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La Iglesia Samaritana en Salida. Anuncia y Diálogo. Tomichá-Cerviño PDF
La Iglesia Samaritana en Salida. Anuncia y Diálogo. Tomichá-Cerviño PDF
La Iglesia Samaritana en Salida. Anuncia y Diálogo. Tomichá-Cerviño PDF
Publicado en: Equipo Antropología Trinitaria, Hacia una cultura del encuentro. Para
una pastoral ene clave trinitaria, Bogotá, CELAM, 2019.
En palabras del Papa Francisco, «la salida misionera es el paradigma de toda obra
de la Iglesia.» (EG 15), es decir, en su expresión y comunicación a las/os demás (“obra”)
se juega y manifiesta su propia razón de ser o credibilidad. Al igual que la mujer
samaritana del evangelio de Juan, quien después de haber sido impactada con profundidad
por Jesús salió para compartir su experiencia existencial, también la comunidad creyente
(cada cristiana/o en concreto) debe dejar de ser autorreferencial para salir a los caminos,
deber saber “primerear”, salir a las periferias socioculturales, existenciales, humanas (cf.
EG 30, 46): «ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar
a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (EG 24).
Se trata pues de optar por los últimos, de incluir fraternalmente a quienes «la sociedad
descarta y desecha» (EG 195): «Los excluidos no son “explotados” sino desechos,
“sobrantes”» (EG 53). Para ello se requiere coraje, audacia, parresía, Espíritu (cf. EG
259).
Por su parte, el Papa Francisco recuerda que la estrecha relación entre misión y
arraigo a un contexto, situación, terruño, no necesariamente geográfico, pero siempre en
sintonía con la «historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante» (EG 13). Desde
muchos pueblos del Abya Yala (afrodescendientes, indígenas-originarios, mestizos con
1
V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe. Documento de Aparecida (DA),
cuarta redacción aprobada el 31.05.2007, n. 96; subrayado nuestro. En la versión oficial la expresión
“mirada colonial con respecto a […]” es cambiada por “una cierta mirada de menor respeto acerca de […]”
(DA 96).
herencias afro-indígenas, entre otros), tal “historia viva” es generalmente humano-
cósmica, centrada en la vida que no se limita a los seres humanos, pues todo cuanto existe
tiene vida y está vivo. De allí la expresión en lenguas originarias como suma qamaña
(aymara), sumajkawsay (quechua o kichua), ñandereko (guaraní), o simplemente “buen
vivir” o, mejor todavía, “buen convivir”, en español. En todo caso es una historia de con-
vivencia entre los pueblos, a partir de sus propias tradiciones ancestrales y saberes
integradores, que les ha permitido todavía ser “pueblos” superando las diversas
colonizaciones y colonialidades, como se dirá más adelante.
En todo caso, por ejemplo, como expresa el Documento Preparatorio para el
sínodo amazónico,
Para los pueblos indígenas de la Amazonía, el “buen vivir” existe cuando están en
comunión con las otras personas, con el mundo, con los seres de su entorno, y con
el Creador. Los pueblos indígenas, en efecto, viven dentro de la casa que Dios
mismo creó y les dio como regalo: la Tierra. Sus diversas espiritualidades y
creencias, los motivan a vivir una comunión con la tierra, el agua, los árboles, los
animales, con el día y la noche. (DPSA, I.6)
Volviendo al texto del Papa Francisco, tal “historia” es “viva” o permanece viva,
cuando se recrea, actualiza y proyecta a través de la “memoria integral” que implica todas
las dimensiones de vida comunitaria (Iglesia) en sus expresiones kerigmático-doctrinales,
litúrgico-celebrativas, ético-testimoniales y organizacionales-ministeriales. En tal
sentido, toda comunidad cristiana – y todo creyente, por supuesto – ha de ser siempre
“memoriosa” (EG 13) y lucha por una sociedad entera también justa, memoriosa e
inclusiva (EG 239). Como el mismo Francisco señalaba en el Paraguay:
Un pueblo que olvida su pasado, su historia, sus raíces, no tiene futuro. La
memoria, asentada firmemente sobre la justicia, alejada de sentimientos de
venganza y de odio, transforma el pasado en fuente de inspiración para construir
un futuro de convivencia y armonía. 2
Por tanto, existe mutua implicación entre memoria eclesial y memoria social, pues
ambas promueven y luchan por un entorno justo, fraterno y armonioso. En este caminar,
la Iglesia recrea su tradición de vida ancestral, hace memoria recreando en el presente sus
raíces bíblicas y su rica sabiduría comunitaria especialmente – no sólo– de los primeros
siglos de cristianismo. Teniendo esto presente, se entiende mejor tal vez el texto de
Francisco: «La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar
2 Papa Francisco, Discurso en el encuentro con las autoridades y el cuerpo diplomático en el Jardín del
Palacio de López. Asunción, 10 de julio de 2015, en: http://w2.vatican.va […], 20.03.2016.
