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El Síndrome de Harry Benjamin

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“EL SÍNDROME DE HARRY

BENJAMIN”

MARTA GARCÍA DÍAZ


I. INTRODUCCIÓN

El presente libro tiene por objeto realizar un estudio


detallado del conocimiento actual existente sobre el
Síndrome de Harry Benjamin, que pueda ayudar tanto a los
pacientes que lo padecen como a los profesionales
sanitarios encargados de su cuidado.

Los casos mencionados son reales y han sido extraídos de


mis largas prácticas de voluntariado en una asociación de
pacientes afectados por esta enfermedad, así como de un
miembro de mi familia afectado por la misma.

II. CONCEPTO

El Síndrome de Harry Benjamin es una condición intersexual


en la cual los procesos de diferenciación sexual a nivel
cerebral y anatómico no se corresponden. Efectivamente, los
estudios científicos llevados a cabo en las últimas décadas
del siglo pasado y primera del presente, han permitido
concluir que existe un claro proceso de diferenciación
sexual en el cerebro humano, que determina que el mismo
muestre características anatómicas y fisiológicas
distintas en función de si el cerebro pertenece a un hombre
o a una mujer. Sin embargo, el cerebro de las personas
afectadas por el Síndrome de Harry Benjamin muestra las
características físicas del sexo contrario al que fueron
asignadas al nacer, es decir, su sexo cerebral no se
corresponde con su sexo genital.

En este sentido, puede resultar de interés al lector


consultar el Volumen 186 de la revista académica “Progress
in Brain Research”, titulado “Sex Differences in the Human
Brain: Their Underpinnings and Implications”
(“Diferenciación sexual en el Cerebro Humano: Fundamentos e
Implicaciones”), en cuyo capítulo cuarto, los autores
Ivanka Savic-Berglund, Alicia García-Falgueras y Dick F.
Swaab, recopilan, con loable claridad expositiva, los
distintos estudios científicos llevados a cabo y,
específicamente, la relación entre la diferenciación sexual
cerebral y la identidad sexual.

En palabras más simples, puede decirse que una niña


afectada por el Síndrome de Harry Benjamin, (que presenta
un sexo cerebral femenino), es erróneamente identificada
como un niño al nacer, en función de sus genitales
masculinos, y, en consecuencia, criada como un niño. No
obstante, la clara discordancia entre su sexo cerebral y su
sexo genital la llevará a rechazar, desde que es pequeña,
el sexo masculino que se le ha asignado erróneamente,
manifestando su convicción de ser una niña encerrada en un
cuerpo equivocado (anima mullieris in virile corpore
inclusa).

Del mismo modo, un niño que padezca el Síndrome de Harry


Benjamin presentará una incongruencia entre su sexo
cerebral masculino y su sexo genital femenino, que le
llevará a rechazar este último, manifestando desde pequeño
que es un varón.

Como se ha señalado, estas convicciones tienen su origen en


la propia configuración biológica cerebral de los niños, y
no en un supuesto “deseo” u “opción” por parte de éstos,
pues su unívoca identidad sexual les viene biológicamente
determinada. En este sentido, cabe recordar aquí el triste
caso de David Reimer, que, pese a no ser afectado por el
Síndrome de Harry Benjamin, resulta bastante ilustrativo en
la medida en que muestra cómo el sexo cerebral biológico no
puede ser socialmente modificado.

David Reimer fue un niño en el que su sexo cerebral y


genital sí coincidían en su nacimiento, pero que sin
embargo dejaron de hacerlo cuando sus padres decidieron
someterlo a una vaginoplastia y criarlo como una niña a
consecuencia de un accidente en su circuncisión que le dejó
el pene parcialmente destruido. En aquella época se pensaba
que el género es un constructo social, y que por tanto, con
el desconocimiento del niño, bastaba con educarlo como una
niña para que el mismo se considerara una niña.
Evidentemente el experimento, llevado a cabo por el
polémico psicólogo John Money, fracasó, pues David Reimer,
aun desconociendo las anteriores circunstancias, continuó
manifestando persistentemente su sexo cerebral y afirmando
que era un niño, no quedándose tranquilo hasta que le
permitieron someterse a varias cirugías de reasignación
sexual ya en la edad adulta.

De forma análoga al niño Reimer, los niños afectados por el


Síndrome de Harry Benjamin manifiestan desde edades
tempranas su sexo biológico cerebral, cuya incongruencia
con su sexo genital les causa grandes sufrimientos y
depresión, (llevando, a algunos, incluso, al suicidio) y no
se quedan tranquilos hasta que se les reconoce su sexo
cerebral y se les permite adecuar el resto de su cuerpo al
mismo.

