Estéticas Del Cine
Estéticas Del Cine
Estéticas Del Cine
Son evidentemente las más numerosas y las que alcanzan las mayores
tiradas. Salvo raras excepciones, se dedican a los actores de cine, y constituyen la
vertiente «impresa» del star-system. Citemos una revista característica de este
género, Première. Las publicaciones periódicas eran mucho más numerosas antes
de la guerra; el título más famoso era Ciné-Monde. De la misma manera, casi ha
desaparecido una categoría numéricamente importante, las «películas contadas».
La competencia de los teleprogramas fue fatal para aquéllas. Fueron sustituidas
por L’Avant Scène Cinéma, versión más seria de esas «película contadas».
Más de 30 títulos aparecidos en 1980 son monografías de autores. Entre ellas
hay tres nuevos libros sobre Marilyn Monroe y tres sobre John Wayne. También
abundan las memorias de actores, al igual que los recuerdos de algunos
realizadores famosos.
Finalmente, entre esas publicaciones de gran tirada están los anuarios y
libros de oro del año que se regalan en los estrenos, y los lujosos álbumes
dedicados a productoras americanas o a los géneros (el cine negro, la comedia
musical, el western). Estos últimos títulos son a menudo adaptaciones o
traducciones de libros americanos. Dedican una parte muy importante a la
iconografía. En ellas, el texto no interpreta más que un papel complementario
respecto a las espléndidas fotografías.
Si consideramos la aproximación crítica o teórica como una cierta «toma de
distancia» respecto al objeto de estudio, está claro que el discurso desarrollado en
este sector no manifiesta ninguna. Éste es el terreno en el que triunfa la efusión
deliberadamente enceguecida, la adhesión total y mistificada, el discurso del amor.
En la medida en que el estatus cultural del cine seguirá reposando sobre una
cierta ilegitimidad, ese discurso encontrará la ocasión de ejercerse. Es preciso
tenerlo en cuenta, porque constituye cuantitativamente lo esencial de las
publicaciones dedicadas al cine, por lo que provoca un efecto de normalidad.
Mientras el objeto sea frívolo, será normal que el discurso que se hace sobre él se
base en la cháchara.
1.2. Las publicaciones para cinéfilos
La teoría del cine se asimila a menudo al estudio estético. Estos dos términos
no abarcan los mismos campos y es útil distinguirlos.
Desde sus orígenes, la teoría del cine ha sido igualmente objeto de una
polémica respecto a la pertinencia de los enfoques no específicamente
cinematográficos surgidos de disciplinas exteriores a su campo (la lingüística, el
psicoanálisis, la economía política, la teoría de las ideologías, la iconología,
etcétera, por citar tan sólo las que han dado lugar a debates teóricos importantes en
el curso de estos últimos años).
La ilegitimidad cultural del cine provoca en el seno mismo de las actitudes
teóricas un incremento del chauvinismo que postula que la teoría del cine no
puede venir más que del propio cine, y que las teorías exteriores sólo pueden
aclarar aspectos secundarios del mismo (que no le son esenciales). Esta valoración
particular de una especificidad cinematográfica continúa pesando
considerablemente en las investigaciones teóricas: contribuye a prolongar el
aislamiento de los estudios cinematográficos y, por eso mismo, dificulta su avance.
Postular que una teoría del filme no puede ser más que intrínseca, es
entorpecer la posibilidad del desarrollo de hipótesis cuya fecundidad estriba en
poner a prueba el análisis; es también no tener en cuenta que el filme es, como lo
demostraremos, el lugar de encuentro del cine y de muchos otros elementos que
nada tienen de propiamente cinematográficos.
2.1. Una teoría «indígena»
Existe una tradición interna de la teoría del cine llamada a veces «teoría
indígena». Es el resultado de la teorización acumulativa de las observaciones más
pertinentes de la crítica de películas, cuando ésta se practica con una cierta
agudeza: el mejor ejemplo de esta teoría específica es aún hoy el libro de André
Bazin ¿Qué es el cine?
Al contrario, la Estética y psicología del cine, de Jean Mitry, indiscutible clásico
de la teoría francesa del cine, prueba, con la multiplicidad y la diversidad de sus
referencias teóricas exteriores al campo estricto del cine, que esta estética no se
podría construir sin las aportaciones de la lógica, la psicología de la percepción, la
teoría del arte, etcétera.
2.2. Una teoría descriptiva
1. El espacio fílmico
Hay mucho que criticar en esta concepción que hace participar demasiado a
la ilusión; pero tiene como mérito indicar por exceso la idea, siempre presente
cuando vemos una película, de este espacio invisible que prolonga lo visible y que
se llama fuera-campo: El fuera-campo está esencialmente ligado al campo, puesto
que tan sólo existe en función de éste; se podría definir como el conjunto de
elementos (personajes, decorados, etcétera) que, aun no estando incluidos en el
campo, sin embargo le son asignados imaginariamente, por el espectador, a través
de cualquier medio.
Tres encuadres muy compuestos:
Nosferatu, de F. W. Murnau (1922)
fig. 3 - fig. 4
fig. 5 - fig. 6
3. El concepto de «plano»
Entre las características a las que el cine, en su forma actual, nos tiene
acostumbrados, la reproducción del sonido es sin duda una de las que parecen más
«naturales» y, quizá por esta razón, la teoría y la estética se han preocupado
relativamente poco de ella. Sin embargo, se sabe que el sonido no es un hecho
«natural» de la representación cinematográfica y que el papel y la concepción de lo
que se llama la «banda sonora» ha variado, y varía aún enormemente según los
filmes. Dos determinaciones esenciales, muy interrelacionadas, regulan esas
variaciones:
4.1. Los factores económico-técnicos y su historia
1. La analogía figurativa
ECO, U.
1970 «Sémiologie des messages visuels», en Communications, n.o 15, París
(trad. cast. «Semiología de los mensajes visuales», en Ed. Tiempo Contemporáneo,
Análisis de las imágenes, Buenos Aires, 1972).
GAUTHIER, G.
1982 Vingt leçons sur l’image et le sens, París, Edilig.
METZ, C.
1970 «Au delà de l’analogie, l’image», en Communications, n.o 15, París
(editado en Análisis de las imágenes, Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires,
1972).
2. El efecto de profundidad
ARNHEIM, R.
1957 Film as Art, cap. «Film and Reality», Berkeley-Los Ángeles, págs. 8-34, o
mejor el texto alemán original, Film als Kunst, reeditado en 1979 (trad. cast. El cine
como arte, Buenos Aires, Ed. Infinito, 1971).
GOMBRICH, E. H.
1971 L’art et l’illusion, París (traducción castellana en Gustavo Gili, Arte e
ilusión, Barcelona, 1982).
MÜNSTERBERG, H.
1916 The Film, A Psychological Study, reedición Nueva York, 1970, págs. 18-30.
SOURIAU, E. y otros.
1953 L’univers filmique, París.
3. La perspectiva y la profundidad de campo
BAZIN, A.
1970 Orson Welles, París, págs. 53-72 (traducción castellana en Fernando
Torres, Editor, Orson Welles, Valencia, 1973).
COMOLLI, J.-L.
1971 «Technique et idéologie» en Cahiers du cinéma, números 229 y 230, París.
FLOCON, A. y TATON, R.
1963 La perspective, París (3.a edición, 1978).
FRANCASTEL, P.
1950 Peinture et société, París (traducción castellana en Cátedra, Pintura y
sociedad, Madrid, 1984).
PANOFSKY, E.
1975 La perspective comme «forme symbolique» (traducción castellana en
Tusquets Editores, La perspectiva como «forma simbólica», Barcelona, 1978, 2.a
edición).
4. El «fuera-campo» y el «fuera-cuadro»
BAZIN, A.
1975 «L’évolution du langage cinématographique», en Qu’est-ce que le
cinéma?, Ed. du Cerf, París (traducción castellana en Ediciones Rialp, ¿Qué es el
cine?, Madrid, 1966).
BONITZER, P.
1976 Le regard et la voix, París.
BURCH, N.
1969 Praxis du cinéma, París, págs. 30-51 (traducción castellana en Editorial
Fundamentos, Praxis del cine, Madrid, 1970).
EISENSTEIN, S. M.
1969 «Hors-cadre», traducción francesa en Cahiers du cinéma, n.o 215, París.
5. El paso del mudo al sonoro
AUMONT, J.
1978 «Analyse d’une séquence de La chinoise», en Linguistique et sémiologie,
o
n. 6, Lyon.
AVRON, D.
1973 «Remarques sur le travail du son dans la production
cinématographique standardisée», en Revue d’esthétique, n.o especial.
BURCH, N.
1969 «De l’usage structural du son», en Praxis du cinéma, págs. 132-148
(traducción castellana en Editorial Fundamentos, Praxis del cine, Madrid, 1970).
CHATEAU, D. y JOST, F.
1979 Nouveau cinéma, nouvelle sémiologie, París.
DANEY, S.
1977 «L’orgue et l’aspirateur», en Cahiers du cinéma, números 278-279, París.
GARDIES, A.
1980 Approche du récit filmique, París, págs. 52-68.
MARIE, M.
1975 «Un film sonore, un film musical, un film parlant», en Muriel, histoire
d’une recherche, París.
ODIN, R.
1978 «A propos d’un couple de concepts (son in/son off)», en Linguistique et
sémiologie, n.o 6, Lyon.
2. El montaje
1. El principio de montaje
La montadora.
El filme a punto de ser cortado.
Antes que nada, es necesaria una rápida revisión de este concepto, al que
acabamos de aludir, de montaje «creador» o «productivo» (ligado a la idea misma
de posibles «efectos» del montaje). Digamos de entrada que esta idea es bastante
antigua (apareció en las primeras tentativas de reflexión teórica sistemática sobre el
cine):
Hallamos en Béla Balázs, en 1950, la siguiente definición: es productivo «un
montaje gracias al cual aprendemos cosas que las imágenes mismas no muestran».
Y de forma más amplia y más clara, en Jean Mitry (en 1965): el electo-
montaje (es decir, el montaje como productividad) «resulta de la asociación,
arbitraria o no, de dos imágenes que, relacionadas la una con la otra, determinan
en la conciencia que las percibe una idea, una emoción, un sentimiento, extraños a
cada una de ellas aisladamente».
Esta idea se presenta como una verdadera definición del principio de
montaje, esta vez desde el punto de vista de sus efectos: el montaje se podría
definir, en sentido amplio, como «la presencia de dos elementos fílmicos, que
logran producir un efecto específico que cada uno de estos elementos, tomado por
separado, no produciría»: importante definición que, en el fondo, sólo manifiesta y
justifica el puesto principal que siempre se ha otorgado a la idea de montaje en el
cine, en cualquier tipo de estudio teórico.
De hecho, todo tipo de montaje y de utilización del montaje es «productivo»:
el narrativo, más «transparente», y el expresivo, más abstracto, tienden, cada uno
de ellos, a partir de la confrontación —del choque entre elementos diferentes— a
producir este o aquel tipo de efecto; sea cual fuere la importancia, a veces
considerable en algunos filmes, de lo que se decide en el monten-to del montaje (o
de lo que la manipulación del material rodado puede aportar en relación a la
concepción previa del filme), el montaje como principio es, por naturaleza, una
técnica de producción (de significantes, de emociones, …). Dicho de otro modo: el
montaje se define siempre por sus funciones.
Veamos pues esas funciones. Distinguimos tres tipos:
2.2.2. Funciones sintácticas
Esta función es sin duda la más importante y universal (es la que el montaje
asegura siempre); abarca casos extremadamente numerosos y variados. De manera
quizás artificial, distinguiremos:
— la producción del sentido denotado —esencialmente espacio-temporal—
que abarca, en el fondo, lo que describía la categoría del montaje «narrativo»: el
montaje es uno de los grandes medios de producción del espacio fílmico, y de
forma más general, de toda la diégesis;
— la producción de sentidos connotados, muy diversos en su naturaleza: a
saber, todos los casos en que el montaje pone en relación dos elementos diferentes
para producir un efecto de causalidad, de paralelismo, de comparación, etcétera.
Es imposible establecer aquí una tipología real de esta función del montaje,
en razón misma de la extensión casi indefinida de la idea de connotación: el
sentido puede producirse al relacionar un elemento cualquiera con otro elemento
cualquiera, incluso si son de naturaleza completamente diferente.
En realidad, no faltan ejemplos clásicos para ilustrar, entre otras, la idea de
comparación o de metáfora: recordemos los planos de Kerenski enlazados con los
de un pavo real mecánico (símbolo de la vanidad) en Octubre, de Eisenstein (1927);
o los del rebaño de corderos que suceden irónicamente a un plano de multitud
humana en Tiempos modernos de Charles Chaplin (1936); o un plano de gallinas
cloqueando, vivo comentario de los comadreos en Furia, de Fritz Lang (1936),
etcétera. Pero éste no es más que un caso muy particular que concierne al montaje
de dos planos sucesivos.
Estas funciones semánticas han sido, como veremos, las causantes de las
polémicas sobre el lugar y el valor del montaje en el cine surgidas en toda la teoría
del filme.
2.2.4. Funciones rítmicas
[plano 32] - [plano 33] Raccord en continuidad del movimiento del gesto de
un personaje.
[plano 497] - [plano 498] Raccord en el eje que pone de relieve el movimiento
de un personaje: Hélène se lanza a los brazos de Alphonse.
[plano 633] - [plano 634] Raccord con elipsis marcada acentuando el gesto de
un personaje. El plano 633 muestra a los personajes preparando la comida. El
plano 634 encadena bruscamente sobre Bernard, sentado y bebiendo.
CHATEAU, D.
1978 «Montage et récit», en Cahiers du XXe siècle, n.o 9.
ROPARS-WUILLEUMIER, M.-C.
1971 «Fonction du montage dans la constitution du récit au cinéma», en
Revue des sciences humaines, enero.
SOURIAU, A.
1953 «Succession et simultanéité dans le film», en L’univers filmique (bajo la
dirección de E. Souriau), París.
2. Definiciones extensivas de la idea de montaje
AMENGUAL, B.
1971 Clefs pour le cinéma, París. Ed. Seghers, págs. 149-164.
BALÁZS, B.
1977 L’esprit du cinéma, París, caps. 5 y 6.
METZ, CH.
1972 «Montage et discours dans le film», en Essais sur la signification au
cinéma, tomo 2, París, Ed. Klincksieck.