«deuteronómica», en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como
memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc
22,19)» (EG 13).
Por tanto, la “memoria cotidiana”, que es celebrativa-eucarística, permite a la
memoria eclesial seguir sintonizando con la memoria social, comunitaria, antropológico-
cultural, para que «nuestros pueblos tengan vida» en Cristo Resucitado (cf. Jn 10,10; DA),
Segunda Persona de la Trinidad, Señor del Cosmos, Ancestro de los ancestros que viven
y acompañan el caminar de los pueblos. De allí que un criterio de vida de una auténtica
memoria cotidiana sea precisamente aquella sintonía concreta con el caminar de los
pueblos más excluidos y descartados y con la situación de «hermana nuestra madre tierra»
(LS 1).
En el mismo texto citado del Papa Francisco aparece otro rasgo de la memoria
muy importante en el estilo de vida de una Iglesia que pretende ser “samaritana” y es la
relación entre evangelización-anuncio de la buena noticia y alegría-gratitud.
La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria
agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el
momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn
1,39) (EG 13)
Por tanto, la Iglesia (las/os seguidoras/os del proyecto de vida del Jesús histórico-
terreno convertido en Cristo, Hijo de Dios) aún – o con precisión – en situaciones de
contrastes, persecuciones o escándalos internos, es capaz de dar gracias por la vida o por
aquellas “sanaciones” diarias experimentadas en el propio seno eclesial, “sanaciones” que
pueden ser heridas en proceso de cicatrización. Aquí vuelve la imagen del samaritano del
evangelio de Lucas que vuelve a Jesús para darle gracias.
En síntesis, una Iglesia samaritana precisa incorporar en su seno todos los saberes
ancestrales que pueden enriquecer y recrear su memoria plural para que pueda ser cada
vez inclusiva de forma existencial. La ancestralidad vivida por los pueblos originarios,
afrodescendientes, mestizos, entre otros, son portadores de mucha sabiduría latente. En
este sentido, el Papa Francisco expresaba al clero, religiosas y religiosos en 2015: «No
caigan en el Alzheimer espiritual, no pierdan la memoria […] No te olvides de la fe que
tenía tu abuela y tu madre. Es decir: no te olvides de donde te sacaron, no te olvides de
tus raíces, no te sientas promovido»3.
3Papa Francisco, Encuentro con el clero, religiosos, religiosas y seminaristas. Santuario nacional
mariano de El Quinche, Quito, 8.07.2015, en: http://w2.vatican.va […], 20.03.2016.
adquirir, con el pasar del tiempo, las características de una verdadera religión, en el
sentido considerado por la moderna antropología.
A nivel eclesial, en forma particular desde la tradición católica 4, los pueblos
originarios comenzaron a tener una visibilidad y protagonismo en un principio pastoral y
poco después también, teológico. Así nacieron las denominadas “teologías indias”,
indígenas o amerindias, elaboradas a partir de las vivencias ancestrales de los pueblos
originarios que buscaban también explicar su sentido de vida cristiana desde y con sus
propias categorías conceptuales tanto en lenguas originarias como en la lengua común
española o portuguesa. Por cierto, estas teologías - eminentemente comunitarias,
simbólicas y narrativas - surgían de experiencias cristianas vividas por los propios
indígenas quienes, juntamente con sus acompañantes en el caminar de la vida, lograron
aproximarse a lo que el Concilio Vaticano II denomina «iglesias autóctonas» (AG 6). En
el Abya Yala son referentes las experiencias de iglesias autóctonas que se forjaron en las
diócesis de San Cristóbal de Casas (México) y en Riobamba (Ecuador) gracias al impulso
de los obispos Samuel Ruiz y Leonidas Proaño, de manera respectiva, quienes en su
momento histórico supieron afrontar el desafío de gestar no sólo nuevas experiencias
eclesiales que, en el mejor de los casos, sería más de lo mismo (renovación eclesial), sino
que en gran medida promovieron un cristianismo desde los saberes y mentalidades
indígenas (nueva creación, re-creación eclesial) articulando las lógicas de los pueblos
originarios con la visión jesuánica-evangélica y siempre a favor de la vida de los todos
pueblos.
Esta intuición puesta en práctica en tales diócesis recuperada, recreada y re-
proyectada como uno de los rasgos de una Iglesia samaritana plural, ha de reflejar no
sólo la participación activa de los pueblos originarios y afrodescendientes sino a cada
una/o, a todas/os las/os bautizadas/os con sus propias vivencias, sentires, identidades y
epistemologías, pero que han de caracterizar las comunidades cristianas en sus propias
particularidades y expresiones, también en lo simbólico-celebrativo. Como se dijo antes,
se requiere coraje para dejarse guiar por el Espíritu Santo que “construye la comunión y
la armonía del Pueblo de Dios”, pues
No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo
monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado
estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un
4
Después del Concilio Vaticano II y de los encuentros sobre misiones y pastoral indígena organizados
por el Departamento de Misiones del CELAM en Ambato, Ecuador (24-28 abril 1967) y Melgar,
Colombia (20-27 abril 1968).
pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas
y tiene un contenido transcultural (EG 117).