III. PREVALENCIA

El Síndrome de Harry Benjamin puede ser considerado una


enfermedad rara por sus bajos índices de prevalencia, en
tanto que se estima que sólo afecta a 1 de cada 30.000
niñas (con genitales masculinos) y a 1 de cada 100.000
niños (con genitales femeninos). Sorprendentemente,
relacionándolo con otras enfermedades intersexuales, es
cien veces menos frecuente que el Síndrome de Klinefelter,
cincuenta veces menos frecuente que el Síndrome de Turner y
diez veces menos frecuente que el Síndrome de
Insensibilidad a los Andrógenos, lo que permitiría explicar
el gran desconocimiento que se tiene de esta enfermedad a
nivel social, y la dificultad de encontrar pacientes que
ayuden a explicarla y comprenderla.

IV. TRATAMIENTO

En el tratamiento del Síndrome de Harry Benjamin, el


diagnóstico precoz resulta fundamental. Esta necesidad se
ve especialmente acentuada en el caso de las niñas, pues
las mismas, expuestas sin ninguna defensa a la potente
acción de la testosterona que comenzarán a generar sus
genitales durante la pubertad, se enfrentan al desarrollo
de caracteres sexuales secundarios masculinos
irreversibles, que les dejarán trazas de por vida,
recordándoles de forma perpetua que nacieron con un sexo
genital equivocado, provocando igualmente las injustas
burlas y exclusión por parte de la sociedad. Efectivamente,
el desarrollo del vello o los genitales mismos pueden ser
revertidos, pero la testosterona provoca otros cambios como
el hundimiento de los ojos, el crecimiento del hueso de la
nariz, el desarrollo de una mandíbula cuadrada y angulosa o
la gravedad de la voz, que, si bien en algunos casos pueden
ser tratados o incluso revertidos mediante cirugía, en la
mayor parte de los casos pasan a ser permanentes.

A pesar de lo anterior, en la actualidad resulta imposible


efectuar el diagnóstico de la enfermedad en el nacimiento,
por lo cual es preciso esperar a que el niño o niña
manifieste, en su caso, una discordancia entre su sexo
cerebral y su sexo genital.

Adquirida la convicción de esta discordancia por parte de


los profesionales de la salud, se les suministrará, en el
caso de las niñas, antiandrógenos que bloqueen, aun sea de
forma temporal, los efectos de la testosterona que hemos
mencionado, y, se les suministrará en su lugar las hormonas
propias del sexo cerebral, lo que les permitirá desarrollar
los caracteres sexuales secundarios propios del mismo, y
les facilitará su integración en la sociedad con arreglo a
dicho sexo cerebral.

Finalmente, la persona afectada por el Síndrome de Harry


Benjamin se somete a una cirugía de reasignación genital,
también denominada “cirugía de afirmación sexual” (CAS), en
la que se borrarán los últimos vestigios de la discordancia
entre su sexo cerebral y su sexo genital.

La persona así tratada podrá gozar de esta forma de los


caracteres sexuales primarios y secundarios
correspondientes a su sexo cerebral, y únicamente la
medicación hormonal, que deberá mantener de por vida para
gozar de buena salud, le recordará la enfermedad que una
vez padeció.

V. EL DOCTOR HARRY BENJAMIN

En contra de la impresión errónea que puedan tener las


nuevas generaciones, el tratamiento de las personas
afectadas por el Síndrome de Harry Benjamin y otras
patologías intersexuales no es, en absoluto, nuevo. En este
sentido, cabe recordar el caso de la pintora danesa Lili
Elbe, que se sometió a una cirugía de reasignación genital
a principios de los años treinta del siglo pasado, hoy hace
ya casi cien años.

No obstante, no fue hasta que el doctor Harry Benjamin,


endrocrinólogo de origen alemán afincado en los Estados
Unidos, publicara sus trabajos sobre el tratamiento de
estos pacientes de forma sistemática, a mediados del siglo
XX, que comenzaría a extenderse un tratamiento sistemático
para los mismos.

Harry Benjamin nació el 12 de Enero de 1885 en Berlín,


Alemania, obteniendo su doctorado en Medicina por la
Universidad de Tübingen en 1912. Tras establecerse
definitivamente en los Estados Unidos de América en 1915,
abrió su consulta médica, primero en la ciudad de Nueva
York, y posteriormente en la ciudad de San Francisco.

