Libro Discurso Narrativo Infantil
Libro Discurso Narrativo Infantil
Libro Discurso Narrativo Infantil
Impreso en España
Imprime: INO Reproducciones, S. A.
D.L.: Z-2869-2005
Para Alfonso, como cada día
No hay que retroceder muchos años para llegar al tiempo en que los libros
que leían los niños, pese a constituir su pasillo de entrada al universo de la fic-
ción, carecían de la aureola de lo literario, y por ello estaban ausentes de los
estudios que producía, desde las más variadas perspectivas, la ciencia literaria.
Los debates teóricos sobre el propio concepto de literatura y sobre sus métodos
de análisis y fines que ocuparon el siglo XX desde sus inicios jamás tuvieron en
cuenta estas creaciones para niños como objeto de sus reflexiones hasta que,
en un momento dado, algunas voces aisladas pero apoyadas en la consistencia
de sus argumentos trataron de aplicar a los libros infantiles los mismos méto-
dos de análisis con que se consideraba la literatura en general. Pero más ade-
lante, cuando se abre paso la concepción de la literatura como un producto cul-
tural, cuando se impone la evidencia de su naturaleza comunicativa y se
reconoce la importancia del lector y el contexto social en que se inscribe la obra,
es ya muy difícil negar la existencia y la validez de la literatura infantil desde
los mismos presupuestos teóricos que sirven para interpretar la literatura canó-
nica. Porque no sólo crece espectacularmente la creación y edición de libros
para niños (un fenómeno social íntimamente relacionado con la creciente
importancia que desde diferentes ámbitos se otorga a la lectura que no se puede
ignorar y al que hay que dar explicación), sino que la propia ciencia literaria
proporciona las bases sobre las cuales justificar y explicar el fenómeno literario
en relación con un receptor específico como es el receptor infantil.
En estas circunstancias, la investigación y la reflexión sobre la literatura
que leen los niños se ha ido abriendo paso en nuestro país a partir de las obras
pioneras de algunos historiadores y teóricos como Carmen Bravo-Villasante,
Jaime García Padrino o Juan Cervera, secundados después por un grupo de
estudiosos, cada vez más amplio, integrados en el ámbito académico y univer-
10 Prólogo
1 Cf. Colomer, 1999; Mendoza, 2001; Borda, 2002; Lluch, 2003; Obiols, 2004;
García Padrino, 2004.
2 Cf. Shavit, 1986; Wall, 1991.
Introducción 15
han servido las Guías publicadas en los últimos años con el fin de facilitar
un instrumento de trabajo a los profesionales del mundo de la educación,5
así como las reseñas acerca de las novedades publicadas en revistas dedica-
das a la literatura infantil y juvenil.
Por último, no podemos obviar la presencia del gusto personal de
quien confecciona la lista de obras elegidas. En algunos momentos, es
de señalar una proclividad hacia ciertas obras y algunos autores, incli-
nación que obedece a esas preferencias que todos mostramos de cuan-
do en vez, puesto que en el ámbito estético, el gusto, siempre justifica-
do, es un valor nada desdeñable.
En la medida de lo posible, hemos intentado tener en cuenta las últi-
mas aportaciones de la crítica preocupada por establecer un canon de la
literatura infantil y juvenil españolas, canon siempre discutible en su com-
posición y en su funcionalidad.6
Asimismo hemos optado por la estructuración final de las narraciones
siguiendo el criterio de edad del receptor aunque, como expondremos en
basta la simple referencia a un público infantil como un dato fijo que hay que
tener en cuenta para perturbar el trabajo artístico. El arte puro […] requiere,
para ser gustado, madurez de mente, ejercicio de atención y experiencia psico-
lógica. El espléndido sol del arte no puede ser soportado por los ojos aún débi-
les del niño y el muchacho […] para ellos son adecuados un cierto tipo de
libros que tienen algo de artístico, pero contienen elementos extraestéticos,
y ciertas ponencias (cf. Teixidor, 1995; Cervera, 1995; Rodríguez Almodóvar, 1995; More-
no, 1995; Díaz-Plaja Taboada, 1998; Lluch, 2000; Dueñas y Tabernero, 2004). Bien es
verdad que por ahora todo parece indicar que no se puede hablar de una literatura juvenil
en general sino de una narrativa juvenil, puesto que los conceptos de poesía y teatro juve-
niles no acaban de configurarse.
2 Remitimos a la bibliografía que ha versado sobre la definición del concepto: Bravo-
Villasante (1957, ed. de 1979: 7), Pastoriza de Echetbarne (1962: 3), Petrini (1963: 9),
Townsend (1971a: 10), Soriano (1975: 185), Cresta de Leguizamón (1984: 28), Cervera
(1984: 15; 1991), Rovira (1988), García Padrino (1988: 546), entre otros.
Para comenzar 23
3 «El bajo nivel de sensibilidad artística de los mayores, es la condición del nivel
degradado y degradante de lo que se le [sic] da a los niños» (Carandell, 1977: 23).
24 Literatura infantil: aproximación al ámbito de estudio
Desde sus orígenes, los libros destinados a los niños se han definido por
una constante: la finalidad moralizante que gobierna la estructura última
de los textos. Aún hoy es difícil deslindar los conceptos de literatura y edu-
cación, como afirma García Padrino (1992b: 13):
[…] ¿No sabes que lo primero que se hace con los niños es contarles
fábulas, y que aun cuando se encuentre en ellas a veces algo de verdadero, no
son ordinariamente más que un tejido de mentiras? […]
Tampoco ignoras que todo depende del comienzo, sobre todo tratándo-
se de los niños, porque en esta edad su alma, aún tierna, recibe fácilmente
todas las impresiones que se quieran.
—Nada más cierto. (Replica Adimanto) [...]
—¿Llevaremos, por tanto, con paciencia que esté en manos de cualquie-
ra contar indiferentemente toda clase de fábulas a los niños, y que su alma reci-
ba impresiones contrarias en su mayor parte a las ideas que queremos que ten-
gan en una edad más avanzada?
—Eso no debe consentirse.
—Comencemos, pues, ante todo por vigilar a los forjadores de fábulas.
Escojamos las convenientes y desechemos las demás. En seguida compromete-
remos a las nodrizas y a las madres a que entretengan a sus niños con los que
escojan, y formen así sus almas con más cuidado aún que el que ponen en for-
mar sus cuerpos.
Para comenzar 25
Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que
vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que lle-
vase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no por-
que lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello
representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comu-
nidad (Cuentos políticamente correctos: 15).
¿De qué recursos se sirve para lograr ese surrealismo tan humorístico y
sorpresivo en sus relatos? De no ponerle puertas al campo. Y de dar siempre
un paso más. Un niño tiene derecho a imaginar que es factible que llueva a
mares y que un barco pesquero entre en una plaza de toros, que su vecino sea
un agente secreto, que en su jardín esté enterrado un tesoro pirata, que los
conejos se pesquen... (Nesquens, 2000: 94).
El relato Mi sobrina, que forma parte del libro Diecisiete cuentos y dos
pingüinos, constituye uno de los mejores ejemplos de este tipo de realiza-
ción. En él un narrador en primera persona cuenta la historia de dos
cucharas que no consiguen salir del cajón porque las personas de la casa a
la que pertenecen comen muchas ensaladas. Sin embargo, un día consi-
guen salir al campo:
libros para niños y para jóvenes, aunque estos existieran como fenómeno
cultural desde finales del siglo XVIII, surge en el período de entreguerras del
siglo XX coincidiendo con el desarrollo editorial y con la creciente preocu-
pación por la lectura infantil, dados los avances realizados por aquel
entonces en el campo educativo.
Aunque la escuela tardó en incorporarse a una concepción moder-
na de la lectura como un acto libre de los ciudadanos distanciado de la
preocupación formativa y cada vez más próximo al deleite, se contem-
pló ya en estos momentos la necesidad de establecer unos criterios para
seleccionar qué libros ofrecer a los jóvenes. De esta preocupación nacen
los primeros estudios de literatura infantil enfocados desde una perspec-
tiva moderna como es la que corresponde al personal que en aquellos
tiempos trabajaba en el fomento de la lectura al margen de la escuela5
(cf. Soriano, 1995). Paralelamente fueron apareciendo los primeros
estudios sobre literatura infantil y juvenil de cierta relevancia, tales
como los de Cone Bryant (1910), Lahy-Hollebecque (1928) o de
Hazard (1977).
De Gran Bretaña proceden estudios de bibliotecarios tan reconocidos
como Spink (1990). En Francia es de destacar la biblioteca de la Joie par
les livres de Clamart creada bajo la dirección de Patte (1987). En este
orden, Italia ha generado estudios como los dirigidos por Parmegiani
(1985).
Asimismo, es de destacar lo que supuso la creación del International
Board of Books for Young People (IBBY), fundado en 1953 por Jella Lep-
man en Zúrich. En 1956, en el seno de esta institución, se convocó por
primera vez el Premio Andersen que constituye, aun hoy en día, el galar-
dón de mayor prestigio en el ámbito que nos ocupa.6
6 Este premio se concede cada dos años a un autor y a un ilustrador por el conjun-
to de su obra. Simultáneamente se proclama una lista de honor en la que figuran un libro
infantil por país. La versión española de este premio de carácter mundial se encuentra en
el Premio Lazarillo concedido también a un autor y a un ilustrador.
El desarrollo de los estudios sobre literatura infantil 33
mos.7 En esta línea es de destacar la obra del grupo Peonza Cien libros para
un siglo, que ha iniciado cada una de las décadas con una contextualiza-
ción sociohistórica que, de algún modo, contiene las claves de acceso a
cada uno de los textos que después se presenta.
Por otra parte, antes de establecer el corpus de las obras que pueden
formar parte de una historia de la literatura infantil, es necesario reseñar
que hay producciones que no nacieron con la intención de dirigirse al
receptor infantil pero que, por causas muy distintas, han pasado a formar
parte de las colecciones caracterizadas como infantiles y juveniles, puesto
que los lectores así lo han solicitado.8 La modificación del destinatario se
ha producido, en el caso de la literatura oral y en el de la de adultos, antes
de que empezara a considerarse la literatura infantil como un modo con
entidad propia.
Por otra parte, no es extraordinario en nuestros tiempos el hecho de
que aparezcan publicados con el formato propio del álbum creaciones que,
en realidad, no están dirigidas exclusivamente a un público infantil, por lo
que depende del criterio del selector que figuren o no en una historia del
género. Se trata de libros que conceden una gran importancia al formato
y al elemento plástico como en el caso, por poner un ejemplo, de Hadas
malvadas (1998), de Steer y Ludlow. Una de las tendencias que se adivina
en el mercado, partiendo de los presupuestos que acabamos de mencionar,
es la publicación de clásicos ilustrados nuevamente, es decir, reinterpreta-
dos. Desde Alicia en el país de las maravillas, ilustrada por Oxenbury, hasta
La isla del tesoro, ilustrada por Junceda, o La metamorfosis de Kafka por
Scafati, pasando por la ilustración de Las mil y una noches a cargo de Serra-
no, Ranucci, Arguilé, Riera y Odriozola, pueden servir como guía de lo
que se está produciendo en la oferta editorial actual.
7 T. Colomer (1998: 33) hace referencia en este sentido a los libros anglosajones de la
época victoriana cuyas claves de interpretación se encuentran en las fórmulas tipificadas a las
que obedecen estos textos que son difícilmente interpretables por el receptor de nuestros días.
8 Cf. Green, 1946 y 1962. A este autor se le debe la distinción entre «libros escritos
para niños» y «libros que han sido adoptados por los niños», además de la también clásica
diferenciación en los estudios de literatura infantil posteriores entre «destinatarios de los
libros» y «receptores de los libros». Estas distinciones han sido incorporadas en obras como
los diccionarios de Carpenter y Pritchard (1984) o en estudios que tratan de fundamentar
el estatus teórico que corresponde a la literatura infantil como los de López Tamés (1985),
Cervera (1991a) o Sánchez Corral (1995).
34 Literatura infantil: aproximación al ámbito de estudio
y fuera de España. Actualmente son muy discutibles las apreciaciones de esta autora, pues-
to que ella, como era de esperar del tiempo en el que publica sus libros, se preocupa sobre-
manera por la moralidad de las creaciones que analiza y por la finalidad educativa de las
mismas. No hacemos referencia en el texto a la labor de estudiosos que se han centrado en
clarificar el panorama que ofrece la literatura infantil publicada en otras lenguas reconoci-
das oficialmente en nuestro país, como es el caso de la literatura infantil catalana que posee
una tradición digna de reseñar (cf. Rovira, 1976 y 1988).
12 Cf. Vázquez, 1963; Mendoza, 1980; Cervera, 1982; Cerrillo y García Padrino,
1990; Cubells, 1990.
13 Cf. Cendán Pazos, 1986; Cervera, 1991c; Colomer, 1991, 1992a, 1992b y 1992c,
García Padrino, 1992c. Hemos reseñado los estudios de mayor calado, sin ánimo de ser
exhaustivos. Publicaciones de este tipo, no obstante, son frecuentes en revistas especializa-
das como CLIJ, Lluc, Peonza, Cuadernos de Pedagogía, Boletín de Amigos del Libro, etc.
14 Cf. Janer Manila, 1982; Pelegrín, 1984, 1994 y 1996.
36 Literatura infantil: aproximación al ámbito de estudio
15 Jan (1977, reed. de 1969), comentando la experiencia de los álbumes de Père Cas-
tor, constató su desconfianza en el valor educativo de los libros escritos expresamente para
los niños, en primer lugar, porque a los receptores no les entusiasmaban y, en segundo
lugar, por el hecho de que se reflejara en ellos cómo debía ser la vida, no cómo era real-
mente.
16 No olvidamos la trascendencia del estudio de Bühler (1918) sobre los cuentos de
Grimm. Bühler señala en este trabajo ya clásico cuáles son los aspectos literarios del fol-
clore que se adecuan a la mente infantil: pocos personajes muy tipificados, motivaciones
de las acciones determinadas por hechos externos y moral maniquea y dogmática.