La comunidad creyente está llamada a asumir, hasta el fondo, que hoy «la
evangelización también implica un camino de diálogo (…) para cumplir un servicio a
favor del pleno desarrollo del ser humano y procurar el bien común» (EG, 238). Diálogo
al cual todos están invitados, sin exclusión. Es más, siguiendo los pasos de Jesús, nos toca
ir a buscar a los demás – los otros y su diversidad – en sus ambientes y situaciones
existenciales. Este diálogo no es opcional porque, como subraya el Papa Francisco, «cada
vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para
descubrir algo nuevo de Dios» (EG, 272).
El diálogo, con cualquier ser humano – no de manera específica con un cristiano
o un creyente –, enriquece nuestra propia vivencia y comprensión de la fe. La comunión
de Amor se hizo Rostro, por eso en todo ser humano habita el deseo y la tensión a vivir –
participar– de ese amor y en esa comunión de amor. Ese es el lugar común desde el cual
brota el encuentro.
Allí donde hay acogida y don desinteresado o pasión por la justicia o gratuidad
espontánea, está la acción del amor hecho Rostro. Por eso, no podemos encontrarnos en
el amor sin dialogar, sin reciprocar nuestros pensares y sentires. La plenitud del amor es
la reciprocidad del «unos a otros» (Jn 13,35; 15,17) y del «tú en mí y yo en ti» (Jn 17,21)
que recalca el evangelista Juan. Cada vez que nos encontramos en el Amor, vivimos un
diálogo – con o sin palabras – que testimonia la fuerza transformadora de la Palabra hecha
amor y anuncia la Buena Nueva: Dios te ama.
Los tiempos actuales impulsan a la comunidad creyente a dejar de ser centro o
estar arriba y resituarse en los “entre” para activar y promover encuentros en el amor.
Este testimonio de vida se convierte en un anuncio potente del Evangelio. Tenemos que
situarnos, habitar, esos lugares de entrecruce, que muchas veces están marcados por el
caos, la tensión y el conflicto, pero al mismo tiempo son espacios desde los cuales se
recrea alternativas de vida y esperanza. En estos entrecruces, el cristiano, y la comunidad
creyente, es dialógico o no es cristiano, porque no será capaz de encontrarse con los
demás seres humanos.
6
Papa Francisco, Homilía en la solemnidad de Pentecostés, Ciudad del Vaticano, 4 junio 2017.
https://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2017/documents/papa-francesco_20170604_omelia-
pentecoste.html
7 Ibid 131.
la realidad se manifieste como un entrecruce de relaciones donde la diversidad no es
fuente de fragmentación y la unidad no es vivida como uniformidad. Por eso, en este
proceso de evangelización a favor de una cultura del encuentro es imprescindible articular
y desarrollar un diálogo intercultural, tanto a nivel intra-eclesial como con la sociedad
civil y sus múltiples actores.
En clave cristiana, esto es posible porque el amor se hace diálogo. El mandamiento
nuevo del amor recíproco (cf. Jn 15,12), en contexto plurales tiene que vivirse como un
intercambio de los propios dones y valores en clave intercultural.
8 Chiara Lubich, Discurso en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, Ciudad de México, 7 junio 1997.
En PDF: http://centrochiaralubich.org/es/pdf/espanol.html?sort=title&limit=50&limitstart=100
relacionarse con uno mismo, con los demás, con la creación y con lo Absoluto – del otro
y de la propia. Este intercambio de dones es un encuentro caracterizado por la
profundidad y la reciprocidad, que focaliza la importancia del diálogo en el proceso de
interculturización: el evangelio penetra en el fono de las personas solamente cuando se
establece este nivel de diálogo interpersonal y existencial.
El intercambio de dones evidencia que la evangelización no consiste en llevar algo
al otro – una visión de Dios, doctrina, ritos, etc.– que no está en su cultura o en los diversos
ambientes sociales. Evangelizar es: trasmitir una experiencia. Es más, es establecer junto
con el otro un diálogo que llegue a un intercambio de las propias riquezas –culturales,
religiosas, espirituales, etc.– haciendo del diálogo mismo una experiencia espiritual. Este
encuentro activa la revolución del Evangelio en el corazón de cada mujer y varón según
sus respectivas condiciones culturales, sociales y espirituales. El intercambio de dones
hace surgir el Cristo que vive en cada ser humano porque «el Hijo de Dios con su
encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS, 22.), según sus
condiciones. La Buena Noticia –Dios te ama inmensamente– o para decirla con S.