Su primer paciente con este tipo de patología lo recibió,


por recomendación de Alfred Kinsey, en 1948. Se trataba de
una niña nacida en el cuerpo de un niño, “que quería ser
una niña”. En lugar de prescribirle el tratamiento propio
de la época (detención, lobotomía o terapia
electroconvulsiva), el doctor le prescribió Premarin, una
hormona femenina todavía en uso hoy en día, que tuvo “un
efecto calmante”, y dispuso lo necesario para que el niño y
la madre viajaran a Alemania, donde podría someterse a una
cirugía de reasignación genital. Este caso le trajo otros
casos parecidos de distintos pacientes, que resolvió con
éxito tratándolos de forma sistemática de la misma manera.
En 1966 analizó gran parte de estos éxitos en su obra “The
Transsexual Phenomenon”, que serviría de base para que la
Medicina se tomara en serio a partir de entonces el
tratamiento de estos pacientes y su patología.
En este sentido, resulta conmovedor incluir aquí un
extracto sacado de la página 72 del libro mencionado, en el
que el doctor Benjamin describe el éxito en el tratamiento
de una paciente (Joanna) en estos términos:

“...Comparar al Johnny que conocí con la Joanna de hoy en


día es como comparar un terrible día de lluvia y niebla
con una hermosa mañana de primavera, o una marcha fúnebre
con una canción de victoria. La antigua vida del sexo
original masculino está de todo menos olvidada y resulta
en realidad desagradable de recordar...”

VI. SHB: EL ORIGEN DEL TÉRMINO


Resulta paradójico que el doctor que pioneramente se ocupó
de tratar más casos de personas afectadas por el síndrome
que lleva su nombre titulara su obra más conocida empleando
el término “transexual”, que precisamente rechazan,
actualmente, la mayor parte de estos pacientes.

Efectivamente, influido por el término introducido al


inglés por David Cauldwell en 1949 basándose en el término
transsexualismus, acuñado por el sexólogo Magnus Hirschfeld
en 1923, el doctor Benjamin utilizó en toda su obra un
término compuesto por las raíces trans- (que significa
“cambio”), y –sexual (que hace referencia al “sexo”),
porque precisamente ésta es la característica que resulta
más aparente en las personas que padecen este síndrome.

Se trata de una práctica habitual en la Medicina, que,


cuando describe por primera vez una enfermedad de la que
tiene poco conocimiento, utiliza, de forma poco rigurosa,
los elementos descriptivos de ella que pueden resultar más
llamativos. Así, por ejemplo, el doctor John Langdon Down,
empleó, al describir a los pacientes que padecen el
síndrome que lleva su nombre, el término “mongólicos”, al
observar que los mismos tenían rasgos faciales orientales
pese a proceder de padres occidentales, lo que le llevó a
pensar que el origen de la enfermedad podía estar en la
potencialidad de la tuberculosis “para romper la barrera de
especie, provocando que padres occidentales pudieran tener
hijos orientales”. Quedó así acuñado el término
“Mongolismo”, que perduraría varias décadas hasta que fuera
sustituido por el término “Síndrome de Down”, más acorde
con la realidad, y menos ofensivo para los pacientes que lo
padecen.

De forma análoga, la Corea de Sydenham fue descrita en sus


primeros tiempos como el “Baile de San Vito”, pues son
precisamente una de las características más llamativas de
esta enfermedad infecciosa del sistema nervioso central los
movimientos involuntarios de las extremidades que simulan
una danza violenta.

En el caso de las personas que padecen el Síndrome de Harry


Benjamin, lo que parece más llamativo a primera vista es
que se produce un “cambio de sexo”, es decir, que nos
encontramos ante una persona que tiene un sexo A y que, por
causas psicológicas desconocidas (en la época de la que
hablamos), desea convertirlo en un sexo B.

Ahora bien, esta explicación aparente del Síndrome de Harry


Benjamin, como hemos visto, no se corresponde con la
realidad, pues no se produce realmente ningún “cambio de
sexo”; no hay un sexo de partida y un sexo de llegada, sino
que por el contrario, ambos coexisten ya desde el
nacimiento, y lo único que se produce es una adaptación del
sexo predominante sobre el sexo predominado, del mismo modo
que ocurre con el resto de patologías intersexuales cuyo
diagnóstico resulta más simple, como el Síndrome de
Klinefelter o el Síndrome de Turner.

Resulta un error, por tanto, emplear el término de


“transexualidad” para describir el Síndrome de Harry
Benjamin, pues, como decimos, no se da ningún tránsito
entre géneros o sexos, como sí pueda ocurrir, quizás, en
los llamados trastornos de identidad de género. Se trata
más bien de una batalla entre un sexo predominante (el
cerebral) y un sexo predominado (el genital), en la que
gana, como no podía ser de otra forma, el sexo predominante
del órgano rector del cuerpo humano.

