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Mark Twain - Cartas de Amor

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Twain dejó escrito: «El producto más franco, más libre y más privado

de la mente y del corazón humano es una carta de amor». Este


epistolario inédito hasta ahora en español (que abarca desde el
noviazgo de la pareja en 1867 hasta la muerte de Olivia «Livy»
Langdon en 1904) revela no sólo la íntima parcela sentimental del
genial escritor estadounidense, sino también el aspecto profesional
de su carrera. En muchas de las cartas aparece el espíritu
filantrópico del novelista, su sentido de la solidaridad y su hondo
desasosiego por el ser humano. Pero, sobre todo, como bien señala
Rubén Pujante Corbalán en su postfacio, la utilización maestra del
humor es «el matiz que fluctúa en la correspondencia como
testimonio de un estilo personal. Son las anotaciones humorísticas,
los pequeños comentarios jocosos, los chistes y anécdotas
graciosas los que amenizan la lectura de las cartas y despiertan la
sonrisa y la carcajada complaciente del lector».
Mark Twain

Cartas de amor
ePub r1.1
Titivillus 16.07.2017
Título original: The Love Letters of Mark Twain
Mark Twain, 1949
Traducción: Alma Fernández Simón

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2
[ELMIRA] LUNES, 12 DE LA NOCHE
[7 DE SEPTIEMBRE DE 1868]

Mi Honorable «Hermana», me siento fuertemente impulsado a decirte


lo mucho que te agradezco, a ti y a todos vosotros, la paciencia, la
consideración y la incondicional amabilidad que me habéis demostrado
desde que vuestro techo me cobijó, y que han hecho que estas dos últimas
semanas sean el único periodo perfecto de mi vida, excepto por un detalle.
Perfecto, excepto por un detalle. Lo digo deliberadamente. Porque no me
arrepiento de haberte querido, de seguir queriéndote y de quererte siempre.
Acepto la situación con resignación, por muy dura que sea. Los años me
han hecho conocer el dolor, el desastre y la decepción, y he soportado estas
dificultades hasta convertirme en un hombre. Así pues, también soportaré
esta última, la más amarga, aunque me rompa el corazón. No deshonraría
este amor tan digno que ha nacido en mi interior con ningún pensamiento
pueril, ni ninguna palabra, ni ningún hecho. Prefiero haberte querido y
haberte perdido a que mi vida hubiese seguido siendo ese vacío que era
antes. Al menos por una vez en los años desaprovechados que se me han
escapado, he visto toda la belleza del mundo y he conocido la esperanza.
Por una vez he sabido lo que era sentir mi lento pulso acelerarse por una
viva ambición. El mundo que tan bello era se ha oscurecido de nuevo; la
esperanza que brilló como el sol se ha ido; la intrépida ambición ha muerto.
A pesar de esto, lo repito, prefiero haberte querido y quererte, adorarte con
una devoción más que oriental, depositar toda mi vida, que vale la pena
vivir, sobre este altar sin esperanza, que ninguna llama de amor conseguirá
prender. Si tan sólo pudieras…
Pero ya basta. Lo he dicho únicamente empujado por el impulso que
conduce a los hombres a hablar de grandes calamidades que les han
sucedido para, de esta forma, aliviarse. No lo he dicho para hacerte daño.
Las palabras ya están pronunciadas y han llegado a unos oídos clementes. A
partir de ahora, por tu bien, prohíbo a mi lengua y a mi pluma que las
vuelvan a repetir.
Así que, de ahora en adelante, sólo pido que me permitas hablarte con el
amor que un hermano siente hacia su hermana. Te pido que de vez en
cuando me escribas, como le escribirías a un amigo que sabes que haría
todo lo que estuviera en su mano para ser digno de tu amistad; o a un
hermano que sabes que defendería el honor de su hermana tanto como el
suyo propio, para quien sus deseos serían su ley y que daría prioridad a sus
opiniones puras frente a su ciega sabiduría mundana. Yendo a la deriva
como voy ahora, y sin timón, mi viaje no promete nada bueno; pero
mientras el acogedor faro de tu amor fraternal brille, aunque sólo sea
débilmente, entre la niebla y las brumas, nunca perderé la esperanza. No
defraudaré tu confianza hablándote en futuras cartas de este amor muerto
cuyo réquiem he estado cantando. No, no te ofenderé. No te
malinterpretaré.
Mi honorable hermana, ¡eres tan buena y tan hermosa… y estoy tan
orgulloso de ti! Aunque sea pequeño, hazme ese hueco que me has
prometido en el gran corazón que tienes, y si algún día dejo de merecerlo,
¡seguiré siendo el vagabundo sin hogar que soy! Si tú y la vieja Fairbanks
sólo vais a reñirme y a censurarme, me abriré camino en este mundo, sin
tener miedo a nada. Escríbeme algo de vez en cuando, textos del Nuevo
Testamento si no se te ocurre otra cosa, o disertaciones acerca [del pecado]
[1] de fumar, o fragmentos de tu Libro de Sermones; cualquier cosa, lo que

sea… El pensamiento de que mi incomparable hermana lo haya escrito será


suficiente. Si fuera una recomendación, la consideraría; si fuera una orden,
cumpliría con ella; si fuera una instrucción, la obedecería o [me partiría mi
fiel cuello] agotaría mis energías intentándolo.
Y ahora, adiós, mi preciada hermana… y que todos los pesares a los que
estás predestinada caigan sobre mi loca cabeza, que se alegraría y se
enorgullecería mucho de sufrirlos en tu lugar. Te dejo con los ángeles
guardianes, porque, siendo una hija de la tierra como eres, están por todas
partes en el aire que te rodea. Están contigo siempre.

Sinceramente y con cariño


SAML. CLEMENS
ST. LOUIS, 21 DE SEPTIEMBRE DE 1868

Mi honrada hermana: no encuentro palabras para decirte lo muy


agradecido que estoy por la gran generosidad y la atenta consideración que
te han inducido a hablar con tanta dulzura, cuando podrías haber causado un
daño muy profundo. He deseado con todas mis fuerzas recibir una respuesta
tuya, y sin embargo lo temía, porque no me parecía posible que, dadas las
circunstancias, pudieras escribirme una carta sin hacerme daño, por mucho
que intentaras evitarlo. Pero lo has hecho. Ha sido casi un milagro. Por
tanto, ¿acaso es extraño que esté agradecido?
Y te doy las gracias por la agradable sorpresa que me has dado con la
fotografía; no puedo expresar hasta qué punto te lo agradezco, aunque
nunca te he culpado ni lo más mínimo por haberla ocultado [antes]
anteriormente. Nunca lo habría imaginado, porque entonces creía, y sigo
creyendo, que todo lo que hagas está bien. Así que, ahora que has
prescindido de esta justa y correcta norma de conducta para darme esta
satisfacción, sé que lo has hecho por voluntad propia y que has enviado el
regalo sin renuencia ni recelo. Sabes muy bien lo mucho que te venero,
hermana, como para temer que algún día tengas alguna razón para
arrepentirte de haber infringido la ley.
Me dices: «Rezaré por ti cada día». Nunca me han dicho nada que me
emocionara más que estas palabras. Han vuelto a mi mente una y otra vez; y
he estado pensando, pensando, pensando, hasta llegar a la conclusión de
que sería muy poco hombre si continuara por el mismo camino imprudente
mientras tú rezas por mí; si demostrara falta de respeto, de valor, de
veneración, mientras alguien expresa las necesidades de una persona como
yo en la majestuosa presencia de Dios. [No había pensado en esto antes] Te
ruego que sigas rezando por mí, pues tengo, en cierto modo, la ligera y
remota impresión de que no será completamente en vano. Por una parte, al
menos, no debería ser en vano, porque voy a mejorar tanto mi
comportamiento que cada día que pase seré más digno de tus oraciones, de
tu buena fe y de tu preocupación fraternal. Es más (me ha costado mucho
decidirme a decirte estas serias palabras que, una vez dichas, no podrán ser
retiradas), «rezaré contigo», como me has pedido; y además con tanta fe y
tanto ánimo como pueda, por muy débiles y sin valor que puedan ser estos
rezos. Me resulta bastante extraño… esta veneración, esta solemnidad, esta
súplica; y sin embargo, seguro que tú confías en que no tiene por qué ser
inútil, de otro modo, no lo habrías propuesto. Tú no hablas a la ligera.
(Como puedes ver, no creo que hayas escrito «con demasiada seriedad»).
Sentí mucho que Charlie no pudiera seguir hacia el Oeste conmigo,
pues es un buen compañero de viaje, y si tiene algún rasgo indigno en su
naturaleza, la parcialidad nacida del viejo compañerismo no me ha
permitido verlo. La Sra. Fairbanks estuvo muy orgullosa de él la noche de
la recepción que tuvo lugar en su casa. Pero ahora me alegro de que no
viniera a St. Louis. Aquí no habría tenido ni un momento de descanso (yo
no lo tengo), y es una ciudad miserable, llena de humo y sucia en la que hay
que andar corriendo de un lado a otro. Me reclaman desde el Este. Tengo
que poner fin a mi visita aquí en enero. Me voy el jueves; el 24. Me quedaré
en Chicago y en Cleveland, y también deseo hacer un alto de un día y una
noche en Elmira (el lunes 28), si tus puertas siguen abiertas para mí y si no
has reconsiderado tu amable invitación.
Me temo que no esperabas tener noticias mías tan pronto; pero aun así,
perdonarás esta carta, ¿no es así? Ten en cuenta, mi indulgente hermana,
que al fin y al cabo yo soy el único ofendido. Buenas noches. ¡Que la paz
propia de lo bueno, de lo justo y de lo hermoso te acompañe siempre!
Ésta es la oración de alguien que está orgulloso de escribir:
Tu afectuoso Hermano
SAML. L. CLEMENS
Por favor, enviar a
«EVERETT HOUSE, UNION SQUARE, NUEVA YORK»
28 DE NOVIEMBRE [DE 1868]

Mi querida, queridísima Livy: Cuando anoche me encontraba a gusto en


el vagón (Dan[2] acaba de volver de desayunar y estoy viendo que dentro de
cinco minutos va a regresar y me va a interrumpir)… Cuando anoche me
encontraba a gusto en el vagón, me dije a mí mismo: «Ahora no importa lo
que los demás puedan pensar, yo creo que soy el más dichoso de todos los
hombres de la tierra, he conocido la felicidad suprema durante dos días
enteros y ahora debería estar preparado y dispuesto a prestar un poco de
atención a algunas obligaciones ineludibles, y hacerlo con buen ánimo».
Por lo tanto, decidí preparar esta conferencia tranquilamente, sin apuntes, y
así grabarla en mi memoria y en mi entendimiento para no rendirme en el
futuro, como pensé que había ocurrido en Elmira. Pero no había calculado
el precio de un propósito como éste. Nunca antes una conferencia había
estado tan llena de paréntesis. Era Livy, Livy, Livy, Livy, de un extremo a
otro. Había una frase del Vándalo[3] por cada diez frases sobre ti. ¡La
insignificante conferencia estaba oculta, perdida, abrumada y sepultada bajo
un universo sin límites de Livy! Lamenté no haber tomado jamás una
decisión tan temeraria por temor a que fuese imposible lograrlo. Sin
embargo, habiéndolo hecho, debía seguirla hasta terminar, y eso hice. Pero
era bastante tarde esa noche. Luego, con la conciencia limpia, recé, y con
buen corazón… pero fue sólo cuando recé por ti cuando la inspiración tocó
mi lengua. Seguro que te reirás imaginándome a mí, rezando por ti; yo, que
siempre he necesitado las oraciones de todos mis buenos amigos, rezando
por ti, quien seguramente no necesita las oraciones de nadie. Pero no
importa, Livy, la oración fue honesta y sincera; por lo menos fue eso, y sé
que fue escuchada.
Dormí bien, y al despertar tú fuiste, por supuesto, mi primer
pensamiento, y lamenté mucho no verte en el desayuno. Espero y confío en
que tú también hayas dormido bien, porque la última vez que te vi, cariño,
estabas tranquila y en paz. Necesitabas descansar y lo sigues necesitando,
pues últimamente has estado muy tensa y agobiada por pensamientos
conflictivos. Podía verlo, querida, aunque intenté con todas mis fuerzas
pensar que mi ansiedad estaba engañando a mis ojos. Así que, por un
momento, aleja de ti todas las reflexiones confusas, todas las dudas y los
miedos, Livy, porque temo, temo, temo que me digan que enfermas. Ni aun
restándote un poco de tu fuerza podrías enfermar, pero debes recordar que
incluso a la naturaleza más robusta le costaría resistir frente al asedio de
días y noches sin dormir y sin comer como el que acabas de sufrir. No te
estoy hablando como si fueras una niña pequeña y débil, pues, al contrario,
eres una mujer decidida, valiente, sin tonterías ni infantilismos. Lo que
estoy intentando evitar es que tengas pensamientos y presentimientos que te
inquieten. Estos pensamientos deben aparecer, pues son naturales para las
personas que tienen cerebro, sentimientos y una apreciación justa de las
responsabilidades que Dios les ha dado; así que tú debes tenerlos… Pero
como dije antes, mi queridísima Livy, modéralos, modéralos; tú tienes que
ser la dueña y no ellos. Tienes que estar alegre, siempre alegre, para ello
puedes pensar con más serenidad, con más calma y rectamente. Dejo mi
suerte, mis alegrías y mis penas, mi vida, en tus manos y a tu merced, con
una confianza, con una certidumbre y con una permanente sensación de
seguridad, que nada puede debilitar. No tengo miedos; ninguno. Creo en ti,
del mismo modo en que creo en el Salvador en cuyas manos están nuestros
destinos. Tengo fe en ti, una fe tan pura e incondicional como la fe de un
devoto hacia el ídolo al que adora. Porque sé que, llegado el momento, tus
dudas y tus preocupaciones desaparecerán, y entonces me entregarás todo tu
corazón y ya no desearé ninguna otra cosa en la tierra. Valoro ese día más
que cualquier regalo terrenal, más aún que tu preciado amor, lo disfrutaré,
satisfecho y feliz. No me siento agobiado; estoy agradecido, agradecido,
indescriptiblemente agradecido por el amor que ya me has dado. Me has
coronado, me has elevado al trono, me has dado un cetro. Me siento con los
Reyes.
¡Cuánto, cuánto, cuánto te quiero, Livy! Todo mi ser está impregnado,
renovado, fermentado con este amor y cada vez que respiro, su noble
influencia me convierte en un hombre mejor. Y entonces seré digno de tu
inestimable amor, Livy. Éste es el feliz cometido de mi vida, la ambición
más pura y la más sublime que he conocido jamás; y nunca, nunca me
desviaré del camino marcado para mí, mientras la meta y tú estéis ante mí.
Livy, no podría decirles a tu padre y a tu madre lo mucho que les quiero, y
lo cruel que me pareció llegar al abrigo de su confiada y generosa
hospitalidad, e intentar robarles el sol de su firmamento doméstico y privar
a su hogar celestial de su ángel. No podría decirles en qué gran medida (y
aun así esto es muy poco en comparación con la realidad) he valorado y
sigo valorando la enorme bendición que me han concedido. No podría
expresar lo muy agradecido que he estado, lo mucho que les he querido por
pararse a escuchar mis súplicas cuando podrían haberme reprochado mi
traición y haberme echado, desgracia bien merecida. Llamo a estas cosas
por su nombre, Livy, porque sé que debería haber hablado con ellos mucho
antes de haberlo hecho contigo; y aun así, mi propósito no era para nada
recriminable, no había nada intencionada ni deliberadamente turbio o
deshonroso, podría afirmarlo en el tribunal supremo del Paraíso. Tú sabes
que desdeñaría hacer algo vergonzoso; tú lo sabes y lo mantendrás, pues
hasta ahora ningún amigo me había defendido con más fidelidad y valentía
que tú, tú, ¡tú, Perfección! ¡Ah! ¡Qué «ingenuo» soy, y cuánto me gusta ser
tan «ingenuo»! No podría contarles estas cosas, Livy, pero si fuera
necesario, sé que tú sí podrías. Es más, siempre podrías decir, con toda
confianza, que me he movido por los «recovecos» del mundo, he atravesado
sus ramificaciones de punta a punta, lo he registrado, lo he explorado, lo he
mirado con lupa, y lo conozco, en profundidad y de un extremo al otro; sus
locuras, sus engaños, sus vanidades; todo por experiencia personal y no por
elegantes teorías sacadas de bonitos libros de moral en lujosos salones
donde la tentación nunca se presenta y es fácil ser bueno, mantener el
corazón cálido y los [abundantes] mejores impulsos frescos, fuertes e
impolutos. Y ahora sé cómo ser un hombre mejor y el valor que eso tiene, y
cuando digo que lo seré, ¡es lo mismo que jurarlo! ¡Ahora!
Adiós, Livy. Eres tan pura, tan grandiosa, tan buena, tan hermosa…
¿Cómo no voy a quererte? O mejor dicho, ¿cómo podría dejar de adorarte,
mi pequeña y amada inspiración? ¡Si tan sólo pudiera verte! Ojalá pudiera.
Escríbeme inmediatamente. No esperes ni un minuto. Nunca estás fuera de
mis pensamientos durante el día, ni por una fracción de segundo y tengo
tantas ganas de tener noticias tuyas… ¡Ah! Bueno, supongo que daré una
conferencia sobre ti a esos piratas de Roundout[4]; pobres seres confiados
que todavía creen que les voy a hablar del Vándalo. Pero así es la vida. Y
escribe sólo hasta que empieces a sentirte cansada, pero ni un momento
después, mi incomparable Livy, pues te quiero demasiado como para desear
que [te canses] te aburras escribiéndome, aunque sea para complacerme.
Dime el nombre de ese libro que me ibas a prestar, Livy, para que pueda
comprarlo. Enviaré esos libros a través de Ed[5], si soy capaz de
encontrarlo.
Hace un rato, en el desayuno he visto a un viejo amigo (el ex
Gobernador Fuller) y me hizo llegar muchas críticas de la conferencia que
dicté en Nueva York hace 18 meses. Yo te culpo de ello, ¿por qué no
debería hacerlo? Aquella vez la sala estaba abarrotada, pero no era mi
popularidad la que la había llenado, sino el esfuerzo de mis amigos. Ellos lo
organizaron todo: lo idearon, lo planearon y lo llevaron a cabo con éxito. Si
existe algún hombre que pueda estar orgulloso de sus amigos, ése soy yo, tu
servidor. La crítica del Tribune es de Ned House, quien es considerado
como el crítico dramático más ilustre de los Estados Unidos.
Adiós, Livy. Todo este tiempo me he sentido como si estuvieras aquí
conmigo, casi; y por momentos, como si pudiera verte de pie a mi lado.
¡Pero has desaparecido! Echo de menos una amable presencia; una gloria se
ha ido de mi lado. ¡Escucho una voz amada, busco un querido rostro,
acaricio el aire vacío! Que Dios te bendiga, mi vida. Adiós; te envío miles
de besos; envíame tú alguno, por favor.
Con muchísimo amor, Tuyo
Para siempre
SAMUEL

P. D. ¡Te quiero muchísimo, Livy!

P. P. D. Adjunto un [ferrotipo] daguerrotipo; ¿no ves lo suaves, ricas y


expresivas que son las luces y las sombras, y cuán humana es toda la
imagen? Livy, si no me puedes conseguir la imagen de la porcelana,
consigue por favor un daguerrotipo para mí. Esta pequeña colegiala tan
guapa de 16 años es la hija del Gobernador Fuller; Fuller me la ha dado esta
mañana. Nunca había visto a esta joven excepto una vez, en una fiesta en
Brooklyn hace poco tiempo, y entonces la dejé petrificada proponiéndole
con una gélida seriedad (justo después de que nos presentaran), un beso
«porque conocía a su padre». A él le hizo mucha gracia la broma (porque
me conocía bien desde hacía mucho), pero a ella no le hizo ninguna gracia.

P. P. P. D. ¡Livy, cuánto, cuánto, cuánto te quiero, cariño! Escríbeme


inmediatamente; ¡hazlo!

Si cualquier familiar pregunta por mí, dale recuerdos afectuosos de mi


parte; y por favor, transmíteles al Sr. y a la Sra.  Langdon mi cariño y mi
respeto. Ellos saben que soy sincero, independientemente de lo que ocurra
con nosotros dos. ¡Te quiero, Livy!
Livy, ¿vas a venir a Nueva York este invierno?
¡Te quiero, te quiero, te quiero, Livy!

PPPPP. D. Livy, ¡cuánto te quiero!


[NUEVA YORK,
ALREDEDOR DEL 1 DE DICIEMBRE DE 1868]

… [Rondout y] Newark [y uno o dos] otros lugares, me dirijo hacia el


Oeste, para dictar 21 conferencias a 100 dólares cada una (empiezo el 23 de
diciembre en Detroit, Michigan y termino en alguna ciudad de Wisconsin,
el 18 de enero) tras las cuales he prometido predicar en Nueva York para la
Fundación de los Bomberos. Le habría mandado a mamá algo de dinero,
pero Dan se ha ido a casa (es mi banquero).
Ahora… Privado. Guárdalo sólo para ti, hermana, no lo comentes con
nadie, sin excepción. Puedo confiar en ti. Quiero… Adoro a Olivia  L.
Langdon, de Elmira; y ella también me quiere. Cuando esté asentado para
siempre, cuando sea un cristiano, y cuando haya demostrado tener un buen
carácter, ser estable y responsable, sus padres retirarán sus objeciones y
podrá casarse conmigo; digo podrá, pero quiero decir debería. Si un día
dejo de intentarlo, la tierra dejará de girar y el sol de recorrer su
acostumbrada trayectoria. La tranquila, reflexiva y crítica Sra.  Fairbanks
dice que no existe pareja para ella en la tierra, y la tranquila, reflexiva y
crítica Sra. Brooks de Nueva York dice lo mismo; lo apruebo con todo mi
corazón. Las dos me han dicho con sinceridad que ni yo ni ningún otro
hombre es digno de ella y que nunca la conseguiré. Pero, me pregunto, ¿qué
pueden decir ahora? Sus padres, hasta ahora, se han negado a que nadie la
corteje, pero he sido lo bastante astuto como para adelantarme. No están
demasiado preocupados por mi pasado; sólo me piden que asegure mi
futuro antes de llevarme la luz del sol de su casa. Últimamente le he robado
el sueño a esa familia muchas noches. Pero todos me quieren, y no pueden
evitarlo. Ahora ya sabes por qué estaba tan violento y tan loco en St. Louis.
Mi diosa acababa de rechazarme unos días antes, luego volvió a hacerlo,
más tarde me advirtió que debía abandonar, y al final he ganado la batalla y
soy el hombre más feliz del mundo. Si ahora estuviera en St. Louis, me
verías tal y como soy y me querrías. Ya no tomo alcohol, no hago nada que
no sea absolutamente correcto; estoy creciendo. Creo que la Sra. Fairbanks
(que me quiere como a un hijo) se va a volver loca de alegría cuando se
entere de mi dicha. Porque para ella tanto como para mí, Livy es la
perfección personificada. Atención; ni una palabra de esto a nadie. La
citada anteriormente es mi dirección durante diez días.

Con cariño
SAM
EVERETT HOUSE, NUEVA YORK,
2 DE DICIEMBRE [DE I 868] POR LA MAÑANA

Querido Sr. Langdon: ahora desearía no haberme marchado. De igual


forma podría haber empleado dos o tres días en convencer a la
Sra.  Langdon para que me dejara quedarme más tiempo. No sé en qué
estaría pensando, pero no se me ocurrió. Sin embargo, durante el último o
los dos últimos días, mi mente ha estado tan ocupada dando conferencias,
escribiendo para periódicos y con otros asuntos de naturaleza
[estrictamente] de negocios, que no he podido detenerme a pensar en lo que
realmente importaba. Probablemente habrá observado que he estado muy
ausente; por asuntos de trabajo. Habrá notado que no he tenido mucho
tiempo para estar con la familia… Bueno, es porque sentía la necesidad de
estar solo en una habitación, para poder pensar en esas conferencias y en
esos asuntos. Siempre me puedo concentrar mejor cuando estoy solo en una
habitación. Como ve, éste era el motivo. Pensé que le debía esta
explicación, porque ya sabe que últimamente no he sido tan sociable como
podría haberlo sido. He querido ser muy sociable con toda la familia y he
intentado dar el primer paso honradamente; pero nunca llegué muy lejos ni
terminé lo que me había propuesto.
Pero no estoy realmente alegre, a pesar de esta alegría fingida. Por lo
que dijo la Señorita Langdon la noche que me fui, sé que habría contestado
a mi carta ayer si se hubiese encontrado bien. Este pensamiento no me
tranquiliza en absoluto. Yo… no importa, no quiero desanimarle. Necesitará
todo su optimismo y toda su alegría cuando la Sra. Crane se vaya[6]; cuando
todos los corazones de su hogar dejen escapar un rayo de luz para llenar ese
vacío con una sombra. Incluso los brutos más estúpidos sabrán que un
amigo se ha marchado de su lado. Las flores también lo sabrán, estoy
seguro; y si ese día exhalan un aroma más dulce, sabrá que se trata de una
oración que están enviando a la dueña que han perdido. Todo y todos la
echarán de menos; desde la Sra.  Ford hasta los pájaros cautivos en las
jaulas; y el sufrir su ausencia significará que se ha ido. No conozco muy
bien a la Sra. Crane, desde luego no tan bien como hubiera deseado, pero sé
cómo la consideran todos ustedes y cuán profundamente van a sentir su
pérdida.
Pero no le estoy animando tanto como hubiese querido cuando me senté
a escribir. Dan y yo nos hemos confabulado para que mi conferencia de
Newark dentro de [diez] 7 días, trate de Jack, y tengo que contar la historia
de «Moisés ¿quién?» con mucho detalle y profundizando en las rarezas de
Jack, pero temo que el plan fracase, pues Dan no ha podido conseguir
ninguna entrada. Han actuado reservando asientos por un precio adicional y
eso ha hecho pensar a la gente que soy una especie de prodigio; un gorila
quizás; así que todas las plazas se han vendido. (La verdad es que creo que
no es mi popularidad la responsable, sino el hecho de que doy conferencias
para una asociación activa y bien organizada). Dan desearía no estar metido
en el negocio de libros de notas, porque piensa que es más decente ser un
charlatán e ir por ahí engañando a los ignorantes ¡como yo! Pero Dan es un
viejo loco; ya se lo dije. Me han invitado a repetir en Pittsburgh y algunas
personalidades también lo han hecho, así como el mismísimo comité de
conferencias, lo que demuestra que cuando engaño a la gente, no son
conscientes de ello, y por lo tanto no es un pecado.
John Russell Young (el Director Editorial) me dijo que las acciones del
Tribune costaban 7000$ cada una, y ninguna está en el mercado ahora
mismo. Hay 100 acciones en total, y una acción renta 1000$ al año, incluso
a veces 2000$. Quiere que compre; le dije que adquiriría tantas acciones
como pudiera hipotecando mi libro, y todas las que pudiera pagar con el
trabajo de mis manos y de mi mente. No voy a tomar una decisión
demasiado rápido (porque no he tenido noticias de Cleveland y las sigo
esperando) [pero si tomo esta decisión, entonces seré dueño de esa estirada
institución de tanta categoría. Pero en…], pero si compro, mantendré a
Horace Greeley en el periódico.
Chase, del Herald, dice que Frank Leslie quiere verme; cree que quiere
que dirija un nuevo periódico que ha diseñado y que está punto de salir,
pero no sé. No sé imaginármelo; sin embargo iré a verle.
Si se entera de que esta mañana no me voy en el tren de las 11h 30 y
que esta noche no doy la conferencia en Rondout, sabrá que ha sido porque
estaba escribiéndole, así que será responsable de mis pérdidas económicas;
pero puede regresar a los Rondouters, ya sabe, por el daño del que les ha
librado.
Si es tan amable, dígale a la Sra. Langdon que me gustaría volver a
Elmira, unos días, sólo unos días, los suficientes para terminar de contarle a
la Señorita Langdon unas cosas que dejamos a medias; sólo me llevará un
par de semanas, o un par de meses, más o menos… ¿Me dejará? Ahora en
serio, supongo que me bastaría con una sola noche, o una sola hora, a falta
de algo mejor. Ahora sea bueno; ¡es usted la mejor persona del mundo!; sea
generoso, pues; sea compasivo; por favor, ¿se lo preguntará? Le diré todas
las cosas bonitas que se me ocurran si acepta esta pequeña conspir…
El tiempo se acaba. Adiós; mi cariño para todos. Siempre suyo

SAM’L L. CLEMENS

Por favor, no deje que la Señorita L. vea la primera parte de esta carta;
no le gustaría que…
NORWICH, N. Y., 12 DE DICIEMBRE [DE 1868]

Querido Twichell: ¡Hip hip, hurra! Ella acaba de «aceptar la situación»


del modo más [natural] inocente y calmado del mundo. Me escribió como si
hubiera entendido todo el asunto, y no hay duda de que se disgustaría [al
descubrir] si hubiera sabido que he estado imaginando algo diferente y que
he sido tan idiota como para preocuparme por un primo a quien sólo
mencionó de pasada, según contaron los invitados más respetables. Ella no
se anda con rodeos. Nunca ha sido capaz de hacerlo. Sencillamente, llama a
las cosas por su nombre y trata el terrible tema del matrimonio con el más
asombroso atrevimiento. Mi honor me obliga a considerar sus serias
disertaciones filosóficas como cartas de amor, porque ahondan en la propia
médula de esta pasión, pero no hay ni una pizca de amor en ellas, ni quejas
poéticas, ni palabras cariñosas, ni adjetivos, ni lenguaje florido, ni tonterías,
ni disparates. Sólo consistentes pedazos de sabiduría, amigo mío; cartas de
amor escritas siguiendo el irrebatible e inexorable esquema convencional y
plano de la mejor correspondencia comercial, y firmadas con una
majestuosa y desesperante decencia. «Con cariño, Livy L. Langdon»; todas
igual, ¡por el amor de Dios!
Para mí tienen mucho más valor que todos los superlativos del mundo
provenientes de otra mujer, pero creo que son las cartas de amor más
cariñosamente extrañas jamás escritas. Su grandeza en la composición
epistolar [inglesa] nace de su dignidad natural, y eso lo hereda de su madre,
que nació para condesa.
¡Hip hip, hurra! ¡Les he acosado y les he perseguido hasta que se han
rendido, y el 17 de diciembre pasaré allí un día y una noche!
Hoy estoy lleno de gratitud hacia Dios, y mis oraciones serán sinceras.
Ahora escríbeme una carta que le pueda leer y hazla llegar a Elmira más o
menos un día antes de que llegue yo. Envíala en un sobre dirigido a «Chas.
J. Langdon, Elmira, N. Y». Adiós. Mi cariño para todos vosotros.

Siempre tuyo
MARK

P. D. Ella te conoce y la Sra. T. lo sabe todo. Eso le gusta.


CLEVELAND, 29 DE DICIEMBRE [DE 1868]

Querido Sr. Langdon: Escribí al Hotel Metropolitan por lo de su carta


(del 8 de diciembre) que llegó hace dos o tres días a Charlotte, Michigan.
No le voy a mentir, el primer párrafo me dolió un poco; en realidad
bastante; porque cuando hace referencia a lo que le comenté de estar solo en
una habitación, veo que ha confundido un inofensivo exceso de alegría con
una vergonzosa frivolidad. Esto es un poco injusto, pues aunque lo que dije
pueda haber sido inapropiado, le aseguro que no era ésta mi intención. El
tema de la habitación no puede ser más serio para usted de lo que lo es para
mí. Pero acepto la reprimenda de buen grado, sin pretender defenderme, y
siento haberle ofendido, tanto como si lo hubiese hecho queriendo.
El resto de su carta era sencillamente tal y como debía ser. El lenguaje
no podría ser más simple, pero me gusta incluso más por esta razón. No me
gusta hablar con rodeos ni que lo hagan conmigo. Creo que ya he pasado la
tierna edad en la que uno no puede comer a menos que antes mastiquen la
comida por él; y prefiero mil veces ser víctima de un golpe seco que de un
veneno endulzado. Por lo tanto es como usted dijo: tengo «demasiado
sentido común» como para culparle por esta parte de la carta. El lenguaje
claro [sencillamente hace que se estime y se respete más al orador] no hace
daño a nadie.
No le estoy metiendo prisa a mi amor; es mi amor quien me está
metiendo prisa a mí, y estoy convencido de que nadie puede comprender
esto mejor que usted. Me imagino que la Sra. Langdon era igual que su hija
con veintitrés años; y por eso le remito al pasado, para darle explicaciones y
para obtener su perdón por mi comportamiento. Cuando tenga su edad y
sea, como usted, objeto de admiración, seré capaz de [hablar] fomentar la
moderación entre los más jóvenes, y lo haré implacablemente; pero ahora
siento una compasión mucho mayor por ellos. Su corazón es lo bastante
grande como para sentir toda la fuerza de esta observación, y por eso, no le
habrá sorprendido que la haga de una manera tan atrevida. Desde mi punto
de vista, me estoy comportando con moderación, así que mientras siga tan
moderado como hasta ahora lo he sido, creo que es justo esperar que no me
dé la espalda o que no me niegue su comprensiva tolerancia, aunque sea a
regañadientes.
Deseo tanto como usted que transcurra el tiempo suficiente para poder
mostrarle, más allá de todo interrogante, lo que he sido, lo que soy y lo que
probablemente seré. De lo contrario, ni usted ni yo podríamos estar
satisfechos de mi persona. Creo que gran parte de mi comportamiento en la
Costa del Pacífico no fue el que estimaría aconsejable la respetable alta
sociedad del Este, pero quizás allí no se consideraba censurable.
Avanzamos según nuestras opiniones. Fui simplemente lo que Charlie
habría sido; los dos en circunstancias parecidas, sin ninguna influencias de
la familia. Creo que todas las personas a las que pregunte le podrán decir
que nunca hice nada malo, falso o delictivo. Podrán decirle que las mismas
puertas que se abrieron para mí hace siete años siguen abiertas hoy en día;
que todos los amigos que hice hace siete años siguen siendo mis amigos;
que puedo regresar a todos los lugares en los que he estado, (y entrar allí a
plena luz del día y con la cabeza bien alta); que nunca he decepcionado o
defraudado a nadie y que no debo ni un centavo. Y podrán decirle que me
he ocupado de mi negocio con la debida atención y que he ganado mi
propio sustento sin pedirle a nadie que me ayudara a hacerlo. Todo lo demás
que pueden decir sobre mí es malo. Puedo contar toda la historia yo mismo,
sin andarme con rodeos, y lo haré si ellos se niegan a hacerlo.
Quisiera añadir estas referencias a las que le di a la Sra. Langdon: Hon.
J. Neely Johnson, Carson City, Nevada. Fue Gobernador de California hace
unos diez años y ahora es Presidente del Tribunal Supremo de Nevada, si no
recuerdo mal. Me conoce desde hace siete años; él y su mujer; éramos
vecinos y hoy en día su casa sigue siendo mi hogar cuando estoy en Carson,
de hecho lo ha sido hace un año o dos. También está el actual Gobernador
de Nevada, H. G. Blaisdel; me conoce desde hace cuatro o cinco años y no
sé si tiene una opinión buena de mí o no. Es un hombre absolutamente puro,
honesto y admirable. También añado a Joseph T. Goodman (creo que se crió
en Elmira), propietario y director de publicaciones del Daily Enterprise de
Virginia City, Nevada y a C. A. V. Putnam, su jefe de redacción. El primero
me conoce desde hace seis años (fui su redactor de noticias locales a diario
durante tres años, sin perder ni un solo día) y el último desde hace cinco
años y ninguno de los dos diría, por nada del mundo, algo negativo en mi
contra ni dudaría en frenar a quien se atreviera a hacerlo; así que se dará
cuenta enseguida de que no son las [mejores personas] fuentes más
objetivas a las que puede consultar para conseguir información.
Francamente, en mi opinión, estos dos hombres son la sal de la tierra. Esta
vez, sin embargo, recurriendo a ellos para un tema tan serio como éste, es
muy posible, casi seguro, que dejen de lado su vieja amistad por mí y digan
toda la verdad.
No les voy a escribir, ni a ninguna de estas referencias, por supuesto,
para que su testimonio sea imparcial. También está A.  J. Marsh, un
reportero del Phonographic, de San Francisco, un amigo íntimo desde hace
cinco o seis años; él, su esposa y su familia son absolutamente
irreprochables y serían aceptados en cualquier sociedad. Y Frank Gross y
su esposa (del Bulletin de San Francisco) y Sam Williams y el Rvdo.
Sr. Barlett, del mismo equipo editorial. (Los dos últimos no me conocen tan
bien como los demás). También Lewis Leland (creo que es el propietario
del Hotel Metropolitan de Nueva York, y si no lo es todavía, no tardará en
serlo, si mis fuentes no se equivocan). Hemos sido amigos íntimos durante
tres o cuatro años; seguro que conocerá mi carácter natural y mi reputación
en San Francisco. Y R. B. Swain y su familia, San Francisco. El Sr. Swain
es superintendente de U. S. Mint y también es uno de los «príncipes
comerciales» allí. Es el Schuyler Colfax de la Costa del Pacífico,
considerado en todas partes, por ricos y pobres, por Fulano, Mengano y
Zutano, como un hombre contra cuya limpia reputación no se puede decir
nada. Él, en realidad, no sabe mucho de mí, a pesar de habernos hecho muy
amigos últimamente, pero debería saber bastante por su secretario Frank B.
Harte (editor del Overland Monthly y [uno de los mejores] el mejor escritor
de allí) ya que hemos sido muy amigos durante varios años. Esta mañana he
recibido una carta del Sr. Swain que me ha estado siguiendo durante un
tiempo. Pienso mucho en él, de otro modo no le escribiría. Usted no siente
antipatía hacia los hombres buenos y por eso le ruego que le tenga en
consideración.
En cuanto a lo que voy a devenir, es algo que debo probar y demostrar
de ahora en adelante. Estoy en el camino correcto, espero lograrlo.
Hombres tan perdidos como yo han encontrado un Salvador, ¿por qué no
iba a encontrarlo yo? Tengo esperanza, una ardiente esperanza, una
esperanza perenne.
Les he escrito a usted y a la Sra. Langdon una carta desde Lansing, que
volverá a ofenderles, me temo; y sin embargo ésa no es mi intención, así
como tampoco hablar con una frivolidad inadecuada, ni faltar al respeto. La
intención de la carta es intachable y, al fin y al cabo, es la intención lo que
cuenta. Incluso los hombres que le quitan la vida a alguien son juzgados
únicamente por esta norma.
Dicen que aquí el deseo de agobiar al público con la repetición de mi
conferencia es tan general que el Sr.  Fairbanks me ha ofrecido 150$ por
repetirla la tercera semana de enero y la Sra. Fairbanks me ha propuesto que
la repita a beneficio del orfanato a un dólar por cabeza y sin cobrar nada.
He aceptado la última proposición. He recibido una segunda invitación de
la Asociación para la que dicté una conferencia en Pittsburgh para regresar
allí. Una injusta y dura crítica (aparecida en el Dispatch) ha despertado en
ellos algo y creo que ésa es la causa de estas invitaciones. Intentaré ir,
aunque no estoy para nada dispuesto a discutir la opinión del Dispatch ni a
sentirme afectado por ella. Siempre me ha gustado expresar mis opiniones
libremente cuando escribo y supongo que a la gente del Dispatch le ocurre
lo mismo.
Por aquí todos están bien y estamos disfrutando mucho. Mañana por la
noche daré una conferencia en Akron y luego regresaré aquí a pasar el día
de Año Nuevo.
El Herald es como un puerto para mí, más que cualquier otro periódico
de los Estados Unidos; su ubicación, su política, sus negocios y sus
perspectivas actuales, todo es correcto. Fairbanks dice que la empresa (con
su parcela y su edificio) tiene un valor de 212 000$; sus ganancias fueron
de 42 000$ el año pasado, lo que representa un buen porcentaje para un
negocio tan seguro y duradero como un periódico. Éste se lleva la mitad y
los Benedict la otra mitad. Le hago mucha falta pues quiere que compre una
octava parte de los Benedict para, de este modo, tener él el control cuando
haya votaciones; esto supondría unos 25 000$. Dice que si acepto, él me
cubrirá hasta que pueda pagarlo todo con el trabajo de mi lengua y de mis
manos, que no tengo por qué apresurarme. Esto es lo que precisamente me
viene bien. No podría ser mejor. Dice que su sueldo y el del viejo Benedict
son de 3000$; y el mío sería el mismo. Pero al contratarme me pagaría más.
No entiendo estas cosas; es un sueldo modesto, así que debería conseguir
que el periódico ganase dinero para ahorrar. De todas formas, veré al
Sr. Benedict e intentaré llegar a un acuerdo.
Creo que no tengo nada más que decir, excepto pedirle perdón por
haberle ofendido en el pasado, no ha sido deliberado sino por una falta de
atención; y usted…
(La Sra. Fairbanks acaba de entrar y dice: «¡Qué vergüenza! Interrumpe
esta carta ahora mismo; ¿quieres terminar de agotar al pobre hombre
después de su enfermedad?». Ésta es una mujer, señor, cuyas órdenes no
deben tomarse a la ligera; así que obedezco).
Con reverente cariño y respeto,

Suyo sinceramente
SAML. L. CLEMENS
CLEVELAND, AÑO NUEVO [DE 1869]

Querido J. H.: Mientras terminan de preparar el carruaje (estoy con mi


buena madre adoptiva de Quaker City) ya que vamos a salir a hacer las
visitas de Año Nuevo, aprovecho para decirte que acabo de recibir tu
invitación, y junto con ella un puñado de delicadas cartas de la Srta. Livy,
este maravilloso milagro de la humanidad. Tiene una fiabilidad y una
prontitud comercial muy atractivas vinculadas a su gran estilo comercial de
correspondencia. Cada día puedo contar con una carta de 8 páginas. Ningún
lloriqueo en ellas, ninguna tontería… únicamente sabiduría, sabiduría hasta
el agotamiento. Ninguna insensatez… pero cuando no lo consigue y se deja
ir sin querer en su carta, es una auténtica maravilla. Está todo el tiempo
pensando en mí y me lo dice con una elocución tan seria como la de Milton.
Me quiere, y me lo transmite con la terrible solemnidad de un Embajador
que está dilucidando un artículo de derecho internacional. Pero donde más
se luce es en sus sermones. Están llenos de una sencilla confianza y
certidumbre, y tocados por un patetismo natural capaz de conquistar a un
salvaje. Nuestra correspondencia es extraña y muy satisfactoria al mismo
tiempo. Mis cartas son un océano de amor en medio de una tormenta; las
suyas son un océano de amor en el majestuoso reposo de una gran
tranquilidad. Pero las aguas son las mismas; exactamente las mismas,
amigo mío.
Y esta mañana he recibido unas encantadoras cartas de Navidad de parte
de sus padres, llenas de cariño y de confianza. ¡Ah! El mundo es
maravilloso… maravilloso… y Dios existe. Es como si me estuviese
quitando de encima siglos de somnolencia y como si, medio desconcertado,
mirara la luz que acaba de estallar en el horizonte de un mundo
desconocido.
¡El carruaje me espera! Adiós; mi cariño para los dos. Que Dios os
conceda un feliz Año Nuevo y que siga siendo feliz hasta que vuelva a
envejecer y por siempre jamás.

Siempre tuyo
MARK
ROCKFORD [ILL.], 12 DE LA NOCHE, 6 DE ENERO/1869

Mi queridísima Livy: Sencillamente me ha encantado tu carta que he


recibido esta mañana. Nos hemos olvidado del extracto, pero acabo de
escribir a la Sra. Fairbanks y ella me lo enviará a fin de prepararlo para la
publicación. Livy, tu carta era tan natural y tan… como tú… ¡Ojalá pudiera
verte! Te regaño tan duramente como puedo por osar quedarte despierta
escribiéndome más tarde de las doce. Ahora has ganado, por fin. ¡Y te
perdono y te bendigo al mismo tiempo! (Oh, Livy… estás tan presente
ahora mismo para mí, que me resulta absurdo estar escribiéndote cuando
casi alcanzo a besarte la frente con mis labios). Agradezco de todo corazón
tus cálidos deseos de Año Nuevo, y ya sabes que yo también te lo deseo.
Como es natural, hoy he pensado en ti durante todo el día, como todos los
días, y he recordado nuestro Año Nuevo en la casa del Sr. Berry una docena
de veces. Lo recordaba perfectamente y le he hablado de ello a la Sra.
Fairbanks; y de la arquitectura árabe también. Y también recordaba muy
bien que hasta que aquella noche no te fuiste, no había sabido lo que era
exactamente un ser encantador. El primer día que te vi en St. Nicholas, tuve
que hacer un increíble esfuerzo para abstenerme de quererte con todo mi
corazón. Pero para mi desconcertada mente, fuiste como una aparición
bajada del cielo, como algo a lo que adorar, reverentemente y en la lejanía;
no como una criatura humana que pudiera ser profanada por el amor de una
persona como yo. Quizás te parezca un poco extravagante, Livy, pero estoy
escribiendo mis pensamientos con sinceridad, conforme van pasando por mi
cabeza. Ahora puedes entender por qué te molesto tanto con alabanzas;
pues para mí sigues estando tan alejada de todas las cosas creadas que me
resulta imposible hablar de ti con un lenguaje insulso y banal; debo
reservarlo para la gente insulsa y banal. Livy, no me regañes, deja que rinda
el debido homenaje que merece tu valía; déjame honrarte más que a todas
las mujeres; déjame amarte con un amor que no entiende de dudas ni
preguntas; pues tú eres mi mundo, mi vida, mi orgullo, todo lo que para mí
vale la pena tener en la tierra. Revélame tus defectos, si los tienes, no me
espantarán; nada te arrancará de mi corazón. Livy, ¡si tan sólo supieras lo
mucho que te quiero!
No podría explicártelo ni escribiéndote un año entero. ¡Que Dios te
evite siempre el sufrimiento y el dolor, mi honorable Livy!… y ten piedad
de mí hasta que muchos y muchos Años Nuevos llenos de paz, con sus
oscilaciones, nos coronen y nos vuelvan a coronar con sus bendiciones.
Cuanto más pienso en Charlie, más cariño siento por él y más aún
cuando veo los amables detalles que tiene hacia ti. Te quiere, Livy, como
muy muy pocos hermanos quieren a sus hermanas. Y si alguna hermana lo
merece en este mundo, ésa eres tú, querida.
¿«La gente» te ha causado enojo? Me pregunto qué hicieron. Entra en el
abandonado confesionario, Livy; ¿qué pasó?
¡Ah! ¡Pensaba que iba a recibir una terrible reprimenda! Después deseé
haberme levantado más temprano; empecé a sentir punzadas de
culpabilidad golpeando mi corazón; pero pasé la página y ¡sorpresa! ¡En
lugar de eso fuiste una valiente defensora de los casos perdidos! Eras mi
defensora, por así decirlo, y no mi censora. Y tu madre también opina lo
mismo de este incidente, así como el Sr.  Beecher, en su Miscelánea. Me
siento muchísimo mejor. ¡Y me encanta tu profunda indignación frente a
este ultraje, Livy! Y con razón… A menudo últimamente, al irme a la cama
completamente agotado, me he dormido imaginando que dormiría hasta
tarde y que desayunaríamos los dos solos, algo muy agradable en lo que
pensar; y esto es una indirecta para que si un día en el futuro llego muy
cansado, con estas divagaciones y este anhelo por descansar, me lo
concedas. Pero una plaga cayó sobre ese hombre, ¡menudo idiota! Retrasar
su matrimonio por algo tan estúpido; ¡posponerlo del todo! Aunque sólo
fuese por un día, si ella está lista y él ha preparado su casa… ¿Qué puede
compensarle tres largos años de alegría rechazados? ¿Un «derroche»? La
verdad es que, como bien has dicho, vivimos en un mundo extraño. Livy,
haz algunos dibujos más de nuestra propia felicidad conyugal; con el
ventanal (que tendrás) y la chimenea en el salón (que también tendrás) y
flores, y cuadros y libros (que leeremos juntos). Dibujos de nuestro futuro
hogar, una casa cuyo santo patrón será el Amor; una casa en la que reine
una tranquila «atmósfera hogareña»; una casa que «complacerá a nuestros
corazones y a Dios». Y Livy, por último, no digas: «Cuán ridícula soy, y
quizás me equivoco al escribir estas cosas tan inciertas». No lo hagas, Livy,
eso lo echaría todo a perder, y suena tan frío… Pensemos en esas cosas y
creamos en ellas; no es nada malo; creamos que Dios nos ha destinado el
uno al otro y disfrutemos con esa creencia. Ya habrá tiempo suficiente para
dudarlo cuando Su mano nos separe, si es que alguna vez lo hace; una
calamidad que con humildad le suplico que nos ahorre en Su gran
misericordia. Debemos esperar y confiar en que iremos cogidos de la mano
por la larga carretera de la vida, como un solo corazón, como un solo
impulso y amándole y adorándole a  É; soportando las cargas juntos,
compartiendo las alegrías, aliviándonos nuestro dolor mutuamente…
Unidos de esta forma, y viajando así, traspasaremos al fin los sombríos
límites del Tiempo y permaneceremos redimidos y a salvo, más allá del
umbral y en la luz [que resplandece] de esta Tierra cuyo Príncipe es el
Señor del descanso eterno. Imagínatelo, Livy; llévalo en el corazón, piensa
en ello. No es algo equivocado; somos merecedores de hacerlo por el
intachable amor que sentimos el uno por el otro. Dios te bendecirá por ello,
nos va a bendecir a los dos, lo creo fervientemente.
Cuando esté hambriento y descubra que tengo una mujercita que no
tiene ni idea de cocinar… ¡Oh! ¡Alma profética! ¡Tú no sabes nada de
cocina! ¡Enseguida me vendría a la mente tu conocimiento sobre la ciencia
de serrar madera! Tendremos cenas particularmente espantosas, no me cabe
la menor duda, pero supongo que nosotros podremos comerlas, y las demás
personas a las que no les gusten no necesitan hacernos un favor con su
compañía. Creo que ésta es una forma justa y correcta de considerarlo.
Livy, eres una corresponsal tan encantadora y tan fiel… Puedo confiar
en ti todo el tiempo, y disfruto muchísimo con tus cartas. Y cada vez que
llego a la última página y encuentro un pedazo de papel en blanco quisiera
cogerte en mis brazos, besarte y convencerte para que te sientes y lo
rellenes; y al instante me remuerde la conciencia por querer que sigas
trabajando cuando ya me has escrito más de lo que merecía, paciente y
fielmente, sin duda hasta tener calambres en tu mano cansada, y tu cuerpo
agotado de permanecer en la misma postura.
Te bendigo por tu religioso consejo, Livy; y más y más cada día, pues
cada día que pasa lo entiendo mejor y lo aprecio más. Todavía me siento
«oscuro», veo que todavía dependo de mi propia fuerza para levantarme y
de mi propio sentido de lo que está bien para guiarme por el Camino, pero
no siempre, Livy, no siempre. A veces apenas veo al Salvador y otras lo
siento muy cerca; ¡ojalá estos intervalos no estuviesen tan alejados! A veces
me resulta un placer rezar, por la noche y por la mañana, en vagones y
donde sea, veinte veces al día; y después, todo el ánimo religioso se vuelve
a parar (no a morir) en mi interior desde que sale hasta que se pone el sol.
Sólo puedo decir: ten buen corazón, mi Livy; me muevo despacio y soporto
sobre mi cabeza un fatal peso de pecados; un peso que no podrías
comprender; treinta y tres años de mal comportamiento y de lenguaje
inapropiado. Pero tengo esperanza… esperanza… esperanza. Todo saldrá
bien. ¿Me atrevo a decir[lo]; a decir…? ¿Y por qué no? Si es la verdad…
Sólo una cosa más: temo desconfiar de una fe religiosa que descubrí de
repente, con la que me topé sin querer y que ha ido mostrándose, paso a
paso conforme iba acercándose. Livy, me vas a culpar por esto, pero sé
clemente conmigo, pues sabes que todavía ando a ciegas.
Estoy muy impaciente por ver el dibujo; y espero que esta vez sea
bueno. Quiero que sea más que una lámina de hierro pintada; quiero que
seas tú misma, Livy; quiero que los ojos me cuenten qué está pasando en el
corazón, y que el cabello, el ropaje y la postura me traigan la viva
representación de la gracia que ahora sólo puedo vislumbrar vagamente al
soñar contigo por la noche cuando yo y el mundo dormimos.
¡Me estremezco al pensar qué hora será! ¡Todos los sonidos están como
muertos! Pero aunque estuvieras aquí para regañarme, cariño, ¡no soltaría
esta pluma hasta que hubiese escrito te quiero, Livy!
Adiós; con cariño ahora, por siempre y para siempre

SAML. L. C.

P. D. Livy, no puedo detenerme a corregir la carta.


GALESBURG [ILL.], 10 DE ENERO [DE 1869]

Señorita Harriet Lewis: [No, esto es demasiado frío para un corazón a


punto de romperse…]

Querida Hattie: Me resulta doloroso, diría incluso desgarrador, decirte


lo que estoy a punto de decir. Pero tengo que pronunciar estas palabras.
Creo que sería un crimen permanecer más tiempo en silencio. Y a pesar de
ello, voy a llevar a cabo esta tarea con profunda humillación. Si pudiera lo
evitaría. O si fueras una mujer desamparada. Pero hay que hacerlo. Me
entristece decir que ha habido un error. No he entendido a mi propio
corazón. Después de seguirte durante semanas como si fuera tu sombra,
después de suspirar por ti, de pasear en coche contigo, de contemplar cosas
inefables de ti; después de soñar contigo noche tras noche y de jugar al
solitario contigo día tras día; después de alegrarme con tu llegada y de
apenarme con tu partida, pues toda la luz del sol parecía irse contigo;
después de arder en deseos por ti hasta tal punto que durante dos días
únicamente me alimenté de ti; después de anhelarte y desearte y deleitarme
con tu única presencia; y después de escribirte veinte cartas a doble
franqueo, ¡he aquí que al final despierto y descubro que, después de todo,
no eras tú! Nunca en mi vida había estado tan sorprendido. Nunca podrás
creer que la Srta. Langdon está en tu lugar; y te doy mi palabra de honor de
que así es. No te estoy gastando una broma, mi última diosa; hablo en serio.
Estas palabras te romperán el corazón… Creo que lo harán… ¡Ay! Sé que lo
harán… Pero si no fuesen en contra de tus deseos, sería el Sr.  Langdon
quien daría pena, no tú. Un corazón roto no te hará retroceder en absoluto.
Procura mantenerte firme frente a esta calamidad. ¡Oh [afligido] triste
corazón! Hay una gran comunidad de almas generosas en la buena Elmira y
no las entristecerás a todas en vano. Saca a relucir tu «desperdiciada figura»
e implora compasión. Y si esto falla, queda el comedor. Anda presta,
plañidera desconsolada, y aumenta la cuenta del carnicero, como en los
buenos y felices viejos tiempos. Vacía tus ojos de lágrimas y vuelve a
sonreír. No pases más días y noches sin dormir por mi culpa; no es ningún
halago para mí. Últimamente me he dado cuenta de que estabas
inusualmente perturbada y adormecida porque fechaste tu carta el 4 de
«diciembre» en vez del 4 de enero. Sé lo que eso significa. Si echaras un
vistazo a mis veinte cartas verías que siempre que fechaba una de ellas tan
alocadamente me encontraba en muy mal estado de ánimo.
Me entristece el corazón verme obligado a infligir dolor, pero no lo
puedo evitar, así que vas a tener que ir a ver al Sr.  Langdon y explicarle
sinceramente lo que pretendía con ese comportamiento; y confesarle, por
mí, que no eras tú sino la otra joven. Y espero que también se lo digas a
ella, pues de lo contrario nunca lo sospecharía porque todas nuestras
conversaciones han sido totalmente superficiales. Ve… anda, rápido,
¡ahora!
Pero ¿sabías que sigo sin entender la reticencia de Charley? Solía
escribirme muy lealmente. Pero la verdad es que nunca ha contestado a
ninguna de esas veinte cartas. Nunca. Sin embargo, la dureza de corazón no
me afecta. Soy muy clemente. Mucha gente habría cortado totalmente la
correspondencia al sentirse herida, pero yo le perdono; le perdono y le
seguiré escribiendo todos los días como hasta ahora. Sin duda le ablandaré
al cabo de un tiempo. Si estas cartas se han vuelto monótonas para Charley
y han dejado de interesarle, me apenaré, me apenaré verdaderamente, pues
no conozco ningún otro modo para escribir «Señorita Olivia  L. Langdon;
Presente», excepto éste. Si pudiera escribirlo de forma que le conmoviera,
lo haría sin dudarlo.
Mi pobre Víctima, ¿estás bien? ¿Cómo está tu demacrado rostro? ¿Qué
estás tomando para mejorar? Prueba el «S.  T. 1860 X». ¿También tienes
ojeras? ¿O más bien se trata del grito en tu boca? Lo siento mucho por ti, mi
marchita flor.
Y después supongo que desaparecerás; todos lo hacen, es inevitable; y
después morirás, junto con la Dulce Lily Dale, la Dulce Belle Mahone y el
resto de la tribu. Y habrá unas cuantas viejas canciones espantosas y
mareantes acerca de ti y del lugar donde preferirías estar, y todo ese tipo de
disparates. Sé sensata y no lo seas.
Pero a pesar de sufrir el abandono y tener el corazón roto, eres una
buena chica; estás con la gente que te quiere y que te va a aportar
tranquilidad y felicidad a pesar de que tu corazón roto siga sangrando y
soportando esas penas no fingidas. Estás donde te mereces estar: en el
terreno y bajo la legítima autoridad de la tristeza consuntiva y de los males
del corazón, y no te sucederá nada más grave que una pasajera e imaginaria
enfermedad. Y entonces espero encontrarte cuando regrese, a ti, magnífica
muchacha equilibrada y alegre con la que me encantaría mantener una
cálida y honesta amistad.

Sinceramente,
SAML. L. CLEMENS

P. D. Ésta es la número 22. Ahora no seas tonta, no te quedes callada


por el simple hecho de que crea que la otra joven no tiene igual en el mundo
entero; vuelve a escribir, por favor. Háblame más de tu desdicha. Te puedo
hacer perfectamente infeliz, y entonces te sentirás estupenda. Soy capaz de
escribir un gran número de cartas.
OTTAWA, ILL. 13 DE ENERO [DE 1869]

Mi queridísima Livy: ¡Otra chapuza de conferencia! Creo que incluso


peor que la de Elmira. Y ha sido una verdadera pena porque teníamos una
iglesia completamente llena de mujeres y hombres intelectuales, apuestos y
bien vestidos. Dicen que no la eché a perder, pero creo que soy yo quien
mejor lo sabe. Concluí con una ferviente disculpa por mi fracaso, como hice
en Elmira; y la disculpa fue lo único vivo o con sentimiento en toda la
conferencia. Me duele muchísimo haber fracasado. Me siento muy
avergonzado de mí mismo. Incluso he dado pena al Comité. Les llegué al
corazón con mi verdadero sufrimiento, y realmente son tan buenos tipos,
que subieron a mi habitación para consolarme. El fracaso lo provocó
principalmente un presidente idiota que insistió en presentarme cuando
todavía estaba entrando mucha gente; y siguieron entrando incluso cuando
ya había dado un cuarto de conferencia a un público que se dedicaba
exclusivamente a observar cómo se sentaban los recién llegados. Parecía
que nunca iba a captar su atención. Al final estaba tan molesto que le grité
al conserje que cerrara las puertas y que no las volviera a abrir bajo ningún
pretexto. Pero ya había perdido mi confianza. Era más difícil hablar en esa
iglesia que en un barril vacío, estaba enfadado, agotado por el viaje y
simplemente terminé la conferencia como pude, me disculpé, le di las
buenas noches al público y después le canté las cuarenta al Presidente sin
contemplaciones. Y ahora tengo que rezar por que me perdonen esas cosas;
y no estoy preparado, Livy, pues esta amargura no está del todo fuera de mi
malo y necio corazón.
Tomé el té con el Sr. Lewis (le aprecio mucho, muchísimo). No sé si lo
recuerdas; es como Twichell, en cuanto se le da la mano, ya se tiene
confianza con él. En cambio, se tarda un poco más en acercarse a su mujer.
Anteayer perdí mi equipaje en alguna parte; me he dado cuenta hoy,
pero no lo puedo recuperar hasta que llegue a Toronto; estoy dando las
conferencias con mi chaqueta de piel y eso me resulta embarazoso y me
hace sentir incómodo delante del público.
Livy, cariño, me han dicho que debo ir a Nueva York a dar una
conferencia el 15 de febrero. Es lo peor que podía pasar. Al final tengo que
perderme la reunión; sin duda tendré que dar conferencias de todos modos
después de eso. Pero tienes que contarme con detalle lo que hagan y digan
todos los felices reunidos, y si no puedo estar contigo en persona, lo estaré
en espíritu. Y estaré al tanto para ver si consigo uno o dos días libres entre
el 22 de enero y el 13 de febrero, porque tengo muchísimas ganas de verte,
mi querida Livy. Creo que ahora mismo sólo tengo cinco conferencias
comprometidas en ese intervalo. Hiciste bien en no mandarme el retrato si
no te hacía justicia al igual que el otro, pero a veces creo que ningún retrato
tuyo podrá ser un consuelo para mí, yo que he visto tu rostro recientemente.
La envejecida fotografía es una antigua imagen tuya muy querida para mí, y
me encanta; pero aun así no es tan hermosa como tú, Livy, y yo quiero una
que lo sea. No soy tan estúpido como para quererte sólo por tu belleza
(confío en que lo sepas), pero amo tu belleza, y estoy naturalmente
orgulloso de ella y no quiero que el retrato la estropee.
¡Pobre Lily Hitchcock! Mira cómo hablan de ella en la prensa; la chica
más generosa y afable que te puedas imaginar, y su madre es una joya de
mujer. Esa familia son viejos, viejos amigos míos y pienso muchísimo en
ellos. Esa muchacha ha esperado hasta casi las doce para desayunar
conmigo, muchas, muchísimas veces, cuando vivíamos todos en el
Occidental Hotel y yo trabajaba en un diario matutino y no podía acostarme
hasta las dos o las tres de la mañana. Es una conversadora brillante. Viven
la mitad del año en París, ¡y la de corazones que la pilluela ha roto a los dos
lados del océano! Siempre me pareció extraño que ella y yo pudiéramos ser
amigos, pero lo éramos. Supongo que era porque bajo toda su salvaje y
repelente tontería asomaba su cálido corazón. Cuando vi a la familia en
París, Lily acababa de comprometerse a un adinerado conde italiano, a
petición de su madre (la Sra. H. decía que Lily le quería), pero ¡ah!, dejar a
alguien plantado por casarse con Howard Coit sólo podía traer problemas.
Le conozco, es un derrochador libertino, hijo de un médico rico y eminente,
que murió, un hombre muy respetable. Howard «despilfarró» sus bienes en
un tiempo increíblemente corto. Y la última tontería de esa pobre y estúpida
Lily fue hipotecar su propiedad por 20 000$ oro, y darle el dinero a ese
burro. A menos que se haya reformado mucho, lo malgastará en seis meses.
(Esto me lo dijo en Chicago un confidente de Lily que había prometido no
hablar del asunto a sus padres). Hasta ese momento no me creía nada de ese
asunto, porque por muy odiosos que fueran algunos de los comportamientos
de Lily, sería incapaz de decepcionar a sus padres casándose en secreto. Y
para ser completamente sincero, sigo sin creérmelo del todo. Es una chica
horrible (el artículo del periódico lo ha escrito alguien que sabe de quién
está hablando) pero no es tan horrible. Se mueve en la mejor sociedad de
San Francisco. ¿Eso te horroriza, Livy? Pero recuerda, nunca ha habido ni
una palabra en contra de su buen nombre. Siento tanto pesar por esa
muchacha, y lo siento mucho, muchísimo por su madre, tan buena. Guardo
un [recuerdo agradecido porque dijeron en sus] buen recuerdo de las dos;
siempre lo haré, porque en cierto modo eran tus valientes y sinceras amigas,
siempre leales a ti tanto a la cara como a tus espaldas.
Bueno… Sólo quería escribir una línea acerca de este incidente pero más
bien creo que se me ha ido la mano.
Dile a la Srta. Lewis que creo que la respuesta es «considerable». ¿Cuál
es su idea? Le he contado a su hermano todo lo que sabía de ella y una
pequeña apreciación de lo que no sabía. Más vale que sobre que no que
falte.
El pasaje de lo «exquisito» me golpeó al mismo tiempo que un vivo eco
de mis propios sentimientos; supe que sería tuyo sin que lo mencionaras,
querida Livy. No, no me pedirías ir a la reunión de fieles para rezar si
pensaras que estoy cansado, y estoy convencido de que siempre intentaré
ser tan atento contigo y seguir desvelándome por tu felicidad. Livy, creo
que nuestro mayor placer consistiría (consistirá) en hacer planes y
proyectos el uno por la felicidad del otro. Livy, no me puedo imaginar
faltándote al respeto, ni ahora ni cuando seas mi esposa (porque no puedo
imaginarte siendo la esposa de ningún otro), ni siquiera me imagino
comportándome de una manera inapropiada respecto a tu honor. ¿Por qué
me has hablado de no mandarme «esa mitad de hoja»? Me ha gustado más
de lo que puedo decir. Me gusta todo lo que dices acerca del matrimonio ya
que demuestra que te das cuenta del enorme paso que supone, que lo estás
analizando en su totalidad y que no te estás limitando a buscar defectos en
él.
Tras un pequeño retraso, he vuelto y estoy listo para seguir contestando
a tu carta, pero por desgracia es la una de la mañana, estoy cansadísimo y
muy soñoliento…
Así que deposito este cariñoso beso sobre tus labios, mi querida Livy, y
te deseo con cariño buenas noches.

SAML. L. C.
[CHICAGO] DOMINGO 16 DE ENERO DE 1869

Mi queridísima Livy: Esta mañana estoy muy incómodo y cojo. Ayer en


Iowa City resbalé sobre el hielo y me caí, justo cuando estaba subiendo a un
ómnibus. Caí con todo mi peso sobre la cadera izquierda y por eso esta
mañana tengo la articulación bastante agarrotada y dolorida.
Acabo de realizar una de las cosas más difíciles de hacer… pedir
disculpas. Ayer por la mañana en el hotel en Iowa City, el patrón me llamó a
las nueve, y me dio tanta rabia que me enfadé con él de forma un poco
violenta. Durante una hora intenté volver a dormirme y no pude; quería ese
sueño en particular porque deseaba escribir algo que requería una mente
lúcida y un lenguaje escogido. Al final pensé que una taza de café podría
solucionar el problema, iba a llamar para que me lo trajeran… no había
timbre. Me enfadé de nuevo. Cuando por fin, golpeando ruidosamente la
puerta hasta molestar a toda la gente de mi piso, conseguí que el dueño
subiera, volví a enfadarme; y él no. Fíjate en lo mucho que eso le aventajó.
Sus suaves contestaciones me avergonzaron hasta el punto de dejarme
mudo; pero seguía demasiado obstinado, demasiado orgulloso como para
pedirle perdón. Pero anoche, en el vagón, cuanto más pensaba en ello más
me arrepentía y más avergonzado me sentía. Así que decidí hacer efectivo
el arrepentimiento disculpándome; cosa que he hecho esta mañana de la
manera más generosa y menos remilgada: por carta. Ahora me siento
satisfecho y alegre.
Tijeras no se escribe «tirejas», mi pequeña y divertida especialista en
ortografía. Pero no me importa cómo escribas, querida Livy; siempre
aprecio tus palabras, independientemente de su ortografía. Y si creyera que
tuvieras que poner mucho empeño o que te molestarías en escribirlas
correctamente, no me gustarían tanto. Sí yo soy el único que critica tu
ortografía, es como si nadie lo hiciera. Ojalá pudiera haber estado en la cena
de cumpleaños. Todo lo que has escrito, incluyendo los párrafos acerca de
tus conversaciones, no me podría haber gustado más; y aun así pensabas
que era una tontería escribirlo. Me alegro mucho de que no lo excluyeras.
Ha sido una buena carta larga y amena, y te lo agradezco mucho. Puedo ver
con facilidad que el Sr.  Beecher ha estado predicando acerca de un tema
que le es muy querido. La gente siempre habla bien cuando habla de lo que
siente. Ése es el secreto de la elocuencia. A veces desearía que pudieras oír
a mi madre. El otro día en el vagón compré un tomo de extraordinarios
sermones, de la pluma y del púlpito del Rev. George Collyer, de Chicago.
Me gustan mucho. Uno o dos de los sermones explicarían fácilmente la
historia cristiana de la mujer del capitán del barco acerca de quien me
escribiste. Estos sermones carecen de profundidad, de la profunda
comprensión de las fuentes secretas y de los impulsos del corazón humano,
y también les faltan el análisis perspicaz del texto y del tema, que
caracterizan los maravillosos sermones de Henry Ward Beecher, pero están
más pulidos, son más poéticos, más elegantes, más retóricos y de palabras
más delicadas y apropiadas que estos últimos. Te enviaré el libro dentro de
poco.
Entonces, ¿no voy a recibir una carta en Norwalk, Ohio (el 21 de enero)
o en Cleveland (el 22 de enero)? Espero haberte escrito acerca de estos
compromisos, pero temo no haberlo hecho.
La carta que me mandaste a Iowa City casi no llega; vino en el mismo
tren que yo.
Ha sido como cuando el Sr. Langdon me dice bromeando que me
matará si no me porto bien contigo; y como cuando tú, tú, querida
muchacha fiel, dices que nunca lo dirías; pues sé que seguirías adelante
valientemente, sufriendo el maltrato en secreto, hasta que tu corazón se
rompiera. Pero obviaremos totalmente al Sr.  Langdon (nunca tendrá la
satisfacción de matarme), pues tú y yo siempre viviremos juntos en
absoluto amor y armonía, y siempre me portaré bien contigo, mi querida
Livy, siempre. Y siempre que necesite un matrimonio modélico a quien
imitar, sólo tendrá que venir a pasar unas semanas a nuestra casa y le
educaremos. Me verá honrarte más que a todas las mujeres y también verá
que nuestro amor supera los límites humanos. Así que sencillamente tendrá
que enterrar el hacha de guerra y quitarse las pinturas de guerra. No tendrá
que matarme, ¿verdad, Livy?
De modo que tendré que estar tres días sin carta. Eso no me gusta
demasiado. Me resulta tan normal recibir una carta tuya cada dos días que
me sentiré raro sin recibir ninguna esta tarde. Estoy tan ligado a ti, estás tan
presente en mis pensamientos durante el día y en mis sueños por la noche y
te has convertido tan drásticamente en una parte de mi vida, de mi carne, de
mi sangre, de mis huesos, por así decirlo, que hoy me sentiré perdido
mientras dure esta interrupción de comunicación; me sentiré como si las
corrientes de la vida hubiesen dejado de fluir en alguna parte de mi cuerpo,
habiéndose frenado de alguna misteriosa manera. ¡Oh! ¡Cuánto te quiero
Livy! Livy, no puedo explicar cuánto te amo.
Tengo que emprender mi viaje hacia Sparta, Wisconsin, hoy a las cuatro
de la tarde. El  14 de febrero tengo que dar una conferencia en Franklin,
Pensilvania y otra el 15 de febrero en Titusville, (supongo que en
Pensilvania). El compromiso de Nueva York se aplazó.
Por favor, transmite mis respetuosos saludos a tu padre y a tu madre, y
mis sinceros recuerdos a la Srta. Lewis y a Charlie. Y espero que también
les des recuerdos al Sr. y a la Sra. Crane cuando escribas. Me gusta el Sr.
Crane, nunca he visto nada en él que me disguste, y ya sabes que todo el
mundo quiere a la Sra. Crane.
¿Has conseguido ya un buen retrato, Livy? Porque tengo muchísimas
ganas de tenerlo. Adiós. Beso tu frente y tus labios con veneración y amor,
mi querida Livy, y te deseo descanso y paz y dulces sueños.

Para siempre, con devoción,


SAML. L. C.
[En una hoja aparte:]

Srta. Olivia L. Langdon; presente.


Por cortesía del Reverendísimo Obispo Charles J. Langdon.
Charlie, ya van unas veinticinco cartas que te escribo y a las que me
contestas, tan leal como siempre, de la misma manera, es decir, enviándome
cartas escritas por otras personas; y un poco más interesantes que si me las
hubieras escrito tú mismo, muchacho.
CLEVELAND, 19 DE ENERO [DE 1869]

Llegué aquí ayer por la mañana, al amanecer, mi querida Livy, agotado


por el ferrocarril; y esta mañana me han despertado a las ocho. Ha sido un
grave error. Tendrían que haberme dejado dormir más tiempo. No intenté
llegar a Sparta porque me pareció imposible. Aquí encontré un sermón de
Plymouth matasellado el 30 de diciembre (acerca de la educación de uno
mismo y la abnegación) y anoche lo leí entero en la cama. El hombre es un
bromista. Pillina, me señalaste esa frase, ¿qué quieres decir con eso? Pero
me gusta el sermón, a pesar de que estuviera por debajo de la media de los
del Sr.  Beecher. Encontraste pocas cosas que señalar en él, pero lo que
había era verdad, y vino a casa conmigo.
Vi a la familia bien y feliz. Pero me topé con un disgusto: el
Sr. Benedict está enfermo y muy débil, así que no pude hablar de negocios
con él. Toda la tarde de ayer estuve jugando a las cartas con la Señorita
Allie, todos los demás subieron a la ciudad. Bromeé bastante con ella, de
una manera amable. De vez en cuando le decía distraídamente: «Ay… Ojalá
estuviera en Elmira» y ella replicaba bruscamente: «¿De verdad? Bueno, ¿y
por qué no te vas? Yo no te retengo». Y de vez en cuando comentaba
cortésmente «Ojalá fueras Livy… Entonces tendría más interés en el
juego… Me encanta jugar a las cartas con Livy». Nos divertimos mucho.
Ganó cuatro juegos de once. Charlie Stillwell está en Indiana, dice que le
escribe cada noche; es lo último que hace antes de irse a la cama. Y él le
escribe todos los días. Es la verdad… y si estuvieras menos cansada y
tuvieras más tiempo libre, querida Livy, te pediría que me escribieras todos
los días. No obstante, me temo que si lo hicieras, tus cartas no serían tan
largas como las de ahora y por lo tanto no estoy convencido de que eso
fuera mejor. Debo estar muy agradecido, y lo estoy, porque me escribas
cada dos días.
A pesar de que esta mañana me llamaron muy temprano y me
arruinaron definitivamente el sueño, no me levanté hasta las 10 o más;
entonces el Sr. y la Sra. E habían subido a la ciudad. La Señorita Allie puso
la mesa para mí y me hizo compañía; y realmente deseaba que tú estuvieras
en su lugar, pero no se lo dije hasta que me hubo dado mi segunda taza de
café. Dice que a las camareras nunca les hacen gracia los desayunos tardíos,
excepto cuando son para mí; y dicen que les alegra oír que voy a venir y
que les encantará hacer cualquier cosa por mí en cualquier momento. ¿No
es eso maravilloso? Porque ya sabes que cuando los camareros me
demuestran su buena voluntad, es una buena voluntad paciente, muy sufrida
y sincera, porque necesariamente debido a mi canallesca y atípica forma de
ser, soy una molestia para ellos. Pero cuando nos casemos terminarás con
todas mis rarezas, me civilizarás y harás de mí un esposo ejemplar y un
regalo para la sociedad, ¿no es así, mi querida e inigualable mujercita? Y tú
serás la más querida y la mejor mujercita del mundo entero, y seremos más
felices que ningún soltero del mundo, sea cual sea su circunstancia. ¡Que
ese día llegue pronto! Amén.
Hace tres días que no me afeito, y cuando esta mañana la Sra. Fairbanks
me besó, me dijo que parecía un cubo de pozo cubierto de musgo. Querida
Livy, asegúrate de decirle a Charlie que he recibido su carta esta mañana, y
que pasará exactamente lo que dijo. Le escribiría una línea y le saludaría si
tuviera un momento libre; pero ni siquiera tengo tiempo para escribirte a ti
estas tres o cuatro hojas (ya está sonando la campana de la cena) y dentro de
un minuto me llamará la Sra. F.  Después de la cena tengo que subir a la
ciudad. Todos vamos a escribirte una carta familiar.
Adiós, acepta este beso… y éste… y éste… mi querida Livy, y que Dios
te bendiga.
SAML. L. C.

Me están metiendo prisa; Fairbanks me ha preguntado desde la escalera


qué parte del pollo quería, y le he dicho que me diera de la parte de babor,
por delante del timón.
CLEVELAND, 23 DE ENERO DE 1869

Querido J. H. y compañía. ¡Hurra! Porque ahora te has elevado a la


dignidad de una tribu, desde este último acontecimiento. Me alegra saberlo;
no veo por qué debería alegrarme, pero me alegra; la verdad es que yo
estaría horrorizado si tuviese un bebé. Pero sé que tú estás feliz y sólo por
esto yo también. A mí me basta con que tú estés contento, créeme. Estoy
muy feliz, Twichell. Realmente lo estoy. Debe de ser impresionante, quiero
decir que debe de ser magnífico, sin embargo todo este asunto es un poco
confuso y desconcertante para mí, realmente no sé si este éxtasis que siento
es gratitud o desconcierto… Porque, bueno, ya sabes lo que pasa con los
tipos como yo que nunca hemos tenido este tipo de experiencia: queremos
mostrar que sabemos del tema y sin embargo naufragamos a base de bien.
Pero me alegro, aunque me fastidie. Y perseveraré y correré los riesgos.
Tacharé una o dos frases alusivas y le enviaré tu carta a Livy; quizás ella
pueda decir hurra sabiendo lo que quiere decir. Debe aprender a alegrarse
cuando nos alegramos, ya sepa el motivo por el que lo hace o no, porque no
podemos tener a ningún miembro de la familia atrasando e interrumpiendo
la grandiosa salva simplemente porque no sepa. ¡Por Dios! Estoy muy
contento. Ojalá hubieran sido seis o siete. Aunque, no sé si habríamos
tenido tiempo para tanto, ¿no? Ya lo sabes.
¿Elmira? Pues sigue adelante como un reloj. Cada dos días, sin falta, e
incluso a veces cada día, recibo uno de esos encantadores milagros
comerciales de ocho páginas; y la bendigo e inclino mi agradecida cabeza
ante el trono de Dios y dejo que broten las tácitas gracias que ningún
discurso humano podría expresar con palabras.
¡Si tan sólo pudieras ver su retrato! Llegó anoche. Posó seis veces para
un daguerrotipo (ha tardado tres semanas) y todos los retratos eran
infamantes, se lo dije delicadamente… con mucha gentileza, y al final
intentó un retrato en porcelana. Y [¡al fin!] cuando anoche abrí la pequeña
funda de terciopelo, ¡ahí estaba! ¡Un ángel mensajero bajado del Cielo
estaba ahí! Te doy mi palabra de honor de que es una belleza
verdaderamente maravillosa; la expresión es dulce, y paciente, alejada y
soñadora. ¡Qué respeto y qué honor reverente impone! El impulso
inconsciente de cualquier hombre sería quitarse el sombrero en su
presencia. Y si no tuviera ese impulso, yo le obligaría.
Hasta ahora he dado unas 30 conferencias, y teniendo en cuenta que
siguen llegando invitaciones, creo que podría quedarme en el Oeste. No he
perdido ni una sola noche en toda la temporada. Pero debo terminar en el
Oeste el 13 de febrero para seguir adelante y cumplir con otros
compromisos en el Este. Anoche repetí aquí y recaudé 807, 00 para el
orfanato, más de lo que esperaba. Esto es lo que me han comentado; podría
haber alcanzado los 1000$.
Estaré en Hartford alrededor de marzo, y luego haré un viaje relámpago
a California. Barrí el estercolero de Nasby (Toledo) como una Escoba de
Destrucción; no sé lo que es una Escoba de Destrucción, pero me gusta la
expresión. He triunfado. Publica los avisos por mí.
Mi cariño para los cuatro.