BURCH, N.
1969 «Plastique du montage», en Praxis du cinéma, París (traducción
castellana en Editorial Fundamentos, Praxis del cine, Madrid, 1970).
MITRY, J.
1966 Esthétique et psychologie du cinéma, París, caps. 9 y 10 (traducción
castellana en Siglo XXI, Estética y psicología del cine, Madrid, 1978).
4. Las ideologías del montaje
AUMONT, J.
1979 Montage Eisenstein, París.
BAZIN, A.
1975 «Montage interdit», en Qu’est-ce que le cinéma?, Ed. du Cerf. París
(traducción castellana en Ediciones Rialp, ¿Qué es el cine?, Madrid, 1966).
EISENSTEIN, S. M.
1974 Au-delà des étoiles. París.
NARBONI, J., PIERRE, S., RIVETTE, J.
1969 «Montage», en Cahiers du cinéma, n.o 210, París.
5. La función «expresiva» del montaje
PUDOVKIN, V.
1958 Film technique, Nueva York, págs. 66-78.
Para la historia y la práctica del montaje, en una perspectiva clásica, la
referencia de base sigue siendo:
REISZ, K. y MILLAR, G.
1968 The Technique of Film Editing, 2.a edición, Londres, Nueva York, Focal
Press.
3. Cine y narración
1. El cine narrativo
En la mayoría de los casos, ir al cine es ir a ver una película que cuenta una
historia. La afirmación tiene todas las apariencias de un axioma, tan
consustanciales parecen cine y narración; sin embargo, no es exactamente así.
La excelente relación de los dos no era tan evidente al principio: en los
primeros días de su existencia, el cine no estaba destinado a convertirse en
masivamente narrativo. Podría haber sido un instrumento de investigación
científica, un útil del reportaje o el documental, una prolongación de la pintura, o
simplemente una distracción ferial efímera. Estaba concebido como un medio de
registro que no tenía vocación de contar historias con procedimientos específicos.
Si esta no era necesariamente una vocación, y por tanto el encuentro del cine
y la narración tiene algo de fortuito, del orden de un hecho de civilización, había,
sin embargo, varias razones para que este encuentro se produjera. Entre ellas
destacaremos tres, de las que las dos primeras afectan a la materia de la propia
expresión cinematográfica: la imagen móvil figurativa.
a. La imagen móvil figurativa
Estudiar el cine narrativo exige antes que nada establecer con claridad la
diferencia entre los dos términos, como hemos demostrado en los puntos
planteados en el párrafo precedente, de forma que no se pueda tomar uno por otro:
lo narrativo no es lo cinematográfico, ni a la inversa.
Se definirá lo cinematográfico, siguiendo a Christian Metz, no como todo lo
que aparece en el cine, sino como lo que tan sólo puede aparecer en el cine, y que
constituye por tanto, de forma específica, el lenguaje cinematográfico en el sentido
limitado del término.
Los primeros films d’art, que se contentaban en gran medida en filmar un
espectáculo teatral, contaban con muy pocos elementos específicamente
cinematográficos, pese a tener una imagen en movimiento registrada
mecánicamente. El «material» tomado no tenía nada o casi nada de
cinematográfico.
En cambio, es plenamente cinematográfico el análisis sobre las relaciones
entre el campo y el fuera de campo en Nana, de Jean Renoir (1926), tal como lo hace
Noël Burch.
Lo narrativo es, por definición, extra-cinematográfico, puesto que concierne
tanto al teatro como a la novela como a la conversación cotidiana: los sistemas de
narración se han elaborado fuera del cine y mucho antes de su aparición. Esto
explica que las funciones de los personajes de un filme puedan ser analizadas con
los útiles forjados para la literatura por Vladimir Propp (interdicción, transgresión,
partida, vuelta, victoria…) o por Algirdas-Julien Greimas (ayudante, oponente…).
Estos sistemas de narración operan con otros en el cine, pero no constituyen
propiamente hablando lo cinematográfico: son el objeto de estudio de la
narratología, cuyo terreno es mucho más amplio que el del solo relato
cinematográfico.
Dicho esto, por necesaria que sea esta distinción, no debemos olvidar que los
dos conceptos mantienen muchas interacciones y que es posible establecer un
modelo propio de lo narrativo cinematográfico, diferente en algunos aspectos de lo
narrativo teatral o novelesco (véase por ejemplo Récit écrit - Récit filmique, de
Francis Vanoye).
Por un lado existen temas de películas, es decir intrigas, asuntos que, por
razones que tienen que ver con el espectáculo cinematográfico y sus dispositivos,
son tratados con preferencia por el cine. Por otro lado, este tipo de acción reclama
de forma más o menos imperativa este tipo de tratamiento cinematográfico. Por el
contrario, la manera de filmar una escena puede cambiar el sentido.
Filmar la función «persecución» (unidad narrativa) en montaje alternado de
planos «perseguidores-perseguidos» (figura significante cinematográfica) tendrá
un efecto narrativo diferente del de una filmación a partir de un helicóptero, en
plano-secuencia (otra figura cinematográfica). En la película de Joseph Losey Caza
humana (1970), esta segunda forma de tratamiento pone en evidencia el esfuerzo, la
fatiga de los perseguidos y el carácter inútil de su tentativa, mientras que la
primera forma, en una película como Intolerancia, de D. W. Griffith (1916), deja más
espacio al suspense.
1.3.2. Objetivos del estudio
El interés del estudio del cine narrativo reside en primer lugar en que, aún
hoy, es dominante y que a través de él se puede alcanzar lo esencial de la
institución cinematográfica, su lugar, sus funciones y sus efectos, para situarla en el
conjunto de la historia del cine, de las artes, e incluso de la historia simplemente.
Sin embargo, es preciso tener en cuenta igualmente que ciertos cineastas
independientes, como Michael Snow, Stan Brakhage, Werner Nekes, conducen, a
través de sus películas, a una reflexión crítica sobre los elementos del cine clásico
(ficción, dispositivo…), por lo que, a través de ellos, se puede alcanzar ciertos
puntos esenciales del funcionamiento cinematográfico.
El primer objetivo es, o ha sido, actualizar las figuras significantes
(relaciones entre un conjunto significante y un conjunto significado) propiamente
cinematográficas. Este objetivo en particular es el que la «primera» semiología
(apoyándose en la lingüística estructural) se había fijado; lo alcanzó parcialmente,
sobre todo con la gran sintagmática en la que se analizan los diferentes modos
posibles de disponer los planos para representar una acción (acerca de este punto,
véase el capítulo 4).
Esta gran sintagmática, modelo de una construcción de código
cinematográfico, ofrece un ejemplo de la necesaria interacción de lo
cinematográfico y lo narrativo (en realidad, tan sólo se puede «aplicar» al cine
narrativo clásico). Las unidades cinematográficas se aíslan en función de su forma,
pero también en función de las unidades narrativas que tienen a su cargo (véase
Ensayos sobre la significación en el cine, de Christian Metz).
El segundo objetivo es estudiar las relaciones existentes entre la imagen
narrativa en movimiento y el espectador. Es el objetivo de la «segunda» semiología
que, a través de la metapsicología (término, tomado de Sigmund Freud, que designa
los estados y las operaciones psíquicas comunes a todos los individuos), se
esfuerza en mostrar lo que semeja y lo que distingue del sueño, del fantasma o de
la alucinación, el estado fílmico en el que se encuentra el espectador de un filme de
ficción. Esto permite, utilizando algunos conceptos psicoanalíticos, trazar algunas
de las operaciones psíquicas necesarias para la visión de una película o inducidas
por ella.
Este tipo de estudio, que hoy se realiza siguiendo varias direcciones, debe
permitir una explicación de los funcionamientos y los beneficios psíquicos propios
de un espectador de cine de ficción.
Como estas cuestiones se tratan en el capítulo 5, no entraremos ahora en
detalle. Apuntemos, sin embargo, que este tipo de análisis permite escapar al
psicologismo que impregna tan a menudo la crítica cinematográfica y poner en
cuestión, por ejemplo, los conceptos de identificación o de beneficio concebidos
sobre el modo de «vivir por poderes» o «cambiar las ideas».
El tercer objetivo se deriva de los precedentes. Lo que se intenta conseguir a
través de ellos es un funcionamiento social de la institución cinematográfica. En
relación a esto se pueden distinguir dos niveles:
a. La representación social
Se trata de un objetivo con dimensiones casi antropológicas, en el que el cine
está concebido como vehículo de las representaciones que una sociedad da de sí
misma. En la medida en que el cine es apto para reproducir sistemas de
representación o de articulación social se puede decir que ha tomado el relevo de
los grandes relatos míticos. La tipología de un personaje o de una serie de
personajes se puede considerar representativa no sólo de un período del cine, sino
también de un período de la sociedad. Por ejemplo, la comedia musical americana
de la década de 1930 está en relación directa con la crisis económica: a través de sus
intrigas amorosas situadas en medios alegres, presenta alusiones muy claras a la
depresión y a los problemas sociales que se derivan (véanse, por ejemplo, los tres
filmes realizados en 1933, 1935 y 1937 bajo el mismo título, Gold Diggers, por Busby
Berkeley y Lloyd Bacon, y algunas comedias con Fred Astaire y Ginger Rogers,
como La alegre divorciada, 1934, o Sombrero de copa, 1935). Una película como
Chapaiev, de S. y G. Vassiliev (1934), está íntimamente ligada a un momento de
estalinismo puesto que promueve, a través de su construcción, la imagen del héroe
positivo, actor social propuesto como modelo.
No hay que sacar la rápida conclusión de que el cine narrativo es la
expresión transparente de la realidad social, ni su exacto contrario. Por eso se ha
podido tomar el neorrealismo italiano como una parte de verdad, o el ambiente
eufórico de las comedias musicales por el puro opio.
Las cosas no son tan simples como parecen, y la sociedad no se presenta
directamente en las películas. Por otra parte, este tipo de análisis no se puede hacer
solamente con el cine: exige una lectura previa y profunda de la propia historia
social. A través de un juego complejo de correspondencias, de inversiones y de
rechazos entre, por una parte la organización y la marcha de la representación
cinematográfica, y por otra la realidad social tal como el historiador puede
reconstruirla, se puede alcanzar este objetivo (véase en relación con esto «Le “réel”
et le “visible”» en Sociologie du cinéma, de Fierre Sorlin).
b. La ideología
Su análisis se deduce de los dos puntos anteriores: intenta a la vez regular
los juegos psicológicos del espectador y poner en circulación una cierta
representación social. En este sentido, por ejemplo, el equipo de Cahiers du cinéma
planteó el filme de John Ford El joven Lincoln (1939) al examinar las relaciones entre
una figura histórica (Lincoln), una ideología (el liberalismo americano) y una
escritura fílmica (la ficción montada por John Ford). Este trabajo ponía de
manifiesto la complejidad de los fenómenos que sólo eran perceptibles en los
entrelazados sutiles de la ficción fordiana. Más aún, el análisis debe ser minucioso
para ser fructífero o simplemente justo.
2. El filme de ficción
Ya hemos dicho que el filme de ficción tenía algo de ritual, dado que la
historia que transmite obedece a unos programas. Es también un ritual porque
reconduce sin cesar la misma historia, o como mínimo las intrigas sobre las que se
construye pueden ser esquematizadas en un número restringido de redes. El filme
de ficción, como el mito o el cuento popular, se apoya en unas estructuras básicas
cuyo número de elementos está acabado y cuyas combinaciones son limitadas.
Para convencerse basta con tomar cuatro películas completamente distintas
las unas de las otras (dentro del cine clásico americano) como Centauros del desierto,
El sueño eterno, Swing Time y Recuerda, respectivamente de John Ford (1956),
Howard Hawks (1946), George Stevens (1936) y Alfred Hitchcock (1945). Su acción
sucede en circunstancias y situaciones diferentes, con temas y personajes muy
diversos. Pero su intriga puede resumirse, esquematizada, según un modelo
común a las cuatro: el héroe (o la heroína) debe arrancar a otro personaje de la
influencia de un medio hostil.
Puede considerarse pues que el cine de ficción, más allá de las infinitas
variaciones, está constituido por elementos invariables, sobre el modelo de las
funciones señaladas por Vladimir Propp para el cuento popular ruso o los mitemas
definidos por Claude Lévi-Strauss para los mitos. Vladimir Propp define las
funciones de la siguiente manera:
«Los elementos constantes, permanentes del cuento, son las funciones de los
personajes, sean cuales fueren esos personajes y sea cual fuere la manera en que
esas funciones se cumplen».
En los ejemplos que acabamos de citar, un personaje ha sido «secuestrado» o
capturado (por los indios, por los gangsters, por un rival amoroso o por… el
inconsciente). El héroe debe realizar un contra-secuestro para devolver al personaje
a un medio «normal» (exterminando a los indios, desmantelando la banda,
ridiculizando al rival o… volviendo consciente el inconsciente). Las situaciones, los
personajes o las modalidades de acción varían: las funciones quedan, son idénticas.
Esto no quiere decir que las funciones del filme de ficción sean estrictamente
las mismas que las del cuento maravilloso: tienen los mismos caracteres y casi
siempre se acercan mucho, pero han sido «secularizadas».
Las funciones se combinan entre ellas dentro de las secuencias
constituyendo mini-programas, puesto que una arrastra a la otra (y así
sucesivamente) hasta la clausura que significa la vuelta a un estado inicial o el
acceso al estado deseado. La «maldad» (asesinato, robo, separación…) implica,
hacia atrás en la historia, una «situación inicial» presentada como normal y como
buena, y hacia delante, «la reparación de la maldad». Igualmente la función
«partida» reclama la función «vuelta».
Desde este punto de vista, toda historia es homeostática: se limita a referir la
reducción de un desorden, lo vuelve a su lugar. Más fundamentalmente, puede ser
analizada en términos de disyunción y de conjunción, de separación y de unión. A
fin de cuentas, una historia está hecha de disyunciones «abusivas» que dan lugar,
por transformaciones, a conjunciones «normales», y de conjunciones «abusivas»
que llaman a disyunciones «normales». Este esquema estructural, que podría servir
para analizar o al menos esquematizar cualquier tipo de intriga, puede incluso
funcionar solo, de manera depurada, sin el ropaje de la ficción tradicional (sobre
este punto, véase «Narrativo/No narrativo», pág. 92).
