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Responsabilidad Moral

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Religión y Ética-

La religión es un elemento de la actividad humana que suele


componerse de creencias y prácticas sobre cuestiones de tipo
existencial, moral y sobrenatural. Se habla de «religiones» para hacer
referencia a formas específicas de manifestación del fenómeno
religioso, compartidas por los diferentes grupos humanos. Hay
religiones que están organizadas de formas más o menos rígidas,
mientras que otras carecen de estructura formal y están integradas en
las tradiciones culturales de la sociedad o etnia en la que se practican.

El término hace referencia tanto a las creencias y prácticas personales


como a ritos y enseñanzas colectivas.

Definir qué es religión (del latín religare o re-legere) ha sido y es


motivo de controversia entre los especialistas. Según el sociólogo G.
Lenski, es «un sistema compartido de creencias y prácticas asociadas,
que se articulan en torno a la naturaleza de las fuerzas que configuran
el destino de los seres humanos

RESPONSABILIDAD MORAL

La responsabilidad moral es la imputación o calificación que recibe


una persona por sus acciones desde el punto de vista de una teoría
ética o de valores morales particulares.

Se trata entonces de la responsabilidad que se relaciona con las


acciones y su valor moral. Desde una ética consecuencialista, dicho
valor será dependiente de las consecuencias de tales acciones. Sea
entonces al daño causado a un individuo, a un grupo o a la sociedad
entera por las acciones o las no-acciones de otro individuo o grupo.

En una ética deontológica, en cambio, tales acciones tendrán un


valor intrínseco, independiente de sus consecuencias. Desde esta
perspectiva, es un sistema de principios y de juicios compartidos por
los conceptos y las creencias culturales, religiosas y filosóficas, lo que
determina si algunas acciones dadas son correctas o incorrectas.
Estos conceptos son generalizados y codificados a menudo por una
cultura o un grupo, y sirven así para regular el comportamiento de sus
miembros.

De conformidad a tal codificación se le puede también llamar


moralidad, y el grupo puede depender de una amplia conformidad a
tales códigos para su existencia duradera.

Desde el punto de vista de la organización social, la responsabilidad


moral se diferencia de la responsabilidad jurídica por su carácter
interno.

La responsabilidad moral se refiere principalmente al carácter interno


de las conductas (la conciencia o intención de quien ha actuado), sin
importar aspectos externos como el hecho de que éstas hayan sido
descubiertas o sancionadas.

Por el contrario, los procesos jurídicos no son necesariamente


procesos de intención (por ejemplo, la prescripción del delito de robo
por el mero transcurso del tiempo puede invalidar la responsabilidad
jurídica sin invalidar la responsabilidad moral).

La responsabilidad moral ocupa un lugar cada vez más importante en


la opinión pública cuando la adjudicación de la responsabilidad jurídica
a través de los tribunales es insuficiente para cerrar casos como son,
por ejemplo, escándalos de corrupción ligados al ocultamiento de
cifras en la contabilidad de empresas, derramamiento de petróleo en
zonas naturales, financiamientos ilegales de campañas y escándalos
de corrupción política.

El término aparece también en la discusión de temas como


determinismo o libre albedrío, puesto que sin la libertad es difícil ser
culpado por las propias acciones, y sin esta responsabilidad moral la
naturaleza del castigo y la ética se convierten en una interrogante.

No tiene sentido aplicar normas morales a las cosas que sólo pueden
suceder de una manera. No podemos decir que el fuego es malo, sino
que quema; que el agua es buena cuando riega y mala cuando
inunda, sino que nos beneficia o nos perjudica; que el hongo productor
de la penicilina es bueno y el virus del SIDA es moralmente malo, sino
que sus estructuras y funcionamiento biológicos tienen consecuencias
buenas o malas para nosotros. Es cierto que usamos estas
expresiones habitualmente, pero lo hacemos en un sentido figurado.
Ni el fuego, ni el agua, ni la penicilina, ni el virus del SIDA pueden
actuar de un modo diferente al modo en que lo hacen en cada caso
concreto.
La imposibilidad de elegir modos de actuación diferentes hace
imposible valorar estos objetos desde el punto de vista moral. Sin
embargo, sabemos que los seres humanos somos capaces de actuar
de muchas formas ante cada situación y que, por eso, nuestros actos
son valorables moralmente. ¿Es todo lo humano valorable

moralmente? Algunos autores han distinguido, intentando ser


coherentes con lo dicho en el párrafo anterior, entre actos humanos y
actos del hombre.

