Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Cuadernos Hispanoamericanos 205 PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 324

CUADERNOS

HISPANOAMERICANOS

673-674
julio-agosto 2006

DOSSIERS
Latinoamérica: una literatura errante
Patrimonio cultural iberoamericano

Gonzalo Rojas
La adúltera

Jerónimo López Mozo


Actualidad de Bernard Shaw

Juan José Sebreli


Redefínición del kirchnerismo

Cartas de Argentina y Alemania

Entrevistas con Adolfo Castañón y Rifat Atfe


CUADERNOS
HISPANOAMERICANOS

DIRECTOR: BLAS MATAMORO


REDACTOR JEFE: JUAN MALPARTIDA
SECRETARIA DE REDACCIÓN: MARÍA ANTONIA JIMÉNEZ
ADMINISTRACIÓN: MAXIMILIANO JURADO

AGENCIA ESPAÑOLA DE COOPERACIÓN INTERNACIONAL


Cuadernos Hipanoamericanos: Avda. Reyes Católicos, 4
28040 Madrid. Teléfs. 91 5838399 - 91 5838400 / 01
Fax: 91 5838310/ 1 1 / 1 3
Subscripciones: 91 5838396
e-mail: Cuademos.Hispanoamericanos@aeci.es

Imprime: Solana e Hijos, A.G., S.A.


San Alfonso 26, (La Fortuna) - Leganés Madrid

Depósito Legal: M.3875/1958 - ISSN: 0011-250 X-NIPO: 502-06-003-9

Catálogo general de publicaciones oficiales


http://publicaciones.administracion.es

Los índices de la revista pueden consultarse en el HAPI


(Hispanic American Periódica! Index), en la MLA Bibliography
y en Internet: www.aeci.es

No se mantiene correspondencia sobre trabajos no solicitados


673-674 ÍNDICE
DOSSIER
Latinoamérica: una literatura errante

LEONARDO VALENCIA
El tiempo de los inasibles 9
CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Notas sobre París, México y la literatura latinoamericana 19
ROLANDO SÁNCHEZ MEJÍA
Lontananza 31
TOMÁS ABRAHAM
Impresiones de autores que se fueron 37
ERNESTO HERNÁNDEZ BUSTO
La lección de Demonia 47
WILFRIDO H. CORRAL
El vagabundeo comercial del narrador latino «traducido» 51
GUSTAVO GUERRERO
El discreto encanto del anacronismo 63

DOSSIER
El patrimonio cultural iberoamericano

GASPAR MUÑOZ COSME


Recuperar la historia construida 73
JOAQUÍN IBÁÑEZ MONTO YA
La construcción del paisaje preindustrial 81
FLORENCIA BARCINA BOTTA
El programa de patrimonio cultural de la cooperación española
en la Argentina 95
LUIS DE VILLANUEVA DOMÍNGUEZ
y FERNANDO VELA COSSÍO
La conservación del patrimonio arquitectónico y urbano
virreinal en el norte del Perú 109
AMPARO GÓMEZ-PALLETE RIVAS
El programa de patrimonio de la cooperación española
en Iberoamérica 121
PUNTOS DE VISTA

MIGUEL MANRIQUE
Los Magni hispani 143
GONZALO ROJAS
La adúltera 151
ULISES MUSCHIETTI
La crónica de Vírico Schmidl, el relato de un lansquenete 155
VÍCTOR CARREÑO
La búsqueda de la identidad multicultural en los Naufragios
de Cabeza de Vaca 169
LUIS RAFAEL
La Florida, en los orígenes de «lo cubano» 185
JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
¿Dónde estás, Bernard Show, dónde estás? 195
CARLOS ESPINOSA DOMÍNGUEZ
La muerte de un burócrata: El triunfo del humor corrosivo 199

CALLEJERO

MILAGROS SÁNCHEZ ARNOSI


Entrevista con Rifat Atfe, traductor del Quijote 211
MARIÁ MANENT
Un nuevo libro de Toynbee 223
JUAN JOSÉ SEBRELI
Carta de Argentina. Una redefinición del kirchnerismo 227
DANIEL LINK
Ricardo Benet en Mar de Plata 231
RICARDO BADA
Carta de Alemania. Rembrandt a 400 años
de su nacimiento 235
SAMUEL SERRANO
Entrevista a Adolfo Castañón 241

BIBLIOTECA

ISABEL DE ARMAS
Biografías que hacen historia 255
España y sus amenazas 262
JAVIER MARTÍNEZ CONTRERAS
Bloch, la mirada inteligente 269
ANA RODRÍGUEZ FISCHER
Carmina en Manhattan 273
BLANCA BRAVO
La vida conseguida 275
MILITA MOLINA
Sobre el carácter de lo imperceptible 280
JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ
El deseo de sentido en Tomás Segovia 283
GABRIEL INSAUSTI
Mundo perdido 285
LEONARDO VALENCIA
La obra de arte en la era de la clonación 288
EDUARDO MOGA
Columnas del ser y del no ser 292
JOSÉ TERUEL
Un texto con ventanas 295
SAMUEL SERRANO, CONSUELO TRIVIÑO,
CARLOS JAVIER MORALES, ROCÍO SERRANO CAÑAS,
AGUSTÍN SEGUÍ, MILAGROS SÁNCHEZ ARNOSI
América en los libros 298

El fondo de la maleta
Los espejos de Rembrandt 314
Mapa de Piura por Diego Méndez

Siguiente
DOSSIER
Latinoamérica:
una literatura errante

Coordinador:
Leonardo Valencia
vjVS
.•Í*A

San Miguel de Piura. Vista aérea

Anterior Inicio Siguiente


El tiempo de los inasibles

Leonardo Valencia

P. ¿Usted es chileno, español o mexicano?


Roberto Bolaño: Soy latinoamericano.

Entrevista con Ménica Maristain


Playboy, julio de 2003

El cosmopolitismo de la literatura latinoamericana en el siglo XIX,


desde Juan Montalvo a Martí, y su proyección a comienzos del siglo
XX con Rubén Darío y Alfonso Reyes, señaló dos de los rasgos bási-
cos para la constitución del perfil creativo latinoamericano: el reen-
cuentro con las fuentes de las que se provenía y ía revisión de los ante-
cedentes nacionales de cada escritor. Fue diálogo y fundación. Tam-
bién fue una crítica y un agrandamiento. La cartografía que encasilla-
ba a la multiplicidad cultural de cada país se desbordaba con amplia-
ciones y reformulaba la identidad de los Estados surgidos del proceso
de independencia1.
Como herencia de esa época, que derivó en el esplendor literario de
la década del sesenta, la migración de los artistas latinoamericanos en
los últimos veinte años del siglo XX siguió cumpliendo la búsqueda de
un «centro irradiador» para sus respectivos trabajos. Se ha hecho aun-
que con ios riesgos de una pérdida. Ese centro, por supuesto, ya no
existe en los términos en los que lo fueron Francia o España, aunque
todavía perdura la resonancia y sus paliativos evidentes. París ya no lo
cumple, pero Madrid y Barcelona2 siguen promoviendo a los autores
latinoamericanos bajo sus propios requerimientos, aparentando ser el
eje desde el que se construye el canon latinoamericano, por lo que no
se debe perder de vista ser sumamente crítico con sus productos por la
endogamia del sistema editorial y de la mayor parte de revistas y

' Remito al sugerente estudio de Beatriz Colombi. Viaje intelectual. Migraciones y des-
plazamientos en América Latina (1880-1915). Beatriz Viterbo Editora. Buenos Aires: 2004
2
El estudio de Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página: autores" y editores en la España
democrática (Barcelona, Destino, 2003) da cuenta minuciosa de todas las implicaciones del
renacimiento editorial español
10

suplementos. Tales requerimientos, por cierto, no han cambiado: las


editoriales siguen buscando novelas totales y representativamente lati-
noamericanas que catapultan con premios a autores que, por su nacio-
nalidad, cumplen esa condición. Basta revisar cuáles son los orígenes
de los últimos premios editoriales y se comprobará que coincide con
los países latinoamericanos con mayor proyección de mercado, aunque
también con las más sólidas tradiciones narrativas: México, Cuba,
Argentina, Chile, Perú y Colombia. Llamativa es la excepción del pre-
mio Biblioteca Breve para En busca de Klingsor (1999), del mexicano
Jorge Volpi, con una novela de temática europea, y que señala una fisu-
ra del esquema anterior, no ampliamente cumplida en el resto de casos
de autores premiados. Pero más llamativo por ser un fenómeno de lec-
tores y no de orientación editorial, es lo que ha ocurrido con un autor
como César Aira, del que se puede decir que es el único autor argenti-
no de quien se pueden conseguir en España, además de sus obras edi-
tadas en Barcelona, varias obras suyas publicadas sólo en Argentina
-Beatriz Viterbo Editora-, rompiendo de esta manera, por su propio
peso, y sin premio español de por medio, los corredores en forma de
embudo de las editoriales españolas frente a la producción latinoame-
ricana. Por tratar está también el tema de la búsqueda de la «latinidad»
de parte del medio editorial norteamericano.
Pero más interesante que el tema de la injerencia editorial, es que el
escritor latinoamericano radicado en el extranjero siempre había cum-
plido el ejercicio de revisar sus tradiciones nacionales con las perspec-
tivas propias del desarraigo. Indiscutible que la noción «latinoameri-
cana» se potenció desde Europa, pero es menos visible que precisa-
mente los escritores errantes, desde el caso emblemático de Alfonso
Reyes, se han esforzado por desmentir (y, en los peores casos, tipificar
todavía más) las cartografías existentes. Si consideramos esto podemos
acercarnos al fenómeno de resistencia a tales cartografías, que se ha
manifestado en la renovación de un tipo de literatura que constaba ins-
crita en su tradición pero que no era su eje más visible. Me refiero a la
trasgresión de autores que exploraban cualquier contenido del mundo.
Ya no se trata sólo de repensar los respectivos países de origen, sino de
explorar las propias experiencias en el extranjero, los intereses imagi-
narios, y en muchos casos las condiciones específicas de muchos de
escritores vinculados por su propia biografía a otras culturas. Este
fenómeno también se puede constatar en cierta narrativa española alta-
mente desterritorializada que también da cuenta de su madurez y con-
11

fianza en las capacidades del idioma. Sintomático fue el caso de Var-


gas Llosa cuando trasgredió sus habituales escenarios peruanos y se
decantó por otras culturas, como ocurre con el Brasil de La guerra del
fin del mundo (1981), reforzado por los otros casos desterritorializa-
dos, en República Dominicana con La fiesta del Chivo (2000), y Fran-
cia y Polinesia con El paraíso en la otra esquina (2003). Ya no se trata
tan sólo del caso del autor latinoamericano que retrata a sus connacio-
nales en escenarios europeos, de lo cual hay muchísimas muestras
desde el siglo XIX hasta novelas como La vida exagerada de Martín
Romana (1981) o Los detectives salvajes (1998), sino del abordamien-
to de temáticas menos vinculantes a la procedencia nacional en las que
también encontraba su núcleo expresivo. La suspicacia que este tipo de
literatura ha producido dentro de Latinoamérica ha sido la causa del
consabido debate entre literaturas y «territorios» nacionales y cosmo-
politas, debate que está agotado si sólo se remite a defender posturas
desde la propia condición de los implicados y no profundiza en las
variantes que implica el fenómeno actual. Esta polaridad bizantina, tan
discutida en décadas pasadas y que siempre termina con la conclusión
evidente de que el talento no hace distinciones editoriales o temáticas,
repunta de vez en cuando y olvida ciertos rasgos que son de fondo y
que explican parte de la riqueza de una tradición que se ha vuelto inasi-
ble. No existe ninguna «pureza local» como argumento excluyente por
parte de una postura nacionalista, así como tampoco hay ninguna
garantía literaria por parte de una escritura que gratuitamente abordan
temas internacionales. Así como tampoco es señal de éxito la publica-
ción en España o las múltiples traducciones a otros idiomas. Estas aris-
tas se deben resolver desde el talento de cada escritura, y esto implica
los aspectos de percepción del escritor.
Lo que quiero señalar es que este nuevo rasgo está permitiendo rele-
er otros casos de autores que habían hecho un trabajo de exploración en
esa línea errante y que ha llevado a renovar la exaltación del cosmopo-
litismo de Borges no como una extrañeza, sino como una pauta y, des-
pués, la revisión de grandes novelas y autores inscritos en esa tradición
aparentemente marginal: casos que parecían rarezas como Bomarzo
(1962) de Mujica Láinez, desenvolviéndose en el Renacimiento italiano,
o novelas como La tejedora de coronas (1982) de Germán Espinosa, o
autores como Sergio Pitol, han pasado a considerarse como representa-
tivos de esa versatilidad literaria que el escritor asume con soltura. Sólo
bajo esta perspectiva se puede entender la normalización de esa errancia
12

que, bajo diferentes registros, se reforzó en la década del noventa del


siglo XX. Que Jorge Volpi elija una temática alemana en novelas como
En busca de Klingsor (1999), Mario Bellatin trate anécdotas japonesas
en novelas como El jardín de la señora Murakami (2001) o Shiki
Nagaoka (2002), Jesús Díaz se desplace a Rusia en Siberiana (2000) o
Europa del Este en Zas cuatro fugas de Manuel (2002), o que César Aira
baile con gracia no sólo en sitios recónditos de Argentina sino de Euro-
pa, Venezuela o Panamá, son una muestra mínima. Lo cierto es que esas
líneas de trabajo permiten releer esa tradición aludida y revelar la varie-
dad de líneas de trabajo que se han producido. El caso de Los detectives
salvajes refleja una gran síntesis de esta explosión de territorios aborda-
dos por la literatura, en la que se integran distintas voces de latinoame-
ricanos y españoles de varios países -las esquirlas de la explosión del
boom están recogidas en esta gran novela y clausuran su expansión epi-
gonal-, por no hablar de 2666: aquí se verifica el nuevo panorama, en el
que el recorrido narrativo por el mundo responde a una problemática de
índole indefectiblemente universal donde no se pierden los rasgos de
cada una de las identidades transversales que se constituyen estas novelas:
se las hace interactuar porque tales identidades son vasos comunicantes.
Este procedimiento ha convivido con otras obras que siguen revisando
las historias de cada país desde adentro. Los procesos, en cualquier caso,
no son unidireccionales. Reflejan más bien una riquísima variedad de
caminos, incluido el retorno a tratar temas o personajes connacionales a
los autores, de manera que en estos se puede encontrar incluso una vía
distinta: la problematización del retorno. Volpi vuelve a México -previo
paseo delirante por Francia- con El fin de la locura (2003), o el caso de
Piedras encantadas (2001) de Rey Rosa, donde el protagonista intenta
volver a Guatemala. Ni Bolaño ni Aira, y tantos otros autores, han des-
cuidado a sus respectivos países en su novelística. De manera que esa
errancia son varias errancias, y se experimenta incluso en cada autor que
empezó proyectándose como desarraigado que vuelve, y que con la
misma libertad se vuelve a marchar.
No dejemos de observar las implicaciones en la escritura novelísti-
ca. En el ensayo de Carlos Fuentes de 1970, Casa con dos puertas, el
autor mexicano señaló un punto clave en la novela de la época, y que
no deja de serlo de cualquier novela arriesgada: «No hay una sola
novela importante de los sesentas que no realice ese doble tránsito:
primero, aprehender una estructura verbal previa; en seguida, liberarla
sólo para crear un nuevo orden del lenguaje». Y es bajo esta conside-
13

ración que se puede venir abajo cualquier novela reciente que siga la
cartografía tópica latinoamericana tanto como la que aborda la erran-
cia por otros países y culturas. Esa incorporación de una estructura ver-
bal (conocimiento de la tradición) y ese nuevo orden del lenguaje
(exploración formal y lingüística), exige unas difíciles condiciones de
escritura y legibilidad que muy pocos autores están dispuestos a asu-
mir y a las que difícilmente se enfrenta el lector acostumbrado a dejar-
se llevar por productos de más fácil consumo y que, por lo tanto, se
aparta de los requirimientos editoriales medios. Es como si, en aras de
tal legibilidad, se optara por una resta frente a la multiplicidad latino-
americana que exige, más bien, una suma y una síntesis. En esa resta
conviene detenerse.
Para empezar, se produce una pérdida si se entroniza a la novela
como el eje de la literatura latinoamericana, deslindándola de sus pro-
vechosas relaciones -marcadas por su tradición- con el cuento, la poe-
sía, el ensayo y el teatro. Es reductor olvidar que la gran narrativa de
la década del sesenta estuvo atravesada por las relaciones con los poe-
tas, el ensayo y, last but not least, el oficio del cuento. Imposible enten-
der a Fuentes sin la impronta ensayística y poética de Reyes y Paz, a
Borges sin el oficio poético, a Vargas Llosa -traductor de Rimbaud- y
a García Márquez embebido de la poesía de Rubén Darío, por no
hablar de la rendida admiración del ejercicio crítico de Cortázar con la
figura de Keats o a Roberto Bolaño por la poesía, al punto que hasta
queda tematizado en varias de sus novelas. La estatura intelectual y la
versatilidad de la prosa del escritor latinoamericano siempre estuvie-
ron fundadas en este diálogo de géneros -aspecto sutilísimo pero
insoslayable, como demostraron Borges y Monterroso-, ajeno a la
actual profesionalización de novelistas que apenas aluden o se nutren
de esos procesos, y que prescinden por ejemplo de un ejercicio crítico
que vaya más allá del simple reseñismo o la tertulia de mesa redonda,
y que llegue a una discusión intelectual con verdadera capacidad críti-
ca de disensión: «Entre el brindis y el silencio, las nuevas ficciones no
han suscitado ni un intenso arbitraje de valores ni una reflexión sobre
el destino de la novela ni un auténtico debate sobre la situación en His-
panoamérica. De ahí la apariencia, por de pronto, un tanto amorfa y
bastante superficial del fenómeno», ha señalado Gustavo Guerrero3.

3
Gustavo Guerrero. La religión del vacío y otros ensayos. Fondo de Cultura Económica.
México: 2003. Pág. 21S.

Anterior Inicio Siguiente


14

Luego tenemos la puesta en un segundo plano de la tradición del cuen-


to latinoamericano, dándole escasa representatividad e incitando, per-
versamente, a su aparente abandono por parte de escritores que pro-
meten como cuentistas natos y terminan como forzados novelistas. Es
aquí, en este cruce de coordenadas, o su difuminamiento editorial,
donde una reflexión podría reordenar las perspectivas y aclarar el
panorama de un canon menos efectista pero más consistente.
En el siguiente dossier hemos invitado a voces representativas de la
crítica latinoamericana actual para dar cuenta de ciertas aristas de la
situación, como una forma de detonante al debate y no como una con-
clusión. Algunos de estos autores están ubicados en sus países: Chris-
topher Domínguez en México, Tomás Abraham en Argentina y Wilfri-
do Corral, ecuatoriano, radicado toda su vida en Estados Unidos.
Otros, en cambio, experimentan la situación del escritor latinoameri-
cano «fuera de casa»: Ernesto Hernández Busto y Rolando Sánchez
Mejías, cubanos, desde Barcelona, y Gustavo Guerrero, venezolano,
desde París. Ese punto de mira en el que están ubicados no es restric-
tivo en sus respectivas propuestas, y sólo en la invitación a que coin-
cidan en este diálogo permite dar con un cruce de coordenadas que den
cuenta de la multiplicidad actual. Sus miradas son de amplio espectro
pero se fundan en una experiencia vital concreta y conecta sus respec-
tivas tradiciones con el fenómeno global de la literatura latinoamerica-
na y universal. Domínguez en las 800 páginas de su Vida de Fray Ser-
vando (2004) agota la figura de un personaje latinoamericano ubicado
entre México y Europa. Tomás Abraham en su recurso ensayístico a las
vidas paralelas y el diálogo con literaturas europeas y norteamericanas,
y sobre todo su formación filosófica, proporciona una consideración de
amplio espectro. Gustavo Guerrero, poeta y ensayista, tiene la expe-
riencia de conocer desde adentro la dinámica editorial francesa, al ser
asesor de la editorial Gallimard, de igual manera que Wilfrido Corral
con la dinámica editorial norteamericana4. Y Rolando Sánchez Mejías
lo hace desde su perspectiva transversal de ser narrador y poeta. Pero
el lugar de coincidencia es el mismo: la reflexión sobre el tiempo de
literaturas errantes e inasibles en sus distintas versiones y que exigen
una perspectiva crítica amplia para superar las simplificaciones y olvi-

4
Corral, además, preparó en 1991, en colaboración con Norma Klahn, los dos volúme-
nes de Los novelistas como críticos (Fondo de Cultura Económica, México), donde se reco-
pilan reflexiones de escritores latinoamericanos en torno a su oficio y a su contexto histórico
y personal.
15

dos al uso cuando se habla de literatura escrita por latinoamericanos.


Por razones de espacio, no ha sido posible incluir a otros autores, y
mucho se debe esperar de lo que se pueda decir desde Chile, Bolivia,
Colombia, Guatemala y el resto de países de Latinoamérica y del
mundo desde donde sus autores escriben.
Toda especialización o segmentación en el territorio literario de
Latinoamérica significa una resta que termina por llevar al desaliento
de lo banal, a la cortedad de miras y, sobre todo, a la pérdida de una
estatura intelectual y de escritura. Visto el novelista latinoamericano
como un agente de sí mismo, aislado del diálogo y de la revisión de sus
tradiciones, facilita la idea de una entidad minusválida, e incluso puede
llevar a algunos escritores a la actitud opuesta: el rechazo en bloque de
sus tradiciones para entregarse en brazos de una internacionalidad
puesta al día por centros de irradiación fuertemente asentados en lo que
dicta, por ejemplo, la literatura norteamericana, o las imposiciones
esporádicas de Frankfurt o Londres. La salida del latinoamericanismo
tópico que marca cartografías encasilladoras no puede pasar por el
abandono en bloque de su tradición a riesgo de dar saltos en el vacío,
precisamente porque, aunque no tan visible, esa discusión está inserta-
da con fuerza en la tradición latinoamericana cosmopolita. El apresu-
ramiento por obviar o negar la tradición latinoamericana, debido a un
miedo a constar como epígono en aras de un brillo individual, puede
dar frutos mediáticos en el panorama editorial y literario, pero termina
siendo un empobrecedor fuego fatuo.
De manera que podríamos perfilar distintas orillas que conviven
actualmente en la narrativa latinoamericana. Por una parte una orilla
nacionalista, escrita desde adentro de cada país y con poca salida o
difusión intercontinental. Luego está la orilla internacionalizada, en la
que curiosamente convergen dos variantes en apariencia contradicto-
rias: la que satura su obra de los tópicos de América Latina y la que,
por llevar la contra a esa vertiente, ha quemado las naves con su tradi-
ción, negando incluso la existencia de «lo latinoamericano». Y una
más, de menos difusión, que relee la tradición, que la amplía en su
relectura, y que suelta amarras de una nave que no tiene otro puerto
que su propia navegación en la aventura de la lengua. Aquí tiene sen-
tido la observación del múltiple desterrado que fue Edmond Jabés: «La
lengua es hospitalaria. No toma en cuenta nuestros orígenes. Ya que
sólo puede ser lo que logramos sacar de ella». Como ejercicio crítico
de esta superación de las orillas, señalaría el caso de César Aira por una
16

obra específica, su Diccionario de autores latinoamericanos (2001),


donde se comprende el alcance enciclopédico con el que hay que tra-
tar esta tradición. Aira es uno de los pocos escritores que cumplen,
paralela a su obra creativa, una amplia labor ensayística en la tradición
que han llevado a cabo Paz, Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar, Monte-
rroso, Pitol, Saer, García Ponce o Rafael Humberto Moreno Duran.
Entre los escritores nacidos desde la década del cincuenta hay que
señalar el trabajo ensayístico de poetas y narradores como Gustavo
Guerrero, Alberto Ruy Sánchez, William Ospina, Eduardo Chirinos,
Jorge Volpi y Fernando Iwasaki.
Como coda y muestrario, para una revisión de este fértil terreno
inasible de las literaturas errantes de Latinoamérica -y esta condición
inasible que provoca su errancia es precisamente la que sostiene su
fuerza imaginativa y las nuevas tensiones a las que se somete al idio-
ma- propongo a continuación una brevísima selección de obras que
han incorporado el diálogo con otros escenarios temáticos (Europa,
r

Asia, África, Estados Unidos), y que apuntan la ductilidad del español


como lengua para atravesar fronteras. Las listas son inevitablemente
incompletas, y muchas otras obras deben añadirse. En este ejercicio de
suma, que no de resta, sigue radicando la clave para la comprensión de
la literatura latinoamericana: la ruptura de una línea literaria excluyen-
te por una convivencia plural de caminos simultáneos. Queda ahora la
tarea crítica de estipular lo que caracteriza a cada una de estas obras y
el sesgo que cumplen dentro de esta otra tradición latinoamericana, tan
arborescente como errante.

1950-1980: Los pasos perdidos, Alejo Carpentier; Bomarzo, Mujica Lai-


nez; Rayuela, Cortázar; Farabeuf, Salvador Elizondo; Morirás lejos, José
Emilio Pacheco; El mundo alucinante, Reinaldo Arenas; El buen salvaje,
Eduardo Caballero Calderón; Maytreya, Severo Sarduy; La pérdida del reino,
José Bianco; Las posibilidades del odio, María Luisa Puga; Terra Nostra,
Carlos Fuentes; El jardín de al lado, José Donoso.
1980-1989: Testimonios sobre Mariana y Reencuentro de personajes,
Elena Garro; La vida exagerada de Martín Romana, Alfredo Bryce Echeni-
que; Karpus Minthej, Jordi García Bergua; La guerra delfín del mundo, Var-
gas Llosa; La tejedora de coronas, Germán Espinosa; El entenado, Juan José
Saer; El escarabajo, Manuel Mujica Lainez; El portero, Reinaldo Arenas; Los
perros del Paraíso, Abel Posse; Los nombres del aire', Alberto Ruy Sánchez;
Domar a la divina garza, Sergio Pitol.
17

1990-1999: Novela negra con argentinos, Luisa Valenzuela; Santo oficio


de la memoria, Mempo Giardinelli; El copista, Teresa Ruiz Rosas; El viajero
de Praga, Javier Vásconez; El congreso de literatura, César Aira; Agua,
Eduardo Berti; Mambrú, R.H. Moreno-Duran; Enciclopedia de una vida en
Rusia y Livadia, José Manuel Prieto; Los detectives salvajes, Roberto Bola-
fio; El río del tiempo, Fernando Vallejo; En busca de Klingsor, Jorge Vblpi; El
libro de Esther, Juan Carlos Méndez Guédez; La mentira de un fauno, Patri-
cia de Souza; La mujer de Wakefield, Eduardo Berti; La orilla africana,
Rodrigo Rey Rosa.

2000-2006: Tu nombre en el silencio, J. M. Pérez Gay; La disciplina de la


vanidad, Iván Thays; Siberiana y Las cuatro fugas de Manuel, Jesús Díaz;
Shiki Nagaoka, Mario Bellatin; Amphytrion, Ignacio Padilla; La familia For-
tuna, Tulio Stella; La casa de los náufragos, Guillermo Rosales; Manirá y
Jardines de Kensington, Rodrigo Fresan; Hipotermia, Alvaro Enrigue; La
materia del deseo, Edmundo Paz Soldán; Los jardines secretos de Mogador,
Alberto Ruy Sánchez; Libro de mal amor y Neguijón, Fernando Iwasaki; La
fiesta del Chivo, El paraíso en la otra esquina y Travesuras de la niña mala,
Vargas Llosa; Varamo y El mago, César Aira; Los impostores y El síndrome
de Ulises, Santiago Gamboa; El fin de la locura, Jorge Vblpi; La sexta lám-
para, Pablo de Santis; Wasabi, Alan Pauls; Una tarde con campanas, Juan
Carlos Méndez Guédez; La viajera, Karla Suárez; El futuro, Gonzalo Garcés;
Todos los Funes, Eduardo Berti; El corazón de Voltaire, Luis López Nieves;
1767, Pablo Soler Frost; El huésped, Guadalupe Nettel; Electra en la ciudad,
Patricia de Souza; La sociedad trasatlántica, Alfredo Tajan; 2666, Roberto
Bolaño; Cuaderno de Feldafing, Rolando Sánchez Mejías.
Muelle del puerto de Payta

Anterior Inicio Siguiente


Notas sobre París, México
y la literatura latinoamericana

Christopher Domínguez Michael

A los latinoamericanos nos gusta decir que París fue, al menos


durante largos períodos a través de dos siglos, la capital de la literatu-
ra latinoamericana. Las razones de este deseo manifiesto han sido estu-
diadas con detenimiento y pueden resumirse en un acuerdo tácito fir-
mado en ambas orillas del Atlántico. Desde la América española y por-
tuguesa, la elección de Francia fue una manera fructuosa de evadir a la
arisca madre patria peninsular y al envidiado enemigo estadounidense.
Y vista desde París, la predilección fue aplaudida, más por conmisera-
ción que por un verdadero compromiso, cuando el Segundo Imperio
popularizó la noción de una «América Latina». La admiración de los
argentinos, de los mexicanos, de los brasileños o de los nicaragüenses
le salía bastante barata a la cultura francesa, dado que más allá de algu-
nas islas del Caribe -la gran excepción sería Haití- o de la malhadada
aventura de Maximiliano, los españoles, los británicos y los estadou-
nidenses se las arreglaron para impedir que Francia tuviese verdaderas
posesiones en el Nuevo Mundo. Excluida de las responsabilidades y de
los riesgos coloniales, Francia podía alimentar la empatia de esas tie-
rras cuyos letrados soñaban con ser admitidos como invitados de honor
al banquete de la latinidad. Y, aunque esporádica, la recepción france-
sa de las letras hispanoamericanas fue estimulante o decisiva, según el
caso, desde Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier hasta Carlos Fuentes
y Roberto Bolaño.
París, cuya capitanía general del siglo XIX se extiende a varios
momentos de la siguiente centuria, perteneció a los exiliados y a los
turistas de todo el orbe. Desde Turgueniev hasta Kundera, fue capital
de la cultura eslava y aún lo es de muchas literaturas árabes y africa-
nas, como lo fue de la Generación Perdida. Ciudad cosmopolita antes
que multicultural, París suele aceptar al escritor extranjero con entu-
siasmo hasta convertirlo, como en el caso de Ionesco, Cioran o Jorge
Semprún, en patrimonio de la lengua francesa. Notables escritores his-
20

panoamericanos, como César Moro, Vicente Huidobro, Copi, Héctor


Bianciotti y Silvia Barón Supervielle han transitado del español al
francés.
La trágica historia política latinoamericana -no menos tempestuo-
sa, por cierto que esa historia francesa de la que ha sido a veces subli-
mación, a veces parodia- nutrió a París de una permanente presencia,
renovada con cada generación y con cada tirano, de escritores y artis-
tas latinoamericanos, desde fray Servando Teresa de Mier y Simón
Rodríguez a principios de 1800 hasta las víctimas de las dictaduras
militares de los años setenta del siglo XX. En París, teatro de la moder-
nidad, la condición latinoamericana encontraba la medida, jubilosa o
melancólica, de ese desarraigo que Octavio Paz y algunos otros han
destacado como el principio de nuestra madurez.
«Uno no nace parisino, se hace», han repetido como manda todos
los aventureros que como el propio Lucien de Rubempré han decidido
lanzarse a la conquista de la vieja Lutecia, tan cruel con los tempera-
mentos débiles y tan generosa con quienes han logrado domarla. No es
un exceso retórico decir que, al cabo de los años y sobre todo cuando
a principios del siglo XXI, ciudades como Berlín y Barcelona han des-
plazado a París de su condición paradigmática, que las mitologías pari-
sinas no serían las mismas sin las obras y las figuras de Julio Cortázar,
Miguel Ángel Asturias, Julio Ramón Ribeyro, Elena Garro, Teresa de
la Parra, Lydia Cabrera y Saúl Yurkiévich1.
México ocupa un lugar secundario en esta mitología parisina. Sin
duda, desde Amado Ñervo (1870-1919) hasta Jorge Volpi (1968), París
ha seguido fungiendo como uno de los centros donde se legitima la
pertenencia a la élite mundial de la literatura2. Pero sorprenderá a quie-
nes conozcan más a los países sudamericanos que a México, no sólo el
escaso número de escritores mexicanos que hicieron de París su resi-
dencia permanente, sino la pobreza comparativa del spleen en la escri-
tura mexicana, una vez agotada la generación modernista en años coin-
cidentes con el triunfo constitucional de la Revolución Mexicana en
1917. En el tránsito entre los siglos XIX y XX, por ejemplo, ninguna
de las novelas hispanoamericanas de tema parisino fue escrita por un
mexicano, siendo obras del francoargentino Paul Groussac (Fruto

1
Jason Weiss, The Lights of Home. A Century of Laíin American Writers in París, Rou-
tledge, hondón, 2003.
2
Sobre este concepto, veáse Paséale Casanova, La República Mundial de las Letras, Ana-
grama, Barcelona, 1999.
21

vedado, 1884), de los argentinos Eugenio Cambanceres (Música sen-


timental, 1884) y Ricardo Güiraldes (Raucho, 1917), del venezolano
Manuel Díaz Rodríguez (ídolos rotos, 1901), o de los chilenos
Manuel del Solar (Rastaquouere, 1890) y Alberto Blest Gana (Los
transplantados, 1904)3. Hasta las ricas presencias en París de Alfon-
so Reyes (en 1924-1927) y de Octavio Paz (en 1945-1952), esa ciu-
dad siempre fue para los escritores mexicanos una vacación, un pues-
to diplomático, una beca académica, en fin, sólo una inspiración
pasajera, aunque no por ello infértil, frente a las arduas bregas de la
mexicanidad.

Las brasas del siglo: 1945-1968


A las diez de la noche en el Café de Inglaterra
salvo nosotros tres
no había nadie
Se oía afuera el paso húmedo del otoño
pasos de ciego gigante
pasos de bosque llegando a la ciudad
Con mil brazos con mií pies de niebla
cara de humo hombre sin cara
el otoño marchaba hacia el centro de París
con seguros pasos de ciego

Octavio Paz, «Noche en claro» (1958)

La estancia de Octavio Paz (1914-1998) en París, como tantas cosas


en su vida, fue excepcional. Acompañado de su esposa Elena Garro y
de su hija Laura Helena, Paz se instala en la ciudad, como tercer secre-
tario de la embajada mexicana, en diciembre de 1945. Había estado en
París por primera vez en 1937, antes y después del Congreso Antifas-
cista de Valencia. Pero será esa experiencia de posguerra, según recor-
dará en numerosos otros textos y poemas, el momento capital de su
formación intelectual, a través de diversas zonas del afecto y de las
ideas: el surrealismo (Benjamín Péret y André Bretón), el marxismo
heterodoxo (Kostas Papaioannou y David Rousset) y el encuentro con
otros poetas que, franceses o extranjeros, hacían de París, tras los fue-
gos de la guerra mundial, las brasas del siglo.

3
Julie Jones, A Common Place. The Representation of Paris in Spanish America Fiction,
Bucknell University Press, Lewisburg, 1998, pp. 14-15.
22

«Mi vida», dice Paz en Itinerario (1993), «dio otro salto en 1945:
dejé los Estados Unidos y viví en París los años de la posguerra. No
encontré ni rastro de la revolución europea. En cambio, el Imperio
comunista -porque en eso se convirtió la unión de repúblicas fundada
por los bolcheviques- había salido del conflicto más fuerte y más
grande [...] Encontré una Francia empobrecida y humillada pero inte-
lectualmente muy viva. Perdida su antigua influencia artística, París se
había convertido en el centro del gran debate intelectual y político de
los últimos años. Los comunistas eran muy poderosos en los sindica-
tos, en la prensa y en el mundo de las letras y las artes. Sus grandes
figuras pertenecían a la generación anterior. No eran hombres de pen-
samiento sino poetas -y poetas de gran talento: Aragón y Éluard, dos
viejos surrealistas-. El primero, además, escribía una prosa sinuosa y
deslumbrante. Un temperamento serpentino. Frente a ellos, dispersos,
varios grupos y personalidades independientes, como el católico Mau-
riac, sarcástico y brillante polemista. Malraux se había afiliado al gau-
llismo y había perdido influencia entre los intelectuales jóvenes, más y
más inclinados hacia las posiciones de los comunistas. La mirada más
clara y penetrante era la de Raymond Aron, poco leído entonces: su
hora llegaría más tarde. Había otros solitarios; uno de ellos, aún muy
joven, Albert Camus, reunía en su figura y en su prosa dos prestigios
opuestos: la rebeldía y la sobriedad del clasicismo francés. Jean Paul-
han, otro solitario, tuvo el valor de criticar los excesos de las «depura-
ciones» y de enfrentarse a la política de intimidación de los intelectua-
les comunistas. Una roca en aquel océano de confusiones- el poeta
Rene Char. También, aislado, en el centro de las mermadas huestes
surrealistas, André Bretón. Pero los más apreciados, leídos y festejados
eran Sartre y su grupo. Su prestigio era inmenso, lo mismo en Francia
que en el extranjero»4.
Pocos como Octavio Paz entre los intelectuales latinoamericanos
aprovecharán la experiencia de París para pasar de testigos a protago-
nistas de su siglo, o para decirlo con su famosa frase de El laberinto de
la soledad (1950), a ser contemporáneos de todos los hombres. En
París, Paz no sólo redacta éste último libro sino prepara su primera
recopilación poética, Libertad bajo palabra (1949). Y también desde
esta ciudad divulga la denuncia de David Rousset de los campos de
concentración soviéticos, logrando que se publique en la revista Sur, de

4
Octavio Paz, Itinerario, FCE, México, 1993, pp. 81-82.

Anterior Inicio Siguiente


23

Buenos Aires, en 1951. Junto a ese gesto de gallardía moral, Paz ela-
bora en París una Antología de la poesía mexicana, que Samuel Bec-
kett traducirá al inglés. Pero al embajador Torres Bodet le incomodaba
el activismo político de Paz, visible en su simpatía por la causa argeli-
na o en su defensa de Luis Buñuel, cuya película Los olvidados, que se
exhibía en el festival de Cannes, había escandalizado al gobierno
mexicano. Paz fue enviado a la India y al Japón. Tras siete años en
México, en 1959 es nuevamente enviado a París como encargado de
negocios y en 1962 es nombrado embajador de México en la India5.
El infeliz matrimonio entre Paz y Elena Garro terminó en 1959. Los
años parisinos de la pareja serán la materia, distorsionada por la para-
noia y el genio, de Testimonios sobre Mariana (1981), la gran novela
de Garro. Esta novela en clave donde aparecen los fantasmones del
propio Paz, de Archibaldo Burns y de Adolfo Bioy Casares, transcurre
en el París de la posguerra, donde Mariana, alter ego y autocrítica de
la autora, padece innumerables persecusiones por parte de su marido y
de sus amantes. Como en otras de sus novelas -señaladamente Reen-
cuentro de personajes (1982)-, París es el escenario terminal escogido
por Garro para sus ficciones, esas que los modernistas no se atrevieron
a escribir.
En 1968, tras su renuncia a la embajada de la India en protesta por
la matanza del 2 de octubre, Paz regresa algunos meses a París. Esa
visita será decisiva y la última en importancia en la simbología bio-
gráfica del poeta, pues en el París inmediatamente posterior a la Revo-
lución de Mayo, Paz se confrontará con los primeros estudiantes mexi-
canos, quienes agradecidos por su renuncia, consideraban que el poeta
debía volver a México a encabezar la resistencia democrática contra el
régimen del PRI. Aunque de manera muy distinta, en tiempos y con-
cepciones, a la deseada por los estudiantes, ello acabó por ocurrir.
Otro de los escritores latinoamericanos que se habían ganado un
lugar propio en la escena internacional, el novelista Carlos Fuentes
(1928) se volvió, durante los años sesentas, un asiduo visitante de
París, donde acabó por ser embajador en í 977-1978. Paradójicamente,
su único libro consagrado por completo a ella, París: La Revolución de
Mayo (1968) fue escrito en Londres, dado que cuando Fuentes decidió
cruzar el Canal de la Mancha para presenciar los acontecimientos, el

J
Guillermo Sheridan, «Aquí, allá, ¿dónde? Octavio Paz en el servicio diplomático» en
Escritores en la diplomacia mexicana, SRE, México, 1998.
24

gobierno francés había cerrado las fronteras. Este panfleto, nunca ree-
ditado, expresa otra dimensión de la empatia latinoamericana por
París, su condición de ciudad de las barricadas, patria universal de la
Revolución en 1789, en 1830, en 1848, en 1871, y una vez más, en
1968. La pasión por el mito de la Revolución llega a su apoteosis en
mayo de 1968, cuando parecía que la máxima bretoniana de unir a
Rimbaud y a Marx, cambiando la vida y transformando el mundo, ten-
dría lugar.
Dice Carlos Fuentes en un texto posterior, que dedicado a Octavio
Paz, es en realidad una elegía al espíritu de 1968: «Apenas levantadas
las barricadas del primer día de combate, muchos grupos, sin concer-
tarse, ambularon por las calles de París disparando contra los relojes de
las torres. ¿Para detener el día? Sí, en cierto modo: para actualizar el
presente, para radicarlo en sí mismo. Las revoluciones tienen concien-
cia de su carácter inmediato, exaltante, existencial, acaso fugaz, segu-
ramente irrepetible. Cada revolucionario es un hombre que se dice:
'Los hombres no han visto nada igual': los reyes ascienden al patíbu-
lo, los guajiros descienden de la sierra, una pareja se enamora en las
barricadas del Boulevard St. Michel y descubre que debajo de los ado-
quines están las playas; la entrada de Pancho Villa y Emiliano Zapata
a la ciudad de México; la toma del Palacio de Invierno en Petersburgo;
la larga marcha; los cadáveres encajonados de la Comuna son el cadá-
ver resplandeciente de Guevara en un cajón de pino boliviano. Se dis-
para contra los relojes para que el tiempo se detenga y el irrepetible
instante sea la eternidad»6.
Desde 1968 numerosos escritores mexicanos han vivido en París y no
pocos han dejado testimonio total o parcial de la ciudad, de su alma, de
sus incesantes metamorfosis: Fernando del Paso, Jorge Agui/ar Mora,
Héctor Manjarrez, Daniel Leyva, Antonio Saravia, Vilma Fuentes, Alva-
ro Uribe, entre otros. El último episodio de la saga entre México y París
lo ha escrito Jorge Volpi, quien en El fin de la locura (2003) imagina a
un psicoanalista mexicano aparecido entre aquellos estudiantes de mayo
que entusiasmaron a Carlos Fuentes. Lo que en Fuentes es una elegía, en
Volpi resulta una caricatura de los sueños políticos e intelectuales de una
generación que vio en París y en sus maitres á penser, no sin cierta y
enloquecida razón, el centro del universo.

6
Carlos Fuentes, «El tiempo de Octavio Paz», prólogo a Octavio Paz, Los signos en rota-
ción y otros ensayos, Alianza Editorial, Madrid, 1971.
25

En el Jardín des Plantes


Trataba de escribir, y sobre todo, exploraba esa ciudad que es tai vez el ejemplo más her-
moso del genio de nuestra civilización: sólida sin pesadez, grande sin gigantismo, atada a la
tierra pero con voluntad de vuelo.
Una ciudad en donde la mesura rige con el mismo imperio, suave e inquebrantable, los
excesos del cuerpo y de la cabeza. En sus momentos más afortunados -una plaza, una aveni-
da, un conjunto de edificios- la tensión que la habita se resuelve en armonía. Placer para los
ojos y para la mente.
Exploración y reconocimiento: en mis paseos y caminatas descubría lugares y barrios des-
conocidos pero también reconocía otros, no vistos sino leídos en novelas y poemas.
París era para mí, una ciudad más que inventada, reconstruida por la memoria y la imagi-
nación.

Octavio Paz, Vislumbres de la India (1995)

Comparado a otras literaturas latinoamericanas, el saldo parisino de


las letras mexicanas pareciera ser pobre, como si la fugacidad y la reti-
cencia fuesen la esencia del tráfico mexicano en París. La explicación
atañe a ciertos contrastes entre el México del siglo XX y el resto de
América Latina. México es un país sin exilios, el único país latinoa-
mericano que no ha visto el espectáculo, terrible pero aleccionador, de
ver marcharse a miles de ciudadanos al extranjero por razones políti-
cas o económicas. La presencia mexicana más allá del Río Bravo no
es, hay que decirlo, propiamente un exilio; territorio nacional hasta
1847, el extremo sur de ¡os Estados Unidos es una extensión antigua y
paradójica de México, como puede verse hoy día en las comunidades
enteras de Puebla, Oaxaca o Zacatecas que se trasladan a los EU, por
razones económicas, la mitad del año. Y los intelectuales mexicanos
que por razones políticas se refugiaron, sobre todo durante ía Revolu-
ción Mexicana y sus años posteriores, en Los Ángeles, Nueva Orléans,
El Paso o Nueva York, volvían al país tan pronto aflojaba ía persecu-
sión o se juntaban recursos para encabezar, desde allá, alguna conspi-
ración, como ocurrió con Octavio Paz Solórzano, padre del poeta, o
con José Vasconcelos. La Habana, de igual manera, formaba parte de
esa periferia mexicana que sólo servía para volver a la patria con
mayores bríos.
La continuidad estatal mexicana semeja ser un solo evo, comenza-
do con la rebelión de Tuxtepec de Porfirio Díaz en 1876 y finalizado,
al parecer, con la derrota electoral de PRI en 2000. Según algunos his-
toriadores contemporáneos, la Revolución Mexicana de 1910, ya se
26

feche como terminada en 1917 con la Constitución o en 1929 con la


fundación del Partido Nacional Revolucionario, resultaría haber sido
una serie de terremotos cuya consecuencia fue la solidificación de la
porosa capa estatal. Ello quiere decir, que salvo en algunos años de
represión violenta, el exilio voluntario, o no, tenía poco que ofrecer
a los escritores mexicanos, para los cuales, en una nación diseñada a
la medida del Estado, siempre había lugar pues la polis exigía de tri-
bunos. Los ejemplos de ese eterno retorno son numerosos y me
detendré en los más representativos. Martín Luis Guzmán, persegui-
do por los victoriosos sonorenses, se establece en España durante la
República y tras orbitar de consejero del presidente Azaña, vuelve al
país en 1940 para convertirse en el ideólogo de la Revolución Insti-
tucional. Vasconcelos mismo, enemigo jurado de la Revolución tras
su derrota electoral en 1929, regresa al país discretamente en 1938 y
contra sus deseos de martirio, le es permitido internarse en el país,
sin otro castigo que la ley del hielo. Una vez acallados sus devaneos
nazifascistas, lo vemos apoyando al presidente en turno desde 1946.
Octavio Paz, tras su renuncia a la embajada de la India en 1968, sólo
pasa tres años en situación de semiexiliado, pues en 1971 el nuevo
gobierno garantiza ciertos espacios a la oposición intelectual, que el
poeta aprovecha. O en años también muy difíciles, la persecusión
nacionalista contra los Contemporáneos en 1932 nunca implica,
como hubiese ocurrido en otros puntos del continente, el exilio. En
buena hora, poetas como Cuesta gozan de la protección de algunos
miembros de la familia revolucionaria, para la cual trabajan en
empleos burocráticos de tercer nivel. Irse a París es posible; quedar-
se, inútil.
Durante más de un siglo, desde la diplomacia literaria del Porfíria-
to hasta las postrimerías de ese absolutismo ilustrado que encarnó el
PRI, ha sido difícil, cuanto no imposible, que el intelectual mexicano
se preserve de caer en el pantano estatal, librándose de la compleja red
de acuerdos tácitos y desobediencias controladas que implica el mari-
daje de la política y de la cultura en México. Pero esa continuidad esta-
tal también ha sido la garantía para que presencias como las de Alfon-
so Reyes o Jaime Torres Bodet en París hayan sido mucho más fructí-
feras, en términos de cultura institucional, que las de otros escritores
latinoamericanos. Mientras que en la América del Sur imperó la trai-
ción de los clérigos, en México se impuso su ordenación como letra-
dos al servicio de la torre estatal.

Anterior Inicio Siguiente


27

En 1961, estando en París, Octavio Paz describió su aventura en tér-


minos en que muchos escritores latinoamericanos se reconocerían: «El
camino hacia Palenque o hacia Buenos Aires pasaba siempre por París.
La experiencia de estos poetas y escritores confirma que para volver a
nuestra casa es necesario primero arriesgamos a abandonarla. Sólo regre-
sa el hijo pródigo. Reprocharle a la literatura hispanoamericana su des-
arraigo es ignorar que sólo el desarraigo nos permitió recuperar nuestra
porción de realidad. La distancia fue la condición del descubrimiento»7.
El argentino Julio Cortázar, parisino ante el Altísimo, un gigante que
creyó dejar el egoísmo atribuido a Paul Valéry entusiasmándose con los
poderes mágicos de la Diosa Revolución, escribió «Axolotl», un relato
famoso, como todos los suyos. El texto presenta a un narrador mirando
a los axolotl, esas extrañas criaturas de origen mexicano en el Jardín des
Plantes de París. En este cuento, cuya metáfora no escapó al antropólo-
go Roger Bartra en La jaula de la melancolía (1987), el estudio que
dedicó a la mexicanidad. Dice Cortázar y tomo sus palabras para pen-
sar en los escritores latinoamericanos en París: «Parecía fácil, casi
obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una meta-
morfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los ima-
giné conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un
silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el dimi-
nuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me
penetraba con un mensaje: "Sálvanos, sálvanos"»8.

Hijos del talento individual: siglo XXI

Toda literatura está sujeta al devenir de ios ciclos históricos y la crí-


tica debe aprender a estudiarlos mediante el ritmo de la larga duración.
Hay ciclos largos que pareciendo imperturbables, no lo son, como el
de ciertas literaturas continentales que, tras dominar Occidente desde
el siglo XVIII, entraron en decadencia desde mediados del siglo XX.
Otros ciclos, como el de la lengua inglesa, han cambiado de eje en
varias ocasiones: hacia los Estados Unidos a partir de la publicación de
Moby Dick en 1851 y hacia los escritores de la antigua Commonwe-
alth, en las últimas décadas.

7
Octavio Paz, Puertas al campo, UNAMr México, 1966, p. 16.
8
Julio Cortázar, Cuentos completos, l, Alfaguara, Madrid, 1994, p. 383.
28

La literatura latinoamericana tuvo su esplendor durante la segunda


mitad del siglo XX, como le ocurrió exactamente cien años atrás a la
novela rusa. Las brasas de aquella hoguera iluminada por los nombres
de Borges, Neruda, Paz se están apagando lentamente y, al hacerlo,
pasan a integrarse a las constelaciones del canon, en el firmamento de
la literatura mundial. Es previsible que, en las próximas décadas, no
aparezcan obras de la envergadura de las de Rulfo, Lezama Lima, Gui-
maraes Rosa o García Márquez y es justo que así sea pues ninguna cul-
tura tiene por qué librarse de los placeres del estancamiento o de la
decadencia, como bien lo saben los franceses.
Esta proyección, desde luego, no tiene por qué gustarle a todos aque-
llos escritores latinoamericanos que, nacidos después del boom de los
años sesenta (que sólo fue la punta mediática de un sustrato cultural
riquísimo), se sienten fatalmente condenados a peregrinar en los ya
canónicos «cien años de soledad». Y esa peregrinación implica, a su vez,
cancelar la identificación romántica entre cultura y nación, la misma que
convertía al escritor latinoamericano en una suerte de embajador ontoló-
gico de su país, destinado a explicar los misterios esotéricos de México,
del Perú, de Colombia al público europeo. Es hora de asumir que la fies-
ta terminó y que el precio de haber ganado un lugar en la literatura mun-
dial se traduce en el fin de nuestra excepcionalidad y de los fueros que
el realismo mágico, falso o verdadero, conllevó. Hoy día, un escritor
mexicano o colombiano tiene la misma oportunidad sobre la tierra -para
seguir parafraseando a García Márquez, nuestro Homero- que un escri-
tor checo o irlandés, para insistir en otras viejas periferias que, como la
latinoamericana, acabaron por ocupar el centro.
La extinción de las literaturas nacionales, al menos en América
Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal. Implica la
desmantelación de un concepto firmemente establecido en la acade-
mia, en la opinión pública, en el espíritu de muchos escritores aún liga-
dos sentimentalmente al nacionalismo cultural. Contra lo que suele
pensarse en el extranjero y (en México mismo), ese proceso de des-
arraigo arranca con el siglo XX: la tradición cosmopolita es la tradi-
ción central -aunque no la única- de la literatura mexicana moderna.
Las grandes figuras literarias del siglo XX creyeron en la refunda-
ción de México como un sitio de encuentro entre la modernidad y la
tradición, el norte y el sur, el este y el oeste. Desde posiciones muy dis-
tintas como el clasicismo maurrasiano de Alfonso Reyes, la devoción
por la Nouvelle Revue Frangaise (NRF) de Jorge Cuesta, el surrealis-
29

mo heterodoxo de Octavio Paz o el comunismo disidente de José


Revueltas, todos concurrieron en la noción de América Latina como el
extremo Occidente, extensión crítica, por fuerza excéntrica, de Europa
y parte de la civilización occidental, desde 1521. En ellos se inicia, a
través de distintos niveles, el abandono y la crítica de los conceptos
clave del nacionalismo romántico y sus perdurables manías identita-
rias.
Esa huella de fundación es visible en la narrativa (en la poesía, la
emancipación se remonta al modernismo finisecular) que se empieza a
escribir en México en los años sesenta. Narradores como Salvador Eli-
zondo y Alejandro Rossi (ambos nacidos en 1932 y ambos traducidos
al francés) se desplazan por la literatura mundial con absoluta libertad,
viajando indistintamente hacia el mundo de los suplicios chinos o
regresando a las raíces del caudillismo hispánico; un Sergio Pitol
(1933) hace suya la literatura centroeuropea, lo mismo que otros escri-
tores que como Juan García Ponce (1932), Hugo Hiriart (1942) o Fabio
Morabito (1955) corroborarán en sus obras ese fenómeno del cual Bor-
ges es un epítome: el cosmopolitismo latinoamericano es una de las
grandes escuelas del siglo XX.
La literatura latinoamericana, durante el siglo XX, se reintegró, con
toda la capacidad de distanciamiento que impone la periferia, a esa his-
toria común azarosamente interrumpida por la decadencia cultural del
imperio español que dio comienzo con el siglo XVII. Concluida esa
reintegración, a la literatura latinoamericana (y en este caso a la mexi-
cana), le ha tocado morir para seguir existiendo como una escuela en
el seno de la literatura mundial. En cuanto que fallidas encarnaciones
del alma nacional, uno de los sueños menos felices (y de consecuen-
cias históricas más truculentas) del romanticismo, muchas literaturas
seguirán muriendo.
La narrativa (y la poesía) latinoamericanas, además, se benefician
de una globalización cultural que, permitiéndonos abandonar la obso-
leta noción romántica de literatura nacional, nos devuelve, con más
ganancias que pérdidas, al universalismo de las Luces. En ese contex-
to, en un mundo donde las lenguas se expanden, el español vuelve a
ser, como lo fue en los siglos de Oro, una de los idiomas más hablados
y leídos del planeta. A ello hay que sumar la velocidad con la que via-
jan, a principios del siglo XXI, la letra y la imagen, de tal forma que la
educación sentimental de un joven escritor de nuestra época es la
misma en México D.E que en Los Ángeles, en Quito que en Madrid,
30

en Buenos Aires que en Managua, para hablar sólo de una Ecumene


hispanoamericana que ya penetra profundamente en los Estados Uní-
dos. Cada día es más difícil diferenciar entre sí a las viejas literaturas
nacionales que componen América Latina en la medida en que sus
escritores habitan un mismo horizonte civilizatorio. Las diferencias
idiomáticas, históricas y políticas sólo prueban la riqueza del acervo
común. Sin lugar a dudas el mercado editorial predica la uniformidad
y castiga, más que nunca antes en la historia moderna del libro, la difi-
cultad intelectual y el riesgo formal. Pero la verdadera literatura no
tiene horror a la uniformidad: esta es una prevensión propia de soció-
logos de la cultura que, como muchos editores, ignoran lo que sabe el
escritor solitario, que la obra artística siempre sera única e intransferi-
ble, hija del talento individual.

Anterior Inicio Siguiente


Lontananza

Rolando Sánchez Mejías

Comencé a escribir algo tarde y en circunstancias escasamente pro-


picias a la «formación de un hombre de letras». Me había graduado de
químico industrial en La Habana y el ejército había «requerido» de mis
supuestas habilidades como químico en uno de sus regimientos. Fue-
ron seis años. Y debo confesar que el ejército tal vez no sea el lugar
adecuado para la «iniciación» o «formación» de un «hombre de
letras». Y si es un ejército de un país totalitario -en el sentido en que
se convierte en una derivación ideológica férrea del Estado, Estado que
no se contenta con ramificarse en una infinita burocracia, sino además
de inocularla militarmente en el corazón de las personas-, el problema
de llegar a ser un «letrado», siquiera un escritor, siquiera un poeta que
lee los poemas para sí mismo, es un problema metafísica y psicológi-
camente arduo.
Sin embargo, por otro lado, la experiencia del ejército creo que me
ha sido más propicia que la experiencia de «formación de un letrado».
En primer lugar, porque en un Estado totalitario desaparece el espacio
«natural», llamémosle público, para el posible «hombre de letras»; y,
en segundo lugar, porque la humillación y el orden naturales al ejérci-
to son formas de la ficción difíciles de adquirir leyendo a los clásicos
en un aula de filología.
El primer cuento más o menos legible que escribí por esos años
-alrededor de 1984-, es un relato sobre Kafka. Resulta que había «des-
cubierto», como por carambola, después de cuatro o cinco cuentos que
hoy por suerte no existen, que la escritura servía para conectar «reali-
dades de orden distinto». (Recuerdo que uno de estos cuentos trataba
de un gato entre hemingweyano y cortazariano que no sabía si conver-
tirse en símbolo o artefacto volador, el gato, de pronto, a través de un
corte brusco de la sintaxis voló y cayó en no sé qué región del espacio
y el tiempo que yo presumía mágica o fantástica.) En el cuento sobre
el checo, había logrado, malamente, colocar las manos de su última
compañera -Dora Dymant-, apretadas a las de Kafka en el sanatorio
32

para tuberculosos de Kierling, junto a los chinos antiguos y una expe-


riencia mía de «amor» -de amorcito- en una posada -casa de citas- de
La Habana, posada de paredes sucias y colchones habitualmente por-
tadores de liendres y otros microscópicos insectos y arácnidos. De
cualquier manera, cuando se es joven, el mundo, por muy sórdido que
sea, parece bello. Naturalmente bello. Y si hay fealdad, no está impli-
cada en la belleza, no forma parte de ella, y no impide que el mundo
se divida en limpias regiones como el Bien y el Mal, o que el Mal sea
una función o extensión controlada por el Bien.
En el ejército aún no había tenido la oportunidad de percatarme de
la «esencia» o condición totalitaria del país en que vivía. Pero el ejér-
cito, en sí mismo, es una experiencia ejemplificante del totalitarismo.
Y ya en el cuento sobre Kafka el protagonista había aparecido en un
párrafo jadeante de oraciones breves cortando con una bayoneta la
cerca que dividía la unidad militar de la ancha avenida que se divisaba
desde arriba, porque mi regimiento estaba en el castillo de una loma.
Por esos años comencé a leer en la biblioteca de la Casa de las Amé-
ricas a algunos clásicos latinoamericanos como Jorge Luis Borges,
Juan Rulfo, Julio Cortázar, Felisberto Hernández, Octavio Paz y bas-
tantes novelas y libros de cuentos y de poemas de aquello que se llamó
el boom latinoamericano. Tales libros sólo se encontraban en dicha
biblioteca, a no ser algunas ediciones producidas por la misma Casa,
como los cuentos del peruano Julio Ramón Ribeyro, la poesía de Nica-
nor Parra y otros importantes y apenas conocidos escritores en Cuba.
Y por suerte también encontré en la biblioteca libros difíciles de hallar
como los relatos de Rodolfo Walsh, Osvaldo Lamborghini, Roberto
Arlt, Macedonio Fernández, los poemas de Idea Vilariño y Coronel
Urtecho, las novelas de Juan Carlos Onetti, y cubanos «prohibidos»
como Severo Sarduy.
Para mi fue una suerte (las bibliotecarias me tomaron aprecio: ver a
un militar leyendo a esos autores «extraños» o «prohibidos» tenía su
gracia) no empezar donde solían empezar la mayoría de los escritores
cubanos de esos y anteriores años, «formándose» en la tradición nacio-
nal, que ya desde 1965 se restringía, grosso modo^ a José Martí, Cirilo
Villaverde, Nicolás Guillen, terminando en la llamada Literatura de la
Revolución. No es que mi tradición, la cubana, sea deficiente. Al con-
trario, es competente. Pero una tradición nacional, cuando es un canon
impuesto o alterado, resulta doblemente incompleta: porque es nacio-
nal y porque lo nacional es reducido a lo ideológico.
33

También pasaba que los escritores cubanos nacidos después de


1959 y que no abandonaron la Isla, debían de transitar por institucio-
nes «formativas» que aseguraban su posible pertenencia a la Literatu-
ra Nacional.
Los cuentos debían de ser «duros» -si por duros se entiende la fije-
za de un conflicto moral-social-, sobrios -exentos de metáfora, com-
plicaciones narrativas o amplificaciones sintácticas- y poseer, inexora-
blemente: introducción, nudo y desenlace, aunque se comenzase por el
desenlace. Y en poesía, había que intentar una lengua entre neutra y
oral, enfocada -u ofuscada- la mente en la «culpa burguesa» o en algu-
na forma de redención ligada a la construcción de la Utopía.
Era difícil zafarse de tales límites vitales y retóricos. El totalitaris-
mo, si se ejerce en un terreno insular, puede asumir características
imprevistas en su moderna tradición política. Una isla, si se mira bien,
es un pequeño accidente en la composición del mundo. Un terreno de
más o menos escasas dimensiones que alguna vez estuvo a la deriva
engendra en sus habitantes una doble conciencia: la conciencia de la
«originalidad» y la conciencia de la «repetibilidad» -ambas insulares.
Una isla está condenada a una dinámica que, en términos físicos, puede
definirse como aquella de los «sistemas cerrados», de ios pequeños
«sistemas cerrados». En su circuito cerrado el número de variables en
términos de «cambio», además de ser finitas -o por ser finitas- están
condenadas a la repetición, como quería Nietzsche refiriéndose a la
inmortalidad. Y los intercambios con el «exterior» asumen la impron-
ta de bruscas deformaciones imperativas, de ahí que una isla está con-
denada a no tener historia o a agenciársela por medios violentos, como
Cuba, Inglaterra, Irlanda y Haití.
Que en una isla no penetren con facilidad los libros, o sistemática-
mente una cierta cantidad de hombres de «otras partes», o sea difícil
-por no decir imposible en condiciones totalitarias- el viaje de sus
habitantes al exterior, son variables inmanentes a su insularidad. ¿No
se quejaba el escritor cubano Virgilio Pinera (aunque él había tenido la
oportunidad de vivir en Buenos Aires durante ocho duros años en diá-
logo con el polaco Gombrowicz y la claque de Sur) de «la maldita cir-
cunstancia del agua por todas partes? ¿No halló Lezama en su ser-isla
una posibilidad redentora tanto en lo personal como en lo literario,
pues como le dijo a Juan Ramón Jiménez «yo desearía nada más que
la introducción al estudio de las islas sirviese para integrar el mito que
nos falta, por eso he planteado el problema en su esencia poética, en el
34

reino de la eterna sorpresa, donde, sin ir directamente a tropezamos


con el mito, es posible que éste se nos aparezca como sobrante inespe-
rado, en prueba de sensibilidad castigada o de humildad dialogal». Sin
embargo, Lezama también era consciente de la aspereza que rodeaba a
quien quisiera construir una Casa del Ser partiendo de una Isla: «En el
centro de lo insular nuestro, la pedregosidad como amenaza y resis-
tencia».
De ahí que el exilio, si se origina en una isla, asuma una gravedad
o ligereza que no debe confundirse con otras variantes de exilio intra o
inter continentales. Cualquier exilio, en sí mismo, es una aparición de
la discontinuidad. Pero en el caso de un isleño, tal discontinuidad se
trueca en exabrupto. El salto al vacío se verifica en lontananza. Y la
verificación de la «otra realidad» tiene mucho del aprendizaje al que
está condenado un sordomudo que recuperase súbitamente sus funcio-
nes en medio de una calle repleta de gentes chillando.
Julián del Casal, uno de los grandes poetas cubanos, aunque no
practicó el exilio, edificó en el XIX su poesía en relación a esta «cul-
tura de lontananza». Sus chinerías y japonerías eran aprendidas en los
gruesos álbumes y revistas que llegaban con imágenes y paisajes asiá-
ticos, o en una tienda de La Habana donde esas imágenes desembarca-
ban trocadas en «productos» -jarrones, telas, abanicos, cositas de
nácar-, casi siempre fabricados en Europa.
Más de setenta años después, el exiliado Severo Sarduy, en París,
influido directamente por los estructuralistas franceses, y recordando
el barroco de Lezama (había declarado casi con humildad que conce-
bía su obra como una cita al pie de la Obra lezamiana), llenó «las
extensiones literarias posibles» de signos-productos. Su lontananza,
ahora, era la Isla: paisaje vacío que había que cubrir de telas y andari-
veles, como se levanta un estrado de cartón o madera de bagazo de
caña para alguna cómica función donde los chinos se visten de chinos.
Resulta curioso que una isla tan pequeña como Cuba haya produci-
do tres de los grandes escritores barrocos de América -Alejo Carpen-
tier, José Lezama Lima y Severo Sarduy-, cuyos excesos verbales no
son nada gratuitos. Desde el siglo XVIII, el delirio político y vital de
Cuba habría que entenderlo como la búsqueda de un plenum frente a la
intemperie.
He tratado de explicar todo lo anterior, porque me parece que sin la
experiencia de lectura que tuve en la biblioteca de la Casa de las Amé-
ricas, mi experiencia del exilio habría sido menos acompasada. Pues
35

leyendo la prosa y la poesía de «exiliados» como Osvaldo Lamborghi-


ni, Julio Cortázar, Witold Gombrowicz, Juan Carlos Onetti, Severo
Sarduy, Enrique Labrador Ruíz, Reynaldo Arenas, Orlando González
Esteva, Gastón Baquero -estos cuatro últimos cubanos como Sarduy-,
había llegado a un conocimiento del «exilio», como diría Lezama, a
través de la «vivencia oblicua».
Haber leído El fiord de Lamborghini junto a El pozo de Onetti pre-
para tu piel para futuros y adversos viajes, incluso para estadías en la
cárcel, asunto este que valoré como positivo en la década de 1990,
donde la cárcel era una posibilidad tan real como el exilio.
Entre tanto «realismo mágico» que la década deparaba, sumado al
«realismo» cubano -prácticamente peor que el realismo socialista
ruso, pues el cubano pintaba su fachada de literatura «dura» norteame-
ricana-, era un «bálsamo» la prosa de El fiord, que por cierto ha sido
escasamente reconocida en el panorama de nuestras letras iberoameri-
canas:
¿Y por qué, si a fin de cuentas la criatura resultó tan miserable -en
lo que hace al tamaño, entendámonos- ella profería semejantes alari-
dos, arrancándose los pelos a manotazos y abalanzando ferozmente las
nalgas contra el atigrado colchón? Arremetía, descansaba; abría las
piernas y la raya vaginal se le dilataba en círculo permitiendo ver la
afloración de un huevo bastante puntiagudo, que era la cabeza del
chico. Después de cada pujo parecía que la cabeza iba a salir: amena-
zaba, pero no salía; volvíase en rápido retroceso de fusil, lo cual para
la parturienta significaba la renovación centuplicada de todo su dolor.
Entonces, El Loco Rodríguez, desnudo, con el látigo que daba pavor
arrollado a la cintura —El Loco Rodríguez, padre del engendro remo-
lón, aclaremos-, plantaba sus codos en el vientre de la mujer y hacía
fuerza y más fuerza. Sin embargo, Carla Greta Terón no paría. Y era
evidente que cada vez que el engendro practicaba su ágil retroceso,
laceraba -en fin- la dulce entraña maternal, la dulce tripa que lo con-
tenía, que no lo podía vomitar.
Y Onetti, ese que no puede abrir un canon, o fijarlo, porque es irre-
petible ya desde El pozo en 1938, y porque no basta escribir tirado en
una cama, o practicando el ejercicio del alcoholismo:
«Dejé de escribir para encender la luz y refrescarme los ojos que me
ardían. Debe ser el calor. Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor
que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la
historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mez-
36

ciarse, queriendo o no. O los sueños. Desde alguna pesadilla, la más


lejana que recuerde, hasta las aventuras en la cabana de troncos. Cuan-
do estaba en la estancia, soñaba muchas noches que un caballo blanco
saltaba encima de la cama».
Recientemente, la editorial Siruela publicó una novela corta -La
casa de los náufragos, cuyo verdadero título es Boarding home- de un
escritor cubano exiliado tan desconocido en Cuba como en España y
América. Guillermo Rosales era todo lo contrario a un «hombre de
letras». Ni siquiera Reynaldo Arenas, que de algún modo luchó desde
el principio por ser un «buen escritor», alcanza la dura sobriedad y la
lúcida conciencia que concede a algunos la locura, que es el exilio
total. Cuando sus familiares lo ven llegar al aeropuerto de Miami, no
saben qué hacer con aquel flaco adefesio al que le faltan los dientes, y
una tía lo deja en un boarding home, suerte -o mala suerte- de «casas
de acogida», donde encontrará otros «monstruos» exilados similares a
él. La tía le explica serenamente:
«-Ya nada más se puede hacer.
«Y el sobrino piensa, o susurra, o escribe en voz baja:
«Entiendo. He estado ingresado en más de tres salas de locos desde
que estoy aquí, en la ciudad de Miami, a donde llegué hace seis meses
huyendo de la cultura, la música, la literatura, la televisión, los even-
tos deportivos, la historia y la filosofía de la isla de Cuba. No soy un
exilado político. Soy un exilado total. A veces pienso que si hubiera
nacido en Brasil, España, Venezuela o Escandinavia, hubiera salido
huyendo también de sus calles, puertos y praderas».

Anterior Inicio Siguiente


Impresiones de autores
que se fueron

Tomás Abraham

Es un hecho familiar para el lector sudamericano leer los escritos de


compatriotas que viven en otras tierras. Adquiere una magia especial
recibir una novela o una colección de cuentos en el propio idioma de
quien nos mira de lejos. Al verse a sí mismo a la distancia por efectos
del traslado, el escritor «ido» también nos sitúa a los lectores que nos
«quedamos» en un país de ficción, el nuestro. Rayuela no sólo nos abre
la ciudad de París transitada por un argentino, sino que nos devuelve
un Buenos Aires embellecido por el contacto con el tabernáculo fran-
cés. Es bueno saber que no se nos ha olvidado. La fuerza del idioma,
el castellano argentino, retorna vigoroso porque ha encontrado un
nuevo talento que lo enriquece y una alquimia fresca que mezcla sue-
ños y realidades.
Es extraño leer a un escritor argentino que ha renunciado al caste-
llano. No son tantos los casos conocidos, pero la sensación de abando-
no y traición que se puede sentir de alguien que nos ha dejado solos en
nuestra isla idiomática no se tiene con un escritor como Copi. Copi es
Copi, ni siquiera es Damonte Taborda, puede escribir en francés o cas-
tellano, sus referencias argentinas son frecuentes y su desparpajo al ser
criollo lo acerca más a nuestra ribera que otras literaturas fraguadas en
el mismo crisol desde Jarry a Becket.
Escribir afuera, en el mentado «exterior», se convierte en una cues-
tión de fidelidades. Estamos atentos al tono y al modo en que nos
recuerda nuestro autor, seguimos con atención sus triunfos que de
alguna manera son nuestros, y soñamos con el Nobel.
Pero la conservación del idioma no excluye una a veces profunda
animosidad a la tierra que se dejó. El viaje a París de nuestros escrito-
res de la segunda mitad del siglo XX prolonga o coincide con una ren-
dición de cuentas respecto del lugar de origen del que se resaltan los
prejuicios, la hipocresía y la inquisición moral de familias y escuelas.
Pienso en La ciudad y los perros de Vargas Llosa y Un mundo para
38

Julius de Bryce Echenique. Copi cuando recuerda a nuestro país habla


de militares, otros hablarán de curas, hay quienes retratan una clase
media vulgar y kitsch. Puig se va del país en años de amenazas y per-
secusiones, y nos enviaba de tanto en tanto mensajes de odio, no de un
odio malsano ni rencoroso, sino una admonición y una condena a todos
los que han permitido que una fauna represiva haya hecho del país un
lugar invivible.
Néstor Perlongher cada vez que volvía de Brasil no escatimaba la
oportunidad, ni permitíamos que lo hiciera sus amigos, de volver a leer
sus poemas prostibularios en los que la protagonista era Evita. Palabras
tremendas en una Argentina en la que abundan los tabúes y los impro-
nunciables de la religión de la patria.
Emilio Rodrigué que combina psicoanálisis y literatura prosigue su
saga personal desde Salvador, Bahía, y hace un gran esfuerzo por no
perder totalmente el idioma en la ciénaga del porruñol. Extraña epope-
ya de un escritor que pierde su lengua al ganar de tamaño su oreja
inundada por el portugués de sus pacientes.
El historiador Tulio Halperín Donghi, otro emigrante desde la
«noche de los bastones largos», crimen cultural que entierra vaya a
saber uno hasta cuando, un proyecto educacional ambicioso y -lo peor
para algunos- cosmopolita, dedica su obra a la historia argentina.
Nuestro historiador más interesante es quien nos mira con un escepti-
cismo terminal. Para él, a veces lo dice con elegancia, con humor, y
fundamentamente con distancia, la Argentina fracasó. Incluso le da
fecha al obituario: desde 1929. En esto ha sido más preciso que aque-
lla frase de un personaje de Vargas Llosa que decía que en algún
momento Perú se jodio.
Osear Masotta recaló en Barcelona luego de una breve estancia en
Londres, y continua con un trabajo literario, una escritura clara, preci-
sa, más bien breve, que concreta su viejos sueños de escribir como
Merleau Ponty. Esta prosa se distingue por la ausencia de arpegios tec-
nicismos y galicismos paleoestructuralistas que nos recuerdan que un
ensayo también puede ser una lectura agradable.
Han sido numerosos los escritores que han abandonado nuestras tie-
rras tanto en el siglo XIX como en el XX. Los primeros , como en el
caso de Echeverría, Sarmiento y Alberdi, eran escritores, políticos,
estadistas. Eran esos hombres completos de aquellos tiempos en los
que la constitución del idioma era paralela a la conformación del Esta-
do Nacional. En nuestros tiempos, en la segunda mitad del último
39

siglo, el éxodo de escritores se vincula a la destrucción del mismo


Estado.
Cortázar en sus años mozos es un intelectual sumamente compues-
to y formal, maestro y profesor de liceo. Sus primeros escritos de fic-
ción son poemarios segregados por Racine y Rouget de Lisie. Su libro
Bestiario confirma una metamorfosis animal del autor con su mundo
de suspenso, de sonidos extraños, conejos que se vomitan, suicidios
tácitos, rarezas cotidianas, que es el pasaporte de su viaje a París, la tie-
rra de la libertad, de la ironía y el fin del pundonor.
Ya no había por qué ocultarse por practicar exotismos que llaman la
atención. Desde allí, desde la ciudad que aprecia a los espíritus origi-
nales, un buen día diez años después nos enviará su foto, el retrato de
Sara Fació, con la que provocará un delirio de amor en su tierra, junto
a su novela.
Hay quienes han sostenido que Rayuela es una novela de consumi-
dores. Dicen que está escrita para candidatos de agencias de turismo
cultural y aspirantes a becas en París. Es el nuevo modelo del afrance-
sado que de haber sido el viajante en barco con vaca propia, o el bebe-
dor de champagne en la noche de la Ciudad Luz de los tiempos de Güi-
raides, se ha convertido ahora en un pasajero urbano que recorre las
calles de París, alterna con artistas en ciernes, nos trae las novedades y
las preocupaciones de los que están a lapage, «en la pomada» se decía
en el Buenos Aires de entonces, y así del jazz al nouveau román reci-
bíamos de nuestro ilustre embajador, la plastilina necesaria para mode-
lar nuestro pequeño fetiche cultural.
Hay otros críticos, algo más generosos, que no ven en la novela una
perfumería free tax de aeropuerto, sino una gran obra que al estilo de
los viejos relatos del siglo de la novela, ofrece información y erudición
en el transcurso de la trama. Hemos aprendido con Cortázar, afirman
estos agradecidos lectores.
¿En qué momento Cortázar se convirtió en un valor nacional? No
debe ser muy difícil averiguarlo, es alrededor del años setenta, tiempos
en que Cortázar intensificó su apoyo a los movimientos revoluciona-
rios del continente y en que puede haber pronunciado alguna palabra
de simpatía por el movimiento para una patria socialista que inaugura-
ba el nuevo viaje de Perón a la Argentina.
El resultado de dos amores en este caso correspondidos y hasta
sumados, el Cortázar que inventó al Romeo y a la Julieta porteños lla-
mados Oliveira y La Maga agregado al que es portavoz de la revolu-
40

ción latinoamericana y amigo de los escritores de la liberación, el fruto


de este acopio sentimental es la plaza que está a seis cuadras de mi
estudio en el barrio de Palermo Viejo, la antigua plaza Serrano rebau-
tizada hace algunos años como Plaza Julio Cortázar, recinto circular de
cemento en el que exponen artesanos sus mostacillas y velas, mientras
los vehículos la contornean para dirigirse por la calle Jorge Luis Bor-
ges (ex Serrano) hacia Plaza Italia. Así que en la mítica Buenos Aires
tenemos a la Plaza Julio Cortázar esquina Borges, en un punto urbano
que evoca a éstas dos lápidas. Digo esto porque cuando la tinta está
fresca, y por algún motivo estimo que la letra de estos dos escritores
aún vibra de vida y todavía pasean sus nombres como almas en pena,
no merecen el homenaje de las placas que en lugar de inmortalizarlos
definitivamente los mata.
Así es que los muchachos de hoy se sientan en «la» Cortázar o se
despiden en «la» Borges de estos libros hechos calle. Pero el valor
nacional no es calle, asunto finalmente de intendentes y comités veci-
nales, sino blasón de la masonería cultural que ha hecho de Cortázar el
escritor arrrgggentino que nadie puede menospreciar. Hubo un escritor
novel que volcó en un relato publicado en un periódico la escena en
que arroja al piso Rayuelo en un gesto de hartazgo hacia toda una gene-
ración. ¡Para qué! Lo acusaron de posmoderno, frivolo, payaso, dile-
tante, cobarde. Es un valor nacional según la medida que lo instala
como tal. Hoy los clásicos se definen por el tiempo en que habitan los
kioskos en ediciones baratas y no en los encuadernados de estilo la
Pléiade o Aguilar. Cortázar vive en las estaciones de trenes y ómnibus,
en los subtes, en la calle, se lo regala con los matutinos, y es parte ya
cíclica de nuestro acerbo cultural.
La experiencia de releer a Cortázar de parte de un viejo enamorado
es extraña. Puede dar la sensación de envejecimiento, una acción mor-
tal del tiempo que da lugar a un enigma. Por un lado es posible que por
la acción de la saturación semántica, por la repetición de una estética,
se gaste y se deshilache la novedad de una obra. Además las audacias
y las innovaciones lo son en relación a un contexto conservador, y el
espíritu de vanguardia a pesar de estar animado de una misma inspira-
ción irreverente, es histórico, quiere desprenderse de corazas y estere-
otipos que le corresponden por contemporaneidad y tienen fecha de
vencimiento. Escupir conejitos no parece nada raro hoy en día en que
las novelas se interesan por las clonaciones. Remedar la voz del Tori-
to de Mataderos parece un ejercicio literario mediocre y aburrido. Los
41

cronopios y los famas, bueno, dan ganas de hacer zapping. Pero Cor-
tázar es grande y ofrece rincones en lo que se pueden paladear nuevas
exquisiteces.
Hay críticos que dicen que Cortázar es lectura para iniciarse en la
lectura, por lo que es propia de adolescentes. En ese caso el enigma se
cierra en su misterio porque no es que la obra haya envejecido sino que
lo han hecho sus lectores. Si carnadas de adolescentes leen a Cortázar,
entonces es siempre nuevo, y tendrá siempre lectores, no los buenos
lectores, aquellos que están de vuelta de las ingenuidades, porque este
lector puede ser un gran patán engreído e ignorante, sino el joven lec-
tor entusiasta que lee un libro de un autor que leía su joven y entusias-
ta padre.
Copi, Puig y Perlongher, uno en París, otro en México, el tercero en
San Pablo, tienen una característica común: son homosexuales. Copi
decía marica, Perlongher puto, Puig no sé. Hoy en nuestro país se ha
legalizado la unión civil entre personas del mismo sexo, los travestís
en zona roja o no son parte de la escena vial, todo esto en medio de
procesiones que reúnen millones de personas que adoran a la Virgen,
clamores que anuncian que cuando cambie este gobierno las cosas vol-
verán al cauce moral que le corresponde, en suma, la inestabilidad del
contexto moral no nos permite hablar de nuevas tradiciones en las que
el librepensamiento al estilo de los países protestantes o laicos cierran
la etapa de la censura.
Copi habla del vivir con miedo en la Argentina. Caminar a la noche
por una calle parisina y escuchar el golpe de una puerta de un coche
que se cierra es parte de los sonidos adyacentes, en Buenos Aires exige
una mirada atrás para ver quién es, quién viene, o qué pasa. Así es el
miedo. Nosotros luego de largo tiempo de resistencia hemos cedido a
este miedo y ya no caminamos de noche por los barrios de la ciudad.
Imagino que Perlongher también estaba harto del machismo porte-
ño y de la falta de gracia de los militantes de la liberación. Poeta exce-
lente, barroco, juguetón, musical, fascinante recitador de sus propios
poemas, se recibió de antropólogo en la universidad de Campinhas y
escribió ensayos sobre las sexualidades marginales en San Pablo.
Murió de sida.
Puig hoy es leído por la gente culta. Profesores de la facultad de
letras le dedican ensayos con condimentos semiológicos. Ha entrado
en la alta cultura. En los tiempos en que escribía no era tomado en
serio. La palabra folletín hoy tan auspiciosa remitía en la década del

Anterior Inicio Siguiente


42

sesenta a un tipo de escritura sin militancia, sin nivel intelectual, sin


ramificaciones con Europa, era considerada una conversación de pelu-
quería entre señoras que no despertaba mayores curiosidades entre
escritores comprometidos.
Puig en los sesenta era como un Almodóvar durante el poder de
Franco, comparación quizás fallida por la diferencia de estilos, ya que
Puig era alguien sumamente recatado y su literatura es más conversa-
cional que escénica, pero como autor no tenía lugar en un país de
machos que pensaban que la crítica por las armas y las armas de la crí-
tica no admitían el maquillaje de las estrellas.
La mujer Star es el personaje de Puig, es Gloria Swanson en aque-
lla película con William Holden, son Rita, Lana, Mecha, Zully, el
mundo de la diva en el que los actores languidecen como varones des-
cargados.
Ni Puig ni Copi quisieron volver a radicarse en Buenos Aires. No
son como los Henry Miller o los Hemingway que dieron la vuelta a
mundo para regresar a sus soles o sus sombras de origen. Copi decía
sentir nostalgia por las playas y las soledades del Uruguay pero no por
Buenos Aires. A ninguno de ellos les llegó la morriña y la ternura por
el país que dejaron y que hoy otros «idos» ven tan pintoresco. Es un
consuelo para nosotros los «quedados». No hicieron de la Argentina el
lugar inofensivo de un recuerdo de infancia y de los argentinitos seres
anárquicos pero simpáticos. Siempre conservaron su odio de origen
que de alguna manera nos dignifica.
El pueblo de General Villegas de Puig se ha perdido para Puig. Le
dio presencia literaria cuando así lo merecía. No es hijo dilecto de la
zona, en mi conocimiento no tiene plaza en el pueblo, ni calle. Hay
otros famosos que prestigian más la zona, más queridos por los luga-
reños porque resaltan las cualidades de gente buenaza, sencilla, pujan-
te, y no la mariconada inventada por este autor pop. Puig fue seducido
por el costumbrismo argentino pero no tanto por sus costumbres. La
dulzura maliciosa del primero duró algún libro, pero la tenebrosidad
del segundo le borró el sustrato aldeano de esta custodiada metrópoli.
Se retiró de su imaginación el pueblo ingenuo y divertido que vivía del
chismerío de zaguán, quedó la banda de asesinos que al fin dejaba caer
su mascarada moral para desnudarse en su pura criminalidad.
En Cuernavaca, con su madre, con sus miles de películas, cerca de
Hollywood y escribiendo comedias musicales para Broadway, su argen-
tinidad se demoraba en su idioma a veces adaptado para usos mexicanos.
43

