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Un Dios Rico de Tiempo

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UN DIOS RICO DE TIEMPO

Mamerto Menapace
Editorial Patria Grande

PRESENTACION

Estimado lector:
Comprobamos con satisfacción que hoy se lee la Biblia mucho mas que antes. Sobre todo, el Nuevo
Testamento. También, cada domingo, se oyen la Palabra de Dios y los comentarios que hace el sacerdote
ante la comunidad reunida. Lo que se lee y se oye es la Palabra viva de Dios; es el mismo Señor el que se
comunica con el hombre para manifestar su pensamiento y su voluntad; es un encuentro amoroso con
nuestro Padre del cielo.
Jesús comparó esta Palabra a una semilla, que se deposita en el seno de la tierra, vale decir del alma,
para que germine y de abundante fruto. Cada uno recoge lo que siembra Si sembramos trigo cosecharemos
trigo; si sembramos abrojos, recogeremos abrojos. La Palabra de Dios es semilla excelente y de buena
calidad.
Pero, no basta escuchar la Palabra o leerla sin atención. Hay que estar atentos y meditarla para ponerla
en practica. Dice Jesús. dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.
Además, necesitamos que alguien nos la explique y nos ayude a extraer de su lectura enseñanzas útiles
para la vida.
El P. Mamerto Menapace, monje benedictino del monasterio de Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, ha
escrito estas doce reflexiones bíblicas sobre el Génesis y el Éxodo. El autor es un profundo conocedor de la
Biblia. La ha estudiado y meditado con personal provecho. Tampoco ha guardado con avaricia esa riqueza
sino que la ha dado a conocer por medio de su palabra hablada y escrita.
Las reflexiones que ofrece son fruto de encuentros con personas que concurren al monasterio, ávidas de
conocer y rumiar ese divino y paternal mensaje.
A ese conocimiento agrega el P. Mamerto la amenidad de su estilo y la frescura de su lenguaje.
Sus dichos e imágenes, extraídos del pintoresco y rico vocabulario gauchesco, que ha asimilado con
sorprendente facilidad, hacen que sus paginas cobren un colorido vivo y atrayente.
Los dos libros elegidos: Génesis y Éxodo, son libros básicos para entender el plan salvífico de Dios. Para
realizarlo funda un Pueblo (Génesis). Cuando este cae en la esclavitud lo libera (Éxodo). Ambos Libros son
figura de lo que Cristo haría al instituir a la Iglesia, su Pueblo nuevo, y al liberarlo del pecado con su muerte
y resurrección.
Los subtítulos con que divide sus reflexiones son sugestivos, novedosos y escogidos. Una rara y ágil
fidelidad al texto y a su mensaje, circula por estas paginas cargadas de enseñanzas.
Marca con insistencia y acierto el contenido profundo de las palabras “promesa” y “liberación “ Ambas
resumen la voluntad misericordiosa de Dios y de su reencuentro con el hombre.
Me parecen excelentes las referencias bíblicas, que fundamentan las reflexiones. Su lectura se hace
necesaria para comprender el ensamblamiento en Cristo del Antiguo y Nuevo Testamento.
Estimado lector: estas reflexiones son para reflexionar; no pases por ellas con simple curiosidad o
desaprensión. Medítalas, rúmialas, transmítelas.
El P. Mamerto presta con este meditado trabajo un señalado servicio a la difusión y comprensión de la
Palabra de Dios a nuestro querido Pueblo creyente.

+ Manuel Marengo
Obispo de Azul

.1.
1ª PARTE

El camino de la Bendición
(siete meditaciones sobre el Libro del Génesis)

LA TIERRA. Adán

Génesis, capítulos 1 al 3

El Señor Dios amaso al hombre de tierra del campo y le soplo en las narices aliento de vida. Y el
hombre despertó a la vida.
A una vida joven, a una vida indefensa e ingenua de planta chiquita. A una vida hambrienta de riegos y
de soles. A una vida con capacidad de acogida y de desembarco.
En un lento amasar de milenios, un Dios rico de tiempo, había ido condensando gases y apagando
fuegos; en un lento lamer de olas sobre las rocas había ido puliendo polvos y apilándolos en las costas.
Dios había estado creando la tierra negra. Una tierra que crecía y maduraba hacia la capacidad de ser
fértil y de acoger la vida. En su lento acariciar de siglos, el Señor Dios se había entretenido con ella,
como quien deja jugar sus manos absorto detrás de otra idea.
Y en el lento enredarse y desenredarse entre los dedos de Dios, el Señor Dios iba conduciendo ese
puñado de cristales haciéndolos crecer por dentro hasta las puertas del hombre. Dios jugando en las
playas de los mares con el polvo de las rocas lijadas por las olas, pensaba ya en el hombre. Se
entretenía con el; era el su alegría. Descendía con el hasta el fondo de los mares para comprobar el
pulso de la vida que iba creciendo en el corazón de las algas. Andaba con el por las cornisas del
firmamento fijándose que ese techo del mundo estuviera en orden para cuando el hombre llegara a la
vida.. Y con el ya gateaba el horqueterío del universo acomodando y desacomodando estrellas, porque
sabía que un día ese hombre las habría de mirar buscando rumbo en los mares después de las
tormentas; en la soledad matrera de sus noches pampas; o gastando tiempo junto a sus majadas en
las estepas. Y siempre pensando en el hombre, Dios venía arreando todas las cosas hacia quien sabe
que destino cierto, que solo el conocía.
Y un buen día, cuando Dios tenía ya domesticados el sol y la luna y unas cuantas cosas mas, Dios
llamo la vida desde el fondo de los mares. Tímidamente esa vida comenzó a reptar por las orillas
tanteando despacio los arenales que Dios había ido puliendo.
Mientras tanto, en su lento trabajo de siglos, Dios seguía preparando la tierra negra Miles y miles de
veces esa tierra subió en savia por las primaveras, se acuno a los vientos y retorno en otoños a dormir
su sueño de tierra negra. ¿Cuantas veces el Señor Dios tomo entre sus dedos, entre los dedos de la
vida, ese puñado de cristales, preparando el barro para acercarlo a su aliento? Y a su lado, bajo la
mirada de Dios, la vida seguía trepando. Y el Señor Dios se alegraba con su niñez juguetona. En un
mundo nuevo, bajo un sol amansado y un mar recién enjaulado, dejaba que la vida jugara. Y se
alegraba Dios. Se alegraba con la vida niña de las cosas al verla reptar, gatear, trepar, saltar y volar. Y
la miraba largo, siempre pensando en el hombre. Y ese puñado de tierra se iba ennegreciendo de a
poco a medida que Dios lo iba amasando en su pasar por las hojas, por las sangres, por el barro. Y a
medida que la vida subía, se diversificaba por las ramas de los seres. Silbaba, mugía o trinaba,
imitando a su manera esa voz del Señor Dios que la había despertado en la mañana del mundo.
Y había atardeceres quietos y madrugadas rojas.
Los días se iban sucediendo. Y el mundo preñado de vida, se parecía a un campo después de la lluvia,
cuando sube al cielo el griterío inmenso de todos los bichos con alma viviente.
Y respondiendo a ese inmenso canto de todos los bichos, al inmenso canto de la tierra, un atardecer, el
sexto en el ciclo de los miles, Dios también habló. Tomó el puñado palpitante de tierra negra que desde
siglos había venido amasando con cariño, y dijo: “hagamos al hombre. Hagámoslo igualito que
nosotros para que gobierne y mande en todo esto que vive”. Y el Señor Dios, conteniendo el aliento,

.2.
acerco ese puñado de tierra negra a sus labios. Y cuando el aliento de su beso rozo esa tierra abierta a
la vida, esa tierra se estremeció de existencia.
“Y fue el hombre alma viviente” cuando la vida trepó a su conciencia.
Y el Señor Dios sintió en ese atardecer, que de entre el inmenso coro de los bichos que lo trataban de
“Usted”, asomaba una voz chiquita y tímida, que trepada a las ramas de la conciencia le decía: “Tu”. Y
el cariño del Dios padre se estremeció ante el balbuceo de esa voz chiquita, y sonrío. Y la ancha sonrisa
del Señor Dios se derramó como marejada por toda la creación, y todos los bichos y las cosas se
sintieron iluminados por la Bendición del Señor Dios.
Y el hombre, puñado milenario de greda crecido a tierra negra con la vida trepada a la conciencia,
empezó a crecer. Empezó a desear. Quiso conocer para dominar; y Dios lo apadrinó, arrimándole la
tropilla de toda la animalada para que la contara y nombrara. Se sintió solo y quiso una mujer por
compañera. Y Dios le construyó, le presento y le regalo a Eva, una compañera rica en vida. Y pensando
en que regalo hacerles, miro toda su creación. y vio Dios que lo mas valioso era la vida. Y le regaló al
hombre hecho de tierra, la vida Esa vida que había nacido entre las algas de los mares, y que Dios
había venido llamando hasta el hombre, ahora se la regaló al hombre. La puso entre sus manos para
que el la siguiera conduciendo en su crecer hasta ese destino cierto que sólo Dios conocía. El Señor
Dios lo acompañaría en ese conducir la vida para adelante hasta su meta final. Desde ahora Dios le
entregaría al hombre las riendas de la vida ya enfrenada. Y cada tardecita el Señor Dios venia a
conversar con su amigo el hombre, para aconsejarlo y apadrinarlo en su tarea.
¡Tan bien como iban las cosas! ... ¿quién lo hubiera dicho? Bien dicen que entre los hombres lo bueno
dura poco. Allí nadie quiso cargar con la culpa. Cada uno le echó la culpa al otro. Los viejos dicen que
al hombre lo engañó el silbo de la víbora
“Oscuro lazo de niebla
lo pialó junto a aquel árbol.
¿Cómo jue que no lo vido
que fruta estaba mirando?”.
Lo cierto es que el hombre engañado por ese siniestro silbo de la noche, hizo pegar media vuelta a la
tropilla de la vida, y agarro la senda de las tinieblas. Habrá sido, nomás, por la envidia de esa otra vida
que solo sabía reptar, por lo que el hombre engatuzado equivocó la huella.
Y cuando ese atardecer el Señor Dios llamó al hombre, esperando ese “Tú” de amigo, se sintió
respondido con un “Usted” nacido del miedo. Y fue así como el refucilo de la mirada de Dios encandilo
al mundo. Todos los bichos guardaron su canto. Toda la creación presintió la tormenta de su ira, y
cada bicho disparo para su agujero. Y así, como derrepente, la creación se encontró con que había
entrado en la noche de la maldición.
Dios constato que el hombre hacia regresar la vida hacia la noche, hacia las algas, alejándola de el y de
ese destino que solo el conocía. Y por causa del hombre, el Señor Dios maldijo la tierra del campo,
maldijo el vientre de su compañera, maldijo sus manos cuando amasaran el pan. Y el chaparrón del
dolor y de los porqués sin respuesta, y de la muerte, se descargo sobre la creación.
El hombre buscó una higuera para guarecer su desnudez y su desamparo, y para esperar... ¿por que
no?... un aclarar.
Y entonces el Señor Dios, con el alma dolorida por el hombre, fue y le prendió allá muy lejos, sobre el
naciente, el lucero de la esperanza.

Lecturas Complementarias:

Libro de la Sabiduría, cap. 2, vers. 21 a 24 (envidia del diablo); cap. 7, vers. 15 a 21 (Dios que
enseña).
Libro de Job, cap. 38 y 39 (sabiduría de Dios en la creación).
Carta a los Colosenses, cap. 1, vers. 13 a 23 (la creación para Cristo).
Carta a los Romanos, cap. 5 al 7 (Adán, el pecado y Cristo).

