Tello, Aurelio - Aires Nacionales en La Música de América Latina Como Respuesta A La Búsquedad de Identidad
Tello, Aurelio - Aires Nacionales en La Música de América Latina Como Respuesta A La Búsquedad de Identidad
Tello, Aurelio - Aires Nacionales en La Música de América Latina Como Respuesta A La Búsquedad de Identidad
1 Una de las relaciones más tempranas en el siglo XX, de las cuales existe documentación,
parecería ser la que sostuvieron Carlos Chávez y Silvestre Revueltas con el cubano
Amadeo Roldán cuya obra La rebambaramba fue estrenada en México por la OSM en
1929, bajo la dirección del segundo.
1
David P. Appleby ve el nacionalismo brasileño como una
conse- cuencia natural del rechazo a la dominación europea y como
una reac- ción contra el intento de las autoridades metropolitanas
para suprimir las expresiones del nativismo, ya manifestadas desde los
tiempos colo- niales, pero cuyas manifestaciones puramente musicales
sólo encontra- ron su madurez en tiempos posteriores. “La búsqueda
de un estilo y un lenguaje musical para estas expresiones tuvo que
aguardar, al mismo tiempo, a la seguridad de poseer un nivel de
técnica entre los compo- sitores de las Américas en el siglo XIX, y
a la gradual liberación de una excesiva reverencia a todo lo
europeo.”2 Rodolfo Arizaga habla de una naciente vocación
americanista y de “un interés por los temas del Nuevo Mundo
aunque todavía no se tenga a mano el idioma preciso”3 y que en la
Argentina encontraría su expresión todavía en la obra de Arturo
Berutti, Alberto Williams y Julián Aguirre. Para Alejo Carpentier, la
voz propia de Cuba pasó por el doloroso trance de fundir verismo
italiano y folclorismo autóctono en la obra de Eduardo Sánchez de
Fuen- tes y José Mauri antes de ser expresión cabal en la de
Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla.4 Yolanda Moreno
Rivas ve en la música de Manuel M. Ponce, el precursor del
nacionalismo en México, el resulta- do del encuentro entre “un
pasado recalcitrantemente romántico” y el “arte popular que se
resumía en las costumbres musicales de la provin- cia mexicana”.5
Enrique Pinilla percibe el surgimiento de una música nacional en el
Perú como el producto de inconsecuentes saltos estilísticos o como
la irresuelta convergencia entre técnica de composi- ción y elementos
folclóricos.6 Pero ninguno de estos autores, quizá con la sola
excepción de Carpentier, quien hace alusiones a obras y autores de
algunos países latinoamericanos ajenos a Cuba (menciona el
Guatimotzin de Aniceto Ortega, por ejemplo) ve el surgimiento de
2 David P. Appleby: La música de Brasil, primera edición en español, México, FCE, 1983.
3 Rodolfo Arizaga y Pompeyo Campos: Historia de la música en la Argentina, Buenos
Aires, Ricordi Americana, 1990.
4 Alejo Carpentier: La música en Cuba, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1979.
5 Yolanda Moreno Rivas: Rostros del nacionalismo en la música mexicana. Un ensayo de
interpre- tación, México, FCE, 1989.
6 Enrique Pinilla: “La música en el siglo XX”, La música en el Perú, Lima, Patronato
Popular y Porvenir Pro Música Clásica, 1985, pp. 125-213.
una expresión artística nacional en concordancia con una necesidad
común de encontrar la identidad de nuestro pueblos en momentos
similares y coincidentes, aunque las condiciones materiales fueran
distintas.
7 Roque Cordero: “Vigencia del músico culto”, América Latina en su música, relatora
Isabel Aretz, México, Siglo XXI editores, segunda edición en español, 1980, pp. 154-
173.
8 Juan Orrego Salas: “Técnica y estética”, América Latina en su música, relatora, Isabel
Aretz, México, Siglo XXI editores, segunda edición en español, 1980, pp. 175-176.
9 Luis Heitor Correa de Azevedo: “La música de América Latina”, América Latina en su
música, relatora, Isabel Aretz, 2º edición, México, Siglo XXI editores, 1980, p. 53.
cronológico), sino que respondió a la necesidad impostergable de
consolidar el sello artístico de nuestros pueblos como fruto de un
largo proceso de búsqueda de identidad que se remonta al siglo
XIX (aunque no hubiera entonces un sustento ideológico en el cual
pudiera apoyar- se, sino que fuera más bien la expresión de un
sentimiento nacional). La preocupación por crear un arte con sello
propio, que encontrara sus raíces en la música prehispánica, en la
canción popular, en el fol- clore, o en las reminiscencias y
reinvenciones de éstos, fue un hecho generalizado desde México
hasta el Cono Sur, o viceversa.10
11 El escritor argentino Ricardo Rojas (1882-1957), plasmó este pensamiento en obras como
La restauración nacionalista, Argentinidad, Eurindia y Blasón de Plata.