Siempre tuyo,
MARK
CLEVELAND, 24 DE ENERO [DE 1869]

Mi queridísima Livy; por fin ha llegado… la carta de Sparta. Y como


ocurre con [todos] la mayoría de los terrores escondidos, me siento
reconfortado y listo para hacerles frente en cuanto se aparta la cortina.
Busqué con empeño una sola cosa; si lo encontraba, estaba a salvo. No lo
encontré… Tú sigues confiando en mí. Eso bastaba, es lo único que pido.
Mientras estés junto a mí, ninguna tarea que se me imponga será
[demasiado] tan dura como para que mi corazón, mis manos y mi cerebro
no puedan realizarla… Lentamente, quizás, y de manera desalentadora para
tu naturaleza a veces impetuosa, pero con seguridad. Veo que confías en mí
por tus dos últimas cartas; el hecho de que las escribieras demuestra que me
sigues queriendo; pero lo que anhelaba en este preciso instante era la prueba
de que tu confianza permanecía en su lugar después de que la tormenta
arrasara tu corazón. Confiaba en que encontraría esa prueba, pues nunca
pensé que tu confianza fuese fruto de un capricho pasajero, una criatura de
la luz del sol destinada a morir con ella. Esta opinión estaba en lo cierto, y
yo estoy muy satisfecho. Hace tiempo, he sido una persona a la que
odiarías, simplemente con verme desde lejos, sin conocer mi corazón
secreto; pero ya he vivido esa vida, y pertenece al pasado. Yo no vivo en el
pasado. Dios no le pregunta al pecador arrepentido lo que ha sido, sino lo
que es y lo que será. Y eso es lo que tú me preguntas. Si debo mostrar lo
que soy y demostrar lo que seré, me doy por satisfecho. En cuanto a lo que
he sido, sólo lamento no habérselo contado todo, con todo detalle, a tu
padre y a tu madre, y a ti, Livy… Pues hubiera sido mucho mejor que
vosotros también lo supierais. No parecería haber sido lo que no he sido. Si
ahora estuviera mintiendo o hablando a la ligera, estaría haciendo algo
espantoso, pues antes de empezar esta carta, recé esa oración que han
pronunciado mis labios tantas y tantas veces durante estos últimos meses:
que Dios me guarde de decirte cualquier cosa, inconsciente o
involuntariamente, que puedas malinterpretar o que te pueda defraudar; y
que no permita que sea culpable de ninguna mancha o sombra de
hipocresía, no importa cuán pequeña sea, en nuestras relaciones; que
siempre sea totalmente sincero, franco y abierto contigo, aunque ello
pudiese costarme tu incomparable amor y la vida, que ahora tiene para mí
un valor inestimable, se convirtiera en ese instante en un odioso y cruel
cautiverio. Por esa razón te estoy hablando ahora en presencia de Dios. Y te
digo que lo que he sido, ahora ya no lo soy; que me estoy esforzando y me
seguiré esforzando por alcanzar el mayor merecimiento, la mayor
excelencia cristiana; que no ocultaría a tus padres nada de mi trayectoria
pasada, por muy abochornado que me pudiera sentir al decirlo; y que estoy
totalmente convencido de que, cuando me case contigo, nunca mientras
viva desearé volver a andar errante. Las circunstancias en las que digo estas
cosas hacen que esta afirmación sea tan seria como si se tratase de un
juramento.
Livy, tus padres están pasando por alto una cosa: que he sido un
trotamundos por necesidad durante [cuatro quintas partes] tres cuartas
partes de mi vida, sólo lo he sido por gusto el cuarto restante. Durante estos
últimos años, mi profesión (como corresponsal) ha hecho de esta forma de
vida una necesidad; y todos los hombres saben que pocas cosas que se
hacen por necesidad causan fascinación. Ser un trotamundos no es una
costumbre mía, pues esa palabra implicaría un esclavizado apego hacia ello.
Y podría jurar con la mayor sinceridad que no hay ningún apego hacia el
vagabundeo en mi interior. Podría hacer este juramento con la conciencia
tranquila ante cualquier juez de la tierra. Hace un año, en Washington,
cuando el Sr.  Conness, uno de nuestros senadores, me [apremió] aconsejó
aceptar el puesto de Embajador de Estados Unidos en China, al renunciar el
Sr.  Burlingame (el puesto era en realidad un regalo del Sr. C.) le dije que
aunque me sintiese totalmente apto para el puesto, por fin había conseguido
ganarme la vida en casa y que quería asentarme; y que si seguía
vagabundeando sería sólo para continuar con mi vocación habitual y para
favorecer mi progreso en mi legítima [vocación] profesión. Y después
llegué a las once de la noche y me comprometí con los delegados para que
me respaldaran como Administrador de correos de San Francisco, aunque
abandoné ese proyecto en cuanto supe que el puesto, bien llevado, sólo me
iba a reportar 4000$ al año, y me limitaba demasiado como para tener
tiempo de escribir para los periódicos. (Mi instinto de buscador de oficio
nació y murió en una sola noche, y espero que nunca vuelva a resucitar; se
calcula que un invierno en Washington es suficiente para hacer que un
hombre esté capacitado para ser algo más que un simple oficinista).
Ser un trotamundos no es mi costumbre, ni mi tendencia. ¿Acaso un
hombre que ha sido galeote durante cinco años convierte eso en un hábito y
anhela ser un galeote para siempre? ¿Acaso el caballo que mueve la rueda
del molino disfruta con su labor y anhela seguir haciéndolo? ¿Acaso una
costurera que hace camisas por seis peniques la pieza acaba finalmente
fascinada por ese hábito hasta el punto de que le resulte imposible dejar de
hacerlo? Y habiendo sido empujado de acá para allá y obligado a vagar, en
contra de mi voluntad, ¿es razonable pensar que me gusta y que me apego a
ello? No lo creo.
Estoy muy cansado y adormecido, tengo que tumbarme. Si tan sólo
pudiera verte, mi amor, podría convencerte… convencerte de que mi
empeño en ser todo lo que tú quieras que sea es muy serio, y de que me
enfrento a esta determinación con el conocimiento de esta confianza, de
esta fuerza y de este firme propósito que me han permitido deshacerme de
tantos malos hábitos, algunos de los cuales se remontan a diez años atrás, y
perder absolutamente todo el gusto o el deseo por ellos. Como cristiano, e
investido con esta fuerza, ¿qué debería temer? Te pido que seas un poco
paciente conmigo, hasta que te vea, que mantengas firme tu confianza en mí
y que me permitas seguir siendo el dueño de tu preciado amor. La carta de
Sparta ha sido una bendición y no una molestia.
Con un beso de amor, mi querida Livy.
Siempre,
SAML
ELMIRA, NUEVA YORK, 5 DE FEBRERO DE 1869

Mis queridos madre, hermano,


hermanas, sobrino,
sobrina y Margaret:

Esta carta es para informaros que ayer, 4 de febrero, me comprometí


debida, solemne e irrevocablemente a casarme con la Srta. Olivia Langdon,
de 23 años y medio de edad, hija única de Jervis y Olivia Langdon, de
Elmira, Nueva York. Amén. Es la mejor joven del mundo, la más sensible y
no podría estar más orgulloso de ella.
Puede pasar un tiempo hasta que nos casemos, pues no soy lo bastante
rico como para ofrecerle una casa confortable ahora mismo, y no quiero que
nadie me ayude. Puedo conseguir una octava parte del Cleveland Herald
por 25 000$ y lo he arreglado para poder pagarlo a medida que gane el
dinero con mi propio esfuerzo. Echaré un vistazo más alrededor, y si no
encuentro nada mejor, lo aceptaré.
No me preocupa que mi futura esposa no os agrade: si pasáis con ella
veinticuatro horas y no os encanta, habréis logrado lo que nunca nadie ha
conseguido desde su nacimiento. Simplemente, se gana el afecto de todo el
que se cruza en su camino, de un modo natural. Mi profecía estaba en lo
cierto. Ella me dijo que nunca podría quererme, que nunca lo haría, pero se
fijó la tarea de hacer de mí un cristiano. Yo le dije que lo conseguiría, pero
que entretanto cavaría inconscientemente un hoyo marital y que acabaría
por caer en él… y ¡he aquí que la profecía se ha cumplido! Ha estado en
Nueva York hace un día o dos y George Wiley, su mujer y Clara la han
conocido. Preguntadles si queréis. La veréis dentro de muy poco. Amor para
todos.

Afectuosamente
SAM

P. D. Estaré aquí una semana.


[RAVENNA, OHIO] 13 DE FEBRERO DE 1869

Querida Sra. Langdon: No me resulta del todo fácil escribirle con valor,
en vista de que estoy a punto de causarle la tristeza de arrebatarle a su hija,
el más cercano y más querido de todos los dioses de su hogar.
Probablemente se pregunte: «¿Quién es usted para atreverse a hacer eso?».
Y sería una pregunta difícil de responder. Le podría pedir que acudiera a
cincuenta amigos míos, pero sólo le podrían decir (y muy vagamente,
demasiado) lo que he sido; sólo como un guardabosques podría hablar
sabiamente de un arbusto al que una vez conoció bien, sin saber que, desde
que no lo ha visto, ha extendido sus ramas hacia arriba y se ha convertido
en un árbol. Es una osada metáfora, pero no es del todo inadecuada. Pues
esos amigos míos, que con certeza sabían muy poco de mí durante esos
años pasados, no saben nada de mí ahora. Por poner un ejemplo, me
conocían como un blasfemador profano; como un hombre con una forma de
ser alegre y poco reacio al consumo social de alcohol; resumiendo, como un
joven «salvaje»; aunque nunca como un joven deshonroso, en la acepción
común de la palabra. Pero ahora nunca blasfemo; nunca bebo vino o licores,
en ninguna ocasión; soy organizado y mi comportamiento es irreprochable
en un sentido mundano; y, para terminar, hoy en día afirmo que soy
cristiano. Lo afirmo, y sólo queda ver si mi comportamiento demuestra que
merezco llamarme así.
Con justicia le imploro que, a la hora de considerar mi carácter, tenga en
cuenta que en cierto modo soy un hombre público. Usted sabe que los
hombres públicos son reputados por todos los pecados que cometen y por
otro gran número de pecados de los que nunca fueron culpables. Un
particular se libra del escrutinio público, y mucho mejor así; pero mi
personaje privado está a caballo, [calcinado] dividido, mezclado con mi
personaje público, y en consecuencia los dos sufren más. Cualquier hombre
de California podría decirle algo de mí, pero no más de cinco de toda la
comunidad tendrían realmente derecho a hablar con autoridad de mi
personaje privado, pues posiblemente no tenga un número mayor de amigos
cercanos. Puedo declarar como una verdad absoluta que hay una sola
persona en el mundo entero que me conoce: la Srta.  Langdon. Debo
referirle a ella. Ni mi propia madre, ni mi propia hermana me conocen la
mitad de bien de lo que ella me conoce. No he congeniado nunca tan
perfectamente con nadie como con ella (excepto con un hermano que
murió); a lo largo de estos últimos años, nunca he confiado tanto en nadie
como en ella, siempre ha habido una cámara secreta o algo así en mi ser en
la que ningún amigo había entrado hasta ahora. Pero para ella no tengo
secretos, ningún armario cerrado con llave, ningún lugar escondido,
ninguna rasgo de mi carácter o actitud disfrazados. Ella es la única que me
conoce realmente.
No deseo casarme con la Srta. Langdon por su dinero, y ella lo sabe
muy bien. En lo que a mí respecta, el Sr.  Langdon podría desheredarla si
quisiera. Como vulgarmente se dice, me he buscado la vida desde que tenía
trece años, sin que nadie me animase lo más mínimo ni me ayudase, y estoy
plenamente capacitado para seguir remando el resto del viaje y llevar junto
a mí a un pasajero. Mientras tenga salud y fuerza, y esa fuerte esperanza y
confianza que Dios me dio al nacer, me encargaré de que siempre tengamos
una vida confortable, y eso es lo único (de naturaleza meramente terrenal)
que nos importará. Me parece que ninguno de los dos padecemos la
adicción al dinero. Ella piensa que podríamos subsistir con dos mil al año (y
ya sabe que es un ama de casa capacitada y experimentada y que tiene un
juicio sensato en estos temas), pero si pensara no poder ganar más que eso,
no hubiera sido tan depravado como para pedirle que se casara conmigo
todavía. No, seguiremos adelante sin preocuparnos lo más mínimo de lo que
piense el mundo, si es que piensa de modo diferente. Allá nosotros… somos
lo bastante orgullosos y lo bastante independientes como para pensar que
podemos hacernos cargo de todo debidamente. Si nos buscamos problemas,
venderemos nuestras labores de punto de aguja y comeremos lo que se
pueda en tierra extranjera, y lucharemos, pero no regresaremos para
alojarnos en el viejo hogar, para que Charley nos cobre alojamiento al estilo
europeo, como siempre dice que hará conmigo cuando me demoro aquí
unos días. ¡Le está bien empleado a Charley! Me propongo ganar el dinero
suficiente, de una forma u otra, para comprar una participación rentable en
un periódico de gran reputación, y luego instruiré, elevaré y culturizaré a
los lectores a través de sus columnas; y mi mujer (la que será mi mujer)
supervisará la economía doméstica, aportará ideas y sentido común,
corregirá el manuscrito y lo revisará. Eso es todo lo que tendrá que hacer.
Un mero pasatiempo para una persona de su categoría.
Así pues, si alguien tiene preguntas, puede mostrarle parte o la totalidad
de lo que acabo de escribirle y decir con total seguridad, que es la verdad.
No sé si es lo que usted quería o no, pero pensé que, al fin y al cabo, la
mejor manera de escribirle la carta era hacerlo como cuando quiero escribir
un artículo de periódico; es decir, sentarme y dejar que se escriba sob. Esta
carta se ha escrito sola, y éste es el resultado. No hay ninguna limitación en
ella, ni conveniencia, ni política, ni diplomacia. Quiere decir simplemente
lo que dice, ni más ni menos.
Reciban mis mayores respetos, usted y el Sr. Langdon y les deseo, muy
cordialmente, mucha felicidad y el mayor contento posible; así como la
alegría y la tranquilidad de espíritu que tenían antes de que su orgulloso y
feliz futuro yerno viniera a interrumpirlo.

Sinceramente
SAML. L. CLEMENS
LOCKPORT, 27 DE FEBRERO [DE 1869]

Mi querida Livy, parece que estoy condenado a no encontrar ni una sola


oportunidad satisfactoria para volver a escribirte. No me dejaron ni un
momento en casa del Sr.  Nevins y ayer viajé durante toda la noche
intencionadamente para poder tener el tiempo suficiente hoy. Pero ahora ya
he perdido todo el día, apenas acabo de conseguir librarme de un par de
viejos amigos de California y del inevitable «Comité». He salido corriendo
en plena tormenta para encontrar al villano (del «Comité») que tiene tu
carta, pero por supuesto, hasta el momento, he fracasado. Si no fuera
inmoral, desearía de buena gana que su funeral tuviera lugar mañana. Sin
embargo, he sobornado a un hombre para que encuentre su cuerpo, vivo o
muerto, y esa carta. Sé que es tuya, no me cabe la menor duda.
No hemos visto a la Sra. Brooks, mi amor. Cuando te escribí de
Stuyvesant, estaba fuera. Nos fuimos de allí en carruaje por la noche. No
lamenté demasiado su ausencia; de cualquier modo prefiero hablar con el
Sr. Langdon; pues a él le quiero y la Sra. Brooks sólo me cae bien. Una vez
hecha la visita tuve la conciencia tranquila, pues había obedecido las
órdenes de mi Livy; de no ser por tus órdenes, tuyas y de nadie más en el
mundo, no habría ido, pues sabes que era improbable que olvidara que ni
ella ni su esposo me invitaron a regresar la última vez que estuve aquí. Pero
si tú quisieras, regresaría cincuenta veces. El Sr. Langdon se comportó muy
mal, y ésta fue una de las razones por las que no me entristecí al ver que
ella no estaba. Insistió en afeitarse antes de ponernos en marcha,
simplemente porque quería «presumir». Quería tener mejor apariencia que
yo. Pura vanidad. No puedo aprobar ese tipo de comportamiento.
No podría decirse mucho de las compañías del Sr. Langdon (excepto de
su Compañía del carbón). Me cuesta mucho delatarle, Livy, pero tendrías
que haber visto con qué tipos se relaciona. Su habitación estaba llena en
todo momento: dos desaliñados carboneros de Scranton, dos o tres piratas
de aspecto sospechoso provenientes de otros distritos, ese inmoral
Sr.  Frisbie, de Elmira, y un tipo de mala fama llamado Slee, de Buffalo.
Pero fue agradable. El tema del carbón es realmente emocionante. Les
escuché hablar de ello durante una hora, podría decir que hasta que se me
espesó la sangre en las venas. Y ¿qué crees que van a hacer? Pues van a
tomar en consideración el caso del Capitán. Como sabes, el Capitán vive en
Buffalo. El Capitán es un buen tipo, pero no complace a la Compañía.
Quiere que le suban el sueldo a tres mil. Dice que no puede vivir con
menos. Sencillamente porque tiene una gran familia a la que mantener;
como si la Compañía del carbón fuera responsable de su familia, o de
cualquier otro de sus delitos… No, el Capitán va a descubrir que el truco de
la familia numerosa no va a dar resultado. Es demasiado viejo. Queremos
algo nuevo. Vive en una casa de doce mil dólares, ya sabes, su contrato de
arrendamiento está a punto de expirar y le van a subir el alquiler de 500 a
800 dólares al año, y con ese pretexto quiere que le suban el sueldo 600
dólares anuales… El Capitán es un buen tipo, ya sabes; también es muy
válido. No sólo lleva a cabo todas las responsabilidades que corresponden a
su departamento, sino que también se ocupa un poco de todo lo que llega. Y
puede que no te lo creas, pero incluso ha estado vendiendo carbón por valor
de miles de dólares en cupones (de ahí el término «on tick»[7]). Vendió
muchos derechos de paralización y otras cosas en cupones a una compañía
minera de Canadá hace años y ya tienen ese [carbón] botín. Piensa en lo que
supone vender carbón por cupones, cuando tú y yo sabemos que los
cupones no son buenos para nada que no sea pan, y para viajar en tren. Pero
de ahora en adelante, el famoso Slee tendrá que encargarse de todo él
mismo en Buffalo, y el Jefe central (me refiero al Jefe de Ventas) va a
contratar y a dar de baja a los hombres que estén a su cargo para
complacerse a sí mismo y ser personalmente responsable ante el Sr. Slee. Y
el Capitán tendrá que mantener su mano alejada de esta tarta y también que
continuar muy lentamente con el sistema de cupones. Y tampoco se le
subirá el sueldo, a menos que el Sr. Slee lo considere oportuno. El salario
del Capitán no es lo bastante elevado, teniendo en cuenta el tamaño de su
familia tal y como es actualmente, así que cualquier tonto es capaz de
entender que hay que reconstruir esa familia. En consecuencia, el salario va
a quedarse exactamente como está y el Sr. Slee va a proceder a recortar
gastos de la familia del Capitán para equilibrarla. Los negocios son los
negocios, ya sabes.
El Sr. Slee me invitó muy cordialmente a visitar su casa en Buffalo, y lo
haré un día de éstos. Me causó buena impresión desde el principio.
(Livy, escriben Plymouth sin la u… Ánimo, mi vida).
El Sr. Langdon pensó en subir a Hartford para ver a los Hooker hoy;
puedes estar contenta porque una semana más de negocios en Nueva York
le habría agotado. Estaba inmerso en ellos todo el tiempo. Sin embargo,
estaba de buen humor y tenía aparentemente una salud excelente.
Cuando leí tu carta de Stuyvesant, primero me sentí inclinado a
enfadarme con Bement, por escribirte una nota que te deprimiera pero, tras
reflexionar, me sentí más caritativo. No podría haberte escrito una carta
amable, cariño, porque te quiere. ¡No repliques, Livy! Te quiere, así que,
¿cómo podría alegrarse si no puedes ser suya?
Me alegro de haber marcado estos libros para ti, dado que las marcas te
gustan, pero recuerdo que hay muy pocas notas; lo lamento. He marcado un
buen número de libros para ti mientras viajaba y después los he tirado, sin
apreciar que estaba disfrutando de un gran momento dedicado a ti. A partir
de ahora lo haré mejor, mi preciosa mujercita.
Así que, ¿tú también has estado teniendo visiones de nuestro futuro
hogar, Livy? Yo ahora tengo visiones de ese tipo todos los días de mi vida.
Siempre adoptan un aspecto favorable: paz y tranquilidad, descanso y
aislamiento de las prisas, del estruendo, de la discordia del mundo. Tú y yo,
alejados de los ruidosos elementos del mundo exterior, leyendo y
estudiando juntos una vez realizadas las obligaciones diarias… en nuestro
propio castillo, al calor de nuestra propia chimenea, bendecidos
mutuamente por nuestro inquebrantable amor y nuestra confianza. ¡Pero eso
me quedo siempre tan intranquilo, Livy! Y tan impaciente por librarme de
estas obligaciones ambulantes que ahora me esclavizan, por cogerte en mis
brazos y no volver a perderme tu amada presencia nunca más. ¡Que llegue
ya ese día! Cuánto temo el viaje a California… Tres meses horribles sin ver
a mi Livy ni una sola vez… Pensar en ello debilita mi decisión. No ha
pasado ni una semana desde la última vez que te vi y sin embargo parece un
siglo… Caminaría veinte millas a través de esta tormenta de nieve para
besarte. ¿Cuánto me parecerán tres meses? Una eternidad.
Querida Livy, veo por tu carta que no estás durmiendo lo suficiente.
¿Acaso quieres romper mi viejo corazón? Pero me ha alegrado muchísimo
saber que cuando tu padre se ha ido, esta mañana a las nueve, tú seguías
dormida. Livy, lo que deseo oír es que te quedas en la cama hasta tarde por
la mañana, que no te levantas hasta que tus queridos ojos se niegan a
permanecer cerrados más tiempo. Una hora de ese sueño vale más que tres
horas de cualquier otro momento. Por favor, Livy, duerme hasta tarde. He
hablado de esto con tu padre y está dispuesto a perderse la bendición de tu
presencia durante el desayuno para que puedas convertirte en algo más que
en una bendición, fortaleciéndote durmiendo hasta tarde. Livy, quiero verte
fuerte y llena de salud cuando te coja en mis brazos el 17 de marzo; y así
estarás si escuchas mis ruegos y duermes hasta las diez de la mañana todos
los días. Por favor, querida Livy.
¡Tu nueva carta ha llegado! No, Livy, Livy, Livy, no llego a ver que
corras peligro constantemente persiguiendo tus propios gustos y deseos en
vez de ofrecer tu vida a los demás. Lo que sí veo, en cambio, es que
siempre te estás sacrificando por el bien de los demás. Lo sé, Livy. Estás
haciendo bastante. Estás haciendo todo lo que la fuerza que Dios te ha dado
te permite y me estremezco cada vez que descubro una nueva actitud en ti
que aumenta más esa fuerza. Livy, el suave aliento que emana de ti aporta
una bendición constante a cada uno de los miembros del pequeño círculo en
el que habitas. Con tu hermosa vida, bendices a muchas personas, mientras
que la mayoría de la gente sólo bendice a una, dos o tres personas con las
suyas. Así que, ¿por qué no estar satisfecho? No, no, cariño, esa manera de
pensar, esos deseos, esas ambiciones por hacer aún más grande tu utilidad
me incomodan, porque ese tipo de pensamientos y de preocupaciones
afectan a tu fuerza física; la agotan, la consumen. Y yo deseo que pases una
temporada que te reponga, de calma, de satisfacción, de tranquilidad, tanto
mental como física, pues sé que entonces aumentarán tu fuerza, tu alegría y
tu felicidad. Entonces podrás velar por el bien de los demás todo lo que
quieras, Livy, y será un placer para mí ayudarte a maquinar, planear y
realizar. Que no te duela mi preocupación y mi ansiedad por tu salud,
cariño, pues nace del fuerte, profundo e imperecedero amor que siento hacia
ti, mi adorada diosa.
Voy a enviarle a Hattie una fotografía del antiguo diseño, y cuando me
vuelva a sentar, le enviaré una del nuevo. (Hablo de sentarme con tanta
satisfacción como si fuera una vieja gallina, y estaba acostumbrado a ello).
Y esto me recuerda que le dije a la Sra.  Fairbanks que posarías para una
gran fotografía para ella (como la mía que cuelga en mi biblioteca), para
que acompañe a la que yo le di. Dijo que quería a su hijo y a su hija, los dos
juntos, donde pudiera mirarles cuando quisiera. Pero no necesitas apurarte
Livy; lo haremos en primavera. Te llevaré al fotógrafo y te «prepararé»,
para complacerme a mí mismo.
El hecho de que el anillo siga siendo «la pieza de mobiliario más grande
de la casa» es una chispa de humor digna de tu prometido, mi querida,
pequeña y severa Livy. ¡Cuánto envidio la cantidad de primos que tienes!
Pues a duras penas puedo encontrar un pariente fuera de nuestra propia
familia. Supongo que, en estas circunstancias, será difícil escribirle esa
carta al primo de Chicago, pero sé que eres una chica valiente y que puedes
hacerlo.
No he intentado hacerme el retrato de porcelana en Nueva York porque
no hubiera tenido la oportunidad de examinar las «pruebas», ya que iba a
pasar allí tan sólo medio día, pero posaré en Hartford. Lo que me recuerda,
cariño, que de ahora en adelante tienes que enviar tus cartas a «Saml.
L. Clemens, 148 Asylum St., Hartford», y así complacer al hombre que te
quiere, te quiere, ¡TE QUIERE, Livy!
Te beso, cariño mío, en los labios, en la mejilla, en la frente, te deseo
buenas noches y rezo por que los espíritus ministradores de Dios cuiden de
ti y te protejan de todo mal.
Dile a tu madre que su hijo mayor está bien y que le manda su amor.

Tuyo, hasta que la muerte nos separe.


SAML
ROCHESTER, I DE MARZO [DE 1869]

Livy, te quiero. No me he sentado para decirte esto en particular, si así


fuera, ahora que he empezado, podría seguir escribiendo y jamás volver a
parar. No; deseaba decirte, en concreto, que te aseguraras de enviar mi
primera carta de Geneseo a Hartford (me refiero a la primera que me
escribiste hasta ese momento). ¿Me he explicado bien? No ves, Livy, que
estaba tan hechizado por ti en Elmira, que no podía pensar en nada
coherentemente y con sosiego que no fuera en ti, y por eso me olvidé de
telegrafiar a Geneseo para decirles que retuvieran tu carta hasta que yo
llegara… Y les escribí desde Nueva York demasiado tarde, y claro, no se
les ocurrió nada mejor que devolver la carta a Elmira, dirigida al
Sr.  Langdon. Entonces Livy, por favor, no la rompas, reenvíamela a
Hartford, si eres tan amable.
Y lo siguiente que quería pedirte es que transmitas a Charlie que les
diga a esos sastres que hagan la parte trasera del cuello de mi chaqueta
aproximadamente o justo tres cuartos de pulgada más alto que éste. Con
éste, cada vez que me miro al espejo parece que estoy tetanizado. El cuello
es una absoluta atrocidad. Quiero que el cuello de la nueva chaqueta sea
cinco pulgadas más alto que éste. Díselo a Charlie, por favor.
Ayer en Geneseo recibí tu carta del 25. ¿Así que me estás escribiendo
cada día? Eso está bien, mi pequeña Livy, pero una cosa, no me escribas ni
a mí ni a nadie cuando estés cansada o cuando tengas visita. De todos
modos, te escribiré siempre que tenga oportunidad, y cada vez que esté
esperando una carta tuya y ésta no llegue, interpretaré que necesitabas
descanso o que algo interfirió y entonces me daré por satisfecho. Ahora
descanso y estoy en paz contigo, mi Livy, y sé perfectamente que cuando no
haya obstáculos, te asegurarás de escribirme con regularidad. Pero no hace
muchas semanas, si no me hubiera llegado una carta que esperaba de tu
parte me habría desesperado.
Me has estado escribiendo todos los días y yo sólo cada dos. Es porque
no he tenido tiempo de escribirte más a menudo. He estado en Geneseo
treinta horas, y eso debería haberme permitido escribirte desde allí, pero no
ha sido así. Media docena de jóvenes muchachos de entre 20 y 25 años me
recibieron en la estación con un bonito trineo abierto y me condujeron al
hotel ceremoniosamente. Luego invadieron mi habitación e invitaron a una
docena más, pidieron puros y se divirtieron y pasaron un buen rato. Pero fue
difícil entretenerles, pues me tomaron por una persona de mucha
importancia, y [estuvieron ridículamente] tuve que llevar gran parte de la
conversación yo solo, lo que al cabo de un rato se hace agotador. Durante la
cena pedí que me dispensaran de ir a pasear en trineo, dije que quería irme a
la cama en aproximadamente una hora. Después de cenar volvieron a subir.
En seguida hablé una vez más de irme a la cama. No surtió ningún efecto.
Entonces me levanté y dije: «Chicos, voy a tener que desearos que paséis
una buena noche, porque estoy atontado y soñoliento; debéis perdonar mi
brusquedad, pero tengo que acostarme». Pobres tipos, se quedaron sin
palabras; parecían avergonzados y salieron torpemente como un rebaño de
ovejas, pisándose los talones unos a otros en medio de su confusión. Me
desvestí, me metí en la cama e intenté dormir, pero una y otra vez mi
conciencia me mortificaba, una y otra vez pensé en lo mezquina y
vergonzosa que había sido mi reacción en respuesta a su amistad
bienintencionada y sin reservas hacia mí, un desconocido para ellos, y en lo
inmaduro que había sido al disgustarme en vez de alegrarme por esa efusiva
cordialidad de la juventud, algo que debería haberme conquistado por su
mera ingenuidad y por su inusual honestidad. Entonces me dije a mí mismo
que lo compensaría: me levanté, me vestí y les compartí mi tiempo con los
chicos hasta las doce de la noche y también desde este mediodía hasta que
me he ido a las cuatro de la tarde. Así que, si hay algún hombre que hoy en
día sea profundamente apreciado por los jóvenes de Geneseo, ése soy yo.
Anoche llenamos la sala, y tuvimos mucho éxito. La verdad es que me
encantan los chicos de esa edad, y no entiendo cómo he podido tratarles de
manera tan descortés. (Sí, yo también lo sé. Conozco la razón. Quería leer
tu carta, y si me hubieran concedido tan sólo una hora de privacidad para
hacerlo, habría estado con ellos de buen gusto desde ese momento en
adelante). Algunos de esos chicos habían venido de una universidad de
Lima, a 14 millas y eran unos divertidos bribones. La tribu al completo vino
al hotel tras la conferencia y me entretuvieron cantando, tocando el piano en
el salón, con sidra y rodeados por nubes de humo de tabaco. Pero bebieron
un poco de todo e hicieron una música que podrías haber oído a una milla
de distancia. Adopté la postura de viejo sosegado, pero no les amonesté ni
una sola vez, pues no podía dejar de decirme a mí mismo: «Ahora que sois
jóvenes es el momento de ir de flor en flor; os lo aseguro». Se reunieron en
la calle delante del hotel, un poco después de que me retirara, y me hicieron
tres enormes ovaciones; lo que suponía más de lo que yo hubiera deseado.
Por supuesto, he medio prometido dar una conferencia en Geneseo a
mediados de agosto, fecha en la que propusieron ofrecerme un baile y un
concierto; y también he medio prometido pasar aquí mis vacaciones de
verano… Y esa «medio promesa» la he hecho en muchos sitios (pero
siempre con este pensamiento en mi mente: «Dependerá enteramente de
dónde pase Livy sus vacaciones», pues no tengo intención de alejarme
mucho de ti, mi amor, cuando la buena fortuna traiga mis vacaciones).
Si me has estado mandando una carta al día, debería encontrar un
verdadero festín esperándome en Hartford; espero que así sea. Recuerda,
querida Livy, «148 Asylum St.». Pero como ahora tu casa está llena de
visitas a las que tienes que atender, temo que no hayas tenido tiempo para
escribirme, excepto después de tu hora de acostarte, y no debes hacerlo,
Livy. Si uno de los dos tiene que sufrir, deja que sea yo.
Válgame Dios, cuánto me alegro de estar en tu salsa de manzana,
incluso en tu sopa, Livy, porque eso demuestra que estoy presente en tus
pensamientos y por lo tanto en tu corazón, la mansión más delicada en la
que nunca he vivido, mi amor. Y rezo por que sus puertas jamás se cierren
para mí hasta que uno de los dos se vaya para siempre de entre los vivos.
Has sido valiente, Livy; es propio de ti abrirte y confesar lo que estaba en tu
mente, sin adoptar uno de esos falsos subterfugios, comunes en esas
circunstancias y considerados normalmente como algo aceptable.
Todavía sigo buscando un rostro como el tuyo entre mi público, un
rostro que dé muestras de una naturaleza como la tuya; pero sigue siendo en
vano. Y, día tras día, con cada nueva prueba que me confirma que eres
única, me enorgullezco más de ti. Si hay algún hombre que tenga razones
para estar agradecido a la Divina Providencia, ése soy yo. Y muchas veces
me paro y pienso en el milagro, el curioso misterio, la rareza que rodea el
hecho de que sólo hubiera una mujer, entre los cientos de miles de mujeres
cuyos rasgos he examinado críticamente y cuyas personalidades he leído en
sus rostros, una sola mujer entre todas ellas a la que yo podía amar con todo
mi corazón, y que mi asombrosa buena fortuna me garantizaría el amor de
esa mujer. Y más aún, que descubriría en un solo instante, la primera vez
que te vi, que tú eras esa mujer. Supera mi comprensión. He expuesto los
hechos fielmente; puedo jurarlo. He conocido a muchas muchas mujeres
bellas y admirables, pero todas escondían uno o más defectos, y durante
todo este tiempo, durante doce largos años, me fui volviendo naturalmente
cada vez más crítico y más difícil de complacer, como les pasa a los
solterones… Pero, he aquí que al final te encontré, y en ti no veo ninguna
imperfección. Es extraño, es muy extraño. La mano de la Providencia ha
tenido algo que ver. Cuando deje de estarte agradecido, profundamente
agradecido por tu amor, estaré… muerto. Nunca antes, Livy… nunca antes.
He estado leyendo… Estoy leyendo Los Viajes de Gulliver y me está
gustando mucho más que la última vez que lo leí cuando era niño, pues
ahora puedo ver la mordaz sátira que representa contra el gobierno inglés,
mientras que antes sólo me regodeaba con sus proezas y sus maravillas.
Pobre Swift… debajo de la apacible superficie de este libro redactado de
forma sencilla se esconde la marea alta de su veneno, el turbio mar de su
odio inigualable. No te gustaría el libro, Livy. Es decir, no todo el libro.
Algunas partes sí te gustarían. Si aun así lo quieres leer, lo marcaré y lo
tacharé hasta que se adapte a tus ojos, porque algunos fragmentos son muy
burdos y poco delicados. Lamento mucho no haberte pedido que me dejaras
preparar Don Quijote para ti de la misma manera. Me disgusta imaginarte
leyendo este libro tal y como es. He pensado en ello con arrepentimiento
una y otra vez. Si todavía no lo has terminado, no sigas, Livy. Eres tan pura
como la nieve, y para mí siempre lo serás: no mancillada, a salvo incluso de
los pensamientos impuros de otros. Eres la mujer más pura que jamás he
conocido, y tu pureza es tu ornamento más apreciado y más valioso.
Presérvalo, Livy. No leas nada que no sea perfectamente puro. Prefiero que
leas cincuenta «Ranas saltarinas» que un Don Quijote. Don Quijote es uno
de los libros más exquisitos que jamás se han escrito, y perderlo de la
literatura mundial sería como arrancar una constelación del simétrico y
perfecto firmamento, pero ni él ni Shakespeare son libros apropiados para
ser leídos por una virgen hasta que alguna mano le haya quitado toda su
grosería. El discurso grosero nunca es inofensivo. Como dice el refrán,
«Quien juega con fuego se quema». No quería escribirte un sermón, pero ya
es demasiado tarde. Bueno, es sentido común y era una espinita clavada en
mi corazón, así que no lamento haberlo escrito.
Ya es hora de que estés en la cama, Livy… Así que si rodeas mi cuello
con tus brazos y me besas mientras miro por un momento esos ojos que
amo más que la luz que mana de los cielos, puedes irte. Y toma estos dos
besos y pósalos como yo haría si estuviese allí. Buenas noches, que Dios
siempre te bendiga, mi amor.

Hasta la muerte,
SAM
9 DE LA TARDE
HARTFORD, 6 DE MARZO [DE I 869]

Querida Livy, ya te he enviado la carta de hoy, pero estoy tan orgulloso


de tener el privilegio de poder escribir a la mejor persona del mundo
siempre que quiera, que debía añadir un par de líneas, aunque sólo sea para
decir te quiero, Livy. Porque te amo, Livy, como el rocío ama a las flores;
como los pájaros aman la luz del sol; como las pequeñas olas aman la brisa;
como las madres aman a sus primogénitos; como la memoria ama los viejos
rostros; como las mareas aman la luna; como los ángeles aman los
corazones puros. Te quiero tanto que si te fueras de mi lado, sería como si
todo mi amor se fuera tras de ti y dejara mi corazón como unas ruinas
apagadas y vacías por siempre jamás. Y queriéndote así también te honro
como nunca antes ha honrado un vasallo, fiel y leal, a su rey, desde que el
mundo es mundo. Y ya que esto es sincero, Livy, creo que deberías ponerte
de puntillas para alcanzar a darme un beso. (O yo me inclinaré hasta llegar a
tu pequeña y delicada altura, con mucho gusto, para obtener esta
recompensa).
Livy, supongo que he sido tonto, mi amor, pero no he podido evitarlo.
He ido andando a Nook Farm desde este hotel (el Allyn House) en esta
helada y tormentosa noche y luego decidí visitar a los Hooker en otro
momento. Ahora espera, querida Livy, no te erices demasiado rápido; no
«pierdas los estribos» como decimos en París, pero escúchame hasta el
final. Iba a visitar a los Burton, ya sabes. Bien, hacía una noche horrible ahí
fuera, me enfrentaba a la cegadora borrasca de nieve (el viento la estaba
arrastrando de las calles y convirtiéndola en nubes que hacían que las
lámparas de gas se vieran muy débilmente, como si hubiera niebla), tardé
media hora en llegar allí, y luego… bueno, luego los depravados e
informales Burton no estaban en casa. Johnny (creo que es el nombre del
hijo del Sr. Hooker) estaba allí y me dijo que estaban todos en casa y pensó
que se alegrarían de verme, y también que allí había una joven de no sé
dónde, etcétera, etcétera. Pero yo, como es natural, estaba enfadado por el
inaudito comportamiento de esos Burton… Estar fuera una noche como
ésta; y yo… yo… yo…
Bueno, pensé que ya tenía una maravillosa excusa que darte y así
librarme de una reprimenda, pero no sé qué ha sido de ella. No había
bastante fuego para calentarme bien, y pensé que más me valía regresar al
frío rápidamente, mientras todavía estaba acostumbrado a él. Así que dejé
mi tarjeta, dije que, como eran casi las nueve y por lo tanto demasiado tarde
para visitar a nadie en esta tierra de costumbres fijas, no iría a casa de los
Hooker, sino que regresaría en otro momento más apropiado, y me fui
pensando para mis adentros: «Menos mal que estoy solo… si Livy estuviera
aquí, habría recibido una buena reprimenda por semejante
comportamiento». Me resistí, Livy, pero no pude evitarlo… no pude
evitarlo. Fuera regañinas, mi querida diablilla, mi amorcito, porque sé que
me vas a reñir. Y supongo que quizás lo merezca. (Pero yo quería regresar
para escribirte, mi amada Livy, creo que ésa es la razón, ¿no puedes
permitir que eso te alivie? [¿cariño?] Ésta es mi buena, preciosa, dulce y
querida Livy. ¡Me siento obligado a visitar a los Hooker! E pluribus unum!
No sé qué significa  «E pluribus unum», pero me gusta de todos modos).
[Vamos a] Ahora nos besaremos y nos reconciliaremos, Livy.
[¿Cómo es eso?… ] No debes meter las cartas de otras personas en el
mismo sobre que las tuyas, ponlas en otro. Hoy mismo pensé que tenía una
carta tuya bien larga y resulta que la mitad era de mi hermana. ¿Por qué
quieres desilusionarme así?
Ella ha leído mi carta a Vanderbilt en un periódico del Oeste y dice…
No importa, es demasiado complicado copiar el fragmento, te enviaré la
carta entera, no hay secretos en ella, además, hace referencia a mi princesa
en alguna parte. Ella se siente naturalmente atraída por ti, y me ha
preguntado, de manera tímida como es ella, si sería correcto escribirte unas
líneas. Creo que le diré que lo haga. (Porque, ya sabes, te gusta escribir a
desconocidos, será divertido acusar recibo de su carta y contestarle algo
agradable). Todo lo que tienes que decirle es que estoy seriamente decidido
a lograr una vida cristiana, y ninguna carta que llegue a sus manos le
gustará más. Mi hermana es una buena mujer, acostumbrada a sufrir,
aunque lo soporta con valentía y sin dar muestras de ello. Y tiene buen
corazón, nada de insensatez ni de vanidad, desconoce totalmente el engaño
o el fingimiento, consciente de sus propios defectos y es lenta en descubrir
los de los demás. No es una joya tan preciosa como tú; [con diferencia] así
como no lo es ninguna otra mujer, pero aun así es una maravillosa,
maravillosa mujer. Te gustará, Livy; su ortografía deja mucho que desear.
Para que te hagas una idea, escribe vaca con una B. Y escribió «tropecé»
con Z, aunque en cambio escribió bien «ufana» sin hache T y «dicción» con
sus dos C. Puedo tolerar esos errores garrafales bastante bien, pero odio ver
a quien sea escribir John con G. Lo considero algo totalmente horrible. He
observado que escribes John con G… (Livy, perdóname mi amor, sabes que
no me burlaría de ti ni aunque de ello dependiese la vida de un hombre si
pensara que pudiera herirte. Para mí no tiene ninguna importancia cómo
escribas. Rara vez he observado que cometas un error, y válgame Dios, me
siento tan orgulloso de ti como si pudieras ganar al diccionario de ortografía
en su versión más completa. De hecho, sería una lástima que yo me
atreviera a criticar tu ortografía, yo que estoy tan lleno de defectos como tú
de méritos, brillantes virtudes y hermosos rasgos de personalidad; y aun así
has encontrado un hueco en tu corazón para aceptarme tal y como soy,
elevarme y bendecirme con tu valioso amor… Nunca podría criticarte, mi
amada y honorable Livy).
Ayer llamé a las oficinas del Courant, pero el Gobernador Hawley no
estaba en Washington. Me dijeron que llegaría a la ciudad esta noche y que
me llamaría al hotel.
George Francis Train está aquí, va a dar una conferencia esta noche en
Allyn Hall acerca de Irlanda. No he visitado al distinguido recluso; no me
gusta. Puede que tenga alguna razón para no tenerme simpatía, pero
ninguna para tenerla. Una vez le insulté muchísimo en el correo de un
periódico de gran tirada. Me gustaría volver a darle estopa, tanto como
entonces (Livy, perdóname por este lenguaje tan vulgar, pero es que este
tema es muy vulgar). Esta noche va a dar una conferencia sobre los
irlandeses y a mentir como un poseso, no me cabe la menor duda
(perdóname también por esto… Creo que debería dejar este tema).
Sí, Livy, como bien has dicho, supongo que debería esperar de ti que me
escribas cada dos días, que es lo que te permiten tus numerosas
obligaciones, y las frecuentes interrupciones de tus visitas. Tengo que
guardarme de correr el riesgo de ser una carga para ti, ya sea en pequeña o
en gran medida, en vez de una ayuda… En fin, haz que brille el sol para mí,
alégrame, hazme feliz y generoso con el mundo y sus males, con una de
esas valiosas misivas firmadas «Tu Livy», sólo cuando tengas el tiempo
suficiente para hacerlo o cuando quieras hacerlo. (A veces, cuando sientes
que debes escribir, te obligas a hacerlo y eso se convierte en una tarea para
ti). No me hagas caso, asegúrate de que te sientes satisfecha y feliz, pues
eso es lo que quiero ver, mi amor.
Bueno… ¿Sabías que hay cosas que no pueden hacerse tan bien como
otras? He estado intentando durante dos días contestar a tus cartas que
recibí ayer y hoy lo mejor que he podido; para escribir la carta de ayer, puse
la tuya sobre la mesa a mi lado y me dispuse a ello; pero escribí unas veinte
páginas llenas de cosas y en ningún momento llegué a contestarla. Esta
tarde he dejado tus dos cartas junto a mí y he vuelto a empezar, he escrito
unas quince o dieciséis páginas llenas de tonterías y en ningún momento lo
he logrado. Y ahora, esta noche, las pongo a mi lado una vez más, decidido
a contestarlas esta vez como sea… Y aquí estoy. Lo que pasa es que
siempre me digo: «Ahora voy a charlar un poco con Livy de algunas cosas,
y después volveré a leer sus cartas y las contestaré». Pero luego charlo
demasiado tiempo, y me veo obligado a aplazar la respuesta. Supongo que
lo haré mañana, Livy… sé paciente, mi pequeño tesoro. Pensar que en las
últimas veinticuatro horas debería haberte escrito cincuenta páginas
agotadoras de manuscrito y al final me veo obligado a pedir más tiempo
para contestar a tus dos cartas… Estoy actuando como el Comité Plenario
en uno de esos parlamentos estatales de poca monta, al comienzo de la
sesión cuando aún siguen sondeando el impulso financiero de los lobbys en
algunos proyectos de ley, «divulgando el progreso» y «pidiendo que se
vayan para volver a sentarse», hasta que los lobbys se ponen frenéticos e
indignados.
Buenas noches y que Dios te bendiga, mi amor. Acepta mi beso y mi
bendición, y procura aceptar el hecho de que soy

Tuyo, por siempre jamás.


SAM

P. D. He vuelto a leer esta carta y es poco seria, absurda e inmadura.


Ojalá me hubiera ido a la cama cuando he llegado y no la hubiera escrito.
Me dijiste que nunca debía romper una carta después de habértela escrito,
por eso te la envío. Quémala, Livy. No pensé que estaba escribiendo de una
manera tan ridícula y tan miserable. Mi buen humor no me permitía escribir
una carta sensata.

[En el sobre: Mándala a casa, Charlie, por favor]


[ELMIRA, HACIA MEDIADOS DE ABRIL DE 1869]

… Orion en el mismo periódico, pues sabes que no es un buen juicio y


por lo tanto a todos nos podría alcanzar.
Mi cabeza está tan ocupada esforzándose por lograr mis planes, que me
resulta muy difícil arreglar los de los demás. [Livy y yo hemos estado
sentados hablando durante horas] No sé si iré a California en mayo… No sé
si quiero dar conferencias la próxima temporada… No sé si quiero dejarme
convencer por Nasby e ir con él al Toledo Blade… No sé nada. Me
importa… un rábano, y lo digo así porque llevo dos años sin blasfemar…
(Pero entre tú y yo, he escrito «un rábano» únicamente pensando en Livy,
porque me di cuenta de que en ese momento se había acercado lentamente a
mí y se había asomado por encima de mi hombro, pero seguro que ahora ya
se ha ido). No debo tomarle el pelo ni «venderla» demasiado, pero me
cuesta bastante no hacerlo, aunque es tan paciente y tan sufrida como Job.
Es casi perfecta; lo juro solemnemente. Todavía no he encontrado ningún
defecto en ella, ni ninguna mancha o señal de imperfección. Y eso que
cualquier otro amigo suyo cantaría sus alabanzas con más fuerza que yo.
Adiós. Mi cariño para todos vosotros.

Afectuosamente
SAM
ELMIRA, ALGÚN DÍA DE ABRIL DE 1869

Mi querida hermana: ya escribí ayer y para nada tenía pensado volver a


escribir hoy, pero Livy está durmiendo la siesta y tengo una hora para mí.
Es prudente. Esta noche tenemos una cena, va a ser un terrible aburrimiento
y está cogiendo fuerzas para la ocasión durmiendo. He herido sus
sentimientos otra vez. Está intentando evitar que siga pronunciando
«horribles» discursos, como ella los llama. A mediados del invierno,
cuando estuve aquí, hicimos una «escapada» al invernadero uno o dos días;
es decir, murió una inusual cantidad de gente y los amigos fueron a comprar
rosas y detalles para decorar los ataúdes, y al cabo de una semana apenas
quedaba una docena de flores. Charley y yo hicimos unas cuantas bromas al
respecto y eso horrorizó a Livy. Pero hace un rato, entré con un absoluto
aire de tristeza y exhalé un profundo suspiro. Esto sumió a Livy en una
profunda y ansiosa preocupación y quiso saber qué me pasaba. Le dije: «He
estado en el invernadero y he encontrado un mundo perfecto de capullos en
flor ¡y no tenemos un maldito cadáver!». Supongo que a Orion le habría
gustado eso, no me gusta bromear con Livy de esta manera, y no lo suelo
hacer, pero a veces su simplicidad es tan tentadora que no puedo evitarlo.
Ojalá pudieras verla… La primera vez que la vi, dije que era la criatura más
hermosa del mundo, y todavía no he cambiado de parecer. Me enorgullezco
tanto de su mente como de su belleza, y me enorgullezco tanto de su
carácter alegre y ecuánime como de su mente.
No tengo nada más que escribir, así que te adjunto una de las cartas de
Livy, pero no se la leas a nadie más que a la familia y a Margaret… Bueno,
supongo que M. forma parte de la familia. Livy es una chica sensata y no se
pone para nada histérica en sus cartas, pero yo sí lo hago cuando le escribo.
Su carta te ayudará a conocerla.

Afectuosamente
SAM

El Sr. y la Sra. Langdon me han pedido que os transmita sus recuerdos,


y Livy también.
HARTFORD, 12 DE MAYO [DE 1869]
VÍSPERA DEL MIÉRCOLES

¿Alguna vez ha habido alguien tan encantador como Livy? Sé que no.
Ella cumple mi ideal de lo que debería ser una mujer para hacerse querer.
Así que, ¿qué misterio tiene que la ame tanto? ¿Y qué misterio tiene que me
sienta profundamente agradecido por la oportunidad que se me ha dado para
amarla? Livy, eres una pequeña y exquisita concentración de belleza. No te
digo estas cosas porque me encuentre triste en un lugar lejano, cariño, no…
Sencillamente son las cosas que están siempre presentes en mi mente, lo
que pasa es que piden ser expresadas más imperiosamente que de
costumbre, quizás, porque (9h 30 de la tarde) acabo de regresar de uno de
esos prodigiosos paseos que me gustan tanto en estas silenciosas y solemnes
calles por la noche, y estos peregrinajes son perfectos para pensar en ti, mi
delicada y pequeña diosa.
¿Cómo podría andar por estas avenidas sombrías por la noche sin pensar
en ti? Pues todo en ellas te invoca… Cada losa, durante un buen número de
millas, está densamente cubierta por un invisible tejido de pensamientos
tuyos… Deseos, anhelos e inútiles caricias para ti en el aire vacío mientras
tú duermes plácidamente y sueñas con otras cosas ajenas a mí, mi amor. Por
lo tanto, ahora y siempre en el futuro, cuando pise estas piedras, esos tristes
fantasmas de un tiempo que ya se fue (¡gracias a Dios!) emergerán de mí
para acercarse a estos nuevos y vivos pensamientos, completamente
radiantes de esperanza, de amor correspondido y de felicidad. ¡Que Dios te
bendiga y te guarde siempre, mi Livy!
Estoy en la misma casa (pero no en la misma habitación… ¡menos
mal!) donde pasé tres semanas horribles el otoño pasado, adorándote y
escribiéndote cartas; algunas las envié a la papelera y otras nunca pasaron
de mi mente al papel. Pero no me gusta pensar en esos días, ni hablar de
ellos.
Ahora que ya estoy bien de nuevo, no me importa decirte que he estado
enfermo un par de días. No fue nada grave (trabajé casi todo el tiempo) y
me pareció inútil inquietarte. Esta mañana estaba casi seguro de que iba a
tener una fuerte recaída, pero ahora todo ha pasado, estoy bien, alegre,
estoy disfrutando de esta cálida noche, escribiéndote en pijama para estar
más cómodo… y fumando. El buen Dios que está ahí arriba sobre todos
nosotros es clemente conmigo… de Él provino tu preciado amor, de Él
provienen todas las cosas buenas, y estoy agradecido.
(Tengo mucha suerte de poder escribirte con dos retratos tuyos delante
de mí; y uno de la buena de Hat(tie)). Bésame, por favor.
Supongo que recibiré una carta cada día, querida. Excepto, por
supuesto, cuando ello suponga demasiado trabajo. Hoy no he tenido
noticias tuyas [y te confieso] y te aseguro que quería tenerlas. De todas
formas, esto es puro egoísmo y yo no tengo la culpa de ello. Escríbeme
cada dos días… es más que suficiente para un adorable cuerpecito como el
tuyo.
Creo que voy a garabatearte muy pocas cartas, porque tengo que
confesarte que te utilizo como un premio por buen comportamiento…
Es decir, cuando llevo a cabo todas mis obligaciones, mi espléndida y
gran recompensa es el lujo de escribirte, y cuando no cumplo con mis
obligaciones, el niño se va a la cama sin cenar, o lo que es lo mismo, me
pierdo el lujo de escribirte. Pero la otra noche trabajé mucho, forzándome a
hacer mi trabajo, animándome pensando que podría hablar con Livy cuando
estuviera terminado… Al final lo conseguí, pero por desgracia apenas tuve
tiempo de sentarme así que me fui a dormir y me perdí la recompensa para
la que había trabajado tan duramente. Hoy he cumplido mi objetivo, pues
he terminado mi trabajo antes de la cena.
(El retrato en el que sales con Hattie me parece un poco mejor ahora,
aunque me sigas pareciendo algo delgada, y me ronda el miedo de que no
estés tan bien como siempre. ¿Estoy en lo cierto? Perdona esta
preocupación, pero es que eres muy querida para mí, Livy; te quiero más
que a todas las demás cosas de la tierra juntas).
Esta noche, mientras caminaba, oí las voces de diez millones de ranas
croando su melancólico canto fúnebre en el aire tranquilo. Ojalá la
Sra.  Langdon hubiera estado allí para disfrutar del lastimero concierto.
Quiero atrapar dos o tres centenares de ellas y llevarlas a casa, a El mira.
Podemos guardar algunas en la jaula con el ruiseñor y llevar las demás al
invernadero. Esta noche han hecho buena música, sobre todo cuando todo
estaba tranquilo y solitario y un prolongado aullido de perro se alzó a lo
lejos mezclándose con ella. Entonces las sombras parecían volverse más
oscuras, la quietud más solemne, el susurrante follaje más espiritual y el
misterioso murmullo del viento de la noche más cargado de los gemidos de
las almas errantes cubiertas con túnicas que salían de [las fosas] las tumbas.
Las «voces de la noche» siempre son elocuentes.
Supongo que allí está haciendo tiempo de verano ahora. Aquí sí, y es
una verdadera maravilla. Adoro el caluroso clima veraniego. Si tuviera aquí
a mi amada, a Jim y nuestro «cochecito», habríamos dado un magnífico
paseo. Ahora la ciudad está germinando; por lo menos eso hacen la hierba y
las hojas; y de nuevo Hartford se está convirtiendo en la ciudad más
agradable para la vista que América pueda mostrar. El parque y el pequeño
río están muy bonitos… Y ayer, me alegré la vista cuando se puso el sol al
ver cómo arrojaba largos rayos de luz dorada contra las laderas cubiertas de
hierba, entre los arbustos, los majestuosos olmos y los puentes, y cómo
daba brillo a los gráciles capiteles de la iglesia a lo lejos. Pero al fin y al
cabo, sólo fue media fiesta sin Livy… se puede decir que fue un banquete
de un solo cubierto.
¡Oh, mi querida experta en ortografía! Esta vez has escrito «terrible»
bien. Y esto no me gusta… es anti-Livy. La próxima vez escríbelo mal,
pues me gusta todo lo que viene de Livy. Quizás esté haciendo mal en
premiar la mala ortografía, pero no puedo evitarlo si lo siento así. En cierta
forma, me gusta que la tengas… me he acostumbrado a ello, a esperármelo,
y sinceramente, creo que si de repente empezaras a escribir todas las
palabras correctamente, me disgustaría, como si algo muy querido para mí
hubiera desaparecido misteriosamente, como si lo hubiera perdido. No me
estoy burlando de ti, mi vida.
Livy, no debes dejar que el Sr. Beecher te gane más de un juego de
cinco… Debes hacer honor a tu maestro. Le has despedazado en el primer
juego, eso sí que es hacer honor a tu profesor. Esto recuerda a la forma en
que yo te ganaba, mi amor.
Por la quietud que reina en la casa, creo que debo ser la única persona
en pie, aunque sé que no es tarde. Sin embargo, la chica más querida del
mundo entero me ha ordenado estrictamente que me acueste pronto y que
me cuide, y voy a obedecer esas órdenes, aunque preferiría escribirle a irme
a la cama… Pues cuando le escribo, es como si le hablara, y hablar con ella
así es como sostener su pequeña mano, mirarle a los ojos amados, escuchar
su voz que para mí es tan suave como la respuesta a una oración, sujetar su
pie minúsculo, estrechar su delicada figura entre mis brazos, besar sus
labios, sus mejillas, su cabello y sus ojos con amor, y su sagrada frente con
honor, con respeto reverente, con gratitud y bendiciéndola. De las
profundidades de mi alegre corazón brota una gran corriente de amor y de
oraciones dirigidas a ese valioso tesoro que me ha sido confiado para
cuidarlo durante toda mi vida. No puedes ver sus olas intangibles correr
hacia ti, mi amor, pero en estas líneas oirás, por así decirlo, el lejano sonido
del oleaje.
Te dejo con los espíritus ministradores que siempre están contigo.
Buenas noches, con un beso y una bendición, Livy, mi amor.

SAM
HARTFORD, SÁBADO POR LA NOCHE
[15 DE MAYO DE 1869]

Querida Livy, tan sólo déjame darte las buenas noches, nada más. Tal y
como esperaba y tal y como le dije a tu madre en la carta, el Sr. Bliss olvidó
enviar esa carta para ti; me di cuenta de ello una hora después de cenar y
me fui corriendo a la oficina de correos; llovía a cántaros. Cogí un viejo y
feo paraguas del recibidor y salí corriendo. Pero ese paraguas se abrió
demasiado y se dio la vuelta (por el lado equivocado)… Parecía un
embudo… Y Livy, te lo creas o no, no había recorrido ni tres manzanas y
ese paraguas ya había hecho caer en mi nuca más de dieciocho toneladas de
agua de lluvia. Estaba totalmente empapado. Llevaba puestos mis zapatos
ligeros, y empecé a absorber, ya sabes… Absorbí barriles y barriles… y me
fui llenando de agua, más y más, hasta que empezó a brotarme por la boca y
después por la nariz, y luego empecé a llorar, en parte por pena y en parte
por desbordamiento… Porque sabes, pensaba que me iba a ahogar… Y
pensé que había sido tonto por salir sin un chaleco salvavidas, cosa que
Livy siempre me dice que no haga, y ahora, ¿qué va a ser de ella?
En fin, sabes que vivo a medio camino entre la casa de los Hooker y la
oficina de correos, son seis millas exactas, llegué allí en el momento
oportuno para enviar mi carta tres horas y media antes de que cerrara la
oficina de correos y te aseguro que me alegré y me sentí inteligente.
Después compré cuatro nuevos números del Appleton’s Journal, subí a la
ciudad e hice una visita de un minuto a Billy Gross, luego me fui de allí
olvidándome los Appleton, bajé al fotógrafo y le pedí muchas copias del
negativo de la porcelana que te di y cuando me fui olvidé mi paraguas,
luego regresé corriendo a casa de Gross para recuperar mis Appleton, y
crucé al otro lado, emprendí el camino de regreso y cuando ya había
recorrido unas tres millas y media me acordé de mi paraguas, y pensé:
«Está bien, nunca me ha ocurrido nada negativo que luego no haya
resultado ser una bendición disfrazada», así que di media vuelta y volví
sobre mis pasos, mojado pero alegre… El doble de tres millas y media son
unas nueve millas… Recuperé mi paraguas y me puse en marcha cuando un
tipo dijo: «Oh, qué bien, ¿es usted?… tiene mi paraguas… qué extraño
encontrarle aquí». Y la verdad es que era extraño. Inconscientemente nos
habíamos cambiado los paraguas en la oficina de correos por confusión, o
en alguna otra parte, y aquí, tanto tiempo después y tan lejos de allí, me lo
encuentro sin buscarlo, yo con su propio paraguas, a él mirando esas
fotografías con mi viejo embudo en la mano. Pero en cuanto recogí su
pertenencia la reconoció… un espléndido paraguas, con su mágica funda,
su cronómetro marino, lo compró por mil dólares en París… Y lo que él
tenía era incuestionablemente mi paraguas, porque lo que quedaba de su
cuello de papel estaba empapado hasta el final de su espalda y estuvo a
punto de ahogarse antes de percatarse de la pequeña particularidad de mi
pertenencia… Pasó por esta tienda de daguerrotipos y entró en ella justo a
tiempo para salvar su vida. Y él sí que estaba mojado, Livy, créeme. Se
alegró mucho al verme. Y yo me fui feliz, pensando: «Nunca me ha
ocurrido nada negativo que luego no haya resultado ser una bendición
disfrazada… y en este caso se ha cumplido, ha sido una bendición… para
ese otro tipo». Después me fui a casa. Y desde entonces he escrito una
pequeña y bonita historia acerca de un príncipe negro que fue sacado de
África… lo vendieron como esclavo en América, y el público americano lo
descubrió 30 años después y se lo compró a su dueño para enviarlo de
nuevo a casa, a Tombuctú… Es una historia real, el Reverendo Trumbull
me lo ha contado… Su padre ha visto a este pobre diablo con sus propios
ojos y  T. me ha enseñado su majestuoso retrato (original) pintado por
Inman[8]. Si estuvieras aquí podrías leer esta conmovedora historia, cariño,
podrías apreciar toda la poesía marginal, tachar todas las bromas que no
entiendas, y todas las… Bueno, cualquier cosa… Lo podrías tachar todo si
quisieras; porque si a Livy no le gusta, nadie más debería tener la
oportunidad de que le guste. Y ahora ya son las doce de la noche… y ¡todo
está bien!
Miles de bendiciones sobre tu honorable frente y de besos sobre tus
preciosos labios, mi amor.
Buenas noches.

SAM
HARTFORD, LUNES POR LA NOCHE [17 DE MAYO DE 1869]

No puedo resistir la tentación de escribirte un par de líneas aunque antes


de conseguirlo estornude hasta la muerte. Menuda cautivadora estás hecha,
mi pequeña Livy. Ibas a venir. Parece casi mala suerte que no estuviera
enfermo de gravedad, pues así podría haber visto tu querido rostro de
nuevo. Solía pensar en la enfermedad con terror. Siempre tenía visiones de
lóbregos hospitales… soledad… aislado de los amigos y del gran mundo…
viendo pasar los minutos, las horas, las semanas, sin que nada ocurra… los
aborrecidos rostros de las enfermeras a sueldo y de los implacables
médicos… y después una muerte sin duelo, un entierro de perro, y…
¡diseccionado por los médicos! Pero contigo en mi cabecera, ¡creo que la
enfermedad sería un lujo! Livy, eres un encanto noble y fiel. Y te quiero.
La edición se está llevando a cabo y las páginas limpias y brillantes
están muy logradas. Hoy te he enviado una copia de las únicas pruebas de
imprenta que he conseguido aparte de las que leí la primera vez que llegué
aquí (sin contar algunas páginas).
No, no he visto al Sr. Beecher. Ayer, conforme iba por la calle, me
saludó John Day desde las escaleras de Allyn House, y yo le devolví el
saludo, aunque al principio no recordaba quién era. No me apetecía cruzar,
y a él tampoco, así que ninguno de los dos cruzó, ninguno de los dos para
nada. Por alguna razón esta frase no suena bien, pero supongo que la podrás
descifrar. Los resfriados siempre me vuelven estúpido y me hacen cometer
errores.
«La pequeña molestia que tienes en la garganta no es nada serio». ¡Oh,
Livy! No estás haciendo absolutamente nada por tu garganta. Dime, ¿por
qué me angustias así? Esta temida enfermedad. Livy, remédialo antes de
que esté totalmente curado, hazlo por mí.
Una irritación de garganta sin importancia no dura dos semanas. Es el
principio de esa enfermedad que dura toda la vida. Culpo a la Sra. Corey de
eso y nunca se lo perdonaré, si los síntomas duran cuatro días. Se puede
curar en ese lapso de tiempo, con cuidados y atención, si no se trata de esa
terrible enfermedad crónica. Hasta ahora he rezado noche y día como un
hipócrita y un embustero, porque he pensado en ese viaje todos los días y
siempre con un acceso de ira contra esa mujer. Ojalá hubiera estado en
Jericó antes de que se le ocurriera sacarte a rastras a ese deprimente valle y
te dejara mirando al vacío y congelándote hasta la muerte durante una hora
y cuarto mientras ella brincaba por los bosques, sin preocuparse lo más
mínimo de cómo estabas pasando ese rato aburrido. Estoy enfadado, Livy
(pero no contigo, mi vida). Eres totalmente buena, fiel, generosa,
comprensiva y nada egoísta… Todas las cosas que son gloriosas para la
femineidad se encuentran y se mezclan a la perfección en el inigualable
mosaico de tu personalidad… Y un solo día de salud tuyo vale más que la
salvación eterna de… me estoy yendo por las ramas. Livy, tu inofensiva
irritación de garganta no es nada para ti, y puedes permitirte no darle
importancia, pero para mí es sufrimiento y muerte… ¿No vas a hacer un
sacrificio por mí y ponerle remedio noche y día, religiosamente y sin falta,
hasta que esté completamente curado y así pueda volver a respirar y estar
tranquilo? Livy, si supieras cómo me aguijonea, cómo me tortura este
fantasma, no serías tan desconsiderada al no darle importancia. Pero… ¿le
he hecho daño? Dios quiera que jamás te haga daño, ya sea con una palabra
o con un acto, mi hermosa Livy, mi orgullo, mi amor. Pero estoy
angustiado, nunca jamás volveré a dejarte sola cuando no estés bien. Mi
conciencia me ha reprochado cruelmente que te dejara así. Pero dijiste que
no era nada… Y lo pensabas, de lo contrario no lo habrías dicho; y te creí,
porque creería más una simple palabra tuya que todos los juramentos del
mundo. Pero mi mente estaba llena de presentimientos.
Más tarde por la noche. Si logro mantener el tema que me atormenta
fuera de mi mente, permaneceré de buen humor, como estoy ahora.
Theodore llevaba razón en esta discusión, y me alegro de que ganara. No
podemos tener a la Sra.  Sue corriendo de un lado para otro por la ciudad
representando a Florence Nightingale en un hospital de alfombras gastadas.
(Excepto si lo ha pedido la Sra. Corey).
El Sr. Beecher se pierde la mayor felicidad de la vida disfrutando de los
placeres en solitario. ¿Qué vale una magnífica puesta de sol cuando no
tienes a nadie que la vea contigo, ningún oído comprensivo que escuche tu
asombro? Y ¿qué es la alegría sin compañía (excepto la del avaro)? Y por
último lo más grave del asunto: que la Sra. Beecher comparte sus penas y
eso le da el derecho a compartir sus alegrías. Pero parece que cuando los
dos están hartos de soportar todas las cargas del día, él ya no le hace caso.
Quizás ella se siente, cansada y desanimada, mientras él olvida el penoso
trabajo con el feliz alivio del placer. Es egoísta… Aunque, teniendo las
magníficas dotes que tiene, debemos pensar con generosidad que no se da
cuenta. Sólo diré, mi amor, que su corazón y su mente no habrían estado tan
apagados en estos temas de haber seguido con su primera esposa. Creo que
siente un amor muy fraternal hacia su esposa actual… Y me estás dando
muchas pruebas que demuestran que no siente nada más. Por lo tanto, con
un amor como ése, no esperemos de él las nobles cosas que nacen
únicamente de una pasión mucho más fuerte y sublime. El no tener secretos
es el instinto innato de nuestro amor… Así que no merece la pena que nos
preocupemos, nunca tendremos que convencernos a nosotros mismos de
hacer algo que es natural en nosotros. Nunca sabremos lo que es tener
secretos. Pero el instinto fraternal tiene que ocultar más cosas de las que
revela; nada más que la fría y deprimente facultad de razonamiento puede
hacer que el Sr. Beecher cambie, y entonces tendrá el cadáver de un amor
conyugal; pero sin pulso en sus sienes, sin luz en sus ojos, sin ternura en su
corazón.
Pillina, ¡has pasado por alto el nombre de Noyes porque no sabías
cómo se escribía! No te preocupes, Livy, ya sabes que tu ortografía está
totalmente a salvo ante mis «ilusos» ojos, porque adoro todo lo que haces,
ya sea bueno, malo o regular. Que la Sra. Sue deje de preocuparse por sus
memorias. Yo las escribiré… (Casi digo con mucho gusto, pero parece un
cumplido bastante dudoso, así que detengo mi pluma). Yo las escribiré, y lo
haré con tanta elegancia y tanta felicidad que el fantasma del difunto
William Lord Noyes rasgará sus vestiduras transparentes con envidia y
desilusión. En ellas pondré las mayores alabanzas en boca de cada uno de
los miembros de la familia, de todos los almirantes, de todos los generales
de brigada, incluso del Presidente, del Emperador de los franceses y de la
Reina Victoria; para vosotras dos; las dos en el mismo volumen; y escribiré
esas alabanzas yo mismo, cada una de ellas, así sabré que son exactamente
como deben ser. Y en ellas pondré algo de poesía… alguno de esos
magníficos interrogantes de Los Pensamientos Nocturnos de Edward
Young, cuyo significado sólo Livy es capaz de descifrar; y algún oscuro y
sangriento misterio de La viuda Browning… y también alguna poesía de mi
propia cosecha, y creo que entre los tres podremos atrapar al gentil lector. Y
pondré en ellas muchas de las inteligentes observaciones que las dos hacíais
cuando todavía os estaban saliendo los dientes (después del dibujo de «La
carga de heno»). Y escribiré esas observaciones yo mismo para asegurarme
de que no son insípidas como lo eran las del difunto William  L. (que
considero en conjunto «demasiado inconsistentes»). Y pondré discursos en
vuestras bocas ya más adultas que asombrarán a todas las naciones;
profundas observaciones sobre agricultura, comercio, diplomacia, guerra,
química, mantas de punto para bebés a 15 dólares por día, geología,
teología, navajas de afeitar, pintura, escultura, negros, poesía, política…
Todo lo que adora la erudición y lo que celebra la intelectualidad. La
portada será un retrato de vosotras dos y de Jim, con vuestros autógrafos
debajo, que escribiré yo mismo para que la gente los pueda leer.
También pondré retratos de las chicas de Spaulding (junto con sus
pesares) y retratos del Sr. y la Sra. Langdon, Hattie y el ruiseñor en grupo, y
un retrato del difunto Jep ocupado con su afición preferida (la jardinería
ornamental); y hacia el final, un bonito retrato de tu abuela junto con la
carta en la que anunció su exasperación por las noticias escuchadas. Y en la
contraportada del libro terminaré con el retrato de un desconsolado y
lacrimoso amigo de Theodore con una cesta, yendo a por madroños, y «a
pata», como dice Charley.
Ahí lo tienes. No soy un recopilador de los disparates de William Lord
Noyes. Cuando pongo en pie unas memorias, hago que el fallecido también
lo haga; o por lo menos que se mueva. ¿Cuántas copias quieres que expida,
jovencita?
Pero amor mío, mi esperanza actual es que cuando llegue el momento
de escribir tus «memorias», yo ya me haya convertido en polvo y cenizas
para así librarme de esta responsabilidad que he asumido de forma tan
bromista.
«Con amor, tu Livy»… No hay palabras más preciadas para mí que
iluminen el papel haciendo que parezca una esplendorosa visión. ¡Las
palabras parecen acercarse a mí!… ¡y rodearme con sus brazos, y posar una
adorada cabeza sobre mi hombro y llenar mi corazón con los cantos de los
ángeles! Eres mi Livy, y no puedo expresar lo agradecido que estoy porque
así sea; le rezo a Dios para que puedas seguir siendo mi Livy siempre.
He reservado las habitaciones para vosotros; y en todo momento he
sentido que estaba haciendo algo que, en cierta manera, me impediría verte.
Así que no me alegré de hacerlo. Pero debo verte. Sólo hay un par de
habitaciones en el segundo piso (ya sabes que todas las provisiones están en
el primero) y están ocupadas de forma permanente por algunas familias.
Pero van a hacer salir a una familia, y si eso no es posible, os dejarán su
mejor habitación en el tercero.
Apenas he llegado a la mitad de mi carta, mi amor, pero creo que
debería despedirme por esta noche y resoplar y estornudar un rato.
Dales mi cariño a todos los dioses y a todas las diosas de la familia.
Buenas noches, mi vida. Bendiciones, y besos, y dulces sueños.

SAML

¡Te quiero, Livy! Tengo un horrible catarro. Hoy me fui a la cama con
pura desesperación. Temí quedarme ahí, pero, sin embargo… tuve que
levantarme y atender mis asuntos como fuera. No me voy a cuidar este
catarro ni lo más mínimo hasta que tu garganta esté bien. ¡Para que veas!
Esta noche me quitaré la ropa interior y mañana no llevaré calcetines. No
me pondré bien hasta que tú lo hagas. Y ahora ¿qué?… Te quiero, Livy.
MIÉRCOLES POR LA TARDE [19 DE MAYO DE 1869]

Querida Livy, creo que es miércoles, y aun así tengo la sensación de que
fuera jueves… Aunque permanecer en la cama estos dos últimos días es
algo a lo que no puedo acostumbrarme; y además solo, y la lluvia no ha
cesado sus monótonos cantos fúnebres, ni de día ni de noche… El tiempo
avanza tan tan tan lentamente, que cuando el rezagado sol se pone al fin, es
como si no pudiera recordar cuándo salió, es como si hubiera pasado un
siglo. Así que intento pensar que sólo es miércoles, aunque probablemente
haya transcurrido un mes en estas largas y aburridas horas. Estoy cansado
de agobiarme y de agobiar. Mañana dejaré esta cama, ya sea enfermo o
recuperado. No estoy lo suficientemente enfermo como para considerarlo
imprudente, de lo contrario no lo tendría tan claro.
Si estoy escribiendo una carta absurda y deprimente, recuerda que es
sólo para ti y no me delates… No reveles su contenido. De lo contrario, me
negaré a mí mismo el consuelo de escribir mientras esté tan decaído.
Esperaba estar en Elmira hoy (¿o era mañana?) pero lo primero que dijiste
acerca de mi intención de regresar fue un poco desalentador, así que no
supe qué decir y no dije nada, como puede verse por los acontecimientos
subsiguientes. En fin, en cierto modo no puedo aclarar mis pensamientos…
estoy confuso y torpe… sólo sé que en tu última carta hay un indicio de que
no te veré antes de irme a California; y yo no contaba para nada con eso. Y
es que no puedo irme sin verte, Livy. Sólo soy de carne y hueso, no puedo
hacer cosas imposibles. Mi querida Livy, no seas convencional conmigo; yo
no lo soy contigo. Eres cautelosa. No lo seas. Dime todo lo que esté en tu
mente, con libertad, y ten por seguro, por encima de todas las cosas, que
tengo que verte antes de irme. Livy, no estoy curioseando en tus secretos…
Sé que no me acusarías de ello… Pero pareció poco usual en ti darme a
entender que vaya a verte sin haberme dicho ni una sola vez «¡Ven!». Así
que yo… He pensado en ello, me he puesto en tu lugar y me he preguntado
si usaría un lenguaje más directo… ¡Claro que lo haría! Por eso estoy casi
seguro de que Livy me está escondiendo algo; y eso está muy mal, mi
querida Livy, muy mal. La primera vez que me fui, pensé que las mismas
razones que eran justas y apropiadas para que me fuera seguirían siendo
válidas durante una ausencia de dos semanas; pero aun así, con mi egoísta
indiferencia hacia la conveniencia y mis ganas de verte, habría regresado al
cabo de las dos semanas, ¡pero es que había una [reserva] ausencia tan
abrumadora de cordialidad en tus posteriores referencias a ello! Livy,
perdóname si te he hecho daño… Tú me has hecho un daño horrible. Y
tenemos que dar y recibir, mi amor. Sólo quiero que lo principal sea recibir.
Pero, que Dios te bendiga, mi amor, sabía que tenías motivos, y acepté mi
destino con bastante buen humor por la plena confianza y fe que tengo y
que siempre tendré en ti. Pero pensé: «Podría decírmelo… porque estoy
convencido de que soportaría bien las decisiones de Livy si tan sólo
confiara en mí». Pero no me sobrepongo de esto último tan fácilmente. Esto
de que me vaya a California sin verte va mucho más allá de mis
posibilidades. Las supera totalmente. He respetado tu otro deseo
implícito… y tampoco ha sido un sacrificio pequeño, pero esta vez, Livy…
¿qué debo hacer? Estaba seguro de que me recompensarías por mi fortaleza,
y sé que lo merezco; pero en vez de recompensarme, ¡prácticamente me
amenazas con un mayor castigo! «Sé buena, mi niña»; elimina este
[negativo] problema; dime que podré verte, y dime cuándo, porque si veo
California antes de verte a ti, no sería antes de mil años. Y ahora, ¿qué?
Mi querida Livy, no me regañes. Soy débil, salvaje y tonto, por turnos, y
me exaspero como un prisionero; al fin es de noche, y aquí está el eterno
miserere de la lluvia. Mañana seguramente me levantaré y bajaré a la
ciudad, porque tengo que hablar con alguien; estoy lleno de conversaciones;
nunca he querido oír hablar a Bliss hasta hoy, porque cuando empieza es
peor que un molino de palabras. Pero hace un rato me trajo el té (té: ese
brebaje de cuchara para niños), y pensé que podría estar escuchándole
siempre. Y ahora que se ha ido, la pena le ha atrapado y sólo me ha dejado
la melancólica música de la lluvia. Te vas a reír de mí, Livy, pero no estoy
acostumbrado a estar encerrado y esto hace que me sienta como un bebé. Si
la memoria no me falla, he estado postrado en cama sólo [una] dos veces
antes en 23 años: cólera en St. Louis hace 16 años, y 20 horas en Damasco
hace dos años. Pero mañana saldré de ésta; estoy casi seguro… estoy
seguro. Si fuera por mí no estaría aquí ahora, pero cada vez que me he
arriesgado a salir he empeorado mi catarro terriblemente. En fin… Nunca
he tenido un catarro como éste antes, y en confianza, entre tú y yo, no
quiero volver a tener ninguno así. No he hecho nada para remediarlo,
porque Bliss no vale nada como enfermero y su mujer está fuera, de visita.
Cuando regrese a casa, dentro de un par de días, yo… ya estaré bien.
Livy, en uno de los primeros estallidos de mi mal humor he ultrajado a
la Sra. Corey en una carta que te mandé, y ahora te pido perdón por ello… y
lo pido muy en serio. Debería haber sido más prudente con tus sentimientos
antes de decirte cosas tan duras acerca de tus amigos, pues es un hermoso
rasgo de tu personalidad el que les quieras tanto y que les defiendas con
tanta lealtad; y me parece extraño, estando tan orgulloso de eso, que sea
capaz de herirte precisamente por ese rasgo. Soy un bruto. Livy, siento
mucho mucho, haberte mostrado esta falta de respeto y de deferencia.
Desde entonces ha estado muy presente en mi mente. Es una lástima que no
pueda pensar cosas duras de la gente sin decírtelas, ofendiendo un corazón
que más bien debería llenar con felicidad. Livy, mi amor, perdóname.
Como ves, no estoy intentando contestar a tus cartas (las tres de ayer y
la de hoy, te lo agradezco con todo mi corazón, Livy); no tengo la capacidad
de escribir. Sé que serás paciente hasta que ya no sea necesaria esta
exasperación de intentar garabatear sobre un libro en la cama… Sé que lo
harás.
Pero entonces… todo está mal. Y desde este preciso instante no volveré
a irritarme, ni una sola vez. Aceptaré la situación, y siguiendo el sermón
que me enviaste, diré: «Sea hecha la voluntad de Dios». Es fácil decirlo
acerca de algo tan insignificante, pero ¿podría decir lo mismo acerca de
cosas de la vida real? Eso espero. No lo sé. No se puede opinar antes de
intentarlo.
Buenas noches, Livy. Me alegra haberte pedido que guardes este
absurdo y largo escrito para ti, mi amor. Escribirlo ha sido para mí mejor
que la medicina; y la razón por la que no rompo la carta es que creo que nos
conocemos lo suficiente como para no malinterpretarnos, y nos queremos lo
suficiente como para soportar la debilidad y la insensatez, e incluso la
maldad (por mi parte). (No podría referirme a ti con estos rudos términos,
pues no me parecería natural; y entonces mi frase no tendría sentido). (Pero
te quiero lo suficiente como para soportar esas cosas en ti, si las viera).
Y envío esta carta, que rompería si fuera para cualquier otra persona, sin
dudarlo ni un segundo. No te vas a burlar ni te vas a enfadar por ninguna de
las cosas que mi desordenada cabeza ha formulado en sus medio
coherencias. Gracias por el libro, por el sermón y por los apuntes de la
Biblia.
Buenas noches. Dios y sus ángeles buenos cuidan de ti, mi amor.