.3.
Carta a los Efesios, cap. 1 (el plan de Dios).
Salmos 8; 18 (19); 103 (104) (reflexión poética. Himnos de creación).

.4.
LA SANGRE. Caín y Abel

Génesis, capítulos 4 y 5

¡Tierra! No cubras vos mi sangre


que no quede en secreto mi clamor.
(Job, 16, 18)

En su retirada hacia la noche, al hombre le nacieron dos hijos. Y así empezó a haber hermanos sobre la
tierra.
Uno era peregrino sobre la tierra Detrás de sus majadas se dejaba conducir por las estrellas. Y sintió
que Dios lo miraba con ojos buenos. Era tierra en movimiento, regresando hacia el lucero, camino de la
esperanza Pastor de otras vidas, hacia la madrugada
El otro se había encorvado sobre la tierra negra. Se había atado a esa tierra, a sus ciclos y a sus
estaciones, y en ella había visto el reflejo de la maldición de Dios. A lo mejor era mas realista.
Pero esa realidad le había amargado el alma. Por eso el Señor Dios lo llamo a Caín y le dijo:
“¿Por que andas amargado y con la cabeza gacha? Si querés podes mirar para arriba.; Cuidado! La
noche esta agazapada como fiera en tu huella. Tenés que dominarla”.
El Dios bueno, amigo del hombre, volvía a su intento de apadrinarlo por las buenas. Dios volvía a
intentar un dialogo con ese hombre para liberarlo de la noche; para sacudir su conciencia donde se iba
durmiendo la vida. Dios quiso regalarle a Caín la vergüenza. Y Caín a la luz de la vergüenza, descubrió
al hermano... Y como no podía liberarse de la vergüenza, quiso liberarse del hermano. Y allí en el
campo, sobre la tierra negra derramo su sangre. Y esa tierra negra, acostumbrada de siglos a beber
esa sangre que Dios venia preparando para el hombre, abrió su boca para beber también esta sangre.
Pero la tierra esta vez se estremeció al constatar que esa sangre tenía voz. Que esa sangre gritaba.
Gritaba hacia el cielo, hacia las estrellas, hacia Dios. La tierra no se animó a tapar esa sangre que tenía
la vida trepada a su conciencia. Y sintiendo sobre ella los pasos del hombre fugitivo que se negaba a
escuchar, huyendo con la vergüenza podrida en remordimiento, la tierra se quedó con las fauces
abiertas gritando también ella hacia el cielo. Y sintió sobre ella la mirada estremecida del Señor Dios
que se había parado a escuchar su grito.
Y así cuentan que nació ese inmenso grito de la tierra. Ese inmenso canto de la tierra dolorida, que
escuchan un pobre negro en la soledad de sus meditaciones, y que convirtió en copla para responder a
una pregunta:
“Y le daré una respuesta
según mis pobres alcances:
forman un canto en la tierra
el dolor de tanta madre,
el gemir de los que mueren
y el llorar de los que nacen”.
(Martín Fierro. 1071 )

Habrá sido por eso que los hombres, desde antiguo, decidieron tapar siempre la sangre derramada.
Hasta la de los animales; por un si acaso. Y se prohibió comer la sangre; no fuera a ser que les gritara
por dentro. Les dolía la vida en la conciencia, y sabían que por la sangre anida la vida Pero la tierra
negra se negó a tapar esa sangre del hermano. Esa sangre gritaría hacia Dios desde la tierra. Y a esa
sangre se unirían todas las sangres derramadas por el hermano. Florecería en protestas, en salmos, en
blasfemia>, yendo a golpear los oídos de Dios. Porque esa sangre gritaba feo. Esa sangre pedía
venganza; pedía justicia. Y con esa sangre uniría su grito el agua. El agua donde había nacido, como
en su cuna, la vida. Hecha lagrima y hecha sudor, los hombres seguirían arrancando de sus hermanos

.5.
esa agua salada para que fuera a regar esa tierra negra empapada de sangre impidiéndole secarse;
para que su grito se sintiera siempre en los cielos.
Y el Señor Dios, despertado por ese grito de la sangre, volvió a mirar la tierra. Y Dios hablo. Hablo al
hombre y lo maldijo. Lo marcó con un temblor en la conciencia para que allí nunca se le durmiera la
vida. El hombre, Caín, seria un fugitivo, obligado a gastar su vida sembrando gestos inútiles, ya que la
tierra manchada por la sangre del hermano, le negaría su fruto. Pero el Señor Dios no abandonaría ni a
la vida, ni a la tierra ni al hombre. El Señor Dios es un Dios rico en recursos. Dios que era Padre, tenía
también un hijo. Y viendo que el hombre se hundía cada vez mas en la noche y que crecía en la noche,
el grito de la sangre, El volvería a hablar a la tierra, a la vida y al hombre con voz de sangre. Desde ese
día volvería a preparar de nuevo en la tierra una sangre que le hablara desde la tierra con voz de hijo.
Los hombres abrirían también surco a esa sangre derramándola sobre la tierra. Pero esa sangre
hermana cubriría nuestra sangre y gritaría mejor que la de Abel. Y atraería sobre el mundo la mirada
de Dios enriquecida de perdón.
Una mirada buena de Padre, convertida en bendición.
Desde la sangre de Abel caminarían juntos por el mundo: un hombre hundiéndose en la noche, y una
bendición de Dios creciendo hacia la madrugada.
Lecturas complementarias:

Libro de Job, cap. 16 y 17 (el dolor humano).


Libro de Amos, cap. 1 y 2 (la opresión y las injusticias).
Libro de Isaías, cap. 52, vers. 13 hasta cap. 53, vers. 12 (el dolor redentor de Cristo).
Carta a los Hebreos, cap. 12, vers. 18 a 29; cap. 9, vers. 15 hasta cap. 10, vers. 18 (la Sangre de
Cristo).
Evangelio de Mateo, cap. 23, vers. 33 a 39 (las sangres derramadas).
Evangelio de Juan, cap. 19 (Cristo Redentor).
Salmos de protesta: 11 (12); 13 (14); 57 (S8); 81 (82); 93 (94); 108 (109).

.6.
EL AGUA. Noé

Génesis, capítulos 6 al 10

Cuando uno esta comprometido con el río, cuando uno tiene animales en las islas, entonces uno tiene
que saber reconocer las señales de la creciente. Puede ser que haya buen tiempo en el lugar mismo,
pero si llovió mucho río arriba, la creciente se produce. Para el que sabe ver, para el hombre del lugar,
la creciente no viene de golpe. Hay señales que avisan. En la correntada vienen boyando basuras y la
espuma remolinea como haciendo remansos. El agua se filtra entre los yuyos y va enanchando los
arroyos. Los pájaros abandonan los juncales arreando sus silbos, sus trinos y sus gritos. Se ven cruzar
esos pájaros raros que normalmente permanecen escondidos entre los juncos y que nadie hubiera
creído que existían en el paraje. La sabandija gana las lomadas, buscando las tierras altas.
Cuando el hombre de la tierra, el paisano del lugar, va y mira todo ese arremolinarse de la naturaleza,
interpreta el asunto y sabe que se viene la creciente. Prepara la canoa, saca sus animales a la tierra
firme, asegura en su rancho todo lo que se puede mover, y se larga abandonando lo demás. Porque en
la creciente es importante salvar lo importante.
Pero el que es turista, el que no sabe escuchar las señales, el que no adquirió la costumbre de
interpretarlas, para ese las cosas se le presentan distinto. Todo ese moverse de la naturaleza le resulta
simplemente un dato curioso, algo interesante. Quizá haga literatura con lo que ve alrededor. Puede
ser que cuando venga la creciente y se lo lleve, lo encuentre escribiendo un artículo sobre la fauna y la
flora del lugar.
Noé era un hombre arraigado en la tierra, un paisano del lugar. Un hombre conocedor del mundo
donde vivía. Se daba cuenta de que la cosa pintaba mal. Por todo lo que veía tenía el palpito de que
algo se venia preparando. Las aguas traían espuma y el pecado ganaba los bajos y llenaba de
sabandija las lomas. Los pájaros se iban.
Y cuando vio las señas, se paró a escuchar. Sintió de lejos el retumbo del trueno. Supo interpretar la
voz del Señor Dios. Y bajo esa voz armó la canoa. Los hombres, esa inmensa masa de turistas, que
llenaban el mundo, no tomaron en serio a ese hombre. “¡Miralo vos; largarse a preparar la canoa, y
con buen tiempo! “. Y justo ahora que la naturaleza en su hervidero parecía ofrecer una fiesta a esos
hombres.
La maldad cundía sobre la tierra el agua se filtraba entre los pastos y ellos se reían, organizaban
fiestas, se casaban y se daban en matrimonio. Y el infeliz de Noé,' ensamblando tablas y taponando
rendijas, apurado por un Dios impaciente que apenas lograba frenar su rabia. Ese Noé, tomado por un
aguafiestas por ese mundo de gente incapaz de comprender los signos de una creciente.
Empujado por Dios, Noé entró en su cascarón.
¡Y nada!
Siete días en que el mundo se olvidó de él.
Y fue entonces cuando la creciente se vino. Como tenía que venirse nomás. Y arreó con todo. El Señor
Dios pareció olvidarse del mundo, de Noé y de su arca y de su gente. Pero el cascaron ese, construido
con las medidas que Dios mismo había dado, floto en las aguas. Y cuanto mas llovía, mas se levantaba.
Porque al que construye con las medidas de Dios. . . ¡difícil que lo tapen las aguas!
Y cuando el Señor Dios quiso acordarse de nuevo del mundo, Noé seguía flotando en su cascarón de
rendijas taponadas.
Pero Noé no se engolosino con la voz de Dios. No pensó que por haberla escuchado y obedecido, en
adelante tenía derecho a que esa voz de Dios se pusiera a su servicio y viniera a explicarle lo que tenía
que hacer. Encerrado en su cascarón, allí hubiera quedado si se hubiera empecinado en que Dios
viniera a abrirle esa puerta que el mismo Dios le había cerrado desde afuera el día que lo hizo entrar.
Pero el hombre acostumbrado a la manera de ser de Dios, no era de esos que toman a Dios por
empleado. Era un hombre acostumbrado a interpretar signos. Tenia pájaros en su cascaron. A esos que
podía usarlos como mensajeros, porque estaban a su servicio.

.7.
Largó un cuervo. Y como el cuervo no trajo noticias, largo una paloma. Y por la manera de
comportarse de la paloma supo que el agua ya se había retirado. Noé no era un hombre de pedirle
señales a Dios, pero era capaz de interpretarlas cuando el Señor Dios se las mandaba, porque estaba
acostumbrado a ver e interpretar las señales de la tierra, del agua, de los pájaros y de la sabandija. No
era un turista en el mundo. Era un paisano del lugar. Un hombre comprometido con la tierra y con el
agua: el mismo hecho de barro.
Lecturas complementarias:

Libro de Jeremías, cap. 9, vers. 1 a 21; cap. 5, vers. 27 a 31 corrupción moral).


Libro de Amos, cap. 5, vers. 7 hasta cap. ó, vers. 14 (injusticia y castigo).
Libro de la Sabiduría, cap. 14, vers. 1 a 11 (reflexión sobre la “madera”).
Primera Carta de Pedro cap. 3, vers. 13 hasta cap. 4, vers. 19 (frente al peligro).
Evangelio de Mateo, cap. 24 y 25 ( ;la que se viene!).