A raíz de la inexactitud del término que se empleaba para


describirlos, pacientes y profesionales buscaron términos
alternativos, acuñándose el término “Síndrome de Harry
Benjamin” en 1994 en París, en honor a la obra del doctor
Harry Benjamin, con la creación por Tom Reucher, Diane
Potiron y Hugues Cariou de la asociación francesa
“Association du Syndrome de Benjamin”.

Posteriormente, un grupo de pacientes, liderado por


Charlotte Goiar, presentó en la primera década de este
siglo una petición dirigida a la Organización Mundial de la
Salud, apoyada por más de quinientas firmas, solicitando
que la misma recogiera expresamente el término “Síndrome de
Harry Benjamin” en su Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE), si bien es preciso recordar que en esta
clasificación médica ni siquiera ha aparecido nunca el
término “transexual”, que tanto empleó el doctor en cuyo
honor se acuñó el término “Síndrome de Harry Benjamin”,
demostrándose, una vez más, que el regulador médico, que
tampoco sustituyó el inexacto término de “Mongolismo” por
el de “Síndrome de Down” hasta 1966, casi ochenta años
después de las observaciones del propio Down, va,
ciertamente, por detrás de su propio tiempo.

VII. EL CASO DE CHARLOTTE GOIAR

Como hemos dicho, el Síndrome de Harry Benjamin se trata de


una enfermedad rara, cuyos pacientes desean olvidar una vez
que la han superado sometiéndose a la cirugía de
reasignación genital, motivo por el cual existen pocas
reivindicaciones por parte de los mismos, tanto respecto
del diagnóstico que se les ofrece como respecto de su
tratamiento.

Por esta razón, es únicamente en casos puntuales, cuando a


pacientes que no disponen de los medios económicos para
tratarla se les niega su tratamiento por el sistema público
de salud, cuando nos encontramos con ejemplos de personas
que reclaman por sus derechos.

Tal fue el caso de Charlotte Goiar. Nacida en Vigo


(España), en la década de los setenta del siglo pasado, la
misma padeció el Síndrome de Harry Benjamin durante toda su
vida, pero por circunstancias económicas, familiares y
sociales, no pudo sufragarse el coste del tratamiento
médico requerido, por lo que, finalmente, en sus treinta,
se vio obligada a demandar al Servicio público de Salud
Gallego lo que éste le denegaba en vía administrativa.

La prensa española erróneamente la ha definido como “la


primera persona a la que el Tribunal Supremo permitió
cambiarse el sexo”, lo cual no resulta correcto, pues el
Tribunal Supremo español permitió por primera vez a una
paciente el cambio de nombre y sexo en el Registro Civil en
los años ochenta del siglo pasado, en su Sentencia
4665/1987, de 2 de Julio. Sin embargo, sí que fue la
primera persona que consiguió, a través de una resolución
del Tribunal Supremo español de 2013, que éste extendiera a
nivel nacional la obligación de los servicios autonómicos
de salud de prestar el tratamiento médico del Síndrome de
Harry Benjamin.

En lo que a esta obra interesa, la paciente a la que nos


referimos fundó en el año 2005, en plena depresión por su
falta de tratamiento, una página web de recursos educativos
que pudiera ayudar a otras personas que se pudieran ver en
su situación. Este sitio web fue creado con una marcada
vocación internacional, traduciéndose a varios idiomas, lo
que propició la relación de Charlotte Goiar con pacientes
de otros países como Karen Gurney, en Australia, Alejandra
Victoria Portatadino, en Argentina, o Diane Kearney, en
Estados Unidos, creándose una red de personas afectadas por
la enfermedad que, además de prestarse mutuo apoyo, reclamó
de la Organización Mundial de la Salud la inclusión del
término “Síndrome de Harry Benjamin” en su Clasificación
Internacional de Enfermedades.

Crearon un Foro internacional a través de Yahoo, en el año


2006, en el que pudieron compartir sus experiencias y
ayudar a otras personas en su situación.

No obstante, apurada por su situación económica, Charlotte


Goiar se vería obligada a cerrar su sitio web años después,
cuando ya no pudo seguir permitiéndose el pago del
mantenimiento del servidor, si bien su obra quedaría, sin
duda, grabada a los ojos de la posteridad.

VIII. LA DIFERENCIA ENTRE EL SÍNDROME DE HARRY


BENJAMIN Y LA TRANSEXUALIDAD

Existe una marcada y errónea tendencia a identificar el


Síndrome de Harry Benjamin con la Transexualidad. En este
sentido, por ejemplo, si el lector acude a la Wikipedia
inglesa y teclea en su sección de búsquedas el término
“Harry Benjamin’s Syndrome”, probablemente se vea
redirigido al artículo “Transsexual”.

