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El Joven Rey, Cuento de Oscar Wilde

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El joven rey’, de Oscar Wilde.

Era la noche previa a su coronación, y el joven rey no podía dejar de contemplar su hermosa
habitación: una cama con balaustradas de marfil, piedras preciosas y telas rojas de satén. Sábanas
bordadas con el hilo más delicado… una escultura de un adonis traída de Grecia y cuadros de los
mejores artistas de todo el planeta.

Sin duda, el joven se sentía afortunado de poder disfrutar de tantos lujos. Él, que había vivido en
una humilde choza junto a una pareja de cabreros. Él, que había cuidado del rebaño, descalzo casi
siempre, en mitad del monte bajo el techo de un cielo azul o bajo la copa de un árbol en días de
tormenta.

Su madre, la princesa, le tuvo a escondidas, fruto de un amor prohibido pero sincero. El rey no
quería reconocer ni dar su bendición a un matrimonio entre su única hija y un simple artista de
Rimini, que dejó además incompleta una obra en la catedral. Así que ordenó que el recién nacido
fuera entregado a unos ganaderos de la zona. Ellos le cuidarían.

Unos dicen que la madre murió de pena y otros, que envenenada. El caso es que la joven princesa
no superó la semana tras dar a luz, y el rey se quedó solo y sin descendencia. Y tal vez el
remordimiento o la ausencia de su hija quiso que, cerca ya de su muerte, decidiera que su reino
tenía que ser para el único nieto que tenía, no para un desconocido. Y así fue cómo ordenó buscar
al chico, al mismo lugar donde le dejaron de bebé.

El primer sueño del joven rey

El joven ya era apuesto y bien aparente. Dieciséis años y un mundo por descubrir. Sus ojos se
quedaron petrificados ante tanta suntuosidad ya en palacio, y la belleza le atrapó hasta la
extenuidad. No dejó de ordenar que le trajeran joyas, oro, obras de arte. ¡Todo aquello que le
había sido arrebatado en su infancia! Pero sobre todo, adoraba el arte.

Dicen que se pasaba el día contemplando un cuadro o una escultura. Sin decir nada, extasiado
ante la belleza. Tal vez por eso, había ordenado tejer el mejor traje para su coronación, con hilos
de oro y plata, y había exigido esculpir la corona más espléndida, con brillantes esmeraldas, y un
cetro adornado con las perlas más grandes del océano. Todo eso le esperaba, solo unas horas. Y
sería nombrado rey.

Pero pensando en todo esto le entró sueño, y el muchacho se durmió. Y este fue su primer sueño:
Se encontraba de pronto es una especie de desván o sótano mugroso, lleno de humedades.
Apenas entraba por una rendija de la pared un pequeño hilo de luz. Unos pálidos y enfermizos
niños se acurrucaban junto a unas pesadas vigas de madera. De vez en cuando tenían que
levantarlas, cuando un hilo de pronto pasaba por allí. El hilo que tejían unas mujeres macilentas
con las manos descarnadas.

El aire estaba corrompido y denso. Un hombre, que vigilaba todo, se dio cuenta de su presencia:

– ¿Qué haces aquí?- le preguntó entonces- ¿Eres acaso un espía colocado por nuestro amo?

– ¿Y quién es vuestro amo?- preguntó él.

– ¡Mi amo! Un hombre como yo, pero con ricas ropas. Esa es la diferencia.

– Pero… el país es libre, no tenéis por qué trabajar como esclavos…

– En la guerra, el fuerte esclaviza al débil. En la paz, el rico esclaviza al pobre. Llevamos cadenas,
aunque no las puedas ver. Pero es la única forma que tenemos de conseguir algo de alimento.

– Y dime… ¿qué traje estáis confeccionando con tanto sufrimiento?

– Es el traje para la coronación del joven rey. ¿Acaso te importa a ti algo?

El segundo sueño

Y el muchacho se despertó angustiado, dando un grito de espanto. Se acercó a la ventana para


respirar algo de aire, contempló la luna y regresó a su cama. Entonces se durmió y soñó. Y este fue
su segundo sueño:

En medio del océano, un barco avanzaba a toda velocidad contra las olas. Un hombre forzudo
golpeaba con un látigo a un grupo de negros que remaban sin parar. Pasaron cerca de la costa y
unos hombres a caballo les dispararon. El hombre se agachó:
– ¡Remad más deprisa, holgazanes!

Y los esclavos se apresuraban mientras intentaban esquivar las balas. Entonces, llegaron a un lugar
entre las rocas, en donde el barco paró y soltó su ancla. En ese momento, el capataz llamó al
esclavo más joven. Le puso unos tapones en los oídos y en la nariz y ató a su cintura una piedra. El
joven se lanzó al agua, y al cabo de unos minutos regresó con una perla en la mano.