.8.
EL VIENTO. La Torre de Babel

Génesis, capitulo 11

El pueblo de los hombres se había puesto en camino. Y llegaron a una llanura. La llanura de Senaar.
Tenían como misión poblar la tierra, dominarla y poseerla. Pero encontraron que esa llanura no tenía
mucho sentido.
Caminar: ¿para que? ¿hacia adonde?
Y detrás de esa pregunta, la gana de perdurar. La gana de no irse. La necesidad de dejar huella.
Quiza traían en el alma la imagen de algún cerro. Tal vez desde la cumbre de algún cerro habían visto
distancia, y por eso se habían largado a andar. Pero ahora, en la llanura inmensa y con un horizonte
siempre en promesa por delante, y sin referencias por detrás, les entran Vaginas de pararse, de hacer
algo.
Y era un pueblo con un lenguaje único, coherente. Acostumbrado a escuchar solo su lengua, habían
terminado por estar de acuerdo, por mirar siempre en bloque las realidades. Tenían una sola lengua La
llanura no ofrecía obstáculos, pero tampoco ofrecía puntos de llegada; solo un horizonte que invitaba a
caminar.
No había piedras. En su camino, en el país de los cerros, quizá cuando algún acontecimiento los había
sacudido, habían amontonado algunas piedras, y ese montón de piedras se había hecho memorial,
punto de referencia. Pero aquí, en esta llanura, no había piedras. No había nada que amontonar para
dejar huella de su paso. Solo había una invitación a seguir tierra adentro: Venían del este donde nace
el sol, y seguían el rumbo de las estrellas, hacia donde mueren.
Como tenían un lenguaje único, no les resulto difícil ponerse de acuerdo. A falta de piedras, que la
llanura no podía ofrecerles, convirtieron en ladrillos la greda fértil que los invitaba a seguir, a no
detenerse. En el pisadero el barro se hizo elástico, se dejo moldear, y el fuego le dio la dureza que
permite al ladrillo dejarse apilar sin deshacerse.
Y la imagen del cerro que traían se fue concretizando en ese montón de ladrillos en forma de torre que
tenía la misión de hacer perdurar. Su punta tenía que llegar al cielo. Quizá al ir creciendo esa torre de
ladrillos, iba también creciendo la fiebre de construir. Ya soñaban con alcanzar las estrellas, esas que
hasta ahora habían venido siguiendo en su viaje desde el este. Pero la torre quedaba quieta mientras
las estrellas seguían su rumbo. Habían sacrificado distancias, para ganar un poco de altura. Se había
abandonado la fidelidad, esa que solo brota de la tierra.
Pero _como dice el salmo 84_ la Justicia miraba desde arriba. Y el Señor Dios bajo a ver lo que el
hombre estaba haciendo.
No. No fue por envidia. ¿Por que tenía que tener envidia de que el hombre perdurara? El Señor Dios
también tenía ganas de que la vida del hombre creciera y perdurara llena de sentido. Quería que el
hombre poseyera la tierra, que creciera hasta dominarla totalmente. Se la había regalado junto con la
vida, como una herencia, ya que ese hombre era también hijo de la tierra; amasado con greda fértil,
pero no convertido en ladrillo, quieto por el fuego, sino en ser capaz de distancias. Era tierra en
movimiento, porque el aliento de Dios lo había sacudido. Igual como cuando el pampero sopla sobre la
flor quieta del cardo, y llama a la vida que allí anida a desparramarse en rumbos.
No. No fue por envidia que el Señor Dios sopló sobre aquel hormiguero que amontonaba ladrillos para
perdurar. Fue por lástima. Le dio lástima que el hombre cambiara por posesión quieta su invitación de
distancias. Le dio pena que el hombre se hubiera detenido. Y soplo sobre aquella flor de cardo. Y
cuando el soplo de Dios cae sobre un pueblo, se entrevera el lenguaje humano. Don de lenguas, decían
los primeros cristianos. Capacidad de hablar en lenguaje distinto del coherente que había detenido la
marcha. Ganas de andar, de desparramarse, de poseer la tierra plenamente. La llanura se volvió a
poblar de rastrilladas. Las estrellas recobraron su misión de guías. Y allí quedo el montón de ladrillos
sin terminar, desplumado como flor de cardo después del ventarrón, con la vida desparramada en
vuelos por la llanura para volver a crecer en vidas, para volver a mirar llanuras a través de sus flores
lilas.

.9.
Y la vida de nuevo desparramada, salió de nuevo a conquistar la tierra. El viento de Dios que abrió
horizontes al lenguaje único y coherente, y diversificó las lenguas, rompió el espejismo de querer
concretizar la imagen del cerro en una torre de ladrillos fabricados para quedarse y perdurar. Ladrillo
que es tierra ultrajada por el pisoteo y hecha dura y sin vida por el fuego del hombre.
Y sobre las huellas de los rumbos volvieron a clavarse y desclavarse las tiendas. Moradas provisorias
que no se convierten en tapera después del uso. En cambio ese inmenso montón de ladrillos, eso sí
que quedo allí, tapera gigante de todo un pueblo que fue impaciente en su ansia de perdurar. Pueblo
en marcha hacia el cerro de Dios, desde el cual poseer la tierra; pueblo que no pudo aguantar la
tensión de esa ansia de cerro y se paro en el camino a construirlo.

¿Quién puede, Señor,


habitar en tu cerro santo?
El de manos limpias, el de puro corazón.
El que procede honradamente
y practica la justicia;
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua;
el que no hace mal a su prójimo
ni le quita la fama al vecino;
el que siente desprecio por el impío
y honra a los que toman en serio a Dios;
el que no retracta lo que una vez juró
aún en daño propio;
el que no presta dinero a usura
ni acepta que lo sobornen
contra el inocente.
El que así obra, ese no se equivoca.
Salmo 14 (15)

Confía en el Señor y sigue su camino


y Él te levantará a poseer la tierra.
Salmo 36 (37) vers 34.
Lecturas complementarias:

Libro de Jonás, cap. 1 (el viento que salva)


Libro de Isaías. cap. 25 (la ciudad orgullosa)
Libro de Jeremías; cap. 7. vers. 1 a 25 (el templo no es garantía).
Libro de Amós, cap.6 (la falsa seguridad).
Libro de Sofonías, cap. 1 (sobre el Día de Dios). '
Libro de Isaías, cap. 40 (1a imagen de monte, de siento y de hierba). '
Libro de Isaías, cap. 63, vers.7 hasta cap.64, vers. 11 (es un salmo).
Libro de Ezequiel, cap. 37 (el soplo de Dios sobre los huesos secos).

. 10 .
EL CAMINO. Abraham

Génesis, capítulos 12 a 25

Después del fracaso con Caín, y con Cam el hijo de Noé, y finalmente con el pueblo de la Torre de
Babel, el Señor Dios dejaría al mundo en barbecho, y se dedicaría a preparar la semilla.
Dios no abandonaría al mundo. No. Ni a la vida ni al hombre. El Señor Dios estaba demasiado
comprometido con todos ellos como para poder olvidarlos. Pero Dios tampoco podía olvidar la noche en
la que el hombre se había adentrado. En la noche, desde el corazón de esa noche, el Señor Dios haría
crecer la madrugada de un día nuevo. Porque el que camina hacia la madrugada no niega el conjunto
de las estrellas. Lo que hace es dejar que ellas sigan su curso, y se aferra a una sola, al lucero, que se
convierte así en semilla de luz. Así fue como. nacieron los caminos: todos ellos tienen una sola estrella
en la punta y ciudades en sus bordes. Pero los caminos no los abrieron los pueblos. Los abre un
hombre: los pueblos vienen detrás. Los pueblos necesitan una huella; el hombre, una estrella.
Y un buen día el Señor Dios, de entre todos los hombres se eligió un hombre. Lo necesitaba para que
por el se abriera camino la bendición. Y sobre ese mundo en barbecho, el Señor Dios le encendió a ese
hombre Abrán, una estrella:
“Te haré Padre de un pueblo; Te daré una tierra que será tuya”.
Y a la luz de esa estrella el hombre dejo su tierra y se hizo peregrino; dejo su casa haciéndose
forastero. Y se largó hacia un rumbo que no conocía, fiado en un Dios que si, lo conocía. Se acollaro a
una esperanza. A la esperanza de que su sangre perduraría en la posesión de una tierra. Por eso dejó
su tierra, y por eso se alejo de su sangre, de la de sus padres. Porque a través de ese alejamiento de lo
parcial esperaba el reencuentro con el todo.
“Por vos se bendecirán todas las sangres de la tierra”.
Clavando y desclavando carpas Abrán camina detrás de la esperanza hacia el encuentro con la
bendición. Pero ese caminar guiado por una estrella no suprime las realidades concretas de la huella. Al
contrario: a veces nos convierte en seres mas vulnerables; en seres indefensos frente a esas
realidades, ya que tenemos la vista puesta en otra cosa que en la huella.
¡Cuántos sucesos humanos tejen la huella concreta de Abrán! Se cava un pozo .Junto con el hermano
para abrevar juntos a los animales, y ese pozo se convierte en motivo de desencuentro y de separación
con el hermano. La codiciada belleza de su mujer Sara será fuente de peligros en cada nueva
acampada. La amistad con aquellos que lo han acogido lo comprometerá en una lealtad que se hará
lucha, sorpresa y matanza.; Cuanto ingenio necesita Abrán para sortear las realidades concretas de la
huella! a Que fácil hubiera sido para el comercializar la estrella y ser uno mas en cualquier punto de la
huella! Pero Abrán era un hombre rico. Un hombre de corazón ancho. Un hombre con capacidad de
sacrificar lo parcial, lo urgente y provisorio de la huella, porque espera lo total y definitivo que crece en
la promesa. Y aunque tendría títulos para discutirle a Lot la tierra fértil, los trebolares de los albardones
del Jordán, deja que Lot se quede con ella; simplemente porque Abrán se siente suficientemente rico
con su estrella que lo invita a caminar desiertos y a cavar pozos.
Y cada tanto Abrán tiene un encuentro con Dios. Un Dios que no viene a calmar su picazón sino que
viene a ratificar la promesa, y con eso a aumentar la tensión:

“Levanta la vista y mira,


toda esta tierra que ves te la daré a vos
y a tu sangre que perdurara como pueblo.
Levántate y camina esta tierra que será tuya”.

Y Abrán cree y vuelve a ponerse en la huella, aunque no tiene hijos y acaba de renunciar a la tierra
fértil. Y ese lugar se convierte en memorial, en altar, en punto de referencia.

