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Sobre El Amor Entre El Goce y El Deseo

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Sobre el amor entre el goce y el deseo. Y Turandot.

Conferencia dictada en la NEL-México DF, el 22 de mayo de 2012.

por Elaine Cossío [*]

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I.- Amor, deseo, goce

El fracaso de la armonía entre los sexos es consustancial a nuestra propia condición de seres
hablantes, según la enseñanza de Lacan. ¿De dónde pudiera provenir, entonces, el ideal de
conjunción, de relación de verdadera complementariedad con un partenaire predestinado y, en
suma, la ilusión del encuentro, si no es por la vía del amor?

Sabemos que el amor ha sido uno de los temas más caros al ser humano. Ahí asistimos al hecho
trascendental de que la cultura consiste, en buena medida, en un cúmulo de historias que
involucran pasiones, acicates, violencias, uniones, sufrimientos, heroicidades y abatimientos, en
nombre del amor.

Lacan habló de amor, también. Y se refirió al tema desde distintos ángulos, como no podría ser de
otra manera, por el autor, y por lo difícil de tratar un tema tan escurridizo y que trasvasa tantos
aspectos de la experiencia humana. Y porque el psicoanálisis es una apuesta que inicia con el amor
(¿tan sorpresiva fue, realmente, la transferencia para Freud cuando se aventuró a tratar con el
inconsciente?) y tiene, al final del recorrido de un análisis, algo nuevo que tramitar en cuanto al
amor.

"Dar lo que no se tiene" (decía Lacan con respecto al amor) tiene que ver con el concepto de falta,
en la enseñanza de Lacan, pues amar es mostrarse en falta, revelar que algo quiere alcanzarse en
el otro. Es por esto que el amor involucra a la castración, y amar es un poco experimentar esa
falta, esa castración.

Es el amante (erastés) el que activamente ubica en aquél amado (eromenós) el objeto que puede
obturar la falta propia. El interjuego de la verdadera metáfora del amor, sería que se logre la
inversión a nivel del objeto de amor: que el eromenós devenga a su vez amante, que se convierta
en sujeto en falta. Un exquisito análisis de El banquete, de Platón, desarrolla Lacan en su
Seminario VIII, La Transferencia, haciéndonos entender no solamente la temática central del amor
revelado en la transferencia en el dispositivo analítico, la metáfora amorosa, la elección del objeto
de amor en el sujeto, etc, sino, y muy especialmente, nos enseña respecto del lugar que ocupa el
analista en la cura, a quien el paciente, por estructura, desliza su demanda de amor y le instituye
como objeto de amor (eromenós).

La transferencia es un asunto de amor, visualizó Freud desde el principio.

Amor es lo que engaña, decía Lacan, porque es donde se cree en la ilusión que dos pueden hacen
uno.

Pero también es fundante el amor en psicoanálisis porque en el amor se trata siempre de


suponerle saber al Otro con respecto a algo que concierne íntimamente a cada uno de nosotros.
Miller lo describe como: amo a aquél a quien le supongo un saber sobre mí que desconozco.

J. A. Miller elabora el concepto de amor como el lazo que anuda el saber y el inconsciente, pues
amando al saber inconsciente es como único podría inaugurarse una experiencia de análisis:
suponiéndole al inconsciente (/A) un saber a descifrar. De esto se trata el amor al saber del
inconsciente : que, para que el inconsciente exista como saber, hace falta el amor.

Pero también me interesa desarrollar una frase más lapidaria de Lacan con relación al tema del
amor: "Sólo el amor permite al goce condescender al deseo", que avanza en su Seminario X (La
Angustia, Pg.194) y que involucra a estos tres conceptos en interrelación, al hacer del amor un
mediador entre el goce -autoerótico, del Uno- con el deseo -que tiene que ver con el campo del
Otro, y con lo incesante de la búsqueda del objeto en los predios del Otro-.

Tendríamos que introducir también en esta interrelación goce/amor/deseo, que las condiciones
de elección del objeto de nuestro amor, las causas de nuestro deseo y las fijaciones de goce están
cristalizadas e interrelacionadas entre sí para cada uno de nosotros de una manera particular. Por
lo que, cuando se habla de amor, necesariamente puede tenderse también el arco de la línea del
deseo en ese sujeto, y pueden atisbarse ciertas fijaciones libidinales, de goce, al escoger a este y
no a otro partenaire. Es el amor condicionado por el modo de gozar de cada quien. O también
podríamos decir, en el amor está escondido, velado, el objeto a.
La manera en que puedo aprehender el sentido de esta frase lacaniana de que "sólo el amor
permite al goce condescender al deseo", tiene que ver precisamente con la articulación posible
entre el goce (la satisfacción que se procura sólo del Uno -autista, se ha dado en llamar también-
sin la intervención del A, pues el goce es siempre goce del cuerpo propio) y el Otro, en la
primigenia constitución del sujeto como tal. El sujeto surge (Esquema del cociente del sujeto,
Seminario X) de esa necesaria operación del significante (del Otro) sobre la Cosa, el goce mítico. Y,
de esta operación, que no es nunca completa, que siempre deja un resto no simbolizable, una
hiancia de no reabsorción del goce por entero en el Otro, queda el objeto aźnica posibilidad de
acceder a encontrar en el Otro ése objeto para la satisfacción pulsional.