Una y otra vez tuvo que repetir la misma operación, hasta que la última vez, mostró al capataz una
perla enorme, brillante y perfecta.

– Esta, esta será la perla para el cetro del nuestro rey– dijo entre risas.

En ese momento el joven negro, exhausto, cayó muerto a sus pies. Y el barco levó el ancla y se
alejó de allí.

El tercer sueño del príncipe

El joven rey despertó dando un grito de terror. Después de pasar unos minutos, volvió a dormirse.
Y este fue su tercer sueño:

Caminaba por un bosque oscuro cuando, al azar, llegó hasta un lugar en donde una muchedumbre
buscaba algo en la orilla de un río. Algunos, con las manos ensangrentadas. Desde una sombría
caverna cercana, la Avaricia y la Muerte les observaba.

– Dame un tercio de tus hombre y me iré- dijo la Muerte.

– Ni hablar, ni lo sueñes. Ni uno solo te daré- respondió la Avaricia.

– Está bien, me conformaré con un grano de trigo. Dame un grano de trigo y te dejaré en paz- dijo
entonces la Muerte.

– ¿Un grano de trigo? ¿Estás loco? ¡No pienso darte nada! – Está bien, tú lo has querido.
Y la Muerte cogió la copa de un árbol y la sumergió en el río y de ella nació la Fiebre. Un tercio de
los hombres que trabajaban en el río, murió.

– ¡Has matado a un tercio de mis hombres!- protestó la Avaricia.

– No quisiste darme el grano de trigo… Dámelo y no mataré al resto.

– Te he dicho que no te daré nada. Es mi última palabra.

– Estás loca, Avaricia… – dijo la Muerte. Y entonces ordenó a su amiga la Peste que viniera y la
Peste se llevó al resto de hombres.

– ¡No me queda nadie! ¡Eres malvada! Podías haber ido a la zona de guerra a por hombres- dijo
enfadada la Avaricia.

– Tienes lo que te mereces- dijo la Muerte alejándose.

Entonces, el joven rey preguntó a la Avaricia:

– Y dime, ¿qué buscaban esos hombres que han muerto?

– Esmeraldas para la corona del príncipe- respondió encogiéndose de hombros la Avaricia.

El día de la coronación

Y el muchacho despertó dando un grito, y ya no pudo dormir más. Se quedó pensativo hasta que
un mozo llamó a la puerta:

– Es el día, majestad. El día de su coronacion.

Entonces, entró con un lujoso traje, un hermoso cetro y una impreionante y majestuosa corona.
– No- dijo él- ¡No me pondré nada de esto! ¡Llévatelo! Ha sido creado por el dolor y la muerte.

El joven mozo pensó que había enloquecido.

– Pero… majestad… tiene que usar esto para la coronación…

El chambelán intentó persuadirlo:

– Majestad, tiene que ponerse la ropa que encargamos. ¿Cómo sabrá la gente que es el rey si no la
lleva?

El muchacho le contó sus sueños, pero el chambelán respondió:

– Es un sueño, nada más que eso. No son cosas reales…

– Iré con mis ropas verdaderas, las que usaba cuando era cabrero. Yo sigo siendo un príncipe.
¿Qué importa la ropa que lleve?

Y aunque intentaron convencerle, el príncipe se vistió con su antigua ropa. Un pantalón marrón,
una camisa blanca y un chaleco de lana. Buscó una rama fuerte que haría de cetro y arrancó una
ramita de laurel para usarla como corona.

Uno de los pajes, maravillado por su intención, le siguió. Entonces, partió hacia la catedral vestido
de esa forma, junto al joven paje. Los nobles, al verle pasar, decían:

– Señor, todos esperan ver a un rey, no a un cabrero…

Pero él seguía, sin importar sus palabras. El pueblo, al verse pasar, murmuraba:

– ¡Será el bufón del rey!


El príncipe entra en la catedral

– No, soy el rey- dijo entonces él. Y les contó sus tres sueños. Pero, lejos de entenderlo, ellos
dijeron:

– ¿Acaso no sabes que gracias a los lujos de los ricos, nosotros los pobres tenemos trabajo?
¿Quién piensas que nos alimenta?

– ¿No son los ricos y los pobres hermanos?- preguntó entonces el príncipe.

– Sí, los son- respondió alguien entre la multitud- Y el hermano rico es Caín.

Y el joven príncipe lloró y siguió adelante, hasta llegar a la catedral. El joven paje ya no le seguía.
Se quedó con la multitud, por miedo a ser señalado.

Ya allí, en la catedral, el obispo le preguntó:

– Hijo mío… ¿son acaso estas las vestiduras de un rey? No es hoy un día de humillación, sino de
gozo…

– ¿Podrá el Gozo vestir lo que el Dolor ha formado?

Y diciendo esto, le contó sus tres sueños.