Sin embargo, como hemos señalado anteriormente, el Síndrome


de Harry Benjamin y la Transexualidad son dos entidades
nosológicas distintas.

Efectivamente, cuando se habla del Síndrome de Harry


Benjamin, empleamos el término “identidad sexual”. La
identidad sexual es binaria (el sexo sólo puede ser hombre
o mujer), se encuentra biológicamente determinada y es
irreversible, es decir, no es susceptible de cambios o
modificaciones, que es lo que, por el contrario, denota la
palabra “transexual”. En el Síndrome de Harry Benjamin, la
identidad sexual viene unívocamente determinada por el
cerebro, en tanto que, como hemos dicho, se trata de una
patología intersexual en la que coexisten los dos sexos a
nivel anatómico y cerebral, ganando la batalla el sexo
cerebral o, lo que es lo mismo, la identidad sexual. De
este modo, la mujer nacida con SHB, aun con los genitales
equivocados, se siente mujer, nunca dejará de sentirse
mujer, y hará todo lo posible para que su anatomía sea la
de una mujer. Análogamente, el varón nacido con SHB se
considera a sí mismo un hombre y nunca dejará de
considerarse un hombre.

Por el contrario, cuando se habla de Transexualidad, se


emplea el término “identidad de género”. Mientras que el
sexo hace referencia a la anatomía de las características
sexuales primarias y secundarias de la persona, el género,
en cambio, se refiere a los roles sociales basados en el
sexo de la persona o en su identificación personal, roles
que, por cierto, pueden variar a lo largo del tiempo y de
las distintas sociedades. Así, por ejemplo, mientras que en
España el llevar falda se ha considerado como algo
tradicionalmente femenino, en ceremonias formales de
Escocia se ha considerado como algo masculino. Del mismo
modo, prendas de vestir que eran consideradas
tradicionalmente masculinas en el siglo XVIII pasaron a ser
consideradas femeninas en el Siglo XIX; basta recordar, en
este sentido, el famoso retrato del Rey francés Luis XIV,
tomado en 1701 y conservado en el Museo del Louvre, en el
que el monarca aparecía vistiendo leotardos y zapatos de
tacón con lacitos.

La identidad de género es libre y es, por tanto, mutable,


motivo por el cual a los llamados “trastornos de identidad
de género” o “incongruencia de género” (única entidad
definida a día de hoy por la OMS en su Clasificación
Internacional de Enfermedades), resulta más adecuado el
término “trans”. Como hemos señalado, existen sólo dos
sexos, pero existen tantos géneros como percepciones
personales pueda haber en el mundo. En este sentido,
famosas redes sociales han elaborado listas en las que han
ofrecido a sus usuarios la posibilidad de registrarse con
hasta 56 géneros distintos (agender, androgyne,
androgynous, bigender, cis female, cis male, cis man, cis
woman, gender fluid, gender nonconforming, gender
questioning, gender variant, genderqueer, neutrois, non-
binary, pangender, trans, two-spirit o, incluso, “tercer
sexo”).

La mejor forma de entender estas diferencias es examinando


casos prácticos como los que se exponen a continuación, en
los que únicamente hemos modificado los nombres cuando ha
sido estrictamente necesario para salvaguardar la intimidad
de las personas.

Además de mis prácticas con pacientes de SHB, tuve también


que hacer unas prácticas de voluntariado en una asociación
de transexuales, lo que me permitió conocer de primera mano
los distintos casos que se mencionan. El primer caso que
mencionaremos es el caso de Silvia, la fundadora de la
asociación de transexuales a la que hago referencia. Silvia
señalaba que ella no se consideraba a sí misma ni hombre ni
mujer, sino como “algo diferente”, “un tercer sexo”. Pese a
haber tomado hormonas femeninas en su juventud y haberse
operado los pechos, actualmente no tomaba ninguna
medicación y mantenía sus genitales masculinos, así como
sus hormonas masculinas, si bien su género o rol en la
sociedad era el femenino, pues todo el mundo la conocía
como Silvia. En su caso vemos cómo la palabra
“transexualidad” o “transgenerismo” resulta muy adecuada,
pues en lugar de observarse una identidad sexual específica
y determinada, se observa una identidad de género femenino,
compatible con unos genitales masculinos, que la persona no
rechaza.