El desarrollo de los estudios sobre literatura infantil 37
riores20 han puesto de relieve que los niños son capaces de acceder a his-
torias más complicadas que las que propone la teoría piagetiana. Y es que
la recepción literaria no es fácil de concretar en lo que a edad se refiere,
puesto que la competencia lectora se distingue de la competencia literaria
en el momento en que nos adentramos en los «límites de la interpretación»
(Eco, 1998). Desde estos presupuestos, se explica, en ocasiones, las posi-
bilidades que se abren en el mundo de las sugerencias, cerradas asimismo
en el ámbito de la comprensión.
Posteriormente, la psicología cognitiva insistió en que el niño se apoya
en las situaciones sociales para construir su comprensión del mundo (cf.
Bruner, 1988), tal como lo señaló Vigotski (1978). De este modo, el cons-
tructivismo social 21 se ha orientado en la última década del siglo XX hacia el
estudio de la lectura como proceso de comprensión del texto y hacia el estu-
dio de las formas narrativas del discurso como un sistema cultural extraor-
dinariamente potente para dar forma a la experiencia, como señala Colo-
mer (1998: 72).
Quedan todavía más vías por explorar. En este sentido, podrían ser
citados los estudios de Cerdá (1978 y 1985), Colomer (1991), Machado
(1995), Petit (1999) o Montes (1999), en lo que se refiere al análisis de los
modelos educativos; o los de Dearden (1994), Turin (1995), Zipes (1986),
Orquín (1989), Colomer (1994), Lurie (1998) y Obiols (1998), en lo que
respecta al estudio de tópicos específicos como la interculturalidad o el
feminismo.
24 Cf. asimismo Boada (1985) y Díaz-Plaja (1988: 21), entre otros. Sirvan como
ejemplo las palabras de Cervera (1990: 67): «Por una serie de circunstancias que resultaría
prolijo enumerar no parece exagerado afirmar que nos encontramos ante una nueva litera-
tura infantil española o, por lo menos, ante una nueva etapa de la misma. Tal vez su gesta-
ción haya sido larga, si tenemos en cuenta algunos de los factores que han propiciado este
nacimiento. […] Cuando una manifestación artística reclama la ayuda de la teoría, la crí-
tica y la investigación, para su perfeccionamiento, es porque ha superado ya la etapa de su
infancia, caracterizada por la lucha por la supervivencia. Entra en otra, cuya característica
más destacada es la madurez. Sentir la necesidad de tales ayudas supone ya, por lo menos,
un deseo consciente de maduración. Y esto parece ser lo que le está sucediendo ahora
mismo a la literatura infantil española».
25 Resultan interesantes a este respecto las publicaciones de los informes sobre el
Ministerio de Educación y los estudios de fundaciones vinculadas al libro infantil y juve-
nil como la Sánchez Ruipérez. Así, recomendamos la lectura, entre otros, de los siguientes
informes: Análisis, 2002; Hábitos de lectura y compra de libros, 2002; Informe SGAE, 2000;
J. A. Millán, 2002; Las bibliotecas públicas en España, 2001; Las colecciones de las bibliote-
cas públicas, 2003; Panorama de la edición de libros, 2003; Panorámica de la Edición, 2002;
Resumen informativo, 2001.
El desarrollo de los estudios sobre literatura infantil 41
juvenil supone el 11 % del total. Imaginamos que todo depende del con-
cepto que se aplique de literatura infantil, sobre todo, de su extensión. En
todo caso, el porcentaje es considerable. Asimismo el ambiente en el que
el niño se desenvuelve facilita el hecho de que los niños se conviertan en
lectores.26
Las cifras de lectores frecuentes se mantienen fijas en casi todas las
franjas. Sin embargo, los lectores ocasionales deberían ser los principales
destinatarios de las campañas de lectura. Por último, se refleja en los infor-
mes el hecho de que la lectura no se vincula al ocio sino al aprendizaje, lo
cual supone un grave escollo para el fomento de la lectura y para el análi-
sis de las pautas que mueven la LIJ. Sin duda, este último factor es uno de
los aspectos que intenta superar lo que ahora ha dado en denominarse
«educación literaria» (cf. Mendoza, 2004).
La necesidad de reflexionar sobre el presente y el futuro de la litera-
tura infantil viene justificada por la sensación de caos en la que insisten
todos los sectores relacionados con el mundo del libro infantil, desde los
editores hasta los propios creadores.27 Uno de los pilares sobre los que se
sustenta el edificio de la literatura infantil es, sin duda, el de la crítica tanto
científica como periodística, teniendo en cuenta, como señalaba Vázquez
(1993: 25), que «la mejor crítica periodística es la que permanece atenta a
las aportaciones de la crítica científica y sabe adaptarlas a las característi-
cas de su medio».
Si los libros infantiles suponen en la actualidad, como hemos señala-
do anteriormente, un porcentaje muy elevado de la producción total de
obras literarias en España y la oferta crece de tal modo que resulta impo-
sible abarcar todo lo que se publica, es indispensable la existencia de una
crítica fundamentada en todos los órdenes para ejercer una labor de selec-
ción. No hay que soslayar el hecho de que los libros infantiles son libros
escritos por adultos, recomendados por adultos y dirigidos, en última ins-
tancia, a los niños. Esta realidad implica por parte del crítico una mayor
responsabilidad a la hora de ejercer su tarea. En este mismo sentido se
expresa Fernández Paz (1998: 16):
Creo que precisamos de una crítica que trascienda los lugares comunes,
las aproximaciones superficiales al texto y que penetre más adentro […]. Una
crítica que señale cuándo los caminos recorridos están ya muy andados y
cuándo significan algo nuevo […]. Una crítica que, en un panorama como el
actual, nos ayude también a los que escribimos a distinguir entre los libros lle-
nos de vida, esos que nos emocionan al leerlos, que nos ayudan a ver la reali-
dad de un modo diferente, y los libros que, aunque bien escritos, pulcros y
correctos, sentimos que están vacíos.
28 Así uno de los últimos estudios, más bien manuales, publicados en el ámbito que
nos ocupa, el de Ruiz Campos (2000: 42-47), incluye en su primer capítulo un procedi-
miento de evaluación de libros infantiles, siguiendo la normativa de la UNESCO a partir
de criterios no estrictamente literarios.
29 El lector interesado puede consultar, entre otros, estudios como los de Bettelheim
(1976), Soriano (1995), Jan (1977), Abbadie-Clerc (1977), Applebee (1978), Tucker
(1981), Held (1981), Escarpit (1986), Patte (1987), Jean (1988), Wells (1988), Nobile
(1992), Gárate (1994). Cf. asimismo las compilaciones de Cerrillo y García Padrino, 1999;
Llorens García, 2000a y 2000b.
30 Cf. López Royo y Cencerrado Malmierca, 1997: 64.
El desarrollo de los estudios sobre literatura infantil 43
32 Cf. Garrido Gallardo, 1987; Pozuelo Yvancos, 1988: 62-127; García Berrio, 1989:
42-48.
No es éste el lugar para realizar un repaso del desarrollo de la teoría literaria. Por
esta razón el lector interesado puede consultar las obras de Garrido Gallardo (1988), Spang
(1993) o Aguiar e Silva (1997), además de los estudios mencionados de Pozuelo Yvancos
(1988) y de García Berrio (1989).
El desarrollo de los estudios sobre literatura infantil 45
Define Eco (1987: 79) el texto como «un producto cuya suerte inter-
pretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo». El texto
El desarrollo de los estudios sobre literatura infantil 47
La escuela no crea lectores que necesiten la lectura para vivir, sino que
debe poner al individuo en disposición de hacerlo. Decía Landero: «Algo
se puede hacer: si no enseñar literatura, sí poner en disposición de dejarse
seducir por ella» (cit. por Osoro, 2002: 36).
Hoy ya no se utiliza la expresión «enseñar literatura» sino que se habla
de educación literaria con la intención de alejarse de la metodología pura-
mente historicista, de las listas de autores y obras, para acercarse al traba-
jo de la competencia literaria, en una enseñanza basada en el discente.
Asimismo, varios conceptos se manifiestan como fundamentales en lo que
concierne a la educación literaria y a su reflejo en las aulas y, entre todos
ellos, destacaremos los de competencia literaria, comprensión, interpreta-
ción e intertexto lector.
Bierwisch (1965) define la competencia como «la capacidad huma-
na que posibilita la reproducción y recepción de estructuras poéticas y
que debe ser aprendida socialmente». Se trata, pues, de un progresivo
dominio de las convenciones literarias, ya que es necesario aproximarse
a la educación de la habilidad lectora para que el lector sepa establecer
su interacción con el texto, para que coopere en la recreación de la obra
y en la construcción de la interpretación (Mendoza, 2001: 218). En este
sentido, hay que distinguir entre comprensión e interpretación. Com-
prender es sólo asumir lo que el texto indica literalmente. Interpretar
implica interiorizar lo comprendido y reformularlo personalmente. Por
último, muy ligado a estos conceptos se encuentra el de intertexto lec-
tor. Mendoza (2001: 102) lo define como «dispositivo activo de los sabe-
res, estrategias y recursos lingüísticos y pragmático-culturales que se
actualizan en cada recepción literaria, con el fin de construir nuevos
conocimientos significativos que pasan a integrarse en la competencia
literaria». El concepto de intertexto no es nuevo ya que tanto Kristeva
(1969), Van Dijk (1983), Todorov (1975), Riffaterre (1971) o Genette
(1982) y Eco (1987), entre otros, lo habían tratado señalando que la lec-
tura de un texto siempre se vincula a la experiencia que el lector ha
adquirido a través de otros textos con los que inevitablemente se rela-
ciona y forma un entramado.
La educación literaria supone un regreso a los textos dentro de un
enfoque comunicativo que contempla la presencia de los mediadores
como uno de los puntos esenciales. Desde la consideración de la impor-
50 Literatura infantil: aproximación al ámbito de estudio
36 Nos referimos, por ejemplo, a una espectacular campaña ministerial que en el año
2002 se llevó a cabo en aras del fomento de la lectura. El material de aquella campaña fue
muy cuidado en su elaboración, las ilustraciones resultaron ser magníficas y la línea meto-
dológica de actuación resueltamente inadecuada puesto que abolía cualquier principio de
gratuidad, de selección, etc.
37 Sirva como ejemplo el proyecto Leer juntos llevado a cabo por el C. P. Francisco
Galiay de Ballobar. Esta experiencia ha supuesto un ejemplo de lo que se puede llegar a
alcanzar cuando la formación del mediador adquiere un carácter continuado y sólidamen-
te fundamentado, tanto en lo que respecta a los soportes teóricos como en lo que concier-
ne a la selección y guía de las obras escogidas.
¿Y la educación literaria? 51
Escribimos para que [el otro] se detenga y nos oiga contar. No importa
lo que contemos, sino que esté a nuestro lado y nos escuche. Porque contar
una historia es, por encima de cualquier otra cosa, contemplar el rostro del que
la escucha.
9. Landero (cit. por Osoro, 2002: 33) afirma que «sólo se puede con-
tagiar aquello que verdaderamente se ama, aquello que forma parte de
nuestras pasiones más íntimas y preciadas». Leer por «contagio» es, por
tanto, una de las posibilidades.
10. Es necesario ofrecer un abanico amplio de posibilidades y com-
binar la recepción con la creación en un contexto educativo de construc-
ción compartida. La creación no tenderá a la formación de artistas sino a
complementar el ejercicio de reflexión sobre el proceso de formación del
texto.
Las actividades de animación a la lectura merecen un comentario
especial puesto que han sido revisadas por las nuevas propuestas de edu-
cación literaria. Entendemos por animación a la lectura «una serie de
estrategias y actividades dirigidas a despertar en las personas el deseo
de leer» (Docampo, 2002: 50). Uno de los principales reproches que se ha
realizado a este tipo de actividad de refuerzo es la pérdida de contenidos,
de tal modo que, en ocasiones, el método se ha convertido en el propio fin
y el texto resulta sólo un pretexto para desarrollar un espectáculo comple-
to en sí mismo. Detrás de las actividades de este tipo que se extendieron
durante los años ochenta y noventa en bibliotecas y centros escolares
(Colomer, 2002a: 280-281) se esconde una desconfianza clara en el poder
del texto y un temor ante una actividad que, al fin y a la postre, requiere
un esfuerzo y debe desarrollarse a través de una labor individual.
Una vez reconocida la importancia del mediador que funciona como
mecanismo generador de un discurso que se define, entre otros rasgos, por
la presencia de un receptor infantil y un receptor adulto coincidente a su
vez con el mediador, entendemos como otro de los pilares básicos de la
educación literaria la selección del corpus de literatura infantil y juvenil.
El mediador adulto debe ser asesorado y guiado en un mercado que sopor-
ta un número ingente de publicaciones al año. Bien es verdad que la críti-
ca especializada no acaba de ejercer su papel, puesto que se echan de
menos criterios en la labor de selección del corpus y el panorama se mues-
tra harto complicado (Ballaz, 1996; Garralón, 1999; Colomer, 2002b).
Por otra parte, se publican guías, listas, tesoros38 que no acaban de llegar
38 Cf. Castañeda y otros (1993), Barrena y otros (2000), Entrequinientos (2000), Fer-
nández (2000), González (1997, 1998 y 1999), Yubero et al. (2002), entre otros.
La literatura infantil en el marco de la enseñanza 53
1 Cf. a este respecto García Berrio, 1989; Pozuelo Yvancos, 1988; Spang, 1993;
Garrido Domínguez, 1993; Aguiar e Silva, 1997.