Copi dice de sí mismo que es un argentino en París. Figura legen-


daria atribuida al galante criollo que al volver cuenta sus proezas en la
tierra prometida y por el conquistada. Champagne y mujeres. Triunfar
en París es fácil, basta con haber estado. La diferencia de Copi es que
hablaba el francés y lo usaba. Lo dibujaba. La historieta y el teatro en
su caso, el cine en el de Puig, el ensayo y la poesía en Perlongher, todos
éstos son géneros linderos de la literatura o no constituyen su núcleo
difusor.
Quisiera mencionar a otros que se fueron. Emilio Rodrigué, algo así
como un Henry Miller argentino por su nomadismo y su pornosensua-
lidad. Pero fundamentalmente por su vitalidad. Lejano descendiente de
D.H. Lawrence como lógica consecuencia de su característica mille-
riana, es un hombre que trasmite la felicidad al mismo tiempo que el
desapego. Su independencia nace del hecho de que él mismo es su
principal personaje. Hace del egoísmo un hedonismo, además, sabio,
ya que se sostiene en concepciones eróticas legitimadas por los cam-
bios que el psiconanálisis y las terapias de grupo produjeron en un sec-
tor de las clases medias. Rodrigué traza un cuadro tragicómico de las
ilusiones de la conyugalidad. Sus exmujeres protagonizan varios de
sus escritos. Personalidad rica, militante de los años setenta, persegui-
do político, psicoanalista respetado, escribió hace algunos años una
monumental biografía de Sigmund Freud de una alta calidad teórica y
literaria portuñol mediante. Obra ya descatalogada, inhallable en las
librerías, presente quizás en alguna mesa de saldo, muestra que la
ausencia de muchos años en ciertos cotos culturales, dejan a un autor
con pena y olvidos. Parecen necesarios los contactos sociales para que
una obra viva, que tenga lectores. Admiradores, colegas agradecidos,
buena prensa, grupos de identidad, visitas oportunas, publicaciones y
reediciones periódicas, intervenciones mediáticas, presentaciones de
libros, algún premio, sitio de honra en suplementos culturales, si gran
parte de esto falta, el autor «ido» se marchita en la lejanía. Asombro-
samente esto ha sucedido con Rodrigué, al menos con este libro no
leído que nos habla del estado en que se encuentra la cultura académi-
ca en la Argentina. ¿Quién va a fotocopiar dos tomos? ¿Qué profesor
de psicología exigirá la lectura de un libro que no sea de su autoría y
que no le reditúe nombradla y derechos?
Emilio Rodrigué cuando regresa a la Argentina ve a sus amigos de
la vieja carnada con los que hizo las travesuras décadas atrás, esquía en
Bariloche y come bife.
44

Ahora Masotta. Un hombre que nadie hubiera dado un peso por su


destierro. Porteño de dedos amarillos - lo he visto tener dos cigarrillos
en la boca, el ya casi consumido y el recién encendido - protagonista
de gestas culturales como el de la difusión de la filosofía sartreana, el
pop art y el lacanismo, un sembrador de inquietudes y hombre alerta a
todo lo que sucedía en París. Un intelectual de Buenos Aires. Un día se
fue a Londres. No eran amenazas ni persecusiones sino, estimo, el per-
cibir que la represión militar dejaba un espacio tutelado aunque no pro-
hibido en el caso de la enseñanza de los seminarios de Jacques Lacan
y los escritos de Freud, que empobrecería la actividad docente y lite-
raria. Lo que más llama la atención en el caso de Masotta es el umbral
que teje laboriosamente entre quien no es más que un divulgador de las
ideas de otros y quien adquiere personalidad fuerte y propia. El resul-
tado es una prosa elegante, cristalina, que discurre gradualmente entre
problemas complejos que se escriben con pluma didáctica siempre a la
altura de las dificultades, sin ánimo de simplificar. Masotta es lo con-
trario de un especialista, lo que no quiere decir generalista, sino algo
así como un clínico. El médico clínico si es bueno, no es sólo estetos-
copio y diga la palabra treinta y tres, sino quien orienta, descarta, con-
trola, reúne. Masotta muere en momentos en que sus ensayos adquie-
ren una característica cada vez más personal en el estilo de su transmi-
sión y en los objetivos de sus investigaciones. Su producción contras-
ta con la ensayística argentina del mismo rubro en la que la pedantería,
los anacronismos teorizantes, las poses eruditas, la glosolalia y la jerga
para iniciados, dominan el panorama de - como decía Puig - una falsa
sofisticación.
Para terminar con este desfile fraterno de los que se fueron siempre
leídos por los que nos quedamos, el historiador Tulio Halperín Dong-
hi, el hombre de los dilemas. Halperín que ha cubierto con sus libros
prácticamente toda la historia argentina desde la revolución de mayo
de 1810 hasta la eternidad peronista, muestra que los hombres que pro-
tagonizan la historia hacen lo que pueden dentro de la esfera de lo posi-
ble, y a menudo lo hacen tan mal como las circunstancias lo permiten.
Dueño de una prosa alambicada que a la manera del lector aprendiz del
latín, nos obliga con frecuencia a releer el comienzo de un párrafo de
quince renglones para no olvidarnos de lo que habla, experto en sub-
ordinadas y puestas entre paréntesis, es un reconocidísmo académico
primero de Oxford y luego de Berkeley que nos cuenta nuestra histo-
ria como una sucesión de callejones sin salida.
45

El talento que hay que tener para dilucidar dilemas no es poco. El


modo en que en la Argentina nos hemos acostumbrado a leer nuestra
historia es maniqueo. La historiografía liberal confundió dinero con
educación y élites con plutocracia. La llamada historia revisionista o
nacionalista, diagrama una epopeya sentimental que tiene un ogro que
habla inglés por verdugo y un pueblo virgen que se le entrega como
víctima. Argentina es Ifígenia. Los personajes cambian pero los roles
son los mismos. No deja de ser extraño que un país que no padeció el
genocidio de indígenas como México y Perú, ni el tráfico de esclavos
como el Caribe, ni la sucesión de golpes de Estado antidemocráticos
perpetrado por el imperialismo como en América Central, ponga sobre
sus hombros la injusticia del mundo y que sea víctima propiciatoria de
la avanzada imperial. El recorrido de Halperín nos instruye sobre las
dificultades que afrontan los hombres del poder, las actitudes de los
grupos económicos, las estrategias cambiantes, y los gruesos errores
en los cálculos políticos; una historia no puritana, escéptica, ya que no
ve en nuestra historia el drama de un solo sentido y de una sola lucha,
y porque no la reconoce como una suscesión de problemas y solucio-
nes sino de dilemas y decisiones enmarcados por la densidad de las
contingencias.
Muchos se fueron y varios se quedaron. Puede llamar la atención de
que en nuestro caso, el argentino, los referentes más importantes de la
historia de nuestra literatura, los casi unánimemente considerados
como tales al menos en el siglo XX, se hayan quedado. Más allá de
haber estudiado en algún instituto de ultramar, o de pedir el sepelio en
un territorio más tranquilo, Jorge Luis Borges, junto a Macedonio Fer-
nández y Roberto Arlt, son gente de las calles de Buenos Aires que
imaginaron el mundo desde esta ventana.
Muelle del puerto de Payta

Anterior Inicio Siguiente


La lección de Demonia

Ernesto Hernández Busto

En su novela Ada or ardor, publicada en 1969, Vladimir Nabokov


imagina una especie de planeta, Antiterra o Demonia, cuya geografía
combina los rasgos de Rusia y Estados Unidos. En Antiterra (nombre
que el novelista ruso-norteamericano toma del olvidado sistema de
Filolao) todo sucede con al menos cincuenta años de anticipación en
comparación con la Tierra, un extraño mundo cuya existencia no está
del todo probada. El área que llamamos Rusia ha sido conquistada cen-
turias antes por los tártaros, mientras que América está colonizada por
rusos, ingleses y franceses. Los periodos históricos también han sido
mezclados, y aunque la historia narrada ocurre a finales del siglo XIX
y principios del XX, en Demonia conviven las mansiones campestres
de Chéjov y Jane Austen con teléfonos, aviones y rascacielos moder-
nos.
La realidad, ya se sabe, gusta a veces de imitar al arte. Circunstan-
cias capaces de retar la imaginación más ferviente provocaron que
entre 1970 y 1989 la URSS fuera invadida por una multitud de estu-
diantes cubanos que protagonizaron un insólito Bildungsroman de la
Guerra Fría. Verlos atravesar la Perspectiva Nevski o la Avenida Kali-
nin encogidos de hombros y arrebujados en sus precarios abrigos tro-
picales era una prueba rotunda de hasta qué punto la política consigue
a veces violentar la geografía. El resultado: adolescencias injertadas en
un antimundo real que al final terminó siendo, como el imaginario
territorio que se inventa Nabokov, una rara combinación de Rusia y
Norteamérica.
Un escritor (o aspirante a escritor) cubano enviado por esos años a
cualquier punto de la vasta geografía soviética, debía poner en marcha
un complejo proceso mental para hacer coincidir el imaginario de sus
padres, crecidos en la década del cincuenta (el béisbol, la mafia, los
rascacielos frente al Malecón), con la austera imaginería de la utopía
(la planificación quinquenal, una sociedad rebajada a maqueta de api-
cultor). Capitalismo y socialismo se convertían así en una especie de
48

amalgama simbólica, donde nuestros protagonistas abrevaban el abun-


dante kitsch-póshlust segregado por las dos glándulas constitutivas del
imaginario político de la Guerra Fría. Imaginario que todavía fascina a
numerosos turistas de la política travestidos de antropólogos amateur:
hipnóticos admiradores de una sociedad que en realidad recuerda otra
novela de Nabokov, Invitation to a beheading, donde la administra-
ción, repleta de pompa y retórica, apenas necesita oprimir a los ciuda-
danos porque todos, salvo un número ínfimo de disidentes, aceptan con
alegría la verdad transparente de lo vulgar mientras un verdugo que
parece salido del Grand Guignol exige «esa atmósfera de efusiva
camaradería entre el ejecutor y el ejecutado, que es tan preciosa para
el éxito de nuestra común empresa».
La manera en que una cultura profundamente americanizada como
la cubana consiguió «rusificarse» poco a poco nos obliga a preguntar-
nos por los límites de un pensamiento identitario y su cartografía lite-
raria. Sin duda, una parte muy interesante de la literatura cubana escri-
ta en los últimos veinte años sólo puede entenderse como el tercero
incluido en la liza simbólica entre dos imperios que hicieron su irrup-
ción apocalíptica en la escena de la llamada «Crisis de Octubre».
Digámoslo claramente: El cambio más importante en la cultura
cubana de los últimos veinte años es que sus mecanismos de legitima-
ción intelectual cada vez están más organizados desde y para el exilio.
Una situación semejante era impensable en los años sesenta, cuando
La Habana soñaba con ser una de las ciudades obligadas en la ruta del
boom. La causa de todo, aunque moleste, hay que buscarla en la polí-
tica que viene asolando Cuba, donde apenas ahora empieza a recono-
cerse que existe una literatura del exilio o que los numerosos escrito-
res exiliados (Casey, Arenas, Cabrera Infante...) forman parte de la
literatura nacional.
Mientras que la experiencia cubana en Estados Unidos cuenta con dos
o tres novelas fundamentales (Boarding home, de Guillermo Rosales, La
travesía secreta de Carlos Victoria...), un excelente libro de memorias
{Waitingfor snow in Havana, de Carlos Eire) y varios ensayos emblemá-
ticos (baste citar dos títulos de Gustavo Pérez Firmat: The next year in
Cuba y Life on the Hypheri), la experiencia rusófila de los cubanos sigue
esperando el crítico que detalle los entresijos de ese choque cultural y le
devuelva al «palavina» (en ruso, «medio»: apelativo con el que los cuba-
nos describían a un ser híbrido, de madre rusa y padre cubano, o vicever-
sa) su honor perdido por culpa del chovinismo criollo.
49

El asunto, en cambio, tiene un indudable filón novelístico: Jesús


Díaz lo aborda en dos de sus novelas: Siberiana y Las cuatro fugas de
Manuel, De muy diferente manera, esa experiencia rusocubana sostie-
ne dos novelas de José Manuel Prieto, Enciclopedia de una vida en
Rusia y Livadia, que algunos críticos incluyen dentro de una literatura
«postnacional» o «transnacional». Creo que en esa clasificación se
insinúa un ligero equívoco: si «lo nacional» no ocupa en las novelas de
Prieto un lugar protagónico no es porque sus novelas sean «cubanas»
o «postcubanas» sino porque son buenas novelas. En el caso de Prieto
-como en el de Rolando Sánchez Mejías y otros narradores cubanos
que viven fuera de Cuba-, se trata de escritores que han superado la
perspectiva provinciana, de ficciones en las que Cuba bien puede ser
un pretexto o la perfecta encarnación de ese territorio imaginado por
Nabokov. La pregunta por la identidad colectiva no desaparece (sería
difícil que un buen novelista la pasara de largo). Más bien, deja de estar
entrampada en las circunstancias del nacionalismo.
Muchos son los académicos del exilio que sólo consiguen entender
una novela escrita por un cubano si le colocan alguna etiqueta multi-
cultural. Así como en Pnin, otra obra de Nabokov, se menciona varias
veces a un catedrático de Antropología, Tristram W. Thomas («Tom»
para los amigos), que ha obtenido diez mil dólares de la Fundación
Mandoville para estudiar en Cuba los hábitos alimenticios de los «pes-
cadores trepadores de palmeras» {palm-climbing fishermeri), la acade-
mia norteamericana ha lanzado sobre la literatura escrita por cubanos
su densa red de estrategias multi-culti con resultados francamente
pobres. Porque la otra cara de esas consideraciones acríticas es un mer-
cado saturado de libros que reducen el tratamiento de la identidad a la
restitución imaginaria de una pertenencia geográfica. En esos ámbitos
la trama de una novela exitosa se limita, muchas veces, a las típicas
variantes de «cómo-volví-a-ser-cubano-a-pesar-de-todo». Incluso crí-
ticos y escritores que llegan a la academia desde otros ámbitos acaban
en las horcas caudinas de esta variante postmodern del Et pluribus
unum.
¿Qué decir de tantos novelistas que usan a Cuba como locación, un
territorio que la historia contemporánea ha dejado abonado para todo
tipo de exotismos y frustraciones? Siempre que me topo con estas tre-
pidantes historias de espías y contrabandistas, de putas y redentores,
me quedo con la incómoda sensación de estar siendo estafado. Me
recuerdan otra novela de Nabokov, La defensa, en la que un excondis-
50

cípulo del protagonista, empeñado en recordarle su vida de estudiante


como una época paradisíaca, se enorgullece de haber hecho turismo en
la isla («Ya le digo, he viajado por todo el mundo. ¡Qué mujeres, las
de Cuba!») antes de que un oyente descubra que sus alardes de viaje-
ro son puras mentiras y que ese mundo de tentaciones exóticas no es
más que la sarta de embustes de un fanfarrón que sólo lee prospectos
de viaje.
Hay en todas estas peripecias literarias la misma ingenuidad del
turista que visita un lugar «para reencontrarse con sus raíces». Ese
pasado, convertido en materia museable, impide a la memoria novelar
el presente más allá de un imaginario relativista donde lo político
resulte un simple elemento del decorado. Un escritor tan sofisticado
como Nabokov, por ejemplo, no rehuyó nunca la política. Su lección,
la lección que los novelistas cubanos pueden aprender al descubrirse
habitantes de Demonia, es mantener la ficción fuera de una doble coar-
tada: ni un realismo impresionista, acotado por «experiencias» rebaja-
das a las vicisitudes del ego, ni las falsas ambiciones de esas aburridas
novelas alegóricas que no se atreven a llamar las cosas por su nombre.
Esos son los riesgos que debe correr un verdadero escritor: los de
inventar o reinventar un mundo que sea, por así decirlo, más real que
la realidad misma.

Anterior Inicio Siguiente


El vagabundeo comercial
del narrador latino «traducido»

Wilfrido H. Corral

Con la irrupción de lo que se ha dado por llamar la nueva literatura


mundial (apelativo infiel al término acuñado por Goethe, porque hoy
se lo concibe diferentemente en varías culturas), y la existencia de un
sistema literario global que depende más y más de una subeconomía de
intercambio que borra fronteras culturales, no sorprenderá que la
narrativa hispanoamericana de entresiglo está terminando en manos de
editoriales anglosajonas o conglomerados transatlánticos, y que en
cierto sentido aquéllas traten de redefinir el significado y razón de ser
de esa narrativa. Ese desarrollo y llegada al primer mundo, en un
momento ansiado pero ya superado por la narrativa del boom, ha ter-
giversado las estrategias de la aceptación de lo «nuevo». Según Paséa-
le Casanova y su convincente La République mondiale des lettres
(1999), se ha pasado de la asimilación a la diferenciación, y la dife-
renciación hoy quiere decir no ser moderno. Con las salvedades del
caso, que incluyen el rechazo de lo exótico como modus vivendi repre-
sentativo, algunos nuevos narradores hispanoamericanos han cedido a
ciertas fórmulas impuestas, convirtiendo en más borroso lo que se
puede considerar novedoso en la narrativa continental. La subecono-
mía que menciono contribuye de otra manera a la disolución o desen-
cuentros de límites y bordes estéticos, lingüísticos e incluso étnicos,
particularmente cuando publica la obra de autores que presenta como
«hispanoamericanos» traducida al español del inglés en que fue escri-
ta originalmente.
La situación es más complicada de lo que parece. Una excelente
autora como la puertorriqueña Rosario Ferré comenzó a traducir su
propia obra al inglés con colaboradores, y en años recientes escribe
directamente en inglés, con el resultado de que una novela como La
casa de la laguna (1996) salió al año de publicada su ¿versión? origi-
nal, The House on the Lagoon. Estas negociaciones con los «latinos»
han ocasionado que en Latín American Fiction: A Short Introduction
52

(2005) Philip Swanson se refiera a Ferré, traduzco, como «una puerto-


rriqueña a quien normalmente se toma por escritora latinoamericana
[sic], a veces asociada con el post-boom [sic]». Sea cual sea la defini-
ción del latino, hay jerarquías al traducirlo al inglés. Que una editorial
inglesa publique a un hispanoamericano, o que éste sea publicado por
una editorial universitaria estadounidense de mínima difusión, no se
equipara a ser publicado por una editorial comercial. Una gran novela
como El entenado (1984) de Juan José Saer no tuvo recepción crítica
notable al ser publicada como The witness (1990). En contrapunto,
Borges publicó su hoy llamada Autobiografía (o en traducción más
literal e inexacta Un ensayo autobiográfico) como crónica escrita en
inglés y en coautoría, para The New Yorker en 1970, convirtiéndose en
texto seminal latinoamericano, que no fue publicado en español hasta
casi tres décadas después.
Los problemas que conlleva, el vagabundeo de la narrativa traduci-
da son mayores, y tienen que ver generalmente con la autoidentifica-
ción de los autores, la lengua que los define, su posible papel en la his-
toria literaria escrita en español, la autenticidad «nacional», el bilin-
güismo y la traducción. De estos tal vez el que más afecta la percep-
ción de autor y obra es el eterno problema de la autenticidad, cuyo des-
vanecimiento aumenta con los híbridos que ocasiona la globalización.
Si como dice una canción popular «la pureza está en la mezcla», ¿por
qué tantos trucos, coartadas, huellas y direcciones para encontrar lo
auténtico en lo espurio? No en vano, hace más de quince años, Earl
Shorris, uno de los gurúes que definen lo latino en su país, menciona-
ba que nadie sabe bien qué es un «latino» allí, «o si latino, hispano,
español, mexicano, mexicano-americano, chicano, nuevo mexicano,
Puerto Ríqueño, neorriqueño, borinqueño, puertorriqueño u otras
denominaciones son nombres auténticos» (27, mi traducción). Dicho
de una manera menos académica (Shorris también culpa a los acadé-
micos por la ofuscación, y hasta la fecha hay que traducir a la gran
mayoría de ellos) y concentrada en una comunidad literaria, ¿hasta qué
punto son andinos, digamos, autores y obras cuya etnia es definida más
por los mediadores que por la forma, contenido y circunstancias de la
publicación, o por un compromiso que supere las consignas y etique-
tas fáciles del realismo social que Gorky definía como «la capacidad
para ver el presente en términos del futuro»?
Mario Vargas Llosa explícita brillantemente la base de esa proble-
mática con el ejemplo de Arguedas. Como memorablemente arguye en
53

La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenis-


mo (1996), para que una narrativa «indígena» sea o no sea considera-
da el producto de indígenas «puros» tiene que tener ciertas marcas.
Sobre todo, no puede ser considerada literatura nacional, porque el
reconocimiento surge de identificar la obra de un autor con una comu-
nidad marginada o amenazada dentro de un sistema global. Como tan-
gencialmente arguye Casanova, el prototipo de la «literatura mundial»
actual tiene las siguientes características: es una historia de trauma y
recuperación, con elementos mágico-realistas, en torno a abusos y dis-
funciones familiares, que llegan a una solución por medio de la invo-
cación de verdades espirituales u «holísticas». Es decir, debe ser una
obra que aburriría (por su mundo estrecho y reconocido) a la mayoría
hispanoamericana radicada en el continente. ¿Cómo cambia ese cóctel
cuando interviene una lengua hegemónica como el inglés en vez de
una lengua como el quechua?
El problema con la aplicación de fórmulas similares a los nuevos
narradores del siglo veintiuno es que sólo funcionaría de manera gene-
ral, y exclusivamente con escritores que las editoriales anglosajonas
definen como nuevos y representantes de lo «latino» en Estados Uni-
dos (con la probable extensión a Inglaterra y el continente europeo). Sí
antologías finiseculares como McOndo, Líneas aéreas y testamentos
como Palabra de América (2004) son un barómetro, los narradores de
entresiglo nacidos en Hispanoamérica y radicados allí o en Europa des-
deñan la puesta al desnudo étnico, prefiriendo renovar la puesta al des-
nudo de los procedimientos narrativos, con el afán de motivar entera-
mente un relato que no evoque directamente problemas sociopolíticos.
El desafío, infinito, sigue siendo combinar elementos indígenas no
cosmopolitas con elementos que el auditorio metropolitano (que ahora
incluye a ellos y su generación) reconozca como «literarios». Es dema-
siado temprano para postular que cualquier éxito de los nuevos narra-
dores reside en inventar personajes que no existen, pero que deberían
existir, como ocurrió con los «boomistas». También es cierto que los
«nuevos latinos» de USA (Allende y compañía) crean situaciones exó-
ticas fácilmente olvidables en la patria chica, y no sólo porque en la
explosión de ellos no se encuentra un modo satírico y generoso, libre
de moralismos.
Ese giro es notable en una antología que pretende presentar e ins-
taurar la validez de la presencia latina en Estados Unidos, Se habla
español: voces latinas en USA (2000), compilada por dos nuevos
54

narradores nativos, Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet. Los pro-


blemas mayores de esa compilación no son sólo conceptuales, porque
la gran mayoría de los incluidos muestra que se escribe mal el español
en ese país, o que el negativismo y la victimología más elementales
son el nec plus ultra de la condición latina allí. A pesar del meritorio
esfuerzo de Alfaguara por recoger la mejor producción nacional en sus
sucursales americanas, esta publicación, publicada en Miami, tiene
como meta transparente no tanto vender a autores, sino una idea fija
que los antólogos evidentemente desconocen: la complejidad latina de
USA. Con su introducción llena de clichés, axiomas ilógicos, errores
de hechos, y generalizaciones populistas de falsa conciencia, lo único
que pueden o quieren probar los compiladores es que en USA algunos
autores «latinos» creen obligatorio escribir en Spanglish. Parte de la
antología se salva con cuentos de los nativos Bellatin, Thays, Padilla,
Volpi, Franco y Rey Rosa, y es imposible saber qué tienen que ver sus
textos con la premisa de la antología, porque el haber estado de paso o
becado en ese país no te convierte en autoridad sociológica, y uno se
pregunta si esos autores en verdad quieren ser vistos como «latinos en
USA» que presentan una sensibilidad colectiva.
Tomo entonces a un par de autores considerados latinos en Estados
Unidos y comentaré las implicaciones del hecho de que su narrativa
nos llega en traducción al español, lengua en que no la escribieron ori-
ginalmente, aunque hay todo indicio de que los autores hablan la len-
gua de la cultura que les nutre. Ambos son «prometedores», como
parece decir toda reseña nacional de sus libros, aunque se debe añadir
que lo son, «en inglés». Los antecesores mayores al respecto son Osear
Hijuelos, Julia Alvarez, y en menor grado Sandra Cisneros (traducida
por Elena Poniatowska, y por ende legitimada en español). Pero la
celeridad actual para convertir a los narradores jóvenes en algo más
rentable ha relegado a esos antepasados al estatuto de autores canóni-
cos casi instantáneos, a pesar de su importancia real. En 2006, los
nombres que «suenan» pertenecen al movimiento autoungido llamado
«pan-Latino», que desde hace unos quince años ha pasado a incluir
arbitrariamente autores como Junot Díaz y otros de similar origen,
mayoritariamente caribeño o mexicano. La «latinidad» rentable repre-
sentada por ellos se ha extendido, y de pronto incluye a autores de ori-
gen sudamericano.
Si es verdad que la errancía como experiencia quiere penetrar las
paredes de una cultura y encontrar los dramas humanos que se escon-

Anterior Inicio Siguiente


55

den detrás de ellas, ese conocimiento no quiere decir que el escrutinio


de los autores de esa aventura compartida resulte en que tengan igual
mérito. Junta a su errancia los latinos estadounidenses contribuyen o
parecen venir al encuentro de una nueva antropología cultural, porque
el problema es que siguen siendo los observados, no los que examinan.
Como arguye Juan Villoro, narrador nativo de entresiglo ya estableci-
do, «En su afán por recuperar culturas soslayadas, ciertos discursos
postcoloniales tuvieron un peculiar efecto secundario: la creación de
un folklor purista [...] El necesario empeño de reparar la discrimina-
ción sufrida por las culturas vernáculas desemboca así en un exotismo
de segunda naturaleza, donde una novela vale por su grado de identi-
ficación con las tradiciones que debe representar» (71, el subrayado es
suyo)1. Aunque hago la salvedad de que, con el cambio al ámbito urba-
no, nuevos autores naturales como Pedro Juan Gutiérrez y otros del
Caribe contribuyen a la tradición exótica que no deja de gustar al
público extranjero, quiero examinar cómo contribuye la traducción a
esa condición.
Ernesto Quiñonez, sin acento en la «o», primero de los dos autores
que considero, nació en el Ecuador y llegó a Nueva York con su madre
puertorriqueña antes de cumplir dos años de edad. Se crió en El Barrio,
el sector latino de Harlem, gueto negro de Manhattan, entonces pobla-
do casi exclusivamente por puertorriqueños o sus descendientes. En el
2000, año para el cual El Barrio era más latino a la hispanoamericana,
Quiñonez publica una exitosa y buena novela, Bodega Dreams (lite-
ralmente «sueños de tienda», aunque el título juega con el apellido del
protagonista), que ha sido comentada como una especie de Bildungs-
roman «puertorriqueña», no «ecuatoriana». Los hispanoamericanos
que vivimos en Estados Unidos estamos acostumbrados a ese tipo de
simulación y disolución de nuestras identidades, pero si no somos
autores de ficción no tenemos que sufrir su difusión. Justo al año, la
novela de Quiñonez fue traducida y publicada como El vendedor de
sueños. Que se sepa, el impacto de la versión en español ha sido casi

1
El tema da para muchísimo más, y Villoro lo muestra al comparar las fijaciones de ¡a
academia norteamericana respecto a las «identidades» con varios estudios sociológicos y fic-
ciones mexicanos. En un magnífico ensayo el ghanés Appiah arguye por un cosmopolitismo
en que lo que ya no puede funcionar son: el pueblo, la pureza, la autenticidad, las tradicio-
nes, la preservación; y lo que está enjuego son: los individuos, lo mixto, la modernidad, los
derechos, la contaminación. Con salvedades, su raciocinio políticamente incorrecto sólo se
encuentra entre «latinos» como el chicano Richard Rodríguez, el mejor intérprete latino de la
realidad estadounidense de las últimas dos décadas del siglo pasado.
56

nulo, sobre todo en el ámbito literario frecuentemente nacionalista del


Ecuador. Pero el hecho de que esa picaresca del gueto fue reseñada en
The New York Times legitimó la obra de manera incalculable en ese
país, no importa qué digan los latinos de fuera.
El desdén nativo bien podría deberse a la calidad de la traducción,
que rara vez transmite el «sabor» del original inglés, o traslada con
exactitud hispánica los vulgarismos que pueden ser constitutivos de la
cotidianidad del barrio representado. El traductor (Paz Soldán) opta
frecuentemente por dejar aquéllos en inglés, tal vez para calcar el
Spanglish del original, efecto que funciona en un bilingüismo basado
en el inglés, no para los lectores criados y acostumbrados a leer en
español. Esto es grave, porque el inglés de Quiñonez sirve para con-
tradecir los atributos que Vi lloro atribuye a la narrativa de pretensión
revanchista: «los chicanos buscan "reindianizarse", establecer un con-
tacto con el pasado que México subyugó y en cierta forma canceló»
(71). Nada de eso para Quiñonez, porque su obra muestra que sí se
puede recrear un pasado, pero no resolverlo, lo cual complica las
«razones de ser» que se le quiere atribuir a su tipo de autor. Por eso no
es casual o deja de ser importante que Alfaguara escogió como traduc-
tor de Quiñonez a otro de sus autores, Paz Soldán, boliviano cosmo-
polita vendido como «latino», por Alfaguara, aunque escribe en per-
fecto español.
El segundo autor «latino» presentado y ungido como nuevo narra-
dor automático es Daniel Alarcón, con acento en la «o», nacido en
Lima, emigró a los tres años, se crió en el estado de Alabama, estudios
antropología en Nueva York7 y como Quiñonez trabajó en las escuelas
públicas de esa ciudad. Hace un par de años me referí en esta revista a
cómo se comenzó a vender y legitimar su bilingüismo y biculturalis-
mo, posterior a la publicación de su cuento «City of Clowns» en la
prestigiosa The New Yorker, que sólo ahora comienza a descubrir a
Roberto Bolaño. Seguimos sin conocer a Alarcón en el mundo hispa-
no, a pesar de algún espaldarazo de un narrador natural menos conoci-
do fuera del Perú, Iván Thays. Pero las editoriales insisten en proponer
a Alarcón como autor que debemos leer en español. Una misma edito-
rial publica simultáneamente War by Candlelight: Stories y Guerra en
la penumbra: cuentos en 2005. Cabe decir que la traducción (a dos
manos) se aproxima mejor al original (los peruanismos van en cursi-
vas) que la de Quiñonez. Como decía en el 2004, el léxico empleado
por estos autores no es del registro de todo hispanohablante, ni tampo-
57

co es popular o reconocible en provincias estadounidenses rurales. Con


Alarcón el problema no es tanto la traducción, como lo es con la pri-
mera novela de Quiñonez, ni tampoco la calidad que puedan tener
ambas obras, sino cómo se está vendiendo la «latinidad» de su obra y
su contenido sin que un público más amplio (y enterado) emita juicio.
Digamos que ambos narradores son excelentes, y que merecen aten-
ción. Tal condición no tiene que ser afectada por el relativismo de una
apreciación estética para pasar a creer que estos nuevos narradores
merecen una evaluación más completa.
Lo que se pretende presentar en los cuentos de Alarcón es un noma-
dismo globalizante, las diásporas latinas, aquí limitadas a un solo con-
tinente del mundo. En el caso de Alarcón, como reza la identificación
bibliotecaria oficial, el tema es «Lima». Ahora, ¿no hemos visto esos
desplazamientos en obras de nuevos narradores, varios de ellos no tra-
ducidos al inglés todavía, como Aira, Bolaño, Gamboa, Valencia y
muchos otros, o los antecesores de éstos? Si se supone que los cuentos
de Alarcón tienen como meollo representar su ciudad natal, ¿qué hace
entre ellos, aparte de otros dos ubicados en Nueva York, «Suicidio en
la Tercera Avenida», en que un latino se desencuentra con su novia de
descendencia hindú al desencontrarse con la madre de ella? Se vende
a Alarcón como «peruano», pero el autor -a pesar de hacer venias a la
situación política del Perú de los ochenta en un cuento extenso como
«Guerra en la penumbra», o a los desastres naturales, como en «El visi-
tante» e «Inundación»- se queda en una nostalgia elemental. El resul-
tado es una obra primeriza en que hasta Nueva York es folklórico y
oprime al inmigrante («Un muerto fuerte»), vaya sorpresa. A su vez, su
ficción política se concentra previsiblemente en «el pueblo», tendencia
que vende en inglés, a juzgar por la recepción del libro hasta la fecha,
aunque no reseñado en The New York Times.
¿Hasta dónde han llegado los nuevos narradores Quiñonez y Alar-
cón? El primero aparece, traducido del inglés, en Se habla español.
Incumbe determinar el éxito de su primer libro, pero aparentemente las
editoriales norteamericanas siguen apostando por él. Su segunda nove-
la, Chango's Fire: A Novel (2004) fue publicada simultáneamente en
español como El fuego de Chango: una [sic] novela. Pero no le favo-
rece a Quiñonez, porque desde el principio de la traducción hay pro-
blemas, atribuibles al descuido y celeridad por vender al autor. En los
elogios reproducidos en ella para El vendedor de sueños se habla de
«energía», de que el lector se «encontrará haciéndole fuerza [¿?] al tra-
58

ficante de drogas», de «sueños» en vez de sueños, se deja projects


(torres habitadas por la clase trabajadora) en inglés, como que todo lec-
tor reconocerá el referente, etc. En gran parte, estas traducciones con-
tribuyen a la segregación contra la cual se opone el oficialismo guber-
namental y social estadounidense, y paradójicamente quieren acceder
a un público que, a decir verdad, tal vez no quiere leer ni tiene los
medios o tiempo para hacerlo. El ámbito español también contribuyó
al exotismo deseado, y Quiñónez fue presentado como sigue: «rostro
de indio misterioso, entre la ternura y el desafío, un rostro que es un
compendio racial, si la raza existiera» (Armada, 10). Al preguntársele
cuáles son sus maestros dice «T.S. Eliot, Yeats. Me gustan, entre las
mujeres, Cristina García, Rosario Ferré, Susana [sic] Cisneros, Gabrie-
la Mistral» (Armada, 11). Nada como el «otro» ilustrado.
Pero a la editorial no le importa cualquier traducción que quiera
recuperar Quiñónez. En una cita que sirve como prefacio clave para el
entendimiento del ambiente que evoca en El Juego de Changó se tra-
duce this Bronx slum, como «este barrio en el Bronx», dejando en el
aire el hecho de que el Bronx es un barrio, que contiene slums (con-
ventillos, ranchos, barriadas, barrios «jóvenes», arrabales, en fin:
barrios bajos), y sectores ricos, como Riverdale y Pelham. Esto no lo
sabe un lector sudamericano o español, pero no le importa a la editori-
al. Seguir hablando de los problemas de la traducción (en sentido
amplio) de estos nuevos narradores no podría asemejarse a la impor-
tancia del trasfondo cultural de la discusión entre Edmund Wilson y
Vladimir Nabokov, cuando éste tradujo a Pushkin al inglés, y el osado
estadounidense le «corrigió» al ruso su propia lengua2. Me parece más
importante en esta segunda obra de Quiñónez que Julio Santana, el
protagonista pirómano a sueldo, decide cambiar de carrera al enamo-
rarse de Helen, presentada como una «blanquita». Reitero que es muy
temprano para determinar la recepción de esta novela, pero no está de
más preguntarse cómo se interpretará en la crítica políticamente
correcta estadounidense el hecho de que el personaje latino sea redi-
mido por un miembro de la «raza hegemónica». Vale especular tam-

2
En un cuento como «Suicidio en la tercera avenida» de Alarcón los errores de traduc-
ción son demasiado numerosos y garrafales: calzoncillos se convierte en «interiores» (65),
«bodega» (por tienda) se deja en español en el original y en la traducción, «mestizos» (68) no
traduce la fuerza de Half-breeds (medio pelo), «se veía» (72, 77) toma el lugar de lucía, pare-
cía, o simplemente era. Se supone que los lectores naturales reconocerían la toponimia neo-
yorquina, los anglicismos, y un largo etcétera en Spanglish.

Anterior Inicio Siguiente


59

bien si se verá el uso que hacen estos latinos de los instrumentos cul-
turales cosmopolitas como formas peculiares con las cuales imponer,
ordenar o poseer.
¿Ha leído Quiñonez a Pablo Palacio y Humberto Salvador, o Alar-
con a Vargas Llosa, Bryce Echenique e Isaac Goldemberg? En última
instancia no importa, pero esas preguntas parecerían ser de rigor, o
conveniente para algunos naturales que se han quedado en sus países
para apoyar visiones nacionalistas de una «ecuatorianidad» o «perua-
nidad» secularmente indefinble. La no muy sutil reactivación estadou-
nidense de los polos cosmopolitismo/indigenismo para nuestra litera-
tura tiene poca razón más allá de lo rentable en ese país. Viéndolo bien,
detrás de todo gran escritor hispanoamericano hay un indígena, en sen-
tido lato. Vallejo en su momento peruano, Onetti, Rulfo, Monterroso y
muchos otros se expresaron desde su terruño, pero no necesitaban ser
telúricos para decir mucho al resto del mundo. Lezama Lima, Mace-
donio y Felisberto tampoco necesitaron salir de sus países para emitir
mensajes «universales», así que la temática, si no la técnica de los
narradores traducidos beneficia al gremio critico y editorial, más que
al desarrollo de una literatura que, a lo largo de su historia, muestra que
cosmopolitismo e indigenismo se complementan. La pregunta genera-
cional parecería ser si estos latinos han leído a sus congéneres que
escriben en español. En la entrevista citada Quiñonez afirma «Cervan-
tes no me dice nada», y es claro que el «otro» (los narradores natura-
les de su «generación») tampoco cabe en su latinidad o curiosidad.
Si es verdad que en momentos dados las obras de autores como Var-
gas Llosa y otros autores del boom han salido casi al mismo tiempo en
español e inglés, las razones tenían que ver con las posibilidades de
mantener la comercialización de autores probados e ilustres, no con
presentar al público una apuesta basada en autores sin trayectoria. Es
demasiado temprano para evaluar el valor de obras que Quiñonez y
Alarcón publicaron respectivamente en 2004 y 2005, pero su aparición
en el panorama es un indicio de hacia dónde quisieran ir las editoria-
les: al mismo lugar donde siempre se han quedado, es decir, presen-
tando al autor hispanoamericano como buen salvaje, o escritor de bue-
nas novelas de la selva, como dijo Edmund Wilson, aunque hoy la
selva es urbana. Paradójicamente, y a diferencia de los narradores de
su generación que escriben directamente en español, es cuando Quiño-
nez y Alarcón escriben sobre el amor que tienen más éxito. Si en algo
se acercan a congéneres naturales como Xavier Velasco y Jorge Fran-
60

co, es en la mezcla no siempre feliz del urbanismo mágico y la sensi-


bilidad política del realismo social.
La errancia de los latinos traducidos está compaginada con el senti-
mentalismo de (o dirigido a) la izquierda anglosajona que hoy perte-
nece a la categoría de cursilería histórica, mientras que la de los narra-
dores de entresiglo naturales es frecuentemente metafísica, al querer
honrar la realidad, para aboliría buscando el lugar de la literatura en los
espacios de pertenencia personal. Hay una trampa en ese desarrollo
narrativo, en el sentido que los personajes son símbolos y nada más, y
por ende fuentes de triunfalismos. Ese proceder podría ser el principio
de un gesto moralizante y necesario, y también el comienzo de una tra-
gedia en el desarrollo de la narrativa: el reciclaje de lo periclitado en
obras escritas en español, desde hace más de medio siglo. Según una
tesis primermundista reciente, una nueva literatura mundial debe dar
crédito al impacto político de las tecnologías de la traducción en la
definición de los lenguajes extranjeros, y reconocer la complejidad de
las políticas lingüísticas. Pero el tercer mundo todavía sigue clamando
una buena traducción, sin el andamiaje en que han invertido las edito-
riales que publican a Quíñonez y Alarcón. Es lo que necesitan varios
autores hispanoamericanos, jóvenes o no, no los exegetas que apoyan
toda conversión que aumenta el mercado.
Si la nueva narrativa hispanoamericana se apegó de manera perver-
samente errante al desarrollo sociopolítico del continente, es decir al
proteccionismo ideológico de los sesenta, la disciplina de las dictadu-
ras de los setenta, la austeridad de los ochenta, o a la privatización de
los noventa, la actual sabe que cada una de esas vertientes terminó
decepcionando, lo cual hace que sus desafíos sean mayores. Dudo que
la «traducción» cultural que he examinado sea una respuesta, porque
no todo programa estético puede cruzar fronteras, peor abolirías. Si
otros nuevos narradores ya han calculado las pérdidas y ganancias de
la controvertida postmodernidad, los narradores latinos traducidos, al
estar fuera del continente (y paradójicamente en el centro de la fuente
de una postmodernidad hegemónica) no parecen preocuparse de aque-
lla afición en la literatura. Tampoco tratan de valorar las implicaciones
de sostener un discurso apegado a tendencias localistas, igualmente
superadas por la mayoría de su generación. Positivamente, ese desen-
cuentro generacional permite cuestionar las teorías de la influencia tan
de moda en Occidente, las de Bloom por ejemplo, porque estos narra-
dores muestran que se pueden desplazar las fuentes de la producción
61

literaria de sus circunstancias ideológicas y culturales específicas, y


que se las puede complicar en otros lados. Positivamente, Quiñonez y
Alarcón postergan el provincianismo de ver las literaturas de sus paí-
ses de origen en términos de «sierra y costa», y apuntan al nuevo andi-
no que anda por el mundo, sin dejar de serlo. No obstante, la verdade-
ra revolución de estos narradores no dependerá de aliarse (aun a pesar
de sí) a los deseos editoriales, lo sabemos y no descubrimos la pólvo-
ra al reiterarlo. Al estar así las cosas, tal vez los autores actuales ten-
gan que volver a leer a sus precursores y maestros, como personas en
vez de narradores.

Referencias

ALARCÓN, Daniel, Guerra en la penumbra: cuentos. Trad. Julio Paredes Cas-


tro y Renato Alarcón. Nueva York: Rayo/Harper Collins, 2005.
APPIAH, Kwame Anthony, «The case for contamination». New York Times
Magazine. lero. de enero de 2006. 30-37, 52.
ARMADA, Alfonso, «Ernesto Quiñonez: "Necesitamos intelectuales lati-
nos"». ABC Cultural 538 (18-5-2002). 10-11.
CORRAL, Wilfrido H., «Carta de Estados Unidos: Los comisarios lingüísticos
estadounidenses y el bilingüismo.» Cuadernos Hispanoamericanos 647
(Mayo 2004). 117-123.
QUIÑONEZ, Ernesto, El fuego de Changó. Una novela. Trad. Julio Paredes
Castro. Nueva York: Rayo/Harper Collins, 2004.
SHORRIS, Earl, «In search of the latino writer». The New York Times Book
Review. 15 de julio de 1990. 1, 27-29.
VlLLORO, Juan, «El juego de la identidades cruzadas». Cuadernos de la Cáte-
dra de lasAméricas N° 1. Barcelona: Instituí Cátala de Cooperado Ibero-
americana, 2004. 65-81.
Iglesia de San Lucas. Colán

Anterior Inicio Siguiente


El discreto encanto del anacronismo

Gustavo Guerrero

Por poco observador que uno sea, vivir en una sociedad decadente
lo va volviendo cada día más sensible al repetido espectáculo del ana-
cronismo. En el París actual, por ejemplo, basta echar a andar por las
calles con los ojos bien abiertos y el oído atento, y siempre se acaban
detectando los signos de la ciega persistencia del ayer en el hoy. No
otra cosa denotan continuamente un sinfín de conversaciones, hábitos,
mensajes, actitudes e ideas; no otra cosa connotan las diversas figuras
y formas que puede tomar la imagen de un país manifiestamente des-
fasado en el tiempo. Recuerdo que, hace apenas un par de semanas, un
ceñudo funcionario galo me hablaba en el Salón del Libro de «la uni-
versalidad de la cultura francesa» mientras en un pasillo adyacente,
varias pantallas proyectaban escenas de los combates entre la policía y
los jóvenes de origen magrebí y subsahariano que quemaron más de
cinco mil autos en los suburbios parisinos el pasado otoño. Sin ir tan
lejos, basta hojear el suplemento literario de Le Monde un par de veces
al mes, para constatar que Philippe Sollers sigue siendo un escritor de
vanguardia, o que el psicoanálisis lacaniano es todavía una respetable
y promisoria ciencia. Supongo que aquellos que vivieron en la Alejan-
dría de Kavafís o en la Viena de Klimt deben de haber pasado por cosas
semejantes y de seguro sentían más o menos lo mismo que los que hoy
vivimos en París. Me refiero a un sutil clima de nostalgia que no dice
su nombre, en parte, porque lo ignora y, en parte, porque prefiere igno-
rarlo. Quizás a eso se refería el grafito que un artista indonesio pintó
hace varios años en una de las paredes de la Ciudad Universitaria:
«París ya no existe: ha entrado en la eternidad». En el fondo, tenía
razón, pues, desde hace un par de décadas, pareciera que el tren de la
historia dejó atrás a la capital francesa y a lo mucho que representó,
durante tres siglos, dentro y fuera de Occidente.
Pero no hay mal que por bien no venga, reza el dicho. Como si fuera
un involuntario homenaje que la postmodernidad le rinde a la moder-
nidad, en el París actual el anacronismo pone al desnudo el pasado ante
64

el presente, pero, al mismo tiempo, levanta un mirador desde el cual se


ven con más precisión algunos aspectos de nuestro mundo contempo-
ráneo. En este sentido, creo que pocas experiencias resultan más alec-
cionadoras para entender la tradición extraterritorial de nuestra litera-
tura que acercarse una tarde de éstas a esos cafés de Saint-Germain o
del Barrio Latino donde aún hace tertulia un pequeño grupo de nues-
tros compatriotas, diez o doce hispanomericanos ya muy parisinos y
que parecen sacados de una novelita de Bryce Echenique. Algunos vie-
nen de Colombia, otros del Perú, de Argentina o Centroamérica.
Muchos llegaron a Francia hace más de veinte años y ya rayan en los
cincuenta, pero siguen considerándose «jóvenes escritores» y «espe-
ranzadoras promesas». Casi todos han publicado uno o dos libros a
cuenta de autor en las distintas editoriales creadas por ellos mismos, o
han tratado de darse a conocer en las revistas que el grupo ha ido fun-
dando y cerrando, al ritmo que han dictado las finanzas (o la paciencia
de algún banquero). No hace falta decir que ninguno ha perdido la fe
en sí mismo y que todos están convencidos de ser geniales. Si no han
tenido éxito, es simplemente porque nadie los ha descubierto todavía,
un error que tarde o temprano alguien en París se ocupará de enmen-
dar. «Mira, si no, lo que les pasó a Cortázar y a Vargas Llosa: años y
años escribiendo en sus buhardillas, dándole y dándole a la maquinita,
hasta que un día... ¡ boom!»
No se cuántas veces les he oído repetir este mismo cuento u otros
muy parecidos. Pero es inútil tratar de explicarles que ya nada de eso
ocurrirá, pues sus sueños han ido adquiriendo un perfecto blindaje qui-
jotesco, a prueba de argumentos e incluso de evidencias. Tanto es así
que, al final, exhausto, uno acaba dejándose arrastrar por su entusias-
mo y les dice que es verdad, que tienen razón, que todos y cada uno de
ellos no sólo son los herederos del Boom sino de las tres o cuatro gene-
raciones de escritores hispanoamericanos que, de Darío a Sarduy, se
han sucedido en París. Y me temo que lo peor es que no hay nada de
que reírse. Bien visto, es cierto: ellos son los herederos de esa tradición
aunque hayan llegado demasiado tarde y ya no representen un eslabón
más en la gloriosa cadena sino una suerte de fin de linaje. No en vano,
aludiendo al último de los Austrias, un amigo andaluz los bautizó con
buen tino como «la pefla de íos hechizados». Cualquiera que pase por
París, si se informa con anticipación, puede asistir a alguna de sus
curiosas reuniones. Resulta fácil ver en ellos hoy una anacrónica cari-
catura de lo que hemos sido, un vestigio o una imagen congelada de
65

nuestro pasado: el mito de la Ciudad Luz como la Meca de nuestra lite-


ratura. Pero lo realmente complejo e interesante es atreverse a com-
probar que, de unos años acá, la peña pareciera tener ramificaciones
fuera de Francia, digamos en Madrid, en Barcelona o en Nueva York.
Y es que, si le ponemos un poco de atención al presente, no tardaremos
en descubrir que mucho de lo que pasa en la actualidad por nuestra lite-
ratura joven en el extranjero repite discursos, gestos e ideas que corres-
ponden, vaya sorpresa, al viejo patrón de los hechizados.
Efectivamente, a los unos y a los otros pareciera que el siglo XX se
les ha prolongado demasiado y que la sombra de los mayores se les ha
vuelto casi como una segunda piel. Pongamos por ejemplo el tema del
papel que desempeña el escritor latinoamericano en el extranjero, o, si
se prefiere, el asunto del lugar de enunciación desde el que habla ante
los otros. Históricamente, las respuestas a esta cuestión han sido bas-
tante diversas. Todos recordamos aún aquella frase de Jacques Vaché
que Cortázar estampó como epígrafe al frente de Rayuela: «Nada te
mata tanto a un hombre como tener que representar a un país». Por lo
general, se tiende a ver en ella una reivindicación del individualismo y
la independencia creadora por parte del argentino, pero esto no exclu-
ye que se la pueda leer a la par como una silenciosa crítica contra la
actitud de tantos y tantos escritores latinoamericanos que, al llegar a
París, solían transformarse de inmediato en improvisados embajadores
de sus repúblicas, cuando no en especiosos aborígenes transplantados.
r

Baste pensar en aquel Miguel Ángel Asturias que, sin saber maya, que-
ría hacerse pasar por el Gran Lengua de Guatemala, o en aquel Alejo
Carpentier que, en los cenáculos vanguardistas de la rive gauche, fun-
gía de apóstol de la negritud cubana. Varios de los hechizados se sien-
ten todavía llamados a asumir esos roles y a arrogarse así una repre-
sentatividad como portavoces de una cultura, que hoy resulta difícil de
justificar. Porque si es verdad que, allá por los años treinta, e incluso
por los sesenta, se podía creer todavía que el escritor tenía el privilegio
de encarnar el alma de la nación y que la escritura era el instrumento
idóneo para darla a conocer, en estos tiempos global izados y multime-
dia sabemos que ya nadie puede aspirar a totalizar la experiencia de
una cultura y menos con un sólo instrumento por muy rico y versátil
que sea. Ya sé que al humanista que todos llevamos dentro le gustaría
que las cosas fueran de otra manera. Pero lo cierto es que en este pre-
sente nuestro al escritor le ha tocado un lugar simbólicamente más
modesto que a sus predecesores, quizás como al libro le va correspon-
66

diendo un espacio cada vez más limitado en esas librerías que se han
ido convirtiendo también en tiendas de discos, y luego de películas y
videos, y luego de comics y hasta de juegos electrónicos.
Pero, a mi modo de ver, el problema no reside sólo en el carácter ana-
crónico de este papel de portavoz de una cultura sino también en el ana-
cronismo del tipo de discurso que, como en el teatro tradicional japonés,
ya está asociado a esa máscara. Se trata de una vieja cancioncilla que
todos conocemos porque alguna vez la hemos cantado. En ella se con-
funden nuestros más distintos paradigmas culturales, del arielismo al rea-
lismo mágico, y del mundonovismo al indigenismo. Juntos conforman el
heroico y legendario relato de una América Latina eternamente joven y
que, como cualquier adolescente, todavía anda buscándose a sí misma. Al
parecer, se nos habría perdido un espejo en alguna parte y, como no lo
encontramos, pues no sabemos quiénes somos y es eso justamente lo que
nos vuelve tan especiales e interesantes. Simplifico y exagero, por
supuesto, pero no veo mejor manera de dar a entender la irritación que
hoy suscita este discursillo en el extranjero cuando se asiste a una mesa
redonda con nuestros jóvenes escritores y se le vuelve a oír por enésima
vez. Como me dijo con sorna una periodista francesa en cierta ocasión,
«ustedes, los latinoamericanos, tienen tanto tiempo buscándose a sí mis-
mos que a lo mejor el día que se encuentren, ya ni siquiera se recono-
cen...» No es improbable que esto ya haya ocurrido, o ya esté ocurriendo.
No es improbable incluso que ya estemos desconociendo el propio
mundo en que vivimos, pues, como muchos saben, el corolario de nues-
tro famoso relato es siempre la aparición del mestizaje, la palabrita mági-
ca que al final nos pone un rostro y sería como la solución definitiva de
nuestros conflictos históricos. No voy a repetir los argumentos que
actualmente ponen en tela de juicio esta interpretación de nuestra cultura
desde campos tan distintos como la antropología o la sociología. Baste
pensar en lo que significa seguir pretendiendo hoy que el mestizaje es un
hecho específicamente nuestro cuando se habla ante un público extranje-
ro en ciudades como París, Madrid, Londres o Los Ángeles. Y es que
cualquiera que se asome a sus calles no puede menos que comprobar que
allí mestizaje es lo que hay, lo que está habiendo y lo que habrá. Efecti-
vamente, en menos de veinte años, los movimientos de población gene-
rados por la globalización han hecho de este fenómeno, que hasta ayer
nos parecía tan idiosincrático, una realidad planetaria y algo que se perfi-
la en breve como el horizonte común de la especie. Todos seremos una
sola raza de bronce.

Anterior Inicio Siguiente


67

Por ésta y por otras razones, creo que la tradición extraterritorial de


nuestra literatura atraviesa en el presente por una crisis de identidad
que, a menos que se quiera seguir en la anacrónica tertulia de los hechi-
zados, exige que muchos de nuestros escritores trásfugas, viajeros o
trasterrados revisen la idea que se han hecho de sí mismos. A todas
luces, los problemas que hoy se les plantean no son ya los de antaño ni
pueden resolverse con antiguas recetas. Tampoco es igual su situación
ni la manera como se les ve y se les valora. Sabemos, por ejemplo, que,
gracias al Boom, la novela latinoamericana ha logrado conquistar y
consolidar una posición privilegiada en el mercado internacional de la
traducción. Y como el español es en la actualidad una de las cinco len-
guas más traducidas, resulta que nunca antes se habían traducido tan-
tas novelas latinoamericanas a otras lenguas en todo lo que va de nues-
tra historia literaria. Así, que escriba en Madrid o en Buenos Aires, en
Nueva York o en México, un escritor latinoamericano tiene hoy la
posibilidad de que lo lean en los sitios más alejados y en idiomas que
ni siquiera se imagina. Pero el reverso de la medalla es menos brillan-
te: si es cierto que nunca les habían leído tanto afuera, no lo es menos
que probablemente nunca íes habían leído tan poco adentro. Aunque
carecemos todavía de estadísticas generales sobre los hábitos de lectu-
ra en Hispanoamérica, los estudios del CERLALC y las quejas de la
mayoría de los editores permiten adelantar un diagnóstico: la demanda
de ficción narrativa adulta es débil, el mercado, estrecho y los tirajes,
necesariamente bajos. Hoy menos de la mitad de la población hispa-
nomericana lee y los que lo hacen, leen periódicos, documentos, libros
de autoayuda y, sí, a veces una obra de ficción, pero de preferencia
extranjera: Dan Brown o Stephen King.
¿Qué nos dicen estos datos? Básicamente, dos cosas. La primera
que, en realidad, los novelistas latinoamericanos tienen cada vez más
como horizonte de recepción principal el horizonte extranjero. La
segunda que, si aquellos que están adentro ya tienen dificultades para
encontrar un público en el país, aquellos que están afuera pueden ver
cómo los vínculos con su literatura nacional se vuelven más y más ale-
atorios a la falta de lectores que reciclen sus obras a un nivel local.
Desde esta doble perspectiva, pareciera haber envejecido de un golpe
la conocida hoja de ruta de nuestro cursus honorum, según la cual,
como nadie es profeta en su tierra, para ser reconocido en Lima, San-
tiago o Caracas, es necesario triunfar en París o en Nueva York. Hoy
puede ocurrir esto sin que ocurra obligatoriamente aquello. También
68

son cada vez más numerosos los escritores latinoamericanos radicados


en Europa o en los Estados Unidos cuyos libros son prácticamente des-
conocidos en sus países respectivos, una situación que hace aún más
complejo el problema de la representatividad o la etiqueta nacional que
ostentan ante los otros. Porque si es verdad que representar a un país
puede matarte a un hombre, a veces nada te lo mata tanto como no
poder representarlo. No me refiero sólo a este fenómeno reciente. Los
escritores del exilio cubano, que han visto cómo se les exluye de las
antologías y se les borra de las historias literarias nacionales, saben
perfectamente de qué estoy hablando.
Quizás una de las grandes paradojas que nos traiga la globalización
sea esa transformación de las expectativas y los valores de nuestro
campo literario que haga que el verdadero desafío no esté ya sólo en
ser leído en el extranjero sino en reconquistar al lector nacional. Pero
esto supondría la implementación en Latinoamérica de una vasta polí-
tica pública de apoyo a la lectura, algo que, hasta la fecha, casi siem-
pre ha fracasado. Y es que hay que decirlo: los principales responsa-
bles de que en nuestros países se lea tan poco no son los escritores ni
los editores, ni los distribuidores ni los libreros. Son nuestros estados
y nuestros ineficientes sistemas educativos. Pero más preocupante aún
es que, sobre sus fallas y carencias, se alzan hoy los distintos populis-
mos que traen en sus agendas el proyecto de redimensionar nuestra
cultura e introducir criterios ideológicos y neoetnicistas en la defini-
ción de nuestras artes y nuestras letras. Ya le he oído decir a algún cole-
ga norteamericano que la única literatura propiamente peruana es la
indígena o la indigenista. También he oído decir que la única literatu-
ra venezolana que merece estar presente en el extranjero es la literatu-
ra bol i vari ana.
En los antípodas de tales posturas, yo sigo creyendo que una de las
conquistas más importantes de las últimas generaciones latinoamerica-
nas es el derecho a escribir sobre lo que les dé la gana y donde les dé
la gana. Que Rey Rosa ponga a sus personajes en Tánger, o Méndez
Guedes en Canarias, o Volpi en Berlín es algo que celebro y defiendo.
Como Christopher Domínguez Michael, pienso que el porvenir de
nuestras literaturas nacionales es desaparecer tarde o temprano en esa
vasta literatura flotante que hoy se escribe en lengua española a un lado
y otro del Atlántico. Pero, por desgracia, también sé que, cuando le
tenemos miedo al mundo, nos da por volver a meternos en la cueva y
que, entre nosotros, la regresión está a la vuelta de la esquina. Por ello
69

no sólo me parece importante sino a la vez necesario insistir actual-


mente en que la ya larga tradición extraterritorial de la literatura lati-
noamericana constituye una de las expresiones más abiertas, ricas y
exitosas de nuestra cultura. Gracias a ella, desde hace más de dos
siglos, dialogamos con los otros y con nosotros mismos. A ella le debe-
mos, entre otras muchas cosas, la cohesión y la unidad del campo lite-
rario hispano, y la continua red de relaciones que se teje dentro de
nuestra lengua literaria desde el modernismo hasta el presente. Servir-
la de cara a este tiempo globalizado supone, en mi sentir, exigirle una
capacidad de renovación cada vez mayor. Y es que nadie vendrá a des-
cubrir a los hechizados ni ha de repetirse el Boom ni hace falta disfra-
zarse del brujo de la tribu o andar por el mundo de portavoz o de agen-
te viajero en la época de internet y del turismo de masas. Muy otros son
los retos que en la actualidad se les plantean a nuestros extraterritoria-
les. Y quizás no sea el menor de ellos darle una forma inédita a ese
espíritu aventurero y cosmopolita que, en el París de las vanguardias o
en la Barcelona del Boom, supo hacer de nuestra literatura un cuerpo
vivo y orgánico, algo más que una mera suma de libros, ambiciones e
individualidades. Dossiers como éste muestran que existe hoy esa
inquietud y también la voluntad de empezar a elaborar una respuesta.
Iglesia de San Juan. Colán

Anterior Inicio Siguiente


DOSSIER
El patrimonio cultural
iberoamericano

Coordinador:
Joaquín Ibáñez Montoya
Casa colonial en Lambayeque

Anterior Inicio Siguiente


Recuperar la historia construida

Gaspar Muñoz Cosme

La realidad cultural de los países iberoamericanos no puede ser


entendida en una sola lectura lineal. Es una realidad que ha sido enri-
quecida por la integración de múltiples visiones, culturas y pensa-
mientos que han hecho de ella una estructura compleja y única. Y esto,
que puede ser enunciado de forma general, es especialmente aplicable
cuando hablamos del patrimonio arquitectónico, ya que en sus edifi-
cios, en sus ciudades y centros históricos, en sus plazas, calles, muros
y rincones ha sido escrita, y permanece a pesar del paso del tiempo,
una historia común de todas estas culturas que confluyeron en lo que
se llegó a llamar el Nuevo Mundo.
Desde hace algo más de dos décadas las intervenciones arquitectó-
nicas encaminadas a la recuperación y a la restauración de notables
edificios del patrimonio cultural de los países iberoamericanos, reali-
zadas mediante la cooperación cultural con terceros países, ha genera-
do una nueva fórmula de actuación y recuperación de un patrimonio
cultural que es testimonio de esa historia pasada y que es parte de la
herencia de las diferentes colectividades y pueblos que conforman esta
amplia unidad humana, social y cultural.
Pero las diferencias culturales y de percepción de la realidad y de la
historia han hecho que todo ello no haya estado exento, en algunas oca-
siones, de controversias y debates sobre los criterios y las formas de
intervención, o sobre la reutilización y uso posterior de este notable
patrimonio cultural.
Los métodos utilizados, los mecanismos legales y técnicos, los cri-
terios de intervención y su adecuación a los objetivos previstos son
algunos de los aspectos fundamentales que contribuyen al éxito o fra-
caso de estas empresas, y, a su vez, al futuro que estos programas de
cooperación cultural tienen en este ámbito.
Afrontar la intervención en el patrimonio cultural vinculado a una
sociedad conlleva, no solamente el conocimiento profundo de sus
características constructivas, morfológicas, tipológicas y de sus valo-
74

res arquitectónicos y artísticos, sino también, el comprender cómo se


entiende en su medio social la recuperación de ese patrimonio cultural,
visto desde su propia idiosincrasia, con su escala de valores propia y
hasta con sus particulares interpretaciones de su propia historia y de lo
que pueden ser los criterios de intervención patrimonial internacional-
mente reconocidos. Además, en nuestro caso, la visión tiene a menudo
una doble vertiente desde esa historia común que enunciamos y con el
reflejo y el recuerdo que estos edificios históricos pueden tener en una
memoria colectiva inmediata, en el país que están actualmente encla-
vados y en la memoria histórica mediada de países que, como España,
tuvieron un período histórico compartido con ellos.
En el enunciado de los objetivos que, en los años ochenta del pasa-
do siglo, se establecieron desde España, se ponía el énfasis de forma
principal en la recuperación de los centros históricos y, como conse-
cuencia y colofón de ello, en la formación de técnicos especializados
en estos campos y en la realización de «proyectos piloto» o modélicos
para poder llevar a la práctica las propuestas de recuperación que se
proponían en los llamados planes maestros o de protección de los cen-
tros históricos, y en el fomento de la colaboración y cooperación entre
técnicos de los países participantes. Estos principios y objetivos para
la intervención en centros históricos quedaron plasmados en la llama-
da Carta de Veracruz suscrita por representantes de diversos países ibe-
roamericanos reunidos en la ciudad de México en 1992.
Todo ello encaminado a fortalecer una estructura de desarrollo tec-
nológico y científico aplicable fundamentalmente en la recuperación
de estos centros históricos, en «...el convencimiento de que el trabajo
conjunto en la recuperación de las ciudades históricas iberoamerica-
nas, constituye una vía de identificación, comunicación y conocimien-
tos mutuos, son en su esencia, el origen del Programa de Revitaliza-
ción de Centros Históricos de Iberoamérica»1.

La generación de los proyectos

La experiencia española acumulada por las intervenciones que se


realizaron desde el Instituto de Cooperación Iberoamericano (ICI) ini-
cialmente, más adelante encomendadas a la Sociedad Estatal Quinto

' Sociedad Estatal Quinto Centenario de 1992, folleto divulgativo.


75

Centenario y, tras su desaparición en junio de 1993, retomadas de


nuevo por el ICI, integrado en la estructura de ía Agencia Española de
Cooperación Internacional (AECI), a través de su Programa de Preser-
vación dd Patrimonio Cultural de Iberoamérica, a todo lo largo del
subcontinente iberoamericano, nos lleva a reflexionar si esta forma de
operar ha sido fructífera, y en qué manera sus criterios y resultados se
alejan de las intervenciones que al mismo tiempo, y en patrimonios
arquitectónicos similares, se están realizando en España y otros países
europeos. En este sentido, una comparación somera entre los criterios,
métodos y resultados de diversas intervenciones a ambos lados del
Atlántico, quizás, nos hiciera reflexionar sobre las dos realidades dis-
pares y la incidencia desigual que tienen tanto ios avances de las téc-
nicas como los de las ideas.
Y en esa tónica hay que pensar si los objetivos, los métodos y los
medios eran los adecuados para poder realizar eficazmente esa ingen-
te labor que suponía estar ejecutando un gran número de intervencio-
nes arquitectónicas y urbanísticas en una de docena de países iberoa-
mericanos, contando con el apoyo de un reducido grupo de arquitectos
españoles desplazados y el apoyo de los técnicos y de las instituciones
locales.
Uno de los objetivos principales fue, sin duda, el poder intervenir de
forma clara y decisiva en la recuperación de un patrimonio cultural en
grave estado de abandono, utilizando algunas de las ideas y criterios
más avanzados, siguiendo los dictados de las corrientes europeas, que
en esos momentos podían estar lideradas por países como Italia o
España, con un gran patrimonio cultural reconocido a sus espaldas y
que habían afrontado ya, desde los años sesenta, el reto de su conser-
vación y puesta en valor.
Por otro lado, siempre era necesario establecer el nexo adecuado
entre recuperación cultural del bien patrimonial, el uso posterior y la
conservación del mismo, ya que no se puede destinar recursos a la res-
tauración y esfuerzos a la puesta en valor de los edificios si luego no
es posible garantizar su adecuado uso y conservación.

Unidad de objetivos

Uno de los elementos fundamentales en el proceso de intervención


en el patrimonio cultural iberoamericano, desde la cooperación de
16

España o de otros países europeos, fue, a nuestro entender, la necesa-


ria condición de que el resultado final fuese satisfactorio para los inte-
reses de los países que colaboraban y, lógicamente, la disparidad de
motivaciones e intereses podía crear algunas divergencias tanto en la
elección de los bienes patrimoniales objeto de las intervenciones como
en la satisfacción por el resultado final de las mismas.
El país donante buscaba, sin duda, una cierta proyección visual del
resultado, muchas veces de forma modélica o ejemplificadora, que
produjera una rentabilidad política y una imagen pública de prestigio,
incluso trascendiendo el ámbito local. Por ello era fundamental la cali-
dad demostrada y contrastada de los bienes patrimoniales en los que se
intervenía, mediante declaraciones o inclusiones del bien público en
las categorías correspondientes de protección nacional o internacional.
Pero no siempre estos procesos de elección y motivación para selec-
cionar el objetivo estaban exentos de circunstancias colaterales que
producían una elección sesgada, creando ciertas contradicciones que se
manifestaban a lo largo del proceso. Y tampoco eran siempre acogidos
de forma positiva por todos los agentes que debían participar en el pro-
ceso de recuperación.
Más difícil aún era cuando el tema de la actuación se refería a la
recuperación de un centro histórico, que era el objetivo prioritario del
programa español, en el que había que batallar con el correspondiente
entramado legislativo, generalmente no preparado para apoyar una
actuación de carácter protector, y con las diferentes tendencias y
corrientes de los responsables políticos del mismo. Además, para ello
era imprescindible la aportación técnica y metodológica que llevara a
buen fin el Plan de protección y que marcara las pautas para su posible
desarrollo y aplicación.

Cooperación cultural y cooperación al desarrollo

Por otro lado, la situación de «bajo sospecha» que siempre se le ha


hecho vivir a la cooperación cultural por parte de algunos defensores
de una cooperación al desarrollo «pura y dura», que sólo basan los
resultados o la efectividad de la inversión en cooperación en indicado-
res demasiado elementales o básicos para poder medir la recuperación
de los valores culturales de un pueblo o la salvaguarda de algunos ele-
mentos de su patrimonio cultural que conforman y perdurarán en su
77

memoria colectiva, hace que muchas veces estas actuaciones no tengan


los mejores parabienes de los gestores y administradores de los fondos
destinados a cooperación procedentes de los países desarrollados.
Durante un cierto período los responsables de los programas de coo-
peración internacional no vieron con buenos ojos cualquier interven-
ción sobre elementos patrimoniales que no pudiesen ser entendidos, de
forma directa, como historia común (léase período colonial) y poste-
riormente, una vez superado este obstáculo, apareció el problema de la
integración y evaluación de los proyectos de cooperación cultural en
materia de patrimonio con los métodos y mecanismos establecidos
para los proyectos de cooperación al desarrollo que, en general, no son
adecuados y necesitan de una transformación en profundidad para
poder ser aplicados y arrojar unos resultados razonables.
Pero a pesar de todo ello, creo que es necesario establecer que la
cooperación cultural, en materia de patrimonio, es esencial para las
poblaciones receptoras de los países iberoamericanos, no solamente
como posible motor de ciertas actividades paralelas de generación de
riqueza y desarrollo, sino también, intrínsecamente, con el objetivo del
beneficio cultural e inmediato de la recuperación y conservación de los
valores culturales propios de cada sociedad, que forman parte de la his-
toria de los pueblos y de sus manifestaciones artísticas, y que son bien-
es escasos y, muchas veces, en grave peligro de desaparición, siendo
su pérdida, por tanto, irreparable.
Con todo ello es preciso defender el enorme esfuerzo realizado a lo
largo de un par de décadas por España y, en menor medida, por algunos
otros países europeos, para conseguir conservar y mantener el patrimonio
cultural de Iberoamérica, y considerar que sus resultados ofrecen en la
actualidad un ejemplo de intervención en cooperación cultural que está
siendo valorado internacionalmente. Pocas cooperaciones internacionales
tienen ejemplos tan fecundos y amplios de actuación. Se podría hablar de
algunos ejemplos mundiales, como es el caso concreto de concentración
de esfuerzos en Angkor en Camboya, donde las cooperaciones de muchos
países (Francia, Japón, Italia o Alemania) confluyen para salvaguardar un
valioso patrimonio en peligro, o las intervenciones diseminadas del Insti-
tuto Arqueológico Alemán de Bonn en muy distintos lugares del mundo.
Pero un caso parecido y comparable como el de las actuaciones españo-
las en Iberoamérica en las últimas décadas no se conoce.
No obstante, estos resultados son susceptibles de ser mejorados si
las instituciones pusieran una especial atención en aportar a los técni-

Anterior Inicio Siguiente


78

eos ejecutores de los proyectos e intervenciones unas vías adecuadas


de formación y de información actualizada. Muchas veces se produce
el aislamiento teórico, por la falta de una información actualizada para
conocer las tendencias y avances en los criterios de intervención o en
las técnicas y métodos adecuados a los diferentes cometidos. El reci-
claje y la formación continuada deben ser, sin duda, una práctica fun-
damental para mantener las capacidades y competencias de los equipos
técnicos que trabajan en la puesta en valor del patrimonio arquitectó-
nico y cultural iberoamericano.
Ahora bien, una vez sentado todo lo anterior nos gustaría poder
exponer la difícil situación que a veces se produce en la gestión y des-
arrollo de los correspondientes proyectos de restauración, siempre pro-
ducto de un acuerdo previo, convenio o protocolo, solicitado y suscri-
to por las autoridades políticas de los países participantes, en los que
casi siempre se enuncian unos objetivos muy generales y con poca pre-
cisión. El llevar todo ello a la práctica y a la ejecución presenta un salto
a la realidad que muchas veces necesita de grandes dosis de trabajo e
incluso de mano izquierda para poder llevar a buen puerto la propues-
ta inicial.

Algunas intervenciones

Podríamos enumerar algunas de las intervenciones realizadas en la


pasada década de los noventa en estos países, como ejemplo de la gran
variedad de actuaciones que se hicieron en esos años. Desde los estu-
dios de Centro Histórico, verdadero motor inicial del programa, de
Tlacotalpan en México, Ponce en Puerto Rico, La Antigua Guatemala
en Guatemala o León y Granada en Nicaragua, a las intervenciones en
grandes contenedores coloniales como el Museo Naval y el Convento
de Santo Domingo de Cartagena de Indias en Colombia, el Convento
de San Francisco de Quito en Ecuador os conventos de la Merced y la
Compañía de Jesús de Cuzco en Perú, la iglesia de San Francisco en
La Habana o el Convento de la Compañía de Jesús de la Antigua Gua-
temala, pasando por los edificios monumentales como San Francisco
de Popayán en Colombia, la Iglesia de Tecpán en Guatemala o las
intervenciones en el valle del Coica en Perú, señalando también algu-
nos casos de proyectos urbanos vinculados, casi siempre, a edificios
monumentales como el caso de la plaza Mayor de Comayagua en Hon-
79

duras, la plaza de la Independencia en el centro urbano de Granada o


la plaza del Reloj en Cartagena de Indias.
Si contempláramos el presupuesto invertido en estas actuaciones
nos podría sorprender el efecto multiplicador que producía. Resulta
paradójico comprobar que la inversión anual aportada directamente
por España, a mediados de los años noventa del siglo XX, para la eje-
cución de todos los proyectos no sobrepasaba el coste que, en aquellos
momentos, tenía un kilómetro de autopista realizado en la península.

Epílogo

Todos estos trabajos y esfuerzos han llevado a crear una nueva


forma de intervención que, sin duda, ha sido fructífera y beneficiosa,
que ha permitido la recuperación y puesta en uso de un buen número
de edificios y monumentos iberoamericanos, y que ha abierto el cami-
no a un mecanismo de cooperación cultural en materia de patrimonio
arquitectónico que es fundamental para poder conservar y preservar el
notorio patrimonio en riesgo que está situado en países que no dispo-
nen de suficientes recursos económicos y técnicos para ello.
No obstante hay que dejar clara la gran dificultad que siempre supo-
ne la ejecución real de los planes de protección de centros históricos y
la imperiosa necesidad de que los técnicos aportados por países exter-
nos, además de poseer los conocimientos adecuados, puedan actuali-
zarse, como ya hemos indicado, de forma continua, con el fin de garan-
tizar la puesta al día internacional de los criterios y métodos aplicados
en las intervenciones.
Iglesia de San Lucas, Colán. Capilla Mayor. Decoración

Anterior Inicio Siguiente


La construcción del paisaje preindustrial

Joaquín Ibáñez Montoya

1. Introducción
La Sagrada Escritura crece con quien la lee.
Ezequiel

Realizar una evaluación actualizada sobre el inventario construido en


los virreinatos americanos implica hacerlo, necesariamente, desde una
doble mirada: sobre lo observado y sobre el que observa. También, en
realidad, sobre sus mutuas interacciones. Se cumple ahora casi un siglo
desde que se iniciaran los reflexiones sobre este «paisaje cultural» de tan
significativa extensión, cuantitativa y tipológica, en el marco del patri-
monio occidental. Muchas y valiosas han sido las voces que se han acer-
cado a él en este tiempo y muchas más las que en estas últimas décadas,
progresivamente, han afinado su crítica. El amplio panorama de su sin-
gularidad urbana, con sus potentes espacios sagrados y los vacíos de sus
plazas, se ha visto así analizado, con diversos motivos, hasta el límite
definido por la complejidad de los baluartes que los defendieron. Una
suma que, desde su envergadura casi inabarcable, se dilata ahora al situar
tal tarea en un campo disciplinar en permanente evolución en la defini-
ción de lo patrimonial. Su juicio, un diálogo mudable, perfeccionable,
interpretado como una territorialización europea de perfiles propios en
su topografía artificial, sometida a la «flecha del tiempo» renueva su
condición como proyecto arquitectónico. No tendría aquí mayor sentido
describir una vez más la conocida espectacularidad de las fabricas cons-
truidas en aquel contexto; hacerlo de un modo aerifico, puramente des-
criptivo solo sirve a un pensamiento trivial, inútil por tanto. Parece asun-
to da mayor trascendencia dedicar el esfuerzo a desvelar su lectura capaz
de estimular estructuras poéticas; es lo único que justifica, patrimonial-
mente, volver una vez más sobre ellas. En este punto la Arquitectura es
deudora de la Literatura1. Como bien negociable entre «cazadores» y

1
Pound, Ezra, El ABC de la literatura. Fuentetaja. Madrid. 2000.
82

«coleccionistas» es esta apreciación contemporánea, como piezas de la


transformación del territorio antropizado, la que centra esta lectura no
puede ser ni su posesión ni la obtención de leyes temporales que los rela-
cionaran. No ofrece mayor interés obtener con él representación de pasa-
do alguno sino el descubrir la «verdad» de su memoria como fenómeno
actualizado, ampliado, con las distintas situaciones que en su espacio se
produjeron y que tienen presencia al mismo tiempo. La Arquitectura es
entendida como una espacialización de la Historia.
Estas son las premisas desde las que se compromete este ensayo y
las diferentes colaboraciones a las que encabeza en este número. Una
reflexión en torno al patrimonio arquitectónico hispanoamericano
que hace de la pregunta, de la duda, su hipótesis de trabajo; porque
difícilmente es posible asumir, a día de hoy, parámetros semejantes
sin ponerlos en cuestión de inmediato ¿Qué sentido tienen, si no,
materiales como tales en la ciudad presente sin una revisión adecua-
da? ¿Cuál es su capacidad de intervenir una vez desnudados de la
nostalgia habitual, inoperante por otra parte? ¿Cómo debe manejar-
los el profesional presente limitado en su acción por los códigos de
conducta de nuestro tiempo? ¿De qué manera puede lo patrimonial
ser instrumento de arquitectura en la «sociedad de la información»
vigente? Resulta, por tanto, tarea cuanto menos esencial el intentar
visualizar, antes de proseguir con mayores disquisiciones, cual puede
ser el grado de sensibilidad real con el que estas «fábricas históricas»
deben trabajar para que los hombres y mujeres, que habitan el conti-
nente americano enfrascados en una lucha cotidiana por disfrutar de
unas condiciones de vida más justas y de mayor calidad democráti-
ca, lo entiendan como algo pertinente. En el conjunto de naciones
que emergieron al sur del río Bravo, hace ya cerca de doscientos
años, esta acepción precisa redefínir sus parámetros; con ello tam-
bién una metodología al margen de entusiasmos para evaluar la
actualidad de acciones como las promovidas por el Plan de Patrimo-
nio Cultural de la Agencia Española de Cooperación Internacional.
Sobre todo ello, sobre las especificidades de su método2 y las difi-
cultades de la gestión presente de esta memoria material, se concen-
tran varias de las colaboraciones posteriores; sus relatos tienen que
ver con criterios de sostenibilidad y rentabilidad social coherentes

2
Vela, Fernando, Los estudios preliminares en la restauración del patrimonio arquitectó-
nico. Mairea, Madrid 2005.
83

con nuestro tiempo. En el extremo opuesto, como objetos, se incor-


pora esa una mirada nueva demanda en torno a su tratamiento estric-
to situados como parte de un panorama mestizo al que pertenecen,
con sus diversas escalas de repertorio, como un análisis que se inicia
en los estratos prehispánicos para alcanzar de un modo u otro plena-
mente el concepto de «iberoamericano» requerido. Una interpreta-
ción que recorre desde diversas secuencias su capacidad de proyec-
tarse en un futuro en el que se hace presente la Historia.

2. Fortificación y patrimonio
La fábrica, hoy catacumba, se convertirá un día en catedral.
André Malraux.

Como pensamiento axiomático, la perspectiva del tercer milenio


nos permite enfocar pues hechos arquitectónicos como los presentes
bajo una novedosa hipótesis preindustrial En ella, su participación en
la formación del espacio se reclama desde una complicidad coherente
de «energía» y «naturaleza»; una argumentación que parece apropiada
para justificar su estimulante condición preparatoria de la modernidad
que exige recurrir a sus argumentos más provocadores, periféricos, a
los menos obvios, obviamente más obsoletos [fíg. 1], De la mano de
una y de otra el patrimonio iberoamericano, al defender la ciudad de
nueva planta, dibujó sobre el mar un verdadero territorio caracterizan-
te de su diálogo arquitectónico y lo hizo desde la fuerza de una impo-
sición que recordaría el papel cumplido por el aire en el vuelo de la
paloma de Kant. Su razón de infraestructura lejos de ser vinculada a la
seguridad histórica de la «pasa» de las Bahamas, mediante sistemas de
construcciones que acabaron, en su limite norte, con los fuertes de San
Agustín y San Marcos,-en la actual frontera entre Florida y Georgia-
que endurecieron sus costas en una suerte de «continente de piedra»
proyectado contra los vientos y las corrientes locales, permitiría hablar
de un sugerente mundo de llenos y vacíos, de un discurso alrededor del
«patrimonio del viaje», de un mundo en el que era tan importante lo
construido como el vacío que definía a través de las trayectorias y las
rutas que enlazaron aquellas moles pétreas; nada hubo más moderno.
El movimiento articulado por aquel conjunto construido se apoyó en
las turbulencias de un océano que disponía la Naturaleza y que ahora
entendemos como una radiografía primaria de su globalización; maní-
84

festando un verdadero patrimonio cultural sobre la dualidad «energía-


naturaleza» manejada, nunca dominada, construyeron un pensamiento
proyectado cuya vigencia el huracán Katrina se ha encargado se recor-
dar el pasado verano; incapaz de escapar a los designios de su enun-
ciado se hace todavía presente por encima de poderes omnímodos
como el de los Estados Unidos de América.
Sería, pue, un error quedarse en la melancolía romántica de las pie-
les que envolvieron los muros de aquellas defensas. Por muy especta-
culares que fueran, y lo siguan siendo, es su vacío3 como un principio
básico de la forma quien reestablece su realidad más atractiva y quien,
mediante la acción que la moldea, induce un campo de compromiso
-muy actual- entre los movimientos tectónicos y geomorfológicos del
lugar a los que el técnico sumó estrategia. Aquel «inteligente en forti-
ficación» redactó una respuesta adecuada; su Naturaleza ya no era un
paisaje maravilloso sino un conjunto de leyes rigurosas a descubrir
porque «conocer era dominar». El espacio proyectado -el negativo de
aquellas violentas estructuras- a través del recintado del exterior extra-
ño -en las palabras del reciente Premio Iberoamericano de Poesía,
Juan Gelman- describió así un pensamiento material capaz de explo-
tar hasta el «límite» lo habitado. Su cultura estableció un puente a lo
largo de los siglos de la dominación española en América, entre el
medioevo y la Revolución Industrial, en este inventario canónicamen-
te determinado por los baluartes, por las aristas internacionales de su
repertorio de «cortinas» y «cuerpos perfectos» que acotaron todo prin-
cipio de urbanización.
Controlar el seno del Caribe mediante palabras que hoy ya no tie-
nen sentido para nosotros en aquel tránsito hacia la modernidad que
caracterizó el territorio iberoamericano, colonizándolo a través de con-
ceptos como «flanqueo» o «línea magistral», definió el modelo de una
ciudad analógica que tanto entusiasmara, años después, al pionero Le
Corbusier en su eficacia maquinista:» bella como una maquina de gue-
rra»4 [fig. 3].Sus formas proponían una acepción contemporánea abier-
ta y continua, incompleta, en permanente consolidación, en la que su
situación exterioridad primigenia que configuraba los recintos. Defini-
dos por la orografía y el océano, muros de escala continental como el
construido en la Bocachica de Cartagena de Indias, supusieron para

J
Chang, Frangois, Vacío y plenitud. Siruela, Madrid 2005.
4
Gil de Biedma.