A través de este tipo de análisis, se comprende Todo el peso ideológico que
representa este tipo de ficción: se trata de representar como normal un orden social
dado, que debe mantenerse como está cueste lo que cueste.
La historia del cine de ficción está construida, como la del cuento ruso y la
del mito, a partir del ensamblaje de secuencias de funciones.
Para evitar la confusión con la expresión cinematográfica «secuencia», que
designa un conjunto de planos, preferimos utilizar el término «secuencia-
programa» para designar lo que Vladimir Propp entendía en literatura por
«secuencia».
Estas secuencias-programa pueden generarse las unas en las otras; cada
nueva maldad, falta o necesidad arrastra una nueva secuencia-programa: es el caso
de los folletines o las películas de sketchs. Es mucho más frecuente que una nueva
secuencia-programa comience antes que la precedente se haya terminado. Se
consigue entonces un encaje entre esas unidades que no conoce límite, salvo rizar
el rizo y concluir la primera secuencia-programa.
Este procedimiento de interrupción de un programa por otro forma parte,
evidentemente, de la frase hermenéutica, y se emplea particularmente en películas
de suspense o de misterio. En Sin conciencia, de B. Windust y R. Walsh (1951), filme
que se juega en tres tiempos diegéticos diferentes (presente, pasado cercano,
pasado lejano), la encuesta, las relaciones de la policía y los problemas de los
gangsters no dejan de interrumpirse los unos a los otros, bajando de nivel en nivel
antes de «remontar» hasta las primeras secuencias-programa.
Pero el procedimiento sirve también en la comedia: es conocido el gag, muy
estimado por Buster Keaton o Jerry Lewis, en que, para reparar un error, se comete
un segundo que a su vez se quiere reparar, y se comete un tercero…
Finalmente, dos secuencias-programa diferentes pueden tener un fin común:
por ejemplo, en el cine de aventuras, si el héroe sale vencedor de las pruebas
conquista al mismo tiempo a la chica.
La historia que cuenta el cine de ficción aparece así bajo la forma de un
mecano: las piezas están determinadas de una vez por todas, y tienen un número
limitado, pero pueden conseguir un número bastante elevado de combinaciones
diferentes. La elección y la ordenación quedan relativamente libres.
Si la instancia narrativa tiene una libertad restringida para la organización
interna y la sucesión de las secuencias-programa, es, por el contrario, enteramente
libre de escoger la manera en que se han de llenar las funciones o fijar los atributos
y los caracteres de los personajes. Esta libertad es la que permite revestir de un
aspecto siempre nuevo el juego regulado y limitado del mecano.
2.4.3. Los personajes
Vladimir Propp sugería llamar actantes a los personajes, que para él no se
definían por su status social o su psicología, sino por su «esfera de acción», es
decir, por el haz de funciones que cumplen en el interior de una historia. A
continuación, A.-J. Greimas propone llamar actante al que tan sólo cubre una
función, y actor al que, a través de toda la historia, cubre varias. Propp destacaba
ya que un personaje puede cubrir varias funciones y que una función puede ser
alcanzada por varios personajes.
Greimas construye un modelo actancial con seis términos: encontramos el
Sujeto (que corresponde al héroe), el Objeto (que puede ser la persona en busca de
la que parte el héroe), el Destinador (el que fija la misión, la tarea o la acción que
hay que cumplir), el Destinatario (el que recogerá el fruto), el Oponente (encargado
de dificultar la acción del Sujeto) y el Ayudante (que, al contrario, le ayuda). Está
claro que un solo y único personaje puede ser simultáneamente, o
alternativamente, Destinador y Destinatario, Objeto y Destinador…
En el cine negro, el personaje de la chica es a la vez Objeto (de la encuesta).
Ayudante (ayuda al héroe en su tarea) y Oponente (puesto que es ella la que trama
todo y la que se encarga de enredar las pistas). Por otro lado, en Río Bravo, Howard
Hawks (1959), el Sujeto está representado por cuatro personajes diferentes: el
sheriff y sus tres ayudantes. Sin embargo, se les puede considerar a los cuatro
como un solo personaje.
Si los actantes tienen un número finito y permanecen invariables, los
personajes tienen un número casi infinito, puesto que sus atributos y su carácter
pueden variar sin que se modifique su esfera de acción. Contrariamente, pueden
permanecer aparentemente idénticos cuando su esfera se modifica.
Así, el pistolero (Oponente) puede estar caracterizado como procedente de
los bajos fondos, brutal y grosero, o como un ser distinguido y refinado. El
personaje del indio, conservando lo esencial de sus atributos y su caracterización,
ha visto su esfera de acción evolucionar relativamente en el western: simple
máquina de masacre en algunos filmes, en otros ha podido convertirse en un
Sujeto con funciones positivas. En particular es reveladora la comparación entre la
representación de los indios en La diligencia (1939) y El gran combate (1964), ambas
de John Ford.
Lo que se llama ordinariamente la riqueza psicológica de un personaje suele
tener su origen en la modificación del haz de funciones que cubre, modificación
que no se opera en relación con la realidad, sino por referencia a un modelo
preexistente del personaje en el que ciertas afinidades actanciales, generalmente
admitidas, se encuentran abandonadas en provecho de combinaciones inéditas.
En el nivel del modelo actancial, el personaje de ficción es un operador,
puesto que debe asumir, a través de las funciones que cubre, las transformaciones
necesarias para el avance de la historia. Asegura por igual la unidad, más allá de la
diversidad de funciones y de polos actanciales: el personaje del filme de ficción es
un poco el hilo conductor, tiene un papel de homogeneización y de continuidad.
Si el modelo actancial, elaborado en relación a la literatura, puede ser
aplicado al personaje del cine de ficción, hay como mínimo un punto en el que este
último se diferencia del personaje de novela o incluso del teatral. El novelesco sólo
es un nombre propio (un nombre vacío) sobre el que se cristalizan los atributos, los
rasgos de carácter, los sentimientos y las acciones. El personaje de teatro se sitúa
entre el de novela y el de cine: un ser de papel de la obra escrita, que se encuentra
episódicamente encarnado por este o aquel comediante. Sucede a veces que un
personaje de teatro conserva la marca de un comediante: así en Francia, el
personaje del Cid está unido a Gérard Philipe y el del Avaro (Harpagon) a Charles
Dullin.
En el cine, por varias razones, la situación es diferente. De entrada, el guión
casi en ningún caso tiene existencia para el público: si llega a ser conocido es
siempre después de la proyección del filme: el personaje sólo existe en la pantalla.
A continuación, el personaje existe una única vez, en una película que, una vez
filmada, no conoce ninguna variación, mientras que en el teatro, la «encarnación»
varía de un actor a otro, o incluso en un mismo actor, de una representación a otra.
El personaje del cine de ficción tampoco existe bajo los rasgos de un actor (salvo el
caso, relativamente raro en la producción cinematográfica, de los remakes), y con
el agravante de una única interpretación: la de la toma conservada en el montaje
definitivo del filme distribuido. Si es evidente que nadie dirá «Gérard Philipe»
para hablar del Cid, es muy frecuente nombrar al actor para hablar de un personaje
determinado de una película: recuerdo perfectamente que en Los sobornados, de
Fritz Lang (1953), es Lee Marvin quien lanza café hirviendo a la cara de su
cómplice Gloria Grahame, pero he olvidado por completo los nombres de los
personajes. Esto se debe a que el personaje del cine de ficción no tiene existencia
fuera de los rasgos físicos del actor que lo interpreta, salvo en el caso, generalmente
episódico, en que un personaje es nombrado cuando aún no ha aparecido en la
imagen.
El estatuto del personaje, en el cine, viene del star-system, en sí mismo
intrínseco al funcionamiento de la institución cinematográfica (véase la obra de
Edgar Morin, Las estrellas). El star-system, llevado hasta la cumbre por el cine
americano pero presente en todo cine comercial, se define doblemente por sus
aspectos económico y mitológico: el uno arrastra al otro. El cine es una industria
que mueve grandes capitales: intenta por tanto rentabilizar al máximo sus
inversiones. Esto conduce a una doble práctica: por una parte la contratación de
actores que de este modo se atan a una firma en exclusiva, y por otra la reducción
de los riesgos fijando una imagen de los actores. Si un actor se muestra eficaz en un
tipo de papel o de personaje en particular, se tenderá a repetir la operación en las
películas siguientes para asegurar el ingreso. De ahí el aspecto mitológico: al
convertirlo en star, se forja para el actor una imagen de marca. Esta imagen se
alimenta a la vez de los rasgos físicos del actor, de sus actuaciones fílmicas
anteriores o potenciales, y de su vida «real» o supuesta. El star-system tiende a
hacer del actor un personaje incluso fuera de la realización fílmica: el personaje del
filme toma cuerpo a través de este otro personaje que es la star.
Si el personaje de ficción gana sobre el real, puesto que se apoya a la vez
sobre el personaje de la star y sobre sus papeles precedentes, el actor puede perder
realidad: sin hablar de Marilyn Monroe, Bela Lugosi acabó por creerse los
personajes satánicos de sus filmes, y quizá Johnny Weismuller entró en el hospital
psiquiátrico bajo los rasgos de Tarzán.
En consecuencia, el star-system empuja a la organización de la ficción
alrededor de un personaje central o de una pareja central, dejando en la sombra los
demás. Es plenamente coherente con el sistema el que muchos guiones se escriban
para un actor, en función de él: el personaje se «corta a la medida». Se sabe también
que algunos contratos de actores estipulan no sólo el número de planos que le
deberán estar dedicados en el filme, sino también ciertos caracteres obligatorios de
los personajes que deben interpretar: se conoce la historia de Buster Keaton, a
quien le estaba prohibido reír, o de Jean Gabin, a quien, en los contratos de antes
de la guerra, se le exigía siempre que muriera al final. La imagen de la star
alimenta continuamente la caracterización del personaje pero, a cambio, el
personaje alimenta la imagen de la star.
3. El realismo en el cine
Entre todas las artes y los modos de representación, el cine aparece como
uno de los más realistas, puesto que puede reproducir el movimiento y la
duración, y restituir el ambiente sonoro de una acción o de un lugar. Pero la sola
formulación de este principio demuestra que el realismo cinematográfico no se
valora más que en relación con otros modos de representación y no en relación con la
realidad. Hoy se ha superado el tiempo de la creencia en la objetividad de los
mecanismos de reproducción cinematográfica y del entusiasmo de Bazin, que veía
en la imagen del modelo el modelo mismo. Esta creencia en la objetividad se
fundaba a la vez en un tonto juego de palabras (a propósito del objetivo de la
cámara) y en la seguridad de que un aparato científico como la cámara tenía que
ser necesariamente neutro. Pero esta cuestión se ha examinado suficientemente en
el capítulo «El filme como representación visual y sonora» (pág. 19) para que sea
inútil repetir aquí todos los argumentos.
Basta recordar que la representación cinematográfica (que no viene sólo de
la cámara) sufre una serie de coacciones, que van de las necesidades técnicas a las
necesidades estéticas. Está subordinada al tipo de película empleada, al tipo de
iluminación disponible, a la definición del objetivo, a la necesaria selección y
jerarquización de los sonidos, al igual que está determinada por el tipo de montaje,
el encadenamiento de secuencias y la realización. Todo ello requiere un vasto
conjunto de códigos asimilados por el público para que la imagen que se presenta
se considere parecida en relación a una percepción de la realidad. El «realismo» de
los materiales de la expresión cinematográfica es el resultado de gran número de
convenciones y reglas, que varían según las épocas y las culturas. No es preciso
recordar que el cine no fue siempre sonoro, ni en color, e incluso, cuando fue
sonoro y en color, el realismo de los sonidos y los colores se ha ido modificando
singularmente a lo largo de los años: el color de las películas de la década de 1950
parece hoy exagerado; el que se puede ver en las películas de principios de la
década de 1980, con su recurso sistemático al pastel, se debe principalmente a una
moda. Pero, en cada etapa (mudo, blanco y negro, color), el cine no ha dejado de
ser considerado realista. El realismo aparece como una victoria de la realidad
(véase sobre este punto el capítulo «El montaje», pág. 73) en relación a un estadio
anterior del modo de representación. Pero esta victoria es absolutamente
desechable por las innovaciones técnicas y también porque la propia realidad no se
alcanza jamás.
3.2. El realismo de los temas de los filmes
3.3. Lo verosímil
Lo verosímil consiste en una serie de reglas que afectan las acciones de los
personajes, en función de máximas a las que pueden ser asimiladas. Estas reglas,
tácitamente reconocidas por el público, se aplican pero nunca se explican, ya que la
relación de una historia al sistema verosímil al que se somete es por esencia una
relación muda. El tiroteo final de los westerns responde a reglas muy estrictas que
se deben respetar si no se quiere que el público juzgue la situación inverosímil o al
director demasiado atrevido. Pero nada explica, ni en el western ni en la realidad,
que el héroe tenga que avanzar solo por en medio de la calle principal y esperar
que su adversario desenfunde.
Por otro lado, se estima verosímil lo que es previsible. Por el contrario, se
juzgará inverosímil lo que el espectador no puede prever, sea por la historia o por
la máxima, y la acción «inverosímil» aparecerá como un golpe de fuerza de la
instancia narrativa para conseguir sus fines. Por ejemplo, si no se quiere que la
llegada salvadora de la caballería a la granja asediada por los indios parezca
inverosímil, se cuidará de introducir en el relato algunas escenas que indiquen que
el fuerte no está lejos y que su comandante está al tanto de lo que sucede. Lo
verosímil está ligado a la motivación en el interior de la historia de las acciones
emprendidas. Por tanto, toda unidad diegética tiene siempre una doble función:
una inmediata y otra a largo término. La inmediata varía, pero la función a largo
término es la de preparar discretamente la llegada de otra unidad a la que servirá
de motivación.
En La chienne, de Jean Renoir (1931), Maurice quiere tener una explicación
calmada con su amante, que le engaña. Mientras que Maurice razona, Lulú abre,
con ayuda de una plegadera, las páginas de un libro. Esta acción es verosímil
puesto que Lulú se nos ha presentado como una ociosa: por eso su ociosidad
motiva el leer en la cama y usar una plegadera.
Pero Maurice, enfadado, la mata con ayuda de la plegadera; el asesinato es
verosímil porque el personaje tiene razones «psicológicas» y morales y además, el
arma del crimen se encontraba «por casualidad» y «de modo natural» en el lugar.