SAM
POR LA MAÑANA

Estoy levantado, y voy a bajar a la ciudad [antes de volver a la cama…


me quedaré levantado] Mi catarro ha empeorado. No te preocupes, quizás
se me pase hoy.

SAM
HARTFORD, 21 DE JUNIO [DE 1869]

Según el calendario, mi amor, hoy es el día más largo del año; y como te
has ido de mi lado, sabría que es el día más largo sin tener que mirar el
calendario. Porque te echo mucho de menos. El «viejo» Bliss dice que eres
la muchacha más hermosa que ha visto en los últimos dos años (cree que
podría arriesgarse a decir más tiempo, pero no puede recordar más allá de
ese lapso). El joven Bliss dice que siempre le pasa lo mismo, cuando
encuentra una chica que le gusta, ya la ha conseguido otro. Él cree que no
puede haber otra como tú; y yo lo sé. Eres la Novena Estatua, el Jim del
Océano[9], eres la muchacha más hermosa y más adorable del mundo
entero.
Creo que no conseguiré nada quedándome aquí, así que estaré en Nueva
York mañana por la noche. Warner dice que le gustaría asociarse conmigo,
pero duda que sea posible; me escribirá si consigue algo. Bromley, del Post,
dice que los cinco propietarios del periódico están tan satisfechos con los
progresos que está haciendo, que serían reacios a vender. Quiere volver a
hablar conmigo mañana por la mañana. Sin embargo, no estoy nervioso,
porque el Post no es una propiedad tan apetecible a mis ojos como a los
suyos.

P. D. De todos modos creo que saldré corriendo a cumplir con la cita.


Adiós… apresuradamente, cariño mío.
SAM
[BUFFALO EXPRESS] DESPACHO
7H 30 DE LA MAÑANA, JUEVES [19 DE AGOSTO DE 1869]

Mi niña, creo que al final tendré que obedecerte… No veo ninguna


forma fácil de hacerlo sin tener tus dedos entre mi pelo. Así que ahora
mismo disminuiré drásticamente todo lo que me une a este periódico
matutino. Por supuesto, no se tardan diez o doce horas en escribir estas
veinte o treinta páginas del manuscrito, cariño, pero se tarda bastante en
leer por encima este montón de intercambios, porque de vez en cuando uno
se interesa y se para a leer un poco a ver si merece la pena copiar el
artículo. También están las numerosas interrupciones de los visitantes… Y
hay que hacer las correcciones, y muchas pequeñas cosas que ocupan
tiempo… Pero es algo sencillo, ameno, muy agradable, y nunca nada me ha
gustado tanto. Estoy muy agradecido al Sr.  Langdon quien, con su
serenidad, pensó en Buffalo cuando nosotros, con nuestras mentes
pasionales, no podíamos pensar en otro sitio que no fuera Cleveland. (Antes
de que se me olvide, dile que recibí su transferencia ayer, aunque por
supuesto nunca la habría necesitado, pues creo que Ella no se atrevería a
escribir y publicar artículos acerca del nombre de él, y de lo que estoy
seguro es que yo no lo haría). Como puedes ver, a pesar de lo mucho que
trabajo, muy pocas cosas pueden apreciarse a simple vista y el trabajo,
visible o invisible, no es tan arduo como para pasarlo mal. Simplemente
estoy [funcionando] trabajando hasta tarde estos primeros días hasta que los
reporteros se acostumbren y se adapten a hacer las cosas a mi manera…
Después, bastará con una pequeña supervisión para que mantengan el estilo.
Sólo quiero educarles para que modifiquen los adjetivos, reduzcan las
reflexiones filosóficas y omitan la jerga. He tenido consultas con el
supervisor de la sala de prensa durante dos días para mostrarle cómo quiero
que se haga la composición tipográfica; y esta mañana ha conseguido que
mi plan esté en pleno funcionamiento y parece que el periódico está
mejorando mucho. He acabado con todos los deslumbrantes y atronadores
títulos sobre las noticias telegráficas y he hecho que este departamento
parezca tranquilo y respetable. A partir de ahora, una vez cada dos meses,
cuando no pase nada relevante, un espléndido despliegue de títulos atraerá
inmediatamente la atención; porque cuando se usan todos los días, pierden
rápidamente toda su fuerza. No nos sorprende oír a un borracho alborotador
profiriendo improperios, porque lo hace muy a menudo… Pero cuando
oímos a un clérigo formal diciendo un exabrupto, sabemos que eso quiere
decir algo.
Mi vida, olvidé por completo escribir con pluma, perdóname esta vez y
en el futuro seré más prudente. De verdad, Livy.
Dile a Charlie que le agradezco mucho su cordial invitación familiar, de
principio a fin, pero hasta mañana no sabré si puedo ir.
Tu cabecita siempre tiene razón, cariño. Me cuesta muchísimo dejar de
pensar en el periódico los domingos; pero intentaré hacerlo mejor, mi amor.
Sigo sin saber si te ha llegado el periódico, pero sé que ya lo han
mandado. También di instrucciones de mandar el Weekly a Hattie Lewis.
Adiós, mi querida Livy, a quien quiero con todo mi corazón y cuyo
espíritu nunca está ausente en mis pensamientos, sino que es el querido
compañero de mis mañanas, mediodías y noches. Paz y bendiciones y
besos, mi amor.

SAM
Para Olivia Langdon

BUFFALO, 21 DE AGOSTO DE 1869, POR LA TARDE

Cariño, ahora son las nueve y eres consciente de que esta noche no hay
besos para nosotros. Siento mucho no haber ido a verte, pero es que no he
conseguido hacer todo el trabajo que dejé pendiente, porque acostarme tan
tarde ayer me ha dejado todo el día atontado. Es la última vez que me
acuesto más tarde de las doce. Y esta noche pienso recuperar el sueño. Esta
noche estaré en la cama, gatita, antes de que tu pequeña y delicada figura
esté envuelta entre tus sábanas. Bendito sea tu amado corazón, ojalá pudiera
verte. Mucho me temo que ésta va a ser una semana muy larga, sin un
atisbo de mi amada. Pero después (si Dios quiere) el viernes que viene te
abrazaré y me quedaré contigo hasta el lunes por la mañana. Tendría que
estar en mi puesto todos los días a las ocho de la mañana, y fresco… así que
tendría que regresar el sábado por la noche; y ésa es en parte la razón por la
cual aplacé mi visita esta semana. Pero Larned[10] me ha dicho que no me
preocupara, que siempre que quiera ir a Elmira, él hará el trabajo por los
dos desde las tres de la tarde del viernes hasta el mediodía del lunes; lo que
equivale a sacar dos ediciones del periódico él solo. No es mal tipo.
McWilliams y yo bajamos al lago después de cenar y remamos un poco.
Necesitaba hacer ejercicio.
Su esposa separó mi ropa sucia, hizo una lista, la entregó a la lavandera
en mi ausencia, me la trajo de vuelta y pagó la cuenta… Y Mac me ha dicho
que ella me remendaría encantada cualquier cosa que necesite. Es una joven
magnífica y la aprecio mucho. Sin embargo, gracias a los atareados dedos
de mi amada, no necesito remendar nada ahora mismo.
Entre los libros que nos enviaron para reseñar había uno llamado
Wedlock[11]; lo cogí y lo leí, con la intención de anotarlo para dártelo, pero
no era más que un montón de viejos y raídos tópicos y de consejos
sensibleros mezclados sin ton ni son, así que me deshice de él y le dije a
Larned que plasmara esta opinión en su reseña (él estaba haciendo la crítica
literaria).
Hoy he escrito a Redpath pidiéndole que me dispense por completo de
dar conferencias en Nueva Inglaterra esta temporada, porque preferiría
garabatear una líneas, ahora que siento un auténtico interés por ello; estoy
cansado de ir de acá para allá y quiero quedarme quieto y descansar.
Ese ladrón que escribió acerca del soplón muerto y que me envió esa
música tan detestable me ha descubierto, y está publicando extravagantes
elogios sobre mí y me está enviando los periódicos, sólo marcados, como
de costumbre. Debería ofrecer una recompensa por su cabellera. Es una de
las personas más pesadas y exasperantes que jamás haya tenido que
aguantar.
Larned y yo nos sentamos cada uno a un lado de la mesa y es
extremadamente práctico, porque, no sé si recordarás, a veces escribes hasta
alcanzar el centro de un tema y luego te quedas totalmente bloqueado; sabes
lo que quieres decir pero por más que lo intentas no eres capaz de hacerlo;
tus ideas y tus palabras se vuelven espesas y lentas y te rindes. Así que a
veces, después de mordernos las uñas y de mesarnos los cabellos un rato,
alargamos la mano y nos intercambiamos los manuscritos; entonces
escribimos todo lo que se nos ocurre sin problema, él termina mi artículo y
yo el suyo. Algunos de nuestros artículos «por piezas» de este tipo han
quedado mucho mejor gracias al nuevo aire que adquieren gracias al
mestizaje.
Querida mía, cariño, dentro de unos minutos, después de una lectura del
Testamento y de haber rezado por los dos, como siempre, estaré en la cama.
Y soñaré, antes y después de acostarme, con la pequeña flor que ha brotado
en el desierto junto al que me encuentro y que ha desprendido su fragancia
sobre mi vida, haciendo sus caminos atractivos con su belleza y
convirtiendo su desaliento en satisfacción con su dulce espíritu. Y te
bendeciré, mi amor, con toda la plenitud de un corazón que conoce tu valor
más que nadie, incluso más que los que siempre han estado contigo; y desde
las profundidades de una gratitud que te debe que haya luz donde antes
había oscuridad, que haya paz donde antes reinaba la turbulencia, y que esté
la belleza y la majestuosidad del amor donde antes un alma sin amor se
sentaba sobre sus despojos y alargaba su ignorada mano pidiendo caridad.
Te comprendo y te aprecio más que ninguna otra persona, porque ésta es la
prerrogativa para alcanzar el amor, y por lo tanto te puedo amar, te amo y te
amaré siempre mejor que ninguna otra persona, mi Livy.
Buenas noches, mi amor; que un sueño tranquilo te refresque y que los
ángeles guardianes cuiden de ti.

SAM
BUFFALO, VIERNES POR LA TARDE
[3 DE SEPTIEMBRE] DE 1869

Oh no, mi amor, estás cometiendo un grave error: me encanta llevar un


ramillete en el ojal, para andar por casa, sobre todo si lo has hecho para mí.
[Me gustan mucho] Creo que nunca he llevado uno hasta que me enseñaste
a apreciarlos, pero ahora, siguiendo tus instrucciones, he aprendido a
quererlos tanto como para hacérmelos yo mismo cuando tengo oportunidad
y para que no tengas que hacerlo por mí. Hace dos semanas, durante la cena
de prensa en la casa del Sr. Jewell coloqué un par de hermosos y delicados
pensamientos en mi ojal; primero alguien lo admiró y siguió el ejemplo, y
luego otro, hasta que un poco más tarde todos los presentes llevaban flores
en sus ojales, y las llevamos toda la tarde. Viendo cómo se había extendido
nuestro gesto, el Sr. J. puso a su jardinero a trabajar discretamente y por la
noche, cuando estuvimos listos para irnos, nos regaló a cada uno de
nosotros un elaborado ramo. No, cariño, tengo una aversión tan insuperable
a mostrarme o exhibirme en traje de caballero, o cualquier otra cursilada,
que todavía no soy capaz de llevar flores en la calle, pero lo que quería que
entendieras es que voy a romper con todos mis prejuicios y voy a aprender
a hacerlo por ti, mi amor. Tan sólo eso. Livy, en toda mi vida nunca he visto
a un americano por la calle con flores en el ojal, a menos que resultara ser
un tipo con un tornillo flojo en la cabeza. Ahora ya sabes, cariño, que ese
hecho se ha convertido en un prejuicio para los hombres, poco a poco.
Siempre me recuerda a San Francisco, y a Geo. Ensign y al Emperador
Norton, quienes casi han monopolizado el llevar ramilletes en esa ciudad. Si
mi memoria no me falla, hice todo lo posible por describir el retrato de
Ensign en mi libro; quizás como el «Mesié Gorrdong», pero no estoy
seguro. De todas formas, termina diciendo que hizo lo que pudo para
inspirar la idea de que se parecía a Napoleón «y que con una cantidad de
gratitud totalmente desproporcionada al favor que le han hecho, da las
gracias a su Creador por ser como es, y sigue disfrutando de su pequeña
vida exactamente como si realmente hubiera sido elegido y erigido
deliberadamente por el grandioso Arquitecto del Universo[12]». Esto en lo
que se refiere a Geo. Ensign y cuando lo pronuncié en Venice en San
Francisco hubo un revuelo entre el público, porque reconocieron el
retrato… Y el pobre George estaba allí, aunque yo no lo sabía… sólo pensé
que sería posible que así fuera. Nunca comparece, ya sea en la sala o fuera
de ella, sin flores en su ojal, y por eso la gente las evita, en gran medida.
Así que cariño, no hay duda de que hay hombres buenos e importantes que
llevan esas flores en público, como George, pero la gran mayoría son unos
cursis insufribles. Y no hay duda que hay hombres buenos e importantes
que ponen una inicial para su nombre y que luego escriben su apellido
entero, pero la gran mayoría de hombres que hacen eso van a mentir, a
estafar y a robar, simplemente por instinto natural. Querida Livy, estoy
escribiendo todo esto porque es importante… A mis ojos, el hecho de que tú
hagas cualquier cosa por mí y que yo lo reciba tranquilamente, puede que
hasta encogiéndome de hombros, no es cuestión baladí, ya que mi impulso
natural debería ser recibirlo con gran placer y gratitud, como otra señal de
tu amor hacia mí. No me mostraría poco entusiasta con algo así, a menos
que tuviera una profunda y convincente explicación para ello. Y he
recordado muchas veces con remordimiento cómo estaba arrinconado en la
mesa de la biblioteca el ramillete de nardos que tus adorables dedos
fabricaron para mí, sencillamente porque tengo un ridículo prejuicio contra
el hecho de llevarlos por la calle… Me he enfadado conmigo mismo y he
deseado poder tener una oportunidad una vez más. Mi amor, me encantan
los ramos de flores en la mesa, y me enorgullezco cuando llego a casa e
imagino que las han puesto ahí para mí, aunque nunca me atrevería a decir
nada ni a demostrar que me he fijado en ellas, por temor a descubrir muy a
mi pesar que mi vanidad me ha llevado por mal camino y me ha atribuido
un honor que no estaba dirigido a mí. Y, sinceramente, en casa me gusta
mucho llevar ramilletes en el ojal… más que en la calle, a estas alturas
supongo que me crees. Querida Livy, me harás daño si dejas de decorar mis
ojales de ahora en adelante; y si me dices eso, me castigaré y saldré a la
calle llevando un girasol.
Estoy tan desilusionado… Redpath dice que no me puede librar de
Boston ni de dos o tres sitios más… Así que me he rendido y le he escrito
diciéndole que disponga de mí y me lleve a liceos de todas partes, durante
la mitad del invierno, o durante el invierno entero… Que haga conmigo lo
que quiera mientras dure la temporada de conferencias. No hay otro modo
mejor de hacerlo. No vale la pena molestarse en familiarizarse con una
conferencia y luego darla sólo media docena de veces. He considerado el
asunto debidamente y he llegado a la conclusión de que debería conseguir
dinero con el que comenzar nuestra vida de casados, y si intentara sacarlo
de la oficina, probablemente no llegaría a pagar la primera letra cuyo plazo
vence en agosto del año que viene. Y lo que me preocupa es que el
periódico sufra mi ausencia justo en el momento en el que mejor debería ir,
y pierda el empujón que le acabamos de dar, en cuyo caso tendríamos que
hacer el largo y duro esfuerzo de darle un nuevo impulso una vez más.
Estoy seguro de que mientras no esté aquí, el periódico perderá todo el
dinero que yo gane dando conferencias… Pero ya ves cuál es mi situación.
Una vez que empiece a dar conferencias, me daría igual permitir que me
zarandearan de ciudad en ciudad mientras dura la temporada de
conferencias, porque de todas formas es lo que pasará.
¡Pero nuestra boda! Ahí es donde reside el mayor problema, cariño mío.
A ti te conviene aplazarlo hasta la primavera, pero a mí no. [Es más, me
opongo] Sin embargo, no creo que tenga ninguna conferencia después del
primero de febrero, así que, al fin y al cabo, no me retrasaré más de un mes.
Dentro de poco Redpath me lo confirmará. Querida Livy, ¿he actuado sabia
o alocadamente? Hay dos cosas que me exigen que la temporada acabe lo
antes posible: mi deseo de traerte a casa como mi mujer, y mi interés hacia
el periódico. Las dos me parecen urgentes. Livy, mi amor, dime todo lo que
opinas.
Esta noche otro de esos ladrones antimonopolio ha enviado un largo
anuncio gratuito acerca del carbón «para el pueblo» a 5, 50$ la tonelada; y
lo he dejado debajo de la mesa. La insolencia de esa gente lo supera
absolutamente todo. ¿Acaso se creen que imprimimos un periódico por
diversión? Ese hombre, Denther, nos envió algo parecido el otro día, y lo
aparté. Los otros periódicos los publican para nada. Anteayer salió un
pequeño y furtivo comunicado en uno de los otros periódicos preguntando
por qué el Express se había vuelto tan dócil y tan manso respecto al
importante tema del monopolio del carbón. Como el Sr. Denther no frene,
un día de estos voy a soltarle un disparo que le despegará el pelo de la
cabeza y le aflojará alguno de sus dientes. Adiós, mi amorcito. Acabo de
perder la calma.

SAM
BUFFALO, 8 DE SEPTIEMBRE DE 1869

Livy, mi vida, estoy tan feliz como un rey, ahora que todo está decidido
y que puedo contar exactamente cuántos días faltan para casarnos. Estoy
lleno de gratitud, y el mundo por venir parece brillante y feliz. El  4 de
febrero, un año después de nuestro compromiso, saldremos juntos al amplio
mundo para caminar por sus tortuosos senderos hasta que el viaje de la vida
se acabe y la grandiosa paz de la eternidad caiga sobre nosotros como una
bendición. Livy, nunca nos separaremos en la Tierra; recemos por que
tampoco lo hagamos en el Cielo. Este  4 de febrero va a ser el día más
importante de nuestras vidas, el más sagrado y el más generoso para
nosotros dos, pues convertirá dos vidas fraccionadas en un todo; dará a dos
vidas sin objetivos una tarea, y doblará la fuerza de cada una de ellas [para]
de forma que la cumplan; dará a dos naturalezas interrogantes una razón
para vivir, y algo por lo que vivir; aportará una nueva alegría a la luz del
sol, un nuevo aroma a las flores, una nueva belleza a la tierra, un nuevo
misterio a la vida; y Livy, aportará una nueva revelación al amor, una nueva
profundidad al sufrimiento, un nuevo impulso a la adoración. Ese día,
perderemos de vista nuestras escalas y nos asomaremos a un mundo nuevo.
¡Que llegue ya!
He escrito a Redpath diciéndole que mi gira de conferencias debe llegar
a su final definitivo una semana o diez días antes de finales de enero, y
cuando reciba noticias suyas, si no ha contraído ningún compromiso
después del 15 de enero, no le dejaré que lo haga. Si pudiera conseguirlo,
debería tener el mes entero. El  29 de diciembre tengo un compromiso en
Newark, Nueva Jersey.
Mi amor, el tiempo va a pasar terriblemente lento de aquí al 4 de
febrero, pero me alegro de que hayamos elegido ese día, porque siempre
será agradable celebrar nuestros aniversarios de compromiso y de boda al
mismo tiempo. Prefiero tener ese día que ningún otro de los 365 del año,
pues será doblemente feliz para mí y siempre lo esperaré como un día
sagrado y particularmente bendito: el día en el que se concentran los
recuerdos más preciados de mi vida. Siempre podremos prepararnos para él
durante semanas y mantenerlo vivo.
Querida Livy, quizás no tendría que haberte contado lo del viaje de
Charlie, y sin embargo por otro lado sí que debía hacerlo, pues debemos
empezar a hacer algo por ese chico. Ya va siendo hora para él de dejar de ir
de flor en flor (aunque no dejará de revolotear todavía durante seis u ocho
años, a menos que se case antes). Si se va a casar dentro de un año, no hace
falta preocuparse, pero hacen falta otras cosas. Sólo hay una característica
molesta en él, y es su predisposición a desobedecer los deseos de su padre
aprovechando su ausencia. La mayoría de los chicos hace eso, por lo tanto
no es peor que los de su clase; pero la mayoría de los chicos no debería
hacerlo, pues es una mala base sobre la que construir. Creo que lo mejor
será decirle a Ida que lo reforme. A juzgar por mi experiencia, energética y
persistente supervisora mía, si [algo] alguien puede cambiar su
comportamiento, es la persona querida que ha anidado en su corazón. Hace
dos meses le di a Charlie un bochornoso sermón acerca de este defecto
suyo, y me prometió en serio que cambiaría… Pero necesita [un sermón] un
recordatorio cada día, de lo contrario seguro que volverá a caminar sin
rumbo. Siento haber entristecido a mi amada con esto. No estés triste,
cariño mío, al final Charlie saldrá bien parado. Si Charlie fuera mejor chico
de lo que es, sería un prodigio anormal. No esperemos cosas extravagantes
del muchacho. Es un tipo mejor y más valiente que el noventa y nueve por
ciento de los muchachos en su misma situación. Si conocieras a los jóvenes
tanto como yo, mi amor, lo sabrías tan bien como yo. Seamos unos jueces
traviesos, Livy. Supongo que yo era mejor chico a su edad, pero entonces
yo… en fin, yo era una excepción, ya sabes; no se ven hombres como yo
todos los días.
Somos muy poco comunes. Somos una especie de planta centenaria
humana, y no crecemos en el jardín delantero de todo el mundo.

***

Desde que escribí esta última línea, he leído montones de columnas de


prueba, y ahora es tan tarde que debo dejar de hablar con Livy e irme a casa
a dormir. Ha llovido todo el día y creo que sigue lloviendo; le he dicho a Jo.
Larned que se quedara en casa después de la cena y que acompañe a su
esposa, que yo haría el trabajo de los dos… Aunque no había gran cosa que
hacer, porque este tipo trabaja duro durante todo el día, día sí y día también,
como un viejo y fiel caballo que mueve la rueda del molino. Le digo que
desearía tener su capacidad de producción y que él tuviera mi buen tino.
Buenas noches mi querida mujercita, diosa a la que rindo tributo y
adoro, y que la paz de los inocentes esté contigo.

SAM

Por la mañana; (he recibido tu carta). ¡Oh, mi querida pequeña


calumniadora!
… Cuando dije «la tierra», me refería a América. Es normal que
pensaras que estaba siendo malicioso, pero no lo estaba siendo, cariño… No
tengo ni la más mínima malicia contra Ismael, y mucho menos el tipo de
malicia que expresaría de una manera poco digna. Te mando un beso, y te
repito que el error que cometiste es totalmente natural para una persona que
sabe que Ismael me ha ultrajado en la prensa.
Cariño, me propongo ir a Elmira el viernes a las once de la noche, y
regresar el lunes por la noche a la misma hora. Espero haber contestado a tu
pregunta. Ahora me despido de mi amada con un beso, hasta el sábado por
la mañana.
11 DE LA NOCHE, PlTTSBURGH, 30 DE OCTUBRE [DE 1869]

Querida Livy: [Acabamos] Acabo de llegar y de irme a la cama.


Nos lo hemos pasado bien. Me vinieron a buscar a las siete y media,
fuimos a la sala privada de un restaurante y cenamos ostras tranquila,
confortable y sensatamente; sin vino, sin brindis, sin discursos… sólo
conversación. (Aunque fue abrumador tener a 30 corresponsales colocando
sus servilletas tras el último plato y reuniendo sus sillas frente a mí, seguido
por un silencio… silencio que naturalmente estaba sugiriendo que yo era
quien debía hacerse cargo de la conversación… cosa que para nada tenía
intención de hacer. Aun así, fue bastante sorprendente).
A lo largo de la velada, un genio lacónico y sensato, el Sr.  Smythe,
habló de su experiencia como conferenciante. Dijo:
«Hace un año, fui tan tonto como para irme a Europa. Cuando regresé,
fui tan tonto como para pensar que sabía mucho acerca de Europa y que al
público le gustaría oírlo. Pensé que contarían conmigo para dar una
conferencia, así que empecé a prepararme rápidamente. Escribí mi
conferencia en el tercer piso de una imprenta en los intervalos de los
encargos para “copiar”, y pensé que era un esfuerzo muy digno de elogio.
Dije para mis adentros, puedo hacerlo tan bien como Mark Twain… y si
pudiese contar con su público, se lo demostraría. Luego esperé el aluvión:
la riada de invitaciones de los liceos. Era una buena oportunidad por la que
merecía la pena esperar… una extraordinaria oportunidad… nunca ha
dejado de serlo. Sigo esperando. No recibí ninguna invitación. No podía
entenderlo. Pero sabía que la gente se desvivía por la conferencia, así que
dejé de preocuparme por las invitaciones, fui y tomé la Academia por mi
propia cuenta. Cuando llegó el momento, estaba listo, así como otras once
personas. A las ocho y media, cuando vi que el ajetreo había terminado y
que incuestionablemente se había congregado toda la audiencia, me subí a
la tribuna con mis manuscritos, e instruí a esas once personas durante una
hora y media. El experimento me salió por unos 75$. Me encontré con un
amigo un par de días después y me dijo que había oído que había estado
saliendo por ahí dando conferencias. Le dije que sí, que todavía andaba
saliendo por ahí.
»Volví a esperar invitaciones. No llegaron. Luego le eché el ojo a East
Liberty, un suburbio de Pittsburgh, sabía que ansiaban tenerme allí, pero no
se atrevían a invitarme. Así que fui allí por mi propia cuenta. Pagué 35$ por
utilizar el teatro. A las siete y media crucé enfrente para poder observar de
una forma discreta. A las ocho o quizás un poco después la primera gran
oleada de consuelo invadió mi alma: vi a un hombre entrar en la sala. Entré
en un bar y bebí un trago a su salud. Más tarde vi a dos hombres entrar al
mismo tiempo. Bebí un trago a su salud. Un poco después vi llegar a un
pequeño carruaje y la Sra. Swisshelm, de la que probablemente hayáis oído
hablar, entró. Bebí a su salud. A las ocho y media, como no había venido
nadie más, bebí a la salud de los ausentes.
Después regresé y leí mis manuscritos melancólicamente, y me sentí
totalmente feliz, incluso alegre, una vez que… terminé.
Entonces descansé durante un tiempo, y al final decidí acercarme a
Steubenville, O., y darle a aquel público algo de mi calidad. Cuando llegué
allí, busqué tristemente mis carteles por las esquinas de las calles, pero no
vi ni uno. Busqué al cartelero y me explicó que había llovido y que no había
puesto los carteles porque no se habrían pegado bien. Fui a ver al
corresponsal del pueblo que me había hecho publicidad y me dijo que me
hiciera a la idea de que habría una escasa asistencia. Era un hombre de muy
buen juicio. A las ocho y media no había venido nadie, y pensando en mi
economía, despedí al conserje y me fui con el periodista a tomar algo. No
podía deshacerme de él; en cierta manera… pensé que estábamos en deuda
el uno con el otro.
»A las nueve regresamos y vimos que había un hombre en la sala. Me
sentí un poco reconfortado, porque ésa era casi la mayor audiencia que
nunca había tenido. Empecé mi conferencia pero cuando ya llevaba la
mitad, me asaltó un pensamiento y le pregunté a ese hombre quién era. Me
dijo que era el conserje. «Entonces supongo que usted no paga, ¿no?».
“No”.
»Así que di por terminada la conferencia en ese punto.
Posteriormente recibí mi primera invitación. Esto ya empezó a
parecerse a un negocio. Debía ir a Greensburg y dar una conferencia en
beneficio de la Methodist Mite Society: 25$ y gastos. Me dirigí allí con
alegría. Algunos amigos del periódico se ofrecieron como voluntarios para
acompañarme, y son unas personas dadas a la bebida. Fueron muy
amistosos, pero caros.
Llegamos y estaba cayendo un chaparrón, y estaba todo muy oscuro. El
Reverendo Sr. Noble me recibió con mucha consideración y me condujo al
Palacio de Justicia. A las ocho y media se había congregado una audiencia
de unas 13 personas… era como una especie de ovación… no estaba
acostumbrado a esas multitudinarias manifestaciones de aprobación
pública. El Reverendo Noble me presentó con un bonito y correcto discurso
y luego di mi conferencia. La elogiaron mucho y el Reverendo Noble sentía
tanta compasión que me dijo que si la sociedad sobrevivía a la ordalía,
probablemente querrían oírme de nuevo. Entonces el Secretario se acercó a
mí y me dijo que no había habido tanta asistencia como él había esperado, y
que por lo tanto las ganancias eran escasas, pero que si cinco dólares
representaban algo para mí, un giro de esa suma…
»Le rogué que diera todo el dinero a las arcas de la Mite Society y tengo
la esperanza de que con la repentina adquisición de esta fortuna no se
vuelva orgullosa sino que de vez en cuando se acuerde de su benefactor.
»Desde entonces he pensado muy en serio abandonar el terreno de las
conferencias, y les diré que mi conferencia, sin censura, y con todas las
pausas en que deberán aplaudir perfectamente señaladas, está a la venta».
PITTSBURGH, 31 DE OCTUBRE

Esta mañana he caminado por toda la ciudad con un joven Sr. Dean, un


primo de William D.  Howells, editor del Atlantic Monthly. Me ofreció
amablemente darle una carta de recomendación al Sr. Howells; se lo
agradecí sinceramente pero lo rechacé, explicándole que me resultaba
incómodo usar cartas de recomendación, sencillamente porque éstas ponen
en un compromiso a la otra parte, que se ve obligada a tender la mano a un
desconocido, lo quiera o no, y a darle un trato especial que a lo mejor no le
apetece dar, o por lo menos no en ese momento en particular. Puede tener
compromisos… negocios… dolor de cabeza… pueden pasarle muchas
cosas que hagan que ocuparse de un invitado sea una tarea dura. Prefiero
que me presenten de manera informal, o convocar ceremoniosamente a un
amigo… entonces la parte concernida es totalmente libre de tratarme como
quiera, sin molestarse.
Hoy me han visitado muchos caballeros. El Sr. E. B. Coolidge, que en el
pasado estaba en la Marina; le conocí una vez que fui a visitar al Almirante
Thatcher a bordo de su buque insignia en San Francisco. W. A. Taylor, del
Post. Asa L. Wangaman (le conocí en Nevada); A. H. Lane, Jno. G.
Holmes; William L. Chalfant, William C. Smythe, del Dispatch; W. W.
Thomson; William N. Howard; George W. Dean; O. T. Bennett, del
Commercial; y varios hombres que acompañaban a uno o a otro de los
mencionados y que no dejaron tarjetas. Así que han ido pasando uno tras
otro durante todo el día y han hecho que el tiempo pase rápido y de forma
amena. Esta noche voy a ir a la iglesia con el Sr. Chalfant.
Wangaman me ha hecho ir a su casa para ver a su esposa. También la
conocí en Nevada. Me quedé 15 minutos, y me habría quedado a cenar,
pues la mesa parecía tentadora, pero su hijo de siete años es uno de esos
sabelotodo consentidos que se dedica todo el tiempo a trepar a todas partes
para ver desde dónde puede interceptar tu visión y atraer tu atención;
vigilando tus ojos hábilmente, y cambiando de posición para volver a
interceptarlos si miras hacia otro lado… Un niño que desea
vehementemente hacer algo que sorprenda para atraer la atención del
desconocido… Una criatura que desfila con sus juguetes y que le hace
preguntas a su madre al respecto, con el único fin, obviamente, de obligar al
desconocido a fijarse en ellos y así arrancarle una observación… Un
diablillo sucio y repugnante que canta cosas de guardería en un tono alto,
más alto, y más alto conforme la conversación avanza hasta alcanzar
niveles insoportables, y que lo hace todo por conseguir la tan solicitada
admiración… Un pequeño granuja que dice esas cosas inefablemente
[estúpidas] sosas que su madre atesora y repite y considera cosas
«inteligentes», mientras ronronea y sonríe insípidamente… Una pequeña
bestia de nariz respingona, tupida cabeza, con uñeros, atiborrada de dulces
que da manotazos a las cosas en la mesa, que derrama el café, que come el
puré de patatas con los dedos, y que señala y pide gritando «un poco de
eso…». Un estorbo inmoral, agotador, feo, odioso y detestable, ¡en todo
momento y en todo lugar!
Puede que yo sea un bruto. Lo soy, no hay duda. Pero a pesar de todo,
eso es lo que pienso de esa clase de niños. La sección de «cuatro años» del
Harper’s Monthly se ha escrito en vano, desde mi punto de vista.

En fin, querida Livy, temí que ese diablillo estuviera en la cena… A las
madres que educan a esos prodigios siempre les gusta exhibirlos, así que
primero tuve intención de preguntar, y luego, al darme cuenta de que eso
no sería del todo educado, rechacé la invitación y regresé al hotel.
Uno de los corresponsales que estuvieron aquí hoy era el Sr. Bennett del
Commercial, un buen tipo, modesto y agradable. Quiere hacer una sinopsis
de mi conferencia mañana por la noche, o dar a conocer su totalidad. Yo le
dije que una sinopsis de una conferencia cómica le quita la gracia a las
bromas, haciendo que la gente las recuerde mal, y al recordarlas así,
odiarlas si oyen al conferenciante repetirlas en una solemne y
atormentadora sucesión, una tras otra.
Y le dije que poner de relieve los puntos cómicos de una conferencia era
como sacar las pasas de una torta de frutas; la convierte en la simulación de
algo que no era, para los que llegan después.
Es más, el encanto de un comentario gracioso, o incluso de una sucesión
de comentarios graciosos no puede ponerse por escrito… Quienquiera que
transcriba una conferencia cómica palabra por palabra, necesariamente se
deja fuera el alma de ésta, y esa conferencia ya no ofrece al lector más de lo
que ofrece una persona cuando ya es un cadáver.
Dije que las sinopsis hieren… hacen daño porque viajan más rápido que
el conferenciante y le dan al público una opinión despreciable tanto de él
como de su obra.
Le dije que mi conferencia era propiedad mía y que ningún hombre
tenía derecho a quitármela ni a imprimirla, así como tampoco tendría
derecho a quitarme cualquier otra propiedad. Le dije: «Hace un rato le
mostré la hora en mi reloj, y en ningún momento se me ocurrió que podría
arrancármelo de manera que sólo quedara un absurdo vacío para el próximo
hombre que me pidiese la hora… Pero ahora le veo meditando sobre si
arrancarme la conferencia con su sinopsis y convertirla en un vacío para el
público futuro. Me ve aquí sentado tan tranquilo, aun sabiendo que podría
irse de pronto con mi maleta mientras hablo con estos señores… Pero no va
a robar mi maleta, porque es propiedad… propiedad mía. Ahora coja la
maleta y deje en paz la conferencia. Yo soy el dueño de estas dos cosas;
sólo yo. Coja la maleta, sólo vale cien dólares… la conferencia vale diez
mil».
Por supuesto, todo esto fue muy amistoso y bienintencionado. Intentaba
hacerle comprender lo equivocado que estaba; no quise ofenderle, y no lo
hice.
Pero Livy, si su jefe le ordena hacer una reseña de la conferencia, no
puede hacer nada para evitarlo… porque aunque la ley proteja estrictamente
lo que un zapatero crea con sus manos, no protegerá lo que yo he creado
con mi mente.
Fui a la iglesia y a lo lejos oí a un hombre predicando un sermón sin
apuntes, cosa que estaba bien, pero de una forma gélida, monótona, precisa
y sin entonación, que demostraba que su discurso era el resultado de una
cuidadosa memorización. Había algo extremadamente gracioso en aquella
insulsa simulación de estar dando un discurso improvisado; y algo
extremadamente gracioso, también, en ver a un hombre hecho y derecho
«recitando una obra» como lo haría un pequeño colegial. Sus gestos eran
tímidos; nunca podía terminar ninguno… siempre se asustaba y lo dejaba a
medias. Estaba claro que tenía señalado cuándo hacerlos, y sabía cómo
quería hacerlos, pero no se atrevía.
¡Oh, la música era increíble! ¡Era soberbia! ¡Era el éxtasis de la
armonía! Con la primera gran explosión de ricos sonidos, empecé a soñar y
pensé: ¡el Cielo! ¡Vaya coro! Y miré hacia arriba, y ¡sólo había cuatro
cantantes! Pero de qué forma se compenetraban y se mezclaban sus voces, y
de qué forma ascendían por momentos, para luego ir debilitándose y
finalmente apagarse… ¡Y después hincharse hacia arriba de nuevo, y
extenderse por toda la atmósfera hechizada en un ebrio éxtasis de melodía!
¡Madre mía! ¡Menuda soprano! Pensé que se me iban a erizar todos los
cabellos de placer, y de nuevo miré y me pregunté si ese gran torrente de
suave voz realmente salía de un cuerpo tan pequeño… y cómo podía brotar
con esa absoluta ausencia de esfuerzo.
Y cuando cantaron «O’er The Dark Waves Of Galilee» me sentí como si
no pudiera permanecer sentado. ¡Qué veneración había en la música!
¡Cómo predicaba, cómo imploraba! ¡Y qué mundana y meramente humana
parecía la pobre e insulsa declamación del clérigo! Él no podía hacernos
llegar la desolación y el abandono de Cristo, ¡pero la música sí!
¡Oh, Hattie Lewis no habría cabido en sí de dicha si hubiera estado
aquí! Livy, ¡no he oído nada parecido en toda mi vida!
Ya sabes que la autosatisfacción de algunas personas no puede
doblegarse de ningún modo. En medio de esa hermosa música una vieja
delgaducha que estaba a mi lado afinó su gaita y empezó a aullar. Estuve a
punto de golpearla con un banco en la cabeza. Nunca vi mayor descaro que
el de esa mujer.
La segunda canción era demasiado complicada para ella y me dio un
descanso. Durante la tercera, aguanté la primera estrofa como si de una
tortura se tratara, y me sentí muy feliz, satisfecho y a salvo… Pero en la
segunda estrofa, la venerable lechuza volvió a la carga y rechinó con su
sierra a lo largo de todo el cántico.
El joven que me acompañaba se cansó del sermón pronto. Obviamente
no estaba acostumbrado a ir a la iglesia, aunque hablara como si lo
estuviera. Hacia el final se fue encogiendo hasta quedar descansado sobre el
final de su columna; luego apoyó sus dos rodillas bien altas contra el banco
que tenía enfrente; se frotó los muslos pensativamente con las manos;
bostezó; intentó estirarse dos veces, pero le interrumpieron y pareció
abatido y apesadumbrado; miró su reloj tres veces; y al final eructó.
Después me deshice de él. (1 de la madrugada. Buenas noches y que Dios te
bendiga y te proteja, mi amor).

SAM

* No es elegante, Livy, pero no hay otra forma de decirlo.


13 DE NOVIEMBRE DE 1869, ELMIRA

Querido mío, lamento que hoy no haya habido carta para ti; ha sido un
día muy atareado y no he podido encontrar tiempo para escribirte, y ahora
sólo puedo enviarte unas pocas líneas, porque es bastante tarde…
DOMINGO POR LA MAÑANA

Fui estúpida por escribir anoche, después de haber empezado guardé la


carta y me fui a la cama…
Le leí a Padre lo que me escribiste acerca de las tierras de Tennessee,
dice que tu hermano es demasiado cruel por ser tan pesado contigo, no hizo
ningún comentario acerca del trabajo en las tierras y no quise tocar el tema
porque sé que tiene un buen negocio entre manos… más de lo que debería
tener, pero si crees que es mejor que se lo comente, lo haré. Lamento mucho
que tu hermano esté preocupado, y estoy muy agradecida de que tú hayas
prosperado, me alegro por ti y me alegro porque puedes ayudar a los demás.
Los dones de Dios son muy variados, a tu hermano no le ha dado dinero del
que vuelve sabio, pero por lo que dices, le ha dado un alma hermosa…
Como Dios nos hace prosperar no Le olvidaremos por permitirnos culpar a
los menos juiciosos de este mundo, sino que ayudaremos a tanta gente
como podamos a llevar sus cargas. Eres un buen chico por ofrecerle ayuda
económica a tu hermano cuando ya no pueda seguir adelante más tiempo
sin dinero, porque sé que mientras sigas en deuda no sabrás muy bien cómo
ahorrar, pero los presentes que realmente nos cuestan son los que tienen
más valor a los ojos de Dios. Seremos más ahorradores en nuestro modo de
vida, yo tendré cuidado al comprar nuestros trajes, guantes y demás, y así
podremos ayudarles. Me alegro de que tu trabajo vaya tan bien, por dos
razones obvias…
Estoy tan feliz, tan tranquila en cuanto a ti, tan orgullosa de la verdadera
nobleza de tu naturaleza… hace que el mundo entero sea tan brillante a mis
ojos que mi único gran deseo es hacer todo lo que esté en mi mano para
ayudar con sus cargas a los que están soportando un gran peso. Considero
que no tengo cargas, que estoy tan bien atendida que no puedo sino sentir
un tierno anhelo por aquéllos cuyas espaldas parecen casi quebradas por la
pesada carga que están soportando. Somos felices, cariño, por lo tanto
somos los que más capacitados estamos, y debemos ser los más preparados
para ayudar a los demás… y sé que lo estás; esta mañana me desperté, miré
por la ventana el paisaje de invierno que tanto quiero, con el bienestar y la
belleza de mi hogar, con el amor de los que están aquí y con el tuyo que sé
que es verdadero y estable, incluso cuando estamos separados, y sentí como
si estuviera bailando… ésta me ha parecido la manera más natural de
expresarlo: creo que bailar y cantar son las auténticas maneras de alabar a
Dios; toda nuestra naturaleza parece entonces asentarse…
Ayer nevó casi toda la noche y esta mañana la tierra y los árboles
estaban hermosamente vestidos con su manto blanco.
Todos estamos encantados con la idea de que vayas a estar con nosotros
el día de Año Nuevo, confío en que no te surja ningún imprevisto…
También estoy muy orgullosa y muy contenta de que tuvieras tanto
éxito en Boston.
No dejes que tu hermana se pierda nuestra boda sólo porque piense que
su ropa no es lo bastante elegante. Queremos que ella y su hija estén aquí, y
no nos importa cómo estén vestidas.
Ayer recibí una deliciosa carta de la Sra. Brooks; sigue siendo tan buena
y encantadora como siempre.
Me gustaría seguir escribiendo, pero tengo que concluir y prepararme
para la Escuela Dominical.

Ahora y siempre, con amor,


LIVY
CLINTON, MASSACHUSSETTS, 15 DE NOVIEMBRE [DE 1869]

Querida Livy: Esta mañana tengo que someterme al usual y exasperante


paseo por la ciudad en una helada calesa abierta (en Norwich) para ver las
maravillas del pueblo.
(Nota): Esas maravillas siempre consisten en la casa del alcalde, la casa
del exalcalde, la casa de un senador del estado, la casa de un exgobernador,
la casa de un antiguo miembro del Congreso, el colegio público y su
infernal arquitectura, el seminario de mujeres, la fábrica de papel o algún
otro tipo de fábrica, el cementerio, el Palacio de Justicia, la plaza, el lugar
donde se hará el parque; y tendré que sentarme tiritando y clavar la mirada
en un melancólico bosquecillo escaso en árboles y escuchar cómo mi amigo
habla efusivamente y con entusiasmo de estadísticas y dimensiones. Todas
las ciudades son iguales… todas tienen las mismas estúpidas trivialidades
que enseñar, y todas le exigen un interés imposible al aquejado forastero.
¿Por qué no me creen esos enfermos martirizadores cuando afirmo con
súplicas que no me importan nada las emocionantes maravillas de las que
pueda hacer gala el pueblo?
¡Cómo me regodeo cuando una de esas personas se lamenta de que no
pueda «quedarme más tiempo» para ver su maldito pueblo! ¡Y cuán
desvergonzadamente repito la trillada mentira de que lo siento!
(Después de haber visitado las maravillas naturales, tenemos que visitar
otras maravillas inanimadas de rostros apagados, pero con piernas, lo que
demuestra que son humanos: el alcalde, el hombre más rico, el bromista del
pueblo (quien enseguida me asalta con bromas pasadas de moda y humor de
carácter profano), el editor del pueblo… y muchas personas más que no me
interesan ni lo más mínimo y a las que no quiero ver. ¡Y cuando, por alguna
divina casualidad uno de ellos no está en casa, brota de mi corazón una
ferviente oración de gratitud!).
Sólo tengo que someterme a estas imposiciones cuando soy el invitado
de alguien y no puedo negarme a sufrirlas a cambio de su hospitalidad.
Cuando pago mis propias facturas en un hotel, corto bruscamente diciendo:
No, caballero, nada de maravillas pueblerinas para este contribuyente, por
favor.
Aquí estoy en un hotel; el Clinton House; y es un hotel espantoso: cama
vieja, habitación vieja, muebles viejos, luces débiles… todo viejo y
desagradable.
HARTFORD, 24 DE NOVIEMBRE / 69

Estoy perplejo, pues me pregunto dónde está mi amada. Ha seguido


escribiéndome acerca de irse a Nueva York esta semana, pero no sé muy
bien a qué parte de la semana se refiere. Es una encantadora y pequeña…
granuja. Pero la quiero… la quiero con un amor que, conforme pasa el
tiempo, se vuelve cada día más fuerte, más orgulloso y más profundo. Hace
un año, a falta de un día, mi vida fue glorificada por la más alegre sorpresa
que jamás me han dado… desde ese instante, mi Livy lo ha sido todo para
mí. Ya llevo casi diez meses de apacible felicidad, de satisfecha
tranquilidad, de mayor compasión; con una visión más generosa de los
hombres y de lo que les motiva, con un desacostumbrado apasionamiento
de impulsos religiosos en mi interior… no es grande ni fuerte, es cierto,
pero es permanente y esperanzador; las tenues y alejadas cadencias de una
música que se aproxima, por así decirlo. Una nueva, desconocida y hermosa
vida que estos diez meses me han aportado; una vida más llena y ambiciosa,
una vida que compensa las épocas de desértica existencia que la
precedieron. Y por lo tanto, ¿cómo no voy a querer a la noble mujer que ha
creado este paraíso para mí y que lo ha [embellecido] adornado con su
permanente amor y con las delicadas gracias de su naturaleza? Te amo,
cariño mío, con toda la energía de un corazón que careció de amor durante
tantos y tantos años. Y sus pasiones-tormentos han quedado atrás, sus rocas
y sus bancos de arena han sido superados, sus agitados arroyos se han unido
para formar un majestuoso río de Paz que mantiene su inamovible curso
hasta ese mar cuyas ulteriores mareas llegan a las costas de la eternidad.
Hemos pasado un día y una velada muy agradables, mi niña. Fui un rato
a la casa del Sr. Hooker y lo vi… Luego pasé por la casa de Warner y estuve
una hora con él y con su esposa. Te envía un montón de cariño y mensajes
afectuosos que te envío por barco en grandes cantidades para ahorrar los
derechos portuarios. Ella me cae bien.
Warner se alegró tanto ante la perspectiva de lo que podríamos hacer
con el Courant ahora que he conseguido una popularidad tan repentina y
arrolladora en Nueva Inglaterra, que olvidó el hecho de que todavía no
hemos llegado a ningún acuerdo, y empezó a hablar del trabajo que yo haría
en el periódico. Lo mismo ha pasado esta noche en casa de Twichell, en otra
larga conversación privada. Le dije que no abandonaría el Express a menos
que los chicos estuvieran dispuestos, y estaba seguro de que no lo
estarían… Y que no les pediría que me dieran más por mi participación de
lo que yo di por ella, para que no digan que me fui sin beneficiarles con mi
partida… Por otro lado, según parece, la única quinta parte del Courant que
podría conseguir se la han comprado sin pensar a un socio del que querían
deshacerse por 4000$ más de lo que valía, y pidieron el dinero prestado
para poder hacerlo (todavía sin pagar: una hambrienta deuda de casi 30
000$). Le dije que pagaría al Express 5000$ por dejarme ir, y al Courant 29
000$ por una participación de 25 000$ por acogerme… En total 9000$ para
conseguir una participación mucho menos valiosa y lucrativa que mi
participación del Express. Y lo único que conseguiría con ello sería el
placer de vivir en Hartford rodeado de una encantadora sociedad, en la que
tanto tú como yo estaríamos plenamente satisfechos. Le dije que si tuviera
35 000$, pagaría 9000$ en un abrir y cerrar de ojos con tal de situarnos
cómodamente, pero que por desgracia no disponía de ese dinero. Le dije
que no haría nada antes de hablar contigo. Me pidió que hablara con el
Sr. Langdon y que le comunicara el resultado por escrito, y le contesté que
lo haría.
Me he encontrado tres veces con Sam Bowles, del Springfield
Republican, y a pesar de que me escribiera una nota diciéndome que debía
sentarme a su mesa siempre que estuviera en Springfield, me avergonzó
descubrir que algo en el fondo de mi corazón siempre me decía que era un
miserable desde la cuna. Y a pesar de mi vergüenza, no podía evitar
reconfortarme a mí mismo con la idea de que mis juicios sobre los hombres
aciertan más que yerran. El otro día nos lo encontramos y después dije:
«Nasby, nunca he oído a nadie decir algo malo contra Sam Bowles, y
siempre me ha tratado con educación, pero no puedo desterrar la idea de
que es un perro», y Nasby me contestó que muchísimas personas tienen
pruebas convincentes de que el Sr.  Bowles es exactamente eso. Luego
recordé cómo había tratado a Richardson, algo que se me había olvidado
desde que me lo dijera Bliss el otro día. Y anoche Twichell me contó en
secreto que el pasado junio, Hawley y Warner estaban encantados con la
idea de tenerme en el Courant, pero corrieron a consultar a Bowles, el gran
oráculo periodístico, y éste les recomendó no hacerlo… y fueron tan
simples que confiaron en la palabra de un hombre que acababa de llegar de
California, que sabía el papel que yo representaba y que por lo tanto sabía
cómo podía triunfar aquí. Querida Livy, supongo que no podríamos soltar
todas las amarras de Buffalo fácilmente, así que también podríamos
abandonar Hartford… Pero por Dios, ¡cuánto me gustaría poner al Courant
en contra del complaciente Springfield Republican, y poner enfermo a ese
periodista! ¡Cuánto me gustaría!
Cielo, he tenido que prescindir de ver a la Sra. Perkins. Hoy el barro me
dificultaba caminar (ayer llovió a cántaros, pero no interfirió con mi
conferencia por la noche). Cuando llegué a su casa había salido a la ciudad
hacía más o menos quince minutos. Lo lamenté mucho, pero no se podía
hacer nada.
No he visto a Alice Day… Me temo que en realidad no quería verla,
aunque a lo mejor estaba equivocado.
Le he pedido a Twichell que asista al Sr.  Beecher y que le ayude a
casarnos, y le dije que tú también lo querías. Es muy caro, pero le
cobraremos su alojamiento mientras esté aquí.
¡Dios de mi vida, ojalá pudiera verte! A ti más que a ninguna otra
persona en el mundo… lo haría, Livy, mi vida. De verdad que lo haría.
Porque te quiero. Te quiero con todo mi corazón, Livy, mi amor.
Adiós, y que la paz de Dios sea contigo ahora y siempre, cariño.
SAM
BOSTON, DOMINGO POR LA MAÑANA
[28 DE NOVIEMBRE DE 1869]

Querida Livy, le estoy muy agradecido a la querida Sra.  Susie por


ayudarte a llegar hasta mí. Cualquier persona que ayude en esto es mi
amigo, y yo, a cambio, su humilde servidor. ¡El día se acerca amiga mía!
¡Tan sólo nueve semanas, y luego…! ¡Hurra! ¡Que llegue ya el día!
Supongo que hoy estarás con la Sra. Brooks, por lo que estarás contenta.
Mañana por la mañana le mandaré un telegrama para saber dónde te
encontrarás el miércoles. Si es en su casa, haré una parada en el Everett (o
quizás en el Albemarle), me acercaré rápidamente a verte hasta las doce, y
luego me despediré de ti hasta el próximo día, porque todos estaréis
durmiendo cuando llegue de Brooklyn. Pero si estás en el St. Nicholas me
detendré allí hasta las dos de la tarde y entonces podrás quedarte en vela
hasta que regrese de Brooklyn.
Mañana por la tarde tengo que irme corriendo a Newtonville a las 6h
30, un viaje de media hora en tren, doy una conferencia y vuelvo aquí a las
diez de la noche. El martes bajaré corriendo a Thompsonville y daré una
charla hasta las ocho y media; luego trotaré durante [una hora] media hora,
y me sentaré con Twichell en Hartford hasta después de medianoche y
luego cogeré un vagón cama con destino a Nueva York; llegaré el miércoles
por la mañana a las cinco.
Hoy es tu cumpleaños, mi amor, y cumples 24. ¡Que cumplas 50 más,
con paz y felicidad, y que yo esté contigo para amarte y quererte durante
todos esos años! He celebrado este día y honrado este aniversario solo, en
solitario… el aniversario de un acontecimiento que estaba sucediendo
cuando yo no era más que un impulsivo colegial a mil millas de distancia, y
durante todo ese día jugué despreocupadamente, y durante toda la noche
dormí despreocupadamente, sin saber que ésas habían sido las horas ciegas
más importantes de mi vida que jamás habían sobrevolado por encima de
mi cabeza… sin saber que ese día habían comenzado dos viajes, tan
alejados como los polos, dos caminos delimitados que, vagando y vagando,
a veces lejos y a veces cerca, seguían estrechándose, estrechándose siempre
hacia un punto y hacia una bendita consumación; ¡éste es el objetivo de 24
años de marcha! Aquel día de mi despreocupada niñez yo no sabía que
acababa de acaecer un acontecimiento tan grandioso que, sin él, toda mi
vida futura hubiera sido un triste peregrinaje, pero con él, ¡ese mismo futuro
estaba salvado! Un sol que saldría e iluminaría desde su cénit esos años
venideros, llenándolos de luz y calor, de paz y de dicha, para siempre,
acababa de despuntar en el horizonte.
He celebrado este día solo, mi amor… De ahora en adelante, si Dios
quiere, lo celebraremos juntos. Mi cumpleaños es el martes, y también debo
celebrarlo solo, pero no me importa, he adquirido una considerable
experiencia en ello.
Twichell me ha dado uno de los libros de Kingsley más aburridos:
Hypatia y he intentado leerlo pero soy incapaz. No voy a volver a
intentarlo. Pero me recomendó El claustro y el hogar de Charles Reade, lo
he comprado y estoy encantado. Deberías comprarlo si no lo has leído. Lo
leo con un lapicero en la mano, mi amor, pero el libro es tan uniformemente
bueno que no encuentro nada que anotar. Sólo tengo la tentación de
garabatear «Te quiero, Livy» en el margen, y volver a escribirlo, y seguir
escribiendo «Te quiero, Livy… Amo a mi Livy… Adoro a mi amor»… y
por Dios, te amo, te amo, te amo, Livy, mi amor. Mi Livy… pero no hay
que escribirlo en libros en los que ojos impuros pudieran profanarlo. Así
pues, ya ves, mi amor, que no hay nada que anotar.
Mi preciosa Livy, he recibido todas tus cartas y mi desasosiego ha
desaparecido; he recibido cuatro en un solo día, ¡menudo festín!
Me alegro de que así fuera, ya que me ha supuesto un enorme placer.
Recuerdo a la Srta. Bateman; cuando la veía jugando todos los días en
su jardín delantero era una pequeña colegiala de doce o trece años de
aspecto agradable.
Y ahora, por si mi niña se ha cansado de leer esto, (cosa que, estoy muy
orgulloso de decirlo, dudo) voy a escribir algunas cartas más. Gracias a
Dios, el miércoles besaré tu pequeña y bendita boca. Adiós, mi amada y
venerada Livy.

SAML
PAWTUCKET, RHODE ISLAND, 14 [DE DICIEMBRE DE 1869]

Mi niña, hoy me he quedado de piedra al no recibir ninguna carta tuya


en Boston. Me siento como si llevara sin verte y sin saber de ti muchísimos
días… pero ahora que echo la cuenta, me sorprende descubrir que te vi, te
acaricié, te abracé, te besé, hace tan sólo cuatro días. Esto te puede dar una
idea de lo eternamente larga que se hace una temporada de conferencias.
Normalmente una temporada de tres meses parece un año; y cuando se le
añade la ausencia de una novia, en cierto modo se convierte en una vida.
Hoy he tenido una charla con Fred Douglass, quien pareció alegrarse
muchísimo al verme; y yo por supuesto me alegré mucho de verle a él pues
admiro sus «agallas». Me contó la historia de la expulsión de su hijo de la
escuela de la Srta.  Tracy, y su lenguaje sencillo fue muy efectivo. La
Srta. Tracy dijo que los alumnos no querían a un niño de color entre ellos,
cosa que él no se creyó, y la desafió a que lo demostrara. De inmediato lo
sometió a votación en la escuela, y preguntó: «¿Cuántos de vosotros estáis
dispuestos a tener con vosotros a este niño de color?». ¡Y todos levantaron
la mano! Douglass añadió: «Los corazones de los niños tienen razón».
Había sentimiento en la forma en que lo dijo. Me gustaría escucharle dar un
discurso. Tiene cara de buena persona.
Tengo un catarro tan grande que no me he terminado de gustar esta
noche, aunque al público parece haberle gustado.
Ahora estoy escribiendo en la cama… lo que tú escribes en un
desayuno. Duerme todo lo que puedas, pillina, te hará más bien que mal.
Hoy no te he escrito… mi catarro me ha desanimado. Ahora mismo no
estaría escribiéndote, Livy, si no fuera porque te quiero tanto que no puedo
evitarlo. Tengo que comunicarme contigo, aunque sólo sea con unas líneas
grabadas con un vil lapicero sin punta. Temía que hubiera pasado algo, pero
estoy contento ahora que he recibido noticias de mi amada.
Te bendigo y te beso, mi preciosa Livy, y le he pedido a Dios que llene
tu alma de paz y que te guarde de todo mal.

SAM
BOSTON, 21 DE DICIEMBRE DE 1869

Mi amorcito, al final te cogí ventaja. Una y otra vez tus cartas se han ido
acumulando en algún punto alejado de mí, mientras yo he estado
inquietándome sin ellas. Pero ahora, llevo un par de días reenviando mis
elucubraciones a Elmira mientras mi amor sigue vegetando en Nueva York.
Y esta carta también va a Elmira. Pero le he enviado un telegrama a tu
padre hace un rato para que te diga que Joe Goodman y el Sr. Seeley están
en Nueva York, de camino a Elmira. Seeley está confortablemente alojado
en la casa del Juez de Distrito de los Estados Unidos para Nevada, un viejo
amigo.
Espero que Joe no se emborrache mientras esté en Estados Unidos,
aunque no me sorprendería que lo hiciera. Pero de todas formas es un buen
tipo.
Le he escrito a mi hermana, por lo que es casi seguro que vendrá a
nuestra boda. He prometido mandarle 500$ a mi madre (dentro de poco) y
también pagaré los gastos de mi hermana.
Anoche di una charla en Canton, y el Sr. Ames (hijo de Oakes Ames, el
magnate de la compañía ferroviaria de Pensilvania) me ofreció su
hospitalidad… y ésta es la última vez que me quedo en una casa privada de
Nueva Inglaterra. Su idea de la hospitalidad es ponerse cómodos ellos
primero, y dejar que el invitado se las arregle si puede. No está permitido
fumar en el local. La próxima persona de Nueva Inglaterra que me reciba
en su casa deberá aceptarme tal y como soy, y no como debería ser.
Reprimir las libertades de un invitado y pedirle que satisfaga el peculiar y
santurrón concepto de la virtud es sencillamente lamentable y despreciable.
Odio al Sr.  Ames con toda mi alma. Anoche no dormí nada y tengo que
conseguir descansar, mi amorcito. Que Dios te bendiga, cariño mío, a quien
quiero más y más y cada día con más amor.

SAM
BOSTON, 25 DE DICIEMBRE DE 1869

¡Feliz Navidad, mi amor, para ti y para todos tus seres queridos! Ahora
estás en casa, Livy, y todos tus deberes y tus preocupaciones han terminado
por un tiempo. Pobre niña, temo que estés agotada. Pero debes estar en
calma unos días para recuperar tus fuerzas, y así te encontraré recuperada y
sana cuando te vea dentro de una semana.
Ayer no te escribí, mi amor, y supongo que tú tampoco a mí, porque no
creo que hayas tenido oportunidad para ello. Visité a Redpath hace un rato
cuando llegué a la ciudad, pensando que así podría tener noticias tuyas,
pero no fue así. Sin embargo espero recibir una carta pasado mañana del
querido y familiar cartero de New Haven. Dentro de un mes, cerraremos
nuestra correspondencia, y nos diremos el uno al otro todo lo que se nos
pase por la mente de viva voz. ¡Que llegue ya ese día!
Hoy hace justo un año que dejé de beber todo tipo de bebida prohibida,
y lo único que constato es que estoy mucho mejor que antes… y desde
luego ya no cargo mi alma con el pecado de llevar a los demás por mal
camino. Pero todo esto es mérito tuyo, no mío. Yo no estoy al origen de la
idea.
Anoche disfruté mucho con la conferencia (en Slatersville; el lugar ha
cambiado), y me hospedó de verdad muy acogedoramente una familia
particular; algo raro en Nueva Inglaterra. La noche anterior, el abusón de la
casa donde me quedé se aprovechó de su hospitalidad (me estaba
desvistiendo y no podía irme) y me pidió que rebajara el precio de la
conferencia diez dólares… lo pidió como una donación para su sociedad.
Le dije que no lo haría; que odiaba el mal uso que se suele hacer de la
palabra «caridad». Me dijo que les había gustado la conferencia y que
querían mantener la sociedad para poder oírme el próximo invierno. Le
contesté que si después de que llenara la sala de público tenían la
desfachatez de pedirme que rebajara el precio es que no tenían dinero
suficiente para volver a contratarme como conferenciante en este lugar. Por
la mañana me llamó para desayunar pero le dije que como sólo eran las
siete, me las apañaría sin desayuno hasta que pudiera conseguirlo en otra
ciudad. Y cuando bajé las escaleras, le dije: «Doctor Sanborn, aquí tiene
diez dólares por mi noche de alojamiento». Me dijo que estaba muy
agradecido y que se lo daría al comité. Le contesté que no debía hacer nada
de eso; no rebajaría ni un centavo mi precio, debía aceptar los diez dólares
por su hospitalidad de Nueva Inglaterra o no cogerlos. Los cogió y me dio
las gracias servilmente. (Era el médico en jefe de Rockport y un eminente
ciudadano).
Cariño, he recibido la carta de Jamaica Plains y me hizo tanto bien
como si hubiese sido una carta nueva. Era tuya, mi amor, y eso siempre
hace que una carta sea fresca y muy interesante.
La Sra. Barstow ha estado intentando conseguir un empleo de oficinista
a su esposo en la Secretaría de Hacienda de Washington, para que pueda
mantenerlos, a ella y a los niños, y así permitirle el descanso y el ocio que
su delicada salud requiere; pero no lo ha conseguido. Me dijo que no quería
molestarme, pero para mí no era ninguna molestia… Escribí al Senador
Stewart y me contestó que de inmediato colocaría a Barstow en un puesto
de oficinista. Esto es fantástico. Probablemente vuelva a escribirte hoy, mi
amor, pero ahora voy a dejarlo y a bajar corriendo a desayunar. Que la paz
de Dios sea contigo, mi querida mujercita.

SAM
NEW HAVEN, 27 DE DICIEMBRE [DE 1869]

Mi amor, ya he cenado y creo que tengo unos minutos libres antes de


que el comité venga a buscarme.
Se me olvidó darle las gracias al señor del paraguas por ayudarte a subir
al tranvía, pero se las doy ahora, sinceramente, mi amada Livy.
Hoy me he parado dos horas en Hartford y Twichell y yo hemos
holgazaneado juntos. (Le mandé un telegrama para que estuviera en la
estación). Le dije que tenía que venir un día o dos antes de la boda y me
contestó que llegaría el martes 1 de febrero por la tarde, con la Sra. T. (sin
los niños). Le comenté que le alojaríamos en casa si alguna habitación
estaba libre; que si no tendría que irse al hotel (cosa que probablemente
tenga que hacer ya que seguramente estaremos al completo). Le dije que
tenía intención de escribirte y comentártelo antes de que el grupo de
invitados estuviera decidido de modo definitivo.
Los Twichell, tú y yo nos iremos a los Adirondacks el primero de agosto
(si Dios quiere), amiga mía; y si todo el mundo va, tanto mejor.
Este mes se han vendido doce mil ejemplares del libro. Esto es una
barbaridad. Creo que no ha habido nada igual desde La cabaña del tío Tom.
Hoy nos hemos topado con una calesa en Hartford en la que iban la
Sra. Hooker, Alice (que estaba más elegante que nunca), la Sra. Warner y
otra mujer. Me abordaron todas con apuro acerca del tema del Courant y
me dijeron que el hecho de que hubiésemos adquirido derechos de
propiedad en ese periódico, había dejado de ser algo privado y se había
convertido en una información pública. La Sra. H. me dijo que Warner y
Hawley harían lo que fuera por tenerme allí (en presencia de la Sra. W., que
no lo negó de ningún modo) y la Sra. H. también me dijo que había escrito
al Sr. Langdon para que nos hiciera liquidar en Buffalo y venirnos aquí.
(Me proporcionó una maliciosa satisfacción el escuchar todo eso y
contrastarlo con la insultante y desafiante indiferencia con la que estas
mismas personas trataron este mismo tema en junio pasado).
La venganza es muy mala, poco cristiana y desde todo punto de vista
indecorosa, y no soy un hombre que la apruebe o que la favorezca. (Pero de
todas formas es muy dulce).
Últimamente he leído varios libros, pero ninguno que mereciera la pena
anotar, así que no he anotado ninguno. Empecé a anotar Story of a Bad Boy
pero por mucho empeño que le he puesto, no me ha terminado de gustar.
Ahora estoy leyendo Gil Blas, pero no lo estoy marcando. Si no lo has
leído, no hace falta que lo hagas. Ofendería lamentablemente tu delicadeza
y prefiero que ésta no se apague en ti. Es el principal adorno de una mujer.
Bueno, esta gente está tardando mucho en llegar. La audiencia debe de
estar congregándose en este momento; en Boston las tres cuartas partes del
público estarán en la sala a estas horas.
Adiós, mi amada y honrada Livy, y que la paz sea contigo.

SAM
TROY, SÁBADO 8 DE ENERO [DE 1870]

Amor mío, hoy es el aniversario de la batalla de Nueva Orleans, librada


y sangrientamente ganada por el General Jackson, en un momento en el que
Inglaterra y América estaban en paz.
También es el aniversario de otros acontecimientos, pero ahora mismo
no sé de cuáles.
He estado leyendo ciertos razonamientos nuevos que demuestran que el
mundo es muy viejo y que los seis días de creación fueron seis periodos
inmensamente largos. Por ejemplo, según el Génesis las estrellas fueron
creadas al mismo tiempo que el mundo, pero este escritor menciona el
significativo hecho de que hay estrellas al alcance de nuestros telescopios
cuya luz necesita 50 000 años para atravesar las inmensidades del espacio y
llegar a nuestra tierra. Por lo tanto, si nosotros hiciésemos un viaje por el
espacio, en una remota época del futuro, ¿acaso no podríamos encontrar y
saludar a los rezagados rayos de una estrella que iniciaron su agotadora
visita a la tierra un millón de años atrás? Rayos que están ahora marginados
y sin hogar, pues sus padres las estrellas se hicieron añicos y desaparecieron
del firmamento quinientos mil años después de que esos rayos comenzaran
su viaje… Estrellas cuyos habitantes vivieron sus pequeñas vidas, y rieron,
y lloraron, anhelaron y temieron, pecaron y perecieron, un número
desconcertante de siglos antes de que esos centelleos vagabundos llegaran
vagando por las solemnes soledades del espacio.
¡Qué insignificantes somos con nuestro pequeño mundo pigmeo! Un
átomo centelleando junto con una incalculable miríada de otros mundos
atómicos en un extenso rayo de luz que emana del rostro de Dios; y que aun
así se refiere complacientemente a nuestra mota como al Gran Mundo y
considera a las otras motas simples insignificancias, creadas únicamente
para guiar nuestras goletas e inspirar las ensoñaciones de los amores
«adolescentes». ¿Vivió Cristo otros 33 años en cada uno de los millones y
millones de mundos que siguen su majestuoso curso sobre nuestras
cabezas? ¿O fue nuestro pequeño globo el elegido? ¿Una manzana en un
vasto huerto piensa tanto en sí misma como nosotros? ¿O una hoja en el
bosque… o un grano de arena en la playa? ¿Las hormigas debaten sobre
controvertidas cuestiones de teología de hormigas? ¿Y trepan a una topera,
miran hacia el enorme universo de un acre de terreno y dicen: «Qué grande
es Dios, que creó todas las cosas para nosotros»?
No me explico cómo los astrónomos pueden no sentirse insignificantes,
pues cada nueva página que abren del Libro de los Cielos les confirma cada
vez más y más que el mundo del que tan orgullosos estamos es para el
universo de las esferas viajeras como un mosquito para las aladas y
unguladas bandadas y manadas que oscurecen los cielos y pueblan las
llanuras y los bosques de toda la tierra. Si matas al mosquito, ¿le echarán en
falta? Verdaderamente, ¿qué es el Hombre para que Dios le tenga en
cuenta?
Uno de esos astrónomos ha tomado fotografías de lenguas de fuego de
17 000 millas de altura que salen disparadas de la superficie del sol, se
mecen, se hunden y vuelven a emerger… Y todo en dos o tres minutos… Y
a veces en un minuto una oriflama de fuego recorriendo de izquierda a
derecha una distancia de 5000 millas… ¡Una velocidad inconcebible!
¡Piensa en cómo tienen que ser los huracanes que azotan el sol para lograr
tales milagros! Y otras lenguas de fuego se elevan, ceden y vuelven a bajar,
formando un arco carmesí de 20 000 millas de ancho, a través del cual
nuestro pobre globo podría ser lanzado del mismo modo que puede lanzar
un balón al que se la ha dado una patada entre las piernas de un muchacho.
Pero debo parar. He decidido quedarme aquí hoy y mañana, ya que este
hotel me gusta muchísimo. He tenido la sagacidad de firmar con mi nom de
plume en el registro, por lo que me han tratado muy bien. (He descubierto
que el dueño es un fanático admirador mío). También es un buen tipo
(naturalmente).
Vete a la cama, mi amor. Vete a la cama y duerme plácidamente, y
despiértate renovada y feliz, mi vida.

SAM
CAMBRIDGE, [NUEVA YORK], 13 DE ENERO DE 1870

No, querida Livy, abordaré el tema del tabaco exactamente como


abordaría el tema del dedo índice de mi mano izquierda: si me pidieras con
toda seriedad que me cortara ese dedo, y viera que realmente lo dices en
serio, y pensara que ese dedo podría dañar mi bienestar de alguna forma
misteriosa, y estuviera claro para mí que no estarías plenamente satisfecha y
feliz mientras siguiera en su sitio, te doy mi palabra de que me lo cortaría.
Podría pensar qué me agrada de él, y el mundo podría decir qué le agrada…
pero me desprendería de él. No habría nada estúpido en ese acto; y todos los
rebuscados argumentos contra él se hundirían en su propia insignificancia
en presencia del único argumento irrefutable: tu deseo de llevarlo a cabo, y
la imposibilidad para nuestra vida conyugal de estar en total armonía
mientras ese obstáculo subsistiera.
Ahora bien, no hay ningún argumento que pueda convencerme de que
fumar moderadamente sea pernicioso para mí. No puedo darle ninguna
importancia a argumentos o pruebas de aquellos que no saben nada del
asunto personalmente, y que sólo pueden teorizar. La teoría no tiene ningún
efecto sobre mí. He fumado regularmente durante 26 de mis 34 años, y soy
el único miembro sano de mi familia. (Lo que hace que simples teorías no
puedan hacer frente a un hecho como éste). Mi salud es totalmente
impecable; y siempre lo ha sido desde que tengo 8 años. Mi estructura física
(pulmones, riñones, corazón, cerebro) es intachable. El médico del seguro
de vida me declaró libre de cualquier enfermedad y extraordinariamente
sano. Pero soy víctima del terrible y destructivo hábito de fumar. La salud
de mi hermano ha ido empeorando poco a poco en vez de mejorar; aunque
es un modelo de decencia y no tiene malos hábitos. Mi madre fumó durante
30 años y ya ha cumplido 67 años.
Querida Livy, no utilices como argumento el que me hayas visto
«nervioso, irritable», etc., etc., porque no es un argumento. Puedes ver a tu
padre nervioso, agotado, inquieto; puedes ver a cualquier antifumador
afectado del mismo modo que me has visto a mí. No es algo que sólo nos
pase a los fumadores; como probablemente sabrás por experiencia.
No hay argumento alguno que pueda tener el más mínimo peso para mí
en contra del tabaco (por lo menos en mi caso), porque yo sé y los demás
simplemente suponen.
Pero hay una cosa que me haría dejar de fumar, una sola cosa.
Abandonaría este hábito tan repleto de inofensivo placer en cuanto tú me
escribieras o me dijeras que es lo que deseas. Sería un sacrificio, de la
misma forma que si yo te pidiera que dejaras de ir a la iglesia, sabiendo que
ningún argumento que te pudiera dar te convencería de que tengo razón. No
sería difícil para mí dejarlo. Dejé de mascar tabaco en parte porque era un
mal hábito, y en parte porque mi madre lo quiso. Cesé de ser profano
porque la Sra. Fairbanks lo quiso. Dejé de beber alcoholes fuertes porque tú
lo quisiste. Hice lo que pude por aprender a dejar las manos fuera de los
bolsillos de mi pantalón y dejé de adoptar malas posturas en el sillón porque
tú lo quisiste. No he tenido que realizar ningún sacrificio para hacer estas
cosas. Descartar estos hábitos no redujo ninguna de mis libertades; al
contrario, me liberó de varios tipos de esclavitud. Fumar es diferente.
Ningún argumento en su contra es válido… Y no lo dejaré por ninguna otra
razón que no sea que tú así lo deseas. Los deseos de [todos] los demás son
importantes para mí, pero no lo suficiente.
Pero incluso aunque nunca lo dijeras verbalmente, si viera que el hecho
de que yo fume supone un obstáculo para nuestra perfecta unidad marital y
para nuestra felicidad, lo echaría por la borda. Sin piedad.
Querida Livy, parece que pienses que el deshacerme bruscamente de
este amado hábito de 26 años supondría para mí una proeza hercúlea. Como
si no me conocieras o como si yo mismo no me conociera. Yo tengo una
opinión diferente acerca de eso. Pronuncia las palabras, querida Livy, sin
acompañarlas de odiados argumentos o teorías, y verás que te quiero lo
suficiente como para cumplir tus deseos, incluso en este tema. Nada se
cruzará en el camino de nuestro perfecto acuerdo, si yo puedo evitarlo.
Si me hubieras acosado o perseguido con este tema, no podría hablar
como lo estoy haciendo, pues la persecución sólo consigue endurecernos en
las vías del mal. Pero eres tú, mi amor, la que ha sufrido la persecución (y
aun así, me ha parecido que era yo, y por eso he resistido tanto tiempo). Has
tenido que soportar todo esto, y el simple hecho de pensarlo entristece mi
corazón. Esto ha tenido el inevitable efecto de hacerme más reacio a
abandonar este hábito de lo que lo hubiera sido de otra forma. Odiamos ser
dirigidos.
Ah, Livy, si todo este tema se hubiese quedado solamente en tus manos,
habría dejado de fumar hace ya mucho tiempo, y sin ningún dolor ni
esfuerzo. Ha sido una mala idea atacar con tanta fuerza un vicio que sólo
podría salvar a través de ti. Podría haber alguna pequeña perspectiva de que
otros métodos pudieran tener éxito si tu dulce ayuda fracasa.
Se acerca la hora de cenar; unos amigos van a venir después de la cena
para estar conmigo hasta la hora de la conferencia. Como de costumbre,
estoy en magníficas condiciones para esta pequeña población rural; y como
de costumbre, tendré que levantarme a las 6 de la mañana y estar en un
letargo sin vida para la próxima gran ciudad, Utica, y hacer una chapuza.
Siento mucho haber sido la primera causa que haya nublado el feliz
domingo de mi amada; lo lamento y me siento abatido, y decidido a
compensarlo de alguna manera. Pobre niña, nadie te molestará mientras
estés bajo mi protección. Ni siquiera dejaré que el Sr.  Langdon lo haga,
aunque sea un querido y buen padre para los dos. Te deseo buenas noches
con un beso, cariño.