Anterior Inicio Siguiente


85

José Gaos razones de una vanguardia imposible de ejercitar en eí solar


metropolitano: sólo en América tenía sentido. La idea de un soporte
virgen, sin memoria, listo para ser trazado por los perfiles de las angu-
laciones radicales propias de la eficacia de la infraestructura hacen del
Nuevo Mundo un cómplice disciplinar. La poliorcética que su «gra-
fosfera» reticuló en sus espacios definiría un sentido multidimensional
desconocido de ciudad que adelantaba datos sobre una mediación pos-
terior hacia el proyecto de la burguesía; con sus técnicas delinea la rea-
lidad como una geometría descriptiva enterrando cualquier vestigio
mítico a la hora de justificar sus planos: sólo concibe agrimensura y
sonda.
«El baluarte deshizo un territorio para hacer otro»5 cambiando mag-
nitud por velocidad. Con sus pliegues la arquitectura defensiva en Amé-
rica devuelve una nueva geografía al hombre occidental basada en la
«dromocracia» de la velocidad, cuya energía pauta la reducción y con-
tracción de un mundo antesala de la cultura industrial de la violencia en
su apropiación moderna. En la eclosión de sus magnitudes extremas, con
el fin del Antiguo Régimen, el baluarte vinculará una sección cada vez
mas recortada sobre el terreno a una geometría más y más compleja así
como a una sofisticada composición estratigráfica. Al alterar el proyec-
til -de proyectar- toda relación de distancia la pólvora permitirá sentar
las bases para la conversión en vida económica del poder de un mundo
de maquinaria6 que se asociará paulatinamente a los procesos de urbani-
zación. Esta potencia de la energía inicia, con su cultura, la primera etapa
de un largo viaje de sustitución sobre vientos, animales y hombres7;
desde entonces, nunca más vivirá sobre la Tierra, desde entonces sólo
habrá velocidad, una velocidad de la que somos herederos y cuyos vehí-
culos son estas teorías que interpretaron8 lo proyectivo como un proce-
so de desarraigo urbano, como una artificialidad que, incorporada a la
cultura de la ciudad términos de una «baja velocidad» preindustrial, des-
materializará progresivamente la realidad, con su aceleración, hasta
alcanzar su fase propiamente industrial.
En el binomio cenit/obsolescencia de la escala pública de este
extenso y complejo escenario construido en la otra orilla del Atlántico

5
Virilio, Paul.
6
Rifkin, Jeremy,. El fin de] trabajo, Ed. Paidós.
7
Ibidem.
8
Virilio, Paul, Velocidad, Guerra y Vídeo, Astrágalo N"4, Ediciones Celeste, IEA, Alca-
lá de Henares, Mayo 1996.
86

se enuncia un nuevo criterio de relación entre los cuerpos cuya conse-


cuencia supone, en suma, una transformación del espacio de valores
del hombre en un espacio de medidas. La cuestión de la velocidad,
acertadamente tratada por Paul Virilio, se incorpora al proyecto disci-
plinar de la Arquitectura como su cuestión más innovadora. En reali-
dad, se puede concluir que, parámetros como la sorpresa o la rapidez
de aquellas defensas, no eran ciertamente un problema de enfrenta-
mientos sino un asalto de tecnologías; un asunto, una vez más, plena-
mente de modernidad. Leerlo de otro modo sería empequeñecer la
aportación cultural de estas tipologías. Al evolucionar aquellas sor-
prendentes murallas y cambiar, con la magnitud señalada de sus plie-
gues, la fisonomía de la ciudad por la dualidad materia-fuerza ésta aca-
bará por sustituir totalmente a la, inicial, materia-forma. La materia
que construía un «fondo» sobre el que la forma hacía «maneras»9 deja-
rá de tener sentido; en su epigónica multiplicación cancerosa de defen-
sas en «estrella», -las villes-fleur francesas-, extendidas en torno a una
ciudad imposible, sometidas a un extraordinario despliegue inversor,
estas fábricas serán motivo de aquel irónico comentario, conocido, de
Felipe II sobre su «obligada visualización» desde El Escorial. Seme-
jante chiste podría ser la conclusión amable del largo debate entre
estabilidad y desplazamiento que pone en pie a la modernidad indus-
trial. Una crisis que haría evidente la necesidad de renovar el pactum
entre ciudad y protección pero no su desaparición. Pero esto supera,
con creces, los objetivos del presente ensayo.
Aquellas arquitecturas abaluartadas que se levantaron desde la
mitad del Quinientos hasta la independencia de las diferentes repúbli-
cas, principalmente sobre su costa atlántica, y que motivan este refle-
xión, precisan, hoy, para ser entendidas como una instrumento metro-
politano, evaluar su aportación cultural como un dato en absoluto
anecdótico sino como un decisivo catalizador. El principio de «forma»
que expusieron con su imaginativo lenguaje globalizador, corrigiendo
al tratado mismo, -un método autocrítico que adelantó en América J.
M. Zapatero10-, elabora un patrimonio hispanoeuropeo en una ciudad
en crisis11 en tanto que desarrollan un concepto de escala desde los pla-

9
Deleuze, Gilíes, El Pliegue.
10
En septiembre del año 2004 falleció el historiador militar Juan Manuel Zapatero autor
de un muy amplio repertorio de estudios especializados sobre las fortificaciones hispanoame-
ricanas y de la conocida tesis sobre su especificidad.
" Pardo, José Luís, La regla del juego. Galaxia Guttemberg. Barcelona 2004.
87

nes de defensa de teóricos como Spanocci o el primer Antonelli12. En


la búsqueda necesaria del paso hacia la Tierra de la Especiería que alte-
raría la concepción del globo, el reto de aquel «estrecho dudoso» que
glosara Ernesto Cardenal13, se manifiesta un discurso sistematizado
que, hoy, nos permite hacer balance con una nueva perspectiva de
aquellas sólidas fábricas, de sus ruinas, de sus volúmenes extraordina-
rios. En tanto que resumen una manera de «pensar arquitectura», estos
metafóricos «dinosaurios» varados, incomprendidos e incomprensi-
bles, que compiten hoy en el solar con la verticalidad de las chimene-
as de aquellas otras «fábricas» que las sustituyeron, aunque solo fuera
por ello, constituyen sin duda uno de los capítulos más singulares de
aquel panorama patrimonial.

3. Una cultura de restos y conceptos


Poéticamente habita el hombre la Tierra.
Friedrich Hólderlin

Insistiendo en la paradoja, un ensayo aparecido hace unos años


recordaba cómo Max Weber comparó ya, en su día, la organización
empresarial con la estructura militar14. La condición del diseño de la
primera, de raíz también eminentemente artificial, delimitaba espacios
para habitar que conservaban grandes analogías con la que produjeron
los inteligentes en fortificación, citados, en el amanecer renacentista.
Al observar cómo existieron y cómo han sido olvidadas ambas y, sobre
todo, cómo, sorprendentemente, pueden ser ahora, de pronto, recupe-
radas para la memoria, superado, por cierto, tal estupor, aturdidos toda-
vía por el asombro platónico derivado de su radicalidad15, esta indaga-
ción propone serlo «a través del espejo» para evitar conocidos vicios y
contaminaciones. Conocer la verdad desde el repertorio de sus frag-
mentos presentes, como un criterio que intenta un ajuste entre los tra-
zos y las palabras para levantar de nuevo su «proyecto», reclama la
actitud ética del kantiano sapere audi pero, también, por encima de

12
Planes de defensa enunciados como resultado de los cambios en el equilibrio naval a
partir del año 1588 y que se renuevan en una segunda edición casi dos siglos más tarde, en el
año 1765.
13
Cardenal Ernesto, E\ estrecho dudoso. Ed. Cultura Hispánica.
14
Sennett, Richard, La Nueva Sociedad Urbana Le Monde Diplomatique, Febrero 2001.
15
Virilio, Paul, El Bunker Archéologique Ed. de Demi-Cercle. 1992.
88

ello, en el «aprender a ser fronterizo». En la crítica de su «razón fron-


teriza» que caracterizó a la empresa de la defensa se oculta una refle-
xión objetiva que puede interrogar, desde otra mirada, tanto a sus mate-
riales como a los principios que los definieron. Al evaluar el uso ade-
cuado de sus estructuras se hace necesario revisar el permanente con-
flicto entre defensa y agresión desde la contemporaneidad, averiguar
qué significa en la construcción de la Ciudad la presencia del «otro»,
del ausente, cómo se hace presente la sombra de la Torre del Panópti-
co; emerge de nuevo aquella pregunta abandonada en torno a su actual
presencia como una colonización de los «no- lugares» o de la necesi-
dad de re-inventarlos.
Cuando, recientemente, al definir los rasgos de la «idea» de este
patrimonio metropolitano que es Europa, Georges Steiner acota su
condición en su capacidad de indagación16 está justificando muchas de
las hipótesis aquí establecidas; la arquitectura que construyó los paisa-
jes iberoamericanos se puede leer como un factor de identificación que
hace imposible cualquier informalismo vacío, cualquier proyecto ajeno
al medio, al lugar17. Los rasgos distintivos de la civilización occiden-
tal, aquello que suele denominarse mentalidad moderna, la conducen a
una identificación de «mundo» y «vida» como una adhesión a la razón
en la que su modernidad se instauró funcionalizando la ciudad desde
esta protección autorreferente que daba respuestas del modo que lo
hacia la Ciencia; por ello debe deshacerse su lectura vigente de todo
reduccionismo militar sobre las construcciones aquí tratadas a las que,
siempre, sometió disciplinarmente a la oscuridad más completa. No en
vano, su racionalidad, responsable del insólito skyline inclinado como
la imagen paradigmática del litoral urbanizado en eí nuevo continente,
representa la expresión más elocuente de una apropiación territorial
convertida en conquista de la energía. El método protopológico que
articuló con ella el desarrollo de sus sólidos18 en bahías como Porto-
belo o La Habana, Acapulco o Manila, demostró «una enorme capaci-
dad instrumental de ejecutar, de proyectar, en la que la topografía y la
topología fueron informes, lugares y espacios de una violencia com-
partida»19. Su «escala monstruosa» reflejaba la dependencia energéti-

16
Steiner, George, La idea de Europa Siruela. Madrid 2005.
17
González Capitel, Antón. La metamorfosis de la arquitectura contemporánea Arquitec-
tura COAM339.
18
Panofsky, E., Vida y Arte de Durero. Alianza Ed. Madrid.
19
Fenández Alba, Antonio.

Anterior Inicio Siguiente


89

ca de un estatus colonia] de lo transferido como «máquinas de una


acción proyectada» que diseñaban lo más potente de sus prótesis20. En
el diálogo permanente de consolidación, citado ante el escenario de
dimensiones desconocidas, de «lagos españoles», de istmos interconti-
nentales que vigilar, de accesos «tierra adentro»... su estrategia fue la
parte más importante de aquel laboratorio de fundaciones21 que Espa-
ña ensayara. «Su geografía es, por vez primera, dinámica. Posee el pri-
vilegio de la visión del mundo como si la visión del instrumento y del
ojo fueran identifícables»22. Sus proyectos marcaron el borde del
limes: «más allá de la línea, lo que hay, lo que habrá siempre, es el
campo abierto a una voluntad de poder momentáneamente petrifica-
da»23. Una voluntad que lo ejerció desde la ambigüedad, desde una
naturaleza «jánica» en la que sus muros, al escindiría, conjugaban
«forma habitada» como un principio disyuntivo que es violencia origi-
naria y recíproca. La arquitectura del baluarte proyectó su inventario
como una inmensa ciudad limitada por un compacto de perímetros
lisos, como «el árbol del bosque más alejado», en eí que elocuente-
mente se produjeron las respuestas más autónomas, más inesperadas
en la disciplina del momento. La posición de sus fabricas, frente al
«conocimiento», no fue, por ello, nunca un problema de incorrección
sino un embrión, interesante, de identidad o diferencia; lo importante
no rea su tamaño, sino su opuesto, la «nada» que se extendía a sus pies
y cuya progresión estableció un pensamiento poderoso que consolida
el medio circundante desalojando sin tregua, hasta su agotamiento, los
distintos obstáculos que imposibilitaban su satisfacción.
«Llegó el momento en que se despreciaron los marcos. Los museos
albergaron cuadros sin marcos, que parecían desnudos. Eí marco no es
lo antiguo, sino lo remoto. Desaparecido el marco, el monstruo pierde
su última morada. Y sigue vagando por todas partes»24. Como arqui-
tectura de determinación formal, no de improvisación, sus obras con-
llevaron en este contexto una relatividad de pautas temporales, de ade-
cuación al entorno, de «minimización» de impactos en un escenario
que se rinde en una vuelta, aparente, a la antigua escala háptica25. En

20
Virilio, Paul, Op.cit.
21
Mumford, Lewis. La ciudad en la historia, Eudeba. Buenos Aires 1966.
22
Ibidem.
23
Rodríguez de la Flor, Francisco .Blocao. Biblioteca nueva. Madrid 2002.
24
Calasso, Roberto, La boda de Cadmo y Armonía. Anagrama, Barcelona,
25
Finaliza la ordenanza militar de 1608 que obligaba a respetar un espacio extramuros
sin construir de trescientos pasos.
90

el extrarradio industrial del terreno que la soportó, sus restos quedaran


figuradamente bajo tierra como una anticipadora construcción subte-
rránea que confirmará su vocación de vanguardia en forma de las redes
«duras», primero, y, más tarde, «blandas», que estratificarán la metró-
poli moderna. Con Ildefonso Cerda emergerá su proyecto en un reno-
vado espacio cinematográfico, multipolar, buscando nuevos acuerdos
con el exterior. La ciudad burguesa abierta a estos lugares «revestidos
de tiempo» en los que prevalecía la aceleración, cederá a las zonas ver-
des o a las autopistas los vacíos de aquellas geometrías euclideas; para-
dójicamente, los espacios urbanos abandonados por el baluarte se con-
vertirán en «interioridades» singularmente situadas en la geografía de
la «ciudad dispersa» dispuesta a ofrecer, así, algo más que nostálgica
seducción al ojo del fotógrafo. En aquel crecimiento descrito «hasta
los límites del mundo» de la cultura de aquella proyección defensiva
que transformó el continente americano la Arquitectura fue el síntoma
y la consecuencia de un proceso de mundialización en marcha que, con
su crisis, dejó un paisaje de residuos que se unen a las novedosas barre-
ras conceptuales que proliferan como fronteras espaciales o tempora-
les aparejando el efecto indefinido de una multiplicidad de «límites
interiores». Un territorio homogéneo que, en nuestros días, devuelve la
primigenia condición de limitación en términos de centros institucio-
nalizados, poderosos, tecnificados, o en fronteras por disolverse en un
paisaje incontrolado que sólo existe por la tensión que quiere instru-
mentalizarlo. Desde una configuración que renunció a los «macrocon-
fines» en beneficio de un sistema de «microconfines» imperceptibles,
difundibles, que conforman su vigente condición totalizadora, sin lími-
tes aparentes, la ciudad actual se comporta como un laberinto cargado
de movilidad en donde reina, de nuevo, sensación de inseguridad y de
derroche de energía justificando la consideración del patrimonio ahora
evaluado. Su presencia física no dejará, así pues, de evidenciar una
cierta contradicción en cuanto que participa a la vez de un «espacio de
libertad», a través de mil sistemas invisibles de tecnología punta, que
se plasman en multitud de artificios hostiles, en verdaderas fortalezas
contra un «enemigo exterior» haciendo dé ello un instrumento de
importancia en la estructuración social; describe un auténtico Zeitgeist
de la ordenación urbana de nuestros días que, en este creciente amor
por lo efímero de los diferentes componentes de la «fortificación»
actual, tiene algo que ver con los parámetros del comportamiento para-
noico. Desde sus visiones «distópicas» es posible captar, con vigor,
91

hasta qué punto determinados niveles de la seguridad doméstica y


comercial sustituyen hoy toda esperanza de rehabilitación social. Pla-
nificación y seguridad se presentan, por tanto, consecuencias de largo
alcance de esta cultura abaluartada al ser de nuevo examinada. Sus cri-
terios de relación con el entorno construido suministraron al mercado
una memoria sobre la demanda de «un miedo que se justifica a sí
mismo» en una sintaxis que siempre sugirió violencia y peligro. Un
conflicto de calado, verdaderamente patrimonial, que se expresa en la
nueva planta de los espacios pseudopúblicos de alta categoría -centros
comerciales suntuosos, oficinas de lujo, acrópolis culturales...- que se
encargan, cotidianamente, de ofrecer un amplio repertorio de signos
para advertir al extraño que se mantenga alejado mientras incluyen los
restos culturales de las arquitecturas obsoletas analizadas en estas ins-
tancias.
En esta contradicción de la «ciudad de la circulación», fruto de una
sociedad reflejada más que una «utopía de redes», la presencia de todo
este patrimonio cultural supone un buen motivo para recordar lo que
tiene el organismo urbano de sistema consumado metafísicamente de
vigilancia y control. Violencia, mirada, placer y muerte... empeñados
en deshacer la Historia, llegan a formar un lenguaje propio como pen-
samiento previo al «plan abierto» de esta sociedad americana de prin-
cipios del milenio. Saturada en su nueva vaciedad, las ruinas sobre las
que construir pareciera que caracteriza en ella una vocación de rivali-
zar con elpuer aeternus de Heráclito en su juego interminable de cons-
truir y destruir castillos con la arena del mar. Nunca mejor traído. Des-
cubierta toda la Tierra, al arquitecto, como al geógrafo, sólo le queda-
ría proponer nuevas imágenes para, usando las palabras de Marco
Polo, «discernir a través de las murallas y torres lo que tienen de
común»; quizá nunca fue la conquista de aquella su objetivo sino la de
la estructura secreta que regía sus destinos. La ciudad iberoamericana,
convertida en un inmenso glacis sin oponente posible, exhumó de su
mano un conocimiento que fue, sobre todo, la condición enigmática de
la cosa buscada; como arquitecturas expresarían no sólo «forma» sino
un «saber» antecedente de discriminación funcional que se ocupó de lo
«no-construido» como algo propio. A través de la profunda gravidez de
aquellas construcciones, de su nacimiento impactante desde el suelo,
su potencia transformadora del lugar condujo a la ciudad virreinal
desde un proyecto relevante hasta un profético límite apurando fuerzas
y energías que, como las huellas de una metáfora sobre la «inteligen-
92

cia comedida» que sostuviera la anulación del sueño de una razón


moderna en su voluntad fáustica por trascender, acoge hoy estos espa-
cios con su «zumbido provocador e inquietante» provocando su recu-
peración para insertarlos en los paisajes de su contemporaneidad.

4. Conclusiones
Buscas en Roma a Roma, peregrino y en Roma a Roma misma no hallas.
Francisco de Quevedo

Es obvio que el número de preguntas lejos de cerrarse se amplía con


las nuevas demandas que la sociedad mestiza contemporánea plantea.
Cada lugar tiene su propio tiempo26, cada lugar simboliza una relación
de cada uno de los ocupantes consigo mismo, con los otros ocupantes
y con respecto a una historia común. Dentro de unos años se celebra-
rá el aniversario de aquel viaje iniciático a América de D. Rafael Alta-
mira del que se derivará la primera institución española de cooperación
cultural entre la antigua metrópoli y sus territorios de ultramar bajo la
denominación de Centro Oficial de Relaciones Hispanoamericanas. El
profesor Altamira, que intentaba restaurar los «descosidos» del 98,
puso entonces con entusiasmo la primera piedra de un proceso moder-
no de actualización de un conocimiento mutuo unido por «la incon-
mensurable fuerza del idioma común» a cuya celebración, por cierto,
nos debemos. Casi un siglo después, y muy en particular tras las últi-
mas dos décadas, las conclusiones de la intensa labor desarrollada en
este campo específico de la cultura arquitectónica permiten seguir
abriendo líneas de investigación, nuevas lecturas en una muy intere-
sante pedagogía integral de desarrollo; en realidad, enunciar nuevas
preguntas. Bajo una visión crítica, no elitista, este patrimonio cultural
define un abanico en permanente crecimiento sobre su concepción
misma, sobre cuáles son sus capacidades en la construcción social
moderna del espacio del hombre, que hace de fortificaciones como las
aquí tratadas un pertinente discurso de proyecto por desvelar. Las tozu-
das piedras del Morro de Puerto Rico o de las murallas de Campeche,
los restos incrustados de aquellas defensas como testigos mudos en el
callejero de Montevideo, constituyen sin lugar a dudas argumentos de
esa metodología transversal que caracteriza el pensamiento contempo-

Rosenberg, Harold, La tradición de lo nuevo, Monte Ávila Editores, Caracas 1969.


93

raneo. Hay un tema que quería estudiar en unos años: el ejército como
matriz de organización y saber; la necesidad de estudiar la fortaleza, la
campaña, el movimiento, la colonia, el territorio»27. Los materiales de
este patrimonio de las arquitecturas iberoamericanas no serán nunca
más expresión pasiva de una cierta memoria cuanto palabras de un
pensamiento pendiente de ser ejecutado en los próximos años a través
de procesos de evaluación multilateral. Sabido es que el objetivo de la
ciencia es el conocimiento verdadero pero también que es a la ética a
la que le corresponde resolver, mediante la acción, los problemas del
hombre para que pueda vivir más feliz. La Arquitectura en tanto que
«forma» se identificará con buena parte de sus contenidos, con un
mundo de valores, pero, hoy es sólo su condición de «proyecto» la que
permite medir la eficacia de su resultado poético.

Foucault, Michel, Microfísica del poder. Piqueta. Madrid 1978.


Iglesia de Túcume Viejo

Anterior Inicio Siguiente


El programa de patrimonio cultural
de la cooperación española en la Argentina

Florencia Barcina Botta

Luego de unas primeras experiencias inconclusas a principios de los


años 90, la Argentina dejó de recibir intervenciones del Programa de
Patrimonio Cultural de la Cooperación Española. Mientras muchos
países de Latinoamérica desarrollaron con España proyectos que les
permitieron rehabilitar parte de su patrimonio y continúan haciéndolo,
diversos factores hicieron que Argentina no tuviera la misma suerte.
Las razones de ello son investigadas en el presente trabajo, identifi-
cando los distintos inconvenientes surgidos. Una vez analizados, se
trata de buscar posibles soluciones que puedan hacer que Argentina se
«reinserte» en el Programa.
Si analizamos los volúmenes de inversiones y proyectos que se
manejaron en el Programa de Patrimonio Cultural de la Cooperación
Española en Iberoamérica en el período 1988-2002, podremos obser-
var mejor la circunstancia argentina, como se ve en los siguientes grá-
ficos de distribución de la inversión y cantidad de proyectos, desde los
inicios del Programa hasta 2002.

Inversión Española en Patrimonio

7000000

6000000

5000000 •

«. 4000000

¡
9
w
3000000

2000000
0-"-
1000000
..; _
B
_ _
a
nnnnnnnnn x
oí O pa
< O y
0-
u ¡5
< i 3
5
5 s 5 Ü 8 a
a y 3
i í i
ü a¡
<
o
ES
i ! ¡A
J
o
u
96

Programa Preservación del Patrimonio

20 T
18-jl

:: ili.
H I I|
•1 1. •ii
lililíll.ib...i.
3 <
i 1
o
J
S
ü
d o o
y
2
o
• I
<
z
o 2 1
o O
O - a
I Escuelas Taller
Monumentos
H Centros Históricos

Observando estos datos, es fácil deducir que Argentina no ha sido


de los países más beneficiados por el Programa y, comparando las
inversiones en los países del Cono Sur, se aprecia la brusca caída de
inversión en Argentina en 1993 y la ausencia total del Programa en este
país desde 1995, como muestra el gráfico que sigue.

Inversiones Cono Sur 1990-2002


PARAGUAY
URUGUAY
CHILE
ARGENTINA
97

El Programa en Argentina

Al comenzar el Programa, las acciones se iniciaron con fuerza en


Argentina al igual que en otros países iberoamericanos. En 1990 y
1992 se firmaron los convenios para los primeros proyectos de una
cooperación que se extendería a través de los años, pero que resultaron
ser también los últimos.
El primero de ellos fue el convenio para la realización del Progra-
ma de Revitalización de la Avenida de Mayo (PRAM), en Buenos
Aires, que firmó la AECI con la Municipalidad de Buenos Aires den-
tro del marco de revitalización de centros históricos en 1990. Los tra-
bajos durarían de 1991 a 1994 y los objetivos perseguidos eran contri-
buir a la recuperación física de la avenida, formar a los miembros de
los equipos para crear cuadros técnicos que pudieran resolver los pro-
blemas de los conjuntos urbanos y generar un intercambio de conoci-
miento entre técnicos españoles y argentinos.
El programa comprendía el estudio integral del conjunto, acciones
inmediatas de revitalización y concientización de la sociedad y el pro-
yecto integral de urbanización y mejora del espacio público. La Ofici-
na Técnica del PRAM se había instalado en un piso de la avenida y
desde allí se coordinaban las acciones.
El PRAM se había propuesto poner en valor 80 de los 105 edificios
frentistas de la avenida, siempre que los propietarios estuvieran con-
formes con las obras a realizar.
En enero de 1991 se empezó a trabajar en el Programa y, en agosto
de ese año, comenzaron las obras. Para septiembre de 1992 habían sido
rehabilitadas 21 fachadas y los propietarios habían llevado a cabo tra-
bajos de refacción en el interior, de acuerdo a un convenio que habían
firmado aquellos que lo desearan con el PRAM. Había también 7 facha-
das más en ejecución, 15 edificios ya licitados y otros 21a licitar.
En octubre de 1992, con 24 fachadas rehabilitadas y otras 4 en eje-
cución, renunció el intendente de la Ciudad de Buenos Aires y fue
disuelta la Secretaría de Planificación de la Municipalidad, que coor-
dinaba las acciones de la contraparte local. Se suspendieron las parti-
das presupuestarias y las obras quedaron paralizadas.
Durante los años siguientes, la AECI siguió manteniendo contacto
con el equipo del PRAM para la preparación de un libro sobre la Ave-
nida de Mayo, que sería financiado por la Junta de Andalucía. En 1995
se recibió el material pero éste no se ajustaba a lo convenido entre la
98

Oficina Técnica y la Municipalidad de Buenos Aires, por lo que ese


proyecto también quedó paralizado. Más adelante analizaremos los
problemas que llevaron a estas interrupciones.
En 1992 se firmó el segundo convenio, entre AECI y los Ministe-
rios de Educación y Cultura de la Nación y de la Provincia de Misio-
nes, para el estudio y la conservación del conjunto de las misiones
jesuíticas de Misiones entre los años 1992 y 1994, además de la edi-
ción de publicaciones y cursos de capacitación técnica.
En el marco del programa de restauración de monumentos, los tra-
bajos en la reducción de Nuestra Señora de Loreto constituían la inter-
vención piloto, para posteriormente continuar trabajando con las
demás reducciones de la provincia. Se trataba de cumplimentar medi-
das de protección, de estudio y de conservación.
En 1991 la AECI invirtió, para el reconocimiento de la zona, el
equivalente en pesetas a 39.158 euros, cifra que cayó a 6.986 euros
invertidos en el proyecto en 1992, y que subió levemente en 1993,
con 16.276 euros. La falta de fuerza que evidencian estas cifras es
corroborada en la Memoria AECI del año 1993, donde se menciona
que el trabajo «carece de proyecto definido»1. A pesar de que en 1994
el proyecto parecía extenderse hasta el año 962, en la Memoria de
1995 se explicaba que el proyecto «se ha venido desarrollando con
problemas desde su nacimiento» y se informaba que en 1994 se había
redefinido la actuación, presentando el Gobierno de la Provincia de
Misiones a la Cancillería Argentina un nuevo proyecto de asesoría
técnica y capacitación solamente3. Durante 1995 lo único que se hizo
fue darle al responsable argentino del proyecto una beca para estudiar
en España el tratamiento de la piedra, beca que se hizo efectiva en
1996.
Este fue el fin del proyecto en las Misiones Jesuíticas: al fracasar el
proyecto piloto, se retiró toda la ayuda de la zona. Luego analizaremos
las razones que llevaron a este final.

1
España. Ministerio de Asuntos Exteriores. Agencia Española de Cooperación Interna-
cional. Memoria 1993. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1994. p. 59.
2
España. Ministerio de Asuntos Exteriores. Agencia Española de Cooperación Interna-
cional. Memoria 1994. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1995.
3
España. Ministerio de Asuntos Exteriores. Agencia Española de Cooperación Interna-
cional. Memoria 1995. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1996.

Anterior Inicio Siguiente


99

Como en casi todos los países de Iberoamérica, en Argentina tam-


bién se iba a instalar una escuela taller de la AECI, en el marco de los
proyectos de la Comisión Nacional Quinto Centenario, la cual se lla-
maría Escuela Taller San Telmo.
Debido al interés de la Municipalidad en tener una Escuela Taller en
el centro histórico de la ciudad, el país fue incluido en los cursillos pre-
paratorios organizados por la AECI para la creación de las escuelas. En
enero de 1991 se enviaron desde la Municipalidad de Buenos Aires a la
coordinación del Programa el proyecto para la creación y el presupues-
to de la escuela, con intenciones de que comenzara a funcionar en abril.
En junio de ese mismo año, luego de unas correcciones que se le hicie-
ron al proyecto por sugerencia de la coordinación de Escuelas Taller, se
volvieron a enviar proyecto y presupuesto, esta vez definitivos.
La Municipalidad aceptó hacerse cargo de la parte del financia-
mi ento que le correspondía y, superados algunos escollos administrati-
vos, en octubre se confirmó, desde la coordinación del Programa de
Escuelas Taller para Iberoamérica, que no había ningún problema para
la puesta en marcha de la escuela, que parecía inminente.
En enero de 1992 el intendente de la Ciudad de Buenos Aires confir-
maba que la Municipalidad estaba dispuesta a hacerse cargo de los gas-
tos que le correspondían como contraparte y que ya habían sido aproba-
dos en el presupuesto 1992. Ambas partes tenían todo listo para poner en
marcha el proyecto. Sin embargo, en abril de 1992, la Comisión Nacio-
nal Quinto Centenario informó que el presupuesto con que contaban les
impedía iniciar nuevos proyectos. Y la Escuela Taller San Telmo pasó a
engrosar así la lista de los proyectos truncos del Programa en el país.

Problemas detectados en la cooperación

Antes de analizar los problemas que llevaron a que ninguno de estos


proyectos tuviera éxito, debemos analizar lo que estaba pasando con la
cooperación española en Argentina en todos los ámbitos.
En 1992, el entonces ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana)
y la Embajada de España en Argentina no estaban de acuerdo con la
línea de actuación que tenía la Oficina Técnica de Cooperación del
país, lo que puso en duda la continuidad de su existencia. Empeoró las
cosas que durante ese año se sucedieran en la oficina dos coordinado-
res, lo que provocó vacíos en la dirección.
100

En enero de 1993 llegó un nuevo Coordinador a la OTC con ins-


trucciones de «iniciar la búsqueda de una lógica de cooperación y de
funcionamiento que permitiera actuar con un perfil más concordante
con las nuevas situaciones económicas de España y Argentina, que a la
vez justificara la existencia de la OTC»4. No hay que olvidar que en
esos años Argentina tenía una renta per cápita superior a la de algunas
Comunidades Autónomas españolas.
En vistas de estas circunstancias, se procedió a analizar el estado de
los proyectos comprometidos en la última Comisión Mixta y se deci-
dió lo siguiente:

• Cerrar o dar por concluidos doce proyectos que de todas maneras


ya habían dejado de funcionar, debido a su falta de viabilidad, su
debilidad o incumplimiento de las contrapartes.
• Concluir otros cuatro proyectos en 1993.
• Mantener en funcionamiento ocho proyectos, debido a su mayor inte-
rés y mejor respuesta de las contrapartes. Aquí se incluían los tres
proyectos de recuperación del patrimonio que se llevaban a cabo en
ese momento: la revitalización de la Avenida de Mayo, la restaura-
ción de la Misión de Loreto y la rehabilitación de la Manzana de San
Francisco y demás proyectos que estaba realizando la Junta de Anda-
lucía (éstos últimos no pertenecientes al Programa de la AECI).

Se armó un nuevo marco de cooperación, basado en el diagnóstico


de las experiencias habidas hasta ese momento. Se encontraron tres
factores fundamentales que delinearían la cooperación futura.
El primer factor detectado fue la alta dificultad existente en Argen-
tina para desarrollar tareas de cooperación. Esta dificultad se detalló
como sigue5:

• Gran extensión del país, importante número de habitantes y nivel


alto de renta.
• Poco monto relativo de nuestra cooperación, agravado por los
desfavorables tipos de cambio pesetas/dólar y dólar/peso, y por

4
España Ministerio de Asuntos Exteriores. Agencia Española de Cooperación Interna-
cional. Memoria 1993, Madrid; Agencia Española de Cooperación Internacional, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1994.
5
La lista de inconvenientes hallados que sigue se transcribió textualmente de la Memo-
ria 1993 de la AECI, debido a su gran interés al efecto de este trabajo.
101

los altísimos niveles de precios y salarios (lo que merma el rendi-


miento de los fondos).
• Muy poca experiencia en recibir cooperación.
• Poca receptividad oficial a la cooperación, con algunas excepcio-
nes (universidades, instituciones científicas, ONGs).
• Imprevisibilidad del marco político y económico.
• Enorme rotación e informalidad en la gran mayoría de las institu-
ciones.
• Hiperpolitización y constante peligro de utilización partidista de
la cooperación.
• Cierta legitimación social del engaño y alto nivel de corrupción.
• Carácter algo autoritario del funcionariado y del aparato de Esta-
do en general.
• Actitudes orgullosas y, a veces, reivindicatívas, frente a la coope-
ración española.

El segundo factor que se detallaba era el alto nivel de desarrollo rela-


tivo de Argentina en ese momento, con una renta per cápita cercana a los
niveles de Portugal y Grecia, lo cual hacía pensar en la necesidad de una
cooperación bilateral más que en una cooperación al desarrollo.
Se destacaba además el manejo de importantes recursos por parte de
la administración local y la poca lógica de querer cooperar con un país
que tiene los recursos propios para paliar sus carencias sociales.
Se detectó un alto nivel de educación y de profesionales con expe-
riencia, pero no obstante un atraso en algunas áreas específicas.
El tercer factor, esta vez positivo, era la «existencia de las más
amplias y prolijas relaciones entre España y un país de América Lati-
na, tanto a nivel privado, como empresarial e institucional»6. Se refie-
re a que un tercio de la población argentina tiene lazos familiares
recientes con España, al alto volumen de intercambio comercial y
empresarial, a la presencia de la cultura española en Argentina y a la
existencia de numerosos convenios y acuerdos entre instituciones de
los dos países.
Basándose en esos tres factores, se definieron los ejes de la coope-
ración futura con Argentina, que configuraron el llamado «marco lógi-
co» de cooperación:

6
España. Ministerio de Asuntos Exteriores. Agencia Española de Cooperación Interna-
cional. Memoria 1993. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1994. p. 37.
102

• Ir dejando la idea original de «ayuda al desarrollo» y pasar a


impulsar proyectos que sean de mutuo beneficio, centrándose en
la cooperación científica, el intercambio universitario, la transfe-
rencia de tecnología, el reforzamiento institucional y, en menor
medida, la cooperación empresarial. De los proyectos, se elimi-
naron las subvenciones y donaciones y se puso más atención en
las becas de formación.
• Hacer que la OTC sea también una oficina de apoyo, información
y atención de la cooperación desarrollada por otras instituciones
españolas. Se especificó también reducir el costo de esta oficina,
que venía siendo la más cara del ICI, debido a que Argentina era,
en esa época, el país más caro de Iberoamérica.

En la Memoria del año siguiente, 1994, se resumieron los criterios


del marco lógico, reiterando el interés en los proyectos de mutuo bene-
ficio, para luego agregar «centrar los proyectos de manera casi exclu-
siva en la asesoría técnica y la capacitación»7. Con esto se reducían aún
más las posibilidades de los criterios expuestos el año anterior. Se
expresaba también que la cooperación española debía contribuir a
reforzar en lo institucional, académico, social, económico y demás
ámbitos las buenas relaciones existentes entre ambos países. Se hacía
hincapié sobre todo en el poder económico de Argentina y el deber de
contribuir con su parte a la cooperación.
Los proyectos de patrimonio que ya habían comenzado fueron los
únicos que no pudieron ajustarse a estos lincamientos, porque seguían
la lógica propia del Programa de Preservación del Patrimonio, elabo-
rado en una subdirección distinta a la que formuló el marco lógico.
Es decir, que la próspera situación económica de Argentina, suma-
da a la falta de cumplimiento local en los proyectos, la poca receptivi-
dad, la corrupción y demás situaciones vividas en torno a la coopera-
ción española, pusieron punto final a los proyectos y a la confianza,
reduciendo la cooperación a áreas más controlables y menos compro-
metidas.
Los proyectos del Programa de Preservación del Patrimonio no eran
ajenos a esta situación general y, aún cuando se había decidido seguir
con ellos, tambaleaban.

7
España. Ministerio de Asuntos Exteriores. Agencia Española de Cooperación Interna-
cional, Memoria 1994. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1995. p. 27.

Anterior Inicio Siguiente


103

Ya dijimos que en 1993 se carecía de un proyecto definido para la


misión de Nuestra Señora de Loreto. No había desarrollo aparente ni
perspectivas y se lo calificaba de proyecto problemático. La contra-
parte local centraba el proyecto en una pequeña actuación arqueológi-
ca de dudosa utilidad y a un costo excesivamente caro a los ojos del
Programa.
En 1994 se supo que el gobierno de Misiones ya contaba con fon-
dos de la Embajada Alemana para la realización de la misma obra. Se
conoció también que la obra estaba casi concluida, aunque los fondos
alemanes no habían sido invertidos en su totalidad, y que finalmente la
intervención fue paralizada.
Ante esta situación, la cooperación española redefinió su interven-
ción durante tres reuniones con la contraparte. Se decidió circunscribir
la actuación a la asesoría técnica y la capacitación, más de acuerdo con
los nuevos criterios de cooperación. Esto se tradujo en el otorgamien-
to de una beca de capacitación en España a un especialista argentino
que trabajaba en las misiones y con eso se dio por concluido el pro-
yecto.
A la revitalización de la Avenida de Mayo no le fue mejor. Ya vimos
que el intendente de Buenos Aires había renunciado y el Programa se
había quedado sin contraparte para continuar. Por consiguiente, no
había quién cumpliera los compromisos locales, y la Municipalidad no
sólo no otorgó la suma de dinero correspondiente al proyecto para el
año 1993, sino que tampoco había cumplido con la totalidad de lo que
debía poner para el bienio 91/92.
Todo esto, sumado al recelo que ya había hacia la cooperación con
el país, hizo que este proyecto, el más paradigmático de la ciudad, se
paralizara antes de concluir.
Lo que ocurrió con la Escuela Taller de Buenos Aires no fue menos
grave. La sede de la Escuela Taller había sido fijada en la ex Escuela
«Manuel Belgrano», ubicada en Moreno 330. Asimismo, se había pro-
yectado restaurar también la ex escuela «Hipólito Vieytes», ubicada en
Perú 782 y construida en 1884, y reacondicionar una zona libre bajo
una autopista urbana. Así, estando todo listo para iniciar las activida-
des, todo quedó en la nada. Aquí el inconveniente fue tan simple pero
tan grave como para dar marcha atrás con el proyecto y todo lo que
involucraba. En un acto lamentable, alguien pidió una «colaboración»
para permitir la instalación de la Escuela Taller en la ciudad. Pero la
cooperación no otorga colaboraciones personales, así que la ciudad se
104

quedó sin su escuela taller, con edificios que se siguen deteriorando,


con oficios que se van perdiendo y una idea de corrupción marcada
para el futuro.
En síntesis, al decidir España acotar su cooperación con Argentina
en el año 1993 y debido a las malas experiencias de sus proyectos, el
Programa de Preservación del Patrimonio fue uno de los muchos pro-
gramas que se suspendieron en el país.

Posibles soluciones a los problemas que permitan restablecer


las relaciones

En Argentina se está produciendo una lenta conciencia sobre lo que


significa el patrimonio histórico. Sólo en los últimos años se está expe-
rimentando un cambio y una apropiación por parte de la comunidad de
su patrimonio arquitectónico y urbano. Sin embargo, una historia de
desinterés arrastra su inercia y los programas oficiales para preservar
el patrimonio son muy pocos. Por consiguiente, el presupuesto oficial
destinado a conservación es ínfimo.
La crisis del 2001 sumió al país en una pobreza alarmante en poco
tiempo. Súbitamente se lidiaba con males como la desnutrición, entre
otros problemas nacionales. Esto pareció quitar la atención de todo lo
que no fuera necesario para sobrevivir, entre ello el cuidado del patri-
monio. En consecuencia, si se estaba empezando a hacer algo y a pre-
ocuparse por el patrimonio antes de que esto ocurriera, las prioridades
cambiaron y los presupuestos y atenciones se dirigen a otras áreas en
la agenda oficial.
Pero creemos que el patrimonio es prioritario en estas emergencias
también, los bienes culturales de una comunidad mantienen su identi-
dad y consolidan la pertenencia de sus miembros. En tiempos de des-
esperanza y peligro todos los aspectos de una cultura deben mantener-
se: tener una identidad fuerte es un apoyo invaluable cuando pasan
desgracias en comunidades o países.
Esto se entiende con formación y difusión, pero también con ejem-
plos. Los buenos modelos generan imitación y esto se sabe en casos de
ciudades o pueblos con su patrimonio deteriorado. Cuando se intervie-
ne en un componente del grupo, gradualmente se van mejorando los
demás por iniciativas privadas u oficiales y, debido al movimiento
generado en la zona, comienza todo a adquirir una dinámica favorable
105

a la reactivación de esa área. Es posible que intervenciones del Pro-


grama generen esto y, a través de ello, logren concientizar a los gober-
nantes de la necesidad de contar con más programas oficiales para el
patrimonio y a los ciudadanos a conservar su legado arquitectónico.
Por eso retomamos el tema de la poca experiencia en cooperación:
necesitamos adquirir más, para aprender de ello.
El patrimonio construido en Argentina es muy variado, con ele-
mentos de muchísimo valor diseminados por todo el país. La mayoría
de ellos no cuenta con recursos para su preservación y se está perdien-
do. Y en definitiva, el patrimonio es de la gente, y si el gobierno no
entiende que es necesaria su conservación, al menos para acordar pro-
gramas nacionales y partidas presupuestarias dignas, la perjudicada es
la comunidad, la misma que sufre los males de la miseria.
Al analizar los problemas expuestos surgidos entre la Argentina y la
cooperación española en general, y con el Programa de Preservación
del Patrimonio en particular, procedimos a organizados en cuatro gran-
des grupos de distinta importancia: características del país, situación
económica local, formación y difusión, y gestión. Estos grupos tratan
temas conflictivos en la relación de cooperación, y por ello se trata de
exponer las soluciones a cada uno de ellos.
s

• Características del país

Un primer grupo de inconvenientes mencionados en la Memoria


1993 de la AECI se refería a características del país que no pueden modi-
ficarse ni evitarse: su gran extensión y su elevado número de habitantes.
Si bien son vistos como inconvenientes, no son sin embargo obstácu-
los para que el Programa realice acciones en el país, ya que Argentina
tiene 2.767.000 km2, que son superados por los 8.511.965 km2 de Bra-
sil, y 37.700.000 habitantes, superados a su vez por los 42.300.000
habitantes de Colombia, los 97.400.000 de México y los 165.700.000
de Brasil, tres países en donde el programa ha realizado muchas obras
y está aún activo, sin que la cantidad de habitantes ni la extensión
hayan sido un impedimento.

• Situación económica local

En la década del 90 la situación económica del país era desfavora-


ble a la cooperación exterior. Pero la crisis del año 2001 provocó la
106

devaluación del peso argentino, pasando en poco tiempo de la paridad


con el dólar estadounidense a valer la tercera parte de éste. Esto hizo
que la renta per cápita, que era de u$s 11.000 en los años anteriores a
la crisis, disminuyera a u$s 2750 del 2002 a esta parte.
Esto, sumado a la cotización en alza del euro, que llega a cuadru-
plicar el valor de la moneda argentina, hace que la preocupación por el
poco monto relativo de la cooperación, el nivel alto de renta per cápí-
ta y los altos precios y salarios argentinos presentados como un pro-
blema a principios de los 90, se haya modificado. En efecto, la econo-
mía se ha encargado de eliminar dichos inconvenientes, siendo Argen-
tina actualmente un país con precios más parecidos al resto de Iberoa-
mérica y hasta más baratos.

• Formación y difusión

Los mencionados problemas de falta de experiencia del país en reci-


bir cooperación y el señalado atraso en algunas áreas específicas -entre
las que se encuentra el cuidado del patrimonio- pueden revertirse con
formación. Justamente es en ámbitos donde existe un atraso donde se
necesita la ayuda externa de países con más experiencia, que puedan
suplir las faltas nacionales. Este podría ser uno de los valiosos aportes
del Programa de Patrimonio de la Cooperación Española.

• Gestión

Este grupo comprende los inconvenientes más graves: se trata de


problemas que no son ajenos a la realidad de Iberoamérica toda y que
lamentablemente tampoco lo fueron a las experiencias de cooperación
en Argentina. La corrupción, el engaño, la imprevisibilidad política y
económica, junto con el cambio, la informalidad y el autoritarismo de
las instituciones estatales son barreras que, si bien es difícil su erradi-
cación, se pueden sin embargo sortear.
Vimos cómo todos los proyectos empezados o proyectados por el Pro-
grama, tan necesarios para el patrimonio argentino, fueron cercenados por
estos males, arraigados en lo profundo del aparato estatal argentino.
En definitiva, todo esto agrandó las distancias entre los cooperantes
y los receptores necesitados de esa cooperación, o sea, la gente.
Ahora bien, en uno de los puntos señalados como inconveniente en
la cooperación con Argentina aparece la poca receptividad oficial a la
107

cooperación, pero con una salvedad que puede ayudarnos a evitar o


reducir al mínimo los problemas que estamos exponiendo: hay una
buena receptividad a la cooperación por parte de instituciones científi-
cas, universidades y ONGs.
Por lo tanto, sería una buena decisión establecer la presencia de
estas instituciones al gestionar acciones del Programa en Argentina. Es
decir, que para cada proyecto sería bueno contar con una institución
científica, cultural, ONG o universidad como contraparte, además de
la institución pública. Dichas entidades ejercerían de control local para
evitar irregularidades y podrían asimismo aportar profesionales para la
elaboración de los proyectos y planes directores, así como colaborar en
el seguimiento de los trabajos.
Las ayudas a América Latina se están volcando actualmente en este
sentido, como lo refleja la Agenda Iberoamericana de la Cultura de la
Organización de Estados Iberoamericanos, que expresa en su texto lla-
mado «El sector público, la sociedad civil y la cooperación internacio-
nal»: «La cooperación internacional tiene en el llamado Tercer Sector
a un nuevo interlocutor que brinda herramientas para colaborar con-
juntamente en la construcción del espacio público local»8. Y agrega:
«El sector público, el Tercer Sector y la cooperación internacional en
el espacio cultural iberoamericano están realizando intentos para tra-
bajar en la identificación de intereses comunes formando alianzas y
asociaciones en proyectos conjuntos, aunque éstos no siempre se
encuentran bien articulados. La modalidad de trabajo en red, con tra-
dición ya en Europa, es aún incipiente en Iberoamérica. Así ha sido
visto en el trabajo desarrollado en el II Campus Euroamericano de
Cooperación Cultural, espacio en el que también ha quedado bien pre-
sente el enorme interés que hay en la región por esta fórmula de coo-
peración, a través de la cual es posible la confluencia de intereses pro-
fesionales e institucionales»9.
A modo de conclusión, podríamos expresar que las circunstancias
de la Argentina y de sus administraciones contrapartes han dañado la
experiencia de la cooperación española para el patrimonio. Sin embar-
go hoy, más de una década después, algunas de esas circunstancias se
revirtieron y las que persisten podrán ser sobrellevadas si existe volun-
tad de volver a poner en marcha proyectos comunes, tan necesarios

8
Agenda Iberoamericana de la Cultura. Antecedentes y perspectivas de la cooperación
cultural en Iberoamérica, Madrid: OEI, 2002.
9
Ibídem.
108

para el patrimonio argentino. Confiamos en que así sea, para poder


continuar la larga historia de hermandad y ayuda que siempre ha unido
a España y Argentina.

Este texto es parte de la tesis de maestría «La Argentina en el Programa de Patrimonio


Cultural de la Cooperación Española», realizada por la autora para la Maestría en Gestión del
Patrimonio de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina.

Anterior Inicio Siguiente


La conservación del patrimonio
arquitectónico y urbano virreinal
en el norte del Perú

Luis de Villanueva Domínguez y


Fernando Vela Cossío

La costa norte constituye una de las regiones menos conocidas del


Perú. La sección más septentrional de la misma, a partir del río de la
Leche, coincide con el ensanchamiento de la franja costera oceánica,
que se hace también más llana y desértica. En esta franja se extiende
el desierto de Sechura que, con una superficie de unos 3.000 kilóme-
tros cuadrados, constituye uno de los parajes naturales más impre-
sionantes que se puedan recorrer camino del Ecuador. Los ríos Piura
y Chira constituyen las cuencas hidrográficas más destacables del
norte peruano. El primero nace en Huarmaca, a unos 3.000 m de alti-
tud, y desciende bordeando el desierto hasta que quiebra con direc-
ción Sur adentrándose en él. Durante su trayecto hasta la desembo-
cadura en el Océano Pacífico forma una cuenca de más de 5.000 kiló-
metros cuadrados. En sus orillas se desarrolla una vegetación subtro-
pical muy frondosa y es posible el cultivo del algodón, de la caña
brava y de muy numerosas especies de frutales, pero conforme nos
alejamos de los ríos y las quebradas esta frondosidad desaparece,
dando paso al algarrobo y al zapote, que constituyen la única vegeta-
ción posible en el desierto.
Las ciudades históricas más importantes de esta parte del país se
disponen a lo largo de los más de seiscientos kilómetros de costa que
separan Trujillo de Tumbes, en la frontera ecuatoriana. A excepción de
Trujillo, de cuyo conjunto histórico urbano bien puede decirse que
ocupa un lugar de privilegio por su estado de conservación, el patri-
monio construido de las viejas ciudades coloniales del norte peruano
permanece en el más triste de los olvidos y, por desgracia, en un esta-
do de total abandono que convendría corregir.
110

La conservación del patrimonio urbano colonial: arquitectura


de la ciudad española virreinal

Aunque todas las ciudades norteñas conservan una buena parte de


la traza virreinal y es posible reconocer la métrica española en las
calles y plazas de Lambayeque, Saña, Guadalupe o Piura, las transfor-
maciones del entramado urbano han sido muy abundantes, y aún inevi-
tables, en esta tierra de terremotos y desastres naturales. No es fácil
encontrar en el norte peruano conjuntos virreinales bien conservados y
precisamente por ello, de cuantos conjuntos urbanos coloniales pueden
visitarse, el de mayor trascendencia histórica lo constituye, sin duda
alguna, la antigua ciudad de San Miguel, en el caserío de Piura la Vieja
(La Matanza).
Esta ciudad de San Miguel es sucesora de un primer emplazamien-
to, fundado en 1532 y conocido como San Miguel de Tangarará o Tan-
garaván. Bautizado por Pizarro como San Miguel y completado con el
nombre de la población india más cercana, sirvió de base de operacio-
nes a los españoles hasta finales de 1534, fecha en la cual se produce
el traslado a la zona del Monte de los Padres, unos cincuenta kilóme-
tros al Este de la Piura actual, convirtiéndose entre 1535 y 1570 en un
núcleo de gran importancia sobre el que se llevó a cabo una planifica-
ción urbana completa.
La fundación de las ciudades españolas en territorio americano
estaba, como sabemos, perfectamente prevista por la Corona, que
había reglamentado los aspectos jurídicos y urbanísticos de los
r

emplazamientos. Estos sólo podían llevarse a cabo bajo mando


autorizado. Por ello, Demetrio Ramos Pérez coincide con Perroud
(1930) al afirmar que el Acta de Fundación de San Miguel de Tan-
garará no se ha encontrado porque la ciudad nunca llegó a existir y
explica la fundación solo como un asiento establecido para adelan-
tarse a las maniobras de otros conquistadores como Pedro de Alva-
rado. La carencia completa de datos fiables respecto a esta primera
fundación de Piura hace pensar, en el mejor de los casos, que tuvo
una efímera existencia1. Lo que es seguro, sin embargo, es que a
;
Existe, entre algunos historiadores, la tesis de que esta primera fundación se encontra-
ría en las proximidades de Colón, donde se conserva una iglesia que, por tradición, se consi-
dera la más antigua del Perú. El templo de San Lucas, al que después nos vamos a referir, se
encuentra en un promontorio cercano a Payta hasta el que llegaba el océano Pacífico hace
quinientos años.
111

finales de 1534 los españoles se encontraban ya establecidos junto


al Monte de los Padres, hoy Piura la Vieja, disponiéndose la ciudad
en el curso alto del río Piura -que en lengua tallan significa el gra-
nero- muy próxima o sobre uno de los tambos que jalonaban el
camino inca que unía Tumbes con el Cuzco en el que se habría alo-
jado Francisco Pizarro en dos ocasiones. Este lugar constituye, a la
postre, el asentamiento más primitivo de cuantos se conocen de esta
ciudad española, primera en el Perú y en el hemisferio meridional.
El conjunto urbano de San Miguel de Piura tuvo Iglesia Matriz,
Convento de Mercedarios y Casas del Cabildo, alcanzando hacia
mediados del XVI un centenar de vecinos, de los que 23 eran enco-
menderos, cifra muy considerable si tenemos en cuenta que Trujillo
tenía por entonces el mismo número y la ciudad de los Reyes, Lima,
contaba con unos 30. La ciudad serviría de base en las décadas centra-
les del siglo XVI a las expediciones castellanas que exploraron las
comarcas meridionales del Ecuador y los ríos Marañón y Amazonas, y
hasta la construcción del puerto de El Callao Piura fue paso obligado
de las expediciones que desembarcaban en los puertos norteños de
Tumbes y de Payta.
Para los estudiosos que han trabajado sobre la ciudad de Piura la
Vieja la descripción que de ella hiciera Juan Salinas de Loyola después
de 1570 se ha convertido en un punto de referencia inapreciable por
sus alusiones a la fisonomía y composición de la ciudad: «la plaza en
medio y della salen ocho calles, y por ellas cuadras de solares de a
ciento ochenta pies cada un solar en cuadra, y cada cuadra tiene cuatro
solares; las calles de ancho a treinta pies, y por ser el pueblo pequeño,
lo son también las calles, y no con los nombres que acá se acostumbran
(...) Podrá haber hasta cient casas, pocas más o menos, y los materia-
les con que están edificadas son, los cimientos de piedra, y lo demás
de adobes y tapias, y cal, y ladrillo, y las cobijas de paja, como llueve
poco; y que antes van en disminución que no en acrecentamiento, por
las causas que tiene dichas, aunque los edificios se mejoran».
La dureza del clima, la persistencia de una enfermedad de la vista a
la que distintas fuentes se refieren como «mal de ojos» y las lluvias
torrenciales, que literalmente desintegraban las partes más descubier-
tas de las casas, obligarían a sus habitantes a abandonarla. Con una
población cada vez más menguada se fue cobrando conciencia de la
necesidad del traslado, y a principios de la década de 1580 ya se había
erigido provisionalmente un tercer emplazamiento, el de San Francis-
112

co de Buena Esperanza de Payta, trasladándose definitivamente al


lugar que hoy ocupa, en el chilcal de Tácala, en 15882.
Además de la descripción de la ciudad de San Miguel por Salinas
de Loyola, existe otra, de Agustín de Zarate, en la que se hacen una
serie de comentarios de gran interés: «En toda la largura de los llanos
ay poblados de christianos cinco ciudades. La primera se llama Puerto
Viejo, que está muy cerca de la línea equinoccial; ésta tiene pocos vezi-
nos porque es tierra pobre y enferma, aunque ay algunas esmeraldas
(como arriba está dicho). Cincuenta leguas más arriba, quinze leguas
la tierra adentro, está otra ciudad, que se llama Sant Miguel, y en len-
gua de los indios se llamaua Piura, lugar fresco y bien proueydo, aun-
que sin minas de oro ni de plata. Allí ay vna enfermedad natural de ia
tierra que da en los ojos a los más que por allí passan». Se refiere así a
la extraña epidemia que dejaba ciegos a los habitantes de la ciudad y
que, al paso del tiempo, se convertiría en una de las razones de su tem-
prano abandono.
Los españoles comenzaron a aplicar precisamente en San Miguel de
Piura los tres métodos básicos de evangelización: la extirpación de idola-
trías, el estudio de las lenguas nativa y la catequización. En Piura encon-
traron el problema de la diversidad étnica y lingüística que acarreaba su
posición de enclave entre sierras, desiertos, costas y selvas; los reparti-
mientos y encomiendas se distribuyeron rápidamente (ya Pizarra se había
comprometido a ello ante sus hombres), pero el desorden, las guerras
civiles y la explotación redujeron drásticamente la población de indios
tallanes. El clima de abusos y falta de acuerdo entre los españoles forzó a
la corona a crear el Virreinato de Perú amparado en las Leyes Nuevas de
las Indias; en marzo de 1543 se designó al capitán Blasco Núñez de Vela
primer Virrey del Perú; éste llegó a extremar de tal modo el cumplimien-
to de las nuevas leyes que desató otra guerra civil. Sin éxito en Tumbes,
se dirigió a San Miguel y allí, en mayo de 1544, en la Sala de Audiencias
renovó un acuerdo con los curacas para conservar sus privilegios, aunque
los encomenderos no tardaron en romperlo, enfrentándose de nuevo a la
Corona. El virrey Toledo se encontró con una ciudad floreciente, en la
que estaban instruyéndose cuarenta niños, según carta al Emperador de
10 de marzo de 1545, y en la que los españoles contaban con la existen-
cia de varias ermitas y del ya mencionado monasterio de mercedarios

2
Acaba de publicarse un trabajo relativo a la recuperación del patrimonio arquitectóni-
co y urbano de la actual Piura del Chilcal, coordinado por L, VlLLACORTA (2004).

Anterior Inicio Siguiente


113

fundado en 1534 con dependencia de la diócesis de Quito desde 1544. En


1567 el obispo de esta última capital visitó San Miguel y en 1570 el vica-
rio de Piura, Fray Pedro de la Peña, asistió al primer Sínodo diocesano de
Quito, lo que nos indica la importancia de la ciudad en su época.
Desde 1998 la Universidad Politécnica de Madrid está embarcada
en el estudio de esta ciudad y, anualmente, se han venido desarrollan-
do distintas actividades3 de investigación histórica y arqueológica que
han culminado, durante el año 2005, en la excavación de una parte de
su centro urbano, extendiéndose el primer sondeo en trinchera excava-
do en 1999 y exhumando una unidad singular del entramado urbano
que podría tratarse, atendiendo a su métrica y organización interior, de
la Iglesia Matriz.

Arquitectura y construcción histórica en el norte peruano

Conserva el norte peruano un buen número de edificios religiosos de


gran interés para el conocimiento de la arquitectura virreinal de los
siglos XVI y XVII, aunque, salvo excepciones, han sido poco estudia-
dos4. Colán, Lambayeque, Túcume, Saña y Guadalupe, en un recorrido
de norte a sur, pueden ilustrarnos acerca de las características del patri-
monio arquitectónico religioso en esta parte del continente americano.
Parece ser que la primera iglesia católica construida en el Pacífico
Sur fue el templo de San Lucas, en Colán. El edificio, hoy notable-
mente transformado, se encuentra a muy pocos kilómetros del puerto
de Payta y desarrolla un tipo del que existe una larga progenie en todo
el Pacífico español5, aunque lo que hoy vemos no es sino el resultado
de las restauraciones de un templo seguramente dieciochesco. El edi-
ficio se levanta sobre una singular plataforma que nos remite, por su
morfología, a una especie de muelle portuario, y que algunos han iden-

1
La Fundación Diálogos que, como ¡a Universidad de Piura, también participa en el pro-
yecto, ha publicado un libro en el año 2000 con distintas contribuciones al tema (Vv,AA,
2000); posteriormente se presentaron los resultados de los primeros trabajos en la Revista de
Arqueología (Vela Cossío, 2000) y en la Revista Española de Antropología Americana (Villa-
nueva et al. 2002),
4
En los trabajos clásicos más importantes apenas hay referencias a edificios del norte
peruano, a excepción de los templos de Saña y la arquitectura de Trujillo.
5
Para el estudio de la arquitectura española en el Pacífico pueden consultarse los inte-
resantes trabajos de Gahán Guijo, Ibáñez Montoya y tuque Talaván que se publicaron en el
congreso 1898 España y el Pacífico: interpretación del pasado; realidad del presente (1999).
114

tincado con restos arquitectónicos indígenas. En todo caso, ya sea el


lugar elegido ex novo o este ligado al Perú prehispánico, la iglesia pri-
mitiva fue levantada en el XVI. Debió estar dotada de, al menos, una
torre campanario probablemente maciza en su planta baja. Sobre la
torre norte se levanta hoy un campanario de madera pintada que pare-
ce del siglo XIX. La fachada está compuesta en un esquema tripartito,
en el cual, sobre la portada de arco de medio punto, se levanta da un
cuerpo de remate curvo para ocultar el hastial de la cubierta a dos
aguas. El interior del templo conserva algunas decoraciones pictóricas
murales de gran belleza, con temas naturalistas de flores y pájaros, y
un retablo, quizá de finales del siglo XVII, con el águila bicéfala de la
Casa de Hagsburgo como ornamento del sagrario.
Unos doscientos kilómetros al Sur, en Lambayeque, se conservan
un par de edificios religiosos coloniales también de gran interés. Pró-
xima a la ciudad republicana de Chiclayo, un próspero emporio comer-
cial que sirve de mercado y centro de conexión entre la costa y la sie-
rra norte, la ciudad española de Lambayeque ha mantenido un intere-
sante conjunto urbano de irregular conservación del que se puede des-
tacar, además de las fachadas de dos pequeñas iglesias primitivas, una
casa presumiblemente colonial que alberga el balcón más antiguo de la
coste norte. La fachada de la casa es espléndida, dispuesta en una plan-
ta baja de gran altura, sobreelevada por encima del nivel de la calle
-cosa que se repite en todo el norte, para protección de las cíclicas ria-
das e inundaciones que produce desde antiguo el hoy universalmente
célebre fenómeno de El Niño- y presenta una severa portada flan-
queada por una ventana del tipo habitual en toda la América española,
con el arranque desde el nivel de pavimento interior y protección de
rejas de forja. El balcón de madera de la primera planta es de una lon-
gitud verdaderamente notable, pues ocupa la totalidad del frente prin-
cipal del inmueble y da vuelta por la fachada a la calle transversal hasta
el testero de la finca, por lo que cubre más de sesenta metros.
Muy cerca de Lambayeque, por completo arruinada en la actualidad,
se encuentra la antigua iglesia de Túcume Viejo. Este edificio constitu-
ye uno de los ejemplos más interesantes que pueden verse en toda la
región. Se trata de un templo de una nave sin capillas, de 164 pies6 de
longitud por 52 pies de anchura, con una cabecera muy sencilla de 21
pies de ancho y 32 de largo, tras la que se sitúa una estancia con remate

* / pie castellano =27,86 cm.


115

interior absidal de dudosa interpretación pero uso probable como sacris-


tía. La construcción de los muros, de entre una vara7 y vara y media de
espesor, está resuelta mediante una imponente fábrica de adobe trabada
con mortero de barro cuyo módulo es de dos pies por uno. El templo
conserva dos de las tres portadas originales, la de norte y la de levante;
ambas presentan una luz de 10 pies y quedan resueltas en ladrillo con
arcos de medio punto. El módulo de los ladrillos es de un pie de largo
por 2/3 de pie de ancho (unos 30 por 18 cm). Estas portadas recuerdan
mucho a las que se conservan en la ciudad de Saña, que están bien data-
das a fines del XVI; bien podemos por ello pensar como fecha probable
para la construcción de la iglesia de Túcume también la segunda mitad
del siglo XVI, lo que la convertiría en una de las más antiguas del Perú
septentrional.
Al Sur de Lambayeque, en el área de contacto entre las rutas coste-
ras norteñas con el camino de ascenso a la sierra de Cajamarca, se sitú-
an Saña y Guadalupe, las localizaciones más meridionales, y quizá las
más monumentales, del área elegida para nuestro estudio.
El comisionado para la fundación de Saña fue el corregidor de Trujillo
Licenciado don Diego de Pineda, quien cumplió tan importante comisión
el 25 de Abril de 1563; pero la fundación propiamente dicha, ordenada por
el Virrey, no se realizó hasta el 29 de noviembre del año 1563 y fue enco-
mendada al capitán don Baltazar Rodríguez vecino de Trujillo, quien
comenzó la población y fundación de la Villa Santiago de Miraflores que
está en el valle de Zana, en esta regla del Perú, según recoge el Acta de
fundación. En la ciudad, en la que murió Santo Toribio de Mogrovejo, se
conserva una buena parte del primitivo conjunto urbano virreinal.
La ciudad padeció grandes desastres en el tránsito del siglo XVII al
XVIII. En marzo de 1686 fue asaltada por Edward Davis, que tras des-
embarcar en el Puerto de Chérrepe y cubrir las siete leguas que hay de
distancia, la saqueó y la arrasó. Unos años más tarde, el 15 de marzo
de 1720, el caserío sufrió una inundación torrencial que, atravesando
calles y plazas, no dejó una sola vivienda en pie. La destrucción debió
de ser apocalíptica a tenor de las descripciones de los testigos presen-
ciales, como el escribano Antonio de Rivera, que dejó constancia de la
terrible destrucción en acta firmada. La inundación de 1720 provocó el
éxodo casi total de la villa, cuyos habitantes debieron elegir como des-
tino principal ía ciudad de Lambayeque. Aunque en 1722 se refundo la

7
/ vara = 3 pies.
116

ciudad ya no pudo alcanzar el apogeo de la centuria anterior, quedan-


do el poder político y económico concentrado en Lambayeque hasta el
siglo XIX.
De los edificios españoles que se conservan, la iglesia de San Agus-
tín destaca como la obra de mayor valor arquitectónico, y bien merece
ser por ello considerada, en palabras de Harth Terré8, como una joya
arqueológica de la arquitectura colonial. Sus bóvedas góticas, que tien-
den al adorno, se apoyan sobre arcos cruzados en carpanel, cumplien-
do la regla romana adoptada por los artistas renacentistas. Harth Terré
considera la fábrica de fines del siglo XVI, conservándose en la actua-
lidad algunas paredes y la bóveda principal9.
Interesa también en la ciudad la visita de San Francisco. Harth Terré
la describe como iglesia de una sola nave, atribuida a Antonio Tibesas,
y dataría de la última veintena del siglo de fundación de la Villa, el
XVI, poniéndose en pie entre 1585 y 1590. En San Francisco resalta
una vez más el tipo de iglesia de una sola nave cubierta de tij erales y
adornos a lo modular, con presbiterio en bóveda cruzada, como estuvo
de moda hasta fines del siglo XVI y siguiéndose la tónica de la Mayor
de Asís en la ciudad de Lima.
La iglesia de La Merced es el tercer templo en interés que puede
contemplarse en Saña. Dice Harth Terré que «los mercedarios llegaron
a Saña en 1637 (...) fue en esta ocasión y tiempo que construyeron su
iglesia. Ha quedado en pie el altar, franquean el frente dos torrecillas a
modo de campanarios, la portada apunta ya al Renacimiento Clásico;
es obra de líneas y abultamiento, pero las pilastras dóricas tienen más
relieve; aún cuando la cornisa es de poco resalte y el frontón quebrado
para ubicar un nicho rectangular, no cumple muy exactamente con las
reglas canónicas»10.

* Harth Terré es el autor que más atención ha prestado al conjunto de Saña. Su obra sobre
los monumentos religiosos de esta ciudad (Harth Terré, 1964) recoge el testigo de las, muy
raras, obras anteriores (Wethey, 1946). Es de lamentar que los especialistas en arquitectura
religiosa del siglo XVI no incluyan en los trabajos más recientemente publicados reflexiones
u opiniones sobre los templos de esta parte de América del Sur (véanse, por ejemplo: Lacarra
Ducay, 2004; W.AA. 2003)
9
Ramón Gutiérrez ya señala que «en Lima los ejemplos que perfilan el ocaso del gótico
tardío son reducidos pero pueden vislumbrarse en el templo de Santo Domingo, donde existen
bóvedas de crucería realizadas por el maestro Jerónimo Delgado, autor del puente sobre el
Rimac" (...) Para Gutiérrez, los templos de bóveda de crucería de comienzos del siglo XVII
que se realizan en Saña y Guadalupe, en la costa del Perú, son obra de maestros procedentes
de Bolivia (Gutiérrez 1984: 57-62).
10
Harth Terré, Emilio (1964): «Los monumentos religiosos de la desaparecida villa de
Saña». Anales del IAAIE, 17.

Anterior Inicio Siguiente


117

La iglesia matriz es de tipo basilical, con una nave central más alta y
dos capillas laterales más bajas para permitir las ventanas; conservando
a la fecha algunos muros con fragmentos de pinturas murales; estiman-
do su construcción a fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.
La ciudad de Guadalupe conserva también un conjunto muy intere-
sante, del que debe destacarse la iglesia matriz. Aunque su fachada,
muy remozada, carece en cierto modo de interés, se conservan en el
interior del conjunto un extraordinario claustro y una curiosa sacristía
en la que se puede apreciar una ornamentación tardobarroca muy exu-
berante y rica. Las bóvedas del claustro se alejan de la pauta de lo que
hemos visto en Saña, inclinándose en este caso por la organización de
las galerías mediante unas espléndidas, esbeltas y limpias bóvedas de
arista, de inspiración mucho más clasicista como corresponde a su
fecha más reciente de construcción.
Además de esta iglesia, merece una mención la propia plaza mayor
en la cual se encuentra la iglesia de Guadalupe. Es un espléndido espa-
cio urbano que está bordeado por edificios que aún manifiestan la fuer-
te raigambre de la tradición constructiva española en esta parte del Perú.

Conclusiones

Todo el corpus principal de la historia de la arquitectura hispanoame-


ricana ha sido levantado a lo largo de los últimos setenta y cinco años11.
Las numerosas contribuciones científicas que ha merecido nos han deja-
do constancia fiel de la importancia del legado de la ciudad moderna y
de la arquitectura de raíz española en Iberoamérica. Este legado consti-
tuye, tanto por la extensión geográfica y la eficiencia de su uso como por
la calidad artística de sus aportaciones edilicias, uno de los ejemplos más
interesantes de la aplicación a gran escala de los modos de hacer ciudad
occidentales fuera de Europa y, además, es uno de los que ha conocido
una mayor continuidad temporal porque, como nos recuerda acertada-
mente Leonardo Benévolo, «el modelo divulgado por los españoles lo
aplican, sin innovaciones dignas de mención, los colonizadores france-
ses, holandeses e ingleses para urbanizar América del Norte»12.

11
Se cumplen precisamente en 2006 los setenta y cinco años de la publicación del último
tomo de los siete que forman ¡a monumental obra Planos de Monumentos Arquitectónicos de
América y Filipinas (Ángulo íñiguez, 1933-39).
12
La ciudad europea (Benévolo, 1993: 128).
118

En los últimos tiempos se han ido abriendo camino trabajos muy inte-
resantes de historia urbana en los que se aborda, por ejemplo» el marco
sociológico y la repercusión arquitectónica de las relaciones entre indíge-
nas y españoles13. También se han sucedido los trabajos sobre historia del
urbanismo atendiendo, con éxito, al elemento urbano principal de la ciu-
dad hispanoamericana: la plaza14. Conocemos ahora mucho mejor la siem-
pre poco atendida arquitectura civil15 y asistimos igualmente a la aparición
de nuevos estudios de carácter local cuya riqueza descriptiva en ejemplos
coadyuva a la conformación de un necesario catálogo de arquitectura colo-
nial hispanoamericana en el Perú cada vez más completo. El propio pro-
yecto de investigación en el que venimos trabajando a lo largo de los últi-
mos siete años para el estudio histórico, arquitectónico y urbano de la ciu-
dad de San Miguel de Piura puede proporcionarnos información muy
valiosa relativa a una fundación temprana y, lo que es más importante, a
un asentamiento que, ensayada su planificación urbana completa, es aban-
donado en la misma centuria de su creación: el siglo XVI.
Desde el punto de vista de la historia de la construcción, todos los edi-
ficios que hemos podido estudiar en las ciudades descritas -así como en
las numerosas ruinas que todavía están en pie- ponen de manifiesto con
firmeza el empleo continuado entre los siglo XVI y XIX de los recursos
de los sistemas constructivos castellanos. Los materiales de la tradición
constructiva española (muros de adobe y de tapia, pavimentos terrizos,
fábricas de ladrillo, armaduras de madera, techumbres de teja curva,
mortero de cal en juntas y en suelos, rejas de hierro forjado, etc) se han
puesto así al servicio de una nueva arquitectura que dejará enseguida de
ser colonial para convertirse, sobre todo, en hispanoamericana.

Bibliografía

Ángulo Iñiguez, Diego (1933-39): Planos de Monumentos Arquitectónicos


de América y Filipinas. Sevilla.7 vol.

13
Queremos destacar los interesantes trabajos de Juan Castañeda (Castañeda 2002;
2004) relativos a las relaciones entre indígenas y españoles en la ciudad de Trujillo del Perú,
en los que se abre paso un nuevo marco de interpretación, más objetivo e independiente, acer-
ca de la naturaleza de la administración y organización social de la ciudad virreinal,
14
Hay que recalcar la importancia que han tenido en este campo los trabajos de Antonio
Bonet Correa (véanse, por ejemplo: Bonet Correa, 1985; Bonet Correa, 1991).
!S
Tema este, el de la arquitectura civil colonial, en el que también ha hecho contribucio-
nes muy importantes uno de los grandes especialistas de la arquitectura virreinal peruana en
el Perú: el padre San Cristóbal (San Cristóbal, 2003).
119

Ángulo íñiguez, Diego / Marco Dorta, E. / Buschiazzo, M. (1945-1956): His-


toria del Arte Hispanoamericano. Barcelona, Salvat. 3 vol.
Benévolo, Leonardo (1993): La ciudad europea. Barcelona, Crítica.
Bonet Correa, Antonio (1985): «La plaza Mayor hispanoamericana genera-
dora de la ciudad» en Perfil de la ciudad americana, siglos XVI a XVIII.
Catálogo de la exposición homónima. Sevilla.
Bonet Correa, Antonio (1991): El urbanismo en España e Hispanoamérica.
Cátedra, Madrid.
Castañeda Murga, Juan (2002): «La casa del capitán García Holguín en la
ciudad de Trujillo del Perú: apuntes para su historia». Cuadernos de His-
toria, 1 (págs. 15-40). Trujillo, Instituto Superior Pedagógico Juan Pablo
II /Arzobispado de Trujillo.
Castañeda Murga, Juan (2004): «Indígenas entre españoles: Trujillo del Perú
(1534-1619)» en VII Jornadas de Historia: Patrimonio monumental, pro-
blemática y alternativas de solución. Piura, Universidad de Piura.
Galván Guijo, Javier (1999): «Nociones de arquitectura colonial española en
Filipinas» en 1898: España y el Pacifico: interpretación del pasado; rea-
lidad del presente (págs. 449-457).
Gutiérrez, Ramón (1984): Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica.
Madrid, Cátedra. 802 pág.
Harth Terré, Emilio (1962): La obra de Becerra en Lima y Cuzco. Buenos
Aires, Instituto de Arte Americano.
Harth Terré, Emilio (1964): «Los monumentos religiosos de la desaparecida
villa de Saña». Anales del IAAIE, 17.
Ibáñez Montoya, Joaquín (1999): «Perspectiva del patrimonio arquitectónico
y urbano de origen español en Filipinas» en 1898: España y el Pacífico:
interpretación del pasado; realidad del presente (págs. 459-462).
Lacarra Ducay, Ma del Carmen (coord.) (2003): Arquitectura religiosa del
siglo XVI en España y Ultramar. Zaragoza, Excma. Diputación Provincial
de Zaragoza / Institución Fernando el Católico (CSIC). 295 págs,
Luque Talaván, Miguel / Pacheco Onrubia, J J . / Palanco Aguado, F. (1999):
1898: España y el Pacífico: interpretación del pasado; realidad del pre-
sente. Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico. 566 págs.
Marco Dorta, E. (1952-1960): Fuentes para la historia del arte iberoameri-
cano. Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 2 vol.
Marco Dorta, E. (1973): Arte de América y Filipinas. Colección Ars Hispa-
niae. Madrid, Plus Ultra.
Perroud, A.P. (1930): «Sur la fondation de San-Miguel de Piura» en Revue
des études historiques, 96 (213-216).
Porras Álvarez, Santiago (1999): «Arquitectura religiosa hispano-fílipina» en
1898: España y el Pacífico: interpretación del pasado; realidad del pre-
sente (págs. 463-482).
120

San Cristóbal, Antonio (2003): La casa virreinal limeña de 1570 a 1687.


Lima, Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2 vol.
Vela Cossío, Femando (2000): «Investigación histórica y arqueológica en
San Miguel de Piura. Primera fundación española en el Perú». Revista
de Arqueología, año XXI, núm.233 (pp.55-58). Madrid: Zugarto Edi-
ciones.
Villacorta Icochea, Leopoldo (2004): Calle Lima: eje cultural para el desarro-
llo. Plan piloto para la recuperación de la zona monumental de Piura.
Piura, Universidad Nacional de Piura. 131 págs,
Villanueva, Luis de / Vela Cossío, Fernando / Rivera Gámez, David / Nava-
rro Guzmán, Alfonso (2002): «La ciudad de San Miguel de Piura, prime-
ra fundación española en el Perú» en Revista Española de Antropología
Americana, 32 (págs.267-294). Madrid, Universidad Complutense de
Madrid.
Viñuales, Graciela / Gutiérrez, Ramón / Maeder, EJ.A. / Nicolini, A.R.
(1992): Iberoamérica. Tradiciones, utopías y novedad cristiana. Madrid,
Encuentro Ediciones. 306 págs.
Vv.AA. (2000): Conferencias y artículos. San Miguel de Piura, primera fun-
dación española en el Perú. Madrid, CIÉ Dossat / Fundación Diálogos.
Vv.AA. (2003): Historia del arte en Iberoamérica y Filipinas. Materiales
didácticos II: arquitectura y urbanismo. Granada, Universidad de Grana-
da. 387 págs. + CD-Rom.
Wethey, H. (1946): Saña, a dead city ofPerú. Michigan, Michigan Univer-
sity.
Wethey, H. (1949): Art and architecture in Perú. Cambridge.
Wethey, H. (1960): Arquitectura virreinal en Bolivia. La Paz.

Anterior Inicio Siguiente


El programa de patrimonio de la cooperación
española en Iberomérica

Amparo Gómez-Pallete Rivas

Introducción

¿Hay algo más común, en el sentido de pertenecer a todos, que el


patrimonio cultural?
La denominación de «patrimonio», según la Real Academia, se
refiere a la «hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes».
En el caso del patrimonio cultural, la hacienda se concreta en el con-
junto de bienes cuyo valor reside en la singularidad de sus caracterís-
ticas únicas e irrepetibles, inherentes al bagaje cultural de la comuni-
dad que las creó.
«Su valor lo proporciona la estima, que como elemento de iden-
tidad cultural, merece a la sensibilidad de los ciudadanos. Porque los
bienes que lo integran se han convertido patrimoniales debido
exclusivamente a la acción social que cumplen, directamente deri-
vada del aprecio con que los mismos ciudadanos los han ido revalo-
rizando»1.
Estas consideraciones extraídas del Preámbulo de la Ley del Patri-
monio Histórico Español enmarcan con precisión el carácter de rique-
za colectiva inherente al concepto de patrimonio cultural. Es esta con-
sideración del patrimonio como bien común, la que confiere a cada
individuo de la comunidad el derecho a usar y disfrutar de él y la obli-
gación de mantenerlo y conservarlo, para que todos lo puedan conocer,
usar y disfrutar.
Estas consideraciones acerca del carácter de bien común del patri-
monio cultural, son objetivas, e independientes del medio socioeconó-
mico en el que se halle inserto el patrimonio cultural, cualquiera que
sea su tipo o acepción.

;
Ley 16/85, de 25 de junio,del patrimonio Histórico Español (B.O.E. de 29 de Junio de
1985).
122

Pero nos vamos a referir a la actuación sobre el patrimonio cultu-


ral de un continente, el latinoamericano, en el que, junto con el afri-
cano, persiste, con terca insistencia, la brecha de la desigualdad. ¿Hay
algo menos imprescindible en una comunidad instalada en la pobreza
que la atención al patrimonio cultural? Definiré la pobreza poniendo
en negativo las acciones que la Comunidad Internacional considera
necesarias, incluso prioritarias, para erradicar la pobreza: la pobreza
reside en la ausencia de oportunidades para desarrollarse la persona
en plenitud, esto es, en la imposibilidad de acceder a una alimentación
adecuada, a la educación y a la sanidad, al agua potable y a la partici-
pación política.
Obviamente, entre estas afirmaciones ya se establecen prioridades,
pues de poco le puede servir a la persona mal alimentada y sin acceso
al agua potable, tener acceso a la participación política. Pero bien ana-
lizadas, son todas necesarias. En el mejor de los mundos más justos, el
voto debería ser la vía para optar al acceso al agua potable, a la educa-
ción, a la sanidad...
¿Cuál es la situación en América Latina respecto a la pobreza? Las
cifras, no por sabidas y reiteradas, dejan de ser un constante recorda-
torio de la desigualdad. Aunque el continente africano acumula los
índices de pobreza más bajos, la región latinoamericana concentra los
mayores porcentajes de pobreza (70%) en cuatro países considerados
de renta media en el conjunto del área: Brasil, Colombia, México y
Perú. Es decir, la desigualdad se enquista y crece en aquellos medios
en los que hay mayores oportunidades, pero sólo para unos pocos.
En esta realidad, ¿cómo se justifica invertir recursos en la conservación
y puesta en valor del patrimonio cultural? Obviamente, sólo en el caso que
esta inversión revierta en la reducción de la pobreza de la comunidad a la
que pertenece (la pobreza y el patrimonio). O lo que es lo mismo, aprove-
chando la potencialidad que el patrimonio tiene como recurso útil para
paliar las carencias inherentes al estado de subdesarrollo.
En este sentido, en el caso de la actuación de la Agencia Española
de Cooperación Internacional en materia de conservación del patrimo-
nio se ha ido avanzando, desde los planteamientos iniciales, en los pri-
meros años 80, hasta hoy, en la difícil tarea de conjugar la actuación
sobre un bien tan delicado, que por su propia naturaleza requiere alta
especialización, con la de convertir ese bien en patrimonio de todos.
Eso quiere decir, trabajar no sólo en la recuperación física del patri-
monio deteriorado, sino también y simultáneamente en lograr que la
123

comunidad conozca su patrimonio, descubra su valor, lo aprecie, lo use


y disfrute de él y sea consciente de la necesidad de cuidarlo y conser-
varlo, como bien común. Pero además, significa contribuir a generar
procesos participativos, conciencia ciudadana, mecanismos de gestión
en los gobiernos locales, a fortalecer las instituciones locales, departa-
mentales, incluso nacionales, a parte de contribuir a generar recursos
económicos reales, empleo, a mejorar el medio ambiente urbano y for-
mar y capacitar recursos humanos.
Todas estas consideraciones, que en conjunto y en resumen, consti-
tuyen instrumentos para contribuir a erradicar la pobreza, justifican el
qué, el por qué, el para qué, y el cómo y el con quién que en las actua-
ciones de la AECI en materia de patrimonio es necesario estar perma-
nentemente justificando.
En un espacio como éste, que va a formar parte de una monografía
dedicada al patrimonio iberoamericano, entiendo que el interés de este
artículo está no tanto en descubrir las características de ese riquísimo
y excepcional patrimonio, como en enmarcar la actuación de la Agen-
cia sobre el patrimonio cultural en cuanto a proyecto de cooperación al
desarrollo.
La perspectiva del tiempo, veinte años de actuación, debería hacer más
fácil la sistematización de lo realizado hasta ahora. No obstante, precisa-
mente esa amplitud temporal, hace difícil resumir un trabajo tan comple-
jo sin cometer imperdonables olvidos ni exageradas valoraciones.
Así, los ejemplos elegidos, obviamente, ni son todos los que mejor
representan la labor en curso, ni están todos los que podrían dar una
visión más completa de lo realizado, pero confío que el conjunto sí dé
idea del carácter y alcance de nuestro trabajo.

Antecedentes

Para comprender mejor el proceso de la actuación de la AECI en


este campo, es conveniente repasar, aunque sea de forma muy some-
ra, los pasos dados. Las premisas y líneas de pensamiento sobre el
objetivo entre manos ha ido evolucionando y enraizándose en las
líneas de la ciencia de la Cooperación Española, caminando casi de
la mano, ya que el Programa de Patrimonio arranca casi al mismo
tiempo que cuando España deja de ser país receptor de cooperación
para convertirse en país donante. En el origen, la idea de intervenir
124

en el patrimonio iberoamericano surgió en el panorama de la con-


memoración de los 500 años de un episodio, decisivo en la historia
mundial, que convertía inicialmente a la España de 1492 en la
«gobernadora» del más amplio espacio conocido. Esta conmemora-
ción se centró en superar las luces y sombras de este episodio de
todos conocido, en profundizar lazos, en coser fisuras, en definitiva,
en unir esfuerzos y establecer bases sólidas para un futuro común, lo
que ahora ya se conoce como el espacio común iberoamericano. Un
testimonio de aquel origen de historia común imposible de ocultar lo
constituye el resultado de una manera de pensar, de creer y por tanto
de vivir, individual y colectivamente, que se tradujo en la creación
paulatina de unas estructuras físicas y sociales que no son otra cosa
que el patrimonio iberoamericano.
Si bien los principios iniciales sobre la necesidad de actuar en edi-
ficios o estructuras monumentales, de propiedad pública con garantía
de tener asignado un uso público, que entonces eran casi los únicos
requisitos para acometer un proyecto, obviamente permanecen vigen-
tes, el foco actual de la prioridad está centrado en la potencialidad de
generar bienestar al mayor número posible de beneficiarios entre los
más necesitados.
Inicialmente se emprendieron proyectos puntuales de restauración en
estructuras de evidente valor histórico y cultural (monumentos de primer
orden a nivel continental, como el Convento de San Francisco de Quito,
o la Iglesia de la Compañía de Cuzco) en los que la iniciativa partía
esencialmente de un «ofrecimiento» del gobierno español para contri-
buir técnica y financieramente a la restauración de un patrimonio monu-
mental que sufría un progresivo deterioro. En estos casos, las caracterís-
ticas históricas,de los inmuebles, su innegable conexión con la época
colonial del país correspondiente, se convirtió en un lastre que se ha
venido arrastrando a lo largo de los años, en el sentido de que España
restaura el patrimonio que dejó a su paso por América. Y digo lastre, por-
que es un prejuicio más a añadir al debate sobre la oportunidad o no de
que el gobierno español dedique recursos financieros y técnicos hacía
una actividad que se considera instalada (prejuiciosamente también) en
un marco de excepcionalidad y elitismo. Una muestra de que el objetivo
era el acercamiento, la necesidad de ser considerados socios en igualdad,
americanos y españoles, con su historia común y no común, lo constitu-
yen las actuaciones tanto en el ámbito del patrimonio prehispánico, las
que también se desarrollaron en los primeros años: Tikal, Lambayeque,

Anterior Inicio Siguiente


125

como las llevadas a cabo sobre testimonios arquitectónicos poscolonia-


les, de la llamada época republicana.
Las actuaciones en el ámbito urbano (centros históricos) se acome-
tieron en principio también como consecuencia de iniciativas de muy
diferente índole, la mayoría de las veces no tanto por la densidad de la
riqueza patrimonial del lugar, como por decisiones políticas que facili-
taban la creación de un equipo pluridisciplinar local dedicado a la ela-
boración de un Plan de Revitalización Integral del área central de la
ciudad delimitada como centro histórico.
Estas primeras actuaciones, a pesar de haber tenido un origen que
podíamos definir como muy poco ortodoxo en términos de cooperación
al desarrollo, son las que han puesto los cimientos sólidos a toda una tra-
yectoria que viene desarrollándose desde entonces sin interrupción.