58 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
2 Schmidt (1987) recoge un esquema parecido, adaptado después por Lluch (1998).
Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil 59
Blanch (2000: 94) ofrece una perspectiva más completa de las fun-
ciones del editor:
Empresarialmente, un editor es el fabricante de un catálogo de produc-
tos culturales; comercialmente, un editor es el intermediario entre proveedo-
res de base —los autores— y los clientes finales —el público lector—; profe-
sionalmente, un editor es el coordinador del proceso de transformación
industrial —sector de las artes gráficas— de una materia prima obtenida arte-
sanalmente —texto e imágenes originales—; socialmente, un editor es el sello
de una empresa cultural; y, culturalmente, un editor es el creador de vehículos
transmisores de pensamientos y emociones.
deja llevar por criterios económicos; una editorial debe ser rentable para
asegurar su presencia en el mercado. Los clientes de las editoriales no son
los lectores sino las librerías, las grandes superficies, las distribuidoras, las
bibliotecas, los centros educativos e, incluso, las instituciones públicas,
ayuntamientos, diputaciones y gobiernos autonómicos. A todos ellos hay
que persuadir de que el producto que se les ofrece va a interesar al cliente
final, que no es otro que el público lector. Ciertamente la complejidad del
mundo editorial se acentúa cuando nos acercamos al panorama de la edi-
ción de libros infantiles.
En un artículo de la revista Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil
(1993: 42-53) dedicado a los editores galardonados con los Premios a la
Edición 1992, del Ministerio de Cultura, los directores de las editoriales
Anaya, Aura Comunicación, Destino, Pirene y SM realizaban una valora-
ción del momento de la edición infantil y juvenil española. Todos ellos
coincidían en señalar que el mercado estaba saturado de publicaciones en
las que vale todo, en aras de la preocupación didáctica, puesto que la escue-
la marcaba la producción editorial. Jufresa (1993: 48), directora de la edi-
torial Destino, señalaba que los libros no destinados al consumo escolar
padecían una gravísima debilidad de mercado que los hace casi inviables.
En esta misma línea, Besora (1993: 46), director de Aura Comunicación,
afirmaba:
La escuela continúa imponiendo las directrices por las que se rige la lite-
ratura infantil y juvenil en la actualidad, cuyo objetivo es conquistar al niño-
alumno, como lo denominaba Rodari, en contraposición al niño-que juega, a
quien se le conquista con libros nacidos de la imaginación por la imaginación.
La balanza está muy desequilibrada. Los libros con un contenido imaginativo,
los libros de imágenes, los libros bellos, se pierden entre un alud de coleccio-
nes —y las hay excelentes—, que mezclan la ficción con la intención de infor-
mar y de una gran cantidad de títulos de dudosa calidad literaria que acos-
tumbran a mostrar estereotipadas representaciones de la adolescencia y sus
problemas.
mundo escolar; una segunda más creativa y artística, y una tercera eminente-
mente comercial […]. Es difícil conciliar la actividad empresarial con la de
agente cultural, ya lo dijimos al principio, y en el fondo no dudo de que todos
los editores lo intentan; sólo que lo de «agente cultural», que suena tan raro,
se presta a todo tipo de interpretaciones. Hay quien se sabe agente cultural, y
realmente lo es, como se es agente secreto o agente de seguros; y hay quien no
tiene remota idea de qué demonios significa eso y no se molesta en averiguar-
lo; juega y se entretiene con los libros, y es lector antes que nada: edita lo que
le gusta y hace cada libro distinto (Kókinos), se convierte en escaparate de
nuevos ilustradores (Kalandraka), publica libros arriesgados del panorama
internacional (Lóguez), rescata los clásicos modernos de nuestra tradición
(Olañeta).
Es preciso dejar pasar algo de tiempo para averiguar si estas y otras edito-
riales, que representan opciones que tratan de escapar a la norma, son capaces
de mantenerse en el mercado; para ver cómo evolucionan. […] Considerada en
su conjunto, la producción tiende a ser muy conformista y está contagiada por
los vicios que afectan al mercado del libro en general (Ferrer, 2004: 4).
Sin duda, el lector modelo que prevé el texto en las obras de literatu-
ra infantil es dual. Queremos con ello decir que el propio texto presupo-
ne un lector adulto y un lector infantil. El primero realizará las tareas de
intermediario, ya que en las edades de los receptores entre las que se mueve
este estudio, como señala Viala (1987: 29; cit. por Mendoza, 1998: 29),
la lectura no suele ser una elección personal del lector real:
4 Utilizaremos esta denominación acuñada por Viala (1987) para referirnos a todos
aquellos adultos que por razones diversas desempeñan las funciones de intermediarios:
maestros, padres, críticos, etc.
66 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
5 Nos referimos, por ejemplo, a las obras que marcaron el comienzo de la colección
Alfaguay, colección en la que participaron, además de Lindo, autores como Montero o
Madrid, todos ellos avalados casualmente por una trayectoria conocida por el público adul-
to, trayectoria que a su vez ejercía las veces de reclamo publicitario.
Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil 67
2.1.1. La ilustración
Uno de los elementos paratextuales que se presenta en este momento
como fundamental es la imagen, la ilustración en el libro infantil y juvenil.
La ilustración adquiere en nuestros días una importancia sin prece-
dentes ya que el destinatario del discurso narrativo infantil, que, a su vez,
funciona como estrategia generadora del mismo, se identifica con un tipo
de lector muy familiarizado con los sistemas audiovisuales que se mueve
con soltura entre la fragmentación, la rapidez y la interactividad.
Genette (1987: 373) se refiere a la ilustración como uno de los para-
textos más habituales en la obra literaria y de contenido inasible. Aun
compartiendo con Genette la carencia de formación en el ámbito de las
artes plásticas, entendemos que nuestro cometido en este momento no es
juzgar la calidad estética de las ilustraciones o de las técnicas utilizadas sino
definir cuál es la función de este elemento paratextual en el marco del dis-
curso narrativo infantil:
Los paratextos no verbales 71
ción por parte del Instituto Virtual Cervantes de la página titulada Cien
años de ilustración infantil (2004). Si el mundo anglosajón10 constituye un
ejemplo de la importancia que se le ha reservado a la ilustración de libros
infantiles, en España es en la última década del siglo XX cuando se comien-
za a concebir el libro infantil o juvenil como un compendio de códigos y se
empieza a conocer y a estudiar más de cerca a ilustradores de libros infan-
tiles.11 De tal manera que en los años ochenta no fueron pocos los encuen-
tros nacionales e internacionales en los que se hablaba de una «Escuela
Española de Ilustración» que englobaría a todos los creadores que irrum-
pieron en el mercado editorial con el famoso boom de los años setenta, tales
como Pacheco, Solé, Balzola, Boix, Calatayud, Gusti, Ginesta, Del Amo,
Ruano, entre otros, aunque Balzola (1992: 8-15), Ruano (1992: 16-20) o
Pacheco (1993: 18-29) negaran la existencia de tal escuela frente a la defen-
sa que de esta hizo Lobato (1992: 14-22) en un espléndido artículo. Con
escuela o sin ella, la ilustración ha tomado carta oficial en el marco de las
disciplinas artísticas y, por ende, en el ámbito de la literatura infantil y juve-
nil.
Superadas ya las antiguas rencillas, a las que alude Armijo (1991: 16-
19), que separaban al escritor del ilustrador, siempre mediatizados ambos
por la figura del editor, hoy es una realidad la consideración inexcusable
del ilustrador en el libro infantil.
De este modo, Solé en una entrevista realizada por Castillo definía
acertadamente la labor del ilustrador:
—Así, la ilustración ha de estar al servicio del texto.
—Sí. Siempre he tratado de adaptarme al texto, a mi manera de verlo
claro, otro ilustrador seguramente lo haría de otra forma. Siempre he tratado
de expresar aquello que el relato me ha sugerido (Castillo, 1994b: 44-49).
10 Cf. Kiefer, 1983; Moss, 1981; Crago, 1983; Parmegiani, 1985: 49-72; Hunt,
1995; Obiols, 1995: 7-20; Obiols, 2004: 85-122.
11 En lo que respecta a la historia de la ilustración infantil, el trabajo de García Padri-
no (2004) es de referencia inexcusable en la consolidación de este ámbito de estudio.
Los paratextos no verbales 73
Quede claro que todo libro ilustrado es la obra conjunta de dos autores:
el autor literario, que se expresa mediante la palabra escrita, y el autor de imá-
genes, que, aun basándose en el texto para crearlas, es libre de interpretar sus
sugerencias, de ampliarlas, de enriquecerlas, de poner en relieve ciertos aspec-
tos de su interés y de ofrecer, en fin, una aportación artística personal (Wen-
sell, 2000: 152).
12 Cf. a este respecto Durand y Bertrand, 1975; Danset-Léger, 1980; Moebius, 1986;
Spink, 1990; Despinette, 1993; Monográfico de la revista Peonza, 1996.
74 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
2.1.1.2. El libro-álbum
Es necesario distinguir entre libro-álbum y libro-ilustrado. La dife-
rencia entre uno y otro no depende de la cantidad de ilustraciones sino
que depende del concepto del que se parte (Shulevitz, 1999: 132). El
álbum es un género editorial exclusivo y único.
Greene (1999: 13), al tratar de la obra de Caldecott, insiste en la inter-
pretación que este realizó del texto añadiendo elementos nuevos al cuento.
Por esta razón, Sendak atribuye a Caldecott la invención del libro-álbum.
Los precedentes de lo que hoy consideramos «álbum» los podemos
encontrar en el siglo XIX en el Der Struwelpeter de Hoffmann, en Alicia en el
país de las maravillas de Carroll o en A Apple Pie de Greenaway. Ya en los
inicios del siglo XX hay que citar los Albums du Père Castor de Faucher y,
sobre todo, la Historia de Babar de Brunhoff. Es en los años sesenta cuando
se puede situar el nacimiento del álbum tal como lo concebimos en la actua-
lidad (Colomer, 1998: 90; Durán, 1999: 78). En la década mencionada se
advierte una transformación en el ámbito intelectual: cultura de masas,
sociedad de consumo desembocan en un pensamiento relativista (Barthes,
Russell, Wittgenstein) donde se prioriza lo posible sobre lo real. Así se refie-
re a este momento y a su influencia en la génesis del álbum Durán:
[…] el álbum es, sobre todo, un trabajo polifónico donde el soporte físico y la
narratología textual y visual concuerdan afinadísimamente. Este acorde puede
estar al servicio de cualquier tipo de relato (fantástico, documental, cotidiano...)
y dirigirse a cualquier tipo de público, por poco que éste sea sensible a la recep-
ción de un producto pluridisciplinar que, a mi entender, es cada vez más emble-
mático de lo que podría llegar a ser la cultura postmoderna, es decir, de aque-
lla cultura que según José Antonio Marina, Lyotard, Eco o Barth, utiliza el
ingenio y la fabulación, la indefinición y la indeterminación, la ambivalencia y
el pensamiento simbólico para comunicarse. […] En el álbum participan los
mismos elementos que se encuentran en las demás modalidades de libro, pero
con características propias: la proporción, tanto en superficie como en intensi-
dad narrativa de las imágenes es, por lo menos, igual a la del texto o en infini-
dad de casos claramente superior; la estructura secuencial de sus páginas resul-
ta básica tanto para su carga narrativa como para la lectura contemplativa. Se
prioriza en él —y es aquí donde la secuenciación resulta esencial— la recepción
del mensaje visual (sin imagen el texto, si lo hay, perdería fuerza y concreción,
aunque hay que tener en cuenta que, en los casos óptimos, el texto opera como
«revelador» de la imagen...) (Durán, 1999: 79).
13 Cf. para este concepto en lo que se refiere a la narrativa infantil, Moss, 1992.
Los paratextos no verbales 77
14 Constituyendo el álbum una modalidad que ofrece muchas posibilidades para for-
mar la competencia literaria del receptor infantil, no podemos soslayar, sin embargo, las
dificultades por las que está pasando desde la perspectiva del mercado. La edición material
de aquel es costosa desde el punto de vista económico y entraña un riesgo que no todos los
editores están dispuestos a asumir. Por otra parte, todo editor conoce que en fechas de
mayores ventas, como son las Navidades, el álbum ilustrado debe competir en inferioridad
de condiciones con productos de consumo apoyados por una ingente campaña publicita-
ria, tales como los álbumes que desarrollan las historias de Disney. Los editores, por tanto,
junto a los libreros, a los bibliotecarios y a los maestros, deben intentar apoyar este sector
minoritario de una gran calidad que no acaba de encontrar su lugar en las grandes edito-
riales si no es a la manera de colecciones que contribuyen a prestigiar la labor editorial,
posibilidad que los pequeños editores ni siquiera pueden contemplar (cf. Roehrich-Rubio,
1996: 36-37).
78 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
congruencia hasta una de alta ironía. Así, en su más alto grado de experi-
mentalidad, requieren de un alto grado de tolerancia por parte del lector
(Donan, 1999: 35). Lewis (1999: 86) menciona que la incesante interac-
ción entre palabra e imagen es una de las dos razones por las que la forma
de los libros-álbum tiene una extraordinaria apertura y sensibilidad. Se
trata, por tanto, de una concepción en la que la imagen y el texto respon-
den a la creación del discurso de tal modo que si desapareciera uno de los
dos códigos, desaparecería también la obra. Una vez ilustrado, ningún
libro queda inmune a la influencia de la imagen visual. Y esta afirmación
de Lewis (1999: 86) nos acerca a la realidad de lo que llamamos libro ilus-
trado, que parte de un concepto diferente. En el libro ilustrado (Diecisie-
te cuentos, de Nesquens; El grito de la grulla, de Alonso; Hasta (casi) cien
bichos, de Nesquens; Días de Reyes Magos, de Pascual. Figs. 1, 2, 3) el texto
funciona como guía de la historia y la imagen ofrece una interpretación,
entabla un diálogo con el texto, ofrece claves de desarrollo de la trama,
pautas al lector para construir el significado y, sin embargo, la relación de
interdependencia es menor, aunque, evidentemente, la obra no sería la
misma. También existen, eso sí, casos fronterizos como el de El grito de la
grulla, en el que todo lo referente a la papiroflexia no se puede imaginar
sin las ilustraciones.
