 6 0 ; f. 6 v .- C usichaca:
1 5 6 1 , ff. 4r, 14r.
14 4 La d e str u c ció n del Im p erio de los Incas.
BATALLA DE ANTAMARCA
El desastre de Comas fue la causa para que Manco Inca no
confiara en capitanes subalternos. Muchas derrotas había sufrido,
con las cuales la soberbia de los huancas aumentaba y la ira de
Manco contra ellos también. Decidió entonces salir él mismo en
una expedición militar. Tenía la esperanza que dirigiendo él mis
mo la campaña, iban a ser destruidos los huancas, esos huancas
que tantas preocupaciones y humillaciones le estaban causando
por cumplir su alianza con los españoles. Así fue como Manco
marchó capitaneando cuatro mil guerreros cuzqueños.
Su avance lo realizó por la misma ruta que había seguido
Puyo Vilca. Pero los huancas en esta oportunidad también tuvie
ron tiempo de informarse de todo lo que se hacía en contra suya,
gracias a los avisos de los huancas de Pariahuanca y de Acopampa.
De tal modo que se dieron suficiente prisa para juntar un ejército
integrado por todos los ayllus de las tres mitades o parcialidades.
De ellos, ochocientos sesentitrés fueron de Jatunsausa y mil cua
trocientos veinte de Lurinhuanca bajo la jefatura de Guacrapáucar.
221 G uacrapáucar: 1558, f. 5 r — C usichaca: 1 5 6 1 , ff. 4r, 14r.
146 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas
BATALLA DE AUXIUVILCA
LA DESTRUCCION DE HUARIHUILCA
227 Guacrapáucar: 1560, f. 7v.— Cusichaca: 1561, f. 15r — Tito Cusi Yu-
v panqui: 1570, p. 86. En la crónica de Tito Cusi hay muchos errores de
carácter histórico-geográfico. Vamos a citar uno: dice que Acostambo
dista veinte leguas, o sea unos cien kilómetros de Huayucachi, pueblo
que queda al sur de Huancayo. Luego dice que en Acostambo permane
ció Manco Inca todo un año, descansando de sus campañas guerreras.
Pero, para colmo de confusiones, afirma que Acostambo no es otra cosa
que Viñaca. Son pruebas de que Tito Cusi no conoció el territorio que
formó parte del imperio de sus antepasados, y que en su mente se le ha
bía hecho una mezcolanza los sucesos históricos de la conquista.
Acostambo está a treinta kilómetros de Huayucachi, siguiendo por
el antiguo camino de los incas. Ahora es un distrito de la provincia de
Tayacaja. En cambio Viñaque queda en la provincia de Huanta, y es cé
lebre porque en ella están las ruinas de Huari, una ciudad del Primer
Iniperio Andino (600-1200 d. C.). Manco Inca además nunca pudo per
manecer un año en Acostam bo, porque ésta era la zona más transitada
por los españoles en sus viajes de Lima al Cuzco y viceversa. Acostambo
está en la ruta de Jauja a Vilcas.
154 La d e str u c ció n del Im p erio d e los Incas
ENTRADA EN RUPARRUPA
239 Guacrapáucar: 1560, f. 7v.— Cusichaca: 1561, ff. 5r, 16r, 48v.
240 Cieza de León: 1554d, p. 352.
B atallas d ecisivas 161
BATALLA DE MAYOMARCA
*
La d e str u c ció n del Im p erio de lo s Incas
253 G u a m á n P o m a : 1 6 1 5 , ff. 4 3 3 y 4 3 4 .
hüvosta
i fA a u * C t * 3 ^ w i
fy c tU * C4n w rvn* V m u y p e íM
W A ) ) ■)'A
Los caciques de las tres sayas o distritos de la nación huanca, según un dibujo
de Guamán Poma de Ayala (1615).
Cuarta Parte
LAS CONSECUENCIAS
LA CONSTANTE FIDELIDAD RUANCA
261 Garcilaso de la Vega: 1616. Segunda Parte. Lib. 2o. Cap. 25, p. 126.
174 La d e str u c ció n del Im p erio d e lo s Incas
267 Almagro el Mozo: 1540, pp. 304, 335, 345 — Herrera: 1615. Déc.
VIII. Lib. IX Cap. XVII.
268 Almagro el Mozo: 1540, p. 278-279.
___ as c o n se c u e n c ia s 177
sus repectivas sayas: don Alonso, don Pedro y don Gaspar (280).
Como los años continuaron pasando y llegó el de 1560, y aún
no obtenían ningún privilegio por los servicios prestados para des
truir a Girón, los tres curacas huancas decidieron hacer, ante la
Audiencia de Lima, sendas In fo rm a cio n es sobre el apoyo dado a
los españoles, desde 1533 hasta 1554- Con ellas meditaban viajar
a España para pedir la justa recompensa. Uno de los primeros en
arribar a Lima, para tal objeto, fue don Felipe Guacrapáucar,
quien hizo las gestiones en nombre de su padre, el viejo don Jeró
nimo Guacrapáucar. Fue entre el 21 y el 26 de agosto de 1560.
Después, en 1561, la realizó don Fancisco Cusichaca, curaca de
Jatunsausa. No sabemos la fecha exacta en que debió ser redacta
da la In fo rm a ció n de Ananhuanca, porque' ésta se ha extraviado,
pero es posible que haya sido también en aquellos años.
tar que los Apo Alaya consiguieran las mejores recompensas. lie ,
ahí la razón de porqué don Felipe Guacrapáucar regresaría de Es
paña cargado de mercedes, incluso con un Escudo de Armas.