«Cortar las páginas de un libro» tiene por función inmediata significar la
desenvoltura y la futilidad de Lulú, y por función a largo término, conducir
«naturalmente» al asesinato.
Si en la diégesis, las causas son las que parecen determinar los efectos, en la
construcción del relato, los efectos determinan las causas. En el ejemplo que
acabamos de dar, Maurice no mata a Lulú con una plegadera porque ella la está
usando, sino que ella la usa porque va a ser matada por Maurice. Con este giro, el
relato gana en economía en varios sentidos. Gana, primero, por la doble función de
la unidad diegética que, en cierto modo, sirve dos veces en lugar de una. Gana
también porque una unidad puede ser sobredeterminada o sobredeterminante:
puede servir de punto de reclamo de varias unidades seguidas diseminadas en el
relato, o ser ella misma llamada por otras unidades precedentes. Gana por el
trastorno de la determinación narrativa de la causa por el efecto, en una
motivación diegética del efecto por la causa. Encuentra la manera de transformar la
relación artificial y arbitraria establecida por la narración en una relación verosímil
y natural establecida por los hechos diegéticos. Desde esta óptica, lo verosímil es
un medio de naturalizar lo arbitrario del relato, de realizarlo (en el sentido de
hacerlo pasar por real). Para decirlo según la fórmula de Gérard Genette, si la
función de una unidad diegética es aquello para lo que sirve, su motivación es lo que
necesita para disimular su función. En los casos más conseguidos de relato
«transparente», «lo verosímil es una motivación implícita que no cuesta nada»
puesto que, salida de la opinión pública y de las máximas convenidas, no tiene por
qué estar inscrita en el relato.
3.3.3. Lo verosímil como efecto de corpus
4. La impresión de realidad
1. El cine narrativo
METZ, CH.
1972 «Images et pédagogie», «Au-delà de l’analogie, l’image», en Essais sur
la signification au cinéma, tomo 2. Ed. Klincksieck (editado en Análisis de las imágenes,
Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1972).
1.2. La búsqueda de una legitimidad
MITRY, J.
1965 «En quête d’une dramaturgie», en Esthétique et psychologie du cinéma.
Ed. Universitaires, París (traducción castellana en Siglo XXI, Estética y psicología del
cine, Madrid, 1978).
1.3. La oposición «narrativo/no narrativo»
METZ, CH.
1968 «Cinéma moderne et narrativité», en Essais sur la signification au cinéma,
tomo 2, Ed. Klincksieck.
NOGUEZ, D.
1979 Eloge du cinéma expérimental, Centre Georges Pompidou, París.
1.4. «Narrativo / cinematográfico»
BAZIN, A.
1975 «Pour un cinéma impur», en Qu’est-ce que le cinéma?, Ed. du Cerf, París
(traducción castellana en Rialp, ¿Qué es el cine?, Madrid, 1966).
METZ, CH.
1971 «A l’intérieur du fait filmique, le cinéma», en Langage et cinéma. Ed.
Larousse, París (traducción castellana en Planeta, Lenguaje y cine, Barcelona, 1973).
PROPP, V.
1970 Morphologie du conte russe, colección «Points», Ed. du Seuil, París
(traducción castellana en Ed. Fundamentos, Morfología del cuento, Madrid, 1981).
VANOYE, F.
1979 Récit écrit, récit filmique, Ed. CEDIC.
1.5. La metapsicología del espectador
METZ, CH.
1977 Le signifiant imaginaire, colección «10/18», UGE, París (traducción
castellana en Gili, Psicoanálisis y cine. El significante imaginario, Barcelona, 1979).
1.6. La representación social e ideológica
COLECTIVO
1970 «Young Mister Lincoln», en Cahiers du cinéma, número 223, París.
1977 «Le cinéma de l’histoire», en la revista Cultures, UNESCO.
FERRO, M.
1977 Cinéma et Histoire, colección «Médiations», Ed. Denoël-Gonthier, París
(traducción castellana en Gustavo Gili, Cine e historia, Barcelona, 1980).
SORLIN, P.
1977 Sociologie du cinéma, Ed. Aubier.
2. El filme de ficción
DUCROT, O. y TODOROV, T.
1972 «Référence», en Dictionnaire encyclopédique des sciences du langage. Ed. du
Seuil (traducción castellana en Siglo XXI, Diccionario enciclopédico de las ciencias del
lenguaje, Buenos Aires, 1975).
2.2. «Relato, narración, diégesis»
BELLOUR, R.
1980 «Enoncer», en L’analyse du film, Ed. Albatros, París.
GENETTE, G.
1969 «Frontières du récit», en Figures II, Ed. du Seuil.
1972 «Discours du récit», en Figures III, Ed. du Seuil.
METZ, CH.
1968 «Remarques pour une phénoménologie du narratif», en Essais sur la
signification au cinéma, tomo I, Ed. Klincksieck (traducción castellana en Ed. Tiempo
Contemporáneo, Ensayos sobre la significación en el cine, Buenos Aires, 1972).
2.3. «La política de los autores»
COLECTIVO
1972 La politique des auteurs, Ed. Champ Libre. París.
2.4. La distinción «historia/discurso»
BENVENISTE, E.
1972 «Les relations de temps dans le verbe français», en Problèmes de
linguistique générale, tomo 1, París (traducción castellana en Siglo XXI, Problemas de
lingüística general, México, 1974).
METZ, CH.
1977 «Histoire/Discours (Note sur deux voyeurismes)», en Le signifiant
imaginaire, colección «10/18», UGE, París (traducción castellana en Gili, Psicoanálisis
y cine. El significante imaginario, Barcelona, 1979).
2.5. La idea de programa
BARTHES, R.
1970 S/Z, Ed. du Seuil, París (traducción castellana en Siglo XXI, S/Z,
Madrid, 1980).
GENETTE, G.
1972 «Discours du récit», en Figures. III, Ed. du Seuil, París.
KUNTZEL, TH.
1975 «Le travail du film II», en Communications, n.o 23, París.
VERNET, M.
1980 «La transaction filmique», en Le cinéma américain, tomo 2, Ed.
Flammarion, París.
2.6. El concepto de funciones
BARTHES, R.
1966 «Introduction à l’analyse structurale du récit», en Communications, n.o 8,
París (traducción, castellana: «Introducción al análisis estructural del relato», en
Ed. Tiempo Contemporáneo, Análisis estructural del relato, Buenos Aires, 1970).
LÉVI-STRAUSS, C.
1973 «La geste d’Asdiwal», en Anthropologie structurale, tomo 2, Ed. Pion,
París (traducción castellana en Eudeba, Buenos Aires).
PROPP, V.
1970 Morphologie du conte russe, colección «Points», Ed. du Seuil, París
(traducción castellana en Ed. Fundamentos, Morfología del cuento, Madrid, 1981).
2.7. Los personajes
GREIMAS, A. J.
1966 «Réflexions sur les modèles actantiels», en Sémantique structurale, Ed.
Larousse, París (trad. cast., Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1971).
MORIN, E.
1972 Les stars, colección «Points», Ed. du Seuil, París (traducción castellana
en Dopesa, Las stars, servidumbres y mitos, Barcelona, 1972).
3. El realismo
METZ, CH.
1968 «A propos de l’impression de réalité», en Essais sur la signification au
cinéma, tomo I, Ed. Klincksieck (traducción castellana en Ed. Tiempo
Contemporáneo, Ensayos sobre la significación en el cine, Buenos Aires, 1972).
3.2. Lo verosímil
METZ, CH.
1968 «Le dire et le dit», en Essais sur la signification au cinéma, tomo I
(traducción castellana en Ed. Tiempo Contemporáneo, Ensayos sobre la significación
en el cine, Buenos Aires, 1972).
3.3. Función y motivación
GENETTE, G.
1969 «Vraisemblance et motivation», en Figures II, Ed. du Seuil.
4. Cine y lenguaje
1. El lenguaje cinematográfico
El rechazo de las «gramáticas del cine» implica una concepción empírica del
lenguaje cinematográfico; es importante precisarla un poco antes de abordar las
teorías formuladas por Jean Mitry y Christian Metz. El libro de Marcel Martin,
titulado precisamente El lenguaje cinematográfico, cuya primera edición data de
1955, y que ha sido varias veces reeditado y traducido, puede ser útil como punto
de referencia para entender esta concepción «indígena» tal como se explica antes
de un enfoque semiológico de la cuestión.
Curiosamente, no se encuentra una definición unificada de la expresión, ni
en la introducción ni en la conclusión de la obra donde ésta se aborda
directamente.
Marcel Martin une la aparición del lenguaje cinematográfico al
descubrimiento progresivo de los procedimientos de expresión fílmica. Para él,
como también para Jean Mitry y Christian Metz, que retoman el análisis en este
punto, el lenguaje cinematográfico se constituyó históricamente gracias a la
aportación artística de cineastas como D. W. Griffith y S. M. Eisenstein. El cine en el
momento de su nacimiento no estaba dotado de lenguaje, era tan sólo el registro
filmado de un espectáculo anterior, o bien la simple reproducción de la realidad.
Para poder contar historias y comunicar ideas, el cine ha debido elaborar toda una
serie de procedimientos expresivos; el conjunto de ellos es lo que abarca el término
lenguaje (véase pág. 176).
El lenguaje cinematográfico está doblemente determinado, primero por la
historia, después por la narratividad. Con esto se afirma que ni las películas
«primitivas» ni las no-narrativas, tienen lenguaje o que, si lo tienen, éste es
estructuralmente idéntico al de los filmes narrativos. En sus primeros textos
Christian Metz comparte esta hipótesis cuando escribe, por ejemplo: «Un filme de
Fellini se diferencia de uno de la marina americana (destinado a enseñar a los
reclutas el arte de hacer nudos) por el talento y por la finalidad, no por lo que tiene
de más íntimo en su mecanismo semiológico. Las películas puramente vehiculares
están hechas como las otras». (Ensayos, 1, pág. 85). Veremos más adelante que esta
posición se ha modificado totalmente en Lenguaje y cine.
Esta concepción clásica del lenguaje presupone otras dos hipótesis, una que
asimila lenguaje a «lenguaje fílmico tradicional» (es la interpretación inmovilista),
otra que diluye totalmente la instancia de lenguaje haciendo del cine el lugar de
aprehensión directa de la realidad (es la interpretación relajada).
1.4.1. El lenguaje cinematográfico tradicional
Cuando Jean Mitry insiste en que un filme es «ante todo imágenes», pone el
acento en el nivel «analógico» del lenguaje cinematográfico. El material significante
de base del cine, por supuesto la imagen, pero también el sonido registrado, se
presentan como «dobles» de la realidad, verdaderos duplicados mecánicos. En
términos más lingüísticos, el enlace entre el significante y el significado de la
imagen visual y sonora está fuertemente motivado por su semejanza.
Por el contrario, no hay ningún enlace analógico entre el significante
acústico y su significado, entre el sonido fónico de la lengua y lo que significa en el
cuadro de una lengua dada, fuera del caso particular que constituye la
onomatopeya.
Evidentemente este enlace analógico entre significante y significado permite
todas las teorías del cine como reproducción directa de la realidad sin la mediación
de un lenguaje o de un código arbitrario. La analogía no es, sin embargo, lo inverso
de lo arbitrario sino una forma particular de motivación, incluso en el caso de que
la imagen cinematográfica sea particularmente «fiel» (véase el capítulo 1):
«Pero, ¿quién no se verá afectado por la fuerza con la que el cine se impone
en este estadio de la investigación del lenguaje perfecto? En el cine, los seres y las
cosas mismas son los que aparecen y hablan: no hay término medio entre ellos y
nosotros, la confrontación es directa. El signo y la cosa significada son un solo y
único ser». Marcel Martin, El lenguaje cinematográfico (para el análisis crítico de este
tema, véase el capítulo 3, pág. 134).
2.1.4. Linealidad y existencia de las unidades discretas
Estos códigos, llamados así por Christian Metz siguiendo los análisis
icónicos de Umberto Eco y los semánticos de A. J. Greimas, se refieren a la
operación de «nominación», el acto de dar un nombre a los objetos visuales.
La visión selecciona en el objeto los rasgos pertinentes y lo integra, gracias a
ello, en una clasificación social. Cada objeto visual reconocido se nombra entonces
con la ayuda de una unidad lexical, la mayor parte de las veces una palabra.
Esta «nominación», que parece funcionar por correspondencia entre objetos
y palabras que sirven para designarlos (como etiquetas), es una operación compleja
que relaciona los rasgos pertinentes visuales y los semánticos. La nominación es
una operación de trascodificación entre estos rasgos, una selección de aquellos que
se consideran como pertinentes y una eliminación de los restantes, considerados
como «irrelevantes». El rasgo pertinente semántico corresponde al concepto de
«semema» tal como lo define Greimas (= el significado de una sola acepción de un
lexema).
«Cada semema (unidad específica del plano del significado) designa una
clase de ocurrencia y no una ocurrencia singular. Existen miles de “trenes”, incluso
considerando la acepción de “convoy ferroviario”, y difieren mucho unos de otros
por el color, la altura, el número de vagones, etcétera. Pero la taxonomía cultural
que lleva en sí misma la lengua, ha decidido que estas variaciones son irrelevantes,
y que se trata del mismo objeto (= una misma clase de objetos); ha decidido
también que otras variaciones son pertinentes y suficientes para “cambiar de
objeto”, como por ejemplo las que separan el “tren” de la “autovía”». Christian
Metz, «Lo percibido y lo nombrado», en Ensayos semióticos.
Esta operación de trascodificación se acompaña de otra relación debida al
carácter particular de la lengua; Christian Metz califica dicha relación de
«metacódica». Un metacódigo es un código que se utiliza para estudiar otro
código, como el metalenguaje es el lenguaje que sirve para estudiar otros lenguajes.
La lengua es el único lenguaje que está en posición de metalenguaje universal,
puesto que es preciso utilizarla para analizar los demás lenguajes. La lengua ocupa
una posición privilegiada puesto que es la única que puede expresar, aunque sea a
veces de forma aproximativa, lo que dicen todos los restantes códigos.
La lengua hace mucho más que trascodificar la visión, que traducirla en otro
significante del mismo rango, que «verbalizarla».