12 Julio Cotler afirma que “Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui sentaron
las bases de un pensamiento y acción definidamente antioligárquicos y
antiimperialistas, orientados a la participación política de las capas populares y sectores
medios urbanos... Las nuevas perspectivas políticas que abrieron Haya y Mariátegui
tuvieron como antecedentes inmediatos a Manuel González Prada, uno de los prime-
ros intelectuales que evidenciaron y denunciaron en forma tajante el carácter clasista
de la dominación oligárquica. También preparó el terreno del movimiento indigenista,
que se venía desarrollando en todo el país y que a través de sus variadas actividades
procuraba reevaluar el pasado y el presente indígena...” Julio Cotler: Clases, estado,
nación en el Perú, México, UNAM, 1982, p. 164.
13 La influencia del escritor paulista Mario de Andrade (1893-1945) en la orientación estética
de Villa-Lobos se hizo patente a partir de la Semana de Arte Moderno realizada en
tres sesiones en el teatro Municipal de Sao Paulo del 13 al 15 de febrero de 1922. Villa-
Lobos coincidió con los postulados de los organizadores de dicho encuentro cultural
–el derecho permanente a la investigación estética, la actualización de la inteligencia
artística brasileña y la estabilización de una conciencia creadora nacional– en tanto
su obra se tildaba de “modernista”por su armonía avanzada, recogía elementos de la
tradición popular brasileña y rompía los “clichés” del arte europeo. Véase: Vasco Mariz:
Historia de la música en el Brasil, Lima, Centro de Estudios Brasileiros, 1985, pp. 105-
106. La influencia de Andrade se dejó sentir también en la obra del nacionalista
Camargo Guarneri, quien consideraba que “de cualquier forma y por todas las formas
tenemos que trabajar una música de carácter nacional”. Citado en Correa de Azevedo,
p. 54.
14 Ejemplos clásicos del pensamiento indigenista son la novela Raza de bronce (1919) del
boliviano Alcides Arguedas, los Cuento andinos (1920) del peruano Enrique López
Albújar, Huasipungo (1934) del ecuatoriano Jorge Icaza, la obra plástica de los
peruanos
Si buscáramos una coincidencia cronológica, el “nacionalismo
pionero” de Manuel M. Ponce (1882-1948) tomó su curso de
manera simultánea al de los argentinos Alberto Williams (1862-
1952) y Julián Aguirre (1868-1924), del boliviano Simeón Roncal
(1870-1953), del cubano Eduardo Sánchez de Fuentes (1874-1944),
del peruano Luis Duncker Lavalle (1874-1922), del colombiano
Guillermo Uribe Holguín (1880-1971), del costarricense Julio Fonseca
(1885-1950), del chileno Pedro Humberto Allende (1885-1959), del
brasileño Heitor Villa-Lobos (1887-1959), del nicaragüense Luis A.
Delgadillo (1887-1962), del uru- guayo Luis Cluzeau Mortet (1889-
1957) aunque, aparentemente, no hubiera vínculos entre ellos. Pero
tampoco este “nacionalismo pione- ro” llegó de la noche a la
mañana. Fue la secuela de un conjunto de creaciones que vieron la
luz desde mediados del siglo XIX: las contra- danzas de Manuel
Saumell (1817-1870) que se fundaban en la sabrosura del tresillo
cubano; del Jarabe de José Antonio Gómez (1805-1870) y Tomás
León (1826-1893), basadas en la entonces danza nacional mexi- cana;
de la ya para entonces chilenísima Zamacueca de Federico Guzmán
(1837-1885); de las Danzas portorriqueñas de Juan Morel Campos
(1857- 1896); de A Sertaneja de Brasilio Itibere da Cunha (1846-
1913), sólo para citar unos pocos ejemplos.
José Sabogal y Julia Codesido, así como la etapa inicial del muralismo mexicano de
Rivera, Orozco y Siqueiros, y los trabajos de recopilación de música folklórica
La musique des Incas et ses survivances (1925) de Raúl y Margarita D’Harcourt, La música
en el Ecuador (1930) de Segundo Luis Moreno, “La musique des Araucans” (1925) de
Carlos Lavin, publicado en la Revue Musicale de París. En forma paralela a esta
corriente, se desarrolló una intensa recopilación y estudio de las músicas indígenas
por parte de estudiosos europeos desde 1905, entre otros, por los integrantes del
Instituto de Musicología Comparada de Berlín. Para este último punto véase: Isabel
Aretz: Síntesis de la etnomúsica en América Latina, Caracas, Monte Avila Editores,
1980.