Por otra parte, la especial interrelación que se produce en el discurso
que nos ocupa entre texto e imagen implica su grado de experimentalidad
y su vinculación a la posmodernidad. El receptor infantil acepta mejor que
el adulto la experimentalidad por su menor enciclopedia o intertexto y,
por tanto, como señala Donan (1999: 35) es un receptor más abierto a
nuevas propuestas. Los autores parten de las formas más simples de la
narración, pero utilizan recursos que inician la posibilidad de desviarse de
ellas, recursos que ayudan a los niños a ir más lejos en su competencia lite-
raria. La relación entre texto e imagen es la que provoca el carácter expe-
rimental del álbum y la especial consideración del receptor y de su acep-
tación de la experimentalidad.
tejidos con habilidad para conformar una totalidad que se desarrolla cons-
tantemente adquiriendo nuevas formas. La novela posee estas característi-
cas porque es la única forma de arte verbal que entra en contacto directo
con la naturaleza inacabada e incompleta de la vida contemporánea. En
este sentido, se refleja el espíritu de la posmodernidad más que en ningún
otro género (Lewis, 1999: 87).
Graciela Montes (1999: 106) habla así de la posmodernidad:
Había una guerra. Todas las mañanas los hombres partían al campo de
batalla. Los que volvían por la noche llevaban a los muertos y a los heridos. La
guerra duraba desde hacía tanto tiempo que ya nadie recordaba por qué había
empezado (De cómo Fabián acabó con la guerra, de Vaugelade).
15 En este sentido, nos ha sorprendido, por sus similitudes con el libro-álbum, la apli-
cación que de la teoría narratológica de Genette realizan Gauldreault y Jost (2001) en el
análisis del relato cinematográfico.
82 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
Rosa Blanca vivía en una pequeña ciudad de Alemania. Sus calles eran
estrechas, con fuentes antiguas y casas altas, sobre cuyos tejados iban a posar-
se las palomas. Un día, aparecieron los primeros camiones y muchos hom-
bres se subieron a ellos. Llevaban uniformes y se saludaban. El alcalde Sch-
roeder pronunció un discurso. Por todas partes, colgaban banderas de
colores y los niños saludaban. [...]
Sin embargo, Rosa Blanca estaba cada vez más delgada. Entre toda la
gente de la ciudad, el único que seguía estando gordo era el alcalde Schroeder,
que continuaba pronunciando largos discursos. Pero la gente ya no era tan
amable y, desconfiados, se vigilaban unos a otros. Rosa Blanca ocultaba la
comida en la cartera del colegio y tenía mucha prisa al salir de la escuela.
16 No es difícil recordar, a este respecto, que la única nota de color que aparece en la
película de S. Spielberg, La lista de Schlinder, viene de la mano de una niña que va vestida
de rojo y que atraviesa la pantalla totalmente ajena al dramatismo de la situación que se
narra.
Los paratextos no verbales 83
17 La utilización del peinado de las niñas protagonistas para simbolizar las diferentes
etapas vitales por las que los personajes tienen que transitar es bastante común en la narra-
tiva infantil. Valga como ejemplo Yo las quería, de María Martínez y Vendrell.
84 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
osito (fig. 14), en el que el texto verbal conduce sólo la historia de dos
niños y de sus respectivos ositos, mientras que la ilustración presenta y
desarrolla varias historias que ocurren alrededor de los dos protagonistas.
El juego de perspectivas que se establece es inusual, las imágenes son pla-
nas, en la línea del expresionismo, y el receptor experimenta la sensación
de contemplarlo todo desde arriba, tal como lo pueden estar haciendo las
madres de los dos pequeños.
Del mismo modo, Perro y gato (fig. 15), de Alcántara y Gusti, consti-
tuye un ejemplo del álbum de finales de los años noventa (Fernández,
2000a: 56-59). La edición es muy cuidada, con cubierta y contracubierta
de cartón muy duro y el papel de color sepia, lo cual contribuye a crear
una atmósfera muy tierna de acuerdo con la historia desarrollada. Diez
composiciones a toda página y cinco sencillas conforman este álbum mar-
cado por la dualidad contrapuesta que se advierte en el título. La ilustra-
ción corresponde a lo que Dupont-Escarpit (1996: 19) denomina «ima-
gen narrativa»: Perro y gato cuenta la historia de un perro y un gato que
son llevados a una casa a modo de regalos con motivo del cumpleaños de
dos hermanos gemelos. Los animales, dada su condición de adversarios
—como reza la sabiduría popular—, deciden ser enemigos y así se van
sucediendo las faenas que se realizan mutuamente. Eso sí, la noche llega
y se sienten muy solos, lejos de sus respectivas madres; lo único que les
queda, pues, es acompañarse y sellar la paz:
Había una vez un niño pequeño que no tenía mamá. Vivía completa-
mente solo en una casa. Él solo se preparaba la comida y él solo se bañaba. Y
hasta se tenía que cambiar los pañales él solo.
los pop-up, que suele encontrarse a medio camino entre el libro y el jugue-
te, cuenta en su composición con un entramado de lengüetas (Elmer, de
Mckee), tiras combinables (Teo se disfraza, de Denou), elementos desple-
gables (La casa de Maisy, de Cousins), agujeros (Juega al escondite con el cer-
dito Wibbly, de Inkpen), ventanas e incluso objetos añadidos relacionados
con la historia que se cuenta. Uno de los ejemplos más afortunados en esta
línea de edición es, sin lugar a dudas, El cartero simpático en Navidad, de
los hermanos Ahlberg.
Los libros de estas características juegan con las tres dimensiones, en
algunos casos, y se centran en la participación del lector desde la perspec-
tiva de la manipulación. La historia, el texto, por consiguiente, pierde
fuerza en detrimento del aspecto plástico, de tal modo que es habitual en
este tipo de obras encontrar sucesiones de cuadros o escenas independien-
tes entre sí, como ocurre, por ejemplo, en Bromas de animales, de Faulk-
ner y Spender, compuesto por una serie de preguntas que se resuelven con
respuestas chistosas.
Las posibilidades materiales con las que en la actualidad cuentan los
editores han propiciado que este tipo de libros haya superado las barreras
de la recepción infantil y se dirija a toda clase de público basándose en el
aspecto material de la edición y confluyendo con el concepto de libro-
regalo o libro-juego para todas las edades. No extraña, por lo tanto, leer en
las contracubiertas comentarios como el que viene a continuación:
Una vez más inferimos del contenido del texto la presencia de un lec-
tor adulto que juzgará el tema, si se adapta o no a sus necesidades, y el
prestigio de la autora, además del nivel de lectura que el editor exige en la
recepción.
Los paratextos no verbales 97
Fig. 9. Papá.
Quedarse dormido solo no es tan fácil. Menos mal que papá acude rápi-
do a la llamada de peligro. Da igual que sean los tiburones que rodean el barco
pirata, o una legión de momias o de monstruos, o seres terroríficos y animales
salvajes, con sus «terribles» amenazas. Todos se alejan ante la presencia de papá.
Entonces llega el sueño tranquilo (Cano y Giménez, ¡¡¡Papááá...!!!).
CONTRACUBIERTAS
Arnold Lobel. Nació en Los Ángeles, California, en 1933. Estudió
en Nueva York y se casó con Anita, otra prestigiosa ilustradora. Con la
serie Sapo y Sepo, Lobel se ha convertido en un clásico de la literatura
infantil. Por ella, recibió en 1973 la importante medalla Caldecott.
A Sapo y a Sepo, una vez más se les ocurren las cosas más inespera-
das: desde llenarse la cabeza de ideas para que a Sepo le quede a medida
el sombrero que Sapo le regaló el día de su cumpleaños, hasta elevar una
cometa a voces. Eso sí, ocurra lo que ocurra, la amistad entre ambos es
inquebrantable (Lobel, Días con Sapo y Sepo).
La rivalidad que establecen dos niños sobre sus osos le sirve de pretexto
al autor para ofrecer unas inquietantes imágenes de su entorno. El libro tiene
otras posibles lecturas, un poco surrealistas, de la realidad circundante que el
lector tendrá que recomponer como un puzzle, a partir de una lectura de imá-
genes muy creativa.
David McKee ha publicado muchos libros para niños. Algunos han teni-
do tanto éxito que el autor ha hecho películas de dibujos animados para la tele-
visión. «Me gusta el humor encubierto y surreal. En los libros que ahora estoy
haciendo me gusta dejar cada vez más cosas sin decir pues así hay más de una
manera de interpretarlas». Este libro es un buen ejemplo de ello.
Sólo nos resta aludir, para terminar la referencia a los textos de la con-
tracubierta, a su ausencia en el álbum ilustrado. En este tipo de obras lo
más que aparece en la contracubierta es una lista de obras publicadas en la
misma colección —Donde viven los monstruos, ¡Adiós, pequeño!—. Lo nor-
mal es que aparezcan ilustraciones referentes al contenido del álbum —Tú
y yo, osito, ¡Papá!—. Los editores respetan en estas obras el poder persuasi-
vo del componente icónico que, como hemos señalado anteriormente,
influye sobremanera en el receptor adulto y, de esta modo, se insiste en el
marco experimental de propuestas muy abiertas —emisión, mensaje y
recepción— en el que se mueve este subgénero que, por otra parte, suele
corresponder a la emisión de un solo autor que crea texto verbal e ilustra-
ción simultáneamente.
Los prólogos y las dedicatorias son paratextos que dependen asimis-
mo de la mano del editor o del director de la colección. En el caso de la
narrativa infantil, estos textos no suelen aparecer, tal como señala Lluch
(1998: 92). Aparentemente los prólogos suelen dirigirse al lector infantil a
través de una estructura imprecativa, aunque el destinatario último sea el
adulto. Así, la editorial Bruño en la colección denominada Altamar inicia
124 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
todas las obras con una ficha bibliográfica del autor, seguida de una dedi-
catoria a manera de prólogo escrita por el propio autor.
PRÓLOGOS Y DEDICATORIAS
Para ti
Coge un poema y súbelo, verso a verso, hasta llegar a la intención del
poeta. Abre una novela y camínala, página a página, hasta que te sientas
parte de las desventuras de un hambriento o de la fama del capitán que
volvió de las estrellas.
Carga con tus dudas y entra en la biblioteca. Ahí están las respuestas
de que dispone el hombre. No son todas las que el hombre quisiera, pero
de momento es lo que hay.
Lee, muchacho, llena las maletas, pero no por eso dejes de correr,
brincar y reír, cantar y enamorarte. La vida también es un buen libro y
merece la pena vivirlo con alegría (Farias, Los apuros de un dibujante de
historietas).
Querido amigo:
Cuentos para los que duermen con un ojo abierto es una invitación al
juego de vivir la apasionante aventura del sueño. Un sueño que se extien-
de sobre las cosas cotidianas, sobre la vida.
Uno de los ojos sueña, mientras el otro se mantiene abierto a la rea-
lidad y al absurdo.
Vacas que escriben cartas de amor, palabras que se pierden, prince-
sas que querrían vivir en el corazón de una manzana, trenes que parten
por caminos insospechados, velas que se convierten de súbito en una palo-
ma blanca...
Casi un delirio, una nave de locos es este libro.
Una propuesta incitante que te invita a participar en el juego de ver
las cosas, discretamente con un ojo abierto.
Vuelve la hoja, amigo ¡y adelante!
(Janer Manila, Cuentos para los que duermen con un ojo abierto).
Los paratextos no verbales 125
FICHA EDITORIAL
ACTIVIDADES
Aportaciones:
Parece que siempre pagan justos por pecadores, porque en este caso
el pobre vigilante de la escuela recibe todos los porrazos. Sin embargo, al
final vence la justicia, ya que Basil Nibbs no se libra totalmente del fan-
tasma.
La falta de respeto por parte de un alumno hacia el maestro ha hecho
que este último enloquezca. Unos años más tarde, un descendiente de
aquel muchacho repite la misma historia sin saberlo. ¿Somos herederos
del carácter de nuestros mayores?
El señor Browne ha tenido que vencer el miedo para poder expulsar
de la escuela al fantasma pero lo paga muy caro. Esperemos que una
heroicidad como ésta se vea recompensada.
Sugerencias:
El miedo. Todos hemos pasado miedo alguna vez; seguro que tú tam-
bién. Explica la vez que más te has asustado.
El disfraz. Cuando hablamos de fantasmas, siempre pensamos en
una sábana blanca con una bola de hierro, pero no sólo hay fantasmas así.
También hay fantasmas que se pueden quitar la cabeza, fantasmas con
forma de perro, fantasmas miedosos, etc. Invéntate un fantasma y haz una
lista del material necesario para disfrazarte. Si te vistes así en Carnaval,
seguro que sorprenderás a todo el mundo.
grupos juveniles, bibliotecas, animadores, etc.». Una vez más, son los
adultos los receptores elegidos. Cada una de las fichas analíticas, organi-
zadas por edades según la enseña de la sección, incluye una nota biográ-
fica acerca del autor, una sinopsis argumental y dos apartados dedicados
al interés del libro y a las actividades que a partir de él se pueden plante-
ar. En lo que se denomina «interés del libro» se refleja el tratamiento de
los valores temáticos más sobresalientes, destacados, sobre todo, por la
función didáctica.
Por otra parte, cada serie está introducida por un cuadro en el que se
reflejan las diferentes áreas transversales (educación para la convivencia,
para la salud, para la paz, del consumidor, no sexista, ambiental y multi-
cultural) trabajadas en cada uno de los títulos referidos. Cada título va
acompañado por un resumen del argumento y una referencia a los temas,
áreas, ejes transversales y celebraciones a las que se vincula. Los títulos
seleccionados para el proyecto Leer, leer, leer... Contigo creamos lectores
parecen ser aquellos que destacan por su calidad literaria a criterio de la
editorial.
Una vez más, los receptores del catálogo son los adultos, sobre todo
los maestros que llevan a cabo la elección de las lecturas implicadas en cada
curso escolar.