La nominación remata la percepción en tanto que la traduce, y una
percepción insuficientemente verbalizada no es plenamente una percepción en el
sentido social de la palabra.
Si pienso por ejemplo en un objeto que conozco pero no consigo dibujarlo en
una hoja de papel, se entenderá que soy un poco torpe. Si este mismo objeto está
dibujado en una hoja de papel y yo no encuentro la palabra que sirve para
nombrarlo, se creerán entonces que no he comprendido el dibujo, que ignoro
realmente lo que es. En El niño salvaje, de François Truffaut (1970), el doctor Itard
se esfuerza en enseñar al niño a nombrar los objetos cotidianos que él manipula:
unas tijeras, una llave, etcétera. Como el niño no posee el código de la lengua, su
capacidad de identificación visual se pone a prueba.
Estos códigos muestran la relación de interdependencia muy estrecha que
une la percepción visual y el uso del léxico verbal: vemos que se relativiza un poco
más la oposición lenguaje visual-lengua, al explicitar el papel de la lengua dentro
de la percepción.
Un ejemplo de montaje alternando la mirada de un personaje (Melanie
Daniels en Los pájaros de Hitchcock, 1963) y el objeto mirado.
2.2.3. Las figuras significantes propiamente cinematográficas
Incluso cuando los análisis de filmes antes de 1970 eran ricos, profundos,
acabados, el autor rara vez hacía referencia a este o aquel detalle de la puesta en
escena, del encuadre o del raccord entre dos planos.
Por supuesto, estas referencias existían a veces en los análisis de André
Bazin. La profundidad de campo en el plano del vaso y de la puerta cuando la
tentativa de suicidio de Susan en Ciudadano Kane, de Orson Welles (1940), y la
panorámica en el patio interior del inmueble del Crime de Monsieur Lange, de Jean
Renoir (1935), se han convertido en ejemplos clásicos. Pero el ejemplo en Bazin se
integraba siempre en una demostración más general dedicada al realismo
cinematográfico. Asimismo, S. M. Eisenstein puntuaba de modo sistemático sus
desarrollos teóricos con comentarios de planos extremadamente precisos.
Justamente este aspecto es el que permite considerar a los dos como los
precursores del análisis textual.
De ahí el número reducido de análisis estilísticos o formales y por el
contrario la abundancia de estudios temáticos en los análisis en profundidad.
Citemos como ejemplo los estudios de Michel Delahaye dedicados a Marcel Pagnol
y a Jacques Demy y los de Jean Douchet sobre Alfred Hitchcock, Vincente Minnelli
y Kenji Mizoguchi.
Los análisis de Michel Delahaye y Jean Douchet, muy diferentes en su
propia estrategia, se empeñan ambos en discernir las redes temáticas dominantes
en la obra de un cineasta. Resultado de la célebre «política de los autores» de los
Cahiers du cinéma de las décadas de 1950 y 1960, representan seguramente la vena
más fecunda de este camino crítico.
El análisis textual restringe de modo considerable estas ambiciones para
sustituirlas por otras. Abandona la obra total de un cineasta para dedicarse a un
fragmento de un filme en particular; cultiva deliberadamente una cierta «miopía»
en la lectura al nivel de la imagen.
Esta atención hacia las estructuras formales del filme, de la que hemos
señalado más de un precursor desde la década de 1920, se encontró muy
reactualizada antes de los análisis textuales propiamente dichos, por los trabajos de
Noël Burch publicados en 1967 en los Cahiers du cinéma, y luego reunidos en Praxis
del cine.
Desde su primer análisis dedicado al espacio fílmico en Nana, de Jean Renoir
(1926), Noël Burch manifiesta a la vez una ambición teórica y una gran agudeza en
la observación concreta de las figuras estilísticas del filme que encontraremos en
los mejores análisis posteriores.
Pero el rigor de Burch choca con el obstáculo de la memorización de planos
y secuencias; contra este obstáculo chocarán también los primeros analistas
textuales antes de bordearlo por medio del «paro de imagen».
Señalando un retorno a la primacía del significante, el análisis textual
manifiesta su preocupación de no caer de golpe en una lectura interpretativa. Se
detiene a menudo en el momento del «sentido» y, por ahí, corre el riesgo de la
paráfrasis y la descripción puramente formal. Su apuesta se apoya en la
articulación siempre problemática entre las hipótesis interpretativas y el
comentario minucioso de los elementos destacables en el filme.
b. El privilegio de la metodología
1. El lenguaje cinematográfico
BALÁZS, B.
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1970 «Des fondements du cinéma», en Cahiers du cinéma, n.o 220-221, mayo-
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1.3. Las gramáticas del cine
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Ed. Klincksicck.
1.4. La concepción clásica del lenguaje
MARTIN, M.
1955 Le langage cinématographique, París, Ed. du Cerf, nueva edición corregida
en 1962, reeditada en 1977 en EFR.
1.5. Un lenguaje sin signos
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2. El cine, ¿lengua o lenguaje?
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1972 Essais sur la signification au cinéma, tomo 1, París, Ed. Klincksieck, varias
reediciones: especialmente el capítulo «Problèmes de sémiologie du cinéma»
(traducción castellana en Ed. Tiempo Contemporáneo, Ensayos sobre la significación
en el cine, Buenos Aires, 1972).
2.2. La inteligibilidad del filme
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1972 La structure absente, París, Ed. Mercure de France, sección B «Vers une
sémiotique des codes visuels» (traducción castellana en Lumen, La estructura
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METZ, CH.
1972 Essais sur la signification au cinéma, cap. III: «L’avant et l’après de
l’analogie», op. cit.
1977 Essais sémiotiques, París, Ed. Klincksieck, capítulo VI, «Le perçu et le
nommé», págs. 129-161.
3. La heterogeneidad del lenguaje cinematográfico
HJELMSLEV, L.
1968 Prolégomènes ci une théorie du langage, París, Ed. de Minuit (traducción
castellana en Gredos, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid, 1980).
3.2. El concepto de código en semiología
BARTHES, R.
1953 «Eléments de sémiologie», en Le degré zéro de l’écriture, París, Ed. du
Seuil, reeditado en 1970 (traducción catalana en Edicions 62, El grau 0 de
l’escriptura, Barcelona, 1973).
1973 «Analyse textuelle d’un conte d’Edgar Poe», en Sémiotique narrative et
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1971 Langage et cinéma, París, Ed. Larousse, reeditado en París, Ed. Albatros,
1977 (traducción castellana en Planeta, Lenguaje y cine, Barcelona, 1973).
3.3 y 3.4. Los códigos específicos y no específicos en el cine
METZ, CH.
1971 Langage et cinéma, París, Ed. Larousse, reeditado en Ed. Albatros, 1977,
especialmente el capítulo X: «Spécifique/non-spécifiquc: relativité d’un partage
maintenu» (traducción castellana en Planeta, Lenguaje y cine, Barcelona, 1973).
VERNET, M.
1976 «Codes non spécifiques», en Lectures du film, París, Ed. Albatros, págs.
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4. El análisis textual del film
METZ, CH.
1971 Langage et cinéma, caps. I, V, VI y VII (traducción castellana en Planeta,
Lenguaje y cine, Barcelona, 1973).
ODIN, R.
1977 «Dix années d’analyses textuelles de films», bibliografía analítica, en
Linguistique et sémiologie, 3, Lyon.
4.2. El sistema textual de Intolerancia, de D. W. Griffith
BAUDRY, P.
1972 «Les aventures de l’idée, sur Intolérance», 1 y 2, en Cahiers du cinéma, n.o
240-241.
4.5. El concepto de texto en semiótica literaria
BARTHES, R.
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1970 S/Z, Ed. du Seuil, París (traducción castellana en Siglo XXI, S/Z,
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BELLOUR, R.
1975 «Le texte introuvable», en Ça/cinéma, n.o 7-8, recogido en L’analyse du
film, París, Ed. Albatros, 1979.
KRISTEVA, J.
1969 Recherches pour une sémanalyse, París, Ed. du Seuil (traducción
castellana, Semiótica, 1 y 2, Ed. Fundamentos, Madrid, 1978).
4.4. Originalidad del análisis textual
BELLOUR, R.
1979 L’analyse du film, París, Ed. Albatros.
1980 «A bâtons rompus», en Théorie du film, París, obra colectiva.
DELAHAYE, M.
1967 «Jacques Demy ou les racines du rêve», en Cahiers du cinéma, n.o 189,
abriI.
1969 «La saga Pagnol», en Cahiers du cinéma. n.o 213, junio.
DOUCHET, J.
1967 «Alfred Hitchcock», en Cahiers de l’herne cinéma, n.o 1.
5. El cine y su espectador
1. El espectador de cine
Estas identificaciones secundarias, por las que el sujeto saldrá, de forma más
o menos lograda, de la crisis edípica, toman estructuralmente la continuación y el
lugar de los deseos edípicos y constituirán el yo, la personalidad del sujeto. Estas
identificaciones son la matriz de todas las identificaciones futuras del sujeto por las
que su yo se va a diferenciar poco a poco.
Está claro que las identificaciones secundarias, cuyo prototipo siguen siendo
las relaciones en el triángulo edípico (del que hemos apreciado la complejidad),
están abocadas, por este origen edípico mismo, a la ambivalencia.
En esta evolución, formadora del YO, por la entrada en lo imaginario
precediendo el acceso a lo simbólico, la identificación es el principio de base de la
constitución imaginaria del yo. Debemos a Jacques Lacan la insistencia en esta
función imaginaria del yo: el yo se define por una identificación con la imagen de los
demás, «por otro y para otro». El yo no es el centro del sujeto, el lugar de una
síntesis, sino que más bien está constituido, según la expresión de Lacan, por un
«baratillo de identificaciones», por un conjunto contingente, no coherente, a
menudo conflictivo, un verdadero patchwork de imágenes heteróclitas. Lejos de ser
el lugar de una síntesis del conocimiento del sujeto por sí mismo, el yo se definiría
más bien en su función de desconocimiento: por el juego permanente de la
identificación, el yo se dedica desde su origen a lo imaginario, a lo ilusorio. Se
construye, por identificaciones sucesivas, como una instancia imaginaria en la que
el sujeto tiende a alienarse, y que es sin embargo la condición sine qua non de la
localización del sujeto por sí mismo, de su entrada en el lenguaje, de su acceso a lo
simbólico.
Las experiencias culturales participarán, desde luego, de esas
identificaciones secundarias posteriores a lo largo de toda la vida del sujeto. La
novela, el teatro, el cine, como experiencias culturales con fuerte identificación (por
la puesta en escena del otro como figura del semejante) jugarán un papel
privilegiado en estas identificaciones secundarias culturales.
El ideal del yo, por ejemplo, continuará construyéndose y evolucionando
por identificación con modelos muy diversos,’ parcialmente contradictorios,
reencontrados por el sujeto tanto en su experiencia real como en su vida cultural.
El conjunto de esas identificaciones, de origen heterogéneo, no forma un sistema
relacional coherente, sino que más bien parecería una yuxtaposición de ideales
diversos más o menos compatibles entre sí.
2.2. La identificación como regresión narcisista
Un hecho que el teórico del cine debe tener en cuenta permanentemente: casi
siempre que se habla de una película, se habla del recuerdo de la película, recuerdo
ya reelaborado que ha sido objeto de una reconstrucción «después», y que le da
siempre más homogeneidad y coherencia de la que tenía realmente en la
experiencia de la proyección.
Esta distorsión se da particularmente en los personajes de la película, que
nos aparecen en el recuerdo como dotados de un perfil psicológico relativamente
estable y homogéneo al que se hace referencia, si se debe hablar o escribir del filme,
para caracterizarlos, un poco como se haría al referirse a una persona real.
Se comprende que esta distorsión es engañosa y que el personaje, como «ser
de película», se construye casi siempre a través del curso de avance del filme de
forma mucho más discontinua y contradictoria que como aparece en el recuerdo.
El espectador, al recordar, tiende a creer (como le invita la crítica diaria y el
discurso cotidiano sobre el cine) que se ha identificado por simpatía con este o aquel
personaje, a causa de su carácter, de sus rasgos psicológicos dominantes, de su
comportamiento general, un poco como en la vida se siente globalmente simpatía
por alguien a causa, creemos, de su personalidad.
La identificación secundaria en el cine es básicamente una identificación con
el personaje como figura del semejante en la ficción, como foco de los deseos
afectivos del espectador, pero sería un error considerar que la identificación es un
efecto de la simpatía que se puede sentir por tal o cual personaje. Se trata más bien
de un proceso inverso, y no sólo en el cine: Freud establece con claridad que no por
simpatía se identifica uno con alguien, sino «al contrario, la simpatía nace
solamente de la identificación». La simpatía es, pues, el efecto y no la causa de la
identificación.
Hay una forma de identificación muy extendida que pone esto en evidencia
de manera particular; es la identificación parcial, «en extremo circunscrita —escribe
Freud—, que se limita a tomar un solo rasgo del objeto». Esta identificación, a
partir de un solo rasgo, se produce con frecuencia entre personas que no tienen
ninguna simpatía ni ninguna atracción libidinal; funciona en particular en el nivel
colectivo: el bigote de Hitler, la elocución de Humphrey Bogart, etcétera.
Esta comprobación, según la cual la identificación es la causa de la simpatía,
y no a la inversa, plantea la cuestión de la moralidad y de la maleabilidad
fundamental del espectador de cine. En un relato fílmico bien estructurado el
espectador puede ser inducido a identificarse, y a sentir los efectos de simpatía que
de ello derivan, con un personaje por quien, en el nivel de personalidad, de
carácter, de ideología, no tendría ninguna simpatía en la vida real, quizás al
contrario, una aversión. La pérdida de prevenciones del espectador de cine le
inclina a poder simpatizar, por identificación, con cualquier personaje, siempre que
la estructura narrativa le lleve a ello. Por tomar un ejemplo célebre, Alfred
Hitchcock consiguió varias veces (Psicosis. 1961; La sombra de una duda, 1942)
obligar a su espectador a identificarse, al menos en parte, con un personaje
principal a priori completamente antipático: una ladrona, el cómplice en el crimen
de una joven, un asesino de viudas ricas, etcétera.
Esta verificación puede explicar también el fracaso, por ingenuidad, del cine
«edificante» que postula que el carácter y las acciones del «personaje bueno» deben
bastar para arrastrar la simpatía y la identificación del espectador.