15 José Vasconcelos (1882-1959) fue secretario de Educación durante el gobierno de Álvaro
Obregón. Un motivo dominante en su obra lo constituyó la definición de la identidad
iberoamericana en el marco de la cultura universal. En La raza cósmica (1925) e
Indología (1926) se centró en la exaltación de los valores autóctonos iberoamericanos,
inspirados en la tradición indígena y el mestizaje, «puente de razas futuras».
Vasconcelos se cuenta entre los primeros que, en Latinoamérica, lucharon y actuaron
para instau- rar una cultura a la vez nacional, continental y popular.
Alejandro García Caturla (1906-1940), de Carlos Chávez (1899-1978)
y Silvestre Revueltas (1899-1940), de Thedoro Valcárcel (1902-1940)
y los cuatro grandes del Cusco, como parte de un movimiento que
re- corrió América desde principios del siglo XIX, que guardó la
natural, aunque inconsciente, contemporaneidad con sus
contrapartes norte, centro y sudamericanas. Ese movimiento se
llamó, en un momento es- pecífico (de los años veinte a los
cuarenta), el nacionalismo, con toda su pluralidad de alcances,
lenguajes y resultados. Antes de los años veinte del siglo pasado,
desde por lo menos una centuria, cuando nacimos repúblicas
criollas, no tuvo etiquetas. Fue sólo una respuesta a la pre- gunta
latente, sorda, no dicha, que invadió las conciencias de los hom- bre
americanos cuando el continente (con la excepción de Cuba, o de
Portugal en el caso brasileño) se separó de España en la década de
los veinte del siglo XIX: ¿qué y quiénes éramos entonces, qué
definía esa otredad, para tomar una palabra cara a Octavio Paz, que
nos hacía diver- sos de los peninsulares, pero también de nuestros
antepasados preco- lombinos? Después de tres siglos de fundirse
indios, europeos y negros,
¿en qué momento la vihuela o la guitarra barroca habían dejado de
ser
tales para convertirse en guitarras treseras, cuatros o charangos;
bajo qué coartadas los arpistas dejaron de acompañar villancicos
catedralicios para tocar sones, danzas de pascolas, joropos y pasajes,
jarabes, zamacuecas, cashuas y huaynos?
1936. Andrés Sas estrena sus Tres estampas del Perú (Himno y
Danza, Triste, Tondero).
16 Mucha de esta información puede ser consultada en los siguientes trabajos: América
Latina en su música, compiladora Isabel Aretz, 2ª edición, México, Siglo XXI, 1980;
Rodolfo Arizaga: Enciclopedia de la música argentina, Buenos Aires, Fondo Nacional
de las Artes, 1971; Compositores venezolanos, Caracas, Fundación Vicente Emilio Sojo,
s/f; Helio Orovio: Diccionario de la música cubana, 2ª edición, La Habana, Editorial
Letras Cubanas, 1992; Scores and Recordings at the Indiana University Latin American
Music Center, Compiled and Edited by Ricardo Lorenz, Luis R. Hernández and Gerardo
Dirié, Bloomington, Indiana University Press, 1995; Mariano Pérez: Diccionario de la
música
y los músicos, Madrid, Editorial ISTMO, 1985; Vasco Mariz: Historia de la música en el
Brasil, Lima, Centro de Estudios Brasileiros, 1985; David P. Appleby: La música
de
Brasil, México, Fondo de Cultura Económica, 1985; Yolanda Moreno Rivas, Rostros
del nacionalismo en la música mexicana. Un ensayo de interpretación, México, Fondo de
Cultura Económica, 1989; Gerard Béhague: La música en América Latina, Caracas,
Monte Avila Editores, 1983; Alejo Carpentier: La música en Cuba, 3ª edición
cubana, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1988; La música en el Perú, Lima,
Patronato Popular y Porvenir Pro Música Clásica, 1985; Dieter Lehnhoff: “Tendencias
en la creación musical cen- troamericana durante el siglo XX”, Cultura de Guatemala,
año XV, vol. III, septiembre- diciembre 1994, pp. 31-52; Graciela Paraskevaidis:
Eduardo Fabini, Montevideo, Ediciones TRILCE, 1992; José Antonio Calcaño: La
ciudad y su músic,a Caracas, Monte Avila Editores, 1985; José Maria Neves: Música
contemporánea brasileir,a Sao Paulo, Ricordi Brasileira, 1977.