SAM
TROY, 14 DE ENERO [DE 1870]

Querida Livy, he estado muy preocupado por la carta que te escribí ayer
acerca del tabaco, y me he estado preguntando qué te escribí en ella; pues,
como de costumbre, nada de lo que dije se ha quedado en mi memoria. Sólo
recuerdo que tenía en mente una imagen de ti regresando de la iglesia, triste
e infeliz, y la seguridad de que habías sido tratada injustamente siendo
inocente, y que no deberías haber pagado el pecado de otro. Y tengo una
áspera e irritante sensación de…
Bueno, bueno, bueno; dejemos de preocuparnos por este odioso tema.
Estoy convencido de que nos ha causado a los dos más sufrimiento del que
habría acumulado fumando un millón de cigarros.
Y éste es un mal momento para mí para escribir acerca de asuntos que
me alteran, porque mis nervios, y la totalidad de mi economía física, están
agotados por el desgaste que suponen los viajes, las conferencias, diez mil
contrariedades e irritaciones insignificantes y una inusual pérdida de sueño.
Cuando las cosas empiezan a salir mal, siguen así. Ayer por la tarde llegué a
Cambridge y fui hasta el hotel bajo una torrencial tormenta de aguanieve;
estaba gris y hacía frío. Mi ánimo empezó a decaer. Entonces el Comité
(con su habitual brillantez de opinión) me informó de que el Troy Times
había publicado toda mi conferencia, elogiándola muchísimo y utilizando
innumerables comas y puntos para imitar mi manera de hablar arrastrando
las palabras; y después me informaron de que el Times tenía una gran tirada
en Cambridge. Mi ánimo cayó en picado todavía más; mi enfado empezó a
crecer. Insulté a mi informador con un lenguaje directo por no tener nada
mejor que hacer que decirme que iba a hablar a un público para el que mi
discurso no iba a ser ninguna novedad. Luego se fue (para volver después
de la cena) y me quedé solo con mi rabia. Abrí tu carta y ¡vaya!, ni siquiera
el amor de mi vida podía estar a salvo. Recibiste otro golpe de ese viejo,
viejo tema cuya simple mención por parte de cualquiera que no seas tú es
suficiente para hacer que se me erice el cabello. Porque soy un hombre
hecho y derecho, con canas en la cabeza y tengo todo el odio que un
hombre puede tener a ser [per…]
Ya estoy otra vez. Bueno, tenía muy poco tiempo libre, así que tenía que
escribir lo que sentía; tenía que reflejar mi estado. Y no era un estado
alegre. A su debido tiempo, el presidente regresó, y a las siete sonó la
campana de incendios, se levantó de un salto y exclamó: «¡Dios mío, la sala
de conferencias está en llamas!».
Mentalmente pronuncié una acción de gracias tan ferviente que si
alguna de mis oraciones ha llegado a atravesar la bóveda del Cielo, fue ésa.
No me moví de mi silla, por lo que mi descontrolado y excitado presidente
detuvo su loca huida hacia la puerta. Yo le dije: «Puede ver por el cegador
resplandor de las ventanas que nada puede salvar su sala… ¿Por qué se
precipita para nada?».
Se calmó un poco y se sentó; y mientras el fuego resplandecía por esas
altas ventanas, mi ánimo se elevaba hasta sentir que lo único que necesitaba
para ser completamente feliz era que los editores del Troy Times y ese
presidente se quedaran encerrados en ese edificio en llamas.
Pero mi elevado estado de ánimo se golpeó contra la tierra, y la
exasperación volvió. La sala estaba a salvo. Estaba un poco quemada e
inundada de agua. Pero en una hora habían fregado los suelos, evacuado el
humo y calentado el lugar de nuevo… y di la conferencia.
Por supuesto, después de la conferencia muchos miembros del Comité
se autoinvitaron a mi habitación, a pesar de que sabían que tenía que
levantarme a las siete de la mañana; y al final me animé y les dejé quedarse
hasta las doce.
Esta mañana el portero se ha olvidado de llamarme. Me desperté,
sorprendido al ver tanta luz, miré mi reloj… las 8 menos 14 minutos… el
tren sale a las 8.05… la estación está a cuatro o cinco manzanas… ningún
vehículo a la vista. En cuatro minutos no sólo estuve totalmente vestido,
sino que ya había bajado las escaleras haciendo ruido. El dueño se volvió
completamente loco en cinco segundos… revoloteó en todas direcciones…
pidió a gritos un carruaje… se tiró de los pelos… insultó al portero y se
desesperó… dijo que se acabó la fiesta, que lo mejor que podía hacer era
coger una calesa y conducirme a Troy (30 millas); con el termómetro bajo
cero y bajando cada vez más.
Le dije: «Recobre el sentido y no pierda el control; todavía tenemos seis
minutos, condúzcame a la estación… ¡corra!». Y corrió… corrió a un ritmo
razonablemente bueno pero le gané por la mano al llegar a las cocheras y
salté al tren; llegó un segundo después con mi equipaje de mano, y ¡ya
estaba a salvo con rumbo a Utica! ¡Hurra!
No te pongas triste por nada de lo que dije de fumar, mi pobre niña;
recuerda que sea cual sea mi estado de ánimo te quiero y te honro. No hay
tormenta capaz de [irritar] mover las profundidades de este mar; y recuerda
también, que cuando sea, influenciado únicamente por tu tranquilo, justo y
benévolo juicio, o por tu querido e irresistible deseo, me comprometo a
dejar el tabaco o cualquier otro hábito. Estoy preparado para hacerlo; y no
con desgana ni de mala manera, sino alegremente y con una amorosa
sinceridad y devoción hacia tu felicidad, mi Livy.
Que la paz sea contigo, mi preciosa mujer.

SAM

P. D. Doy una conferencia en Fredonia, Nueva York, el 19 de enero.


(L. McKinstry).
HONELLSVILLE, [NUEVA YORK], 20 [DE ENERO DE 1870]

Mi niña, estoy a sesenta millas de distancia de ti, y siento tu presencia


invisible más fuerte que cuando estás más lejos, al otro lado de un Estado…
Pero a pesar de esto, tu proximidad no me beneficia, pequeña, al contrario,
es más bien un tema que me enfada, porque sólo me dan más ganas de
verte, sin tener la oportunidad de hacerlo. Tampoco puedo decir con total
propiedad que no tengo la oportunidad, pues podría estar contigo ahora
mismo, quedarme contigo medio día y luego volver corriendo aquí a
tiempo. Pero una pequeña e insuficiente muestra de las vacaciones y una
vislumbre tuya estropearían y diluirían el jubileo de alegría de haber
terminado las conferencias de una vez por todas, y mi otro jubileo de
alegría de pensar que estoy contigo para nunca más en la vida volver a
separarnos. No, señor… Quiero que la liberación de la preocupación y del
trabajo sea completa, y quiero tu compañía, mi niña, para que sea tan
completa, perfecta y duradera.
Ayer me fui de Buffalo a las cuatro de la tarde, fui a Dunkirk y desde
allí a Fredonia en carro de caballos (3 millas), allí di rápidamente mi
conferencia, volví a coger el carro de caballos y llegué justo para coger el
tren de las diez menos cuarto con destino al Este. Me senté, fumé hasta
Salamanca (12h 30), me desnudé, dormí en un vagón cama dos horas y
media y luego me levanté y desembarqué aquí a las tres de la madrugada; y
tuve la fuerte tentación de quedarme en el tren durante una hora o dos más e
ir a Elmira. Pero me resistí. Al venir por la noche, me ahorré dos horas
extra de viaje.
Mi amor, mañana tienes que ir al armario de mi habitación, rebuscar en
esas cajas de cartón y conseguirme una nueva camisa, una camiseta interior
y unos calzones, y ponlos sobre la cama en la que voy a dormir cuando
llegue a casa; siempre y cuando duerma en la habitación de Charley o en la
habitación de enfrente. Pero si voy a ocupar la habitación en la que está esa
ropa, no hace falta que te molestes, por supuesto. Y mañana por la noche,
antes de acostarte, escríbeme una nota diciéndome cómo entrar en la casa y
en qué cama dormir… y ponía dentro del buzón de los periódicos de la
puerta lateral, para que pueda cogerla cuando llegue. Éstas son tus órdenes,
querida Livy, y si no las obedeces te llevaré ante un consejo de guerra.
En Fredonia tuvimos un público maravilloso, y estuve feliz como un
marqués desde la primera palabra de mi conferencia hasta la última. Pensé
que era casi la mejor conferencia que jamás había escuchado, a pesar de que
algunos pasajes serios eran improvisados; nunca los escribí.
Ésta, mi preciosa Livy, es la última carta de una correspondencia que ha
durado diecisiete meses… la correspondencia más agradable en la que
jamás he participado. Durante más de dos meses nos escribimos cada dos
días. Durante los siguientes doce meses nos hemos escrito cada día que
hemos estado separados el uno del otro. Y no hay hombre en la tierra que
haya tenido una pequeña corresponsal más querida y más fiel de lo que tú
has sido para mí, vida mía. Tus cartas han iluminado cada uno de esos
largos y aburridos días con un rayo de sol y los han reconfortado con un
escalofrío de placer, por muy sombríos que fueran. Y por eso te doy las
gracias y te bendigo, una vez más, como te he dado las gracias y te he
bendecido todos estos días. Y rezo por ti, de la misma forma en que he
rezado por ti cada noche, desde que incitaste a mi espíritu a rezar hace
diecisiete meses. Ésta es la última larga correspondencia que tendremos, mi
Livy… Y desde el día de hoy, deja de ser un momento glorioso entre las
ocupaciones de cada día, y se convierte en un recuerdo. Un recuerdo que
guardaremos reverentemente en el sanctasanctórum de nuestros corazones y
que valoraremos como algo sagrado. Un recuerdo cuyos mementos serán de
inestimable valor mientras vivamos y sagrados cuando uno de los dos
muera.
Han venido a buscarme, mi dulce Livy.
Adiós y que Dios te bendiga.

SAM
[Carta dirigida a los Langdon]

[20 DE FEBRERO DE 1870] EN CASA, DOMINGO POR LA TARDE

Livy cada vez se ocupa mejor de la casa, y de hecho a veces me


asombra entendiendo de cosas que uno ni se imaginaba que pudiera
comprender. Pero si me sorprende con su habilidad para seguir los antiguos
y difíciles caminos del trabajo de ama de casa, su éxito al diversificar esos
duros caminos me sorprende aún más. Esta mañana ha hecho un fricasé de
caballa con cerdo y ostras [Livy: Mentira] y le aseguro que era un plato
capaz de despertar la más profunda generosidad de cualquiera. Lo
guardamos todo para los pobres.
Nunca he visto a nadie que parezca tan insólitamente sabio como Livy
cuando pide la comida; y nunca he visto a nadie que parezca tan aliviado
como ella cuando ha completado su pedido, pobre niña [Livy: Eso también
es mentira, querida madre, vaya que lo es…] (¿Lo ve? Se ha bajado de su
percha toda la tarde y está lista para vigilarme).
No se imagina el trinchador en el que me he convertido. Ya casi nunca
tengo que sujetar el pollo por la pata. Y también parezco muy imponente,
en la cabecera de la mesa, con mi gran tenedor, mi cuchillo de trinchar y mi
abridor de guantes. (Utilizo el abridor de guantes para mantener el pollo
abierto mientras saco el relleno… Livy se queda con los ojos cerrados hasta
que le digo que puede mirar y ver lo que voy a hacer con el abridor de
guantes).
[Livy. ¿No es un Youth[13] de lo más gracioso?]
EN CASA, MEDIODÍA, 9 DE FEBRERO DE 1870

Mis queridos padres: Livy ha ido a comprar y a visitar a los Slee y yo


me he quedado en casa para escribir un artículo para el periódico, pero
después de caminar de un lado a otro del piso me he dado cuenta de que no
tengo un interés especial en los temas que se presentan. Un hombre no
puede hacer una cosa bien si su corazón no está interesado, así que he
dejado el garabateo periodístico por hoy.
Hemos visitado a los Slee una vez… Yo les he visitado una vez… Ellos
nos han visitado una vez… Y ahora Ella se ha ido a visitarles; por lo que la
comunicación entre estas dos familias sigue hasta la fecha intacta y es muy
probable que siga así.
Les hemos mandado un telegrama a los Twichell diciéndoles que
vengan, y lo han hecho; se quedaron veinticuatro horas de reloj, se lo
pasaron muy bien y nosotros también. Se interesaron mucho por la casa y
por todas sus pertenencias, en parte porque disfrutaron mucho haciéndolo y
en parte porque esperaban tener que contar, describir con pormenor, iterar y
reiterar los detalles de nuestro esplendor a todos los que estaban en Hartford
(y que últimamente, en cierta forma, se habían interesado en nosotros).
Anteayer fui a buscarles con el carruaje a las cuatro menos veinte de la
tarde y desde ese momento hasta la hora de cenar (a las cinco) les
enseñamos minuciosamente toda la casa, haciendo que Twichell se limpiara
los zapatos y se sonara la nariz antes de entrar en cada cuarto (para
mantener su admiración a un nivel elevado); y escuchamos su embeleso y
disfrutamos tanto como él. Les conté la historia de lo que le pasó al
Pequeño Sammy en la Tierra de las Hadas cuando estaba buscando una
pensión, y les gustó. Pero no les dejé acercarse a ese salón hasta que
hubieron creído que habían visto todas las glorias del palacio; hasta después
de la cena, de hecho, pues quería tener el gas encendido y los muebles
descubiertos. ¡Estaba magnífico! Creo que darán buena cuenta de ello. La
Sra. T. dice que la casa de Alice Day es vulgarmente vistosa y sin gusto. Me
siento horriblemente alegre por eso. (Y Livy también, pero ella no lo dice…
al menos no quiere que se hable del tema).
[Livy: Eso no es así y la Sra. T. no dijo eso… ¡ejem!, joven travieso]
Livy es una excelente ama de llaves, y yo siempre supe que lo sería. Todo
va de un modo tan suave como si lo estuviera haciendo funcionar una
maquinaria escondida. Los criados siempre están dispuestos y son
totalmente respetuosos con ella (y más les vale).
Livy pasa muchísimo tiempo intentando que su cuenta de caja cuadre;
pasa muchísimo tiempo con un pavo cocinado, de forma que dure una
semana; pasa muchísimo tiempo haciendo entender a los criados que no
deben comprar absolutamente nada fiado y que, compren lo que compren,
deben hacer que el carnicero o el tendero les den la factura por escrito para
que ella pueda escrutarla críticamente con su ojo de lince. Éstas son todas
las ocupaciones que tiene en la superficie. Naturalmente, tiene pequeños
momentos tristes en su interior, y lo confiesa… Pero pueden creerme si les
digo que creo que en secreto se reprocha a sí misma no estar triste más a
menudo, para mostrar la pena que debería sentir por dejar una casa tan
querida y tan preciada. La verdad es que ha experimentado el más
asombroso cambio… pues verdaderamente se ha vuelto tan bulliciosa, tan
ruidosa, y tan anárquica en su alegre felicidad, que yo, incluso yo, me veo
obligado a adoptar una aburrida severidad y solemnidad con el fin de
sostener la dignidad de la casa. Tira de mí y me arrastra por todas partes,
me tira del pelo, me muerde los dedos, y se ríe tan fuerte que podría oírla
desde la calle; me parece que no he visto a nadie tan feliz como ella en toda
mi vida (excepto a mí mismo).
Estamos disfrutando de estos alegres días al máximo. Por la tarde nos
sentamos solos en la más encantadora de las bibliotecas y leemos poesía…
y de vez en cuando llego a un pasaje que me llena los ojos de lágrimas, y la
miro a ella buscando una cariñosa compasión, y ella me pregunta si venden
el solomillo por libras o por yardas. ¡Ah! El corazón de esta niña está en el
cuidado de la casa, no en el romance de la vida.
Somos muy regulares en nuestros hábitos. Cada día nos levantamos a
las seis de la mañana, y nos acostamos a las diez de la noche. Comemos tres
veces al día: a las diez el desayuno, a la una la comida y a las cinco la cena.
La razón por la que nos despertamos a las seis es que queremos ver qué
tiempo hace. En parte por eso, y en parte porque hemos oído que
despertarse pronto es beneficioso. Luego volvemos a la cama y finalmente
nos levantamos a las nueve y media. Con cariño, su hijo

SAML. L. CLEMENS
He regresado de mi expedición de compras y ahora el Sr.  Clemens ha
bajado a la ciudad… He comprado una barra para colgar la ropa, una
panera, una plancha de metal, un secador etc., etc.
El Sr. C. quiere que se envíen las cartas a los nombres adjuntos… Annie
sabrá seguramente si él ha duplicado alguna… Me haría ilusión que Sue
pudiera encontrar las direcciones de Zippie, Hattie Marsh Tylers y les
enviara las cartas así como a Lucy Gage Cursons.
Somos tan felices como pueden serlo dos mortales…

Con cariño,
LIVY
Planchas de hierro

2 DE MARZO DE 1870

Querido padre: He recibido su envío, y no hablaré de negocios con mis


socios hasta que vuelva el Sr. Slee.
La «Paz» ha llegado, pero Livy no lo sabe, pues ha recibido una visita
interminable en el salón y ya es considerablemente más tarde de la hora de
la cena. Pero he extendido el mantel rojo de la mesa sobre la gran mecedora
y he puesto la maravillosa estatuilla encima, en un sitio prominente, y será
lo primero que vea Livy cuando entre.
Más tarde: Le dieron convulsiones de placer cuando entró. Y no me
extraña, porque los dos nos entristecimos tanto con la pérdida de la primera
Paz que parecía imposible que pudiéramos prescindir de ella… Y el que
usted nos haya mandado otra de esta forma tan inesperada y encantadora ha
sido sumamente gratifícante. Tiene nuestra más sincera gratitud; la de Livy
por el regalo en sí, y la mía porque disfrutaré muchísimo contemplándola.
3 DE MARZO

Padre, sus dos cartas han llegado esta mañana, y su envío ayer por la
tarde. (Nota: Ellen está en el establo y el caballo está en el ático observando
la escena).
Creemos que no vale la pena entrar en explicaciones de cifras del
Express, porque el Sr. Slee ha debido de llegar a Elmira después de haber
escrito la carta y él se las explicará de manera mucho más clara y
comprensible de lo que yo lo haría.
Le agradezco mucho la oferta que me ha hecho de aceptar mi dinero y
pagarme intereses hasta que decidamos si añadirlo a la compra de Kennett o
no. Iba a aprovecharlo de inmediato, pero esperé a ver si el Sr. Slee y Mac
Williams podían hacer que las cifras de Selkirk fueran un poco más
favorables. Ha resultado como yo esperaba. Y ahora, con la sólida
convicción de que el Express no es una estafa, pagaré un poco más de la
deuda de Kennett.
Me alegro mucho de vislumbrar mi camino en este negocio, porque las
cifras me confunden y me desquician un poco. No tengo los nervios
templados que tiene Livy en presencia de un problema financiero… cuando
su cuenta de caja no cuadra (cosa que no sucede más que una vez [Livy:
«mentira»] al día) simplemente aumenta el producto «Mantequilla  78
centavos» a «Mantequilla  97 centavos»… o reduce el producto «Gas 6,
45$» a «Gas 2, 35$» y hace que esa cuenta cuadre. Lleva la contabilidad
con la más inexorable precisión que ningún mortal haya podido contemplar
jamás.
[Livy: Padre, eso no es verdad… Samuel me está desprestigiando…]
Anoche escribí Planchas de hierro al principio de esta carta para que
recordásemos, Livy o yo, escribir acerca de ellas; no porque se tratase de un
texto para una conferencia.
La noticia de que Livy y yo hemos llegado a una conclusión acerca de
mi intención de dejar Buffalo proviene de Hartford, porque realmente
surgió en el periódico muy poco tiempo después de mi visita y de su última
carta a Hartford, y ha estado flotando en el ambiente desde entonces.

Su hijo
SAMUEL
EN CASA, DOMINGO POR LA TARDE, 26 [DE MARZO DE 1870]

Queridos padres: Está nevando furiosamente, y así ha sido durante casi


todo el día y parte de la noche. Nos alegramos de que estéis a salvo de la
nieve; pues si bien es realmente hermosa cuando cae, su belleza se
desvanece un rato después. El único resultado poco poético son sabañones y
barro.
La prima Anna está aquí; llegó anoche. Naturalmente, le ha gustado
mucho la hermosa casa. Livy acaba de irse a descansar. Theodore se
equivocó al informarnos de que Anna llegaría a las ocho y media de la
tarde, y nos dijo que llegaría a las ocho de la mañana… El resultado fue que
nos despertamos a una hora tan grosera e inhumana de la mañana que
estaremos torpes y distraídos durante un día o dos. Livy y yo somos
criaturas delicadas y no soportamos la disipación.
Anna trajo flores de Sue, Livy hizo unos bonitos ramilletes y justo
después se alborotó y se alteró porque decía que «nadie venía a visitarnos
cuando teníamos flores frescas». En fin, más vale que venga alguien… si
no, elegiré un club, iré e invitaré a media docena o así. Esta vez nuestras
flores no van a desaprovecharse. Simplemente a cambio de un pequeño y
amable gesto.
El tejado de la casa de la esquina que está frente a la casa del Sr. Howell
(diagonalmente enfrente de la del Sr.  Lyon), se incendió esta mañana y
ardió vivamente durante un rato… Y de no ser por la nieve del tejado,
hubiese podido ser un gran incendio… porque cuando lo descubrí desde la
ventana de nuestro dormitorio y me acerqué para despertar a la familia, no
había más que un hombre a la vista, y vino a ayudar en vez de ir a buscar a
los bomberos. Se quemaba tan lentamente que Patrick, quien me siguió,
trepó al tejado y lo apagó a medias con nieve antes de que consiguiéramos
darle cubos de agua. Cuando ya lo tuvo completamente bajo control,
llegaron dos máquinas de vapor, pero el inquilino de la casa les convenció
de que se fueran sin dañar nada.
En fin… Puede que ahora no tengamos que explicar por qué no les
hemos escrito antes (a pesar de eso, si algunas cartas se han extraviado y no
las han recibido, queremos que quede claro que hemos escrito esas cartas).
Ahora mismo quizás no necesitemos dar explicaciones, ya que es muy
tarde. Sé que no es culpa de Livy. (Pero si ella está dispuesta a sostenerme
fielmente diciendo lo mismo que yo, probablemente demostraremos ser
inocentes). Cosa que creo que hará.
Sí, madre, en cuanto haga pública su visita estaremos dispuestos para
viajar por el océano con usted, de muy buena gana.
Gracias por los diarios de Charley. He abandonado al Profesor Ford, y
debo interrumpir las cartas de «Alrededor del Mundo»… lo he hecho. El
Profesor lleva ya seis meses escribiendo dos pequeñas cartas, y yo diez (lo
que hace un total de doce cartas). Si continúan su viaje durante dieciocho
meses como se proponen, el Profesor conseguirá producir el increíble total
de seis cartas, si mantiene su energía actual. Así que descartaré
tranquilamente el negocio de «Alrededor del Mundo» y sencillamente
escribiré (a partir de los diarios de Charley) lo que simplemente parece ser
una correspondencia vagabunda de un tal George  M. Wagner o cualquier
otra persona que escribe cartas cuando se le antoja y que viaja por placer.
He aceptado la redacción de una sección de la revista Galaxy de Nueva
York, y voy a proporcionar diez páginas de material cada mes (elaborado
con mi propia escritura y mis contribuciones) por 2000$ al año, este
material es de mi propiedad y, si quiero, puedo hacer con ello un libro
cuando lo hayan utilizado. Escribiré uno o dos obras cortas al mes para el
Express, y tengo la impresión de que durante un tiempo no haré nada más
en el periódico. El Galaxy y el Express me darán seis días completos de
trabajo cada mes, y necesitaré todo el resto del tiempo para admirar la casa.
Lo necesitaré también para escribir un libro. Los Inocentes se siguen
vendiendo tan bien como siempre. [De nueve mil a diez mil copias al mes]
Me siguen aportando 1400$ al mes.
Tengo que parar y dejarle sitio a Livy para que escriba unas líneas. Con
todo mi amor y todo mi respeto,

Su hijo
SAML
Querida Madre: La prima Anna, el Sr. Clemens y yo estamos sentados a
la mesa de la biblioteca; hemos tenido una agradable visita. Ahora Samuel
está hablando de Olive Logan.
Nuestra casa sigue tan hermosa y tan agradable como siempre, incluso a
lo mejor un poco más; queremos veros a ti y a padre aquí en ella. Estoy
convencida de que os parecerá un lugar apacible.
La semana pasada salí a hacer dos visitas. Yo he recibido unas setenta.
La semana pasada hice una visita muy agradable a la Sra.  Wadsworth;
pensé que había estado allí dos semanas antes, pero me di cuenta de que me
había equivocado de casa y de que me dejé la tarjeta. La Sra.  George
Wadsworth también nos ha visitado; es muy simpática. El Sr. y la Sra. Cray
(él es el editor del Courier) también son unas personas muy simpáticas,
creo que podemos llegar a ser amigos.
Buenas noches

Con amor,
LIVY
EN CASA, 22 DE MAYO [DE 1870]

Querido Padre: Durante varios días hemos recibido noticias suyas cada
vez mejores, hasta que al final ya no nos parece que usted esté inválido.
Somos las dos personas más agradecidas del mundo. Su caso parecía muy
inquietante cuando nos marchamos, y no nos habría sorprendido ser
llamados de vuelta en un día o dos. Ahora esperamos verle en plena forma
aquí con Madre en cuanto puedan venir. Aquí todo es hermoso, nuestro
hogar es tan tranquilo y tan apacible como un monasterio y al mismo
tiempo tan brillante y tan alegre como el sol puede hacerlo por dentro y por
fuera. Nos sentimos casi sobrecargados y agobiados por tanta felicidad, y
necesitamos compartirla con alguien y así liberarnos del excedente. Vengan
y participen libremente.
No creo que podamos ir a casa cuando Anna Dickinson les visite; la
verdad es que hasta ahora no nos lo hemos planteado seriamente. Tenemos
previsto pasar un mes entero en los Adirondacks (agosto o septiembre), y
tendré que hacer todo el trabajo para el Galaxy y el Express por adelantado
para estar seguro de tener tiempo. Así que ahora voy a estar muy ocupado
durante un tiempo; escribiré fielmente todos los días.
Quiero que Theodore le envíe 150$ a Charley de mi parte y nunca me
acuerdo [de ocuparme] de ello cuando bajo a la ciudad. ¿Podría Theodore
mandar el dinero y cargármelo con intereses hasta que vuelva a Elmira? Le
he pedido a Charley que buscara un buen microscopio para mí, y creo que
le vendría bien que le diera el dinero pronto.
Nos ofrecen 15 000$ en efectivo por las tierras de Tennessee. Orion está
a favor de aceptarlo siempre y cuando podamos quedarnos 800 acres que,
según él, contienen una mina de hierro y 200 acres de carbón bituminoso.
Pero si consideramos que se van a construir vías férreas en esa parcela, los
compradores (son hombres de Chicago) preferirán probablemente ser
propietarios del hierro y del carbón. Así que le aconsejé a Orion que les
ofreciera los 30 000 o 40 000 acres del terreno completo por 30 000$ sin
guardar nada; o todo excepto esos 1000 acres de hierro y carbón por 15
000$. Nuestros agentes llevan dos o tres años intentando vender todo el
terreno por 60 000$ y se han negado rotundamente a aceptar cualquier
precio inferior.
Mi hermana me ha comunicado que las plantas aún no han llegado de
Elmira.
También me dijo que ella y Margaret han terminado de hacer y de
colocar la mayoría de las alfombras, aunque la del salón todavía no ha
transpirado. (Transpirado no es la palabra apropiada… quiere decir que la
alfombra del salón todavía no ha llegado). Y me ha dicho que el Gatito
durmió durante todo el trayecto desde Buffalo hasta Dunkirk, que luego se
estiró y bostezó, exhalando un aliento con olor a pescado, y me dijo que el
camino de Erie era infernal. (Lo gracioso es que el Gatito no fue por el Erie,
sino por el Lake-Shore).
Creo que Livy está dormida, porque se fue a nuestra habitación hace
una hora y desde entonces no sé nada de ella.
Ma irá a Fredonia mañana para asesorar acerca de las tierras de
Tennessee, pero regresará, ya que la casa de mi hermana debe de estar muy
revuelta.
El Sr. y la Sra. Slee están bien. Los vimos el viernes por la noche.
Ayer cenamos y pasamos una agradable velada con los Gray (editor del
Courier); van a venir a Addirawndix con nosotros.
Tengo que escribir a los Twichell.
Con muchísimo cariño para todos vosotros, incluyendo a Madre, Sue,
Theodore y la abuelita; y con mucha prisa,
Su hijo SAML
WASH, 8 DE JULIO [DE 1870]

Mi querida Livy, naturalmente no he tenido otra cosa que hacer más que
esperar, ya que anoche se entregó el proyecto de ley al Senado y todavía no
ha sido impreso; y hoy el Parlamento ha propuesto adoptarla en su forma
original y someterla a una rápida decisión en el Senado.
Le he pedido prestados 100$ a Bennett[14] (ya que he venido con unos
50$ más o menos, y esta mañana he encargado un traje completo para mi
amigo Riley) y he pasado medio día en la House Gallery (después de
concederle una hora a Brady para que hiciera mi retrato).
Esta noche he cenado con el ex Vicepresidente Hamlin, con el Senador
Pomeroy, con el Sr. Gardiner G. Hubbard y con el Sr. Richard B. Irwin, y he
pasado un rato muy agradable. Hubbard le manda recuerdos a Padre; Irwin
comentó con mucha aprecio cómo le había contestado Charley desde Japón
para agradecerle las molestias que se había tomado para que él y el Profesor
se sintieran cómodos en el barco; una cortesía que, según Irwin, la mayoría
de la gente olvida tras disfrutar de sus hospitalarios servicios y alcanzar
tierra firme donde ya no necesitan sus atenciones. Me alegró oírle elogiar a
Charley de esa forma.
Llegué en coche al Senado, me he quedado allí hasta ahora (las diez y
media de la noche) y regreso al hotel. ¡Oh! ¡He reunido material suficiente
para un libro entero! Esto es una verdadera mina de oro.
Esta mañana he visitado al Presidente con tranquilidad. Pensé que lo
normal sería sentirme algo avergonzado al presentarme, pero ocurrió algo
que cambió mi comportamiento; me sentí tranquilo y sereno. Se trataba de
esto: Era el propio General quien estaba terriblemente avergonzado.
Le he prometido al General Dent ir a verle y pasar con él un día entero
de «juerga».
Lamenté enterarme de que padre estaba más débil, pero me alegró
mucho saber que no era nada serio.
Mi niña preciosa, voy a dejarlo ya, escribiré una nota a Twichell dando
cuenta de nuestro viaje y luego me iré a la cama. Que Dios te bendiga, mi
amor, y que los ángeles te guarden.

SAM

Nota: No le digas a la abuela de quién es la carta. Que lo vaya


descubriendo sobre la marcha.
BUFFALO, 11 DE NOVIEMBRE [DE 1870]

Querida Abuelita: He esperado con mucha impaciencia tener noticias


tuyas o de algún otro miembro de la familia pero, hasta ahora, no me ha
llegado ninguna carta. He recibido críticas entusiastas en telegramas del
Cleveland, y en felicitaciones del Sr. Brooks de Nueva York; y he recibido
el telegrama de Elmira con mucha alegría y lo he conservado
cuidadosamente. Pero de ti personalmente no he recibido ninguna noticia, al
menos en forma de carta, y me veo obligado a decir que eso me ha dolido.
De vez en cuando pienso en ello desde todos los puntos de vista posibles y
entonces comprendo que estos últimos años has tenido muchas dificultades
para escribir. Por supuesto eso me hace sentir mejor al respecto, pero nunca
dura demasiado. Pronto empiezo a preocuparme de nuevo, pensando para
mis adentros que me podrías haber escrito por lo menos una línea. Pero qué
más da, sé que todo es como debe ser, y que me has desatendido no porque
lo hayas querido, sino porque no has tenido más remedio que hacerlo.
Porque sé que me quieres. Hoy a las once cumplo cuatro días. ¿Te acuerdas
de cuando sólo tenías cuatro días? No lo creo.
Mañana voy a buscar a la abuelita Fairbanks, y me alegraré mucho al
verla, pero sentiré muchísimo separarme de la tía Susie Crane, porque
estaba aquí cuando vine y he llegado a apreciar mucho su compañía; me
conoce mejor que nadie, excepto la tía Smith.
Me hospedo con una extraña joven apellidada Brown, y su bebé se
hospeda con mi madre. Espero que la Sra. Brown pueda acoger a muchos
como yo, porque no soy de muy buen comer. No entiendo este jueguecito,
pero supongo que todo está bien. Supongo que se trata de algún pequeño
truco de los de mi padre para ahorrar gastos.
Lo paso ridículamente mal con la ropa. Exceptuando una camisa que la
tía Hattie hizo para mí, no hay ni un solo harapo que me vaya bien. Todo es
demasiado ancho. Deberías ver lo que llaman «faldón». Sólo mido trece
pulgadas, y estas cosas miden por lo menos tres pies. Piensa en ello.
Tropiezo y me rompo el cuello cada vez que doy un paso, pues no puedo
estar pendiente de agarrar lo que arrastra cuando tengo prisa.
Te aseguro que estoy cansado de que me envuelvan la cabeza y las
orejas la mayor parte del tiempo. Y no me gusta esto de que me quiten la
ropa y me laven. Me gusta que me desnuden y que me calienten en la
estufa; es muy agradable; pero desprecio este asunto de la limpieza. Lo
considero una gratuita e innecesaria muestra de maldad. Nunca los he visto
lavar al gato.
Y te aseguro que es aburrido que me vayan dejando sobre las
almohadas, las sillas mecedoras, mientras todos los demás se pasean por la
ciudad divirtiéndose. De vez en cuando dejan a ese otro bebé tumbarse
sobre la mesa de la cocina y mirar al sol, pero, gracias a Dios nunca tengo
derecho a todo el numerito. A veces me vuelvo tan loco que no puedo
mantenerme sereno ni firme en mi opinión. Pero eso sólo empeora las
cosas. Lo llaman cólico y me dan alguna repulsiva medicina. Cólico… A
todo lo llaman cólico. Un bebé no puede abrir la boca acerca del asunto más
sencillo sin que surja algún ser sabio y afirme que son ventosidades en su
intestino. La primera vez que vi al perro, hice un ruido que en parte
expresaba temor y en parte admiración, pero me costó una doble dosis de
medicina contra ventosidades en el intestino. ¿Acaso esa gente me toma por
un globo?
No estoy del todo satisfecho con mi tez. Estoy más rojo que un
bogavante. Me siento muy avergonzado cuando recibo visitas. Pero estoy
totalmente satisfecho de mi apariencia física, ya que creo que soy clavado a
tía Susie. Me alimentan con raciones muy pequeñas, y eso es algo que no le
agrada al suscriptor. Mi madre tiene puré de patatas, gachas, té, tostadas, y
todo tipo de exquisitos platos, pero nunca me da ni un solo bocado; y
puedes apostar tu último dólar a que yo no se lo pido. Sólo sería un caso
más de «ventosidades en el intestino». Tendrás que disculparme. Estoy
aprendiendo a guardar mis observaciones para mí mismo. [Pero entre tú y
yo, abuelita, saco beneficio de ellas; anoche mismo tuve a la tía Smith
levantándose cada hora para darme de comer; y por una vez no he estado
hambriento.]
El médico acaba de estar aquí de nuevo. Supongo que ha venido para
estafarme descaradamente. Es el hombre blanco de aspecto más malvado
que he visto jamás. ¡Ojo! esto no es un arrebato de malhumor ni prejuicios,
sino una opinión serena y calculada, formada y fundada en una cuidada
observación. ¿No estaré a su merced cuando me salgan los dientes?
Adiós, Abuelita, adiós. Mucho amor para ti, y para la abuelita, y para
todos los de la casa.

Tu afectuoso nietecito
LANGDON CLEMENS
[HARTFORD, HACIA EL 9 DE AGOSTO DE 1871]

… no vale la pena ni pensar en ello ni hablar de ello.


No temas por nosotros mi amor. Si desapareces querré al bebé y le
cuidaré celosamente. Pero esperemos y confiemos en que los dos, tanto tú
como yo, podamos cuidarle y protegerle hasta que nos tengan que ayudar a
ir desde nuestras butacas hasta el salón para ver a sus hijos casados.
Esperémoslo, mi vida, e intentemos confiar en que así será. En cualquier
caso, no hace falta que te angusties por esa influencia de la que me hablas.
Nunca le afectará. Mejor envenenar su cuerpo que su alma. Mejor que sea
un cadáver que un canalla.
Querida Livy, me resulta triste pensar que estás pasando sola este
solemne aniversario, tan lleno de recuerdos de un tiempo feliz y de una
presencia misericordiosa; de un corazón noble, de un hermoso espíritu, de
un amor cercano a lo divino; de un brazo protector [nunca egoísta] de una
valentía que calmaba el miedo y aportaba sosiego, de una simpatía tan
amplia y profunda y además tan fuerte y cálida, que poseerla es ser esa
excepción, esa joya sin precio, un espíritu santo.
HARTFORD, 10 [DE AGOSTO DE 1871]

Querida Livy, el envío ha llegado, y he contestado de inmediato. Es


gracioso cómo las cartas se esperan, ¿verdad? He escrito todos los días
menos dos, creo; un día en Nueva York y uno desde que llegué aquí. Un día
escribí dos cartas, una de ellas corta. De ahora en adelante haré esto más a
menudo.
También ha llegado la caja de ropa, y ha sido bienvenida. Ha sido muy
considerado por tu parte, tesoro. Junto con esta caja llegó otra de Nueva
York, porque compré dos abrigos y cinco camisas allí. Ahora todo va bien.
No necesito cinco camisas, pero las encargué en un arrebato de ira cuando
descubrí que no había traído más que un montón de esas odiadas y viejas
atrocidades con una sola hilera de botones que he tirado trece veces,
regalado seis veces y quemado dos. Ahora se las impondré a Orion,
sabiendo que la próxima vez que las encuentre entre mi ropa surgirá una
frialdad permanente en la familia Clemens aquí.
Hoy he escrito un capítulo buenísimo hacia la mitad del libro. Admiro el
libro cada vez más cuanto más voy esculpiéndolo, cortándolo, mimándolo,
adornándolo y remodelándolo. Pero ahora debes empezar a impacientarte,
así que voy a continuar esta noche y trabajaré día y noche hasta que lo
termine. El tener que dar forma a tal cantidad de manuscritos para la prensa
es un trabajo arduo y aburrido. Tardé dos meses en hacerlo para Los
inocentes. Pero ésta es otra visión de una tarea más fácil, pues es un trabajo
literario mucho mejor, escrito de manera mucho más aceptable. ¿Se
necesitan 1800 páginas de manuscrito para hacer este libro? Pues eso es
justo lo que tengo… Mejor dicho, tengo 1830. Pensé que un poco más de
1500 páginas serían suficientes y que podría dejar el Viaje por la Tierra…
Una pena que no lo consiguiera.
Ayer Ma se compró un vestido de seda por 24$ y hoy se ha cansado
muchísimo ayudando a Mary y a Annie a retocarlo. Parecía agotada. No
podían encontrar a una costurera y Ma necesitaba el vestido como fuera
para lucirse mientras estuviera aquí. Ma es una mujer maravillosamente
encantadora, de suave inocencia y de inagotable bondad de corazón, que se
interesa por todas las criaturas y por sus más mínimas alegrías y penas. Ésa
es la razón por la que escribe las cartas tan bien… ese cálido interés
personal que muestra hacia todo lo que los demás guardan en su corazón.
Cualquier cosa importante para alguien es importante para ella. Sus cartas
tratan de los asuntos de todo el mundo, y podría parecer un ratoncillo
husmeando, entrometido e inquieto diablo del cotilleo a los ojos de una
persona que no la conozca.
Annie es una joven muy simpática e interesante, y tu seda marrón le
queda perfecta, es muy sencilla y al mismo tiempo muy favorecedora y
elegante.
Mollie siempre es una compañía simpática, agradable e interesante.
Orion sigue siendo un bicho raro, más excéntrico y desatento que nunca.
Esta noche se topó con una extraña joven en la entrada; la confundió con la
hija de la casera (el parecido era [casi] el mismo que el que tiene una jirafa
con un canguro) y gritó: «¡Hola, has vuelto pronto!». Pensó que se había
escapado de un manicomio y se fue sin cumplir su misión.
Anteayer por la noche estaba en el porche, tan distraído como de
costumbre, cuando salió una mujer con la casera; no podían abrir la puerta;
Orion le dijo a esta última: «Quédese donde está, yo la abriré por ella»; cosa
que hizo. Creía conocerla; no era así. Dijo: «Se está haciendo tarde, voy a
acompañarla a casa». Ella contestó: «Oh, no, gracias; no está muy lejos y
no estoy asustada». Él dijo alegremente: «¡Oh, no lo está! Bueno, pues si no
lo está, yo tampoco lo estoy, así que voy con usted». ¿Qué podía hacer una
mujer con una criatura tan risueña? Bueno… sencillamente, dejarle que la
acompañara a casa; cosa que hizo. Ella le llevó por un camino por el que
nunca había pasado, finalmente se paró delante de una casa que nunca había
visto, y dijo: «Ésta es mi casa; le estoy muy agradecida, caballero: buenas
noches» y lo dejó ahí de pie, preguntándose si su amigo había movido su
casa en 24 horas o si le había puesto en ridículo una vez más. Lo último era
lo más probable; y si hubiera apostado consigo mismo seguro que habría
ganado.
Pero eso no va a pasar… Buenas noches, mi vida. Siempre tuyo, me voy
a trabajar.

SAML

P. D. Apuesto a que Bliss todavía lleva alguna de mis cartas en el


bolsillo. Por eso no llegan.

S. L. CLEMENS
ALLENTOWN, MARTES POR LA TARDE [17 DE OCTUBRE DE 1871]

Querida Livy, nunca daré esta conferencia. La odio y no la voy a


guardar. Ni siquiera puedo tratar con ese holandés cabezota.
He hecho un borrador de una conferencia acerca de Artemus Ward, la
terminaré de escribir el sábado que viene y la dictaré el lunes que viene en
Washington.
Pobre niña, siento mucho que estés tan sola y desamparada; pero no te
desanimes; ¡piensa que tú no tienes que dar conferencias! Deberías estar en
la gloria. Volveremos a estar juntos, y entonces olvidaremos todos nuestros
problemas.

Con un mundo de amor,


SAM
MILFORD, MASSACHUSSETTS, 31 [DE OCTUBRE DE 1871]

Querida Livy, continúa el mismo comportamiento de la audiencia; los


mismos impulsos, las mismas alteraciones y el mismo remedio para los
síntomas de siempre. Exactamente la misma conferencia que hizo vibrar a
Great Barrington fue recibida por Milford con las sonrisas más gentiles y
educadas y con un tenso bienestar. Ahora veremos qué pasa con Boston.
Boston debe sentarse correctamente, guardar la compostura y portarse bien
conmigo. Como vaya en Boston, irá en Nueva Inglaterra.
No he recibido carta en Brattleboro. No me ha llegado ninguna. En la
oficina de correos tampoco había ninguna. No hay señales de Bliss.
Supongo que Brattleboro es un lugar inalcanzable.
Anoche no escribí. Me sentía un poco abatido. Hoy he viajado durante
todo el día en trenes de segunda, que paraban cada cuatro o cinco minutos.
Estoy perezoso, pero nada cansado… Un baño caliente me ha devuelto la
energía. Esta noche he visto al hermano de la Sra. Lee (a ella la vimos en la
casa del Gobernador Hawley).
He estado leyendo Eugene Aram[15] todo el día; me ha parecido
aburrido; me iba saltando cuatro páginas de cada cinco. Me saltaba lo
corporal todo el tiempo. No lleva a ninguna parte. Un mundo de amor. Dale
un beso a madre y al cachorrito, de parte de Saml. ¿Lo soportarán los
secuaces del doctor? No.
Te aseguro que el fresco y genuino encanto de Annie y de Sammy
convierten las desperdiciadas vigilias en un codiciado y delicioso placer. No
sé cuándo he disfrutado de algo tanto y con tanta efusividad como con la
carta de Annie. Ojalá la vigilia hubiese sido siete veces más larga y mucho
más hermosa.
El chiste impreso es espléndido. ¡Oh!, ¡cuánto me gustaría ver a Sue, a
The y a Clara en nuestra querida, querida Nook Barn! Pero ¡caramba!, lo
echaré todo de menos, lo sé. Cariño, deja que te anegue con todo mi amor…
Cuando lleguen, repárteles lo que te sobre.
Sé que hay otras cosas que debería escribir, pero es muy tarde y tengo
mucho sueño.
Espero adjuntar a ésta un cheque de 125$; un total de 550$ para ti desde
(e incluyendo) Danville, III. Telegrama con acuse de recibo, si añado el
cheque.
Con un montón de amor. ¡Oh, las cartas! Nunca termino de escribir las
cartas de negocios hasta mucho después de medianoche.

Con amor
SAML

P. D. ¿Yo, enfermo? ¡Vaya idea! Antes se pondrá mala una talla de


madera que servidor. No sé lo que es la enfermedad.
HAVERHILL [MASSACHUSSETTS, 16 DE NOVIEMBRE DE 1871]

Querida Livy, ha sido una noche terriblemente tormentosa, el tren tuvo


algo de retraso, y cuando entré en la sala era media hora más tarde de la
hora a la que debería haber empezado la conferencia. Pero ni un alma había
abandonado el auditorio. Avancé a través del público con mi abrigo, mis
cubre zapatos y mi maletín en la mano, y me descubrí en el escenario, ante
el público. No era momento de andarse con formalidades. Les dije que
sabía que estaban indignados conmigo, y con razón; y que si algún
caballero agraviado se levantaba y me insultaba durante 15 minutos, me
sentiría mejor, lo tomaría como una gran amabilidad y estaría dispuesto a
hacer lo mismo por él cuando fuese necesario. Esto rompió el hielo, y al
final todo salió triunfalmente y con redobles de tambor.
Me enviaste el «No es un truco de teatro» (por el que le estoy muy
agradecido a Warner; salió en los periódicos de Boston), pero no me has
enviado la nota de Brooklyn de la que hablas. ¿De qué iba?
Ahora dicto mejor la conferencia. Siempre la termino con poesía y con
una descripción de la muerte de Artemus en el extranjero.
Me alegro mucho de saber que el bueno de Twichell ha regresado.
Quiero oírle gritar lo de «raras, raras, son las tierras allende los mares».
Confunde a los cocineros confusos. Ofrece cinco dólares por semana, y
mira a ver si así consigues alguno. Da nuevas voces.
No tengo ocasión de leer nada, cariño mío… Estoy trabajando en la
conferencia todo el tiempo; intentando erradicar a Artemus de ella y
trabajar en ella yo en persona. Yo digo, tráemelos, y él dice: no. Pero voy a
marcar el Lowell para ti; es una pena arruinar esas delicadas páginas.
Que Dios te bendiga, quiero mucho al cachorrito, y lo querré más y más
conforme vaya desarrollándose y volviéndose malicioso e interesante. Para
mí es un animalillo adorable. Dale un beso de mi parte, mi amor. He
encargado el cancionero para él.
Desde que he escrito la última frase, he estado estudiando la guía del
ferrocarril durante una hora, cariño, y creo que podré llegar a casa a última
hora de la tarde o ya en la noche del sábado, quedarme allí hasta después de
las doce y luego seguir hasta Nueva York, donde puedo descansar todo el
domingo y la mitad del lunes… o puede que haya un tren diurno el
domingo de Hartford a Nueva York. Ya veré. Quiero ver a mi amor, te lo
aseguro.
¡Qué sueño!

Con amor
SAML

Mi cariño para madre y el cachorrito.


HARTFORD, VÍSPERA DEL LUNES [20 DE NOVIEMBRE DE 1871]

Mi amor: Anoche estabas aquí, y todo fue muchísimo más agradable


que esta noche en la que no estás presente… ¡Cuánto hemos disfrutado
juntos! Espero que ésta sea la última temporada en la que tengas que dar
conferencias, no es una vida adecuada para un esposo y su mujer, si pueden
evitarlo, ¿no crees? Estamos demasiado a menudo separados. La factura de
Pottier & Stymas ha llegado, es de 128,00$; pensé que por lo menos sería
de 150,00$. También la factura de nuestro seguro de accidentes, de 60,00$;
menos mal que me dejaste los 150,00$ adicionales, si no me habría faltado
algo de dinero.
Hoy he contestado todas tus cartas excepto la de Meline, que no he
logrado encontrar; si no doy con ella, ya conseguiré su dirección de alguna
manera y le escribiré. Ha sido un placer escribir cartas por ti, es un placer
hacer cualquier cosa por ti…
Esta mañana, en cuanto hube lavado y vestido al bebé, subí a la
habitación de invitados, me tumbé y dormí hasta las dos.
Dentro de unos minutos pasaré por «el club»; me gustaría que vinieras
conmigo, es que lo temo: te quiero cerca para protegerme.
El bebé es tan dulce y entrañable… Conforme va creciendo sé que
ambos os vais a querer muchísimo. ¡Qué cosa tan maravillosa es el amor!
Confío en que seremos una familia absoluta y cariñosamente unida; esto es
probablemente el Cielo aquí en la tierra.
Mi Youth, en algunos aspectos debes enseñarme a no «preocuparme»
tanto, con respecto a los cocineros y asuntos de esta naturaleza, y yo
también me esforzaré por aprender… Creo que no hay nada que arruine
tanto la felicidad de una familia como una mujer preocupada.
Cubbie[16] está muy impaciente por que vuelvas a casa el sábado; espera
que no nos falles bajo ningún pretexto.
Espero que en Filadelfia esté haciendo una noche agradable. Aquí está
lluviosa y desapacible. Hoy no he salido, he dormido y he estado con el
bebé la mayor parte del día.
Madre se ha sentado a mi lado a trabajar en su colcha de seda; intentaré
añadir una línea a ésta cuando regrese de casa del Sr. Warner.
Envíame los relojes de Annie y de Sammy para que yo pueda
mandárselos con los otros regalos. He vuelto de casa del Sr.  Warner, te
escribiré sobre el particular mañana; estoy muy cansada esta noche.

Con un amor sin fin


Tu LIVY
BENNINGTON, [VERMONT],
LUNES POR LA TARDE [27 DE NOVIEMBRE DE 1871]

Querida Livy, un buen público, pero se rieron demasiado. Un gran fallo


de esta conferencia es que no hay manera de convertirla en algo serio e
instructivo cuando yo quiero. Todas mis conferencias deberían ser una
continua tabla narrativa, llena de casillas en toda su extensión, separadas
por seis pulgadas entre ellas; y en mi almacén mental, debería tener una
especie de tapones (la mitad marcados como «serio» y la otra mitad como
«cómico») para seleccionarlos y meterlos en esas casillas, dependiendo del
humor del público.
Siento mucho tener que dejar sobre tus hombros todo el peso del
cuidado de la casa, y al mismo tiempo sé que es una bendición para ti, ya
que sólo la dedicación y el trabajo saludables pueden hacer que la gente
solitaria soporte la existencia. Odio en particular tener que infligirte la
aburrida tarea de contestar mis cartas de asuntos financieros. La verdad es
que es una tarea difícil.
Creo que Bliss ha hecho el folleto del libro[17] con gusto y maña. Las
selecciones son buenas y están bien organizadas. Aunque bien es verdad
que tiene un mundo de posibilidades en el que elegir. Este libro es mejor
que Los inocentes y está mucho mejor escrito. Si el tema no estuviera tan
manido sería un gran éxito. Pero cuando escriba el libro del Mississippi,
¡ojo!, me pasaré dos meses en el río tomando apuntes, y apuesto a que haré
un trabajo de calidad.
Bueno, es tarde, hora de dormir… Con un cariñoso beso de buenas
noches envío mi profundo amor a mi madre Olivia Langdon, y a mi mujer
Olivia Langdon; a mi sobrina Olivia Langdon; y a mi futura hija Olivia
Langdon.

SAML
HARTFORD, 2 DE DICIEMBRE DE 1871

Amor mío: No me ha hecho ningún bien esperar veinte cartas, no me ha


llegado ni una… Sólo he recibido una carta y una pequeña nota de tu parte
desde que te fuiste de casa, las dos llegaron en el mismo envío.
Es sábado por la noche, te echo de menos; el no tener noticias tuyas
hace que te eche aún más de menos.
Los relojes han llegado, son bonitos y están en perfecto estado; el de
Annie es precioso, no podría ser más bonito; tienes buen gusto, Cariño. Sé
que le va a encantar.
No he recibido noticias de la Sra. Brooks, así que no sé si vendrá o no.
Acabo de cenar, creo que en este momento no te voy a escribir más,
hasta la hora de dormir, puede que entonces te escriba con mejor ánimo;
estoy un poco enfadada, y al mismo tiempo te quiero muchísimo y estoy
desilusionada por no recibir noticias tuyas. Cuanto más al Oeste te vas, más
tardan las cartas en llegar.
Hora de dormir.
He estado dibujando un plano de nuestra casa y me siento mejor que a
la hora de cenar. La carta no saldrá hasta el lunes por la mañana, así que la
terminaré mañana. Buenas noches, que duermas bien.
DOMINGO POR LA NOCHE

Te aseguro que me alegra mucho que mañana sea lunes porque


probablemente recibiré cartas; si no es así… bueno, no sé lo que haré,
supongo que mandarte un telegrama…
Esta mañana Madre y yo hemos ido a la iglesia, resulta que fuimos las
primeras en llegar, de manera que nos acercamos al Sr.  Twichell y nos
quedamos junto a él hasta que llegó el momento de que comenzara el
oficio.
Hacía tanto que no iba a la iglesia que ya sólo el ambiente me serenó, la
oración del Sr. Twichell me emocionó y lloré; rezó en particular por los que
se habían alejado de Dios y deseaban regresar junto a Él. Youth, me
avergüenza regresar, porque siempre que me he alejado, y he regresado, he
sentido que si alguna vez volvía a distanciarme, sería inútil intentar volver,
pues me parecía que nunca podría volver a tener un empeño más ferviente,
más devoto, incluso a veces desesperado, por permanecer en la verdad y en
el bien y por aspirar al espíritu de Dios; creo que si no me mantengo firme
después de tales momentos, nunca podré hacerlo. El Sr.  Twichell es un
hombre bueno y fervoroso, y nos ha impartido un buen sermón, creo que
aquí disfrutaremos mucho de nuestra iglesia. Si estuviera un poco más
fuerte iría a la escuela dominical, tengo muchas ganas en estos momentos,
pero sé que Madre no va a estar dispuesta a permitírmelo, y he pensado que
durante estos seis meses seré tan precavida como pueda. Espero que el
próximo bebé no sea tan delicado como lo fue el pequeño Langdon.
¡Cuántas ganas tengo de que estés en casa, Cariño! Estoy tan agradecida
de quererte; eres un hombre encantador; doy gracias porque mi corazón está
lleno de amor hacia ti. Esta tarde la Sra.  Warner se ha referido a la
indiferencia hacia Dios, ha dicho que solía preocuparle mucho este tema,
pero luego ha considerado que no era tan importante, nuestros estados de
ánimo son cambiantes, tampoco nos sentimos siempre igual respecto a
nuestros maridos. Le he dicho que si sintiera por Dios lo mismo que siento
por mi marido nunca me preocuparía lo más mínimo. No le he mencionado
la tibieza que siento hacia Dios.
Creo que ya casi he decidido lo que haremos con la construcción, lo he
decidido, así que tú no tendrás que decidir, Cariño mío.
Si es necesario invertiremos los 29 000 en el terreno, la casa y los
muebles nuevos que podamos necesitar. Si esperamos a saber si nos lo
podemos permitir, esperaríamos ocho años, porque no creo que podamos
saber si nos podemos permitir vivir de esta manera hasta el final de la
coparticipación. Charlie dice que puedo obtener sin problemas de
trescientos a quinientos dólares al mes; tú podrías dar conferencias durante
un mes en Nueva Inglaterra en invierno, lo que te reportaría 2000. Eso te
proporcionaría el dinero que necesitas para mí y para otros asuntos
eventuales. Los trescientos dólares al mes que tu trabajo habitual te aporta
serán suficientes. Si pasado un tiempo vemos que las ganancias no nos dan
para vivir, cambiaremos totalmente nuestro tren de vida. Es posible que no
lo averigüemos hasta dentro de tres, cuatro, o quizá los ocho años. No
debemos involucrar en esto ni molestar a nadie; no contraeremos deudas
por nuestra casa. Para entonces los niños serán mayores, no necesitaré tanta
ayuda para cuidarlos, y estaré más fuerte si sigo recobrando fortaleza como
he estado haciendo. Nos alojaremos o viviremos en una casita de campo y
nos quedaremos con una criada, viviremos cerca de los coches de caballos
para no necesitar ni caballo ni carruaje. Ni puedo ni quiero pensar que estés
lejos de mí, así, todo el año, esto no es vida. Si estás obligado a hacerlo para
mantener nuestro tipo de vida actual, entonces cambiaremos nuestro tipo de
vida.
Ahora necesitamos la comodidad de una casa apropiada, mientras
nuestros críos sean pequeños y necesiten cuidados. Creo que, si esperamos
dos años, es muy probable que no sepamos más que ahora si podemos
edificar o no. Charlie y los demás hablan como si no cupiera ninguna duda
al respecto.
Todavía no he empezado el francés, Clara quiere estudiar alemán
cuando venga, y yo sé que con el Bebé, la casa y todo lo demás, sería
demasiado para mí.
Buenas noches, Cariño. Quiero a nuestro niño cada día más y más, si es
que ello es posible. Mis mejores bendiciones para ti, mi Youth.

Con amor
LIVY

Y como siempre, mucho amor para Ma, Pamela, Annie, Sammy.


Olvidaba que esta carta te llegará allí.
¿Recibió Pamela la carta en la que le decía que recibí el hermoso bolso
que mandó?
CHICAGO, 16 DE DICIEMBRE [DE 1871]

Mi querido, querido amor: Ayer me fui a la cama muy pasadas las doce,
me levanté a las cuatro y bajé (sin desayunar) a la estación, y descubrí con
una inenarrable alegría que allí había un vagón dormitorio en el que podría
haber pasado toda la noche, pero como de costumbre nadie del hotel o del
comité de conferencias sabía nada seguro de ningún tren. Cogí una litera; el
tren salió en seguida y por supuesto no pude dormir. Debíamos llegar en
dos horas, fuimos muy despacio y tardamos once; llegamos a las tres de la
tarde. No pude conseguir nada para comer en todo ese tiempo. Ningún
medio de transporte en la estación, ningún hombre, ningún mozo. Tuve que
acarrear mis dos maletines media milla, hasta la casa del Sr. Robert Law, y
antes de conseguir llegar me pareció que pesaban un par de toneladas cada
uno. Una vez allí, tomé una copiosa cena (pavo asado y ocho galones de té
oolong, a decir verdad era no se qué «long»[18], el té más largo que jamás ha
bajado por mi garganta; tardó horas en pasar por un punto determinado).
Luego el Sr. Law y yo nos montamos inmediatamente en su calesa y
durante dos horas enteras anduvimos alegremente dando tumbos entre las
solemnes ruinas, a ambas orillas del río; un día frío y glacial, pero todos los
días son iguales gracias a mi abrigo de piel de foca. Sólo puedo decir que
hace frío por el aspecto de mi nariz y por la actitud de la gente. No hay
literalmente nada en Chicago que no haya visto antes.
Nos sentamos a charlar hasta las diez, y luego todos se fueron a dormir.
Yo estuve trabajando hasta después de las doce corrigiendo y modificando
mi conferencia, y luego me acosté y dormí como un lirón. Y no me refiero a
un lirón enérgico, joven y verde, sino a un lirón agotado, apagado y
podrido, que nunca se revuelve o grita. Toda la noche de un tirón. Me he
despertado hace veinte minutos; ahora son las once de la mañana, y hay un
hombre de pie allí a lo lejos, en la estación, con un carruaje listo para
recibirme en cuanto salga del tren de Kalamazoo. Le mandé un telegrama
diciéndole que esta mañana estaría puntualmente a las once en Chicago, y
he cumplido mi palabra, aquí estoy. Pero puedo explicarle fácilmente que la
razón por la que no me ha encontrado es que me refería a las once en punto
de una forma general, y no en particular, y que no le culpo a él… en
particular.
Ahora debería levantarme, ir a casa del Dr. Jackson y ser su invitado
durante dos días. Me encuentro estupendamente. Una noche de descanso
siempre me renueva, me restaura, repone por completo mi vida y mi
energía. Ojalá pudiera ver a mi amor esta mañana, y posar su cabeza sobre
mi pecho, y hacer que me olvide de este deprimente negocio de las
conferencias y las largas separaciones que acarrea. ¡Pero el tiempo avanza,
mi vida! ¡Ya no quedan tantos días!

Con un montón de amor,


SAML
CHAMPAIGN, ILLINOIS, 26 DE DICIEMBRE DE 1871

Querida Livy, es casi la hora de mi conferencia, y he pensado en


escribirte una línea diciéndote lo mucho que te quiero, mi niña; porque no
soporto este horrible hotel y me iré a Tuscola después de la conferencia a
ver si encuentro algo mejor. Mi nueva conferencia está casi a punto, y esta
tarde, después de trabajar en ella todo el día, he memorizado una cuarta
parte. Me aprenderé otra cuarta mañana, quizá más; y empezaré a impartirla
en cuanto esté fuera del alcance del maldito Chicago Tribune, que imprimió
mi nueva conferencia y me impidió dictarla con emoción en Illinois. Si tan
sólo esos demonios personificados comprendieran el sufrimiento que
infligen con sus infernales sinopsis, a lo mejor intentarían tener la
humanidad suficiente como para abstenerse.
Siento mucho que estés tan sola, mi vida; aguanta valientemente un
poco más. Con muchísimo amor,

SAML
WOOSTER, [Ohio], 7 DE ENERO [DE 1872]

Querida Livy, ¿recibiste la ropa? Si es así, deberías habérmelo dicho. Si


la has recibido, reenvía la nota adjunta a los sastres, junto con la factura (he
pedido a Orion que te extienda un cheque por 89$, y lo he adjuntado
también; me he quedado sin dinero). Si no la has recibido, escribe a
Redpath diciéndoselo (calle Bromfield  36), adjúntale mi carta y el giro, y
que vaya a ver a los sastres.
Ayer alquilé una locomotora por 75$ para evitar tener que levantarme a
las dos de la mañana; luego le di 50$ a un poeta enfermo y necesitado, y me
he quedado prácticamente sin efectivo.
He adjuntado un par de cartas para Theodore, pero ambas juntas no son
tan buenas como esa historia de la trompeta del niño.
He estado haciendo cuentas. El negocio de las conferencias, hasta
finales de enero, reporta unos 10 000$; y a pesar de ello, cuando hable el 30
de enero, será oportuno que esté cerca de Hartford, pues no tendré bastante
dinero para la casa. Todo se ha ido y se está yendo, por culpa de todas esas
cosas necesarias para la vida… las deudas. Cada noche se repite la misma
pregunta: veamos, ¿a quién le pertenecen las ganancias de este día?; y se
van. Odio dar conferencias, y de ahora en adelante haré todo lo que esté en
mi mano para tener que hacerlo lo menos posible. El resto de mis ganancias
son principalmente para Ma y Redpath… No quiero pensar qué vamos a
hacer nosotros… Tú le diste esos 50$ al poeta, mi vida, porque ése era el
dinero con el que te iba a comprar un regalo de Navidad. ¿Cómo te pueden
gustar comportamientos como éstos?
Dar conferencias es odioso, pero debo llegar hasta el final para poder
ver a mi amor, a quien amo, amo, amo.
Amor para toda la alegre familia y para la buena de Susie.

SAML
STEUBENVILLE, [OHIO], 9 DE ENERO [DE 1872]

Querida Livy: Voy a hacer un alto en el seminario de mujeres; 70 de


estas jóvenes estuvieron anoche en la conferencia y se mostraron muy
generosas.
Estas ventanas dan al río Ohio; antiguamente animado por buques de
vapor y abarrotado por un variado tráfico; pero ahora es un río desierto,
víctima de los ferrocarriles. Donde yacen los pilotos de barco. En mi época
eran muchachos ceremoniosos, muy envidiados por los jóvenes del Oeste.
Lo mismo que los pilotos del Mississippi, aunque el Mobile & Ohio
Railroad ya se había hecho con el negocio de los viajes en la época en que
yo trabajé en ello; y ése fue el principio del fin.
Estoy leyendo The Member From Paris, una buena novela política
francesa, muy brillante y aguda, muy bien traducida. ¡Todo es tan bueno y
tan francés que no sé qué destacar! He leído y he mandado a casa la
Leyenda Dorada, Las tragedias de Nueva Inglaterra, Edwin de Deira,
Erling the Bold[19] y una novela de la autora de John Halifax, he olvidado
su nombre[20].
Esta mañana no hay vida en mi interior, he dormido demasiado y
pesadamente. Amor para todas las personas que están bajo el techo, y sacos
y sacos de amor para ti, Livy, mi amor.

SAML
KITTANNING [PENSILVANIA], 12 [DE ENERO DE 1872]

Querida Livy, éste es un sucio, estúpido y odioso pueblo holandés,


como lo es toda Pensilvania, y esta noche tengo que dar una conferencia a
estas cabezas de chorlito, pero me iré a Pittsburgh a las tres de la mañana y
pasaré el domingo en esa negra pero encantadora ciudad. Tengo cenas y
planes allí. Te quiero, mi querida Livy,

SAML
[Carta de Twain a su vecino Charles Dudley Warner]

ELMIRA, 22 DE ABRIL [DE 1872]

Hemos leído dos trabajos antiguos en voz alta desde que hemos llegado
aquí, y un público totalmente agradecido me ha pedido con insistencia las
dos veces que escriba al autor para darle las gracias cordialmente; algo que
me alegró mucho hacer. La Sra. C. me lo recordó una vez más antes de irme
a la cama; de ahí que no me haya olvidado esta vez.
Livy también quería que escribiera a la Sra. Warner de su parte, ya que
ella todavía no «se ha dedicado a sus tareas». No tengo noticias más que de
la familia. El recién nacido está creciendo sano y se está haciendo fuerte y
guapo muy deprisa. Tiene una vaca «que lo lleva a lomos» para
suministrarle el alimento de la vida; y Livy se libra de esa obligación. [Livy
es poco eficiente en algunos asuntos]. Langdon no tiene apetito, pero es
enérgico y fuerte. Sus dientes no despuntan, ni tampoco su lenguaje.
Livy sale un poco en coche, cose un poco, anda un poco… Lo está
haciendo muy bien.
¡Que la paz sea contigo!
Escribo esta nota con la única condición de que no te veas en la
obligación de contestar. Imagino que tienes demasiado que escribir, Warner,
como para preocuparte de las cartas.
Sinceramente tuyo
S. L. CLEMENS
FAIR BANKS, 9 DE MAYO [DE 1872]

Mi querida hija: Tu abuela Fairbanks se une a tu madre y a mí para


enviaros mucho amor a ti y a tu hermano Langdon.
Estamos disfrutando tanto de nuestra estancia aquí, que no lo puedo
expresar más que con palabras de tantas sílabas que no están a tu alcance.
Parte de nuestro placer se debe a que estamos durmiendo tranquilamente y
de un tirón, sin tener que comprobar si te has acatarrado de nuevo, o si el
gran duque de arriba se ha despertado y quiere un paño húmedo. Y ya no
cabe duda, vosotros dos pasáis la noche igual de bien que si estuvieseis bajo
la angustiada supervisión de vuestro padre y de vuestra madre. Muchas son
las noches en que me he quedado despierto hasta las dos de la madrugada
leyendo a Dumas y bebiendo cerveza, atento al más mínimo ruido que
pudieras hacer, hija mía, y sufriendo como sólo un padre puede sufrir, con
angustia por sus hijos. Algún día me darás las gracias por ello.
Bueno, un beso para ti y para todas las encantadoras personas que están
intentando suplir la figura paterna. Hija mía, sé virtuosa y serás feliz.

Tu padre
SAML L. CLEMENS
EN LA LEJANÍA DE QUEENSTOWN, IRLANDA, 29 DE AGOSTO/72

Querida Livy: No tengo nada, o muy poco, que escribirte, aparte de que
te quiero y pienso en ti noche y día, y me pregunto dónde estarás, qué
andarás haciendo, cómo va Muggins[21], si habla de mí y si Madre está
alegre y feliz. Espero y confío y rezo por que estéis todos bien y
disfrutando; aunque yo no puedo decir lo mismo, perdido en un enorme
barco cuyos 40 o 50 pasajeros vagan errabundos por las grandes y oscuras
distancias, como espíritus. Sin embargo, más tarde, nuestra pequeña
pandilla se lo ha pasado un poco mejor, aunque si falta uno no puede haber
partida de whist.
Le he dado al sobrecargo un telegrama de tres palabras que cuesta diez
dólares para que te lo envíe desde Queenstown, y también mi diario, en dos
sobres; y ahora voy a darme prisa y entregarle esto; ten en cuenta, mi amor,
que estoy en lo alto de la popa del barco, mirando hacia el Oeste, con las
manos en la boca, a modo de trompeta, gritando en medio del continuo
vaivén de las olas: ««¡¡¡TE QUIERO, MI AMADA LIVY!!!».

SAML
BROADWAY, LUDGATE, LONDRES, E. C.
11 DE SEPTIEMBRE DE 1872

Querida Livy: He estado muy intranquilo hasta esta mañana en que he


recibido tus dos primeras cartas (una fechada el 20 de agosto, y la otra el
28). Ya te iba a mandar un telegrama hoy para preguntarte qué pasaba. Pero
ahora ya estoy sosegado. Tú estás bien, Madre está contigo y Muggins está
contenta y sabe para qué sirven sus manos. Me encantaría poder veros en
este preciso instante.
Esta ciudad me desorienta, el tiempo pasa inexorablemente y no consigo
hacer casi nada. Demasiada compañía; demasiadas cenas; demasiada vida
social. (Pero preferiría vivir en Inglaterra que en América; lo cual supone
una traición). Pronuncié un discurso en el Whitefriars Club; un muy buen
discurso; pero los periodistas taquígrafos no lo recogieron del todo bien, así
que no lo envié. Ya no era mi discurso. Me negué a comprar los ejemplares
de los periódicos.
Los únicos sitios en los que he estado en esta ciudad son el Palacio de
Cristal, la Torre de Londres y la Antigua Catedral de San Pablo. Llevo
cuatro días sin escribir en mi diario; no he tenido tiempo. Aquí la gente es
realmente agradable.
Me marché de Londres anteayer, con Osgood, el editor del Boston, y
ayer estuve todo el día conduciendo por Warwickshire en una calesa abierta.
¡Qué tierra más encantadora, en su atavío veraniego! Hemos visitado las
ruinas de Kenilworth, el Castillo de Warwick (que se pronuncia Warrick) y
las celebridades de Shakespeare en Stratford-on-Avon (esta a se pronuncia
ei) y en sus alrededores. Mañana bajaré a Brighton con Tom Hood. (Dile a
Warner que un periódico de Filadelfia, que acaba de llegar, insulta a Hood
por no separar su nombre, de escasa relevancia, de la gran fama de su padre,
haciéndose llamar «Thomas Hood el Menor»; y la gracia es que el nombre
del hijo no es Thomas sino sencillamente Tom, y no hubo ningún Tom Hood
el Mayor).
La carta de Charley no podía ser más reconfortante, ¿verdad? Charley
es un buen hermano, y no sé cómo nos las arreglaríamos con nuestros
problemas económicos sin él.
Os envío todo mi amor, a ti, a nuestras queridas niñitas y a Madre.

SAML
LONDRES, 22 DE SEPTIEMBRE [DE 1872]

Querida Livy, estoy progresando aceptablemente bien y por fin estoy


sistematizando mi recorrido turístico. No paro ni un segundo, pero mañana
y pasado mañana me voy a dedicar a mi diario. Dispondré de un buen rato
para ello.
He estado trajinando billetes ingleses sueltos en el bolsillo, como
siempre hago con los billetes, y he salido mal parado. Me he dado cuenta de
que los he perdido todos en algún momento, no sé cuándo… sólo me he
percatado hoy. En algún sitio he perdido entre 30£ y 40£. Estúpido negocio.
Ayer comuniqué esta noticia en Hotten. Me encontré con la Sra. Turner
y con Nellie ayer en las escaleras; no esperaba verlas allí.
Esto no es muy agotador. Logro redactar algunas cosas de una forma
diferente a la que han sido escritas anteriormente.
Anoche di un discurso en el Savage Club. Disfruté mucho allí.
En fin… ojalá estuvieses aquí, mi amor, y no a medio mundo de
distancia. Cuéntame cómo estás. Te quiero, mi querida Livy, te lo aseguro,
con todo mi corazón.

SAML
LONDRES, SÁBADO POR LA NOCHE,
28 DE SEPTIEMBRE [DE 1872]

Querida Livy, ha sido una noche maravillosa. Hoy he estado en el


Guildhall, en la investidura de los nuevos representantes de la Corona,
Alcalde y Concejales de Londres. Esta noche he asistido a la gran cena dada
por los nuevos representantes de la Corona de Londres a numerosos
gremios y agremiados mayores de Londres. Cuando llegué nadie parecía
conocerme, de modo que entré recatadamente y tomé asiento, el que tenía
asignado. Había muchísima gente en la cena. De acuerdo con la antigua
costumbre, un hombre se levantó y pronunció los nombres de todos los
numerosos invitados; empezando por el del nuevo representante de la
Corona (un cargo muy importante en Londres), pronunció un sinfín de
nombres importantes, uno tras otro, que eran recibidos con un respetuoso
silencio. Pero cuando llegó a mi nombre, hubo una tormenta de aplausos
como no te puedes imaginar. Los aplausos seguían, y no se podía proseguir
con la lista. En mi vida me he sentido tan desconcertado, ni me he quedado
tan enmudecido, pues me resultó totalmente inesperado. Pensaba que era el
más humilde de ese gran grupo de personas con títulos, y resulta que mi
nombre fue el único de la lista que provocó ese magnífico halago.
No supe qué hacer, así que me quedé quieto y no hice nada. Más tarde,
el nuevo representante de la Corona, con su imponente traje oficial, se
levantó, hizo un brindis a mi salud, lo acompañó con el discurso elogioso
más largo y más extravagante de la velada, y me invitó a responder al
brindis, «por la literatura». Imagínate mi situación, ante tanto público, sin
haber preparado ni una sola palabra, pues no me esperaba algo así; no sabía
que fuera una persona tan importante. Me puse en pie y dije lo primero que
me vino a la cabeza, y tuve bastante éxito, porque yo era el único hombre al
que tenían ganas de escuchar hasta el final y aplaudieron de lo lindo. Ojalá
hubiera sabido de antemano lo bien predispuestos que estaban hacia mí;
habría preparado un fantástico discurso. Ni siquiera el hecho de que me
hubiesen situado en la cabecera de la mesa, entre Sir Antoine Baker y Sir
John Bennett, me había preparado para esa ovación. Creo que mi discurso
resultó un poco pobre, aunque fue muy bien recibido. Te quiero, mi querida
Livy.

SAML
LONDRES, 3 DE OCTUBRE [DE 1872]

Querida Livy: Me complace mucho saber que Orion es feliz y que está
progresando. Ahora bien, si pudiera mantener el puesto y seguir dando
satisfacción, mucho mejor. Para un hombre no hay obstáculo alguno en
conseguir el empleo que quiere, trabajando primero por nada, y por
supuesto, manteniéndolo con firmeza ante el resto de los aspirantes, una vez
que empieza a cobrar; éste es el truco.
Alguien me ha enviado unos periódicos de Filadelfia por los cuales me
he enterado de que el pobre y fiel compañero Riley ha muerto. Es para mí
muy triste.
El solemne retiro de la Sra. Hooker de la vida pública es una noticia tan
de agradecer como cómica; pero el asombroso motivo de su retiro (porque
«su labor ha terminado» y su gran objetivo se ha cumplido) supera al humor
meramente humano, es más propio del impresionante humor de los dioses.
Durante todos estos largos meses, esta agradable mujer que fingía promover
una importante y buena causa, ha estado derribando sin que nadie se
enterara el templo de la Emancipación de la Mujer y saboteándoles los
ladrillos a los albañiles; durante todos estos largos meses ha llevado de
forma sublime a las convenciones y a congresos feministas un Espíritu de
Calamidad; y cualquier principio que pronunciaba en su oratoria, perecía;
cualquier converso al que llevaba de la mano volvía de nuevo a sus
pecados; cualquier asunto político al que dedicaba su atención se tornaba
enfermizo, sufría y rápidamente moría; tras todos estos largos meses, en los
que no ha cesado ni un momento de crear enemigos contra su causa,
excepto cuando dormía, se retira serenamente de su altar de sacrificios, y en
realidad dice: «¡Que las naciones canten hosanna, que los planetas
aplaudan; mi labor ha terminado!».
Es una buena mujer; es una buena mujer; pero es tan propio de ella
hacer las cosas que hace… Obtiene tanta satisfacción de todo lo que su
retorcida mente imagina y de todo lo que su implacable mano destruye…
En fin, de todas formas, me alegro de que esté fuera de la «vida pública»; y
no me cabe la menor duda de que sus mejores amigos también se alegran.
Querida Livy, he ido de compras y te he comprado una capa, y si no la
pierdo, te la llevaré a casa. Probablemente no compre ningún otro regalo
mientras esté aquí, me resultan demasiado problemáticos, pero tras buscar
un regalo para ti por todo Londres encontré esto y me gustó.
He estado en Oxford un día y medio; si tan sólo pudieras ver este
paisaje (entre Londres y Oxford), con su galanura veraniega, te verías
obligada a admitir que no hay nada, ni siquiera en Nueva Inglaterra, que
iguale la pureza de su hermosura, y que no hay nada, salvo en Nueva
Inglaterra, que se le parezca, ni remotamente. Y si pudieras ver el césped en
los patios de algunas universidades y la parra virgen que derrama su
catarata verde, dorada y carmesí, dejándola caer por la pintoresca y vieja
torre gótica del Magdalen College… desde lo más alto de su cúspide cae
desbordándose, por encima de unas ventanas apuntadas, unas estatuas en
ruinas y unos grotescos rostros de piedra que prorrumpen de la pared; es un
generoso, elegante y precioso Niágara; y cualquiera que se quede mirándolo
perderá seguramente su tren. Ésta ha sido la imagen más encantadora y
preciosa que he visto jamás.
Adiós, mis amores, adiós. Adiós, mi amor, adiós. Te quiero.