El Patrimonio Cultural como instrumento de desarrollo

Insertado en una política de lucha contra la pobreza, el objetivo gene-


ral del Programa de Patrimonio Cultural de la AECI se centra en el apro-
vechamiento del Patrimonio Cultural como instrumento para el desarro-
llo sostenible. Entendamos la palabra sostenible como indisolublemente
unida a la de desarrollo, pues en esa política de lucha contra la pobreza,
el desarrollo que se pretende promover, debe ser acorde con una utiliza-
ción equilibrada en el tiempo de los recursos disponibles.
Este objetivo general persigue además los objetivos transversales de
promover la igualdad entre hombres y mujeres, respeto al medio
ambiente, defensa de los derechos humanos y respeto a la diversidad
cultural (Prioridades horizontales del Plan Director de la Cooperación
Española 2005-2008).
Como Programa de cooperación, el patrimonio es el objeto de las
actuaciones, pero el objetivo general es contribuir a la mejora de las
condiciones de vida de las personas, por lo que las actuaciones van
más allá de la mera intervención física, promoviendo y facilitando las
estructuras socioeconómicas para un a utilización sostenible de ese
patrimonio puesto en valor2.

2
Aclaremos que la expresión «puesta en valor», traducción literal de la de «mise en
valeur» francesa, es considerada como el conjunto de acciones que comprende el estudio, la
investigación, la conservación y el uso y disfrute del bien cultural «puesto en valor».
126

Los objetivos pueden resumirse en:

• Proteger la identidad, la herencia cultural y la memoria colectiva.


• Mejorar las condiciones de habitabilidad en el medio urbano.
• Generar actividad económica, inversiones y empleo.
• Mejorar la gobernabilidad de las instituciones.

No cabe duda de que la puesta en valor del patrimonio cultural,


independientemente de la rentabilidad «económica-» que genere, es un
instrumento de desarrollo humano, en tanto en cuanto contribuye a for-
talecer la identidad cultural de la comunidad a la que pertenece, apo-
yando su derecho a la defensa de la diversidad cultural. Asimismo,
mediante la puesta en valor y la gestión sostenible del patrimonio cul-
tural se contribuye al fortalecimiento de las instituciones locales, y se
facilita la participación ciudadana y el control comunitario en la ges-
tión de la conservación del patrimonio. Hay que insistir en que la ren-
tabilidad económica que genere la puesta en valor del patrimonio será
un prioridad de la cooperación al desarrollo cuando se concrete en
generación de riqueza y actividad económica en beneficio de la pobla-
ción de menos recursos económicos.

El Programa de Patrimonio Cultural de la AECI

Teniendo en cuenta que el patrimonio cultural es el objeto de la


actuación del Programa de Patrimonio, el campo de actuación en el
ámbito iberoamericano es sin duda inabarcable para una institución de
recursos limitados como la AECI. Como instrumento de cooperación
al desarrollo, el Programa de Patrimonio de la AECI interviene a soli-
citud de las instituciones locales. La selección de los proyectos se fil-
tra en los acuerdos bilaterales de cooperación, (Comisiones Mixtas) en
los que convergen los objetivos de la AECI (Prioridades del Plan
Director de la Cooperación Española) y las necesidades del país de que
se trate. La aprobación de los proyectos en el marco de estos acuerdos
garantiza la prioridad a nivel nacional.
El Programa de Patrimonio, si bien intenta abarcar todas las líneas
de actuación sobre el patrimonio, considerado éste en el sentido más
amplio: patrimonio cultural (material e inmaterial) y natural, y en
todos los ámbitos (desde el bien mueble hasta el paisaje cultural),
127

necesariamente debe concretar unas líneas de actuación que faciliten la


consecución de los objetivos propuestos. Así, el Programa sistematiza
la actuación sobre los centros históricos (y conjuntos patrimoniales de
una determinada área geográfica) como el ámbito de mayor amplitud,
dentro del que se desarrollan procesos de recuperación que implican a
bienes culturales materiales e inmateriales, con un componente estra-
tégico: la formación para el empleo en el marco de la puesta en valor,
las Escuelas Taller.

La revitalización de Centros Históricos

La concentración mayoritaria de la población en las ciudades (el


70% de la población americana es población urbana), hace imprescin-
dible que las áreas prioritarias de actuación sean las ciudades. En este
sentido, entre las mil necesidades de la población urbana, está la de
disfrutar de servicios básicos, infraestructuras, equipamientos, espa-
cios públicos utilizables, sin olvidar una vivienda digna. Estas necesi-
dades son objeto de la gestión pública, o lo deberían ser. En el caso del
Programa de Patrimonio, una línea de actuación es la de mejorar la
situación urbana, en toda su amplitud, del centro histórico de la ciudad.
¿Por qué esta atención al centro histórico? Porque es en esta área
donde habitualmente se concentra el mayor número de edificios de
valor patrimonial, además de ser la zona de mayor valor histórico y
cultural. Todas las ciudades cuentan con su centro «histórico», en todas
ellas la vida de la ciudad comenzó en un espacio concreto, centro de la
actividad cívica. (Todas las ciudades iberoamericanas, fundadas en el
lapso de ochenta años, tuvieron su origen fundacional en la plaza
mayor, en la que se concentran las sedes de los poderes cívicos y reli-
giosos, las más ricas y sólidas de la ciudad.) Sucede que dependiendo
de las potencialidades culturales y económicas de sus habitantes, el
centro histórico es más o menos valorado como conjunto armónico
desde el punto de vista artístico.
La situación de estos centros se ha degradado en un cortísimo espacio
de tiempo, si se tiene en cuenta que desde su consolidación hasta prácti-
camente los años cincuenta del pasado siglo han permanecido habitados e
inalterados en lo que a sus características funcionales se refiere.
Aunque la magnitud de los problemas de los centros históricos lati-
noamericanos es diferente según el tamaño y su importancia relativa
128

como recurso económico, podemos asegurar que la mayoría de las ciu-


dades aún conservan lo que convencionalmente llamamos centro his-
tórico, su traza original e importantes testimonios de arquitectura civil
y religiosa. Otra cosa es la falta de la identificación de la población con
su ciudad y la endémica ausencia de políticas públicas dirigidas a la
preservación del espacio urbano como capital social
Al ser el espacio principal de la ciudad, en él se agudizan las ame-
nazas y posibilidades: es en el centro histórico el que se producen fenó-
menos simultáneos que conducen a que deje de ser un lugar atractivo
para vivir, y por tanto, a su deterioro: deja de ser el lugar de residencia
de las clases más acomodadas, a la vez que se tuguriza, es invadido por
el comercio informal, y sufre la presión de ser lugar central, con los
consiguientes problemas de tráfico rodado.
El Programa de Patrimonio de la AECI apoya y contribuye, junto
con las instituciones locales, a la realización de Planes de Revitaliza-
ción Integral de estos centros históricos, con los el objetivo general de
mejorar la condiciones de vida de los ciudadanos, mediante un instru-
mento técnico y legal que permita ordenar y priorizar las intervencio-
nes tanto públicas como privadas, orientadas a compatibilizar el des-
arrollo local y la conservación del patrimonio.
Ello significa:

• La elaboración de una Normativa Urbanística (regula las condi-


ciones urbanísticas, manzana por manzana y edificio por edificio,
lo que implica la elaboración del inventario de bienes inmuebles
y espacios públicos y la correspondiente catalogación).
• Simultáneamente a la elaboración del Plan, identificación y reali-
zación de Proyectos de rehabilitación urbana, tanto de espacios
públicos como de edificios de carácter monumental, destinados a
equipamientos públicos, de especial significado, que sensibilicen
al ciudadano y a las instituciones, e incentiven la participación de
la iniciativa privada en el proyecto común de cambiar la ciudad.
• Posteriormente, una vez elaborado el Plan, la ejecución de un
Programa de Intervenciones definido por el Plan, en función del
diagnóstico socioeconómico
• La creación de una Oficina Técnica de Gestión del Centro Histó-
rico, de carácter municipal, desde donde se asegure la gestión
integral del Plan: control urbano (licencias), asesoría al ciudada-
no, Proyecto y dirección de obras...

Anterior Inicio Siguiente


129

En definitiva, se trata de contar con un instrumento que, además de


velar por una correcta conservación del patrimonio edificado y urbano,
ordene y centralice el conjunto de medidas de actuación municipal
dirigidas a mejorar las condiciones de la calidad de vida en el centro
urbano: Mejora de los servicios e instalaciones públicas, condiciones
de habitabilidad, seguridad ciudadana, ordenación de usos del suelo
que frene la terciarización, ordenación del tráfico y transporte público,
etc., siguiendo criterios de equidad social, respeto a la identidad y
diversidad cultural y a la sostenibilidad medioambiental. A su vez, con
la gestión integral desde la Oficina de Gestión Municipal, se fortalece
la capacidad institucional y se favorece la participación social en la
gestión de su ciudad.
En la práctica esto supone, en primer lugar, una decidida voluntad
política por parte de las instituciones locales (municipios), de empren-
der una empresa a largo plazo, convencidos de la necesidad de impri-
mir un cambio en los hábitos urbanos, tanto por parte del gestor públi-
co como por parte del sector privado: la ciudad debe de usarse como
bien público que es, y no como sitio de nadie sobre el que cada uno se
arroga derechos individuales en su propio beneficio. Este cambio de
mentalidad es imprescindible para el éxito de un Plan Integral de Revi-
talización. Ello lleva implícito debate, diálogo, participación, y con-
vencimiento de y entre todos los actores.
Esta premisa, que es indispensable para obtener un mínimo de
aciertos, no siempre se da con la misma intensidad. Una primera mues-
tra de esta voluntad política es la aprobación legal del Plan de Revita-
lización, aprobación que permite la aplicación real del Plan. Con ello
se acepta, por el Consejo Municipal, y por ende, por la comunidad, un
marco de actuación que garantiza eí gasto del presupuesto público en
unas prioridades basadas en las necesidades reales de la población.
¿Cómo actúa el Programa de Patrimonio de la AECI en esta pro-
blemática? El apoyo es técnico y financiero, pero hay que resaltar que
el trabajo es ante todo de técnicos locales, y en su caso, conjunto, entre
técnicos españoles y locales. Tratándose de proyectos de cooperación
al desarrollo, el objetivo es el de crear las estructuras que hagan posi-
ble una labor eficaz y sostenible a largo plazo, que perdure una vez
desaparezca el apoyo del Programa.
Desde el comienzo del Programa se han elaborado Planes de Revi-
talización en Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Guatemala, Honduras,
México, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela, con resultados des-
130

iguales, pues ni las condiciones ni circunstancias son iguales, ni los


recursos los mismos.
Teniendo en cuenta que la revitalización es un proceso a largo
plazo, sólo al cabo de un período de tiempo dilatado (a partir de cinco
años desde el inicio de actividades) pueden considerarse objetivamen-
te los efectos: Ciudades en las que apenas había conciencia ciudadana
sobre la importancia de su centro histórico se ha suscitado la preocu-
pación y el interés por ese patrimonio desconocido, sobre la necesidad
de su conservación, pero sobre todo, sobre su aprovechamiento como
recurso de desarrollo local.
Paralelamente, la ejecución de obras, tanto del sector público, como
de la iniciativa privada, viene favoreciendo un cambio, no sólo del
aspecto físico de la ciudad, sino de mentalidad ciudadana y de com-
promiso de las instituciones.
Este proceso -al igual que el estado anterior de deterioro y abando-
no es el resultado de una mentalidad de dejación de responsabilidades
ciudadanas, de negación y de olvido del espacio público como espacio
simbólico ciudadano, de huida hacia barrios periféricos ajenos a las
raíces históricas del lugar-, significa la regeneración y recuperación de
la identidad urbana, del orgullo de pertenecer a su ciudad, de las res-
ponsabilidades de la gestión pública.
Los espacios públicos recuperados (las plazas Centrales de León y
Granada en Nicaragua, la plaza Mayor y el Paseo de los Monumentos
de Comayagua en Honduras, la plaza de los Coches en Cartagena de
Indias -ahora Plaza de la Paz-, la plaza de San Francisco de Popayán
en Colombia, las plazas de San Pedro Goncalves y Antenor Navarro en
Joao Pessoa en Brasil, la plaza de San Francisco de Quito, son algunos
ejemplos realizados) no sólo significan el acondicionamiento físico del
lugar, sino que con la realización de estos proyectos se dignifica el
entorno urbano y se recupera el sentido del espacio público por la ciu-
dadanía. Ello, además, a la larga, genera beneficios para la economía
urbana, pues al dignificarse la centralidad de la ciudad, el centro his-
tórico se vuelve atractivo a la inversión, se regenera el comercio for-
mal, se vuelve a creer en un modelo de ciudad en la que es agradable
vivir.
Con la recuperación para usos sociales de edificios históricos de
especial significado, que durante años han permanecido en el olvido,
con el consiguiente deterioro, no sólo se recupera la estética y la monu-
mentalidad histórica y se descubre de nuevo al ciudadano su patrimo-
131

nio, sino que se crean los equipamientos necesarios de los que el cen-
tro histórico es deficitario, favoreciendo la fijación y/o el retorno de
población residente, factor clave para la revitalización a largo plazo del
centro histórico.
Algunas de estas intervenciones corresponden a edificios cedidos
por la institución propietaria (Estado, Municipalidad...) a la AECI para
uso como Centro de Formación o Centro Cultural de España, por un
período limitado de tiempo, a cambio de que la AECI asuma su pues-
ta en valor.
Estos casos, independientemente de que la puesta en marcha de
estos centros infiere sin duda una inyección de actividad cultural y eco-
nómica a nivel local, se convierten en puntos de referencia de la vida
cultural y profesional a nivel nacional y regional.
Los inmuebles corresponden a estructuras de especial significado
histórico en la ciudad: Caso del Convento de Santo Domingo en Car-
tagena de Indias, o el antiguo Colegio de los Jesuítas en la Antigua
Guatemala. En otros casos, la propia intervención arquitectónica
imprime atractivo a edificios de menor valor monumental y simbólico:
Edificio de la Calle Guatemala, en pleno centro histórico de México
DF, y la «Casa Mojana», antigua ferretería de la ciudad vieja de Mon-
tevideo, rehabilitados para Centro Cultural de España en México y
Montevideo, respectivamente.
En los últimos años se ha hecho hincapié en la necesidad de apoyar
planes de mejora de las viviendas en los centros históricos, iniciándo-
se una práctica en la que se implican propietarios, municipalidades, e
incluso instituciones de carácter nacional (Ministerios de la Vivienda)
en la rehabilitación de viviendas. Así, se han iniciado actuaciones pla-
nificadas y gestionadas desde las Oficinas Técnicas de Gestión de los
Centros Históricos en Bolivia (Potosí, Sucre, Misiones de Chiquitos),
Nicaragua (Granada), Perú (Arequipa, Cuzco).
En este aspecto hay que resaltar la participación de la Junta de
Andalucía, quien viene desarrollando una política de actuaciones pun-
tuales en centros históricos precisamente en este tema. La comple-
mentariedad en estos casos se produce de forma natural, ya que las
intervenciones financiadas por la Junta de Andalucía se apoyan, en la
mayoría de los casos en la capacidad instalada de las Oficinas Técni-
cas de Gestión de Centros Históricos de los Planes de Revitalización
apoyadas por la AECI, a través de las que la Junta recibe información
y apoyo logístico y técnico para la identificación y ejecución de los
132

proyectos. Por ejemplo, la gestión realizada desde la Oficina del Cen-


tro Histórico de Potosí en la revitalización de las áreas históricas de la
ciudad, ha logrado el apoyo del Ministerio de la Vivienda boliviano,
que por primera vez, concede créditos para la rehabilitación de vivien-
das. Los fondos del Ministerio se complementan con los de la Junta de
Andalucía y los propietarios, y en conjunto se está ejecutando un Plan
de Vivienda para la mejora de la habitabilidad de las viviendas de un
sector del centro histórico.

La región y el paisaje cultural

La actuación del Programa de Patrimonio en el ámbito del «Paisaje


Cultural» se centra por el momento en tres experiencias, cada una de
ellas relativa a un área geográfica poblada por comunidades con valo-
res culturales, materiales e inmateriales, diferenciados.
El primer caso es el Proyecto de Desarrollo Integral del Valle del
Coica, en la región de Arequipa. Se trata de un valle situado a más de
cuatro mil metros de altitud, con una única vía de acceso desde la ciu-
dad de Arequipa. A lo largo del valle se localizan catorce pueblos, anti-
guas misiones franciscanas, habitados por familias que en generacio-
nes no han salido del valle. La dificultad del acceso a este rincón
peruano ha provocado el aislamiento de estas comunidades, que hasta
hace cinco años carecían de servicios, para nosotros tan elementales,
como la luz eléctrica. No me extenderé en comentarios acerca del rico
patrimonio que encierra cada uno de los poblados, tanto de arquitectu-
ra religiosa como de arquitectura doméstica tradicional y popular,
incluidas la traza y disposición de la edificación y plazas públicas, todo
ello de una gran belleza y suficientemente comentado en publicaciones
y estudios, pero sí es necesario resaltar la singularidad del proyecto.
Desde el punto de vista de la cooperación al desarrollo, puede con-
siderarse un ejemplo de cómo el patrimonio ha sido el detonante y fac-
tor fundamental para movilizar otras iniciativas dirigidas a la lucha
contra la pobreza de un área geográfica. Se interviene en la restaura-
ción integral de los 16 templos, hitos cada uno de ellos de cada pobla-
do, por su valor cultural y simbólico. La puesta en valor es integral,
incluyendo la inventariación y conservación de los bienes muebles de
cada templo: pintura de caballete, pintura mural, escultura y retablos,
con el consiguiente estudio museológico e instalación museográfica.

Anterior Inicio Siguiente


133

Se pretende integrar en el circuito turístico del Valle del Coica (hasta


ahora escasamente visitado para observar el vuelo del cóndor) la
visita a cada uno de estos templos, y así generar economías comple-
mentarias.
La restauración es realizada con mano de obra local, que recibe
capacitación y la necesaria formación para la realización de los traba-
jos. Se ha creado un taller permanente de conservación de bienes mue-
bles en Chivay, núcleo capital del valle, donde se imparte la formación
teórica y práctica.
El proyecto incluye, además de la restauración de los templos,
acciones de defensa de la arquitectura tradicional (la sede permanente
del Proyecto de Desarrollo Integral, ahora traspasada a la institución
local que gestiona la Mancomunidad del valle -Autocolca- se cons-
truyó con sistemas constructivos y materiales tradicionales, que for-
man parte de la identidad cultural -del paisaje cultural- y que estaban
siendo olvidados: el adobe, el sillar y el trabajo de cantería). Trabajos
de reordenación del espacio público han facilitado la reactivación de
economías locales, como es el caso de la plaza de la Cruz de Copora-
que, en cuyo entorno se ha creado un mercado permanente para venta
de productos textiles tradicionales. Actualmente se ha iniciado la ela-
boración de una normativa mínima para la conservación de la estruc-
tura urbana de cada pueblo del valle.
Es importante resaltar la repercusión que está teniendo en la vida de
la comunidad la participación de la mujer en los trabajos de restaura-
ción. El cambio es radical, de mentalidades y actitudes. Hay que tener
en cuenta que se trata de núcleos poblacionales aislados en el medio y
en el tiempo. En algún caso, son personas que no conocen otro entor-
no que su propio pueblo, del que ni siquiera han salido. Ahora, una de
las jóvenes formadas en la restauración del Templo de Lari, está com-
pletando, por su cuenta y riesgo, su formación en una Escuela de Lima,
a la vez que cuida de su hijo y trabaja en la restauración de los retablos
del la Iglesia de San Pedro de Lima.
Otra experiencia en el ámbito de un entorno geográfico aglutina-
dor de una identidad cultural diferenciada es la del Plan de Desarro-
llo Integral de los Conjuntos Históricos de la Mancomunidad de
Colosuca, en el Departamento de Lempira, en Honduras. Esta región
del occidente de Honduras es una de las zonas con menos índice de
desarrollo humano del país, por lo que está identificada como área
prioritaria de actuación en los acuerdos bilaterales de cooperación.
134

Aquí se concentran actuaciones sectoriales dirigidas al desarrollo


integral del área. La comunidad pertenece a la denominada cultura
lenca, caracterizada por un importante y singular patrimonio cultu-
ral (material e inmaterial) y natural, que incluye elementos de su
cultura prehispánica relativos a ritos, organización social y del tra-
bajo, y una rica tradición artesanal, en especial de la elaboración de
utensilios domésticos a base de la modelación del barro elaborado
con tierra local.
En este caso el propósito inicial fue replicar el proceso de revitali-
zación del centro histórico de Comayagua, donde se viene actuando
desde hace diez años con excelentes resultados, en el centro histórico
de Gracias, la capital del Departamento, declarada conjunto histórico
nacional en 1997. Pronto se estableció la necesidad de considerar el
conjunto de los pueblos de la zona, ya constituidos en Mancomuni-
dad3, y extender el trabajo y por tanto, los beneficios, a cada uno de los
conjuntos poblacionales.
La buena marcha de las actividades, independientemente del traba-
jo técnico (se ha conformado un equipo pluridisciplinar de técnicos
locales que conforman la Oficina Técnica de Gestión del Plan de Revi-
talización de los Conjuntos Históricos de COLOSUCA) es fruto de la
decisión política de los responsables locales y el compromiso y la par-
ticipación de la Comunidad. Decisión política es en este caso, com-
promiso de voluntades y por tanto de aportes financieros importantes,
lo que es imprescindible para la apropiación de las actuaciones por la
comunidad beneficiaría. Es importante resaltar que se ha aprobado por
la Mancomunidad un Plan de Desarrollo Integral que identifica más de
trescientos proyectos, definidos en talleres participativos por toda la
Comunidad. Integrado en el Plan de Desarrollo del Circuito Turístico
de la Ruta Lenca, se contempla la conservación y ordenación de los
conjuntos históricos, la restauración de sus templos, y la realización de
proyectos demostrativos del impulso gestor. Hasta la fecha (el Plan se
inició en 2002) se ha restaurado un inmueble histórico en Gracias -la
Casa Galeano- como centro de interpretación de la cultura lenca, la
Escuelona, en el municipio de La Campa, como centro de interpreta-
ción y Museo de la alfarería lenca y el Kiosco del Parque central de
Gracias como Oficina e Información turística. A su vez, esta actividad

3
Los Municipios de Gracias, La Campa, San Marcos Caiquín, San Manuel de Colorete,
San Sebastián y Belén constituyen la Mancomunidad de Municipios Lencas del Centro de
Lempira-COLOSUCA desde 2001.
135

restauradora tiene por objetivo incluir la visita de los pueblos de la


Mancomunidad en el circuito turístico de la ruta lenca, proyecto que a
su vez está propiciando el acondicionamiento de la accesibilidad por
carretera a la zona, hasta ahora sólo posible con gran dificultad.
La tercera experiencia está localizada en el oriente boliviano, en la
selva chiquitana. Se trata del conjunto de las Misiones Jesuíticas, seis
de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad. Como en los casos
anteriores, la dificultad de acceso es enorme, y el aislamiento también.
Palpable igualmente la falta de servicios, aunque hay una mínima
infraestructura turística que permite la visita con relativa comodidad.
El denominado Plan Misiones tuvo su origen en una actuación puntual
en el poblado de Santa Ana, a partir de la cual se han iniciado los Pla-
nes urbanos para cada poblado: San Rafael, San Javier, San José, San
Miguel, Concepción. Éstos, junto a Santa Ana fueron declarados Patri-
monio de la Humanidad por UNESCO en 1990.
En este caso, la participación y compromiso de las Alcaldías han
sido escasos, por lo que el Plan ha venido funcionando al margen de
las instituciones locales. Los avances que pueden señalarse es la reali-
zación del Inventario de los Bienes Muebles de cada uno de los Tem-
plos de la Chiquitanía, labor ingente y muy útil a la hora de su preser-
vación. Fruto de este Inventario se está realizando un trabajo de inves-
tigación sobre el origen y fabricación de estos bienes muebles, a partir
del que se está planteando la realización de un proyecto específico para
la producción de artesanías con un doble objetivo: introducir actividad
económica y evitar la pérdida de determinadas técnicas tradicionales
locales. Otro logro es la realización del Inventario del Patrimonio
intangible de las Misiones de la Chiquitanía, Inventario pionero en su
género en el país, e incluso en el continente, modelo de diferentes ini-
ciativas en curso en otros lugares.
No obstante, podemos considerar como el logro más importante la
realización de un Plan de Vivienda, que, iniciado en Santa Ana, se está
replicando en los ocho centros urbanos, cuyo objetivo es la rehabilita-
ción de 1.675 viviendas. Este Plan contempla la rehabilitación de las
viviendas (siempre con sistemas constructivos y materiales tradiciona-
les) dirigida principalmente a la mejora de las condiciones de habita-
bilidad: Incorporación de módulos sanitarios y saneamiento. Los pro-
pietarios aportan la mano de obra y los materiales, la AECI la asisten-
cia Técnica, a través de la Oficina del Plan Misiones, y la regulariza-
ción de los títulos de propiedad. La preservación de este patrimonio
136

arquitectónico tradicional y doméstico contribuye a la valorización de


la identidad cultural por los propios chiquitanos que ahora se sienten
dueños y orgullosos de su casa, cuando hasta hace muy poco la casa
chiquitana era considerada signo de atraso y de inferior calidad.
Aunque como se ha señalado, la participación de los responsa-
bles locales en las actuaciones es mínima, es necesario señalar que
desde finales de 2005 se ha dado un giro a esta situación, habién-
dose comprometido los Municipios a aportar los compromisos
financieros necesarios para la ejecución de obras y la gestión del
Plan Misiones.

Las escuelas taller

Una componente estratégica del Programa de Patrimonio lo consti-


tuyen las Escuelas Taller.
Centros de formación de jóvenes de mínimos recursos económicos
en técnicas y oficios tradicionales relacionados con la restauración del
patrimonio. El modelo aplicado (formación teórica y práctica, median-
te la ejecución de obra) corresponde al esquema de Escuela Taller des-
arrollado en España desde los años 80. La implantación en América de
las Escuelas Taller, desde 1990, con el apoyo financiero del entonces
INEM (Instituto Nacional de Empleo, del Ministerio de Trabajo y
Asuntos Sociales español) se ha consolidado como uno de los proyec-
tos de cooperación al desarrollo más genuinos. Así mismo, dentro del
Programa de Patrimonio, constituye una componente fundamental,
paradigma de la contribución del patrimonio, considerado éste en cual-
quiera de sus acepciones, a la erradicación de la pobreza.

La singularidad de este modelo radica en varios factores:

La formación recibida a través del trabajo: los alumnos son «traba-


jadores» que ejecutan un trabajo real en una obra de restauración. Este
trabajo, como tal, debe ser remunerado. Es por ésto por lo que los
alumnos de una Escuela Taller reciben un salario, beca, bolsa (según el
país o la región).
Por otro lado, es precisamente el patrimonio el objeto de la inter-
vención: las obras son obras de restauración de un inmueble de valor

Anterior Inicio Siguiente


137

patrimonial, y los oficios aprendidos y practicados son oficios tradi-


cionales, muchos de ellos en peligro de desaparición.
Se da por tanto la circunstancia de que esta labor formativa está
contribuyendo a la puesta en valor del patrimonio cultural, y no sólo
en el aspecto meramente físico de la restauración, sino en la aprecia-
ción, conocimiento y valorización del alumno hacia su propio patri-
monio.
Al mismo tiempo, se está dando la oportunidad a jóvenes que, en la
mayoría de los casos no tienen otra posibilidad de formación, de adqui-
rir una destreza y un oficio que va a servirles para obtener un empleo
en el campo de la restauración, o la posibilidad de crear su propia
empresa, con lo que puede afirmarse que la Escuela Taller contribuye
a la capacitación para la inserción laboral.
La Escuela Taller se convierte así en un instrumento de la coopera-
ción al desarrollo y del aprovechamiento del patrimonio cultural para
el desarrollo socioeconómico, al ser un instrumento para la capacita-
ción profesional y la inserción laboral de un grupo de alumnos (una
media de 70 alumnos por escuela), pero el gupo de beneficiarios del
proyecto de cooperación se extiende, además de a sus correspondien-
tes familias, al conjunto de la comunidad en la que la Escuela se inser-
ta, ya que las obras en las que intervienen son obras de restauración de
edificios de valor patrimonial destinados a usos sociales, de especial
significado para la población.
La participación del modelo de Escuela Taller de los aspectos gene-
rales contemplados en los proyectos del Programa de Patrimonio, es un
hecho en cuanto que, contribuye, como hemos visto, a la preservación
y el aprovechamiento del patrimonio cultural, al fomento de la valora-
ción social del patrimonio y el consiguiente fortalecimiento de la iden-
tidad cultural de la comunidad, a la capacitación profesional con la
consiguiente dinamización económica, a.través de la inserción laboral
y creación de microempresas. '
La complementariedad con las otras líneas de actuación del Progra-
ma de Patrimonio (Revitalización de Centros Históricos) es una com-
ponente buscada para una mayor eficacia de las actuaciones: Aunque
se dan casos de Escuelas Taller en funcionamiento en ciudades en las
que el Programa no interviene directamente en Planes de Revitaliza-
ción del Centro histórico, la tendencia es que las Escuelas Taller se
conviertan en el instrumento municipal que acompañe el proceso de la
revitalización del centro histórico de la ciudad.
138

Independientemente de los resultados apuntados del modelo de


Escuela Taller en el ámbito de la formación y capacitación, y cómo no,
en el de la conservación del patrimonio cultural, es importante (y muy
gratificante) destacar el aspecto social y humano. Por un lado, en lo que
se refiere a la formación en sí, es notable el rescate de la relación maes-
tro-alumno, que en el caso de la Escuela Taller se da del modo más tra-
dicional, casi medieval, del maestro artesano traspasando sus conoci-
mientos. Se dan casos en los que los maestros son los últimos artesanos
conocidos (maestros carpinteros de la Escuela Taller Quito I). Reviven
por tanto, no sólo las destrezas, sino su forma de aprendizaje.
A esta relación alumno-profesor-alumno hay que añadir el fenóme-
no que supone contar con alumnas entre los alumnos, y por tanto, com-
pañeras entre los compañeros aprendices, en la Escuela Taller. Ade-
más, son alumnas -y compañeras- en talleres cuya actividad ha sido
privativa del hombre desde siglos. Se dan por tanto condiciones nue-
vas con las que se contribuye a iniciar procesos de cambio de mentali-
dad y de fortalecimiento de la mujer en medios en los que ellas mis-
mas hasta hace muy poco se consideraban excluidas. Ello, obviamen-
te, no se circunscribe a la escuela, sino que trasciende al ámbito fami-
liar, y por ende, al ámbito social. No cabe duda de que el porcentaje de
alumnas es aún muy pequeño, pero no menor que en cualquier Escue-
la Taller española (una media del 18% por escuela). Esta presencia de
la mujer se da también en el equipo directivo de la escuela: en la actua-
lidad, de las 26 Escuelas Taller en funcionamiento, 8 de ellas están diri-
gidas por mujeres.
No obstante, el aspecto que más enriquece la experiencia de las
Escuelas Taller es constatar cómo estos jóvenes, de 16 a 24 años, que
en la mayoría de los casos proceden de situaciones familiares conflic-
tivas, cuyo medio cotidiano antes de ingresar en la escuela era la calle,
carentes de expectativa y esperanza de futuro, al cabo de dos años de
formación salen con un oficio aprendido, que les permitirá optar a un
puesto de trabajo, y lo que es invalorable en términos de desarrollo,
salen formados como personas y como ciudadanos.

Hacia dónde vamos

En el momento en el que estamos, se está iniciando un proceso de


reorientación del Programa de Patrimonio, con los siguientes objetivos:
139

• Ajustar el Programa a las prioridades del Plan Director de la Coo-


peración Española promoviendo la complementariedad con otros
Programas y Sectores de dicho Plan Director.
• Consolidar las estructuras de desarrollo puestas en marcha
(Escuelas Taller y Oficinas Técnicas de Centros Históricos) pro-
piciando su institucionalización a través de la apropiación local y
nacional.
• Favorecer procesos de intercambio, de reflexión y contraste téc-
nico en los procesos de puesta en valor y gestión del patrimonio.
• Promover la colaboración con otras instituciones multilaterales,
internacionales, sector privado, sector académico y de investiga-
ción, así como con la cooperación española descentralizada.

Todo ello con el objetivo general de fortalecer el Programa como


instrumento de cooperación al desarrollo. Las líneas de actuación del
Programa continuarán, pero con un nuevo enfoque, cuyo eje central
será la puesta en valor y la gestión sostenible del patrimonio cultural
para el desarrollo socioeconómico.
Así, la actuación sobre los centros históricos continuará, como un
caso particular de esta línea estratégica, teniendo como punto de parti-
da la identificación de los objetivos de desarrollo, a partir de los que se
actuará en la puesta en valor del ámbito urbano que proceda (puede ser
la totalidad del centro histórico o de un barrio o sector urbano) siem-
pre en función de la obtención de los objetivos fijados. Estas actuacio-
nes, consideradas siempre en un ámbito de lucha contra la pobreza,
deberán generar beneficios a corto plazo (mejora de las condiciones de
habitabilidad, empleo, capacitación, acceso a microcréditos...) con el
consiguiente efecto de mejora de la calidad de vida.
La experiencia del Programa en el campo de la revitalización de los
centros históricos permitirá crear un marco de intercambio y difusión
de experiencias, de sensibilización respecto al futuro de los centros
históricos, y de intercambio de nuevas iniciativas, mediante la creación
de una Red Iberoamericana de Centros Históricos, en la que interven-
gan, en el ámbito iberoamericano, instituciones locales y nacionales, el
sector privado e instituciones académicas y científicas.
Este nuevo enfoque alcanza también a la componente estratégica en
formación ocupacional, las Escuelas Taller, para las que es necesario
buscar una vía de sostenibilidad de cara a la transferencia de estas
estructuras de formación ocupacional a las instituciones locales. En ese
140

sentido se está reflexionando sobre la posible institucionalización del


sistema de Escuelas taller, a nivel nacional. Ello conlleva promover las
condiciones para una apropiación progresiva desde la etapa de crea-
ción y paulatina consolidación, proceso tutelado por la cooperación
española, hasta pasar a un estado de mayor autonomía y autogestión
del sistema en cada país, en el que se pase de la tutela al simple acom-
pañamiento por parte de la cooperación española al proceso de «nacio-
nalización» del sistema.

Algunas conclusiones

En veinte años de actividad del Programa de Patrimonio de la AECI


en Iberoamérica hemos ido creciendo todos los implicados en enrique-
cimiento personal e institucional. No cabe ya duda alguna de que el
patrimonio, considerado como aquello que heredamos, pero también que
creamos todos los días, es un bien social, que como tal pertenece a la
comunidad, quien tiene derecho a usarlo y disfrutarlo. Este derecho debe
ser preservado por una política pública que asuma el compromiso de cui-
darlo y revertirlo a la sociedad. Tampoco cabe dudar de que la actua-
ción sobre el patrimonio debe ir dirigida, desde el sector público, a su
conservación, con el objetivo de preservar la herencia común. Parece
ya evidente que la actuación sobre el patrimonio de la mano de la
Ayuda Oficial al Desarrollo, en este caso, de la AECI, es un instru-
mento para impulsar el desarrollo humano.
Por ello, entendemos que la actuación de la AECI sobre el patrimo-
nio sólo debe hacerse en aquellos casos y sobre aquellos elementos
patrimoniales en los que esté asegurada la contribución al incremento
del desarrollo humano. Y ello no sólo en el campo de la mera conser-
vación del patrimonio, sino adoptando medidas y políticas que garan-
ticen la apropiación local del proceso completo de la actuación sobre
el patrimonio: a través de la formación y del fortalecimiento institu-
cional, apoyando los procesos de toma de decisiones en cuanto a dis-
tribución de recursos y competencias, haciendo posible y compatible
la mejora de la calidad de vida con las necesarias políticas de conser-
vación, de sostenibilidad de la gestión, aliando patrimonio y sociedad
local, cultura y economía, pasado y futuro.

Anterior Inicio Siguiente


PUNTOS DE VISTA
Iglesia de Túcume Viejo

Anterior Inicio Siguiente


Los Magni Hispani

Miguel Manrique

Con este nombre se designa a una de las escuelas filosóficas más


importantes que ha dado el pensamiento español a través de toda su
historia. O tal vez la más sólida en cuanto a agrupación en el marco de
unas centurias, pues se localiza, a la mayoría de sus exponentes, entre
finales del siglo XVI, gran parte del XVII y algo del siguiente. Esta
clasificación temporal es significativa dada la dispersión de la filoso-
fía en suelo hispánico dede la antigüedad clásica representada por
nombres como Séneca, la alta Edad Media con un Isidoro de Sevilla,
el judío Maimónides, el musulmán Averroes. Figuras, entre muchas,
que se pueden añadir a las más modernas como Luis Vives en el Rena-
cimiento o en edad contemporánea a Miguel de Unamuno, José Orte-
ga y Gasset, Javier Zubiri, etc. Los nombres y tendencias son abun-
dantes a través de todas las épocas, pero un grupo compacto de pensa-
dores es difícil de encontrar, si se exceptúa a los Magni Hispani.
Los rasgos fundamentales hay que buscarlos en el tratamiento que
hicieron de varias disciplinas entre las que podemos resaltar la reno-
vación de la escolástica; su inscripción en la llamada Escuela Españo-
la de Derecho Natural; la formulación de los primeros aspectos de lo
que en el futuro se conocería como derecho internacional y, sobre todo,
la elaboración de lo que sería el Derecho de Indias, extensión y adap-
tación a la nueva realidad munidal del Derecho castellano. Otra pecu-
liaridad, ésta no muy diciente para el la idiosincrasia de hoy en día, es
que todos ellos fueron eclesiásticos, aunque también profesores uni-
versitarios.
Los Magni Hispani más señalados y que han merecido una mayor
atención, tanto en la docencia como para los historiadores del pensa-
miento, son Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Domingo Báñez,
Luis de Molina, Francisco Suárez, Fernando Vázquez de Menchaca y
Gabriel Vázquez. Acaso algunos otros merecerían entrar en esta clasi-
ficación, pero su contribución ya a materias como el iusnaturalismo
racionalista en exclusiva los aleja un tanto (aunque sin excesiva dis-
144

torsión) de este encuadramiento. Demos una pincelada biográfica y


disciplinar a estos nombres del la Filosofía española renacentista.
El burgalés Francisco de Vitoria (1483/92-1546) -llamado el Sócra-
tes español- es la figura más señera de los denominados Magni Hispa-
ni. Considerado como el intelectual que sentó las bases del derecho
internacional, fue profesor en las universidades de Salamanca y París,
donde entró en contacto con los erasmistas y las teorías que renovarían
la Escolástica aún reinante en la pedagogía española.
Domingo de Soto (1495-1560), igualmente de la orden dominica
como Vitoria, establece en su obra Diez libros sobre la justicia y el
Derecho, la distinción clara entre los derechos natural, positivo y de
Gentes.
Un eminente teólogo fue Domingo Báñez (1528-1604) quien no
sólo se interesó por el estudio de lo divino sino que se prodigó en lo
humano mereciendo su atención la ciencia jurídica, profundizando en
las materias tratadas por de Soto y por la filosofía, a secas.
Los jesuítas, orden reñida con los predicadores dominicos, aportan
a este selecto club el nombre de Luis de Molina (1535-1600), quien
trata en profundidad el problema de la justicia y, ya en el terreno del
derecho de gentes, el de la guerra; curiosidad y escándalo a ojos actua-
les, pero que en la época era materia de normal tratamiento.
El granadino Francisco Suárez -conocido como el doctor eximió-
os otro, junto con Vitoria, de los más prestigiosos nombres de los
Magni Hispani. Incluso hay quien lo resalta como el más alto expo-
nente en cuanto al derecho natural por su aportación a la teoría de la
ley. En De legibus, (sobre las leyes) su obra maestra, trata hasta ago-
tarlo el aspecto iusnaturalista.
Fernando Vázquez de Menchaca (1512-1569), quien asistió al Con-
cilio de Trento, se decanta por un positivismo teónomo, es decir, deja
en manos de Dios cualquier autoría del derecho natural, afirmando que
esta cualidad radica en el hombre por la libérrima voluntad divina que
como tal la ha labrado en nosotros.
Por último, el sacerdote jesuíta Gabriel Vázquez (1550-1604) esta-
blece una de las grandes reflexiones de la época en torno al concepto
de pecado. Semejante falta, que aterrorizaba nuestras conciencias hasta
hace muy poco, no es algo instituido por Dios, sino que es pecado por-
que ya de suyo lo es. Vázquez viene a decir que en algún lugar de la
Creación se genera el concepto de pecado y allí va Dios y lo reconoce
como tal.
145

La neoescolástica

Dado lo multívoco del término escolástico, sólo nos detendremos en


definirlo como aquel saber que se impartía en una schola (escuela) y
que comprendía las llamadas «artes liberales» de la alta Edad Media.
Dichas artes eran el Trivium (gramática, lógica y retórica) y el Qua-
drivium (aritmética, geometría, astronomía y música). Y eran liberales
porque convertían al hombre en libre, diferenciándolo del servil. La
escolástica llega a su máximo esplendor en el siglo XIII y culmina al
devenir el nominalismo, lo que desembocaría en el racionalismo. Se
inicia así la época moderna de la filosofía, adelantándose a la etapa
en la que resurgió con todo su vigor la Antigüedad greco-latina, el
Renacimiento.
Ya en plena época humanista, la escolástica tornó de la mano de los
Magni Hispani y no como una actualización de los postulados de cua-
tro siglos atrás, sino a la luz de los nuevos enfoques científicos. A par-
tir de la gran revolución que significaba el racionalismo, este grupo de
españoles reeíabora una doctrina que partía de las frías y metódicas
enseñanzas aristotélicas pero huyendo de las densas Summas de anta-
ño. Las disciplinas son tratadas ágil y aisladamente, advirtiéndose una
independencia de la teología, con una inclinación más que notable por
la filosofía política y por el derecho de gentes. No podía ser de otra
forma, siendo los autores originarios del país que había ampliado los
confines de Occidente, estaba dándole al mundo sus actuales perfiles y
a la humanidad el encuentro consigo misma.
Respecto al pensamiento político propiamente dicho, el progresivo
alejamiento del Papado y del Imperio con la fundación de las monar-
quías absolutas, hacían indispensable un sistema de limitaciones del
poder del rey que otorgara un mínimo de garantías al subdito. Aunque
se considerara como un hecho positivo el final del poder de la noble-
za, la concentración de todo el imperium en unas solas manos, era un
problema que preocupaba a la reflexión política. Los abusos y someti-
miento de que eran objeto los hombres por parte de los señores en sus
pequeños Estados, multiplicaba inimaginablemente las posibilidades
de injusticia; pero la concentración de dicho poder ahora en una sola
persona, no garantizaba en modo alguno la justicia por lo que se hacía
necesaria una elaboración más sistemática de ese pacto que ya en su
momento pergeñó Nicolás Maquiavelo en El Príncipe. El acuerdo
entre comunidad y gobernante se lograba, pues ambas partes inter-
146

cambiaban seguridad por sumisión, dando lugar a la aparición del


Estado moderno; más o menos tal y como lo conocemos hoy en día. El
que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón hubieran acabado con el
poder de la nobleza en sus respectivas Coronas, no daba suficiente
tranquilidad a una población que aún tardaría tiempo en liberarse del
señorío de la horca y el cuchillo. No obstante, los Magni Hispcmi abor-
daron la cuestión en obras como De Legibus (Sobre las leyes; Suárez)
De potestate civile (Sobre el poder civil; Vitoria) o De iustitia (Sobre
la justicia; Soto) llegando, incluso, a aparentes contradicciones con el
espíritu dominante, pues depositaban en el Papa parte del poder tem-
poral conferido al monarca. Y todo para poner cortapisas a la hegemo-
nía de los reyes absolutos.
Otra materia en la que el pensamiento neoescolástico de los Magni
Hispani tuvo repercusión fue en la justificación de la guerra, conside-
ración que parecería de lo más exótico y hasta contrario para las men-
talidades de hoy en día. Pero, sobre todo para una de las figuras des-
collantes del grupo, Francisco de Vitoria, la guerra era necesaria como
medio de reprimir la injusticia con la condición de que se dieran tres
elementos: causa justa, autoridad legítima y recta intención. Los sub-
ditos, no obstante, tenían la opción de negarse a participar cuando la
injusticia de la contienda fuese totalmente manifiesta. Medio siglo des-
pués del dominico, el jesuíta Suárez advierte sobre la necesidad de
sopesar debidamente la posibilidad de una victoria antes de entrar en
guerra, a fin de evitar males innecesarios.

La escuela española del derecho natural

Otra de las grandes aportaciones de los Magni Hispani al pensa-


miento de la época, fue el cultivo de una de las disciplinas básicas en
el estudio de la ciencia jurídica. Por derecho natural se puede entender,
dicho muy someramente, aquella facultad generadora de derechos y
deberes con la que nace el hombre por el sólo hecho de serlo, sin inter-
vención de la acción positiva; o sea, de la ley elaborada por el Estado.
De esta escuela se pregona su cualidad de española, no tanto por la pro-
cedencia de sus integrantes, sino para diferenciarla de la racionalista
que se ocupa igualmente del tema iusnaturalista.
En cuanto a esta disciplina en sí, la particularidad se manifiesta en
el tratamiento independiente que se hace de la misma, denotando lo
147

que es ya una de los signos característicos de la escuela. El derecho


natural merece para los Magni Hispani atención independiente y por-
menorizada, fuera de la globalidad en que era incluido junto a la teo-
logía, la filosofía, la ética o la política. En obras como De potestate
civili (Vitoria), De iustitia (Soto) De iure (Báñez) De legibus (Suárez)
o De controversiae (Vázquez de Menchaca), los autores sientan las
bases de lo que es el derecho primigenio del ser humano. El derecho
natural, para ellos, es de origen divino y su autor es el mismo que el
del hombre: Dios; este ordenamiento puede convivir con el positivo,
siendo necesarios el uno al lado del otro, dado que el elaborado por el
Estado necesita del natural para justificarse a la vez que éste se sirve
de aquél para explicarse por medio de sus preceptos; el derecho natu-
ral tiene auténticos mandatos, es obligatorio, vigente y no es mera
guía; el natural es diferente al naciente derecho de gentes o interna-
cional, pues su fuente es la misma naturaleza o la inspiración divina,
mientras que la del segundo son los tratados entre Estados,
No obstante a depositar todo origen del derecho natural en Dios, la
escuela, y concretamente otro de sus pensadores como Gabriel Váz-
quez, acude a la naturaleza racional del hombre para justificar la exis-
tencia de toda norma no positiva. El ser humano es una criatura dota-
da de razón y, por lo tanto, totalmente responsable a la hora de actuar
e interpretar la ley que Dios ha imbuido en él por vía natural.

El derecho internacional. El Ius gentium

La conmoción que suscitó el descubrimiento de América en todo el


mundo antiguo y, concretamente, en España, dio lugar a una gran refle-
xión filosófica sobre las nuevas relaciones y pactos que debían regir
entre los hombres. El aspecto ya señalado del alejamiento de la autori-
dad papal e imperial -que iba paulatinamente provocando la aparición
de monarquías absolutas- configura un nuevo modo de reglas de
juego; los grandes Estados las necesitaban dada la complejidad de la
época. A la idea iusnaturalista de una una persona comunitaria -for-
mada por mútiples individuos merecedores de un ordenamiento que
rigiera sus relaciones- se une la de una comunidad humana en su con-
junto. El orbe se transformaría así en un solo pueblo, susceptible, tam-
bién, de un sistema jurídico generalizado. A esa comunidad mundial,
Francisco de Vitoria le deduce un carácter de persona moral y por lo
148

tanto necesitada de una normativa. Rige para ella un derecho natural


de sociedad, además de uno de comunicación, y al que no pueden
sustraerse, ni siquiera por propia voluntad, los individuos que le per-
tenezcan.
Al plantear la necesidad de este nuevo ordenamiento, de Vitoria
deja claro que este derecho de gentes sería fruto del pacto entre Esta-
dos. No tiene nada que ver con el ius gentium clásico, romano. El que
no era más que una refundición de instituciones pertenecientes a los
derechos de los pueblos que Roma iba agregando a su Estado. Era el
ordenamiento por el cual se regían los peregrinos, o sea los extranje-
ros, aquellos que no habían obtenido ni siquiera las latinidades menor
o mayor, previo paso a la ciudadanía romana. A pesar de ser una colec-
ción de instituciones griegas, sirias, egipcias, árabes, armenias, hebre-
as, germánicas, galas y hasta hispánicas, etc. era un derecho tan roma-
no como el ius civile. Lo que Francisco de Vitoria y el resto de los
Magni Hispani proponen es algo totalmente nuevo y distinto. Lo lla-
man también derecho de gentes puesto que la comunidad internacional
se inscribe en la definición aristotélica de necesaria, de natural socia-
bilidad. Es un derecho que regirá a los pueblos (a las gentes) y por lo
tanto a sus relaciones recíprocas (ius ínter gentes).
La comunidad internacional, por su naturaleza, por integrar en un
todo al género humano, era superior a las estrictamente estatales. Por
lo tanto, el derecho que se diera estaba por encima del nacional. Exis-
te, según el llamado Sócrates español, un bonun commune totius orbis
por lo que su normativa obliga por encima de las particulares. Ese
orbis tiene autoridad moral para dictarse leyes a sí mismo, de crear un
derecho de gentes positivo sin ningún conflicto con el dercho natural,
pues la comunidad humana también es obra de Dios,
Ya en un campo más técnico, tangible, uno de los principios que irían
a integrar este nuevo ordenamiento sería el de la libertad de los mares.
Este ius communicationis nacía ya como una especialidad de la disci-
plina que, actualmente, rige conceptos como el de aguas territoriales,
zona económica exclusiva e, incluso, espacio aéreo internacional. Para
Vázquez de Menchaca, el océano, por su extensión, no tenía dueño y
era legítimo el navegar por él; pero dicha libertad no estaría exenta de
conflictos, pues conflictivo es el ser humano. Por lo tanto, se necesita-
ba un derecho que rigiera dicho tránsito, lo que entró en franca contra-
dicción con la bula ínter coetera del Papa Alejandro VI y que concedía
a Castilla y Portugal el monopolio de la navegación oceánica.
149

De todas formas, al hoy derecho internacional público (y hasta al


privado) hay quien le niega el carácter de ordenamiento jurídico debi-
do a la ausencia de un poder ejecutivo -coercitivo- que haga cumplir
lo que dispone. No como sucede con los Derechos nacionales que
cuentan con el gobierno de cada país para hacer de sus normas algo de
obligado cumplimiento.

El derecho americano

Pero si existe una disciplina con la que los Magni Hispani escriben
con letras de oro sus nombres en la historia de la ciencia jurídica, esa
es la fundamentación de la necesidad de un ordenamiento especial para
las tierras recién descubiertas. De esta manera, la tristemente famosa
Leyenda Negra tiene un argumento más para venirse abajo. En época
tan temprana como la primera década del siglo XVI, Fernando el Cató-
lico reúne a un grupo de juristas para preguntarles en virtud de qué
legitimidad se podía justificar la ocupación de las tierras de los indios.
La respuesta de los doctores en derecho fue que la propiedad de la tie-
rra estaba ligada a la habitabilidad que el hombre hiciera de ella; por
lo que aquellos territorios no ocupados podían ser incorporados a
Castilla.
Francisco de Vitoria en De indis recenter inventis (Sobre los aborí-
genes recién descubiertos) establece el carácter ecuménico del derecho
de gentes; lo que le otorgaba igual categoría que al natural que le lleva
a reconocer la personalidad jurídica de comunidades no cristianas. Lle-
gados a este punto, no sólo de Vitoria sino los otros Magni Hispani, se
interrogan, conectando con la preocupación inicial de Fernando de
Aragón, sobre la legitimidad de la conquista. Se llega a la conclusión,
muy de acorde con los razonamientos de la época, de que los indios
merecen ser evangelizados; existe, por parte de los españoles, el deber
de darles a conocer la fe pero -¡oh mandato!- no la de imponerles el
cristianismo. Semejante aseveración no trascendió demasiado ni como
política de adoctrinamiento ni, mucho menos, como noticia que hoy en
día acuda en defensa de la empresa española en América. Lo que sí se
usó como base fue ia consideración vitonana de comunidad universal
para establecerse libremente; de impedirlo los indios a los castellanos,
entonces éstos sí que estarían legitimados para defenderse y ocupar el
territorio.
150

Respecto al establecimiento de una norma de convivencia, plasma-


da en un ordenamiento jurídico, tanto en la disposiciones de la Corona
como en las reflexiones de los Magni Hispani, pesó el hecho de no
toparse con sistemas jurídicos autóctonos estructurados en códigos.
Para terminar con el canibalismo y los sacrificios humanos, se pensó
en la instalación de un derecho peninsular y ese fue el castellano; no el
español en su conjunto. Este ordenamiento, llamado derecho de Indias
o indiano, fue pensado no sólo para la sociedad aborigen sino para los
conquistadores y colonos. Se empezó a legislar tanto desde la metró-
poli como en la propia América, siendo esta práctica el origen de lo que
hoy son los derechos positivos de Hispanoamérica.
Además de conformar esta escuela, los Magni Hispani tienen el
mérito de haber rescatado principios éticos del cristianismo primitivo
y de tendencias de la antigüedad lásica como el estoicismo, adaptán-
dolas a las abruptas condiciones de la época que les tocó vivir.

Anterior Inicio Siguiente


La adúltera

Gonzalo Rojas

Pienso y pienso qué haré con esta adúltera de esas que


salen en la Biblia y al tercero día
-una vez perdonadas- comen semen
de máquina porque también hay semen de máquina,
testículos
de máquina, orgasmo fluvial y
cerebral de máquina, ¿qué haré con esta adúltera?
-Ámala
me dicen las estrellas, ámala
por bestia bestial, por rajada y bailada en el arenal
del desamparo, ámala, apedreada y todo, ámala por
violada y vuelta a violar, por azucena
blanca y ensangrentada, por perdida ámala, por
eso y más. Ahí
va la foto: un metro setentamente carnal
para confirmar el mito, dos
ancas de parir y, ya más cerca, una muchacha
preciosa si se atiende al espectáculo
del baño, recién mojado el pelo alto, aireada
la fragancia de la nuca, limpia
de pecado, gozosa y
deseosa, estremecida aún por ese olor
a hombre, trizada, aullada por el rigor del vidrio,
y el espejo, el espejo.

Y el gran Tao cortante: -No, no te encandiles


con esa loca, liviandades son liviandades, no escribas en la
arena
ningún perdón, percances son percances pero lo indisoluble
a escala de alquimia
no es soluble, toda adúltera
pide adúltero. No : casorio llega a velorio
y más allá y el juego exige ritmo hondo a babor
y a estribor. Además no hay además, dos
es dos y uno uno. De repente hay Dios
y funciona.

Funciona para qué solloza allá lejos el clarinete del jazz


de los negros de New Orleans [paréntesis, mi lector:
¿sabía usted
que el vocablo jazz es semen en la tonalidad afectiva de
los negros?]
Sigo: funciona, funciona pavoroso para qué entre el
estruendo y el remolino convulso, ¿para qué entre el
estruendo y el remolino convulso, ¿para qué entonces
ese Dios?, insiste el instrumento. Él es Él. A tu trompeta
(vuelve a insistir)
ámala, a tu muchacha ensangrentada que es tu música
ámala,
a tu concupiscencia cerebral, a tu
libertina, no
transes. Habrá Dios
pero ¿dónde anda Dios? Son las 3 de
la madrugada y el avión a Chicago se va a estrellar, mi
Dios ¿dónde andará mi Dios?

Pienso y pienso: ¿o lo que prevalece es el comercio de los


denarios
pertilentes, Pound?, ¿esa ráfaga bancaria que va pudriendo
el planeta
cada minuto? ¿O nunca hubo Dios, o
el Dios que hubo era perro? ¿dónde queda Irak?,
putidoncella mía ¿dónde queda Irak, adúltera
mía, alma
mía, ¿dónde queda Irak?

-Oleaje, puro oleaje, no es que haya sido infiel,


cierra aquí la adúltera de un tajo: el casorio
con la eternidad
nunca fue mi fuerte.
153

¿Quién no lame la llaga de haber sido? Saludos


desde Londres, duermo
en el barriel de este arrabal
pasado el Támesis, hablo
con nadie, me alimento
de moscas.

Iglesia de San Agustín, Saña, Bóvedas


Iglesia de San Agustín, Saña. Restos del claustro

Anterior Inicio Siguiente


La crónica de Ulrico Schmidl, el relato
de un lansquenete

Ulises Muschietti

A Buenos Aires la fundaron dos veces, a pesar del escepticismo de


Borges, que la juzgaba «tan eterna como el agua y el aire». En efecto,
sólo el segundo intento de levantar una población junto al Río de la
Plata obtuvo el éxito que da la permanencia. Fue en 1580, por obra del
vizcaíno Juan de Garay, que llegó desde Asunción, ahora del Paraguay,
en el norte del litoral de los ríos, con unos setenta voluntarios de los
que al menos sesenta ya habían nacido en el nuevo mundo. Casi medio
siglo antes, la primera Buenos Aires había sobrevivido apenas cinco
años desde el día de febrero de 1536 en que el Primer Adelantado del
Río de La Plata, Don Pedro de Mendoza, al frente de más de 1.500
hombres y de una flota de doce navios, diera la orden de construir unas
endebles chozas de barro y una casa fuerte para él mismo a orillas del
gran estuario.
Esa primera fundación no tuvo suerte, pero sí tuvo un cronista. Se
llamaba Ulrico Schmidl, o Utz Schmidl, como parece que se hacía lla-
mar por sus compañeros de empresa en la América del Sur, Se trataba
de un soldado alemán, un mercenario de infantería oriundo de Strau-
bing, en la Baja Baviera, que viajó a Cádiz en 1535 con el propósito de
pasar a las Indias. Allí, Mendoza alistaba la rumbosa armada que debía
conquistar la Sierra de la Plata, las tierras del Rey Blanco o la Ciudad
de los Césares. El fabuloso espejismo, que retrocedía siempre hacia el
horizonte a medida que avanzaban los sedientos invasores, como ha
escrito el historiador francés Pierre Chaunu, estaba destinado a devo-
rar las ilusiones de Mendoza y de los suyos.
Alemán entre españoles, aunque se identifique con el «nosotros» de
los conquistadores frente a los naturales de América, Utz recuerda
constantemente en su crónica esa doble otredad. Su introducción suce-
siva en universos extranjeros está presente ya en el título de su obra,
escrita en 1554, de vuelta en Baviera después de veinte años de aven-
turas en el Nuevo Mundo: «Derrotero y viaje a España y las Indias». A
156

España primero, para pasar luego a las Indias. El puerto en el que ini-
cia su largo recorrido no es Cádiz, sino Amberes. Ya en este primer tra-
yecto Schmidl empieza a contar minuciosamente las leguas que reco-
rre, una cuenta que no ha de faltar en ninguna de las páginas de su cró-
nica. El lugar de regreso definitivo tampoco es la Castilla a la que vuel-
ven los indianos enriquecidos o frustrados, sino una aldea de Alema-
nia. Allí escribe en alemán su relato americano, inventando neologis-
mos para reemplazar la falta de vocablos que en su lengua madre
pudieran designar objetos y costumbres conocidos entre pueblos exó-
ticos, pero también entre españoles.
El relato ascético, económico, directo, que Schmidl compone para
su público centroeuropeo parece no tener la intención de realzar méri-
tos propios o ajenos, ni la de exagerar hazañas. Tampoco la de obtener
del rey una retribución por sus servicios, ni la de describir una natura-
leza o unas fortunas grandiosas que él ha tenido la audacia de ir a des-
cubrir y conquistar. Cualquiera de esos rasgos lo emparentaría por cier-
to con otros cronistas de Indias. Pero la suya parece más bien la des-
pojada narración oral de un soldado, franco, a veces pudoroso, a veces
un poco brutal, que se limita a señalar hechos. No existe en el texto
nada que pueda llamarse el estilo del autor, escribía en 1938 Edmundo
Wernicke, un estudioso argentino de origen alemán que tradujo direc-
tamente la obra de Schmidl del manuscrito original: «Corresponde
hablar de dicción emitida por un hombre del pueblo que llevaba vein-
te años de ausencia en Indias sin hablar ni leer su lengua patria», pre-
cisaba1.
Sin embargo, hay un punto en el que Wernicke reconoce a Schmidl
una rara exactitud lingüística. Cuando los conquistadores acaudillados
por Pedro de Mendoza desembarcan en la costa sudoccidental del río
extenso y dulce al que llaman Paraná Guazú, levantan allí el asiento al
que dan por nombre Buenos Aires. Wonna aiere, escribe el cronista, en
una tentativa.de dar al nombre español una forma pronunciable por sus
lectores. Y en seguida traduce: «esto, dicho en alemán, es buen vien-
to». Schmidl «se compenetró bien del idioma castellano», elogia Wer-
nicke, «pues aquí da a conocer el verdadero sentido de la voz de aire
como de viento y tan luego buen viento»2. El soldado alemán entre
españoles, sin saberlo, oponía sus razones a la que sería una persisten-

;
Schmidl Ulrico, Derrotero y viaje a España y ias Indias, Santa Fe, Universidad Nacio-
nal del Litoral, 1938, nota del traductor.
2
Ibidem.
157

te leyenda en los siglos posteriores. Se trataba del buen viento que los
había llevado hasta su destino, y no de los buenos aires que se dejaban
respirar a orillas del Plata. Ni una palabra acerca de la virgen protec-
tora de navegantes, a la que la devoción de Mendoza atribuía precisa-
mente ese buen viento.

Nosotros los peones

Es que Schmidl no sabía, ni pretendía saber, cuáles eran los pensa-


mientos de su capitán, ni qué cosas sucedían en las proximidades del
Adelantado. Toda su memoria es el relato de aquello que se ve o se oye
desde el lugar del soldado raso, del peón de la conquista. Tal vez baste
como ejemplo la narración de los hechos que condujeron a la ejecución
de Juan Osorio, antes de que la flota llegara al Río de la Plata. La tra-
gedia, que debió comentarse y aun discutirse con intensidad entre los
hombres de la hueste, ha sido reconstruida con alguna precisión por los
historiadores.
Osorio, un joven veterano de las guerras de Italia, había sido nom-
brado maestre de campo de la expedición por el mismo Pedro de Men-
doza, de quien era compañero y amigo íntimo. Tenía fama de valiente, y
según parece era un poco bravucón y suelto de lengua. Pero sobre todo
era querido y respetado por los hombres de la hueste. Es probable que
esa popularidad no haya sido ajena a su suerte: el maestre de campo
resultó víctima de una intriga tramada durante la travesía del Atlántico
por varios capitanes entre los que sobresalía Juan de Ayolas. Ellos con-
vencieron a Pedro de Mendoza de que Osorio urdía una conspiración en
su contra y de que alentaba a los soldados a desobedecerle3.
Mendoza padecía del morbo gálico, o mal francés, o napolitano,
según los muchos nombres con que en el siglo XVI se conocía a la sífi-
lis, y viajaba recluido, atormentado por los dolores que le causaban las
llagas. Tal vez por eso, impotente y desesperado, el Adelantado se dejó
ganar por las intrigas y fulminó con una tremenda sentencia a su anti-
guo amigo, que no estaba siquiera enterado de que se lo estaba juz-
gando: «Fallo que do quiera y en cualquier parte que sea tomado el
dicho Juan Osorio, mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o

¡
Torre Revello, José, La fundación y despoblación de Buenos Aires (1536-1541), Buenos
Aires, 1937,
158

estocadas o en otra cualquier manera que lo pudiere ser, las cuales les
sean dadas hasta que el alma le salga de las carnes, al cual declaro por
traidor y amotinador...»4
La ejecución, o el crimen, tuvo lugar en la playa de Río de Janeiro,
junto a la tienda en la que descansaba el jefe de la expedición, en pre-
sencia de muchos de la hueste. En ese lugar, al que en su crónica llama
Riogenna, Schmidl presenció el desenlace de un drama cuya urdimbre
ignoraba, y que supuso acababa de gestarse, según se desprende de su
relato: «Allí estuvimos cerca de catorce días; entonces el don Pedro
Mendoza hizo que su propio hermano jurado que se llamaba Juan Oso-
rio nos gobernara en su lugar, pues él estaba siempre enfermo, descae-
cido y tullido. Entonces el susodicho Juan Osorio fué calumniado y
delatado ante su hermano jurado don Pedro Mendoza como que él se
rebelaría junto con la gente contra él. Por esto ordenó don Pedro Men-
doza a otros cuatro capitanes ... que a susodicho Juan Osorio se le
matara a puñal o se le diera muerte y se le tendiera en medio de la plaza
por traidor [y que fuera] pregonado y ordenado bajo pena de vida que
nadie se moviera ...». Entonces, en el texto casi siempre impasible y
prescindente del cronista se filtra un juicio de valor, y en seguida el
fundamento de ese juicio: «... se le ha dado la muerte injustamente,
ello bien lo sabe Dios; ... él fue un recto y buen militar y siempre ha
tratado muy bien a los peones»5.
Años después, cuando el desengaño y las penurias se han llevado
casi todas las ilusiones respecto de lo que el mundo nuevo deparaba a
aquellos hombres, y cuando muchas de las diferencias jerárquicas
entre ellos han sido ya sepultadas por revueltas y luchas de facciones,
Schmidl sigue observando los hechos desde el punto de vista de los
hombres de abajo. Así, cuando Domingo Martínez de Irala, a quien
nunca deja de llamar «nuestro capitán», entrega el mando de Asunción
a Alvar Núfíez Cabeza de Vaca, ungido por «Su Cesárea Majestad»,
detrás de su texto casi puede escucharse a la tropa mascullando su dis-
conformidad: «Esto no lo entendieron muy bien ios soldados», anota.
Alrededor de 1552, por fin, en el momento en que la conquista del
Río de la Plata encuentra definitivamente los límites que le señalan la

4
Citado por Salas, Alberto y Vázquez, Andrés, en Relación varia de hechos, hombres y
cosas de estas Indias Meridionales, Buenos Aires, 1963.
5
Schmidl Vírico, Derrotero y viaje a España y las Indias, Santa Fe, Universidad Nacio-
nal del Litoral, 1938. Todas las citas de Schmidl que se incluyen en adelante han sido toma-
das del mismo libro.

Anterior Inicio Siguiente


159

Corona y los afortunados conquistadores del Perú, enseñoreados ya de


la montaña de plata, Schmidl reflexiona con amargura: «... bien se
puede decir que es una tierra rica el Perú, porque toda la riqueza que
tiene su Cesárea Majestad proviene del Perú y de la Nueva España y
Tierra Firme; por eso la envidia y el odio son tan grandes entre nos-
otros». Al soldado bávaro, sin embargo, no se le escapa quiénes están
destinados a perder en esas feroces guerras entre invasores: «... los
grandes señores son malos y bellacos; donde [pueden] despojar al
pobre peón de lo suyo, lo hacen».
Probablemente recordara entonces a Osorio en la playa de Riogen-
na, apuñalado hasta que el alma se le salió de las carnes, en el episo-
dio inicial de la desventurada expedición al Plata. Dos de los compa-
ñeros de Utz, que también dejaron alguna palabra escrita acerca del
crimen, coinciden en señalar el peso que esa desgracia tuvo en el
ánimo de la hueste, y aún en la suerte posterior de la empresa. Si el
maestre de campo no hubiera sido muerto, creía Juan Pacheco según
una carta de 1541, lo que había en el Río de la Plata habría sido gana-
do para Castilla. Para el clérigo Luis de Miranda, autor de un Roman-
ce escrito en Asunción hacia 1545, «desde aquel día todo fue de mal
en mal»6. Como los otros, Schmidl debió haber sentido la fuerte impre-
sión del mal presagio.

Sin pescado ni carne

«No es mucho lo que pudieron ver. Una franja anegadiza que se


extendía longitudinalmente por la costa, una barranca alta de diez a
quince varas y, más atrás, una planicie suavemente ondulada. Muchas
aves apenas alborotadas por la presencia humana, algunos manchones
arbolados y un riachuelo que perezosamente desembocaba entre jun-
cales. (...) Nada pintoresco quizá, poco atractivo para ojos codiciosos,
pero en todo caso un alivio luego de las semanas pasadas en alta mar.
Esto es lo que vieron los recién llegados, al comenzar febrero del año
de gracia de 1536»7. El antropólogo Luis Orquera ha reconstruido así
el paisaje que la orilla derecha del Paraná Guazú ofreció a los con-
quistadores. Ellos deben haberlo observado con la intensidad que

6
Citado por Salas Alberto y Vázquez, Andrés, op.cií.
7
Orquera, Luis Abel, Antes de la fundación, en Romero, José Luis y Romero, Luis Alber-
to, Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, Buenos Aires, 2000.
160

puede presumirse en quienes llegan a una tierra desconocida, donde


esperan hacerse de fama y de fortuna.
Ulrico Schmidl, sin embargo, no parece haber reparado en la
barranca, ni en el riachuelo, ni en la planicie ondulada. No hay en su
texto la menor alusión a ese mundo natural, ni la menor indicación
acerca del punto en el que se emplazó el nuevo asiento. Sólo hay una
distancia calculada en ocho leguas para el cruce del ancho río desde
San Gabriel, en la costa uruguaya, el nombre de Buenos Aires que se
le da al poblado, y unos indios: «hemos encontrado en esta tierra un
lugar de indios los cuales se han llamado Querandíes; ellos han sido
alrededor de tres mil hombres formados con sus mujeres e hijos y nos
han traído pescados y carne para comer».
Durante catorce días los querandíes llevaron a la aldea «su escasez
en pescado y carne». Al décimo quinto, no fueron. Mendoza reaccionó
con furia. Es que su formidable armada no podía subsistir sin la comi-
da que le proporcionaban los naturales. Sus hombres no tenían siquie-
ra aparejos de pesca, y a duras penas cazaban algunas perdices si la
suerte y la puntería acompañaban a los disparos de sus ballestas.
«Entonces nuestro general don Pedro Mendoza», recuerda Schmidl,
«envió en seguida un alcalde de nombre Juan Pavón y con él dos peo-
nes; pues estos susodichos indios estaban a cuatro leguas de nuestro
real. Cuando él llegó donde aquéllos estaban, se condujo de un modo
tal con los indios que fueron bien apaleados el alcalde y los dos peo-
nes». Humillados por aquellos que pretendían fueran sus siervos, los
cristianos volvieron al asiento español. Allí, según el cronista, el alcal-
de «metió tanto alboroto» que Mendoza decidió enviar a su hermano
Diego con trescientos arcabuceros y treinta caballos a matar o apresar
a los querandíes. «Yo en esto he estado presente», escribe Schmidl
antes de describir el choque.
Lo que sigue es la precisa narración de un soldado: «Y cuando nos-
otros quisimos atacarlos ellos se defendieron de tal manera que ese día
tuvimos que hacer bastante con ellos; (también) habían dado muerte a
nuestro capitán don Diego Mendoza y junto con él a seis hidalgos de a
caballo; también mataron a tiros alrededor de veinte infantes nuestros
y por el lado de los indios habían sucumbido alrededor de 1000 hom-
bres; más bien más que menos; y [se han] defendido muy valiente-
mente contra nosotros, como bien lo hemos experimentado. (También)
los susodichos Querandíes tienen para arma unos arcos de mano y dar-
dos; éstos son hechos como medias lanzas y adelante en la punta tie-
161

nen un filo hecho de pedernal. Y también tienen una bola de piedra y


colocada en ella un largo cordel al igual como en Alemania una bola
de plomo. Así ellos tiran esta bola alrededor de las patas de un caballo
o de un venado de modo que tiene que caer; pues con esta bola se ha
dado muerte a nuestro sobredicho capitán y sus hidalgos pues yo
mismo lo he visto».
Los españoles se quedan entonces con el asentamiento de los que-
randíes, donde apenas si encuentran pescado, harina de pescado, man-
teca de pescado y cueros de nutria. «Allí permanecimos tres días
-anota Schmidl-; después retornamos a nuestro real y dejamos cien
hombres de nuestra gente; pues había buenas aguas de pesca en ese
mismo paraje, también hicimos pescar con las redes de ellos para que
sacaran peces a fin de mantener la gente pues no se daba más de seis
medias onzas de harina de grano todos los días y tras el tercer día se
agregaba un pescado a su comida. Y la pesca duró dos meses y quien
quería comer un pescado, ése tenía que andar las cuatro leguas de
camino en su busca». La cruenta batalla librada a orillas de un río que
por ella aún se llama La Matanza, ha permitido a los extranjeros apro-
piarse de un miserable botín, necesario no obstante para mantenerse
convida. La Sierra déla Plata parecía muy lejos.
La expedición de don Pedro de Mendoza ha empezado a hundirse en
su fracaso. En la tierra no sólo no hay metales preciosos. Tampoco hay
una población indígena numerosa, sedentaria y dócil que pueda reducir-
se a la servidumbre para compensar la falta del oro y de la plata. Peor aún,
ni siquiera hay comida. Los querandíes obtienen escasamente la suya des-
plazándose por una tierra que a veces no ofrece ni siquiera agua. El cro-
nista lo explica en detalle: «... estos susodichos Querandíes no tienen un
paradero propio en el país; vagan por la tierra al igual que aquí en los paí-
ses alemanes los gitanos. (También) cuando estos indios Querandíes se
van tierra adentro para el verano, sucede que en muchas ocasiones hallan
seco a todo el país por treinta leguas de camino y no encuentran agua
alguna para beber; y cuando acaso agarran o asaetan un venado u otra sal-
vajina, juntan la sangre de éstas y la beben. (También) en casos hallan una
raíz que se llama cardo y entonces la comen por la sed; cuando los suso-
dichos Querandíes están por morirse de sed y no hallan agua en el pago,
beben esta sangre. Pero si acaso alguien piensa que la beben diariamen-
te, esto no lo hacen, por eso compréndelo bien».
La conducta de los capitanes, según la crónica, ha precipitado los
hechos. Schmidl subraya para sus lectores que él ha estado presente,
162

que lo ha visto todo con sus propios ojos, que él es uno de los lans-
quenetes que hicieron sucumbir a mil querandíes, más bien más que
menos, el día la matanza. Después del combate, ahogadas definitiva-
mente en sangre las relaciones con los indígenas, sólo queda el ham-
bre.

Aguas arriba

«La gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran


escasez». Así inicia Schmidl el fragmento más dramático de su relato, el
que ha sido más recordado y más reproducido: «Fue tal la pena y el desas-
tre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras saban-
dijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido. Sucedió que
tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y
esto se supo; así se los prendió y se les dio tormento para que confesaran
tal hecho; así fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos espa-
ñoles se ios condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se
cumplió esto y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado
y cada hombre se fue a su casa y se hizo noche, aconteció en la misma
noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y unos
pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido.
(También) ha ocurrido en esa ocasión que un español se ha comido su pro-
pio hermano que estaba muerto». Tres españoles habían hurtado, un espa-
ñol se ha comido a su hermano, dice el soldado alemán, y una vez más se
señala como un otro entre esos otros sitiados por el hambre y por los
indios, en un rincón del mundo que debía ofrecerles a todos ellos la fortu-
na y la honra. Lejos del tono impávido de Schmidl, también Luis de
Miranda se refiere al episodio, que lo horroriza:

Las cosas que allí se vieron


no se han visto en escritura:
comer la propia asadura
de su hermano8

Empieza entonces un extraño y largo peregrinar aguas arriba y


aguas abajo por el Paraná, en busca de indios que tuvieran comida,

Citado por Salas y Vázquez, op.cit

Anterior Inicio Siguiente


163

para hacerse de ella, Schmidl sigue sumando leguas en su derrotero,


siempre sin decir en qué dirección marchan, siempre sin indicar pun-
tos cardinales, sin la menor alusión al paisaje o a los rasgos físicos de
la región que recorre. La primera expedición es un nuevo fracaso:
«...navegamos aguas arriba por el Paraná para buscar los indios para
que nosotros pudiéramos lograr comida y bastimento. Pero cuando
estos indios nos hubieron divisado, huyeron todos ante nosotros y no
pudieron hacernos mayor bellaquería como la de quemar y destruir los
alimentos; esto era su [modo de] guerra; así nosotros no tuvimos nada
que comer ni mucho ni poco pues se le daba a cada uno tres medias
onzas de pan en bizcocho en cada día. (También) en este viaje murie-
ron de hambre la mitad de nuestra gente».
Después de dos meses de ardua navegación, los hombres regresan
con las manos vacías al real de Buenos Aires, donde los compañeros
tampoco comen ni mucho ni poco y son cada vez menos, y donde el
Adelantado mismo es cada vez menos, está cada vez más enfermo, más
desesperado y más vencido. Entonces reaparecen los indios. Una reu-
nión en la que Schmidl señala a querandíes, guaraníes, chaná-timbúes y
charrúas, aunque los historiadores descreen de algunas de esas presen-
cias, ataca el asiento y le pone sitio después. Son veintitrés mil, exagera
el cronista, que hacen arder chozas y navios con sus flechas incendiarias,
matan a una treintena «entre capitanes, alféreces y otros buenos compa-
ñeros», y finalmente se van, acosados ellos también por el hambre.
«Querían darnos muerte a todos, pero el Dios Todopoderoso no les con-
cedió tanta gracia», se alivia Schmidl, en una rara insinuación de que el
dios de los cristianos también podía extender sus favores a los infieles.
Los conquistadores terminan refugiados en sus naves, que no se sabe
dónde estaban en ese mundo que el soldado alemas diseña sin norte ni
sur, sin este ni oeste. No han pasado más de cinco o seis meses desde el
primer desembarco sobre la margen derecha del Plata.
A bordo de una flotilla de pequeñas embarcaciones, una parte del
total de algo más de quinientos sobrevivientes vuelve a partir Paraná
arriba, en busca de alimentos. Su jefe es Juan de Ayolas, el culpable
intelectual de la muerte de Osorio, que en medio de los tormentos del
hambre conserva todavía fuerte la ilusión de encontrar plata. Como
una fórmula, Schmidl va repitiendo ciertos datos acerca de cada pue-
blo de indios con los que toman contacto: el aspecto físico de hombres
y mujeres, si ellas van como vinieron al mundo o si cubren sus ver-
güenzas, lo que comen.
164

Los timbúes son grandes y fornidos, sus mujeres son feas y toscas,
comen carne y pescado: nunca en su vida han comido otra comida.
«Nos dieron carne y pescado hasta hartarnos», reivindica Schmidl. A
cuatro leguas encuentran a los corondás, garbosos de cuerpo pero con
sus mujeres feas y rasguñadas debajo de los ojos, que cubren sus par-
tes con paños de algodón. Ellos comparten con los conquistadores «su
escasez de carne y pescado». Treinta leguas más hasta los quiloazas y
otras sesenta y cuatro hasta los mocoretás, todos ellos gentes garbosas
pero con mujeres feas, alimentados de carne y pescado. A dieciséis
leguas, los chanáes salvajes, que no tienen más que carne y miel: «no
permanecimos más de una noche pues ellos no tenían nada que
comer», explica Schmidl. Noventa y cinco leguas más arriba, los
mapenis, que son muchísimos, reciben a los invasores en pie de gue-
rra, así que ellos los balean con sus arcabuces pero no pueden sacarles
nada para comer.
Al llegar a la desembocadura del Paraguay navegan por él aguas
arriba, y a cuarenta leguas de distancia de los mapenis descubren a los
curemaguáes, que además de pescado y carne tienen chauchas de alga-
rrobo, con las que hacen vino. Los hombres se agujerean la nariz y se
adornan con una pluma de papagayo y las mujeres se pintan rayas azu-
les y se cubren desde el ombligo hasta las rodillas. Treinta y cinco
leguas más navega Schmidl para descubrir por fin la belleza de las
indias, entre los agaces, gente alta y garbosa pero que se resiste a ali-
mentar porque sí a los cristianos, que responden como siempre: «exter-
minamos muchísimos de los susodichos Agaces».
«Ahí Dios el Todopoderoso nos dio su gracia divina que entre los
susodichos Carios o Guaraníes hallamos trigo turco o maíz y mandio-
tín, batatas, mandioca-poropí, mandioca-pepirá, maní, bocaja [coco] y
otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del
monte, avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras sal-
vajinas las que no puedo describir todas en esta vez. También hay en
divina abundancia la miel de la cual se hace el vino». Así empieza
Schmidl la narración del providencial encuentro con los guaraníes, cin-
cuenta leguas arriba del emplazamiento de los agaces.
Entre tanto, leguas y leguas de aguas abajo, Mendoza ya ha aban-
donado, para morir en alta mar, a una mínima Buenos Aires en la que
un puñado de hombres ha logrado sobrevivir a fuerza de cultivos de
huerta. Se ha ido moribundo, pero no ha dejado de instruir a los suyos
para que en el caso de que encontraran siquiera una piedra de valor se
165

la remitieran a España a fin de que pudiera él hacer frente a su recién


obtenida pobreza. Desde el país de los guaraníes, Ayolas intentaría
todavía llegar a las montañas de plata adentrándose en el Chaco para
encontrar la muerte a manos de los payaguaes. Desde la recién funda-
da villa de la Asunción, en el Paraguay, bajaría en 1541 Martínez de
Irala para despoblar Buenos Aires y llevar a sus pobladores allí donde
se podía disfrutar del único botín obtenido, bien distinto de la fortuna
que todos ellos se habían prometido años atrás. Hasta el último día de
su paso por el continente, que todavía había de depararle ocasional-
mente hambre, sed y hasta un naufragio, Ulrico Schmidl se mantuvo
leal a su capitán Irala.

Acá afuera

Entre los guaraníes, «una mujer cuesta una camisa o un cuchillo con
el cual se corta, o una pequeña hacha», narra Schmidl, cuyo interés
sexual parece haberse despertado ante la visión de las lindas agaces. La
tierra ahora ofrece no sólo comida en abundancia, sino también mujeres.
Después del primer contacto, no obstante, los guaraníes pretenden que
los extranjeros se retiren a cambio de la promesa de abastecerlos de ali-
mentos. Ya era tarde para ellos: «Nosotros y nuestro capitán general Juan
Ayolas no quisimos retroceder de nuevo pues la tierra y la gente nos
parecían muy convenientes, junto con la mantención; pues nosotros en
cuatro años no habíamos comido pan ninguno sino que nos hemos sus-
tentado sólo con peces y carnes ... Ya que nosotros no quisimos hacer
tal cosa, tomaron ellos sus arcos y nos recibieron y nos dieron la bien-
venida... Pero cuando estuvimos cerca de ellos, hicimos estallar enton-
ces nuestros arcabuces. Cuando ellos oyeron nuestras armas y vieron que
su gente caía al suelo y no veía ni bola ni flecha alguna salvo un aguje-
ro en el cuerpo, entonces no pudieron permanecer más y huyeron de ahí
y se cayeron los unos sobre los otros como los perros...»
Vencidos, aterrados, los guaraníes procuran congraciarse con sus
dominadores. Ayolas recibe de regalo seis mujeres, la mayor de ellas
de dieciocho años, y cada hombre de la hueste recibe dos. Explica el
cronista: «..para que cuidaran de nosotros, cocinaran, lavaran y [aten-
dieran en] otras cosas más de las que uno en aquel tiempo ha necesita-
do». Indias para todo servicio, pero también mancebas, cuya unión con
los nuevos amos daría inicio pronto a un rápido y extenso mestizaje.
166

Las indias guaraníes, acota el historiador Alberto Salas, no llegaron


a manos de los españoles sólo porque sus hombres se sintieran impeli-
dos a establecer una sólida alianza con los vencedores, sino también
porque allí como en todas partes, «constituyeron un despojo de gue-
rra»9. A pesar de su persistente discreción en la materia, el propio
Schmidl cuenta cómo en las guerras y entradas que siguieron se apo-
deró, en efecto, de mujeres: «Así yo traje para mi botín en ese tiempo
más de diez y nueve personas, hombres y mujeres que no eran muy
viejas, pues yo no he mirado por las gentes viejas, sino buscado siem-
pre las gentes jóvenes».
Después de varios años en América se han desvanecido casi del
todo los sueños del oro y de la plata en abundancia, pero también, por
el momento, el fantasma del hambre. Aun cuando sigue acompañan-
do a su capitán Irala en las últimas fallidas entradas en busca del teso-
ro inalcanzable, el arcabucero alemán se solaza con otras recompen-
sas: las mujeres de los jarúes, dice, «están pintadas ... desde los senos
hasta las partes [en] color azul, muy bien hecho. Un pintor acá afuera
tendría que esforzarse para pintar esto y ellas van completamente des-
nudas y son bellas mujeres a su manera. Pero aunque ellas pecan en
caso de necesidad, yo no quiero mayormente contar de estas cosas en
esta vez». Sin embargo, unas líneas más abajo, Schmidl pierde la
compostura, a su manera, y cuenta: «Estas mujeres son muy lindas y
grandes amantes y afectuosas y muy ardientes de cuerpo, según mi
parecer».
«Acá afuera», escribe el cronista para referirse a su país y al de sus
lectores. Afuera de ese lejano mundo en cuyo interior el autor ha reco-
rrido centenares de leguas hacia ninguna parte. Hacia la sierra de la
plata, hacia un poco de comida, hacia los cuerpos de mujeres reduci-
das a la servidumbre. Un mundo del que parte como vino, a fines de
1552, después de obtener el permiso de Irala para retirarse, como un
soldado. Schmidl emprende el regreso y deja atrás a Asunción, esa ciu-
dad cálida y gozosa que ya empieza a conocerse como el Paraíso de
Mahoma, un lugar sin reglas, en el que cada cristiano podía tener hasta
ochenta y cien indias en su serrallo. Un lugar sin reglas cuya vida
sexual escandalizó a Alvar Núñez, y que constituyó en definitiva el
único botín de guerra para los conquistadores del Río de la Plata10.