132 Otras formas de contar: los paratextos en el discurso narrativo infantil
Por eso queremos que nuestro catálogo sea algo más que un listado de
colecciones, títulos, formatos y premios. Sin duda, todo eso es una informa-
ción importante que interesa conocer. Pero junto a ella queremos transmitir
una pequeña parte de esa vida que llevan los libros en su interior: temas, ilus-
traciones, diseño y tantas cosas más que constituyen una parte vital del libro
que trata de transmitirse y que sólo se completa cuando el lector la recibe y la
incorpora a su andadura (Libros infantiles y juveniles. SM. Introducción,
Madrid, SM).
LA LECTURA
Todos percibimos desde temprana edad los cambios de tiempo y las
incomodidades propias de cada fenómeno que se produce en la atmósfe-
ra. Pero, en esta ocasión, los pequeños tendrán la oportunidad de cono-
cer los aspectos más positivos porque, al igual que Elmer, pueden apren-
der a pasarlo bien.
A Elmer le gusta el viento, la lluvia, la tormenta, la niebla, la nieve...
y es que cada circunstancia se presta a un tipo de juego, y él es un elefan-
te tan divertido que da gusto estar con él.
Orientación pedagógica
La forma de un objeto reproduce, mediante el proceso de abstrac-
ción de un niño pequeño, la paulatina transformación en otras cosas a
partir de los elementos gráficos que sirven para identificar el objeto ini-
cial. La vuelta al punto de partida (el erizo) imita el mecanismo de los jue-
gos infantiles, donde prevalece la fantasía.
ACTIVIDADES
Antes de leer, cada niño dibujará una forma geométrica sencilla y la
transfomará en un objeto o animal.
Haremos un mural en el que, a partir de una figura, cada niño vaya
señalando una transformación (dibujada por él mismo o con ayuda del
profesor). Luego contaremos la historia con esa secuenciación de figuras
(el maestro/a deberá mostrar un ejemplo previo) (Anaya. Educación Infan-
til. Lecturas recomendadas, 2004).
1 Cf. Adams, 1985: 9; y a este respecto: Lázaro Carreter, 1987: 153; Schmidt, 1987: 202.
2 Estudios como los de Ynduráin (1974), Eguren Gutiérrez (1987), Bousoño (1981),
Pelegrín (1984), Todorov (1975), Aguiar e Silva (1997), García Landa (1998) abordan estos
asuntos que resultan de especial relevancia en las aproximaciones a la literatura infantil.
138 De contadores, cuentos y contados
3 Adoptamos las definiciones que de los conceptos acción, relato y discurso ofrece
García Landa (1998: 19-20): «En una definición provisional diremos que la acción consis-
te en la serie de acontecimientos narrados, y que el discurso narrativo es el proceso semió-
tico que elabora o transmite la narración. El relato es el terreno común entre ambos: la
acción tal como aparece en el discurso. El relato es la representación de la acción en cuanto
ésta es transmitida narrativamente, y el discurso narrativo (hay, claro está, muchos otros
tipos de discurso) es la representación del relato. También podemos considerar al discurso
narrativo la estructura superficial del relato y a éste la estructura superficial de la acción
narrada. Inversamente, un relato es la estructura profunda de un discurso narrativo y una
acción es la estructura profunda de un relato». Cf. Bal (1995) y la distinción que realiza
entre fábula, historia y texto; y Garrido Domínguez (1993) con una diferenciación de nive-
les bastante menos clara. Al fin y a la postre, son tres los niveles de abstracción en este sen-
tido: el material narrativo (los acontecimientos y situaciones), su combinación en una his-
toria narrativa y la plasmación lingüística que se identifica con el discurso.
De contadores, cuentos y contados 139
3.1. El autor
Habitualmente se tiende a identificar la figura del narrador con la del
autor, sobre todo cuando se trata de una autobiografía. La reivindicación
del autor surge en el siglo XX cuando las corrientes norteamericanas inten-
taron abolir la figura del narrador y, por ende, la del autor. Forster (1927),
en un principio, y Booth (1974) trataron de salvar los fueros del autor a
través de la elaboración de un nuevo concepto —el de autor implícito o
autor textual— que se distingue tanto del autor real como del narrador.
Según Booth (1974), se identifica con la imagen que el autor real proyec-
ta de sí mismo dentro del texto. Se trata, pues, de una realidad intratex-
tual, como señala Garrido Domínguez (1993: 116) —aunque no siempre
explícitamente representada—, elaborada por el lector a través del proce-
so de lectura, que puede entrar en abierta contradicción con el narrador
en algunos casos.
Autor y lector textual son inmanentes a la creación e interpretación
de la obra, a su uso en tanto que discurso históricamente situado. García
Landa (1998: 391-392) hace referencia a la falsa simetría, sólo justificable
desde su presencia en el texto, que se establece entre autor implícito o tex-
tual y lector implícito o textual. Segre (1985: 19) contempla, en virtud de
su naturaleza diferida, el circuito de la comunicación literaria. En la escri-
tura de la obra el autor sólo dispone de la mitad del contexto, mientras que
la circunstancia se invierte en el proceso de lectura, en el cual el lector real
únicamente accede a la imagen textual del autor. Las parejas, atendiendo
a cómo se reflejan en el fenómeno literario, son autor/lector textual y autor
textual/lector.
En el momento en que el receptor comprende la obra, se interpreta no
sólo el acto ilocucionario directo del narrador sino también el acto ilocucio-
nario indirecto del autor. El autor textual es una imagen del autor real que
sufre una reducción descriptiva impuesta por la naturaleza misma del texto
(Adams, 1985: 33). En este sentido, Booth (1974) ha propuesto la figura del
autor implícito como la figura construida por el lector para dar cuenta del todo
artísticamente completo de la obra. Así pues, de aquí en adelante, utilizare-
mos el término autor textual para dejar claro que este componente del acto
comunicativo no siempre es una voz implícita sino que puede aparecer en el
texto explícitamente. En definitiva, el autor textual es el producto de una
estrategia interpretativa del receptor; es la imagen que el texto ofrece de su
El autor 141
8 Cf. Jan, 1985: 36; Sáiz Ripoll, 1993; Colomer, 1999: 108.
146 De contadores, cuentos y contados
Desde los títulos se observa esta concepción del autor textual que
confía en la competencia literaria del receptor y lo introduce en un mundo
en el que todo se relativiza y subvierte. Títulos como Perro y gato, Cuando
los borregos no pueden dormir, Por el hilo se saca el ovillo, Quisicosas, El lobo
feroz, Pelotieso y Ricitos de Oro, Los osos de Ni-se-sabe, Libro de las M’Alicias,
etc. constituyen una muestra de este tipo de autor textual que avanza en
la cubierta cuál es el sistema del que parte. Es significativo que sea el
álbum la modalidad que se adentre mayoritariamente en este campo, coin-
cidiendo con un ámbito de mayor experimentalidad, tal como hemos
señalado en el capítulo anterior. La transtextualidad suele ir acompañada
—no siempre lo hace— de la desmitificación y de la vía humorística como
procedimientos por los cuales el receptor se distancia del mensaje.
Así el Libro de las M’Alicias anuncia desde el título compuesto por un
calambur el proceso de deconstrucción al que se somete la obra de Alicia
en el país de las maravillas desde la imagen y desde el texto con una inten-
ción irónica que desemboca en una crítica social.
En definitiva, los títulos de la narrativa infantil de nuestros días mani-
fiestan el cambio que se ha producido en el último cuarto del siglo XX:
desde los realistas e incluso prolépticos, pasando por los que suponen una
mayor implicación del receptor, hasta llegar a la experimentalidad metali-
teraria que caracteriza parte de la narrativa infantil de nuestros días.
Prólogo
Mi abuelo ha dicho que uno de nosotros tiene que escribir la historia. Y
en eso, el abuelo tiene razón.
Martina dijo que lo haría ella, pero lo único que ha hecho hasta ahora
ha sido comprar un montón de papel rosa y una cinta verde para la máquina
de escribir. Dice que no ha empezado a escribir todavía porque la estructura
de la historia es muy difícil. La dificultad de una historia radica en la estruc-
tura, ha dicho su profesor de Lengua.
A mí me tiene sin cuidado la estructura. Y como ahora tengo un pie
enyesado y no puedo ir a nadar, pues la escribo.
CAPÍTULO PRIMERO o N.º 1.
SEGÚN LA ESTRUCTURA DEL PROFESOR DE LENGUA
Describo quiénes somos.
Lo que apareció de repente en la cocina.
El redactor jefe no quiere saber nada.
Las cámaras de fotos tampoco quieren a pesar de que hay cinco. (Nös-
tlinger, Me importa un comino el rey Pepino: 10-11).
El último mono
No sabrán quién es Manuel, ni Manolo, ni Manuel García Moreno, ni
el nuevo Joselito, pero todo el mundo te dará pelos y también señales de
Manolito, más conocido a este lado del río Manzanares como Gafotas, más
conocido en su propia casa como «Ya ves tú quién fue a hablar: El Último
Mono» (Manolito Gafotas: 12).
No es la voz del narrador la que escuchamos aquí sino la del autor tex-
tual, quien, en primera persona, muestra su confusión al configurar la
identidad del destinatario de su cuento. Con esta introducción el autor
textual genera en el receptor ciertas expectativas y claves de interpretación
del cuento por parte del destinatario. Una vez más, se podría interpretar
esta intervención del autor textual en la línea de la justificación de lo que
va a continuación.
Härtling, en el prólogo de Ben quiere a Anna, se expresa en forma de
una declaración de intenciones, en el marco de lo que Genette (1987:
213) denomina prólogos esquivos:
9 No es este el lugar para exponer cuáles son las premisas de las que el autor real parte
en el momento de acercarse a la narrativa infantil. Sin embargo, podemos apuntar que no
es inusual el caso de aquellos que intentan, a causa de ciertos «complejos», alejarse de la eti-
queta de narrativa infantil atribuyendo a las editoriales la responsabilidad de haber imbrica-
do sus obras en colecciones infantiles o juveniles (cf. a este respecto Argüeso, 2000: 44-51).
Todavía en nuestros tiempos debemos luchar contra esta falta de dignidad que le atribuyen
a la narrativa infantil, incluso personas que se dedican a ella. Convendría a este respecto ana-
lizar todo lo que concierne al epitexto editorial definido por Genette (1987: 316).
154 De contadores, cuentos y contados
Esto no es ningún prólogo. Sólo quiero explicar, en pocas frases, por qué
cuento la historia de Benjamin Körbel y Anna Mitschek. A veces los adultos
les dicen a los niños: vosotros no tenéis edad para saber lo que es el amor. Hay
que ser mayor para saberlo.
Eso significa que han olvidado muchas cosas, no tienen ganas de hablar
con vosotros o se hacen los tontos.
Yo recuerdo perfectamente cómo me enamoré por primera vez a los siete
años. Ella se llamaba Úrsula. No es la Anna de este libro. Pero al hablar de
Anna pienso también en Úrsula. Ben quiso mucho a Anna. Y Anna a Ben (Ben
quiere a Anna: 5).
Pájaro del agua, / ¿qué cantas, qué encantas? Juan Ramón Jiménez (Las
manos en el agua: 6).
Sistema, poeta, sistema. / Empieza por contar las piedras, / luego conta-
rás las estrellas (El bosque de piedra: 9).
Entre 1939 y 1945, hubo una terrible guerra en la que estuvieron impli-
cados muchos países. Se la recuerda como la segunda guerra mundial […]. La
historia que os voy a contar se desarrolla allí, en Nagasaki, en aquella fecha (El
grito de la grulla: 7-8).
Este libro es para Burghardt Bodenburg, quien, con sus blandos dientes,
nunca podría llegar a ser un vampiro, y para Ada-Verena Gass, que domina
magistralmente la mirada del vampiro, y, además, para Katja, que sabe gritar
«¡Iiiih, un vampiro!» de forma tan admirable, ¡y para todos aquellos a los que
les gusta tanto como a mí leer historias de vampiros! Sommer-Bodenburg (El
pequeño vampiro: 9).
3.2. El narrador
Una de las categorías discursivas fundamentales en el análisis del dis-
curso narrativo es, sin duda, el narrador. Los valores de una historia depen-
den, en principio, de la autoridad de quien la cuenta así como de la forma
de contar. En principio nos vamos a centrar en el análisis del narrador
como categoría discursiva y, en aras de la claridad expositiva, nos referire-
mos, en algunos momentos, al narrador como categoría del relato, con-
cretamente en lo que concierne al concepto de perspectiva. De este modo,
teniendo en cuenta que la cuestión de la perspectiva es fundamental en el
discurso narrativo infantil y que el saber del narrador está condicionado
por su relación con la acción, hemos optado por estudiar este punto den-
tro de lo referente al narrador como categoría discursiva. Por otra parte, la
distancia, otra de las categorías modales que distingue Genette (1989:
220), aparecerá en el momento en que tratemos la narración.
El narrador constituye el elemento fundamental del relato. A él se
supeditan las demás categorías que componen el mundo narrativo. Tradi-
cionalmente se han relacionado narrador y sabiduría. En principio, la voz
narrativa es la voz del autor, la voz «autorizada» de la épica clásica. Con la
aparición del espíritu burgués, la posición discursiva del narrador se sub-
jetiviza y resulta desempeñar diferentes funciones. Ya desde Platón, en el
caso de la narración homodiegética, se empezó a observar que el «yo» del
texto puede remitir a un enunciador que no coincide con el autor (cf. Gar-
cía Landa, 1998: 280-281). Hay que esperar al siglo XX para que esta
observación se extienda a la narración heterodiegética. La crítica de la pri-
mera mitad de este siglo aún sigue confundiendo en ocasiones los campos
del autor y del narrador en la narración heterodiegética. Así, Croce o Voss-
ler (cf. Martínez Bonati, 1972: 154) definían la obra literaria como la
expresión de la subjetividad del autor. Las corrientes del formalismo ruso
y del estructuralismo reaccionaron contra estas consideraciones reivindi-
158 De contadores, cuentos y contados
cando para el narrador el eje central del discurso puesto que a él le atribu-
yen la responsabilidad de organizar y filtrar el material narrativo. Para los
narratólogos franceses, el narrador se comporta como un «sabedor» y se
define por el grado de conocimiento de la realidad presentada. Este grado
dependerá, en algunos casos (Pouillon, 1970: 23; Todorov, 1975: 65), del
punto de observación elegido por el narrador, en otros, de la presencia o
ausencia de un filtro (Genette, 1989a: 244-245; 1998: 29).