Agustín, ama y haz lo que quieras, es algo que surge desde dentro gracias a las
condiciones de apertura, vaciamiento, reciprocidad y acogida que activa el diálogo
intercultural.
La garantía de este continuo, infinito y plural ejercicio de interculturación está en
que las comunidades creyentes se dejan guiar por la presencia viva de Cristo Resucitado
– don divino acogido gracias al amor recíproco. Con la presencia eclesial y comunitaria
del Resucitado está el Espíritu Santo (cf. Jn 20,21-22), que es quien hace surgir el modo
propio y específico de Cristo en cada cultura, en cada cosmovisión, en cada subcultura
urbana y en cada época, enriqueciendo el rostro pluriforme de la Iglesia. Sin la presencia
de Cristo Resucitado entre los suyos y sin la acción del Espíritu de Dios, es fácil que
prime el encierro ante los diversos, el rechazo o en su defecto la sutil imposición y
proselitismo.
Este diálogo que promueve el intercambio de dones puede darse no sólo entre
católicos y cristianos con sus respectivos sustratos culturales, sino que también ha de
acontecer con personas de otras religiones y sin confesionalidad. Aquí, la evangelización
como promoción de una cultural del encuentro tiene dos vertientes.
La de promover el bien común y la dignidad humana haciendo propia, en palabras
de Papa Francisco, «una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la
búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad
justa, memoriosa y sin exclusiones» (EG, 239). El intercambio de dones sirve para
alcanzar consensos y acuerdo siempre más amplios gracias a la fusión de horizontes
(Gadamer) que genera un diálogo auténtico.
La de incentivar un enriquecimiento entre distintos modos de acercarse a Dios, al
Misterio inefable. En el encuentro que produce el diálogo entre interlocutores de distintas
culturas, religiones o espiritualidades, se da también un intercambio de dones sagrados,
de modos de acceder al Absoluto. Este intercambio es posible porque, si la centralidad
del Evangelio es el amor, todos los hombres están abiertos a la plenitud del amor, que
para los cristianos se manifiesta en la kenosis pascual. Y, como se afirma en el Concilio
Vaticano II, «debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en
la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS, 22).
Este tipo y nivel de diálogo es posible solo se hay un sólido sustrato espiritual en
los actores que generan el intercambio de sus propios dones culturales, religiosos o
espirituales. El diálogo intercultural tiene que vivirse como experiencia espiritual, como
encuentro e intercambio religioso: apertura al Misterio en y desde la apertura
intersubjetiva recíproca.
9Papa Francisco, Discurso a los rectores y a los alumnos del Pontificio Colegio de Roma, Ciudad del
Vaticano, 12 mayo 2014. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/june.index.html
El diálogo como experiencia mística del encuentro manifiesta que «la tarea
evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace
más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas
espirituales limitados» (EG, 272). El discipulado misioneros renueva nuestra vida
espiritual que se alimenta de cada relación, diálogo y encuentro con el prójimo tal cual se
nos presenta.
El diálogo, en vez de un sutil instrumento para asimilar y convertir al otro, se
presenta como un camino espiritual que nos transforma desde dentro y acerca a Dios. Es
más, nos hace penetrar en la dinámica misma de Dios que es relación, diálogo y comunión
de personas. El diálogo es una experiencia de transfiguración: cambia nuestra mirada
hacia el mundo, hacia los demás – por diferentes que sean a nosotros – hacia el misterio
de Dios. Aprendemos, junto con otros y otras, a vislumbrar la amorosa acción del Espíritu
en la historia, pero también en esa gestación y sostén para que cada criatura siga viviendo
en el cosmos. Nos sentimos partícipes de la interrelación de todo con todo, crecemos en
una espiritualidad de la «solidaridad global» (LS, 240) como anhela el Papa Francisco.
El manantial espiritual del siglo XXI está en el encuentro con el otro y la otra
reconcomiendo su diversidad y juntos, abrirnos al Misterio inefable para encontrarnos en
su sima de amor infinito. El cristiano hoy en día, si quiere evangelizar, tiene que
«descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de
tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede
convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una
santa peregrinación» (EG, 87). Para esto, el diálogo intercultural, desde el vaciamiento
personal para escuchar con totalidad al otro, para acogerlo y hacer don de lo propio y así
enriquecernos, es un ejercicio indispensable. De este modo, el caótico pluralismo, puede
transformarse en unidad en la diferencia, abriéndose a la presencia del divino según la
diversidad de cada uno: para algunos caravana solidaria y justa para transformar el
mundo, para otros, santa peregrinación para agradecer a Dios, para otros, experiencias de
fraternidad intercultural.