9
Salas, Alberto, Crónica florida del mestizaje de las Indias, Buenos Aires, 1960.
10
Salas, Alberto, op. cit.
167

El regreso a Baviera no fue para Schmidl más fácil que muchas de


sus andanzas en el Nuevo Mundo. Tardó más de un año en llegar desde
el corazón de América del Sur, donde caminó hasta la costa del Atlán-
tico, volvió a pasar hambre y volvió a estar más de una vez en trance
de morir. Ya en su pueblo natal, heredó a su hermano a poco de llegar
y recibió al fin, curiosamente, una parte de la fortuna que había busca-
do sin suerte en los confínes del mundo. Se casó tres veces aunque no
tuvo hijos, fue consejero en su municipio y vivió con holgura hasta los
setenta años11.
De su aventura americana le quedaron un puñado de objetos que
sobrevivieron al viaje de regreso desde Asunción, y la memoria. Qui-
zás recordara alguna vez a los dos indios payaguaes que pagaron por
la muerte de Juan de Ayolas, atribuida a su pueblo todo. «Se les dio tal
tormento que debieron confesar y los Payaguaes declararon que bien
era verdad que ellos habían matado a los cristianos. Así tomamos los
Payaguaes y los condenamos y a ambos se les ató contra un árbol y se
hizo una gran fogata a alguna distancia. Así, se fueron quemando len-
tamente». Eso había escrito.

Schmidl, Uirico, Derrotero y viaje al Río de la Plata y Paraguay, Asunción, 1983.


Iglesia de San Francisco, Saña. Restos

Anterior Inicio Siguiente


La búsqueda de la identidad multicultural
en los Naufragios de Cabeza de Vaca

Víctor Carreño

El conjunto de textos sobre ia conquista de América conocido como


crónicas de Indias admite muchas modalidades, entre las cuales encon-
tramos diarios, cartas y relaciones. Los Naufragios de Cabeza de Vaca
son una relación, un documento legal con que el autor se veía en la
obligación de informar sobre un hecho público. Alvar Núñez era teso-
rero y alguacil mayor de la expedición de Panfilo de Narváez a la Flo-
rida, y debía rendir cuenta a la Corona de la evolución de la empresa
en la que participaba. El compromiso con la ley que obliga a la escri-
tura de la relación ofrece, además, la posibilidad de un reconocimien-
to para Cabeza de Vaca, pues representa una compensación en su vida
llena de fracasos, y envuelta al final en pleitos judiciales.
Más problemática todavía es la búsqueda de la identidad que se expo-
ne en los Naufragios. Cabeza de Vaca no sólo conoce y manifiesta empa-
tia por los indígenas, como Bartolomé de las Casas, sino que convive
varios años con ellos y adopta durante ese tiempo sus costumbres y
visión de mundo. Su narración da testimonio de culturas ajenas y terri-
torios inhóspitos, pero también es un conocimiento de sí mismo y de su
transformación a través del contacto con esas culturas y tierras descono-
cidas. Cabeza de Vaca es uno de los precursores del multiculturalismo.
Sé que corro el riesgo de sacar a Cabeza de Vaca de su contexto al rela-
cionarlo con un término usado en los estudios culturales y la teoría pos-
colonialista para estudiar la situación de los grupos culturalmente mar-
ginados en el siglo XX, y que reclaman su protagonismo en un mundo
multicultural, no dominado por una sola cultura. Se me dirá que Cabeza
de Vaca era un conquistador, no un marginado, y tampoco vivió en el
siglo XX. Y sin embargo, los estudios culturales no se circunscriben al
siglo XX, pues registran lo que Homi Bhabha llama una circunstancia de
«extrañamiento» (el no saber cuáles son las fronteras de lo propio y lo
culturalmente ajeno), que influye en el sujeto colonial y se prolonga,
bajo un contexto político diferente, en el sujeto poscolonial:
170

Aunque el «extrañamiento» es una condición paradigmática


en la condición colonial y poscolonial, tiene su resonancia que
puede escucharse distintamente, si bien inconstantemente, en fic-
ciones que negocian los poderes de la diferencia cultural en una
hilera de sitios transhistóricos (1337-8)1.
El «extrañamiento» y negociación de la diferencia cultural se repi-
te a lo largo de varios siglos, y se hace patente en obras mediadas por
la ficción literaria. Pero subrayo que este proceso no es idéntico en
todas las épocas, varía según los contextos culturales e históricos. Así,
pues, no habría un obstáculo cronológico para incluir a Cabeza de Vaca
en este territorio de reflexión. Pero debemos precisar aún más los con-
ceptos. El peligro con la teoría poscolonialista o «crítica poscolonial»
es su uso como «término paraguas» para abarcar fenómenos muy disí-
miles y hasta incompatibles2. Una estrategia útil consiste en separar el
campo de los estudios culturales en, por un lado, el análisis tanto de las
relaciones de poder en las naciones que fueron colonizadas en los
siglos XIX y parte del XX por Inglaterra, Francia y los Estados Uni-
dos, como de los textos de escritores de estas naciones en idiomas
europeos. Por otro lado, está el análisis de ese grupo conformado por
los escritores europeos que critican el colonialismo (Richter 1216).
Cabeza de Vaca entraría en este segundo grupo, adelantándose a escri-
tores como George Orwell o Albert Camus, quienes conocieron lo que
significó el colonialismo, viviéndolo en países colonizados y reaccio-
nando contra él a través de su imaginación literaria.
Considero a Alvar Núñez un exponente adelantado del multiculturalis-
mo, por ser un representante de la empresa de la colonización y por coe-
xistir al mismo tiempo con los pueblos que se iban a colonizar en el sigla
XVI en América. Pero no se trata de quedarnos con una clasificación, sino
de ver cómo influye en nuestra interpretación de los Naufragios.

1
«Although the «unhomely» is a paradigmatic colonial and post-colonial condition, it
has a resonance that can be heard distinctly, iferratically, infictions that negotiate thepowers
of cultural difference in a range of transhistorical sites». Como anota Richter en su edición
(1337-8), Bhabha usa deliberadamente ¡apalabra «unhomely» por su semejanza con la pala-
bra alemana «unheimlich» (home=heim=hogar), que se suele traducir al español como
siniestro. El estado de lo «unhomely» es el de un desamparo o extrañamiento, que es como la
traduzco.
2
Ver Selden, Widdowson y Broker: «[L]a crítica poscolonial se utiliza a menudo como
término paraguas para identificar una variedad de disciplinas diversas y diferentes como el
análisis del discurso colonial, los estudios subalternos, la política cultural británica, la teo-
ría tercermundista, los estudios culturales afroamericanos» (277-8).
171

Bhabha interpreta la tarea de la crítica como el intento de dar res-


puesta a las diferencias que emergen en los espacios del multicultura-
lismo: «¿Cómo se forman los sujetos en el «intermedio», o en el exce-
so de, la suma de las «partes» de la diferencia (usualmente entonadas
como raza/clase/género, etc.)?»(1332). Entiendo este «intermedio»
como la experiencia en que alguien perteneciente a una raza, clase o
género se acerca a otra persona diferente en uno de estos rasgos, dán-
dose un diálogo o conflicto. Pero entonces se trataría de un aconteci-
miento externo, consciente para quienes participan en él, pero cabe
también la posibilidad de una interiorización de este acontecimiento,
cuando se da una mezcla cultural que hace difícil para el individuo dis-
cernir claramente lo que está diferenciado antes y después de la mez-
cla. En América Latina no es tan fácil aislar la frontera del colonizador
y la del colonizado, ya que ambos se transforman en el proceso de
mezcla racial y cultural conocido como mestizaje, cuya influencia en
la vida social se da antes y después de la independencia de las colonias
españolas en el continente americano. El mestizaje es semejante a un
juego de máscaras: oculta y descubre lo que hay detrás. Octavio Paz en
El laberinto de la soledad ha puesto al descubierto esas máscaras en
México, en esa oscilación entre el culto a la mujer en la Virgen de Gua-
dalupe, un producto del sincretismo religioso, y el rechazo latente a la
mujer en el recuerdo de la Malinche, en expresiones como la «chinga-
da», la mujer que es motivo de deshonra, la india violada por los con-
quistadores y, sin embargo, origen del mestizaje. El mestizaje es un
proceso, muchas veces no consciente, de inclusión y exclusión del
otro. Ese doble movimiento está ya en ciernes en lo narrado por Cabe-
za de Vaca en los Naufragios. Núñez viene como conquistador a domi-
nar a los indígenas, pero es reducido al cautiverio por ellos, y tras
experimentar una profunda aculturación, huye a la Nueva España. Sin
embargo, cuando se encuentra de nuevo entre los españoles no expre-
sa una total alegría por haber dejado atrás a los pueblos prehispánicos;
consigna en los Naufragios el pesar que siente al ver cómo los indíge-
nas están siendo sometidos a la esclavitud (cap. XXXIV). De haber
sido indiferente, lo vivido se habría ignorado, pero justo en el momen-
to de la separación irrumpe en la conciencia el vínculo con el otro, con-
firmando la existencia de una zona de «intermedio» de dos culturas. La
pregunta a la que quisiera responder es si ese espacio en la escritura de
los Naufragios^ además de ser de resistencia, puede llegar a verse
como uno en donde se encuentran semejanzas, sin anular las diferen-
172

cias. La identificación de Núñez con el oficio de chamán y el relato de


su vida entre los indígenas, ¿son acontecimientos solamente «primiti-
vos» o son compatibles también con la modernidad?
Los estudios culturales no tienen por qué restringir su atención a
ciertos grupos o textos marginados del canon (incluyendo aquí la cul-
tura de masas y prácticamente todo producto cultural, eclecticismo que
es su punto débil). También es posible el diálogo entre lo canónico y
lo no canónico. «Si el muíticuíturalismo significara Cervantes, ¿quién
podría quejarse?», apunta Harold Bloom, con ironía (50). El desafío es
estimulante. Cervantes, Bernal Díaz del Castillo, Cabeza de Vaca son
figuras que presentan la doble condición de soldado y escritor, sin que
escritor implique aquí una plena formación letrada. En ellos confluyen
el poder y el saber. Su participación en empresas militares los preparó
para ver muy de cerca otras culturas (las de América en los casos de
Díaz del Castillo y Cabeza de Vaca, la de los turcos y árabes, en el de
Cervantes durante su cautiverio en Argel). Su talento les permitió
escribir sobre estos encuentros, pero no desde una mirada indiferente,
sino con una sensibilidad por el otro que influye en la construcción de
la identidad de sí mismos. Cervantes, en la novela intercalada El cau-
tivo del Quijote, se sirve de la narración en primera persona para expre-
sar sus vivencias como cautivo en Argel y ficcíonal izarlas dentro del
molde de la novela bizantina. Esta mezcla de historia y ficción es un
modo de acercar en el texto las culturas que en la realidad estaban
opuestas por razones religiosas y políticas. En otras ocasiones, la fic-
ción literaria sirve de comparación para lo que siendo culturalmente
extraño, se resiste a la descripción. Bernal Díaz del Castillo, en Histo-
ria verdadera de la conquista de la Nueva España, cuando narra su
impresión al ver la ciudad azteca de Tenochtitlán, dice: «nos quedamos
admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que
cuentan en el libro de Amadís» (cap. LXXXVII). Cabeza de Vaca tam-
bién acude a este recurso cuando compara a los indígenas que vio en
el norte de la Florida con gigantes: «Quantos indios vimos desde la
Florida aquí, todos son flecheros; y como son tan crescidos de cuerpo
y andan desnudos, desde lexos parescen gigantes» (cap. VII). Con esto
no quiero sugerir que los conquistadores vieran alucinaciones, a la
manera de Don Quijote, sino subrayar el hecho de que su identidad es
una construcción que surge de una combinación de la historia contem-
poránea y la tradición literaria. Sus narraciones siguen siendo un testi-
monio histórico que aporta mucha información válida. Cabeza de Vaca

Anterior Inicio Siguiente


173

va más allá, pues aunque en los Naufragios también aprovecha las


convenciones de la novela bizantina en la última parte de la obra3,
hace una minuciosa descripción de las prácticas culturales de los
indígenas, con la que se adelanta a la moderna antropología. En Amé-
rica Latina, Cabeza de Vaca es un antecedente de muchos escritores
cuyas fuentes combinan la literatura y la antropología, como Miguel
w

Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Octavio Paz, Carlos Fuentes, entre


otros (González Echevarría 40-41). Un análisis del proceso de redac-
ción y la trama de los Naufragios pondrá de relieve esta dualidad de
su discurso.
Enrique Pupo-Walker, en la introducción a su edición de los
Naufragios (donde reconstruye y aclara las imprecisiones en el pro-
ceso de redacción y la geografía de la obra4), señala cómo la pala-
bra naufragios es introducida por primera vez en la edición de
1555, no como título5, pero sí en las páginas del relato (72). Esta
palabra con que a la larga será identificada la obra, cobra especial
importancia si se recuerda que el mismo año se publica Viaje de
Turquía, libro que es un índice del interés por la literatura de viajes
en esta época (Pupo-Walker 132). Veamos ahora un resumen de los
Naufragios,
La expedición que tiene por gobernador a Panfilo de Narváez parte
de San Lúcar en 1527 y llega a Cuba después de haber pasado en el tra-
yecto por Canarias y La Española. Se detiene a la espera de que pasen
las tormentas, se venzan otros obstáculos, y salen con rumbo a la Flo-
rida (cap. I-íí). Empiezan a explorar la tierra y tienen los primeros con-
tactos con los indígenas; el gobernador decide adentrarse en la Florida
mandando a los barcos a explorar en otra dirección. Cabeza de Vaca se
opone a esta decisión, y Narváez le ordena recorrer territorio descono-
3
En la novela bizantina las vicisitudes de aventuras y naufragios están coronadas por un
final feliz. Núñez incluye al final de los Naufragios unas escenas de acoso de piratas de los
que escapa venturosamente, hechos que no han sido corroborados (Pupo-Walker 84n). Pero
dan un final heroico y novelesco a una expedición fracasada.
4
También sigo a Pupo- Walker en su análisis del chamanismo según los aportes de Glan-
de Lévi-Strauss y Mircea Eliade. Mi aproximación al chamanismo difiere de Pupo-Walker en
la comparación que hago entre chamanismo y otras instituciones occidentales, como la medi-
cina o los intelectuales.
3
Como indica Pupo-Walker (161), los títulos de las dos primeras ediciones de los Nau-
fragios son: La relación que dio Alvar Núñez cabeza de vaca de lo acaescido en las Indias en
la armada donde yua por gobernador Pamphilo de Narváez desde el año de veynte y siete hasta
el año de treynta y seis que bolvio a Sevilla con tres de su compañía. Zamora, 1542 (sic). La
relación y comentarios del governador Alvar nuñez cabeza de vaca de lo acaescido en las dos
jornadas que hizo a las Indias. Valladolid, 1555 (sic).
174

cido con otros hombres (cap. III-V). Empiezan a sucederse momentos


difíciles que marcan el tránsito por una naturaleza muy tupida y llena
de ciénagas; la aparición de indígenas hostiles, las enfermedades, la
inhospitalidad del terreno diezman poco a poco la expedición a par-
tir de este momento (cap.VI-VII). Los sobrevivientes construyen
penosamente cinco barcas para salir de la Florida y huir hacia la
Nueva España; en la primera de las barcas va el gobernador Nar-
váez, y en la última va Núñez (cap. VIII-IX). Las barcas recorren
las costas pertenecientes a lo que son hoy los Estados de la Florida
(al norte de ésta), Alabama, Missisipí, Luisiana. Conocen el río
Missisipí, donde calman su sed, y llegan después a la isla hoy cono-
cida como Galveston Island, en las costas de Texas. Las barcas se
dispersan y la que conduce Núñez y su grupo naufraga en las cos-
tas de Texas (cap. X-XI). En vista de que no pueden adentrarse de
nuevo en el mar, Núñez y sus compañeros permanecen con los indí-
genas de la isla, en cautiverio. Luego encuentran a unos sobrevi-
vientes de otra barca, que eran Andrés Dorantes y Alonso del Cas-
tillo (XII-XIII). Pasan muy mal el invierno, y algunos en la deses-
peración practican el canibalismo, lo que aterra a los indígenas,
pero Núñez logra ganarse el favor de ellos. Los españoles llaman a
este lugar «isla del Mal Hado». Cabeza de Vaca registra por prime-
ra vez costumbres relacionadas con el chamanismo y el culto a los
muertos (cap. XIV). La necesidad de sobrevivir lo lleva a ser «físi-
co», y acepta la función que le imponen los indígenas de curande-
ro o chamán (cap. XV). Huye de la isla y en las costas de Texas se
convierte en «mercader», lo cual, junto al oficio de chamán, le per-
mitirá ser bien recibido por distintos pueblos indígenas, a la vez
que empieza a trasladarse hacia el oeste, en un recorrido de varios
años por Texas y el norte de México (caps. XVI-XXXII). Cuando
los españoles lo encuentran, no lo reconocen al verlo desnudo como
un indígena, después de haber estado a la intemperie y vivido en
duras condiciones. Él aboga por los indígenas y se opone a su escla-
vitud, sin que de nada sirvan sus reclamos. Finalmente llega a la
capital de la Nueva España, lo reciben el virrey Antonio de Men-
doza y Hernán Cortés. De la expedición sólo retornaron con Alvar
Núñez, Andrés Dorantes, Alonso Castillo, el marroquí Estevanico.
Núñez regresa a España en 1537. Los Naufragios terminan con una
alusión a una profecía de una Mora de Hornachos sobre el destino
fracasado de la expedición, y un episodio de unos piratas franceses
175

que Núñez logra evadir para regresar sano y salvo a su patria (caps.
XXXIII-XXXVIII)6.

Chamanismo y cultura

Más allá del cariz convencional con que terminan los Naufragios,
que es un eco de la moda literaria (nigromancia, piratas de la novela
bizantina), Cabeza de Vaca ha elaborado un relato autobiográfico y
también antropológico que trasciende los moldes de la escritura de su
tiempo. Su vertiente antropológica plantea dificultades al describir sus
funciones como chamán. Pienso concentrarme en el significado de esta
práctica, y dejo de lado la discusión sobre la eficacia que pudieron
tener las curaciones que Nuñez dice haber realizado, aspecto imposi-
ble de corroborar. Para Eliade, el chamanismo, más que una técnica de
curación, es una técnica de éxtasis, que se articula a través de poderes
mágicos dados por la creencia en espíritus y mitologías (5-7), mientras
que Lévi-Strauss, si bien concede al éxtasis suma importancia, piensa
que se puede hablar de chamanismo todavía cuando el curandero pre-
senta una forma de cura inscrita en una mitología sobrenatural, aun si
él no pasa por un trance (187-8). Núñez no nos informa del proceso de
iniciación y las pruebas a las que se somete el chamán (Pupo-Walker
124; Eliade 13-4). Es posible que se cuidara de ser vinculado con prác-
ticas que la ortodoxia católica hubiera considerado demoníacas, por
eso insiste en que, junto a la manipulación física de los órganos afec-
tados, curaba rezando oraciones. Pero si no es posible afirmar que
Núñez pasara por las pruebas de la iniciación, atestigua otras costum-
bres que en algunos casos están relacionadas con estas pruebas, como
el verse el chamán a sí mismo como un esqueleto, ya que los huesos
representan un principio vital (para los chamanes en Siberia y los
esquimales) que dura más allá de la carne y la sangre (Eliade 62-3).
Antes de declarar cómo los indígenas le asignaron el papel de «físico»
o curandero en el capítulo XV, describe en el capítulo anterior la prác-
tica de quemar y beber los huesos de los «físicos», que corresponde, en
el orden del relato, a una iniciación previa al chamanismo que pronto
ejercerá:

* Simplifico al usar la denominación «indígenas» cuando hablo de las numerosas y dis-


tintas culturas que conoce Cabeza de Vaca. Ver el apartado «Identificación de las culturas
americanas descritas en los Naufragios», en la introducción de Pupo- Walker (59-63).
176

Tienen por costumbre de enterrar los muertos, sino los que entre ellos son
físicos, que a estos quémanlos[...] y hazen polvos los huessos. Y passado un
año, quando se hazen sus honrras todos se jassan [se sajan] en ellas y a los
parientes dan aquellos polvos a beber, de los huessos, en agua (cap. XIV).
En el siguiente capítulo es cuando dice que a él y sus compañeros
les confieren la función de chamán, en «la isla del Mal Hado»:
En aquella ysla[...]nos quisieron hazer físicos, sin examinarnos ni pedir-
nos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo y
con aquel soplo[...]echan del la enfermedad, y mandáronnos que hiciésemos
lo mismo[...]nosotros nos reyamos de ello, diziendo que era burla y que no
sabíamos curar, y por esto nos quitauan la comida hasta que hiciésemos lo que
nos dezían (cap. XV).
La costumbre chamanística de curar mediante succiones, o arrojo de
saliva y objetos de la boca ha sido documentada por Lévi-Strauss (175-
8). Núñez se burla en principio de esta práctica, pero tiene que acep-
tarla para poder recibir la comida que de otra manera no le ofrecerían.
Acompaña, como he dicho antes, sus curas de oraciones cristianas.
Pero no siempre se limita a rituales, también se atreve a realizar una
operación:
Aquí me traxeron vn hombre e me dixeron que auía mucho tiempo que le
auían herido con vna flecha por el espalda derecha, y tenía la punta de la fle-
cha sobre el coracón [,..] Yo le toqué y sentí la punta de la flecha y vi que la
tenía atrauessada por la ternilla [...] torné a cortar más y metí la punta del
cuchillo y con gran trabajo en fin la saqué. Era muy larga[...]vsando de mi
officio de medicina le di dos puntos (cap. XXIX).
Estos pasajes son problemáticos, pues sugieren a primera vista una
relación incoherente entre un procedimiento ritual (los soplos), y otro
que actúa directamente sobre un órgano lesionado. Sin embargo, en el
chamanismo la curación por medio de símbolos (mitos, expresiones
culturales) y la curación que atiende a los órganos no son incompati-
bles. Lévi-Strauss documenta este tipo de tratamiento conjunto en los
indígenas cuna de Panamá, para curar la dificultad en el parto (186-7).
Y aunque los cuna no tengan conocimientos científicos, su modo de
curar, entendiendo que hay una parte cultural y otra orgánica en la
enfermedad, no carece de fundamento. La medicina moderna recono-
ce que enfermedades como la depresión tienen un componente neuro-
lógico y otro sociocultural. De ahí el auge de antidepresivos como Pro-

Anterior Inicio Siguiente


177

zac, que contribuyen a un aumento de la serotonina que ayuda a la


adaptabilidad social, mientras su bajo nivel eleva la agresividad. Pero
la depresión no depende tan sólo de una sustancia química, también
influyen en ella causas socioculturales (conceptos como la autoestima,
el amor, la muerte, cuya representación conflictiva puede causar
depresión, ¿qué son sino nociones culturales, metáforas, mitos?)7.
Un siglo después de Cabeza de Vaca, Descartes, en El discurso del
método, subrayaría la separación entre cuerpo y mente, que tanta influen-
cia tendría en la medicina occidental. Como advierte Antonio Damasio en
El error de Descartes, la medicina occidental, en medio de todos sus
logros, tiende a ignorar, en el diagnóstico de las enfermedades, la relación
entre cuerpo y mente, no siempre evidente pero que sale a la luz en enfer-
medades como la anosognosia, la depresión, el estrés mental crónico, la
influencia de la tristeza y la ansiedad en la alteración del impulso sexual y
los ciclos menstruales (70-1; 83; 118-9)8. No se trata de generalizar. Dama-
sio evita la tentación de explicar el cáncer como un producto único de cau-
sas emocionales. Reconoce a su vez que la desestimación de la conexión
entre los procesos de la mente y del cuerpo explica en parte la popularidad
de las «medicinas alternativas» o no occidentales que intentan dar un tra-
tamiento integral del ser humano y que, sin embargo, no pueden por sí
solas aportar todas las respuestas a la cura de las enfermedades.
No pretendo presentar el chamanismo como una alternativa a la
medicina occidental, ni olvido que entre los chamanes también hay,
algunas veces, engaño e interés lucrativo (como también sucede con
nuestros médicos). Digo simplemente que es una técnica que nos
recuerda un vacío que la medicina occidental no ha llenado. Tampo-
co pretendo hacer de Cabeza de Vaca un iluminado. Fue un obser-
vador atento de la naturaleza, no hay en su relación especulación

7
Ver Damasio: «La serotonina es parte de un mecanismo extremadamente complicado que
opera a nivel de moléculas, sinopsis, circuitos locales y sistemas, y en el que los factores sociocul-
turales, pasados y presentes, también intervienen de forma poderosa. Una explicación satisfactoria
sólo puede surgir de una visión más completa de todo el proceso, en la que las variables relevantes
de un problema específico, como la depresión o la adaptabilidad social, se analicen en detalle» (83).
8
«La medicina occidental, especialmente la medicina en los Estados Unidos, llegó a la
gloria a través de la expansión de la medicina interna y de las distintas especialidades qui-
rúrgicas, cuya finalidad era el diagnóstico y el tratamiento de los órganos y sistemas enfer-
mos de todo el cuerpo. El cerebro (y, de manera más precisa, los sistemas nerviosos central y
periférico) se incluyó en el esfuerzo, puesto que es uno de los tales sistemas de órganos. Pero
su producto más precioso, la mente, tenía poco interés para la medicina corriente[...]. Quizá
no sea un accidente que la neurología norteamericana comenzara como una especialidad de
la medicina interna y sólo alcanzara su independencia en el siglo XX» (234).
178

sobre las siete ciudades de Cíbola, mito que difundirían otros con-
quistadores.

Escritura y relato de una vida

Los Naufragios son el relato autobiográfico de un yo situado entre


dos culturas, y aprendiendo constantemente de esta confrontación. Y,
sin embargo, no siempre se ha dado valor autobiográfico a esta obra.
Al referirse a textos como los Naufragios, los Comentarios reales o la
Respuesta a Sor Pilotea, Sylvia Molloy comenta:
El hecho de que los textos mencionados se destinaran, ante todo, a un lector
privilegiado (el rey de España, el obispo de Puebla, el tribunal eclesiástico) que
ejercía poder sobre el escritor y su texto; el hecho de que la autonarración fuera
menos un propósito que un medio para lograr ese propósito; y, por último, el
hecho de que rara vez haya crisis en esta escritura del yo (o rara vez haya un yo
en crisis), hacen que el resultado sea sólo tangencialmente autobiográfico (13).
Molloy fundamenta su concepto de escritura autobiográfica a partir de
términos retóricos (pragmática o uso del texto) y psicológicos (la existen-
cia de un «yo en crisis»). Un texto autobiográfico, según Molloy, debe
expresar claramente un destinatario libremente escogido y el propósito de
exponer la vida del autor en forma problemática, haciendo de esa vida un
cuestionamiento, como diría San Agustín. Sin embargo, estos parámetros
no excluyen a los Naufragios ni pueden considerarse como los únicos para
evaluar los límites de un texto autobiográfico. Ciertamente la Corona exi-
gía que se escribieran relaciones sobre lo acontecido en las Indias; Cabe-
za de Vaca, como tesorero, tenía entre sus funciones escribir una relación
y en el proemio de la obra declara la dedicación de esta al Rey. Junto con
este cumplimiento oficial, también hay en obras como la Historia verda-
dera.., de Bernal Díaz y los Naufragios un realce de la actuación indivi-
dual de sus autores dentro de sus narraciones (Pupo-Walker 17n). En cuan-
to a la necesidad de un «yo en crisis» para que haya autobiografía, Molloy
sigue el modelo de George Gusdorf quien en «Condiciones y límites de la
autobiografía» (1991) [1948] se basa en autores occidentales para definir
la autobiografía como una escritura que se construye sobre los esfuerzos
para representar una «existencia independiente» (10). Un estudio más
reciente, como How Our Lives Become Stories (1999) de Paul John Eakin,
cuestiona este modelo que vendría a colocarse, como código del indivi-
179

dualismo, junto a otros códigos de representación autobiográfica no indi-


vidualistas (narraciones de familia, escritura de mujeres y grupos raciales
o culturales marginados), y ambos serían expresión de procesos sociocul-
turales, psicológicos y neurológicos que influyen en la formación de la
identidad desde la infancia hasta la edad adulta. Narrar la propia vida es
más que una convención. La identidad de las personas se construye desde
los primeros años a través de la interacción social que promueven institu-
ciones que varían según las culturas, como la escuela, la iglesia, o los rela-
tos de tradición oral, entre otras. El yo también es producto de una inter-
acción entre mente y cuerpo. Esto se evidencia cuando se investigan enfer-
medades que tienen implicaciones neuropsicológicas, como lo hace Anto-
nio Damasio, citado además por Eakin (30-1). Damasio explica cómo los
pacientes con anasognosia, que es causada por una lesión cerebral, pueden
experimentar un ataque apoplético, y sin embargo no sienten el cambio en
su cuerpo, han perdido la capacidad de narrar el estado actual de su cuer-
po (148). Lo que llamamos yo está estrechamente ligado a la manera como
percibimos nuestra imagen del cuerpo. No se trata de postular un determi-
nismo social ofisiológico,sino de plantear los varios «registros» con que
dispone el yo, como diría Eakin.
Eakin usa en How Our Lives Become Stories ejemplos tomados
en su mayoría de textos escritos en inglés, puesto que se ocupa de la
literatura de los Estados Unidos. Sin embargo, muchas de sus teorí-
as pueden también ilustrarse con referencias textuales en lengua
española. Cuando Sylvia Molloy menciona los Naufragios de Cabe-
za de Vaca, los Comentarios reales del Inca Garcilaso o la Respues-
ta a Sor Filotea de Sor Juana Inés de la Cruz y cuestiona su posible
inclusión en el género de la autobiografía, habla de unos textos que
reúnen los rasgos que, según Eakin, caracterizan la escritura auto-
biográfica: la narración, a través de esta escritura, de un yo no autó-
nomo, sino formado dentro de un grupo o institución social, la ima-
gen de este yo como inseparable de la imagen del cuerpo. Son carac-
terísticas cuya presencia varía según los autores9. Los textos aludi-
dos del Inca Garcilaso y de Sor Juana traslucen la formación de una

9
Eakin está lejos de confinar su análisis a autores no canónicos. Más bien deconstruye
el individualismo como concepto sólido y aislado del yo Apoyándose en criticas feministas
como la de Francoise Lionnet, promueve una relectura de autores canónicos como San Agus-
tín y Nietzsche, por la presencia materna en las Confesiones y Ecce Homo (51). También
rechaza la identificación de las Confesiones de Rousseau con el individualismo tal como se
ha entendido tradicionalmente (49).
180

identidad con un trasfondo social. Es un yo surgido del encuentro


entre dos culturas, en el caso del mestizo Garcilaso, o desarrollado
en torno de la institución de la Iglesia, en el de Sor Juana. Los Nau-
fragios de Alvar Núñez son la narración de un yo inmerso en unas
complejas interrelaciones sociales y sujeto a muchos padecimientos
corporales. Además de que debía rendir cuentas a la Corona por ser
tesorero de la expedición, Núñez hace una narración de su vida sin
separar esta de la de los europeos y los indígenas con quienes con-
vive en su largo recorrido. La narración de sus penurias contiene
descripciones alusivas a su estado corporal: «Ya he dicho cómo por
toda esta tierra anduvimos desnudos, y como no estáuamos acos-
tumbrados a ello a manera de serpientes mudáuamos los cueros dos
veces al año» (cap. XXII). La inserción de Cabeza de Vaca en el
mundo primitivo de los indígenas, que viven en desnudez y muy
próximos a la naturaleza, es también un acontecimiento moderno
por toda la incertidumbre cognitiva que supone para él su incorpo-
ración a un medio físico y cultural no europeo.

Modernidad de los Naufragios

Los Naufragios se inscriben en la narrativa de las crónicas de


Indias, que tiene como marco las expediciones militares y el
encuentro con otras culturas en el siglo XVI. Circunstancias histó-
ricas como estas, que ponían al descubierto la diversidad de los dis-
cursos culturales, influyeron en el surgir de la novela moderna.
Pues si todo discurso se produce en un contexto social (se habla
para el otro y con el otro), en un mundo plural, hay instancias dis-
cursivas que niegan y otras exaltan ese pluralismo. La novela, por
sus juegos con la realidad y la ficción, sus cambios en los puntos de
vista de los personajes y el narrador, es un género que exalta lo que
Bajtín llamaba el dialogismo. Esto no significa la simple aparición
de diálogos, pues en una oración aislada puede haber dialogismo,
discurso en contexto social. Que la diversidad cultural lleva a su
máxima potencia la polifonía novelesca lo sabía Cervantes, cuando
en El cautivo el narrador menciona una «lengua que en toda la Ber-
bería, y aun en Constantinopla, se halla entre cautivos y moros, que
ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mez-
cla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos» (cap.

Anterior Inicio Siguiente


181

XLI)10. Las aventuras del cautivo de Cervantes, con su combinación


de elementos de la realidad y la ficción con un trasfondo de diversi-
dad cultural, se asemejan a las del protagonista de los Naufragios, en
cuya narración, no exenta de ficción, se despliega un viaje que depa-
ra el descubrimiento de la diferencia de lenguas y culturas:
Passamos por gran número y diversidades de lenguas; con todas ellas Dios
nuestro Señor nos fauoresció, porque siempre nos entendieron y les entendi-
mos. Y ansí preguntáuamos y respondían por señas como si ellos hablaran
nuestra lengua y nosotros la suya, porque aunque sabíamos seys lenguas no
nos podíamos en todas partes aprovechar dellas porque hallamos más de mil
differencias» (cap. XXXI).

En este fragmento el tránsito lingüístico y el tránsito del viaje son


conectados por medio de la connotación inusual que se da al verbo
pasar. Núñez describe la función traductora como un pasaje de lo cono-
cido a lo desconocido que nunca se completa, pues no hay un patrón
absoluto para establecer equivalencias entre todas las lenguas y cultu-
ras. Esta diversidad conlleva un grado de incertidumbre, pues ¿cómo
reaccionar ante lo ajeno, ante lo que socava constantemente nuestras
nociones de lo verdadero?
Es aquí donde podemos hablar de la modernidad de los Naufra-
gios, guardando para la modernidad la posibilidad de la duda y la
contradicción. Y si Cabeza de Vaca difiere de Descartes en la separa-
ción estricta que éste plantea entre cuerpo y mente, se aproxima a él
por el lugar que el filósofo da a la duda metódica en el pensamiento
científico, por la insistencia en mostrar los procesos evidentes (a tra-
vés del uso de principios matemáticos) para la explicación de los
fenómenos de la naturaleza. La vida del protagonista de los Naufra-
gios es la de una mente que observa junto con un cuerpo que experi-
menta duras exposiciones a un medio físico y cultural cambiante.
Que haya tenido esta experiencia en un ambiente premoderno, no
convierte a su obra en antimoderna, si con el prefijo se entiende el
dualismo irreconciliable entre sociedades primitivas y modernas, o el
antagonismo histórico entre períodos modernos y los que no lo son
(pre o posmodernos). La diferenciación entre el lego y el chamán
vivida por Alvar Núñez en sociedades llamadas por algunos «primi-

10
Ver Bajtín: «Shakespeare, junto con Rabehis, Cervantes, Grimmelshauseti y otros, per-
tenece a la línea del desarrollo de la literatura europea en que maduraron las semillas de la
polifonía y que concluyó (en este sentido) en Dostoievski» (56).
182

ti vas» tiene semejanzas con la sociedad moderna. Zygmunt Bauman,


a partir de los estudios sobre las religiones de Paul Radin quien des-
cribe la formación del chamán como sujeta a las etapas de la «teoría
de la ordalía», el «tabú y la purificación» y la «posesión» de una
meta, encuentra en el intelectual occidental prácticas similares: la
búsqueda del conocimiento impone pruebas a quienes ingresan en
instituciones académicas, abstención y dedicación al estudio, defen-
sa de la profesión y sus fines beneficiosos para los que no tienen el
dominio del saber (24-5). Las sociedades primitivas y las sociedades
modernas no son idénticas, pero tampoco opuestas. En las primeras
la defensa de la tradición es imprescindible, mientras en la segundas
el cambio histórico es elogiado. Octavio Paz describe cómo la pala-
bra cambio, de tener un valor indiscutible, pasó a ser desplazada por
la palabra conservación en los Estados Unidos {Los hijos del limo
213). Este hecho enseña cómo un valor primitivo, la conservación de
los recursos naturales, es perfectamente compatible con la moderni-
dad, aunque, a diferencia de Paz, no pienso que esto signifique una
refutación de la modernidad, no al menos en la práctica. Habría que
renunciar a todos los beneficios de la ciencia y la tecnología y aun
renunciar a la memoria histórica para ser verdaderamente no moder-
no. También sería difícil convencer a los miembros de las sociedades
tradicionales que renuncien a los beneficios que puede aportar la
medicina moderna en la cura de algunas enfermedades para las cua-
les no tienen tratamiento ni método de cura. Estas reflexiones pueden
parecer simplistas, aunque no lo son si se ven desde otro horizonte.
La controvertida fecha de 1492 significó un desfase en el encuentro
de dos culturas, o en su mutuo descubrimiento, fatal para los indíge-
nas (que verían la extinción de muchas de sus culturas), no así para
los españoles. Después de su larga convivencia y eventual identifica-
ción con los indígenas, Cabeza de Vaca pudo haber permanecido
entre ellos, como Gonzalo Guerrero (quien se integró por completo a
la vida de los indígenas y luchó contra los españoles), o volver y
hacer su defensa política y teológica para incorporarlos al cristianis-
mo, como Bartolomé de las Casas. Pero no lo hizo. Todorov sitúa
entre estos dos extremos de identificación y asimilación la realidad
compleja de Alvar Núñez:

Cabeza de Vaca adopta los oficios de los indígenas y se viste como ellos.
Pero la identificación nunca es completa: hay una justificación «europea» que
le hace agradable el oficio de buhonero, y oraciones cristianas en sus prácti-
183

cas de curandero. [...] El mismo hecho de escribir un relato de su vida indica


claramente su pertenencia a la cultura europea (209).
Para Todorov, Cabeza de Vaca conserva su identidad europea,
sólo se produce en él, en un momento crítico, una «confusión de la
identidad» (210) cuando, tras largos años errantes, vuelve a entrar
en contacto con los españoles, y les dice a los indígenas que lo
acompañan, que los cristianos no les harán daño, pero luego com-
prueba que los cristianos en efecto buscan esclavizarlos, y esto lo
lleva a cuestionar brevemente a los conquistadores en los Naufra-
gios (cap. XXXIV). Pero lo vivido por Cabeza de Vaca no se puede
reducir a una oscilación entre identificación y asimilación del otro.
El hecho de escribir «un relato de su vida» es un rasgo exclusiva-
mente europeo si se mira sólo como una convención genérica de la
literatura occidental, pero si se toma en cuenta que narrar la vida es
un recurso de la formación de la identidad que puede valerse tanto
de la escritura en la cultura occidental como de la tradición oral en
culturas no occidentales, el relato de Cabeza de Vaca queda en una
zona cultural intermedia, en la que lo europeo y lo indígena no se
oponen, sino que coinciden y se complementan, caso no muy fre-
cuente en las crónicas de Indias, pero que éstas hicieron posible.
Cabeza de Vaca se describe en su relato como indígena, chamán,
explorador, y sin renegar de su viaje, escribe sus observaciones, las
somete a la mirada crítica. Es por eso que su obra ha permitido una
reconstrucción del mapa geográfico y humano que recoge, que se ha
visto confirmado o corregido por los investigadores. También ese
mapa invita a discutir la validez de su experiencia antropológica, y
en la medida que esto es posible, muestra que una identidad multi-
cultural no supone la equivalencia ni el enfrentamiento del sa'ber de
los grupos culturales, sino la existencia movible de una verdad
común que se busca en medio de las diferencias.

Referencias bibliográficas

Bajtín, Mijaíl M. Problemas de la poética de Dostoievski. Trad. Tatiana Bub-


nova. México: F.C.E., 1986.
Bauman, Zygmunt. Legisladores e intérpretes: sobre la modernidad, la pos-
modernidad y los intelectuales. Trad. Horacio Pons, Buenos Aires: Uni-
versidad Nacional de Quilmes, 1997.
184

Bhabha, Homi. Locations of culture, en The critica! tradition: classic texts


and contemporary trenas, David H. Richter, ed. Boston: Bedford Books,
1998. 2a ed. 1331-1344.
Bloom, Harold. El canon occidental. Trad. Damián Alou. Barcelona: Ana-
grama, 1995.
Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha. Introducción y notas de Joaquín Casalduero. Madrid: Alianza,
1984.
Damasio, Antonio R. El error de Descartes: La emoción, la razón y el cere-
bro humano. Trad. Joandomenec Ros. Barcelona: Crítica, 2001.
Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España. Introd. y notas de Luis Sáinz de Medrano. Barcelona: Planeta,
1992.
Eakin, Paul John. How our Uves become stories: making selves. Ithaca: Cor-
nell University Press, 1999.
Eliade, Mircea. Shamanism: archaic techniques ofecstasy. Trad. Wülard R.
Trask. Princeton: Princeton University Press, 1964.
González Echevarría, Roberto. Mito y archivo: una teoría de la narrativa
latinoamericana. Trad. Virginia Aguirre Muñoz. México: F.C.E., 2000.
Gusdorf, Georges. «Condiciones y límites de la autobiografía». Trad. Ángel
Loureiro. En Problemas teóricos de la autobiografía. Coordinador Ángel
Loureiro. Barcelona: Anthropos, 1991. 9-18.
Lévi-Strauss, Claude. Structural antropology. Trad. Claire Jacobson y Broo-
ke Grundfest Schoepf. New York: Basic Books, 1963.
Loureiro, Ángel, coordinador. Problemas teóricos de la autobiografía. Bar-
celona: Anthropos, 1991.
Molloy, Sylvia. Acto de presencia: la escritura autobiográfica en Hispanoa-
mérica. Trad. José Esteban Calderón. México: F.C.E. , 1996.
Núñez Cabeza de Vaca, Alvar. Los Naufragios. Edición e introducción de
Enrique Pupo-Walker. Madrid: Castalia, 1992.
Paz, Octavio. Los hijos del limo: del romanticismo a la vanguardia. Barce-
lona: Seix Barral, 1987.
—. El laberinto de la soledad. México: F.C.E. , 1990. 3a ed.
Pupo-Walker, Enrique. Introducción a Los Naufragios, de Alvar Núñez
Cabeza de Vaca. Madrid: Castalia, 1992. 9-174.
Richter, David H., ed. The critical tradition: classic texts and
contemporary trends. Boston: Bedford Books, 1998. 2a ed.
Selden, Raman, Peter Widdowson y Peter Brooker. La teoría literaria con-
temporánea. Trad. Blanca Ribera de Madariaga. Barcelona: Ariel, 2001.
3a ed.
Todorov, Tzvetan. La conquista de América: el problema del otro. Trad. Flora
Botton Burla. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2003. 2a ed.

Anterior Inicio Siguiente


La Florida, en los orígenes
de «lo cubano»

Luis Rafael

La isla de Cuba, hacia los años finales del siglo XVI se estrenaba
como factoría. Desde 1511, fecha en que el Adelantado Diego Veláz-
quez comienza la conquista, hasta 1770, cuando se inicia la transfor-
mación de factoría en colonia, con el gobierno de Don Luis de las
Casas, irá potenciándose el desarrollo económico y social. En las
décadas iniciales del siglo XVI se establecen las primeras villas y se
produce una notable migración de peninsulares. En 1511 surge la pri-
mera población de Cuba, Baracoa; en 1513, Bayamo; luego vendrán
Sancti Spíritus, Trinidad, Puerto Príncipe, La Habana y Santiago de
Cuba, durante 1514. En 1526 Carlos V dispone el envío de indígenas
a España para convertirlos en maestros y que cumplieran una labor
educativa al regresar a las Antillas. Jóvenes criollos, de familias con
suficientes recursos, marchan a estudiar a la Península; se crean semi-
narios y escuelas, especialmente por las órdenes de los jesuítas, fran-
ciscanos y dominicos. Es previsible que en medio de la ebullición cul-
tural, surgieran escritores aficionados, poetas o cronistas de la época;
sin embargo hasta el momento los esfuerzos por ubicar textos escritos
durante los siglos XVI y XVII no han mostrado antecedentes al Espe-
jo de Paciencia, descubierto en el siglo XIX por el historiador del «cír-
culo delmontino» José Antonio Echeverría y escrito supuestamente en
1608. Tampoco existen notables alusiones a la Isla y las costumbres de
sus habitantes, con excepción de las realizadas por el propio Adelanta-
do Diego Velázquez en sus Cartas de Relación sobre la Conquista de
Cuba o las del Padre Las Casas y otros cronistas de Indias, a su paso
por las Antillas.
Es en este contexto cuando arriba a nuestras costas, directamente en
la Villa Primada, Baracoa, donde plantara Cristóbal Colón la Cruz de
la Parra, un viajero de nombre Alonso Gregorio de Escobedo, confesor
de la orden de San Francisco, procedente de la provincia de Andalucía,
quien a su vocación religiosa sumaba una notable inclinación literaria.
186

Cierto que no era un poeta, pero sí un hombre culto, tenaz y talentoso,


que se empeñó en reseñar su viaje hacia La Florida de forma fidedig-
na, para mejor servicio de sus contemporáneos y de la posteridad. Eli-
gió la poesía y llegó a componer, con éxito irregular, 138 octavas rea-
les que suman más de veintiún mil versos. Después de tanto trabajo,
parece que hubo entusiasmo con la idea de «dar a la luz» la magna obra
y algún éxito lograría en tales menesteres puesto que el manuscrito que
de ésta se conserva presenta las evidencias de ser un texto en «proce-
so editorial», con el orden acostumbrado de introducción, sonetos de
alabanza al autor y demás etcéteras necesarios para ser llevado a la
imprenta. Adversa suerte tuvo, sin embargo, el bueno de Fray Alonso,
porque otros con menos talento y orden, y hasta más páginas, lograron
su sueño de tintas multiplicadas; en cambio, él no. En los casi cuatro
siglos que han pasado desde entonces tal empresa editorial no ha sido
posible. Será cosa de la mala estrella...
Espero que algún día el texto íntegro de La Florida se publique, por
obra de la imprenta o de Internet. De momento, quisiera anotar que
aunque recientemente se anunció el descubrimiento del manuscrito en
la Biblioteca Nacional de España, con sede en Madrid, son varios los
estudiosos que conocían de su existencia y valores, lo que demuestran
los trabajos realizados por Maynard Geiger, en 1934; Fidel Lejarza, en
1940; Geiger, en 1940; Gregory Joseph Keegan y Leandro Tormo Sanz,
en 1948; Ignacio Omaechevarría, en 1948; J. Rus Owere, en 1962; y
finalmente Alvaro Salvador y Ángel Esteban, en sus notas a la edición
de los fragmentos cubanos de La Florida anexados al principio de la
Antología de la poesía Cubana^ tomo 1, de José Lezama Lima, que
publicó en 2001 la editorial Verbum, radicada en Madrid y dirigida por
el escritor Pío E. Serrano1.
Desde el punto de vista temático, los «fragmentos cubanos» de La
Florida nos ofrecen un vitral diverso y algo idílico de la vida en nues-

1
Cito a continuación las fuentes: «An early poetn on Florida», Maynard Geiger, Fort-
nightly Review de St. Louis, XLI, no. 12 (diciembre de 1934), pp. 271-272; «Rasgos autobio-
gráficos del P. Escobedo en su poema La Florida», Fidel Lajerza, Revista de Indias, Vol. I, N°
2, 1940, pp. 35-69; Biographical Dictionary of the Franciscans in Spanish Florida and Cuba
(1528-1841), Paterson, N. J. St, Anthony Guild Press, en Franciscan studies, XXI, 1940;
Experiencia misionera en la Florida, siglos XVI y XVII, Gregory Joseph Keegan y Leandro
Tormo Sanz, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1957; Sangre Vizcaína
en los pantanos de la Florida, Ignacio Omaechevarría, Victoria, 1948; «Apuntes sobre La Flo-
rida de Alonso de Escobedo», J. Rus Owre, en AIH. Actas I, 1962; Antología de la poesía
cubana, tomo I, Alvaro Salvador y Ángel Esteban, Ed. Verbum, Madrid, 2002. Remito al lec-
tor a este libro para la lectura de los «fragmentos cubanos» de La Florida.
187

tra Isla. Se menciona al criollo2, valiente cual los hombres de Castilla,


al decir de Escobedo; abundan las alusiones a la naturaleza, la econo-
mía ganadera, las prácticas religiosas de los aborígenes, entre otras
referencias de notable interés historiográfico. Pero además, junto a la
visión un tanto romántica e idealizada de la realidad, que sería tan
recurrente en la literatura hispanoamericana, estas octavas reales pre-
sentan otros tópicos de nuestras letras, como la mirada de lo real mara-
villoso americano y cierta tendencia al barroco, a pesar de su estilo
neoclásico, marcado por la necesidad de describir un ambiente tan
diverso por su naturaleza y la convivencia de disímiles prácticas cul-
turales. El poema estilísticamente presenta los defectos típicos de una
obra escrita por un versificador demasiado urgido por la cotidianidad,
preocupado por hacer una crónica fidedigna de su viaje, que acumula
adjetivos e intercala largos sermones religiosos, pero es capaz de lograr
dinamismo y buen ritmo en algunos pasajes, lo que demuestra su cono-
cimiento de la retórica y de la versificación. En una línea reconoce sus
limitaciones artísticas al referir que la obra está compuesta: «con len-
gua ruda y verso mal limado»3.
Acerca del estilo podemos decir incluso que en demasiadas ocasio-
nes la estructura de la pieza resulta caótica, hay historias intercaladas
que hacen perder el hilo conductor del relato y una notable falta de uni-
dad, que denota la carencia de un plan para la obra y descuido en la
revisión. En sus sermones a los indios, Escobedo intercala refranes y
aforismos de la tradición hispana y no pocos latinajos y referencias clá-
sicas, que seguramente no usó en sus «pláticas» -como él mismo las
llama-, o prédicas, a los aborígenes. En la nota introductoria a la publi-
cación de estas secciones anexadas a la antología de Lezama, se
advierte: «Según índica Bartolomé José Gallardo en su bibliografía,
por el tipo de letra [del manuscrito] se nota que es un texto renacentis-
ta. Además, lenguaje y estilo se muestran netamente clasicistas, lejos
de la intensidad cultista y tropológlca del Barroco»4.
El interés como cronista o historiador de Fray Escobedo no lo con-
ducen a la indagación y reflejo de datos exactos sobre los hechos que

2
El término «criollo» comienza a aparecer por primera vez en textos defínales del siglo
XVIy se usa para diferenciar a los nacidos en América de los españoles y los aborígenes. Años
más tarde explicará Garcilaso de la Vega, hijo de una princesa inca y de un conquistador
peninsular, en sus Comentarios Reales: «Los españoles han introducido este nombre en su len-
guaje para nombrar los nacidos allá [en el Nuevo Mundo]».
3
Citado por J. Rus Owere, p. 3.
4
Anexo, Antología de la poesía cubana, Ed. Verbum, Madrid, 2001, p. XV.
188

relata, ya que en la obra no menciona ni siquiera la fecha en que salió


de España, los nombres de los barcos en que viajó, si aprendió el idio-
ma de los aborígenes, la ubicación de los asentamientos y ciudades que
visitó, las distancias recorridas..., en fin, sólo el espectáculo de la vida
diaria, que lo atrae y que usa como pretexto para moralizar sobre las
costumbres de los nativos, sus prácticas religiosas y sexuales. Aunque,
quizás en su afán versificador, Fray Escobedo olvidara presentarnos
referencias cronológicas de su viaje y sobre la fecha de composición
del poema, por una mención que hace a que acaba de morir el rey Feli-
pe II (lo que aconteció en 1598), es posible suponer su escritura entre
1598 y 1600. De modo que estamos ante el primer texto poético con
notables referencias temáticas a Cuba, ya que si bien Juan de Castella-
nos en sus Elegías de Varones Ilustres de Indias (Madrid, 1589), dedi-
có su Elegía VII al «Elogio de Diego Velázquez de Cuéllar», Adelan-
tado de la Isla de Cuba, sus notas sobre Santiago y el ambiente que
rodeaba al ilustre conquistador suman apenas un par de versos.
Los fragmentos cubanos de La Florida no pasan de unos doce plie-
gos en el manuscrito original, del folio 199 al 211, y constituyen la
última parte del canto segundo de la parte dos y las secciones tituladas:
«Contiene este canto la promesa que hicimos en la tormenta. Estuvi-
mos algunos días en la villa de Baracoa de la Isla de Cuba y en ella vi
las cosas notables siguientes» y «Contiene este canto cómo navegando
nuestra gente a La Habana, salió una lancha de franceses para robarnos
y cómo un hombre de Canarias, con pocos amigos, se levantó con dos
naves inglesas». Eran tiempos de piraterías, pugnas entre potencias
coloniales y heroicidades, solo que en vez del héroe negro Salvador
Golomón, que unos años después nos presenta El Espejo de Paciencia
(1608), aquí se trata de un isleño de Canarias.
Las dos primeras octavas reales en que se hace mención de Cuba,
que también era conocida como La Dorada por sus yacimientos de oro,
están referidas al avistamiento de Baracoa. Señala Fray Alonso que no
son muchos los pobladores de la villa pero sí sus riquezas, dirá: «que,
aunque pobre de gente, no lo es de oro». El canto siguiente hace alu-
sión a la estancia en Baracoa y se inicia con el cumplimiento de una
promesa realizada en medio de una tormenta, de celebrar misa si lle-
gaban sanos a puerto; y a la hospitalidad de indios y españoles para con
los viajeros. El panorama que nos ofrece es de indudable valor históri-
co, puesto que resulta un observador acucioso sobre las costumbres y
riquezas de la Isla. Hoy sabemos que la explotación de las minas de oro
189

por parte de los colonizadores fue despiadada y agotó prácticamente


este recurso. En cambio, entonces eran famosos los yacimientos del
preciado metal, leyenda que atrajo a decenas de españoles y que se
encarga también de propagar Escobedo: «porque hallarán en ella minas
de oro/ que tiene cada una un gran tesoro». No le falta entusiasmo para
promover el mito sobre la fortuna inusitada que podía reunirse en las
Américas, al tiempo que nos habla de que ya los indios van escasean-
do y por eso varios colonizadores han traído negros -más fuertes y ren-
didores que los nativos- para la explotación de las minas y la obten-
ción del metal en los ríos de Cuba: «El capitán Vizcardo, lusitano,/ de
doce negros fuertes se servía,/ que en las aguas que corren al Océano/
sacaban grande suma cada día». Escobedo parece consciente de que el
maltrato a que los conquistadores sometieron a los aborígenes fue la
principal causa de su exterminio, pero se asombra ante la rebeldía de
algunos nativos que prefieren la muerte a vivir esclavos: «aunque el
varón más fuerte desconcierta;/ por tener por mejor el indio activo/
poner fin al vivir que ser cautivo».
La riqueza de la Isla, ya lo predecía Colón, no será sólo en metal
dorado, también radica en su flora, la barroca vegetación y la abun-
dancia de frutos que asombran al viajero, «mucha copia de frutas y
comida». En un aparte que considero especialmente valioso, explica el
proceso de la confección del casabe, luego de la siembra y cultivo de
la yuca. Y nos recuerda enseguida el viejo adagio: «Cuando no hay
pan, se come casabe». Muy interesante y detallado es su relato sobre la
siembra y recolección de la yuca, para la posterior elaboración del
necesario alimento que sustituyó el pan por la escasez de trigo y resol-
vió un problema en la dieta de los habitantes de la Isla. Anota que una
vez recolectada la yuca: «Lávanle con grandísimo cuidado/ dejándole
cual nieve en su pureza;/ con cueros de líbica, un mal pescado». Des-
pués de rayada la masa blanca y cruda es puesta a curar en «calzas de
la palma fabricadas,/ y haciendo dellas a la horca». Es decir, en una
especie de largo tejido confeccionado con hojas de palma al cual ser-
vía de contrapeso alguna piedra, de manera que pudiese escurrir el
líquido, ya «que sale un agua clara y venenosa,/ que morirá quien della
beber osa». El proceso culmina con la cocción al fuego, en una espe-
cie de marmita, y el secado al sol: «y puesta al sol después de bien
cocida,/ durará largo tiempo esta comida.» Otra ventaja del cazabe
sobre el pan, a pesar de su sabor «a madera», es que una vez elabora-
do resiste los rigores de las temperaturas tropicales y de largos viajes.

Anterior Inicio Siguiente


190

No obstante, Fray Escobedo, tan arraigado en sus costumbres, tan


español, a diferencia de los «criollos» Zequeira y Rubalcaba quienes
más tarde hacen el elogio de los frutos de Cuba en detrimento de los
europeos, añade que «comparado con el trigo, es puro lodo,/ porque
daña al que come las encías;/ ponen descomunión al que comiere,/ si
agua junto a sí no la tuviere.»
Esa misma mirada extrañada de europeo nos dará regalos de asom-
bro y señalará lo real maravilloso americano de nuestra flora. Sobre el
Árbol Nacional de Cuba, expone: «No son cual los de España los pal-
mitos,/ son palmas de diez brazas en altura.» Es notable su elogio a las
frutas endémicas: la guayaba, «infinita», de «comer dulcísimo y sabro-
so»; los plátanos, «maduros de dulzura», «que tienen sabor maravillo-
so»; las pinas, «de fruta el sabor más regalado». Nos refiere que vio
plantaciones de limas, toronjas y limones, enormes sembradíos de
naranjales, en campos y montañas, «cada naranja como una cabeza».
Pone en paralelo al mamey con el melocotón: «Comerá del mamey,
fruto gustoso,/ a los melocotones comparado,/ colorado cual ellos y
oloroso»; y propone un símil, a mi modo de ver infeliz, para describir
al aguacate: «aguacate es comida regalada/ cual manteca de vacas
extremada».
Quizás Escobedo no vio grandes ríos antes de llegar a América,
porque se asombra de la fuerza de uno de los nuestros, sabemos que
poco caudalosos: «ver la fuerza del río es maravilla,/ cuyo rápido
curso es inhumano». ¡Inhumano! Buen adjetivo para la fundación de
lo real maravilloso y del imaginario mítico en nuestra literatura.
La hospitalidad ha sido otro de los blasones del cubano, que se
encarga de reseñar nuestro poeta-cronista: «la gente es dadivosa y tan
cumplida,/ que da con mucho gusto lo que tiene/ al caminante que a su
casa viene.» Aparece, por fin, el criollo, hospitalario para con los visi-
tantes, al punto de regalar riquezas y pobrezas, no en balde «por su
señora tiene a la largueza».
Parece que ya entonces el fomento de la ganadería daba buenos
resultados, porque las alusiones a las manadas que se reproducían solas
en medio de los bosques, abundan en este canto. Especialmente en el
caso de los caballos, anota: «Críase de caballos muchedumbre,/ por ser
la tierra opulenta y gruesa,/ y tienen los isleños por costumbre cazar-
los en la selva más espesa...» Admira que sin cebada ni otro alimento
especial haya sido posible el fomento de una población de equinos
numerosa y de tanto vigor. El milagro de la multiplicación de panes y
191

peces gracias a los prodigios de la naturaleza americana queda expli-


citado con entusiasmo poco religioso en lo referido a la fecundidad de
los caballos, convertidos todos en garañones por obra de los siguientes
versos: «es padre cada cual de una manada/ de más de treinta yeguas
numerada».
Interesante resulta el relato de los entretenimientos o juegos de
españoles y nativos, como el de atravesar el río a nado, a riesgo de per-
der la vida en el torrente o el de salir a lidiar toros. Gracias a la pluma
de Escobedo, nuestros criollos parecen héroes de epopeya, caballeros
valerosos que se enfrentan a criaturas salvajes, cual San Jorge bata-
llando contra el Dragón. En una descripción cinematográfica, relata el
duelo entre «el bravo criollo» y «el toro fiero». Haciendo una alusión
clásica, proclama que los criollos «merecen bien la honrada silla/ que
Marte suele dar al que más ama». El valor temerario de estos hombres
es causa de gran admiración y orgullo, de ahí que eche mano a un
refrán para mejor explicitarlo: «¡Oh valor de criollo a maravilla!/ De
buena cepa nunca mala rama;/ si vuestro abuelo y padre fue valiente,/
vos lo mostrastes ser a nuestra gente.»
Tan abundante es la población de reses y tanta riqueza produce el
floreciente comercio de cueros, que los jinetes se divierten dando caza
y matando toros criados en manadas salvajes, para demostrar su valor,
y sólo toman de ellos el sebo y los cueros, abandonando la carne a la
rapiña de las auras, a quien Dios parece haber encomendado el sanea-
miento: «Si el aura yacarera en reses muerde,/ es porque Dios eterno
se lo manda,/ para que quede limpia aquella tierra/ y el corrompido
viento no dé guerra.»
La naturaleza de la Isla es del todo deslumbrante y glorifícadora de la
obra divina. Hace mención el viajero de los bosques, que ofrecen su som-
bra a través de cualquier camino («es tan grande la espesura/ que no pue-
den los rayos del Oriente,/ con sus doradas hebras de hermosura/ bañar el
duro suelo de Occidente»); anota que el «copado seibo» es el árbol más
alto, razón por la que ningún otro podría hacerle sombra; habla de la
«dama agua» y sus utilidades... En el canto siguiente, Escobedo insiste
en la diversidad y bondades de nuestros bosques, que comienzan a ser
talados y vendidos en Europa. «Del ébano que a España traen, preciosos»
dice que vio una lanza «de tanta altura/ que tuvo treinta pies el palo her-
moso», guardado para obsequiarlo «al duque de Medina». Es esta otra
posibilidad para el comercio, ya que los marineros pagan «por el quintal»
de maderas «cuatro reales en lienzo o en dineros».
192

Portentos no faltan a la vista de nuestro Marco Polo deslumbrado,


quien aprovecha cualquier oportunidad para transmitir a sus lectores
los conocimientos que va adquiriendo en la aventura. Flora y fauna no
parecen enteradas de la creciente presencia de los conquistadores que
terminarán asediándolas y agotándolas. Tal es el caso de las tortugas
que van a la playa a poner sus huevos en la arena.
Al igual que otros cronistas y misioneros de la época, el Padre Esco-
bedo se interesa por las costumbres y prácticas religiosas de los aborí-
genes; y como la mayoría de estos los acusa por sus hábitos paganos.
La reverencia por los muertos queridos, tan arraigada en nuestra cultu-
ra, en que se alienta la resignación mediante el recuerdo y cuidados
como llevarles comidas a las rumbas, es práctica conocida en varias
civilizaciones, fundamentalmente orientales, pero también existía en
las Antillas. El poema nos sirve para ejemplificar cómo han perdurado
en Cuba ritos de los aborígenes que luego se atribuyeron a influencias
africanas o asiáticas.
¡Cuánto más útil nos resultaría el relato de Fray Escobedo si hubiese
tratando de recoger las leyendas y cosmogonías de los nativos! Pero las
notas que ofrece, matizadas por su religiosidad y tamizadas por los testi-
monios de los indios conversos y doblegados al yugo de los colonizado-
res, no dejan de ser interesantes: «No cantaré de sus costumbres y ritos;/
de sus dioses diré distintamente/ que adoraban que son casi infinitos,/
locura grande de tan ciega gente...» Escobedo tendrá ocasión de sermo-
near al «infiel indio ignorante» que a riesgo de su perdición: «adoraba del
sol el rayo ardiente», de la luna «la belleza», «del lucero claro la hermo-
sura», «el trueno cuyo estrépito es terrible», el arcoiris, las estrellas...
Aunque acaso Dios estuviese en cada una de sus creaciones y por eso el
hecho de que reverenciaran el mar, el cielo, la tierra, «de la menuda arena
los montones», entre tantos otros elementos naturales, no revelaba paga-
nías demoníacas sino sencillez y reverencia por la hermosa tierra que
también cautiva al viajero español.
Enjuicia positivamente, sin embargo, que por temor a perder sus almas,
los indios hayan aceptado la fe católica. De su mansedumbre nos dirá que
«sujetan la cerviz a la obediencia» «y guardan de sí la paz del cielo».
Pero para su desgracia y la de los viajeros que le acompañan, en las
Antillas existieron peligros mayores que los que pudieran acarrear
rebeliones de aborígenes, ya que corsarios y piratas acechaban desde
el azul movedizo de la mar nueva. El canto siguiente relata cómo en la
travesía de Baracoa a La Habana, pasando por Bayamo los ataca una
193

embarcación francesa, debido al afán del capitán de «navegar por el


atajo», cerca de la costa, evitando las peligrosas corrientes oceánicas.
Cual Sancho urgido por la desesperación, Escobedo echa mano a un
par de refranes y exclama «que no hay ningún atajo sin trabajo» y que
«por escapar un mal pequeño/ en manos soléis dar de otro más grave».
En cambio, para suerte de todos -los aventureros que le acompañaban
en la travesía, el fraile poeta y sus lectores de hoy-, «el fuerte leño»
-seguramente cubano- de que estaba construida, resistió los bajíos y
corrientes del Caribe al tiempo que demostró su ligereza, a la que debe-
mos la fuga de la embarcación. La nave y su destino no pudieron ser
capturados por aquellos filibusteros, quienes acaso osaban impedir la
escritura y posterior hallazgo de La Florida, poema que tiene ganado
su sitio en los orígenes de «lo cubano».
Iglesia de Guadalupe

Anterior Inicio Siguiente


¿Dónde estás, Bernard Shaw,
dónde estás?

Jerónimo López Mozo

Lo primero que conocí de George Bernard Shaw fueron algunas fra-


ses extraídas de sus escritos o atribuidas a él, que aparecían en las hojas
de los almanaques de taco. Eran ingeniosas, pero no daban ninguna
pista sobre su autor. Así, pues, para mí, Shaw era un creador de epi-
gramas y aforismos, del mismo modo que, para otros, Gómez de la
Serna lo era de greguerías. Eso sucedía en la década de los cincuenta
del pasado siglo. Luego supe que era un famoso dramaturgo nacido en
Dublín hace ahora hace siglo y medio, que abandonó Irlanda para ins-
talarse en Londres, que escribió algunas novelas y fue crítico teatral y
que, a punto de cumplir los treinta años de edad, inició su actividad
como dramaturgo, llegando a alumbrar más de cincuenta comedias a lo
largo de su vida, la cual se apagó en 1950. Es decir, poco antes de que
yo averiguara cuanto acabo de mencionar. Supe también que, en 1925,
recibió el Premio Nobel de Literatura; y, al fin, leí varias piezas suyas:
Santa Juana, en uno de los tomitos de la colección Crisol, editada por
Aguilar; Cándida, publicada en 1928 en la popular colección El Tea-
tro Moderno, en un ejemplar de segunda mano que encontré en la
Cuesta de Moyano; y El carro de las manzanas, publicado por Espasa
Calpe en Argentina, en la colección Austral.
Me hubiera gustado ver representada alguna obra de Shaw, pero no
fue posible. En aquellos años ninguna subió a los escenarios, lo que no
dejaba de ser sorprendente si tenemos en cuenta que hasta principios
de los treinta había sido grande el interés por su teatro. Julio Broutá,
traductor de casi toda su producción, vertió a nuestro idioma, entre
1902 y 1911, no menos de ocho piezas, entre ellas César y Cleopatra,
De armas tomar, El discípulo del diablo, Lucha de sexos y Cándida.
Gregorio Martínez Sierra, impulsor del teatro de arte en España, estre-
nó en 1920 en el teatro Eslava, bajo su dirección, Pigmalión, espectá-
culo que fue repuesto en las tres temporadas siguientes. En 1926, Mar-
garita Xirgu dirigió y protagonizó Santa Juana. No fueron las únicas
196

obras de Shaw vistas en España. Cándida y El hombre que se deja que-


rer fueron programadas en 1928 y 1930, respectivamente. En todos los
casos, encabezaron los repartos importantes figuras de la escena. Ade-
más de la citada Margarita Xirgu, actrices de la talla de Catalina Bar-
cena, Irene López Heredia o Lola Membrives interpretaron las obras
citadas. Como muestra de la acogida que se dispensó al teatro de nues-
tro dramaturgo, baste recordar el entusiasmo con el que el entonces
joven periodista José Montero Alonso saludó el estreno de Santa
Juana. Fue, en su opinión, una jornada triunfal en la que el páramo del
teatro español, dominado por la mediocridad y la vulgaridad, se vio
repentinamente iluminado por el resplandor de tan singular drama.
El interés por el teatro de Bernard Shaw estaba plenamente justifi-
cado en aquellos años en los que la escena española iniciaba un pro-
metedor proceso de renovación. El escritor seguía la estela de Ibsen,
sobre el que había publicado un ensayo titulado La quintaesencia del
ibsenismo. En sus primeras obras, de marcado corte naturalista, en las
que la burguesía y sus hábitos sociales son el objeto de sus acerados y
satíricos dardos, la influencia es evidente. Como lo es la que él ejerció
sobre algún autor español, en especial sobre el primer Benavente, que
seguía con suma atención las novedades del teatro europeo, y Jacinto
Grau, cuyo teatro asume el predominio de lo discursivo sobre la
acción, rasgo fundamental en la obra de Shaw. En 1921, Grau alum-
braría el mejor testimonio de esa influencia: El señor de Pigmalión.
Sin embargo, la presencia de Shaw en las librerías y en cartelera fue
decreciendo, hasta el punto de que, a partir de los años treinta, apenas
se publicaron nuevas piezas suyas ni fueron representadas. ¡Cuánta
sería la decepción del dramaturgo al comprobar que las expectativas
abiertas tras aquellos estrenos no se confirmaron, sobre todo tras haber
sido testigo, desde el patio de butacas del Eslava, del éxito de la Santa
Juana de la Xirgu! Una de las excepciones que confirmaron la regla
fue la puesta en escena en 1946, en el Teatro Español de Madrid, de
Los despachos de Napoleón, a cargo del Teatro Universitario Español,
que dirigía Modesto Higueras. Como detalle curioso hay que señalar
que la obra fue representada junto a otras dos, de Ruiz Iriarte y José
Franco, respectivamente, para conmemorar el décimo aniversario del
18 de julio de 1936, fecha del levantamiento militar contra el Gobier-
no de la República.
Hube de esperar, pues, algún tiempo para ver una obra de Bernard
Shaw. No tuve oportunidad en el verano del 59, en el que Adolfo Mar-
197

sillach estrenó en Barcelona, al aire libre, César y Cleopatra, en dis-


cutible versión de Torrente Ballester, que había suprimido un acto
completo y añadido bastante de su cosecha. Tampoco vi la Santa Juana
que los alumnos de la Escuela de Arte Dramático Adriá Gual hicieron
en 1963 en el Teatro Griego de Montjuic. La ocasión llegó en 1964. La
compañía de Adolfo Marsillach, en la que él era director y primer
actor, estrenó Pigmalión en el desaparecido Teatro Goya, de Madrid,
en versión de José Méndez Herrera, con escenografía de Francisco
Nieva y con un excelente reparto en el que figuraban actores de gran
calidad, como Marisa de Leza, Antonio Vico, Fernando Guillen y Car-
men Carbonell. Fue aquél, un espectáculo ejemplar por su factura y por
la fidelidad al espíritu y a la letra del texto original. No se caía, como
ha sucedido con frecuencia, en la tentación de convertir el encuentro
entre el profesor Higgins y la vendedora de flores en una historia sen-
timental con el casticismo como telón de fondo. ¿Y después? Supongo
que la experiencia de Marsillach, satisfactoria desde el punto de vista
artístico, pero de escasa rentabilidad económica, influyó en que no
cundiera el entusiasmo, pues el teatro de Bernard Shaw siguió llegan-
do con cuentagotas: en 1973, La profesión de la señora Warren, con
Julia Gutiérrez Caba en la cabecera del cartel; en 1985, El hombre y las
armas, en catalán, a cargo de la compañía U de Cuc, y Cándida, pro-
tagonizada por María Dolores Pradera; en 1990, El hombre del desti-
no, con puesta en escena de María Ruiz; en 1997, de nuevo La profe-
sión de la señora Warren, esta vez con Julieta Serrano en el papel prin-
cipal y dirección de Calixto Bieito; y, de cuando en cuando, alguna
representación a cargo de alumnos de escuelas de arte dramático o de
grupos aficionados.
No es fácil explicar la causa del desinterés por la obra de Shaw, qui-
zás porque no haya una sola. Cuando sus primeros textos llegaron a
España, su ibsenismo fue un aval importante para acogerle como un
destacado militante de la vanguardia europea. Pero ya entonces,
Ramón Gómez de la Serna, calificó su teatro de «imposible», conside-
ración que también le merecía el de Ibsen, Strindberg, Hauptmann y
Maeterlinck, entre otros. Y, en efecto, lo fue, quizás no tanto por las
razones aducidas por Ramón, relacionadas con las dificultades que
todo movimientos innovador encuentra para abrirse paso, sino porque
nuestra Guerra Civil expulsó de España a sus valedores. No es sor-
prendente que, en los primeros años del franquismo, nadie se plantea-
ra representar su teatro. Se daba por sentado que el público español no
198

tenía el menor interés por un discurso crítico que no podía ser de su


agrado y que, además, para seguirle, exigía un cierto esfuerzo intelec-
tual. Luego, cuando se le quiso recuperar, era tarde. Ya le habían col-
gado la etiqueta de escritor agudo e ingenioso, dejando a un lado otros
méritos mayores. Epigramas como «No hay amor más sincero que el
amor a la comida» o «Los espejos se emplean para verse la cara y el
arte para verse el alma» eran más apreciados que cualquiera de las
mordaces y bien construidas escenas que abundan en sus obras. Tam-
poco los estudiosos ayudaban a conocer a Shaw. Las contradicciones a
la hora de situarle en el lugar adecuado eran numerosas y notables.
Para algunos, Shaw era el Moliere del siglo XX, para otros el precur-
sor del teatro épico y del teatro del absurdo. La verdad es que la hue-
lla más profunda de su teatro está en la obra de una serie de dramatur-
gos que le imitaron sin superarle: James Barrie, que vistió de natura-
lismo lo que era comedia costumbrista; Noel Coward, autor de alta
comedia; y Terence Rattigan, de comedias ligeras. Teatro burgués, en
fin. El de Bernard Shaw no lo era, o no lo era del todo, pero aparenta-
ba serlo. Por eso, a pesar del éxito del Pigmalión de Marsillach, pocos
entendieron lo que sucedía en el escenario. Se quedaron con lo super-
ficial. Cuando años después se estrenó La profesión de la señora
Warren, el crítico Ángel Fernández-Santos afirmó que, aunque la obra
ejerció en su tiempo el oficio de latigazo bien dado sobre el lomo de
las costumbres hipócritas, ahora apenas era una caricia, un amable
juego de una candidez enternecedora. Tenía razón, pero su juicio se
refería a una obra menor, cuya recuperación sólo puede entenderse
porque brinda a cualquier actriz consagrada convertida en empresaria
la oportunidad de lucirse.
¿Tendría hoy algún interés que se representara el teatro de Bernard
Shaw en España? Tal vez. En su vasta producción hay obras que segu-
ramente no han perdido vigencia, que pueden ser contempladas a la luz
de nuestro tiempo. Habría que comprobarlo pero, para ello, se requie-
re el concurso de creadores con sensibilidad y talento. Los hay. ¿Que-
rrá alguno? Lo malo es que, mientras esperamos, tenemos pocas posi-
bilidades de acceder a la lectura de sus piezas. En la estantería de algu-
na librería encontraremos, con algo de suerte, Santa Juana. En la
mayoría, ni ésa.

Anterior Inicio Siguiente


La muerte de un burócrata:
el triunfo del humor corrosivo

Carlos Espinosa Domínguez

«El humor y la sátira son recursos que casi habíamos olvidado bajo
el peso de un exacerbado sentimiento de responsabilidad. Y sería un
error caer en ese olvido»1. Esto lo escribía Tomás Gutiérrez Alea (San-
tiago de Cuba, 1928-La Habana, 1996), poco después de haber finali-
zado el rodaje de su primera comedia, Las doce sillas (1962). Y para
demostrar que en lo que a él correspondía, no constituían meras pala-
bras, tras dirigir dos años después Cumbite, volvió al terreno del humor
y la sátira en el que sería su cuarto largometraje: La muerte de un buró-
crata (1966).
En su nuevo proyecto, Gutiérrez Alea recuperaba un tema, el del
flagelo del burocratismo, que aparecía de modo tangencial en Las doce
sillas. Era, por otro lado, una manifestación que en la nueva sociedad
cubana resultaba retrógrada y ridicula, al igual que lo eran el «siquitri-
llado», el cura y el ex sirviente de aquel filme. Éstos, no obstante, vení-
an a ser representantes del sistema capitalista que poco a poco iba que-
dando atrás. Burlarse de ellos no implicaba ningún riesgo; se movía
sobre un terreno seguro. En La muerte de un burócrata, por el contra-
rio, iba a tomar como blanco de su humor corrosivo el papeleo buro-
crático generado por las empresas e instituciones de la triunfante revo-
lución. Y lo peor, iba a hacerlo en una etapa en la que las críticas de
esa índole levantaban sospechas de alineación con el enemigo impe-
rialista o de desviación ideológica. O sea, que su nueva comedia repre-
sentaba una propuesta osada por partida doble: por criticar de manera
directa un problema actual en ese momento y por emplear una vía
como la del humor satírico, que tantas ronchas suele levantar.
Un espacio para poder ejercer la crítica de la realidad inmediata fue
precisamente un derecho que Gutiérrez Alea siempre defendió, y supo

' Tomás Gutiérrez Alea: «Doce notas para Las doce sillas», Alea: una retrospectiva críti-
ca, edición de Ambrosio Fornet, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1987, pp. 67-68.
200

ganárselo con honestidad y gracias a su talento como cineasta. Conse-


guir ampliar ese margen para expresarse libremente dentro de los lími-
tes fijados por la revolución no le resultó, sin embargo, una tarea fácil.
Léase, por ejemplo, su libro Dialéctica del espectador, donde se refie-
re entre líneas a los obstáculos que encontró para que le autorizaran
rodar Memorias del subdesarrollo. Conviene recordar también el
malestar con que fue recibido en ciertos estratos oficiales su último lar-
gometraje, Guantanamera. En una entrevista que le realizó Michael
Chañan poco antes de su fallecimiento, declaró que no era un disiden-
te, como afirmaban algunos, ni tampoco un propagandista de la revo-
lución, como lo presentaban otros. Pero aclara que, por supuesto, en
sus películas advierte sobre todo lo que le parece una distorsión de los
objetivos y los caminos más esperanzadores de la revolución, todo lo
que la ha desviado hasta colocarla en la crisis en que se hallaba en los
noventa, fecha cuando concedió la entrevista2.
Las películas de alcance crítico representaban entonces una rara
avis en el cine de los países socialistas. La censura era una práctica
común y se aplicaba de manera inflexible y con unos criterios que, en
ocasiones, eran difíciles de comprender. Por ejemplo, en 1967 Andrei
Mijalkov-Konchalovski rodó un filme tan temáticamente inofensivo
como La historia de Assia Kláchina que, a pesar de que amaba, nunca
se casó. Sin embargo, no logró la aprobación de los celadores de la
libertad de expresión y pensamiento, que la mantuvieron secuestrada
durante más de veinte años. Resultaba, por tanto, insólito que una cine-
matografía tan joven como la cubana apostara tan tempranamente por
esa vertiente. La presentación de La muerte de un burócrata en el Fes-
tival Internacional de Karlovy Vary, Checoslovaquia, debió de dejar
perplejos a muchos, pues se trataba de un filme sin prédicas ideológi-
, cas ni conclusiones forzadas, que no disfrazaba la realidad. Eso se tras-
luce cuando uno revisa las palabras leídas por Gutiérrez Alea antes de
proyectarse su cinta en aquel certamen: «La película que van a ver a
continuación (...) es una comedia satírica cuyo argumento se desarro-
lla en la Cuba de hoy. No tiene nada que ver (...) con aquellos elemen-
tos exóticos (por otra parte tan familiares) que siempre se esperan de
cualquier obra que venga de nuestro mundo tropical y subdesarrollado.
No tiene mucho que ver tampoco, y esto se notará enseguida, con ide-

2
Michael Channan: «¿Estamos perdiendo todos los valores?», Encuentro de la Cultura
Cubana, n. 1, Verano 1996, p. 76.
201

ologizaciones más o menos románticas, más o menos retóricas del


momento histórico que vive nuestro país»3. Como se ve, más claro ni
el agua clara.
Esa postura explica, por otra parte, que tras realizar Las doce sillas,
abandonara el proyecto de rodar una versión de la novela de José Soler
Puig Bertillón 166, acerca de la lucha clandestina en las ciudades.
Gutiérrez Alea consideraba que con Historias de la revolución (1962),
había pagado ya su deuda con la glorificación y la recreación épica de
la lucha contra la tiranía de Batista, que a partir de entonces no apare-
ció más en su obra cinematográfica. Ahora le interesaba abordar temas
de la contemporaneidad. Y el primer asunto que concitó su interés fue
el del burocratismo, un mal que en esos años había empezado a des-
arrollarse con fuerza. Sobre el mismo ya había advertido en 1963 el
Che, en un artículo titulado Contra el burocratismo. Allí se refiere a
sus efectos negativos de frenar impulsos y paralizar la actividad, y
según expresa, se produce cuando «se quieren resolver problemas a
otros niveles que el adecuado o cuando éstos se tratan por vías falsas
que se pierden en el laberinto de los papeles»4.
En ese laberinto de planillas y certificados va a parar precisamente
Juanchín, el ingenuo protagonista de la película. En su caso, no debe-
rá enfrentarse a una misteriosa y despiadada divinidad, como el Josef
K. de El proceso, aunque sí a una situación tan extrema como la de
éste. Mas no por ello son menos delirantes los círculos del infierno
burocrático que le toca padecer. Al igual que el personaje de Kafka, va
de gestión en gestión, sólo para descubrir su aislamiento, así como la
realidad inhumana que halla en todas las oficinas a las cuales acude en
busca de ayuda. También como Josef K., Juanchín empieza a descui-
dar su trabajo, por tener que pasar largas horas para conseguir un cer-
tificado, el estampado de un cuño o una simple firma, y por verse obli-
gado a desplazarse de un lado a otro de la ciudad.
Mas Gutiérrez Alea no nació en Praga, y en lugar de crear una tra-
gedia abstracta que elimina las explicaciones racionales, opta por un
tratamiento sustentado en un humor muy cubano, al que, no obstante,
incorpora otras variantes. Su elección de ese recurso se fundamente en
que para él, constituye «el tono más apropiado para expresar el carác-

3
Tomás Gutiérrez Alea: «Presentación en Karlovy Vary» Alea: una retrospectiva crítica,
p. 74,
4
Ernesto Guevara: «Contra el burocratismo», Escritos y discursos, /. 5, Editorial Cien-
cias Sociales, La Habana, 1977,p.63.
202

ter absurdo que adquieren las deformaciones burocráticas, los forma-


lismos y los formulismos vacíos que no tienen nada que ver con la
práctica revolucionaria»5.
Y un formalismo tonto, que no resultaba inusual de la Cuba de la
primera mitad de los sesenta, es el origen de todo eí embrollo de La
muerte de un burócrata. Lo pone en evidencia Juanchín, cuando ago-
tado ya tras numerosas tentativas para hallar una solución al problema
de la pensión de su tía, se pregunta: «¿Quién sería el de la idea de ente-
rrar al tío Paco con el carné laboral? ¿A quién se le ocurriría eso?» Ese
gesto con el que se pretendía destacar su condición de proletario, es tan
vacío como esos símbolos despojados de significado y de valor estéti-
co que son los feos bustos de José Martí construidos por el finado, un
obrero ejemplar cuyo anhelo era que la familia cubana llegara a tener
un rincón patriótico en su casa.
En la secuencia con que se inicia el filme, Gutiérrez Alea dirige
hacia él los primeros dardos de su corrosiva hilaridad. Quien despide
el duelo llama a Francisco J. Pérez «artista emérito, inventor insigne,
r

paradigma de patriotas... Un Miguel Ángel para los humildes». Su ase-


veración de que «siempre pudo vérsele en la primera fila de combate
contra todas las fuerzas de la opresión» es acompañada, mediante la
fotoanimación, con imágenes de archivo de protestas y concentracio-
nes públicas en las que el susodicho se ve como un punto perdido en
la muchedumbre y que sólo localizamos como tal porque nos es seña-
lado por una flecha. No es exactamente la imagen del obrero como
héroe prototípico de la nueva sociedad de la que tanto abusaron las
cinematografías de los países socialistas (la cubana, en honor a la ver-
dad, pagó menos tributo a esa estética). Eran los tiempos, como recor-
darán algunos, de aquella campaña denominada Construye tu maqui-
naria. Las buenas intenciones que movieron a Francisco a inventar la
suya no impiden que en la película también reciba un tratamiento satí-
rico. Como comentó Bernardo Callejas al reseñar La muerte de un
burócrata, en su caso Gutiérrez Alea critica a quienes, a fuerza de
mecanicismo, se alejan del pensamiento de los grandes hombres y los
convierten en símbolos huecos6.
Pero aunque en La muerte de un burócrata se lanzan algunos rama-
lazos irónicos contra la obsesión por el cumplimiento de las metas, los
5
Gary Crowdus: «Un apoyo moral a las victimas del burocratismo» Alea: una retrospec-
tiva crítica, p. 85,
6
Bernardo Callejas: «Lo mejor del cine cubano actual», Alea: una retrospectiva crítica,/). 76.
203

dirigentes oportunistas y acomodaticios y el uso de siglas para identi-


ficar a los ministerios y empresas gubernamentales (el protagonista,
por ejemplo, debe acudir al DEPATRAM, Departamento de Acelera-
ción de Trámites), la artillería pesada está dirigida contra el burocra-
tismo7. Un problema, conviene decirlo, heredado del capitalismo, pero
que la revolución prohijó e institucionalizó. El título del filme alude
directamente al administrador del cementerio, quien se niega a exhu-
mar el cadáver de Francisco y, luego, a que sea enterrado de nuevo en
la tumba en donde se hallaba. Pero en realidad, él es sólo uno de los
numerosos empleados y funcionarios insensibles que hacen que un
simple trámite para que su tía comience a recibir la pensión, se con-
vierta para Juanchín en un auténtico via crucis. Gutiérrez Alca los
reúne en la escena final, cuando todos aparecen, compungidos y lloro-
sos, acompañando el cortejo fúnebre del administrador del cementerio.
Quienes han visto la película, recordarán que el primero de ellos
que se nos muestra es el empleado que atiende a Juanchín y su tía,
cuando inician el papeleo para la pensión. Todo va bien con él hasta
que les pide el carné laboral de Francisco: no da crédito cuando le con-
testan que lo enterraron con él. Su cara hasta entonces sonriente da
paso a una expresión adusta y tiene además una reacción muy signifi-
cativa: de inmediato retira las planillas que había estado llenando y las
guarda en una gaveta de su escritorio. Aparece así el burócrata despro-
visto de sensibilidad e inflexible en lo que se refiere a exigir el cum-
plimiento de todos los formalismos. Interviene entonces un segundo
empleado, mucho más simpático y dispuesto aparentemente a hallar
una solución al problema. Pero sus buenas intenciones no pasan de ser
pura palabrería, por lo cual deben acudir ante un tercer funcionario.
Éste se lanza a hacer una disertación filosófica sobre la costumbre de
enterrar a los muertos con objetos que en vida los acompañaron. A la
larga, ninguno de ellos tiene interés en resolver el problema de la pen-
sión, pues significaría traicionar uno de los pilares sagrados sobre los
cuales se sustenta la maquinaria burocrática: todo lo humano le es
ajeno.
La muerte de un burócrata muestra, por otro lado, los extremos a
que conducen la inflexibilidad de los formalismos y los comporta-

7
Como ha comentado Paulo Antonio Paranagua, Gutiérrez Alea «fue un opositor de la
burocracia, la enfermedad senil del comunismo, desde La muerte de un burócrata (1966) hasta
su último film». «Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), Tensión y reconciliación», Encuentro de
la Cultura Cubana, n, 1, Verano 1996, p. 79.