– Sé que en la Tierra existe el mal, y que se hacen cosas malas- dijo el obispo- Pero, ¿puedes tú
impedir esas cosas? ¿Obedecerá el mal tus órdenes? No pienses más en esos sueños… El peso del
mundo es demasiado para un solo hombre. El dolor del mundo es demasiado grande para que
pueda soportarlo un solo corazón.

El joven rey, algo enfadado, subió hasta el altar y dijo:


– ¿Hablas así en esta Casa?

Y el joven fue coronado rey

Y el muchacho inclinó la cabeza para rezar. En ese momento, un tumulto llegó desde la calle.
Pesados guerreros abrieron la puerta, con intención de matar a un príncipe que no les
correspondía.

– ¿Dónde está el soñador? ¿Dónde ese rey vestido de mendigo que afrenta nuestro linaje?

Y el muchacho les miró con tristeza. Y en ese momento, los rayos de sol se colaron por la vidriera,
e incidieron de lleno en el joven príncipe. Un halo blanco y brillante le cubrió por completo y de la
rama que sujetaba en la mano comenzaron a nacer lírios, de la corona, enormes rosas rojas, y todo
el tejido de su ropa pareció brillar como si fuera de oro.

Se erguía allí, en el altar, con un bellísimo traje de rey. El órgano comenzó a sonar y el coro de
querubines entonó una hermosa melodía. El pueblo, aterrorizado, se arrodilló. Y los soldados
dieron un paso atrás. El obispo palideció, y acercándose a él, dijo:

– Nada tengo que hacer ya. Uno más grande que yo te ha coronado.

El rey entonces bajó del altar y se dirigió de nuevo a su palacio. Ninguno se atrevía a mirarle a la
cara, pues su tez resplandecía como la de un ángel.

(Adaptación escrita por Estefanía Esteban)

Reflexiones sobre este cuento de Oscar Wilde

Que la injusticia y el dolor del mundo no se convierta en algo normal y asumible. Que podamos ser
capaces de enfrentarnos a ella y rechazarla. Estos parecen ser dos de los mensajes más
importantes de este increíble cuento. Pero hay más:

– Quien es capaz de captar la belleza, también verá el dolor: y la injusticia, el mal… Unos ojos
sensibles que captan la belleza de lo que la bondad y todo lo bueno del hombre creó, también será
capaz de vislumbrar el lado extremo. El protagonista de nuestra historia era capaz de estar horas
frente a un cuadro, deslumbrado por la maravilla que había creado un hombre.

Pero sus ojos, que eran limpios y puros, que no se habían todavía acostumbrado a los lujos ni a los
defectos de la clase rica, pudieron ver escondida, tras la belleza, el dolor y el sufrimiento que se
había necesitado para llevar el lujo hasta sus manos. No nos acomodemos, parece decir esta
historia, ni nos rindamos sin más ante los lujos. Aceptemos solo esa belleza que nace de la bondad
y de la justicia, no la que surge del dolor y el sufrimiento de otros.

– Un rey justo al que no estaban acostumbrados: hasta entonces, ningún rey se había parado a
pensar en si el mundo era justo o no. Y es un simple cabrero, un hombre criado en humildad,
quien de pronto abre los ojos gracias a tres intensos sueños y descubre que aún existe la injusticia
y el dolor. Y lo que es más importante: no lo acepta. Dice No a esa injusticia. Dice No a ese mundo.
Y prefiere ir contra corriente aunque los propios pobres piensan que es el único mundo al que
pueden aspirar.

Más reflexiones sobre este cuento

– Un loco soñador: al final de esta historia, los soldados, dispuestos a matarle, le llaman ‘loco
soñador’. Los sueños ¿son propios de los locos? Muchas veces, a aquellos que no piensan como el
resto, que deciden ir en contra de lo más común, les llaman ‘locos’. Y de hecho, les consideran
peligrosos, ya que con su ‘locura’ pueden arrastrar a otros. Sin embargo, los locos a veces son los
más cuerdos, y al final el resto no puede hacer más que darles la razón, tal y como sucedió en esta
historia.

– Un mundo mejor sí es posible: el final de este sorprendente cuento es una luz de esperanza, un
símil con la historia de Jesucristo, encarnado de forma literaria en esta historia corta. El cabrero
representa al ‘mesías’ que viene a cambiarlo todo, y sobre todo, a decir a su pueblo que pueden
luchar por un mundo más justo, que pueden decir no al dolor y a la opresión, que un rey no tiene
por qué lucir ricos vestidos ni un pobre morir trabajando para un rey.

El paje que le seguía y luego le dejó, abrumado por la muchedumbre, representa a San Pedro, que
aún siendo el discípulo más fiel de Jesucristo, le negó tres veces por miedo a lo que hicieran con él.
Y el obispo representa a Pilatos, que decidió ‘lavarse las manos’ y dejar en manos de otros la
decisión final.

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