Dentro de la tradición anglo-norteamericana (Lubbock, Friedman,
cits. por Garrido Domínguez, 1993: 107), se opta por identificar al narra-
dor con el papel de un callado observador, cuanto más silencioso mejor,
de tal forma que parezca que el relato se cuenta a sí mismo.
Por último, las corrientes de inspiración lingüística definen al narra-
dor como hablante o locutor. El enunciado narrativo es un mensaje que
requiere un sujeto de la enunciación que no es otro que el narrador (Ben-
veniste, 1966; Bajtin, 1989). Posteriormente las teorías de inspiración
pragmática incorporarán a esta definición del discurso la presencia del
receptor y del contexto en que el enunciado se produce. La teoría de Ben-
veniste, sin embargo, contempla como posibilidad la existencia de un rela-
to sin narrador.
Ante los intentos expuestos de erradicar al narrador, reaccionaron, en
primer lugar, Booth (1974) y después, los narratólogos franceses —Bar-
thes (1966), Todorov (1975), Genette (1989a)—, que consideraron que
no es posible una enunciación sin la existencia de un sujeto enunciador,
como no lo es la existencia de un relato sin narrador.
Prescindiendo del enfoque por el que queramos optar, el narrador se
define como aquella categoría que, dentro del discurso narrativo, asume el
papel de sujeto de la enunciación, y, por lo tanto, tiene como función pri-
mordial la de contar (cf. Sánchez Rey, 1991: 249).
Cuando nos referimos al narrador, es necesario discernir con Genette
(1989a: 241-242) entre el narrador como sujeto de la percepción —¿quién
ve?— y como enunciador —¿quién habla?—. El narrador, en tanto que
narrador, tiene una competencia modal respecto de la acción y de sus
interlocutores y cuando nos referimos al modo, aludimos asimismo a la
distancia y a la perspectiva. Señala García Landa (1998: 291) que el narra-
dor no puede definirse únicamente en cuanto a su hacer sino que, además
El narrador 159
11 Cf. Tomashevski, 1982: 278; Friedman, 1972: 125; Booth, 1974: 151; Genette,
1966: 162; Dijk, 1972: 302; Tacca, 1973: 35; y Segre, 1985: 26.
12 Cf. a este respecto Eco, 1987: 88; Greimas y Courtés, 1990: 125; y Lozano, Peña-
Marín y Abril, 1982: 42 y 90.
160 De contadores, cuentos y contados
Me gustaba más cuando éramos sólo tres: mamá, papá y yo, y estábamos
tranquilos en casa... casi siempre. Pero un día, antes de ir al hospital, mamá
me hizo un regalo. Llevaba una etiqueta que decía: este pequeño monstruo
quiere ser tu amigo. Y lo fue. Me quería mucho... (Ha sido el pequeño mons-
truo: 3-5).
Yo mismo tuve dos encuentros distintos con brujas antes de cumplir los
ocho años. Del primero escapé sin daño, pero en la segunda ocasión no tuve
tanta suerte. Me sucedieron cosas que seguramente te harán gritar cuando las
leas. No puedo remediarlo. Hay que contar la verdad. El hecho de que aún esté
aquí y pueda contártelo (por muy raro que sea mi aspecto) se debe entera-
mente a mi maravillosa abuela (Las brujas: 16).
Ahora bien, en el caso del discurso narrativo infantil, este autor —no
marcado— recuerda, en algunas ocasiones, ayudado por la introducción
de fórmulas de inicio propias de los cuentos populares, al narrador que se
erige en voz de la colectividad, narrador que, por otra parte, es familiar al
receptor infantil desde sus primeros años:
Así es como empieza esta historia. En una oscura, oscura colina, había
una oscura, oscura ciudad. En la oscura, oscura ciudad, había una oscura,
oscura calle. En la oscura, oscura calle, había una oscura, oscura casa. En la
oscura, oscura casa, había una oscura, oscura escalera. Bajo la oscura, oscura
escalera, había un oscuro, oscuro sótano. Y en el oscuro, oscuro sótano...
(Hnos. Ahlberg, ¡Qué risa de huesos!: 3).
Hubo una vez largo tiempo atrás siete lavanderas. Cada día iban a la ori-
lla del río con sus cestas de ropa sucia sobre la cabeza. Se llamaban Mariana,
Robustiana, Benita, Paquita, Pepita, Adela y Carmela. Las siete se entendían
muy bien. Cuando llegaban al río descargaban la ropa, la separaban y la hun-
dían en el agua (Yeoman, La rebelión de las lavanderas: 3-6).
Había una vez un sombrero. Un sombrero de copa negro, reluciente
como el satén, y ceñido por una cinta de seda de color magenta. El sombrero
vivía feliz en la cabeza de un hombre rico. Un día, circulando a gran velocidad
en un coche descubierto, el sombrero voló (Ungerer, El sombrero: 2-4).
Érase una vez un hombre muy pobre que vivía en Japón. Se llamaba
Kikuchi y era tan pobre que sólo comía el poco arroz que daban sus tierras y
con eso se conformaba (El grito de la grulla: 41).
Había una vez un ratón muy alto y un ratón muy bajo que eran buenos
amigos. Cuando se encontraban Ratón Muy Alto decía: «¡Hola, Ratón Muy
Bajo!». Y Ratón Muy Bajo decía: «¡Hola, Ratón Muy Alto!». Los dos amigos
solían ir a pasear juntos. Cuando paseaban Ratón Muy Alto decía: «¡Hola,
pájaros!». Y Ratón Muy Bajo decía: «¡Hola, escarabajos!». [...] Pronto pasó la
tormenta. Los dos amigos corrieron a la ventana. Ratón Muy Alto aupó a
Ratón Muy Bajo para que pudiese ver. «¡Hola, arco iris!», dijeron los dos jun-
tos (Lobel, Historia de ratones: 27 y 32-33).
13 Algunos autores (Sánchez Rey, 1991: 264) entienden la función de rección como
una reflexión metatextual. Aun concibiendo de esta forma extrema lo que Genette define
como función rectora, aparecen textos infantiles como Los osos de Ni-se-sabe que desarro-
llan hasta el extremo la reflexión del relato sobre sí mismo. De este modo, el narrador de
Me importa un comino el rey Pepino, de Nöstlinger potencia esta función en su esfuerzo por
escribir de acuerdo con las instrucciones del profesor de lengua:
«EN EL DECIMOTERCER CAPÍTULO NO HAY MUCHO QUE ESTRUC-
TURAR. Esperamos. Seguimos esperando. Además naturalmente, leemos. Y como todo
esto es muy poco para un capítulo, cuento también lo que pasó la día siguiente en el cole-
gio. Lo que pasó fue algo que dejó a todos asombrados» (113).
No obstante, en el transcurso de la exposición hablaremos de función de rección
en un sentido más amplio que el que supone la vinculación a una relación metatextual. Cf.
asimismo Booth, 1974: 155; Prince, 1982: 12; y Tacca, 1973: 113 y ss.
El narrador 171
la mía me dio una colleja de las de efecto retardado, de las que te duelen a la
media hora aproximadamente. Ese día aprendí que si quieres meterte una
madre en el bote es mucho mejor que te rompas algo de tu propio cuerpo a
que te rompas algo de la ropa (Manolito Gafotas: 13).
Yo sé que Buela está esperando el domingo para ver a mis padres desa-
yunarse juntos y sentados a la mesa; los otros días lo hacen en la cocina y al
vuelo. El olor del café con leche y de los croissants es delicioso. Yo me quedo
con la Buela, en la cocina mientras los papás se desayunan. Quique, a menu-
do, lo hace con ellos. Alberto llega cuando casi han terminado y Natacha es
siempre la última. Se sienta a la mesa desgreñada, bostezando con la bata tira-
da sobre los hombros. Buela no dice ni pío, pero aquello no le gusta nada. A
ella nunca la he visto en bata (Veva: 40).
Las máximas a las que se refiere García Landa son las que Grice
(1989: 26-27) resume en lo que él denomina principio de cooperación.14 El
narrador puede o no cumplir con las máximas comunicativas, lo que en el
discurso literario adquirirá especial trascendencia estilística.
Dentro de la naturaleza ficticia de la narración, la palabra del narra-
dor posee una validez especial puesto que es el único asidero que tiene el
lector para instalarse en el mundo ficticio. Como señala Martínez Bonati
(1972: 65), en principio el narrador merece el crédito total del receptor.
Parece, por mera lógica, que el narrador autorial heterodiegético es más
fiable que la narración homodiegética. Sin embargo, es necesario distin-
guir dentro de lo que Booth (1974: 159) denomina unreliability —unre-
liable narrator— entre la ignorancia y la mala fe. El narrador puede
incumplir sus responsabilidades con el narratario y puede llegar a ser un
14 Las máximas que distingue Grice (1989: 26) son las siguientes: de cantidad, de
cualidad, de relación y de modo.
174 De contadores, cuentos y contados
Había una vez un niño pequeño que no tenía mamá. Vivía completa-
mente solo en una casa. Él solo se preparaba la comida y él solo se bañaba. Y
hasta se tenía que cambiar los pañales él solo. Era muy triste. Una noche, des-
pués de acostarse él solo y cuando todavía estaba despierto, pensó: «Soy dema-
siado pequeño para hacer todo esto. Necesito una mamá». Así que al día
siguiente, por la mañana temprano, se marchó a su casa para buscarse una
mamá (Hnos. Ahlberg, ¡Adiós, pequeño!: 5-7).
Pues así calva como la luna llena, era la soberana de un pequeño reino
situado entre Valle Chico y Valle Grande. Ya nadie recordaba el nombre de su
majestad, puesto que todo el mundo la conocía como «la reina Calva». La
reina estaba muy apenada por su calvicie. Todos sus afanes por encontrar una
solución fracasaron estrepitosamente (Company, La reina calva: 7-8).
Durante las tardes que siguieron, la señora Phelps apenas quitó ojo a la
niñita sentada hora tras hora en el gran sillón del fondo de la sala, con el libro
15 Cf. Kayser, 1985: 274; Friedman, 1972: 121; Stanzel, 1955: 49; Tacca, 1973: 73
y ss.; Lozano, Peña-Marín y Abril, 1982: 134; y Lanser, 1981: 161.
El narrador 175
en el regazo porque era demasiado para sujetarlo con las manos, lo que signifi-
caba que debía sentarse inclinada hacia delante para poder leer. Resultaba insó-
lito ver aquella chiquilla de pelo oscuro, con los pies colgando, sin llegar al
suelo, totalmente absorta en las maravillosas aventuras de Pip y la señorita
Havishman y su casa llena de telarañas dentro del mágico hechizo que Dickens,
el gran narrador, había sabido tejer con sus palabras (Dahl, Matilda: 18-19).
No puedo explicármelo, pero nos veían. Nos veían todos, y fue inútil
intentar hacerles comprender que éramos fantasmas. Nadie lo creía. Todos nos
habían visto entrar en sus casas, y su asombro no se debía a que se abrieran y
cerraran las puertas y ventanas sino a nuestras payasadas (Fantasmas de día: 80).
17 Cf. Booth, 1974: 150; Füger, 1972: 272 y ss.; Kristeva, 1974: 134.
El narrador 179
Todo esto ocurrió si es que en verdad ocurrió hace unos mil años siglo
más, siglo menos. En una época tan lejana que aún era posible encontrar dra-
gones en libertad; y no como ahora, que viven todos atrapados entre las pági-
nas de libros como éste. Nuestro protagonista, precisamente, es un dragón. Un
dragón auténtico, con su fuego y sus escamas. ¿Que cómo se llamaba? ¡Bah!
Los dragones no tienen nombre no lo necesitan. Pero para entendernos —sólo
para entendernos— lo llamaremos Valero. Aunque si Valero no te gusta, pue-
des llamarlo Ángel o Lorenzo a mí me da igual. A Valero le encantaba ahacer
excursiones a pie por su territorio que, casualmente, también es el nuestro (Te
quiero, Valero: 6-9).
La primera vez que conté esta historia, nada más oír la palabra «trinócu-
lo», se me acercó un señor y me dijo en voz baja: —Mal comenzamos, joven-
cito. ¿Hombre al cielo? ¡Vaya coladura! Hasta los niños saben que se dice
«¡Hombre al agua!». [...] Pero cerremos ya el paréntesis y volvamos al princi-
pio (El planeta de los árboles de Navidad: 8 y 10).
Tenía la cabeza grande, las patas cortas y el rabo indeciso, porque apenas
iniciaba una gallarda curva hacia arriba, volvía a caer como si le hubieran
hecho un nudo en medio. Pero hemos de decir en su favor, porque es cierto,
que tenía una expresión inteligente y simpática, como de perro golfo que era
(Caramelos de menta: 8).
(Dahl, Blancanieves y los siete enanos, en Cuentos en verso para niños per-
versos: 13).
El narrador 187
—¡Mamá Osa! ¡Mamá Osa! —llamó Osito—. ¡Ay, qué puedo hacer?
Mamá Osa no está y hoy es mi cumpleaños.
—Mis amigos van a venir y no tengo una tarta de cumpleaños. Y sin
tarta de cumpleaños, ¿qué voy a hacer? La olla está al fuego y el agua está
caliente. Si echo algo en el agua, puedo hacer una sopa de cumpleaños. A
todos mis amigos les gusta la sopa. [...]
Osito empezó a hacer la sopa en la gran olla negra... Gallina llegó la primera.
—¡Feliz cumpleaños, Osito! —dijo.