En España, don Felipe Guacrapáucar presentó la carta y la
In fo rm a ció n de su padre, las que fueron leídas por los ministros
del Consejo de Indias. Como recompensa al gran auxilio dado por
su padre y por su saya de Lurinhuanca, pidió las siguientes cosas:
1) Título de alcalde mayor del Valle de Jauja. 2) Título de enco
mendero del repartimiento de Lurinhuanca, por una vida según pa
rece. 3) Declarar a Lurinhuanca encomienda del rey, después de su
fallecimiento por cierto. 4) Facultad para nombrar anualmente dos
alcaldes ordinarios, dos regidores y un alguacil, con jurisdicción ci
vil hasta la cantidad de doscientos pesos, y en lo criminal para ha
cer informaciones y apresar delincuentes para su remisión a Lima.
5) Título de propiedad, para él y para sus descendientes, de todas
las tierras baldías y sobrantes de la Comunidad de Lurinhuanca,
con facultad para disfrutarlas y arrendarlas (282),
Como vemos, don Felipe Guacrapáucar se había olvidado ya
de sus coterráneos de Ananhuanca y de Jatunsausa. Para com pro
bar sus asertos exhibió al rey su In fo rm a c ió n , donde muy nimia
mente constaban los servicios de su padre, desde 1533 hasta 1554.
Su propósito era de los servicios de los Guacrapáucar y de los lu
rinhuancas no descaecieran jamás de la memoria histórica del Im
perio español. Le preocupaba que algún día pudiera olvidarse que
se debió a don Jerónimo Guacrapáucar el triunfo de los españoles
sobre los incas. Y, desde luego, de paso, quería también obtener
algunas recompensas materiales y formales para acrecentar el pres
tigio señorial de su persona (283). Los del Consejo de Indias, al in
formar al rey acerca de los grandes gastos y decisiva ayuda hechos
por Lurinhuanca a favor de los castellanos, desde 1533 hasta 1554,
dieron su opinión favorable para agraciar con privilegios de carác
ter económico y heráldico. En tal sentido, Felipe II, en una cédula
fechada y firmada en Monzón el 26 de setiembre de 1563, auto
rizó asignar a don Felipe la renta de seiscientos pesos anuales, de
por vida. Asimismo, ordenó dar y asignarle en la circunscripción
de Lurinhuanca algunas extensiones de tierras, en calidad de pro
pias, para dedicarlas a la labranza. Los seiscientos pesos debían
sacarse del primer repartimiento indígena que vacara en el Perú.
282 Guacrapáucar: Carta-prólogo a la información de 1560.
283 Loe. cit.
186 La d e str u c ció n del Im p erio de lo s Incas
mayo hasta hoy, es una real cédula del 31 de enero de 1564. Se re
fiere a la supresión y prohibición de haciendas en el valle que aho
ra llamamos del Mantaro. Sin embargo, la razón que se adujo para
ello no fue la alianza hispano-huanca, sino el abuso do los enco
menderos, quienes, a pesar de recibir una buena cantidad do tribu
tos, usurpaban las tierras y hacían trabajar en ollas a los indígenas.
La prohibición so refiero-a las haciendas ganadoras, las únicas que
implantaron los encomenderos en aquella época (290). Otro docu
mento manifiesta la inconveniencia do repartir tierras a los espa
ñoles, para formar haciendas en el valle del Huancamayo, debido
a la escasez do ollas y a lo superpoblado do la región (291).
EL ESCUDO DE ARMAS
Empero, de todo lo conseguido por don Felipe Guacrapáucar
en España, nada debió llenarlo do más satisfacción personal, do
acuerdo a la mentalidad social do su tiempo, que el Escudo de Ar
mas que el mismo Felipe II acordó dispensarle. Fue un blasón, en
cuyos colores, figuras y metales quedaba “ perpetua memoria” do
los grandes servicios prestados por los curacas y los pobladores do
la saya de Lurinhuanca y do toda la nación huanca. Servicios y
alianza sin los cuales Pizarro habría tardado mucho tiempo en des
truir el poderío del Cuzco. Tan brillante bondad y lealtad jo s t r a
da por Lurinhuanca en servicio de los españoles, fidelidad nunca
mermada desde entonces, merecía la más plausible honra para los
descendientes de ese don Jerónimo Guacrapáucar, que juraban y
rejuraban seguir el ejemplo de su antepasado entreguista a España.
Aquel galardón tan importante, tan codiciado por la totalidad
de los conquistadores, pero en verdad muy pocos lo conseguían,
fue, pues un Escudo de Armas. ¡Un Escudo de Armas para don
' Felipe Guacrapáucar y para la saya do Lurinhuanca! Pero, en reali
dad, un Escudo de toda la nación huanca, porque allí está bien re
sumida y brillantemente representada la alianza y la confederación
hispano-huanca.
El Escudo fue otorgado mediante una real cédula firmada por
Felipe II en Barcelona, el 18 de marzo de 1564. Allí autoriza que
su campo esté dividido en cuatro partes: 1) En la primera, en la al
ta de la mano derecha, hay como figura un broquel o adarga en
forma cuadrada, jaquelada de plata y negro. En la mano derecha
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IN D IC E
Dedicatoria
Prólogo
Primera Parte
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