Los actos del hombre son aquellos que no tienen significado moral,
los que no podemos elegir -respirar, hacer la digestión y cosas por el
estilo-.

Los actos morales son actos humanos, voluntarios, que podemos


elegir realizar o no, y que podemos valorar según las normas y
criterios morales que hayamos asumido previamente. Ante la
posibilidad de elegir, el primer elemento de estos actos que se nos
muestra es la existencia de un motivo para los mismos. El motivo es
la causa directa de la realización del acto, la respuesta a la pregunta
'¿por qué?'. Además, este tipo de actos tiene un fin, esto es, la
representación o anticipación mental del resultado que se pretende
alcanzar con la acción.

El fin se hallaría respondiendo a la pregunta '¿para qué?' Pero la


finalidad que se pretende conseguir con cualquiera de estos actos ha
de conseguirse de algún modo. Cuando hablamos de los pasos que
hay que seguir necesariamente para completar el acto moral, para
conseguir el fin propuesto, estamos hablando de los medios.
Estos se hallan respondiendo a la pregunta '¿cómo?' El elemento que
completa la estructura de los actos morales es el resultado efectivo de
los mismos, sus consecuencias.

Podemos distinguir entre motivos conscientes y motivos inconscientes.


Los primeros los pensamos antes de que nos hagan actuar. De los
segundos no tenemos esta representación previa a la actuación:
pueden ser derivados del hábito, del capricho o de la misma biología
del ser humano, pero también pueden ser aquellos que no nos
atrevemos a reconocer ni ante nosotros mismos, y que ocultamos tras
de otros más dignos que los justifican -a veces, por envidia o celos,
atacamos a otras personas, y lo hacemos convencidos de que éstas
actúan mal y deben ser reprendidas-. Contrariamente a lo que pudiera
parecer, la inconsciencia de los motivos no anula totalmente el
carácter moral de un acto humano.Aunque a veces puedan
confundirse, los motivos y los fines no son lo mismo. El fin de una
acción es la representación anticipada de sus consecuencias, lo que
se pretende conseguir con dicha acción. En este sentido, es un
elemento fundamental para la valoración moral de la misma.
Dependiendo de que la finalidad de nuestros actos, nuestra intención,
sea buena o mala, así serán también los mismos.

Por otra parte, no basta con la intención. Nuestras acciones se


desarrollan en la realidad y, por tanto, dependen de la utilización de
unos medios y producen unas consecuencias. La elección de los
medios adecuados para la consecución de nuestros fines es
fundamental para la valoración moral de nuestras acciones. Podemos
afirmar que el fin no justifica los medios y, en este sentido valorar
negativamente toda acción que utilice malos medios.

Las consecuencias reales de nuestras acciones son también muy


importantes para valorarlas moralmente. Como seres con conciencia
podemos prever en gran medida estas consecuencias y, al menos,
estamos obligados a intentarlo. Por ejemplo: cuando nos excusamos
por alguna acción culpando a otra persona esto influye sobre su
reputación, cuando dejamos el grifo abierto mientras nos cepillamos
los dientes estamos tirando unos cuantos litros de agua potable a las
alcantarillas, cuando recogemos el agua del suelo del cuarto de baño
después de ducharnos evitamos que otra persona tenga que hacerlo...

La conciencia de las posibles consecuencias de nuestros actos es


importante para la valoración moral de los mismos, pero la ignorancia
de éstas no siempre nos exime de toda responsabilidad. A veces es
imposible prever determinadas consecuencias de algunas acciones,
pero, en general, no sólo es posible sino que estamos obligados a
conocerlas. Por ejemplo, si una persona está tomando medicamentos,
debe informarse sobre los efectos de los mismos y sobre los alimentos
y bebidas que no puede consumir mientras los toma. La ignorancia de
esos efectos e incompatibilidades no hace que la persona sea menos
responsable de las consecuencias de ignorarlos. Sin embargo, el
camarero de un restaurante no es responsable del daño que pueda
sufrir esa misma persona por tomar algunos de esos alimentos y
bebidas incompatibles con su medicación
LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
Usamos la palabra libertad en muchas ocasiones:

 - "Mis padres no me dan libertad".