Análogo al caso de Silvia es el caso de Carla, que, pese a


vivir en un rol femenino y haber tomado igualmente hormonas
femeninas en su juventud, se encontraba a gusto con sus
genitales masculinos, y se negaba a someterse a cualquier
tipo de reasignación genital. Como consecuencia, si Carla
decidiera el día de mañana retornar al género masculino, no
tendría ningún problema para hacerlo, pues, al mantener sus
genitales masculinos, únicamente tendría que someterse a
una mastectomía para eliminar los pechos que pudo
desarrollar a consecuencia de las hormonas y poco más.

Podemos hablar en estos casos, por tanto, de una


“transición”, o “cambio de sexo”, en donde es posible
transitar de un sexo A a un sexo B y viceversa, o,
empleando quizás términos más estrictos, de un género A a
un género B.

Sin embargo, dentro del colectivo transexual encontramos


también muchos casos de personas que ni siquiera desean
tomar hormonas, sino, simplemente, vivir temporalmente en
un rol de género “incongruente”, por utilizar los términos
empleados por la OMS, con su género original. Se trata, por
ejemplo, del caso de Tania. La llamo Tania porque fue como
me la presentaron, pero ella hacía su vida diaria como
Javier, habiendo nacido con el sexo masculino. Tania era
feliz siendo Javier, trabajaba como Javier, era conocida en
su entorno laboral y familiar como Javier; ahora bien, le
gustaba, de vez en cuando, vestirse y maquillarse como una
mujer y que la llamasen Tania. De hecho, a los meses de
conocerla, se echó una novia “lesbiana”, que quería que la
llamase Tania en la intimidad, y así lo hizo, por lo menos
en los momentos en los que las vi juntas. El caso de Tania
es especialmente ilustrativo pues nos permite ver la
facilidad del “cambio de sexo” o transición entre géneros a
la que hacemos referencia. Cuando Tania quería ser Javier,
era Javier, y cuando quería ser Tania, era Tania, pudiendo
pasar de un género a otro indistintamente, al bastarle con
cambiar de ropa y un poco de maquillaje.

Similar al caso de Tania era el caso de Irene, que para


casi todo el mundo era conocida como Antonio, pero que,
igualmente, en la intimidad gustaba de vestir de vez en
cuando ropa femenina y crear un rol virtual femenino en
Internet en el que se llamaba Irene. Yo, evidentemente, la
trataba como Irene, pues es como se me presentó, aunque su
apariencia y comportamientos externos fueran en todo
momento los de un chico.

La confusión entre los términos “SHB” y “transexual” radica


en que la literatura médica ha tendido a mezclar
erróneamente ambos conceptos. El propio Harry Benjamin en
su libro “The Transsexual Phenomenon” hablaba de “tres
tipos diferentes de transexuales”, empleando términos como
“transexual genuino” y “transexuales intermedios”. Otros
autores utilizaron términos como “transexualismo primario”
y “transexualismo secundario”, identificaciones por clases,
sin duda desafortunadas, que tal vez puedan explicar el
resentimiento mutuo que a veces se observa entre los
pacientes de entidades nosológicas tan distintas.

En este sentido, el criterio que está siguiendo la


Organización Mundial de la Salud de mezclar todo con todo y
emplear un “término paraguas”, como “incongruencia de
género” o “trastornos de la identidad de género”, no está
ayudando, en absoluto, a limar las diferencias, llevando a
la mayor parte de los pacientes con Síndrome de Harry
Benjamin que he conocido a negar, una vez que han superado
la enfermedad a través de la reasignación genital, que
hayan padecido patología alguna, con tal de que no se les
identifique con el erróneo término de “transexual”.

Resulta ilustrativo a estos efectos hablar del caso de


Sara, paciente de SHB que, al mudarse a Londres, prefirió
decirle a su médico de cabecera que “había sido sometida a
una histerectomía (extirpación de útero) en su juventud a
consecuencia de un tumor”, a fin de justificar los motivos
por los que el doctor debía recetarle la medicación
hormonal que necesitaba y realizarle las analíticas de
seguimiento.

La historia de Sara era falsa, nunca había tenido útero, ni


tampoco tumor alguno, pero las consecuencias eran las
mismas: obtener la Terapia Hormonal Sustitutiva que
necesitaba a consecuencia de la amenorrea, así como los
controles periódicos que permitían garantizar su buena
salud. “No podía soportar la idea” –señalaba Sara- “de que
me colgaran, una vez más, la etiqueta de transexual y que
la misma pululase libremente por mis antecedentes médicos
cuando yo soy de todo menos transexual”.