La forma más «agradable» que toma el filme en el recuerdo, en relación con
la experiencia de su constitución progresiva por el espectador en el transcurso de
la proyección, permite rendir cuenta de una segunda ilusión. Esta consiste en
prestar a la identificación secundaria una inercia y una permanencia más grande
que la que en realidad posee: el espectador, así se cree demasiado a menudo, se
identificará masivamente a lo largo de un filme con un personaje principal de la
ficción, a veces con dos, por razones esencialmente psicológicas, y ello de manera
relativamente estable y monolítica. La identificación se dirigirá a este personaje de
modo duradero durante toda la proyección del filme, y se podrá dar cuenta de esto
de forma relativamente estática.
No se trata de negar que un gran número de filmes —digamos, para
simplificar, los más frustrados, los más estereotipados, por ejemplo hoy los
folletines televisivos— funcionan masivamente según una identificación bastante
monolítica, regulada por un fenómeno de reconocimiento, por una tipología
estereotipada de los personajes: el bueno, el malo, el héroe, el traidor, la víctima,
etcétera. En este caso la identificación con el personaje procede de una
identificación del (y al) personaje como tipo. La eficacia de esta forma de
identificación es indudable, su perennidad y su casi-universalidad son la prueba:
esta tipología tiene por efecto reactivar de manera absolutamente comprobada, en
un nivel a la vez frustrado y profundo, los afectos surgidos directamente de las
identificaciones con los papeles de la situación edípica: identificación con el
personaje portador del deseo contrariado, admiración por el héroe que figura el
ideal del yo, temor ante una figura paternal, etcétera.
Se aprecia aquí de una manera estereotipada, a menudo repetitiva y
perezosa, por tanto de forma más manifiesta, más directamente legible, un hecho
que resulta esencial en el «enganchamiento» del espectador con el personaje
fílmico, algo que se utiliza en todos los filmes de ficción y que juega, sin ninguna
duda, un papel esencial en toda identificación con el personaje: la identificación
tiene un papel tipológico.
Sin embargo, no es menos cierto que este sustrato arcaico de toda
identificación con el personaje no se podría explicar, sin una simplificación
exagerada, los mecanismos complejos de la identificación diegética en el cine, y en
particular de los dos caracteres más específicos de esta identificación. Primero: la
identificación es un efecto de la estructura, una cuestión de lugar más que de
psicología. Segundo: la identificación con el personaje no es nunca tan masiva y
monolítica, sino, por el contrario, extremadamente fluida, ambivalente y
permutable en el curso de la proyección del filme, es decir, de su construcción por
el espectador.
3.3. Identificación y estructura
3.3.1. La situación
Queda por observar, en el nivel de las más pequeñas unidades del texto de
superficie, los micro-circuitos donde van a engendrarse a la vez el relato fílmico y
la identificación del espectador, pero esta vez plano a plano, en el avance de cada
secuencia.
Lo que destaca y parece específico del relato fílmico —incluso aunque este
hecho del código nos parezca natural, invisible de tan acostumbrados como
estamos a él— es la extraordinaria fluidez de la planificación narrativa clásica: la
escena más trivial, en cine, se construye cambiando sin cesar de punto de vista, de
focalización, de encuadre, arrastrando a un desplazamiento permanente del punto
de vista del espectador sobre la escena representada, desplazamiento que no dejará
de influir por micro-variaciones en el proceso de identificación del espectador.
Una vez más hay que ser prudentes al poner de relieve la similitud entre lo
que ya hemos dicho sobre las características de la identificación (su reversibilidad,
el juego de permutaciones, de cambios de papel, que parecen caracterizarla) y las
variaciones permanentes del punto de vista inscritas en el código de la
planificación clásica. Aunque parece, en efecto, que el texto de superficie, en el
cine, imita lo mejor posible en sus mecanismos más puros la fragilidad del proceso
de identificación, nada permite ver un determinismo cualquiera en el que uno de
los mecanismos sería, de alguna manera, el «modelo» del otro.
La homología se vuelve, sin embargo, impresionante cuando nos ponemos a
medir, más allá de nuestro hábito cultural, hasta qué punto la planificación clásica
en el cine (instituida en código) es violentamente arbitraria: en apariencia nada es
más contrario a nuestra percepción de una escena vivida en la realidad que este
cambio permanente de punto de vista, de distancia, de focalización, si no es
precisamente el juego permanente de la identificación (en el lenguaje y en las
situaciones más ordinarias de la vida), de la que Sigmund Freud y Jacques Lacan
han demostrado toda la importancia en la posibilidad misma de todo
razonamiento intersubjetivo, de todo diálogo, de toda vida social.
Lo que se puede adelantar, en relación con esta homología, es que el texto de
superficie, colocando en su sitio estos microcircuitos, desvía probablemente con
pequeños impulsos permanentes, con minúsculos cambios de dirección sucesivos,
la relación entre el espectador, la escena y los personajes, aunque sólo sea
indicando lugares y recorridos privilegiados, reforzando unas posturas o unos
puntos de vista más que otros.
Sería demasiado largo describir aquí con detalle los elementos del texto de
superficie que influyen en este juego de la identificación (tanto más cuanto que
todos los elementos, de modo verosímil, contribuyen a su construcción): nos
limitaremos pues a señalar aquellos que intervienen en este proceso de la manera
más masiva, más ineludible.
La multiplicación de los puntos de vista, que fundamenta la planificación clásica
de la escena fílmica, es sin duda el principio de base constitutivo de esos
microcircuitos de la identificación en el texto de superficie, el que hará posible el
juego de los otros elementos. La escena clásica, en el cine, se construye (en el
código) sobre una multiplicidad de puntos de vista: la aparición de cada nuevo
plano corresponde a un cambio del punto de vista sobre la escena representada
(que, sin embargo, se supone que se desarrolla de forma continuada y en un
espacio homogéneo). No obstante, no es frecuente que a cada cambio de plano
corresponda un punto de vista nuevo, inédito, sobre la escena. Lo más normal es
que la planificación clásica funcione volviendo sobre determinados puntos de
vista, a veces con insistencia (por ejemplo, en el caso de una escena de campos-
contracampos).
Cada uno de estos puntos de vista, sea o no el de un personaje de la ficción,
inscribe necesariamente entre las diferentes figuras de la escena una cierta
jerarquía, les confiere más o menos importancia en la relación intersubjetiva,
privilegia el punto de vista de ciertos personajes, subraya ciertas líneas de tensión
y de separación. La articulación de estos diferentes puntos de vista, la insistencia
más frecuente de algunos de ellos, su combinatoria, en tanto que elementos
inscritos en el código que permiten trazar como en relieve de la misma situación
diegética, los lugares y los microcircuitos privilegiados para el espectador, influyen
en la generación de su identificación.
Esta multiplicación de puntos de vista se acompaña a menudo, en el cine
narrativo clásico, de un juego de variaciones en la escala de los planos.
No es por casualidad que la escala de planos en el cine —primer plano,
plano medio, plano americano, plano de conjunto— se establece con respecto a la
inscripción del cuerpo del actor en el cuadro: se sabe que la misma idea de la
planificación de la escena en planos de escala diferente nació del deseo de hacer
sentir al espectador, con la inclusión de un primer plano, la expresión del rostro de
un actor, subrayarla, señalando así su función dramática.
La multiplicación del punto de vista en la planificación clásica: la primera
secuencia de Hôtel du Nord, de Marcel Carné (1938), pone en escena una docena de
personajes en un banquete de primera comunión.
Sin duda alguna, en esta variación del tamaño de los actores en la pantalla,
en esta proximidad más o menos grande del ojo de la cámara a cada personaje, hay
un elemento determinante en cuanto al grado de atención, de emoción compartida,
de identificación con uno u otro personaje.
Para convencerse, bastaría con leer las declaraciones de Alfred Hitchcock
sobre este tema. Según él, el «tamaño de la imagen» es quizás el elemento más
importante en el arsenal de que dispone el realizador para «manipular» la
identificación del espectador con el personaje. Da muchos ejemplos de sus propios
filmes, como esa escena de Los pájaros, donde era imprescindible, según él, y a
pesar de las dificultades técnicas, mantener en primer plano el rostro de una actriz
que se levantaba de su silla y empezaba a desplazarse, so pena de «romper» la
identificación con ese personaje procediendo de la manera más simple, es decir,
recuadrándola en un plano más amplio en el momento de levantarse de la silla.
Este juego con las escalas de los planos, asociado al de la multiplicación de
los puntos de vista, permite en la planificación clásica de la escena una
combinatoria muy sutil, una alternancia de proximidad y distancia, de
desenganches y enganches sobre los personajes. Permite una inscripción particular
de cada personaje en la red relacional de la situación así presentada; permite
también presentar un personaje como una figura entre las demás, como un simple
elemento del decorado, o por el contrario, convertirlo en una escena en el
verdadero foco de la identificación aislándolo, en una serie de primeros planos, en
un tête-à-tête intenso con el espectador, cuyo interés se focaliza sobre ese personaje,
aunque juegue un papel secundario en la situación diegética propiamente dicha.
Se trata, evidentemente, de ejemplos extremos, algo simples, que no deben
ocultar la compleja sutilidad que permite este juego, inscrito en el código, con la
variación de la escala de planos.
En estos microcircuitos de la identificación en el cine, las miradas han sido
siempre un vector eminentemente privilegiado. El juego de miradas regula un
cierto número de figuras del montaje, en el nivel de las más pequeñas
articulaciones, que están a la vez entre las más frecuentes y las más codificadas: el
raccord sobre la mirada, el campo-contracampo, etcétera. Nada hay sorprendente
en ello cuando la identificación secundaria está centrada, como hemos visto, sobre
las relaciones entre los personajes, y el cine comprendió muy pronto que las
miradas constituían una pieza indispensable, específica de sus medios de
expresión, en el arte de implicar al espectador en estas relaciones.
El largo período del cine mudo, en el curso del cual se constituyeron
esencialmente los códigos de la planificación clásica, favoreció mucho la toma en
consideración del papel privilegiado de las miradas, que les permitían, en cierta
medida, paliar la ausencia de expresividad, de entonaciones, de matices en los
diálogos de los rótulos.
La articulación de la mirada en el deseo y la ilusión (teorizada por Jacques
Lacan en «Le regard comme objet à») predestinaba a la mirada a jugar un papel
central en un arte marcado por el doble carácter de ser a la vez un arte del relato
(por tanto, de las transformaciones del deseo) y un arte visual (por tanto, de la
mirada).
Así, en muchos textos teóricos, el raccord sobre la mirada se ha convertido en
la figura emblemática de la identificación secundaria en cine. Se trata de esa figura,
muy frecuente, en la que un plano «subjetivo» (supuestamente visto por el
personaje) sucede directamente a un plano del personaje que mira (el campo-
contracampo puede ser considerado, en cierta manera, como un caso particular de
raccord sobre la mirada). En esta delegación de la mirada entre el espectador y el
personaje, se ha querido ver la figura por excelencia de la identificación con el
personaje. A pesar de su aparente claridad, este ejemplo ha contribuido sin duda a
entorpecer la cuestión de la identificación en el cine por una simplificación
exagerada. El análisis de los procesos de generación de la identificación por los
microcircuitos de las miradas (y su articulación por el montaje) en un filme
narrativo surge sin ninguna duda de una teorización mucho más ajustada donde el
raccord sobre la mirada, incluso si señala un punto límite, un cortocircuito entre
identificación primaria e identificación secundaria, tendría un papel demasiado
específico y particular para ser ejemplar.
El papel central de la mirada en el plano.
1. El espectador de cine
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2. Espectador de cine e identificación: La doble identificación en el cine
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SADOUL, G.
1973 Histoire générale du cinéma, nueva edición en 6 vols., París, Ed. Denoël.
Existen numerosas historias del cine de formato más reducido: edición en un
volumen de Georges Sadoul, diversas obras en colecciones de bolsillo. Ninguno de
estos libros nos parece recomendable y preferimos siempre la referencia a las obras
de cierta amplitud.
2.1. Historia de ciertos períodos o escuelas
EISNER, L.
1965 L’ecran démoniaque, París, Ed. Terrain Vague.
FESCOURT, H.
1959 La foi et les montagnes (cine francés 1895-1955), París, Ed. Paul Montel
(reeditada en Editions d’Aujourd’hui, 1979).
KRACAUER, S.
1946 De Caligari à Hitler (traducción castellana en Ediciones Paidós, De
Caligari a Hitler, Barcelona, 1985).
LEYDA, J.
1960 Kino: Histoire du cinéma russe et soviétique (traducción castellana en
Ediciones Universitarias, Kino, historia del cine ruso y soviético, Buenos Aires, 1965).
NOGUEZ, D.
1979 Eloge du cinéma expérimental, París, Ed. du Centre Pompidou.
1982 Trente ans de cinéma expérimental en France (1950-1980), ARCEF.
SADOUL, G.
1962 Le cinéma français (1890-1962), París, Ed. Flammarion.
Cahiers de la cinémathèque, Perpiñán, especialmente los números:
n.o 13-14-15, «La révolution du parlant», 1974;
n.o 26-27, «Le cinéma muet italien», 1978;
n.o 29, «Le cinéma des premiers temps», 1979.
En inglés
BROWNLOW, K.
1968 The Parade’s Gone By (cine americano mudo), Universidad de California,
Berkeley-Los Ángeles.
JACOBS, L.
1939 The Rise of the American Film, Harcourt, Brace and Co., Nueva York
(traducción castellana en Lumen, La azarosa historia del cine americano, Barcelona,
1971).
3. Escritos teóricos
BALÁZS, B.
1929 L’esprit du cinéma (traducción francesa, E. Payot, París, 1977).
1948 Le cinéma (traducción francesa, Ed. Payot, 1979).
BAZIN, A.
1975 Qu’est-ce que le cinéma?, París, Ed. du Cerf, edición condensada
(traducción castellana, en Rialp, ¿Qué es el cine?, Madrid, 1966).
BONITZER, P.
1976 Le regard et la voix, París, colección «10/18», UGE.
BURCH, N.
1969 Praxis du cinéma, París, Gallimard (traducción castellana en Ed.
Fundamentos, Praxis del cine, Madrid, 1970).
EISENSTEIN, S. M.
1974 Au-delà des étoiles, París, colección «10/18», UGE.
1975/78 La non-indifférente nature, 2 vols., ibidem.
FAURE, E.