SAML

P. D. El Sr. Tyler, de Hatch & Tayler, prometió enviarte tu provisión de


invierno de carbón, creo que por 7$. Pídeselo cuando lo necesites.
LONDRES, MEDIANOCHE 9 DE NOVIEMBRE DE 1872

Querida Livy, esta noche, en la cena del Alcalde, ha sido un honor tener
al laureado favorito de la nación, el Presidente de la Cámara de los Lores,
con su abundante peluca y su toga, y un espléndido lacayo portaespadas que
le sigue y sujeta la cola del traje, llevándome del brazo a través del grupo de
personalidades, dándome la bienvenida con todo el entusiasmo propio de
una joven y contándome que cuando los asuntos de estado le agobian y no
puede dormir, siempre tiene mis libros a mano para olvidar sus
preocupaciones, ¡y los lee! Y otros dos importantes jueces estatales de
Inglaterra con sus pelucas y sus togas me dijeron exactamente lo mismo.
Ha sido muy grato, en una reunión tan importante, oír a la gente
hablando de mí a cada paso, y siempre con elogios; y también hallarme ante
todas esas personalidades que se levantan, se presentan y luego piden
disculpas por el ademán. Disfrutarás sinceramente de la bienvenida inglesa
cuando vengas aquí. Con un mundo de amor,

SAML
26 DE ABRIL, 10H 30 DE LA NOCHE [1873]

Querida Livy, he terminado de arreglar y de poner al día mi manuscrito,


y hoy he comenzado la tarea de leer el libro de forma crítica, línea a línea,
de numerar los capítulos y trabajarlos en conjunto en sus respectivos
contextos. Es un trabajo realmente fascinante. Los once primeros capítulos
son míos, y cuando los leí todos seguidos, sin pararme, me entusiasmé; y
cuando llegué al colirio de Sellers, a su reloj, a su estufa sin fuego y a su
cena de nabo, la risa me dificultaba la lectura. La cena del nabo es muy
buena, y ahora me satisface.
Warner fracasó con su descripción de Laura en tanto que colegiala;
quiero decir, como un retrato de ella. Se limitó a copiar la bonita
descripción de la Srta.  Woolson casi palabra por palabra; el plagio se
hubiera detectado enseguida. Se lo comenté, lo vio, y que me aspen si no se
hubiese negado a perderlo, pues hay una «garra» y una mordacidad en las
frases de esa mujer que no quisiera perder; y yo tampoco; pero no eran
nuestras, y no nos las podíamos apropiar. Así que le hice crear una nueva
descripción, y así lo hizo. Finalmente cogí lápiz y papel, se me ocurrió algo,
(en cuanto a fraseología) y lo garabateé. Ya le había dicho cuáles debían ser
los detalles de la descripción, así que sólo hacía falta encontrar las palabras
de la misma. Luego leímos nuestras dos proezas y, como la mía era mejor,
es la que utilizamos. Debía ser la mejor. Si yo hubiese intentado describir
una imagen que estuviera en su mente, habría hecho una chapuza.
Los dos pensamos que no va a ser una novela manca, como le dijo
Salomón a los niños hebreos.
Ayer cené con Warner; hoy, en casa; mañana al mediodía comeré con
Twichell. Los gatitos están estos días juguetones. Ellos y la gata vieja
duermen conmigo y tienen libre acceso a la casa. No los vendería ni por
miles de dólares. Junto a una mujer a la que idolatro, lo que más prefiero
son los gatos; una vieja gata con gatitos. A propósito, ¿cómo está Muggins?
Aquí reina una gran melancolía, pero no la noto. Estoy muy triste, pero
estoy acostumbrado; no puedo remediarlo. Soy un experto en tristeza. La
tristeza hace que me esfuerce cuando estoy solo, pero eso es jugar con
ventaja. Cuando mi familia anda cerca, nada de todo esto me preocupa.
Pero esta noche no estoy triste, mi vida. He trabajado con ahínco todo el
día, hasta ahora; ha sido un gran día y me siento alegre como un cántico.
He conseguido una versión en francés de la Rana Saltarina; la palabra
divertido se queda corta. Voy a traducirla literalmente, con las estructuras
francesas y toda la pesca (disculpándome entre paréntesis cuando una
palabra sea demasiado para mí), y la publicaré en el Atlantic como el gran
esfuerzo de un hombre que no es más que un muy aplicado alumno de
francés; y la firmaré con mi nombre, sin ninguna otra palabra. Será algo
delicioso de leer.
Adiós, cariño mío. Te quiero y quiero a Muggins. Ya es la hora de
acostarse; tengo que bajar y ahuecar a los gatos de la cama.

SAML
HABITACIÓN 113, HOTEL LANGHAM, LONDRES,
19 DE NOVIEMBRE [DE 1873]

Querida Livy, ya son casi las nueve y media, el desayuno se está


enfriando en la mesa, y Clara y tú todavía no habéis llegado. La Modoc[22]
me ha estado distrayendo un rato con un sonido lejano, procedente de abajo,
del salón, como de pasos indecisos y de muchos «tá-tá» por los favores
conferidos por alguien de ahí fuera; pero ahora se ha marchado y ya sólo
me queda el Times, con el discurso del Rector Disraeli. No es que tenga
mucha hambre, pero lo que me molesta es el retraso y la soledad de la
espera. Tan lejos hasta donde alcanza mi vista, en Portland Place, unos
espléndidos guardias a caballo están desfilando en una majestuosa parada;
aquí fuera, en Langham Place, el capitel, parecido a un palillo «adosado»,
se mantiene firme, tan afilado y feo como siempre; el mismo sacristán de
siempre está detrás de una columna «al acecho» de algún que otro
vagabundo decidido a aventurarse más allá de la verja de hierro; el mismo
cojo de siempre, que barre en los cruces, está pasando junto a la verja y se
esfuerza por ayudar a una mujer a subir a un cabriolé; el mismo hombre de
siempre, el de las marionetas, ha llegado al son de un par de golpes de
tambor, uno o dos bocinazos de su caramillo y un descabellado y agudo
comentario del propio Punch[23], y el espectáculo vuelve a empezar, con el
hombre quitándose el sombrero humildemente y pidiendo la voluntad al
público asomado a algunas de las ventanas del Hotel Langham; sin
resultado. Todo esto es algo que antes, a ti y a Clara, siempre os gustaba,
pero ahora no llegáis [no os importa llegar]. Bueno, pues desayunaré solo.
De todas formas, el beicon, el café y los huevos escalfados son difíciles de
compartir.
Pero te quiero, mi vida, y daría lo que fuera por compartir estos
refrigerios contigo y disfrutar de tu compañía.

SAML
SÁBADO 23 [DE NOVIEMBRE DE 1873]

Mi vida, hoy hace un día bastante bueno para Londres: muy soleado,
luminoso y alegre, y deseo con todas mis fuerzas que estuvieras aquí para
disfrutarlo. Stoddard y yo hemos paseado por Regent’s Park, subido a
Primrose Hill, y hemos regresado.
Stoddard ha pasado unos días en Oxford con los alumnos, que juraron
que si iba y daba una conferencia, me agasajarían como a un duque y
llenarían la sala más grande de la ciudad para mí. Me gustaría; una
conferencia a la que irían vestidos de etiqueta y en la que se comportarían
con el mayor decoro, con ese esmerado y total decoro que los hijos de los
nobles saben tan bien encarnar cuando quieren; pero ¡menuda pandilla son
en un teatro de barrio!… ¡Y de qué manera se comportan esos vástagos de
la sangre aristócrata más azul de Gran Bretaña! Stoddard asistió allí al
teatro; una compañía de cómicos ambulantes. La sala estaba llena; ambos
sexos; y todos los estudiantes estaban allí (o por lo menos varias centenas
de ellos). No se quitaron el sombrero en toda la función y todos fumaron
pipas y puritos. Cada uno de aquellos diablillos llevaba puesto un gabán
tipo irlandés como el mío, que llega hasta los talones; y cada uno de
aquellos granujas había llevado un cachorro de bulldog o de terrier bajo el
brazo, y habrían subido a esas criaturas al amplio balaustre y les habrían
dejado ladrar a todos en coro y a todos cuantos quisieran. Unos tales
Hermanos Davenport se ataron con cuerdas y el público fue invitado a subir
al escenario para examinar el truco; tras lo cual varios estudiantes, con sus
largos abrigos, sus sombreros, sus cachorros bajo el brazo y sus pipas en la
boca, saltaron por encima de las barandillas de los palcos privados y
rodearon con un semblante de seriedad al hombre atado en el escenario,
inspeccionando los nudos y haciendo comentarios. Y el público en ningún
momento sonrió ni dijo una sola palabra, sino que se tomó el asunto como
algo normal.
(Tengo que salir, mi vida).

SAML
[LONDRES] 11 DE DICIEMBRE [DE 1873]

Mi querida Livy, me dispongo a salir hacia la sala de conferencias, y oh


esta maldita niebla sigue aquí. Las reses se están asfixiando y están
agonizando en la gran feria ganadera anual, y hoy tienen que sacar a
algunas de esas pobres criaturas y llevarlas por ahí en camiones para que
respiren aire fresco y salven sus vidas. Ojalá escampe.
Si yo no te echo de menos, entonces ningún otro enamorado ha echado
jamás de menos a su amada. [Y cuando llegue, recuerda: «¡La clave es la
Rapidez!»].

Con mucho amor


SAML
2 DE LA MAÑANA, 12 DE DICIEMBRE

Mi querido amorcito, son las dos de la madrugada; ya me había ido a la


habitación, pero pensé en volver al salón para ver el retrato de Livy una vez
más antes de dormirme. Así que aquí estoy, con tu retrato ante mí (el mismo
que he llevado en el bolsillo durante tantos, tantos meses) y sencillamente
lo adoro, y te adoro a ti, Livy, mi amor.
Esta noche, después de mi conferencia, he ido a la cena del Scotch
Morayshire (Lord Vizconde MacDuff la presidía) y he pronunciado un
discurso que ha sido recibido con aplausos entusiastas; pero he pensado: «si
tan sólo estuviera Livy aquí, lo disfrutaría mil veces más». Te quiero, mi
amada Livy, y mi última palabra es [(cuando llegue) «¡La clave es la
Rapidez!»].

Con mucho amor


SAML
LONDRES, 14 DE DICIEMBRE [DE 1873]

Mi querido amorcito, mi incomparable esposa, estoy sencillamente loco


por verte. No sabes cuánto te quiero; nunca lo sabrás. Porque tú siempre
eres la que habla efusivamente cuando estamos juntos, por lo que es inútil
que lo hagamos los dos, y normalmente una persona efusiva silencia a la
otra; pero ahora que un océano nos separa, necesito ser efusivo.
Simplemente, te venero, mi querida Livy. Lo eres todo para mí. Hoy he ido
a casa de Smalley, y en el fondo agradecí a la Sra. Smalley que me hiciera
pensar en ti, con su suave y ondulada gracia natural. Pero al fin y al cabo,
todavía le queda mucho para estar a tu altura. No hay mujer en la tierra a la
que quiera más que a ti, mi niña. Debes perdonarme por no decir todo lo
que siento cuando estoy en casa, mi vida. Aunque no lo diga, lo siento.
¿Recordarás esto? ¿Lo recordarás y no te sentirás mal cuando no lo
pronuncie?
Finlay es mi invitado esta semana, y me animo y me intereso en cuanto
habla de ti. Ojalá estuviera contigo, mi Livy.

SAML
[LONDRES] 22 DE DICIEMBRE [DE 1873]

Mi querida Livy, es lunes. Ayer dije que hacía más de una semana que
no sabía nada de ti; Stoddard apuntó que no, que sólo una semana; pero las
cartas llegarán hoy. Cuando me desperté esta mañana, iba a darme la vuelta
y a seguir durmiendo, pero recordé que sin duda habría cartas. Así que me
levanté de inmediato y me vestí. Había dos, mi niña; una acerca de
«Margaret», del Dr. Brown[24], y otra acerca de la Sra.  Cowan y las
representaciones privadas en el club de mujeres y todo ese asunto; que es
exactamente lo que me gusta. Siempre he dicho que Ma es la mejor
escritora de cartas del mundo porque pone en ellas una atmósfera tal de su
localidad y de su entorno que el lector se ve transportado hasta el lugar, y,
gracias a la magia de su pluma, siente la emoción de estar entre criaturas
vivas, de carne y hueso; habla con ellas, tiene esperanzas, y teme y sufre
con ellas.
Buscaré el Thackeray y el Dickens. Y como Finlay se va a Belfast
mañana, se llevará el pedido del dragón, luego lo recuperaré cuando dé una
conferencia allí.
Tengo siete navajas de afeitar, todas en la misma caja y con los días de
la semana escritos en ellas. Es para darle a cada navaja una semana de
descanso, que es la segunda mejor cosa para tenerlas afiladas. Esta noche
Stoddard, Finlay y yo vamos a cenar con Dolby en el Club Westminster, y
creo que nos lo vamos a pasar muy bien (por aquí anda ese demonio de las
marionetas tocando el tambor cerca de las verjas de la iglesia; pero es un
día gris y lluvioso, no tendrá suerte).
Otro caso Tichborne[25], no; me refiero a un caso de identificación
errónea. Ayer por la tarde Finlay y yo salimos a dar un paseo, me encontré a
alguien muy joven y muy elegante a cinco pasos de la puerta, que me estaba
mirando como si me conociera; le miré, sin pensar que le conocía, pero
enseguida me di cuenta de que ya había visto ese rostro antes en alguna
parte.
Sigamos. Le dije a Finlay que conocía esa cara, y más tarde, cuando
estábamos en la parte alta de Portland Place, dije: «¡Ya lo tengo! Es el joven
Lord MacDuff, que anoche presidía el banquete de Morayshire en la calle
Regent».
Prosigamos. Media hora después, en Regent’s Park, nos encontramos
con una mujer a quien Finlay conocía, que estaba paseando a tres o cuatro
de sus hijos. Caminamos con ella durante una hora, luego fuimos a su casa
en la calle Harley (la «larga y desgarbada calle» Tennyson in memoriam) a
tomar una copa de vino. Llevaríamos allí sentados media hora cuando entró
ese mismo hombre que nos habíamos encontrado delante del hotel (Finlay
me hizo señas con la cabeza como diciéndome: «ahí está otra vez»), y
entonces, ¡fíjate!, se nos presentó como «Lord Arthur Hill» (y susurró:
«heredero del Marqués de Downshire»). Repasé a ese tipo de los pies a la
cabeza durante más de media hora y no había ninguna diferencia entre
aquellos dos hombres excepto el pelo: el uno lo tenía ondulado y el otro, no.
MacDuff es escocés, pero este hombre es irlandés, nacido cerca de Belfast,
y ha heredado una de las mayores propiedades del lugar, con 40 millas de
terreno y 60 000 habitantes. Era un caso extraño, se mirara por donde se
mirara, teniendo en cuenta la extraordinaria escasez de nobles.

Te quiero, mi niña
SAML
[LONDRES] 29 DE DICIEMBRE [DE 1873]

Querida Livy, sólo escribiré un par de líneas para acompañar el


documento adjunto. Hace un rato he mirado en el cajón y he visto varias
cartas dirigidas a mí, con una letra familiar; eran tuyas; y te trajeron a mí.
No, no es exactamente eso, porque eso sólo lo puedes hacer tú; pero me
hicieron pensar mucho en ti y me hicieron desear con todas mis fuerzas
verte y abrazarte. No importa la «efusividad»; tratándose de mí eso no es
nada; no soy expresivo más que a ratos… pero siempre te quiero; siempre te
admiro; siempre soy tu defensor. En Salisbury, cuando un hombre hizo una
observación acerca del hecho de que yo me tomara la molestia de mandar
un telegrama de Feliz Navidad a mi esposa, y dijo que eso era lo que se
solía hacer con una novia, le reconvine rápidamente y le dije que no
permitía que ningún hombre hiciera referencia a mi esposa bromeando, por
muy respetuoso que pretendiera ser. Se disculpó profusamente; de lo
contrario, las cosas se habrían puesto muy desagradables en ese momento.
Te quiero, cariño mío; siga diciéndolo o no, siempre te quiero… siempre.

SAML
[LONDRES] 1 DE ENERO, MEDIANOCHE [DE 1874]

¡Querida Livy! ¡Menudo ataque de amor provoca un poquito de


separación! Te añoro tanto estos días… y la lección que me da es que nos
tenemos que separar de vez en cuando. Cuando estoy lejos de ti durante dos
días, me vuelvo loco por verte. Así que tengo la intención de irme de vez en
cuando para renovar esa sensación; pero nunca más de 48 horas. Espero
que, mientras vivamos, jamás se interpongan más de 48 horas entre
nosotros. Me siento como si fuera a pasar un siglo entero antes de volver a
verte.

SAML
LONDRES, 3 DE ENERO, 2 DE LA MAÑANA

Querida Livy, son las dos de la madrugada aquí, y aproximadamente las


nueve de la noche en Hartford, o las ocho y media. Te imagino en el salón,
y a la Modoc durmiendo. Estás sentada a la mesa, y los Warner están a
punto de regresar a casa bajo la nieve; entonces tú también te irás a la cama.
Verás, ojalá estuviera allí contigo. Aquí, Stoddard y yo hemos estado
charlando en una solitaria vigilia durante horas; pero no voy a hablar más
de ello. Es muy desagradable. Te quiero a ti, y a nadie más. Te amo.

SAML
LONDRES, 2 DE ENERO [DE 1874]

Mi querida Livy, quiero que cuando llegue, te acuerdes y te asegures de


tener en el cuarto de baño una botella de whisky escocés, un limón, un poco
de azúcar y una botella de angostura. Desde que vine a Londres me he
tomado una copa de lo que llaman cocktail (hecho con esos ingredientes)
antes del desayuno, antes de la cena y justo antes de acostarme. Lo
recomendaba el oficial médico del «Ciudad de Chester[26]» y es una buena
idea. A ello le atribuyo el hecho de que hasta el día de hoy mi digestión sea
maravillosa; sencillamente perfecta. Sigue siendo tan regular como un reloj,
día tras día y semana tras semana. Entonces, mi amor, si encargas ahora
que tengan todas esas cosas en el cuarto de baño y las dejas allí hasta que
regrese, estarán allí cuando llegue. ¿Lo harás? Me encanta escribir sobre el
regreso; parece que vaya a ser mañana. Y me encanta imaginarme a mí
mismo en persona llamando al timbre, a medianoche; después, una pausa de
uno o dos segundos; después, el pestillo abriéndose, y… «¿quién es?»;
después, muchísimos besos; después, tú y yo en el cuarto de baño, yo
bebiendo mi cóctel y desvistiéndome, y tú a mi lado; después, a la cama, y
todo tan feliz y alegre como debe ser. Te quiero y te honro, mi amor.

SAML

El cocktail angostura es imprescindible.


NEW BOSTON [CONNECTICUT], VIERNES [13 DE NOVIEMBRE
DE 1874]

Querida Livy, aquí hace un frío intenso. Esta mañana nos levantamos a
las cinco y media, desayunamos y salimos justo cuando amanecía. Ha sido
una magnífica mañana; el bosque estaba blanco por la escarcha, y no
conseguíamos calentarnos las manos…, de hecho, ni las propias. Pensaba
que todo el camino hasta Boston estaría adoquinado, pero descubrí que no
había sino carreteras de tierra.
Cogeremos el tren y estaremos en Boston esta tarde a las siete. Ojalá
hubiéramos aceptado la invitación de Howells.

Adiós, mi amor
SAML
SÁBADO

Querida Livy, anoche nos lo pasamos realmente bien hasta las doce en
casa de Howells. Esta noche él cena con nosotros, y el lunes nosotros
comemos con él. Este pañuelo es para la Modoc, con todo mi amor. Lo
compré por diez centavos en Newton, a once millas de Hartford. Hay una
frase en tu carta que ni todas las culturas, ni todos los genios, ni toda la
experiencia del mundo podrían mejorar. Es digna de elogio. Con todo mi
corazón,

Tuyo,
SAML
ST. JAMES [NUEVA YORK], ANTES DE LA HORA DE DORMIR
[ALREDEDOR DEL 23 DE ABRIL DE 1877]

Querida Livy, estoy cansado… completamente agotado. Así que sólo


escribiré un par de líneas. Desde que llegué aquí a las seis he estado
hablando con gente sin parar; Charley, Dan, Kingman, Fuller y algunos
más; y ahora, a las nueve, tengo un sueño horrible. Me avergüenzo de que
un tan insignificante viajecito en tren tenga tal efecto en mí. Pero he pasado
una tarde encantadora. He dejado atrás a esos dos hombres que han estado
presentes en mis pensamientos (y en mi odio) durante meses (Raymond y
Harte); he leído a Dumas y me he sentido sereno y contento. Seguiré por la
mañana. Te quiero, cariño; te quiero todo el tiempo.

SAML
[NUEVA YORK] JUEVES [17 DE MAYO DE 1877]

Querida Livy, son las ocho y media de la mañana y Joe y yo hemos


estado deambulando por ahí durante media hora, con maletín y abrigo,
haciendo preguntas a la policía; al final hemos encontrado el comedor que
andábamos buscando. El aspecto campesino de Joe y el abrigo de piel de
foca han hecho que un policía nos siguiera durante unas cuantas manzanas.
Luego habló con alguien y desapareció; por lo que creo que nos están
«siguiendo en secreto» y que acabaremos en el cuartelillo de policía dentro
de poco.
He pensado en ti toda la noche, mi amor, a causa de los relámpagos; y
sobre todo en el momento en el que los truenos retumbaron más fuerte. De
camino a la casa de Joe sentí no haber dado instrucciones a Lizzie o a Mary
de ir a tu cuarto en caso de tormenta. Espero que esta mañana estés
descansada y que la buena de Sue se reúna pronto contigo.
Dentro de un rato iremos al comercio del Sr.  Sage. ¡Oh, el mercado!
Esta mañana hemos pasado al lado de montañas de exquisiteces. El
desayuno ya está aquí, ¡muy caliente! Así que adiós, mi vida; más tarde te
enviaré otra carta.

SAM
[ELMIRA] [PROBABLEMENTE EL DOMINGO I 5 DE JULIO DE 1877]

Querido Youth: Todas estamos bien y hemos pasado un domingo muy


agradable, aunque hubiese sido del todo perfecto si hubieras estado aquí;
esta mañana he hecho guirnaldas y coronas de vara de oro para las niñas.
Esta tarde Susie y yo hemos pasado un mal rato porque me ha mentido; se
ha entristecido mucho por ello. Esta noche, después de su oración, he
rezado para que le fuera perdonado, y luego le he dicho: «Susie, ¿no quieres
rezar por ello y pedir tú misma que te sea perdonado?». Ella ha respondido:
«Oh no, con una es suficiente»…
Buenas noches, cariño, no escribiré más porque puede que ésta no te
llegue.

Con amor, tuya


LIVY
[NUEVA YORK] LUNES POR LA MAÑANA[16 DE JULIO DE 1877]

Querida Susie: Tú, Rosa y Bay debéis permanecer muy atentas a los
polluelos del estanque y ver cómo empiezan a vivir. Ahora están listos para
volar. No dejéis de darle nueces a la ardilla, si se acerca. Si veis una bonita
puesta de sol, cubridla con una manta y guardadla hasta que yo llegue. La
tía Sue os dará una. Ayer vi una preciosa puesta de sol reflejada en el
pantano de Nueva Jersey. Fue hermosa, aun de noche; no se percibía ningún
sonido excepto el de una vaca cantando y algunas ranas… (frosches[27]).
Se oyen algunas campanas cerca de aquí, y a un hombre que hace sonar
unas campanillas. Ese hombre se morirá algún día, y entonces deseará
haberse comportado bien. Ayer vi un gato, con cuatro patas… pero tan sólo
era un gato amarillo, más bien pequeño. No todas eran patas delanteras…
varias de ellas eran patas traseras. De hecho, casi la mayoría eran traseras.
Escríbeme.

PAPÁ
HARTFORD, JUEVES [17 DE JULIO DE 1877]

Mi querida Livy, si no crees que esto sea un asunto difícil, es que no


tienes ni idea. Ayer, desde las tres hasta la medianoche estuve gran parte del
tiempo preguntando y volviendo a preguntar a los criados (incluidos Patrick
y su esposa) y al Jefe de Policía. El jefe de la policía y sus investigadores
tienen por supuesto una «teoría», a saber: George se está preparando para
desvalijar la casa y culpar del delito a unos ladrones imaginarios. He dicho
y escuchado tantas cosas que cuando me fui a la cama tomé dos opciones a
fin de elegir una de ellas, luego dejé el asunto y me tomé mi whisky. Ahora
me he despertado fresco y me levantaré en breve.
Me he dado cuenta de que «sigo pensando» lo mismo que cuando me
fui a la cama: no ha habido ningún ladrón en la casa exceptuando a uno o a
los dos holgazanes de Lizzie. He aquí algunos de los testimonios que he
recogido: la alarma saltó muy pronto una mañana, antes de que saliéramos;
era Willie, el de Lizzie, el que salía por la puerta del sótano; George lo vio.
Todos, George, Patrick, las dos Marys y Rosa, creían que Willy dormía
ocasionalmente con Lizzie aquí en la casa antes de que saliéramos. Se cree
que él es el «ladrón» del pasado jueves por la noche. (Creo que el «ladrón»
del viernes es uno imaginario inventado por Lizzy). La Sra. Perkins ha visto
a dos personas parecidas a los holgazanes de  L. entrar en la casa al
mediodía. Patrick y Mary han visto a Lizzy de día, sentada en el balcón de
la habitación del N. E. con su holgazán, y dicen que se burlaron de ellos.
Los dos holgazanes jugaron al billar en mi mesa todo el día, el 4 de julio.
George escondió las bolas esa noche y Lizzy se quejó de ello al día
siguiente, diciendo que George privilegiaba a sus propios amigos con el
juego; George juró que eso era mentira. George testificó que un día vio a
Patrick con mis zapatos de salir; le pregunté de dónde los había sacado; me
contestó que Lizzie se los había dado, diciendo que yo había ordenado que
se los diera a un vagabundo o a cualquiera que los quisiera.
Esta mañana interrogaré a Lizzie una vez más, en privado; si niega estas
cosas, la carearé con todos los testigos. Tanto si da la información como si
la absuelvo (lo último es lo que haría si estuviera seguro de que tú lo
apruebas), tendrá que irse de aquí antes de que yo me marche, y buscaré en
su baúl inmediatamente después de la conversación. Tengo a un oficial de
asuntos especiales en casa por las noches hasta que yo llegue a casa y lo
consulte contigo.
Confío plenamente en George, en el cocinero y en Patrick; pero todavía
no he escuchado el testimonio de esta mañana. George, Lizzy y Mary
coinciden en que los tres rufianes del 4 de julio, que chillaron y profirieron
insultos y gritos en los que salía mi nombre, lo hicieron desde la calle, sin
provocación y sin que ninguno de nosotros estuviera a vista; siguieron así
durante media hora, después George les disparó dos veces, pero por
desgracia falló; luego lo amenazaron, y él bajó al patio y desafió a la banda
con mucha valentía.
Nunca, en años, había tenido yo tanto traqueteo. Me he divertido de lo
lindo: soy juez, jurado y abogado de las dos partes. Además, dado que el
Tribunal de Apelación está en Elmira, los que aquí tienen competencia en el
caso son muy agradables, me animan y hacen que me sienta en plena forma.
Ayer por la tarde le hice una agradable visita a Perkins y pasé
rápidamente por casa de Twichell.
Te quiero, mi amor, te quiero muchísimo; te quiero y te añoro… y aun
así me gusta y me hace gracia tener por una vez tanta autoridad.

SAML
JUEVES POR LA TARDE

He ido a ver a la Sra. Perkins. Lo aprueba. Por lo tanto, Mary se va con


sus amigas mañana, para quedarse allí hasta que regresemos a casa
(discúlpame por mi mala escritura pero estoy en un carro de caballos… se
acaba de parar a resultas de un latigazo), y George se queda en la casa; por
ahora con los policías (a quienes despacharemos pronto).
He llamado a Mary hace un rato y he recogido su testimonio. Luego he
llamado a Lizzy y le he dicho: «Lizzy, tu amigo durmió contigo el día en
que se fue tan pronto de esta casa por la mañana». Lo ha confesado todo.
Había mentido con tanto valor, había interpretado su difícil papel tan
bien y con tan buen temple que empecé a apiadarme de ella, sobre todo
cuando dijo que estaba irremediablemente perdida y que, evidentemente, su
traidor nunca se casaría con ella.
Le dije que obviamente teníamos que despedirla de inmediato y hacerla
salir de la casa. Reconoció que no había ninguna otra opción.
Después elaboré un plan para que ella lo siguiera durante las dos horas
siguientes, y no le dije a nadie de qué se trataba. (Resulta que he sido el
detective Simon Wheeler durante 24 horas).
JUEVES 17 DE JULIO, MEDIANOCHE

Después recorrí parte del camino hacia la ciudad y conseguí unas


informaciones que necesitaba. Regresé a casa, anoté algunos hechos que me
había comunicado Lizzy; escribí una nota y se la di, para que la entregara
únicamente si fuera necesario. Luego cogí el tranvía, bajé a la Audiencia y
pagué a un hombre para que hiciera un trabajo de un par de minutos para mí
(«Jany»[28]), ¿sigues de cerca estas maniobras de detective?).
Luego fui a la barbería a afeitarme. Más tarde cogí un caballo bajo una
lluvia torrencial y fui a la oficina de telégrafos; luego, al banco; luego, a ver
al Jefe de Policía. Tracé un plan y le dije que le enviaría una nota y un
caballo en 30 minutos. Me fui a casa. ¿Dónde está Lizzy? «Se ha ido hace
20 minutos, señor». ¡Perdición! «George, ¡móntate en este caballo y
vuela!». Coge esta nota y dásela al Jefe de Policía; que te acompañe un
investigador a Main Street 575, síguele la pista a Lizzy y dale esta otra nota.
«¡Ten cuidado y no me falles!». (¡Ah, menudo Simon Wheeler estaba yo
hecho!).
Entonces bajé a la ciudad para cenar con un amigo (le dije a George
dónde estaría). Me senté allí con él [siglos y siglos] bromeando sobre unas
cosas y otras, y mirando el reloj.
A las seis, muy astuto, llegó George. George: «Están de camino, vienen
en otro medio de transporte; su caballo está en la puerta».
En ese mismo momento entró un empleado doméstico. Empleado
doméstico: «La cena está servida».
No esperé a haber cenado. Dije: «Guarda mi cena fría en un plato hasta
que vuelva».
Le di a George instrucciones y me fui corriendo a casa en el caballo. Me
dirigí a la habitación del N.  E. y miré por la ventana, acariciando y
mimando a Stray Kit, aunque casi sin darme cuenta. Un caballo; otro
caballo; una calesa; un vehículo de reparto; otra calesa, bajo la lluvia
torrencial. Todos pasan de largo. ¿Cuál es el problema? Después un tranvía.
¡Bien!… No, se para en la calle Forest y deja a un hombre. Maldigo a ese
coche de caballos y empiezo a pensar que parte del plan ha salido mal…
Ahora llega un hombre, que se dirige hacia el patio. ¡Bien! No lo conozco,
pero cualquier llegada es prometedora.
Entra Mary, agitada: «¡Están aquí! ¿Dónde los llevo?».
Yo: «Llévalos al estudio… pero déjame llegar primero. Tú y George
quedaos donde podáis oírme; pero sin ser vistos. Si os quedáis en la cocina,
acudid rápidamente cuando oigáis tres toques del timbre desde el estudio».
Dijeron que estarían en la cocina… (Sólo por el gran dramatismo de esos
tres toques de timbre).
«¿Dónde llevamos al otro hombre?».
Yo: «Llevadlo a la biblioteca y dejad la puerta abierta».
Me quedé en el estudio. Lizzy entró con un tipo alto, musculoso y
apuesto, de unos 35 años. «Éste es mi amigo Willie Taylor, Sr. Clemens».
Le di la mano con una falsa amabilidad, cerré la puerta, lo senté,
empecé a hablar; él, desagradable, con ganas de pelear; yo, suave y
tranquilo; yo había decidido de antemano que perder la calma era perder el
juego… y lo había empezado para ganarlo. Él gruñó: le miré suavemente a
los ojos como diciéndole que fuera más amable; intentó eludir el tema; con
gentileza volví a llevarle al asunto; habló de un «montaje»; le dije que no
podía atribuírmelo a mí. Se disculpó y me dijo que él no lo hizo. Lo
engatusé, le repliqué, alegué, durante media hora. Le conté un chiste. Tuvo
que reírse. Antes de que hubiera terminado de reírse le puse un cigarro en la
mano y una cerilla encendida bajo la nariz. Lizzy, que había estado llorando
todo el rato, ahora se reía; él reía de nuevo; yo intentaba reír, pero estaba
inmerso en un asunto serio y me resultó difícil. Casi consigo llevarle donde
yo quería cuatro veces; hice que se sofocara y que llorara un poco en algún
momento… Fracasé las cuatro veces. Pero a la quinta, dijo, vacilando:
«Yo… yo… creo que lo haré… sí, estoy dispuesto, aunque…».
No llegó a terminar la frase. Toqué el timbre tres veces, ¡y al instante
entraron George y Mary!; abrí la puerta que da al cuarto de baño de madre y
dije: «El Reverendo Sr. Twichell va a entrar; aquí está la licencia»… (que
había adquirido por la tarde).
Joe entró y los casó, en presencia de los testigos… el novio se quejó
entre dientes un rato después: «Pero si era un montaje…».
Lizzy lloró durante el oficio y la oración, y luego su marido la rodeó
con el brazo, la besó, derramó una lágrima y le dijo: «No llores».
George llegó con champán y copas, colocó la bandeja, primero delante
de Lizzy, y dijo: «¿Desea un poco de champán, Sra. Taylor?». Con lo cual,
estalló una alegría general.
Bebí a la salud y larga vida de la pareja, les di [cien dólares por cabeza]
una bagatela (pues entre los dos no tenían más que cuatro dólares), y les
pedí que se marcharan… a cualquier lugar donde pudieran ser felices.
Entonces Joe y yo regresamos a su casa y él cenó; la tensión ya había
pasado y un plato de sopa fue suficiente para mí.
Luego les leí mi obra a Joe y a Harmony (¡oh, he sido como un Simon
Wheeler todo el día!), después regresé a casa y aquí estoy, en la cama.
¿Ves mi plan? El hombre de la biblioteca era un investigador de
paisano. Si no hubiera conseguido persuadir al Sr. Taylor, tenía la intención
de cerrar la puerta con llave y decir: «O sales de aquí como un hombre
casado, o sales de aquí con un policía, acusado de haber estado en esta casa,
a medianoche, en marzo, con intenciones deshonestas; tú eliges».
Pero, de cualquier forma, te quiero, Livy.
Ahora me voy a dormir.

SAML.
NUEVA YORK, 19 DE JULIO [DE 1877]

Bay Clemens, he comprado dos tinas y dos muñecas, y las he enviado


por el expreso; son para ti y para Susie. Una de las muñecas se llama
Hosannah María y tiene una salud muy delicada. Ésa es para ti. Salió en
coche, le llovió encima y pilló un buen resfriado, que todavía le da dolor de
cabeza. Cuando casi se había recuperado, pilló otro resfriado que le ha
afectado los pámpanos de los oídos y el nervio tambaleante de la lengua.
Desde entonces ni oye ni habla. He consultado a los mejores médicos.
Dicen que unos constantes y complicados baños la curarán.

PAPÁ
NUEVA YORK, 19 DE JULIO [DE 1877]

Querida Susie, tu muñeca se llama Aleluya Jennings. Hace poco sufrió


un ataque de alguna enfermedad que desconozco, y desde ese día los
mejores médicos, con todos sus esfuerzos, no han conseguido curarle el
agarrotamiento de las piernas. Dicen que bañarla continuamente es lo único
que puede aliviarla un poco. Su hija, Gloria Ann Jennings es enfermiza y no
debes bañarla nunca. Llora mucho, suavemente, pero si le pellizcas la cara
puedes cambiar su expresión y hacerla sonreír, de manera un tanto
enfermiza. La hija de Hosannah María (cuyo apellido es Whoop-Jamboree)
es parecida. Os mando a las niñas con sus madres. Besos para todas.

PAPÁ
ELMIRA, 29 DE JULIO DE 1877

Cariño mío: Hoy han llegado dos cartas tuyas, y te aseguro que ha sido
una absoluta delicia recibirlas. Estoy muy contenta de que los arreglos de la
obra te agraden; me encantaría poder estar contigo la noche del estreno,
quiero escuchar tu discurso y quiero estar contigo. Te quiero. Ayer hizo una
noche preciosa, con hermosos efectos de nubes al atardecer, y después un
bonito cielo, con la luna y las nubes, ojalá hubieras estado aquí…
Youth, quiero advertirte de algo, no digas cosas malas del Sr. Harte, no
hables mal del Sr. Harte a la gente, es mucho mejor que seas reservado en lo
que a él se refiere, no dejes que nadie te pille hablando a la ligera de él.
Somos tan desesperadamente felices, vamos por tan buen camino, y él es
tan desgraciado, que no ha de costarnos ser magnánimos con él; pero
mucho me temo que mi deseo de tenerte callado no es por generosidad
hacia él, sino por egoísmo hacia ti. No quiero que te encuentres en la
situación de haber hablado mal de él; sé prudente, mi amor.
Voy a adjuntarte una carta de nuestro policía; odio hacerlo por miedo a
preocuparte, pero creo que hago bien, en caso de que quieras hacer algo al
respecto antes de dejar Nueva York. Puede que tu visita a casa haya
arreglado las cosas, de forma que esta carta pierda su importancia. Eso
espero, así no estarás preocupado por lo que en ella se dice, a mí me ha
preocupado un poco; hoy he recibido una agradable carta de George. No
puedo entender que haya dejado la casa sola tanto tiempo, aunque si ha
dejado a Augustus allí sé que todo habrá ido bien.
Hoy, cuando le quité a la pequeñina toda la ropa excepto la camiseta
interior, dijo: «¡Oh! Si Susie me ve, dirá que soy todo piernas».
Esta pasada noche le estaba leyendo ese cuento siempre interesante en
Rollo: «Pequeña, pequeña, te has dejado la puerta abierta», etc., y cuando
llegué a la parte del gallo, le pregunté si le gustaría dormir subida a una
veleta y me contestó: «No, por nada del mundo». Durante nuestra
conversación, volvió a usar esa expresión «por nada del mundo» una vez
más. Le hablé de cabalgar por las nubes tan bonitas, que estábamos
sentadas observando; me contestó con una voz realmente preocupada: «No
hay sillas allí en las nubes». Hoy Susie ha estado trabajando un buen rato
escribiendo las cartas para mandártelas; al principio parecía creer que
escribiría toda la carta en unos minutos; pero después de darse cuenta de lo
difícil que era, se lo ha tomado con mucha dedicación.
Hoy Sue y yo hemos recibido una carta de Clara, está mejorando
lentamente pero a paso firme y va a venir a casa esta semana. Si regresas el
miércoles, ésta es la última carta que te enviaré. ¡Cuánto me alegraré de
verte, cariño! Buenas noches, tuya

Te quiero un poquito,
LIVY
BOSTON, JUEVES POR LA MAÑANA [25 DE AGOSTO] DE 1881

Querida Livy, sólo te voy a escribir un par de líneas; luego enviaré a


alguien a por mi desayuno; espero a Osgood sobre las diez. No volví a ver
al Sr.  Slee después de acostarme en el tren. A la mañana siguiente, en
Albany, descubrí que podía coger el tren de Springfield si me daba prisa; así
que corrí (a caballo) y fui el último pasajero que se subió en él.
Pues bien, al momento oí a una pareja de extranjeros hablando (en el
vagón para fumadores), y tenían unos rostros sumamente atractivos. De
hecho, uno de ellos se parecía muchísimo a Charles Kingsley; y a pesar de
que era un obrero y estaba cubierto de ceniza, su rostro era hermoso por su
dulzura.
Bueno, pues no habíamos avanzado más que unas millas, cuando resultó
que ese hombre, confundido por los estúpidos nombres de las estaciones
(las dos tenían la palabra Boston en su denominación) iba en el tren
equivocado; por lo que su billete no valía, debía bajarse en la siguiente
estación, volver y esperar, etc. Así que llamé al revisor, pagué el precio del
billete de aquel hombre para Boston y cogí el suyo. Tenía dos días de uso;
caducaba pues esta noche. Era un billete «limitado»; de segunda clase. Pero
lo que quería decirte es que, habiéndome interesado por los rostros de
aquellas personas, y con la atención absorta, había aceptado de forma
natural el que no hubiese vagón de primera clase cuando me subí al tren, y
en ningún momento se me ocurrió comprobar por la ventana si lo había…
sino que aguanté valientemente durante 4 horas, en un mugriento vagón
para fumadores; al final, cuando me encontré de pie en la estación de
Springfield y el tren del que me había bajado partió, me di cuenta de que se
componía de un sinfín de vagones. Así que maldije a aquellos extranjeros.
Pero ahí estaba Osgood.

Te quiero, cariño
SLC
MONTREAL, 29 DE NOVIEMBRE/81

Pues bien, cariño, esta mañana he caminado unas millas con el mismo
caballero que me llevó a la cima de la montaña (el Sr. Iles), y he visitado
muchas iglesias católicas, mercados franceses, escaparates, etc. Pero, a
pesar de la vergüenza que me da y de la deshonra que supondría para mi
orgullo, quisiera ser el siervo de un sumo sacerdote, entrar deslizándome
con mi pesada carga, y agachar de inmediato la cabeza, y arrodillarme ante
una imagen pintada, y volver a salir, escabulléndome, con mi parte inmortal
fresca y reforzada para afrontar mis tareas del día. Pero… no soy el siervo
de un sumo sacerdote, y por lo tanto me duele, me duele mucho darme
cuenta, a través de estas demostraciones, de cuán pobres criaturas somos,
unos niños, engañados y embaucados, por baratos y triviales artificios, por
frágiles e insignificantes mentiras. Lo cual me recuerda que debes leer
acerca de los primeros misioneros jesuitas en el Canadá. ¡Eso sí que es
abnegación, heroísmo y fidelidad a una causa! Es sublime, genial. El hecho
de que aquellos hombres sufrieran, intentando rescatar a los ofensivos y
atroces salvajes de ser condenados a las llamas del infierno, hace que uno
adore y glorifique la naturaleza humana mostrada por los sumos
sacerdotes… Sí, y que al mismo tiempo la desprecie. En cuanto a paciencia
y realización se refiere, eran unos dioses; en cuanto a credulidad y
obediencia hacia sus superiores eclesiásticos, unos canallas.
Esas magníficas obras, sufrimientos y sacrificios estimulan tanto el
entusiasmo de nuestras mentes que por un momento somos engañosamente
llevados a imaginar que tan sólo la religión es capaz de empujar a los
hombres a hacer cosas de este tipo (y ese púlpito que dura toda la vida y esa
enseñanza a base de folletos acompañan a esa desilusión). Pero no… El
amor por el dinero, el odio hacia un enemigo, el afecto hacia un niño, una
esposa, un prometido, pueden hacer que un hombre haga y sufra todo lo que
aquellos hombres hicieron y sufrieron; sí, el enamoramiento de una
impúdica prostituta puede lograr que un hombre rivalice con los misioneros
jesuitas en grandeza y escrúpulo.
Un amigo me espera para almorzar; de manera que aquí finaliza mi
sermón. Pero os mando un beso a ti, a Susie, a Bay… e incluso a Jean[29].

Con amor
SAML
COLES LANDING, MENARD, ILLINOIS, 21 [DE ABRIL DE 1882]

Querida Livy, estoy solo en la timonera del buque Gold Dust, con su
timón, que me resulta tan familiar, su brújula, sus nudos marineros, a mi
alrededor. Estamos repostando carbón. Me he despertado aquí a las ocho
menos cuarto (hace media hora), cuando todavía duraba la guardia de
cuartillo y antes de que empezara la guardia normal; por lo que he
coincidido brevemente con los dos pilotos. Ahora estoy solo (el piloto que
está de guardia ahora me ha dicho que me sienta como en casa, ¡y eso estoy
haciendo!).
Hasta ahora, nuestros nombres ficticios han sido una protección
suficiente, pero hemos tenido que salir corriendo de St.  Louis porque
empecé a encontrarme con demasiadas personas que me conocían. Les
hicimos jurar que guardarían el secreto y nos largamos en el primer buque.
Hoy hace un día maravilloso, y las colinas y los llanos están recubiertos
por un gran manto de verde reluciente, con algún árbol de flores blancas
salpicado aquí y allá.

Te quiero, mi vida.
SAML
SÁBADO POR LA TARDE, A MEDIO CAMINO DE MEMPHIS
[22 DE ABRIL DE 1882]

Querida Livy, me han «pillado». Ayer al mediodía se levantó un poco de


frío, y yo me dirigía a la timonera para calentarme. Me acerqué a hablar con
un niño, el hijo de un pasajero, y enseguida noté la mirada del piloto
clavada en mí. Había reconocido mi voz, después de 21 años, aunque yo no
me acordaba ni de él ni de su nombre. Esperó un poco para confirmar su
sospecha, y al rato, cuando me retiré el sombrero para pasarme la mano por
el cabello, no le quedó la menor duda y me llamó por mi nombre. Tuve que
reconocer que era yo.
No tendría sentido parar en Memphis ahora y ser presa de los
periódicos, de modo que nos quedaremos pegados a este barco hasta el final
de su singladura (Vicksburg), y luego cogeremos un barco costero y
continuaremos hasta Nueva Orleans. Llegaremos a Memphis esta noche, y
si las niñas estuvieran conmigo, iríamos a buscar a Julia Koshlosky[30].
Estamos disfrutando mucho, trajinando libros de literatura. Alguna vez
he probado suerte con el timón, y la mecánica labor de conducir un barco a
vapor me ha resultado tan familiar como si llevara toda la vida haciéndolo.
Pero ¡la parte alta del río! Fue tan nueva para mí como si no hubiese oído
hablar de ella nunca. Sin embargo, reconocí el río en las proximidades de
Cairo; lo reconocí muy bien, a pesar de que ha sufrido cambios bastante
notorios. Por ejemplo, la isla nº 10 estaba tan cerca de la costa como nuestra
puerta principal de la de Holbrook; ahora se ha adentrado en el agua tanto
como desde nuestra casa hasta la oficina del Courant. Por supuesto, la isla
está donde estaba, pero el agua se ha comido la costa hasta un punto
increíble.
Anoche te mandé un telegrama desde Cairo. Mañana por la mañana te
enviaré uno desde Memphis.
Adiós, mi querida Livy, dales besos a todas de mi parte, excepto a Jean.

SAML.

P. D. Bueno, está bien…, a Jean también.


HARTFORD, 23 DE ABRIL DE 1882

Querido Papá: Todos te echamos mucho de menos, Jean pregunta por ti


casi cada día y mamá está muy sola sin ti. La Srta. Murry ha estado aquí y
toca el piano de manera muy bonita; tocó algunas composiciones de
Patience, y algunas canciones escocesas. Esta mañana Clara y yo hemos ido
a la iglesia con la tía Clara, y hemos regresado con la tía Alice; el sermón
ha sido muy bueno y el organista no toca tan mal. Justo el día en que te
marchaste, Katie, Clara y yo fuimos a dar un largo paseo, un rato después
fuimos hasta un barquito, cerca del río. Clara fue primero el Capitán, y yo el
Doctor. Encontré un cubo viejo, lo llené de agua y se lo di a Katie (era una
pasajera). También encontramos un trapo viejo y limpiamos el barco un
poco. Al cabo de un rato regresamos a casa y llegamos a la conclusión de
que nos lo habíamos pasado muy bien.
27 DE ABRIL DE 1882

Hoy mamá ha ido a ver a la Sra. Warner, por lo que esperamos ver a
Daisy pronto. Ahora estamos aprendiendo a jugar al Eucher[31] y nos gusta
mucho; hoy hemos jugado con mamá, Rosa, Katie, Clara y Jaurge. El
viernes pasado fuimos al musical y nos divertimos mucho. Conseguí tocar
todas mis piezas sin cometer ni un solo error. Querido papá, no hace falta
que contestes a mi carta porque sé que no tienes casi tiempo.

Tu higita que te quere


SUSIE CLEMENS
[Escrito al reverso de la carta de Susie:]

Querido Youth: Hoy esperaba un envío o una carta. Me pregunto si


habrás llegado bien a Nueva Orleans… Estoy segura de que sí.
Nos hallamos todos bien. La casa está tan apagada y tan tranquila
cuando no hay nadie en ella… Sobre todo después de que las niñas se vayan
a la cama. Pero es un cambio agradable, sobre todo después del ajetreo que
hemos tenido… De todas formas, me gustaría que estuvieras aquí para
disfrutarlo conmigo.
Buenas noches, te quiero, y me alegro mucho de que te esté yendo tan
bien.

Con el más profundo amor, tuya


OLIVIA L. CLEMENS
A BORDO DEL BUQUE GOLD DUST, 25 DE ABRIL/82

Pues bien, Livy, seguimos avanzando, despacio, desembarcando cada


dos o tres millas, y disfrutando mucho, con una gran tranquilidad. Osgood
dice que nunca se lo ha pasado tan bien en ningún otro viaje. Esta mañana
hemos tardado seis horas y cuarto en recorrer 23 millas, porque hemos
desembarcado a menudo. Ahora sólo faltan setenta millas para llegar a
Vicksburg (desde nuestra última parada), pero tardaremos unas doce o
catorce horas en recorrerlas.
Esta mañana he pedido que me llamaran a las cuatro, y he estado con el
centinela de la mañana. No había más que un débil resplandor blanquecino
por el Este; el resto del cielo y del gran río estaban envueltos en una oscura
penumbra. Ha sido fascinante ver cómo iba despuntando el día poco a poco
sobre este enorme y silencioso mundo; y cuando el extremo del rapado sol
ha aparecido por encima de la línea del bosque, ha sido cautivador observar
las maravillas del continuo cambio de luz, sombra, colores y reflejos
moteados que se han sucedido. ¡Y el lujurioso verde de las lindes del
bosque! ¡Las protuberantes y frondosas capas! ¡Y el verde pálido de las
regiones lejanas! ¡Las distancias remotas y oscuras, que se desvanecen a lo
lejos bajo la brillante carretera perfilada en el horizonte! ¡Y el alboroto de
los pájaros cantando!… Te aseguro que valía la pena madrugar para verlo.
Después de esto, dejaré de levantarme a las cinco y media mientras esté en
el río, y me despertaré cada mañana a las cuatro. (He estado acostándome a
las once o las doce y levantándome a las cinco y media o seis).
Tenemos planeado quedarnos en Vicksburg todo el día de mañana y
luego seguir hasta Nueva Orleans; quedarnos allí una semana y después ir
hasta St.  Louis en el gran buque «Baton Rouge», capitaneado por Horace
Bixby, que me enseñó a conocer el río, y a las órdenes de quien estuve
durante un año y medio.
Adiós, por hoy, mi vida… Estoy muy impaciente por las cartas que
recibiré en Vicksburg mañana temprano. Te quiero, cariño

SAML.
NUEVA ORLEANS, SÁBADO, 10 DE LA NOCHE
[29 DE ABRIL DE 1882]

Querida Livy, estamos inmersos en un remolino de hospitalidad;


desayunos, cenas, comidas, peleas de gallos, escuelas dominicales, carreras
de burros, excursiones al lago, fiestas de sociedad, y toda clase de eventos.
Y me lo estoy pasando en grande, a pesar de que sea totalmente agotador,
tanto física como mentalmente, y más adelante me alegrará un descanso. De
todas formas, me acuesto pronto, duermo profundamente, me levanto
temprano, al mediodía me tomo un par de horas de descanso, no bebo casi
nada, y por lo tanto cada mañana comienzo el día en un estado fresco y
vigoroso. Hace mucho calor, pero eso no me importa. Esta mañana he
visitado a un amigo a las siete y cuarto; he cumplido con un compromiso a
las nueve; he desayunado con unos editores en un club a las diez; he
acudido a una cita a las once; me he desvestido y me he tumbado hasta la
una; he ido en coche a las carreras de burros con unos amigos; hemos
regresado a las cinco; he cenado con unas nuevas amistades; he pasado la
velada en casa de Cable; ahora acabo de llegar a casa (a las diez), y estoy un
poco cansado. Así que con tu permiso voy a dejar de escribir y me voy a ir
a la cama. Pero te echo de menos, y te quiero; me encantaría poner fin a
este viaje en este mismo momento, entrar en nuestra casa, llamaros a ti, a
Susie, a Bay y a Jean, y daros a todas uno o dos abrazos.
Con amor,
SAML.
NUEVA ORLEANS, MARTES [2 DE MAYO DE 1882]

Querida Livy, seguimos muy inmersos en la vida social, y ello me


resulta muy absorbente y bastante agotador. Sin embargo, nos acostamos
temprano y podemos aguantar. Ayer pasamos la tarde y la noche en casa del
Sr.  Cable. Tío Remus estaba allí, pero se mostró demasiado tímido como
para leer; llegaron numerosos niños de la vecindad para verle (y quedaron
tristemente desilusionados al descubrir que era joven y blanco); les leí los
relatos de Remus y algunas cosas mías, y Cable leyó algo de los
Grandissimes y algunas obras cortas. Por la noche todos fuimos a casa del
Sr.  Guthrie (hermano de la esposa de David Gray) donde disfrutamos de
una maravillosa música tocada al piano por unas jóvenes, de unas
excelentes recitaciones por (mí mismo) y otros, y de un par de canciones. El
hijo de Guthrie (de seis años) y su hija (de cuatro) representaron la escena
del balcón de Romeo y Julieta de una forma curiosamente cautivadora, con
buen énfasis, elocución, seriedad, y una perfecta simplicidad e
inconsciencia. Nunca había visto nada que me conmoviera más. Sólo una
vez necesitaron un recordatorio. Tenían un público de unas 25 mujeres y
algunos hombres.
Al final, nos vemos obligados a mentir. Fingimos tener compromisos
que no tenemos, para librarnos de otros que queremos eludir.
Nos ofrecieron un enorme y rápido buque a vapor, y navegamos aguas
arriba y abajo por el río durante un par de horas a una velocidad increíble.
Yo mismo llevé el timón. Soplaba una suave brisa, el sol brillaba, y los
naranjos y otros árboles en los alrededores de las plantaciones estaban
suntuosamente en flor. Un viaje maravilloso. Llevé conmigo a un par de
viejos pilotos como invitados nuestros.
Hoy el Sr. Hatch nos ha invitado a su casa para saludar a su hija, pero
teníamos nuestros acostumbrados compromisos en reserva y nos hemos
excusado.
Esta noche cenamos con los editores (y tenemos intención de descender
hasta la desembocadura del río mañana, pero en vez de eso nos quedaremos
en la cama durmiendo).
He mandado un telegrama a St. Louis por la carta de Howells; te
reenvío su amable nota.
Nos vamos el sábado y estaremos cinco días de camino hacia St. Louis.
Puedes (y debes) escribir a St.  Louis (al Southern Hotel) hasta el martes,
pero no más tarde. Con un mundo entero de amor para ti y para los
cachorros.

SAML.
A BORDO DEL BATON ROUGE, 8 DE MAYO [DE 1882]

Querida Livy, estamos avanzando río arriba a gran velocidad, y el


viernes espero tener una carta tuya esperándome en St.  Louis. Fue un
auténtico placer recibir la amable y larga carta de tu parte justo antes de
dejar Nueva Orleans. Anoche me fui a la cama un poco después de
medianoche, me he levantado a las cuatro y he estado en la timonera con
una niebla bastante espesa hasta la hora del desayuno. El denso follaje se
veía hermoso entre la niebla. Cada vez que hacíamos un cruce de luces,
dejábamos de ver tierra durante unos minutos, y luego, las grandiosas
arboledas, como unos débiles y transparentes espectros, aparecían de nuevo
a la vista. No parecían árboles reales sino espíritus de árboles. Cuando
estábamos más cerca, es decir a 600 yardas, el reflejo de los árboles (que
estaban sobre el inundado terreno) en el agua brillante se veía más marcado
y oscuro que los propios árboles. Ayer por la tarde cayó una repentina y
agradable tormenta: fuerte viento, cielo azul oscuro, escalofriantes olas
blancas, enormes sábanas de aguaviento, asombrosos estallidos de
relámpagos, y un exaltador cañoneo de truenos. Y después del temporal, un
par de arcoíris y los igualados rayos del naufragante sol convirtiendo las
colinas de Natchez en una especie de conflagración teñida de verde. Era
parecido al efecto que tenemos en casa con el sol de la tarde; y me lo
imaginé brillando sobre vosotras, mis amores, durante la cena, y
glorificando a Emmaline[32] y a los muros dorados de la biblioteca.
Adiós, mi amor, hace más calor que en el infierno… Pero os quiero a ti
y a las niñas.

SAML.
[CERCA DE ST. PAUL, MINNESOTA]
VÍSPERA DEL SÁBADO [20 DE MAYO DE 1882]

Querida Livy, estamos en el Lago Pepin, a 80 o 90 millas de St. Paul,


adonde llegaremos antes del desayuno si no hay ningún imprevisto. Entre
los pasajeros hay una familia miserablemente pobre y desharrapada de
camino a las estepas del Noroeste (uno de los nuevos territorios), allá a lo
lejos, en las remotas tierras salvajes. El hombre y su carreta tenían pasaje en
cubierta (de tercera clase), y a su mujer y a sus cinco niños pequeños les
permitieron la entrada en el camarote de mujeres, por gentileza, porque no
quedaba sitio en la cubierta. La mujer se veía cansada y mísera. Había
dormido dos noches en un pequeño sofá y sus hijos en el suelo del
camarote; todos sin almohadas ni mantas; y anoche hizo mucho frío… Esta
mañana cogí 5$ de Osgood y 10$ míos y se los di a una señora para que se
los entregase a esa mujer, que se alegró mucho, por lo que me comentó la
señora. Después me di cuenta de que comían en cubierta y de que, por
supuesto, no tenían nada caliente ni nutritivo para alimentarse; así que le
dije al Oficial Mayor que los acomodara en la segunda mesa del camarote y
que lo cargara a mi cuenta. Estuvieron ahí al mediodía y por la tarde, para la
comida y para la cena, y comieron como muertos de hambre. Después, la
mujer me abordó y me preguntó si era yo quien había pagado sus comidas;
me dio las gracias y rompió a llorar. Ahora (a las nueve) están todos
profundamente dormidos en sofás, pero me he dado cuenta de que mi
interés hacia ellos ha tenido un buen resultado, pues ahora todos disponen
de almohadas y mantas.
Me han encantado las cartas de las niñas, incluso la de Jean (en la que
emborronó unas palabras sobre ti). Pues bien, sigo sin conocer a ninguna
mujer que pueda equipararse contigo, «en términos generales» como dicen
los marineros; y a ninguna a la que haya podido amar ni la mitad de lo que
te amo a ti.
Adiós, mi vida, besa a cada una de las niñas de mi parte. Nunca las
olvido, y ellas no deben olvidarme a mí. Una de las niñas pequeñas a bordo,
de la edad de Bay, se despertó anoche y se puso a llorar; la consolé y la
calmé para que se volviera a dormir; quizás porque me recordaba a Bay. Te
quiero.

SAML.

Puede que no vuelva a escribir antes de regresar a casa.


PRIVADO
RESIDENCIA OFICIAL DEL GOBERNADOR,
OTTAWA, 24 DE MAYO DE 1883

Querida Livy, debo evitar escribir una carta paisajística, me tentaría


describirlo todo con demasiado detalle; y debo reservar mis fuerzas para las
obligaciones de estos ajetreados momentos. He tenido mucha suerte en lo
que a errores se refiere. De verdad, ayer por la tarde el ayuda de cámara no
me pidió los zapatos (se lo tuve que recordar yo)… Todo se aclaró por la
noche, cuando me di cuenta de que yo era el único hombre del salón que no
llevaba zapatos de charol. Sí, la omisión fue un error, pero tuve que
anotarme un gran éxito para compensarlo: es decir, a pesar de tener un
ardiente deseo de hablar con Su Alteza Real[33] de esos dichosos zapatos,
me resistí y no lo hice.
Y también sucedió algo afortunado. Sentado a su derecha durante la
cena, empecé a hacerle comentarios gratuitos, pero de apreciación y
admiración acerca de un retrato al óleo que estaba en la pared, y resultó que
Dios hizo que ella fuera quien lo había pintado. Como yo no lo sospechaba,
¿no fue acaso un golpe de suerte? Le dije que suponía que era un retrato,
pero que quizás no lo fuera, pues había una gracia y una soltura en la pose y
una profundidad y un no sé qué elegante en la expresión que sugería que
podía tratarse de una composición. Ella llamó a eso un buen elogio; y
cuando le pregunté: «¿Para el cuadro o para el artista?»; me contestó que
para la artista, que era ella. En este caso Dios fue muy bueno conmigo. Pero
no siempre he tenido tanta suerte; ayer por la noche, cuando terminé de
escribirte, bajé por un largo pasillo y ella estaba justo entrando por una
puerta. Estaba oscuro; no podía estar seguro de que fuera ella, pero pensé
que haría mejor en decir algo, pues estaba casi seguro de que lo era; así que
retrocedí con respeto e inquirí, vacilante: «¿Alteza Real?». Pues bien, todo
habría ido de mil maravillas si no hubiera tenido la carta en la mano; pero
este hecho, y mi tono interrogativo, le hicieron pensar que había estado
buscándola por toda la casa para preguntarle cómo podía enviar mi carta.
De manera que me dijo que ella me lo indicaría, y me guió por el pasillo,
hacia abajo, y lamenté mucho que resultara estar tan lejos. Pero yo no podía
saber que iba a estar tan lejos… Y aún lo habría sido más si un soldado no
se hubiera cruzado en nuestro camino y ella no le hubiese dado la carta. Así
que, de nuevo, mi situación era la correcta; y así seguí, por lo menos hasta
que regresamos al punto del que habíamos partido. Entonces, cuando yo ya
me iba a despedir y ella tenía la mano en el pomo de la puerta, caí en la
desgracia de insinuar que no había podido encontrar el salón de fumar. Con
lo cual me llevó de vuelta al mismo sitio, y encontré el salón de fumar, y
resulta que estaba sólo dos habitaciones más allá de donde nos habíamos
encontrado con el soldado. Creo que podría haberlo encontrado solo,
porque estaba en línea recta. Ordenó que encendieran fuego; y luego cruzó
la habitación y cerró una puerta, por la que se colaba un poco de frío; en
realidad, ella lo hizo antes de que pudiera adivinar su propósito, así que me
resultó imposible reaccionar lo suficientemente rápido para cerrarla yo.
¡Madre mía! Fue una verdadera lástima que yo causara todas esas
molestias; y al mismo tiempo, en parte también me alegraba, pues eso
demostraba lo humano que puede ser el buen corazón de la hija de una
reina, a pesar de las posibilidades que existen de que se eche a perder.
Luego me envió algunas revistas (te doy mi palabra de que nunca le di a
entender que quería revistas), fue idea suya…, al menos no me culpes por
las cosas que no he hecho. Y luego estuve diez minutos fumando antes de
vestirme. Después de esto, todo transcurrió bien; creo que no volví a
cometer un error entre ese momento y la cena.
SAML.
HARTFORD, 24 DE MAYO DE 1883

Querido Youth: Hoy he recibido tu carta de Montreal y me ha alegrado


mucho saber que has llegado tan lejos sin ningún percance; he lamentado
que no hubieras llevado contigo tu propia casaca, así no habrías necesitado
pedir ninguna prestada.
Todas nos encontramos bien. Katy está mejorando. Esta tarde Jean ha
tenido una tremenda llorera, y habrías sido muy necesario para aporrear la
puerta de su habitación; mis golpes no servían para nada. Necesitaba un
buen azote, pero fui demasiado cobarde para dárselo. Hoy he tenido que
reñirla y pensé que con eso bastaba.
Joe me ha obsequiado hoy con una agradable visita, está impaciente por
dar un paseo contigo por el torreón antes de que nos vayamos. Le dije que
pensaba que le acompañarías sin dudarlo.
Hoy Susy me ha dicho una cosa dulce y adorable. La llevé a pasear en
coche conmigo y lo pasamos muy bien juntas. Estaba un poco preocupada
por lo mucho que habla Susy últimamente de madres e hijas que no se
llevan bien. Supongo que te acordarás de la cantidad de preguntas que le
hizo a Sue acerca de por qué Ida y su madre no congeniaban del todo; ha
estado muy preocupada por este tema, y temía que pudiera empezar a
pensar que fuera más interesante no llevarse tan bien conmigo. Hoy,
mientras paseábamos, volvió a hacer referencia a las madres y las hijas que
no se llevan bien, y le dije: «Susy, espero que siempre congeniemos»; ella
me contestó: «Mamá, nunca estaremos en desacuerdo, pensamos igual
sobre las cosas; la verdad mamá es que parecemos una sola persona». ¡Eso
me hizo feliz!
Como son más de las once, mi amor, tengo que desearte las buenas
noches. Te queremos más de lo que podemos expresar y te echamos de
menos más de lo que podemos decir. Así que vuelve a casa con nosotras en
cuanto puedas. Espero que estés teniendo una agradable, buena y
provechosa experiencia.
Buenas noches, cariño

Tu LIVY
NUEVA YORK, NOVIEMBRE’84
SÁBADO, PASADA LA MEDIANOCHE [ES DECIR, DOMINGO 23]

Querida Livy, sólo unas líneas para decirte que hoy a las diez hemos
terminado la octava función de esta semana en la Brooklyn Academy of
Music, luego nos hemos acercado al Bridge, y a casa. Muerto de cansancio
y hambriento. He dado buena cuenta de dos chuletones, tres huevos, patatas
fritas y una botella de cerveza. Tomo un desayuno completo cada mañana y
una cena abundante cada noche, y estoy engordando. Nos levantamos a las
seis de la mañana, y hoy hemos dado un discurso ante dos nutridas
audiencias en Brooklyn. El Sr.  Beecher y los Sabios se hallaban ahí
presentes esta noche, y Dean ha estado detrás del escenario.
Dales las gracias a esas dulces niñas, de mi parte, por sus cartas que son
tan bienvenidas. Las quiero, a ellas y a su madre.

SAML.
NUEVA YORK, 23 DE NOVIEMBRE DE 1884

Querida Susie, no sé cómo agradeceros a ti y a Ben[34] que me escribáis


con tanta fidelidad estas cartas tan bonitas. Y también quiero daros las
gracias a ambas por escribirme de parte de Jean. El otro día visité al
General Grant, y cuando vi todas sus espadas, medallas, colecciones de
cosas tan hermosas y raras del Japón y de la China, lamenté mucho que
mamá no haya venido conmigo. Y el Sr.  Grant también lo lamentó, y me
hizo prometer que algún día la traería a almorzar. El General Lew Wallace
estaba allí; tiene un artículo en el Century de este mes sobre la gran victoria
de Fort Donelson; y cuando le dije que la otra noche Mamá, mientras leía,
se lamentó de que no le hubiera presentado al autor de Ben Hur, sintió
mucho que yo fuera tan desatento. La Sra. Grant se levantó y se quedó de
pie entre el General Wallace y yo, y dijo: «Vaya, hay muchas mujeres en
este mundo que querrían estar en mi lugar y poder decirles a sus hijos que
han estado tan cerca de dos autores geniales, como son Mark Twain y el
General Wallace». Todos nos reímos y le dije al General Grant: «No se
acobarde, usted también ha escrito un libro, y cuando esté publicado,
también podrá llevar la cabeza bien alta y demostrar que es una persona
importante».
Bésalas a todas de mi parte, mi vida… Te mando amor y besos a ti
también.
PAPÁ
A BORDO DEL TREN, 28 DE NOVIEMBRE DE 1884

Hemos cenado y hemos estado toda la noche con Tom Nast y su familia,
y me lo he pasado estupendamente. He dormido en la habitación de su hija
mayor, la Srta. Julia Nast, de 20 años… la habitación más admirable en la
que nunca he estado; un curioso e inmenso museo. No se podía ver ni una
pulgada de ninguna de las cuatro paredes; todas cubiertas por cuadros,
fotografías, grabados, más fotografías, postales de Navidad, abanicos,
estatuillas, cachivaches y baratijas de todo tipo de metales: pequeñas baldas
por todas partes, con todas las bonitas y delicadas cosas imaginables,
apiñadas sobre ellas y colgando de ellas; la más increíble variedad de
bagatelas baratas e interesantes que jamás ha sido amontonada entre cuatro
paredes en este mundo. Tardé una hora en desvestirme, y otra hora en
vestirme, porque mis ojos estaban demasiado ocupados y las nuevas
sorpresas eran constantes y muy atractivas. Esta mañana me pidió que le
pusiera un nombre a su habitación, le dije que la llamara «La Desesperación
de Cesnola»[35]. Me gustaría ver la habitación de Susie decorada de esta
forma. Es fácil, y lleva años: cada vez que consigas una nueva baratija,
ponía en la pared con una chincheta. A ojo diría que hay 3000 hermosos
detalles en la habitación de Julia Nast. Puede que no costaran más de 3000
monedas de diez centavos, pero vale veinte veces más la pena mirarlas a
ellas que al dinero.
Te quiero, cariño. Espero que hayas pasado un buen cumpleaños…
Ahora debo despedirme, porque el tren ha reanudado la marcha.

SAML.
EN EL TREN, 3 DE DICIEMBRE DE 1884

Hemos llegado a Albany al mediodía, un representante de las


autoridades vino a nuestro encuentro y nos dijo que el Gobernador
Cleveland había expresado su gran deseo de visitarme, porque quería
conocerme. Así que en cuanto hubimos comido, aquel hombre, y algunos
escoltas adicionales, nos condujeron en dos calesas hasta el Capitolio, y
mantuvimos una alegre, agradable y corta charla con el Presidente electo.
Se acordaba bien de mí, me había visto a menudo en Buffalo, pero yo no lo
recordaba a él, por supuesto, y no le dije lo contrario. Tenía que reunirse
con los electores en un banquete, por la noche, y lamentó mucho no poder
asistir a la conferencia. Le dije que si él ocupaba mi lugar en la tarima, yo
iría al banquete en su lugar: pero él contestó que eso sería algo injusto, pues
el público de la conferencia resultaría muy decepcionado. Entonces me
senté sobre cuatro timbres eléctricos a la vez (como solían hacer los gatos
en la granja) y cité cuatro páginas que no tendrían ninguna utilidad para
nadie.
Nos reunimos todos en el Capitolio, que es un palacio, y conocí a
muchos altos funcionarios del Estado; luego fuimos a la Cámara del Senado
y vi el principio de la ceremonia del solemne recuento del voto electoral del
Estado de Nueva York para Presidente de los Estados Unidos.
Por la noche hubo muchísimo público.
Conocí al joven Smith, de Elmira, y me contó todas las novedades de
los Arnots… unas noticias muy tristes.
Besa a «Chisn» como solía decir Jean. Te quiero, cariño mío.

SAML.
ROCHESTER, DOMINGO 7 DE DICIEMBRE DE 1884

Querida Livy, he recibido tu carta con las cuatro de Jean… ¡Qué niña
más admirable, más cultivada y cómo progresa! Hoy hace un día sombrío,
gris y ventoso, con algunas neviscas; pero me he quedado en la cama todo
el día, leyendo y fumando, y descansando, pasando un rato agradable pero
también con añoranza. Te echo de menos, echo de menos a las niñas y no
puedo expresar lo mucho que me gustaría estar con vosotras. Una lluvia
torrencial ha jugado al Smash con nosotros. Deberíamos haber tenido un
público excepcional aquí, de no haber sido por el tiempo. Pero te quiero, mi
vida, eso es lo que sé.

SAML.
ROCHESTER, DOMINGO POR LA TARDE

P. D. Acabo de ver una primera muestra del Ejército de Salvación.


Desde mi ventana he oído que cantaban al otro lado de la calle, me he
asomado y he visto a cuatro muchachos muy jóvenes, con traje militar,
agrupados en la amplia acera, que se balanceaban en todas direcciones
alrededor de una llamativa bandera, haciendo violentos y absurdos gestos
con las manos y cantando a voces himnos que no parecían himnos.
Alrededor de ellos se agrupaban unas doce o quince mujeres y chicas con
atuendos pobres y descoloridos. El canto acabó atrayendo a unos cincuenta
hombres y jóvenes (la mayoría deambulaban por la calle), y el viento frío
tiraba de sus usados abrigos y de sus estropeados paraguas, convirtiéndolos
en un invernal y lúgubre espectáculo de aspecto vagabundo. Después, uno
de los jóvenes uniformados se quitó la gorra y rezó una oración; más tarde,
más cantos fantásticos; luego otro, en la voz de una mujer mayor; después,
un hombre con harapos; más tarde, otro joven con ropa de soldado… todas
estas representaciones sucediéndose entre cantos. Cuando terminó el acto,
el abanderado se marchó con su bandera, los jóvenes uniformados le
siguieron, de dos en dos, las mujeres siguieron a éstos en doble fila, los
soldados rasos uniformados siguieron a éstas en doble hilera (en medio
había un joven vestido de azul marino con una inscripción bordada en
grandes letras blancas a su espalda, «Ven a Jesús»), y la multitud cerró la
marcha.
Te quiero, mi vida.

SAML.
GRAND RAPIDS, MICHIGAN, 13 DE DICIEMBRE DE 1884

Sólo unas palabras, cariño, para decirte que hemos pasado todo el día en
el tren y que llevo una hora en la cama para estar descansado antes de
subirme al estrado. Tú y las niñas habéis estado en mi mente todo el día, os
he echado mucho de menos y todavía ahora os añoro. Me he comido un
montón de castañas que he encontrado en los bolsillos de mi abrigo, y esto
me ha acercado mucho a las niñas, pues las tres han contribuido a esta
reserva de existencias. Te quiero, mi amor, y el tiempo que media entre
nosotros y nuestro encuentro parece tan largo…

SAML.
PITTSBURGH, 29 DE DICIEMBRE [DE 1884]

Bueno, querida mamá, el bebé ha nacido. Esta noche he leído la nueva


obra; la obra que fue una ruina y fracasó hace meses por culpa de la
insensibilidad de Clara Spaulding; y es la carta más importante que tengo
en mi baraja. Siempre lo he pensado. Ha ido progresando al alza; y los
elogios de Cable no son sólo grandes, son abrumadores. Dice que la calidad
de esta literatura es de primera… grandiosa; la verdad de lo que es la
naturaleza de un chico, algo indiscutible; el humor, constante y encantador;
el final, dramático, lleno de movimiento, de sorpresa y de ímpetu. Vamos,
que la ha descrito muy correctamente. He tardado 45 minutos en recitarla,
(no he utilizado ningún apunte), y no he tenido ni un momento de duda, ni
un momento de silencio. Ah… Si ha ido así en su estado natural y
rudimentario, ¿cómo irá cuando la tenga dominada? La leo en dos mitades,
y Cable canta un par de canciones entremedias.
Piénsalo, estoy seguro de que Clara nunca ha oído esto; ni tú: creo que
aquella noche me indigné antes de llegar a esta conclusión. Éste es
solamente el episodio en el que Tom y Huck llenan la cabaña de Jim de
reptiles, y luego lo liberan, por la noche, con una multitud de granjeros
persiguiéndoles con armas.
Hoy he oído a un fabuloso músico de banjo. Te quiero, te quiero, cariño.

SAML.
PARÍS, KENTUCKY, AÑO NUEVO DE 1885
Querida Livy, hemos pasado una velada muy agradable aquí, en una
región que era familiar a Ma cuando niña, hace setenta u ochenta años.
Siempre que nos toca un público del Sur, se ríen a carcajadas. Pillan las
bromas antes de que puedas terminar de contarlas; y entonces, a menos que
seas un idiota, no acabas de contarlas; te callas. Es un auténtico placer dar
un discurso para gente así.
Antes de la lectura, en el hotel, un hombre corpulento se me presentó
como «el gran hombre de Kentucky al que usted ha elogiado en Un
vagabundo en el extranjero, en los capítulos acerca de los estudiantes de
Heidelberg»; y me enseñó una enorme cicatriz que se extendía desde el
puente de su nariz por toda la cara; un recordatorio permanente de sus
impresionantes aventuras en Heidelberg. Me dijo que mi relato era correcto.
Lo conseguí del Cónsul Smith, ¿recuerdas? Le pedí que subiera a la
habitación y pasé una media hora muy amena con él.
Un fragmento de conversación escuchado hoy en el vagón de
fumadores:
«Bueno… Fui conserje de escuela durante seis o siete años, por lo que
pensé en dejarlo un tiempo y trabajar. Así que me hice granjero dos o tres
años, sin demasiado esfuerzo y puse en pie uno de los más prometedores
cultivos de tabaco del condado. Pero ahora de nuevo estoy en la escuela;
parecía que eso era para lo que yo había nacido, así que regresé a ello de
una forma natural. Tengo una gran escuela; 45 alumnos; y la mayoría
vienen todos los días. No hay día en que no vengan 30 o 35 de ellos. ¿Cuál
es tu problema?
»Bueno, me molesta un poco un diente cariado que tengo… a veces el
dolor es muy agudo.
»Deberías sacártelo. Yo tuve una caries, hace unos tres años: yo sí que
hice novillos, y dije que sólo había una forma de hacer lo que iba a hacer, y
con eso me monté de un brinco en mi caballo y me esforcé por llegar al
médico; me encontré con él por el camino antes de haber recorrido una
milla o milla y media, y le dije: “Bájese ahora mismo de su caballo y
arránqueme este diente”. Y lo hizo… ahí mismo, en la carretera. Y desde
entonces no he vuelto a tener problemas, ni con ése ni con ningún otro
diente».
Te quiero, cariño mío, y os envío amor de Año Nuevo a ti, a Madre y a
todas las niñas.