La actividad creadora de nuestros compositores se halla, pues,
inserta en un amplio movimiento que abarcó a la América Latina de
punta a punta. Sólo que no nos hemos detenido en la identificación
de los elementos que hagan posible establecer las ligas de la
creación mu- sical con los movimientos culturales de América
Latina ni de los vasos comunicantes que, sin duda, existen entre
ellos. La “interignorancia musical”, de la que alguna vez habló el
musicólogo Walter Guido,17 tendría aquí plena justificación si no
nos hiciéramos la pregunta acerca de cómo se dieron los vínculos
de compositores de tan diversos territo- rios con sus colegas y con
la vida musical del continente.
21 Carta de Moisés Sáenz del 31 de octubre de 1936. Aunque no se indica así, la carta debe
haber sido escrita en Lima, donde Sáenz era embajador de México. Epistolario... p. 243.
22 Cuando Chávez recibió noticias de Francisco Curt Lange, en 1936, era un compositor
reconocido en los medios musicales americanos. La intensa correspondencia de Chávez
con Claire R. Reis de The League of Composers de Nueva York, con la señora Elizabeth
Sprague Coolidge, con el compositor Henry Cowell, fundador de la editora New Music
Quarterly y directivo de la Pan American Association of Composers, revela la conside-
ración que se tenía por la obra de Chávez. Además, éste había organizado en 1937, en
México, el Festival Panamericano de Música con el patrocinio de la Fundación
Coolidge.
23 Quien hizo la presentación de Lange a Chávez fue el compositor argentino Juan Carlos
Paz, en una carta enviada desde Buenos Aires el 6 de diciembre de 1938. Paz trató de
interesar a Chávez en la presentación de obras mexicanas en Argentina y delegó en
Lange –“en viaje a México”, le decía– la gestión de establecer contacto con Chávez.
Epistolario selecto de Carlos Chávez, selección, introducción, notas y bibliografía de Gloria
Carmona, México, FCE, 1989, p. 280.
24 Lange escribió en el prefacio del mencionado Boletín: “Digamos que la ausencia de
colaboradores del hemisferio norte y del continente europeo es dolorosa...” Y refirién-
dose a México precisaba: “México queda muy distante del Uruguay y las relaciones no
han sido, hasta el presente, lo suficientemente sólidas como para que el Americanismo
Musical pudiera ocuparse con conocimiento de causa de la vida musical y de
la producción de los amigos mexicanos”. Véase Boletín Latinoamericano de Músic,a
vol IV, Bogotá, Instituto de Estudios Superiores, Sección de Investigaciones Musicales,
Montevideo, 1938, p. 18.
lagunas de información. Por lo mismo, es fundamental analizar
la divergencia o coincidencia entre el Americanismo Musical de
Curt Lange, que provenía del extremo de Sudamérica (de
Uruguay) y alcanzaba a los Estados Unidos, y el Panamericanismo
de Chávez y sus amigos compositores y patrocinadores de Nueva
York que ex- tendieron su campo de acción hacia la obra de los
compositores del Sur, y entender las causas por las que el autor
de la Sinfonía india, con todo el prestigio que alcanzó en su larga
carrera, dejara en el aire la mano tendida de Francisco Curt
Lange.
5) De una manera muy amplia y muy general se podría afirmar que
la obra de nuestros compositores tempranos del XIX, de los
“pioneros del nacionalismo” y de los declaradamente
nacionalistas de la primera mitad del siglo XX gravitó dentro del
universo técnico y estilístico de algunos compositores europeos
y americanos más significativos del momento en que la
preocupación por lo nacional se afianzó: Chopin, Liszt, Rossini,
Wagner, Massenet, Verdi, Debussy, Stravinsky, Copland,
Prokofiev, Honegger, Hindemith, Bartók. Así, nuestra “música
nacional”, en su momento, fue romántica, italianizante,
wagneriana, impresionista, atonal, politonal, según coincidiera
con cierta tendencia prevaleciente, adquirida por nues- tros
creadores de primera mano (si viajaban a estudiar a Europa) o de
segunda, si derivaba de la lectura de partituras. En el aspecto
técnico, y aun en el estético, nuestra música necesitó buscar refe-
rentes en los modelos creados en los centros hegemónicos de la
cultura con respecto a los cuales nuestras manifestaciones artísti-
cas se pudieran legitimar.
6) Es evidente la necesidad de ubicar la gestación de músicas
naciona- les y el surgimiento del nacionalismo, en cuanto
corriente estética, más allá de un estrecho localismo, para
facilitar la apreciación de su dimensión histórica y musical a
nivel continental.
7) En alguna ocasión –lo cito de memoria–,25 el compositor
brasileño Marlos Nobre afirmó que la música latinoamericana
como tal no
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