Anterior Inicio Siguiente


204

mientos aberrantes del burocratismo, que en la película adquiere con-


notaciones orwellianas. Al inicio de sus gestiones, el protagonista debe
acudir a una enorme oficina en la cual le toca ser testigo de algunas
muestras de ello. Un hombre tiene un pie tan pequeño que sólo puede
usar zapatos de niño, pero como de acuerdo a la libreta de abasteci-
miento es un adulto, no le permiten comprarlos. Otro tiene muñones en
lugar de manos, pero como las normas establecen que debe firmar una
planilla, le han atado con cinta adhesiva un bolígrafo para que cumpla
el requisito. En esa escena, por cierto, los documentos van de un buró
a otro a través de un cohete que se desliza sobre un carril. Aunque
parezca increíble, según Gutiérrez Alea se inspiró en una empresa
habanera donde realmente se empleaba una solución mecánica similar.
Y como algunas veces funcionaba mal, se formaban unas colas enor-
mes. Esta imagen hiperbólica no lo era tanto, pues como ha apuntado
José Antonio Évora, no estaba muy lejos de la realidad cubana: no es
surrealista, apunta, sino hiperrealista. Asimismo al referirse a Guanta-
namera, inventó un término ingenioso y acertadísimo: la absurdocra-
cia8.
Pero Gutiérrez Alea tiene presente, ante todo, que para cumplir su
función social el cine primero debe ser espectáculo. Podrá movilizar la
conciencia del espectador en la medida en que sea «un espectáculo, un
hecho estético, un objeto de disfrute». Ese requisito lo satisface sobra-
damente La muerte de un burócrata, al ser una obra cinematográfica
muy bien realizada y muy disfrutable como comedia. A partir de los
trajines del cadáver que el burócrata del cementerio se niega a exhu-
mar y que luego no acepta vuelva al sitio donde descansaba, Gutiérrez
Alea concibió una película muy divertida, en la que, sin embargo, no
renuncia a recrear satíricamente aspectos de la realidad circundante. La
muerte de un burócrata, por tanto, satisface plenamente el requisito de
ser, en primer término, una obra cinematográfica muy bien realizada y
disfrutable, que cuarenta anos después sigue siendo un estupendo
ejemplo de comicidad inteligente. El éxito de público que tuvo en
Cuba cuando se estrenó respondía precisamente a esos dos factores. El
otro ingrediente, esto es, su abordaje crítico del problema de la buro-
cracia viene a significar un valor adicional; pero sin aquéllos habría
resultado poco eficaz.

s
José Antonio Évora: Tomás Gutiérrez Alea, Cátedra/ Filmoteca Española, Madrid,
1996, p ¡80, 197.
205

Gutiérrez Alea maneja con acierto diferentes registros cómicos de


origen cinematográfico. Eso le permite incluir elementos del humor
popular cubano junto a formas más elaboradas y sutiles, como el
humor negro, el absurdo, el surrealismo. Retorna además el recurso de
las citas que había empleado con timidez en Las doce sillas, algo que
asume ahora de modo más obvio y explícito. La escena de la máquina
en la cual el inventor tiene el accidente mortal remite a Tiempos
modernos, de Chaplin. El personaje de la muerte que se ve en una de
las pesadillas de Juanchín proviene de El séptimo sello, de Ingmar
Bergman. Otro de sus sueños, aquel en donde arrastra un ataúd en
donde va montado su tío, posee un claro cuño buñuelesco. La peripe-
cia que vive en el alero de un edificio tiene como referente inspirador
las acrobacias en el rascacielos de Harold Lloyd en Safety Last. El psi-
quiatra lleno de tics que atiende a Juanchín tras esa escena remite a The
Nutty Professor de Jerry Lewis. Y, en fin, hay otros homenajes a las
comedias de tortas de crema, las de porrazos, el cine de vampiros y las
películas de Max Sennet y Laurel y Hardy. Son inserciones realizadas
a modo de divertimentos, secuencias y gags realizados «a la manera
de», que si bien no resultan importantes dentro de la estructura, se
insertan coherentemente en ellas sin dañarla9.
Por otro lado y como comentó Gutiérrez Alea en una entrevista, en
el filme hay un tratamiento de la muerte que no es muy usual entre los
cubanos (el realizador lo retomará veintinueve años después en Guan-
tanamerd). Como él precisó, sus compatriotas siguen más la tradición
española proveniente de la Edad Media, y que se basa en una visión
sombría e imponente de la muerte y en un temor supersticioso10. En la
película, por el contrario, aparece vista desde una óptica más ligera y
desacralizadora. A lo largo de la misma hallamos numerosos ejemplos
que lo ilustran. A la entrada de la oficina del cementerio se ve sentado
un hombre famélico y de aspecto siniestro, que sostiene en sus manos
una guadaña. Detrás de él, un cartel anuncia las metas de entierros y
exhumaciones a cumplir. Dentro de la oficina, los empleados cuelgan
una banderola para saludar el Día de los Difuntos. Y cuando un emple-

9
El crítico inglés Michael Chañan al referirse a esos homenajes, que para él son paro-
dias, ha señalado que «it is almost as ifÁleafelt a need to exorcise the Hollywood comedy,
although since the great tradition offilm comedy is itself subversive ofgenre, this is not a cine-
ma that needs to be repudiated in the same way as the rest of Hollywood». Cuban Cinema,
University of Minnesota Press, Minneapolis-London, 2004, p. 252-253.
10
Tomás Gutiérrez Alea: «A propósito de La muerte de un burócrata». Alea: una retros-
pectiva crítica, pp. 83-84.
206

ado de la funeraria está prendiendo una vela al lado del ataúd con el
cadáver del inventor, un niño empieza a cantar el Happy Birthday.
Una secuencia particularmente hilarante es la pelea entre los chófe-
res del carro fúnebre y los burócratas del cementerio, que se va gene-
ralizando hasta adquirir proporciones tumultuarias (en la misma toma-
ron parte cerca de mil extras, lo cual significó una verdadera super-
producción para la cinematografía cubana). Entre las situaciones que
allí se incluyen, menciono una: ante aquel insólito espectáculo, la
banda que acompañaba un cortejo deja de tocar la marcha fúnebre y
pasa a ejecutar un conocido himno deportivo. En otras ocasiones, en
cambio, la comicidad se sustenta en el diálogo. Durante la escena en
que Juanchín va de noche al cementerio para recuperar el carné labo-
ral del tío con la ayuda de unos gamberros, los ruidos que hacen atraen
la atención del guardia de seguridad. Mientras camina hacia ellos entre
las tumbas y nichos, pregunta: «¿Quién vive?» Y cuando las gestiones
para obtener el certificado de exhumación parecen no tener fin, el
comentario de Juanchín es: «¡Ay, mi madre, esto es la muerte!» Gutié-
rrez Alea hace con la muerte lo mismo que Severo Sarduy en sus Epi-
tafios, o que los autores de piezas de la música popular cubana como
Sobre una tumba una rumba, Espíritu burlón o El muerto se fue de
rumba: le resta trascendencia, pero tal como, según Octavio Paz, hacen
los mexicanos, no la elimina de la vida cotidiana, sino que por el con-
trario la frecuenta, la burla, la festeja, la contempla con impaciencia,
desdén o ironía11.
La muerte de un burócrata fue el primer título importante de la fil-
mografía de Tomás Gutiérrez Alea, que a partir de entonces conoció
una trayectoria ascendente y que después alcanzó sus cotas artísticas
más elevadas con Memorias del subdesarrollo, La última cena, Hasta
cierto punto y Fresa y chocolate. Pese al bajo prepuesto con que se
realizó, posee un alto nivel profesional y técnico, lo cual se pone de
manifiesto en su atinado sentido del ritmo, su medida exacta de las
secuencias, su ajustado metraje. Desde el punto de vista narrativo, la
historia está bien contada, sin caer en digresiones, y mantiene la agili-
dad esencial en toda comedia que se precie de serlo. Cuenta asimismo
con unas estupendas y eficaces interpretaciones en los personajes pro-
tagónicos de Salvador Wood, Silvia Planas y Manuel Estanillo. Muy

11
Octavio Paz: El laberinto de la soledad, Obras completas. Edición del autor, t. 8, Cír-
culo de Lectores, Barcelona, 1993, p. 81.
207

lograda y coherente con la estética del filme es también la música com-


puesta por Leo Brouwer, quien después colaborará con Gutiérrez Alea
en otros cinco títulos. Un último detalle a destacar son los imaginati-
vos créditos. Están presentados como si se tratara de un memorándum,
con sus resoluciones, sus por cuantos y sus sellos estampados. Mien-
tras aparecen en la pantalla, son acompañados por el sonido de una
máquina de escribir, que se alterna con una marcha fúnebre.
Cuatro décadas después de haberse estrenado, La muerte de un
burócrata demuestra que ha resistido muy bien eí paso del tiempo.
Conserva su lozanía como un ejemplo de cine inteligente, diáfano y
fresco, que logra hacer crítica y sátira social sin caer en el didactismo
ni el panfleto.
\„

Iglesia de Guadalupe. Bóvedas del claustro

Anterior Inicio Siguiente


CALLEJERO
i V^^VI^'''
«#**.
m
¡ÜÉ m? 1
^T»~ *"
f ** A B K CA ?*

i- ',!
!

-.
B
l s »•.

/ -1 .

'

•MttÉ •

w-;' -••"ai''''
i 1
i ^ .^• '
• u • -jEB '
.
h
* -
=J
-" • 1
W*»"**»»
• < B i 7 ^ ^ ™ T ; .••,
.

San Francisco. Quito

Anterior Inicio Siguiente


Entrevista con Rifat Atfe,
traductor del Quijote

Milagros Sánchez Arnosi

—¿Cuándo leyó por primera vez el Quijote, y qué recuerdo conser-


va de esa primera vez?

—Si la memoria no me falla, en 1972. Fue una lectura difícil, esta-


ba, todavía, empezando a aprender a captar el español como lengua
histórica. Fue una lectura de aprendizaje y no de gozo. Recuerdo que
la interpretación y compresión eran muy borrosas. Necesitaba utilizar
constantemente el diccionario, lo que me obligó a realizar relecturas
para que me acercaran, progresivamente, a esta gran novela. La lectu-
ra de otras obras de Cervantes, particularmente las Novelas ejemplares
me ayudaron mucho a aproximarme al mundo de Cervantes, a su
manera de pensar y de escribir. Hay que tener en cuenta de qué dic-
cionarios podía disponer con el fin de valorar esta dificultad que estoy
señalando. Primero, no había diccionario español-árabe, debido a lo
cual tenía que recurrir al de español-inglés o español-francés y des-
pués, al inglés o francés-árabe. Transcurridos varios años empecé a
usar diccionarios como el de Vox, el de María Moliner, el de la Real
Academia, etc. que dulcificaron mucho el camino.

—Abdul-Aziz Al-Ahwani fue el primer traductor al árabe del Qui-


jote en 1957, pero sólo tradujo la primera parte, ¿qué opina de esta
traducción? ¿Ha leído y cotejado otras traducciones al árabe de la
obra de Cervantes?, ¿Cuáles y qué puede decir sobre ellas?

—No he llegado a conocer esta traducción, porque, según parece, se


agotó rápidamente y no se reeditó porque sólo salió el primer tomo.
Todos los amigos que la han leído me han comentado que es buena.
Pero después de una tercera lectura del Quijote en español, y de haber-
la gozado en todos los sentidos, se me ocurrió comparar la traducción
de Abdula-Rahmaan Badaui, que tenía a mano, con el original y vi que
212

estaba ante un Quijote demasiado solemne y con un lenguaje bastante


rebuscado y, por lo tanto, seco en otros aspectos literarios, debido, a mi
parecer, a que el señor Badaui era filósofo. Yo creo que fue uno de los
mejores filósofos árabes contemporáneos, pero no tuvo éxito en la tra-
flucción. Así salió el Quijote como un tratado de filosofía o de litera-
tura, pero no como lo que es: una novela llena de la vitalidad. Enton-
ces decidí ponerme a la tarea de traducir esta obra magnífica. Al prin-
cipio tuve miedo. Pero sólo al principio. Luego decidí releerla otra vez
en español para medir mi gozo y comprensión antes de aventurarme.

—¿Por qué esta traducción?

—Porque siempre hay una traducción buena, muy buena, mala, y


muy mala, pero casi nunca existe una traducción perfecta. Por eso se
traducen y retraducen las obras maestras. Así me atrevo a decir que
esta traducción viene -este ha sido mi propósito- a llenar las lagunas
que había en las traducciones anteriores, ya que he traducido todos los
documentos adjuntos a la publicación del original, que son indispensa-
bles para una mejor comprensión y un mejor conocimiento de las cir-
cunstancias que rodeaban su publicación por primera vez. He procura-
do presentar el Quijote en una lengua fluida y expresiva que hace que
el lector se olvide de que está ante una obra traducida, cosa que espe-
ro haber logrado. No debemos olvidar que el original del Quijote,
según Cervantes, era árabe, por lo tanto la lengua debe estar lo más
próxima a este original. Es una cosa difícil, pero ha merecido la pena
intentarlo.

—El morisco realiza la traducción en poco más de un mes y


medio, tiempo insuficiente si se tiene en cuenta la envergadura de la
obra, ¿cuánto tiempo ha invertido usted y qué dificultades le ha
planteado?

—No se debería olvidar que Cervantes nos ofrece a uñ traductor


morisco normal y corriente, pero era, en realidad y según demuestra,
un traductor que tenía la capacidad de un ordenador modernísimo,
dotado de los mejores programas de traducción, si no, ¿cómo se podría
entender esa rapidez en la traducción del Quijote! Por lo tanto, el
tiempo de un mes y medio no lo pasó en la traducción, sino en la
corrección y en ponerlo en buen castellano, ¿no te parece? Dejando la
213

broma aparte podemos decir que lo importante para Cervantes no era


en realidad el tiempo, sino el resultado: el libro.
A la hora de traducir el Quijote, sabía que el español de aquel
entonces era una lengua en evolución, que todavía no había alcanza-
do su perfección fonética ni sintáctica. Además, hay que tener en
cuenta que el autor suponía» como hemos dicho, que la obra es una
traducción del árabe, y que esa lengua ya había alcanzado el están-
dar, por lo tanto, hay que aproximar la traducción a la lengua de la
obra que más se asemeja al Quijote. Entonces me vino a la memoria
la obra árabe que se había hecho desde antes del Quijote universal:
Las Mil y una Noches, cuya lengua sigue vigente y entendida por la
vasta masa de lectores árabes en la actualidad, y decidí traducir el
Quijote. He invertido cuatro años, que no son muchos para una obra
de la categoría del Quijote.
En cuanto a las dificultades, señalo las referentes al estilo, como
hacer que el diálogo tenga credibilidad. Lo cual me exigió varias lec-
turas del texto árabe, comparando muchas veces éste con el original.
Me di cuenta de que muchos proverbios, que tanto utiliza Sancho, tie-
nen hasta cierto punto su paralelismo en árabe. Eso me exigió pensar-
los, preguntar a la gente por los proverbios árabes, buscarlos en los
libros, hasta descubrirlos y así aproximarme a ellos.

—¿En que nivel de árabe está traducido?

—En el árabe culto, literario, que todo el mundo entiende. El de Las


MU y una noches, el de las historias de los picaros. En el de las nove-
las populares árabes, como la de Antara Ben Chaddaad, Sirat Bani
Hilal, Zahir Vibras, etc. que, en su conjunto, desarrollan episodios muy
parecidos a los que encontramos en el Quijote.
Creo que la traducción de obras contemporáneas es bastante más
difícil que el Quijote, porque los ambientes sociales, el lenguaje
usado en ambos lados del Mediterráneo estaban mucho más próxi-
mos unos a los otros que en la actualidad, debido a que en Occiden-
te, especialmente en España, se está desarrollando un argot, no sólo
efímero, sino muy difícil de captar y de encontrar su exacto paralelo
en otra lengua.

—¿Qu¿ interés despierta en Siria la lectura del Quijote? ¿Leen los


estudiantes la obra?
214

—El interés por el Quijote en Siria entre los estudiantes, depende


del sector de estudiantes al que nos refiramos. Los estudiantes con
inclinación literaria y cultural de todos los niveles se interesan por el
Quijote, porque saben que es uno de los pilares de la literatura univer-
sal. Pero si se refiere al estudiante en general, ya sabemos que en todo
el mundo el alumnado tiende, en la actualidad, a lo fácil, y para él lo
importante es el título que va a obtener pues es lo que le servirá para
encontrar trabajo. Yo, como ex-director de un centro cultural en una
ciudad pequeña de Siria, sé muy bien que hay más lectores que com-
pradores de libros. Funciona muy bien el préstamo en los centros cul-
turales, que son muchos en Siria en comparación con cualquier otro
país, pues tenemos mas de 350. Muchos han leído capítulos, resúme-
nes del Quijote, muchos lo han leído en español, francés, inglés, o ale-
mán. Por lo tanto la gente en Siria conoce bastante bien esta obra.

—Entre las diversas voces que ocupan la narración cervantina des-


taca el autor ficticio representado por Cide Hamete Benengeli, escri-
tor del manuscrito arábigo original y que servirá de fuente a la tra-
ducción de la novela al castellano por un traductor anónimo: un
morisco. ¿Cómo interpreta esta elección de Cervantes de representar
como verdadero autor a un cronista árabe?

—En realidad lo que hace Cervantes en esta obra es dar toda la cre-
atividad del Quijote a. los moriscos, el original árabe y su traducción al
castellano, es decir todo. El papel que se otorga a sí mismo es el de
intermediario, el del descubridor e interesado. Y eso se debe a una acti-
tud positiva de Cervantes: atribuir tan importante obra, de lo cual era
muy consciente, a los moriscos. Además yo creo que Cervantes perci-
bía, también, el sufrimiento que padecían los moriscos, y como hom-
bre liberal quería, conscientemente, hacer algo por ellos, darles el dere-
cho a existir.

—En el Quijote se explica todo el proceso de la traducción desde lo


que se paga hasta las reflexiones precedentes a las elecciones lingüís-
ticas del traductor. En definitiva, se nos da una imagen del oficio de
traductor en el siglo XVII, ¿Por qué cree usted que el narrador no
recurre a los intelectuales o a los traductores de la universidad para
encargarles la traducción y se conforma con este morisco que sólo
entendía la lengua?

Anterior Inicio Siguiente


215

—En el Quijote se explica el proceso de muchas cosas. Uno de ellos


es, efectivamente, el proceso de la traducción; otro, impresión de
libros. Recordemos, el capítulo 62 de la segunda parte, cuando Don
Quijote y Sancho van con dos siervos de Don Antonio a pasear por la
ciudad, ven escrito sobre una puerta: «Aquí se imprimen libros». En
cuanto a por qué no recurrió a intelectuales o a traductores de la uni-
versidad, creo, como he dicho antes, que Cervantes quiso dar impor-
tancia a los moriscos y llamar la atención de los españoles sobre el
peso y papel de este componente de la sociedad española. Hay que
decir que Cervantes sabía que el intelectual y el traductor universitario
iban por el camino de la erudición griego-romana, y, por tanto, no les
interesaría lo que podría haber escrito un morisco. Cervantes necesita-
ba recordar a la gente, que lo ignoraba, que existía otro traductor: el
morisco.
Es un juego del cual Cervantes era consciente. Es uno de los pri-
meros que concibieron el arte como juego. Creó una variedad de narra-
dores tan maravillosa y tan moderna que se podría, sin mucho riesgo,
decir que fue el primero en tratar este tema. Ese juego le permitió decir
lo que no podría haber expresado si hubiera sido el narrador directo.
Por ejemplo: su postura ante los moriscos y el concepto de libertad que
mantiene a lo largo de la obra, especialmente en el capítulo 58 de la
segunda parte. Lo que, en definitiva hizo Cervantes, fue demostrar,
ante una inquisición feroz e inmisericorde, la importancia de los moris-
cos en la vida del pueblo español.

—Teniendo en cuenta que en 1568 se produce la sublevación de los


moriscos de Granada (de la que Cervantes fue partidario en un prin-
cipio, concretamente cuando escribe El coloquio de los perros, pero en
la segunda parte del Quijote deja constancia del dolor que provocó) y
que Cervantes plantea la expulsión de los moriscos en varias obras,
que criticó su avaricia, pero a la vez mediante el matrimonio de Ana
Félix —la hija del morisco Ricote- y el cristiano Gregorio parece que
defiende la unión de las razas, y que pasa un largo cautiverio en Argel
¿Cómo ve la relación de Cervantes con el pensamiento y la sociedad
musulmanes?

—Creo que las circunstancias en que se escribieron el Coloquio


de los perros y Don Quijote fueron bastante distintas. En el prime-
ro, el autor era el autor, en el segundo ya no y eso es un ardid que el
216

mismo Cervantes había inventado. ¿Quién se habría atrevido en


aquel entonces a defender a los moriscos, cuya sublevación obligó
al mismo rey a ir contra ellos? No se nos olvide que Cervantes había
madurado, tanto literariamente como en su visión del mundo y que
se había convertido en un hombre bastante liberal para la época. Ya
hemos dicho que en el Quijote desarrolla maravillosamente la idea
de la libertad, que creo es uno de los pasajes mas poéticos y bellos
que he leído sobre el tema. En el Quijote demuestra que la gente, el
pueblo normal y corriente, es pacífico, respetuoso y no necesita del
odio ni del fanatismo. Por eso se produce el matrimonio de Ana
Félix, la hija del morisco Ricote, que vuelve a España disfrazado de
peregrino extranjero, con Gaspar Gregorio, que todos se disponen a
defender, de una manera o de otra, en contra de la ley de expulsión
de los moriscos de 1609. Un hecho que, por otro lado, viene a recor-
darnos la tolerancia que conoció la Península Ibérica durante la pre-
sencia árabe: el casamiento entre cristianos y musulmanes, como
cosa natural, que solo lo determina el amor entre el hombre y la
mujer. Ese respeto a lo diferente lo vemos en más de una obra de
Cervantes, por ejemplo en El gallardo español, en el diálogo entre
un musulmán y otro cristiano:

- Tu Mahoma, Alí, te guarde.


- Tu Cristo, vaya contigo.

—La figura de Ricote con su cálida humanidad, contrasta con la


imagen oficial que se tenía del morisco, al que se consideraba aborre-
cible, ¿cree usted que Cervantes quiso concentrar en esta figura el
doloroso drama que ocasionó la expulsión de los moriscos?

—De esto estoy totalmente convencido. Cervantes, como he dicho


antes, era muy consciente de esa tragedia, y por ello atribuyó a Hame-
te la autoría de su magnífica obra.

—¿Qué opina de la relación de Cervantes con el Magreb?

—-Es una relación muy complicada. A nivel personal, no cabe duda


de que Cervantes sufrió mucho. El cautiverio, en ningún caso es agra-
dable y cómodo. A nivel literario, a ese cautiverio se debe gran parte
de la obra de este gran autor español.
217

—¿Podría decirnos cómo es el hispanismo en Siria y en el Medio


Oriente? ¿Hay ensayos sobre el Quijote?

—El hispanismo como institución existe en pocos países árabes.


Hay en Egipto, en algún que otro país árabe del Norte de África. En
Siria y en el Líbano existen hispanistas que se dedican a la literatura,
y muchas veces a la mera traducción. Se puede decir que la literatura
hispánica en su más amplio sentido tiene bastantes buenos traductores.
En Siria hemos trabajado con Javier Ruiz Sierra, desde que llegó en
1996 a Damasco como director deí los tres Institutos Cervantes en
Siria, Jordania y Líbano, dando conferencias y provocando encuentros
entre los decanos, rectores y profesores de las universidades sirias para
la creación de departamentos de español. Esta idea ha sido muy bien
recibida, de manera que creo que en la actualidad se ha tomado la deci-
sión de abrir un departamento de español en la Facultad de Ciencias
Humanas de la Universidad de Damasco.
En lo que se refiere a si hay ensayos sobre el Quijote, tengo que
decir que hay. Muchos escritores se han inspirado en Don Quijote:
recuerdo un poema y una comedia del poeta sirio Mamduh Uduan. En
Siria y en el mundo árabe se ha especulado mucho sobre el Quijote. En
la actualidad, con ocasión del IV Centenario del Quijote, se está escri-
biendo mucho al respecto.
El libro que el sirio compra es para la familia y los amigos, de
manera que ese libro pasa de mano en mano hasta perderse, sin que se
preocupe el dueño por ello, porque lo importante para él es que se lea.

—¿PodHa citar hispanistas del mundo árabe del pasado y del pre-
sente?

—Primero creo que hay que distinguir entre andalucistas e hispa-


nistas. Como andalucistas hemos tenido en Siria a muy buenos inves-
tigadores: Jaudat Ar-Rikaabi Ahmad bader, Mahmund Subh, Jaled As-
Sufi, Raduan Ad-Dayah.
En la actualidad, tenemos a hispanistas y traductores muy impor-
tantes: Saleh Ilmani, Ali Ibrahim Al-Achqar, Abdul Zagbur, Maha y
Mey Atfe las dos últimas son muy jóvenes y se están dedicando, casi
íntegramente a hispanismo a pesar de no ser su especialidad.
En Egipto está arraigado ya el hispanismo. Menciono a grandes his-
panistas y andalucistas: Husein Muñes, Abdul-Aziz Al-Ahuani, a Mah-
218

mud Ali Makki, Taher A. Makki, Ahmad Hsikal, Ahmad Yunes, Sulai-
man Al-Attaar, a Mamad Abu Al-Ata, a Mahmud As-Sayyed, Talaat
Chahin, e t c . En Marruecos: A Ben Sharifa, A. Ben Zamana, etc...En
Líbano: Mumhamad Abullah Anaan y en Jordania: Ihsaan Abbaas. Hay
muchos más en los demás países árabes como en Túnez, Irak y la
Península Arábiga, que no menciono para no alargar la lista.
Lo que hace falta ahora es fundar una asociación de hispanistas ára-
bes. Es fundamental convertirla en institución para que alcance la
importancia que merece. En este sentido, no debemos olvidar que el
desarrollo del hispanismo árabe es una necesidad tanto árabe como his-
pánica porque en España ya hay una comunidad árabe considerable, y
en América Latina hay mas de 25 millones de árabes y de descendien-
tes de árabes, que necesitan comunicarse, ser conocidos y reconocidos
por sus países de origen. Hay muchos autores de origen árabe en His-
panoamérica que aún no son conocidos por los árabes y deben ser tra-
ducidos, porque lo merecen.

—¿Cree que está claro el origen judeoconverso de. Cervantes?


¿Por qué?

—No. Esto fue un invento del sionismo, como es bien sabido. Cer-
vantes era católico español, un hombre libre.

—¿Cree usted que Miguel de Cervantes sigue siendo un enigma


teniendo en cuenta que sabemos muy pocas cosas seguras sobre su
vida, por ejemplo: por qué se fue de España con tan sólo 20 años; por
qué se alistó en la armada; por qué cuando descubrieron sus intento
de huir del cautiverio de Argel no le hicieron nada?, etc.

—Sigue siendo enigmático en algunos aspectos, por una razón muy


clara a mi parecer y es que Cervantes no era como Lope de Vega que
consiguió fama y fue aceptado como buen escritor desde el principio,
además de no haber viajado tanto. Cervantes era un escritor maldito,
por donde iba se le cerraban las puertas. Por eso siempre fue pobre y
la pobreza es la que le llevó a alistarse en la armada, como el mismo
dice:
«En verdad la necesidad es la me llevó a ir a la guerra.»
Si hubiera tenido dinero no se habría alistado, ni se hubiera visto
obligado a ir de un lado a otro en busca de trabajo. Gracias a esa vida

Anterior Inicio Siguiente


219

muy agitada tenemos lo que tenemos de ías obras de Cervantes. Todo


tiene su precio. Cervantes lo pagó caro, pero mereció la pena.
En cuanto a que no le hicieron nada cuando descubrieron su inten-
to de huir, yo creo que sí le hicieron ya que le devolvieron a la prisión,
¿te parece poco? , ¿qué otra cosa le podrían haber hecho? ¿Matarlo?
No les interesaba, porque sabían que llegaría el día en el que recibirí-
an dinero a cambio de su liberación.

—¿Por qué Lope de Vega afirmó: «No hay nadie tan necio que
alabe El Quijote?

—Yo creo que Lope de Vega le tenía envidia, o no leyó el Quijote


bien.

—¿Qué le impulsó a hacer esta traducción?

—El entusiasmo que sentí leyendo el Quijote una y otra vez. He


querido que otros gocen de esta obra maestra como lo hice yo. Fue un
deber que debía a mi pueblo y lectores árabes. El arte se goza y se hace
con este objetivo.

—¿En qué medida ha influido El Quijote en Siria para que ustedes


tengan una idea de cómo somos los españoles?.

—En la medida en que es una obra literaria, basada en una realidad,


que hemos tenido nosotros también. El contraste extremo entre Don
Quijote y Sancho se ve en varios episodios de los cuentos y relatos de
lo que se llama en árabe Ayyaarun y Chuttar, es decir la picaresca, la
misma personalidad de Yeha, que llenan los libros de literatura árabe
especialmente en Ja época abasí. La idea que tienen ios árabes, en
general, y los sirios, en particular, sobre los españoles es muy positi-
va. Sin embargo, depende del contacto y de ía naturaleza de este con-
tacto con los españoles. En Siria nunca hubo ningún enfrentamiento
con España, al contrario deí Magreb, que siempre tuvo choques, debí-
do a que está muy cerca y a que España ocupó, y aún consideran que
ocupa, parte de su territorio: Ceuta y Meíiíía.En Siria, efectivamente,
en la actualidad conocemos España a través del Quijote, de Lorca, de
Antonio Gala, de Ramón Mayrata, y a toda una lista de poetas y escri-
tores españoles. La literatura y la cultura ayudan a los pueblos a com-
220

prenderse mutuamente e incluso a amarse. En Siria amamos al pueblo


español.

—Recientemente, 30 expertos han analizado la ambivalencia de


Cervantes hacia el mundo musulmán ya que este autor participa en
Lepanto contra los turcos, mientras que en el Quijote, no sólo mani-
fiesta empatia hacia el mundo musulmán, sino que podríamos decir
que el Quijote es una obra contra los jundamentalismos. Además, Cer-
vantes no acepta todo lo cristiano como positivo. ¿Podría hablarnos
de todos estos aspectos?

—Cervantes fue un hombre libre, como he dicho en el prólogo del


Quijote y como he dicho más arriba. El fundamentalismo fue y es un
invento político. El mismo fundamentalismo islamicista actual fue pro-
porcionado y promovido por intereses de Estados Unidos en su guerra
contra el comunismo. En los años 80, todos los estudios indicaban que
el Islam era la religión que más afiliados encontraba en USA. Y había
que frenarlo porque perjudicaba a los intereses del lobby judío y a los
intereses de los mismos socios del fundamentalismo, los Bush y compa-
ñía. Yo creo que el peor fundamentalismo es el sionismo con su preten-
sión de querer aparentar ser un movimiento laico y al mismo tiempo
creer que el judaismo, que es una religión, hace pueblo, que creo que ha
sido la causa de todo el mal que estamos padeciendo en la actualidad.

* Nacido en Misyaf, 1947, el hispanista sirio Rifat Atfe siempre ha esta-


do interesado por la cultura española. Llegó a Madrid en 1968 con el fin de
estudiar filología hispánica y se licenció con una tesina sobre la obra teatral
de Lorca. A pesar de que en 1974 regresó a su país, jamás ha roto el vínculo
con España, con nuestra cultura y lengua. De polifacética personalidad, hay
que destacar su versatilidad y capacidad para combinar el periodismo, la
narración, la poesía, la crítica literaria, la docencia- ha sido profesor de espa-
ñol en el Instituto Cervantes de Damasco- y la traducción. Además de ser
conferenciante, es colaborador de diferentes revistas como: Al-Adab Al Ajna-
biyya o La Revista Atlántica, organizador de simposios, jomadas sobre la cul-
tura española y la árabe, así como sobre figuras de la talla de Ibn Arabi o Ave-
rroes. La hiperactividad del actual Director del Centro Cultural Sirio en
Madrid, no le ha impedido traducir del árabe al español a autores de la impor-
tancia de Adonis, Hamed Badrjan, Al'Magut, Bandar Abdul-Hamid, entre
otros, ni del español al árabe a Neruda, Vargas Llosa, Isabel Allende, Calde-
221

ron de la Barca, Valle-Inclán, Alberti, Lorca, Aleixandre, Aítolaguirre, Miguei


Hernández, Julio Llamazares, Camilo José Cela y Juan Goytisolo, entre otros.
Su más reciente aportación ha sido la traducción al árabe del Quijote, wt
encargo de la editorial siria Ward, cuya máxima dificultad ha sido la precisión
lingüística. Un esfuerzo en el que ha invertido años, pero un esfuerzo que le
ha proporcionado un inmenso goce.

Madrid 18 de enero de 2006


> W**£

*t»M4.pn^'.

Plaza e iglesia de la Compañía de Jesús. Cuzco

Anterior Inicio Siguiente


Un nuevo libro de Toynbee

María Manent

En lo que va de siglo, tres brillantes pensadores -Spengler, Valéry y


Toynbee-han meditado sobre el sino de la civilización occidental. Los tres
han interrogado a la Historia. Sus reflexiones no son la expresión acadé-
mica de un paralelismo entre el pasado y el presente: nacen de una sensa-
ción angustiosa y profunda. Como las grandes culturas que la precedieron,
la nuestra, que en ocasiones nos pareció tan sólida y tan ligada a la idea de
un indefinido progreso, puede también desaparecer. Valéry nos comunica
sus temores recurriendo a la enumeración realista y a la vivida imaginación
poética. Ve los imperios naufragados, con todos sus hombres y sus máqui-
nas, sus dioses, leyes, academias, gramáticas, poetas y críticos, y los críti-
cos de sus críticos. «Percibíamos -dice- allende el espesor de la Historia,
los fantasmas de inmensas naves que estuvieron cargadas deriquezay de
espíritu. No podíamos contarlas ... ». Pero el pensador francés sólo recoge
en la Historia esa trágica lección: la fragilidad de las civilizaciones. Núii-
ve, Babilonia eran nombres bellos y vagos. También lo serían algún día
Francia, Inglaterra, Rusia. Valéry no intenta buscar en la Historia razones,
estructuras y «constantes» que expliquen la carrera vital de las culturas. No
cree en la Historia como instrumento científico; nadie la ha denigrado con
más ardor que el autor de Varíete. Sólo ve en ella imprecisión, confusión,
tosquedad de métodos, incitación a la pereza mental de los hombres que,
al enfrentarse con la singularidad de una situación, buscan -ante el futuro
sin imágenes- su inspiración en la Historia. Ésta, con su tabla de coyuntu-
ras y catástrofes, su galería de antepasados, su formulario de actos, expre-
siones, decisiones y actitudes, «nos ayuda a devenir». Todas las reflexio-
nes de Valéry sobre la Historia tienen ese tono amargo y escéptico.
También Spengler hace objeciones a los métodos de la historiogra-
fía y señala la insuficiencia de los que precedieron a su morfología de
la Historia universal. Critica, por ejemplo, a Ranke por sus paralelis-
mos de tipo romántico, que se limitan a considerar la semejanza de la
escena, sin atender al sentido «estricto y matemático» de las afinidades
históricas. Pero si existe alguien que haya creído en la Historia, que se
224

haya hundido en ella voluptuosamente como en un mar, éste es Spen-


gler. Le atribuye un valor de filosofía y de ciencia; según él, el estudio
comparativo de la morfología histórica es la última gran empresa que
aún le queda al pensamiento humano en nuestra decaída civilización.
Si Valéry niega a la Historia toda virtualidad de predicción, Spengler
escribe su famosa obra sobre la decadencia de Occidente para descubrir el
perfil del futuro. Un aspecto desconcertante, y, en cierto modo, patético de
la amplia visión spíengleriana es el contraste entre su diagnóstico sobre
nuestra civilización y el curioso entusiasmo con que acepta su sino. Al
referirse al inevitable ocaso de la cultura occidental, convertida ya en
«civilización», en fase de decrepitud espiritual y de grandeza puramente
técnica, señala «los hechos duros y fríos de una vida que está en sus pos-
trimerías»; subraya, como saboreando la precisión de su análisis, los ras-
gos de decadencia que descubre en la poesía, la música y las artes plásti-
cas; y, aunque a menudo le traicione un sentimiento de nostalgia por las
épocas de plenitud creadora, contempla las posibilidades de nuestra fase
histórica con una resignación que adopta, a veces, la máscara del orgullo.
Si el hombre del Occidente europeo no puede tener ni una gran pintura ni
una gran música; si no queda ya esperanza a los arquitectos, a los filóso-
fos ni a los poetas -¡y esto se escribía en tiempos de Yeats, de Claudel y
de Rilke!-, Spengler se consuela contemplando «las formas suntuosa-
mente claras e intelectuales» de un trasatlántico, de una máquina de preci-
sión o de un alto horno. Su actitud recuerda, en cierto modo, la de los exis-
tencialistas de matiz sartriano. El carácter positivo de su programa disi-
mula una íntima desesperación: es el trémulo canto de quien procura, en
la soledad de los bosques, dominar su miedo. Pero Spengler ya nos advir-
tió que las «contradicciones internas» abundarían en su obra.
Tampoco faltan en la de Toynbee que es, en muchos aspectos, el anti-
Spengler. Obra de un pensador cristiano, el famoso Study of History
encierra, sin embargo, ciertos vestigios de nomenclatura positivista (el
uso, por ejemplo, del vocablo «mito» aplicado a relatos de un libro que
todo cristiano debe considerar sagrado). El Study se organiza al par como
obra de ciencia -aplicando al estudio comparativo de las civilizaciones
los métodos de la antropología- y como filosofía de la Historia. Toynbee
difiere de Valéry en su valoración de las posibilidades que la Historia
ofrece al pensador y se opone a Spengler en un punto esencial: el autor
del Study no es determinista. Tal vez la paradoja fundamental de esta obra
consiste en su elaboración de innúmeros paralelismos para llegar a la con-
clusión de que la carrera vital de las culturas no es predeterminada como
225

los organismos vivos. Las culturas, dice Toynbee, no son organismos


vivos: sólo lo son sus componentes. Todo el complejo mecanismo del
Study se pone en marcha para deducir «leyes», como corresponde a la
ciencia; el lector asiste, como en la obra de Spengler, a las diversas fases
del desarrollo y decadencia de las culturas, pero la lección que recoge
Toynbee al confrontar los orígenes de aquéllas y al comparar la forma de
su extinción, es precisamente la negación de la supuesta «ley natural» que
permite predecir el fin de las civilizaciones como el de las plantas o de los
hombres, tras una determinada curva vital. Ese tipo de sociedad superior
desaparece, según Toynbee -y usando la terminología psicoanalítica de
uno de sus más finos expositores- a causa de imprevisibles «neurosis
conducentes al suicidio». Se trata de una tara moral o psicológica, de una
doble tentación en las minorías creadoras que dirigen los pueblos: la pasi-
va admiración de la perfección lograda en el cénit de una cultura, como
en el caso de los estadistas atenienses al deificar su ciudad-Estado, o la
embriaguez bélica que, consumado el «suicido lento» registrado en otras
esferas del Estado asirio, determinó su destrucción.
Al comentar el nuevo libro de Toynbee, Civilization on Triol (Oxford
University Press), un crítico inglés preguntaba si es posible conservar la
tesis splengleriana de los paralelismos históricos rechazando su visión
ampliamente determinista. En su reciente libro -que contiene dos ensayos
escritos hace veinte años y una serie de conferencias pronunciadas recien-
temente en Norteamérica (1947-1948)-, Toynbee insiste en que, pese a la
similitud de situaciones, los europeos de 1950 no han de compartir fatal-
mente el sino de los griegos del año 400 a. de C. Si así es, objeta el críti-
co, ¿no será toda la tesis de Toynbee como una ornamental execrecencia
plutarquiana en el relato histórico, en vez de una interpretación de su ínti-
mo sentido? La originalidad de Toynbee consiste precisamente en esta uti-
lización del paralelismo histórico para afirmar una posición antidetermi-
nista. Comparando el origen, la plenitud, decadencia y extinción de más
de veinte civilizaciones (Spengler habló de nueve en su vasta síntesis),
sólo puede explicar el misterio de su génesis y de su desaparición median-
te el factor que Jeans llama «incógnita», una incógnita psicológica, «el fac-
tor menos visible, pero el más importante, el más grávido de destino». Los
paralelismos de Toynbee demuestran que las civilizaciones no se desarro-
llan y perecen con la regularidad de los organismos biológicos: siempre
existe en ellas un elemento imprevisible. El espíritu sopla donde le place.
El éxito de Study ofHistory -«la obra histórica más grande de nues-
tro siglo», según la calificó merecidamente W. J. Russell- no sólo deri-
226

va de su intrínseco valor, sino de la ocasión en que se ha publicado. La


edición abreviada de Somervell ha sido, durante largos meses, uno de
los libros de mayor venta en los Estados Unidos. En un mundo dividi-
do, hosco y sombrío, muchos sienten el irresistible afán de descifrar el
gran enigma, de atisbar lo que nos reserva el futuro. Toynbee revela en
ella su aprensión algo contradictoria, pero también esperanzada. Su
nota predominante es un sentimiento de religiosa confianza y humil-
dad. «Ahí está un reto que no podemos eludir -dice, refiriéndose a los
peligros que amenazan a nuestra civilización- y de la respuesta que le
demos depende nuestro destino». Pero no lo deja todo en manos del
hombre, al modo de quienes ven el devenir de las civilizaciones como
una fortuita floración de formas orgánicas: nos invita a rogar «con con-
trito corazón y humildad de espíritu».
En Civilization on Trial perfila Toynbee la visión del futuro apun-
tada en el Study. Según él, la facilidad de comunicaciones y la inter-
dependencia de los continentes conducirá a la unificación política del
mundo. Lo dudoso es si se llegará a ella tras una gigantesca guerra o
mediante el consentimiento y la colaboración de los pueblos. «La
maldición de un Estado universal -decía ya en el Study- consiste en
que es el resultado de un golpe mortal asestado por el único miembro
superviviente de un grupo de potencias militares en pugna. Es pro-
ducto de la «salvación por la espada», que, según hemos visto, no es,
en realidad, salvación. Lo que buscamos es el libre consentimiento
de los pueblos que les permita vivir en unidad y realizar, sin coerción
alguna, los amplios ajustes y concesiones sin los cuales ese ideal no
puede llevarse a la práctica». En su último libro Toynbee insiste en
que la deseada «superestructura» de los pueblos, para ser viable y
fructífera, debe prescindir de su base secular y erigirse sobre cimien-
tos religiosos*.

Ordenando el archivo epistolar de Albert Manent apareció traspapelado entre sus cartas
este articulo de su padre, Mariá Manent (1898-1988) -el poeta y diarista, crítico y traductor. Se
publica ahora por vez primera, Manent debió escribirlo ajínales de los años cuarenta (la pri-
mera edición de Civilization on trial, libro que origina la nota, se publicó en 1948) y muy pro-
bablemente pensó publicarlo en la revista ínsula, en la que colaboraba con cierta regularidad
desde el mes de junio de 1946 (a él se le encargó en un primer momento la sección «Crónica de
libros ingleses»). Sobre la triada de pensadores a los que se refiere al inicio de este artículo, vale
la pena señalar que los tres fueron lectura de Manent. Lo atestigua su diario. A propósito de La
decadencia de Occidente, en 1925, afirmaba (en catalán) que «quizá sea más interesante por las
observaciones de detalle que por sus generalizaciones teóricas». A mediados de los cuarenta
leería la versión abreviada de Study of History. A Valéry, a quién conoció en Barcelona el año
1933, lo leyó repetidas veces a lo largo de su vida. /TVoto de Jordi AmatJ.

Anterior Inicio Siguiente


Carta de Argentina.
Una redefinición del kirchnerismo

Juan José Sebreli

¿Es acaso Kirchner justicialista como se lo reconoce oficialmente o


de centro izquierda tal cual pretenden muchos de sus seguidores, popu-
listas como dicen algunos adversarios, monárquico según ironizan
otros, capitalista salvaje de acuerdo con los piqueteros trostskistas o
anticapitalista como sostienen los ultraliberales, fascista conforme a
las denuncias de la diputada Carrió o pragmático, ni de izquierda ni de
derecha, como le confesó el mismo Kirchner a Alain Touraine? ¿Es
una táctica de kirchnerismo ocultarse tras una figura enigmática o la
oscuridad es simplemente un signo de su total falta de rumbo?
Para responder a estas preguntas es necesario redefinir conceptos
políticos, de izquierda y derecha, de socialismo y liberalismo, de popu-
lismo y fascismo, usados en un modo tan liviano por los políticos y
comunicadores que se prestan a equívocos y confusiones. Hay que
remitir los términos políticos a su acepción originaria, no por pedante-
ría académica ni por fundamentalismos, sino para confrontarlos con la
significación que hoy se les da, señalar hasta qué punto las transfor-
maciones los han cambiado y comprobar si sigue siendo válida su apli-
cación a fenómenos actuales.
Comencemos por el término de izquierda. Considerada en su acep-
ción clásica -socialización de los medios de producción y supresión de
las clases sociales-, finalizó su ciclo histórico con la derrota de la revo-
lución alemana en 1919, tal como lo vio lúcidamente Lenin, que dio en
su país un giro hacia el capitalismo con la Nueva Política Económica
(NEP) y estuvo a punto de convertirse en un Den Xiao Pin antes dé
tiempo. Su muerte prematura interrumpió ese proceso dando origen al
totalitarismo estalinista -lejos del capitalismo como del socialismo-
pero que, por un fabuloso fraude histórico, siguió respetado por la
izquierda hasta la autodisolución de la Unión Soviética.
Desde entonces -con excepción de la múltiples sectas de izquierda
o de algunos escritores o profesores y estudiantes de humanidades sin
228

reales posibilidades de acción-, sólo queda en el espectro político de


izquierda la socialdemocracia a la manera europea. Pero ésta ya no es
socialista en el sentido estricto puesto que, a partir de la reconstrucción
en la posguerra de la Internacional Socialista, se renunció a la lucha de
clases y se relativizó la socialización transformándose, de este modo,
en la forma más avanzada del liberalismo de izquierda.
Ese tipo de centroizquierda moderna, democrática y racional, no
existe en la Argentina -su último representante fue el Partido Socialis-
ta justista, desaparecido con el surgimiento del peronismo. Ahora, con
los gobiernos de Lagos en Chile, Lula en Brasil y Tabaré Vázquez en
Uruguay, pareciera que se está gestando en América Latina algo simi-
lar a la socialdemocracia. En nuestro país, en cambio, Kirchner se sien-
te más lejos de éstos que de Chávez y se sigue llamando izquierda, o
socialdemocracia, a esa mezcla rara de izquierda y derecha llamada
populismo.
¿Qué es el populismo? Algunos analistas políticos -generalmente
populistas que no osan dar su nombre- se molestan por el uso y abuso
de ese término. El concepto de populismo fue introducido por sociólo-
gos como Gino Germani y -antes de corresponderle a él mismo las
generales de la ley- por Torcuato Di Telia.
Extrapolado de una particularidad campesina rusa del siglo XIX, se
los aplicó a formas políticas sui generis que se dieron en las socieda-
des periféricas -en la Argentina peronista- hacia mediados del siglo
XX.
Ante una sociedad y un mundo que han cambiado tanto desde aquel
populismo, el intento actual de revivirlo se ha dado en llamar neopo-
pulismo. En ese caso, como en el de la izquierda, hay que ver hasta
dónde las transformaciones son tan profundas que, aun con el agrega-
do del prefijo, pueden seguir hablándose de populismo.
En término es bastante ambiguo; antes que un sistema político o
económico específico, se refiere a un fenómeno cultural: la defensa de
la «cultura nacional» basada en el mito del «ser nacional» frente a la
invasión del imperialismo, término hoy levemente reciclado por el de
«imperio». Por su discurso y sus símbolos -aunque no siempre por sus
acciones-, Kirchner podría ser llamado populista.
Pero los populismos históricos no fueron políticamente neutros, si
no adversarios de las democracias por ser las formas características del
«eurocentrismo» o del «norteamericanismo», y se inclinaron al fascis-
mo -todo fascismo tiene un rasgo populista- o al estalinismo. Los úni-
229

eos populismos hoy existentes en América latina son el de Castro, últi-


mo sobreviviente del estalinismo, y el de Chávez, resabio del viejo
caudillismo militar. Es demasiado pronto para predecir si Evo Morales
se transformará en una nueva forma exótica de populismo con regreso
a una Arcadia primitiva, según la prédica de su ministro de Relaciones
Exteriores.
Algún analista sofisticado puede apelar para este tipo de régimen al
término histórico de bonapartismo, cuya característica es el equilibrio
inestable entre intereses -y sentimientos- diversos y a veces opuestos.
Una definición que dio Marx del líder bonapartista le cuadra a Kirch-
ner: «No es nadie y por eso puede representarlos a todos».
Algunos métodos bonapartistas aparecen en el kirchnerismo: lide-
razgo autoritario y personalista, subordinación del Congreso y del
Poder Judicial, sustitución del sistema de partidos por el movimientis-
mo: la transversalidad, el Frente para la Victoria y hasta los borocota-
zos son esbozos de esta tendencia. En cambio, no se dan otros ele-
mentos típicos del bonapartismo -apoyo en instituciones tradicionales
como el Ejército la Iglesia y la Policía- sino todo lo contrario. Puede
hablarse, tal vez, de un semibonapartismo, más adecuado a la ambi-
güedad y las vacilaciones de la pareja gobernante.
No debe olvidarse, por otra parte, que el bonapartismo es una forma
de fascismo moderado, un conservadorismo reformista, y el fascismo
un bonapartismo exacerbado, una revolución de derecha. ¿Hay posibi-
lidades de que el semibonapartismo kirchneriano se transforme en
semifascismo, a la manera de Chávez?
Por el momento, faltan algunos elementos ineludibles: la libertad de
expresión, aunque retaceada, sigue existiendo e igualmente la piurari-
dad de partidos, aunque ésta se mantenga, en buena parte, por la debi-
lidad extrema de la oposición. Faltan asimismo los aspectos que dan su
color especial al fascismo y lo diferencian del autoritarismo tradicio-
nal; éstos son la prescindencia de toda intermediación institucional, la
relación directa del líder carismático con las masas y la movilización
permanente de éstas.
La utilización de algunos sectores piqueteros y sindicales o gente
arrastrada por los intendentes, la probable convocatoria para la Plaza
de Sí -donde presumiblemente Kirchner saldrá, por primera vez, al
balcón— pueden ser un germen de movilización de masas. La propues-
ta de designar un barrio con el nombre de Kirchner, el principio del
culto a la personalidad. Pero de todos modos, hasta ahora, el apoyo al
230

Gobierno no pasa de una primera minoría, y aun entre sus adeptos, se


trata más bien de un cálculo de intereses: para la clase media, un prag-
matismo basado en la relativa tranquilidad económica; para las clases
populares, la dádiva del «clientelismo». Kirchner, además, no es dema-
siado carismático y no suscita la pasión ni el fanatismo. No se conocen
fascismos ni populismos fríos.

Anterior Inicio Siguiente


Ricardo Benet
en Mar de Plata

Daniel Link

Ricardo Benet (Veracruz, México, 1961) es egresado del Centro de


Capacitación Cinematográfica. Ha trabajado como fotógrafo en más de
treinta películas de diferentes géneros y formatos. Dirigió los corto-
metrajes Árido (1997), Antes meridiano (1993), Road Coffee (1996),
El fin de la etapa (2002) y En cualquier lugar (2005). Noticias lejanas
(2005) fue presentada en varios festivales de cine y obtuvo galardones
en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (2005) y el Festi-
val de Cines y Culturas de América Latina que se celebra en Biarritz
(2005). Presentada en competencia durante la última edición del Festi-
val Internacional de Mar del Plata (Argentina, 9 al 19 de marzo de
2005), la película llamó la atención del público, la crítica (yo mismo
publiqué en el Diario del Festival una presentación laudatoria el 14 de
marzo) y el jurado, que le otorgó el premio a la mejor película, todo un
mérito teniendo en cuenta que competía con películas de la talla de The
WildBlue Yonder de Werner Herzog (Premio FIPRESCI en la edición
2005 del Festival de Cine de Venecia).
¿Qué hace de Noticias lejanas (2005, 120'), el primer largóme-
traje de Ricardo Benet, una película necesaria en el contexto de la
actual producción cinematográfica latinoamericana? En la pobreza
constitutiva del paisaje evocado por Benet, en la parquedad de las
acciones que se cuentan y en el estilo deliberadamente lacónico de
la cámara, el montaje y los diálogos hay una manera de entender el
presente de América Latina y las fuerzas políticas que atraviesan el
continente.
El relato está organizado alrededor de la voz en off de Beto, el
menor de los hijos de una familia que sobrevive en un más allá de la
civilización y del Estado. Lo que Beto cuenta es la historia de su fami-
lia pero, sobre todo, la de su (medio) hermano mayor, Martín (extraor-
dinariamente desempeñado por el joven actor David Aarón Estrada),
quien a los 17 años decide abandonar el páramo donde él y los suyos
232

han sobrevivido abandonados y en actitud de permanente espera. ¿Qué


esperan? La ruta, la luz eléctrica, el agua, e! trabajo, en suma todo lo
que las escuelas, por otro lado tan ausentes como las iglesias en el
caserío que en medio de las salinas adopta el casi nulo nombre de «El
17», nos habían enseñado que equivale al Estado.
Martín viaja a México, donde espera conseguir ahorrar el dinero
necesario para llevarse a la ciudad a su familia. Inútil es aclarar que el
proyecto, además de noble y pueril, es imposible. Toda la película es
la historia de esa imposibilidad, que como cualquier imposibilidad,
debe entenderse en su sentido histórico (es decir, político). No hay
integración posible para esa familia porque la desintegración de los
Estados nacionales parece ser hoy el único horizonte político. Es pro-
bable que Noticias lejanas quiera servir también para demostrar algu-
nas consecuencias de ese desmoronamiento.
Bien mirada, la familia de Martín se ha asentado (ha sido expulsa-
da) hacia un mas allá del Estado, cuyo accionar se limita a organizar la
circulación en las áreas de riqueza y sólo eso. Instalados en medio de
la nada de un territorio hostil a toda explotación a gran escala, Martín
y los suyos sólo pueden participar como espectadores de la imagen
desoladora del asfalto atravesando (como una herida) el lugar en el que
viven, un asfalto tendido sólo para que gigantescos camiones de carga
atraviesen el territorio a toda velocidad, con la sobreactuada indiferen-
cia y el disimulado terror que la tierra maldita suele suscitar en nos-
otros. En secuencias claves de su razonamiento y de su exposición
Benet ha insertado imágenes de esas gigantescas naves de aprovisio-
namiento que atraviesan el espacio vacío entre ciudad y ciudad.
A partir de cierto momento de la película (que podrá variar según el
umbral de cada espectador), la tristeza que el relato suscita se hace
carne (agua, fuego) en nosotros. Los detractores de la estilización en el
cine deplorarán los apuntes geopolíticos estetizantes de Benet, pero el
director no hubiera podido encontrar, sin embargo, manera más clara
para contar un argumento de dignidad trágica que recurrir a una forma
total de identificación: no se trata de la identificación del espectador
con un personaje (en lo que puede ser campeón cualquier director de
pacotilla) sino con el punto de vista de quien cuenta (lo que consiguen
sólo los grandes guionistas y los grandes directores). Por lo mismo, lo
que ha querido mostrar Ricardo Benet no es tanto la fuerza de un pai-
saje sino determinadas relaciones territoriales (es decir: políticas)
encarnadas con fuerza en el paisaje (éste o cualquier otro): el triángu-
233

lo territorial que la película postula está delimitado por tres unidades


netas: la ciudad, el paso (fronterizo), entre lo cual existe sólo el pára-
mo, sobre cuya potencia de irrealidad la película insiste.
No es, en definitiva, que Noticias lejanas haga de !a exactitud en la
reproducción su tuerza (en el sentido en que se dice y se piensa: «es
verdad, América Latina es así»), sino que es admirable por lo que dice
sobre la imaginación política de nuestro tiempo: la relación entre
reproducción y mercado, entre Estado y ciudad (como un umbral de
resistencia al Estado, naturalmente), la relación entre territorio e iden-
tidad, la relación entre civilización y cultura y, si se quiere (después de
todo la madre de Martín se hunde progresivamente en la psicosis),
entre capitalismo y ezquizofrenia.
Iglesia del Carmen. Antigua Guatemala

Anterior Inicio Siguiente


Carta de Alemania. Rembrandt a 400 años
de su nacimiento

Ricardo Bada

Un día del verano de 2005, en Amsterdam, agarré la bicicleta y me


mandé una larga pedalada hacia el sudoeste. Llegué hasta el límite de
la ciudad, el molino de Sloten, a la orilla de un canal con puente leva-
dizo, y por el camino me estuve preguntando cómo se vería ese paisa-
je en tiempos de Rembrandt. Y me dije que algo no existiría, con toda
seguridad, y es la parafernalia del tráfico rodado. ¡Ni siquiera los cami-
nos para bicicletas! Y una Holanda sin ciclovías sería hoy realmente
impensable. Pero cuando a lo lejos se dibujó la silueta del molino
pensé que él sí se vería allá en los tiempos de Rembrandt. Craso error:
ese molino se construyó en 1847.
Y me viene a la memoria un día gélido de noviembre de 1980, en
Rotterdam, desde donde yo estaba informando para mi emisora acerca
del Cuarto Tribunal Russell sobre los Derechos de los Indígenas de las
Américas, y Eduardo Galeano, miembro del Tribunal, me preguntó si
en alguna pausa no podríamos escapamos a Delft, que sabía que era
cerca (como todo en Holanda, dicho sea de paso). Logramos escapar-
nos allá, y lo que más presente tengo todavía es su gran desilusión
cuando me pidió ir al sitio desde donde divisar la famosa vista que
pintó Vermeer, y me tocó desengañarlo diciéndole que para eso habría
que reconstruir la ciudad de entonces.
Con estos dos recuerdos quiero establecer un marco de referencias
visuales que nos imponen los prejuicios y/o los conocimientos insufi-
cientes. Nuestro Rembrandt de hoy, como también el Vermeer de La
muchacha de la perla, son proyecciones retroactivas de lo que nos
imaginamos que fueron ese Rembrandt, ese Vermeer y, sobre todo, sus
respectivos Países Bajos.
Rembrandt Harmenszoon van Rijn es uno de esos titanes a los que
el mundo cree conocer por su apellido, siendo así que es su nombre de
pila, mientras que el nombre completo, traducido al castellano, quiere
decir lisa y llanamente que se trata de Rembrandt del Rhin, hijo de
236

Harmen. Lo cual nos lleva de entrada a saber que sus contemporáneos


y paisanos no lo llamaron por su apellido -como a Rubens, gran señor
-y hasta embajador-, y que el resto de la Humanidad, siguiéndolos, no
le discernió el honor del apellido sino el más sutil del que se vanaglo-
riarían con justicia un Leonardo, un Rafael o un Miguel Ángel. (Ni
siquiera Velázquez es Diego).
Y hace un par de meses, arreglando mi videoteca, tuve de nuevo en
las manos la copia del filme Rembrandt de Alexander Korda, de 1936,
con Charles Laughton, justamente por unos días en que un canal de la
TV alemana había programado el pase del Rembrandt de Charles Mat-
ton, de 1999, con Karl María Brandauer. Ello, y las reflexiones ante-
riores, me llevaron a investigar la filmografía de la que el pintor de
Leyden había sido protagonista, y para mi mayor sorpresa descubrí que
no bajaban de una docena las películas basadas en su vida y en su obra.
Entre ellas una donde Peter Greenaway se centra en la Ronda noc-
turna con motivo de este cuarto centenario del nacimiento del pintor.
Entre ellas la primera dedicada a Rembrandt, que es de 1920, alemana,
dirigida por Arthur Günsburg y titulada La tragedia de un gran hom-
bre. Entre ellas la que la Resistencia neerlandesa empezó a filmar
durante la ocupación y no pudo terminar porque los alemanes descu-
brieron el rodaje clandestino, aunque el material se salvó y puede verse
hoy en un documental de Gerard Ruttens: Rembrandt en el refugio
antiaéreo.
Pero las dos que más me interesaron fueron la inglesa de 1936 y una
para mí absolutamente desconocida, realizada por los nazis en los pro-
pios Países Bajos, poco después de invadirlos.
El Maltin's, que viene a ser algo así como la Enciclopedia Espasa
del cine, reseña a propósito del Rembrandt de Alexander Korda (con
un guión del dramaturgo alemán Cari Zuckmayer): «Handsome bio of
Dutch painter, full of visual tableaux and sparked by Laughton's exce-
llent performance. One of Gertrude Lawrence's rare film appearan-
ces». Y hasta yo, que no sé inglés, quedé perfectamente enterado. Tan
sólo la maldita curiosidad me ha llevado a chequear cuan poco actuó
ante las cámaras la gran Gertrude Alexandria Dagmar Lawrence-Kla-
sen, alias Gertrude Lawrence, reina indiscutible del musical de Broad-
way, y he registrado que fue nada más que en nueve películas, entre
ellas la primera filmación de El zoo de cristal, en 1950.
No es una mala cinta, la de Korda, no lo es, pero se le nota a la legua
el esfuerzo invertido en poner en imágenes unos tableaux vivants, unos
237

cuadros vivos, en hacer que la cámara fuese una especie de órgano


vicario de los ojos de Rembrandt. Es una película subordinada a esa
mimesis renacentista que se resume en el «Loque!» con que Miche-
langelo le pidió que hablase a su Moisés, la escultura a la que el narci-
sismo de su autor le parecía que sólo le faltaba hablar para poder dia-
logar con el espectador. (Y, dicho sea entre nosotros, don Narciso Buo-
narotti no iba muy desencaminado). Pero el cine no puede ni debe ser
mera transcripción de cuadros, ni siquiera del proceso a través del cual
se llega a la pincelada que los concluye.
La película alemana de 1942 es otra historia y, por lo desconocida,
merece particular atención. Otoño de 1941. En Duivendrecht, al sud-
este de Amsterdam, en los estudios Cinetone, que los nazis han rebau-
tizado como UFAFilmstadt Arnsterdam, son reproducidas hasta el más
mínimo detalle la casa de Rembrandt y sus aledañas en la Jodenbrees-
traat, topónimo que en neerlandés significa «calle ancha de los judíos»
y que los nazis no rebautizan, como sí hacen sin embargo hasta con los
cines: el popular Tuschinsky se convirtió en el Tivoli. La filmación
tendrá lugar alternadamente entre esos platos y los del estudio Barns-
tijn en La Haya, llamados ahora UFA Filmstadt Den Haag, desde que
los alemanes invadieron el país.
El ordenancismo teutón puede documentarse de manera casi humo-
rística con esta circular de ese 1942 acerca de cómo debía transcurrir una
función de cine en los Países Bajos: «A) Publicidad. B) Pausa de un
minuto con las luces encendidas. C) ToBis, noticiero neerlandés. D)
Pausa de un minuto con las luces encendidas. E) Documental cultural. F)
Pausa de un minuto con las luces encendidas. G) Noticiero de la UFA,
alemán. H) Pausa de un minuto con las luces encendidas. I) Película en
cartelera». Recuerda un poco la sarcástica observación de Lenin, de que
los alemanes, si hicieran la Revolución y asaltaran una estación ferro-
viaria, sólo entrarían en ella después de comprar el correspondiente bille-
te de acceso a los andenes. Pero volvamos a nuestro tema.
Como es lógico, una película así sólo pudo llevarse a cabo con el
permiso y la financiación del todopoderoso Ministerio de Propaganda
berlinés, esto es: con la autorización expresa de Joseph Goebbels.
Según el diario Nieuwe Rotterdarnsche Courant de por esas fechas,
ello significó que en plena guerra se destinaron cuatro millones de
marcos para la realización del proyecto, encuadrado dentro de una
serie dedicada a «personalidades conductoras» {Führer-Gestalteri),
arias todas ellas, por supuesto.
238

Cabe preguntarse por qué un pintor holandés era tan importante


para la propaganda nazi, y la respuesta es que su maquinaria lo consi-
deraba un «héroe germano», igual que a los almirantes así mismo neer-
landeses Marten Tromp, que en 1639 aniquiló a la Armada española en
The Downs, y sobre todo Michiel Ruyter, que derrotó a la Navy ingle-
sa en Texel, el Canal de la Mancha y Ostende, e incluso se internó por
el Támesis en 1667. Los diarios de Samuel Pepys, fechados entre 1660
y 1669, documentan el terror de los habitantes de Londres ante la posi-
ble invasión de los «héroes germanos» del otro lado del Canal. Y
Goebbels, evidentemente, había captado ese paralelo histórico en los
días en que se estaba librando la batalla de Inglaterra.
Lamento no haber podido ver la película hasta la fecha, pero poseo
información sobrada para hablar de ella y de una escena de la misma
en la que tres figuras de grosero aspecto planean un complot con el
marchante Uylenburgh (tío de la primera esposa de Rembrandt, la
fallecida Saskia). Al verse el pintor en problemas económicos, Uylen-
burgh le compra todos sus cuadros a precios de saldo, enriqueciéndo-
se luego con ellos al venderlos por cifras exorbitantes en el mercado
internacional, y Rembrandt empobrece y muere mísero, desconocido y
abandonado.
Interesante es resaltar acá que en el guión original de la película,
aquellas figuras de grosero aspecto son identificadas como «tres hom-
bres de apariencia judía». Aun siendo una escena muy breve, los nazis
no podían dejar de arrimar el ascua antisemita a su sardina. Pero no sé
si por ingenuidad o cálculo, y cuando ya concluida la guerra se le pre-
guntó acerca de este tema, la actriz alemana Gisela Uhlen -que en la
película encarnó el último amor de Rembrandt, la (ella sí) ingenua y
adorable Hendrickje Stoffels- le quitó importancia y describió esa
escena como typecasting, la especie de escenas propias de gente que
vive parasitariamente y del agiotaje. Tan na'if, sin embargo, no debía de
ser Gisela Uhlen. Según ella, «nos alegramos mucho de que el filme se
rodase en Holanda. ¿Por qué? Pues porque sabíamos que allí podría-
mos comer mejor. En Alemania, desde hacía mucho tiempo, todo esta-
ba racionado».
La película fue dirigida por Hans Steinhoff, a quien también se
debía Hitlerjunge Quex (acerca de uno de los mil y un héroes juveniles
nazis), y se estrenó -¡qué caso de congruencia!- en el Teatro Rem-
brandt de Amsterdam, el sábado 3 de octubre de 1942. El diario
Haagsche Post, de La Haya, reseñó al respecto: «Esto no es Rem-
239

brandt, ni mucho menos son los Países Bajos. La película no pasa de


ser una bella alegoría, con toda clase de estereotipos. Sólo se diferen-
cia entre el uno y los otros, el genio y la tontería. Tampoco es neerlan-
desa la fonética de nuestros nombres». Y en este punto debo confesar
que me saco el sombrero ante el crítico que firmó la reseña, porque se
atrevió a escribirla, y/o también ante el censor de turno, que se la jugó
con el camarada Goebbels, quien era poco proclive a este género de
señalamientos críticos.
Sea como fuere, no me gustaría concluir este trayelling & flash
back sin citar a Hermán Frederik Bredschneyder, cinefilo neerlandés,
productor pionero de la TV de su país, y poco sospechoso de simpatí-
as hacia los nazis: a fines de 1944, a la edad de 17 años, fue «llamado
al servicio» por las fuerzas de ocupación alemanas, y logró evadir la
orden escondiéndose hasta la Liberación. Y acerca de este Rembrandt,
héroe germano, Bredschneyder escribió: «Lo vi más tarde, sólo des-
pués de la guerra, y me pareció un filme sumamente interesante. Sobre
todo por su atmósfera, que en parte había que agradecer al formidable
trabajo de la cámara de Richard Angst, y también a los decorados de
Walter Róhrig. Una película honesta en la que el principal intérprete,
Ewald Balser, conseguía una magnífica creación de ?s.embrandt.
Mucho mejor, en todo caso, que la de Charles Laughton en eí Rem-
brandt inglés de antes de la guerra».
Last but not least, Eugeni D'Ors (aquel sabio tan distraído, tanto
que hasta se hizo franquista) dejó dicho lo que sigue en su irrepetible
libro de estampas biográficas El valle de Josafat: «Rembrandt es más
separatista que el mismo Lutero, porque es Lutero y Spinoza. Cual-
quier separación tiene un fondo de unión inconfesada. Rembrandt y
Lutero, al separarse de Roma, pactan ya, en clandestinidad, con Orien-
te. ¿Sabéis de aquella sombra que pesa sobre las telas de Rembrandt?
Es la sombra de las Pirámides».
Templo de Tikal. Guatemala

Anterior Inicio Siguiente


Entrevista a Adolfo Castañón

Samuel Serrano

Poeta, ensayista y traductor, Adolfo Castañón (México, 1952) refle-


xiona en esta entrevista sobre el carácter utópico de la literatura hispa-
noamericana, los problemas de la ética, la estética, las virtudes del
ensayo y la era de glaciación del espíritu en que parece adentrarse
nuestro tiempo.

—Quisiera que nos hablara en primer término de su infancia, de los


poemas que le recitaba su padre —de quien sabemos por su ensayo
sobre Leo Perutz que era un apasionado lector y que poseía una gran
biblioteca jurídica-y de la forma como estas primeras experiencias
pudieron influir en su vocación literaria.

—La biblioteca de mi padre estaba muy lejos de ser exclusivamen-


te jurídica. Había ahí libros de literatura, historia, filosofía, religión,
ciencia, teoría política y derecho. Mi padre nos solía recitar poemas de
Antonio Machado, por ejemplo el dedicado «A un olmo seco» o con-
tarnos de memoria cuentos de Osear Wüde como «El príncipe feliz»,
«El ruiseñor y la rosa», «El gigante egoísta». Mi madre nos contaba
también cuentos como «El mago de Oz» o historias interminables que
ella misma inventaba y en las que introducía sabiamente datos de la
realidad familiar. En la mesa, a la hora de la comida o de la cena, mi
padre hablaba con mi madre de los huéspedes, a veces bestiales, de
esos museos de lo efímero que son los periódicos. Durante los viajes,
mi madre entonaba canciones y corridos populares como el de «El hijo
desobediente». Todo eso, me imagino, fue dejando un sedimento en mi
interior y ayudaría al despertar de mi vocación literaria.

—En el prólogo de su libro La campana y el tiempo, que compila


varios de sus libros de poemas, Juan Gustavo Cobo Borda señala que
usted es un lector que se hizo cantor para indicar cómo su voracidad
literaria fue lo que principalmente lo indujo a escribir poesía. ¿Podría
242

contarnos cómo nace su amor por la lectura y cómo surgen sus pri-
meros poemas?

—Quiero y respeto muchísimo a Juan Gustavo Cobo Borda, lector,


poeta y ensayista al que admiro desde hace muchos años. El es libre de
pensar de una forma y yo soy libre de sentir de otra. Mis primeros amo-
res literarios tuvieron que ver con esas formas de poesía que son la his-
toria y la arqueología. De niño y luego de adolescente yo estaba muy
interesado por las civilizaciones desaparecidas o extintas y sentía viva-
mente la poesía de las ruinas, la estética del fracaso y la interrupción.
Entre mis primeras lecturas sólo recuerdo ahora algunas que memo-
ricé: trozos de Las mocedades del Cid, de poemas de Amado Ñervo,
como «La raza de bronce», o fragmentos de La Divina Comedia. Los
primeros ejercicios poéticos que recuerdo tuvieron que ver con una
cierta preocupación, angustiosa y angustiada por expresar mi incipien-
te sexualidad. Otros ejercicios tenían que ver con una cierta voluntad
traviesa de celebrar oblicuamente a los diversos protagonistas de mi
circunstancia. Otros más eran largos monólogos donde el autor explo-
raba su identidad. Otros en fin tenían que ver con ciertas situaciones
mitológicas: El minotauro de Creta me fascinaba y le dediqué a su
emblema un laberinto poético.

—Existen dos personalidades de las letras mexicanas que han ejer-


cido un influjo decisivo en su vocación de escritor; me refiero, claro
está, a Alfonso Reyes y a Octavio Paz, de quien usted ha sido su aten-
to y adelantado lector. ¿Querría contarnos cómo fue su relación con
estos maestros?

—Con Alfonso Reyes no tuve una relación personal; en cambio, con


Octavio Paz sí tuve la oportunidad de trabajar y de convivir con él e
incluso de llegar a ser su amigo y ¿por qué no decirlo? su discípulo.
Pero si bien no tuve una relación personal con Alfonso Reyes, desde
por lo menos 1977, a los veinticinco años, lo empecé a leer y «desde
entonces no he dejado de hacerlo», para traer aquí la voz de Sóren
Kierkegaard.
La pasión acuciosa con que leí a Alfonso Reyes fue precisamente un
espacio, una especie de escalera imaginaria que yo subía y bajaba con
Octavio Paz a lo largo -a lo muy largo- de nuestras conversaciones en
vivo y telefónicas. A Octavio Paz lo perseguía un demonio: el de la
243

conversación y, en particular el de la conversación telefónica. La uni-


dad mínima de una llamada con él era de media hora, pero podía lle-
gar a dos o tres. Obviamente, mi relación con Paz fue en muchos casos
una relación de trabajo; en otros, una relación, digamos de correligio-
nario en la Guerra Santa de la literatura y de la crítica; en otros, una
relación filial...y en el horizonte siempre estaba presente Alfonso
Reyes. Incluso cuando escribí el poema largo Recuerdos de Coyoacán
ese diálogo entre ellos a través de mi persona fue lo que permitió y sos-
tuvo la escritura del poema.
Pero si bien mi relación con don Alfonso Reyes fue sólo por escri-
to, la familiaridad, la frecuencia y la constancia en la lectura me fue-
ron abriendo puertas para conocer mejor su vida y su obra. Como datos
curiosos recordaré que mi padre asistió al curso que dio Alfonso Reyes
sobre la Antigua retórica griega en la Facultad de Filosofía y Letras
allá por 1946 y que en 1957, cuando yo tenía tres años, don Alfonso
Reyes asistió a una Feria áú Libro y se detuvo por un momento en el
lugar donde se exponían las publicaciones históricas de la Secretaría de
Hacienda a cuyo cargo estaba mi padre quien ese día, por alguna razón,
estaba acompañado de su esposa Estela y de sus dos hijos, la menor:
Margarita de dos años y el mayor, de tres, Adolfo, es decir el de la
voz...

—Dos figuras igualmente tutelares en su obra son Michel de Mon-


taigne y George Steiner a las cuales ha dedicado sendos libros de
ensayos en los que establece la importancia de su legado y la grande-
za de su pensamiento, ¿Podría decirnos cuáles son las principales
enseñanzas que ha recibido de estos autores y qué deuda cree tener
con ellos?

—Michel de Montaigne y George Steiner me han enseñado a tratar


de pensar correctamente, es decir, en la dirección correcta. He visitado
varias veces la torre de Montaigne cerca de Burdeos, en Francia, y
tengo un librero lleno de ediciones diversas de los Ensayos y de obras
históricas sobre él. En la última visita a la torre, en julio de 2005,
mirando las sentencias escritas en las vigas del último piso de la torre,
se me ocurrió una idea extravagante, pero poéticamente necesaria:
Montaigne tuvo que haber tenido alguna forma de leer acostado, quizá
incluso tuvo un lecho precursor con ruedas. En seguida de traducir
Después de Babel de George Steiner tuve la fortuna de conocerlo y de
244

hacerme su amigo. En ambos casos, lo que quisiera rescatar de sus


enseñanzas es la generosidad en el sentido más amplio y profundo de
la palabra. Esto incluye -para citar a Jorge Luis Borges- el deber de
ser feliz. Un deber que empieza en uno, pero que no sabe uno en rea-
lidad dónde o en quién o en qué concluye.

—Háblenos del ensayo, ese género centauro -como lo denominó


Alfonso Reyes- en el que, en compañía de la poesía, ha venido forjan-
do su mapa intelectual a través de sus diferentes trabajos, recogidos
en libros como La gruta tiene dos entradas, América sintaxis y otros.
¿De qué manera piensa que el ensayo se relaciona con la poesía y en
qué medida cree que el ejercicio de éste puede favorecer a aquélla?

—En cierto pasaje Plutarco refiere que se encontraban conversando


dos propietarios rurales romanos. Uno de ellos le presumió al otro que
en su quinta había un centauro, de carne y hueso. El otro lo miró con
ojos traviesos y le dijo: «Tienes que tener más cuidado con la higiene
sexual de tus pastores».
Esta anécdota expresa con nitidez el hecho clave de la condición
híbrida, promiscua, mestiza y por así decir multicultural del ensayo.
Creo con Alfonso Reyes y Gabriel Zaid que el ensayo es el género lite-
rario par excellence, incluso más que la poesía que es en cierto modo
anterior a la letra escrita y contemporánea de la religión.

—Ha señalado que el ensayo latinoamericano, para seguir con esta


imagen mitológica que alude al carácter híbrido del género, es «un
centauro con mucho caballo político e ideológico y con poca humani-
dad». ¿Cómo podríamos convertir a ese locuaz yahoo latinoamerica-
no en un valiente sagitario, es decir, en un centauro guerrero y peda-
gogo al mismo tiempo? Dentro de nuestra tradición ¿quiénes cree que
lo han logrado?

—Poner nombres en una lista puede ser invariablemente arbitrario:


Vélez de Guevara, Suárez de Figueroa, Gracián, Quevedo, Larra, Cas-
telar, Gómez de la Serna, Ortega, Azorín, Unamuno, Ganivet, D'Ors,
Tovar, Diez del Corral, Trías. Savater, Nicol, García Calvo, Camps,
Echevarría por el lado oriental, es decir, peninsular y en América,
Andrés Bello, Martí, Gutiérrez Nájera, Gómez Carrillo, Rubén Darío,
Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, José Bianco, Julio Torri, Baldóme-

Anterior Inicio Siguiente


245

ro Sanín Cano, J.A. Ramos Sucre, Octavio Paz, Alejandro Rossi,


Gabriel Zaid, Luis Cardoza y Aragón, García Márquez, Augusto Mon-
terroso, Carlos Fuentes, Jorge Aguilar Mora, Guillermo Cabrera Infan-
te, Elíseo Diego, Christopher Domínguez...

—Hay una imagen que emplea para describir la tarea inquisitoria


de Montaigne que pienso puede aplicarse perfectamente a su propia
labor, me refiero a aquella en que lo define como «una polilla de resu-
rrección» que devora libro tras libro incesantemente con la única
intención de devolverles más tarde la vida con su inteligente interpre-
tación crítica. ¿La critica es para usted, como lo fue para Montaigne,
un instrumento de su propia búsqueda espiritual? ¿ Cómo funciona
este mecanismo?

—Sí, creo que sí. No sé bien cómo funciona. Sólo sé que el tú inte-
rior y exterior es muy importante en este proceso...

—En su profundo ensayo Lectura y catarsis, sobre George Steiner,


señala cómo su vida y su obra constituyen la aventura de una alianza
fiel entre «impulso intelectual y movimiento ético», lo que resulta
admirable en nuestro tiempo, que se encuentra agobiado por la con-
fusión mental y el culto a la vulgaridad, ¿Cree usted que la estética
debe estar ligada a la ética y que la primera deriva de la segunda?

—No. Creo que la ética depende de la estética, si es que se pueden


diferenciar.

—Siguiendo el pensamiento de Steiner señala en este mismo ensa-


yo la encrucijada en que se encuentran las artes del lenguaje en estos
tiempos en que las palabras se hallan eclipsadas por el auge de los
medios audiovisuales. Teniendo en cuenta que estos medios avanzan
con fuerza creciente en todos los rincones del planeta, ¿cuál cree usted
que puede ser el futuro de las letras y de la literatura en general?

—Es cierto lo que dice George Steiner. Pero yo trataría de ir más allá.
Pienso, un poco apocalípticamente, que estamos como en cuanto espe-
cie en pleno proceso de involución y de regresión y que del mismo modo
que las artes del lenguaje llegaron a un gran desarrollo en épocas preté-
ritas, en el presente porvenir el ser humano se adentra en una era de gla-
246

ciación del espíritu, es decir, de mutismo y silencio. La estación ruidosa


que vivimos, el culto a lo masivo, la práctica de la estadística como una
liturgia tremenda y boba, la dificultad para ponerle diques al impulso
hacia la distracción, la impiedad que nos lleva a desdeñar al ser humano
más próximo, la naturalización del crimen y la violencia son todos indi-
cadores de una profunda mutación civilizatoria.
Entre los antiguos, cuando alguien fallecía se decía fugit adpluses,
«se fue con la mayoría». Ahora, la mayoría de la especie está vivita y
coleando sobre la superficie del planeta. La suma de todas las genera-
ciones de seres humanos que han poblado la tierra desde el origen de
la humanidad es inferior a la población humana que cunde y pulula
sobre la faz de la tierra. Esto tiene incalculables consecuencias en
todos los órdenes. En el plano del espíritu y del pensamiento esta cir-
cunstancia invita a un examen de conciencia a nivel planetario, exige
un diagnóstico cuyos resultados pueden ser estremecedores, si es que
no deseamos zozobrar en el nihilismo.