El caso de Laura es análogo al anterior. Al mudarse de


región, informó a su nuevo médico de que padecía el
Síndrome de Harry Benjamin, término con el cual el joven
médico no estaba familiarizado. Laura le explicó que se
trataba de una patología intersexual parecida al Síndrome
de Klinefelter, y el médico la registró con el Síndrome de
Klinefelter. No obstante, para desgracia de Laura, el
médico modificó posteriormente su historial, a la vista de
la confusión existente entre el Síndrome de Harry Benjamin
y los trastornos de identidad de género, empleando el
término “trastorno de identidad de género”, quedando Laura
con esa etiqueta de por vida cada vez que la derivaban a
cualquier especialista por motivos que nada tenían que ver
con su patología. “Si lo hubiera sabido, me habría
inventado una historia, como que padezco el Síndrome de
Rokitansky o algo parecido. Estoy harta de que se me
identifique bajo el paraguas de los trastornos de identidad
de género, cuando yo no tengo ninguno”.

IX. POR QUÉ NO SE DEBE CONFUNDIR EL SÍNDROME DE


HARRY BENJAMIN CON LA TRANSEXUALIDAD

Aparte de la razón obvia de evitar el injusto perjuicio que


se deriva para los pacientes de SHB de negarles su
realidad, los motivos por los que no se deben confundir
estas dos entidades nosológicas tan distintas son de índole
fundamentalmente práctica.

El primer motivo hace referencia al tratamiento. En el año


2009, un grupo de personas transexuales, apoyadas por el
denominado movimiento LGTB, creó una campaña internacional
llamada STP (Stop Trans Pathologization) 2012, que
pretendía eliminar los trastornos de identidad de género de
la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS.
Efectivamente, las personas transexuales no consideran que
padezcan patología alguna. Consideran sus expresiones de
género como un rasgo más de su personalidad y, puesto que
entienden que el género es libre y que no debe someterse a
restricciones, desean la libertad de transitar libremente
de un género a otro sin verse obligadas a someterse a un
tratamiento médico.

Apoyados por el movimiento LGTB (Lesbianas, Gays,


Transexuales y Bisexuales), esta campaña tuvo una gran
difusión, y continúa actualmente en pie en el momento de
escribirse este libro, aunque, afortunadamente para las
personas que padecen del SHB, obligadas a identificarse con
el término “trans”, todavía no ha producido sus frutos.

Ni que decir tiene que los intereses de esta campaña son


radicalmente opuestos a los de las personas que padecen el
Síndrome de Harry Benjamin. Efectivamente, las personas que
padecen el Síndrome de Harry Benjamin consideran que sufren
una enfermedad, entendida ésta, como define la OMS, como
una “alteración o desviación del estado fisiológico en una
o varias partes del cuerpo, por causas en general
conocidas, manifestada por síntomas y signos
característicos, y cuya evolución es más o menos
previsible”. En los pacientes de SHB existe un malestar
clínico significativo derivado de la incongruencia entre su
sexo cerebral y su sexo genital, y la única solución al
mismo pasa por el tratamiento médico, intervención ésta que
les permite “superar” su enfermedad. A una persona con
Síndrome de Harry Benjamin no se le soluciona su problema
permitiéndosele vestir con ropa del sexo contrario o con
cambiar su rol de género social. La persona que padece el
SHB precisa ajustar su sexo cerebral y su sexo genital y es
ésta la única vía que le permite solucionar su problema.

Resulta, por tanto, evidente que la tendencia a identificar


bajo un mismo término paraguas dos entidades nosológicas
tan distintas y con intereses tan contrapuestos, no hace
sino crear conflictos innecesarios y fricciones entre ambos
grupos. En el caso de María José, ésta me indicaba que no
podía entender cómo los medios de comunicación se hacían
eco, cada vez con más fuerza, de esta reivindicación de las
personas transexuales de no ser consideradas como pacientes
de una patología. “Entiendo su punto de vista, -decía- pues
yo tampoco pienso que los transexuales sufran ninguna
enfermedad, pero ¿por qué tienen que arrastrarme a mí y a
las personas que sufrimos el SHB con ellos y acabar así con
décadas de una práctica médica que a las personas como yo
nos ha ayudado tanto a ser felices? ¿Por qué se tiene que
identificar el Síndrome de Harry Benjamin con la
Transexualidad?”.

Un segundo motivo que justifica terminar con la


identificación de ambos términos se refiere al llamado
Movimiento LGTB y a las confusiones que genera. Si la
transexualidad y el Síndrome de Harry Benjamin son dos
entidades totalmente distintas, la diferencia pasa a ser
astronómica cuando se compara el SHB con el movimiento
LGTB. Efectivamente, el movimiento LGTB es un movimiento
internacional que, como su propio nombre indica, reúne a
personas Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales. Los
cuatro grupos se sienten identificados, opinan que tienen
intereses comunes y, en consecuencia, se agrupan bajo un
mismo patrón. Existen, incluso, obras salidas de este
movimiento que han llegado a describir la transexualidad
como “una forma de homosexualidad extrema”.