SAML.
EN EL TREN, 8 DE ENERO DE 1885

Esta mañana nos hemos levantado a las siete, con un viaje de nueve
horas por delante, y sin vagón de primera clase. Pero seguimos la ruta sin
problemas. El tren se para cada media milla. Ahora es la una de la tarde, y
este vagón se ha llenado y vaciado de granjeros unas 300 veces. No dejan
de atraer mi atención: sus ropas, conductas, actitudes, semblantes,
expresiones… cuando las tienen. Hace un rato, un pequeño provinciano
intercambiaba opiniones con su hermana de 17 años acerca de una mujer
negra, de forma que ésta lo podía oír. «Buena ropa para una negra, ¿verdá?
Nunca antes ho visto a una negra tan bien vestía». La verdad es que estaba
muy bien vestida, con buen gusto, y tenía más cerebro y educación de lo
que podrían haber mostrado siete generaciones de la familia de ese chico.
Hace poco he estado una hora reescribiendo algo de Un vagabundo en el
extranjero: charlas entre un par de balseros fanfarrones y chillones. Lo he
convertido en conversaciones de una sola frase; ese tipo de frases que
decimos alternativamente (un vivo fuego a discreción de alarde y
fanfarronería) Cable y yo, para divertir a Pond por las noches en nuestra
habitación. Cuando hube terminado ese atisbo de dramatización, les pasé el
manuscrito a Cable y a Pond por encima del hombro, y mientras Cable lo
leía para sí, un tonto de mediana edad, de aspecto bondadoso, afable y con
aire de profesor, sentado en el asiento de atrás, estiró su largo cuello y
empezó a leer por encima del hombro de Cable con el más inofensivo
entusiasmo que jamás hayas podido ver. Tuve que decirle dos veces: «Es
privado, señor» para que lo entendiera, de lo absorto que estaba. Entonces
se recostó en su asiento, con la tímida confusión de un niño.
3 DE LA TARDE, DECATUR, ILLINOIS

Ya ha transcurrido la mayor parte del día, y de lo ocupado y absorto que


he estado, no he visto pasar el tiempo. Estuvimos esperando aquí 20 o 30
minutos; y luego nos subimos a bordo del tren equivocado, nos pusimos
cómodos en un vagón de primera clase con destino a las Cataratas del
Niágara, o por ahí cerca. Nos dimos cuenta de nuestro error justo a tiempo
para coger los abrigos y cubre zapatos y pillar por los pelos el tren correcto.
Una mujer y cuatro niños pequeños en un grupo llorando, y otro grupo
de mujeres y de niñas despidiéndoles y llorando. Les pregunté por qué
lloraban, y la mujer me contestó que ella y sus hijos dejaban su casa para
irse a vivir a Portland, Oregón, y que aquéllas eran sus hermanas pequeñas,
etc.
Blaine sí que traicionó a su mujer antes del matrimonio, y el bebé nació
tres meses después de la boda. Entonces la dejó en Maine, regresó al Oeste
y se comprometió a casarse con una de la familia Marshall de Kentucky; y
después de que la muchacha se enterara de todas estas cosas, él seguía
intentando convencerla (por medio de cartas que todavía existen, de su
propio puño y letra y firmadas por él), y le aseguró que pronto se desharía
de «esa mujer» (su esposa). Todos estos hechos están fuera de toda duda y
habrían sido probados en juicio si Blaine no hubiera retirado su demanda
por difamación. Y él sabía que serían probados. He hablado con un hombre
de total confianza que ha tenido esas cartas en las manos y que las ha leído.
Te quiero, mi amor. Adiós

SAML.
ST. LOUIS, 10 (¿?) DE ENERO DE 1885

Querida Livy, estoy teniendo un domingo atareado, a pesar de que no he


salido de la cama. Te he traducido un poco, he leído todo el manuscrito de
una joven (casada, pero sólo una niña), y le he garabateado una carta que,
para satisfacer tu curiosidad, te anexo:
Mi querida Sra. Whiteside:
He leído su relato, y tiene mérito, pero no lo suficiente como para
permitirme pronunciar las palabras de admiración que despertarían el
interés y el deseo de un editor. Debería ser sincero con él, y decirle la
verdad: éste es un ensayo moral, un apasionado ensayo desde el corazón,
pero es más un ensayo que un relato. Y debería decir que es tosco y que
deja entrever una mano inexperta en toda su extensión; que necesita
compresión… demasiadas palabras, demasiado difuso; que los incidentes,
los episodios y las situaciones no son lo bastante habituales, y cuando
suceden, no están bien manejados. Debería decir que, exceptuando la carta
de Malcolm a su mujer, habría que reescribir todo el libro cuidadosamente y
con detenimiento. Usted sabe que después de decirle todo eso (y tendré que
decírselo, pues me pedirá mi opinión), el editor seguramente se negará a
aceptar el libro.
Debe intentar perdonar mi sinceridad; mi intención no es hacerle daño;
lo hago por su bien. No voy a engañarla con discursos edulcorados; no nos
harían bien a ninguno de los dos.
No debe sorprenderse de lo que podríamos llamar un fracaso; ni
desanimarse por ello. La literatura es un arte, no una inspiración. Es una
profesión, así como el hablar, y debe ser aprendida… uno no puede
«adquirirla rápidamente». Tampoco se puede aprender en un año, ni en
cinco. Lo más importante es la experiencia; y usted es demasiado joven,
todavía, para tenerla. Cuando se suba a un escenario un tiempo (si es que
llega a hacerlo algún día), no enviará a una heroína que desconoce el arte
dramático a pedirle a un director un papel de «estrella» ni hará creer que lo
logre. Y después de que usted misma haya intentado bajar por un canalón,
libre de peso, sabrá que es mucho mejor que si hace bajar a su héroe por
uno con una mujer en brazos. Fijarse en estas imperfecciones, ¿es
demasiado crítico? No; no en este caso, pues quiero que tenga clara esta
verdad: cuando se aventure fuera de su propia experiencia, estará en
peligro; nunca lo haga. Es cierto que es usted muy joven y su capital de
experiencia es por lo tanto pequeño: no hay problema, viva dentro de sus
posibilidades literarias, y no tome prestado. Puede escribir acerca de
cualquier cosa que haya vivido; y con trabajo duro y auténtico aprendizaje
puede llegar a escribir bien; pero lo que no ha vivido, no puede escribirlo,
sólo puede fingir escribirlo… solamente podrá emitir una factura de aspecto
verosímil que demostrará ser falsa en la primera casilla.
Esto le parecerán palabras duras; pero el ser humano sólo escucha las
palabras duras… y quiero que esto quede claro y deje huella.

Sinceramente suyo
S. L. CLEMENS
KEOKUK, 14 DE ENERO DE 1885

Querida Livy, ¡llevo mucho retraso! Me refiero a las cartas. ¡Tantos


antiguos amigos, tantas conversaciones, y un placer tan profundo en todo
ello! Durante dos o tres días no he tenido tiempo ni de dar una vuelta… ni
una sola oportunidad de escribirte un par de líneas diciendo ¡te quiero, mi
vida! Pero espera… dame una oportunidad… voy a compensarlo.
Ya hace mucho que dieron las doce. Una bonita velada con Ma, que
sigue siendo ella misma, vieja y hermosa; una naturaleza de oro puro… una
de las más puras, delicadas y superiores que haya producido este mundo. Lo
inconscientemente patético es su talento… Y ¡cuán generosamente dotada
está… y cuán naturalmente elocuente es en la distancia corta! ¡Qué libros
podría haber escrito…! Y ahora el mundo se los ha perdido.
La visita a Hannibal… Nunca imaginarás las corrientes infinitamente
profundas de sentimientos que me han invadido. Nunca más volveré a vivir
un día como éste. He tenido el corazón en un puño durante veinticuatro
horas. Y en el último momento ha llegado Tom Nash (compañero de cuna,
compañero de crío, compañero de muchachín), ahora sordomudo, desde
hace unos cuarenta años, y sin que nadie sospeche la profunda y delicada
naturaleza que se esconde tras sus labios sellados… Y me da esta carta, me
da un apretón de manos, me lanza una o dos profundas miradas y se aleja
tímidamente. La guardé, la he leído hace media hora… y por supuesto, a
pesar de que ya eran más de las doce y de que todavía no te había escrito a
ti, me senté en seguida y le contesté.
Adiós, mi amor… Te quiero, más que a nadie; y después de ti, a esas
queridas niñas; y muy muy pronto contestaré la preciosa carta de Jean y le
hablaré del hermoso oso que he visto hoy.

SAML.

Guarda la carta de Tom


CHICAGO, SÁBADO POR LA NOCHE, 17 DE ENERO DE 1885

Querida Livy, el Sr. Wilson es una persona falsa y un mentiroso. Ha


sido una satisfacción enterarme de que padece de hemorragias.
Bueno, esta vez creo que las pruebas han salido muy bien. Te hacen
demasiado mayor y demasiado agobiada… eso es lo único malo que he
encontrado. No eres tan mayor; o sea que la apariencia es sólo temporal. Le
pondremos remedio en cuanto llegue a casa, y volverás a ser joven, mi
amor. Cuanto más las miro más me gustan.
DOMINGO POR LA MAÑANA

No, no puedo quedarme con ninguna de estas fotos. Me reprochan


mucho… Me dicen: «Tú eres el que, con tu abandono y tu ausencia, ha
dado a estos rasgos este aspecto demacrado, y a estos ojos, esta mirada
cansada». Eso dicen, claramente; y siento la justicia del reproche.
Llega mi desayuno.
MEDIODÍA

Sir Sagramore le Desirous (Pond), acaba de estar aquí y ha recibido


unos cuantos compromisos nuevos de Nueva York. Te serán transmitidos
desde Nueva York (el otro día di órdenes en firme), pero para estar seguros
también les mandaremos un telegrama en este sentido de aquí a esta noche.
Hemos disfrutado muchísimo aquí con los tres grandes auditorios de
este respetable Central Music Hall. De no haber sido por las horribles
tormentas, habríamos tenido que impedirle el paso a la gente. Es un
hermoso lugar; tendrías que haber visto la atenta y radiante muchedumbre
de gentes bien vestidas, elevándose, fila tras fila, hasta la bandera. Anoche
obtuve el mayor de los triunfos que he cosechado jamás. Representé mi
nuevo programa, que contenía La Rana Saltarina de Calaveras County (lo
acorté y tardé 13 minutos en contarlo; un tiempo récord) y el fragmento en
el que Tom y Huck liberan a Jim de la cárcel (25 minutos), que fue
acompañado por un redoble de risas de artillería a lo largo del discurso,
salpicado por explosiones de cohetes Congreve y de granadas, desde la
primera palabra hasta la última… Y después, tras pedirme tres veces con
estruendo «un bis», volví a salir y conté un relato de diez minutos (el
Gobernador Gardiner); 35 minutos sobre el escenario, y sin sufrir ningún
daño; solicitaron una repetición de la repetición, regresé e hice una
reverencia. Y figúrate que cuando conté la antigua Rana Saltarina el lugar
estalló como en una conflagración. No hay nada en este mundo que pueda
superar ese cuento cuando uno se siente bien y tiene al público adecuado
enfrente.
Tenemos un nuevo plan, y funciona. Cable sale en cuanto suena la hora
y habla durante 15 minutos al público allí congregado, diciéndole que si no
le prestan atención no se preocupará. Así pues, con todos los «bis», en
ningún caso hemos estado en el escenario menos de dos horas. El resultado
positivo es inestimable. (Y entre tú y yo, otra cosa… sólo la mitad del
público escucha la primera obra de  C.; así que no hay mucha dosis de él;
aunque hasta ahora ha habido un poco de empacho de él…).

Te quiero, cariño.
SAML.

P. D. Cable dice que la fotografía de tres cuartos quedará bastante bien


una vez terminada y montada, y empiezo a estar de acuerdo con él. Así que
hagamos una docena de copias de ese negativo, y mándame dos, una para
mí y otra para los Garth. Enviaré una o dos de las otras a Louisville, etc.
(cuando llegue a casa), como prometí, y nos quedaremos con las demás.

SLC
Piensa en la suerte que tienes; ¡estás con las niñas!
(¡Pobre Jean y… pobre reloj estrepitoso de Clara!).
ST. PAUL, 23 DE ENERO DE 1885

No, querida Livy, no creo que Pond se haya olvidado de enviar mis
cartas; ha ocurrido lo mismo que cuando te escribí desde Keokuk o desde
Chicago; entre St. Louis y Keokuk estaba demasiado agobiado, por lo que
no te escribí durante dos días; pero eso es todo: dos días; muchos otros días
te escribí dos veces.
Escribí una carta en Keokuk, y Orion la cogió e insistió en llevarla al
buzón que estaba a un par de manzanas. Dos horas más tarde, resultó que
tenía la carta en el bolsillo; recordaba haber ido hasta el buzón y haber
regresado preguntándose en vano cuál era su cometido allí. Entonces quise
coger la carta, pero me suplicó que le dejara intentarlo de nuevo; así que le
dejé. Pero lo más seguro es que fracasara una vez más.
Caminamos nueve manzanas a través de una fuerte tormenta de nieve
para ver al «fantasma»… una cosa misteriosa en el cristal de la ventana de
un colegio que, desde la calle, parecía una bonita niña dibujada a lápiz, con
lazos y otros adornos en el pelo y en torno a su rostro. Pero lo único que
pude ver fue una marcada [mancha] salpicadura púrpura sobre el cristal, del
tamaño de una cabeza, y que a lo único a lo que se parecía era a una vieja
esponja con dos o tres de sus habituales agujeros redondos. Con un gran
esfuerzo podía imaginar que se parecía un poco a esos anticuados demonios
desfigurados y con cuernos de los libros ilustrados, con la boca abierta llena
de colmillos; pero no podía dar más de sí mi imaginación como para ver
nada parecido a un rostro humano en aquella cosa. ¡Señor! ¡Qué asunto más
curioso es la imaginación! Sabes, aquí hay gente que ve en ese manchón
púrpura sin forma el vivo retrato de Martha Washington; otros ven el retrato
de algún hombre distinguido o algo por el estilo; Orion y otros ven todos
los elementos que forman la cabeza y el rostro de una hermosa joven; y hay
un montón de idiotas espiritualistas que ven un designio de Dios, el rostro
de un espíritu enviado por él para confundir a los ateos en su doctrina. Si
todos los tontos de este mundo se murieran, ¡Dios mío!, qué solo me
quedaría…
En Quincy vi… Bueno, primero fue un hombre mayor con unos peludos
y grises bigotes hasta el pecho y con ropa de granjero. La última vez que le
vi, hace 35 años, era un dandi con un sombrero de copa inclinado hacia
adelante y recostado casi sobre su nariz; pelo graso, rojo oscuro, largo, y
con bucles por detrás del cuello; perilla roja; unos andares muy refinados y
vanidosos… la forma de andar más asombrosa que he visto nunca… unos
andares imposibles en cualquier lugar de la tierra que no sea nuestro Sur y
en tiempos pasados; y cuando se quitaba el sombrero, aparecía un rizo de
pelo rojo, un bucle recostado (entre dos rayas exactas) que se extendía
desde su frente hacia atrás, sobre la curva de su cráneo, y podías mirar a
través de él como lo harías en un túnel. Pero ahora… En fin, puedes leer La
última hoja, de O.  W. Holmes, para hacerte una idea de lo que aquel
hombre es ahora.
Y también vi allí a Wales McCormick, el gigantesco editor novato de
hace 35 años… Ambos éramos aprendices, y nuestro superior, Pet
McMurray, era el oficial.

Te quiero, mi vida.
SAML
CHICAGO, 2 DE FEBRERO DE 1885

Hoy es un gran día, mi amor; el día que te trajo a mí hace quince años.
Entonces eras muy preciada para mí, ahora eres todavía más valiosa para
mí. Teniéndonos el uno al otro, entonces, éramos ricos; aunque éramos
pobres en comparación con lo ricos que somos ahora con las niñas.
Te mando un beso, mi amada mujer… y a esas queridas pillinas,
también.

SAML.
9 DE FEBRERO DE 1885

Querida Livy: no te puedes hacer una idea de lo estúpida que es esta


superstición del domingo que tiene Cable. Estrangularía hasta a un bebé si
la tuviera. Es la enfermedad más miserable y lamentable, la sarna más
despreciable que puede sufrir un adulto. El único momento en el que el
hombre se pone nervioso, el único momento en el que se muestra inquieto,
es cuando un cuarto de minuto de su odioso domingo parece amenazado. El
sábado por la noche, nos recibió una mujer a quien me pareció haber
conocido cuando era niña, en Buffalo; cuando iban a dar las doce, subí al
piso de arriba con unos caballeros para fumar. De repente, Cable apareció
en la puerta, y se paró, pues todos estaban escuchando una elaborada
anécdota y el orador se estaba dirigiendo a mí en particular. Cable se dio
cuenta de que interrumpirlo hubiera sido una grave falta de educación. Se
detuvo; y entonces, cuando eran casi las 12, dejó a un lado los modales, se
acercó, se inclinó hacia mí y susurró que tenía que irse. Le advertí
tajantemente que dejara de interrumpirnos (el que contaba la anécdota
guardaba silencio y esperaba); se quedó quieto un momento, luego se
volvió a inclinar y susurró: «Cogeré el carruaje, y lo mandaré luego a
recogerte desde el hotel». Le contesté en voz alta: «No harás nada de eso…
simplemente te esperarás». ¡Ah! Si tan sólo hubiera sabido que era su
miserable y odioso domingo el responsable de su actitud, se habría ido
andando a casa cruzando charcos. De verdad. Sería impío ir a casa en
caballo más tarde de las 12. Sería totalmente odioso. Desde que estoy con
este despreciable muchacho, me he impregnado de un venenoso e irracional
odio hacia el nombre mismo del domingo. El sábado se había quedado sin
ropa blanca y quería que le limpiaran un par de camisas; pues tendrías que
haber visto el nerviosismo con el que le preguntaba al botones si lo podrían
hacer y subírselas a tal o cual hora. El chico no estaba seguro de tenerlas a
punto a las nueve de la noche, pero al final dijo: «Sé que pueden estar listas
a las once u once y media, y se las subiré por la mañana». «¡No y no! No
las quiero por la mañana. ¡No se las dejaré a menos que puedan estar listas
esta noche con certeza!».
En muchos aspectos es refinado, magnífico y espléndido; pero en otros,
es la mezquindad personificada. En Napoleón habitaba un dios y un
pequeño [trocito de] simple hombre.
He conseguido mejorar los insultantes e insolentes modales de Cable
hacia los criados, pero no los he eliminado del todo; puede que sea
imposible lograrlo. Pond dice que todos los criados del Everett House le
odian. Dice que cuando  C. paga sus gastos él mismo, pasa hambre, pero
cuando alguien le invita, su apetito se vuelve insaciable. ¿Sabes que durante
un año o dos ha estado deseando escuchar a Beecher, pero no quería cruzar
el río en domingo? Ni siquiera cruzaría el puente en domingo.
En fin, de todos modos te quiero, cariño

SAML.
COLUMBUS, 10 DE FEBRERO DE 1885

Querida Livy, ayer estuve todo el día en un vagón para fumadores,


parando cada 30 yardas; cuando llegué aquí, unas dos horas después de que
oscureciera, estaba cayendo un chaparrón, me puse el traje de etiqueta con
una prisa desaforada y llegué a un teatro de la ópera lleno de la gente más
apuesta que hayas podido ver jamás, y les hice gritar y reírse a carcajadas
hasta las diez y media, y no se marchó ni un solo individuo hasta que hube
terminado. He tardado tres meses en aprender mi profesión, pero al final la
he aprendido, y ahora preferiría estar ante un público como éste, que jugar
al billar. Después de la actuación (y de una cena caliente) Pond y yo
jugamos al billar hasta las dos de la mañana, luego me di un baño, leí y
fumé hasta las tres, más tarde dormí hasta las nueve y media, he
desayunado en la cama y ahora acabo de terminar y me siento tan ligero
como un pájaro. Mi salud ahora es tan espléndida que necesito esforzarme
mucho (y cansarme) para mantenerme como nuevo y en forma. No estaba
en tan magnífica forma física desde hacía muchos muchos años. A veces
me pregunto si sigo siendo la misma persona que solía cansarse al subir
corriendo las escaleras de la sala del billar.
¡Cubre a la NIÑA! ¿Sabías que el infernal Paseo nocturno de Mary[36]
ha aumentado, pasando de seis minutos (en New Haven) a quince? Y está
en todos los programas. Ese tonto devoto permite que anuncien un
programa totalmente nuevo en el escenario y en los periódicos, y luego
aparece sin avergonzarse ni disculparse, y vomita de nuevo con fuerza ese
mismo y viejo Paseo nocturno sobre el público. Lo hizo cinco veces en
Chicago; pero ni siquiera eso es tan malo como repetirlo tres veces en un
lugar pequeño como Indianápolis. Sigue prolongando su programa una
hora, independientemente de todo lo que yo pueda hacer. Estoy pensando en
suprimir una de sus obras del programa.
Te quiero, cariño… adiós. Asegúrate de saludar al General Franklin
cuando lo veas.

SAML
DETROIT, 13 DE FEBRERO [DE 1885]

Querida Livy, si quieren a Cable, tendrán que solicitarlo ellos mismos…


En lo que a mí se refiere, no se lo sugeriría ni vagamente por nada del
mundo. Es posible y probable que diga que sí, si se lo piden, pero no me lo
creeré hasta verlo. Es uno de los hombres más mimados por el éxito en la
vida que jamás hayas podido ver. Supongo que si la caridad necesitara su
en-su-opinión-todopoderosa-ayuda, esa caridad tendría que pagar dinero a
cambio. No creo que haga nada por nada. No creo que «haga nada», el
domingo, gratis: creo que lleva una cuenta con Dios. Por supuesto puedo
estar completamente equivocado, pero no importa, es lo que opino. Y
tendría toda la razón de negarse a leer en Hartford por nada. No es su
ciudad; no gana nada a cambio de su caridad. No te preocupes en absoluto,
ni directa ni indirectamente, por este tema.
Caramba, creo que sí leyó para un acto de caridad de mujeres en Nueva
Orleans gratis. Así que, al fin y al cabo…
No… he rebuscado en mi memoria; estaba equivocado… Les dijo a las
mujeres que lo haría por su precio habitual, eso hizo, y cobró. No, no leería
en Hartford gratis; no leería ni en el Cielo gratis.
A BORDO DEL TREN, 18 DE FEBRERO DE 1885

Ésta es una magnífica mañana de invierno: nieve hasta lo alto de la


valla, un sol espléndido, nada de viento, un humo blanco elevándose en
perezosas columnas desde las aisladas casas de madera, la lejanía suave e
imprecisa en medio de una niebla ligeramente teñida de azul. Una hermosa
francocanadiense llegó hace un minuto a la estación, con un pintoresco
vestido corto, hecho de un pesado manto blanco con rayas rojas y azules al
bies de la mitad inferior de la falda, y el cuerpo adornado en azules: un
ancho cinturón azul, mocasines de cuero y un tocado azul y rojo en la
cabeza… un espectáculo muy pintoresco y cautivador. El joven que la
acompañaba también llevaba un traje de lana de manta, adornado con
intensos y vivos colores; llevaba unos ajustados pantalones del mismo paño,
un ancho cinturón azul, tocado y mocasines. Sin duda habían estado
andando por la nieve, ya que es el atuendo habitual para estos casos.
Varios hombres se indignaron porque el Gobernador General no asistió
a la lectura ni me ofreció hospitalidad de ningún tipo; dijeron que a la
ciudad no le haría ninguna gracia; algo me correspondería del Marqués de
Lansdowne, pues como todos saben, fui invitado de su predecesor, y les
complací a él y a la princesa. Tuve el suficiente ingenio para no divulgar el
hecho de que no había tenido el suficiente ingenio para invitar al
Gobernador a la representación… Y sin duda ésa era una cortesía que le
debía claramente. No lo sé… pero de todas formas debería haberle invitado.
¡Esta pobre Jean!…, y pobre mamá también, que tiene que levantarse
por las noches y cuidar de ella. Espero que Jean ya esté bien.

Te quiero, mi amor.
SAML

P. D. 19 de febrero. Anoche di un discurso aquí en Montreal, mi vida.


Hoy escribiré.
EN EL TREN, 20 DE FEBRERO DE 1885

¡Ay, mi amor, si tan sólo pudieras estar hoy conmigo! ¡Nunca, nunca,
nunca había visto un día de invierno más maravilloso! Hemos estado
bordeando el Lago Champlain durante una o dos horas, y el paisaje es tan
divinamente hermoso que resulta imposible describirlo con palabras. Se ven
millas y millas más allá de la helada superficie de nieve blanca del lago,
cubierto por el deslumbrante sol y por unas enormes sombras que se
deslizan sobre él, y aquí y allá una mota negra sobre la lejana llanura (un
trineo), y allá, en la más lejana orilla, se yergue gradualmente una oscura y
contemplativa cordillera de montañas, que desaparece en medio de una
irregular y plomiza cortina de nubes bajas.
Ahora hemos dejado atrás el lago y estamos entre granjas de relieve
ondulado, con los vallados cubiertos hasta arriba por un manto de nieve del
más cegador blanco, y por todas partes a lo lejos se elevan unas escarpadas
montañas moteadas por las oscuras manchas de los bosques y los
espumosos campos de nieve, todo ello difuminado y enriquecido por una
niebla púrpura…, y allí surgen ¡las cumbres de la montaña! Aparecen tan
borrosas y espectrales, allí arriba en el cielo, que es como si las vieras a
través de un velo de lluvia de verano.
He enviado un trineo para las niñas. Más vale que no intenten usarlo
hasta que yo llegue.
Esta noche voy a mandar una caja de cartón que debe permanecer
cerrada hasta que yo llegue. Es para las niñas. Llevaré algo para ti yo
mismo en mano… Aunque puede que lo envíe por tren.

Te quiero, mi vida.
SAML
WASHINGTON, 2 DE MARZO [DE 1885][37]

Queridas mías: Probablemente no exista ninguna similitud entre


Washington y otras ciudades. Las diferencias son casi innumerables. La
ciudad es grande; también es pequeña; es ancha, y es estrecha; en parte está
mojada y en parte, envuelta en nubes de polvo. Pronto por la mañana sale el
sol, severo, un poco velado, y frío; más tarde quema como en un infierno;
aún más tarde, las nubes se levantan, y de repente uno se encuentra rodeado
de oscuridad, empapado de lluvia, y, por consiguiente, de mal humor. Antes
de que dé tiempo a abrir el paraguas, el mal tiempo desaparece, y todo se ve
bañado por la clara luz del sol. Uno cierra los ojos, pronuncia un solemne
«Gracias, Señor», abre los ojos, y, ¡bendito sea Moisés! ¡Está nevando!
¡Que así sea!

Te quiero.
SAML
NUEVA YORK, 8 DE ABRIL DE 1885

Querida Livy, éste es un viaje sin gracia, pues esperaba con todas mis
fuerzas que vinieras conmigo, y no parece que me resigne a hacer este viaje
solo. Estoy decepcionado; y sin embargo sabía que no sería bueno para ti
viajar con ese resfriado y esa jaqueca, por lo que estaba seguro de que no
debías venir. Ésta es una habitación agradable (181) y bien iluminada; y si
estuvieras aquí, con una baraja de cartas me daría por satisfecho y no me
aburriría. Si te encontraras bien, desearía que estuvieras aquí; pero como no
lo estás, no formulo el deseo… estás mejor allí, con las mejores niñas del
mundo.
El libro del General Grant no está terminado. La verdad es que el
trabajo no ha hecho más que empezar, y no se ha hecho ni un poquito de
publicidad; y sin embargo ya se han vendido 20 000 colecciones… Las han
encargado dos apoderados generales solventes; 20 000 colecciones son
40 000 libros, pues es una obra de 2 volúmenes. Esto nos proporciona un
beneficio neto de 13 000$; y de unos 26 000$ a la Sra. Grant. Estabas un
poco asustada de que me aventurara con el libro, corriendo tantos riesgos,
para una participación de sólo el 30 por ciento en los beneficios. No pensé
que hubiera ningún riesgo. El pedido de estos 40 000 libros sólo
corresponde a dos Estados: Michigan e Iowa… ¡Espera a tener noticia de
los otros 37!
Esta noche he estado en casa del General Grant. El Coronel Fred me
dijo que el General estaba tranquilo y muy feliz, extremadamente
agradecido por las muestras de simpatía de los soldados rebeldes, de todos
los rangos, del Sur. Sus últimas horas están entre las más felices de su vida.
Te mando un beso, mi amor, y otro a todas las niñitas.

SAML
MT. MCGREGOR, 30 DE JUNIO

Querida Livy, ¡menudo viaje! Todo el día circulando en trenes de


cercanías, hasta las seis y media: al llegar tomé algo en Saratoga, después
me monté de un salto en una calesa, eran las 7h 20, y llegué aquí a las 8h
40… cuando ya había oscurecido. Tendré que quedarme aquí el día entero,
pero espero poder salir mañana… ésa es mi intención.
Desde esta altura se divisa un valle muy bello… ancho, llano, verde,
con granjas cuadradas y salpicado de unas arboledas que parecen unos
almohadones de musgo… ¿Recuerdas cómo se veía el Rin desde
Kaiserstuhl?
Adiós, mi amor. Tengo mucha prisa por salir de la cama, pues ya son las
ocho y cuarto. Te quiero mucho; y os quiero a todos mucho.

SAML
MT. MCGREGOR, 1 DE JULIO DE 1885

Querida Livy, estoy seguro de que mañana al mediodía saldré para


Hartford, como te dije por telegrama esta tarde.
El retrato del General que ha hecho Gerhardt es una imagen muy
impresionante y patética. El busto que ha hecho Gerhardt del hijo pequeño
de Jesse Grant, es una maravilla, y todos están encantados con él.
Creo que todos sienten gran aprensión hacia el General; y creo que, por
lo que he oído, estos temores están justificados, a pesar de que el General
sigue tan plácido, calmado y sereno como siempre, y sus ojos siguen
teniendo el mismo destello de humor de siempre, y su habitual sonrisa sigue
siendo la sonrisa de la amabilidad y de la paz. Por lo que se ve, morir no
supone nada para un hombre realmente grandioso y valiente.
Te quiero con toda mi alma, mi vida. Creo que he fechado esta carta
matinal a 30 de junio… ¿o lo escribí anoche? Por favor, besa a alguna de las
niñas por mí…, a todas, menos a Kiditchin[38].

SAML
NUEVA YORK, 4 DE AGOSTO DE 1885

Querida Livy, cuando Garfield murió, Nueva York se puso realmente de


luto, pero en cuanto al coste y la ceremonia, el acontecimiento va mucho
más allá. Algunas de las enormes lápidas y de las fachadas de ladrillo
quedaron prácticamente escondidas por hileras de colgaduras negras.
También es de admirar el arte con que lo han dispuesto todo… Consiguen
un efecto hermoso a la vista. Las fachadas de mármol blanco ofrecen su
mejor apariencia. En algunos casos no se ve el mármol blanco sino el color
negro. Donde hay pórticos con columnas, éstas y sus capiteles son de un
negro profundo, ni siquiera manchado por un solo toque de negro [sic]. El
efecto es espectacular, asombrosamente bonito. Creo que he visto unos mil
grandes retratos del General en medio de un desierto de negras fachadas de
piedra.
Te quiero, mi amor, y también quiero a las niñas. Adiós, amor mío.

SAML
[NUEVA YORK] MIÉRCOLES-JUEVES, MEDIANOCHE,
5-6 DE AGOSTO [DE 1885]

Querida Livy, no he tomado más que tres comidas desde la noche


anterior a la partida de la granja…, por lo tanto, estoy en perfecta forma
física. Si me dieras permiso, comería una sola vez al día durante el resto de
mi vida.
Esta tarde estuve en el Lotos Club y vi el paso de la comitiva de camino
al ayuntamiento con el cuerpo del General Grant. Ha sido muy imponente e
impresionante. Un desfile de caballos negros cubiertos con unas elegantes
redes negras tiraban del catafalco. La procesión del día del funeral será un
espectáculo memorable y un honor estar allí, ya que el General debe ser
enterrado. Me gustaría que estuvieras conmigo, y al mismo tiempo no me
gustaría, pues implicaría un par de agotadores viajes en tren.
He recibido tu carta, y obedeceré tus órdenes si voy a Hartford; pero no
estoy seguro de ir. Lo dudo mucho.
Adiós… Te quiero, mi amor.
Besa a las niñas y a Sour Mash[39] de mi parte

SAML
NUEVA YORK, 18 DE NOVIEMBRE DE 1885

Querida Livy, creo que tendré que partir hacia Washington a las ocho de
la mañana, y que llegaré a Ebbit House hacia las dos menos cuarto de la
tarde.
Anoche cené con Laffan en la sala privada de un restaurante,
acompañado de Osgood y de dos jóvenes Harper. Bueno, la cena de Laffan
consistió sólo en tres platos, pero te aseguro que fue una maravilla. A los
pies de cada hombre había un cuarto de galón de champán en una cubitera
de plata… y una más en el aparador; no había otra clase de bebida
alcohólica.
1er plato: unas ostras crudas, muy pequeñas, recién abiertas, flotando en
su propia agua salada. Delicioso.
2º plato: estofado de tortuga de río, servido en delicadas y pequeñas
ollas cubiertas, con curiosas cucharas de tortuga doradas y plateadas, de
Tiffany. Sublime. Nunca antes había probado una tortuga así. Fue
inenarrable.
3er plato: A cada uno de nosotros le fue servido un pato entero, recién
sacado del horno, y en cada plato había un cuchillo de trinchar y un tenedor.
Cada uno debía trincharse su propia carne. Esos patos fueron sencillamente
divinos.
Así terminó la cena. Sin café, sin postre, sin queso… nada. No dejamos
ni una miga de los tres platos. Cinco esqueletos representaban a los patos,
seis botellas vacías, al champán. Una cena memorable.
Luego los jóvenes Harper obligaron a Laffan a echar a cara o cruz
medios dólares con ellos, y en quince minutos ellos no tenían ni un centavo
y Laffan había ganado lo bastante para pagar la cena.
Después nos fuimos a una sala privada comunicada con un salón de
billar y bebieron champán (yo ni lo probé) y jugamos al billar; y a la una y
media de la madrugada (la factura de la sala de billar era de 7$), cuando
íbamos a despedirnos y Laffan estaba a punto de pagar, dije: «No sé nada de
echar a cara o cruz medios dólares, pero echaré a cara o cruz esta factura».
Descubrimos las monedas y miramos… resultado: pagué los siete dólares y
me fui a casa a dormir.

Te quiero, mi amor.
SAML
HARTFORD, 27 DE NOVIEMBRE DE 1885

Ya hemos dado un paso más, mi amor, uno muy muy alejado del lugar
en el que empezamos; pero echamos la mirada atrás hacia un agradable
paisaje: valles que siguen verdecidos, llanuras que siguen cubiertas de
flores, colinas que siguen descansando bajo la suave luz de aquella lejana
mañana de este bendito recuerdo. Y ahora tenemos compañía en el viaje…
¡Ah, una compañía tan apreciada, tan motivadora, tan adorable y agradable!
¡Y de qué forma iluminan la marcha! Ahora nuestros rostros se dirigen
hacia el ocaso, pero ellas están con nosotros para cogernos de la mano y
permanecer a nuestro lado, y mientras lo soporten, y nuestro viejo amor
siga creciendo y nunca disminuya, nuestra marcha seguirá a través de las
flores, los campos verdes y la luz de la tarde, de forma tan agradable como
resplandece aquella vieja y suave mañana allá a lo lejos.

TU MARIDO
EN EL TREN, 5 DE MAYO [DE 1886] 4H 30 DE LA TARDE

Querida Livy, te he enviado buenas noticias. Pensé que eso haría que
aceptases la idea de tu caro sofá. Ahora puedes encargar 1000 sofás como
ése si quieres…, nuestra futura cuenta del banco pagará la factura y nunca
fallará. El libro del Papa es nuestro, y venderemos rápidamente un montón
de ejemplares.
Te quiero, mi vida, profundamente, cariñosamente, y siempre.

SAML

No puedo escribir nada más hasta mañana, en West Point, hacia donde
nos dirigimos ahora.
NUEVA YORK, 30 DE JULIO DE 1886

Querida Livy, ya he llegado, acabo de salir de la bañera, y estoy en la


cama listo para dormir inmediatamente, pues ha sido un día largo, muy
caluroso y agotador. He recibido una nota de Laffan en la que me pide que
vaya a verle y que pase el domingo con él.
Me he topado con George Warner en el vestíbulo del hotel, pero sólo me
he detenido para estrecharle la mano.
Hoy he pensado en vosotras sin parar, como es natural: «Ahora están
cenando»… «ahora están afuera, en el porche, y Theodore está sentado en
la calzada»… «ahora las niñas están con el pony»… «ahora Jean está dando
un beso de buenas noches»… «ahora las niñas están tocando el piano para
Theodore»… «ahora se van a la cama»… «y ahora la tía Sue está
aprovechando la ausencia de su protector natural para dejar afuera a la
familia gatuna Mash una hora más»… «y finalmente todos se han ido a la
cama, y mamá y Jean están durmiendo juntas, y todo el mundo está
tranquilo, excepto el perro».

Te quiero, mi vida.
SAML
HOTEL ST. JAMES [NUEVA YORK], 26 DE JULIO DE 1887

Querida Livy, ya he terminado lo que había venido a hacer aquí y partiré


para Hartford a las cuatro y media. Charley sigue sufriendo constantemente
de neuralgia, pero ha encontrado a un médico que ha conseguido que
descanse varias horas al día.
Me he leído el cuarto volumen de las memorias de Metternich entre
ayer, durante todo el trayecto del tren, y anoche. Aparentemente, ninguna
narración que cuente los hechos de la vida de un hombre con las palabras
del propio hombre puede ser tediosa. Incluso los papeles de Estado de este
hombre resultan, en cierto modo, interesantes, incluso cuando se leen con la
perspectiva de sus propios comentarios y observaciones. Y ésta es una clara
diferencia entre él y el General McClellan. El libro de Metternich rescata su
nombre del oprobio, mientras que el de McClellan lo profundiza y lo
justifica.
Ich liebe Dich, ich liebe Dich[40].

SAML
HOTEL MURRAY HILL, NUEVA YORK,
16 DE MARZO DE 1888.
MEDIODÍA

Querida Livy, acabo de darme por vencido en este mismo instante.


Todos estos años, desde que cesó la tormenta de nieve, he estado
esperándote «el próximo día», y el próximo día, y el próximo día… hasta
ahora. Me rindo. Ya no te espero más. Está claro que no abrirán este camino
en uno o dos… o puede que 30 días. Así que esta tarde continuaré hacia
Washington en el tren con el resto del circo, y estaré descansado y fresco
para la cena de la Sra. Hawley de mañana por la noche.
Iba a esperarte aquí hasta el lunes…, últimamente no he tenido ningún
otro plan; pero hace media hora, después de haber declinado partir hoy con
el circo, me he dado cuenta de repente de que te parecería horrible que
faltásemos los dos a la cena cuando uno de nosotros podría estar presente.
Para estar presente, uno tiene que ir hoy… pues sólo un tonto acude a una
cena que requiera un viaje en tren de seis horas.
Así que, después de todo mi esfuerzo y persuasión, cuando por fin te
había convencido de que te cogieras una semana de vacaciones y vinieses a
disfrutar conmigo, esto es lo que ha hecho la Providencia. El modo en el
que funciona la Providencia me parece la cosa más extraña… Una simple
petición de que te quedaras en casa habría bastado; pero no, eso no es lo
suficientemente gordo, ni lo suficientemente pintoresco… una tormenta de
nieve es lo indicado: que caiga toda la nieve en reserva, que se liberen todos
los vientos, que todo un continente quede en punto muerto: ésa es la idea
que tiene la Providencia del modo apropiado de ganarle por la mano a
alguien. Querida mía, si hubiera sabido que iba a crear tantos problemas y
que iba a costar todos estos millones, nunca habría dicho ni palabra de que
fueras a Washington. Teniendo en cuenta los métodos que gasta la
Providencia, imagínate el diluvio de Noé… Me gustaría saber cuál fue la
verdadera razón para provocar ese cataclismo en la tierra: como poco,
alguien a quien le gustaba el clima seco quiso salir a dar un paseo. Éste será
probablemente todo el intríngulis… y nada más.
¡Maldita sea esta maldita cena en casa de los Dana! Pero por eso, yo…
¡Ah! Estoy cansado; cansado de insultarme. Podría haberme quedado en
casa todo este tiempo. Sin embargo he estado aquí, como un náufrago en un
hotel desierto… lejos de mi mujer, lejos de mis hijas, lejos de mi ropa
blanca, lejos de mis cigarros y lejos de cualquier maldita cosa en el mundo
que pueda tener una importancia para mí. ¡Válgame Dios!
De todas formas ahora voy a hacer el equipaje y luego bajaré a la ciudad
para intentar una última vez hacerte llegar unas palabras… por llamada de
larga distancia o de algún otro modo; aunque, por supuesto, pasará lo
mismo de siempre y no lo conseguiré.
Pero te quiero, mi amor, y estoy muy decepcionado. ¡Maldita sea la
maldita lectura! Ojalá fuera en Jericó. Por favor, besa a esas incomparables
joyas de mi parte, y diles que las quiero. Te mando otro beso, mi vida.

SAML
[43º cumpleaños de Livy]

HARTFORD, 27 DE NOVIEMBRE DE 1888

Querida Livy, ¡estoy agradecido… más agradecido que nunca, de que


hayas nacido, de que tu amor sea mío y de que nuestras dos vidas se hayan
tejido y soldado juntas!

S. L. C.
EN CASA, 12 DE JULIO DE 1889

Aquí en casa, después del desayuno, todo está precioso, tranquilo,


agradable, iluminado por una tenue luz y silencioso; y puedo ver la caseta
del perro en la cuesta, y pasado su refugio, un par de doradas yardas
cuadradas de río con los vivos reflejos de los árboles sobre él; y hacia allá,
del lado de la caseta del perro, hay un terreno cubierto de hierba, la mitad
en una profunda sombra, y la otra mitad, resplandeciente bajo el sol; y a mi
derecha, entre algunos helechos que quedan a la derecha del árbol donde
estaba clavada la vieja caja de ardillas de Sue, la apacible imagen de Satán
y sus crías, pestañeando hacia el cielo, devotas y adormecidas, alabando a
Dios por este clima.
Hace unos minutos entré por la puerta principal, y en ese instante me
encontré con la Sra. Stowe, que llegaba con la cabeza gris descubierta, con
una sonrisa de bienvenida en su mirada y alargándome una hospitalaria
mano. Se dio una vuelta por la biblioteca y por el salón, y salió, tan alegre y
feliz como siempre. Pero he aquí un cambio agradable: no hizo ruido, no
cantó, y un desconocido hubiera pensado que era una amable y vieja amiga
que estaba holgazaneando tranquilamente por los alrededores.
Aquí tuvo lugar una tragedia anteanoche. La cocinera de la amable y
vieja amiga, una joven irlandesa (de 22 años) cayó enferma por la mañana;
más tarde, esa misma noche, su madre, que estaba cuidando de ella, bajó a
por algo, y cuando regresó la muchacha yacía en el suelo…, moribunda.
Apenas aguantó hasta que llegó el Dr. Porter. Según Katy, no se conoce el
motivo; cree que pueda tratarse de un absceso interno, que se rompió al
caerse de la cama y la asfixió hasta causarle la muerte.

Adiós, amor y besos para todas vosotras.


SAML
HARTFORD, 17 DE JULIO DE 1889

Querida Livy, aquello de lo que habló Howells te hace reflexionar;


parece tener sentido. Vemos y sentimos el poder de lo que llamamos Dios;
lo vemos y lo sentimos con una plenitud tan inmensurable, que
«deberíamos deducir» la Justicia y la Bondad no de eso, sino de otra cosa, a
saber: el hecho de que hay un gran elemento de Justicia y de Bondad en Su
criatura, el hombre; y también podríamos deducir que Él tiene en su interior
la Injusticia y la Maldad, pues también las ha puesto en el hombre. Por
consiguiente, soy afortunado al deducir que hay mucha más bondad que
maldad en el hombre, porque de no ser así, el hombre ya se habría
exterminado a sí mismo; y también podría deducir esa superioridad (en
calidad) de la bondad sobre la maldad del hombre recordando a todos los
criados que conozco, a los muchos mecánicos, a los múltiples comerciantes,
a militares, a todos los Fulanos, Zutanos y Menganos que conozco de todas
mis andanzas… Y en esta larga lista, la bondad es la norma y la maldad la
excepción. Lo mismo pasaría en todas las tribus de salvajes de todos los
lugares de la tierra y a lo largo de todos los siglos de la historia. Odio al
Hombre, y, no obstante, ésta es una verdad que le pertenece. Asimismo, si
lo que llamamos Dios creó este predominio de la Bondad, debió de hacerlo
porque la admiraba, y debía de admirarla porque se dio cuenta de que era su
propio rasgo principal. Llegados a este punto, saco pues otra deducción: que
Él es tan bueno y tan justo como lo es el Hombre (poniendo la [posibil]
probabilidad en su punto más bajo). Y si eso es así, llego a esta otra
conclusión. Estoy totalmente a salvo en sus manos; no corro ningún tipo de
peligro con una deidad semejante. El único de cuyo alcance quiero alejarme
es el Dios caricaturesco que se encuentra en la Biblia. Nunca podríamos (él
y yo) respetarnos mutuamente, ni llevarnos bien. Me he topado con su
superior cientos de veces… y la verdad es que yo mismo no valgo menos
que él.
No sé nada del más allá, pero no le tengo miedo. Cuanto más me alejo
de las supersticiones entre las que nací y fui maleducado, más alabo la idea
de un más allá y más me convenzo de que encontraré cosas agradables
cuando llegue allí.
Hoy he visto una máquina deslumbrante. Podrías colocarla en mi
estudio de la granja y hacer sitio a su alrededor para poner sillas para los
espectadores. Fabrica sobres; 9000 por hora. Colocas 500 hojas de papel en
el soporte, luego te haces a un lado y la dejas sola. Eso es lo único que
tienes que hacer. Ella los engoma, los imprime, los cuenta y los distribuye
en paquetes de 25, atados con una faja de papel. Se engrasa sola, ella misma
se encarga de su propio pegamento y de su tinta. Si robas uno de sus sobres,
no pasa nada. Te adjunto un ejemplar de su trabajo.
Te quiero, te quiero, te quiero, mi vida, y me siento muy solo aquí.

SAML
WASHINGTON, 14 DE JUNIO DE 1890

Querida Livy, he recibido tu carta hace un rato, justo antes del


desayuno, he lamentado no tener nada que escribirte el primer día aquí. Por
supuesto, he escrito… sólo un poco; pero al día siguiente tampoco ha
habido nada que contar; ayer, llegamos aquí por la noche, y seguía sin nada
que contarte; tomamos una copiosa cena y nos fuimos en seguida a la cama,
a dormir; y llevo dos noches durmiendo casi de un tirón; y tras un baño frío
y un desayuno, me estoy empezando a sentir más yo mismo, física y
mentalmente, de lo que me he sentido en estos últimos tres meses.
Joe ha ido a visitar al Senador Jones y a cumplir con una cita de
negocios, y yo estoy empleando este rato libre para escribirte. Hemos
disfrutado de un viaje encantador. El agua, los bosques y los prados
mantuvieron nuestros ojos incansablemente ocupados durante seis horas, el
vagón para fumadores compartido era fresco y confortable, el tren, rápido, y
el movimiento, estimulante, y no he leído ni una sola línea durante el
trayecto. Antes partimos un caballo en dos, herimos ligeramente al
conductor en el brazo, formando remolinos alrededor del carruaje que
resultó totalmente indemne. Cuando llegamos a la siguiente estación,
aparecieron unos hombres con camillas, listos para regresar de vuelta, y
unos médicos para cuidar del herido… pues el teléfono había funcionado.
En Nueva York, Joe y yo fuimos a un club de mala muerte donde vimos
un espectáculo de variedades del que Jean hubiera disfrutado con nosotros.
Duró dos horas: salían unas marionetas, un enano muy pequeño y algunos
zulúes con sus escuetos trajes nativos (sacados, creo, de Baxter Street); y
una chica que tenía 25 aligátores y cocodrilos, a modo de animales
domésticos, que reptaban a su alrededor; y una dulce niña de diez años que
tocaba maravillosamente bien la armónica; y también una hilera de botellas,
una concertina, un violín, un extraño y llamativo instrumento pequeño
parecido a un mejillón (a la concha), una corneta y un banjo. Asombroso. Y
un malabarista nipón que hizo los juegos más extraordinarios que he visto
jamás.
En fin, no dejo de quererte, mi vida, ni de pensar en ti y adorarte cada
minuto que pasa. Bésalas de mi parte.

SAML
EN CASA, DOMINGO, NO SÉ QUÉ DÍA DE JULIO DE 1890
[20 DE JULIO]

Querida Clara, espero que tu piano haya llegado y sea como tú lo


querías, que estés satisfecha con él y que lo disfrutes mucho…, más de lo
que yo he disfrutado hoy. Es un secreto que no debe salir de la familia: la
nueva obra, «El yanqui en la corte de Arturo», me ha aburrido a más no
poder. Hoy la he escuchado durante cuatro monótonas horas, sufriendo.
Taylor ha hecho una interpretación vibrante, conmovedora, espectacular, y
puede que incluso fascinante; ha demostrado tener talento dramático y
preparación; pero su manejo del inglés arcaico es tan indocto y tan
espantoso como el de la pobre Sra. Richardson; y no ha captado más que un
aspecto de la personalidad del yanqui… su rudo aspecto primitivo, su aire
circense; ha omitido su buen corazón y su fuerte determinación; no es más
que un simple payaso alborotador, y destila jerga por todos sus poros. Le
dije a Taylor que había convertido a un hombre normal en un infame
canalla. Él cree que puede cambiar y perfeccionarlo… pero yo lo dudo. De
todas formas, el horrible suplicio ha terminado y Taylor se ha marchado. Es
un viejo amigo y un buen tipo, así que tuve la precaución de no ser
demasiado severo acerca de su trabajo, pero si hubiese sido un desconocido,
le habría dicho cosas hirientes. Ésta es la última representación con la que
pienso tener algo que ver.
No dejes que el Sr. Howells se escape antes de que yo llegue. Todavía
no sé cuándo podré regresar, pero mantenlo allí como sea. ¿Por qué
demonios no vino antes?
Buenas noches, mi vida, sé buena como

TU PAPÁ
POSADA SUMMIT GROVE, BRYN MAWR, 24 DE OCTUBRE
[DE 1890]

Querida Livy, son las once menos veinte, he estado bailando con las
chicas de la universidad hasta hace un minuto…, las muchachas acaban de
coger el ómnibus para la universidad.
Nos marchamos de Hartford a las 12h 25; llegamos a New Haven y
esperamos diez minutos, luego cogimos billetes de primera clase en un
barco costero y no desembarcamos hasta que se detuvo en la estación de
Broad Street, Filadelfia. Un viaje absolutamente encantador. Salón comedor
en el barco, bordeando Nueva York, una hora y diez minutos para comer
una (escasa) cena. Ben se comió dos panecillos con mantequilla en New
Haven y apenas un dedal de patatas al horno en el barco.
Llegamos a la estación de Broad Street 15 minutos tarde, y el tren de las
siete y cuarto con destino a Bryn Mawr estaba a punto de salir; pero nuestro
conductor mandó corriendo a su guardafrenos y a un mozo de estación con
nuestro equipaje sin pasar por los controles de Filadelfia, y cuando nos
vieron llegar retuvieron el tren, subimos a bordo con nuestro equipaje, y
pagamos el billete ya en el tren. Un instante después ya estábamos de nuevo
zarpando.
Llegamos a B. M. a las ocho y cuarto; fuimos andando hasta la
Universidad; Susy no estaba allí; unas chicas nos dijeron que se había ido a
un baile. Pero al momento entró Susy precipitadamente (se había enterado
de nuestra llegada). Estaba dispuesta a abandonar el baile y dirigirse a su
cuarto para recibirnos, pero yo no podía permitirlo. Clara no parecía
cansada, yo tampoco lo estaba, no había tenido reuma en todo el día y me
sentía ligero como un pájaro, así que me uní a la multitud.
Para mi contento, resultó que el baile tenía lugar allí, justo en casa.
Bailé dos reels[41] de Virginia y una danza más, y me quedé mirando y
charlando el resto del tiempo. Fue muy alegre y agradable, y todo el mundo
preguntaba por ti y se decepcionaba cuando yo contestaba que no habías
venido.
Tengo que escribir a Brusnahan ahora. Buenas noches, mi vida, todos os
queremos a ti y a Jean.

SAML
EN CASA,
DOMINGO 19 DE ABRIL DE 1891

Bueno, mi vida, no sé si tú y Susy estaréis satisfechas de vosotras


mismas, yéndoos y dejando a la gente así. Yo no lo creo.
Aun así, os voy a escribir una línea, sólo una línea para deciros que
todos estamos bien. A veces tengo la impresión de que algunas chicas, de
dos en dos o de tres en tres, entran y salen rápidamente, se sientan, charlan
y se ríen, y a veces me doy cuenta de que estoy oyendo la voz de Clara y
percibo el comentario: «¡Para el teatro que vamos!»; Jean y yo montamos
en bici por las tardes. Ella corre al lado de la máquina, y la pone en pie
cuando yo me caigo. No dejo de progresar. Ayer aprendí una nueva forma
de caerme. Pero ésta es la cosa más difícil de dominar que he visto nunca…
el doble de difícil que el antiguo velocípedo.

Con montones de amor y de besos,


SAML
[AIX LES BAINS, CERCA DEL 28 DE JUNIO DE 1891]

Queridas niñas: Os quiero a las dos, y cuando termine de aprender a


escribir con la mano izquierda, me comunicaré con vosotras más a menudo.
C’est mon premier leçon, et je ne suis pas encore maitre de l’art. Je la
trouve un peu plus difficile qu’a ecrire de la main droit. (Ah, grace à Dieu,
ces derniers mots sont fait à merveille!).

Adieu, mignonnes[42].
PAPÁ
HOTEL BERTRAND, LA VOULT,
SÁBADO POR LA NOCHE
[26 DE SEPTIEMBRE DE 1891]

En tierra, querida Livy, ¡pero cansado! Me desperté a las siete y media


en Valence, conduje media hora hasta el pie de una montaña, la escalé a pie
(tenía mucha pendiente), y tardé una hora o más en recorrer las ruinas de un
castillo de hace novecientos o mil años, casi nunca visitado, situado al
borde de una elevada cumbre y con vistas a un extenso paisaje de llanura y
río. Regresé a la ciudad ¡y me pasé un buen rato inspeccionando dos
curiosas y engalanadas casas de la Edad Media! Luego, a la una y cuarto,
zarpé, pero el Mistral (el fuerte viento del Midi… el Midi es «el Sur») nos
alcanzó y nos retuvo; a las cuatro no habíamos avanzado más que 18
kilómetros, y estaba molido y agotado; así que desembarcamos en este
pueblo, y desde entonces he estado rondando por su laberinto de callejuelas
estrechas y en pendiente… escalinatas de piedra, de seis pies de ancho, que
giran y giran y nunca llegan a ningún lado, pero que tienen mucho interés
como peculiares vestigios de primer orden de la Edad Media. También
paseamos por el inmenso y viejo castillo que emerge del pueblo y lo
domina; y ahora, por fin, estoy en mi habitación y no voy a esperar a que
sea totalmente de noche, sino que me voy a ir a la cama ahora mismo a
dormir.
Os deseo a todas buenas noches y os aseguro que os quiero, y os echo
de menos al mismo tiempo. Es un viaje encantador.

SAML
MIÉRCOLES [16 DE NOVIEMBRE DE 1892]

Queridísima Ben: ¡Vaya susto nos has dado esta mañana!… ¿Cómo va
la grippe? Me alegro de que hayas dicho que estás a punto de dejar de
guardar cama y de que puedas volver a tu vida normal… Supongo que
mamá habría querido dejar de guardar cama ella también y volar hasta
Berlín. En fin, estamos muy contentos y agradecidos de que estés
recuperándote. Cuídate; Las recaídas de grippe son malas…, y es fácil
recaer. La abuela sigue sola y enferma, y me parte el corazón verla así.
Tiene paciencia y no se queja, como siempre, pero está muy débil y
consumida. Está en el mejor sitio en el que podría estar… éste es el único
consuelo que nos queda.
Los Willard han sido muy amables contigo, y les estamos enormemente
agradecidos por ello. Y también ha sido amable la Srta.  Phelps,
acordándose de ti. Es una chica encantadora y pienso mucho en ella.
Transmítele mi cariño, y a su padre también, cuando los veas.
De nuevo estoy trabajando con los gemelos[43]. Ya he escrito el
equivalente a la mitad de El Príncipe y el Mendigo, y sigo avanzando.
Te mandamos todos nosotros montones de amor, querida Ben.

PAPÁ

P. D. Ned Bunce pide tu dirección.


CHICAGO, 18 DE ABRIL DE 1893

Mi querido amor, esto es sólo una nota para mandarte un beso y


desearte las buenas noches. He roto un par de cartas bastante largas porque
no he conseguido expresarme bien, y dejaré que mi lengua lo haga cuando
regrese a casa.
El médico ya ha terminado conmigo, pero le ha pedido al Sr. Hall que
me retenga en la cama un día entero, o incluso dos. No me importa, pues
leer y fumar es cosa agradable… ¡Al menos eso! Ayer la vocación fue como
construir un dique, sin un respiro, sin un descanso. Hoy vamos a ser más
prudentes.
Eugene Field me ha traído Cranford; nunca antes lo había podido leer;
pero esta vez me he abierto camino haciendo volar en pedazos los
obstáculos graníticos y los muros de pizarra y de barro, y no me rendiré
hasta alcanzar el filón… Desde ese momento no he dejado de extraer un
valioso mineral.
Os quiero a todas y a cada una de vosotras… a Susy, a Ben, a Jean; y a
mamá, que está al principio de la procesión, y también al final.

SAML.

Temía que me devolviesen mis cartas… pues me faltan noticias


vuestras.
[FLORENCIA, ITALIA] 23 DE ABRIL DE 1893

Querido Youth: He recibido tus cartas esta mañana y me han vuelto loca
de alegría. Parece increíble que realmente vayamos a tener de nuevo dinero
para gastar.
Esta mañana he recibido el cheque extra de 900 dólares de parte del
Sr.  Hall. No he necesitado utilizar el último cheque de 100 × 500 dólares
[sic] que me mandó. Por supuesto, venía a tu nombre, de manera que si
hubiera querido usarlo no hubiese podido, pero no lo he necesitado. Nos
quedan aproximadamente 1500 dólares a Charley y a mí. Te diré que creo
que voy a ponerme a dar saltos por todos lados y a gastar dinero sólo por
diversión, y a regalar un poco, si de verdad ganamos algo.
Eres muy bueno por escribirme tan a menudo y te estoy más agradecida
de lo que puedo expresar. Supongo que, dado que escribiste tu última carta
desde Albany e ibas hacia el Oeste, dentro de poco, es decir en unos días,
recibiré otra.
¡Te quiero tanto, mi amor! ¿Qué haríamos y cómo nos sentiríamos si no
tuviéramos unas brillantes perspectivas ante nosotros? ¿Cuánta gente se
encontrará todavía en esa situación? ¿No te alegras de que no cediéramos
ninguna regalía? Siempre he querido que los conservásemos. Supongo que
ahora le devolverás a Sue los suyos.
El tiempo aquí está muy agradable. Pero los granjeros necesitan la
lluvia como el pan que comen, y dicen que si no llueve pronto los cultivos
se echarán a perder. El viernes, el Profesor Fiske dijo que el asunto
empezaba a ponerse feo.
La gente del pueblo lo llama el clima de la Reina, y están impacientes
por que ella se marche de Florencia, pues piensan que mientras ella siga
aquí, seguirá haciendo bueno.
Me resulta asombroso pensar que quizás no tengamos que hacer ya por
mucho tiempo estos ahorros. Ya no me parece tan importante si las facturas
de la casa son de 350 o de 375 francos por semana.
Adiós, mi amor. Te quiero con todo mi corazón

Siempre tuya
LIVY

P. D. Dile por favor al Sr. Hall que he recibido el cheque. Cariño,


envíale algún mensaje a Mlle[44].
PALMBAUM, LEIPZIG, 28 DE AGOSTO [DE 1893]

Querida Livy, se me acaba de ocurrir que tú encontrarías fallos a cada


paso en este hotel… puede que Clara también lo esté haciendo ya… pero a
mí todo me resulta satisfactorio.
Esta mañana no me siento demasiado alegre, dejándote sin hogar y sin
ninguna casa en vista hasta que el cólera haya definido sus planes. Sería un
crimen dejar solas a unas mujeres como vosotras; pero con tu valor, tu
inteligencia y tu inigualable sentido común, estás mejor que si tuvieras dos
o tres maridos para ayudarte, confundirte, y hacer que tus esfuerzos fueran
vanos.
Estoy tomando un desayuno tardío (Clara ha desayunado en su
habitación); y dentro de un rato cogeremos el tren. Te quiero, mi vida.

SAML.

Cuando vienes en esta dirección te revisan el equipaje en Franzensbad


antes de la partida… si llegas a la estación a tiempo. Nosotros llegamos.
HOTEL MURRAY HILL, NUEVA YORK,
LUNES 7 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Cariño mío, tu querida carta me estaba esperando cuando llegué al


despacho esta mañana, y me alegró mucho recibirla. Me pregunto si estás
preocupada por el cólera. Las noticias de esta mañana decían que se ha
extendido por todo el continente, pero no de forma alarmante, y no en tu
vecindario. No hay ninguna alarma de cólera en esa zona (Unberufen![45]).
Los negocios siguen siendo aquí muy escasos, pero ahora todo el
mundo está empezando a tener esperanza. El Sr.  Hall está seguro de que
saldremos airosos y de que poco a poco nos pagará el dinero que nos debe a
ti, a mí, y a los demás. Mañana tendremos una conversación larga y tendida.
Todo Estados Unidos ha dejado de trabajar hace dos o tres semanas, la
maquinaria también. Todavía faltan tres semanas para que la inactividad
termine. Por supuesto que cuando haya cualquier novedad al respecto, te lo
haré saber, mi amor.
He vendido Romance de la muchacha esquimal al Cosmopolitan por
800 dólares (que guardaré para vivir aquí), y Puddn’head Wilson al
Century, por 6500, que te iré mandando poco a poco… El primer pago se
hará después del 1 de noviembre, porque conseguir dinero es difícil incluso
para el Century. El relato saldrá por primera vez publicado con el número
de diciembre, y se hará una «presentación».
Gilder y Johnson están muy contentos con el relato, y dicen que Roxy
es un personaje grandioso, teatral y bien perfilado. Esta noche voy a cenar
con Johnson y con el Dr. Rice en The Players, y voy a enviar a Clara y a
Jervis al teatro. He comprado unos grandes y bonitos melocotones para
Clara… ¡Caray! ¡Tendrías que ver cómo son los puestos de frutas aquí!…
Los melocotones, las peras, ciruelas, manzanas… madre mía, ¡qué
lamentables y míseros son los puestos de frutas de Europa en comparación
a éstos! Y he visto 1200 enormes sandías apiladas en el atracadero. He dado
un mordisco a un melocotón y su jugo ha salido disparado calle a través y
ha ahogado a un perro.
He dejado mi reloj en el mejor relojero de la ciudad… últimamente se
niega a funcionar. Lo inspeccionó y me dijo que tendría que quedárselo dos
semanas para poder hacerlo funcionar de nuevo.
Jervis y Clara irán a Elmira pasado mañana, y entonces me hospedaré
en el Lotos Club, para ahorrar. Me quedaré aquí hasta que este ciclón que
afecta a los negocios se apacigüe. Experimento una gran satisfacción estar
aquí en estos tiempos difíciles. Incluso podría sentirme liviano y alegre si
no fuera porque estoy intranquilo por vosotras tres. Me obligo a sentirme
más o menos tranquilo por vosotras, pero es una pura obsesión.
¡Es la hora de la cena! Te quiero, mi amor.

SLC
NUEVA YORK, 13 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Querida Livy: es un trabajo muy doloroso escribirte cartas tristes a


diario y al mismo tiempo ocultarte las razones por las que estoy bastante
alegre y esperanzado. Pero es que mis razones son tan inciertas e
intangibles que no vale la pena ponerlas por escrito; de todos modos,
probablemente no serían más que la antecámara de una decepción. Éste es
sin duda un momento terrible, y nadie puede prever el resultado todavía;
pero la cosa está mejorando, todo el mundo lo reconoce.
Hoy no tengo nada que comunicar, excepto que te quiero, que pienso en
ti todo el tiempo, y que te admiro muchísimo: tu mente, tanto como tu
persona; tu carácter y tu espíritu, tan por encima de las cualidades existentes
en todas las demás personas que he conocido… Yo soy famoso, pero tú eres
grandiosa… Ésa es la diferencia entre nosotros dos.
Anoche el Dr. Rice y yo estuvimos en Harrigan’s durante una hora.
Vimos una de sus antiguas obras, en la que el «baile de los negros» fue
destrozado por el fuego… sin lugar a dudas la escena más divertida que
jamás se haya representado en un escenario. Creo que tú y yo la vimos
juntos una vez.
Me alegra mucho saber (unberufen!) que mi querida Jean ya no está en
manos del médico. Espero que todas estéis disfrutando y pasándolo bien.
Nuestra estancia aquí es indefinida… No me atrevo a moverme mientras
nuestros asuntos no estén a salvo.
Te quiero mucho, y a Susy, y también a Jean. Adiós, por hoy.

SAML
DOMINGO, 7 DE LA MAÑANA,
EN LA CAMA, EN LA GRANJA DEL GOBERNADOR FULLER
EN LAS AFUERAS DE NUEVA JERSEY, 17 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Las olas del infierno han estado rodando en torno a mí. Nunca he vivido
unos días como éstos (desde primeras horas del lunes pasado hasta el
viernes a las cuatro de la tarde). Nuestros asuntos se hallan en buena
situación… según dicen todos los banqueros y otras personas que entienden
de finanzas; y sin embargo, durante varios días seguidos parecía que íbamos
a quebrar, a falta de 8000$ para pagar facturas cuyo plazo vence mañana,
lunes. He ido corriendo a Hartford y he regresado de nuevo; no he podido
conseguir el dinero. En Hartford escribí a Sue diciéndole que no me daba
ninguna vergüenza pedirle que me mandara 5000$, si podía, pues el barco
se estaba hundiendo… El jueves, el Sr. Halsey, el Sr. Hall y yo anduvimos
como locos por Wall Street, asaltando a banqueros y agentes de bolsa… no
conseguimos nada. Cuando esta noche caí redondo en la cama a las ocho, la
ruina parecía inevitable, pero físicamente estaba tan agotado que el
sufrimiento mental no tuvo ninguna fuerza y me dormí al momento.
A la mañana siguiente me levanté a las siete (como de costumbre
durante toda esta espantosa semana), y más de lo mismo… Al mediodía,
todos los planes de Hall y Halsey (que hicieron todo lo posible por
ayudarnos) habían fracasado, todo dependía de lo que ocurriera ese día.
Llegó la carta de Sue, en la que me decía que no tenía ni dinero, ni bonos,
ni ningún otro valor de venta fácil en Nueva York, pero que había canjeado
unos valores con Ida y que enviaría bonos negociables por valor de 5000$ si
se lo confirmaba por telegrama. El Sr.  Hall dijo que eso no nos salvaría,
pues necesitábamos 8000$, y no 5000$. Entonces llegó un mensajero de
parte del Dr. Rice para pedirme que volviese, y éste me dijo que se había
aventurado a hablarle de nuestras dificultades a un amigo suyo rico que era
admirador mío. Me alegré mucho. Ayer a las cuatro de la tarde el Sr. Hall
tenía que estar en la oficina de este caballero, pasado Broadway, con sus
informes; y en seis minutos obtuvimos el cheque y nuestros problemas han
quedado resueltos hasta el 28. Mandé un telegrama a Sue dándole las
gracias a ella y a Ida, y diciéndoles que ya se había arreglado todo. El Sr.
Hall me pidió que le escribiera a Charley que probablemente podríamos
aguantar hasta pasado el 28 sin problemas, y que le liberaríamos de
endosarnos esos 15 000$… y eso fue lo que hice.
Ayer salí al mediodía, pero seguía tan cansado que me acosté a las tres y
descansé hasta las seis y media; volví a la cama a las nueve. Por fin esta
mañana he vencido al cansancio y me siento fresco y activo.
Cuando haga las maletas para dejar Nueva York (¡pueden pasar semanas
y pueden pasar meses, mi amor…!) mi participación en Webster and Co.
pertenecerá a otra persona. Voy a dejarlo. Tengo intención de quedarme en
Nueva York hasta que esto quede resuelto. Si no hubiera venido, el negocio
se habría hundido… No quiero volver a ser tan necesario en ningún
negocio.
Los Fuller están como siempre, exceptuando el hecho de que él ha
dejado de llevar gafas después de 30 años. Siguen tan cordiales y
simpáticos como siempre, y no peinan canas. El lugar donde viven es
encantador, con densas arboledas y anchas explanadas de césped; y la casa
es grande, amueblada de manera bastante costosa y con muy buen gusto.
En la mesa, a la hora de la cena, había rosbif, sopa de patatas, maíz
tierno, rodajas de tomate, succotash[46], frijoles blancos, pepinos, patatas
cocidas en su piel, rábanos, tarta de manzana, bizcocho, helado, queso
casero, leche, cerveza, sidra, y océanos de rica y espesa nata, con uvas,
melocotones, manzanas, peras, etcétera. Y creo que no había nada en esa
mesa, excepto el azúcar o la sal, que no procediese de la granja.
Regreso a casa del Dr. Rice por la mañana. Están terminando de
desayunar abajo; tengo que darme prisa. Os quiero mucho a todas, de
verdad.

SAML
[THE PLAYERS, NUEVA YORK]
JUEVES, 21 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Vida mía, estoy esperando pacientemente a ver qué pasa. Si hubiese


recibido alguna noticia, te habría mandado un telegrama antes, por
supuesto. No se me habría olvidado; no tardaría ni un solo segundo en
compartir buenas noticias contigo, si las tuviera.
Ayer, tarde por la noche, quedé de repente impactado de vergüenza y
remordimientos al recordar cómo te obligué a seguir entre rayos,
relámpagos y la lluvia aquella noche en la que estabas tan asustada y
querías hacer un alto en el Water Cure. He recordado esa brutalidad muchas
veces desde entonces, y me he maldecido a mí mismo por ello. También es
en momentos como éste cuando maldigo profundamente el recuerdo de
aquellas personas que me sacaron del agua cuando era niño y me ahogaba.
Volví ayer por la mañana, a las 9h 30 de visita a Charley y a Ida, y
esperé media hora a que el botones regresara y me dijera algo… un retraso
que incomodó a los recepcionistas, teniendo en cuenta que me habían
estado contando que su Waldorf era un hotel perfecto. Al final mandaron a
buscar al botones, y un conserje y yo fuimos a buscar a C. e I. al comedor.
Pues bien, no conseguimos encontrarlos, aunque los dos estuvieron en el
edificio todo el tiempo.
Ida me envió una nota por la tarde diciéndome que Charley había estado
casi todo el tiempo ocupado con el médico y pidiéndome que lo volviera a
intentar. Cosa que hice a las cinco y media de la tarde, con la misma ropa
que por la mañana. Llegaban en el coche justo en ese momento, y pasamos
una agradable media hora juntos. Charley no puede comer nada… lo único
que tomó ayer fue un poco de kumis… El Dr. Fuller se ha ocupado de él a
dedicación plena, con masajes y todo tipo de remedios, y dice que no puede
alejarse de sus manos ni una semana.
Siguen hablando con sumo cariño de Clara; esa hechicera les ha
embrujado y se ha ganado la admiración y el afecto de todo el mundo, y
está pasándoselo bien. ¿Por qué no habéis venido todas con nosotros?
¡Ojalá, ojalá, ojalá lo hubierais hecho! La granja sería un balneario muy
eficaz, un cambio sumamente encantador, comparado con la indescriptible
Europa; luego podríamos regresar a los baños, en primavera.
Ayer no recibí cartas de ninguna de vosotras… hecho que normalmente
no me inquietaría, pero que sí lo hizo esta vez, porque en la última carta te
acababa de dar tu primer ataque, y por supuesto preveo que le seguirán
otros quince.
Adiós, mi vida, tengo que pasar por el Century y leer algunas pruebas
(para diciembre) del relato que no deja de obtener alabanzas y parabienes
de todo tipo.

SAML
[NUEVA YORK] 21 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Mi amor, ¡estoy muy furioso desde que te he escrito en The Players


hace tres o cuatro horas! Fui al Century, cogí las pruebas de Pudd’nhead,
me senté y empecé a hacer correcciones. En seguida me pareció que había
algo muy extraño en la puntuación… ¿Acaso era posible que algún mocoso
impertinente hubiera intentado mejorarla? Muy pronto llegué a un «j—»;
una lamentable y furtiva modificación que yo no podría haber puesto por
escrito, ni ebrio ni sobrio. Pedí que me trajeran el original… con una voz
ahogada, pues estaba sofocándome de ira. Cuando llegó a mis manos,
estaba plagado de correcciones a mi puntuación… ¡mi puntuación!, sobre la
que he estado haciendo diversas consideraciones y perfeccionando profunda
y afanosamente. Entonces he explotado, y el espectáculo no ha sido muy
recomendable que digamos para ninguna escuela dominical. Johnson dijo
que el criminal era un corrector de pruebas sin igual, que mandó De Vinne,
importado de la Universidad de Oxford, y que todo lo que hiciera era
sagrado a los ojos de De  Vinne… sagrado, definitivo e inamovible. Le
contesté que aunque fuera un arcángel bajado del Cielo, no podía dejar que
vomitase su ignorante impudicia en mi puntuación, no lo iba a tolerar ni por
un momento. Le dije que no podía leer esas pruebas, que no podía sentarme
ante una hoja de pruebas en la que un necio ha dejado sus huellas; de modo
que Johnson le escribió una nota a De Vinne diciéndole que esta vez las
normas de su imprenta debían cambiar; que había que reconfigurarlo y
recuperar mi puntuación, hasta el más mínimo detalle, y que a partir de
ahora había que respetarla hasta el final del relato. Así que tengo que volver
mañana y leer las galeradas desinfectadas.
Me enseñaron algunos de los anuncios que están preparando y una
«prueba» con los ropajes blancos del retrato de Onteora (supongo que para
llevarlo al Century). Les dije que te enviaran las cosas a ti. Me gusta la
gente del Century, y estoy contento de haber regresado.
Vino la Sra. Johnson, regordeta, joven y hermosa, y me pidió que os
transmitiera sus más cálidos recuerdos a ti y a las demás.

Con montones y montones de amor,


SAML
[NUEVA YORK] 28 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Mi amor, me pregunto dónde estás y cómo estás. Supongo que andarás


por Botzen y espero que estés bien y feliz. Yo me encuentro bien y
razonablemente feliz; pero es muy difícil estar contento en mis
circunstancias. El asunto, como ya sabes, va mal. Llevo tres semanas
intentando acabar con todo esto, o por lo menos con parte de ello, y así
evitar el desastre, pero hasta ahora no hemos recibido ninguna propuesta
que pudiéramos aceptar. Con trabajo duro y muchas molestias he
conseguido que nos ampliaran el plazo para pagar las deudas, y eso nos da
un respiro y una oportunidad para echar una ojeada alrededor e intentarlo
por otro lado. Son momentos desesperadamente difíciles.
En cuanto a la Machine Co., está en punto muerto, y se sienten
deprimidos y decepcionados. Están intentando unir las compañías de
Chicago y de Nueva York sobre una base de acuerdo mejor y más seria.
Puede que lo consigan… en realidad, sólo podría conseguirse en momentos
como éstos. Pero ahora todo el mundo anda muy tocado, y está dispuesto a
perder un poco de nivel, hacer sacrificios, y de esta forma sentirse orgulloso
y confiado. ¡Gracias a Dios no tengo que ayudar a que este asunto salga
adelante! Esperaremos y veremos qué pasa.
A veces vislumbro que voy a tener que volver a participar en esa odiosa
plataforma. Si tengo que hacerlo, lo haré… pero sólo si es absolutamente
necesario. Si tuviera que hacerlo, preferiría empezar por la India y Australia
y no llegar al escenario americano hasta que las cosas hayan mejorado.
¿Crees que podrías venir conmigo? Espero que no tenga que llegar a ello,
pero a menudo me parece que no va a haber otra salida.
Todo el problema viene de la inexplicable estupidez del Sr. Hall (y de la
mía) que no vimos, hace tres años, que no éramos lo suficientemente fuertes
como para cargar con la Library of American Literature. Hasta un niño se
habría dado cuenta. Tendría que haber intentado librarnos de esta carga hace
ya tres años.
Como te decía, tenemos una oferta para la L. A. L., que no podemos
aceptar. Debemos seguir buscando y ver qué podemos hacer.
Me rompe el corazón escribirte estas cosas; no te he dicho nada
mientras no ha habido nada definitivo, pues había esperanzas de que la
oferta que iban a hacernos fuese lo bastante sustanciosa como para
permitirnos salir vivos de nuestro horrible abismo, ya que todavía no se
había pronunciado ninguna cantidad. Puede que aumenten la oferta un
poco… aunque no lo creo.
Te quiero mucho, y me duele de veras enviarte estas noticias mientras
estás fuera y sola entre extraños. Te quiero desde lo más profundo de mi
alma.

SAML
NUEVA YORK, 28 DE SEPTIEMBRE DE 1893

Querida Livy, sólo una línea hoy, para contarte que me he


comprometido a intentar escribir con mucha rapidez un artículo para el
Cosmopolitan. Me voy a poner a ello ahora mismo.
¡Te echo mucho de menos! Cada día se hace más y más difícil soportar
la separación. Sin embargo, sé que durará todavía un tiempo pues las cosas
aquí deben enderezarse y, si es posible, hemos de sacar algo de esta
máquina de componer; y estas cosas llevan su tiempo.
Espero que seas feliz. No vuelvas a enfermar… Cuídate todo lo que
puedas.

SAML
30 DE SEPTIEMBRE

Olvidé enviar mis cartas de ayer y anteayer. Según Jackson, estos días
me olvido de casi todo, excepto de mi visión del asilo para pobres. Pero
hago lo que puedo, mi amor… y tú eres mi apoyo y mi ánimo. Sin ti, no
sería nada.
THE PLAYERS, 6 DE NOVIEMBRE DE 1893

Le escribiré unas palabras a la Susy más querida de todas, para decir:


sostén las manos de mamá y ayúdala a soportar nuestra larga separación con
tanta paciencia como pueda, porque no me voy a mover de aquí hasta que
estemos a salvo del hospicio.
Cosa que lograré, no tengo la menor duda… siempre y cuando no cruce
yo el océano, de regreso, demasiado pronto. Si me voy antes de tiempo,
fracasaré.
Creo que en breve podría acercarme rápidamente a Francia para
quedarme allí un par de semanas, pero no estoy del todo seguro; por lo
tanto, voy a esperar a estarlo.
Si conservamos las regalías de 12 meses, seremos millonarios. Y los
conservaremos si espero hasta que estén a salvo de los líos de las deudas de
Webster and Co. Y eso es lo que tengo intención de hacer.
No he desaprovechado ni un solo momento en América: ahora no estoy
desaprovechando ninguno. Tengo cuatro sartenes en el fuego, y las vigilo
todas.
Me voy a encargar de que tengamos doce o quince mil dólares para
vivir durante los próximos diez o doce meses; y si necesitáramos más, me
las arreglaría para ganarlo. Haz que mamá confíe en ello. Ella me creerá de
todas formas, pero tú puedes ayudar. Es necesario para su salud que no le
afecten los problemas económicos. Todos tenemos que estar pendientes de
eso. No debemos dejar que se desanime ni un momento, si podemos
evitarlo. Ella es mi única inquietud; no tengo otra. Cuando logro apartarla
de mi mente, me siento ligero y sin malos presentimientos.
El nuevo libro que estoy escribiendo me hace feliz. Vivo en él. Pero
cuando pienso en Juana de Arco, ¡cuánto desearía volver a ese otro! Me las
arreglaría sin problema si pudiera trabajar en los dos libros a la vez
aproximadamente un mes.
Pero ya he perdido gran parte del día, porque fui a trabajar tarde, y
luego llegó Joe Jefferson, pidió que me vinieran a buscar y pasamos el resto
de la tarde hablando.
Anoche cené con los Laffan; mañana por la noche ceno con los Hutton;
con el Dr. Rice, el miércoles; con él y con el Sr. Huntington, el jueves por la
noche; un banquete en Lotos en mi honor, el sábado por la noche; el funeral
de Booth, con la Sra. Rice, el lunes que viene por la tarde, y por la noche,
cena con los Hutton, Irving, etc. Para entonces espero saber si puedo cruzar
el charco para pasar ahí dos semanas.
¡Sé buena con mamá, hija! Quiérela, mímala, y hazla tan feliz como
sólo tú sabes.

Te mando un beso, mi vida.


PAPÁ
10 DE NOVIEMBRE DE 1893

Mi querido amor, van a dar las doce del mediodía y todavía no ha


comenzado mi jornada de trabajo. ¡Cómo pasa el tiempo! Aun así, a pesar
de todas las interrupciones, estoy avanzando bien con El misterio de Tom
Sawyer pues he escrito 10 000 palabras, es decir, una séptima parte de un
libro como Huck Finn o El Príncipe y el Mendigo. Los últimos dos días he
escrito muy despacio y con cautela, pisando sobre seguro. Son un trabajo y
un tema encantadores. La historia se cuenta sola.
¡Las elecciones del martes pasado fueron un ciclón! Dieron como
resultado que el Partido Demócrata arrasase de una forma tan asombrosa
como arrasó el Partido Republicano hace un año. Es curioso ver cómo los
dos grandes partidos, cada uno en su momento, consiguen que el votante
cambie de orientación. Sin embargo los dos abusan de él mientras no hay
elecciones.
El Partido Demócrata lo consiguió todo a su manera y podría haber
permanecido siempre en el poder, pero no tenían criterio, y hace cuarenta
años que no lo tienen. No tenían a ningún líder válido en el Congreso; en el
Senado eran, en su mayoría, unos cobardes, y su Presidente del Senado era
una figura de cera. En consecuencia, el país quedó abandonado a un estado
de intolerable cataclismo comercial durante los tres meses en que esos
idiotas estuvieron sentados en el Senado desperdiciando el tiempo.
Evidentemente, todo el país está alarmado y asustado ante la idea de
permanecer más tiempo a merced de esos cabezas de chorlito y cobardes.
En este Estado, Dave Hill presentaba a un ladrón convicto para uno de
los puestos más elevados del Poder Judicial. La gente se opuso con rabia y
le llamó de todo… le enterró, después de la resurrección, bajo montañas de
votos. Ahora entiendes por qué nuestro sistema de gobierno es el único
racional que jamás se haya inventado. Cuando no estamos satisfechos,
podemos cambiar las cosas.
Eres lo más preciado para mí.