. 11 .
Pero cada vez que Abrán renuncia a algo, su tensión se agranda, y con ella sufre la prolongación de la
espera. Volviendo de la sorpresa y entrevero en que libero a su hermano y a sus amigos, Abrán
renuncia a lo que tendría derecho del botín. Y renuncia porque no quiere ni busca' ser enriquecido por
los hombres, porque su estrella apunta hacia otras realidades. Pero eso no quita que Abrán sienta
miedo luego de sus renuncias. Tenga miedo y sienta en su carne la inseguridad de fiarse en una
promesa. Y Dios vuelve a hablar a Abrán:
“No temas, Abrán. Yo soy tu garantía. Tu premio será grande”.
Y Abrán esta vez no puede hacer callar el grito de su propia sangre:
“Señor Dios, ¿qué me importa lo que me podrás dar? ... si yo me voy y sin hijos. No será mi sangre
quien se quede con el fruto de mi esperanza”.
Y el Señor Dios lo saca afuera a Abrán. Lo saca a la noche y lo capacita para ver todas las estrellas. Y
Abrán no puede contarlas.; No calcules, Abrán! Las promesas de Dios no son para ser calculadas. Son
para ser aceptadas. Tu sangre será mas numerosa que todas esas estrellas a las que renuncias para
seguir una. Y Abrán en esa noche de angustia entrevé la historia de su pueblo, y tiene la experiencia
de que el Señor Dios es un Dios comprometido. Es un Dios de Alianza.
Pero el Señor vuelve a callarse. Y frente al silencio de Dios, Abrán se decide a escuchar a los hombres.
A esos hombres que con la mejor buena voluntad nos ofrecen la salida fácil; que son ingeniosos en
ofrecernos la posibilidad de concretizar nuestras tensiones. Y así nace Ismael. Fruto del cansancio en la
espera. Realidad humana con la que se buscó concretizar la esperanza Realidad buena; pero que no
era el cumplimiento de la promesa. Realidad que a la larga haría sufrir y exigiría renuncias dolorosas a
Abrán.
Y cuando Dios vuelve a hablar para ratificar su promesa, Abrán ofrece también a Dios una solución
intermedia. Abrán, cansado, ofrece a Dios una rebaja en su esperanza. Ya no quiere un hijo pleno. Esta
cansado de esperar y propone un detenerse a medio camino. Que Dios bendiga a esa concretización
humana que es Ismael. Abrán propone perdurar en Ismael, en su realización humana, en su sangre a
medias. Pero Dios quiere demasiado a Abrán, esta demasiado comprometido con el y con su misión de
padre de pueblos, como para tomarle en serio su cansancio. No. La grandeza de Abrán no tiene su
garantía en Abrán, sino en Dios que se compromete con Abrán. Por eso el Señor Dios, si, bendecirá la
obra humana de Abrán: también Ismael vivirá delante de Dios y será padre de un pueblo. Pero el
cumplimiento de la promesa, el pueblo de la bendición no surgirá de el. La promesa se cumplirá
plenamente y será en Sara, la esposa estéril de Abrán. Dios mantiene su promesa en todo su espesor.
Y Abrán reacepta la plenitud, y acepta en su carne el signo concreto de su compromiso con Dios.
Pero este Abrán a quien Dios va cercenando las realizaciones humanas, no es un hombre que se
repliega sobre si mismo. Conserva su capacidad de mirar en horizontal; de distinguir desde la sombra
de su encina a tres hombres cansados que necesitan de su acogida. Y en esos tres desconocidos acoge
a Dios en su tienda. Y frente a ese Dios descubierto, Abrán va a regatear en una intercesión en que se
pondrá del lado de los hombres, contra los derechos de Dios. Abrán tratara de despertar en Dios la
vergüenza de una condena que encerraría bajo el mismo golpe a justos e injustos. Abrán arriesga
frente a Dios su titulo de amigo, para salvar a sus hermanos hombres. Por ese mismo camino llegara
un día en que su sangre se vaciara del título de Hijo arriesgándolo al tomar la forma de servidor y
jugándose ante su Padre por sus hermanos Y el Señor Dios retirará su condena de sobre los hombres
al darse cuenta de que está condenando a su propio Hijo.
Abrán no era todavía capaz de este gesto. Abrán arriesga su amistad, pero no aún su sangre. Si en
lugar de regatear desde lejos Abrán hubiera entrado en Sodoma y hubiera arriesgado correr el mismo
destino de esos hombres pecadores compartiendo con ellos el mismo juicio de Dios, a lo mejor Sodoma
no hubiera sido destruida. Pero Abrán no esta todavía capacitado para arriesgar, porque todavía no
conoce la profundidad del corazón de Dios. Y no lo conoce porque todavía el mismo no se ha
adentrado en la profundidad de su propio corazón, allí donde anida el compromiso y la fidelidad, donde
se enraíza la amistad y el cariño, allí donde el amor vence a la justicia. Pero Dios necesita que la sangre
- de Abrán este capacitada para eso. La bendición para abrirse camino necesita una sangre enriquecida
por esa experiencia. Y el Señor Dios vuelve a hablar a su amigo Abrán.
“Toma tu hijo, a tu único; a Isaac; ponete en camino hacia el cerro que yo te indicare,

. 12 .
y allí mismo me lo sacrificas en holocausto”.
Abrán ya no entiende nada. Sabe que Isaac es la concretización de su larga esperanza. Que por el pasa
el camino de la bendición. Abrán, que viene del corazón de la noche ya esta en la madrugada.
Y ahora siente que Dios le pide sacrificar el lucero que lo ha traído hasta allí. Abrán siente que con ello
sacrifica su esperanza. Y siente también que es imposible sacrificar al hijo. Y que sin embargo Dios le
pide que se ponga en camino hacia ese gesto, en esa madrugada. Abrán se queda sin respuesta. Sin
respuesta para sí mismo, y sin explicación para los demás. Sabe que la respuesta la tiene Otro:
“-Hijo mío, Dios proveerá! “
Y Abrán, desde lo profundo de su corazón de padre descubre que Dios ha de tener una respuesta para
el mismo, para su hijo, para todos los hombres. Y fiado en esa respuesta que anida en el corazón de
Dios, como la madrugada en el lucero, Abrán arriesga su sangre. Y el Señor Dios acepta esa entrega.
Pero dilata su cumplimiento.
La semilla esta ya madura; Dios la recoge y la guarda para el día en que la hará brotar en el seno de
una Virgen, y la hará espiga en la planta de la cruz, y trigal en la Iglesia.
La misión de Abrán esta consumada. Marchando detrás de las retribuciones de Dios, se ha encontrado
con el Dios de las retribuciones.- Su semilla esta ya en las manos de Dios. Su rastrojo puede ya volver
en paz al humus de sus padres; reintegrándose a ese mundo en barbecho, hacia el cual sigue
avanzando la Bendición de Dios.
Lecturas complementarias:

Libro de los Hechos, cap. 7 (reflexión sobre la historia).


Libro de los Hechos, cap. 3, vers. 11 a 26 (¡Ustedes son los herederos! ).
Carta a Los Gálatas, cap. 3 y 4 (la fe de Abraham).
Carta a los Filipenses, cap. 2, vers. 1 a 18 (Cristo se anonadó y arriesgó).
Carta los Hebreos, cap. 11 y 12 (reflexión sobre el Evangelio de Juan, cap. 14 (el camino es Cristo).
Evangelio de Lucas, cap. 1 (esterilidad de Isabel - virginidad de María).
Salmos 1 y 36 (37) (el camino y la tierra).

. 13 .
EL HOMBRE. Jacob

Génesis, 25, 19 a 37, 1

Desde Abraham la Bendición se iría abriendo camino. Camino que necesitaba de los hombres, como la
semilla necesita de la tierra para proseguir en su vida y en su crecer. Pero la vida de la semilla es otra
cosa que la tierra, a pesar de que viva y perdure en ella y de ella se alimente. Por eso la historia de la
semilla y la de la tierra donde perdura creciendo. están tan íntimamente unidas y comparten las
mismas circunstancias, y la misma geografía.
Pero también:; cuantas cosas puede haber en la tierra esa, que se opongan a la vida de la semilla!
Otros yuyos que pretenden ahogarla y otras formas de vida que roban a la buena semilla la savia de la
tierra. La semilla de la bendición no venia a sembrarse en una tierra virgen, sino en una tierra
maldecida por Dios; una tierra de cardos y abrojos. La bendición de Dios desembarco en un mundo
sometido a la maldición, para comenzar en el un lento y doloroso camino de liberación. Abraham había
sido un hombre con alma grande; con capacidad de renuncias. Se había adentrado en el desierto,
dejando la vida fácil y las oportunidades humanas, a fin de entregar toda su savia a esa semilla de
Bendición. Jacob en cambio, era querendón y apegado a lo fácil; preferido de su madre, que le había
ahorrado una experiencia de desierto que ella misma no tenía. Egoísta, abusador y falso, el mismo
tendría que sufrir en su propia carne las consecuencias de esos mismos métodos humanos.
Aprovechándose del hambre de su hermano le arrebato sus derechos, y el mismo debería luego
trabajar siete años para conseguir el anhelo de su cariño. Engañaría a su padre haciéndose pasar por
su hermano; y su suegro lo engañaría a el entregándole por Raquel a su hermana Lía. Sus veinte años
de trabajos duros junto al hermano de su madre le harían experimentar en carne propia los métodos
que el había aprendido de ella. Había hecho creer a su padre ciego que el cuero de un cabrito era la
piel de su otro hijo; y un día sus propios hijos le harían creer que la sangre de otro cabrito era la de su
hijo José.
Jacob había preferido el camino fácil; el camino de los métodos humanos, basados en el engañó, en la
astucia, en la avivada Su método no anularía el camino de la Bendición que Dios quería hacer pasar por
el. Porque esa Bendición no se identificaba con la vida de Jacob. Jacob sufriría en su vida las
consecuencias de pretender manejar la Bendición de Dios con métodos humanos. Al final de su vida,
Jacob ya viejo reconocería delante del Faraón que los años de sus andanzas habían sido pocos y malos,
y que no se podía comparar con los de sus padres. Se había complicado la vida inútilmente cargándola
con un montón de realidades que le habían amargado el alma:
“No metas en las alforjas
lo que no vayas a usar.
Son más largos los caminos
p'al que va cargao de mas”.
(Chamarrita)
Pero el Señor Dios velaba sobre la semilla de Bendición que El mismo había confiado a esa tierra que
era Jacob. Cada tanto Dios bajaría hasta ese hombre y lo liberaría de esas pesadas alforjas humanas
que el mismo se echaba encima; lo humillaría, y en medio de esa tierra arada y empobrecida de yuyos,
Dios volvería a reavivar la buena semilla.
Después de la mezquina acción con su padre anciano y ciego, que había también llenado de amargura
y violencia el corazón de su hermano Esaú, Jacob tuvo que huir hacia el este. En medio de su soledad
se acuesta a dormir en el desierto con una piedra por cabecera y su bastón por toda riqueza y
compañía. Allí Dios le regala su primera experiencia. Jacob siente la providencia de Dios. Jacob
constata en su pobreza que Dios estaba allí, y el no lo sabía. Y Dios reafirma con el la vieja promesa de
Bendición:
“Yo soy el Dios de tus padres,
esta tierra será tuya,
tu descendencia será numerosa,

. 14 .
por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”.
A él, a Jacob que debe abandonar en este momento como fugitivo esta tierra dejando en ella la sangre
de los suyos, a su pueblo. A el que esta sin tierra y sin sangre, Dios reafirma la promesa de esta tierra
y la garantía de perdurar en pueblo.
Luego de otros veinte años de tretas humanas en la tierra fértil, Jacob huye nuevamente hacia el
desierto, y una noche se encuentra nuevamente embretado por la persecución de su sangre. Los
métodos humanos habían nuevamente puesto en peligro el futuro de esa Bendición. Pero el Señor Dios
velaba sobre esa semilla. En sueños se aparece a Labán y le previene:
“¡Cuidado con tocarme a Jacob! “.
Y también allí una piedra vuelve a ser levantada como memorial de la intervención de Dios.
Por tercera vez Jacob tendrá esa experiencia. Acaba de hacer pasar el Yabok a sus mujeres y a sus
hijos con sus majadas: ese río que lo separa del hermano que puede terminar con la promesa. Y solo,
en la otra orilla, esa noche Jacob lucha con Dios. De esa lucha Jacob saldrá bendecido, pero también
herido para siempre y con un nuevo nombre. Dios lo ha marcado en su propia carne.
El ultimo encuentro que tendrá Jacob con Dios será aquella noche en que empujado por el hambre en
su tierra y por el llamado de su hijo lose, deberá abandonar definitivamente esa tierra natal que será
suya por la promesa, para emigrar con su pueblo. Pero esta vez el Señor Dios consuela al viejo y
desilusionado Jacob:
“No temas, Yo soy el Dios de tu padre. Baja nomás a Egipto. Yo bajare con vos y seré yo el que te
volverá a traer”.
Y Jacob se entrega a Dios y parte para morir en tierra extraña, conduciendo a su pueblo que deberá
crecer en la noche de la opresión hasta que Dios vuelva a mirarlo y, recordando la vieja promesa, le
entregue esa tierra a través del duro camino de la liberación.
Lecturas complementarias:

Libro de Oseas, cap. 12 (el pueblo heredero de las tretas de su padre).