Las personas que padecen el Síndrome de Harry Benjamin, por


el contrario, no tienen nada que ver con este grupo, del
mismo modo que no tiene nada que ver el tocino con la
velocidad, y ello es así porque el Síndrome de Harry
Benjamin no tiene relación alguna con la orientación
sexual. En este sentido, la probabilidad de que una niña
que padece SHB sea lesbiana, es decir, que se sienta
atraída por otras mujeres, es la misma que encontramos en
la población general, y, como ocurre en el resto de la
población general, no existe una relación entre la
orientación sexual y la identidad sexual.

Es importante subrayar esto ya que esta práctica ha llevado


a muchas confusiones, como en el caso de Isabel. Esta
paciente de SHB me relataba que ella siempre se había
sentido una niña encerrada en el cuerpo de un niño, pero
que nunca supo cómo solucionar su problema. En base a lo
que siempre habían visto por la televisión, sus padres
pensaron que Isabel era una “persona LGTB”, y le
recomendaron, en su adolescencia, que acudiera a una
asociación de jóvenes LGTB, donde quizá pudieran ayudarla.
Isabel así lo hizo y acudió al COGAM (Colectivo Gay de
Madrid), que tenía un grupo especialmente dedicado a los
jóvenes. En dicho grupo Isabel conoció a muchos gays, y
entabló amistad con ellos, pero se sintió en todo momento
extraña a dicho grupo. Con su pelo largo, sus pendientes en
las orejas, y su forma de vestir, sus compañeros veían a
Isabel como una niña, y la mantenían ajena a muchas de sus
actividades. Aunque Isabel no encajaba en el grupo de gays,
intentó integrarse en el mismo y sólo cuando empezaron a
surgir burlas explícitas hacia ella terminó por darse
cuenta de que había cometido un error y de que no tenía
nada que ver con ese colectivo. “Fue una noche, en una
fiesta de pegatinas, –me relataba-, en la que cada cual se
ponía una pegatina con su nombre y los demás podían
mandarle piropos anónimos a través del DJ, cuando llegó la
gota que colmó el vaso, pues el DJ estuvo toda la noche
leyendo en voz alta mensajes de burla dirigidos hacia mí
criticándome por mis pintas y por mi parecido a la cantante
de ABBA”.

Tras esa nefasta experiencia, Isabel abandonó la


asociación, y fue gracias a los recursos educativos
ofrecidos por Charlotte Goiar en su página web que Isabel
entendió finalmente lo que le pasaba y se sometió al
tratamiento médico que le ha permitido ser la mujer feliz
que hoy es.
X. CONCLUSIONES

Como hemos señalado al inicio de esta obra, su objeto es


ofrecer una perspectiva general sobre el conocimiento
actual existente respecto al Síndrome de Harry Benjamin,
que permita guiar a pacientes y profesionales, evitando
confusiones como las que hemos relatado en capítulos
anteriores.

Nos resta para concluir, únicamente, dirigir unas palabras


a los grupos de personas relacionadas con el mismo. A los
pacientes con Síndrome de Harry Benjamin mandamos un
mensaje de ánimo y de que, definitivamente, el SHB es una
enfermedad de la que se puede salir. A las personas
transexuales les mostramos nuestro profundo respeto,
dejando en todo momento claro que la diferenciación de
términos no supone negar su realidad, sino más bien no
negar la de los pacientes de SHB, que resulta igualmente
respetable. Y en cuanto a los profesionales de la salud
encargados de tratar a las personas que padecen el SHB, se
recomienda el tratamiento sistemático de estas personas con
arreglo a los estándares tradicionales, evitando en todo
caso confusiones de términos. El tratamiento estándar a
seguir debería ser por defecto el señalado para el Síndrome
de Harry Benjamin, y si el paciente muestra reticencias al
mismo, podremos concluir entonces que nos encontramos ante
un mero caso de transexualidad, no debiéndose negarle, no
obstante, el tratamiento que demande.

Como hemos señalado, para las personas que padecen de SHB


resulta muy difícil encontrar otros pacientes que les
ayuden o sirvan de referencia, pues una vez superada la
enfermedad, tienden a “olvidarse de la misma”, motivo por
el cual, para prestarles ayuda, facilito la siguiente
dirección de correo electrónico, en la que me comprometo,
en la medida de mis posibilidades, a ponerles en contacto
con estas personas:

ayuda.shb@gmail.com

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