SAML
HOTEL PLAZA, NUEVA YORK, 17 DE NOVIEMBRE DE 1893

Mi querido Clemens: ¿Me concedería usted el placer de cenar conmigo


el domingo 26 de noviembre, en Delmonicos, a las siete y media?
Mis respetos

Suyo, muy sinceramente


HENRY IRVING

Mi amor, anoche acepté esta invitación de Henry Irving, entre


bastidores, en el teatro.
Estoy desesperadamente decepcionado porque mi retrato no estará listo
para tu cumpleaños. Se lo iba a enviar a Susy para que lo pusiera con las
otras muestras de amor y de recuerdo el 27 de noviembre. Pero veo que no
podré llegar a tiempo. Fui allí, posé siete veces y conseguí uno o dos
negativos muy buenos. Sarony tendría que haberme traído los retratos hace
dos días, pero me ha fallado.
La gente del Century me ha comprendido mal acerca del dinero; pero te
enviarán parte de él el uno de diciembre. Ellos también, como todos, están
pasando por malos momentos. ¡Y, bendito sea Dios, son unos malos
momentos muy amargos! Nunca habrás visto nada que se pueda comparar
remotamente a estos tiempos.
Te quiero profundamente, mi Livy, y desearía poder estar contigo el día
de tu cumpleaños, pero no puede ser y lo lamento. Espero que estés alegre y
feliz, y que tengas a todas las niñas contigo para bendecirte.

SAML
NUEVA YORK, 28 DE NOVIEMBRE [DE 1893]

Me pregunto si te he enviado la carta de John Mackay[47]. De todos


modos, me pide que te hable de su telegrama. Verás, dos viejos
californianos le ofrecieron una cena en The Players la otra noche, a la que
no pude asistir porque tenía un compromiso; pero cuando regresé a las
doce, me mandaron a buscar y participé en el discurso (quizás en mi usual y
modesta proporción) hasta la 1 h 30; y todavía hice algo mejor: liberé a
Mackay de sus limitaciones y le facilité las cosas… porque los demás, una
docena de invitados, no podían hacerlo al tratarse de nuevas amistades.
Siempre he tenido una grata simpatía hacia él, y él siente lo mismo por mí.
Me recordó que yo había prometido mandarle un libro, y que no lo hice. Así
pues, se lo he mandado hace un par de días (tendría que haberlo hecho
inmediatamente… me habría ahorrado muchos gastos de telegramas); y le
escribí: «Para John Mackay, de Mark Twain, en afectuoso recuerdo de una
amistad que ha durado 31 años y que todavía no ha precisado reparación».
Y John Russell Young comentó que le había alegrado tanto como a un niño
pequeño. Fui a su despacho ayer al mediodía, mandó a buscar a todos sus
jefes de departamento (6) y me presentó con gran estilo y mucho
desparpajo. «Ahora, Sam, siéntate aquí, coge el lapicero y haz como si
estuvieras en París y como si la Sra. Clemens fuera a oír dentro de un par de
minutos todo lo que vas a decir. Di todo lo que quieras… siéntete como en
tu casa. Y siempre que quieras enviarle un mensaje, escríbelo en un trozo de
papel, envíalo directamente a mi domicilio en la Quinta Avenida, y yo me
encargaré de él».
Anoche cené en casa de los Dana. El Sr. y la Sra.  Dana, el Dr. y la
Sra. Brannan, Laffan y su esposa, el General Wilson (el que capturó a Jeff
Davis), y yo. Alegre y agradable. La Sra. Laffan ha estado buscando más
direcciones en París para ti y va a mandarme una hoy; pero me pasaré por
allí después de la charla de Murray Hill, y le diré que ya estás instalada. No
me imagino a nadie tomándose con tanto cariño y afecto más molestias que
las que ella se ha tomado en este asunto para encontrar un refugio para ti.
No ha dejado de preocuparse por ti… no han sido meras palabras.
Que tengas un buen día de nuevo, mi vida.

SAML
[NUEVA YORK] 4 DE DICIEMBRE DE 1893

Querida Livy, anoche nos reunimos en el Murray Hill. Webster (de


Chicago) y Charley Davis estaban allí. El Sr.  Rogers redactó un contrato
corregido, y Webster lo cotejará aquí con un abogado y se lo propondrá al
Sr.  Rogers, para su aprobación. Luego se lo llevará a Chicago para ver si
puede conseguir que Paige lo firme. Si sale bien, el Sr. Rogers y yo
saldremos para allá.
El Sr. Rogers ha elaborado un plan para absorber las regalías, que es
doce veces mejor que el que ideó Webster. El Sr.  Rogers es un hombre
extraordinariamente inteligente… lo demuestra en cada reunión. Y por
donde pisa no crece la hierba. Da unos pasos veloces, pero nunca se
equivoca ni tiene que dar marcha atrás. Si no conseguimos nada con todo
este trabajo, no podremos culpar a nadie, salvo a Paige. El contrato
modificado propuesto es absolutamente justo, equitativo y leal con cada una
de las partes implicadas. Por lo tanto, Paige nunca lo firmará, a menos que
el hambre le obligue a ello. Y puede que pase hambre, porque no tenía más
que mil cinco dólares en total hace cuatro semanas, y de ésos sólo le
quedaban siete dólares en el bolsillo seis días atrás.
Cuanto más pienso en el arreglo que ideé el domingo, más me sorprende
mi estupidez. Sin ninguna reflexión, ni estimación de distancias, el plan que
imaginé en mi cabeza era el siguiente:
Andar desde aquí hasta la calle 127 en 30 minutos: 111 manzanas
Regresar andando en 30 minutos: 111 manzanas Andar hasta la casa de
Howells: 44 manzanas Regresar a casa desde allí: 44 manzanas

111
111
44
44

Total: 310 manzanas= 31 millas

No lo conseguí.
Adiós, mi vida. Me llama el Sr. Webster.

Mucho amor para todas vosotras.


SAML
Querida Jean, me avergüenzo de la jugada de San Nicolás y estoy
buscando medios para enmendarla. Acabo de encargar que te envíen
regularmente el Cosmopolitan, y que el importe sea cargado al Sr. Walker,
el editor. Si no te llegan, házmelo saber. Walker me dijo que le tuviera
informado.

PAPÁ
NUEVA YORK, 9 DE DICIEMBRE DE 1893, 1 DE LA TARDE

Pues bien, querida Livy, esto es mejor que un circo. Pero resulta
terriblemente agotador. Después de una sesión de dos horas la otra noche,
modificando el contrato, nos reunimos al día siguiente (ayer) a las cuatro de
la tarde. (El Sr. Rogers y yo mantuvimos un encuentro previo y en privado a
las cuatro menos cuarto, para ponernos de acuerdo sobre un par de detalles
relativos a esta fase de la campaña). Fue muy bonito ver al Sr.  Rogers
aplicar su sonda, su sacacorchos, y liberar implacablemente el aire y el agua
de los denominados «activos» de esas compañías. Y lo hizo con mucha
suavidad y cortesía…, pero sacó toda la basura y puso al descubierto el
hecho de que todas sus llamativas propiedades consisten sólo en 276 000$,
¡nada más! Entonces dijo: «Ahora sabemos dónde estamos, caballeros.
Estoy dispuesto a escuchar sus proposiciones para facilitarnos capital». Se
hizo un profundo y largo silencio. Luego, su portavoz propuso como punto
de partida 50 centavos por dólar. El Sr. Rogers dijo: «Esta noche todos
reflexionaremos, y nos reuniremos por la mañana… temprano. ¿Digamos a
las nueve?». Quedamos en eso, y nosotros dos salimos. Andando por la
calle, me dijo: «Piden 50, y se alegrarían si consiguieran 12. Pero no nos
aprovecharemos de sus necesidades. Sé exactamente lo que vale, al centavo.
Les ofreceré eso por la mañana; lo aceptarán e intentarán que no se note su
alegría. Cuando este asunto esté resuelto, irá inmediatamente a ver al
Presidente de la Connetticut Co. y reclamará el paquete de acciones que,
conspirando contra mí, exigió hace dos meses, y que habría adquirido en
caso de que hubiese logrado engañarme con ese fraude; y quiere aumentar
el precio por las molestias que se ha tomado en ello, y lo duro que ha tenido
que trabajar para evitar que yo les sacara menos de 12 centavos. Y otra
cosa. Déjeles que tengan opciones sobre las regalías de North y de
Farnham, pero no les dé ninguna opción sobre los suyos. Cuando hayan
asegurado esas opciones y usted conozca los términos, entonces podrá decir
que está dispuesto a escuchar una propuesta, pero que tiene que ser a un
porcentaje considerablemente más alto que el que consiguieron los otros, y
que, en principio, tiene intención de dejar las regalías de su esposa sin
tocar». (Tengo el 95 por ciento de éstos a tu nombre, y también están sanos
y salvos… no pueden embargarlos por ninguna de mis deudas. Ya te diré
cómo lo he conseguido).
De manera que esta mañana nos reunimos a las nueve, y todo salió
como dijo el Sr. Rogers. Pagó 20, cuando ellos sólo esperaban un 12 o un
15 como mucho; por lo tanto, ahora su bando se regocija. Luego nos
separamos, tras quedar en volver a reunirnos cuatro horas más tarde, y bajé
con él en el elevador porque quería charlar y reírse. Me dijo: «Una vez que
usted estuvo fuera de la sala, les dije: “Por favor, dense prisa, caballeros:
comprendan que no estoy metiéndome en esto por ninguna razón lógica,
sino porque es el único medio que veo para deshacerme de Clemens. Estoy
convencido de que no debería pagar 20, pero cuando alguien está tan
alterado como yo, pierde gran parte de su buen juicio”».
Le vi bajar hacia Rector Street, y entonces me dijo que yo haría mejor
en regresar, alcanzar a Ward y asegurarme de que escribiera lo necesario
para darme el paquete de acciones que iba a conseguir en caso de que
embaucara y metiese al Sr. Rogers en el plan.
No está aquí, y no tendré que esperar más, porque el Sr.  Rogers y yo
tenemos una reunión privada a las tres menos cuarto; la reunión general es a
las tres. ¡Te quiero!

SLC
15 DE DICIEMBRE POR LA NOCHE [DE 1893]

Mi amor, me han dicho que hay otro periódico que divulga la noticia de
que estoy enfermo. Es mentira. No hagas caso de estas cosas. Me exasperan
más de lo que puedo expresar. El otro día prometí hablar ante una Sociedad
de Trabajadores, una charla que estaba prevista para anoche. Pero en su
momento le dije a Clarence Buel que tenía un catarro, y que no daría la
charla a menos que se me pasara a tiempo. Pues bien, anoche podría haber
ido, si hubiese habido unas condiciones meteorológicas razonables, pero no
fue así: hacía un tiempo horrible, nevaba, el viento soplaba, y hacía un frío
glacial. Así que comuniqué que posponía el evento hasta que mejorara el
tiempo.
Lo hice por ti. De ser por mí, habría ido. Si hubieras estado aquí, me
habrías hecho ir; pero teniendo en cuenta las circunstancias, no quise correr
ningún riesgo, ni el más mínimo.
Todo el mundo andaba acatarrado, hasta que caí yo. Fui el último. El
Estado entero está ahora servido. Mi catarro no me molesta, no interfiere
con mi apetito voraz, ni con el billar. Visto que el tiempo sigue siendo
espantoso, me he quedado en casa jugando todo el día.
Después de esto, no hablaré con nadie ni para nadie. Uno mismo se
tiende la trampa intentando ser complaciente con los periódicos. Estoy muy
enfadado…, pero, a pesar de todo, te quiero, mi querido amor.
SAML
17 DE DICIEMBRE DE 1893

Youth, mi amor: Me llegó tu envío anoche y me alegró muchísimo el


corazón porque parece que tal vez puedas venir aquí algún día. Muchas
gracias por mandarlo. También parece que quizás estés empezando a
encontrar tu camino en las finanzas. ¿En qué situación se halla la Webster
and Co. ahora? ¿Están resolviendo sus deudas?
Tendrías que haber estado aquí hoy para ver a Clara imitándote cuando
les cuentas historias y comes a la vez, no podía ser más divertido. Mordió
un trozo de pan exactamente como tú. Dijo: «No sé por qué, pero papá
siempre parece pelearse con su trozo de pan, para comérselo».
Acabamos de recibir la visita de nuestro nuevo médico. Ha examinado a
Susy de pies a cabeza; dice que hay un aumento de las células de los
pulmones, cree que puede deberse a la anemia, y que no resistirá el
tratamiento mucho más tiempo. El hombre me ha dado muy buena
impresión. Dice que el hecho de que no esté lo bastante desarrollada es un
gran problema, sobre todo el tórax, y que le va a prescribir gimnasia para
desarrollarlo, y también masajes. Espero que pronto vaya mejorando. Ha
sido muy lamentable verla tan desdichada. Y a veces ha sido difícil
mantener la alegría estando ella tan decaída.
¿Es posible que muy pronto reciba un telegrama confirmando cuándo
llegas? ¡Sería maravilloso!
Buenas noches, muchos besos y abrazos, y que la certeza del gran amor
que siento por ti te reconforte

Siempre tuya
LIVY L. C.
[THE PLAYERS, NUEVA YORK] 29 DE DICIEMBRE DE 1893

Mi querido amor, espero que me dejen solo quince minutos para así
poder escribirte unas palabras. ¡Madre mía, qué días más ajetreados! He
recibido dos visitas de negocios mientras me ponía la camisa… y he tenido
que atenderlas antes de seguir vistiéndome. Luego, cuando he bajado a
tomar un café, George Warner estaba ahí, esperándome para hablarme del
Dr. Whipple, terapeuta mental, y llevarme a verle. Fuimos a Madison
Avenue  328. No me pudo referir ningún terapeuta mental en Europa; dijo
que serían rápidamente encarcelados si intentaran practicar en Francia.
Lo siento mucho… no puedes imaginar cuánto; porque George dice que
la curación de la Sra.  Edward Perkins y de su hijo (enfermedad cardíaca,
contra la que los médicos no podían hacer nada) por el Dr. Whipple tiene
toda la pinta de ser milagrosa.
Pues bien, tengo un proyecto (Unberufen!), te lo revelaré dentro de unos
días.
Después fui a la oficina de la Connecticut. Co. para leer una carta que
contenía los últimos acontecimientos de Chicago y para avisarles de que no
insinuaran en ninguna carta ni en ningún telegrama que el Sr. Rogers y yo
íbamos a retroceder ni media pulgada en ninguno de nuestras condiciones.
Eso puso a prueba sus nervios y su resistencia, pero tuvieron que
aguantarse.
He de regresar dentro de media hora para atender una desagradable
entrevista de negocios con un titular de regalías…; insistí en acudir yo en
persona, sin ninguna otra persona presente… y se han avenido enseguida a
ello. He visto al Sr.  Potter en el tranvía tirado por caballos. Sigue tan
majestuoso, apuesto y juvenil como siempre… aunque me ha dicho que
había llevado a su nieto a la ópera la otra noche. Me preguntó por ti y por
las niñas con mucho interés.
Anoche una refinada e inteligente joven de la alta sociedad, al verme
pedir mi abrigo y echármelo sobre los hombros, junto a la mesa, me dijo
que había seguido un cursillo de terapia mental y que había sacado algo
provechoso de ello: a saber, que ya no le importaban las corrientes de aire,
mientras que antes les tenía pánico. Ahora se sienta en ellas cuando está
acalorada en el salón de baile, y no le pasa nada. En fin, tengo que irme. Te
quiero, mi amor, todo el tiempo.

SAML
[NUEVA YORK] 4 DE ENERO DE 1894

No, mi amor, todavía no he conocido a la muchacha, y por eso no puedo


decir qué tipo de persona es hasta que lo descubra. Supongo que ya sabrás
algo más de la historia ahora, pues deduje que no habías recibido la segunda
parte cuando me escribiste. No he añadido nada a la segunda parte. Hace
mucho que no tengo una hora libre… o que el Sr.  Rogers no me permite
tener una a tal fin.
El Sr. Archbold, de Standard Oil, consiguió entradas para nosotros, y él
mismo, el Sr.  Rogers, el Dr. Rice y yo fuimos al Athletic Club el sábado
pasado por la noche y vimos a Coffee Cooler vencer a otro galardonado
luchador con gran estilo. Tenían que haber sido 10 asaltos, pero al final del
quinto, Coffee Cooler noqueó al hombre blanco, que no pudo volver a
levantarse. Un asalto sólo dura 3 minutos; luego, los hombres se retiran a
sus esquinas, se sientan, apoyan la cabeza contra un poste, abren la boca y
jadean como peces, mientras un tipo les da aire con un abanico, otro, con un
mantel, otro, les masajea las piernas, les pasa una esponja por la cara y por
los hombros y les lanza chorros de agua a la cara, con su propia boca. Sólo
se les da un minuto para todo esto; luego anuncian el final del descanso, se
ponen en pie de un salto y vuelven a la pelea. Es muy interesante.
Me alegro de que vayas a recibir tratamiento eléctrico. Espero que
encuentres a alguien que sea totalmente competente. He oído hablar de
curaciones casi milagrosas con la electricidad.
Me alegro de que Jean se vaya a arreglar los dientes. Yo también haría
lo mismo con los míos si tuviera tiempo. Ya estoy de nuevo liado con mi
correspondencia… lo cual consiste principalmente en rechazar toda clase de
entretenimientos imaginables. Anoche el Dr. Rice dijo que mi bienvenida a
Nueva York había sido fenomenal, y que el éxito, que hace que la gente
manifieste ese afecto por mí, es una fama que merece la pena tener; y el
Sr. Rogers le dijo el otro día a Rice o a Archbold que el éxito del resto de la
gente de este mundo se cimienta en corazones rotos, o a costa de los
sentimientos o del pan de otras personas, pero que mi fama no le había
costado a nadie ni una angustia ni un penique. Y esta mañana, en el piso de
abajo alguien ha leído un comentario de una revista inglesa que decía que se
había observado un hecho curioso: a saber, que la fama más rápida y
evanescente era la del humorista de segunda categoría, mientras que la más
substancial y la más permanente era la del humorista de primera categoría;
y ha añadido que él pensaba que yo estaba en la primera categoría. Todo
esto es reconfortante. Puedo aguantar bastantes mimos. Así es uno, desde
que lo parieron, Jean.
Hoy es un día parecido a los de hace algunas semanas. Es un día de
espera. Tenía que estar levantado y vestido y desayunado a las nueve, luego
esperar aquí hasta que me vinieran a buscar. En caso de necesidad, tendría
que ir a la reunión y jugar mi baza… no, en caso contrario. Ya son las dos
menos cuarto y todavía no hay noticias. A las 10h 45 la reunión proseguía,
sin resultados. Si vienen a por mí, el Sr. Rogers sabe qué cartas voy a jugar,
y supongo que serán eficaces. Pero deduzco que creen poder arreglárselas
sin mí. Ésta es la última manga del largo torneo. El Sr.  Rogers y yo no
hemos perdido ni una sola, hasta ahora, y creemos estar a la altura de esta
oportunidad. Si podemos colgar este último trofeo que nos falta en nuestro
cinturón, la victoria será completa, de principio a fin.
Ayer al mediodía, al comprobar que la campaña había terminado, con la
salvedad del asalto de hoy, en el que probablemente no voy a participar,
experimenté una repentina caída del interés y una profunda somnolencia, un
abrumador deseo de tumbarme y echarme una siesta. Así que me fui a la
cama y dormí el resto de la tarde; luego pedí que me trajeran la cena. Vino
Rice y se quedó un buen rato, pero hacia las once y media estaba yo
durmiendo de nuevo, y no me desperté hasta que me llamaron a las ocho y
media. Ahora me he recuperado y estoy descansado y reboso de energía.
Me he pasado el día fuera, caminando por la acera de enfrente, tomando
aire fresco y atento a la llegada de los mensajeros.
El bueno de Brer Rogers se agota tanto con este negocio adicional, que
se suma a la inmensa carga que ya soporta, que tiene que irse a la cama más
temprano que de costumbre. Cuando llegó el telegrama adjunto,
informándonos de que ya teníamos a Paige donde queríamos, acudí a esa
reunión, y cuando terminó, y ya habíamos telegrafiado a Chicago para
seguir adelante y preparar los contratos, el Sr.  Rogers sentenció, mientras
caminábamos hacia su coche de caballos: «Mañana tendremos el día libre…
la pelea se puede dar por ganada… ha llegado el momento de que ambos
descansemos un poco. Estaré en la cama y dormido antes de las ocho, de
ese modo tendré tres horas más de reposo, y usted debería hacer lo mismo».
A la mañana siguiente comparecimos a la reunión informal de las nueve,
pero él se había quedado levantado hasta la una de la madrugada, con su
mujer, que sufrió un fuerte ataque de su enfermedad cardíaca. Es una mujer
alegre, y va a las cenas y al teatro… El Sr. Rogers la coge en volandas para
subir las escaleras…, y desobedece las órdenes del médico con regularidad.
Aun así, se las arregla muy bien, hasta que intenta subir tres o cuatro
escalones… Entonces llega la agonía del dolor, y durante unas horas llegan
incluso a pensar que no se recuperará. En su propia casa la vigilan y le
obligan a usar siempre el ascensor, pero fuera de casa intenta a veces subir
las escaleras principales, y entonces sucede el desastre.
Ay… ay… Ayer no pude atender mis visitas con cena incluida porque
tenía que dormir, y hoy no puedo atenderlas porque tengo que quedarme
aquí y vigilar. Creo que no aceptaré más invitaciones a cenar que requieran
una visita. Ahora voy a bajar a jugar una partida de billar. No creo que
pueda decirte lo mucho que te quiero, lo preciadas que son tus cartas para
mí y lo mucho que me alegré de recibir el telegrama en el que me decías
que nuestra Susy está mejorando… Así que no lo intentaré.

SAML
20 EAST 23 STREET, NUEVA YORK, 12 DE ENERO DE 1894

Esperando telegramas de Chicago.


Acabo de recibir tres cartas tuyas, mi amor, y compruebo que el largo
aplazamiento de mi vuelta te está agotando, ello me hiere el corazón. Pero
no debes dudar de que, si la retraso, es por pura necesidad. Mientras no
firmen el contrato en Chicago, marcharme de aquí sería un suicidio.
Nuestro propio pan depende de ese contrato. Si fracasa, estamos
arruinados… [arruinados más allá de toda esperanza o ayuda], o cuanto
menos en muy mala situación. Si se firma, significaría que el peligro queda
desterrado para siempre. Cada noche me digo a mí mismo «Tengo que ver a
mi esposa y a las niñas, aunque sólo sea un día»…, pero sigo pensando y
me digo «detente y no seas tonto…, tienes que quedarte aquí hasta que este
asunto esté resuelto».
Esta mañana el Sr. Rogers estaba muy inquieto; sus reservas de
paciencia se están agotando. Después de salir de la reunión, me alegró ver
que todos los asistentes lo habían notado. También pudo percibirse este
agotamiento en la reunión que tuvo lugar el miércoles por la tarde, durante
mi ausencia en [Chicago] Hartford, y todavía se notó más en la reunión de
ayer por la mañana.
Charley Davis y yo estamos aquí juntos esperando noticias, y me acaba
de decir en confianza que por la mañana, temprano, ha enviado un
telegrama a Chicago diciendo que Rogers está empezando a hartarse de
todo este asunto y que es un desastre estar persiguiéndole cuando va y viene
continuamente.
Eso me alegró. Hace una hora la reunión en pleno envió un telegrama
diciendo que, en efecto, las cosas se están poniendo finalmente feas, y que
el Sr.  Rogers ha prometido enviar un telegrama más tarde. Luego, el
Sr. Rogers lo preparó y lo leyó. Contenido educado pero firme. Decía que o
bien se accede a la petición final requerida o bien…
No se esgrimió ninguna amenaza, pero la deducción era obvia. Los
demás querían que fuese más suave, pero yo insistí en que no se modificara,
y así fue. Sólo hay un modo de tratar con Paige: tener una postura y
mantenerla. Espero poder mandarte un telegrama el 15, diciéndote que ha
firmado el contrato. En mi telegrama del 5 de enero te anunciaba que
pensaba que recibirías buenas noticias en 10 días. Nadie lo sabe… pero eso
es lo que espero con todas mis fuerzas.
Me angustia tanto que Susy y tú estéis enfermas… Si tan sólo pudiera
enviaros ese telegrama, quizás os ayudaría a ambas… Estoy seguro de que
te ayudaría, y a Susy, y a Ben, y a Jean, a todas vosotras, como dicen los
antiguos formularios legales: a todos mis seres queridos.
Joe y Harmony quieren que Susy venga y que se quede a vivir con ellos
unos meses; dicen que el ambiente juvenil de Hartford hará que se recupere
física y mentalmente; la verdad es que Hartford está lleno de encantadoras
muchachas de su edad. Esta parte es la positiva (pero, entre tú y yo, este
remedio no curará a Susy).
Joe sigue tan encantador y adorable como siempre, y, ¡oh, tendrías que
oír a Harmony cuando habla de Isa! ¡Es una locura! Y también cuando el
tema principal es Charley Warner y el secundario, Isa. Harmony no cree que
las relaciones entre Annie  T. e Isa sean íntimas y tiernas. Sostiene que
Annie no es tonta, y que por lo tanto no puede elegir a una tonta (y una
farsante) como amiga.
Desde Los inocentes en el extranjero no había oído hablar tanto de uno
de mis libros como lo estoy haciendo de Pudd’nhead. [Y no voy a intentar
contestar todas las cartas que recibo.]
Anoche en Nueva York, en una conferencia sobre «La política de 1781 a
1815», dada por el Profesor Powell de la Universidad de Pensilvania, a la
que asistió el Sr.  Hall, se refirió de manera abundante al humor que se
esconde bajo la seriedad en varios de mis libros, y luego dijo que Pudd
'nhead está bosquejado con lucidez y con fuerza, y que se convertirá en una
de las mayores creaciones de la ficción americana. ¿No te parece
elogioso… e inesperado? Porque nunca había visto a Pudd’nhead como un
personaje, sino como una pieza de maquinaria… un botón, una manivela, o
una herramienta, con una función útil que desempeñar en una máquina,
pero sin ninguna dignidad más allá de esto. Creo que en casa todos lo
veíamos así. Pues bien, por extraño que parezca, otras personas me han
hablado de él en el mismo sentido que el Profesor Powell.
Te adjunto el programa de «The Masque». En la «Convención» había
muchas chicas de mi club cuyos nombres sin embargo no figuran… entre
ellas una de las encantadoras chicas de Knight Cheney. Annie y las demás
me hicieron señas desde la rendija de la cortina en cuanto se bajó el telón, y
nos acercamos y nos dimos un gran apretón de manos en frente de lo que
correspondería al palco principal si aquí existiera tal cosa…, y fue un
grandioso momento de felicitaciones, ¡te lo aseguro! No se trataba del
sencillo apretón de manos de negocios, sino de un apretón con ambas
manos…, el apretón de una aprobación incondicional y de bienvenida. Me
sentí orgulloso de ser el padre y el único hombre de un club que podía
escribir y representar obras como ésta. Cuanto más pienso en esa noche,
más ganas tengo de volver a ver esa obra. (P. D. Alguna de vosotras habrá
escrito a Annie T., diciéndole lo encantado que estaba, ¿verdad?).
Cuando me invitan a cenar adonde sea, voy con traje de etiqueta, por
supuesto. Cuando le hago una visita a Rice, a Laffan o a Hutton, a iniciativa
propia, siempre sucede de forma imprevista, y no tengo tiempo de vestirme.
Voy como esté. Es fácil de entender. Mi sitio está listo… para que lo ocupe
cuando quiera. Nunca he visitado a Hutton de improviso…, es sólo una
casualidad que no lo haya hecho…, pero en varias ocasiones la Sra. Hutton
le ha pedido a Larry que me llevara, él ha accedido, y no había otros
invitados allí, ni ningún motivo para ir con traje de etiqueta, y no nos lo
hemos puesto.
Ahora que lo pienso, voy a salir corriendo a dejar mi tarjeta en casa de
Chas. A.  Dana. Rechacé una cena allí anteayer. Te quiero con todo mi
corazón, y sigo tus mandamientos más de lo que me doy crédito a mí
mismo, mi amor.

SAML

P. D. Fíjate que me llueven invitaciones, pero no las acepto. Estoy


atendiendo estrictamente el negocio y cenas privadas en las que no hay
discursos. Esta noche ceno en casa de R. U. Johnson… No deseo ir, pero no
puedo declinar de ningún modo; el jueves, a la 1 de la tarde, en casa de la
Sra. Carroll Beckwith (para el almuerzo): me está utilizando como un as en
su baraja, y va a recibir a mucha gente… Pero bien es verdad que me ha
estado tratando con mucha amabilidad, así que estoy totalmente dispuesto a
contar cuentos si sus invitados quieren; el lunes, a las siete y media de la
tarde, ceno con el arquitecto Stanford White en su barrio, la Torre del
Madison Square Garden… Abbey, el artista, y otros artistas más estarán
allí. Disfrutaré. Pero ahora rechazo todas las cenas. Tuve tanto éxito en la
de Brander Matthew, sin preverlo, que voy a guardar lo que he ganado y no
voy a hacer más discursos.
Le diré a Howells lo que me has dicho, si es que encuentro la
oportunidad para volver a salir de aquí.
No hay telegramas de Chicago… Tengo que irme ya a casa de los Dana.
Mi amor, hay días en los que no encuentro ni la más mínima
oportunidad para escribirte…, pero intento compensarlo acumulando la
deuda de dos o tres días en una sola carta larga.
[NUEVA YORK], MEDIANOCHE, I 5 DE ENERO DE 1894

Querida Livy, cuando llegué hace una hora y encontré esta carta, no me
conmovió ni se me encendió la sangre, porque llevaba muchos días
preparándome para estas noticias y estaba lógicamente seguro de que iban a
llegar. Te he escrito en seguida un telegrama que te he mandado por
mensajero, de forma que lo recibieras en cuanto te despiertes por la
mañana: «Espérate a recibir buenas noticias». Jugué al billar hasta la 1 h
15… En realidad ahora son las dos de la madrugada, aunque arriba haya
puesto «medianoche»… es que quería mantener la fecha, el 15 de enero,
fecha para la que, diez días antes, había previsto «buenas noticias».
Subí a mi habitación y comencé a desvestirme, cuando de repente, y sin
previo aviso, la certitud se abalanzó sobre mí y me sorprendió: ¡yo y los
míos éramos pobres hace una hora, y ahora somos ricos y nuestros
problemas han desaparecido!
Anduve arriba y abajo durante media hora en un torbellino de
excitación. Una o dos veces quise sentarme y gritar. El intenso esfuerzo de
tres meses y medio de trabajo, día y noche, de pensamientos, de esperanza,
de temores, ha desaparecido, y no sabía cómo expresar la sensación de
liberación, de alivio y de alegría.
En fin, no voy a escribir más esta noche. Besadme, todos mis amores, y
me iré a dormir.
THE PLAYERS[9], DE FEBRERO DE 1894

Ay, mi amor, me ha confundido el empleado desatento de abajo


diciéndome que el Gascogne zarpaba el jueves. Eso me daba un día más; así
que esperé, para tener unas palabras que decir tras la visita de
Shoemaker[48]. Por supuesto, cuando llevé mi voluminosa carta abajo el
miércoles por la tarde, para pesarla y ponerle los sellos, otro empleado me
confirmó, ciñéndose a las normas, que ningún barco con destino a
Southampton o a algún puerto francés zarpaba los jueves. Antes, cuando
escribía y enviaba una o dos cartas cada día, esto no habría tenido ninguna
importancia…, pero ahora que elaboro una gran carta dos veces a la
semana, es un golpe de mala suerte, pues es posible que la falta de noticias
te preocupe. Aunque espero que no. Ya habrás notado que te escribo sólo
dos veces a la semana, y deducirás que me ha fallado el envío.
Esta tarde me encontré con Walker, del Cosmopolitan, y le expliqué que
la razón por la que no había ido a verle durante el día era que te había
estado escribiendo. Él consideró que esa aclaración no justificaba nada…
hasta que le hablé de la extensión de mis cartas bisemanales. Entonces dijo:
«¡Dios mío! ¡Esto es el colmo de la insensatez! ¡La mayor extravagancia
del derroche, de la prodigalidad irreflexiva! Dos cartas semejantes a la
semana, arrojadas al mar para la Sra. Clemens, que… que… ¡Oh! ¡Déjelo, y
envíemelas a mí… le daré quince mil dólares por ellas!».
Ben y Susy deben leer «Un estudio de la música india» en el Century de
febrero. Creo que les interesará.
Ayer escribí un artículo para el Youth’s Companion. A las 6 acudí al té
de las 5 de Richard Harding Davis, a la casa de soltero en la que vive, en la
Quinta Avenida, con el joven Howard Russell. La Sra.  Stanford White
estaba allí para supervisar a las muchachas jóvenes. ¡Un espléndido y
grandioso ser al que contemplar! Por supuesto, la había olvidado… me
olvidaría hasta de Satán, el gato… pero me dijo su nombre en seguida.
Ocurrió la anécdota del día: me saludaron unas quince personas que me
conocían y casi ninguna me dijo su nombre. ¡Las habría matado!
No obstante, pasé un rato muy agradable. Barnes (divino imitador)
estaba allí, entre otros, y aproveché la ocasión para conocerle mejor. Un
hombre muy agradable. También me agrada Harding Davis. Éste era el
tercer té al que me invitaban en esa casa, y a dos de ellos me había olvidado
de ir; por lo que el anfitrión me dijo que me mandaría un telegrama varias
horas antes del té, para que no pudiera olvidarme. Y así fue… aunque de
todas formas ya no iba a olvidarlo: tenía una nota prendida con un alfiler en
el dosel de mi cama. Me dio las gracias por venir con una cordialidad casi
embarazosa. ¡Ni te lo figuras! ¡Señor, que a nosotros, pobres seres
evanescentes, nos den las gracias por poder disfrutar de los privilegios que
nos otorgan, por llegar y tocar el timbre en la verja del jardín de alguien!
A las 7 fui von dannen[49] a cenar a casa del Sr. Olin, en el 1 E de 19th
Street. Allí estaban Olin, Millet, Dwight y otro caballero; la dama (esposa
de ese caballero y prima del anfitrión), la Sra. Millet, la Srta. Frelinghuysen,
la Srta. Minturn. Durante la velada, Millet me repitió cuatro veces el
nombre de la pareja emparentada con el anfitrión, pero ninguna de ellas fui
capaz de recordarlo más de 5 minutos. Acompañé a la Srta. Frelinghuysen
(a quien conocí en Washington cuando su padre era Secretario de Estado), y
me senté entre ella y la Sra. Millet. La Srta. F. tiene personalidad, es muy
educada, lo ha leído todo y sabe hacer la diferencia entre algo bueno y algo
mejor. La Sra. Millet había experimentado una mejora tan prodigiosa como
si…, bueno, no hay comparación que pueda describirlo. Estaba hermosa,
iba vestida de forma discreta, apenas se le veía el comienzo del escote,
estaba altiva y tranquila, su febril afán de farfullar y parlotear había
desaparecido, dijo muchas cosas razonables y tan sólo se puso en evidencia
una vez. Yo estaba glorificando a Aldrich por ser el único hombre en este
mundo que siempre es gracioso, que siempre es brillante. Ello dio
oportunidad a la Sra. Millet de que expresase su opinión, y dijo con una
amplia y tranquila superioridad:
«Creo que no ha debido de verlo muy a menudo. Mi experiencia difiere
de la suya. Varias veces me lo he encontrado en cenas, y una y otra vez
resultó aburrido, monosilábico… sí, incluso estuvo callado durante largos
intervalos».
¡Vi a la pobre Millet fruncir el ceño! Y a pesar de que estaba aún
nervioso, dije (amablemente y sin hacer hincapié, pero lo dije):
«Sí, existen comensales que obran incluso ese milagro».
Incluso la Sra. M. se rió, con una total sinceridad y un gran tacto, muy
meritorios por su parte. La Srta. Frelinghuysen me dijo en privado:
«No entiendo cómo sus palabras no le han causado problemas, sino que
ha salido de la situación tan bien como ha sido posible».
La gente me pregunta cada día:
«¿Cuál es el secreto de su extraordinaria salud?».
«Seis horas de sueño profundo en vez de nueve de sueño interrumpido
cada dos por tres».
¡Oh, mi amor, tengo tantas ganas de verte! ¡Esto es un exilio! Te quiero
mucho, y te mando un beso.

SAML
NUEVA YORK, 2 DE MARZO [DE 1894] 3H 40 DE LA TARDE

Mi amor, a las 8 estaba levantado, a las 9 había bajado a mi despacho, y


Hall y yo pasamos un cuarto de hora charlando y preparando la campaña de
esta tarde del Sr. R con la gente del Century. Luego caminé media milla por
la ciudad y compré tres camisas Yaeger y una alfombra de pelo de camello
para el barco. Después llevé algunas pruebas de Pudd’nhead al Century;
contesté algunas cartas en mi habitación. Luego me puse a estudiar mi
ensayo para la lectura del sábado. Más tarde llegó, de Hartford, Frank Bliss,
a la una de la tarde, en respuesta a mi telegrama, y charlamos durante una
hora acerca de la proposición del Century de publicar mis libros en una
única colección de 14 o 15 volúmenes. Se fue para pensar en ello, y yo
continué con mi memorización, que ya he finalizado con éxito. Y ahora
tengo que ir a buscar a Frank Mayo para firmar el contrato de la obra de
Pudd’nhead Wilson. Entretanto he añadido un compromiso a la lista de
mañana: que Tesla[50], el electricista, vuelva a sacar mi fotografía para el
Century.
Esta noche iré a casa del Sr. R. para ver lo que ha hecho.
El día de mañana (sábado) está completo. Cita acerca del asunto
Webster, a las 9; reunión con Frank Bliss, a las 10; más tarde, encargarme
de algunos arreglos para el viaje en barco; reunirme probablemente con
Bliss y con la gente del Century hacia las 2h 30; ocuparme de esa
fotografía, de 4 a 6; leer, de 8h 10 a 9; reunirme con Bram Stoker[51], aquí, a
las 10h 30; cena en casa del Sr. Cowdin, con música y sin duda con baile,
hasta la 1 de la madrugada; luego ir en calesa a una ronda en el Club Aldine
(Noche de Cuentacuentos), ayudar a los Cuentacuentos a contar cuentos y
dar discursos por un tiempo indefinido.
Pero ¡el miércoles que viene!… ¡Para entonces habré terminado con
todo esto y estaré en el barco, con destino a ti y a los polluelos! De nuevo
adiós, mi vida,

SAML

Estoy empezando a preocuparme. No he recibido ninguna carta tuya en


una semana entera. Pero no será más que otro fallo de correos… No me
permito imaginar que sea otra cosa.
[NUEVA YORK] 7 DE LA MAÑANA, 19 DE ABRIL DE 1894

Mi amor, me voy dentro de una hora a Hartford por negocios; regresaré


esta tarde. El Sr. Rogers está [encantado] totalmente satisfecho de que todo
saliese bien… [Abs] absolutamente bien y sensatamente. Alégrate… lo
[peor] mejor está todavía por llegar. Adiós, amor mío, te quiero; ¿ez que no
me crees cuando te digo ezo, Chambers[52]?

SAML
(NUEVA YORK] 20 DE ABRIL DE 1894

Verás, mi amor, ayer, de camino a Hartford, leí todo lo que los


periódicos tenían que decir acerca del asunto, y no he encontrado ni una
observación cruel, ni desagradable, ni crítica. Como no había hecho nada de
lo que avergonzarme, no me sentí avergonzado; así que no evité a nadie,
sino que hablé con todo el que conocía en el tren. Y al volver, lo mismo.
Todos mis amigos me dijeron que había sido sabiamente aconsejado, y que
había actuado bien. Creo que tus deseos han hecho que el Sr. Rogers piense,
por un momento, que quería evitar el traspaso… pero no me cabe la menor
duda de que eso fue una debilidad momentánea por su parte; en cuanto vio
la rigurosa actitud del Banco Mt. Morris recuperó su cordura y concluimos
el traspaso. Hoy me siento enormemente aliviado; y Hall también, aunque
cuando firmó el traspaso apenas pudo evitar derramar unas lágrimas, y yo
llegué a pensar que estallaría y se ahogaría. Rara vez he estado tan enojado
con alguien como con el Sr.  Hall. Estaba tercamente determinado a
considerar deshonroso firmar sin primero avisar a Whitford[53]. Nada que
yo o mis abogados pudiéramos decir podía hacerle ver la crasa estupidez de
su postura. En toda mi vida, jamás he visto a alguien tan tonto. En cuanto
firmó, se fue corriendo a ver a Whitford. Por supuesto, Whitford se burló de
él.
Hall sigue sin entender por qué sus actos no convierten a Whitford en su
enemigo, y sigue haciéndose reproches y acusándose de traición. ¿Tonto?
Es igual de tonto que un renacuajo. En su mente, ni siquiera se preguntaba a
quién le debía esa lealtad: se la debía al banco de Whitford porque  W. le
había procurado favores allí. No te la debía a ti, que has hecho bastante más
que eso. Dejó asombrados a los abogados…, por lo visto era el primero de
su especie con el que se habían topado. Hoy Hall está feliz como un niño…,
y parlotea como tal.
Espero que todas vosotras hayáis ya conocido a la Sra.  Duff y a la
Srta.  May[54]. No hay muchachas mejores que ellas; que yo sepa. Estoy
comiendo sus almuerzos por ellas durante su ausencia.

Te quiero, cariño.
SAML
NUEVA YORK, VIERNES 4 DE MAYO DE 1894

Amor mío, resulta que he estado en Elmira y he hecho una rápida visita
a algunas personas, incluidos los Stanchfield[55]. Sue me había recordado lo
del encaje, y se lo envié en cuanto hube regresado. Me dieron ganas de
acercarme corriendo a Hartford durante una hora, pero no tuve oportunidad.
Ayer por la tarde tuvimos una reunión con el banco Mt. Morris, pero sin
resultados. El presidente Paine estuvo agradable y cortés, y ambos nos
llevamos bien: él, intentando persuadirme, y yo, contestando que estaba
dispuesto a hacer cualquier cosa que mi asesor jurídico me aconsejara.
Whitford empezó a fanfarronear y a amenazar, pero yo le sonreí y depuso
su actitud. Parece evidente que el negocio puede pagar sus deudas si sigue
adelante; así que todos los acreedores, excepto el banco, están deseando
atrapar esta oportunidad, eximirme y librarme de todas esas obligaciones
legales para compensar el posible déficit…, y por supuesto ni les pido ni
quiero que me liberen de mi obligación moral de pagar.
Por lo visto debemos 29 500$ al banco…, pero tengo la fundada
sospecha de que una buena mitad de esa cantidad proviene de una
documentación fraudulenta y que en realidad no debemos más de 15 000$.
Los contables están trabajando duro; si consiguen encontrar una prueba de
que parte de nuestra deuda se desprende de una documentación fraudulenta,
entonces seré muy sincero con Whitford y con el banco. Su turno de
arrogancia habrá terminado. Tengo la ligera impresión de que el Presidente
Paine no sabe nada de esta documentación fraudulenta. Si supiera algo,
seguramente no estaría tan intratable como está.
Recibí instrucciones de mantenerme sereno y tranquilo durante la
reunión; cortés y educado; de evitar ponerme nervioso o enojarme; de no
admitir nada; de no responder a ningún argumento; y de dejar que Paine y
Whitford se marcharan al final con las manos vacías. Difíciles requisitos…,
pero los abogados dijeron que los había cumplido al pie de la letra. Sólo
hubo un intento de intimidarme y enojarme… por parte de Whitford…, y
tuvo tan poco efecto y cayó de tal forma en saco roto que él mismo se
avergonzó del intento.
No sé cuál será el resultado…, quiero decir que no sé qué decisión se va
a tomar… pero me es indiferente. Lo mejor para todos nosotros sería que la
compañía continuase bajo administración fiduciaria…, de manera que nadie
queda seriamente perjudicado excepto el banco. Si el banco obliga a
subastar los bienes, el resultado será un poco de dinero para cada uno de los
acreedores, y tú y yo podríamos pagar el resto con el tiempo…, salvo lo del
banco. Seré muy viejo para cuando le haya pagado al banco el último
centavo de la mitad de lo que reclama, a menos que se demuestre
claramente que debo más.
Todo el mundo comprende que te haya cedido todas mis propiedades.
No hay nada oscuro ni incorrecto en ello. No ocultamos nada. El banco
quería enviarte un telegrama pidiéndote permiso para adueñarse de las
regalías de mi libro durante un tiempo, pero mi abogado dijo:
«¿Qué? ¿Sin ninguna concesión a cambio? No lo permitiremos, de
ningún modo. Ella no es parte en estos asuntos. Sus bienes, que sólo a ella
pertenecen, han sido [legítimamente] legal y moralmente adquiridos, y
aunque tenga derecho a devaluarlos si así lo decide, no esperen ustedes que
le aconsejemos que lo haga. Eximir a su marido (que no posee nada en el
mundo) de sus obligaciones, a cambio del uso temporal de algunos de sus
derechos de autor…, esta propuesta sí que se podría considerar; pero
regalar los haberes a cambio de nada, ni pensar».
Al principio me resultó condenadamente difícil referirme siempre a «los
libros de la Sra. Clemens», «los derechos de autor de la Sra. Clemens», «las
acciones de la Sra. Clemens en la máquina compositora», etcétera; pero era
necesario hacerlo, y al rato le cogí el truco. Incluso era capaz de decir con
seriedad: «Mi mujer tiene dos libros sin acabar, pero no puedo decirles
cuándo va a terminarlos, ni dónde los publicará cuando lo haga».
En una de éstas, el Sr. Paine me dijo:
«Sr. Clemens, si accediera usted a que nos quedáramos con Pudd’nhead
Wilson…».
«Que yo sepa, mi señora todavía no tiene nada planeado en cuanto a ese
libro, Sr. Plaine»…; comprendió la indirecta y rectificó su fraseología.
Te quiero, mi vida, y supongo que pronto te veré. Supongo que ésta es
mi última carta.

SAML
A BORDO DEL S. S. PARIS, EN EL MAR, 13 DE JULIO DE 1894

Querida Livy, llegaremos temprano mañana por la mañana (sábado). Ha


sido un viaje asombroso en cuanto al clima: cálido, brillante, suave…, y el
mar, como un lago durante toda la travesía.
He trabajado todos los días, pero no he conseguido nada; no me gusta lo
que he escrito y tengo que descartarlo. A pesar de ello, el tiempo ha pasado
gratamente; sin el trabajo, habría estado preocupado por ti y por Susy todo
el rato; gracias a él, he estado preocupado sólo a tiempo parcial.
Parte de mi trabajo no ha sido en vano, porque he revisado Juana de
Arco y he hecho algunas buenas correcciones y reducciones. También me
he dado cuenta de que la introducción está incompleta. La completaré en
tierra.
Viajamos 200 pasajeros en primera clase; gente muy agradable y de una
calidad muy superior a la que viaja en barcos alemanes. Nuestra mujer
americana es de Sudáfrica: la Sra. Hammond; conoció a Clara en la casa de
Sibyl Sanderson. Su marido trabaja para el Gobierno británico; se encarga
de los ingentes intereses de la minería en Sudáfrica, por un salario de 60
000$ al año, más emolumentos, que alcanzan 40 000$ más.
La Sra. P. T. Barnum va a bordo. Ha estado inválida durante 8 años, con
problemas nerviosos y de otra índole, y ha pasado la mayor parte del tiempo
en hospitales. Dice que su caso parecía no tener solución, pero cayó en
manos del Dr. Playfair, en Londres, y en 5 meses hizo de ella una mujer
sana. Cree que Susy debería ir a verle.
Morse está a bordo… es nuestro Cónsul General en París. Nos sentamos
juntos a la mesa. Me resulta una compañía muy agradable.
La Sra. Horwitz, su hija y el prometido de su hija viajan también a
bordo. La Sra. H. no ha salido de su habitación en todo el viaje. También
está a bordo aquella Sra. Smith con la que me topé en París, en la calle.
Me pregunto dónde estarás tú. Espero que sigas en La Bourboule, pero
no creo que sea el caso. Es un lugar aburrido y triste para ti, y supongo que
ya te habrás marchado del lugar. En fin, está bien…, hay que procurar ser
feliz; esto es lo principal… te lo mereces. Pero estés donde estés, te quiero
mucho mucho, y siempre te querré.

SAML
THE PLAYERS, NUEVA YORK 17 DE JULIO DE 1894

Querida Livy, he depositado algo de dinero a través de Drexel para


cubrir lo que Clara ha perdido, pero no recuerdo cuánto… por lo menos
unos 100$; o esta cantidad o entonces son 200$; pero creo que lo primero.
No esperé a obtener el recibo. Tenía intención de escribirte acerca de ello,
pero creo que se me olvidó.
Esta mañana el Sr. Rogers intentó hablarme de los últimos días de la
Sra. Rogers, pero al final le resultó demasiado difícil, se le quebró la voz y
no pudo seguir. Sufría un dolor insoportable (causado por el insospechado
tumor, que era tan grande como un puño), y tenía muchas ganas de que se
llevara a cabo la operación quirúrgica. La intervención iba a durar tres
cuartos de hora, pero al final duró una hora y tres cuartos. Previamente, se
ocupó de varios preparativos: escribió un telegrama para enviárselo a la
Sra. Duff en el que le decía que la operación había sido un éxito y que todo
había salido bien.
Pidió unas facturas y su talonario de cheques, y firmó unos cuantos para
unos y otras. La Sra.  Benjamin le sugirió que firmara algunos más en
blanco, pero ella se negó diciendo que no había razón para ello. [Bromeó]
Les dijo al Sr.  Rogers y a los médicos que pronto iba a estar mejor que
ellos… que podría comer uvas sin temor, y ellos, no. Tras lo cual se
practicó la operación quirúrgica; cuando finalizó, la mujer empezó a
apagarse y ya no se recuperó. La Sra. Duff dice que toda la familia dependía
de ella y se apoyaba en ella, y que con su pérdida han perdido más de lo que
pueden expresar. El Sr. Rogers dice que lo peor es despertarse cada
mañana… porque, al emerger del sueño, espera verla, y entonces viene el
impacto diario y, una vez más, la realidad.
Ojalá muramos juntos y nos libremos de esto, cariño.

SAML
THE ORIENTAL, MANHATTAN BEACH, 22 DE JULIO DE 1894

La verdad es que tendría que poner 23 porque ya pasan de las doce. La


banda no toca los domingos por la noche, así que la Sra. Duff me pidió que
ocupase su lugar y le contesté que lo haría si encontrábamos un rinconcito
privado. Conseguimos un pequeño comedor alejado, al final de la sala, a
unas cien yardas de la entrada principal, colocamos unas 20 sillas,
invitamos a otros tantos amigos personales y leí Rev. Sam Jones’s Reception
in Heaven, y nos divertimos mucho. Luego, cerveza con gaseosa para los
hombres, crema y agua de Seltzer para las mujeres; después, una
conversación sobre literatura, y estuve fumando con el propietario hasta la
medianoche; y luego, a mi habitación.
Tuve que salir pitando hacia Nueva York para llegar a tiempo del «Sam
Jones», diluviaba de forma tormentosa; pero resultó todo muy agradable,
ambos bajo la lluvia y en el tren. Partí a las 4, y estaba ya de vuelta a las 8
de la tarde. Desearía que estuvieras conmigo. A veces hay 500 huéspedes
en el hotel, gente muy agradable. Las verandas son amplísimas y dan cabida
a un gran número de personas sin sensación de agobio ni de incomodidad.
Los barcos pasan veloces frente al hotel durante todo el día, y por la noche
disfrutamos de las estrellas, la luna y el lejano parpadeo de los faros.
Ha hecho frío todo el día, pero ahora está más templado. Buenas noches
a todas vosotras, cariños míos. Te quiero.
SAML
THE PLAYERS, 23 DE JULIO DE 1894

Mi amor, percibo cuidadosamente todo lo que dices en tu carta del 12;


lo percibo reverente y cariñosamente, honrándote y queriéndote por lo que
dices y por la actitud serena que adoptas. No puedes adoptar ninguna otra;
no desearía que adoptaras ninguna otra, no soportaría que adoptaras
ninguna otra.
Mi propia actitud debe diferenciarse necesariamente de la tuya en uno o
dos detalles. Mi primera obligación es hacia ti y las niñas… la segunda es
hacia los demás. Primero tengo que protegerte… protegerte de ti misma.
Una vez que haya cumplido con ello, tengo intención de ocuparme todo
cuanto pueda de los demás, a quienes se lo diré en el momento oportuno.
Todos están actuando con generosidad… incluso el banco. Hemos
llegado a un acuerdo en todo, excepto en las regalías de Pudd’nhead.
Quiero encargarme de que, si se siguen oponiendo de forma tan insistente al
20 por ciento, se queden el libro por menos dinero. Cuando este detalle esté
solucionado, estaré libre de acciones legales durante un año. En ese tiempo
espero poner los derechos de autor totalmente a salvo, así como a nosotros
mismos. El Sr. Rogers sigue retenido en Washington. Espera poder regresar
esta noche. Por lo que confío en que pueda firmar los papeles mañana. Creo
que no falta nada más que su firma. Cuando los papeles estén firmados, le
pediré que me deje comunicárselo a los acreedores… pero no me dejará.
Probablemente dirá: «Eso podría relajarlos; déjelos solos… trabajarán más
duro; ya habrá tiempo en un año».
Fíjate, mi amor, en que nadie me puede acusar de conducta deshonrosa;
no soy culpable de nada; no seré culpable de nada mientras no abandone a
mi familia para ocuparme de los demás. El día que lo hiciese, la gente
tendría derecho a insultarme; mientras tanto, no pueden hacerlo. Esos
acreedores me han obligado a hacer una cesión… Dios sabe que yo no
quería. Deben afrontar parte de los problemas ellos solos. Me hicieron un
gran favor y les estoy muy agradecido por ello; intentaré y haré lo posible
por que no pierdan ni un penique.
Imagínate que padre hubiese estado en el lugar del Sr.  Rogers. ¿Me
habría dado un consejo diferente? Desde luego que no. Habría dicho: «Si
dejas que tus derechos caigan en manos de esos acreedores, los liquidarán
rápidamente y nadie tendrá su merecido. Si los mantienes y administras tú
mismo, todo el mundo conseguirá el cien por cien».
Vida mía, te quiero, te honro, y no voy a hacer ni una sola cosa
deshonrosa. No voy a perjudicar a nadie. Si alguna vez lo hiciera, tú no
serías la primera.
Nada de lo que pueda decir ningún periódico me hará daño mientras no
intenten insinuar que no hago distinciones entre tú y los demás acreedores.
De lo contrario, se van a enterar de quien soy.
En el momento en que el Sr. Rogers haya firmado los papeles empezará
mi campaña. Me pondré directamente a trabajar y haré todo lo que pueda
para vender las acciones. Tengo que guardar la calma hasta entonces. Esta
gente está fuera de la ciudad, pero sé cómo encontrarlos. El hermano del Dr.
Rice va a ser mi agente. Voy a verle el miércoles por la mañana. No puede
desplazarse a Nueva York antes.
Ahora iré corriendo a ver a la Sra. Rice, que pasará por aquí a la 1 h 15
de la tarde… es decir, ahora.
¡Estoy tan contento de que Susy vaya a terminar el tratamiento!
Con mundos de amor,

SAML
26 BROADWAY, 26 DE JULIO DE 1894

¡Buenos días, mi amor, deseo que estés bien! Yo estoy muy contento, no
puedo evitarlo; y espero que tú y las demás también estéis muy contentas, y
no podáis evitarlo.
Me encantan mis abogados. El Sr. Stern dice que no llevará nuestro caso
como llevaría el de un arruinado corriente, sino que tendrá en todo
momento en cuenta mi fama mundial, y no hará ningún movimiento que
pueda ser criticado e interpretado como un quiebro al más alto patrón del
honor; que tendrá en cuenta la fama que heredarían mis hijas, nietos y
tataranietos, y que la considerará como el más importante de los intereses
en juego; que pagaremos el cien por cien, pero que conseguirá la manera
mejor y la más inteligente de efectuar el pago.
De todas formas, ésta no es la razón por la que esté tan
extravagantemente alegre; es otra cosa… una oferta de Harpers, por Juana,
muy satisfactoria. Me lo pensaré, y puede que termine por aceptarla. Creo
que el Century daría más.
Ahora mismo salimos hacia Fairhaven.

Con mucho amor, mi vida


SAML

P. D. El Sr. Rogers se inclina por aceptar la oferta de Harper.


HOTEL BRIGHTON, 218 RUE DE RIVOLI, PARÍS,
31 DE JULIO DE 1894

Querido Youth: Hoy hemos regresado de Fontainebleau. Nos repatea


tener que abandonar ese hermoso lugar. Es sencillamente encantador. Susy
ha disfrutado mucho. Recelaba de que nuestros viajes terminaran, y yo
también, por eso sigo pensando que será muy favorable que nos instalemos
en Etretat.
Hoy hemos llegado aquí un poco antes de la una. Esta tarde salimos
para tomar el té y, mientras estábamos tomándolo, la Srta. Dater entró en el
Café donde nos encontrábamos. Acababa de llegar de Etretat, y le dijo a
Susy que era un lugar precioso. He tenido cuidado de no decirle ni una sola
cosa alentadora acerca de ese lugar, le he expuesto sin embargo todo lo que
en él pudiera resultar desagradable, la soledad en que se encuentra situada
la casa de campo, etc. Me pareció mejor que todo lo agradable constituya
una sorpresa para ella.
Oh, mi amor, espero que puedas venir pronto. ¿Estará siendo éste un
momento difícil para tus negocios? Rezo por que no sea el caso. Hace tanto
calor que todo el mundo está fuera de la ciudad. Me percato de que no
puedo esperar mientras tú esperas a otras personas. ¿No podrías dejar el
trabajo en manos del Sr. Geo. Warner? Es decir, si crees que ahora no es un
momento necesario para ocuparte tú de él.
En una carta que he recibido hoy, Sue dice que siguen sin saber si estás
en América o no.
Dices que el Sr. Rogers quería pedirles a los acreedores 25 centavos, y
que tú considerabas que 20 son suficientes por Pudd’nhead Wilson. Si yo
estuviera allí, probablemente pediría por ello a esos acreedores 10 o 15. Lo
que queremos es que obtengan todo su dinero de Webster and Co., y
ayudarles en la medida de lo posible. Oh, mi amor, deseamos pagar estas
deudas, y no sólo queremos tratar a todos con honradez, sino también
ayudarles cuanto nos sea posible. Se trata de dinero ganado honradamente,
y no termino de entender el tono que empleáis los dos, tú y el Sr. Rogers…
De hecho no lo entiendo en absoluto. Dices que el Sr. Rogers les ha dicho a
los acreedores cosas hirientes y explícitas (no recuerdo cómo lo escribiste);
debería sin embargo pensar que son los acreedores quienes podrían decirnos
cosas hirientes.
Cariño, no puedo hacer nada en mi nombre que no apruebe. Creo que no
sólo les debemos dinero a estos acreedores, sino también disculpas por no
haber podido pagar las facturas cuando vencieron. Cuando paguemos todas
estas facturas, cosa que por supuesto haremos, no quiero que los acreedores
piensen que hemos actuado con dureza, injusticia, o sin generosidad hacia
ellos. Quiero que se den cuenta y que sepan que hemos tratado sus intereses
con una seriedad mayor, mucho mayor que con los nuestros propios. Sabes,
mi amor, ahora es el momento de que afiances o arruines el buen nombre
que te has ganado. No dejes ni por un instante que tu conocimiento de
nuestra necesidad de dinero venza a tu sentido de la justicia y de la
generosidad. ¡Mi dulce y querido amor! No irás a ignorar mis palabras y
pensar que no te comprendo, ¿verdad? Frente a cada propuesta, tendrás
siempre en cuenta si yo la aprobaría o no, ¿no es así?
Qué delicada es la mención de tu defensa de Harriet Shelley. Estoy
encantada de que haya recibido un merecido elogio. Me gusta mucho. Susy
recibió la revista, y esta noche volveré a leer el artículo[56].
Me gusta mucho Golden House, del Sr. Warner. Será sin duda algo que
hará ruido. Compramos un ejemplar de la revista porque el nuestro no ha
llegado. Espero que el número de Inglaterra llegue pronto. ¿Podrás
averiguarlo? Vuelve pronto, mi amor: no puedo expresar lo mucho que te
quiero… Tu honor está por encima de cualquier otra cosa. No te olvides de
escribirme con sinceridad acerca de todo, de la máquina y todo lo demás.
Nos vamos a Etretat mañana al mediodía.
Buenas noches, tuya, en el amor más profundo de mi corazón

LIVY L. CL

P. D. Este poema, que salía el otro día en el Critic, expresa exactamente


lo que siento por ti, y con más precisión y propiedad de lo que jamás podría
hacerlo yo.

The Night has a thousand eyes,


And the day but one
Yet the light of the bright world dies
With the dying sun.
The mind has a thousand eyes,
And the heart but one
Yet the light of a whole life dies
When love is done[57].

THE PLAYERS, NUEVA YORK, 5 DE AGOSTO DE 1894

Querida Livy, fui a Harper el viernes por la urde para arrebatarle el


Juana de Arco, pero allí me encontré con Harry Harper; es un hombre
encantador, y llegamos a un acuerdo en cinco minutos. Luego quiso que me
fuera con él a su casa, que está en la zona costera de Long Island; y allí he
estado hasta hace unos minutos. Es una familia encantadora, y cuando
vengas les avisaré para que puedan conocerte. Les gustan mucho los
Hutton. Tienen varios hijos; entre ellos una hija de unos 18 o 20 años y un
hijo, que está a punto de entrar en Harvard. Me habría quedado un día o dos
más si no tuviera trabajo. Además, quiero estar disponible para el
Sr. Rogers; porque tengo la honda esperanza de que si Broughton llega esta
noche (tal y como está previsto), podremos llegar al final a tiempo de que
yo embarque el sábado que viene.
Cuando zarpe, le mandaré un telegrama a un artista de Harper
diciéndole que vaya de París a Etretat para ocuparse de mis (tus)
ilustraciones para el Juana.
Harry Harper es abierto, honesto y sincero; y no dudó en decirme
(después de que yo le explicase que no podía permitirme soltar el libro con
las condiciones que me ofrecían), que estaba encantado con el libro y que
Alden se decepcionaría profundamente si se le escapara de las manos.
Le contesté que las condiciones podrían ser bastante generosas si
conseguíamos mantener la autoría en secreto, pero que si el secreto salía a
la luz y mi nombre tenía que aparecer, considero que habría que aumentar el
precio un 25 o un 30 por ciento (las condiciones de Pudd’nhead Wilson).
De manera que llegamos a un acuerdo sin ningún problema. Quiere que
escriba algunos artículos.
Y ahora he regresado aquí y no hay ninguna carta tuya…, de ahí mi
decepción; pero no me quejo, mi amor. Te quiero demasiado, éste es mi
único defecto.

SAML
EN CASA, HARTFORD, 20 DE MARZO DE 1895

Querida Livy, cuando llegué a la ciudad no quise ni acercarme a la casa,


ni ir a ningún lado ni ver a nadie. Me dije a mí mismo: «Si puedo evitarlo,
nunca más volveré a vivir en Hartford».
Pero en cuanto pasé por esta puerta principal, me invadió un imperioso
deseo de que volviésemos a estar todos dentro de esta casa, de inmediato, y
de que nunca más volviésemos a salir de estas tierras… por lo menos, no
tener que volver a Europa.
Cuán horribles, sin gusto y repulsivos son los interiores que he visto en
Europa, comparados con el gusto exquisito de esta planta baja, con su
maravilloso color tan armónico y su omnipresente espíritu de paz, serenidad
y profundo bienestar. Tú lo hiciste todo en esta casa; habla de ti y lo
proclama constantemente con elocuencia. Es la casa más hermosa que
jamás haya existido. No tenía ni la menor idea de cómo era. Creía que sí la
tenía porque la había visto con sus envolturas y sus disfraces varias veces
durante los últimos tres años, pero estaba en un error; había olvidado por
completo su antiguo aspecto. Así que, cuando entré por la puerta principal y
me vi frente a toda su riqueza y belleza, despojada de coberturas y de velos,
casi me quedo sin aliento. Katy conserva cada alfombra, cada cuadro, cada
adorno y cada silla exactamente en el sitio de siempre, el lugar estaba
asombrosamente radiante, espléndido, hogareño y natural; era como si me
hubiera despertado de golpe de un sueño infernal y nunca hubiese estado
ausente, y tú fueras a bajar suavemente por las delicadas regiones de arriba
con las niñas, pequeñas, siguiéndote.
Tu silla mecedora (anteriormente de Madre) estaba en su sitio, y la
Sra. Alice intentó decir algo al respecto, pero rompió a llorar.
21 DE MARZO (EN CASA DE TÍO Joe)

Iba a cenar aquí a las 6h 30; y eso he hecho. Era su primer día, y su
primer almuerzo. Yo llegué a la casa primero, y les recibí. Luego John trajo
las rosas y tu tarjeta, lo que emocionó muchísimo a la Sra. Alice. Adiós, mi
vida, adiós.

SAML

P. D. Hartford retumba con un estruendo de bienvenida en tu honor y en


el de las niñas… porque he corrido el rumor de que vais a venir a América
en mayo. No puedo describir con palabras con qué adoración y con qué
entusiasmo os quieren en esta ciudad; y la andanada me alcanza incluso a
mí, porque te pertenezco; salpicaría hasta a tu perro, si tuvieras uno. Evito a
todo el mundo. He viajado desde la casa de Joe hasta la calle principal en
tranvía, con Sam Dunham, y en ningún momento he dado muestras de
haberle visto. Unas horas más tarde volví a hacer todo el trayecto con él, y
volví a disimular. Él, una mujer y yo éramos los únicos que quedábamos en
el tranvía, y cuando andaba yo tras sus pasos, ya fuera, se giró y me
reconoció. Su afectuosa, llamativa, efusiva y alegre bienvenida fue de lo
más conmovedor que he visto jamás. Y su rostro, radiante…, y sus grandes
y cálidas manos…, en fin, tendrías que haberlo visto, te hubiera conmovido.
He decidido una cosa: si viajamos alrededor del mundo, cuando
regresemos, nos mudaremos a nuestra casa; si no viajamos alrededor del
mundo, nos mudaremos allí cuando ya no estén los Day.
No te puedo describir lo pobre, vacía y ofensiva que es [Europa]
Francia, comparada con América… desde mi punto de vista. En el
momento en que pisé América, fue como si hubiera despertado de una
odiosa pesadilla.
Los Twichell son encantadores…, pero eso tú ya lo sabes. Están
pidiendo a Susy y a Clara que su estancia con ellos sea ilimitada; incluso
quieren que vayan a los Adirondacks con ellos. Los Day también quieren
que los visiten. Les he dicho que tú no puedes visitar a nadie, pero que
puede que vengan las chicas mayores. Te quedarás en Nueva York hasta que
ese médico se marche, en julio. Tiene que curarte.
Adiós, mi amor, me voy a Nueva York ahora. Ésta es prácticamente la
última carta que voy a escribirte… probablemente la última… no lo sé.

SAML

Los Twichell envían montones de amor; la Sra.  Whitmore también.


Nuestra Katy sigue siendo la misma Katy de siempre. No se quedará con
los Day, porque sin «la familia» aquí sentiría tanta nostalgia que no podría
soportarlo.
CALCUTTA, 7 DE FEBRERO DE 1896[58]

Mamá está entretenida con mi pluma, rechazando invitaciones. Y todo


porque no te tenemos ni a ti, ni a la Srta.  Foote, ni a la Srta.  Davis, aquí,
para disuadirnos de alguna de nuestras estúpidas insensateces, y
reemplazarlas por pensamientos sanos…, y, en consecuencia, con entidad.
Anoche, regresando de Benarés, cogí frío y ahora estoy recluido en el hotel,
intentando matar de hambre al resfriado. Así que, en vez de fiestas en el río,
cenas y esas cosas, los tres debemos declinar las invitaciones y quedarnos
en casa. Es una verdadera lástima… sí, y es muy ridículo. Estoy convencido
de que los desesperantes catarros y los carbúnculos se deben a una mente
enferma, y que vuestra ciencia mental podría ahuyentarlos, si tan sólo os
tuviéramos a alguna de las tres aquí para aplicarla. No puedo expresar con
palabras lo contento y lo agradecido que estoy de que te hayas convertido a
esa racional y noble filosofía. Aférrate a ella; no dejes que nadie te disuada.
De todas las riquezas de la tierra, ésta es la mejor y la que más enriquece a
quien la posee. En París siempre pensé que si regresabas a América y
estudiabas esa metodología con tu claro entendimiento, sabrías ver su
verdad y estarías a salvo…, para siempre a salvo de las enfermedades que
amenazan la vida convirtiéndola en una carga. Comunícales mi
agradecimiento a la Srta. Davis y a la Srta. Froote… Tengo una deuda con
ellas que excedería los límites de mi vocabulario, y aun así quedarían 9/10
partes por pagar.
GUILDFORD, DOMINGO AL MEDIODÍA,
16 DE AGOSTO DE 1896

Mi amor, has estado en mi mente hasta que me fui a dormir anoche, y


también esta mañana cuando he despertado, y siempre has estado en ella
desde que… No has estado ausente ni un solo momento de vigilia desde que
desapareciste de mi vista. Espero que hoy no estés triste, pero me temo que
sí lo estarás. Tú y Clara estáis haciendo la única travesía triste de todo el
viaje alrededor del mundo. No soy extravertido, siempre estoy escondiendo
mis sentimientos; pero ayer se me encogía el corazón. No podría decirte
cuán profundamente te quiero, ni lo apenado que he estado por ti, ni cuánto
me he compadecido de ti por ese horrible problema en el que te han metido
mis errores. Sé que me perdonas, pero yo nunca me perdonaré mientras siga
habiendo vida en mí. Si encuentras a nuestra pobre y pequeña Susie en el
estado que imagino, tus queridos pensamientos serán más sombríos la
próxima vez que te vea. (Sé buena y cúrate, querida Susy, no le partas el
corazón a tu madre). Esta mañana he estado pensando en la cama que [es
siempre lo último] nunca estamos preparados para las calamidades que
acechan.
He llevado al Sr. Smythe a almorzar al hotel; a las dos partimos hacia
Guildford. Estaba tan agotado y perturbado que olvidé enviar el telegrama;
pero no pasa nada. Caminamos hasta la oficina de correos, y lo envié antes
de las cuatro; además, de todas formas, quería resolver allí lo de mi
dirección cablegráfica; cosa que hice. En adelante será simplemente
«Clemens Guildford».
Le envié una tarjeta a Chatto[59], diciendo: «Ven el lunes como
habíamos previsto»; y otra a los agentes de Weybridge, diciéndoles que me
quedaría aquí y esperaría a que llegase la vajilla. Hoy le enviaré unas líneas
a la terrible Srta. Hawdon, diciéndole que te has ido [y]… no sé qué más.
Le hablé a Emily de esa pequeña factura que hay que pagar; recordaba
el nombre. (Estoy escribiendo apoyado sobre las rodillas). Anoche me puse
las zapatillas y anduve por ahí sólo vestido con mi camisa. El Sr. Smythe y
yo jugamos al billar hasta las doce de la noche, y le presté el pijama que no
me había puesto. Se ha ido a Londres y regresará a las 6h 30 con sus cosas.
Satán (el gato) entró temprano por la ventana y se echó una siesta. Esta
mañana ha llegado un paquete de fotos de Francia para Clara. Emily tiene la
llave de la habitación principal. Esta mañana ha llegado tu nota desde el
barco. Mi amor, me acordaré del día libre de Emily, el jueves 26.
Lunes al mediodía. Según parece mi editor Chatto está de vacaciones.
No sé nada de él.
Te adjunto una carta que ha llegado esta mañana referente a las fotos.
No está firmada, pero supongo que es de la Srta.  Blood… así que la he
contestado.
Las criadas son excelentes. Se encargan de todo lo que el Sr. Smythe y
yo necesitamos, y mantienen la casa bien organizada.
(Querida Susy, espero que estés bien [hoy] y que no sufras; eso alegrará
a mamá. Has padecido una amarga enfermedad, mi pobre niña).
Anoche hizo mucho frío. Tuve que ponerme otra manta y cerrar la
ventana. La segunda manta fue el elegante manto que dejaste colgado de la
puerta del cuarto de baño. Siento que te la dejaras y también el chal gris…
los habrás necesitado en el mar.
Esta pluma goteaba tinta por el cargador, pero le he pegado bordes de
sellos alrededor, y creo que ya está arreglada.
Querida Livy, eres tan buena, adorable, leal y maravillosa… la mejor de
las personas, la más extraordinaria y la más adorable que jamás he
conocido; y nunca he sido digno de ti. Tendrías que haber sido el premio
para un hombre mejor… un hombre que estuviera más a tu altura. Pero te
quiero con todo mi corazón, desde el lugar que me corresponde, a tus pies.

SAML

P. P. D. Ha venido Chatto.

P. D. Hoy envío esto con el New York y mañana mandaré unas líneas
más con el barco de vapor del miércoles.
19 DE AGOSTO; 6 DE LA TARDE

Me he pasado todo el día solo… pensando; a veces pensamientos


amargos, a veces sólo tristes. Reprochándome a mí mismo el haber
colocado la primera piedra de todos nuestros problemas y de este desastre
final al oponerme a Pamela cuando no quiso que Annie se casara con ese
aventurero de Webster. Reprochándome a mí mismo un millón de cosas por
las que he traído desgracia y sufrimiento a esta familia. Y he estado
releyendo la carta de Sue que recibí anteayer, escrita tres días y medio
después del episodio maníaco-depresivo de Susy; la he leído y me he
sentido muy agradecido de que tú y Clara vengáis; y es que ahora la he
leído bajo una luz nueva y he percibido que había avisos en ella que antes
no eran aparentes. Sí, y he estado buscando cartas… en vano. No tengo
ninguna carta escrita por Susy… bueno, digamos que no más de una línea.
Sue dice que después de que la llevaran a nuestra casa, se levantó, y ya
vestida estuvo escribiendo todo el tiempo… ¡Pobre mente atormentada!
Espero que hayan guardado todos los fragmentos; pues a menudo han
debido de sospechar que ésas iban a ser las últimas cosas que manarían de
esa delicada mente. Sé que si están allí, los encontrarás. Ojalá me haya
escrito algunas líneas… aunque no me lo merezco. Tú sí, pero yo no. Tú
siempre le escribiste, a pesar de la carga de todas tus tareas…, tú, la más
Bel y leal esposa, madre y amiga del mundo; pero yo la desatendí, igual que
he desatendido a todo el mundo con mi egoísmo. A todo el mundo excepto
a ti. A ti, siempre te he escrito; porque siempre estás en mi corazón, siempre
estás en mi mente.
Piensa en cómo hubiera sido todo… si hubiese seguido viviendo con su
perturbación mental… Porque el Dr. Stearns me dijo una vez que cuando
una persona pierde realmente la razón, no hay vuelta atrás, no hay
recuperación posible. Pobre niña, su [calamidad] ataque ha sido breve, y no
persistente ni horrible como el de Winny Howells. La hermosa fábrica de su
mente no llegó a quedarse lentamente en ruinas, su luz no llegó a
convertirse lentamente en oscuridad, sino que se desvanecieron veloces en
un caótico esplendor. Esto es una bendición. Nos ayudará a soportar lo que
ha sucedido.
Lleva todo el día lloviendo… no, lloviznando, y está triste y oscuro. No
podría ser de otra forma. Hoy no sabría cómo dar la bienvenida al sol.
Me pregunto si te volveré a escribir. La carta no te llegaría; porque
ahora no tenemos ninguna necesidad de quedarnos en América; sólo nos
queda una cosa que hacer: escondernos en algún pueblo inglés, alejado de
toda mirada humana. Creo que zarparás el 2 de septiembre. Pronto lo sabré.
Sin embargo, deseo que veas a ese médico en Nueva York y que sigas su
tratamiento.
Ojalá estuviera contigo… para tenerte cerca de mi pecho y entre mis
brazos protectores cuando el barco toque tierra y [los sollozos] las lágrimas
de Charley lo revelen todo sin hablar…
Te quiero, mi amor… Ojalá no hubieras tenido que pasar por este
indescriptible sufrimiento.