 - "Háblame con toda libertad".
 - "Necesito más libertad".
 - "Tienen demasiada libertad".
 - "La independencia económica da la
libertad".
 - "El delincuente ha sido puesto en
libertad"...

Solemos considerar la libertad como la posibilidad de actuar según la


propia voluntad o las propias apetencias. Normalmente se quiere decir
con esto que nadie se opone a que actuemos del modo en que lo
hacemos. No solemos sentir como falta de libertad la imposibilidad de
andar durante horas por el fondo del mar o de pasear entre los ríos de
lava de un volcán. Es más, se suele decir que somos libres para
intentarlo y sufrir las consecuencias.

En el sentido anterior, la libertad se define como algo negativo, es


decir, como ausencia de algo. Es el sentido que se deriva de frases
como esta: "puedes irte, nadie te lo impide, eres libre". Pero la libertad,
¿es nada más que eso? Muchos pensadores han sostenido lo
contrario, y definen un segundo sentido de libertad, positivo, que es el
de libertad para hacer esto o aquello.

Algunas personas se oponen a esta distinción argumentando: "¿No es


lo mismo que hemos dicho antes? Si nada nos lo impide, podemos
escoger libremente entre esto o aquello." Parece lo mismo a simple
vista, pero, en realidad no lo es. La libertad, en sentido positivo, es
libertad de elección. Pero no somos libres de elegir cuando no
conocemos las posibles consecuencias de aquello que elegimos.
Tampoco elegimos libremente cuando nos dejamos llevar por el
miedo, la moda, las costumbres o los caprichos en nuestras
elecciones.

Podemos afirmar, a partir de la consideración de estos dos tipos de


libertad que hemos citado, que la libertad consiste en la combinación
de la autonomía y la responsabilidad.

Autonomía se refiere a la regulación de la conducta por normas que


surgen del propio individuo. Autónomo es todo aquél que decide
conscientemente qué reglas son las que van a guiar su
comportamiento. Considerar la propia libertad como autonomía
implica, por tanto, considerarla no sólo en su sentido negativo de falta
de coacción -nadie me impone las reglas desde el exterior-, sino
también en su sentido positivo -sé lo que hago, no me dejo llevar por
la rutina, la costumbre, el capricho, lo bien visto o la imagen que me
gustaría dar ante los demás-.
Tener autonomía quiere decir ser capaz de hacer lo que uno cree que
se debe hacer, pero no sólo eso. También significa ser capaz de
analizar lo que creemos que debemos hacer y considerar si de verdad
debe hacerse o si nos estamos engañando. Somos autónomos
cuando somos razonables y consideramos qué debemos hacer con
todos los datos a nuestra disposición. Dicho de otro modo: somos
verdaderamente autónomos cuando usamos nuestra conciencia moral.

Precisamente cuando hacemos esto, nos fijamos en la conexión


causal entre las acciones y los efectos que producen. La conciencia de
esa conexión nos lleva al concepto de responsabilidad. Sólo cuando
somos libres en el sentido positivo de la palabra -es decir, autónomos,
conscientes-, nos damos cuenta de la repercusión de nuestras
acciones y podemos ser responsables.

La responsabilidad tiene dos vertientes: podemos exigirla y podemos


tenerla.

 En el primer sentido, la autonomía que suponemos a lo demás


seres humanos nos permite valorar sus acciones moralmente, ya
que creemos que -como humanos- tienen conciencia y, en
consecuencia, al saber lo que hacen y poder comprender las
consecuencias que provoca, son responsables de ello. Si, en
cambio, algo nos permite suponer que no están actuando
consciente y autónomamente, no solemos considerarlos
responsables.
 En el segundo sentido, nos sentimos responsables de aquello
que hemos hecho por propia voluntad, sabiendo lo que podía
pasar si lo hacíamos. Esta es una de las causas de que el
desarrollo moral de los seres humanos corra paralelo al
desarrollo de sus capacidades de conocimiento. A medida que
crecemos y somos capaces de entender cómo funciona el
mundo, entendemos mejor las consecuencias de nuestras
acciones y, por tanto, nos sabemos responsables de las mismas,
lo aceptemos o no.

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