Libro de Amos, cap. 3 al 6 (la falsa garantía de Israel: Día de Dios).
Libro de Isaías, cap. 30, vers. 1 a 18 (Egipto, falsa seguridad).
Evangelio de Mateo, cap. 13 (imagen de la semilla y la tierra).
Ezequiel, cap. 16 (Historia simbólica de Israel: actitudes humanas).

. 15 .
LOS SUEÑOS. José

Génesis, capítulos 3 7 al 50

José era un soñador. Un hombre de corazón ancho, con capacidad de liberarse de las realidades que
aprisionan, y de crecer hacia el futuro. Y sin embargo era un hombre que vivía intensamente esas
realidades actuales. Ese presente que nos obliga a tomarlo en serio.
Tuvo una infancia feliz. Se sintió querido. Se sintió preferido; y sin embargo escapó de ese tibio halago
de niño preferido. Miro las estrellas y soñó con las estrellas, con el sol y con la luna. Y el como centro.
Miró los trigales y soñó con los trigales, con las gavillas y con una que sería la suya.
Y fue también un ingenuo. No supo guardar secreto sobre lo que había visto en esa capacidad de
soñar, de evadirse de su presente concreto. Y hasta los que lo querían se sintieron molestos ante el
presentimiento del misterio de su vida
José era un soñador. Pero fue siempre tremendamente leal al presente. Fue ese presente de cada
momento de su vida lo que vivió con sinceridad y aceptándolo siempre sin protesta. Pero no olvido que
en cada día estaba encerrado un mañana. Como era un sonador sentía siempre palpitar el futuro, y eso
lo llevaba a vivir siempre lealmente el presente, siempre creciendo para ese futuro.
Varias veces en su vida la trama de su misterio se interrumpió, para comenzar otro capitulo en otra
geografía. Aparentemente el pasado quedaba truncado, sin sentido. Su infancia nómade es cerrada
brutalmente al ser vendido por sus hermanos. Quedaban atrás, vacías de sentido, las carpas paternas,
las majadas familiares. La ropa multicolor que lo distinguía entre sus hermanos, los arenales queridos
que le habían regalado un cielo límpido con estrellas brillantes para soñar; la tumba de su madre allá
en Efrata.
El alma de este soñador guardaría esas imágenes despojadas del rastrojo: hechas semilla. Ahora era
necesario ser leal a otras realidades. El palacio de Potifar, sus asuntos económicos, todo lo que
constituía esa nueva realidad había que tomarlo muy en serio. En todo eso se sentía bendecido por la
mano de Dios. Podría haber creído que ese era su presente definitivo. Podría haber asesinado su alma
de sonador. Cuando el presente llena, los sueños sobran. Por eso que es tan fácil comercializarlos. Y
para José allí estaban esos ojos en acecho, esa boca anhelante y esas manos buscadoras. Esa mujer
era la salida fácil. Ella ofrecía al sonador la posibilidad de vivir una vida al lado, una vida distinta de ese
presente de su vida ordinaria. Pero José era un hombre leal. Fiel a su presente y a los hombres que
condicionaban ese presente. Quizá en el fondo fiel a su ser de soñador que empujaba el misterio de su
vida hacia adelante. Y dijo; no! a esa salida fácil.
Y nuevamente, despojado de su túnica presintió en esas horas de espera de la llegada de Potifar, que
en su vida se repetiría el drama vivido en el pozo del desierto. Que en su vida algo terminaba, y algo
empezaba. Y que sin embargo su vida tenía un misterio único, un misterio alimentado desde su niñez
por su capacidad de soñar.
La cárcel parecía convertir en ironía cada recuerdo de su vida anterior en el palacio. Y sin embargo,
José seria leal a ese presente. Tomaría su vida de presidiario en serio, y allí sentiría de nuevo que Dios
bendecía cuanto hacia. Ya que el misterio de su vida encerraba en su geografía la túnica de presidiario,
José seguiría siendo José el soñador y presidiario. Responsable de otros presidiarios en quienes iba
muriendo la esperanza, el soñador José seria capaz de advertir en ellos la tristeza de un sueño sin
interpretación Y lealmente les interpreta el misterio de sus vidas al copero y al panadero Sabe que en
las vidas de sus compañeros hay también un futuro; algo que los hará superar el presente.
Será esa su capacidad de interpretar sueños lo que volverá a cambiar la geografía del presidiario José.
Una mañana lo sacan apresuradamente,- y dejando su ropa muda de geografía. Ese cambio de ropa
frente a cada capitulo de su misterio es como un símbolo de su vida. Lo que deja y lo que asume es
algo circunstancial, algo exterior; por dentro sigue siendo el mismo: José el soñador.
Niño nómade, joven cortesano, presidiario, ministro; solo cuestión de túnicas y geografía! El hombre es
el mismo, el misterio único, los sueños siempre empujando mas allá. Y en cada recodo de su vida

. 16 .
abandona sin resentimiento, lo que supo llevar hasta allí con lealtad. Su lealtad al presente le permitió
no asesinar el futuro.
Y le nacen dos hijos. Dos hijos en quienes José cree encontrar el olvido del pasado. Sin embargo esos
hijos no serán el sustituto del pasado, no lo reemplazaran. Por Efraín y Manases, José reentrará en la
marejada de su Pueblo, de su pasado abierto al futuro. En sus hermanos José redescubre su pasado, lo
interpreta, ve allí la mano de Dios, comprende su sentido. Porque el soñador, leal siempre a su
presente y abierto al futuro, no era capaz de guardar rencor a su pasado. Como sabia interpretar
sueños, era capaz también de captar el sentido del pasado que lo había traído hasta allí.
De nuevo en la correntada de su pueblo, entre sus hermanos, José recobra para su alma de soñador
las imágenes de su infancia. Sabe que Dios vendrá un día a buscar a su pueblo. Y el quiere entonces
estar entre ellos. Que sus huesos participen de esa liberación. Quizá las semillas de aquellos recuerdos
de infancia brotaran ahora allí en la greda rojiza regada por el Nilo. Y José vuelve a soñar con los
arenales, con las carpas bajo las estrellas, rodeado de majadas familiares. Y hace jurar a sus hermanos
que cuando eso suceda, no lo dejaran allí.
Quiere participar del futuro de su pueblo, precisamente porque cree en el futuro de su pueblo y en la
actuación de Dios que guía su historia.
Lecturas complementarias:

Evangelio de Mateo, cap. 1, vers. 18 hasta cap. 2, vers. 23 (Egipto en la vida de Jesús).
Libro Primero de Samuel, cap. 3 (Samuel niño).
Libro del Éxodo, cap. 13, vers. 17 a 22 (los huesos de José).
Libro de los Hechos, cap. 9, vers. 1 a 30 (historia de Pablo).
Salmo 104 ( 105) (meditación histórica).
Leer además para el conjunto de las meditaciones:
Libro de la Sabiduría, cap. 10.
Libro del Eclesiástico, cap. 44 a 50.
Carta a los Hebreos, cap. 11.

. 17 .
2ª PARTE

Exigencias de un Dios con sus amigos para un


tiempo de liberación
(cinco reflexiones sobre Moisés y el Éxodo)

EL CORAZON

Éxodo, 1, 1 hasta 2, 17

Ese puñado de semillas tirado en el litoral del Nilo, se había hecho trigal. Una inmensa masa de
hombres, como ondular de espigas se hamacaba en el ir y venir de su vida ladrillera allí en la tierra
fértil.
No. No era la brisa del río lo que acariciaba esa masa de hombres. Era el látigo de los capataces y el
ansia por las ollas de carne lo que ponía en movimiento ese pulular de hombres. La Bendición del
Señor Dios que los había hecho crecer y multiplicarse anidaba como fuerza fecunda en esa masa
humana y la hacia crecer hacia la cosecha. Su meta era ser pan. Un pan que es trigal liberado del
rastrojo y fermentado por esa misteriosa fuerza nueva de la levadura. Un día esa masa, triturada,
reunida, con la levadura de la liberación metida adentro, seria llevada por el Señor Dios a los arenales
ardientes del desierto para convertirla en pan en pueblo.
Fue entonces cuando el Señor Dios comenzó a preparar la levadura. Un hombre de la tribu de Leví se
caso con una mujer de su misma tribu. Concibió la mujer y dio a luz un hijo. Y a ese hijo, Dios le regalo
un corazón violento. En esa pasta seleccionada Dios mismo sembró el fermento de la violencia. El niño
creció amamantado en su pueblo; para ser luego transportado a la corte del Faraón. El Señor Dios
dejaría que fuera el mismo Faraón quien amasara y preparara esa levadura en la que El ya había
sembrado el fermento de la violencia liberadora.
Y así Moisés, el niño hebreo, aprendería en la corte, toda la ciencia, toda la cultura, todas las artes y la
magia del poder que oprimía a su pueblo. Una vez que ese niño estuviera prolijamente transculturado;
una vez que su corazón de hombre estuviera ya plenamente alienado, seria devuelto por el poder a su
pueblo, como agente que mantendría la situación de opresión, ya que en la continuidad de esa
situación estarían ancladas todas sus seguridades y todos sus intereses.
Seria en su pueblo, como tantos otros ya lo habían sido, alienados de su sangre por la cultura, quien
velaría por los intereses del poder opresor de los capataces. Así preparado, siendo ya mayor, Moisés
volvió a sus hermanos. Y allí tuvo su primera experiencia de la opresión. Un capataz golpeaba a uno de
sus hermanos. Y también tuvo la primera experiencia de lo que Dios había sembrado en su corazón.
Miró a un lado y a otro, y no viendo a nadie, mato al egipcio y lo escondió en la arena.
¡Pobre Moisés! Empujado por su corazón violento había optado por la violencia de los hombres. Por la
violencia engendrada por el miedo, y engendradora del miedo: la que mata lo parcial y esconde la
verdad bajo tierra. La violencia de las sombras, sin testigo. No sabia aun el, que la violencia es de esas
realidades que, como la paz y el amor, hay que aceptarlas en plenitud. No es un instrumento sino una
situación. Uno se coloca en ellas. Esa noche fue la noche de gloria para Moisés. Solo, frente al misterio
de su vida; sentía que casi sin quererlo se había jugado por su pueblo. Que en su vida se había roto la
trampa de la transculturación alienadora. Se reintegraba a su pueblo. Y lo hacia como liberador,
representante absoluto de la justicia para los demás; juez que podía decidir por el solo impulso de su
corazón de muchacho sobre la vida y la muerte de los demás.
Tenia la conciencia de haber recruzado la frontera viniendo desde la opresión y reintegrándose a su
pueblo; y había decidí do sin mas análisis, que la frontera de la opresión quedaba frente a el.