SAMUEL

P. D. 19 de agosto

Oh, mi descorazonado amor… no, no tienes el corazón roto todavía,


porque todavía no lo sabes… pero ¡qué noticias te esperan! ¡Qué mundo
más amargo y más indigno es éste! Ayer estábamos aquí jugando al billar,
riéndonos y conversando, y tú y Clara estabais en el mar planeando tomar
éste, aquél, o ese otro tren con destino a Hartford, según las posibilidades, y
barruntando y pronosticando cuándo podríais sacar a nuestra pobre Susy de
Hartford para embarcarla; y en ese mismo instante en el que nosotros cuatro
estábamos haciendo todas estas cosas, Sue y Charley estaban susurrando:
«Está abandonando este mundo»…, y luego: «Todo ha terminado». ¡Oh,
Dios mío! Mi amor, no te diré las cosas que guardo en mi corazón y en mi
boca…, es mejor que permanezcan en silencio. [¿Por qué te ha tocado a ti
esta calamidad?]
Más tarde. Acababa de enviarte una alegre carta acerca de las críticas
del Juana de Arco y de asuntos de libros cuando llegó a mis manos el
telegrama en el que Charley y Sue decían que nuestra pobre niña había sido
«liberada». Fue un shock. No estaba soñándolo. Me tambaleé. Quería a
Susy, la quería mucho; pero antes no me daba cuenta de la profundidad de
este amor. Pero…, mientras derramaba lágrimas, todavía fui capaz de decir:
«Mi sufrimiento es por la madre… yo, estoy agradecido; al margen de mi
amor egoísta, no podría haber ocurrido de otra forma».
Tú la verás. Oh, ojalá pudiera verla, y acariciar su rostro inconsciente y
besar sus labios sin respuesta… pero no la traería de vuelta… no, ni por
todas las riquezas de miles de mundos. Ha encontrado el regalo más
preciado que este mundo puede ofrecer, y no la voy a privar de ello.
Consuélate, mi amor… nuestra liberación llegará en su momento.
Consuélate, pensando que ya no tendrá que enfrentarse a más adversidades,
sufrimiento y dolor, y que la pérdida de un hijo jamás romperá su corazón.
¡Cuánto hiciste tú por ella! ¡De qué manera te dedicaste a ella, noche y
día, sacrificando tu fuerza y tu sueño! ¡Qué leal fuiste con ella! Hiciste por
ella todo lo que una madre puede hacer por un hijo, fuiste para ella todo lo
que una madre puede ser; calma tu sufrimiento pensando que no tienes nada
que reprocharte.
Tengo la impresión de verla en su ataúd… no sé en qué habitación.
Espero que en la biblioteca; porque allí jugábamos juntos y felices la mayor
parte del tiempo ella, Ben y yo cuando éramos niños. Ojalá hubiera cinco
ataúdes, uno al lado de otro; lo deseo con toda mi alma. Tú, Jean, Charley,
Sue y todos vosotros estaréis juntos el domingo en esa habitación, con
nuestra liberada y feliz Susy (y con nadie que no sea de la familia, excepto
Katy)… Y yo no estaré allí físicamente, pero sí en espíritu. Qué hermosa es
la muerte, y de qué forma tan cicatera se reparte.
Murió en nuestra propia casa… no en casa ajena; murió allí donde cada
pequeña cosa era familiar y querida; murió donde había pasado toda su vida
hasta que mis delitos la convirtieron en pobre y en exiliada. Qué bien que
regresara a casa.
Las criadas [saben] parecen sospechar que pasa algo, y me persiguen
proponiéndome amablemente sus servicios, ofreciéndome el almuerzo, etc.
Y Emily ha estado aquí de nuevo, después de todas estas evasivas, y en
silencio ha colocado frente a mí una licorera de Oporto y unas galletas. Y
creo que Smythe sospecha por qué no iré a comer. Estoy encerrado en la
sala de estar. Creo que esta noche sí que iré a cenar.
Querida Livy, me apiado de ti… y tienes todo mi amor. Sin embargo,
qué afortunada es nuestra pobre Susy…

SAML
GUILDFORD, VIERNES 21 DE AGOSTO [DE 1896]

Oh, mi pobre Livy, cariño, mañana a las ocho de la mañana tu corazón


se romperá, Dios sabe la compasión que siento por ti. Smythe y yo hemos
hecho lo que hemos podido: hemos enviado un telegrama al Sr. Rogers para
que el Dr. Rice esté a la llegada del barco y para mantener a todos los
demás amigos fuera de tu vista… porque si los ves en el muelle lo sabrás; y
te desmayarías antes de que el Dr. Rice pudiera llegar hasta ti.
Hora tras hora, mi percepción de la catástrofe que nos ha alcanzado me
oprime con más y más fuerza; y desde hace ya 48 horas tengo una frase
rondándome por la cabeza con una incesante iteración… sin detenerse y sin
pausas… «Nunca más la volveré a ver, nunca más la volveré a ver». Tú sí
que verás su sagrado rostro una vez más… Me siento muy agradecido por
ello.
Pero aunque mi corazón se rompa, seguiré diciendo que ha tenido
suerte; y no la llamaría de vuelta ni aunque pudiese.
Me alimento… porque tú lo deseas; sigo viviendo… porque tú lo
deseas; juego al billar, y juego, y juego, hasta que me caigo… para evitar
volverme loco de tristeza y de resentimiento.
Cuando vengas, encontrarás mi salud perfecta… por ti.
Sé dónde estarás mañana y el domingo, y estaré a tu lado en espíritu,
dando cada paso contigo.
Dales mi amor a Clara y a Jean. Ellas son lo que nos queda de nuestra
riqueza.

Te quiero con todo mi corazón.


SAML
GUILDFORD, 25 DE AGOSTO DE 1896

Querida Livy, ayer recibí el telegrama en el que me preguntabas por mi


salud. Me alegré inefablemente de recibirlo, porque al llegar se llevó
consigo una carga cada vez mayor de desasosiego acerca de tu propio
estado de salud; entendí que su significado indirecto es un mensaje
diciendo: «No te preocupes por mí».
Ayer quise escribirte unas palabras, pero estábamos buscando casa y mi
corazón, demasiado acongojado como para escribir. Y luego sucedió algo
que me golpeó de forma muy brusca. Una de las casas que vimos me gustó
mucho por el vecindario… por el aspecto alegre, luminoso y hogareño del
lugar. Inconscientemente, me vi diciendo para mis adentros «Aquí habrá un
gran ambiente juvenil para Susy». Este pensamiento estuvo canturreando y
ronroneando en mi mente durante media hora…, no articulado, sabes, sino
como un pensamiento no formulado… hasta que de repente pensé: «Oh,
Dios mío, ella nunca lo necesitará».
Voy a dejar de escribir; el Sr. Smythe está esperando; vamos a ir a ver
una casa en Godalming. Te quiero con todo mi corazón, cariño.

SAML

P. D. Recibe el tratamiento para el corazón en N. Y…, y envíame un


telegrama cuando lo estés siguiendo.
GUILDFORD, 26 DE AGOSTO DE 1896

Al fin sé lo que es el sufrimiento, mi amor. Ya sé cuánto sufriré cuando


mueras. Ahora me doy cuenta de que nunca antes he sabido lo que era el
dolor, sino sólo un endeble atisbo de él. En el caso de Henry, no me autoricé
a pensar en mi pérdida, por temor a que la carga fuese demasiado dura de
soportar; pero en el caso de la pobre Susy, no tengo ninguna predisposición
ni deseo de sacarla de mi mente… es como si quisiera pensar en ella todo el
tiempo. Por ahora el entusiasmo por la vida me ha abandonado, lo cual es
normal. Antes había odiado la vida… desde que tenía 18 años… pero no
sentía indiferencia hacia ella. Aunque, no siempre me siento indiferente en
estos duros días. No, mi humor cambia; cambia de forma enfurecida, y
[vomito blasfemias] me enfurezco con rabia hasta lograr una especie de
desahogo.
Hace tan sólo ocho días, ella formaba parte de nosotros, y ahora…
Si yo estoy sufriendo tanto, cómo debes de estar tú… pues mi capacidad
para sufrir no se puede comparar con la tuya.
No ha llegado ninguna carta… ni una sola línea desde la carta de Jean
del 8 o del 9, y la de Sue, del 11. Deben de haber escrito después de esto y
antes de que zarparais; y seguro que me escribirían también después. Estaba
convencido de que recibiría cartas ayer u hoy…, seguro que mañana no me
decepcionarán.
Nuestra vida diaria continúa con su monótona rutina. El Sr. Smythe se
baña a las 8; yo, a las 8h 30, y me afeito; desayuno (con pescado o carne) a
las 9; el periódico, durante un cuarto de hora; luego un paseo de unas millas
por la ciudad y los bonitos alrededores, durante dos o tres horas, y
regresamos a la hora del almuerzo o un poco más tarde; después de comer,
billar y lectura… Yo, a menudo leo las cartas…, las cartas que me enviaron
Sue, Jean y Charley ¡y que ahora significan tanto, tanto para mí! Después
de cenar, billar hasta la una de la madrugada, o un poco antes si Smythe se
da cuenta de que ya no aguanta más de pie. Me canso tanto que si, una vez
en la cama, consigo hacer salir a Susy de mi mente, me duermo de
inmediato. No me despierto hasta que me llaman. Oh, te quiero, mi vida.

SAML
DESPUÉS DE LA CENA: 8H 45.

El Sr. Smythe ha subido a tumbarse para intentar atajar su dolor de


cabeza, y yo estoy solo con mis recuerdos de La luz que se apaga. Te
adjunto el párrafo que el Sr. Smythe dijo que te enviaría. Me dolió leerlo,
porque me recordó que, durante todos estos años, nunca había dejado de
tener la esperanza de que Susy se volviese a ocupar de mi biografía. Es
decir, conservaba la remota esperanza de que de vez en cuando podría
tomar algunos apuntes y de que mi muerte le devolvería el interés por el
tema, y que entonces escribiría el libro. Así que otra de mis ambiciones ha
sido enterrada en el olvido. Ha seguido el camino de todas las demás.
VIERNES AL MEDIODÍA.

Todavía tengo tiempo de añadir unas líneas antes de enviar esta carta al
barco de vapor de mañana.
Ayer no recibí ninguna carta de Hartford, ¡ni de ningún conocido o
amigo! No sé cómo describir mi decepción. Sue, Jean y Lilly Warner
pensaban, todas ellas, hasta el mediodía del sábado 15, que te ibas a quedar
aquí. ¿Pensaban que te contentarías con una carta por semana? Estoy
sorprendido. Cartas escritas alguno de esos [seis] 7 días… ¡esos terribles
días!… desde la última carta de Sue (el 11) hasta la tarde del 18… ¡ese
funesto día, ese día que jamás podremos olvidar!… estarían ahora en mis
manos. Pero no hay ni una sola línea. Puesto que ya has embarcado,
¿pensarían esos amigos que no quedaría nadie interesado en conocer los
patéticos detalles de los últimos días? Recibí un telegrama para el que no
estaba preparado en absoluto…, un mensaje cortante como una espada:
«Susy no aguantó la congestión cerebral y la meningitis y hoy ha hallado la
liberación, con sosiego»… Me he sentado y he intentado pensar cómo
puede existir algún ser humano, amigo o enemigo, civilizado o salvaje, que
selle sus labios, y me deje días y días sufriendo y esperando noticias que
nunca llegan.
Sólo un individuo en toda América me ha enviado una línea, ya sea con
noticias o condolencias. Son palabras de pésame de parte de… Harper &
Brothers. Llegó esta mañana, cuando estaba esperando al cartero. Les di las
gracias…, y lo hice de corazón.
No culpo a tía Sue… su corazón y sus manos han cumplido. No puedo
sentir más que gratitud hacia ella. Pero creo que Jean podría haberse
acordado de mí. O Katy, o Twichell, o alguien.
Te quiero con todo mi corazón, cariño.

SAML
GUILDFORD, 29 DE AGOSTO DE 1896

Me pregunto si dejó algún breve mensaje para mí, alguna pequeña


mención, que demuestre que pensó en mí. No me lo merezco; no me lo he
ganado, pero si hubiera dejado unas palabras para mí, espero que las hayan
conservado en sus términos exactos y que me las hagan llegar.
Mi remordimiento no me engaña. Sé que si ella regresara, pronto la
desatendería tanto como hice antes… es nuestra forma de ser. Pensamos
que lo haríamos mejor, tras la lección recibida. Pero no es así. Nuestras
naturalezas volverían a ser las mismas de siempre, y nuestra conducta
obedecería a sus órdenes. Mi egoísmo y mi apatía retomarían el mando, y
no sería ni mejor padre para ella, ni un amigo más complaciente, ni más
alentador, ni más atento de lo que era antes. Si pudiera traer a mi memoria
un solo ejemplo en el que hubiese dejado a un lado mis propios proyectos y
deseos y me hubiese puesto en clara desventaja para contentarla, olvidaría
todas las demás cosas para recordar sólo eso. ¡De qué manera te dedicaste
tú plenamente a ella! ¡Cómo pensabas por ella, planeabas por ella,
trabajabas por ella, empleabas tu capital o tu fuerza física y mental por
ella!… Y todo con entusiasmo y entrega… Oh, sí, e insistías una y otra vez,
aun cuando aparentemente no se producía el resultado gratificante esperado.
Fuiste la mejor amiga que tuvo en la vida, mi amor, y la más leal. Tenlo en
mente, y obtén de este pensamiento tu merecido consuelo, mi querida Livy.
DOMINGO 30, A MEDIA TARDE.

Sigo sin recibir ni una sola línea. Me parece que ya no lo aguanto más.
Hoy hace un día desapacible, frío y silencioso… con aire de domingo y
muy triste. Estoy solo porque el largo paseo ha cansado a Smythe, y
después de comer se ha ido a su habitación.
Pobre Susy; ya hace once días. «Tras la fiebre convulsa de la vida,
duerme con placidez»[60]. Y no volverá a despertar para mí.

«O for the touch of a vanished hand,


And the sound of a voice that is still!»[61].

Vaya un año de desgracias que hemos tenido. Hace muy poco teníamos
tres hijas, ahora hemos perdido a dos de ellas. Susy ha salido de nuestra
vida para irse a un lugar mejor; Clara ha salido de nuestras vidas para
acometer un cambio incierto… Algo que yo hubiera impedido si hubiese
podido.
Anteayer fuimos al Castillo; y me pareció que era un pariente mío, pues
yo también soy una ruina. Pero allí hubo consuelo para mí, y sanación:
porque todos los que bailaban y eran felices en aquellas salas que una vez,
hace mil años, fueron majestuosas, y danzaban y eran pura vida, han
seguido el camino de ese baile y son felices, y cuando llegue mi momento,
yo también seré liberado.
And the name of this Isle is the Long Ago,
And we bury our treasures there;
There are brows of beauty and bosoms of snow—
They are heaps of dust, but we loved them so!
There are trinkets and tresses of hair.
There are fragments of song that nobody sings,
And a part of an infant’s prayer;
There are broken vows and pieces of rings,
Theres a lute unswept & a harp without strings,
And the garments that she used to wear[62].

Es un mundo odioso, un mundo terrible… es el Infierno; pero el de


verdad, no la falsa invención de los supersticiosos; y hemos llegado a él
desde algún otro lugar para expiar nuestros pecados.
Y ahora, ¿qué podemos hacer? ¿A dónde podemos ir a escondernos
hasta que alcancemos la liberación? Porque ¿qué otra cosa nos queda por
hacer en este mundo?
LONDRES, 27 DE NOVIEMBRE DE 1896

La hemos perdido, y nuestra vida es amargura. Puede que la volvamos a


encontrar… no perdamos la esperanza. Dios sabe que somos mucho más
pobres con esta pérdida de lo que éramos antes; pero seguimos teniendo a
las otras, y eso es mucho; y también nos tenemos el uno al otro, mi amor, y
eso es riqueza.
Éste es el cumpleaños más negro que jamás he vivido: que nunca tengas
tú otro igual, mi vida.
Con montones de amor,

SAML
(CERCA DE BAR HARBOR) BASS BAY,
14 DE AGOSTO DE 1901,
10 DE LA NOCHE: ANCLADO[63]

Querida Livy, estoy contigo en espíritu cada hora que pasa, y sé cómo
debes de estar sintiéndote conforme estos tristes aniversarios emergen,
avanzan lentamente y decaen. Hoy es uno de ellos… y lo recuerdo. Tu
instinto maternal te avisó de que había un peligro y empezaste a temer la
tragedia; pero yo no sospechaba nada, y el atroz telegrama me pilló
desprevenido y me golpeó con una fuerza brutal. Ojalá pudiera estar
contigo estos días; sé lo que estás sufriendo, y aunque no pueda hacer nada
para aliviar tu dolor con palabras, la cercanía y el sufrir juntos nos
ayudarían mucho a los dos.
Incluso el hecho de que te esté escribiendo estas cosas puede que
acreciente tu sufrimiento, así que me voy a contener y no voy a decir nada
más acerca del tema sagrado… Me limitaré a pensar y a meditar, enviándote
mis pensamientos a través del aire y recibiendo los tuyos a cambio; como
estoy haciendo ahora.
Buenas noches, cariño, con amor y besos.

SAML
NEW HAVEN, 22 DE OCTUBRE DE 1901

Querida Livy, anoche no te escribí, porque eran las once cuando me fui
a la cama, y estaba en parte cansado y en parte perezoso. El desayuno iba a
servirse a las 8h 45, y pensé que tendría mucho tiempo para escribirte
después, pero me quedé dormido hasta las nueve… entonces bajé corriendo
y sin afeitar, y llegué justo a tiempo. La razón por la que no me afeité era
que no llevaba ninguna navaja en mi equipaje. Inmediatamente después del
desayuno le pedí prestada su navaja al otro invitado, el Profesor Walton,
que está aquí para representar a la Universidad de Edimburgo.
Los Stokes son encantadores[64]. Son tres hijas solteras muy altas; y el
Stokes de Ilsenberg, el hijo mayor, estará aquí mañana por la mañana.
La ceremonia de las tres de la tarde de ayer fue la primera que exigía
toga y birrete, y ha sido descrita como un espléndido despliegue de brillante
colorido.
La segunda ha tenido lugar esta mañana a las 10; estaban previstos
muchos discursos tremendos, y no he ido. Walton, su mujer, las muchachas
Stokes y yo hemos dado una vuelta por los edificios de la Universidad
durante dos horas muy agradables. En el campus, una multitud de
estudiantes coreó a voz en pecho el grito de Yale, terminándolo con un
«¡M-a-r-k T-w-a-i-n… Mark Twain!».
Cuando regresamos a la casa (12h 05) había llegado Choate; fuimos a
ver al Presidente Hadley, y dejamos nuestras tarjetas… ya que no había
nadie en su casa. Ya está hecho, y me alegro, porque, por descontado, me
salté su fiesta de recepción de ayer, y tengo intención de irme antes de su
fiesta de despedida de mañana, aunque es posible que no pueda hacerlo. La
recepción para el Presidente de los Estados Unidos es mañana por la noche,
de nueve a diez. La cortesía requeriría que me quedara; en cuyo caso no
llegaré a Riverdale hasta pasado mañana (miércoles) por la tarde.
El Sr. Stokes y William E. Dodge son primos.
La ciudad luce muy alegre con los adornos. El desfile de anoche fue
prodigiosamente largo, y resultó pintoresco e interesante; pero, por
supuesto, no se podía comparar en absoluto con la celebración del milenio
de la Universidad de Heidelberg… que no vi por pereza.
Te quiero mucho, mi vida, y te echo de menos, y a las niñas y a
Blennerhasset[65].

SAML

Desde la ventana veo docenas de brillantes togas transitando arriba y


abajo por la calle. Algunas de las extranjeras son como columnas de fuego.
QUARRY FARM, 20 DE ENERO, 9 DE LA TARDE [DE 1902]

Querida Clara, la Sra. Clemens está totalmente agotada y se halla aquí


tumbada en el sofá del salón, chismorreando con la Srta. S. Crane, y me ha
dado instrucciones de que te escriba para decirte que Jean ha estado mal
durante todo el día y hasta la cena de esta noche, que no se ha terminado.
Ha estado tendida en el compartimento del tren durante todo el viaje, y
continuamente ausente. La ansiedad del día (no el viaje) es lo que ha
cansado tanto a tu madre; pues el día ha sido hermoso y brillante; los
campos y colinas, una pura extensión de blanca nieve inmaculada; el tren,
casi vacío y con una deliciosa tranquilidad. Ahora Jean vuelve a ser ella
misma, y está afuera hablando con los criados. La palidez de su rostro ha
sido reemplazada por un buen color. Están aquí fuera hablando del perro.
No me dirige la palabra… todavía no me ha perdonado por lo del perro.
Esta región ha quedado suntuosamente recubierta de nieve, y se ve muy
hermosa bajo la luz de la luna; las luces de la ciudad la convierten en una
imagen increíblemente maravillosa. Esta yarda resplandece a la luz de unas
intensas chispas que cautivan la mirada y el espíritu… laderas de nieve
como azotadas por los rayos de la luna. La Sra. Crane y la Sra. Clemens, tu
madre, siguen chismeando felices… desollando a los de Elmira.
El tío Cholley y la tía Ida nos recibieron en la estación con una muy
cálida bienvenida. Subimos la colina con un estilo majestuoso, y unos
buenos trineos.
[Postdata de Olivia Clemens] 21 de enero
Buenos días, querida Clara, hoy te escribiré.
Jean está mejor, pero sigue sin estar del todo restablecida.
Te adoro

Tuya
MADRE
[Carta de Livy sin fecha]

Querido Youth, ¿acaso has olvidado la promesa que me hiciste? Dijiste


que yo estaba en tu pensamiento constantemente, que sabías lo que me
gustaría y que no publicarías lo que yo no aprobase. ¿Pensaste que
aprobaría la carta que has escrito a Marie van Vorst?
Hoy me siento desgraciada a más no poder debido a tu estado de
ánimo… tu estado de entendimiento. ¿Por qué no dejas que trabaje la mejor
parte de ti? Tu actitud actual te hará más daño que bien. Vas muy lejos,
demasiado lejos, con todo lo que dices, y si escribes del mismo modo que lo
has hecho en esta carta, la gente olvidará la razón que puedas tener y sólo
recordará la manera detestable en que lo dices. Cariño, cambia tu actitud
mental; intenta cambiarla. El problema es que no quieres hacerlo. Cuando
me pediste que probara la ciencia mental, lo hice, y sigo haciéndolo.
¿Dónde está la mente que escribió El Príncipe y el Mendigo, Juana de Arco,
El Yanqui, etc., etc., etc.? ¡Haz que regrese a ti! Puedes hacerlo si quieres…
si lo deseas. Piensa en el lado que yo conozco, el dulce, amado, el lado
tierno… que tanto amo. ¿Por qué dejar de mostrárselo al mundo? ¿Acaso
ayudas al mundo criticándolo con severidad todo el tiempo? Se ha hecho un
gran y noble trabajo, ¿por qué no reconoces esto de vez en cuando? ¿Por
qué siempre te obsesionas con la maldad, hasta que los que viven junto a ti
se rinden, y pareces casi presa de una manía obsesiva? ¡Ah! Te quiero
mucho, y espero que me escuches y me hagas caso. Tuya
LIVY
ROYAL POINCIANA, PALM BEACH, FLORIDA,
DOMINGO 16 DE MARZO DE 1902

Querida Livy, todo el mundo, en este gran hotel, lleva sombrero de


jipijapa…, y ni uno solo entre ellos es tan bueno como el que me dejé en
Riverdale. No recordaba que tenía uno así hasta que Rice me preguntó por
él. Me ha prestado un bonito sombrero flexible hasta que pueda comprarme
uno de paja fina.
Ayer fue un día muy duro: desde las nueve y media de la mañana hasta
las seis de la tarde, un tiempo de pleno verano, extenuante. Me he puesto
los pantalones cortos sin dudarlo un momento; y como cada habitación
tiene bañera, la hemos usado en seguida y nos hemos refrescado; nos
vestimos para la cena, bajamos los siete a la vez y nos sentamos a una mesa
redonda. Había  150 mesas redondas semejantes en la misma zona del
comedor, y se podían ver más de 200 en la otra zona. Cuando el comedor
está lleno, caben 2500 personas. Los pasillos del hotel ofrecen buenas
vistas… de hecho unas tres veces mejores que las de San Pedro, en Roma,
donde los transeúntes más alejados parecían niños. Uno de los pasillos,
según dicen, tiene 1700 pies de largo. Obviamente, éste es el hotel más
grande del mundo.
Después de cenar me fui directamente a la cama a dormir. Esta mañana
Joe Jefferson ha mandado su tarjeta y una nota, y luego vino en persona y
estuvo con nosotros media hora. Vamos a hacer una excursión con él en una
lancha de vapor esta tarde, a las tres. Es encantador. Podrías mandar su
tarjeta a la Srta. Harrison[66]; aunque es un autógrafo, no una firma.
Acabamos de regresar (1 h 30 de la tarde) de un paseo de dos horas en
unas sillas rodantes, de madera sauce, que funcionan impelidas por lo que
podríamos llamar la fuerza negra… El negro se coloca detrás de ti, y el
aparato es una bicicleta de tres ruedas con llantas de caucho. Iba muy
rápido. Visitamos las piscinas para cocodrilos y la granja de avestruces…, y
vimos cómo un avestruz se acuclillaba y ponía un huevo. Pocos turistas han
conseguido ver eso. A una le pusieron un sobrenombre, por el
Sr. Cleveland, y a otra, por mí. La Sra. Cleveland fue quien puso el huevo.
No hemos visto ningún país en el mundo cuyas características y plantas
sean más tropicales que en éste.
Se espera que el barco llegue a Miami esta noche. En cuanto nos lo
confirmen por telegrama, embarcaremos. Incluso es posible que venga hasta
aquí a buscarnos.
Livy, mi amor, envíame las cartas aquí:
A la atención de H. H. Rogers,
The West Indian Oil Refining Co.
La Habana, Cuba.
Hasta ahora, parece que éste es el único modo de ponerse en contacto
con nosotros.
Espero que no estés sola, mi vida, y que la vida y el mundo no sean del
todo negros para ti. Parece que me fui de casa hace un siglo. ¡Niñas, alegrad
los días de vuestra madre!
Con mucho amor para todas vosotras

SAML.

Me estoy interesando por las aguas termales. Iremos a un balneario


cuando yo regrese.

P. D. Te envié un telegrama desde el Ponce de León, y esperé recibir


una respuesta de tu parte aquí, pero todavía no ha llegado.
[FRENTE A MIAMI, FLORIDA]
¿19? DE MARZO [DE 1902]
ANCLADO… ESPERANDO

Querida Livy, esta mañana no hemos zarpado, sino que estamos


flotando, a lo lejos, en un brillante mar de una hermosa luz verde, el color
más precioso que puedas imaginar. Mar adentro había tormenta, pero ya ha
amainado, y el piloto dice que dentro de un rato saldremos.
No me das la oportunidad de olvidarte; encuentro tus atentas y adoradas
manos por todas partes y a cada instante entre mis cosas y mis pertenencias.
Por la noche tuve frío, y lamenté no haberme traído el batín marrón que me
compraste y que mil veces me había resultado tan útil. Encendí las luces y,
¡allí estaba, colgado en la pared! Por un momento, tuve la impresión de que
me habías oído y me habías respondido… como siempre haces cuando te
necesito. Ojalá fuera tan atento contigo como eres tú conmigo.
No se está mal, aquí, flotando en el maravilloso mar, este centelleante,
brillante y luminoso mar. Me siento afuera, en cubierta, sobre un cojín e
investigo las Indias Occidentales, y de vez en cuando intento escribir. Están
siendo unas vacaciones deliciosas, y desearía que estuvieras aquí; entonces
serían perfectas.
Ahora voy a darle esto al piloto; ya le he dado un telegrama diciendo
que zarparemos hacia la noche.
Amor para todas vosotras; adiós.
SAML
NASSAU, 2 DE ABRIL DE 1902

Querida Livy, ya se ha decidido que zarparemos mañana para


Jacksonville, donde llegaremos el 5; luego remontaremos rápidamente por
el río St. Johns para echarle un vistazo; después, a Charleston y a The Fair;
pararemos en algún lugar de Virginia para repostar carbón; luego, rumbo a
Nueva York. Parece, pues, casi seguro que estaremos en casa hacia el 12…
Espero que no surja ningún contratiempo.
Hoy te he mandado un telegrama para que escribas a Charleston;
teniendo en cuenta lo lento que va el correo, ello le da suficiente tiempo a
una carta para llegar allí antes que nosotros. He escrito a La Habana para
que envíen mis cartas a Riverdale.
Espero que estés bien del catarro; quería pedirte que me mandaras un
telegrama hoy, pero no he podido, puesto que íbamos a partir antes de la
noche. Ha pasado mucho tiempo desde que recibí cartas tuyas y de Jean…
Parece que hace semanas.
Hace una noche fresca y agradable, y una vez más llevamos abrigos y
chalecos; el calor había sido en todo momento muy agobiante, antes de que
llegáramos aquí.
Ayer nos desviamos de nuestro camino y perdimos un día visitando a
una mujer nativa de las Indias Occidentales que sirvió en la familia del
Sr.  Rogers hace 22 años. Vive en una solitaria y pequeña isla apartada
llamada Rum Cay, con una población de 3 blancos y 300 negros… todos
muy pobres; una vida solitaria, miserable y nada atractiva a orillas del mar,
y que casi nunca recibe visitas. Nuestra llegada fue un enorme
acontecimiento, y el magistrado inglés (el único oficial, y totalmente
desocupado) dijo que nuestra estancia iba a ser el tema de conversación en
el lugar durante meses. El sacerdote negro se alegró tanto al verme como si
yo fuera un hijo suyo desaparecido hace tiempo… Dijo que «no podía
creerse que en verdad me estuviera contemplando y viendo en carne y
hueso… había estado hablando de mí esa misma mañana… ¡Es como si
fuera un enviado de Dios, sí señor!».
Buenas noches, mi amor, os mando besos a ti y a las chicas.

SAML
HANNIBAL, VIERNES, DESPUÉS DE LA MEDIANOCHE
[SÁBADO 31 DE MAYO DE 1902]

Querida Livy, la segunda noche dormí muy a gusto en el tren, y me


levanté a las seis de la mañana, bien descansado; me afeité y me puse una
camisa blanca; desayuné en mi habitación al tiempo que un reportero de
St.  Louis, que se había subido al tren después de medianoche, me
entrevistaba.
Jim Clemens[67] y su primo, un tal Sr. Cates, vinieron a mi encuentro en
la estación y me llevaron al Planters, donde me quedé en el vestíbulo desde
las ocho hasta el mediodía hablando con reporteros y cientos de personas;
luego fui a las habitaciones de los pilotos con Bixby y charlé durante media
hora con los veteranos… varios de los cuales había conocido hace[55] 45
años. Después fui al edificio de la Bolsa del Comercio, con el Presidente,
donde solté un discurso de cinco minutos.
Más tarde, regresé al hotel y, unas veces sentado y otras de pie, estuve
charlando con gente (y con Bryan Clemens) hasta las dos y cuarto; luego,
me dirigí a la estación con Jim y Cates, y en marcha hacia Hannibal. En el
tren me saludó una mujer que me preguntó si yo sabía cómo se llamaba. Yo
le contesté que estaba seguro de que lo sabía. Pero tuve la gracia de decirle
que si ella me decía su nombre, le diría si era el que había adivinado o no.
Era la viuda del Sr. Lakenan. La conocí siendo niño. Hablamos durante tres
horas.
Llegué a Hannibal a las 5h 30 de la tarde, fui al hotel y una hora
después estaba ya en la cama…, tras dejar una nota indicando que no quería
ser molestado. Leí y fumé hasta las 10h 30; luego, a dormir; esta mañana
me desperté a las ocho; tomé un baño caliente; me afeité; me puse una
fresca camisa blanca y el traje gris más ligero; desayuné; llegué a la puerta
de la vieja casa en la que vivía cuando le encalé la cerca hace 53 años; [una
gran muchedumbre] me fotografiaron allí de pie, con un montón de gente
mirándome.
Luego fui en coche con la Sra. Garth[68] y su hija al cementerio y visité
las tumbas de mi familia.
Regresé al hotel hacia las 12h 30; descansé hasta las 2h 15, me llevaron
a la iglesia presbiteriana, y estuve sentado en la tarima tres horas y media
escuchando los discursos del Día de los Caídos; yo también dije unas
palabras.
De vuelta al hotel me puse un traje de etiqueta y una fresca camisa
blanca, y me planté en casa de la Sra. Garth, antes de las 6h 30, a tiempo
para la cena. Allí se encontraba Laura Hawkins (una compañera de colegio
de hace 62 años). Fumé y charlé, y a las ocho estaba listo para ir al teatro de
la ópera a entregar diplomas. (Era la ceremonia de graduación de la Escuela
Superior). Entré por la puerta de los artistas y me senté en la base de una
gran pirámide de muchachas vestidas de blanco (no se veía al público ya
que el telón estaba bajado). Cuando se levantó, apareció una sala
abarrotada, en la que reinaba un gran entusiasmo. Escuché los ensayos
durante tres horas; luego hablé durante 15 minutos; entregué los diplomas,
y les estreché la mano a multitud de chicas y a otras personas durante una
hora… Luego, a casa.
Por la tarde (se me olvidó mencionártelo) la iglesia estaba abarrotada;
yo era el orador número 3, y cuando di un paso al frente, la sala entera se
puso en pie, y aplaudieron tan fuerte y durante tanto rato, que cuando
pararon tuve que permanecer en silencio un largo minuto hasta que pude
hablar sin que la voz se me quebrara. Al final le estreché la mano a todo el
mundo. Ha sido un día ajetreado, pero no me he sentido cansado ni antes ni
ahora. Te quiero mucho.
SAML
Querida Clara, esta carta es para tu madre, pero asegúrate de no
enseñársela antes de que la hayas leído tú primero.

ELMIRA, 30 DE NOVIEMBRE DE 1902

Mi vida, fue una hermosa boda, hermosa; y [fui prudente] estuve atento
y pendiente de mi conducta y mis modales, fui el primero en abrazar a la
recién casada, y me sentí satisfecho de mí mismo hasta que llegó Ida
pidiéndome una oportunidad. Después de la cena me quedé detrás de los
novios y recibí el alud de enhorabuenas que caía sobre ellos y se cruzaba en
mi camino, tal y como hubiera hecho una autorizada y acreditada dama de
honor… Y todo eso fue un trabajo voluntario por mi parte, nadie me lo
pidió. Creo que había alrededor de [mil] 500 personas… no, más de 500…
no había visto a ninguna de ellas en la ciudad en todos esos años.
(Volviendo a la boda):
Cuando vi a la novia andando del brazo de su padre entre un mar
dividido de rostros… caminando con la misma marcha nupcial y entre los
mismos rostros… (algo descoloridos y arrugados)… 33 años de mi vida se
esfumaron, y era realmente nuestra boda de nuevo.
Y durante toda la velada estuvo presente la misma alegría, el mismo
entusiasmo e hilaridad de hace 33 años, revividos sin ningún cambio bajo el
mismo techo… ¡Dios mío, qué triste es una boda!
***

Pero debo decir algo acerca de mi banquete de cumpleaños. Fue


grandioso, muy halagador para mí y logrado con una suma elegancia. Todos
los oradores me precedieron: Howells, Reed, Depew, Wayne MacVeagh,
St.  Clair McKelway, Hamilton Mabie, Bangs, el Dr. Van Dyke (cada uno
precedido por largas introducciones del Coronel Harvey); por lo que
probablemente fuese bien entrada la medianoche cuando me puse en pie. A
lo largo de los numerosos discursos hubo copiosas ovaciones de
aprobación; pero esa noche, el último nombre (el tuyo) y el último elogio
pronunciado, fue lo que provocó la mayor explosión… cuando, al final,
expliqué lo que eras para mí…, con pocas palabras pero concretas y
sentidas… Dije que sólo la mitad de los invitados estaban presentes
físicamente, y que el resto, la mejor mitad, estaba ausente, pero presente en
espíritu. «Así que ella y yo, por boca mía y brotando de nuestro mismo
corazón, les estamos profundamente agradecidos, caballeros». (Ya les había
dicho «Ayer fue su cumpleaños»).
Howells opinó: «Es el mejor discurso que jamás has pronunciado…»
eso dijo, o algo parecido… Y «Ha sido espléndido concluirlo de esa forma,
con la Sra. Clemens». Él y John Hay, tratándose de los más próximos a mí,
fueron los primeros en acercárseme; y los demás se agruparon y me
felicitaron también… muchos de ellos tuvieron que abrirse camino por en
medio de la enorme sala para decírmelo, pero se sentían obligados a
hacerlo. Aquello habría corroído a Clara de envidia.

Te quiero con todas mis fuerzas,


YOUTH

Fue una cena privada (sin reporteros), no saldrá ninguna referencia en


los periódicos.
14 DE ENERO

Querida Livy, se ha producido un nuevo fenómeno: el mar ha


desembarcado. El agua, empujada por el viento en fruncidas ondas y largas
líneas, se ve blanca y helada, y parte de ella, trepando por la ladera de las
colinas recubiertas de hierba, ofrece el aspecto de un fragmento de mar
verde con arrugadas capas blancas, persiguiéndose unas a otras.
Te quiero, mi vida, te quiero mucho.

Y.
Rice ha sido encantador, y (como dijo Henry Robinson acerca de
Charley Clark) «divertido como una rana».
25 DE ENERO

Mi amor, está cayendo una fina y delicada nieve, y es hermoso observar


cómo queda espolvoreada entre las ramas desnudas. Blennerhasset está
disfrutándola: va corriendo por las altas ramas como si fueran una
plataforma de despegue y no para de corretear con alegría. Buenos días, mi
más preciado amor, te quiero mucho.

Y.
Cariño, voy a descansá como tú me dihiste que hiciera, y no me
levantaré po la mañana hasta que me zienta en plena forma. Te quiero
musho, cariño, viejo-joven amor de mi juventú y de mi vejez, y te doy un
bezo de buenas noches.

Y.
27 DE FEBRERO; POR LA TARDE

Las ashcats[69] se han ido a sus habitaciones y yo me he venido a la


mía; el día ha terminado, es hora de leer, fumar, reflexionar y dormir…
contigo tanto para el texto como para los matices, mi vida, a quien quiero…
Así que con un beso, y otro, junto a otros más, te deseo buenas noches y
dulces sueños.

Y.
Buenos días, mi vida, gracias por tu entrañable saludo. Pienso en ti todo
el tiempo, y ha sido por ti por quien he permanecido despierto hasta pasada
la medianoche, preparando esta tormenta de nieve y procurando tenerla lista
en el momento oportuno… cosa que no he podido hacer; pero si cogieras un
puñado de nieve y la examinaras, te darías cuenta de que jamás habrás visto
ninguna que pueda compararse a ésta en cuanto a su excelente calidad y a la
peculiar delicadeza de su fabricación, su acabado y su absoluta blancura,
excepto en el jardín trasero del Emperador, en Viena.
Te quiero mucho, continua y constantemente, mi querida
Livy.

Y.
No puedo encontrar lo del Padre Gerard[70]. Seguiré buscando más
tarde.
No estoy despierto todavía, querida Livy; odio despertarme, porque
dormir es muy reconfortante y apacible; de modo que no me despertaré
hasta que finalice un sueño que estoy soñando, en el que salen unas
personas ahogándose, y quiero verlo… Así pues, buenos días mi amor, te
iré a ver cuando me despierte.

Y.
QUARRY FARM, ELMIRA, 17 DE JULIO DE 1903

Clara, querida ratita, la razón por la que estaba preocupado es que tu


madre ha estado muy mal durante varios días y temí los efectos que
pudieran tener en ella tus revelaciones. La verdad, mi amor, casi me
desmayo al leer acerca de las carnicerías quirúrgicas a las que te ibas a
someter y a las que pensabas someterte. Pero estás perdonada. Puedes
contarlo todo, en lo sucesivo… tu madre debe saberlo.
Dice que sigas adelante, y que por supuesto no anules esas visitas de
vacaciones, si no hace demasiado calor.
Estoy tan contento de que vayas a salir de ese matadero y de que
regreses a casa con los restos de tu garganta. Aquí el aire es divino, y hará
que te recuperes. No hay mejor medicina que ésta.
Ahora que el tiempo se está poniendo lo bastante cálido como para
permitirlo, tu madre va a empezar esta noche a dormir fuera, al aire libre,
como experimento. Esto también será una medicina efectiva. Dentro de
casa duerme mal, y de forma interrumpida.
Ayer salió en coche con la tía Sue y la Srta.  Sherry[71]. Anoche la
llevamos en su silla casi hasta el pilón de Jean[72].
Mañana compraremos la Villa Papiniano por telegrama.
El 24 de octubre zarpamos con destino a Génova en un enorme y
elegante barco, el «Princesa Irene»… con habitaciones en la cubierta de
paseo.
Con mucho amor para ti y para Jean

PADRE
[NOTA DE LIVY, DE 5 DE AGOSTO DE 1903]

Oh, cuánto te quiero y cuán profundamente agradezco tus queridas


cartas. No puedo expresar lo agradecida que estoy por tu constante amor.
Me encuentro mucho mejor que a primeros de semana: la verdad es que soy
otra. No espero morir hoy, como pensé que podía ocurrirme el jueves. Con
el amor más profundo de mi corazón, tuya,

LIVY
GROSVENOR HOTEL, NUEVA YORK,
20 DE SEPTIEMBRE DE 1903, POR LA NOCHE

Mi querido, querido amor, llevo varios días pensando y examinando,


rebuscando y analizando, y me enfada descubrir que creo más en la
inmortalidad del alma de lo que no creo en ella. ¿Es esto innato, instintivo,
inextirpable e indestructible? Puede que sí. Voy a quitármelo de la mente.
No es que me oponga a ser inmortal, lo que pasa es que no sé cómo abordar
este pensamiento, ni cómo darle la bienvenida. En cuanto a qué hay que
hacer con él…, bueno, por eso no me voy a preocupar, tendrá que
encargarse él de sí mismo. Por lo menos a mí no me abrumará, porque no
voy a dar pie a pensar que el desastre guarde relación con él. De hecho, en
el fondo, nadie lo cree; ni siquiera los religiosos que lo predican.
No pude llamarte desde la estación antes de partir, de lo contrario te
habría mandado mi amor y otra despedida; después te escribí una nota en
una tarjeta, y me di cuenta de que eso no te llegaría, por lo menos hasta un
día después. Así que pasé una media hora infructuosa.
Localizaré a Ben. ¿No te gustaría verla? Ojalá pudieras hacerlo. Pero
tienes a Jean y a la tía Sue, y eso es mucho.
Querida Livy, te quiero mucho y te adoro.

Y.
Abrí el fajín de un periódico de Jean para ver qué era, pero lo he
reenviado.
QUARRY FARM, 23 DE SEPTIEMBRE DE 1903

Querido Youth: Me alegró mucho recibir tus cartas ayer por la mañana.
Me siento verdaderamente agradecida por que «creas más en la
inmortalidad del alma de lo que no crees en ella». ¿Por qué te «enfada»
eso? Pensaba que estarías más contento, ahora que crees o que has dejado
de no creer, y que hay muchas más cosas interesantes por las que trabajar.
Una inmortalidad incipiente parece que hace que valga más la pena
ejercitarse. Sin embargo, no hace falta que «te preocupes por ello», se
«encargará de sí misma».
¡Cómo me conmovió tu lectura el domingo por la noche! ¡Qué dulce y
qué delicado eres! ¡Cuánta inmortalidad atesoras en tu querido y sagrado
ser!
Mi amor, ¿pedirás a los del hotel que encarguen una caja de agua de
Buffalo Lythia para mí, si no la tienen? También me gustaría que les
preguntaras por la leche, si está certificada, etc. Si no te lo aseguran, será
mejor que le digamos a Briarcliff que nos dé un cuarto por día. ¿Llevarán
(los del hotel) pan integral a nuestra Granja Ecológica o tendremos que
pedir que lo envíen? Cariño, con todo mi corazón…, te quiero. Espero que
ayer fuese un día de provecho y que ese asunto esté haciendo camino en tu
cabeza. Me alegro de que el Sr. Fairchild haya podido decir algo bueno de
la máquina. Con el más profundo amor,
LIVY
[NUEVA YORK, 24 DE SEPTIEMBRE DE 1903][73]

Querida Benny, siento mucho no haber estado cuando viniste… Qué


pena que hicieras el viaje para nada. No tienes que hacer así las cosas.
Debes acercarte a la central telefónica más próxima, pagar 10 centavos y
preguntar en el hotel si sigo en él.
No creo que salga durante un día o dos, todavía. Puede que me
equivoque… espero estar equivocado y rezo por que así sea. Espero
levantarme para verte.
La otra noche, en el Century Club, mantuve una charla de una hora con
un hombre adorable. Es el mismo clérigo que nos pidió que cantáramos:

«Por la jorobada y saltarina J…


¿Qué diablos es eso para ti?».

Te manda su cariño, y yo el mío.


GRENOUILLE[74]

Es de noche, acabo de llegar y voy a salir a cenar.


[Última nota (en alguna fecha de 1904) de Twain a Livy, durante uno de
los ataques de bronquitis que aquejaban al escritor. Olivia Langdon moriría
el 6 de junio de 1904]

Querida Livy, te envío mi amor y el Harper’s Weekly, ambos con la


misma mujer. Salen imágenes de guerra… no son muy interesantes, pero
quizás tú pienses lo contrario. Hoy he oído buenas noticias acerca de ti en
todo momento… ¡Oh, es una maravilla! (unbe[75]). En cuanto a mi tos, [es]
no ha llegado a maldición durante todo el día, pero ahora está empezando a
serlo, y amenaza con ir en aumento. Ahora la habitación se está ventilando
y andan preparando la bomba fétida. Te mando un beso inmediatamente, así
no transportará el olor. Y también le envío montones y montones de amor a
mi más preciada amada.

Y.
[Carta de Clemens a su gran amigo Joe Twichell]

MIÉRCOLES POR LA TARDE (CUMPLEAÑOS DE CLARA)


VILLA DI QUARTO, 8 DE JUNIO DE I 904

Querido Joe: Durante todos estos tristes meses nos hemos desvivido por
Livy. No había plan que pudiese idear, por muy sorprendente que fuera, que
no aprobáramos y por el que no hiciésemos todo lo posible para que se
cumpliera. Cada día, durante semanas y semanas, salimos armados con el
papel adjunto, en busca de una casa de campo… para alquilarla durante un
año, pero siempre con una opción de compra por alguna cantidad concreta
en el plazo de ese año: y aun así, en lo más profundo de nuestros corazones,
sabíamos que nunca más volvería a levantarse de la cama.
Incluso el domingo pasado por la tarde, con la muerte que la aguardaba
una hora y cuarto más tarde, rondando en torno a ella, se interesó mucho
por el asunto, y me preguntó si me había enterado de alguna casa en venta.
Y muchas veces, a lo largo de estos meses, me dijo que quería una casa…
una casa propia; que estaba agotada y quería descansar, y que no podía
descansar ni estar cómoda ni en paz mientras no tuviese un hogar. Y ahora
descansa, ¡pobre corazón desgastado!, Joe, era tan adorable, tan paciente…
No se quejó ni una sola vez de su duro destino; pero… no puedo escribir
acerca de su sufrimiento; pensar en ello le rompería el corazón a cualquiera.
Estuvo en cama durante seis meses, noche y día, sufriendo físicamente,
durmiendo apenas, y cuando lo conseguía era sólo apoyando su frente
contra un barrote… Piensa en todas esas noches solitarias, a la penumbra de
una vela, con Katy durmiendo y sin ninguna otra compañía más que sus
terribles pensamientos y sus tristes añoranzas; pensar en la inútil maldad de
todo ello hace que mi corazón sangre y me lleva a blasfemar.
¡Qué dulce estaba en la muerte! ¡Qué joven y qué hermosa! Igual a sí
misma treinta años atrás. Sin una sola cana. Se pudo apreciar ese
rejuvenecimiento dos horas después de su muerte (que acaeció a las 11h
30); cuando hube regresado (a las 2h 30), el rejuvenecimiento se había
completado; lo mismo a las 4, 5, 7, 8… y así durante todo el día, hasta que
llegaron los embalsamadores a las 5; después no la volví a ver. Durante toda
esa noche y todo ese día, en ningún momento notó mi mano
acariciándola… me resultó extraño.
Temía tanto a la muerte, pobre tímida y pequeña prisionera; pues
prometía ser por asfixia. Experimentó ese horror cinco veces en cuatro
meses, durante una hora larga, y emergió de él blanca, demacrada, exhausta
y temblando de miedo. En aquellos momentos mis maldiciones eran
inútiles; no había lenguaje lo suficientemente violento con el que maldecir
la cobarde invención de esas torturas injustificables. Pero cuando la muerte
llegó, ella no lo supo. Y nosotros tampoco. Había estado hablando
alegremente tan sólo un instante antes. Todos estábamos allí, yo inclinado a
su lado; no vimos ningún cambio… ¡Y ya se había ido de nuestro lado!
¿Por qué debo permanecer aquí más tiempo?

SLC
[NOTA DE TWAIN A HOWELLS, DE 12 DE JUNIO]

Estas últimas semanas, fue lamentable ver el inquietante temor en sus


ojos, que miraban fijamente a los míos con nostalgia, y oírla pedir, como
suplicando, una alentadora respuesta negativa: «No crees que me vaya a
morir, ¿verdad? Oh, no quiero morir». Pues ella amaba la vida, y quería
vivirla.
[Carta a Thomas R. Lounsbury,
catedrático de Yale, amigo suyo]

LEE, MASSACHUSSETS, 21 DE JULIO DE 1904

Querido Sr. Lounsbury: Sé que tiene razón. Sé que jamás, en modo


alguno, podré aceptar esta pérdida. La relación de la familia con ella era
peculiar e inusual, y no podría existir una semejante con ninguna otra
persona. El amor que sentíamos por ella era un amor normal y corriente,
pero a él se sumaba una reverente y muy consciente veneración. Quizás era
parecido a lo que siente un súbdito hacia su soberano… algo que no tiene
por qué analizar, algo que no necesita plantearse, ni estudiar, sino que
ocurre de forma natural. Era como un influjo que provenía de la gracia, la
pureza, la dulzura, la simplicidad, la caridad, la magnanimidad y la
dignidad de su carácter. Esto era, y la fragilidad de su cuerpo, que hacía que
cuidáramos de ella, la atendiéramos, la protegiéramos, la rodeáramos de
todos los mimos que pudieran compensar su poca fuerza con la riqueza de
nuestra abundancia. Ésta era la actitud de más de uno de sus amigos, ésta
era la actitud habitual de sus criados. Sus criados, que se quedaron con ella,
hasta que llegara la muerte o el matrimonio: a sus 12 años, 16, 19, 20, 22…,
esto es parte del historial. Y una de ellos, que la sirvió durante 23 años,
todavía sigue con nosotros, y le cerró los ojos cuando llegó la muerte, y
preparó su cuerpo para el entierro. Otro, que la sirvió durante 20 años,
envió cinco dólares de sus modestos ahorros para comprar rosas blancas
para el ataúd. Me han llegado cartas de la dependienta, del cartero, y de
todas las capas de la sociedad, hasta de los más humildes. Y ¡qué
conmovedora es la elocuencia del ignorante cuando es el corazón el que
habla! Nuestro negro George, al principio un extraño, vino para limpiar
unas ventanas, y se quedó 18 años. La Sra. Clemens lo despedía de vez en
cuando, pero nunca fue capaz de echarlo de verdad. Él siempre decía: «No
se las arreglaría sin mí, Sra. Clemens, y yo no voy a intentar arreglármelas
sin usted». Tenía sus defectos, pero la veneración que sentía hacia ella era
total y logró que ninguno de nosotros nos percatáramos de que los tenía.
Cuando nos declaramos en quiebra, se empeñó en servirla sin salario, y lo
habría hecho si ella lo hubiese permitido.
Le doy las gracias, Lounsbury, por recordarla.
Joe Twichell nos casó en Elmira hace 34 años, en la casa de su padre; y
en el lugar donde vivió como una joven y feliz novia, yacía hace siete días
en su ataúd; sobre él extendió Twichell sus manos en señal de bendición y
adiós, y con la voz quebrada encomendó su espíritu a la paz de Dios.

Sinceramente agradecido,
S. L. CLEMENS
SAMUEL CANTA A LIVY
(postfacio de Rubén Pujante Corbalán)
POR EL CAMINO DE TWAIN
La historia de amor de Samuel L. Clemens[76] y Olivia «Livy» Langdon
comienza como un relato in medias res, es decir, sin los antecedentes de la
narración. La primera carta, con fecha del 7 de septiembre de 1868,
presenta a un Mark Twain de treinta y tres años que ya ha comenzado el
acercamiento a su enamorada Livy, sin que el lector pueda conocer el
origen de esta comunicación. Aunque la propia correspondencia suministra
a lo largo de las sucesivas páginas los rastros de información necesarios
para su reconstrucción básica, el fragmentarismo epistolar y las omisiones y
sobreentendidos dificultan la comprensión de un contexto que no por estos
aspectos pierde interés para el lector.
Para conocer el punto de partida de la relación entre Samuel y Livy hay
que retroceder varios meses en la biografía del escritor, hasta el verano de
1867. En junio de ese año, Mark Twain se embarcó en el navío Quaker City
para viajar por todo el Mediterráneo durante cinco meses[77]. En ese periplo
trabó amistad con Charles Langdon, el hermano de Olivia. Cuando la
travesía finalizó en noviembre, Samuel siguió en contacto con Charles,
quien le presentó oficialmente a su familia un mes más tarde en un marco
memorable: una lectura pública del escritor Charles Dickens, que en esa
época se encontraba de gira por América. Twain relata la anécdota en el
capítulo XXV de su Autobiografía[78]; «ese día entré en el St. Nicholas Hotel
para verme con mi compañero de excursión a bordo del Quaker City,
Charles Langdon, y fui presentado a una tímida y encantadora joven, su
hermana. La familia se iba a la lectura de Dickens y yo les acompañé. Esto
ocurrió hace cuarenta años; desde aquel día hasta hoy, la hermana nunca ha
salido de mi cabeza ni de mi corazón».
Twain quedó cautivado por la joven Livy, de veintidós años, y dedicó
todos sus esfuerzos durante los meses siguientes a materializar sus
esperanzas. En su correspondencia llegó a reconocer a su familia que nada
en los catorce meses posteriores había tenido más prioridad en su vida que
cortejar a Olivia Langdon. Ese camino fue sinuoso y en su recorrido fue
rechazado en varias ocasiones —puede apreciarse en el tono de las cartas y
en sus propias palabras—, sin que por ello cejara un momento en su
empeño. Así lo admite el propio Twain: «Hubo un montón de tiempo de
conquista y de noviazgo. Hubo tres o cuatro propuestas de matrimonio y un
número igual de rechazos. Yo me encontraba en plena faena de
conferenciante por todo el país, pero me las arreglaba para volver a Elmira
de cuando en cuando y renovar mi asedio»[79]. El cambio de dirección, el
que supuso el principio de una nueva manera de contemplar a Samuel
Clemens por parte de Olivia, fue la consecuencia de un suceso que no se
relata en las cartas. Twain lo cuenta en su Autobiografía.
En uno de sus asedios de conquista, Twain pasó unos días en casa de los
Langdon, escudándose siempre en su amistad con Charley, el hermano de
Olivia. Al cabo de una semana, Twain debía ya finalizar su estancia. Se iba
apesadumbrado por separarse de su amada y caviloso ante la perspectiva de
otro asalto. Entonces, al montar en el carro que le esperaba para partir,
Twain se colocó en un sitio sin respaldo y un movimiento brusco de
arranque del caballo hizo que cayera hacia atrás. Su cabeza fue a parar al
suelo, con la fortuna de que un montoncito de arena había amortiguado la
caída contra los adoquines y con la suerte para él de que nadie se había
dado cuenta de ese detalle. Twain quedó inconsciente unos instantes y todos
se aprestaron a auxiliarle pensando que se había descalabrado. Aprovechó
esta circunstancia e interpretó muy bien un papel para el que no había
ensayado. La familia Langdon llamó a un médico y éste no encontró heridas
ni contusiones en su reconocimiento, lo que no impidió a Twain quejarse,
dolerse y requerir reposo. Consiguió quedarse en casa de los Langdon tres
días más, con Olivia a su cuidado. Más que un golpe de suerte, el escritor
veía en la anécdota la mano misma de la Providencia. Fue en todo caso
determinante para avanzar en las aspiraciones sobre la joven Livy.
El resto de la historia es cosa sabida. Samuel y Olivia anunciaron su
compromiso oficial el 4 de febrero de 1869 y celebraron su boda un año
después, el 2 de febrero de 1870, para júbilo del escritor que encontraba en
su esposa el apoyo moral necesario en su equilibrio personal, como repite
insistentemente en las cartas.
SAMUEL CANTA A LIVY
Hay un antes y un después manifiesto en el Samuel Clemens que conoce a
Olivia Langdon. En las cartas existe un ansia perpetua de
perfeccionamiento, un anhelo constante de Samuel por hacerse merecedor
del amor que siente por Livy. Su expresión afectiva está próxima a la
estética romántica, pero coincidiría más con la caracterización de las
poéticas neoplatónicas, en un primer momento, y con las reglas del amor
cortés en el continuo proceso de conquista. De hecho, el Samuel Clemens
de las primeras cartas hace frente al rechazo inicial de Livy idealizando el
objeto amado, estableciendo una distancia que implica su postración como
indigno pretendiente, de una parte, y el ensalzamiento y alabanza de su
amor, de otra. Van así apareciendo una serie de tópicos entre los que
sobresale la veneración y adoración por la amada, patente en la concreción
léxica que se hace de Livy, retratada como hermosa, pura, honesta,
perfecta, hasta su progresiva divinización en una «adorada diosa» que se
repite con frecuencia. Esta veneración y sublimación caracterizan a Livy
como una donna angelicata; y podría decirse que la concepción amorosa
cobra aquí una estructura de sentido similar a la tópica petrarquista. Hasta el
nombre atraería para el lector hispánico algunas concomitancias con la Lisi
de los sonetos de amor de Quevedo. De otro lado, la instrucción bíblica de
Livy, que reza por Samuel y escribe versos de las Sagradas Escrituras o del
Libro de Sermones en sus cartas, no hace sino reforzar esta idea de
sacralización que el escritor acabaría asimilando paulatinamente, como se
observa por ejemplo en la fórmula eucarística de la mayoría de sus
despedidas.
No hay más que acudir al propio texto para reconocer todas estas
resonancias. En una de las primeras cartas, fechada en la ciudad de
Rockford —curiosamente la Epifanía de 1869—, Samuel escribe a Livy:
«El primer día que te vi en St.  Nicholas, tuve que hacer un increíble
esfuerzo para abstenerme de quererte con todo mi corazón. Pero para mi
desconcertada mente, fuiste como una aparición bajada del cielo, como algo
que adorar, reverentemente y en la lejanía; no como una criatura humana
que pudiera ser profanada por el amor de una persona como yo». El
paralelismo podría incluso hacerse extensible por su calado —como mero
juego retórico— a la primera vez que Francesco Petrarca vio a Laura en la
iglesia de Sta. Clara, en Aviñón, el 6 de abril de 1327.
Afortunadamente para Clemens, el anuncio del compromiso no se hizo
esperar demasiado; y la frustración, el pesimismo, la desesperación y la
agonía no llegarían a tener cabida en la felicidad del escritor, que al fin fue
aceptado por su amada; es más, la correspondencia sentimental de Livy
proyecta en él un estado de clarividencia y lucidez que desplaza cualquier
perturbación producida por el prolongado rechazo. Para el lector es grato
comprobar la progresiva consolidación de los sentimientos de la pareja y
cómo la idealización es modulada poco a poco por la familiaridad del
matrimonio, por apelaciones mucho más cercanas («mujercita», «cariño»,
«amorcito») e íntimas («pillina», «diablilla», «gatita») que con el tiempo se
convierten en absolutamente recíprocas. Olivia «Livy» Langdon pasa a ser
en el sustento cotidiano del escritor, su compañera fiel, su confidente más
afín, hasta la lectora primera y correctora de los relatos y novelas.
Pero la modificación de los ejes semánticos diseminados en la
correspondencia no alteraría en esencia la consideración amorosa sobre
Livy. Hay una evidente humanización del objeto amado, contemplado como
real, que no se vería afectado en sus atribuciones, sino matizado y ampliado
por la nueva naturaleza que adquiere su estatuto amoroso a través de la
superposición de planos discursivos. En síntesis, la devoción permanece
intacta, sumándose a ella el trato familiar del matrimonio. Con
independencia del léxico y las imágenes utilizadas, Samuel escribe, ensalza,
adora y canta a Livy en cada una de sus cartas, hasta la última de ellas.
POST SCRIPTUM
Tras la muerte de Olivia el 5 de junio de 1904, en Villa di Quarto,
Florencia, Mark Twain comenzó la última etapa de su vida bajo el peso
acentuado de la amargura y el pesimismo. Había conocido el éxito y la fama
con las grandes obras por las que sería recordado, pero también había
sufrido durante años las consecuencias de una tragedia familiar. Antes que a
Livy, había perdido a su hija Susy en agosto de 1896, cuando el escritor se
encontraba en Inglaterra. Twain acababa de concluir una gira anual como
conferenciante por todo el mundo y permanecía en Guildford para pasar una
temporada de reposo con su esposa y su hija Clara, quienes le habían
acompañado en el viaje. Susy, que debía unirse a la familia poco después,
cayó repentinamente enferma de meningitis y, a consecuencia de la intensa
fiebre celebral, murió el 18 de agosto entre delirios y alucinaciones, según
se relata con desesperación en las cartas y en la Autobiografía[80].
La pérdida de su hija fue otro duro golpe, como el que había vivido con
la muerte de su primer hijo, Langdon, en 1872, siendo el pequeño todavía
un bebé[81]. El fallecimiento de su esposa no hizo sino despertar el
pensamiento más desilusionado de Twain, el que arrastraba latente y el que
gobernaría el resto de su vida; la ausencia de Olivia acrecentaba el
abandono existencia) del escritor y añadía a la figura de Livy una nueva
significación, similar a la angelical Laura de Petrarca o la salvadora Beatriz
de Dante.
El pesimismo tuvo un correlato inevitable en su obra. Aunque Mark
Twain continuó escribiendo artículos y relatos, se trató en su mayoría de
tentativas frustradas que, en el caso de las novelas, no llegaron siquiera a
ser acabadas o se publicaron póstumamente. Dedicó asimismo gran parte de
su atención a dictar su autobiografía a partir de 1906. Entre los pocos
hechos que comportaron una alegría renovada en el temperamento de
Twain, puede citarse su nombramiento como Doctor honoris causa por la
Universidad de Oxford en 1907: fue aplaudido como merecedor del más
alto reconocimiento por los académicos y la opinión pública.
Todavía antes de su fallecimiento, Twain vivió una nueva desgracia
personal: su hija menor, Jean, murió como consecuencia de un ataque
epiléptico la víspera de Navidad de 1909, pocos meses antes de la muerte
del propio Twain. «Posiblemente ya sepa ahora lo que siente el soldado
cuando una bala le atraviesa el corazón», escribió en el último capítulo de la
Autobiografía; y recordando a sus seres queridos y lamentándose de su
suerte, señaló con resignación: «Con su pérdida me quedo casi en
bancarrota y mi vida es una amargura». Tan sólo su hija Clara le sobrevivió.
Mark Twain murió el 21 de abril de 1910; había nacido el 30 de noviembre
de 1835 en Missouri, en un momento en que el cometa Halley pasaba cerca
de la esfera terrestre; y setenta y cinco años después, al morir, el mismo
cometa repetía su ciclo pasando de nuevo por la Tierra —se podría decir—
para despedirse.
ANECDOTARIO
De las más de doscientas cartas que componen esta correspondencia, 163
están dirigidas a Livy, receptora omnipresente de las palabras de Twain; el
resto se reparten entre varios destinatarios muy cercanos al entorno del
escritor: en un primer momento, el Sr. y la Sra.  Langdon, ante quienes
Twain debe rendir respeto y cortesía y explicar sus intenciones como
pretendiente; la propia familia de Twain es destinataria de alguna misiva
ocasional; y, sucesivamente, sus hijas Susy, Clara y Jean se convierten en
destinatarias alternativas. Hay que tener en cuenta, además, que la misma
Livy escribe a Twain doce cartas del total. Esta variabilidad de receptores y
de emisores —también se incluyen algunas cartas escritas por las hijas—
otorga a la correspondencia un perspectivismo y una pluralidad de ángulos
que enriquecen su significado y comprensión.
Múltiple en un sentido superlativo es el marco geográfico de las cartas,
casi incuantificable, al menos por parte de Twain. Es la prueba de los
innumerables viajes que realizaba el escritor y de las largas temporadas que
debía pasar lejos de su esposa. Twain fue corresponsal de prensa y
conferenciante infatigable durante gran parte de su vida a lo largo y ancho
de los Estados Unidos, así como en el extranjero, aunque llegó a sentir un
profundo hastío y falta de interés por esta labor, como él mismo reconoce
en las cartas y en la Autobiografía. De otro lado, el dinamismo profesional
de Twain contrasta con el inmovilismo de Olivia, que excepcionalmente
abandona las residencias familiares —las ciudades de Elmira y Hartford,
sobre todo— para acompañar a su marido en sus viajes. Una de esas
excepciones fue la gira mundial que durante todo un año, entre 1895 y
1896, el escritor se vio obligado a emprender para resolver las
consecuencias de la quiebra de su editorial, la Webster and Company.
La economía y la preocupación por lo dinerario constituyen justamente
una de las alusiones recurrentes de la correspondencia, al igual que su
continua imbricación con el mundo editorial. Como hombre de negocios,
Twain no gozó, pese a sus esfuerzos, de la misma fortuna que su celebridad
artística. Su ingenuidad como hombre de letras casi siempre le pasó factura
en sus proyectos empresariales, en especial a la hora de delegar ciertas
responsabilidades[82]. La mayoría de las referencias editoriales están
relacionadas con esta inquietud más que con las obras y publicaciones de
Twain que se mencionan, tales como The Innocents Abroad, Tom Sawyer,
Huckleberry Finn o El Príncipe y el Mendigo, por citar las más
representativas.
Junto al aspecto profesional —y la parcela íntima de los sentimientos—,
existe también en las cartas una enorme cantidad de apuntes anecdóticos,
una miscelánea de asuntos de lo más diverso, como es evidente: opiniones
sobre las amistades, descripciones de las ciudades visitadas, esbozos sobre
la política, las autoridades y la sociedad de su tiempo. En muchos de esos
casos aparece el espíritu filantrópico del novelista, su sentido de la
solidaridad y su hondo desasosiego por el ser humano. Una de sus
preocupaciones fundamentales se centra de hecho en la salud de Olivia, que
a los dieciséis años tuvo un accidente que le había dejado graves secuelas y
limitaciones de movilidad. De ahí las continuas apelaciones que hace Twain
al descanso, comodidad y bienestar de su esposa.
Pero el matiz que sin duda preside cada uno de los puntos anteriores y
que fluctúa en la correspondencia como testimonio de un estilo personal es
la utilización maestra del humor. Son las anotaciones humorísticas, los
pequeños comentarios jocosos, los chistes y anécdotas graciosas los que
amenizan la lectura de las cartas y despiertan la sonrisa y la carcajada
complaciente del lector. Al igual que en sus obras y artículos, el humor que
Twain plasma en sus cartas es un reflejo inconfundible de su originalidad
como autor.
LA CARTA DE AMOR Y EL RELATO
AUTOBIOGRÁFICO
En el breve y rotundo prefacio que Mark Twain escribió para su
Autobiografía, aparece un pensamiento cuyas implicaciones genéricas dan
el pie para cerrar este postfacio: «El producto más franco, más libre y más
privado de la mente y del corazón humano es una carta de amor». Twain
establece así una analogía entre la escritura de la carta de amor y la
escritura autobiográfica basándose en una semejanza intelectual: la
honestidad y la franqueza que caracterizan a ambas modalidades
discursivas. Impulsado por el deseo de escribir sus memorias con la misma
libertad y honradez que definen a la carta amorosa, Twain plantea su
prefacio autobiográfico «desde la tumba», como si ya hubiera muerto,
desnudando su alma libremente, sin censura alguna. De ahí que Twain
cierre el prefacio recogiendo todos los elementos que aspira a mantener en
su perspectiva autobiográfica: «Me ha parecido que podía ser tan franco,
libre y desinhibido como una carta de amor si supiera que lo que estaba
escribiendo no iba a ser expuesto a ojo humano alguno hasta que yo
estuviera muerto, ignorante de todo e indiferente».
La comparación entre la carta de amor y los apuntes autobiográficos no
puede ser menos fortuita y más oportuna porque, en sentido recíproco, la
carta de amor es en este caso, al no operar ninguna ficcionalización, un
auténtico relato personal «real». Siguiendo con la analogía, Twain afirma
que «el escritor consigue su libertad de expresión sin límites en cuanto se da
cuenta de que ningún extraño va a ver lo que está escribiendo». Pedro
Salinas, en su clásica «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia
epistolar», subraya precisamente que «ese designio, esa voluntad de pudor,
que son sustancia misma de la carta pura, está expresada materialmente en
las precauciones que se toman para que nadie, sino el deseado, pueda
leerla». Incluso en los casos en los que esa promesa o pacto tácito se rompe,
«el hecho de que alguien publique unas cartas particulares —advierte
Salinas— no las hace cartas públicas, no cambia su naturaleza, ya que la
base distintiva, la intención del autor, no queda afectada en lo más mínimo
por la publicación».
En efecto, la carta privada hecha pública, aquella que por su interés ha
sido entregada a la imprenta —la «carta traicionada», la llama Salinas—, no
se ve modificada en su confianza y honestidad primigenias, no cambia en
absoluto la sinceridad de sus palabras. Como asegura el mismo Twain en su
prefacio, el lector «no puede encontrar nada en la carta que no fuera real,
honrado y digno de respeto». Así ocurre con sus cartas de amor y su carga
autobiográfica «real» de sentimientos y hechos, auténticas parcelas
biográficas de intimidad sustraída ante las que no cabe sino expresar el más
profundo agradecimiento, admiración y respeto.

RUBÉN PUJANTE CORBALÁN


Murcia, noviembre de 2011
MARK TWAIN, seudónimo de Samuel Langhorne Clemens, nació en
Florida, Missouri, en 1835. Pasó su infancia y adolescencia en Hannibal, a
orillas del río Misisipi. En 1861 viajó a Nevada como ayudante personal de
su hermano, que acababa de ser nombrado secretario del gobernador. Más
tarde, en San Francisco, trabajó en The Morning Call. En 1866 realizó un
viaje de seis meses por las islas Hawái y al año siguiente embarcó hacia
Europa. Resultado de este último viaje fue uno de sus primeros éxitos
editoriales, Inocentes en el extranjero, publicado en 1869. En 1876 publicó
su segunda obra de gran éxito, Las aventuras de Tom Sawyer, y en 1885 la
que los críticos consideran su mejor obra, Las aventuras de Huckleberry
Finn. Murió en 1910 en Redding, Connecticut.
NOTAS
[1]Las palabras que aparentemente tachó Clemens están puestas entre
corchetes. (Todas las notas son de la traductora, salvo que se indique otra
cosa). <<
[2] Dan Slote. <<
[3]«El vándalo americano en el extranjero» era el nombre de su conferencia
acerca de «El viaje de los inocentes». <<
[4] Población del valle donde tenía su siguiente compromiso. <<
[5] Probablemente se refiere a Ed Bement y a Elvira, vecina de los Langdon.
<<
[6]Susan Langdon, la esposa de Theodore Crane, hermana «adoptiva» de
Livy. Sus problemas de garganta la obligaron a viajar al Sur en invierno. <<
[7] «On tick», de «ticket» que en inglés significa cupón. <<
[8]Henry Inman pintó su retrato en 1822, antes de que el príncipe regresara
a Tombuctú. En una Carta de Twain en el Weekly Alta de 7 de agosto de
1869 cuenta esta historia y dice: «Espero de veras que tras todo lo que ha
padecido… esté ahora disfrutando comiéndose a los negros invendibles de
las tribus vecinas que se le pongan a tiro…». <<
[9]
Alusión a un personaje femenino de Las mil y una noches llamado la
Novena Estatua, y a una canción de la época «Columbus, The Jim of the
Ocean». <<
[10] J. N. Lamed, copropietario del Express. <<
[11] Wedlock o La correcta relación entre los sexos, de S.  R. Wells (1869).
<<
[12]«Emperor» Norton era un conocido excéntrico de San Francisco con
delirios de grandeza. Twain lo satirizó en su libro «El viaje de los
inocentes». <<
[13]
Apelativo cariñoso que emplea Livy para dirigirse a Twain; en inglés:
Joven. <<
[14] David S. Bennett, congresista de Buffalo. <<
[15] Novela popular de Bulwer Lytton, publicada en 1832. <<
[16] En inglés: cachorro. Se refiere a su hijo Langdon. <<
[17] El libro es Roughing it, aparecido en febrero de 1872. <<
[18] En inglés: largo; de ahí el juego de palabras con el término «té oolong».
<<
[19]
La Leyenda Dorada de Jacobo de Vorágine (Siglo XIII); Las tragedias
de Nueva Inglaterra de Longfellow; Edwin de Deira de Alexander Smith
(1861); Erving the Bold de R. M. Ballantine (1869). <<
[20] Una novela de la prolífica autora inglesa Dinah Mulock Craik
(1826-1887). ¿Te llegó desde París, Illinois, mi cuaderno de admiradores,
lleno de notas manuscritas de conferencias? No lo has mencionado. <<
[21]Apelativo cariñoso (tontainas, simplona) con que se refiere a su hija
Susy. <<
[22]Otro apodo para la hija de Twain, Susy; alusión a la tribu de mismo
nombre, por el corte de pelo de la niña, y guiño al libro escrito por el vecino
de la familia Clemens, Joaquín Miller, Life among the Modocs. <<
[23]Punch y Judy son los dos personajes principales de la tradición inglesa
de los títeres de cachiporra. <<
[24]Probable alusión a un libro del autor y médico John Brown
(1810-1882). <<
[25]Célebre caso de un iletrado, Thomas Orton (1834-1898), que quiso
suplantar a un heredero noble inglés llamado Tichborne; asunto que fascinó
a Twain durante bastante tiempo. <<
[26] Nombre del barco en el que regresó Twain a Inglaterra. <<
[27] En alemán: ranas. <<
[28] Jany es la esposa del Capitán Simon Wheeler en la obra de Twain. <<
[29]
ean Clemens, cuarto vástago de los Clemens, nacida el 26 de julio de
1880. <<
[30] Una antigua criada de la familia. <<
[31] Juego de naipes. <<
[32]
Es el nombre que la pareja daba a un rostro de niña que aparecía en un
cuadro de la biblioteca familiar. <<
[33] Se trata de la hija de la Reina Victoria. <<
[34] Ben (o Benny) es como llamaba a Clara. <<
[35] Luigi Palma di Cesnola (1832-1904), mercenario italiano,
excombatiente de la Guerra de Secesión, arqueólogo, coleccionista de obras
de arte y director tempestuoso del Museo Metropolitano de Nueva York. <<
[36] Lectura de Cable, episodio sentimental de su novela Dr. Sevier. <<
[37]Ésta es la traducción de una carta escrita originalmente por Twain en
alemán. <<
[38] Es el nombre del asno de Jean. <<
[39] Es el gato favorito de las hijas de Twain. <<
[40] Te quiero, te quiero, (en alemán en el original). <<
[41] Danza tradicional escocesa. <<
[42]En un francés de principiante con errores, en el original: Es mi primer
lección y todavía non domino este arte. Me resulta un poco más difícil que
escribir con la mano derecho. (¡Ah, gracia a Dios que estas últimas
palabras me han quedados de maravilla! Adiós, guapiñas. <<
[43]
Se trata de la que se convertiría en la subtrama del libro: The Tragedy of
Pudd’nhead Wilson and The Comedy off Tose Extraordinary Twins (1894).
<<
[44] En francés: la Srta. <<
[45] En alemán: ¡Toquemos madera! <<
[46] Plato a base de frijoles blancos y maíz. <<
[47]John Mackay era un inmigrante irlandés pobre que se hizo rico en Gold
Hill y Virginia City durante la época de Twain en la prensa local de la
época. Fundó más tarde el Postal Telegraph. <<
[48] Representante de la Standar Oil Company en la región de Elmira. <<
[49] En alemán: desde allí. <<
[50] Nikola Tesla (1857-1943), famoso científico e inventor serbio. <<
[51] Autor de Drácula. <<
[52]Chambers es uno de los principales personajes de Pudd 'nhead Wilson.
Hijo de Roxy, la esclava, encarna la locura y la crueldad humana. <<
[53] Era el representante del Mount Morris Bank, que había efectuado
sustanciales préstamos a Fred Hall y a la Webster Co., y que resultó ser un
acreedor muy inflexible. <<
[54] Hijas de H. H. Rogers. <<
[55]Clara Spaulding, antigua amiga de Livy, era ahora la esposa de John
Stanchfield. <<
[56] El editor londinense de Twain. <<
[57]«In Defence of Harriet Shelley» apareció en el North American Review,
Julio-Septiembre de 1894. <<
[58]«La Noche tiene un millar de ojos / Y el día uno solo / Se apaga la luz
de un mundo brillante / Con la puesta del sol. / La mente tiene un millar de
ojos / Y el corazón uno solo / Se apaga la luz de una vida entera / Con el
final del amor». (Poema titulado «Light» (Luz) de Francis W.  Bourdillon,
1878). <<
[59] Carta del padre de Livy a su hija. <<
[60]Estos versos adaptados del Macbeth (III, 2) serían utilizados más tarde
por Twain para el epitafio de su hija Jean. <<
[61]
«Ah, el tacto de una mano que se desvanece / ¡Y el sonido de una voz
que permanece audible!» (del poema «Break, break, break» de Lord
Tennyson). <<
[62]«Y el nombre de esta isla es Pasado, / Y allí enterramos nuestros
tesoros; / Hay cimas de belleza y senos nevados, / Son montones de polvo,
pero ¡los amábamos! / Hay baratijas y mechones de pelo. / Hay fragmentos
de una canción que nadie canta, / Y uno de la oración de un niño; / Hay
promesas rotas y pedazos de anillos, / Hay un laúd cubierto de polvo y un
arpa sin cuerdas, / Y la ropa que ella llevaba». (Cita extensa del poema de
Chicago Benjamin F. Taylor (1819-1887) «The Isle of Long Ago»). <<
[63]Durante casi cuatro años no hay correspondencia, pues la pareja estuvo
junta casi constantemente y unida en el dolor (nota del editor). <<
[64]
I. N. Phelps Stokes, arquitecto y futuro autor de The Iconography of
Manhattan Island. Vivió en Ilsenberg, en el macizo alemán de Harz. <<
[65] El gato favorito de la familia en ese momento. <<
[66] Secretaria de Henry Rogers. <<
[67]
James Ross Clemens, médico de Saint Louis, al que Twain conoció en
Londres en 1896. <<
[68] Helen Kercheval Garth, compañera de colegio. <<
[69]Juego de palabras: existe ashcan, que significa en EE. UU. «basurero» o
«cubo de basura»; Twain prefiere componer la expresión con la palabra
gatos. Usaba este gracioso nombre para designar a Clara, y en este caso
incluye a Jean. <<
[70] El Padre John Gerard (1840-1912) escribió libros de apologética
católica y de historia de la iglesia. <<
[71] Margaret Sherry, enfermera que los acompañaría en sus viajes al
extranjero <<
[72]Pilones en el camino de Quarry Farm para que bebieran los caballos;
cada uno llevaba el nombre de los niños. <<
[73] Carta de Clemens a su hija Clara. <<
[74] En francés: rana. <<
[75] Abreviatura del «Unberufen» alemán: «toquemos madera». <<
[76]Su nombre completo era Samuel Langhorne Clemens. De hecho, la
firma Mark Twain excepcionalmente se encuentra en las cartas. Samuel
Clemens adoptó su seudónimo cuando trabajaba como corresponsal de
sesiones legislativas en Nevada, en 1863, para ahorrar tiempo a sus críticos
en la escritura del nombre, como explica con su humor característico en el
capítulo  XXI de su Autobiografía. «Mark Twain» significa «dos brazas»,
medida utilizada en el río Mississippi para señalar la profundidad segura de
navegación. <<
[77]Según Everett Emerson, en su estudio The authentic Mark Twain
(1984), fue el primer viaje exclusivamente de placer desde América al Viejo
Mundo. Su itinerario completo incluía la visita de las Azores, Gibraltar,
Tánger, Marsella, París, Italia, Sebastopol, Yalta, Éfeso, Beirut, Damasco,
Jerusalén, Egipto y España. <<
[78]Las citas de la Autobiografía de Mark Twain, en este apartado y en los
siguientes, corresponden a la edición publicada por Espasa Calpe en 2004,
con traducción de Federico Eguíluz. <<
[79]Del capítulo XXXVI de la Autobiografía citada, uno de los capítulos
fundamentales del texto. <<
[80] Además de la enajenación mental, la meningitis le había producido
ceguera, haciendo especialmente dramáticos los últimos días de la joven
Susy. En el capítulo  LXVI de la Autobiografía, Twain describe el episodio
final de su hija, tal y como le fue referido. Las cartas expresan también con
detalle la zozobra sentimental que experimentó el escritor. En ambos
lugares Twain asume un profundo remordimiento, pues se culpaba por
haber desatendido y descuidado a su hija en los últimos tiempos. <<
[81]El lector puede encontrar un interesante ejercicio de perspectivismo en
la correspondencia (Buffalo, 11 de noviembre de 1870), en una carta en la
que Twain adopta como narrador el punto de vista de su hijo recién nacido,
como puede verse en la firma. Las circunstancias de la muerte de Langdon
Clemens, nacido el 7 de noviembre de 1870, se cuentan brevemente en el
capítulo XXXVII de la Autobiografía. <<
[82]
La editorial Webster and Company tomó su nombre de Charles  L.
Webster, sobrino político de Twain cuya negligente gestión hizo
moralmente responsable al escritor de la quiebra de la empresa. <<

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