Es decir, el circuito consiste en cómo se involucrará en la cultura (Otro), a partir de entonces, el


goce de las pulsiones a través del objeto a (aquí se tomarán como semblantes del objeto a, todos
los objetos de las pulsiones parciales: pecho, heces, etc). Y he aquí que entonces, el sujeto va a
buscar en el Otro el objeto de satisfacción de su pulsión.

Recordemos que el objeto a sería el sustituto de aquél objeto perdido para siempre (Freud), sería
el molde hueco que soportará los objetos de la pulsión.

Miller añade que "es en el campo del Otro donde la pulsión encuentra los semblantes necesarios
para su autoerotismo…" (El síntoma charlatán, Pg 49)

Por tanto, el amor sería un lazo que permitiría ir del Uno al Otro, esto es, del goce del Uno, a la
búsqueda de un objeto de deseo (campo del Otro) que civiliza en su insaciabilidad. Porque el
sujeto trata, por la vía del amor, de inscribir su goce propio en una relación con el Otro. Así, el lazo
del amor (esa fuerza que une, que busca siempre a otro) es el intermediario casamentero que hará
condescender al goce en el campo del deseo.

Las dificultades del encuentro entre los sexos, es una cuestión estructural (Lacan lo decía: no hay
relación sexual) pues no hay nada escrito o predestinado que adjudique al sujeto su objeto de
satisfacción, o la complementariedad. Y si no hay nada escrito, hay todo por tratar de escribir allí:
el amor puede ser el engaño que vele esta falta, puede ser, pues, un semblante más, allí, ante lo
real.

II.- Turandot
La bella ópera Turandot, de Puccini, nos exalta con el deleite que toda obra artística logra en el
espectador, y también pudiera acompañarnos para seguir trabajando estos conceptos de amor y
goce.

¿Acaso no se trata siempre de que el enaltecimiento del amor, el obstáculo que enfrenta la
procuración del amado, la vicisitud del deseo y el enredo terco que nos depara la fijación, es lo
que más nos conmueve?

Una historia de imposibilidad reúne a los tres personajes, dos mujeres (Turandot, la gélida
princesa china; y Liú, la dulce y enamorada esclava) y un hombre, Calaf, el príncipe extranjero.

En virtud del amor por la princesa Turandot, el príncipe está dispuesto a someterse al desafío
insensato que ha prescrito ella para obtenerla en casamiento: deberá resolver tres enigmas, si no
lo consigue, morirá decapitado. (Canta Turandot: Hay tres enigmas y una sola muerte). Él está
decidido a jugarse la vida. Sometido pues, y sin titubeos, ha escogido a esta frívola pero bella
amada, y ha escogido con ella tal situación en la que apuesta nada menos que su vida, viéndose
aquí también que las condiciones de amor, y la fijeza del goce, se empalman con lo absoluto, en la
terquedad de que de ha de ser ésta mujer y no otra (Los ministros de palacio -¡tres también en la
ópera!- cantan intentando persuadirle: hay cientos de mujeres, todas tienen dos brazos, dos
piernas, que se aleje de ésta y su absurdo desafío).

Pero las buenas respuestas a los enigmas (la esperanza, la sangre, Turandot) del príncipe Calaf
atraen más tragedia aún en la historia. La tristeza invade a Turandot por tener que ser desposada,
aún cuando se había resguardado bien de rehuir todo encuentro con lo que más teme
anteponiendo tal complicado tinglado de enigmas casi indescifrables (¿no resuena también aquí
algo del entramado simbólico que el sujeto hablante coloca allí ante el horror de la castración?). Y
el príncipe, todavía en la línea del amor desmesurado por ella, le hace una proposición con la que
vuelve a colocarse a sí mismo en una situación que, nuevamente, le coloca en peligro de muerte: si
ella consigue conocer el nombre de él antes del alba, entonces no la desposará, y morirá
decapitado.

Habrá que subrayar aquí el lugar central de la muerte en esta historia. La muerte entrelazada a la
pulsión - el goce- que procura su satisfacción a toda costa. La elección que cada personaje hace en
la historia, conlleva un extremo que le puede conducir a la muerte, no obstante el hecho de que
siempre se ha elegido en nombre del amor. Lo real descarnado de este goce resurge también en la
muerte sacrificial de la esclava Liú, enamorada de Calaf, que decide morir antes que revelar el
nombre de su amado príncipe, de aquél que sólo una vez le ha sonreído. La posición femenina, ese
lado en relación al falo, según las fórmulas de la sexuación (Lacan) y que entraña lo ilimitado del
goce, es este "sin límites" de Liú, que busca darlo todo (la vida incluso) a cambio de nada, y que
hace fulgurar la demanda de amor, así como se presenta, más allá de toda medida.

Lo último que escribió Puccini en su ópera antes de perder su propia vida, fue precisamente esta
muerte-suicidio de Liú, considerándosele el final. Posteriormente se le agregó a la ópera un final
(¿será triunfante?) del amor como resolución a la historia. Que al alba, habrá vencido.

III.- Nessun dorma

El amor, es una suplencia, uno de los nombres (¿no se trataba también de la revelación de un
nombre al final de la ópera?) del gesto que mueve del adormilamiento del goce Uno a los caminos
insaciables del deseo del Otro.

* Psicoanalista, miembro de la NEL Delegación México DF y de la AMP.

J.Lacan Seminarios VIII y X.

J.A.Miller Tercera conferencia: El amor sintomático, en El síntoma charlatán.

J.A.Miller Una fantasía.

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