—Gracias, Gallina —contestó Osito.
Gallina dijo:
—¡Mmm...! Algo huele bien aquí. ¿Está en la gran olla negra?
—Sí —respondió Osito—. Estoy haciendo sopa de cumpleaños. ¿Quie-
res quedarte a probarla?
—¡Ya lo creo, muchas gracias! —dijo Gallina. Y se sentó a esperar.
Llegó después Pato [....]
—¡Feliz cumpleaños, Osito! —dijo mamá Osa—. Esta tarta de cumple-
años es una sorpresa que te preparaba. Nunca me olvido de tu cumpleaños y
nunca me olvidaré.
(Minarik, La sopa de cumpleaños, en Osito: 20-32).
22 Con el ánimo de comprobar las posibilidades que ofrece esta obra en su interpre-
tación, se llevó a cabo la lectura apoyada en las imágenes de este libro en dos aulas, una de
3.º de educación infantil y otra de 1.º educación primaria, es decir, niños de 5, 6 y 7 años.
Las interpretaciones de la obra han sido diversas dentro de las diferentes claves que ofrece
la obra. Las más significativas son las siguientes: 1) el monstruo tiene miedo del niño y el
niño tiene miedo del monstruo; 2) los monstruos tienen papás como los niños; 3) el niño
y el monstruo se hacen amigos y comparten el osito en la cama.
Por otra parte, se comentó el libro en el transcurso de una optativa del plan de estu-
dios de la Diplomatura de Magisterio denominada Narrativa Infantil y las interpretaciones
fueron también muy diversas, esta vez por parte de los adultos mediadores, aunque todos
coincidieron en que la finalidad de la obra era conjurar el miedo de los niños a la oscuridad
y a la soledad. Se discutieron sugerencias de la historia en la línea de la tolerancia, de respe-
tar a los que son diferentes, de preservar los miedos infantiles como una forma de reivindi-
car la especificidad de la infancia e incluso se trabajó la sugerencia del concepto de percep-
ción: un niño le es tan extraño a un monstruo como el monstruo lo es para el niño.
190 De contadores, cuentos y contados
23 Este crítico (1984: 5) propone que en cada una de las situaciones básicas —pri-
mera persona, autorial, actorial— domina una determinada categoría: la voz, la perspecti-
va y el modo. Cit. por García Landa, 1998: 315.
El narrador 193
Quizás con demasiada frecuencia Marta siente ganas de llorar; tiene bien
ganada fama de llorona. Pero los demás no se dan cuenta de las sutiles dife-
rencias de sus llantos, que no siempre son iguales, aunque puedan parecerlo. Y
si lo parecen, es porque siempre el río incontenible de las lágrimas que pugnan
por salir de sus ojos, color de miel, quizás no lleguen a darles paso a todas
(Martínez i Vendrell y Solé Vendrell, Yo las quería: 7).
Yo mismo tuve dos encuentros distintos con brujas antes de cumplir los
ocho años. Del primero escapé sin daño, pero en la segunda ocasión no tuve
tanta suerte. Me sucedieron cosas que seguramente te harán gritar cuando las
leas. No puedo remediarlo. Hay que contar la verdad. El hecho de que aún esté
aquí y pueda contártelo (por muy raro que sea mi aspecto) se debe entera-
mente a mi maravillosa abuela (Dahl, Las brujas: 16).
No hay que olvidar que uno de los caminos por los que en la actuali-
dad ha transcurrido la narrativa infantil es la psicologización de los con-
flictos,24 lo cual supone que la focalización es uno de los aspectos que
deben ser tenidos en cuenta a la hora de analizar la cualidad del narrador
en el discurso literario narrativo infantil. Tanto en la focalización externa
como en la interna25 es relevante el factor del distanciamiento, para pro-
vocar que el lector se aleje, en la medida de lo posible, de aquello que se
cuenta. ¿Una vez más aparece la protección del destinatario? Posiblemen-
te sí. Además, la focalización interna redunda en el efecto de verosimilitud
tan solicitado en la narrativa infantil de los últimos tiempos y en un narra-
dor poco fiable que cuenta los hechos desde su perspectiva.
Una nueva luz temblaba en sus pupilas. Sus ojos fríos, tan azules, se vol-
vieron cálidos. Incluso al mirarme a mí lo hacía con ternura no fingida. El
tiempo era hermosísimo y me decidí a decir «papá» y «mamá» sin tartamudear.
Y otras muchas cosas. Lo tomaron bien, claro que extremé las precauciones
para no preocupar a los papás.
Por supuesto nadie se extrañó de que empezara a corretear por la casa.
Había precedentes (Kurtz, Veva: 104).
Ahora bien, aunque la voz ulterior sea la más utilizada tal como ocu-
rre en el érase una vez que se era,27 propio de la narrativa tradicional e hipo-
texto de bastantes obras de la narrativa infantil actual, no es desconocida
en el ámbito que nos concierne la voz simultánea. En las obras de los últi-
mos años del siglo XX y en las de principios del XXI, la narración simultá-
nea aparece con cierta asiduidad ofreciendo al relato un aspecto de inme-
diatez propio del reportaje. Genette (1989: 276) observa que este recurso
puede funcionar en direcciones opuestas: o bien potencia la historia sobre
el discurso —relatos objetalistas—, o bien el discurso acaba por borrar la
historia. En el discurso narrativo infantil, creemos, se oscila entre estos
extremos sin atrevernos a afirmar la preponderancia de uno sobre otro.
Obras como ¡Julieta, estáte quieta!, de Wells; Osito, de Minarik; Los osos de
Ni-se-sabe, de Varvasovszky; El cartero simpático, de los hermanos Ahlberg;
el Libro de las M’Alicias, de Obiols; ¡Papá!, de Corentin; Cuando era peque-
ña (Las nuevas historias de la bruja aburrida), de Capdevila; Yo las quería,
de Martínez i Vendrell y Solé Vendrell; o La torre de Londres, de Saunders,
constituyen ejemplos de la narración simultánea, además, claro está, de
todos los libros-juego reseñados en el corpus seleccionado. En Diecisiete
Alicia se cansa de estar junto al ordenador, sin tener nada que hacer, y
decide salir; pero no sabe qué ponerse. Abre el frigorífico. En su interior hay
una cazuela con conejo y, en un plato blanco, una oreja izquierda con un pen-
diente de oro en forma de estrella. Nada más. De pronto recuerda que anoche
no sacó nada para que se descongelara. Su madre le dice que va bien vestida
para salir con amigos. Pero ella insiste en que quiere cambiarse. Va a tener que
pornerse todo congelado. ¡No importa! (Obiols, Libro de las M’Alicias: cap. 1).
28 Colomer (1998: 237) presenta los resultados del análisis de las obras que ha selec-
cionado como base de su trabajo:
Protagonistas humanos: 79,60. Infantiles: 56,71. Adultos: 30,85.
Protagonistas animales: 8,46
Protagonistas fantásticos: 11,94.
200 De contadores, cuentos y contados
Ya es malo que haya padres que traten a los niños normales como posti-
llas y juanetes, pero es mucho peor cuando el niño en cuestión es extraordi-
nario, y con esto me refiero a cuando es sensible y brillante. Matilda era ambas
cosas pero, sobre todo, brillante (Dahl, Matilda: 14).
Sí que te amaban pero para hacer de padres no basta sólo con amar. Hacer
de papá y mamá es, también, limpiarte los mocos, anudarte los cordones de los
zapatos y sostenerte la mano cuando la caquita sale dura. Es ponerte suposito-
rios si te duele la tripa o tienes fiebre (¿te acuerdas cuando tuviste paperas?). Y
es llevarte a la escuela e irte a buscar. Es darte unos pequeños azotes y reñirte si
te portas mal o haces travesuras (Company, La historia de Ernesto: 31-33).
que aprender a arreglárselas solos. Eso sí, pero hay que ayudarles. Así decía que
lo hacía ella también. A mí me parecía que no. No nos entendíamos, es cier-
to. Me crispaba los nervios. Y yo a ella seguro que también (Härtling, La abue-
la: 28).
Nos habría gustado quedarnos para ver a papá y al señor Blédurt diver-
tirse y hacer el payaso; pero no pudimos, porque mamá nos llamó a merendar,
y depués fuimos a mi cuarto a jugar con el tren eléctrico. Lo que yo no sabía
es que a papá le gustase tanto jugar a cow-boys. Cuando bajamos, por la noche,
el señor Blédurt se había marchado hacía un buen rato, pero papá seguía atado
al árbol, gritando y haciendo muecas.
¡Es formidable saber divertirse así, uno solo! (Goscinny, El pequeño Nico-
lás: 24).
3.3. El narratario
En este apartado vamos a tratar de exponer todo lo relativo a una ins-
tancia del discurso que nos parece de vital importancia en la caracteriza-
ción pragmática del discurso narrativo infantil. En primer lugar, vamos a
definir cuál es el concepto de narratario del que partimos y posteriormen-
te nos centraremos en el análisis de esta instancia en el ámbito que nos
ocupa.
El narratario se define como el destinatario de los actos de habla reali-
zados por el narrador. El narratario, en tanto que aparece como una figura
independiente, se constituye como un personaje interno a la ficción.29 El
caso no marcado es su identificación con el lector textual y, por tanto, la
ausencia en él de rasgos definitorios. Prince (cit. por García Landa, 1998:
385) expone la presencia de un «narratario grado cero» que satisfaría el
mínimo de condiciones comunicativas para desempeñar adecuadamente su
papel: conocer el idioma del narrador, ignorar la historia, saber llenar las
presuposiciones del narrador, seguir el relato ordenadamente, etc.
Toda desviación del grado cero construirá la imagen de un narratario
individualizado. El narratario no es una voz del texto y, por lo tanto, no se
le puede conocer por lo que dice si el narrador no lo describe, sin embar-
go, su imagen emana de la estructura de la narración. El narratario no es
accesible a través de un indicio propio, pero sí es accesible la imagen que
el narrador tiene del narratario, a través de los elementos apelativos conte-
nidos en la narración: pronombres de segunda persona o de primera del
plural, tipo de lenguaje utilizado, estructura informativa del mensaje, etc.
En suma, es el narrador el que ofrece la imagen del narratario, por lo
tanto, la caracterización es indirecta y será fiable en tanto en cuanto el
narrador lo sea.
El narratario puede constituirse a veces como una motivación de cier-
tas actitudes discursivas dirigidas al lector, puede solicitar posibles aclara-
ciones o asegurar la veracidad de las afirmaciones, tal como expone García
Landa (1998: 387). De todos modos, la figura del narratario siempre exis-
te como posición teórica en un discurso narrativo; su estatus puede iden-
tificarse con una mera convención retórica (cf. Prince, 1973: 187 y ss.) en
29 Cf. García Landa, 1998: 385; Prince, 1973: 180; Tacca, 1973: 157.
El narratario 205
31 Recordamos que los libros dirigidos a los prelectores suelen basarse en la ilustración
y en la manipulación de solapas. Por esta razón, en el texto aparecen mostraciones que no se
comprenden si no es en relación con la imagen a la que acompañan. A este respecto se puede
consultar todo lo relativo a la presencia de sistemas no verbales desarrollado en el capítulo 2.
El narratario 211
¿Conocéis el cuento de Ricitos de Oro y los tres Ositos? ¿Sí? Pues, acer-
caos, acercaos, porque os voy a contar la historia de Pelotieso, el hermano
metemiedos de Ricitos de Oro, la niña de ese cuento (Monreal y Lalana, Pelo-
tieso y Ricitos de Oro: 8).
¿Has pensado cuántas cosas son de veras apestosas? En los botes y en las
bolsas hay basuras asquerosas. Olor a col y a pescado y olor a queso pasado
para un fétido estofado (Cole, El libro apestoso: 1- 6).
Los batautos son unos seres verdes, con orejas al principio de la cabeza y
pies al final del cuerpo. Viven, viven... Bueno, seguro, no sé dónde viven. Qui-
zás en mitad de una de esas selvas americanas que todavía no han sido explo-
radas, o quizás en algún desierto de África. También es posible que haya batau-
tos en el planeta Marte, o en el de Júpiter, o quizás debajo de vuestra cama.
(Mirad por si acaso.) Pero lo mejor y más seguro que podéis hacer si queréis
conocer a los batautos es leer este libro. Está lleno de batautos. ¡Os lo digo yo!
(Armijo, Los batautos: 6-7).
Yo mismo tuve dos encuentros distintos con brujas antes de cumplir los
ocho años. Del primero escapé sin daño, pero en la segunda ocasión no tuve
tanta suerte. Me sucedieron cosas que seguramente te harán gritar cuando las
leas. No puedo remediarlo. Hay que contar la verdad. El hecho de que aún esté
aquí y pueda contártelo (por muy raro que sea mi aspecto) se debe a mi mara-
villosa abuela (Dahl, Las brujas: 16).
Cada vez que César Pompeyo se portaba mal, su mamá le daba un par
de azotes en el culete regordete. Y cada vez que César Pompeyo desobedecía a
su mamá, su mamá le daba un par de azotes en el culete regordete (Cortés y
Avi, Un culete independiente: 4-7).
Al otro lado del bosque vivía una bruja que era más que mala: era rema-
la. Por las noches se dedicaba a recorrer las granjas vecinas. [...] La bruja, que
no se imaginaba lo que le iba a pasar, salió al cabo de un rato dispuesta a hacer
de las suyas. Cogió la escoba, montó en ella y... ¡ziuuuuuuuuuu... PLAF! ¡Se
clavó la nariz en el suelo! (Company, La escoba de la bruja: 23-25).
Oso Pequeño jugó a dar saltos de oso, Oso Pequeño jugó a deslizarse
como un oso. Jugó a columpiarse como un oso y a hacer trucos de oso con
ramitas para osos. Oso Pequeño jugó a oso patas-arriba. Y Oso Grande cerró
los ojos para descansar un poquito (Waddell y Firth, Tú y yo, osito: 17-19).