—Hay unos versos de su libro El pabellón de la límpida soledad que


dicen «viajando, recobramos nuestra propia experiencia y cada edifi-
cio, cada ser humano, cada calle que se quiebra y se pierde en la obs-
curidad parecen devolvernos otras tantas inocencias y otras tantas
miradas gozosamente heridas por el estupor». ¿Es quizás esta rela-
ción entre el viaje, la memoria y la escritura, la que lo ha llevado a
bautizar su amplia y profunda obra ensayística con el modesto título
de Paseos? Hábleños de esta relación que hace del viaje, otra forma
de la escritura y viceversa.

—Lo de titular Paseos a la serie de ensayos que he podido reunir en


forma de libro es una manera de recordarme a mí mismo y al lector que
la literatura es un lugar ameno, un recreo, un paseo. También es una
forma de señalar que todo lo que vale la pena es gratuito. De hecho,
debo recordar que esos «paseos» no forman parte de ningún proyecto
de investigación académica -aunque ciertamente hay en ellos algún
rigor y algún método-. Tampoco han sido escritos en el marco de un
programa de becas o estímulos.. .son, por así decir, paseos a campo tra-
viesa. Finalmente titular a esa serie «paseos» es una forma de rendir
homenaje a las letras francesas, a Montaigne, a Rousseau, a Rémy de
Gourmont cuyos Paseos literarios y Paseos filosóficos han sido una
grata compañía a lo largo de los años.
247

—En su libro Nueve del treinta, que integra su primer volumen de


Paseos, se ocupa agudamente de la obra de nueve de los principales
autores mexicanos nacidos en la década del 30: Sergio Pitol, Elena
Poniatowska, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, entre otros, y
más tarde, en América sintaxis, de sus voces capitales: Alfonso Reyes,
Octavio Paz y Juan José Arreóla. Nos gustaría que nos hablara ahora
de su generación y de las voces posteriores que han surgido en las
letras mexicanas, es decir, que nos dijera cómo observa a la literatu-
ra mexicana actual.

—Las letras mexicanas en el entresiglo que va del XX a XXI asis-


ten a un brillante florecimiento. Pero esta prosperidad estética y crí-
tica viene de atrás pues, desde Manuel Gutiérrez Nájera y Ramón
López Velarde hasta Octavio Paz, Juan José Arreóla, Juan Rulfo,
Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Salvador
Elizondo, Juan García Ponce se ha vivido en el orden de la cultura
literaria una edad de oro y plata. No es sencillo hablar de los nuevos
y no tan nuevos escritores: en el orden de la poesía destaco las voces
de José Luis Rivas, Coral Bracho, Tedi López Mills, Alberto Blanco,
Jorge Fernández Granados, Julio Trujillo, Luigi Amara, destaco a
Christopher Domínguez, Luis Miguel Aguilar, Víctor Manuel Men-
diola. Entre los ensayistas, José María Espinasa, Gabriel Bernal Gra-
nados, Armando González Torres, Héctor Orestes Aguilar, Juan
Antonio Rosado, Vivían Abenchuchan, Ana Marimón, Nelly Palafox,
José María Pérez Gay. En la narrativa: Héctor Aguilar Camín, Ana
Clavel, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, Jorge Volpi, Sergio Gon-
zález Rodríguez...
Lo malo de este tipo de enumeraciones es que pueden aparecer
como un ocioso ejercicio de relaciones públicas. Una suerte de open
house precavido que tiene que ver más con la estadística y la demo-
grafía que con el criterio del gusto que, nunca se insistirá suficiente, no
depende de la voluntad.

—En su segundo volumen de Paseos encontramos un ensayo que


nos llama particularmente la atención, me refiero al dedicado a Jean-
Henri Fabre, ese gran naturalista francés que narró como nadie la
maravillosa vida de los insectos y que, según sus palabras, «logró
hacer familiar el mundo recién descubierto sin hacerle perder su mis-
terio esencial». Háblenos de la relación que existe entre el trabajo del
248

poeta y el del naturalista, y del papel que el lenguaje cumple en sus


descubrimientos.

—Jean-Henri Fabre era junto con Jacobo de la Vorágine, uno de los


escritores preferidos de Luis Buñuel. También era uno de los escrito-
res preferidos del alemán Ernst Jünger. Detrás o junto al poeta, está el
filólogo que es como un entomólogo de las palabras, un naturalista de
la lengua a quien le fascina observar en el laboratorio a la intemperie
de la lengua la evolución, la historia secreta de las palabras, la sintaxis,
la gramática. Fabre, como Buffon, como Cuvier, como Swedenborg
-el secretario de actas de la corte de los ángeles-, como Jünger son
escritores. Es decir son descubridores, reveladores del castillo encan-
tado del lenguaje y sus misterios.

—Su quinto libro de ensayos lleva el significativo título de América


sintaxis para mostrar por medio de esta metáfora geográfico-lingüís-
tica cómo la principal posibilidad de las letras hispanoamericanas
estriba en su capacidad de formar asociaciones que relacionen sus
diferentes literaturas entre sí como un ser orgánico. ¿No cree que este
propósito es una más de nuestras utopías, teniendo en cuenta que la
crisis económica del continente ha convertido a nuestros países en
cotos cerrados de las grandes firmas editoriales que se dedican a
explotarlos a través de sus sedes regionales?

—Una cosa piensa el caballo y otra el que lo ensilla. Una cosa son
las letras y otra muy distinta los consorcios y los negocios. Pero Amé-
rica sintaxis, lo ha percibido usted atinadamente, es un libro utópico
como es utópica la literatura hispanoamericana. Y es utópica, pues es
una literatura inventada ya que es necesario inventar cada vez sus raí-
ces y su público. La traída, sobada y llevada «naturalidad» de la letra
latinoamericana es una coartada oficialista, un pretexto por así decir
institucional. Una literatura como la escrita por Alejandro Rossi expo-
ne en su grado más alto de tensión esa condición de un idioma litera-
rio polifónico, donde resuenan y zumban acentos, matices, formas,
modelos y ritmos que sería inútil intentar salir a buscar en los terrenos
baldíos, en estado natural. De ahí que la gran literatura latinoamerica-
r

na de la cual las obras de Alvaro Mutis, García Márquez o Alejandro


Rossi son un buen ejemplo se escribe desde una aguda conciencia his-
tórica, En América sintaxis también figura España y la búsqueda de

Anterior Inicio Siguiente


249
r

escritores como Juan Goytisolo o José Ángel Valente no es ajena a la


de los escritores hispanoamericanos. La frontera de América con Euro-
pa estriba en los Pirineos.

—En su poema «Alas», incluido en La otra mano del tañedor, dice


<das alas de la mariposa son frágiles, pero su adelgazada superficie
contiene el bosque», versos que nos parecen en sí mismos un arte poé-
tica y, al mismo tiempo, una profesión de fe en la perdurabilidad del
poema, ese objeto sutil que contiene el universo y que por su fragili-
dad parece destinado a perecer. ¿Cómo podemos esperar salvarnos
por medio de un objeto tan leve?

—«La belleza salvará al mundo», se dice que afirmaba Dostoyevsky.

—En ese mismo libro encontramos dos hermosos poemas, «Luna de


octubre» y «El regreso», que recrean y reinterpretan los antiguos mitos
de Endimión y de Ulises. ¿Qué valores además del estético encuentra
en los mitos? ¿Por qué cree que se empeñan en tornar constantemen-
te a través de esa suerte de sueño dirigido que es el poema?

—El valor del mito no es ni puede ser sólo estético, sino ético, vital,
político. Escribir es abrirse al flujo del mito, dejarse escribir por él.

—Esa levedad de la que hablábamos anteriormente aparece de un


modo más patente en su libro Cielos de Antigua en el que las nubes,
como los sueños, se transfiguran y adquieren todo tipo deformas fabu-
losas. ¿Son las nubes en este libro una representación de esos anhelos
que sólo pueden expresarse a través de la poesía? ¿Nace este poema-
rio de alguna estancia suya en esa ciudad de Guatemala?

—Escribí Cielos de Antigua de un tirón, en dos amaneceres sucesi-


vos que tuve la fortuna de pasar solo en esa venerable ciudad. Los poe-
mas surgieron como un ejercicio de purificación. Tanto interior como
exterior, pues estoy y estaba consciente de que Guatemala es un terri-
torio ensangrentado por la violencia y la violación de los derechos
humanos. También hubo un elemento circunstancial. Escribí Cielos de
Antigua para un proyecto fotográfico presentado por mi amiga la
colombiana Gloria Posada -poeta y artista plástica- para registrar ios
cielos del planeta.
250

—En Recuerdos de Coyoacán el recurso es otro, pues se trata de un


lenguaje continuo y torrencial que pretende fingir los meandros y rit-
mos escurridizos de la conciencia para atrapar el tiempo de su gene-
ración, ese tiempo que se fuga y en el que usted «iba a tumbos como
la música del organillo». ¿Qué piensa de la forma en la poesía? ¿Cuá-
les son los factores que la determinan? ¿Cree que cada vivencia tiene
su manera específica de ser poetizada?

—Cada experiencia solicita una forma, cada sed prefigura un vaso,


cada hambre imagina una presa. La forma es una necesidad intermi-
tente, discontinua que depende de la materia y de la experiencia.

—En su «Epitafio del lector», colocado a manera de prólogo en su


libro de poemas La campana y el tiempo, comenta que ha comprado
más libros de los que ha leído, pues al recogerlos de la calle siente que
se trata de los huesos dispersos de un ancestro cuyo perfil ignora, un
antepasado que al reconstruirlo podrá entregarle la forma de su pro-
pia cara. ¿Será esta quizás la misión de la poesía, devolvernos nues-
tra perdida imagen?

—No creo que pueda hablarse de una o de la misión de la poesía. Si


la expresión lírica es una suerte de medicina universal, cada aflicción,
cada falta debe hacerse sentir, y ese hacerse, a veces puede resolverse
en arte o a veces en silencio, en experiencia estética.

—Además de poeta, ensayista y narrador usted es un connotado


traductor y en el ejercicio de este oficio ha vertido a nuestra lengua
autores principalmente de lengua francesa e inglesa, como George
Steiner, Louis Panabiére, Juan Jacobo Rousseau, Maurice Blanchot.
¿Cómo nace su amor por esas lenguas y como fue su acercamiento a
ellas hasta el momento en que llega a traducir sus primeros textos?

—Como a muchos niños, el lenguaje, se me presentaba como un


enigma y una posibilidad incógnita. De hecho de niño me di el lujo
inventar una suerte de idioma. En mi casa sólo se hablaba español, pero
había en el aire la conciencia de que ese idioma que se hablaba en casa
sólo era una suerte de isla en medio de un vasto océano: el griego, el
latín, el italiano, el francés, el inglés, eí alemán, el maya, las lenguas
indígenas eran frutos de un jardín prometido que había que merecer.
251

Desde niño, soñé con merecer los frutos de ese jardín. Pero cuando
empecé a traducir descubrí algo muy importante: no sabía yo español,
al menos no sabía tanto y tan bien como yo pensaba. Uno de los apren-
dizajes que hace un traductor es el de darse cuenta de la precariedad de
su conocimiento del propio idioma. Cada expresión en una lengua
extranjera, remite a la extrañeza que suscita en la propia lengua.

—Hablemos ahora de un hecho que pienso ha sido capital en su


vida, me refiero a su ingreso como editor al Fondo de Cultura Econó-
mica. ¿Querría decirme qué experiencias significativas le ha propor-
cionado su trabajo en esta importante editorial a lo largo de las tres
décadas en que ha desarrollado su labor?

—La experiencia en la editorial Fondo de Cultura Económica es y


fue inagotable y formativa. Todavía hoy el Fondo me sigue impartien-
do enseñanzas. Más allá de haber tratado a autores como Octavio Paz,
Alvaro Mutis, Luis Villoro y Luis González o Augusto Monterroso,
más allá de haber adquirido por el hecho mismo de trabajar ahí una
cierta forma de mirar el mundo, la editorial ha sido para mí una escue-
la de y para la producción de sentido. Una editorial no es otra cosa que
una máquina para producir sentido. De ahí que sus enseñanzas sean en
cierto modo intemporales.

—En su lúcido ensayo Fin de siglo analiza el tránsito que del des-
encanto al horror ha signado al proceso de modernización y seculari-
zación del siglo XXy la consiguiente desintegración cultural del hom-
bre y señala cómo el artista latinoamericano, inmerso «en la vertigi-
nosa danza de estas mutaciones culturales y tecnológicas», debe
imponerse como tarea primordial la deponer al día su reloj y su mapa
tirando por la borda todo aquello que no contribuya «a dar un senti-
do más puro a las palabras de la tribu». ¿Qué elementos del pasado
siglo salvaría usted en estos tiempos de mudanza?

—Salvaría y salvo la idea de salvación, el principio de esperanza


para evocar el hermoso título del filósofo Ernesto Bloch. Pero la espe-
ranza o la salvación no es un principio etéreos, gaseoso. Es una praxis,
una suerte de amorosa oración incesante, de filocalía que exige el arte
de la continuidad y la perseverancia, que impone con su voluntad de
poder la conciencia sobre el mundo alienado y hechizado. Es un deseo
252

de conservar líquida la gota de la conciencia en medio de la roca, en el


seno del hielo ambiente. Esa gota suele ser una lágrima, a veces de risa,
a veces de llanto, a veces de silencio...

Estudio de contracción del lienzo marítimo. Muralla urbana, Cartagena de Indias

Anterior Inicio Siguiente


BIBLIOTECA
Mapa histórico del área del Mar Caribe
Biografías que hacen -concluye-, «sin los sólidos
cimientos de la Monarquía encar-
historia* nada en dos figuras beneméritas:
un Rey generoso y magnánimo y
una intachable Reina Regente».
Embajador de España, acadé- José Antonio Vaca de Osma hace
mico de la Historia y de Jurispru- un colorista y ameno recorrido
dencia y Legislación y, por -aunque sin dejar de ser riguroso,
supuesto, escritor, José Antonio dada su condición de historiador-
Vaca de Osma nos ofrece la histo- desde la Reina gobernadora y la
ria de Alfonso XII y María Cristi- farsa y licencia de Isabel II con
na, en un trabajo que tiene mucho sus amantes y su prole, las guerras
de novela histórica. El autor va carlistas, las revoluciones, los
alternando la biografía de sus per-
grandes generales y políticos, los
sonajes -de sus vidas privada y
obispos y los masones, toda una
pública- con la historia política de
pintoresca galería de personajes y
la Restauración y el programa
personajillos hasta llegar a Alfon-
perseguido por Cánovas, que se
so XIII y Primo de Rivera. Pero el
cifra en la búsqueda de una plata-
centro referencial de su trabajo
forma convivencial para las dos
siempre son el Rey y la Reina,
Espaftas separadas por la ruptura
con la etérea sombra romántica de
de 1868. «Se trata de una labor de
síntesis -afirma Vaca de Osma-, la reina Mercedes como telón de
todo lo contrario de reaccionaria fondo.
como le acusan algunos». Se El autor de Alfonso XII y la
busca una paz sin represalias, un reina Cristina se pregunta, ¿el
bipartidismo a la británica en periodo de la Restauración, con
turno pacífico. Nada de todo esto sus luces y sus sombras, fue un
se podría haber desarrollado gran acierto político o una fantas-
magórica especulación? Y en vez
de responder él mismo, se sirve
José Antonio Vaca de Osma, Alfonso
XII y la reina Cristina, editorial Espasa del balance llevado a cabo por
Calpe, Madrid, 2005, 334 pp. diferentes historiadores como
Morgan C. Hall, Alfonso XIII y el ocaso José María Jover, José Luis
de la monarquía liberal (1902-1923). Traduc-
ción de Beatriz Anson, Alianza Editorial, Cornelias, Vicente Palacio Atard,
Madrid, 2005, 412 pp. Carlos Seco Serrano, Ricardo de
Julio Gil Pecharromán, Niceto Alcalá-
Zamora. Un liberal en la encrucijada, editori- la Cierva, Emiliano Aguado y
al Síntesis, Madrid, 2005, 422 pp. otros, para concluir diciendo, con
Carlos Fernández Santander, El general todos ellos, que la época de la
Franco. Un dictador en un tiempo de infamia,
editorial Crítica, Barcelona, 2005, 531 pp. Restauración hay que considerar-
256

la como claramente positiva y sa antidinástica. Finalmente, en lo


favorable para España. que se refiere a su prolongada
El trabajo que comentamos época de Reina madre, puede
hace especial hincapié en que el decirse que lo fundamental para
sistema político que se iba apli- ella fue el vivir siempre pendiente
cando en España desde la Restau- del reinado de su hijo.
ración, y más todavía desde la La intención central del autor
Regencia, convertía al Rey o al escribir la presente biografía
Regente al frente del Estado en doble, de lectura amena y bien
una figura representativa. Sus documentada, queda clara al final
poderes arbitrales estaban muy del primer capítulo, cuando escri-
limitados, sus juicios eran casi be: «Va a volver la Monarquía, la
nulos y el prestigio de la Institu- Institución secular, para cumplir
ción y de la figura del Jefe del con sus altas responsabilidades,
Estado no pasaba de ser algo sim- su trascendental misión histórica.
bólico. Los partidos y los políti- Restauración, Regencia, Alfonso,
cos se convertían no sólo en pro- Cristina serán un paréntesis de
tagonistas, sino en auténticas cierta pacífica convivencia y de
fuentes de poder. Aunque se con- relativo progreso. Vamos a devol-
servan ciertas formas en torno a la verles sus méritos. Lo que vino
Corona y a la Corte, la alta políti- después es nuestra culpa».
ca, desde Sagasta, ha logrado ser
la de una república coronada. «Ya
sé que no a todos les gustará esta El ocaso de un rey
idea -comenta el autor—, pero los
hechos lo van confirmando». Morgan C. Hall, doctor en his-
Del corto reinado de Alfonso toria por la Universidad de
XII, el juicio de Vaca de Osma es, Columbia y diplomático estadou-
sobre todo, positivo. En cuanto a nidense, como especialista en
los dieciséis años de Regencia, Historia Contemporánea de Euro-
reconoce que se acumularon pa ha publicado Alfonso XIII y el
muchas desgracias, pero que no se ocaso de la monarquía liberal
puede culpar de ellas a la Corona, (1902-1923), estudio en el que
«ni mucho menos a la gran dama examina a fondo la fase constitu-
que la llevó en sus sienes con pru- cional del reinado de Alfonso
dencia y buena voluntad». Es XIII, que fue desde 1902, año en
cierto que todos o casi todos lo el que el rey prestó juramento de
reconocieron: nadie culpó a la guardar la Constitución, hasta
Regente, ni la más exaltada pren- 1923, cuando dio su aprobación a

Anterior Inicio Siguiente


257

la dictadura que había puesto fin su estudio, Morgan C. Hall sigue


al orden constitucional. El autor muy de cerca la obra de Seco
intenta aislar las causas más pro- Serrano, pero también la de otros
fundas del fracaso de la monar- autores como Fernández Almagro,
quía constitucional y clarificar Tuse!], Ga Queipo de Llano, Pres-
varias de las polémicas relaciona- ión, Gómez-Navarro, y numero-
das con el reinado que todavía en sas notas y apuntes de los políti-
la actualidad son motivo de deba- cos de la época que trata. Otras
te entre historiadores. fuentes de información y de refle-
Alfonso XIII ha tenido más xión para elaborar este trabajo han
detractores que defensores. Según sido los periódicos y, sobre todo,
el presente trabajo, esto se debe los debates parlamentarios. Tam-
en parte a que los franquistas y bién ha consultado los archivos
católicos de derechas abandona- privados y las memorias de políti-
ron al rey, pues veían en la Res- cos en contacto regular con la
tauración monárquica uno de los Casa Real, así como los despa-
conductos principales de la chos de los embajadores extranje-
corrupción liberal de España. ros destinados en Madrid, princi-
Hasta hace poco, Carlos Seco palmente de Gran Bretaña y Esta-
Serrano era el único especialista dos Unidos.
que había cuestionado el consen- Objetivo claro del autor es ree-
so antialfonsista; en su obra de xaminar la monarquía de Alfonso
1969, Alfonso XHIy la crisis de la XIII como parte de un proyecto
Restauración, presenta al rey emprendido por la élite política
como un monarca modernizador y española para dotar de legitimi-
reformista, enfrentado a la estre- dad a un conjunto concreto de ins-
chez de miras de unos políticos tituciones y políticas. Para el
partidistas. En los últimos años, mismo, el fracaso de la Restaura-
como parte de una nueva evalua- ción monárquica se debió no sólo
ción de la Restauración en la his- a su incapacidad para hacer frente
toriografía española, otros erudi- a las crisis sociales y políticas del
tos han recuperado las tesis de periodo de entreguerras, sino tam-
Seco, dando lugar a un retrato bién a la inhabilidad del Estado
más positivo del soberano y la para hacer uso de la materia prima
monarquía. En cuanto a la rama de la monarquía histórica españo-
antialfonsina, el trabajo más la en la creación de un discurso
reciente es la obra de Rafael unificado para la identidad nacio-
Borras, El rey perjuro, una crítica nal que fuese convincente en la
minuciosa del carácter del rey. En sociedad española moderna.
258

Al final de su estudio, Morgan que la segunda fue dirigida contra


C. Hall se muestra convencido de esa misma élite por una amplia
que el rey pudo haber evitado el coalición de los que quedaban
golpe de la dictadura, como lo fuera, en colaboración con miem-
hizo su nieto Juan Carlos en 1981, bros desafectos del antiguo siste-
mostrándose clara y decisivamen- ma de la Restauración. «Cánovas
te en contra de los conspiradores. diseñó este aparato de la Restau-
«Eligió no hacerlo -escribe- por- ración -puntualiza- para proteger
que estaba desilusionado con el a la Corona de los caprichos de la
sistema político que había jurado política, y sin esta protección, el
respetar y defender, y porque rey sucumbiría casi sin resistencia
desde hacía tiempo le rondaba por a la siguiente oleada de ira popu-
la cabeza una solución similar a la lar que alcanzaría su cresta en
promulgada por Primo de Rive- 1931».
ra». Añade que, pese a todo, la La lectura de esta biografía
élite política dinástica también política de Alfonso XIII es impor-
fue responsable junto al rey de la tante para toda persona que quiera
creación de una cultura política profundizar en el conocimiento de
que permitió a un general poner la España de hace un siglo.
en marcha un pronunciamiento. Y
finaliza diciendo que esta cultura
fue el resultado de la politización Un liberal de antaño
del monarca, el debilitamiento de
los partidos y la deslegitimación Profesor de Historia Contem-
de las Cortes que afectaron al país poránea en la Universidad Nacio-
desde 1909. «Es difícil imaginar nal de Educación a Distancia
-concluye- que tal flagrante asal- (UNED), Julio Gil Pecharromán
to a la Constitución hubiese sido es el autor de la biografía de Nice-
posible en las condiciones exis- to Alcalá Zamora. Un liberal en
tentes antes de que comenzase la la encrucijada, el que llegó a ser
degradación del sistema político». diputado liberal, ministro de la
El autor pone un especial empeño Corona, conspirador republicano,
en mostrar la diferencia más preso político, presidente del
importante entre la caída del régi- Gobierno y jefe de Estado. La
men constitucional liberal en existencia de Don Niceto está
1923 y la caída de la propia marcada por lo extenso y variado
monarquía en 1931: la primera de su currículo como profesional
fue una revolución desde dentro de la política y por la agitada
de la élite del régimen, mientras coyuntura histórica que atravesó
259

España desde los tiempos finales esperanza y de fracaso en la vía


de la Restauración hasta la Guerra democratizadora intentada por el
Civil de 1936. Liberal por talante liberalismo español hace ya casi
y convicciones, fue uno de los un siglo».
últimos representantes de la vieja La historia que el presente tra-
política, que en su momento bajo nos cuenta gira en torno a la
encarnaron Cánovas y Sagasta. experiencia de un político profe-
El profesor Gil insiste en su sional, a sus éxitos y fracasos per-
afán indagatorio y desmitificador sonales, a su aportación a la
a la hora de profundizar en el modernización política y social de
conocimiento de su personaje; sin la España del primer tercio del
ánimo proselitista, tampoco deni- siglo XX. Y la historia termina
gratorio. Desea poner al lector, y mal. No porque fallezca el prota-
pienso que lo consigue, ante la gonista en el último capítulo
presencia de una personalidad -algo natural- sino porque su
polifacética y, en gran medida, obra y su mundo se sumergen, en
inaprensible si no se analiza su el ocaso de su vida, en el horror de
larga trayectoria vital como un una guerra civil. Y él muere, aho-
continuo, que no admite la valora- gado en añoranzas, en la lejanía
ción por etapas independientes. del exilio, mientras su patria sufre
Conocemos, fundamentalmente, los efectos de una larga y peculiar
al Alcalá-Zamora del quinquenio dictadura, encarnación de muchos
republicano, que sólo abarca una de los valores contra los que Don
sexta parte de su experiencia polí- Niceto combatió a lo largo de su
tica. Este Alcalá-Zamora no es existencia. Hasta la década de los
entendible sin la comprensión del setenta del pasado siglo, Niceto
otro, del anterior, del dirigente del Alcalá-Zamora era considerado una
liberalismo monárquico, del personalidad difusa y ambigua, a
ministro de la Corona, del colabo- la que, según fuesen unos u otros,
rador de Romanones y de García se le aplicaban calificativos, como
Prieto, del adversario de Cambó y «liberal», «masón», «traidor a
de Primo de Rivera. Hay mucha España», o bien «reaccionario»,
distancia entre el joven diputado «clerical», «traidor a la Repúbli-
de 1906 y el Presidente de la ca». Pero tanto a los unos como a
República de 1931. «Pero éste es los otros no les cabía duda de que
hijo de aquél -matiza Gil-. Y sólo había hecho cosas perversas.
uno al lado del otro componen las En 1977, cuando se publicaron
claves precisas para ejemplarizar sus memorias, muchos descubrie-
en su peripecia lo que hubo de ron a un hombre de criterio mode-
260

rado y rectitud de espíritu, que superar los miedos al adversario


había trabajado para modernizar para restablecer la concordia
los hábitos políticos de sus com- social y el respeto al juego demo-
patriotas y que se había estrellado crático. El presidente, erigido en
contra un muro de incomprensio- precoz representante de la «terce-
nes y de egoísmos. Desde enton- ra España», se iba a ver muy solo
ces, su figura ha tenido tantos en la tarea autoimpuesta de sere-
defensores como detractores. En nar los ánimos y aportar racionali-
la actualidad, la posibilidad de dad y moderación a la vida políti-
poder realizar trabajos objetivos ca. Su paso por la política dejó
sobre el personaje se debe a la una estela de agravios e insatis-
tarea de sus descendientes y al facciones que pesan como una
interés de sus paisanos de Priego losa sobre su memoria. Los
de Córdoba, que han creado un monárquicos le consideraron un
patronato modélico en el estímulo traidor a la causa, que había ven-
al estudio y difusión de la obra del dido España a la Revolución. La
político. derecha y el centro republicano le
En el libro que comentamos, acusaron de manipulador y autori-
Gil Pecharromán quiere mostrar- tario y elaboraron un largo memo-
nos, y nos muestra, el testimonio rial de agravios contra él. Para las
de un representante de «la tercera izquierdas, fue un conservador
España», de la España «posible», dedicado a frenar los avances
solidaria, tolerante y democrática, democratizadores y los procesos
que generaciones pasadas llega- de secularización traídos por el
ron a atisbar en momentos pun- nuevo régimen.
tuales y que hoy, pese a todos los Ya lejos de la política activa,
pesares, constituye una realidad Don Niceto se volcó en la escritu-
cotidiana. ra. En esos años escribió obras de
En la cumbre de su carrera temática muy diversa, pero que
política, Don Niceto significó el reflejaban una gran erudición y
impecable alegato de un demócra- buenas cualidades didácticas,
ta en la hora de agonía de la entre ellas destaca su Régimen
democracia. Pero, apunta su bió- político de convivencia en Espa-
grafo, «araba en el mar». Ni las ña, ensayo en el que ofrecía una
izquierdas ni las derechas, ni ios salida democrática al franquismo
patronos ni los obreros, ni los a través de una República «de
nacionalistas ni los internaciona- derecho y orden», que procurara
listas estaban dispuestos a con- la reconciliación entre los españo-
trastar sus razones absolutas y a les. Su muerte, acaecida en la

Anterior Inicio Siguiente


261

madrugada del 18 de febrero de Franco, al que la mitomanía oficial


1949 mientras dormía en el sofá ha ensalzado como nunca lo fuera
que le servía de lecho, fue tan otro jefe de Estado en España, no
dulce como inesperada. puede resistir un estudio objetivo
El trabajo de Julio Gil Pecha- de su largo caminar sin que sea
rromán, Niceto Alcalá Zamora. descubierto su verdadero y único
Un liberal en la encrucijada, es el propósito: el poder (el mando,
estudio más completo que hasta el como él mismo lo llamaba). Se
momento se ha hecho del que pregunta también: ¿Qué han signi-
fuera el primer presidente de la ficado Franco y el franquismo para
Segunda República de España. España?, y su respuesta es una
interminable retahila de puntos
negativos: en primer lugar, una
Con mano de hierro paralización de la solución de sus
problemas; en segundo lugar, una
Carlos Fernández Santander, profundización de sus defectos.
autor de cerca de cuarenta libros Problemas seculares -añade-,
de investigación histórica, la como la reforma agraria (al aboíir-
mayoría de ellos dedicados a se la ley aprobada por la segunda
temas relacionados con la guerra república, se volvió al punto de
civil y el franquismo, nos ofrece partida); la reforma de la enseñan-
con su biografía crítica, El gene- za, la separación de la Iglesia y el
ral Franco. Un dictador en tiem- Estado, la apertura a Europa, la
po de infamia, la reedición de un reforma de las Fuerzas Armadas, la
trabajo que publicó hace más de comprensión de las nacionalidades
veinte años, y que le ha dado la históricas... Defectos tradicionales
oportunidad de escribir el libro -finaliza- como la insolidaridad,
casi de nuevo, añadiéndole nume- la falta de respeto al adversario, la
rosas aportaciones, especialmente incultura, el integrismo, la educa-
documentales y memorísticas, ción cívica, la doble moral, el loca-
posteriores a su primitiva publica- lismo, la envidia, la corrupción...
ción. Fernández Santander cree nece-
Ante su personaje, el militar sario hacer constar que la España
que gobernó el país con mano de de Franco, como fruto de un régi-
hierro durante cuarenta años, Fer- men de concentración exclusiva de
nández Santander se pregunta: poder, ofreció numerosos casos de
¿Fue Franco un enigma histórico?. monopolios, abusos, cohechos,
Y la respuesta es: «Creo sincera- latrocinios y despilfarros que en un
mente que no». El autor piensa que país democrático hubiesen origina-
262

do grandes escándalos y que en En esta biografía, que busca


éste quedaron diluidos por la cen- sobre todo ahondar en la verdad
sura del Estado. «Censura además humana del Caudillo y de su entor-
-insiste- que, en poder de verda- no, el lector también podrá encon-
deros maníacos y obtusos menta- trar testimonios y documentos
les, alcanzó cotas increíbles de hasta ahora poco o nada conoci-
vesania y parcialidad». dos. Si la primera versión de este
El autor dedica un curioso libro fue considerada como una de
apartado, con una recopilación las mejores biografías de Franco
exhaustiva de fechas y datos, a lo por críticos tan poco sospechosos
que considera que fue una cons- de antifranquismo como Stanley G
tante en la vida de Franco: el Payne, ésta, renovada y ampliada,
firme convencimiento de que dis- habrá de convertirse en referencia
frutaba de una especial ayuda fundamental para todos cuantos
divina. Su corte de aduladores quieran conocer, no sólo la figura
enseguida se sumó a este conven- de Francisco Franco, sino la reali-
cimiento, y así, desde Galinsoga, dad de la España de su tiempo.
que en su biografía Franco, centi-
nela de Occidente, afirmaba que Isabel de Armas
la «vida de Franco ha sido condu-
cida por el dedo de Dios», hasta
el presidente de las Cortes, Rodrí-
guez de Valcárcel, quien el 15 de
octubre de 1970 -festividad de la
Santa de Ávila- se preguntaba si España y sus
«esa mano de Santa Teresa no se amenazas*
habrá convertido en corazón para
mover la mano realizadora de la
obra de Franco», y desde su pri- De Hispania a España no es
mer consejo de ministros: «Tam- un puro y simple repaso a nuestra
bién cree el Gobierno rendir tri- historia. Se trata de un profundo
buto de justicia a quien por desig-
nio divino...», hasta la revista Vicente Palacio Atará (ed.), De Hispa-
nia a España. El nombre y el concepto a tra-
Ejército, que aseveraba tajante en vés de los siglos, Editorial Temas de Hoy,
su número de abril de 1964: Historia, Madrid 2005, 350 pp.
«Franco lo impidió. Cumplió sin Pío Moa, Contra la balcanización de
España, La Esfera de los Libros, Madrid
duda un mandato providencial, 2005, 217 pp.
divino», todo era un inmenso Miguel Platón, 11-M. Cómo la Yihad
puso de rodillas a España, La Esfera de los
incensario. Libros, Madrid 2005, 476 pp.
263

análisis que, con auténtica pasión repaso a la Historia de España,


investigadora, desmenuza los sino de seguir la evolución de lo
acontecimientos históricos y los que ha significado en cada
movimientos políticos que, con el momento el concepto de España
paso del tiempo, han transforma- para los españoles.
do el nombre y el concepto de lo Hace 2.200 años apareció el
que hoy llamamos España. nombre de Hispania, que se ha
El Colegio Libre de Eméritos, conservado hasta nuestros días.
recoge en estas páginas las voces «Este es un caso singular -afirma
de los 17 historiadores más presti- Palacio Atard en unas palabras
giosos de nuestro país, todos ellos previas-, a diferencia de otras
son profesores universitarios y provincias del antiguo Imperio
académicos numerarios o corres- Romano, que adoptaron el nom-
pondientes de la Real Academia bre de los pueblos germánicos,
de la Historia. Vicente Palacio como ocurrió con la Galia, rebau-
Atard figura como coordinador de tizada con el de Francia, el país de
este esfuerzo intelectual colectivo los francos».
que trata de comprender y desen- El libro que comentamos da
trañar la evolución de la concien- respuesta a preguntas tales como,
cia que sobre sí misma ha mante- ¿de qué manera dejaron su huella
nido en cada momento nuestra histórica la romanización y la sub-
comunidad, partiendo de la base siguiente cristianización en His-
de la continuidad de una cierta pania? ¿De qué forma aquel pro-
idea de unidad desde la Hispania ceso de más de seis siglos contri-
romana, que se mantiene a lo buyó a dotar a los hispanos de
largo de los siglos y coexiste con unas percepciones de comunidad,
la evidente pluralidad de los rei- que absorbían el tribalismo origi-
nos y territorios hispánicos, surgi- nario de los habitantes de la
da tras el derrumbamiento del península Ibérica?
reino visigodo y consolidada a Después de Roma, los visigo-
través de los siglos medievales. dos se asentaron en el solar hispa-
La persistencia histórica de la idea no y la monarquía gótica desem-
de unidad del conjunto de España peñó un papel determinante en la
y la simultánea pluralidad interna conformación de una idea de
de ese mismo conjunto son, pues, España. Seguidamente, la inva-
elementos esenciales de la refle- sión islámica puso en riesgo la
xión llevada a cabo en este traba- conservación del nombre de His-
jo, trabajo -insisten los autores- pania y la subsiguiente sustitución
en el que no se trata de dar un por el de al-Andalus, hasta el
264

punto que los cronistas medieva- Los españoles de los siglos


les hablan de la «pérdida de Espa- XVI y XVII proyectaron la idea
ña». Sin embargo, el nombre de la de la Monarquía hispánica en las
antigua Hispania lo conservan los dimensiones de un imperio de
mozárabes de Córdoba o de Tole- nuevo cuño. «Hubo, sin embargo
do. Incluso en las primeras acuña- -subraya Palacio Atard- una rea-
ciones de monedas cordobesas lidad subyacente de los antiguos
musulmanas aparecen leyendas reinos, que conservaron su perso-
bilingües, en cuya versión latina nalidad histórica, aunque no sin
puede verse el nombre de España. tensiones internas, como ocurrió
El enfrentamiento entre musul- cuando el conde-duque de Oliva-
manes y cristianos duró casi ocho res pretendió aunar los esfuerzos
siglos. En este periodo de tiempo, militares y económicos, y homo-
los reinos y condados medievales geneizar de alguna manera las ins-
cristianos aparecieron en la histo- tituciones, o cuando se introdujo
ria con sus propios nombres. la Nueva Planta a principios del
Entre los siglos VIII y X el reino siglo XVIII».
asturleonés se considera continua- Los reformadores ilustrados
dor de la monarquía visigoda. del siglo XVIII, influidos por la
También en el siglo VIII se orga- gran conmoción de la Revolución
nizó el que habría de llamarse francesa, son conscientes de una
reino de Navarra y dos siglos des- España que necesita responder al
pués, en el X, aparecerán Catalu- desafío de la modernidad europea.
ña. León y Castilla, tras varias En los comienzos del XIX, la
uniones y separaciones, en el invasión napoleónica se convierte
siglo XIII forman ya un reino que en el gran fundente de los españo-
se proyectará hacia el sur. Mien- les. Los autores de este libro se
tras tanto, Cataluña se había inte- preguntan entonces: ¿Fue la agre-
grado con el reino de Aragón, for- sión exterior, como ocurrió en
mando la Corona aragonesa, que otros países, un catalizador de la
incorporaría los reinos de Valen- unidad nacional? ¿Lo fue la revo-
cia y Mallorca. La política matri- lución liberal del siglo XIX?
monial de la Casa de Trastámara Cuando más asentada parecía
intensifica la aproximación de los esa unidad, surgen los nacionalis-
reinos de Castilla y Aragón. Por mos periféricos y, recién entrados
fin, en 1492, el más importante en el siglo XXI, vuelven a resurgir
humanista de su tiempo, Antonio con especial ímpetu, hasta el
de Nebrija, pudo exclamar: His- punto que la base de la España
pania sibi tota restituía est. una y plural que está en la actual

Anterior Inicio Siguiente


265

Constitución política se halla hoy España sufre una intensa


cuestionada por algunos sectores ofensiva disgregadora, balcani-
de opinión. Un tema preocupante zante, a cargo de los nacionalis-
en nuestros días, ya que estos sec- mos vasco y catalán sobre todo,
tores de opinión nacionalista pre- combinada por el exterior con el
tenden echar al olvido lo que el terrorismo islámico y las apeten-
desaparecido profesor Francisco cias marroquíes. «Todos aspiran
Tomás y Valiente resumió en una -afirma contundente- a convertir
emotiva frase: «España es una nuestro país en un mosaico de
realidad histórica, un producto de nuevos Estados, devolviéndolo
la historia, construida por los políticamente a la Edad Media,
hombres que sucesivamente han pero invirtiendo el impulso
vivido en su territorio». medieval a la unidad».
De Hispania a España se trata Aunque este ensayo se centra
de un trabajo colectivo sólido, en la actual ofensiva separatista,
interesante y oportuno. Moa no quiere dejar de mencionar
otra ofensiva coincidente, la del
terrorismo islámico, pues ambas
Ofensiva disgregadora se potencian entre sí. La matanza
de Madrid el 11 de marzo de 2004
¿Puede balcanizarse España? cabe calificarla de acontecimiento
¿Dividirse en Estados pequeños, histórico: ha cambiado drástica-
cargados de resentimiento mutuo, mente la política exterior e inte-
insignificantes en el contexto rior, quizá el destino mismo de
internacional y objeto de intrigas España. Ha marcado un antes y un
y disputas de otras potencias? Pío después.
Moa responde: «Suena imposible. Pío Moa advierte alarmado que
España no es una improvisación nos encontramos ante un desafío
históricamente reciente sino una histórico entre las fuerzas balcani-
nación con un pasado muy largo, zantes y las unificadoras, entre las
mucho más cohesionada y tam- que ansian el regreso a la atomi-
bién más próspera que Yugosla- zación y las que postulan una fra-
via; pero no olvidemos que nin- ternidad, creada a lo largo de
gún especialista en los Balcanes muchos siglos, defendiendo la
creía posible lo que allí terminó libertad en nombre de España, y a
ocurriendo». España en nombre de la libertad.
El autor de Contra la balcani- El último libro de Moa, Una
zación de España nos recuerda historia chocante, es un estudio
que la realidad a afrontar es que rigoroso del siglo XX español con
266

especial incidencia sobre los regiones más que zarandajas en lo


nacionalismos. De él ha partido intelectual, rencores en lo moral, y,
este trabajo que analiza con vive- en lo político, despotismo, divisio-
za una realidad cada día más difí- nes absurdas, amenazas a la pros-
cil de eludir, por mucho que algu- peridad y desprecio a sus propios
nos prefieran desviar la mirada. antepasados. «No los caracteriza
Es una versión breve y popular, —afirma-, ciertamente, el amor a
centrada en ía actualidad, y, por sus comunidades, sino un odio
tanto, escrita con un lenguaje inagotable a España».
menos frío que el propio de un El libro que comentamos trae a
libro de historia y, como el mismo sus páginas las sabias palabras de
autor afirma, más acorde con la Menéndez Pelayo ante la visión
gravedad del desafío que hoy destructiva del país que muchos
vivimos en un país en apariencia de su generación mantenían: «Un
anestesiado, donde la inmensa pueblo viejo no puede renunciar a
mayoría sigue ignorando las aspi- su cultura sin extinguir la parte
raciones, la doctrina y la trayecto- más noble de su vida y caer en
ria de unos nacionalismos que se una segunda infancia muy próxi-
sienten ya bastante fuertes para ma a la imbecilidad senil».
liquidar nuestra Constitución Ante el panorama actual, Pío
democrática y desmembrar defi- Moa concluye que, a pesar de las
nitivamente España. amenazas reales, nuestro país se
Haciendo balance de la historia puede permitir el optimismo y la
de los nacionalismos periféricos, esperanza, pero nunca la frivoli-
Moa llega a la conclusión de que dad para abordar los retos que le
debe reconocerse que a Cataluña, depara el futuro.
como a las Vascongadas, les ha ido
francamente bien en España, bas-
tante mejor que a otras regiones; y Terrorismo islámico
que a España también le ha benefi-
ciado la prosperidad vasca y cata- 11-M. Cómo la yihad puso de
lana. «El mismo balance nos ense- rodillas a España ofrece la inves-
ña -puntualiza- que la aportación tigación de un año, minuto a
nacionalista ha consistido sobre minuto, de esa crisis política,
todo en crear problemas innecesa- basada en docenas de testimonios
rios, perturbar la convivencia y exclusivos y narrada por Miguel
socavar las libertades». Está con- Platón, quien fue testigo privile-
vencido de que estos nacionalis- giado de aquellos días, desde la
mos no aportan a sus respectivas dirección de la agencia EFE.
267

El autor de este libro piensa No, como lo puso de mani-


que después de este periodo de fiesto la detención en octu-
intenso trabajo puede intentar dar bre de 2004 de trece isla-
respuesta a una serie de cuestio- mistas acusados de preparar
nes que quedaron abiertas aquel ataques contra la Audiencia
11 de marzo. Así, a lo largo de Nacional.
casi quinientas páginas desarrolla, 5. ¿Existe alguna prueba que
con gran lujo de detalles, los vincule a ETA con el atenta-
terroríficos hechos, todo el horror do? Un año después no ha
que desataron y sus enormes con- aparecido ninguna.
secuencias. El concienzudo análi- 6. ¿En qué medida influyó el
sis se resume en un contundente atentado en el resultado de
epílogo de diez preguntas con sus las elecciones? Fue lo que
correspondientes respuestas que, otorgó la victoria electoral
de forma muy resumida, son las al Partido Socialista.
que siguen: 7. ¿Restringió o condicionó el
Gobierno la investigación
1. ¿Quién cometió el atenta- policial? En modo alguno.
do? Una docena de islamis- 8. ¿Ocultó o deformó el
tas norteafricanos, en su Gobierno los resultados de
mayor parte marroquíes. la investigación? No. Siem-
2. ¿Quién organizó y ordenó pre dijo lo que le comunica-
el ataque terrorista? A reser- ron los mandos policiales.
va de lo que, en su momen- Tanto el Gobierno como el
to, determine la sentencia resto de los dirigentes polí-
judicial o descubra la inves- ticos y los expertos de
tigación histórica, una célu- Seguridad se vieron afecta-
la de la Yihad que llevaba dos, en las primeras horas,
tiempo asentada en España. por los prejuicios sobre
3. ¿Cuál era el objetivo del ETA, que a tenor de la prác-
atentado? Conseguir la reti- tica unanimidad de opinio-
rada de las tropas extranje- nes eran del todo punto
ras de Irak, por medio de un lógicos. Resultó también
efecto dominó iniciado con evidente que el Gobierno y
las explosiones en los trenes su partido entendían más
de cercanías. favorable para sus intereses
4. ¿Significó ía retirada de tro- electorales una autoría de
pas de Irak una vacuna con- ETA, mientras que la oposi-
tra el terrorismo islamista? ción prefería que la respon-
sabihdad fuese íslamista. Al En este punto diez, Miguel Pla-
servicio de ambas estrate- tón nos recuerda que el cambio de
gias, los sectores afínes al política sobre el Sahara fue muy
Gobierno tardaron en admi- bien recibido por Marruecos; que
tir que ETA no era respon- la renuncia a una política exterior
sable, en tanto que los parti- digna de tal nombre entusiasmó a
darios de la izquierda difun- Francia, que desde el cardenal
dieron numerosas informa- Richelieu, ha mirado con recelo
ciones falsas sobre la inves- las capacidades y la potencia de
tigación policial. España; que el nuevo gobierno
9. ¿Sirvió de algo la Comisión socialista alegró a los peculiares
de Investigación? Sí. A sujetos caribeños, el coronel Chá-
pesar de que los interroga- vez y el comandante Castro, que
torios fueron demasiado lar- no tardaron en obtener dividen-
gos y premiosos, la lectura dos. Finalmente, Platón destaca
de las actas permite dejar que el beneficiado Partido Socia-
claras no pocas cuestiones. lista confortó también al grupo
La comisión tuvo asimismo PRISA, que antes de un año ya
su lado oscuro. tenía la posibilidad legal de exten-
10. ¿A quién benefició el aten- der su imperio informativo con un
tado? En primer lugar al nuevo canal de televisión, esta
Partido Socialista, que gra- vez analógico y en abierto.
cias a ello ganó las eleccio- El 11-M es el mayor atentado
nes que tenía perdidas. llevado a cabo en suelo europeo
También la Yihad logró, contra la población civil desde el
con la retirada de las tropas final de la Segunda Guerra Mun-
españolas de Irak, su dial. También es la primera vez, en
mayor éxito político de la moderna historia española y
toda la posguerra iraquí, europea, que un grupo terrorista
aunque fuera al precio de consigue imponer su voluntad a
perder la mayor parte de su una democracia. Miguel Platón,
organización en España. consciente de la envergadura del
Las expectativas de los tema, ha realizado una tarea seria y
nacionalistas catalanes y minuciosa, llegando a inquietantes
vascos que persiguen sen- conclusiones que, aunque muchas
das reformas estatutarias, a de ellas conocidas, no dejan de
medio camino entre el pri- despertar inseguridad y temor.
vilegio y la independencia,
mejoraron. Isabel de Armas

Anterior Inicio Siguiente


269

Bloch, la mirada tiene dos libros a sus espaldas.


Del primero, Espíritu de la utopia
inteligente (nunca traducido al castellano) ha
habido dos ediciones (una en
1918 y otra, definitiva, en 1923).
Tarea imposible hablar de un El segundo, Thomas Münzer
libro como el que nos ocupa sin como teólogo de la revolución, es
hacer referencia al mundo en el un texto que no gozó de tan buena
que se gestó y le vio nacer. Sobre acogida y que ilustra en el ámbito
todo cuando su autor es, al igual de la historia la tesis principal del
que su obra, un hombre singular autor, que como Leitmotiv irá rea-
que perteneció a esa extraordina- pareciendo casi de forma constan-
ria generación de filósofos judíos te en todas sus obras. Huellas
a quienes debemos las líneas continúa el proyecto, si bien esta
maestras del pensamiento euro-
vez busca la aplicación de la
peo del siglo XX.
misma tesis a la vida cotidiana.
La Alemania de entreguerras
La primera guerra mundial, la
fue un país convulso, Heno de
polémica en torno al expresionis-
pesadas cargas de su inmediato
mo, su matrimonio en 1913 con
pasado y calamitoso presente, que
Else von Stritzky, la desavenencia
necesitaban ser digeridas. En ese
con Georg Simmel, el enfrenta-
ambiente se dan también impe-
miento con Max Weber y la Revo-
tuosas búsquedas intelectuales
lución rusa de octubre, establecie-
que permitan una lectura cons-
tructiva de la historia que no nos ron una ruptura en el pensamiento
deje prisioneros del pasado y nos e incluso en la personalidad de
abra al futuro. Es el tiempo del Bloch. Todos -estos factores le
expresionismo, de los primeros empujaban a sobrepasar el siste-
trabajos de Ernest Bloch, de Wal- ma como construcción filosófica
ter Benjamín, o de Georg Lukacs. y encaminarse hacia una nueva
Hay más, por supuesto, pero es temática y un nuevo tratamiento
esta tríada la que resulta especial- que reaccionase contra la guerra,
mente relevante e interesante para hija del capitalismo y del imperia-
lo que aquí necesitamos. lismo europeo y alemán. Su idea
es llegar a convertirse en «Fausto
Cuando se publica este texto
por vez primera, en 1930, Bloch y meta» de una vida que ha sido
entregada a nuestras manos, que
desde hace tiempo y para sí
Ernst Bloch, Huellas. Madrid,
Tecnos/Alianza 2005, ] 79 pp. Traducción de
misma está vacía, y que por tanto
Miguel Salmerón. Prólogo de José Jiménez. vacila vagando sin sentido aquí y
270

allá, tal como se manifiesta en El él, Bloch presenta la vida como


Espíritu de la utopía. Este es el un enigma existencial que se des-
diagnóstico de su tiempo que pliega a partir de lo que él deno-
Bloch elabora y toma como punto mina la oscuridad del instante
de partida de su pensamiento. vivido», y que formula en estos
Desde esta su primera obra, pier- términos: «yo soy, pero no me
de interés por elaborar un sistema tengo. Por eso, antes de nada,
al estilo hegeliano. De hecho lo devenimos (o si se prefiere, esta-
hará, pero de un modo bien dife- mos llegando a ser)». De manera
rente y sobre claves también com- que somos para nosotros mismos
pletamente divergentes. De este un enigma, una pregunta constan-
giro en su programa da cuenta en te. Y esa es la segunda tesis:
la correspondencia con su, por somos en torno a una pregunta
entonces, todavía gran amigo, inconstruible, porque siempre las
Georg Lukacs. respuestas son aproximadas, ten-
La clave para poder entender tativas, probatorias. Siempre hay
Huellas no la vamos a encontrar inadecuación entre lo realizado y
entre sus páginas. El texto, si lo ío deseado, siempre necesitamos
consideramos al margen del con- volver sobre lo vivido para arran-
junto de la obra de Bloch hasta el carle su secreto en la vivencia y
momento de su aparición, no deja que nos exponga su sentido. Aquí
de ser, en el mejor de los casos, la es donde encaja Huellas.
excursión al mundo literario de un Huellas es la puesta en práctica
filósofo, escrita con cierto cripti- de ía mirada perspicaz capaz de
cismo y, sobre todo, carente de volver sobre lo cotidiano para
cohesión. Son relatos breves, hacernos caer en la cuenta de que
fragmentos, agrupados bajo cua- en ello hay una latencia de algo
tro grandes epígrafes (Situación, que reclama primero reflexión y
Destino, Existencia, Cosas) que luego futuro. Las historias que se
no guardan entre sí relación apa- narran nos ofrecen un resumen de
rente, y que quizá resulten el pre- la Historia que nos muestra su dis-
cipitado o la decantación de un continuidad, sus grietas, por las
ejercicio de mirada. Lo malo es que rezuman posibilidades reales
que no sabemos qué es lo que, con que quizá merezcan una atención
el autor, debemos ver. paciente y demorada. En las Hue-
Para descubrir la pista que llas comparece el utópico y abier-
necesitamos tenemos que volver to final de la historia sin necesi-
la vista al texto programático del dad de revestir el peso del aconte-
autor, El espíritu de la utopía. En cer. Por eso es necesario narrarlas,
271

parar poder interpretarlas median- mostrado receloso con respecto a


te cuentos y relatos de todo tipo Bloch e incluso albergaba la sos-
que pongan de manifiesto su sen- pecha de que Bloch le copiaba.
tido oculto. Son un caleidoscopio, Supongo que este es el motivo
un montaje más cercano al surrea- último que llevó a Theodor Wie-
lismo que al expresionismo, en el sengrund Adorno a escribir una
que no se escenifica un arco de elogiosa y empática reseña de este
tensión dinámico de la realidad, texto de Benjamin y a dirigir una
sino más bien abren un amplio diatriba implacable contra la edi-
ámbito de asociación en el que el ción de Huellas de 1959, publica-
sentido de la realidad puede ser da en 1960. Finalmente, ambas
construido atendiendo a su reseñas han sido recogidas en
dimensión de futuro. Notas sobre literatura.
Con todo, el texto no se expli- Lo cierto es que entre ambos
ca sólo como parte de un proyec- hay su equivalencia -no en vano
to de¡ autor ni como fruto maduro el mismo Benjamin confesó a
de un pensamiento espoleado por Adorno que en aquella época él y
unas difíciles circunstancias his- Bloch trabajaban en el plan de un
tóricas. Huellas es también, como mesianismo teorético- pero tam-
casi todo libro que se precie, el bién sus radicales diferencias.
corolario de un encuentro y de un Ambos textos surgen en proyectos
diálogo largo y fecundo, truncado intelectuales distintos, ejemplifi-
prematuramente por la muerte. can métodos interpretativos dife-
Me refiero a la estrecha amistad rentes y apuntan hacia horizontes
con Walter Benjamin, que comen- bien definidos.
zada en 1919, se intensificó en un Benjamin ensayó en su texto la
tiempo de intensa convivencia en posibilidad de transformar la
París en 1926 y se prolongó experiencia viva en imágenes ale-
durante años, si bien no exenta de góricas. Se trata de un mecanismo
tribulaciones. interpretativo muy utilizado en la
Parece que Huellas fue redacta- tradición judía y al que Bloch lle-
do entre los años 1910 y 1929. Un gará años más tarde considerán-
año antes, en 1928, la editorial dolo como el vínculo de lo que
Rohwolt publicó un texto de Ben- está siendo con el pasado que lo
jamin que muchos consideran el gestó. No es este el interés de
hermano gemelo de Huellas. Me Bloch en el momento en que
refiero a Einbahnstrasse, Calle de redacta y publica Huellas. Incluso
dirección única, en su traducción se podría decir que concibe esta
castellana. Benjamin se había obra como una suerte de contra-
272

punto a la de Benjamín. Bloch Benjamin la historia camina hacia


pretendería, con estos relatos, que delante dejando atrás desolación y
el lector caiga en la cuenta de esa ruinas, horror. Bloch, más hege-
cara misteriosa de la vida huma- liano, entiende que hay futuro en
na, que es la que hace posible su el pasado y que la historia es un
existencia, y que se muestra siem- desarrollo tentativo de potenciali-
pre en los detalles. Reflexión, dades que no siempre maduran a
extrañeza, asombro, un desper- la par de las circunstancias tempo-
tar... todo ello es aprovechado rales que las envuelven; así, se
para presentar motivos filosóficos agazapan y esperan su momento
capaces de iluminar el sentido de de plenitud. La esperanza de Ben-
la existencia en la vida cotidiana. jamin es una esperanza resignada
No cuadra esta pretensión con el y frustrada; la de Bloch está aga-
texto de Benjamin al que hemos zapada aguardando su momento,
hecho mención. siempre activa, incapaz de ser
Eso sí: Bloch no tranquiliza. Si preterida.
busca sentido, si indaga y provoca El sentido mesiánico de Bloch
al lector es para hacer brotar en él queda recogido en estos pequeños
una conciencia crítica que se tra- relatos que terminan con un senti-
duzca también en una praxis miento extraño e inhabitual. Cada
igualmente crítica. Pensar signifi- narración tiene su aguijón desti-
ca transgredir, según una famosa nado a hacer caer en la cuenta de
máxima recogida en El Principio que el mundo es un laberinto, con
Esperanza. La búsqueda del senti- su código propio y sus pistas,
do, el ejercicio del pensamiento, lleno de misterio, pero también
es el modo de ir realizando la reconocible. Late en él la sensa-
identidad por la que se pregunta ción de que en su proceso hay un
constantemente desde la oscuri- «todavía no» de sentido no descu-
dad que envuelve cada uno de sus bierto, no realizado.
instantes. Se trata por tanto de ras- Bloch y Benjamin vivieron
trear las huellas de algo que, sin ambos años de «vagabundeo», de
ser todavía, ya despunta en un exilio, en diferentes países euro-
mundo que permanentemente peos. Sus experiencias comparti-
demanda y ofrece pistas sobre su das cuajaron, entre otras expresio-
identidad. Esta suerte de «mesia- nes, en una palabra muy querida
nismo» intrahistórico es de nuevo para ambos: Bahnhofshaftigkeit,
un punto de tangencia con Walter algo así como «estacionalidad».
Benjamin, si bien otra vez desde No aluden a las estaciones del
perspectivas encontradas. Para año, sino a la «estacionalidad»

Anterior Inicio Siguiente


273

referida a quien se encuentra en alguna de estas claves en el prólo-


una estación de tren preparado go, firmado por José Jiménez, uno
para partir hacia una nueva singla- de los mejores conocedores del
dura. No se trata de resaltar la agi- pensamiento de Ernst Bloch entre
tación de la espera del aconteci- nosotros en la actualidad. Quizá
miento por venir, sino precisa- sea esta la única observación que
mente se subraya el encontrarse podamos realizar a una cuidada
en camino, el saberse vagabundo. traducción (nada sencilla dado el
Esta conciencia del tránsito es el estilo y la tormentosa construc-
aguijón de la mirada que se ción gramatical del alemán del
esfuerza por recoger todo cuanto autor) que a buen seguro propor-
secreto se esconde en un instante cionará a los lectores un par de
que no se podrá volver a disfrutar chispazos de lucidez y un par de
y en el que no nos podemos asen- buenas preguntas, amén de algún
tar. Huellas es un entrenamiento que otro buen motivo para pararse
en la búsqueda, Calle de dirección a pensar.
única un ensayo de interpretación.
Ser judío, marxista, haber escri- Javier Martínez Contreras
to de forma un tanto enigmática,
desarrollar temas como la esperan-
za y la utopía y haber sido mejor
acogido por teólogos que por filó-
sofos, no parecen las mejores cre- Carmina
denciales para la relectura de un
autor en nuestros días de utopías en Manhattan*
caídas. No nos faltan argumentos
para sostener un sano escepticismo
utópico, tampoco a Bloch le falta- He de empezar destacando el
ron razones (y todas ellas en pri- ejemplar esfuerzo editorial que
mera persona) para pensar como lo supone publicar un libro como el
hizo. Quizá sea este, a pesar de que ahora comento, dado el tama-
todo, un buen momento para recu- ño y las características del mismo,
perar un pensamiento del que toda- y hacerlo de forma tan cuidada y
vía pueden extraerse un par de esmerada, reproduciendo el origi-
buenos y muy enjundiosos pensa- nal en facsímil e incluyendo des-
mientos, nada acomodaticios,
dolorosamente lúcidos. Carmen Martín Gaite: Visión de Nueva
York. Con textos de Ignacio Áívarez Vara y A.
Lástima que esta primera tra- B. Márquez. Siruela-Círculo de Lectores,
ducción al castellano no recoja 2005. 189 pp.
274

pues la transcripción de los textos: ensayo sobre la narración, con el


el cuaderno de collages donde que CMG sigue bregando durante
Carmen Martín Gaite fue trazan- esos meses neoyorkinos, según
do sus visiones e impresiones de comprobamos. Y es que estas
Nueva York durante su estancia páginas por momentos son el cua-
en la metrópolis -desde setiembre derno de bitácora de la escritora,
de 1980 a finales del mismo año-, que por entonces redactaba su
además de verter en esas páginas ensayo Desde la ventana, del que
anotaciones y apuntes de carácter se incluyen algunas notas, además
diarístico. El libro, por consi- de reflexiones sobre su reciente
guiente, debe insertarse en el traducción de Al faro, de Virginia
correspondiente lugar de la larga Woolf, escritora a la que se siente
serie de Cuadernos-Diarios que muy próxima y cuyo recuerdo le
CMG fue escribiendo a lo largo da pie también a hablar de la con-
de tres décadas (de los años 60 a dición de la mujer, otro de los
los 90 del pasado siglo), de los temas característicos del ensayis-
cuales una breve muestra fue mo de CMG: «No estoy segura de
publicada en el 2002, bajo el títu- que las mujeres americanas ni las
lo Cuadernos de todo. de ningún lado, acaben de con-
Este volumen, Visión de Nueva quistar la libertad y el estar-en-sí
York, cronológicamente se inter- que Virginia Woolf deseaba para
cala entre los cuadernos 23 y 24 ellas, ni que acaricien ese sueño
de la citada serie, pues en rigor de tener una habitación propia, o
pauta esas mismas normas en que sepan habitarla en soledad
cuanto a los contenidos y materias una vez que la han puesto».
y también en el hecho de ofrece- Junto a esta faceta pública o
mos la imagen de una mujer y una profesional, encontramos la ima-
escritora entregada al raro oficio gen de la mujer y de la persona en
de vivir y a la gozosa pasión de la el día a día cotidiano, pugnando
escritura. Parte de esta imagen ya por controlar el tabaco (llega a
la conocía el lector asiduo de creer que el recortar y el pegar
CMG, pues más de una vez la que le exige el Cuaderno puede
escritora se autorretrato en su ser un buen sucedáneo del cigarri-
atelier y describió con detalle llo), por mantener en orden su
esos cuadernos de los que, una cuarto, por descifrar sus sueños
vez nacidos a la vida y a la escri- (divertidísimos, muy hollywoo-
tura, ya no se desligaría. Lo hizo dienses), por sustraerse a las ten-
en un capítulo de El cuento de taciones de la ciudad: esa Nueva
nunca acabar, ese espléndido York por la que anda siempre
275

callejeando, que contempla desde visión de CMG collagista, de la


el vértigo de los rascacielos, que que apenas teníamos notocoa
le parece la máxima expresión de (salvo un par de reproducciones
la abundancia y el desperdicio, en la mencionada edición de sus
que la sigue viendo gris y amari- Diarios). A su hermana Ana María
lla; esa Nueva York en la que no le sorprende. «Desde niña ilus-
escucha a Alberta Hunter, conoce traba sus cuadernos escolares y
a Todorov, recorre con su hija y siempre en sus manuscritos se han
muchos amigos, que le ofrece mezclado las letras, los dibujos y
exposiciones de Hopper (muy el rompecabezas de sus collages.
presente en el Cuaderno) y de El mundo de la fantasía que tanto
John Ashbery, el collagista cuyos formó parte de su vida cotidiana y
trabajos, desde luego, explora con literaria, se unía en original amal-
enorme interés. gama en todo lo que creaba», nos
Tampoco está ausente de estas cuenta en una breve nota prelimi-
páginas el puntual relato de sus nar. A ello sumémosle una escritu-
viajes por los alrededores (el ra más espontánea y fresca que
otoño en New Jersey, la costa de nunca.
Maine), que culminan en una
larga estancia en California, y son Ana Rodríguez Fischer
muy interesantes las páginas dedi-
cadas a fiestas y celebraciones
varias: Hispanidad, Halloween,
Thanksgiving, Navidad... Y aun-
que, como es lógico, predomina el
registro de lo personal (en esa La vida conseguida1
doble faceta) también guarda
espacio CMG para la crónica polí-
Corría el año 1939 cuando la
tico-social, con dos acontecimien-
primera edición de Doble esplen-
tos destacados: la victoria de Rea-
dor vio la luz. Era un texto auto-
gan en las elecciones («¡Buena se
biográfico escrito por una joven
nos viene encima! Se salió con la
española que llegaba, guerrera y
suya el Ronnie») y el asesinato de
atemorizada a la vez, desde la
John Lennon (doble página en el
cruda guerra civil española a la
Cuaderno: recortes de prensa,
realidad de Estados Unidos. En
fotos, lágrimas rojas y una sola
anotación: «The dream is over»).
1
Constancia de la Mora, Doble esplen-
Y es que tal vez la faceta más dor, prólogo de Jorge Semprún, Gadir Edito-
sorprendente de este libro es esta rial, Madrid, 2004.
276

efecto, el libro se publicó por vez ta», como reza el sugerente y pro-
primera lejos de casa y, además, vocador subtítulo que apareció en
fue escrito en inglés. In Place of la edición del 77? La explicación
Splendor era el primer intento de nos la da el afán reciente por recu-
Constancia de divulgar una causa, perar la memoria histórica del
la republicana -y aún más, la pasado siglo XX. En efecto, en los
comunista-, y de concienciar a los últimos tiempos parece embargar
norteamericanos de cuál era su un espíritu de rescate del olvido
verdad. En un extraño periplo, el de los años treinta y cuarenta y las
texto fue traducido al castellano estanterías de las librerías dedica-
por la propia autora para que apa- das a volúmenes históricos rebo-
reciera publicado en México, allá san de títulos referidos a ese perí-
por el año 1944, cuando ya se odo histórico. Desde el pistoleta-
intuía que la dictadura franquista zo de salida que supuso, en marzo
iba para largo y que la República de 2001, la publicación de la que
española iba quedando relegada sería exitosa novela Soldados de
por muchos al espacio del recuer- Salamina, de Javier Cercas, una
do. Entonces fue uno más de los oleada de textos referidos a los
cientos de títulos que circularon años de la República y la guerra
por los países que acogieron a los civil luchan por recuperar secuen-
exiliados españoles. Nuevas edi- cias para la memoria colectiva. En
ciones de estas memorias apare- esta línea hay que situar la reedi-
cieron en 1966, en 1977 -iniciado ción del libro de Constancia de la
el proceso democrático se vivió Mora, quien fuera nieta de Anto-
una auténtica explosión testimo- nio Maura, sobrina de Miguel
nial que recogía la historia de los Maura y mujer del capitán de la
derrotados, ya fuera en escritos de aviación republicana, Ignacio
nuevo cuño, ya fuera en reedicio- Hidalgo de Cisneros.
nes, como fue el caso del texto Su situación era peculiar. Per-
que comentamos hoy- y, final- teneció a una familia distinguida y
mente, aparece la que reseñamos. renunció a la posición privilegia-
¿Qué interés tiene actualmente da que eso suponía porque necesi-
este texto que está lejos, sin duda, taba cambios: aprender a sentirse
de desprender el perfume de los independiente; comprobar que
hallazgos arqueológicos? ¿Por podía criar a su hija Luli -fruto de
qué ahora reaparecen las palabras su primer matrimonio con un
combativas de Constancia de la señorito andaluz- sin ayuda de
Mora Maura, esa «aristócrata niñeras; compartir con Zenobia
española, republicana y comunis- Camprubí, esposa del sensible

Anterior Inicio Siguiente


277

Juan Ramón Jiménez, la alegría de cobardes». Los héroes eran los


por unos años republicanos que que defendía la bandera tricolor y
estaba convencida que remodela- los cobardes, los franquistas,
rían al país. Sus memorias se con- siempre el maniqueísmo para
vierten, realmente, en una confe- explicar las dos posiciones de una
sión. Que una joven refinada, guerra.
venida de las filas más aristócra- Risueña y algo ingenua en la
tas y pudientes de la sociedad exquisita formación de señorita
española de principios de siglo, se que recibió en sus primeros años,
dedicara a gritar vivas a la repú- hastiada y deprimida en los tiem-
blica desde las páginas de su auto- pos de su matrimonio con Bolín,
biografía, no podía ser más que un remilgado señorito andaluz;
una atrevida provocación o una acabó por convertirse en una
imperiosa necesidad. Y fue lo últi- mujer combativa y comprometida
mo y derivó en lo primero. Nece- con la causa republicana primero
sitó justificar el porqué de su y con la comunista más tarde. En
abandono de un marido desidioso el texto hay acontecimientos que
que prefería vivir de su fortuna a se convierten en símbolos que
ganarse la vida y su afecto, nece- sitúan la escritura en una clara
sitó justificar sus deseos de traba- posición ideológica simpatizante
jar y, en fin, necesitó justificar su con las izquierdas. Un caso de lo
amor por Ignacio Hidalgo de Cis- que decimos es la descripción del
neros, apuesto aviador republica- entierro del abuelo Maura:
no de piel morena y dientes blan-
quísimos, como ella misma «El entierro, al que solamente
recuerda. A Constancia de la asistieron los varones de la familia,
Mora la primera persona autobio- según la costumbre española, fue
gráfica le sirvió para expulsar acompañado por muchísima gente;
muchos demonios de su infancia, no tanta, sin embargo, como la que
adolescencia y de sus primeros siguió al cadáver de Pablo Iglesias, el
años matrimoniales y le sirvió, padre del socialismo español, que
sobre todo, para explicar un plan había muerto pocos días antes. Y las
político que la había convencido. multitudes que iban detrás de las dos
Se sintió republicana hasta el cajas de muertos no eran las mismas,
punto Je considerar que el año 31 tampoco».
España había despertado de un La contraposición entre los
largo letargo y dejó escritas afir- entierros de Antonio Maura y de
maciones como que «es preferible Pablo Iglesias marca claramente
ser viudas de héroes que esposas la intención del libro. Y si uno de
278

los valores del texto es una retóri- ras que escribieron la historia de
ca acertada que agiliza la lectura, la España contemporánea, como
otro no menos importante es el el general Sanjurjo -«siempre me
atrevimiento de esta mujer que pareció sencillo, modesto y sin
llega desde las élites más selectas ningún rasgo de señoritismo»— y
del país y se sincera en el papel el Francisco Franco ya menciona-
para decir que desprecia la clase do «llegaba a la base siempre pun-
en la que creció y que quiere tualísimo y siempre serio. Muy
luchar por que todo cambie. Ella estirado, para parecer más alto y
procura trabajar, en el sentido lite- disimular su tripita ya incipiente.
ral del término, para que sea posi- No recuerdo nunca haberlo visto
ble esa metamorfosis de los desti- sonreír ni tener un gesto amable o
nos del país. humano. Con sus compañeros del
Su lucha fue doble: política y Tercio era igual o quizá más seco;
personal, ya que se enfrentó a las se veía que lo respetaban y temí-
líneas más conservadoras en lo an, pues como militar tenía
que se refería a proyectos de futu- mucho prestigio, pero sin la
ro para el país, pero también a su menor muestra de amistad o de
familia, que vio, indignada e afecto. Franco es antipático desde
impotente, cómo se divorciaba y que era célula». Relata su partici-
se casaba con Ignacio Hidalgo de pación en la sublevación frustrada
Cisneros. de Cuatro Vientos, en Jaca, en el
Hidalgo de Cisneros fue jefe año 1930, su relación entusiasta
de aviación de la España republi- con intelectuales y artistas desta-
cana. También escribió unas cados, como Federico García
memorias, tituladas Cambio de Lorca, Rafael Alberti, María Tere-
rumbo, un texto que permite hacer sa León y destaca, claro, su
una lectura complementaria de las encuentro con Connie:
memorias de Constancia. Coinci- «El caso de Constancia de la
den los dos en el momento de su Mora, o, mejor dicho, el caso de Con-
encuentro, en la afinidad de carac- nie, como la llamaban todos, era muy
teres y de intereses y en la prefi- poco común en su ambiente. Su padre,
guración de un modelo querido terrateniente y director de la compañía
para España. En Cambio de Electra, de Madrid, y su madre, hija de
rumbo, Hidalgo de Cisneros don Antonio Maura, jefe del partido
explicó, además, su amistad con conservador, eran típicos representan-
Ramón Franco y cómo detesto a tes de la alta burguesía española.
su hermano Francisco. Describió Cuando la conocí, Connie tenía
su relación con varias de las figu- veinticinco años. Casada a los veinte,
279

había tenido que separarse de su maridouna mujer que había vivido inten-
por razones que ella explica con mucha samente los últimos años de su
franqueza en su libro Doble esplendor. vida. Sin embargo, miraba el cua-
Vivía desde entonces en Madrid con su dro desde cerca. Es verdad, como
hija Luli, de cuatro años. Antonio Cruz González reclama
Esta parte de su vida no tenía en la reseña del libro escrita para
nada de particular. Lo que sí comen- el número de abril de 2005 de El
zaba a ser extraordinario en aquellos Viejo Topo -la titula «Una menti-
medios sociales es que Connie, se ra repetida llega a ser verdad»-,
ganase su vida trabajando en una que se agradecería un comentario
tienda y prefiriese vivir modestamen- amplio del texto en el mismo
te, pero con cierta independencia, a volumen, una explicación algo
hacerlo en la lujosa casa de sus más extensa que la que hace a
padres, sin preocupaciones materia- vuelapluma Jorge Semprún en
les, pero teniéndose que amoldar a apenas las tres páginas de su pró-
costumbres e ideas con las que a logo de primo hermano. También
veces no estaba conforme. Mas lo es verdad que el libro peca de
que terminó de asombrar a su familia simplista en muchas interpreta-
y a sus amistades fueron sus firmes ciones políticas y que pone en
ideas políticas. No concebían que una
juego numerosas figuras retóricas,
mujer de su clase fuese una sincera y
valore el lector si esto es bueno
entusiasta republicana2.
-riqueza del discurso, mecanis-
Constancia, para Ignacio, fue mos poéticos- o si es malo
un hallazgo de modernidad. Igna- -deformación de las ideas, tergi-
cio, para Constancia, fue el amor versación de los hechos- Sin
y la República. Ese período se embargo, como texto memorial,
convirtió para ella en una tour- funciona, porque hace un dibujo
nant de vie, uno de aquellos de una época convulsa y muestra
momentos que hacen replantear a la perspectiva de mujer que dejó
quien vive sus razones vitales y de ser. Dejó de ser de clase alta,
que suponen realmente un cambio dejó de ser conservadora, dejó de
de rumbo. Y por todo eso esta ser casada, dejó de ser ociosa,
mujer idealizó aquel tiempo. dejó de ser rica y dejó de ser
Doble esplendor tiene el valor remilgada, entre otras muchas
de la sinceridad y la honestidad de cosas. Muestra también las face-
tas en las que se fue convirtiendo:
2
Ignacio Hidalgo de Cisneros, Cambio madre, divorciada, casada de
de rumbo. Memorias, 2. La República y la nuevo, comunista, dependienta,
guerra de España, París, Societé d'Editions
de la Librairie du Globe, 1964. escritora. Hay que entender el
280

libro en su momento: 1939, cuan- Fue el credo de un conjunto de


do la guerra tocaba a su fin, pero españoles, fue una opción vital.
convencida de que estaba a tiem- ¿Fue una opción equivocada? Es
po de recibir ayuda para que la II muy probable. En cualquier caso,
República siguiera luchando. juzgarlo ahora resulta mucho más
Todavía no sabía ella que el bando fácil porque somos espectadores
con el que se identificaba perdería privilegiados de la historia recien-
la guerra, que el general Franco se te, dado el tiempo transcurrido y
instalaría en el poder durante cua- los numerosos y variados testimo-
renta años ni que, una vez termi- nios ofrecidos. En cualquier caso,
nada la dictadura militar, un pacto es un autorretrato con fondo histó-
de transición devolvería al país rico, un autorretrato favorecedor y
una monarquía y no esa república partidista, claro, puesto que, como
que file destituida por un golpe toda autobiografía, la escribe un
militar frustrado y acabado en yo convencido de que su vida sir-
contienda civil por la que ella vió para algo, de que estuvo allí y
había combatido. No sabía que la de que no hizo las cosas demasia-
República que pervivió en el exi- do mal. Sirva la opinión, aunque
lio se iría debilitando, no sabía sea para discutirla. Y vale.
que los países aliados, enfrenta-
dos al bloque fascistas de la II
Blanca Bravo
guerra mundial, irían olvidando
los ideales republicanos porque se
fueron confundiendo los términos
-republicanos, anarquistas, comu-
nistas, federalistas, todo venía a
ser lo mismo- y el comunismo se Sobre el carácter
convirtió en el enemigo durante la
guerra fría. Y llegó un tiempo en de lo imperceptible*
que la República fue condenada al
olvido, a un tibio pacto de conten-
A mediados del 2005 se reedi-
to colectivo que implicaba hacer
tó La rompiente, tercera novela de
borrón y cuenta nueva. Volver a
Reina Roffé. Habían pasado casi
empezar y, para ello, retomar la
monarquía que secularmente veinte años desde la primera edi-
había regido el país. Es verdad ción, y la relectura me confirmaba
que es un texto antiguo, cumple
sesenta y cinco años, pero hay que Aves exóticas. Cinco cuentos con muje-
res raras, Reina Roffé, Leviatán, Buenos
leerlo como una pista histórica. Aires, 2004,64 pp.