Fonction du cinéma (colección de artículos de las décadas 1920 y 1930), París,
col. «Médiations», Ed. Denoël Gonthier.
JOST, F. y CHATEAU, D.
1979 Nouveau cinéma, nouvelle sémiologie, París, col. «10/ 18», UGE.
METZ, CH.
1968/72 Essais sur la signification au cinéma, tomos 1, 2, París, Ed. Klincksieck
(traducción castellana del vol. 1 en Ed. Tiempo Contemporáneo, Ensayos sobre la
significación en el cine, Buenos Aires, 1972).
1971 Langage et Cinéma, París, Ed. Larousse (reeditado en Ed. Albatros, 1977),
(traducción castellana en Planeta, Lenguaje y cine, Barcelona, 1973).
1977 Le signifiant imaginaire, París, colección «10/18», UGE (traducción
castellana en Gili, Psicoanálisis y cine. El significante imaginario, Barcelona, 1979).
MITRY, J.
1966/68 Esthétique et psychologie du cinéma, 2 vols., París, Ed. Universitaires
(reeditado en 1980), (traducción castellana en Siglo XXI, Estética y psicología del cine,
Madrid, 1978).
MORIN, E.
1956 Le cinéma ou l’homme imaginaire, París, Ed. de Minuit (reeditado en
colección «Médiations», París, Ed. Denoël-Gonthier, 1965) (traducción castellana en
Seix y Barral, El cine o el hombre imaginario, Barcelona, 1972).
PASOLINI, P. P.
1972 Empirismo erético, Milano, Garzanti.
SOURIAU, E. y otros.
1953 L’univers filmique, París, Ed. Flammarion.
Diversos
ARNHEIM, R.
1932 Film als Kunst (reeditado, Fischer Taschenbücher, Frankfurt, 1979).
Existe una versión revisada por el autor en 1957 y publicada en Estados Unidos en
inglés: Film as Art, Univ. of California Press, 1957 (traducción castellana, El cine
como arte, Buenos Aires, Ed. Infinito, 1971).
CHKLOVSKI, V.; EICHENBAUM, B.; TYNIANOV, I. y otros.
1927 Poetika Kino (Poética del cine), Moscú-Leningrado. Los artículos de
Tynianov y Eichenbaum están traducidos al francés en Cahiers du cinéma, n.o 220-
221, 1970. Existe una excelente traducción alemana del conjunto (Poetik des Films,
Munich, 1974), y dos traducciones recientes en inglés (una en Oxford, la otra en
Ann Arbor, Michigan).
KRACAUER, S.
1960 Theory of Film, Oxford University Press.
KULECHOV, L.
1974 Kuleshov on Film, publicado por Ronald Levaco, U.C. Press.
MÜNSTERBERG, H.
1916 The Film: A Psychological Study, reeditado en Dover, Nueva York, 1970.
4. Técnica del cine
WYN, M.
1969 Le cinéma et ses techniques, París, Editions techniques européennes
(varias ediciones actualizadas).
Véase también las ediciones sobre las diversas especialidades del cine
editadas por el Institut des Hautes Etudes Cinématographiques (IDHEC).
En inglés
LIPTON, L.
1972 Independent Filmmaking, Straight Arrow Books, San Francisco.
5. Sociología y economía del cine
BONNELL, R.
1978 Le cinéma exploité, París, Ed. du Seuil.
FLICHY, P.
1980 Les industries de l’imaginaire, Presses Universitaires de Grenoble
(traducción castellana en Gili, Las multinacionales del audiovisual, Barcelona).
LEBEL, J. P.
1971 Cinéma et idéologie, París, Editions Sociales.
MERCILLON, H.
1953 Cinéma et monopoles, París, Ed. A. Colin.
SORLIN, P.
1977 Sociologie du cinéma, París, Ed. Aubier.
En inglés
AUMONT, J.
1979 Montage Eisenstein, París, Ed. Albatros.
BAZIN, A.
1971 Jean Renoir, París, Ed. Champ Libre.
1972 Orson Welles, París, Ed. du Cerf (traducción castellana en Fernando
Torres, Orson Welles, Valencia, 1973).
BAZIN, A. y ROHMER, E.
1973 Charlie Chaplin, París, Ed. du Cerf.
CHABROL, C. y ROHMER, E.
1957 Hitchcock, París, Ed. Universitaires (reeditado en las Editions
d’Aujourd’hui, Plan de la Tour, 1976).
EIBEL, A. (bajo la dirección de)
1964 Fritz Lang, París, Ed. Présence du Cinéma.
EISNER, L.
1964 Murnau, París, Ed. Le Terrain Vague.
Números especiales de Cahiers du cinéma (Mizoguchi, Hitchcock, Pasolini,
Renoir, Welles).
Esta selección es en extremo incompleta debido a que a menudo los libros
sobre cineastas son excesivamente anecdóticos. Se pueden encontrar textos en la
colección de monografías de L’anthologie du cinéma (10 volúmenes aparecidos), o en
la colección «Cinéma d’aujourd’hui» de Seghers.
7. Escritos de cineastas, entrevistas
BRESSON, R.
1975 Notes sur le cinématographe, París, Ed. Gallimard (traducción castellana
en Biblioteca Era, Notas sobre el cinematógrafo, México, 1979).
CLAIR, R.
1970 Cinéma d’hier, cinéma d’aujourd’hui, París, colección «Idées», NRF.
EISENSTEIN, S. M.
1977/79 Mémoires, 3 volúmenes, París, colección «10/ 18», UGE.
EPSTEIN, T.
1974 Ecrits sur le cinéma, en 2 vols. París, Seghers.
GODARD, J.-L.
1968 J.-L. Godard par J.-L. Godard, París, Ed. Pierre Belfond (traducción
castellana en Barrai, Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard, Barcelona, 1971).
RENOIR, J.
Ecrits 1926-1971, París, Ed. Pierre Belfond.
1974 Ma vie et mes films, París, Ed. Flammarion (traducción castellana en
Fernando Torres, Mi vida, mis films. Valencia, 1975).
TRUFFAUT, F.
1966 Le cinéma selon Alfred Hitchcock, París, Ed. Robert Laffont (reeditado en
Seghers, París, 1975), (traducción castellana en Alianza, L. B., El cine según
Hitchcock, Madrid, 1974).
Diversos
La primera edición de este libro data de 1983. Desde esa fecha, ha sido
reeditado regularmente, lo que prueba su utilidad como manual de iniciación a los
estudios cinematográficos, al menos en el aspecto teórico y estético. Pero desde
1983, estas disciplinas se han desarrollado y transformado, tanto en Francia como
en el extranjero. Esto demuestra tanto su vitalidad como su relativa estabilización
institucional en el seno de la universidad y de los centros de investigación.
Nos parecía que una actualización bibliográfica internacional muy detallada
sobrepasaba el marco introductorio de esta obra. Estética del cine, concebida y
escrita a principios de los años 80, lleva la impronta de la importancia de la estela
semiológica dominante durante los años 65-75, y está condicionada por
interrogantes tanto ideológicos como psicoanalíticos que dieron lugar a numerosos
debates, a la vez que las revistas de crítica cinematográfica eran sensibles a la
reflexión teórica.
Fue a mitad de la década cuando el filósofo Gilles Deleuze publicó sus dos
tomos dedicados a la imagen en movimiento (La imagen tiempo y La imagen
movimiento). Este simple hecho atestigua un extraordinario reconocimiento del arte
cinematográfico como forma de pensamiento original y específico de uno de los
filósofos más relevantes de su disciplina. Los dos volúmenes de Deleuze
propusieron un nuevo marco conceptual que influyó en buena medida en la
estética y los análisis del cine posteriores a 1985.
La semiología cinematográfica, por su parte, se desarrolló en Francia, en
Italia, y más aún en el resto de Europa, quizá con más discreción que en el período
anterior, hacia la vertiente pragmática. También se codeó con las ciencias
cognitivas, que han influido en el campo de la teoría del cine de manera
espectacular del otro lado del Atlántico, y más extensamente con las corrientes
dominantes de la filosofía angloamericana (los trabajos de David Bordwell, y desde
una perspectiva completamente distinta, los de Stanley Cavell, cuyo primer libro,
The World Viewed, data de 1971).
Más ampliamente, las investigaciones teóricas se emanciparon del modelo
lingüístico y semiológico para inscribirse en el contexto de la historia del arte y de
la reflexión filosófica. De alguna manera, la estética del cine conquistó su
autonomía en el curso de las dos últimas décadas, como lo demuestran la
orientación de las investigaciones sobre las relaciones entre cine y pintura (El ojo
interminable, de Jacques Aumont) y los análisis fílmicos de Jean-Louis Leutrat
(Kaleidoscope, La prisonière du désert, une tapisserie navajo), por no citar más que dos o
tres títulos.
Otra característica de la segunda mitad de los años 80 consistió en la
reanudación, con una vitalidad sorprendente, de «nuevos enfoques» de la historia
del cine, como quiso demostrar un coloquio organizado en Cerisy en 1985. Este
retraso es bastante paradójico dada la riqueza de la investigación histórica en
Francia (como lo demuestra el acierto del término «nueva historia»), aunque los
trabajos galos sobre el cine fueran, con mucho, a remolque de las empresas de
investigaciones históricas desarrolladas en Estados Unidos y sobre todo en Italia.
Basta con evocar los trabajos de Douglas Gomery en Estados Unidos o los de
Gian Piero Brunetta en Italia, por ejemplo, así como el gran volumen colectivo The
Classical Hollywood Cinema, de David Bordwell, Janet Staiger y Kristin Thompson,
publicado en 1985.
Aun sin ser exhaustiva, hemos querido ofrecer a continuación una
actualización bibliográfica de nuestro libro, clasificando sus referencias según las
materias tratadas en los capítulos precedentes.
Hemos indicado el grado de dificultad de los libros con la ayuda de los dos
símbolos siguientes:
(*): Obra de iniciación, de acceso fácil para un lector principiante en primer
ciclo universitario.
(**): Para el lector experimentado, de acceso más difícil, que supone
conocimientos previos.
1. Obras de iniciación a la estética y a la teoría
ARNHEIM, R.
1989 Le cinéma est un art, París, L’Arche, trad. de Film as Art, Londres, Faber
and Faber, 1958; primera edición en alemán, Film als Kunst, 1933. (Trad. cast.: El
cine como arte, Barcelona, Paidós, 1996). Un clásico de la teoría del cine (*).
AUMONT, J.
1989 L’oeil interminable, cinéma et peinture, París, Librairie Séguier. (Trad.
cast.: El ojo interminable, Barcelona, Paidós, 1996). (**).
Du visage au cinéma, París, Cahiers du Cinéma, col. «Essais» (**).
1992 Introduction à la couleur: des discours aux images, París, Armand Colin,
col. «Cinéma et Audiovisuel».
BONITZER, P.
1985 Décadrages, París, Éditions de l’Etoile/Cahiers du cinéma, col. «Essais».
BELLOI, L.
1992 (edición a cargo de) «Poétique du hors-champ», Revue Belge du cinéma,
o
n. 31, Bruselas.
BELLOUR, R.
1990 L’Entre-images, Photo. Cinéma. Vidéo, París, La Différence, col. «Mobile
Matière» (**).
BELLOUR, R. y DUGUET, A. M.
1988 (edición a cargo de) Communications, n.o 48, especial «Vidéo».
CAVELL, S.
1971 The World Viewed, Cambridge, Harvard University Press, 2. a ed. 1979
(**).
DUBOIS, P.
1983 L’Acte photographique et autres essais, París, Nathan, col. «Fac-cinéma»,
reedición en 1990. (Trad. casl.: El acto fotográfico: de la representación a la recepción,
Barcelona, Paidós, 1986). (**)
1984/85 (edición a cargo de) «Gros Plan», Revue Belge du cinéma, n.o 10.
EISENSTEIN, S. M.
1980 Le Cinématisme, peinture et cinéma, tr. fr. Bruselas, Complexe.
1986 Eisenstein et le mouvement de l’art, París, Cerf, col. «7ème Art».
KURTZ, R.
1987 Expressionisme et cinéma, Grenoble, Presses Universitaires de Grenoble,
col. «Débuts du siècle»; original alemán; 1926. Un clásico de la estética del cine (*).
MOHOLY-NAGY, L.
1993 Peinture, Photographie, Film et d’autres écrits sur la photographie, Nîmes,
Jacqueline Chambón, 1993; original alemán: 1926.
NOGUEZ, D.
1985 Une renaissance du cinéma: le cinéma «underground» américain, París.
Klincksieck. Amplio panorama histórico y estético del cine experimental.
PAINI, D. y VERNET, M.
1992 (edición a cargo de), «Le portrait peint au cinéma», Iris, n.o 14-15. Actas
del coloquio del museo del Louvre correspondientes a los días 5 y 6 de abril de
1991.
REVAULT D’ALLONNES, F.
1991 La Lumière au cinéma, París, Cahiers du Cinéma, col. «Essais» (*).
SCHAEFFER, J. M.
1987 L’Image précaire. Du dispositif photographique, París, Seuil. (Trad. cast.: La
imagen precaria, Madrid, Cátedra, 1990). (**).
SORLIN, P.
1992 Esthétiques de l’audiovisuel, París, Nathan, col. «Fac-cinéma». Ensayo
estimulante, pero para lectores iniciados.
VILLAIN, D.
1984 L’Oeil à la caméra. Le cadrage au cinéma, París, Editions de l’Étoile/Cahiers
du cinéma, col. «Essais». (Trad. cast.: El encuadre cinematográfico, Barcelona, Paidós,
1997). (*).
Una revista universitaria, Admiranda, concede un amplio espacio a los
problemas de la estética visual. Pueden consultarse ios números especiales de la
siguiente revista: Cahiers d’analyse du film et de l’image, Aix-en-Provence: n.o 1,
«Problèmes formels», 1986; n.o 2 y 3, «Le cadre, la présence», 1988; n. o 4, «Le jeu de
l’acteur», 1990; n.o 5/6/7, «Figuration, défiguration», 1991 (edición a cargo de Nicole
Brenez) (**).
2.2. El cine, representación sonora
CHION, M.
1982 La voix au cinéma, París, Editions de I’Étoile/Cahiers du cinéma, col.
«Essais».
1985 Le son au cinéma, París, Cahiers du cinéma, col. «Essais», 2.a ed. 1992.
1988 La toile trouée. La parole au cinéma, París, Cahiers du cinéma, col.
«Essais».