. 18 .
Su corazón generoso y violento lo había engañado. Pero Dios velaba sobre el. Dejaría por esa noche
que esa levadura fermentara mientras en la mañana del día que amanecía, una nueva experiencia
marchaba hacia Moisés.
En esa nueva salida hacia su pueblo Moisés sabría que la opresión no es frontera entre dos pueblos;
anida en cada realidad y atraviesa toda realidad. Un hebreo golpeaba a otro hebreo. La opresión se
daba entre hermanos. Y cuando Moisés quiso frente al f hermano optar por la violencia de la luz, que
sacudiera su vergüenza se dio cuenta de que no era aceptado. De que los demás no aceptaban ese
equivoco. No se puede optar con la mitad del corazón por la violencia de las sombras y del miedo y con
la otra mitad por la violencia de la luz y de la vergüenza. No se puede utilizar ni a la luz ni a las
sombras. Uno se coloca en la luz o en las sombras.
Y en esa mañana, frente a la luz, Moisés tuvo miedo. Gustaba en si mismo el fruto agrio de la violencia
de las sombras. Moisés no tuvo vergüenza. Tuvo miedo. Y por eso huyo. Buscó la frontera y se adentro
en el desierto. Allí se sentó junto a un pozo.
Moisés cambio de geografía, pero no de misterio en su vida. Porque allí, junto al pozo del desierto,
sentiría que a su corazón violento se lo había traído con el. Frente a la prepotencia de los pastores que
no dejan a las hijas de Jetró abrevar sus ovejas Moisés siente renacer en el la violenta pasión por la
justicia. Levantóse Moisés. salió en su defensa, y les abrevó el rebaño.
Pero ese atardecer fue terrible para Moisés, el hebreo transculturado en egipcio. Allí junto al pozo se
quedo al fin terriblemente solo. Mientras cl sol se hundía lento en las turbias aguas del Nilo, sintió que
en su vida también algo terminaba. Egipto, la corte, el poder, la cultura; todo eso quedaba a sus
espaldas y ya era imposible retornar. También quedaba a sus espaldas su propio pueblo oprimido, que
lo había desconocido. Todo lo que era familiar, lo conocido, lo largamente planeado y soñado, quedaba
truncado
brutalmente. Delante de el. el desierto iba entregando una a una sus dunas estériles a la noche.
Ese desierto que ya de entrada tenía un rostro hostil: el rostro de los pastores malquistados, y el rostro
huidizo de las muchachas que tras abrevar el ganado se habían alejado recelosas a las tiendas
paternas.
Moisés se quedó solo. Terriblemente solo, junto a ese pozo del desierto ya sin agua tras el paso de las
majadas abrevadas. Todo parecía carecer de sentido, igual que ese pozo agotado: el pasado y el
futuro, y en el filo de ambos, ese atardecer de soledad y arenas.
Y sin embargo a Moisés le quedaban dos verdades: el Señor Dios que velaba sobre el, y su propio
corazón en el que el Señor Dios había sembrado la violenta pasión por la justicia en vistas de la
liberación de su pueblo.
Pero en ese anochecer Moisés aun no las conocía.
Lecturas complementarias:

Libro de Daniel, cap. 1 (transculturación).


Libro de los Hechos. cap. 7 (reflexión sobre la historia).
Carta a los Hebreos. cap. 11 (argumentos de la historia).
I Libro de los Reyes. cap. 19 (huida de Elías).

. 19 .
EL POZO DEL DESIERTO

Éxodo 2, 18 hasta 4, 19

En el desierto los pozos son lugares de encuentro. El desierto hace que los hombres se encuentren
cada tarde. Es esa la magia del desierto que mantiene en marcha las caravanas sedientas: el hecho de
que el desierto en cualquier lugar puede regalar un encuentro.
Los pozos son hijos del desierto. Son los ojos del desierto; son ojos de agua, a través de los cuales el
desierto se comunica con los hombres y hace que los hombres se comuniquen entre sí.
Al que llega agotado por la travesía, le ofrece el pozo, solo eso poco que tiene; ese poco de agua
acumulada lentamente en sus largas horas de espera silenciosa en la fidelidad a sus propios arenales.
Y, sin embargo, ese hombre que se moría en su propia sed sabe que desde ese día debe al pozo, su
vida. El pozo le ha regalado el resto de su vida. Al brindar ese poco de agua que es toda su riqueza, el
pozo del desierto, el pozo amigo, ha liberado en el hombre sediento y agotado, toda su capacidad de
vivir y de seguir. Porque el pozo del desierto no ata Como no tiene para ofrecer mas que su poco de
agua, una vez que la ha brindado, pone a las caravanas nuevamente en ruta. Las devuelve al camino y
a las estrellas. Y allí queda: fiel a su desierto, reflejando quizá en el fondo de sus aguas quietas una
estrella; la mas alta, la que obliga a mirar hacia arriba
Y el Señor Dios, esa tarde, tenía cerca de Moisés preparado un pozo. Un pozo nacido en los arenales,
con sus ojos llenos de estrellas. Un hombre con capacidad de acogida y de brindar el agua de su
amistad que liberaría en Moisés el resto del misterio de su vida
Al volver las muchachas a donde su padre Reuel (Jetró) este les dijo:
“¿Cómo es que hoy vuelven tan temprano?
Ellas le respondieron:
“Un egipcio nos libró de las manos de los pastores y además sacó agua para nosotras y abrevó el
rebaño”.
Preguntó entonces a sus hijas:
“¿Y dónde esta? ¿Cómo es que han dejado así a ese hombre? Llámenlo para que coma”.
Aceptó Moisés morar con aquel hombre...
Junto a ese pozo agotado, Moisés era pasta para cualquier decisión. Joven culto, fugitivo y amargado,
su vida pudiera haberse abierto hacia el camino del bandidaje. Si fue pastor y no salteador, fue porque
Jetró le confió una majada.
Jetró presintió en ese joven transculturado, de corazón violento, un hombre con necesidad de tiempo y
de espacio. Por eso lo confió al desierto. Su propia vida de desierto había hecho de Jetró un pastor de
Pueblos, sacerdote conocedor del actuar de Dios en los hombres y en la historia.
Sabia que la espera que madura en el silencio, siempre avanza hacia un encuentro. Jetró no podía
regalarle a Moisés ese encuentro con Dios y con el misterio de su vida. Pero sí podía ayudarlo a vivir;
facilitarle un camino en el cual se desarrollara su misterio y al final del cual se daría el encuentro. Lo
mismo que el pozo del desierto al caravanero agotado. Y Jetró realizó ese acto de fe en el hombre y en
el desierto. Le dio su hija por esposa y su majada por rebaño, y así hizo del fugitivo un pastor y un
padre en el desierto.
Pero con ello Moisés no negaba su pasado. Su hijo sería para el en el desierto el memorial viviente de
que eta “forastero en tierra extraña”.
Y así el Señor Dios que velaba sobre Moisés y sobre su pueblo, haría pasar a esa levadura por toda la
experiencia en la que luego tendría que introducir a su pueblo. Tras su majada Moisés aprendió que en
el desierto no hay caminos. El camino se hace siguiendo a un guía que habla por signos que hay que
interpretar. En esos cuarenta años fue aprendiendo a preguntar rumbos a las estrellas, a ubicar las
aguadas, a sanear las aguas amargas, a saber cuando emigran las codornices. Fue aprendiendo sobre
todo a adaptar su paso violento al ritmo lento y constante de las majadas en movimiento. Y en las
largas noches que puntuaban su vida de pastor, aprendió a escuchar por boca de Jetró las leyendas y

. 20 .
la historia de los Padres. Supo de las maravillas, de las promesas y de los encuentros con que Dios se
había comprometido con Abraham, Isaac y Jacob. Aprendió que esa historia contenía una promesa que
tenía como meta una tierra fértil. ' Aprendió que las preguntas fundamentales en la liberación de un
pueblo no eran: liberar de que y cómo; sino: liberar que y para que. Había que liberar en su pueblo el
misterio de su propia historia hecha de sucesos y promesas, y había que liberarlo poniéndolo al servicio
de esa promesa.
Bien poco sabía Moisés el transculturado, sobre la historia de su pueblo. Ahora en el desierto aprendía
a meditar la historia del actuar de Dios sobre su pueblo. En su 'lento conducir majadas, rumiaría esas
leyendas patriarcales e iría conociendo al Dios de los Padres. Iría sabiendo cosas sobre El, y de esa
manera iría madurando pata el gran encuentro, para esa sorpresa en la que el Dios de los Padres le
regalaría su experiencia. Experiencia que contendría la exigencia' de una misión que daría pleno sentido
a la historia misma de Moisés.
Una vez llevó las ovejas mas allá del desierto y llegó hasta Horeb, la Montaña de Dios. Allí Dios ya
estaba. Moisés vio algo así como un fuego que arde? pero que no se consume, y quiso ir a ver el por
que. Y sintió que el Señor Dios lo interpelaba por su nombre:
“¡Moisés! ¡Moisés! “
Esta vez Moisés no huyó. Se enfrentaba con el fuego y con la luz. Supo que esa tierra que pisaba era
sagrada y que el que le hablaba era el Dios de sus padres. Tuvo miedo de ver a Dios y se cubrió el
rostro; porque tenía miedo de morir. No se puede tener la experiencia de Dios y seguir viviendo. Aun
no conocía que el fuego de Dios no consume, asume. Presintió que tendría que morir tal como era. Se
dio cuenta de que si aceptaba ese encuentro con Dios, el, el Moisés pastor de majadas, moriría. Por
eso trató de zafarse de Dios; de sus exigencias, de su rostro y de la misión que el Señor Dios le
encomendaba. Esa misión que era precisamente la de volver a Egipto y liberar a su pueblo.
Tal vez Moisés ya había renunciado a sus sueños de liberador. Ya había aceptado su vida de pastor en
el desierto y no quería revivir la ruptura que nuevamente presentía en su vida. Se reconocía sin fuerzas
para esa misión:
¿Quién soy yo?”.
Pero el Señor Dios no responde a esa pregunta. Cuando quiere algo no acostumbra a responder
preguntas. Podría sí, haberle respondido que el era Moisés y haberle detallado su historia. Podría
haberle hablado de su corazón violento y de sus sueños de muchacho. Pero no estaba allí la garantía
para la misión encomendada. La garantía era que, en medio de su pueblo, allá en Egipto, el Señor Dios
estaba.
“¡Yo estaré!” Esa afirmación servirá en adelante para que Moisés y su pueblo se identifiquen a su Dios.
Un Dios que no es algo conocido por su nombre y disponible; sino Alguien que conoce a cada uno por
su nombre y exige disponibilidad.
Volvió Moisés a casa de Jetró su suegro y le dijo:
“Con tu permiso, me vuelvo a ver a mis hermanos de Egipto para saber si viven todavía”.
Y Jetró respondió a Moisés:
“Vete en paz”.
El pozo del desierto no ata a las caravanas. Abrevadas, las entrega nuevamente a su estrella,
poniéndolas en marcha.
Lecturas complementarias:

Libro de los Hechos, cap. 9 (vocación de Saulo; amistad de Ananías y Bernabé).


Libro de Rut, cap. 1 (amistad con Noemí).
Carta a Filemón (actitud de Pablo con Onésimo).
I Libro de Samuel (amistad de Jonatán y David).
Libro del Génesis, cap. 29 (Labán y Jacob).