Anterior Inicio Siguiente


281

que esa prosa turbulenta, vertigi- decir, hay un hilo, una hebra sutil
nosa, quebrada, resistía, estaba que retoma preguntas en las que
ahí sin haber perdido un gramo de Roffé persiste como persiste el
su espesor, como si la trama de la personaje de su primer relato, res-
densidad argentina la hubiera pondiendo a «la raíz de un deseo
seguido alimentando y volviera a barrido por la consistencia de imi-
encontrar un espejo donde refle- tarse a sí misma». En su texto de
jarse: en su exceso, en su perma- presentación de La rompiente,
nente estado de experimentación, Nora Domínguez manifestó que
en su madeja complicada, en sus la obra pone en escena algunas de
cruces múltiples, en su vocingle- estas preguntas: «Cómo ocultar-
ría, en la exhibición de trucos y me, cómo dejar huellas y al
recursos que se multiplican, en mismo tiempo borrar rastros» y
pliegues y repliegues que hacen creo que de esos interrogantes
que cualquier certeza quede extra- está hecha la hebra que une ambas
viada entre versiones y reversio- obras. Porque Roffé no ha cesado
nes inacabables. He enunciado, al en ese movimiento de ocultarse
mismo tiempo, características de para hacerse más presente: todo lo
La rompiente y de la Argentina; contrario, el gesto se ha destilado,
tal vez porque La rompiente es se ha perfeccionado, se ha simpli-
una novela hecha de la «porosi- ficado. Esa dialéctica entre el
dad» de la Argentina, de su mór- ocultamiento y la presencia tiene
bida sensibilidad para absorberlo poderosas consecuencias en las
todo, de su angustia, de su ansie- idas y venidas de La rompiente,
dad, de su despilfarrada avidez, de en sus quiebres narrativos, en sus
su exceso, de su afán de novedad, novedades de estilo. Pero, en Aves
de su exceso de representación. exóticas, esas preguntas parecen
En 2004, Roffé publica Aves señalar no tanto el camino que va
exóticas, cinco cuentos con muje- de la literatura a la existencia,
res raras, escritos con una prosa como el que va de la existencia a
elegante y sarcástica, sin los la literatura, aunque los intercam-
abruptos chisporroteos de estilo bios entre la vida y la obra tienen
de La rompiente y sin su vértigo. siempre doble dirección. Porque
Una obra extrañamente delicada y las mismas preguntas, refinadas y
perpleja narrada con «la mirada pasadas por la experiencia narrati-
(exótica) de un guardabosques va, son ese hilo firme que liga una
escudriñando aves exóticas». Sin obra que tiende al desborde como
embargo, entre un texto y otro, La rompiente con otra que tiende
entre dos maneras distintas de a la renuencia como Aves exóti-
282

cas. Para el caso de ésta última, de mierda» y nos «cubre y arro-


me atrevería a reformularlas así: pa». En este punto, la tía Reche
¿Cuál es la distancia óptima para resulta paradigmática: «En la
tratar con los demás y con el casona (...) donde había nacido,
mundo sin ser devorados por el padres y hermanos se olvidaban
mundo, sin perder la excentrici- de ella, no porque quisieran sino
dad necesaria para seguir hacia el por el empeño que ponía en ser
punto más alto de la rompiente? Y olvidada, en volverse una mancha
la otra cara de esta moneda con incolora, filigrana imperceptible
que la autora paga su vida y su del suelo o las paredes». Pero
literatura: ¿Cuál es la distancia Roffé siempre mantiene activas
óptima para que el mundo no nos las dos caras de la moneda y, por
excluya, o nos deje afuera, o nos un lado, la tía Reche había hecho
disuelva? La tía Reche, mágico meticulosamente «el aprendizaje
personaje de uno de los relatos, hacia su ínvisibilidad», producto
ésa que «cuando alguien la mira- de una «soledad sin la que nada le
ba y le hablaba, no se dirigía a ella era posible» y, por otro, se había
sino a quien estuviese detrás» es lanzado al mundo desesperada-
una encarnación de la fuerza que mente y sin resultados: «Comía en
Roffé atribuye a lo imperceptible los bares más bulliciosos con la
como toda una estrategia positiva intención de que la chachara y la
en el teatro de operaciones del exuberancia de los gestos, las
mundo. La prosa de RofFé en Aves voces, la alegría simple y espontá-
exóticas cuenta con esa positivi- nea que prodigaban los otros se le
dad y esa fuerza de lo impercepti- adhiriera a los huesos, rompiera su
ble, hecho que le permite trabajar silencio. (...) No había manera.
en dos sentidos a la vez, sin que (....) Todo proyecto que emprendía
esos sentidos se excluyan ni con- para igualarse a los demás encami-
tradigan: dejar huellas de la naba y definía su dirección contra-
renuencia, sacar a la luz el aspec- ria, el extravío». RofFé, como la tía
to poderoso del pudor, delatar, en Reche, se detiene un momento
el movimiento del recato, no su antes del extravío, como «reser-
silencio sino la amplia gama de vando su coraje para repechar por
sonidos de su retraerse, y de esa donde más duele», intuyendo que
manera, hacer de la presencia algo el arte no puede ni podrá «conver-
más real y descarnado. Porque lo tir el desierto», pero puede «enlo-
imperceptible también tiene dos quecerlo por un tiempo», como
caras, una que nos libera y la otra reza el epígrafe de su primer rela-
que «se paladea como un bocado to {Convertir el desierto).
283

La obra de Reina Roffé como El deseo de sentido


la de todos los escritores que per-
sisten en confrontar su experien- en Tomás Segovia*
cia personal y única con los lími-
tes de la historia y de la literatura
es un testimonio de la fuga, de «We have experience but mis-
esa voluntad indómita de no sed the meaning», escribía Eliot
dejarse arrebatar la escena de la en sus Cuatro cuartetos. La expe-
escritura en tanto ámbito de una riencia humana, por el mero
libertad fantástica que resiste a la hecho de ser humana, tiende a ser
espectacularización actual. Reina interpretada, quiere convertirse en
Roffé, escritora inteligente, refi- experiencia significativa. Los
nada, sardónica y precisa ha teni- hechos rara vez hablan por sí mis-
do efectivamente «la astucia de mos (uno de los nombres funda-
desistir de las obras monumenta- mentales de la filosofía del siglo
les» y de «enterrar alevosamente XX, Gadamer, nos recuerda al
las gotas de rocío». Es una respecto que no hay hechos, sino
humorada y un gran dolor. Y para interpretaciones). El presente
finalizar, dos recuerdos de la lec- libro de Tomás Segovia está lejos
tura de este libro, de ésos que de la búsqueda de un sentido
quedan como una pequeña roca y absoluto y trascendente, como el
que nos lo vuelve especial, único. que parece perseguir Eliot, y sin
Uno es «estilístico» y está ligado embargo coincidiría con él en la
a la sutileza y el humor de los certeza de que no se puede pres-
diálogos que cuanto más triviales cindir de la pregunta por el senti-
resultan más teatrales y menos do. O mejor, para ser más fieles al
«realistas». El otro recuerdo, más pensamiento de Segovia, no pode-
fundamental, es la impresión que mos renunciar al deseo de sentido:
me produjo comprobar que, en «El deseo primario del hombre es
general, esos diálogos son diálo- deseo de lo que sí tiene, no de lo
gos entre extraños, entre perfec- que le falta; deseo de sentido, de
tos desconocidos, como si fuera tiempo significativo, de historia,
más posible emprender con ellos de herencia, de lenguaje. [...] En
el «gran viaje» o como si el la polaridad circular del Big Bang
malentendido encontrara allí la del sentido, puede decirse que la
forma que la literatura de Roffé humanidad del hombre, ese ani-
necesita.
* Recobrar el sentido. Tomás Segovia.
Milita Moüna Madrid. Trotta, 2205, 260 pp.
284

mal, no es sino deseo de humani- más allá acabe remitiendo de nuevo


dad» (p. 39). al propio sujeto, incapaz de escapar
El presente libro de Tomás de la proyección de su propia ima-
Segovia reúne textos de muy gen. Sin miedo a lo políticamente
diversa índole, escritos en las más incorrecto (como se aprecia en el
diversas circunstancias. Sin texto dedicado a Cernuda), Segovia
embargo, llama la atención de la cuestiona la inocencia de un deseo
unidad que preside estos escritos, erótico, sea éste heterosexual u
a pesar de la diversidad de los homosexual, que borra la otredad.
temas tratados. Esa unidad se arti- Ello se hace especialmente eviden-
cula no sólo en el sentido, sino asi- te en toda una tradición, presente
mismo en el deseo y en la otredad, ya en el Banquete platónico, en la
tres aspectos que, para Segovia, que el amor es vivido «como puro
están íntimamente relacionados. instrumento de un yo que busca en
En el «deseo de sentido» se reve- sú propia combustión salir de sí no
la una visión del deseo no vivido hacia el otro, sino hacia el Ser» (p.
como carencia, sino como un hacer- 60) (una concepción que, por cier-
se cargo de lo humano. Precisamen- to, no es únicamente occidental,
te la concepción del deseo como como nos recordara Octavio Paz en
carencia supone para Segovia uno La llama doblé).
de los caminos errados de la cultura Frente a este deseo construido
occidental, camino que se remonta- desde la negación, el autor nos
ría al menos a Platón, y que tendría invita a replantearnos nuestra
importantes consecuencias. Entre visión del otro. Para Segovia, sin la
éstas, quizá la más importante sería mirada del otro no hay posibilidad
el impedimos reconocer la mirada del sentido, sobre todo porque ese
del otro, borrada por un Yo que se sentido toma cuerpo a través del
autoproyecta indefinidamente en un lenguaje. El mismo hecho del len-
deseo nunca satisfecho. Desde esa guaje brota de una comunidad
nostalgia de lo que falta, el otro es humana, donde la búsqueda de sig-
contemplado no desde la afirmación nificados se da intersubjetivamen-
de una diferencia, sino desde la te. En esa construcción intersubjeti-
negación: es aquello que puede va del sentido, adquiere especial
completarnos, lo que nos falta, no lo relevancia la experiencia estética,
que existe con independencia del una experiencia que, por cierto, no
sujeto que experimenta la otredad. es vivida desde la precariedad de la
Desde esta perspectiva, el deseo carencia, sino de la exuberancia de
erótico tiende proyectarse no hacia lo inagotable: «El mundo del valor
el otro, sino más allá, aunque ese es lo contrario del mundo del con-

Anterior Inicio Siguiente


285

sumo. Cuanto más petróleo consu- «digerida sin ningún problema, sin
mimos, menos hay. Cuanta más ninguna consecuencia, por eso que
belleza absorbemos hay más» (p. llaman el pensamiento único»
31). No faltan, por cierto, en este (137). Por ello, Segovia, contra
libro reflexiones sobre la poesía, todo intento de uniformización,
entre las cuales destacan, por su defiende que «Reivindicar la pre-
interés, las relacionadas con el sencia del margen como margen es
ritmo (cuestión ésta que lleva a no querer cerrar lo humano» (138).
Segovia a plantear las relaciones A través de los distintos textos
entre el verso y el habla). que componen este volumen,
En esa necesidad de recuperar la Tomás Segovia da muestras de la
mirada del otro, el poeta vuelve la coherencia de su escritura, tan
mirada hacia el romanticismo. Se exigente en la poesía como en la
trata de un romanticismo pensado prosa ensayística. En un tiempo
en toda su complejidad, muy aleja- como el que nos ha tocado vivir,
do de aquellas lecturas sesgadas donde la cuestión de la otredad en
que han querido interpretar toda la todos los ámbitos (político, ético,
cultura romántica desde la exalta- estético, erótico .„) resulta tal vez
ción del yo. El romanticismo supo- más pertinente que nunca, Reco-
ne sobre todo «la síntesis dialéctica brar el sentido nos invita a pensar
del centro y el margen mediante la no sólo la diferencia sino también
presencia del margen en el centro» el lenguaje como lugar privilegia-
(137). La visión romántica (que do de esa diferencia así como de
Segovia acertadamente interpreta un sentido que no se confunde con
como continuación a la vez que los dictados del poder.
ruptura con el pensamiento ilustra-
do) supone poner en primer plano José Luis Gómez Toré
lo marginal, lo otro, la diferencia.
No pocas páginas dedica el
autor a reflexionar sobre el poder, y
especialmente sobre la relación de
éste con el lenguaje. Le preocupa a Mundo perdido
Segovia especialmente esta tenden-
cia, tan presente en nuestros días, Con Los que devuelve el mar,
en la que toda forma de disidencia José Julio Cabanillas (Granada,
queda absorbida, lo que pareciera 1958) vuelve a transitar el mismo
ser una culminación y a la vez una
parodia de esa búsqueda romántica * José Julio Cabanillas, Los que devuel-
de la otredad: la diversidad es ve el mar. Valencia: Pre-Textos, 2005.
286

territorio de sus títulos anteriores, -apenas han llegado- los vencejos


el que acotó con Palabras de con este sol de abril que recién
demora (Sevilla: Renacimiento, brilla.
1994) y En lugar del mundo Mi padre, aún joven. Pasa
(Valencia: Pre-textos, 1998): ese la blanca galería. Tras la puerta
pasado personal vinculado a un llora un recién nacido (...)
puñado de lugares -Granada, sobre Bien vale la cita para mostrar
todo- que constituyen el paisaje de tres de las constantes que verte-
la infancia. Su poesía ensaya una bran el libro. La primera, la con-
escritura proustiana en la que el creción plástica de la imagina-
empeño más constante es el de ción, que no duda en recurrir tanto
recuperar un mundo ya inexistente, a la toponimia más «pública» -el
perdido en el tiempo: esa niñez Campo del Príncipe, la Alhambra,
paradisíaca ya sólo conformada por Puerto Zegrí, Puerto del Carrete-
palabras e imágenes y que es posi- ro, la explanada del Genil, el
ble habitar por un instante, en el paseo de la Bomba...-como a un
poema. La sección I se compone de puñado de lugares de evocación
quince poemas en que el lector de más íntima -el café Suizo de Gra-
Cabanillas reconocerá fácilmente nada, la calle Molinos, la casa
su universo acostumbrado. He familiar, un patio, el lugar de
dicho que su poesía tiene la mirada recreo- en una suerte de estrategia
puesta en un pasado personal. Sí, para «certificar» el autobiografis-
pero no sólo: con el juego de mo lírico. La segunda constante
memoria e imaginación, Cabanillas es la contención, la sobriedad y la
encuentra en un roble de Elizondo hondura del verso de Cabanillas:
o en una calle de Córdoba no sus poco amigo de fuegos de artificio
propios recuerdos, sino los de quie- ni de encadenar imágenes insóli-
nes le precedieron; se diría que el tas o heterogéneas, prefiere pro-
poeta no hace otra cosa que fabular poner una escena visual coherente
sobre las historias de la leyenda por sugerencia de unos pocos
familiar, en busca de un sí mismo detalles y unas coordenadas espa-
que sobrepasa la cronología de su cio-temporales claras, en una
propia vida. Por ejemplo, «Vigilia» intensificación de la experiencia
evoca el propio nacimiento pero no por multiplicación de las aso-
desde el punto de vista del padre: ciaciones sino precisamente por
En el Campo del Príncipe lo contrario, por acotamiento; se
está el viejo casón de un hospital diría que el poeta busca ante todo
al pie de las colinas de la Alhambra. concentrar su imaginación -y su
Dentro del patio vuelan capacidad emotiva- como si
287

temiera que, al dispersarse, se parte presenta seis poemas que


desvanecería ese mundo que sólo abandonan esa evocación del
habita en su memoria. La tercera pasado para hablar en presente de
constante es el salto en el tiempo, indicativo: la anécdota nos
que puede seguir varios procedi- devuelve la inmediatez de un
mientos. mundo a la vista del poeta, que ya
Uno de ellos es esa interpela- no mira con los ojos entrecerrados
ción al otro, al personaje del pasa- sino abiertos del todo, embebién-
do; sólo que ese otro puede ser dose de la escena. Pero, además,
uno mismo, como sucede en la voz del poeta se adelgaza,
«Palabras a aquel niño»: «Pasa de adquiere un ritmo más marcado:
largo, no entres./ Desconchado el si antes predominaba ese poema
zaguán, hay polvo en las losetas/ breve en heptasíiabos, eneasíla-
como un tablero roto de ajedrez/ y bos, endecasílabos o alejandrinos
el niño que ahora eres, será el rey blancos, en una medida fluctuante
puesto en jaque». La devastación y sumamente flexible que eludía
de la memoria. ¿Cabe imagen más todo énfasis, el poeta ahora canta
hermosa para la deposición del el mundo en el lenguaje conciso,
niño-rey? Como Jano, Cabanillas elíptico y rítmico del romance,
contempla de un lado el pasado tanto en heptasíiabos como en
que no vivió y por otro el porvenir octosílabos. «Ya han florecido los
que sólo adivina: el presente ya no campos./ Un nuevo viento los
es autárquico sino que constituye besa./ Están verdes los caminos/
un eslabón en una cadena, y el por donde mayo regresa». Una
poeta advierte en su propio hijo la relectura de esa tradición del can-
repetición de esa historia eterna, cionero tan transitada en la poesía
de ese abandono del paraíso per- española del XX -Jiménez,
sonificado en el desván con los Machado, el 27, el primer Rosa-
juguetes abandonados. Puede les- que títulos como Canciones,
decirse que la poesía de José Julio de José Mateos, mantienen viva
Cabanillas reedita el argumento hoy. Sólo que lo que suele ser
romántico -la añoranza de un ligereza, encanto y «gracia» en
edén perdido y la aspiración a este tipo de poemas arromanzados
recrearlo en la imaginación- pero es aquí -cómo no- hondura y
sin el desgarro de la conciencia severidad.
característico del romanticismo. La tercera parte nos devuelve a
El motivo de la tripartición en esa meditación sobre el tiempo y
Los que devuelve el mar es doble: la existencia y a aquellos poemas
formal y temático. La segunda en verso blanco, con la intercala-
288

ción de algún soneto. Pero aquí La obra de arte en la


esa meditación sobrepasa el
umbral del tiempo personal y atis- era de la clonación*
ba una trascendencia de signo cris-
tiano: aquella relativización del yo
individual al considerarlo eslabón ¿A partir de qué momento es
de una cadena -y de ahí el tema posible hablar de una obra como
familiar y la escena doméstica, tan un conjunto de libros con sentido
frecuentes en Cabanillas- se reve- unitario y progresivo? Juan Rulfo
sólo publicó un libro de cuentos y
la como la invitación a considerar
una novela y se trata de una obra
la muerte como tránsito, no ani-
férreamente vinculada por la cohe-
quilación. «También yo bajaré. Y
rencia de su visión y por el progre-
habrá un mundo que empieza./
so de su técnica narrativa. Otros
Moriré como todos. Un crujido
autores pueden publicar decenas
por dentro,/no más, un tableteo,/y
de libros y no conseguir ese tra-
los ojos abriéndose. Pues la muer-
yecto consecuente de la noción de
te no existe». Se recogen aquí -y
obra. Tal trayecto implica progre-
se desarrollan- cosas que ya habí-
siones, desarrollos anunciados en
an quedado apuntadas en poema-
las novelas previas, ratificaciones
ríos anteriores: Palabras de demo- o desvíos de una línea de explora-
ra contenía la sucesión de escenas ción y, como parte dramática del
veterotestamentarias de «El juego, involuciones.
burro» y En lugar del mundo se
Si tuviera que señalar dos
cerraba con «Resurrección». Los
momentos de notable evolución
que devuelve el mar recrea varias
en la trayectoria de Kazuo Ishigu-
estampas evangélicas -«Magdale- ro señalaría su tercera y cuarta
na despojándose de sus galas», novela: Los restos del día (1989)
«Cena en Betania», «Noli me tan- y Los inconsolables (1995). La
w

gere»- y una visión en «Arboles primera porque armoniza los


en el puerto», donde una grúa «es recursos digresivos de la memoria
una cruz alzada bajo un cielo sin que exhaustivamente había crea-
nadie». Se afirma la promesa: do Ishiguro para sus narradores
«Los siglos surgirán de las tinie- anteriores -todas sus novelas tie-
blas». Una poética de la nostalgia: nen un narrador protagonista-, y
somos lo que nos falta, lo que fue, también porque se trata de una
lo que aún no ha sido.
Nunca me abandones, Kazuo Ishiguro.
Gabriel Insausti 2005. Barcelona: Anagrama, 351 pp.

Anterior Inicio Siguiente


289

provocación paródica. Ishiguro, fascinados por un refinado estilo


autor nacido en Japón en 1954 realista. Planteado tal escenario
pero radicado desde los seis años de exploración radical que lo
en Inglaterra, había escrito dos afianzaba como un «autor de
primeras novelas con temática obra», quedaba por ver lo que
nipona que despertaron la curiosi- ocurría con sus siguientes nove-
dad por parte de los lectores occi- las. ¿Daría un paso más arriesga-
dentales, ávidos de información do? ¿Es posible esto para un autor
exótica que confirme sus propios insertado en una gran operación
prejuicios. Con Los restos del día literaria como los Young British
se produce un giro hacia una Novelists, operación también mar-
temática inglesa tópica, aunque cadamente editorial?
apropiada con un enfoque origi- Aquí es donde el término evo-
nal, como la de un mayordomo en lución se matiza con la involución
la primera mitad del siglo XX y la y nos permite comprender que el
ambigüedad de alguien responsa- sistema literario que catapulta
ble frente a su oficio pero no ante también puede ser una valla de
su época, todo un conflicto entre contención porque las prebendas
las esferas privada y pública. El terminan generando servidum-
giro resultó exitoso: la obra de bres. Su quinta novela, Cuando
Ishiguro se dio a conocer mun- fuimos huérfanos, volvía a las
dialmente y su novela, que daba temáticas inglesas históricas
todas las facilidades realistas, fue ambientadas en la primera mitad
adaptada al cine en una combina- del siglo XX. El recurso antirrea-
ción mediática de muchos réditos. lista quedaba relegado a ciertos
Paradójicamente, esto llevó a momentos, más bien secundarios,
Ishiguro, de manera también pro- e incluso diría que rozaba el folle-
vocadora, y también honesta con- tín en las peripecias del detective
sigo mismo, a su segundo Christopher Banks trasladándose
momento de evolución o, mejor a un Shangai en guerra para bus-
dicho, revolución: Los inconsola- car los rastros de su madre y per-
bles. Novela anticonvencional, derse en un campo de batalla
antirrealista y, por lo mismo, anti- extrañamente surreal. Las edicio-
comercial, creo que se trata de nes inglesas de Faber & Faber
una de las mayores novelas de la -editorial de toda la obra de Ishi-
última década del siglo pasado. guro- de esta novela y de la
Para lograr la evolución de su siguiente, Nunca me abandones,
obra Ishiguro apostó por retar a no aludieron en sus portadas al
los lectores que habían quedado tour de forcé de Los inconsola-
290

bles. Ishiguro «volvía» a ser el descubrimiento de la atrocidad


autor de la exitosa Los restos del cometida con seres que teniendo
día. Ahora, con su sexta novela, conciencia de sí mismos asumen
Nunca me abandones, se ha dado sin asombro su condición de clo-
un paso más allá, pero a la inver- nes, sino por el deseo de vivir que
sa, en el retorno a las temáticas no pueden cumplir como quisie-
sensacionales y los tratamientos ran porque unos oscuros desig-
narrativos que puedan garantizar nios -la manipulación genética y
la recuperación del público perdi- la sociedad que la desarrolla- ya
do en el riesgo literario de Los les ha asignado un papel y un
inconsolables. tiempo de vida reducido frente al
Nunca me abandones es la his- de la humanidad corriente. Para
toria de un grupo de jóvenes edu- ellos es dramáticamente corta. La
cado en un peculiar instituto, lectura es doble respecto al deter-
Hailsham, y que morirán al térmi- minismo social: la historia de
no de su juventud porque tienen Kathy H. puede ser la historia de
un papel asignado a sus vidas; una juventud en una sociedad
son clones dispuestos como donde los roles condenan cual-
donantes para una invisible red quier salida individual. Que una
científica. Los temas, por supues- obra se convierta rápidamente en
to, no son la clave relevante de una metáfora inequívoca tiene
una obra literaria. Lo es la articu- una ventaja para su recepción
lación con una forma idónea. En pero señala el riesgo de sus limi-
este sentido Ishiguro sigue soste- taciones. Con razón decía Cioran
niendo un gran talento: Nunca me que las obras que se pueden defi-
abandones funciona perfecta- nir son esencialmente perecederas
mente como novela, y ía melan- y que las que viven lo hacen por
colía ishiguriana alcanza su cota los malentendidos que suscitan.
más alta en una historia de abso- Como dijimos, los temas no
luto desconsuelo. La narración de bastan sobre todo si se tienen pre-
la protagonista, Kathy H., de los sentes los títulos anteriores de
años en el instituto Hailsham, de Ishiguro y sus logros formales.
su aprendizaje posterior en las Nunca me abandones responde a
«Cottages» para ser «cuidadora» las líneas de la novela de forma-
de otros donantes como ellas, y la ción o Bildungsroman, precisa-
etapa final de su servicio, articu- mente en su condición lineal. La
lado en torno a un triángulo amo- historia es progresiva, ordenada, a
roso frustrado, es realmente con- pesar de pequeños giros retrospec-
movedor. No tanto por el gradual tivos en comparación con los
291

sofisticados bucles de memoria y artística que se sigue desarrollando


evocación de Los restos del día y en el recuerdo- aquí desaparece.
de las trasgresiones antirrealistas Lo que queda es una historia sor-
de Los inconsolables. Los narra- prendente, pero sin más. Es decir,
dores de Ishiguro, siempre prota- queda un tema: el sufrimiento exis-
gonistas de la historia en curso, tencial de los clones. ¿Es suficien-
pasan, de una obra a otra, de una te? Para un tipo de lector sí, preci-
dinámica de contraste entre el samente aquel a quien le preocu-
pasado y el presente, a una diná- pan los conflictos de la manipula-
mica de acción Por este paso pre- ción genética y al que está novela
cisamente pierden la sutileza de responde bien. Pero para un lector
los pliegues y ambigüedades de la que busca algo más que el tema, y
memoria como forma de conoci- todavía más para quien haya cono-
miento y como aparato de evalua- cido los logros anteriores de Ishi-
ción ética. Esto se refleja de forma guro, suena a poco. Quedan restos
señalada en el estilo. La historia en Nunca me abandones de la des-
de Kathy H. no tiene esa ambigüe- treza narrativa de Ishiguro, pero,
dad de los narradores anteriores valga la comparación, parecen ver-
que los hacía víctimas y culpables siones descremadas de un arte
al mismo tiempo, sugiriendo al narrativo que está cumpliendo un
lector un ejercicio de sutilezas momento involutivo. Confiemos
para detectar la fiabilidad de quien que estos rodeos, propios del
cuenta la historia. Kathy H. y el campo de fuerza al que se somete
resto de los donantes son directa- Ishiguro de manera ejemplar, sir-
mente víctimas de un destino no van para abrir nuevos caminos
elegido. De manera que al lector donde quizá se pierda éxito masivo
no le queda mucho por elaborar: pero para lograr éxitos durables
en Nunca me abandones lo que que nos lancen a la perplejidad y al
tenemos es más el relato de un cuestionamiento de toda gran lite-
sufrimiento y no tanto el de una ratura. Una vía intermedia logra,
configuración ética o cognitiva, sí, una media mayor de lectores,
problemática, de la conciencia del pero pierde fuerza sobre todo en la
narrador protagonista, que es lo trayectoria de un autor que, como
mismo que decir la riqueza de la pocos, ha sabido asumir retos en
obra de Ishiguro. Esa incertidum- una época de pocos riesgos litera-
bre que dejaban resonando las rios desde dentro de los grandes
novelas anteriores luego de leerlas circuitos editoriales.
-verdadero campo de acción de la
lectura de novelas y de toda obra Leonardo Valencia
292

Columnas del ser intensa, cargada absolutamente de


sentido, como quería Pound.
y del no ser* Abundan los dísticos y hasta los
monósticos, que son, en realidad,
aforismos. La última sección de
Carlos Vítale (Buenos Aires, Autorretratos (2001), «Ocio y
1953) se inscribe en la tradición de negocio», aparece compuesta
la esencialidad. Una tradición pre- íntegramente por máximas poéti-
sente en casi todas las literaturas cas, algunas de las cuales se com-
del mundo -y sobre todo en la primen tanto que parecen frag-
oriental-, que recibe, en la lírica de mentos desgajados de una oración
Occidente, el impulso decisivo de mayor («dudando entre varios
las vanguardias, abanderadas de lo laberintos»), mientras que otras
fragmentario y lo mínimo. No es tienen aroma de greguerías: «La
casual que la cita que encabeza el ventana es un abismo domestica-
primer libro de Vítale, Códigos do». Vítale, sin embargo, utiliza
(1981), sea de Alejandra Pizarnik, algunos recursos para expandir la
una de las influencias más percep- vibración poética de sus miniatu-
tibles en su poesía, maestra en el ras. El primero consiste en esta-
arte de lo breve e intenso, de lo blecer una relación dialéctica con
desgarrado y resonante. Pero tam- el título del poema, como también
poco cabe ignorar el aliento de hace en los cuentos de Descorte-
Borges -no en vano ultraísta en su sía del suicida (1997). En uno de
juventud-, que consideraba «un sus «apuntes de Grecia», de Con-
desvarío laborioso y empobrece- fabulaciones (1992), titulado «En
dor el de componer vastos libros; la tumba de Agamenón», leemos:
el de explayar en quinientas pági- «Cuídate de quien te ama», y es
nas una idea cuya perfecta exposi- obvio que ninguno de los dos
ción oral cabe en pocos minutos». enunciados alcanzaría sin el otro
¿Por qué escribir largos versos el pleno sentido que tienen en este
-parece pensar Carlos Vítale, en poema. Más nítidamente se
sintonía con la contención borgia- advierte aún en otro monóstico de
na-, cuando con uno, o con muy Autorretratos, que reza: «Ocre
pocos, hay bastante? metafísica». Sin el título, «Casti-
Unidad de lugar ofrece, en lla en ruta», el minúsculo hexasí-
consecuencia, poesía despojada e labo se quedaría en hallazgo
sugestivo pero insignificante. Al
encontrar, gracias a él, un referen-
Carlos Vítale, Unidad de lugar, Canetde
Mar, Candaya, 2004, 164 p. te, el paradójico verso, con su

Anterior Inicio Siguiente


293

fusión de contrarios, despliega encabeza la sección «Ángulo


todo su arsenal connotativo. muerto», de Autorretratos: «A mi
La paradoja es, precisamente, sempre em perd la discreció!».
un segundo mecanismo de dilata- La presencia de Brossa -un
ción y, acaso, la figura retórica autor al que Carlos Vitale ha tradu-
más utilizada por Vitale. El efecto cido ampliamente- es reveladora,
de choque que se produce en el porque descubre un tercer modo de
interior del verso a causa de la propagar el impacto estético de sus
unión de elementos contrapuestos poemas: el humor. Un humor,
o irreconciliables, sacude las frá- como todo en este libro, esbozado,
giles estructuras gráficas de los discreto y levemente sombrío: así,
poemas y deja como temblando el titulado «Mi vecino cena bajo la
nuestra percepción. Las palabras gran lámpara» dice: «Cena solo
adquieren un vigor singular por el bajo la gran lámpara. / Mucha luz y
enervamiento a que las conduce la poca compañía»; en el «Pareado a
vecindad de sus contrarias: se la manera de Sandro Penna», lee-
endurecen; se les eriza el vello, mos: «El desamor con dinero / es
podríamos decir. El sesgo polémi- más llevadero»; y «Ajuste de cuen-
co de tales ayuntamientos refuer- tas» reza así: «He tenido mi parte
za su potencia elocutiva: «¡Cava de nada», lo que remite al jocoso
hacia arriba!», ordena el poeta; o testamento de Montaigne: «Debo
bien escribe este poema, titulado mucho, no tengo nada, dejo el resto
«La noche es el día»: «Poblado / a los pobres». El humor -presente
de noches / el día / insomne». en dada, en el surrealismo, en el
Destaca, en esta técnica, el cultivo creacionismo- se alia con otras
de un oxímoron milenario: el de la proclividades vanguardistas, que
oscuridad como luz, ya presente difunden lo poético en otros ámbi-
en el libro bíblico de los Salmos, tos perceptivos, como lo visual o lo
aunque remozado, en Vitale, por auditivo. Vitale bosqueja tenues
el irracionalismo vanguardista. caligramas, como en el poema
«Sólo en la noche veo», escribe nueve de Códigos: «Fuego / sobre /
en una de las composiciones de fuego // la hoguera de mis días», y
Noción de realidad (1987), y su también practica repeticiones e
verso evoca el célebre «és quan interrupciones, lo que crea melodí-
dormo que hi veig ciar», de J. V. as hirsutas -trasunto de su propio
Foix. Incluso en las citas elegidas desasosiego existencial, como
se permite Vitale reflejar su gusto enseguida veremos- y desconcer-
por la contradicción, como tantes efectos paronomásicos: «Por
demuestra la de Joan Brossa que mis manos / limitado / al ritmo de
294

mis pies / ando y desando / mi des- ominoso perfil: «La muerte / es un


tino posible // Por mis manos / limi- sueño / que me sueña», dice el
tado / por mis manos». poema cuatro de Códigos, con un
La relación de estos tres meca- uso certero tanto de la figura eti-
nismos amplificadores habrá mológica, como de la dimensión
demostrado ya que en la poesía de onírica, que revela el influjo surre-
Carlos Vítale se conjuga lo majes- al. La vena existencial de Unidad
tuoso con lo chispeante, lo filosófi- de lugar no se limita a la constata-
co con lo lúdico, lo cerebral con lo ción, irónica pero doliente, de
corporal. Asimismo, de lo material nuestra condición perecedera, sino
pasa a lo inmaterial, y de lo exterior que se extiende al debate sobre la
a lo interior, como acredita este identidad. Así, los elementos cons-
poema con aires de haikú: «Aire de titutivos del yo defraudan al yo: la
mar / cielo del sur / lluvia de mí». memoria recuerda, pero miente; el
Se trata, pues, de poesía ecléctica y corazón está deshabitado; somos
omnicomprensiva, que no olvida, alumbrados, en suma, «para no
sin embargo, su condición de queja ser». La incertidumbre ontológica
existencial. Porque acaso sea éste desdibuja nuestra conciencia y el
el principal sostén de la lírica vita- yo, como ya estableció Rimbaud,
liana: la angustia de vivir y de es otro: «En realidad / soy otro»,
morir, la terrible certeza del sinsen- parafrasea Vítale en «Intemperie».
tido cósmico. La muerte tiene en En la sección homónima de Auto-
Unidad de lugar una presencia des- rretratos es, como bien ha señalado
collante: verbigracia, una de las Luisa Cotoner en el prólogo del
secciones de Confabulaciones se libro, donde mejor se plasma este
titula «El triunfo de la muerte». Sus conflicto subjetivo. El poeta reúne
versos hablan de ella: describién- en ella cinco poemas protagoniza-
dola, invocándola, la conjuran, dos por un polimórfico Juan
aunque también recurran al humor Laguardia, que vive en épocas y
para exorcizarla: «Ante la muerte lugares distintos. En el correspon-
reía: muerte ajena. / Muerte a la diente a Jean Laguardia, leemos:
muerte, muerte propia. / Contra la «Exploro el arte de ser otro / y el
muerte toda herramienta es buena», mismo, uno más y uno nuevo».
dice el poema «Exorcismos». La Pero a este yo cartilaginoso e inasi-
muerte es sólida, afirma el poeta, ble lo asedia el dolor: la incom-
pero, hasta que nos alcance, «toda prensión del mundo y la soledad
razón consiste en persistir». Algu- ilimitada en que habita promueven
nas metáforas clásicas -el sueño, la «reinos de congoja». En poemas
noche- ayudan a Vítale a dibujar su abstractos, casi metafísicos, de los
295

que está desterrada la anécdota como intentaré demostrar. Al


-salvo ocasionales referencias a menos en cuatro ocasiones Car-
lugares, como la Piazza dei Mira- men Martín Gaite alude a él a lo
coli o los lugares descritos en la largo de toda su obra: en Desde la
sección «Bretaña»-, Vítale consig- ventana, en los Cuadernos de
na un deambular asombrado y todo y en dos conferencias (una
tenebroso, del que sólo el amor lo de 1996, titulada «El punto de
rescata brevemente. Sin embargo, vista», y otra pronunciada un año
todo cuerpo está condenado a la más tarde en el Instituto Cervan-
extinción. Eros y Tánatos bailan, tes de Nueva York: «La libertad
pues, un apasionado minué, cuya como símbolo»). No era por tanto
conclusión todo acertamos a pre- un cuaderno que tuviera encerra-
ver, pero sólo Carlos Vítale es do en el olvido de los pasatiem-
capaz de formular congruentemen- pos, sino en el taller de las espe-
te con el tenor de este libro admira- culaciones. Cualquier referencia a
ble. «Vendrá la muerte y tendrá tus este libro de collages, recortes de
ojos», escribió Pavese. «Con estos prensa y comentarios, en los títu-
labios / besaré a la muerte», escribe los citados, coincide en plasmar
Vitale. Labios y muerte, en efecto: una experiencia narrativa muy
palabras y vacío, caricias y vacío, concreta: el desafío de lo inabar-
columnas del ser y del no ser. cable. En Nueva York las imáge-
nes corren más rápidamente que
Eduardo Moga las palabras y las desplazan, y los
días van más de prisa que su
recuento; por ello desconfía de los
diarios tradicionales que preten-
den poner en fila las fechas.
El cuaderno 25 de los Cuader-
Un texto con nos de todo y este libro de colla-
ventanas* ges se complementan al ser ver-
siones múltiples y simultáneas
sobre los mismos hechos, versio-
Visión de Nueva York es sin nes que surgen desde los distintos
duda un diario visualmente diver- puntos de observación desde los
tido, pero no conviene confundir- que se narra. Y estas versiones
lo con un simple divertimento, múltiples suponen una especula-
ción sobre cómo rescatar el rostro
Carmen Martín Gaíte, Visión de Nueva
inabarcable del tiempo con pala-
York, Círculo de Lectores-Siruela, 2005. bras e imágenes en movimiento,
296

porque el rostro verdadero de las tanciador y rectificador. Pero el


cosas -verdadero en el sentido de humor no impide -siempre ocurre
complejo- está compuesto de en su caso- destellos de veracidad
múltiples colores y velocidades moral.
cambiantes. Los diferentes puntos Visión de Nueva York nos con-
de observación son en Martín firma nuevamente la naturaleza
Gaite un modo de acercarse a la dialógica de toda su escritura, ya
verdad inasible, para desbaratarla que está dirigido a interlocutores
e iluminarla al mismo tiempo. múltiples y ausentes, desde Nacho
Téngase además en cuenta que Vara a Edward Hopper, pasando
este cuaderno de collages lo esta- por su hija Marta a quien pensaba
ba confeccionando mientras no regalárselo. Pero quisiera detener-
encontraba el modo de poner me en el punto de observación
punto y final a uno de los ensayos dominante: el del narrador testigo.
más lúcidos de la literatura con- Me atrevería a decir que este dia-
temporánea sobre la narración rio visual es el cuento de Carmen
abierta: El cuento de nunca aca- Martín Gaite con las ventanas más
bar. Éste es el contexto estético abiertas, o más encristaladas.
en el que se enmarca el experi- Como en los cuadros de Hopper
mento de Visión de Nueva York: sus ventanas se asemejan a ojos
cómo convertir en narración el que muestran, ocultan y parpade-
ritmo vertiginoso, cambiante y an. El narrador testigo, sin perder
simultáneo de lo que se perfilaba detalle ni la capacidad de sorpresa
ante sus ojos y memoria por su que siempre le caracterizó, se
periplo americano del otoño de aventura a cazar instantes por el
1980. exterior de la gran ciudad, y tam-
Los recortes y comentarios bién se las arregla para encontrar
cada vez más sucintos de este dia- la ranura por donde asomarse al
rio visual responden a su afán de interior de su apartamento alqui-
abarcar al mismo tiempo lo con- lado de la calle West 119 para así
creto y abstracto, lo usual e autocontemplarse o desdoblarse
inusual. Si su obra se caracteriza en representación pictórica. Una
paradójicamente por la suprema- autorrepresentación que tanto nos
cía de la palabra oral sobre la recuerda a los habitantes sonám-
escrita, aquí la palabra se doblega bulos que pueblan los cuadros de
en imagen, se materializa en clave Hopper: «Yo misma soy como
de pop-art, favorecedora del una mujer de un cuadro de Hop-
humor, que como la fantasía ten- per comiéndome una manzana en
drá en Martín Gaite un efecto dis- soledad».

Anterior Inicio Siguiente


297

Este cuaderno de collages para cuadro del Museo Whitney) y a la


el lector atento de Carmen Martín del personaje Gloría Star (la abue-
Gaite, está continuamente traman- la de Sara Alien en Caperucita en
do hilos. Los hilos procedentes de Manhattan) a través del descenso
los carretes del pasado (desde de la narradora al recuerdo de un
aquella tarde de 1974 en la que estribillo de su infancia que canta-
vio en casa de Nacho Vara un cua- ba una tal Merceditas Llofriú, en
dro de Hopper) se enhebran con una compañía de teatro infantil
los de los proyectos futuros a tra- que pasaba por Salamanca: «Soñé
vés del vértigo de imágenes del que era una artista singular/ que
presente, y el engarce entre unos y estaba trabajando en Nueva York/
otros es un modo de diálogo con- soñé que me aplaudían sin cesar/
sigo misma. El hilo es siempre la con Mickey, con la Betty y con
historia de un encuentro. Sirva de Charlot».
ejemplo la compra de Una habita- En Visión de Nueva York el
ción propia, que prefigura ese diá-, punto de vista dominante del
logo con Virginia Woolf, con el espectador se combina al unísono
que abrirá Desde la ventana, y con su memoria episódica para
que nos retrotrae a su vez a aquel sacar a flote un material fragmen-
verano del 78, en el despacho de tario y en continua mudanza al
su padre de El Boalo, en el que que cuadran mal las nociones de
traduce Al faro. Al mismo tiempo, principio y final, aunque en el
asistimos a la prefiguración de caso de Carmen Martín Gaite las
«Todo es un cuento roto en Nueva obras inacabadas son a veces las
York» (el poema de 1983 sobre la más acabadas.
historia de una mujer inconcreta
que termina refugiándose en un José Teruel
298

América en los libros

Lector impenitente. Juan Gustavo denomine Lector impenitente,


Cobo Borda,. México, FCE. 2004. pues desarrollar a través de la lec-
tura esa tarea de imaginación y
El cuento, el poema, la novela, reflexión que acaba por forjar una
esos distintos rostros que puede tupida red de enlaces es el obsti-
asumir la literatura son «partituras nado oficio que el poeta y ensa-
redactadas para que bordemos yista colombiano ha desarrollado
arpegios sobre sus composicio- a lo largo de ya casi cuatro déca-
nes», señala Juan Gustavo Cobo das de incesante labor literaria.
Borda en el prólogo de este libro En estas páginas, nacidas del
para definir por medio de una diálogo y la pesquisa, el ensayista
imagen musical la tarea de imagi- colombiano parte de textos funda-
nación y reflexión que cumple el dores de nuestras letras, como el
ensayista cuando se decide a aña- Sumario de Gonzalo Fernández
dir sus opiniones a esa vasta gama de Oviedo o El carnero de Juan
de interpretaciones que suscita el Rodríguez Freyle para pasar
encuentro con todo gran libro. revista nuevamente a algunos de
La lectura es una aventura cir- los principales hitos de las letras
cular, un trabajo de Sísifo que iberoamericanas que han sido
nunca concluye y en el que sin fuente constante de su reflexión:
embargo «lo que está codificado, la indestructible María de Jorge
la letra de la ley impresa que se Isaacs, el modernismo y los múlti-
decreta inmodifícable, puede ples Daríos, la poesía ideográfica
comenzar a cuestionarse, a disol- de José Juan Tablada, los numero-
verse a medida que las diversas sos intentos que desde la vanguar-
entonaciones de los múltiples lec- dia ha realizado la tribu de los poe-
tores ponen en duda ese cuerpo tas por atrapar la quimérica tortuga
sólido y lo sumergen en el mar de la poesía, el inabarcable Borges,
musical de las diversas voces». No los muchos libros reunidos en esa
ha de extrañarnos, por tanto, que novela de la memoria que es Vivir
este libro, que reúne una antología para contarla de García Márquez,
de los ensayos más esclarecedores el murmullo inagotable de Juan
de Juan Gustavo Cobo Borda, se Rulfo, la batalla verbal de Vargas
299

Llosa, los parajes que divisa en su ron que se dijera de ellos, más que
delirio el Gaviero de Alvaro Mutis, a sus escritos. Los mitos son crea-
la mirada implacable y reveladora ciones de los pueblos, producto de
de Machado de Assis, la violenta sus circunstancias históricas, refle-
marginalidad de la prosa de Rubén jo de sus tabúes, pero también pro-
Fonseca, etc. yección de sus sueños y aspiracio-
Pero su rastreo no se limita al nes. Por desgracia la leyenda que
territorio de la ficción, sino que ade- envuelve a ciertos autores suele ser
más realiza una ronda por las prin- un obstáculo para el acercamiento a
cipales voces de la crítica hispanoa- su obra. Es lo que nos sugiere la
mericana para mostrar sus filiacio- reciente biografía de Gabriela Mis-
nes, sus búsquedas, sus obsesiones, tral, escrita por su compatriota Ser-
sus fundamentales aportes: los gio Macías. El retrato que nos ofre-
amplios horizontes interdisciplina- ce de esta mujer, única en nuestra
rios de Noé Jitrik, los encuentros y órbita hispánica, distinguida con el
desencuentros de Ángel Rama con máximo galardón de las letras, el
el boom, la revisión de lo canónico Premio Nobel que le fue otorgado
que realiza José Miguel Oviedo, la hace sesenta años, traza los rasgos
travesía innovadora por nuestras de su personalidad, como en un
letras de Julio Ortega y hasta un claroscuro que desentraña su más
revelador diálogo de ultratumba profunda humanidad. Síntesis del
con Emir Rodríguez Monegal con- mestizaje, autora de libros memo-
forman este «palimpsesto de infini- rables como Desolación, Tala o
tas reescrituras» que no cesa de Lagar, no es sólo la expresión del
expandirse y que Cobo Borda nos más auténtico americanismo, here-
invita a recorrer con la atenta y ató- dado los padres fundadores del
nita mirada del que explora un continente, como José Martí, sino
mapamundi inabarcable. de la mejor tradición poética que
hunde sus raíces en la Biblia,
Samuel Serrano pasando por las canciones de cuna
y rastreando la poesía española,
provenzal o italiana de la que se
nutren sus versos. Maestra por
Gabriela Mistral, o Retrato de una vocación, madre frustrada, esta
peregrina, Sergio Macías Brevis, poeta excepcional que alzó su voz a
Madrid, Tabla Rasa, 2005, 195 pp. favor de los derechos de la mujer y
de los más humildes, es en la actua-
Hay escritores como Wilde que lidad casi una desconocida. Como
deben su posteridad a lo que logra- ocurre con las personalidades
300

potentes e intensas, su asombroso esta singular mujer nos ofrece una


talento despertaba envidias, su ver- lección de vida digna de recordar-
ticalidad ofendía, aunque su gene- se y tal vez la mejor forma sea
rosidad llegaba al corazón. acercándonos a sus versos, aten-
Macías, poeta como ella, ha diendo a la invitación que nos
sabido desvelarnos aspectos ocul- hace Sergio Macías.
tos, o acaso ocultados, de esta
extraordinaria mujer que fue
calumniada y tergiversada por
muchos de sus compatriotas,
quienes pusieron en duda su con- Microquijotes, selección de Juan
ducta y especularon sobre su Armando Epple, Sant Adriá de
orientación sexual, o sobre su Besos, 2005, 83 pp + 3
supuesta ambigüedad política.
Asimismo da cuenta de su estan- El Quijote ha sido objeto de
cia en España y de su relación con diversas interpretaciones allende
la intelectualidad republicana; de los mares desde que iniciara su
las posibles intrigas de Neruda andadura en 1605; tanto es así que
que coincide con ella en Madrid y ese mismo año llegó al puerto de
deseaba su cargo diplomático en Cartagena de Indias, en la Nueva
la ciudad; de sus diferencias con Granada, un cargamento de libros
Miguel de Unamuno a quien que incluía un número notable de
admiraba, pese a las opiniones de ejemplares de la primera edición.
éste sobre los indígenas america- Dos años más tarde, en la remota
nos, considerados en algún población de Pausa, en el virrei-
momento causa del atraso del nato del Perú, los indígenas ya
continente. Puntos que se tocan representaban en comparsas a los
con gran delicadeza y rigor, sólo distintos personajes de la obra, en
con el ánimo de ofrecer un balan- las fiestas que se organizaron para
ce del legado de Gabriela Mistral, celebrar el nombramiento del
y dejar clara la repercusión de su nuevo virrey. De esta forma, el
obra en muchos poetas españoles, Nuevo Mundo se apropiaba de
en particular, y en la poesía en una obra a la que ha querido unir
lengua española, en general, así su destino, convirtiéndola en libro
como su inestimable labor educa- de cabecera y base argumental de
dora en el ámbito continental y su sus utopías. Como afirma el tam-
papel en favor de los desposeídos bién microcuentista chileno Juan
de Hispanoamérica. Con su talen- Armando Epple (Osorno, 1946),
to, esfuerzo y superioridad moral, autor y parte de esta selección,

Anterior Inicio Siguiente


301

«Don Quijote ha sido leído como otros, Jiménez Ernán y Lagmano-


personaje cómico, un activador vich. Y si la brevedad y condensa-
lego de la razón filosófica, un ción son los rasgos atribuidos al
héroe romántico, un crítico social cuento moderno, en las minific-
del imperio, una figura agónica, ciones aquí reunidas destaca este
un idealista a ultranza...» de sólo ocho palabras de José de
De la intensa relación con el la Colina, titulado «Cervantes»:
Quijote dan cuenta los 51 relatos «En sueños, su mano tullida
agrupados en esta antología, que escribía el Antiquijote». Breves o
incluye a 30 autores de habla his- brevísimos, los textos aquí reuni-
pana desde Rubén Darío, pasando dos postulan versiones diferentes
por Jorge Luis Borges, Juan José de la realidad y sugieren mucho
Arreóla o Marco Denevi, hasta las más de lo que está escrito. Este
chilenas Pía Barros y Lina Merua- perspectivismo, sus múltiples lec-
ne, y entre los españoles, Ernesto turas, como planteara el propio
Pérez Zúñiga. Estas microficcio- Cervantes, inaugura la literatura
nes no sólo convierten a don Qui- moderna, instalándonos en la
jote en protagonista de la historia dimensión imaginaria con sus
hispanoamericana -como hace terribles y maravillosas implica-
Rubén Darío con su «D.Q.» que ciones. Así, Epple nos invita a
participa como soldado en la gue- sumergirnos en la ficción cervan-
rra de Cuba, defendiendo los tina y aportar nuestra personal
valores de la hispanidad-, sino interpretación de la obra.
que conjeturan en torno a las rela-
ciones entre el supuesto autor, el Consuelo Triviño
traductor, el propio Cervantes y su
personaje. Pero Dulcinea, o
Aldonza, no se queda atrás a la
hora de inspirar los más delirantes
sueños por parte de Arreóla, El barco de la luna. Clave femeni-
Denevi, Lagmanovich, Epple, na de la poesía hispanoamericana,
Correa-Díaz o Méruane, quienes Rodríguez Padrón, Jorge, con prólo-
la elevan a la calidad de autora de go de Joaquín Marta Sosa, Caracas,
la ficción quijotesca, o la hacen Fundación para la Cultura Urbana,
descender al nivel de hambrienta 2005, XXIV+366pp.
lavandera de una taberna. Lo
mismo sucede con Sancho quien Si parece verdad indiscutida
anhela continuar las aventuras de que la poesía hispanoamericana
su amo, como sugieren, entre contemporánea ha supuesto un
302

continuo impulso para la evolu- europeos, es que la escritura de la


ción y renovación de la poesía mujer, ya de por sí, ha constituido
española (desde el caso de Rubén un acto de rebeldía, una invasión
Darío al de Vicente Huidobro, sin del espacio que siempre le ha sido
olvidar las posteriores conmocio- ajeno. De ahí que la escritura poé-
nes que en España provocaron tica femenina haya surgido de un
César Vallejo, Pablo Neruda y, deseo de ruptura con la imagen de
más tarde, Octavio Paz), no se ha ía mujer (y del mundo) que nos ha
reparado suficientemente en el transmitido la dominante poesía
papel desempeñado por las muje- escrita por hombres. Además, el
res durante esa constante rebelión hecho de hallarse en los márgenes
de la lírica contemporánea de de la cultura occidental, hablando
nuestra América. Reconstruir esa una lengua importada y conocien-
tradición femenina de la poesía do unos modelos poéticos tam-
hispanoamericana, con su intrín- bién extranjeros, ha obligado a
seca acción revolucionaria en el esta mujer a romper los moldes de
orden estético, social y espiritual, la lengua y de la tradición literaria
es el objetivo de El barco de la con una espontaneidad -y aun
luna: la imagen del barco alude al violencia- que resalta notable-
continuo viaje, a la inquietante mente junto al panorama poético
aventura por llegar a donde no se masculino. La otredad, la margi-
sabe (que eso es la poesía para el nalidad, es, pues, triple en la
lúcido autor de este libro), y la mujer poeta hispanoamericana:
luna nombra esa luz débil, oculta, marginalidad social, marginalidad
más secreta, con que viaja la de su visión del mundo, margina-
mujer poeta por este mundo lidad de su mundo mismo frente a
donde el sol, con su luz meridia- la lengua y a la tradición literaria
na, ha alumbrado hasta ahora al (la europea) que le ha servido
poeta masculino. como modelo. Y esa otredad es
No obstante, en lugar de poesía rica en consecuencias que Rodrí-
femenina, habla el autor de «poe- guez Padrón desgrana minuciosa-
sía hispanoamericana escrita por mente: la importancia del futuro
mujeres». Y no se trata de un sutil sobre el pasado, del deseo sobre la
juego conceptual, sino de la con- nostalgia, de la pasión sobre el
ciencia de que la poesía femenina equilibrio racional, de la unidad
no es de una sustancia genética- (social y cósmica) sobre la indivi-
mente distinta de la masculina. Lo dualidad personal, entre otros ras-
que ha ocurrido en Hispanoaméri- gos no menos defínitorios de esta
ca, más que en nuestros países clave femenina. Tales motivos de
303

marginalidad dan como resultado cana Rosario Castellanos, la cuba-


una poesía excéntrica, extraña, a na Fina García Marruz, la urugua-
pesar de no quererlo; lo cual es ya Ida Vítale, la peruana Blanca
prueba de autenticidad, de que no Várela, la uruguaya Marosa di
se trata de una rareza gratuita ni Giorgio y la argentina Alejandra
de un experimentalismo más o Pizarnik. Cada una, desde una
menos juguetón. perspectiva existencial, propia de
El autor se remonta a la visión su tiempo, encara su contienda
nocturna, marginal, quimérica, de interior de una forma personalísi-
Sor Juana Inés de la Cruz, cuya ma; de ahí que su lenguaje poéti-
incursión en el saber universal se co no surja de una originalidad
realiza precisamente durante el buscada, sino de una irrepetible
Sueño (título de su célebre lucha íntima.
poema), a hurtadillas de la con- No espere el lector algo así
ciencia lúcida, convencida de que como una historia de la poesía
la racionalidad diurna era angus- femenina hispanoamericana, por-
tiosamente limitada. Pasa luego el que este libro es todo él un ensa-
autor al modernismo (pero sin yo, en el sentido fuerte de la pala-
olvidar nunca esta «aventura sigi- bra: es decir, un pensamiento que,
losa» de Sor Juana), donde Del- como en el poema, se crea a
mira Agustini persigue una armo- medida que se escribe, sin ningún
nía cuya conquista exige la ruptu- a priori definitivo. Por eso, en
ra con sus venerados modelos esta aventura ensayística de
estéticos. El drama de Gabriela Rodríguez Padrón no hay lugar
Mistral, de Alfonsina Storni, de para detallados recuentos de suce-
Juana de Ibarbourou y de Josefina sos biográficos ni de obras publi-
Pía es analizado en los respectivos cadas por cada poeta, sino para la
capítulos siguientes. inmersión directa en el conflicto
Después de estas figuras señe- vital (que es verbal) de los poe-
ras del barroco y de la moderni- mas o libros que, a juicio del
dad, el autor estudia la perviven- autor, son más representativos de
cia de esa tradición excéntrica en la excentricidad de cada una de
mujeres poetas de la segunda estas poetas hispanoamericanas.
mitad del XX, ahondando en el El mismo predominio de la frase
drama personal de cada una: la nominal, estática, en el discurso
uruguaya Sara de Ibáñez, la vene- de Rodríguez Padrón, manifiesta
zolana Ana Enriqueta Terán, la un deseo de encontrar quietud
costarricense Eunice Odio, la donde la materia parece resbalar-
argentina Olga Orozco, la mexi- se a cada instante, pues se trata de
304

seguir las huellas de un proceso palabra y del pensamiento y crece


poético tan dinámico y sorpren- en la literatura de lo inverosímil,
dente como desconocido hasta haciendo un uso de la lengua esté-
ahora. tica y alejado de la realidad de las
clases excluidas.
Carlos Javier Morales Al mismo tiempo, a través del
recorrido vital e intelectual de
Ismael Viñas, se definen los tra-
zos principales de un discurso crí-
tico dentro de la izquierda, surgi-
Ideografía de un mestizo. Ismael do a partir de la experiencia cons-
Viñas, Pilar Roca, Duken, 2005, cíente del mestizo. Este se entien-
Buenos Aires, pp.134 Pedidos: de como ser de frontera que no
www. dunken. com. ar encuentra lugar en las estructuras
políticas o religiosas existentes.
A partir del análisis crítico de Es esa constante inadecuación
la trayectoria intelectual de social la que le hace desarrollar
Ismael Viñas (Río Gallegos, una profunda sensibilidad ante los
1925), cofundador y director de la problemas más acuciantes de su
influyente revista Contorno (Bue- realidad, así como una mirada crí-
nos Aires, 1953-1959), Pilar Roca tica y alertadora ante los lenguajes
(Cádiz, 1964) ofrece un agudo absolutistas y totalitarios.
estudio de las tipologías sociales Esta nueva dimensión existen-
que fueron conformando los dis- cial anuncia un nuevo estilo social
cursos y las prácticas de izquierda en el que el escritor y pensador
en la Argentina del siglo XX. define su papel a partir de su pro-
En ese sentido, la autora señala pia historia y la de su comunidad,
el desarrollo de un discurso asimi- pues forma parte del gran cuerpo
lado en el que el intelectual que se pensante que es, en palabras de
hace llamar de izquierdas ha olvi- Ismael Viñas, el intelectual colec-
dado sus orígenes y ha renunciado tivo. Éste último es el que le pro-
a su experiencia comunitaria a porciona las claves para un análi-
cambio de la seguridad que supo- sis pragmático de la realidad polí-
ne recibir el reconocimiento del tica, social y económica del país.
sistema establecido. Esta práctica En este contexto, la actividad
discursiva se alimenta del mito; intelectual ya no se puede enten-
hace prevalecer el culto a la per- der de forma privada o elitizada,
sonalidad del intelectual como pues el trabajo del pensador se
figura que está en posesión de la nutre de la comunidad y ha de

Anterior Inicio Siguiente


305

volver a ésta, lo que le lleva a usarmuy alto nivel alcanzado por él en


la lengua de forma actualizada y el castellano culto). Por sus estu-
adecuada a la realidad social que dios sería más bien antropólogo,
trata. Y en esa preocupación por el pero desde muy temprano se espe-
uso y el valor de la palabra se cializó en lingüística, particular-
revela la tuerza ética de lo que la mente en etnolingüística. Desde
autora llama el discurso crítico, 1969 reside en Colombia, donde
entendiendo ética aquí como la ha sido, hasta su jubilación, profe-
necesidad por parte del intelectual sor titular de la institución editora.
de encontrar una coherencia entre La misma universidad ha editado,
su palabra y su acción. en versión corregida, la obra prin-
Ismael Viñas. Ideografía de un cipal de Hasier, que es la dedicada
mestizo ofrece un penetrante estu- a la fonética y la fonología (fone-
dio sobre el papel que han desem- mática, como él prefiere llamar-
peñado los intelectuales de la); se trata de páginas brillantes
izquierda en los procesos históri- por su orientación didáctica, la
cos de la Argentina del último inteligencia de los ejercicios pro-
siglo. Más allá de posicionamien- puestos y la base eminentemente
tos ideológicos y de anécdotas empírica (trabajo de campo en
biográficas, la autora consigue una serie de lenguas amerindias).
abrir camino hacia la reflexión El presente libro es una compi-
sociológica, interpretando la acti- lación de trabajos anteriores,
vidad intelectual del ideografiado algunos publicados y otros inédi-
a partir de las corrientes culturalestos. El que da el título al libro es
que han ido conformando desde el fruto de la observación y el estu-
siglo XV los discursos y las prác- dio de un lenguaje silbado en
ticas políticas en América Latina. varios lugares de México, por
ejemplo en la Huasteca, en pue-
Rocío Serrano Cañas blos indígenas de diferentes len-
guas, pero sin que se dé entre las
£1 lenguaje silbado y otros estudios mujeres. El análisis geográfico y
de idiomas, Juan A. Hasier, Cali: fonético permite a Hasier suponer
Universidad del Valle, 2005, 444 pp,que este tipo de lenguaje «fue el
invento de montañeses portadores
Hasier es un lingüista mexica- de un idioma tonal» (22), aunque
no de origen alemán y lengua haya pasado también a pueblos de
materna alemana; en sus escritos lenguas no tonales. Toma en con-
se observan algunas interferencias sideración también el lenguaje sil-
con el alemán (sin desmedro del bado de la isla Gomera (Canarias)
306

y el hecho de que los guanches meridional (chaqueño) y algunas


eran un grupo camitico de raza lenguas mexicanas, como quichua
blanca; en el África negra hay len- asqu y tepehua sq 'u para «perro»,
guas tonales y lenguaje silbado, y o sísi y k'isísi respectivamente
podría haberse dado antiguamente para «hormiga» (91); más ejem-
una relación entre ambos grupos plos en el trabajo 14 (199),
raciales. ampliados con otros del totonaco,
Ya en ese primer trabajo halla- y en el 18 (274 s) con otros del
mos abundantes erratas, al igual tarasco, del maya y del popoluca.
que en el resto del libro, aunque Y con esto llegamos a otro plato
no estorben mucho la lectura. En fuerte de la compilación: el estu-
el segundo y tercer trabajos sale a dio de los dialectos totonacos (tra-
relucir otra característica de Has- bajos 13 y 14), con el caso espe-
ler: el sarcasmo, por ejemplo cial del tepehua (trabajo 15),
cuando llama «neocastellano panorama completado con una
pampeano» al castellano argenti- introducción a la dialectología
no (39 n) y «vomitivo lenguaje nahua (trabajo 16) y reconstruc-
Engeldeutsch» al de los periodis- ciones matlatzincaocuiltecas (tra-
tas alemanes con gustos anglicis- bajo 17).
tas (42 n); en otros casos recurre Siguen varios escritos sobre
simplemente al humor, por ejem- lenguas amerindias meridionales:
plo al tratar de la «pereza articula- uno sobre topónimos mapuches
toria» (49) de los chilenos, por (trabajo 19) y varios sobre el que-
aquello del sáao «sábado» y la chua (trabajo 20 que complemen-
clase chaajaora «trabajadora». ta el 3, más 21 sobre los dialectos
Mucho más importante es su y 22 sobre el quichua meridional).
constatación de que el habla chile- Una curiosidad en el conjunto es
na capitalina contiene muy pocos el vocabulario etimológico de los
mapuchismos pero numerosos gitanos viajos bolocok (trabajo
quechuismos (trabajo 3) y la 23). Prescindiendo de las ocho
denuncia del mal uso de la prepo- reseñas M final M libro, los traba-
sición a (trabajo 6). En todos los jos de investigación terminan con
casos impresiona la cantidad de un grupo de escritos relativos a la
datos recopilados por él mismo en fonética y su trascripción. Buena
distintos países, regiones y clases parte de ello ya estaba publicado
sociales. en otras partes, incluidos los
Impresionantes son, asimismo, libros mencionados al comienzo,
las similitudes de zoónimos que pero el especialista tendrá el pla-
halla Hasler entre el quichua cer de poder leer ahora el total en
307

una sola obra más accesible, elo- editorial brasileña que pidió a
giable labor editorial (si prescin- Padura participar en una serie de
dimos de las erratas no suprimi- novelas escritas por diferentes
das) de la Universidad del Valle. autores llamada Literatura o
muerte -está protagonizada por el
Agustín Seguí desencantado policía Mario
Conde que ha tomado la determi-
nación de abandonar el cuerpo
para dedicarse a la compra-venta
de libros- un oficio que se puso
Adiós, Hemingway, Leonardo de moda en la Cuba postsoviética
Padura, Tusquets, Barcelona, 2006, y que, además, se aviene muy
190 pp. bien con el personaje y su pasión
por la literatura- A partir de la
Leonardo Padura (La Habana, reinterpretación de la biografía de
1955), practica un tipo de novela Hemingway y de la aparición de
neopolicial, urbana, crítica y con un cadáver asesinado entre 1957 y
un intenso fondo social que busca 1960 en la casa habanera que
escudriñar la sociedad a partir de poseyó el escritor norteamerica-
un crimen ya que es éste un géne- no, el autor de Paisaje de otoño,
ro que al colocarnos en el lado se centrará no en quién cometió el
más oscuro de la sociedad permi- crimen sino en por qué alguien
te dejar testimonio de lo que ha mata a otro.
sido y es la realidad cubana. Al no No hay duda de que el hecho
haber en la isla un periodismo que de que Leonardo Padura haya
refleje las contradicciones socia- practicado con anterioridad la
les, este uso que hace Padura de reinterpretación biográfica, con-
un género de larga tradición, cretamente la del escritor José
reviste especial interés. Por otro María Heredia en La novela de mi
lado, el escritor confiesa que lo vida o la de Virgilio Pinera en
que hace es una utilización del Máscaras, le han ayudado a
género policial más que una escri- encontrar los instrumentos nece-
tura del género. Es decir, emplea sarios para la investigación, en
recursos, formas y estructuras de este caso, de un mito complejo
la novela policíaca. que se construyó en vida su propia
Adiós Hemingway -nueva edi- biografía épica, hacia el que el
ción de un texto publicado en el personaje central tiene sentimien-
año 2001-, además de ser una tos encontrados: admiración
novela escrita por encargo de una como escritor y rechazo como
308

persona por su prepotencia, egoís- La hora azul, Alonso Cueto, Ana-


mo, violencia, por su incompren- grama, Barcelona, 2005, 303 pp.
sión hacia Cuba a pesar de que
vivió en La Habana más de 20 Alonso Cueto, (Lima, 1954),
años, por su vanidad, machismo e se centra, de nuevo, en esta nove-
incapacidad para reconciliarse la en la inmediatez histórica
consigo mismo. Padura humaniza peruana más conflictiva: la guerra
la figura de Hemingway al cen- contra Sendero Luminoso en los
trarse en un Hemingway enfermo, años 90. De nuevo, también, hay
cansado y envejecido prematura- una historia real que le contó el
mente que ya no puede beber, escritor peruano Ricardo Uceda,
cazar ni, casi, escribir. Le intere- sobre un militar asesino que se
san sus miedos y obsesiones. encapricha de una de las mujeres
Conde quiere aprovechar la inves- que tortura y viola durante la
tigación para conocer mejor a época mencionada y acaba ena-
Hemingway y así entender su sui- morándose de ella. Impresionado
cidio. A este policía, que es un por el relato, el autor de El tigre
borracho, pero no un hombre blanco, decide trasladarse al lugar
corrupto y que no está con el de los hechos con el fin de inves-
poder y el orden, le impulsará, la tigar, documentarse, hablar con
fascinación romántica que siente los sobrevivientes y fotografiar
hacia La Habana de los años 50. los lugares. Lo que destaca en esta
Hay una ficción absoluta respecto novela es la habilidad con la que
a lo que ocurrió la noche del 2 al está construido el abogado Orma-
3 de octubre de 1958, así como de che que, a raíz del fallecimiento
lo que fue la realidad de Heming- de su padre y el contacto con su
way en aquellos momentos. hermano Rubén, descubrirá que
La agilidad estilística, la capa- aquél estuvo a cargo de un cuartel
cidad para inquietar a partir de y era el encargado de ordenar las
objetos, así como para sugerir el torturas y violaciones a las prisio-
infierno interior que estaba pade- neras bajo su cargo. El descubri-
ciendo el autor de El viejo y el miento, buscado por el protago-
mar en los días previos a su muer- nista hasta las últimas consecuen-
te, funcionan con la misma efica- cias, deí sórdido pasado paterno,
cia que novelas anteriores y justi- así como la incomprensión de la
fican que Leonardo Padura obtu- irracionalidad gratuita, desmorona-
viera el premio Hammett a pesar rá las convicciones de este abogado
de que el escritor cubano use el asentado en una dulce y sofisticada
género «falsamente». monotonía y en una existencia

Anterior Inicio Siguiente


309

segura y estable gracias al éxito sensación de impotencia para


profesional y al equilibrio en su cambiar la realidad, pero saber
matrimonio. que hay tortura y muerte puede
Adrián Ormache, lejos de huir avergonzamos, recordamos que
de lo que va descubriendo, reali- no hay que olvidar y hacer que
zará una pesquisa detectivesca nos preguntemos: ¿cuál es el lími-
que dará solución al enigma. Una te del horror?
pesquisa inteligentemente cons- Ante tanta barbarie real relata-
truida -no en vano el autor de da sorprende el estilo frío, funcio-
Grandes miradas fue guionista de nal elegido por el autor más pro-
un serie policial peruana- que le pio de un relato objetivo periodís-
conducirá a un viaje interior catár- tico o, quizás, de la certidumbre
tico. De esta manera las clases de que el horror difícilmente
sociales más desfavorecidas, pueda ser estético.
inexistentes para él, ahora no sólo
adquirirán presencia, sino que se
identificará con ellas y le harán
conocer sentimientos nuevos
como el amor, la compasión y la El rufián moldavo, Edgardo Coza-
solidaridad. La dureza del descu- rinsky, Seix Barral, Barcelona, 2006,
brimiento, esto es lo interesante 159 pp.
del personaje, no le hace renun-
ciar a la búsqueda de lo qué real- Esta primera novela de Edgar-
mente sucedió. Con una valentía do Cozarinsky -Buenos Aires,
admirable, Ormache persigue su 1939- demuestra la destreza
objetivo hasta que todo se le reve- narrativa de este atípico escritor y
la. Cueto al reflexionar sobre la cineasta, agudo observador, debi-
adicción que crea la tortura, pien- do, quizás, a ser un viajero incan-
sa que el horror es una vía de sable, especialista en descubrir lo
conocimiento hacia el otro lado de que otros no perciben. Se radicó
los seres humanos, es una fuente en Francia en 1974 en donde vivió
de revelación de lo fundamental 25 años, hasta que en 1999 deci-
del ser humano. Los sobrevivien- dió regresar a Argentina y alternar
tes al horror son los únicos «habi- su residencia entre estas dos
tantes de la vida» y así son recor- naciones. Confiesa que este retor-
dados. De nuevo Perú como espa- no al lugar de origen se debió al
cio dividido y cercado, viviendo hecho de que en Buenos Aires
permanentemente en un estado de encuentra el yo que hubiera podi-
fractura social. Sí prevalece una do ser de haberse quedado. Reco-
310

noce que Francia le ha dado lo dan a Granadero convirtiéndose en


que puede ofrecer un supermerca- un espacio en el que se podía dis-
do de la cultura, éxito -hay que frutar de lo prohibido, de lo ilegal
recordar que fueron Susan Sotang y marginal. La novela está llena de
y Guillermo Cabrera Infante quie- rufianes judíos y sinagogas falsas,
nes prologaron entusiásticamente a la vez que contiene una mirada
Vudú urbano- mientras que crítica sobre el papel de la mujer
Argentina le ha proporcionado los considerada en la tradición judía
primeros olores, los primeros como mercancía, lo cual hizo
sabores, las primeras felicidades temer al autor que fuera considera-
y, también, las primeras humilla- da como una novela antisemita por
ciones. En definitiva, todo lo que recordar, además, el papel que una
nutre su trabajo creativo. De parte de la comunidad judía tuvo
hecho sostiene: «Cuando sueño en la trata de blancas.
nunca estoy en el otro lado, estoy Interesado, sobre todo, en la
siempre en Buenos Aires ... Al tarea de montaje, en lo que él
peronismo le debo mi escepticis- denomina «carpintería artesanal
mo muy temprano, que se fue para crear un efecto de interés o
haciendo medular». inquietud» -algo plenamente
El rufián moldavo, tiene la logrado en el libro que comenta-
peculiaridad de que en su brevedad mos-, hay que decir, que la aso-
se aunan tres historias: la prostitu- ciación libre es la base del trabajo
ción controlada por proxenetas del autor de La novia de Odessa,
judíos, el teatro idish en Argentina así como la observación del
y el tango. Es la primera, la que pequeño detalle a partir del cual
desencadena todo lo que ocurre. construye la historia. Como afir-
De hecho, Cozarinsky investigará ma: «Me interesa el momento en
la historia de la prostitución en que alguien se encuentra en peli-
Rosario y Granadero Baigorria gro físico o sentimental y mostrar
para «documentar» su novela. Es cómo sale de eso». Cozarinsky
en Granadero donde encontrará el muestra un especial mimo estilís-
último rastro de trata de blancas en tico quizás porque no olvida que
manos judías. Lo que le fascinó de la literatura le salvó la vida cuan-
este espacio fue que durante los do tenía 60 años y una enferme-
años 20 y 30 se transformará en un dad le acercó, por primera vez, a
famoso lugar de juego y prostitu- la muerte y a la escritura. Además,
ción ya que las campañas de mora- del hecho de estar convencido de
lización acabaron con las dos en que la creación literaria nace del
Rosario debido a lo cual se trasla- deseo insatisfecho.
311

La invasión, Ignacio Solares, Alfa- de agresividad pasiva, de impo-


guara, México, 2005, 298 pp. tencia para analizar el significado
de lo sucedido puesto que confi-
Ignacio Solares -Ciudad Juá- guró la identidad nacional mexi-
rez, Chihuahua, 1945- retorna, de cana. Pero lo que, sobre todo,
nuevo, una de sus obsesiones condena Solares es el olvido y el
temáticas: la historia de México, silencio hacia uno de los momen-
para ofrecernos el relato de uno de tos más significativos de la histo-
los momentos más trágicos, ria de México ya que ello ha pro-
menos estudiado y novelado de vocado que este país sea para sus
este país: la invasión norteameri- ciudadanos «un laberinto, un
cana -de ahí el explícito título- a monstruo sin rostro».
México en 1847 y que obligó en Esta novela también se centra
1848 a la firma del Tratado de en la vida cotidiana, a la vez que
Guadalupe por el que México en la biografía colectiva de un
cedía Texas, Nuevo México y país al adentrarse, precisamente,
Nueva California, más de la mitad en el interior de los individuos
del suelo mexicano, a Estados que vivieron los acontecimientos
Unidos. que se cuentan. Será Abelardo,
El antinorteamericanismo de anciano, el encargado de relatar
esta novela, también presente en desde la paz en la que vive bajo
las citas de escritores liberales del el mandato de Porfirio, la des-
XIX que abren cada capítulo, es honra de la invasión. Junto a la
de gran actualidad si se recuerdan guerra Abelardo recordará el
otras intervenciones militares de amor que no atenuará la indigni-
Estados Unidos más recientes dad histórica. Hay que recordar
como la de Cuba, Vietnam o Irak. que el autor de Columbus duran-
Si el autor de El sitio es implaca- te su infancia vivió las humilla-
ble con el invasor, también lo es ciones a que eran sometidos los
con su país al denunciar la incapa- mexicanos que cruzaban la fron-
cidad de México para elegir tera. Su conocimiento de la opu-
gobernantes adecuados que apro- lencia del Paso y la marginación
vechen las enormes posibilidades y pobreza de su ciudad natal
de cultura, riquezas naturales y quedan presentes en estas pági-
potencial humano. Lo más intere- nas. Abelardo escribe la crónica
sante de esta doble perspectiva como catarsis ante el dolor que
será el rechazo del novelista a la le produce el recuerdo. Actitud
actitud que México mantuvo, que tiene que ver con el concep-
durante el periodo que se novela, to que el escritor tiene de la
312

escritura: «La literatura tiene esta novela de encuentro con la


que ver más con la infelicidad historia que alerta contra el peli-
que con la dicha. La escritura gro del olvido, así como de la
está relacionada directamente necesidad de recurrir, a veces, al
con la frustración. Escribir es un fatalismo para contar la historia
reflejo de la desesperación per- con objetividad.
sonal. El escritor está profunda-
mente a disgusto con su realidad.
Sólo a partir de ello concibo la
creación literaria. Huyo de mis
libros como el asesino del lugar Abril rojo, Santiago Roncagliolo,
del crimen y recuerdo su compo- Alfaguara, 2006, Madrid, 328 pp.
sición como un proceso profun-
damente doloroso. Cuando me Parece que la literatura peruana,
pongo a escribir trato de termi- menos conocida que la de otros
nar lo más pronto posible para países del continente latinoameri-
salir de eso». cano, inicia una etapa más allá de
Ignacio Solares expone todas su frontera geográfica, como lo
las contradicciones del momento: atestigua la curiosa coincidencia
heroísmo-cobardía; crueldad-soli- de que en este 2006 tres novelistas
daridad; sumisión-rebeldía; gue- peruanos hayan ganado diferentes
rra-amor; la arrogancia del discur- premios españoles: Alonso Cueto,
so en inglés -la fuerza del caste- el Anagrama; Santiago Roncaglio-
llano; libertad- esclavitud. lo -objeto de esta reseña- el Alfa-
La potencia estilística de las guara y Jaime Bayly, el finalista
descripciones bascula en la elec- del Planeta. El autor de Abril rojo
ción del sustantivo y del verbo y -Lima, 1975- explica este hecho
en una actitud ante el acto creati- afirmando que Perú es un país tan
vo: «El artista pasa por momentos delirante que es perfecto para
en que observa, en que se ve fin- narrar ya que «(...) a poco que
gir. Lo mejor es escribir como sin cuentes lo que ocurre sin demasia-
darnos cuenta, como en un sueño, das faltas de ortografía, ya tienes
sin el papel del escritor que está una gran novela». Y eso es Abril
escribiendo, porque esa es la rojo, además de un relato -ambien-
trampa, esa es la careta. Sólo tado en el 2000- que incide en la
cuando el escritor es libre es cuan- crisis perpetua de Perú y que no
do respiran sus sueños acumula- termina de recuperarse de lo suce-
dos». Hay que destacar la valentía dido en los años 80 pues a lo largo
de Ignacio Solares por escribir de sus páginas el fantasma de Sen-

Anterior Inicio Siguiente


313

dero Luminoso está presente a sos e inservibles que omiten toda


pesar de que ha sido oficialmente la información relevante, así como
derrotado. la connivencia de la Iglesia con el
El protagonista, un ingenuo, poder.
legalista y escrupuloso fiscal que La ambientación de la novela
cree en la justicia, además de estar en la Semana Santa de Ayacucho
convencido de que las institucio- -nombre que significa «el rincón
nes funcionan eficazmente, es el de los muertos»- que ha sido fron-
encargado de descubrir a un asesi- tera de todas las guerras y en
no en serie, en medio de militares donde se celebra la muerte es de lo
corruptos que utilizan procedi- más adecuada ya que contribuye,
mientos ilegales para conseguir debido a su ritual sangriento, a
sus objetivos. A pesar de los obs- acentuar el lado siniestro y trucu-
táculos que encuentra para realizar lento de lo narrado. Demoledora
su investigación, su celo profesio- novela negra, política y social que
nal le impedirá abandonar y ceder nos aproxima a un trauma colecti-
en un rigor que lleva hasta sus vo aparentemente superado. El
informes escritos con una cuidada hecho de que sean reales tanto los
sintaxis. A medida que descubre el métodos de ataque senderistas, las
horror de lo que está pasando se estrategias contrasubversivas,
producirá en él una transforma- como la descripción de la Semana
ción psicológica y una mayor ten- Santa ayacuchana y que, por otro
sión narrativa ya que el humor ini- lado, el autor se haya basado en
cial cederá paso a la violencia. Lo documentos senderistas y declara-
que vive el fiscal es el mismo pro- ciones de funcionarios de las Fuer-
ceso que padeció el autor cuando zas Armadas del Perú, se debe al
en 1999, trabajando en Perú en la método de trabajo de Roncagliolo
Oficina de Derechos Humanos, al que, normalmente, transfigura
investigar sobre los desaparecidos, experiencias reales porque, como
descubre el horror. Roncagliolo él mismo sostiene, siempre que se
censura tanto la barbarie de Sen- escribe hay que convencer que lo
dero Luminoso como la llevada a narrado es real, sobre todo, en este
cabo por la guerra contrarrevolu- mundo cada vez más escéptico.
cionaria con sus fosas comunes, Su lenguaje neutral de enorme
sus irregularidades en los procedi- eficacia expresiva, con muy pocos
mientos policiales, la violencia en peruanismos y alguna mención al
las cárceles -controladas por mili- quechua, es de lectura vertiginosa.
tares en lugar de funcionarios-
contra los terroristas, informes fal- Milagros Sánchez Arnosi
314

El fondo < la maleta


Los espejos Rembrandt

Entre el 22 de marzo y el 11 de o señala que toda imagen es, vista


junio se pudo recorrer en la de cerca, abstracta. Lo hicieron,
Biblioteca Nacional de Madrid tras él, Goya y su perro asomado a
una exposición compuesta de 146 un plano abstracto de conmovidos
grabados, un libro y un par de amarillos, y Turner, dispersando
planchas de cobre debidos a la en manchas de acuarela sus inten-
mano de Rembrandt Las piezas tos de paisaje. Todo irá a prolife-
fueron cedidas por la institución rar en las mínimas huellas hormi-
homónima de París. Pocas mues- gueantes de Monet y su jardín
tras pueden recoger la huella japonés.
manual de un artista como ésta, ya En estos espejos barrocos,
que el holandés solía él mismo Rembrandt ha dejado incontables
dibujar directamente sobre el autorretratos. Tantos, que no es
cobre y luego, imprimir sus series posible imaginar su rostro. A
de imágenes. veces aparece como un apacible
En la penumbra protectora, con burgués de Amsterdam, compues-
algo de reunión subterránea y to y seguro de su lugar en el
secreta, la pequenez de las imáge- mundo, al menos en su mundo, en
nes obligaba a los visitantes a su casa. Otras, disfrazado de per-
aproximarse mucho a las obras. A sonaje oriental en una ópera de
veces se las examinaba con una Haendel. Otras, razonable artesa-
lupa. Entonces podía advertirse, no que empuña punzones y buri-
en la densidad barroca de las imá- les. Otras, loco frenético, acaso
genes, el trazo nervioso e insisten- asombrado ante la locura del
te del grabador, la disolución de mundo y capaz de descifrarla
todo objeto en una trama temblo- desde su propio frenesí, como
rosa, reflejo acuático de objetos Lear, Don Quijote o Hamlet.
ausentes. Ciertamente, el barroco Joven, maduro, viejo, solo o en
ha jugado con esta reflexión, en pareja con una modelo anónima o
ocasiones doble, de un mundo la apetitosa Saskia, su segunda
objetal descentrado y poroso. mujer, Rembrandt tiene todas las
Rembrandt anuncia la abstracción caras de la humanidad y ninguna
315

estrictamente propia. Nos propone reflejos de reflejos, trazos de tra-


ajustamos a nuestra identidad, es zos, fugacidad de rostros en una
decir a un cuarto de espejos donde lámina de pergamino que fue de
las miradas ajenas -los paseantes cobre que fue de tinta que fue
madrileños de esta primavera, por mano inquieta y ojo atento, capaz
ejemplo- nos deshabitan a la vez de volver a mirarse, a miramos, a
que nos descubren, como en el dejarse mirar, en la convulsa
verso de Octavio Paz. Eso somos: superficie aguada del tiempo.

Plano del fuerte de San Marcos, Florida


316

Colaboradores

TOMÁS ABRAHAM: Escritor argentino (Buenos Aires)


RICARDO BADA: Periodista y crítico español (Colonia, Alemania)
FLORENCIA BARCINO BOTTA: Arquitecta argentina (Buenos Aires)
BLANCA BRAVO: Crítica y ensayista española (Barcelona)
VÍCTOR CARREÑO: Escritor venezolano (Maracaibo)
WlLFRiDO H. CORRAL: Escritor ecuatoriano (Davis, California)
CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL: Escritor mexicano (México DF)
CARLOS ESPINOSA DOMÍNGUEZ: Escritor cubano (Nueva York)
AMPARO GÓMEZ-PALLETE RIVAS: Arquitecta española (AECI, Madrid)
JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ: Crítico literario español (Madrid)
GUSTAVO GUERRERO: Escritor venezolano (París)
ERNESTO HERNÁNDEZ BUSTO: Escritor cubano (Barcelona)
JOAQUÍN IBÁNEZ MONTOYA: Arquitecto español (Madrid)
GABRIEL INSAUSTI: Escritor español (San Sebastián)
JERÓNIMO LÓPEZ Mozo: Dramaturgo español (Madrid)
MIGUEL MANRIQUE: Escritor colombiano (Madrid)
JAVIER MARTÍNEZ CONTRERAS: Escritor español (Bilbao)
EDUARDO MOGA: Escritor español (Barcelona)
MILITA MOLINA: Crítica literaria argentina (Buenos Aires)
CARLOS JAVIER MORALES: Escritor español (Madrid)
GASPAR MUÑOZ COSME: Arquitecto español (Valencia)
ULISES MUSCHIETTI: Crítico y ensayista argentino (Buenos Aires)
LUIS RAFAEL: Escritor cubano (Madrid)
ANA RODRÍGUEZ FISCHER: Crítica y ensayista española (Barcelona)
GONZALO ROJAS: Poeta chileno (Chillan, Chile)
MILAGROS SÁNCHEZ ARNOSI: Crítica literaria española (Madrid)
ROLANDO SÁNCHEZ MEJÍA: Escritor cubano (Barcelona)
JUAN JOSÉ SEBRELI: Escritor argentino (Buenos Aires)
AGUSTÍN SEGUÍ: Historiador argentino (Saarbrücken)
ROCÍO SERRANO: Crítica literaria española (Madrid)
SAMUEL SERRANO: Escritor colombiano (Madrid)
JOSÉ TERUEL: Crítico literario español (Madrid)
CONSUELO TRIVPÑO: Escritora colombiana (Madrid)
LEONARDO VALENCIA: Escritor ecuatoriano (Barcelona)
FERNANDO VELA Cossío: Arquitecto español (Madrid)
Luis DE VILLANUEVA DOMPNGUEZ: Arquitecto español (Madrid)

Anterior Inicio Siguiente


Instituto Internacional de
Literatura Iberoamericana
^ pe LJTS

Revista Iberoamericana
Directora de Publicaciones
MABEL MORANA

Secretario Tesorero
BOBBY J. CHAMBERLAIN

Suscripción anual

Socios USS 65.00


Socio Protector U$S 90.00
Institución USS 100.00
Institución Protectora U$S 120.00
Estudiante USS 30.00
Profesor Jubilado USS 40.00
Socio Latinoamérica U$S 40.00
Institución Latinoamérica USS 50.00

Los socios del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana reciben la Revista


Iberoamericana y toda la información referente a la organización de los congresos.

Los socios protectores del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana reciben la Revista
Iberoamericana, todas las publicaciones y la información referente a la organización de los congresos.

INSTITUTO INTERNACIONAL DE LITERATURA IBEROAMERICANA


Revista Iberoamericana
1312 Cathedral of Learning
University of Pittsburgh
Pittsburgh, PA 15260
Tel. (412) 624-5246 * Fax (412) 624-0829
üü+(2¡pití.edu * http://www.pitt.edu/~iili
vi

Revista de Occidente
Revista mensual fundada en 1923 por
José Ortega y Gasset

leer, pensar, saber


j. t. fraser • maría zambrano • umberto eco • james
buchanan • jena-frangois lyotard • george steiner •julio
caro baroja • raymond carr • norbert elias • julio Cortázar
• gianni vattimo • j . I. lópez aranguren • georg simmel •
georges duby • Javier muguerza • naguib mahfuz • susan
sontag • mijail bajtin • ángel gonzález • jürgen habermas
• a. j. greimas • juan benet • richard rorty • paúl ricoeur
•mario bunge • pierre bourdieu #isaiah berlin • michel
maffesoli • claude lévi-strauss • octavio paz • jean
baudrillard • iris murdoch * rafaet alberti * jacques
derrida • ramón carande • robert darnton • rosa chacel

Edita: Fundación José Ortega y Gasset


Fortuny, 53, 28010 Madrid. Tel. 410 44 12

Distribuye: Comercial Atheneum


Rufino González, 26. 28037 Madrid. Tel. 754 20 62
CUADERNOS
HISPANOAMERICANOS
LOS DOSSIERS TEMÁTICOS

559 Enero 1997 Vicente Aleixandre 593 Nov. El cine español actual
560 Febrero Modernismo y fin del siglo 594 Dic. ' El breve siglo XX
561 Marzo La crítica de arte 595 Ene. 2000 Escritores en Barcelona
562 Abril Marcel Proust 596 Feb. Inteligencia artificial y reali-
563 Mayo Severo Sarduy dad virtual
564 Junio El libro español 597 Mar. Religiones populares ameri-
565/66 Jul/Ag José Bianco canas
567 Sept. Josep Pía 598 Abr. Machado de Assis
568 Octubre Imagen y letra 599 May. Literatura gallega actual
569 Novi. Aspectos del psicoanálisis 600 Jun. José Ángel Valente
570 Dic. Español/Portugués 601/2 Jul.Ag.' Aspectos de la cultura brasi-
571 Enr. 98 Stéphane Mallarmé leña
El mercado del arte 603 Sep. Luis Buñuel
572 Feb.
604 Oct. ' Narrativa hispanoamericana
573 Mar. La ciudad española actual
Mario Vargas Llosa en España
574 Abr.
605 Nov. ' Carlos V
575 May. José Luis Cuevas
606 Dic. Eca de Queiroz
576 Jun. La traducción
607 Ene. 2001 William Blake
577/78 Ju/Ag. El 98 visto desde América
608 Feb. ' Arte conceptual en España
579 Sep. La narrativa española actual
609 Mar. ' Juan Benet y Bioy Casares
580 Oct. Felipe II y su tiempo
610 Abr. ' Aspectos de la cultura colom
581 Nov. El fútbol y las artes
biana
582 Dic. Pensamiento político español
611 May. Literatura catalana actual
583 Ene. 99 El coleccionismo
612 Jun. La televisión
584 Feb. Las bibliotecas públicas 613/14 Jul/Ag Leopoldo Alas «Clarín»
585 Mar. Cien años de Borges 615 Sep. Cuba: independencia y en-
586 Abr. Humboldt en América mienda
587 May. Toros y letras 616 Oct. ' Aspectos de la cultura vene-
588 Jun. Poesía hispanoamericana zolana
589/90 Jl.Ag Eugenio d'Ors 617 Nov. ' Memorias de infancia y ju-
591 Sep. El diseño en España ventud
592 Oct. El teatro español contempo- 618 Dic. ' Revistas culturales en espa-
ráneo ñol
CUADERNOS
HISPANOAMERICANOS
Boletín de suscripción
Don
con residencia en
calle de , núm se suscribe a la
Revista CUADERNOS HISPANOAMERICANOS por el tiempo de
a partir del número , cuyo importe de se compromete
a pagar mediante talón bancario a nombre de CUADERNOS HISPANOAMERICANOS.
de de 2004
El suscriptor

Remítase la Revista a la siguiente dirección

Precios de suscripción
Euros
España Un año (doce números) 52 €
Ejemplar suelto 5€
Correo ordinario Correo aéreo

Europa Un año 109 € 151€


Ejemplar suelto 10 € 13 €
Iberoamérica Un año 90 $ 150$
Ejemplar suelto 8,5$ 14$
USA Un año 100 $ 170$
Ejemplar suelto 9 $ 15$
Asia Un año 105 $ 200$
Ejemplar suelto 9,5$ 16$

Pedidos y correspondencia:
Administración de CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Agencia Española de Cooperación Internacional
Avda. de los Reyes Católicos, 4. Ciudad Universitaria
28040 MADRID. España, Teléfono 583 83 96
Próximamente:

Aspectos de la cultura ecuatoriana

Mario Campaña
José Juncosa
Esperanza Bielsa Mialet
Jorge Dávila Vázquez
Jorge Martillo Monserrate
Miguel Donoso Pareja

0 * - AGENCIA ESPAÑOLA
DE COOPERACIÓN
z INTERNACIONAL

X MINISTERIO
% DE ASUNTOS EXTERIORES DE RELACIONES
A Y DE COOPERACIÓN CULTURALES Y CIENTÍFICAS

Anterior Inicio

También podría gustarte