1990 L’Audio-vision. Image et son au cinéma, París, Nathan, col. «Fac-cinéma»,
a
2. ed. 1994. (Trad. cast.: La audiovisión: introducción a un análisis conjunto de la
imagen y el sonido, Paidós, Barcelona, 1993). Síntesis didáctica que resume las 1res
obras precedentes.
MASSON, A.
1989 L’image et la parole. L’Avènement du cinéma parlant, París, La Différence,
col. «Mobile Matière» (**).
3. El montaje
BETTETINI, G.
1984 La conversazione audiovisiva. Problemi dell’enunziazione fílmica e televisa,
Milán, Bompiani, 1984 (**). (Trad. cast.: La conversasión audiovisual, Madrid,
Cátedra, 1986).
BORDWELL, D.
1989 Making Meaning: Inference and Rethoric in the Interpretation of Cinema,
Cambridge, Harvard University Press (**). (Trad. cast.: El significado del filme.
Inferencia y retórica en la interpretación cinematográfica, Barcelona, Paidós, 1995).
CARROLL, J. M.
1980 Toward a Structural Psychology of Cinema, La Haya, Mouton (**).
CHATEAU, D.
1986 Le cinéma comme langage, AISS-IASPA, París, Publications de la
Sorbonne (**).
COLIN, M.
1985 Langue, Film, Discours. Prolégomène à une sémiologie générative du film,
París, Klincksieck, 1985 (**).
1994 Cinéma, Télévision, Cognition, Nancy, Presses Universitaires de Nancy
(**).
GARDIES, A.
1991 (edición a cargo de) «25 ans de sémiologie au cinéma», CinémAction, n.o
58, París, Corlet-Télérama.
Hors Cadre, «Théorie du cinéma et crise dans la théorie», n. o 7, 1989, Saint-
Denis, Presses de l’Université de París-VIII.
Iris, «État de la théorie»: n.o 1, «Nouveaux objets, nouvelles méthodes»; n. o 2,
«Nouvelles méthodes, nouveaux objets», 1983.
MARIE, M. y VERNET, M.
1990 «Christian Metz et la Théorie du Cinéma», Iris, n.o 10. Conferencia de
Cerisy, París, Méridiens-Klincksieck, 1994. Bibliografía íntegra del autor propuesta
por él mismo.
METZ, C.
1991 L’ Enonciacion impersonelle ou le site du film, París, Méridiens-Klincksieck.
Es el último libro de Christian Metz. Una síntesis crítica de las teorías de la
enunciación basada en numerosos ejemplos.
MITRY, J.
1987 La sémiologie en question, París, Cerf, col. «7èmc Art». (Trad. cast.: La
semiología, en tela de juicio, Madrid. Akal, 1990). Muy polémico.
MOURGUES de, N.
1994 Le générique de film, París, Méridiens-Klincksieck.
ODIN, R.
1990 Cinema et production de sens, París, Armand Colin, col. «Cinéma et
Audiovisuel». Perspectivas didáctica y sintética, muy claro (*).
PASOLINI, P. P.
1976 L’Expérience hérétique. Langue et cinéma, París, Payot. Reed. Ramsay-
Poche Cinéma 1989. 1.a edición: Empirismo eretico, Aldo Garzanti, 1972. Punto de
vista muy personal, estimulante para la reflexión.
ROPARS-WUILLEUMIER, M. C.
1990 Ecraniques. Le film du texte, Lille, Presses Universitaires de Lille. La
autora profundiza en su concepción de la escritura fílmica (**).
7. El cine y su espectador
7.1. Cine y psicoanálisis. Cine y filosofía
CASETTI, F.
1990 D’un regard l’autre: le film et son spectateur, Lyon, Presses Universitaires
de Lyon.o 1.a ed. Dentro lo sguardo. Il film e il suo spettatore, Milán, Bompiani, 1986.
(Trad. cast.: El film y su espectador, Madrid, Cátedra, 1989). (**)
DELEUZE, G.
1983 L’Image-mouvement, París, Editions de Minuit. (Trad. cast.: La imagen-
movimiento. Estudios sobre cine I, Barcelona, Paidós, 1991).
1985 L’Image-temps, París, Éditions de Minuit. (Trad. cast.: La imagen-tiempo.
Estudios sobre cine 2, Barcelona, Paidós, 1987). Estos dos tomos suponen un
conocimiento previo de historia del cine, discursos críticos acerca de ella y grandes
conceptos de la filosofía deleuziana (**).
LACOSTE, P.
1990 L’Étrange cas du professeur M. Psychanalyse à l’écran, París, Gallimard,
col. «Connaissance de l’inconscient», 1990 (**).
VERNET, M.
1988 De l’invisible au cinéma. Figures de l’absence, París, Éditions de
l’Étoile/Cahiers du cinéma, col. «Essais».
DHOTE, A.
1989 (edición a cargo de) «Cinéma et psychanalyse», Ci-némAction, n.o 50.
ZIZEK, S.
1988 (edición a cargo de) Tout ce que vous avez toujours voulu savoir sur Lacan
sans jamais oser le demander à Hitchcock. Recopilación de ensayos muy personales
(**).
7.2. Teorías angloamericanas (teorías feministas, socioculturales,
marxistas)
No indicamos aquí más que una lista selectiva y remitimos a las bibliografías
más completas publicadas por Michèle Lagny (De l’histoire du cinéma), en la
traducción francesa de Film History de Robert Allen y Douglas Gomery (Faire
l’histoire du cinéma) y en el número especial de CinémAction dirigido por François
Garçon, «Cinéma et Histoire», n. o 65, 1992. Aquí sólo reseñamos las obras que
abordan cuestiones metodológicas.
ALLEN, R. C. y GOMERY, D.
1993 Faire l’histoire du cinéma. Les modèles américains, París, Nathan, col. «Fac-
cinéma». (Trad. cast.: Teoría y práctica de la historia del cine, Barcelona, Paidós, 1995).
Obra muy clara, ilustrada con análisis de ocho casos (*).
ALTMAN, R.
1992 La Comédie musicale hollywoodienne. Les problèmes de genre au cinéma,
París, Armand Colin; original americano: The American Film Musical, Bloomington,
Indiana University Press, 1987. Notable ensayo sobre la noción de género.
BURCH, N.
1991 La lucarne de l’infini. Naissance du langage cinématographique, París,
Nathan, col. «Fac-cinéma». (Trad. cast.: El tragaluz del infinito, Madrid, Cátedra,
1987). El gran libro sobre el cine de los quince primeros años y la elaboración del
lenguaje cinematográfico (**).
BERRIATÚA, L.
1990 Los proverbios chinos de F. W. Murnau, Madrid, Filmoteca Española,
Instituto de la Cinematografía de las Artes Audiovisuales: vol. 1, Etapa alemana;
vol. 2, Etapa americana y documentos.
BERTIN-MAGHIT, J. P.
1989 Le cinéma sous l’occupation, París, Olivier Orban. Interesante por las
fuentes inéditas.
FERRO, M.
1984 (edición a cargo de) Film et Histoire, París, École des Hautes Études en
Sciences Sociales (*). (Trad. cast. actualizada: Historia contemporánea y cine,
Barcelona, Ariel, 1996).
GARÇON, F.
1992 (edición a cargo de) «Cinéma et Histoire, autour de Marc Ferro»,
CinémAction, n.o 65.
GAUDREAULT, A.
1993 (edición a cargo de) Pathé, 1900. Fragments d’une filmographie analytique
du cinéma des premiers temps, Sainte Foy, París, Presses de l’Université Laval,
Presses de la Sorbonne Nouvelle. La filmografía analítica llevada al límite de la
exhaustividad y la arqueología.
HENRIET, G. y MAUDUY, J.
1989 Géographies du western. Une nation en marche, París, Nathan, col. «Fac-
cinéma». Metodológicamente original, con numerosos ejemplos, croquis y mapas.
LAGNY, M.
1992 De F Histoire du cinéma. Méthode historique et histoire du cinéma, París,
Armand Colin, col. «Cinéma et Audiovisuel». Muy claro y epistemológicamente
pertinente (*).
LAGNY, M., SORLIN, P. y ROPARS, M. C.
1986 Générique des années 30, Vincennes, Presses Universitaires de Vincennes
(**).
LEUTRAT, J. L.
1992 Le cinéma en perspective: une histoire, París, Nathan, col. «128». Ensayo
original y estimulante.
1985 L’Alliance brisée, le western des années 20, Lyon, Institut Lumière, Presses
Universitaires de Lyon, col. «Lumière». Muy erudito (*).
LEUTRAT, J. L. Y LIANDRAT, S.
1990 Les cartes de l’ouest, París, Armand Collin, col. «Cinéma et Audiovisuel».
Una introducción didáctica al género, con un análisis de La diligencia (Stagecoach,
1939) de John Ford.
MANNONI, L.
1994 Le grand art de la lumière et de l’ombre. Archéologie du cinéma, París,
Nathan, col. «Réf.». Ejemplar para regresar a las fuentes originales desde el siglo
XVI.
Revistas especializadas en las relaciones entre historia, estética y teoría del
cine:
Cinémathèque
Cinémathèque Française, semestral.
1895
Desde septiembre de 1986, revista de la Asociación Francesa de
Investigación sobre la Historia del Cine. «L’Année 1913 en France» se publicó fuera
de serie, en octubre de 1993 (edición a cargo de Thierry Lefebvre y Laurent
Mannoni).
Archivos de la Filmoteca
Filmoteca Generalitat Valenciana.
Vértigo
Revista semestral de estética y de historia del cine: n. o 1, «L’Écran second ou
le rectangle au carré», 1987; n.o 2, «Lettres de cinéma»; n.o 3, «L’Infilmable», 1988;
n.o 6/7, «Rhétoriques de cinéma», 1991, etc.
9. Política autoral, escritos de cineastas, puesta en escena, crítica
ARNAUD, P.
1993 (edición a cargo de) Sacha Guitry, cinéaste, Festival Internacional de
Locarno, Crisnée, Bélgica, Yellow Now.
BAECQUE, A. de
1991 Cahiers du cinéma. Histoire d’une revue, tomo 1, «À l’assaut du cinéma»;
tomo 2, «Cinéma, tours détours», París. Muy erudita pero bastante clara.
GODARD, J. L.
1985 Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard, textos reunidos por Alain Bergala,
París, Éditions de l’Étoile/Cahiers du cinéma (1. a edición por Jean Narboni, París,
Bell’ond, 1968).
BERTETTO, P y EISENCHITZ, B.
1993 (edición a cargo de) Fritz Lang, la mise en scène, París, Cinémathèque
Française. Fondazione Maria Adriana Prolo. Museo Nazionale del Cinema,
Filmoteca Generalitat Valenciana, Turin, Lindau.
BIETTE, J. C.
1988 Poétique des auteurs, París, Cahiers du cinéma, col. «Écrits».
DANEY, S.
1983 La Rampe, cahier critique, 1970-1982, París, Cahiers du Cinéma-
Gallimard.
1986 Ciné-Journal, 1981-1986, París, Cahiers du cinéma.
1991 Devant ta recrudescence des vols de sac à main. Cinéma, télévision,
information, Lyon, Aléas.
1993 L’Exercice a été profitable, Monsieur. París, P.O.L. Un pensamiento crítico
muy original, muy influyente durante los primeros 90.
DOUCHET, J.
1987 L’Art d’aimer, París, Cahiers du cinéma, col. «Écrits». Hors Cadre «L’État
d’auteur», n.o 8, Presses de l’Université de París-VIII, Saint Denis, 1990.
LEENHARDT, R.
1986 Chroniques de cinéma, París, Cahiers du cinéma, col. «Écrits».
MOURLET, M.
1987 La mise en scène comme langage, París, Henry Veyrier (reed. de Sur un art
ignoré, París, La Table Ronde, 1965).
ROHMER, E.
1989 Le goût de la beauté, París, Éditions de l’Étoile/Cahiers du cinéma, col.
«Écrits»; Flammarion, col. «Champs contrechamps».
TRUFFAUT, F.
1975 Les films de ma vie, París, Flammarion (*). (Trad. cast.: Las películas de mi
vida, Bilbao, Mensajero, 1978).
1987 Le plaisir des yeux, París, Éditions de l’Étoile/Cahiers du cinéma (*).
10. Análisis de películas
[*]
Existe una edición ampliada y actualizada: 50 ans de cinéma américain,
París. Nathan. 1991. (N. de la t). <<
[1]
La distancia focal es una condición que depende de la construcción del
objetivo. La cantidad de luz que entra depende de la abertura del diafragma y de la
cantidad de luz emitida por el objeto. <<
[2]
Actualmente, la velocidad estándar está fijada en 24 imágenes/ segundo.
No siempre ha sido así; el cine mudo tenía una velocidad de paso más reducida (16
a 18 imágenes/segundo) y menos estrictamente fijada; esta velocidad, en particular,
fluctuó mucho durante el largo período de transición del mudo al sonoro (casi toda
la década de 1920), período en que no dejó de acelerarse. <<
[3]
Apuntemos que, a menudo, el rodaje de las películas «mudas» se
acompañaba de un «fondo musical», generalmente interpretado por un violinista
presente en el plato, destinado a sugerir la atmósfera buscada por el realizador. <<
[1]
Polisemia: pluralidad de sentidos dados a una misma palabra. <<
[2]
Sintagma: en lingüística, encadenamiento de unidades «de primera
articulación» ( = palabras). Por analogía, se llamará «sintagma» en el cine a los
encadenados de unidades sucesivas, por ejemplo planos. <<
[3]
Ejemplos: Benjamin, de Michel Deville (1968), citado en Une femme douce,
de Robert Bresson (1969); Le plaisir, de Max Ophuls (1952), citado en L’une et l’autre,
de René Allio (1967), etc. <<
[4]
Ejemplos: Intolerancia, de D. W. Griffith (1916); Algo distinto, de Véra
Chytilova (1966); One plus One, de Jean-Luc Godard (1968); Porcile, de Pier-Paolo
Pasolini (1969), etc. <<
[1]
Literalmente: «subterráneo». El término ha designado, en la década de
1960, un conjunto de filmes producidos «fuera del sistema» por cineastas como
Kenneih Anger, Jonas Mekas, Gregory Markopoulos, Andy Warhol y Stan
Brakhage. <<