. 21 .
LA FIESTA

Éxodo 5, 1 hasta 15, 21

Cuando uno pretende comenzar el camino colocándose en la meta, la marcha se hace imposible. Si se
quiere avanzar, es necesario poner la meta adelante. En el polo la brújula enloquece.
En todo proceso es cierto que lo que se realiza son los pasos sucesivos, pero lo que justifica y da
sentido a la marcha, es la meta. Para poder liberar a un pueblo es necesario fijarle una meta. Y esa
meta no puede ser cualquier meta. Ha de ser la meta de ese pueblo; la que conduzca a realizar el
misterio de su propia historia. La meta que le ha dado Dios. De ahí que en todo proceso de liberación
los hombres llamados a conducirlo deben ser mas hombres de reflexión que hombres de acción.
Cuando Moisés había matado al egipcio, él mismo había creído estar en la meta de la liberación. Y por
eso perdió el rumbo. Ahora en cambio, al retornar a Egipto, simplemente se ponía en el camino hacia la
liberación. El mismo Dios era quien fiaba b meta de esa liberación. “Yo estaré contigo, y esta será la
señal de que Yo te envío: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, ustedes darán culto a Dios en este
monte”.
Así la meta de liberación seria para el pueblo un encuentro. Una fiesta, desierto adentro, tres días de
camino, para encontrarse con su Dios, el Dios de sus Padres. Y ese encuentro con su Dios, esa
experiencia seria el reencuentro consigo mismo, el signo de su liberación. El salir de Egipto, el dejar la
vida ladrillera era solo una consecuencia necesaria de eso otro importante: el ir al desierto a
encontrarse consigo mismo y con su Dios.
Moisés y su hermano Aarón fueron al Faraón y le dijeron:
“Así dice el Señor Dios de Israel: deja salir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto”.
Pero el Faraón no conocía al Señor Dios, y no dejó salir al pueblo. El Faraón estaba sobre otro camino;
sus planes eran distintos; tenía otra meta. La estrategia de su propio plan político incluía para defender
su propia liberación recién conquistada, la construcción de fortalezas y depósitos en la frontera con el
desierto. Porque el pueblo egipcio del Faraón acababa de conseguir, a través de una dolorosa lucha, la
liberación de la opresión que mantuvieran sobre ellos los dominadores Hicsos, originarios del desierto.
Para asegurar esa libertad conseguida, necesitaba de esas fortificaciones y almacenes de granos que
exigían inmensas cantidades de ladrillo. Lo que se exigía del pueblo hebreo, era simple y llanamente
que fuera un inmenso hormiguero productor de ladrillos en serie. Para el Faraón esa era la única meta,
la única verdad de esa masa de obreros hebreos. Nada le importaba de su historia ni de su futuro.
Nada sabia del Dios de sus Padres, ni de las fiestas del desierto en la que esa masa humana de
ladrilleros se volvía a sentir pueblo de hermanos con una historia en común. Por eso la respuesta del
Faraón será:
“¡Que se aumente el trabajo de esos hombres para que estén ocupados en el, y no den oído a palabras
mentirosas! “.
No había posibilidad de dialogo. El desentendimiento marchaba hacia una crisis. El Señor Dios pedía
que se permitiera a su pueblo ir al desierto para realizar con El un encuentro que lo devolvería a su
propia historia. El Faraón exigía que no se interrumpieran los trabajos, y que se intensificara el ritmo de
las construcciones. E1 Faraón endurecía su corazón, y el Señor Dios haría pesar su mano.
Cuando se rompe el dialogo entre Dios y el hombre, se hace necesaria la presencia del profeta; el
hombre de la palabra que a través de la interpelación al hombre le haga ver en los acontecimientos
que “el dedo de Dios esta aquí”. No es el hombre de la acción propia. Es el hombre que por la palabra
trae a la luz la acción de Dios. Todo profeta es un hombre que ha optado abiertamente por la violencia
de la luz. Es el hombre que en su propia vida ha experimentado que Dios es mas fuerte, y que Dios
actúa detrás de cada acontecimiento. Es el rastreador acostumbrado a reconocer las huellas de Dios;
las rastrilladas del Señor' Dios en la historia.
Moisés será profeta para el Faraón, y profeta para su pueblo alienado por el trabajo cuantificado y en
serie. A ese pueblo le despertara el deseo de una fiesta
“¡Vayamos al desierto, tres días de camino, para ofrecer sacrificios a nuestro Dios! “.

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Moisés no centra la atención del pueblo sobre el trabajo opresor, ni sobre la necesidad de liberarse de
el. Moisés sacude la conciencia dormida de su pueblo, le ilumina su historia: el Dios de las alianzas del
pasado, el Dios de las promesas del futuro. Pone la raíz de los males, no en la conducta del opresor,
sino en el olvido de los oprimidos:
“Vayamos al desierto a celebrar la fiesta' del encuentro con nuestro Dios, no sea que nos castigue con
la peste o la guerra”.
La raíz de los males que sufre el pueblo es el olvido de su propia historia comprometida con Dios.
El pueblo hebreo, que aun no es Pueblo, sino solo masa, es puesto en estado de alerta frente al actuar
de Dios. El Faraón endurece su corazón y no quiere conocer ni reconocer al Señor Dios. Moisés tendrá'
la misión profética de hacer ver al Faraón y al pueblo que el dedo de Dios esta detrás de esa serie de
acontecimientos que se desencadenan sobre Egipto. Esas famosas plagas: las aguas en crecida que se
enturbian, el pulular de las ranas, los mosquitos y los tábanos; la aftosa en el ganado, y las llagas en
los hombres; granizo, langosta y tormenta de arena que nubla el cielo. Todos acontecimientos
conocidos ya en Egipto, pero dados aquí con una secuencia, una intensidad y un contexto que obligan
a ver el actuar de Dios. Pero solo la fe capacita para ver en ellos el actuar de Dios. La fe, o el miedo.
Los egipcios temen; los hebreos esperan. Moisés insiste y el Faraón resiste. El ultimo dialogo entre ellos
es violento:
“¡Retírate de mi presencia y no volvás a ver mi rostro. Porque el día que veas mi rostro, morirás!”.
El combate entre el Señor Dios y el Faraón ha llegado a su definición. El profeta es hecho a un lado y
se reintegra a su pueblo. El Faraón con su respuesta ha asumido el lugar de Dios. Y esa noche Dios
hará sentir al Faraón que es tan sólo un hombre. Un hombre como los demás, como lo es en definitiva
hasta el ultimo preso que tiene en sus cárceles. Esa noche se morderá impotente los labios frente a la
cuna de su primogénito que arde de fiebre. Sentirá que es solo un hombre; que no es dueño de la vida,
ni tiene poder sobre la muerte.
Y entonces el pueblo parte. Parte urgido por los mismos que querían retenerlo. Sale así en montón, en
masa, como el mismo amasijo que llevan para el pan, con la levadura adentro, pero aún sin leudar.
Esa noche el Señor Dios pasó por Egipto; y tras su paso un pueblo se abrió paso ganando el desierto,
buscando un encuentro. Y ya fue imposible al Faraón detener la marcha Lo único que consiguió su
esfuerzo fue empantanarse en ese paso del Mar Rojo y aniquilar su propio ejercito en esas aguas que
retornaban a su curso. El Faraón tuvo que experimentar entonces que es imposible detener a un
pueblo, cuando Dios mismo es quien lo ha puesto en marcha.
Lecturas complementarias:

Libro de Nehemías, cap. 8 (fiesta como liberación).


Salmo 104 (105) (salmo con la historia de la liberación).
Evangelio de Lucas, cap. 22, vers. 7 a 20 (1a Cena Pascual).
Evangelio de Mateo, cap. 2, vers. I a 14 (fiesta de bodas. Parábola).

. 23 .
EL PUEBLO

Éxodo 15, 22 hasta 20, 21; capítulos 24 y 32 al 34

Y así casi sin darse cuenta, esa masa humana se encontró del otro lado de la opresión. Su salida se
había vuelto un hecho irreversible, justamente porque el Faraón no había querido aceptarla y se había
opuesto a ella. El pueblo había buscado una fiesta de encuentro con Dios, y su negativa de facilitársela
había hecho que esa salida se tornara en violenta e irreversible.
Ese pueblo se enfrentaba ahora con la libertad del desierto. Pero esa nueva realidad con la que se
enfrentaba, tenía bien poco aspecto de fiesta. Lo que tenía delante no era un programa de festejos,
sino un duro camino que recorrer. Faltaba el pan, faltaba la carne, el agua era amarga, no había más
seguridades. Ese pueblo saboreaba ya desde ese momento la amarga constatación de que en la vida la
libertad se paga con seguridades.
Como su padre Abraham y como su conductor Moisés, el pueblo sabría que en el desierto no hay
caminos. Sólo hay puntos de referencia: las osamentas de los que no llegaron a la meta por haberse
desviado demasiado a la derecha o demasiado a la izquierda.
Pero el Señor Dios quería llevar a toda esa masa a la altura de pan. Quería hacer de esa masa con
anhelo de fiesta, un pueblo en marcha hacia una meta, detrás de una promesa. Marchando como los
Padres tras las promesas de Dios, irían hacia el encuentro con el Dios de las promesas.
Pero el Señor Dios no les daría seguridades. En esa marcha dependerían para cada día del misterio de
su pan imposible de guardar para el mañana y obligados a salir del campamento a recogerlo en cada
amanecer.
Nuevamente la meta estaba mas allá, invitando a la marcha. En su proceso de crecer hasta pueblo, esa
masa tendría que aprender que no existe la libertad “de algo”, sino la libertad “para algo” o “para
Alguien”. Que la autentica liberación es el pasaje de la servidumbre al servicio.
Pero por el momento, lo que los mantendría en ruta, sería el anhelo de fiesta. De esa fiesta, desierto
adentro, tres días de camino. Por eso siguieron andando hacia el Sinaí. El monte lunar que desde
antiguo había sido el lugar de encuentro de las tribus nómades que renovaban allí sus alianzas
fraternas antes de desparramarse para aprovechar los pastos de la primavera que comenzaba. Hacia
ella marchaban para encontrarse con sus hermanos que también estaban en marcha desde direcciones
distintas, y que confluían allí por rumbos diferentes. Allí estaba ya el Señor Dios, que era quien daba
sentido a todas esas caravanas de hombres en busca de fiesta y de encuentro.
Y llegados allí: ;la sorpresa! En lugar de la fiesta, una tormenta. Habían salido al desierto para una
marcha de tres días, y habían tardado tres meses en llegar. Esperaban tal vez encontrarse con un Dios
bonachón, fácil de marear con el aroma del incienso o el olor de las grasas de los sacrificios.
Un Dios disponible, que una vez satisfecho con unos cuantos ritos, les dejaría las manos libres para
entregarse a la fiesta y al desenfreno. Y en lugar de ese Dios. imaginado como Gran
Espectador de festejos populares, se sintieron de sopetón frente a un Dios actor principal que
manifestaba su terrible poder y unas exigencias morales concretas.
Y todo el pueblo que estaba en el campamento se echo a temblar. Todo el Monte Sinaí humeaba:
porque el Señor Dios había descendido sobre el en forma de fuego. Subía el humo como de un horno.
Esa masa leudada por el fermento de la liberación era colocada en el molde exigente de una Ley y
llevada hasta ese horno humeante. Allí ese amasijo se haría pan. Allí esa masa se haría pueblo.
“Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”.
A veces, para hacerse querer basta con ceder, no exigir, mostrarse compasivo y blando. Si el fuego
hiciera eso con la masa, esta jamás llegaría a pan. El amor maternal que se niega a la dura exigencia
del parto, termina en aborto.
El Señor Dios ama a ese pueblo y por ello no lo deja frustrarse en metas intermedias. No satisface allí
su ansia de fiesta, porque una vez satisfecha esta, el pueblo quedaría sin meta. Y para fijar esa meta y

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esas exigencias el Señor Dios exigió a su amigo Moisés que, apartándose del pueblo, subiera al monte,
y allí, se pusiera en actitud de escucha aun a riesgo de dejar desguarnecido a su pueblo.
Y ese pueblo, con la matadura de la opresión aun sin cicatrizar, y con su ansia de fiesta insatisfecha,
harto de esperar, no supo o no pudo soportar la tensión. Quiso concretizar la imagen de ese Dios
invisible, para poder tenerlo a su disposición, festejarlo y seguir tras el empujándolo en la dirección que
se le antojase. Y se concretizaron la imagen de Dios con lo mejor que tenían; con los pendientes de oro
de las orejas de sus mujeres.
Y frente a ese Dios disponible se organiza al fin la fiesta. Al día siguiente se levantaron de madrugada y
ofrecieron holocaustos y presentaron sacrificios de comunión. Luego se sentó el pueblo a comer y
beber y después se levantaron para divertirse.
No. El pecado no fue adorar a un Dios falso. El pecado fue pretender enjaular al Dios verdadero. Y eso
es mucho peor. Era pretender utilizar a Dios y tenerlo a su disposición. Era embanderar a Dios y
obligarlo a convertir en sagrados los propios caprichos, en intocables los propios intereses, en
incambiables las propias instituciones.
Y eso el Señor Dios no lo puede admitir. Moisés constata que el fuego de Dios va a aniquilar a ese
pueblo de inconscientes Y como ama a su pueblo se coloca en la brecha frente a Dios. Moisés lucha
contra Dios en favor de su pueblo. Pero al bajar del cerro con las tablas de la Ley en sus manos, su
corazón violento vuelve a arder con la vieja violencia que le late por dentro. Hace añicos contra el suelo
el signo de esa alianza que le quema en las manos, baja a su pueblo y parándose a la entrada del
campamento lanza el terrible grito de guerra reuniendo junto a si a los fieles, para enviarlos luego con
la espada desenvainada a través del pueblo en fiesta, con la orden de exterminio. Toma luego la
concretización de ese Dios, la despedaza, la quema y moliéndola la arroja al agua, que obligara a beber
a ese pueblo. De esa manera ha liberado al pueblo de esa realidad que atraía sobre él el fuego de la ira
de Dios. Pero Moisés sabia que no era allí donde estaba la solución. Que no basta con podar un árbol
para que florezca; que para ello tiene que intervenir la primavera. Si el Señor Dios no devolvía su
mirada de misericordia y su gracia, de nada valdría haber podado a su pueblo del pecado. Por eso
Moisés se dirige al Señor Dios:
“Este pueblo ha cometido un gran pecado... con todo si querés podes perdonarlo... y si no lo querés,
borrame de la lista de tus amigos”.
Moisés se juega ante Dios por su pueblo. como un día el Hijo amado de Dios se jugara ante su Padre
desde la cruz en favor de su pueblo, y le devolverá su mirada de misericordia y la primavera de su
gracia. Y esto, Moisés y Cristo lo hacen porque aman a su pueblo; y porque conocen el corazón de
Dios.
Moisés no desconoce las consecuencias que ese pecado traerá sobre su pueblo. Pero sabe también que
Dios no renuncia a sus designios. Por eso asume el resto de su misterio y se compromete con el.
“Ahora anda, y lleva a ese pueblo donde yo te he dicho”.

Lecturas complementarias:

Libro de Oseas, cap. 11 al 14 (reflexión profética sobre la historia de pecado del pueblo).
Libro de Ezequiel, cap. 1ó (historia simbólica del pueblo y su pecado).
Salmo 105 (106) y 77 (78) (meditación poética sobre el tema).

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EL DESIERTO

Números, capítulos 11 al 14
Éxodo, capitulo 18
Números, capítulos 20 al 25
Deuteronomio, capitulo 34

Y Moisés tendrá que conducir a su pueblo por el desierto. Tendrá que vivir en si mismo esa doble
realidad de todo hombre elegido por Dios para liberador. Esas dos realidades que hasta ahora había
vivido por separado. La realidad del Pueblo y la realidad del desierto. Comunión y soledad vividas a la
vez. Y con todas las contradicciones que encierran sus exigencias.
En este tercer ciclo del misterio de su vida, volverá a clavar y desclavar tiendas bajo las estrellas, pero
no ya en sus soliloquios detrás de las majadas, sino conduciendo un pueblo hacia la promesa. Y tendrá
que vivir esa doble y exigente realidad con el condicionante de ser el mismo un hombre envejecido. Un
hombre al que le resultara mas difícil creer. Y con todos los errores que el cansancio puede engendrar
en un viejo en la conducción de un pueblo niño.
Porque este pueblo niño, es un pueblo sin experiencia de desierto. Es un pueblo que muchas veces
será tentado por la nostalgia de las cosas dejadas en Egipto. Porque todo pueblo olvida fácilmente las
esclavitudes del pasado, para recordar solo aquellas pequeñas satisfacciones que las duras exigencias
de la marcha presente le niegan.
“Como nos acordamos del pescado barato que comíamos en Egipto. Quien nos diera aquellos melones
y pepinos, cebollas y ajos. Aquí no hay nada. Nuestros ojos no ven mas que mana”.
Y Moisés se siente descorazonado y sin fuerzas frente al llanto de este pueblo del que se siente
responsable, y le nace una amarga queja hacia el Señor Dios. Una queja, que como la de todo viejo, se
convierte en un lamento subjetivo:
“¿Por que maltratas a tu siervo? ¿Por que te las agarraste conmigo echándome encima la carga de todo
este pueblo? ¿Acaso fui yo quien lo engendró para que me digas: arreglátelas para llevarlo? No puedo
cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mi”.
Y Dios ayuda a Moisés con un doble regalo. Uno para el pueblo niño: las codornices. Y otro para
solucionar el problema del viejo Moisés: derrama su Espíritu sobre otros hombres de su pueblo a fin de
que ayuden a Moisés en su carga.
Porque el Señor Dios es Padre: y frente a ese pueblo niño que le pide carne, el no le niega su Espíritu
bueno. A1 final la carne les provocara nauseas; y el Espíritu será lo que les permitirá continuar su
marcha como pueblo. .
Pero para eso Moisés necesitara de nuevo la mano amiga del pozo del desierto. La de su suegro y
amigo Jetró. Este viejo encontró de nuevo al impetuoso Moisés agotado por el trabajo excesivo que se
tomaba por su pueblo. Y el pozo del desierto vuelve a brindar su poco de agua, acumulada en su
fidelidad a los arenales:
“No esta bien lo que estas haciendo. Acabaras agotándote vos y todo este pueblo que esta contigo...
Escúchame. Te voy a dar un consejo, y que Dios te ayude. Vos tenés que ser el representante del
pueblo delante de Dios y llevar ante Dios sus asuntos. A tu pueblo enseñale lo que tiene que hacer.
Pero para arreglar sus asuntos, delega en hombres leales y que quieran al pueblo. Si haces esto, Dios
podrá comunicarte sus órdenes, vos podrás resistir, y todo este pueblo tendrá paz”.
Y Moisés escucho el consejo de su suegro, e hizo lo que le aconsejaba. Y el viejo del desierto, se volvió
al desierto.
Así Moisés ira descubriendo que su misión no es tanto la de ser un hombre de Dios para su pueblo,
cuanto la de ser un hombre de su pueblo frente a Dios. Fundamentalmente un hombre que lleva ante
Dios las realidades de su pueblo; que incluso llega a forzar el corazón de Dios arrancándole el perdón y
la bendición para su pueblo niño y caprichoso. Porque en su propia vida Moisés ha tenido la experiencia
de que el Señor Dios es un Dios comprometido, rico en misericordia y con ganas de perdonar

. 26 .
Tal vez por eso mismo Dios eligió a Moisés como liberador de su pueblo. En realidad había sido el
mismo Señor Dios quien había sembrado en el corazón de Moisés esas dos realidades profundas: el
amor por su pueblo y la pasión por la justicia. El Señor Dios quería que frente a ese pueblo, peregrino
por el desierto hacia la promesa, siempre hubiera un hombre que se jugara frente a El, en la brecha,
por su pueblo.
Frente a un pueblo que se rebela por el miedo y quiere retornar a Egipto, la ira del Señor Dios se
enciende para destruirlo. Y Moisés se jugara en la brecha rechazando el soborno de Dios que le
garantizaría la paz y el éxito para su persona, a costa de su pueblo. Y Moisés despierta en Dios la
vergüenza de ser mal interpretado por los demás pueblos.
Frente a un pueblo que sucumbe en la batalla contra Amalec, Moisés no bajara las manos de su oración
hasta que Dios conceda la victoria.
Pero ese jugarse por su pueblo frente a la ira del Señor Dios volverá también a encender el corazón
violento de Moisés en las estepas de Moab, como lo había hecho arder ya en el Sinaí. Su pueblo se
prostituye en Baal Fegor y Moisés se adelanta al castigo de Dios y libera a su pueblo del mal con la
actuación violenta de los levitas. Moisés extirpa sin compasión el mal en su pueblo para evitar que Dios
castigue.
En ese camino del desierto, Moisés será realmente frente a Dios, el hombre de su pueblo. Un hombre
que vive en si mismo el misterio de su pueblo ante Dios. Dios le hará participar en carne propia del
misterio de haber sido elegido para llevar sobre si la bendición, en estructuras de barro. En Meriba
Moisés sentirá por dentro lo difícil que es creer en los imposibles de Dios. Y que para entrar en la tierra
de la promesa, la condición es creer. Porque en el pueblo de Dios el que no cree en milagros no es
realista. El peor pecado que puede cometer el conductor del pueblo de Dios es no creer en Dios, ante
su pueblo:
“Por no haber confiado en m¡ honrándome ante los hijos de Israel, les aseguro que no serán ustedes
quienes guiaran esta asamblea hasta la tierra que les he dado”.
Y hasta en eso participa Moisés del misterio de su pueblo. Ese misterio que haría sangrar el corazón del
judío Pablo de Tarso. Misterio de conducir una marcha como depositario de la promesa, y morir a sus
puertas, dejando que otros entren por ellas.
Moisés tendrá que realizar hasta el final de su vida ese misterio de vivir con intensidad y por
adelantado el drama de su pueblo.
Y allá, desde la cumbre del monte Nebo, Dios mismo le mostrara toda esa tierra, meta de su caminar.
Meta en la que Moisés no haría entrar tras sus huellas a su pueblo.
Allí murió Moisés; y Dios mismo cumplió el deber de amigo enterrándolo en el valle.
La misión de la levadura no es la de convertir toda la masa en levadura, sino la de llevarla a la altura
de pan. En ese momento la levadura habrá ingresado también ella en la realidad del pan: Moisés, el
amigo de Dios, perdura en su pueblo, ese que se va reuniendo en la casa del Padre, formado por todos
los que fueron sus amigos en la tierra. En esta tierra y en esta historia que es también la nuestra.
El Señor Dios sigue necesitando amigos, para su pueblo.
Y si yo quiero que las cosas sean así: ¿A vos que te importa? Vos seguime. ( Jn. 21, 22)
Lecturas complementarias:

Carta a los Hebreos, cap. 12 (marcha en la esperanza).


Apocalipsis, cap. 2 y 3 (exigencias concretas a las Iglesias).
Deuteronomio, cap. 1 al 11 (reflexión puesta en la misma boca de Moisés).
Carta a los Romanos, cap. 9 al 11 (misterio del Pueblo de Israel).

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