En el edificio de correos del pueblo de Bela Kabela, que era muy pocho,
así como medio verde medio amarillo. Bueno, pues, en esa casa que era como
un limón podrido, nada disgustaba tanto a sus habitantes como la llegada de
una carta gorda (Atxaga, Nikolasa: aventuras y locuras: 7).
Era a trozos color chocolate y a trozos color chorizo. O, dicho más seria-
mente, entre marrón y colorado. Tenía la cabeza grande, las patas cortas y el rabo
indeciso, porque apenas iniciaba una gallarda curva hacia arriba, volvía a caer como
si le hubieran hecho un nudo en medio (Vázquez-Vigo, Caramelos de menta: 8).
Lo que le pasó al señor Turell no suele pasar todos los días. Era un hom-
bre meticuloso y ordenado como pocos. Casi nunca rompía su rutina y...,
patapaf, un buen día se perdió o le robaron su sombra, vaya usted a saber.
Aquella tarde hacía un sol de campeonato. Todo el mundo sudaba la gota
gorda (Cela, El ladrón de sombras: 7).
Algunos padres van aún más lejos. Su adoración llega a cegarlos y están
convencidos de que su vástago tiene cualidades de genio.
Bueno, no hay nada malo en ello. La gente es así. Sólo cuando los padres
empiezan a hablarnos de las maravillas de su descendencia es cuando gritamos:
«¡Tráiganme una palangana! ¡Voy a vomitar!» (Dahl, Matilda: 11).
¡Por favor, por favor!, tállame un bebé. Uno pequeñito. ¡Por favor, por
favor! ¿Qué debía hacer el pobre maestro? Nunca hasta entonces había hecho
un bebé para el bebé de una muñeca (Inkiow, Matrioska: 44).
Quedó colgado cabeza abajo, mientras agitaba los brazos como si inten-
tara alzar el vuelo. De momento había conseguido salvar el pellejo. Pero...
¿cuánto tiempo resistirían las ramas? (Alcántara, ¡Huy, qué miedo!: 34).
Por fin entramos y... ¿Qué era aquello? Algo había pasado. El suelo esta-
ba lleno de frascos rotos, papeles estrujados, estanterías volcadas. Había fuego
en la mesa de la izquierda. Las llamas crecían por momentos... Porfirio salió por
la puerta como una exhalación, sin decir nada, mientras yo seguía allí, parali-
zado, incapaz de mover un solo dedo (Mendo, El vendedor de agujeros: 50).
218 De contadores, cuentos y contados
Pero ¿cómo es que eran dos? ¡Rüdiger siempre había venido solo! ¿Sería,
quizá, una trampa? ¿Habrían quizá llegado a saber dónde vivía? Pero ¿no le
habría prevenido entonces Rüdiger? No, reflexionó Anton, era mucho más
probable que fuese el propio Rüdiger..., pero ¿a quién podía haber traído con-
sigo? (Sommer-Bodenburg, El pequeño vampiro: 94).
Así pues, las marcas apelativas en el discurso que nos ocupa son muy
abundantes. Los ejemplos son numerosos en todas las obras seleccionadas,
lo cual nos lleva a destacar que el narrador de este tipo de discurso busca
constantemente la participación directa del narratario. Preguntas como las
que hemos expuesto tienden a llamar la atención del narratario para que
construya sus propias hipótesis sobre el desarrollo de la narración, hipóte-
sis que serán confirmadas o revisadas por el propio texto.
Filomena era una niña que tenía mucha imaginación, tanta imaginación
que cuando explicaba alguna cosa, la gente mayor no la entendía porque
hablaba de manera diferente y todos se hacían un verdadero lío al oírla. Cuan-
do Filomena se ponía a parlotear, siempre acababan diciendo lo mismo:
—¡Ay, Filomena, Filomena!
—¡Qué disparates estás diciendo!
—Niña, cuando te pones a hablar, te quedas sola.
Pero ella no les hacía ni caso puesto que su lenguaje era secreto y sólo se
lo había enseñado a los otros niños, y así toda la pandilla acabó hablando como
Filomena. Y entre ellos, ¡ya lo creo que se entendían! (Obiols, ¡Ay, Filomena,
Filomena!: 3).
Mamá nos llamó para ver si podíamos ser todos amigos. Pero el Peque-
ño Monstruo no quería.
—¿No podríamos devolver al bebé? —pregunté.
Mamá contestó que no.
—Nos necesita para que lo cuidemos. ¿Qué haría él solito?
«¿Qué haría él solito?», pensé.
Después le ayudé a secarse los pies. Y le conté cuentos hasta que se dur-
mió. Al pequeño Monstruo no le gustó nada. Me vino a buscar y me sacó de
allí (Cooper, Ha sido el pequeño monstruo: 22-25).
Nos dispusimos sobre el campo. Como no éramos más que siete a cada
lado, aparte los porteros, no era muy fácil. En cada equipo se empezó a discu-
tir. Había montones que querían ser delantero centro. Joaquín quería ser extre-
mo derecho, pero era porque la moneda había caído en aquella esquina y que-
ría seguir buscándola mientras jugaba.
En el equipo de Godofredo la cosa se arregló pronto, porque Eudes dio
montones de puñetazos y los jugadores se pusieron en sus sitios sin protestar
y frotándose la nariz. ¡Pega muy duro este Eudes!
En mi equipo no conseguíamos ponernos de acuerdo hasta que Eudes
dijo que vendría a darnos puñetazos en la nariz a nosostros también; entonces
nos colocamos (Goscinny, El pequeño Nicolás: 35).
mediante la colaboración de las imágenes, etc. Además casi todas las obras
en las que predomina la focalización externa, por otra parte, son de exten-
sión muy breve, lo cual, en principio, las acerca a un narratario que
comienza a leer. Ahora bien, este narratario que se identifica con los pro-
tagonistas asiste a la sucesión lineal de diálogos y de imágenes sencillas y
sugerentes a la vez. El problema que se nos plantea es que, en los discur-
sos con estas características, la ironía es una clave de interpretación. Quie-
re esto decir que se establece, una vez más, por encima del narratario, una
complicidad entre autor textual y lector textual. Así por ejemplo, en el
cuento titulado La sorpresa perteneciente a la obra Sapo y Sepo, un año ente-
ro, de Lobel, Sapo decide dar una sorpresa a Sepo y barrer todas las hojas
que el viento del otoño ha esparcido por su césped y Sepo, a su vez, deci-
de realizar la misma labor en la casa de Sapo, pero...
anterior. Una vez más el narrador propone una sucesión de diálogos como
explicación de cada una de las imágenes que aparecen en la obra a modo
de viñetas:
incluir todos los códigos y datos a disposición del hablante, organizados según
los esquemas semánticos y situacionales que les permiten activarlos para su
actuación en el mundo (García Landa, 1998: 420-421).
36 Las relaciones transtextuales han sido estudiadas por Kristeva (1976: 273-306) y
por Riffaterre (1971). En nuestra exposición utilizamos los términos acuñados por Gene-
tte (1989b) que no siempre coinciden en su definición con los utilizados por los dos estu-
diosos citados anteriormente.
El lector textual 229
tro de los tres bloques diferenciados por edades. Así en El cartero simpáti-
co, la alusión a los cuentos tradicionales es constante. Sería imposible
interpretar el sentido de la carta que Ricitos de Oro envía a los Tres Osos
sin conocer previamente el cuento popular:
Queridos Sr. y Sra. Oso y el pequeño también:
Lo siento mucho. Estube [sic] en su casa y me comí la papiya del osito.
Mamá dice que soi mala porque no me como la papiya que ella ace. Papá dice
que arreglará la silla.
Un beso de Rizosdeoro (Hnos. Ahlberg, El cartero simpático).
sea verdad. Resulta que el pájaro Plumero, cuando el hada no lo saca a volar, no
vive en una jaula de oro como todos los pájaros de los castillos, vive en una espe-
cie de pasadizo secreto que hay en el torreón (Martín, Yo viví con una bruja: 30).
res. Pero como yo recalco siempre, con la fórmula: «A partir de», los cinco, o
los diez años, o los que aparezcan en la contraportada. Hacia arriba, no hay
tope. Yo discrepo en ocasiones de la edad señalada como mínimo en la contra-
portada. Más que los años o el nivel de conocimientos, influye la sensibilidad
del lector o la experiencia lectora. Sabiendo que cualquier libro literariamente
logrado tiene múltiples posibilidades de interpretación y que el lector adulto
puede gozar y enriquecerse en la lectura de libros de literatura infantil, sobre
todo de cuentos cargados de contenidos simbólicos (Hiriart, 2000: 62-63).
«Yo, realmente, no pensé que era un libro para niños. Escribía para mí acer-
ca de cosas que me parecían graciosas, que me gustaban». La crítica añade: «Ha
trabajado mucho para entregar a sus lectores historias bien construidas en cada
libro». Pienso que no es necesario añadir otra palabra (Hiriart, 2000: 63-64).
Una obra literaria será más rica cuanto más podamos descubrir aspectos
que a primera vista pasaban desapercibidos, cuanto más nos permita profun-
dizar en ella. Una obra tendrá más interés —además de por su calidad litera-
ria— cuanto más rico y complejo sea lo que en ella se expresa.
El hablar de cosas serias, de cosas importantes, se olvida a menudo en la
literatura infantil —también en la literatura en general— y nos encontramos
con libros que no pasan de ser anecdóticos.
Es difícil interesar a niños y adultos, a la vez, pero ésta debería ser una
meta de la nueva literatura infantil (cit. por Sáiz Ripoll, 1991: 56).
Así pues, los propios críticos se hacen eco de ese doble destinatario: si
un libro no satisface al adulto, no lo «engancha», no es un libro bueno para
el niño. El discurso literario infantil está sujeto a la valoración de los adul-
tos, tal como muestra el procedimiento de evaluación de libros infantiles,
según el protocolo de la Unesco presentado por Ruiz Campos (2000: 42-
47). En este procedimiento diseñado por la Unesco aparecen reseñados los
siguientes items:
TÍTULO. Propiedad del mismo.
EDICIÓN. Cuanto más reciente sea, mejor reflejará la sociedad en la
que vive el receptor.
CONTENIDO
A. Materia de lectura
— Se basa en experiencias, intereses y necesidades de significación
vital para los niños.
— Estimulación de las actividades de los niños.
— Relación con las actividades de la comunidad.
— No se observan elementos discriminatorios y sexistas.
— Tiene otros elementos fundamentales: sorpresa, sentido del
humor, brevedad, diálogo, novedad.
— Fomenta la convivencia humana.
— Sugiere ideales de vida.
— Desarrolla y estimula la higiene mental.
— Cómo facilita la enseñanza del contenido.
El lector textual 237
1 En este bloque, la doble recepción es clara. Por tanto, la etiqueta cronológica sólo
marca el inicio en la recepción.
246 Anexo
A partir de 8 años
Alonso, F., El hombrecito vestido de gris y otros cuentos.
Armijo, C., Los batautos.
Atxaga, B., Nikolasa: aventuras y locuras.
Baquedano, L., Fantasmas de día.
Bermejo, V., y M. Gallardo, Cuentos sólo para niñas.
Bermejo, V., y M. Gallardo, Cuentos sólo para niños.
Cela, J., El ladrón de sombras.
Cleary, B., Ramona empieza el curso.
Company, M., La reina calva.
Company, M., Mi hermano mayor.
Dahl, R., ¡Qué asco de bichos!
Dahl, R., Cuentos en verso para niños perversos.
Farias, J., Algunos niños, tres perros y más cosas.
Innocenti, R., Rosa Blanca.
Mahy, M., El secuestro de la bibliotecaria.
Martín, M. T., Yo viví con una bruja.
Matute, A., El saltamontes verde.
Muñoz Martín, J., Fray Perico y su borrico.
Nesquens, D., y E. Urberuaga, Diecisiete cuentos y dos pingüinos.
Nesquens, D., y A. Gamón, Operación J.
Nöstlinger, C., Querida abuela, tu Susi.
Obiols, M., y M. Calatayud, Libro de las M’Alicias.
Obiols, M., ¡Ay Filomena, Filomena! y otros cuentos.
Sommer-Bodenburg, A., Si quieres pasar miedo.
Vázquez-Vigo, C., Caramelos de menta.
Yeoman, J., La rebelión de las lavanderas.
248 Anexo
A partir de 10 años
Alonso, S., El grito de la grulla.
Atxaga, B., Las bambulísticas historias de Bambulo. Primeros pasos.
Atxaga, B., Memorias de una vaca.
Barrena, P., ¡Que me parta un rayo!
Bliesener, K., Las aventuras de los detectives del faro.
Carroll, L., Alicia en el país de las maravillas.
Company, M., Mi hermano mayor.
Dahl, R., Charlie y la fábrica de chocolate.
Dahl, R., Danny, campeón del mundo.
Dahl, R., Las brujas.
Dahl, R., Matilda.
Ende, M., Momo.
Farias, J., Los apuros de un dibujante de historietas.
Farias, J., Años difíciles.
Gómez Cerdá, A., El cuarto de las ratas.
Goscinny, R., El pequeño Nicolás.
Gripe, M., Elvis Karlsson.
Härtling, P., Ben quiere a Anna.
Härtling, P., La abuela.
Kafka, F., La metamorfosis, ilustraciones de Scafati.
Kurtz, C., Veva.
Las mil y una noches, ilustraciones de Serrano, Ranucci, Arguilé, Riera y Odriozola.
Lindo, E., Manolito Gafotas.
Mendo, M. A., El vendedor de agujeros.
Molina, M. I., De Victoria para Alejandro.
Morpurgo, M., El león mariposa.
Moure, G., El beso del Sáhara.
Nesquens, D., y E. Arguilé, Hasta (casi) cien bichos.
Nöstlinger, C., Konrad o el niño que salió de una lata de conservas.
Nöstlinger, C., Me importa un comino el rey Pepino.
Osorio, M., Romaníes.
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PRÓLOGO ................................................................................... 9
INTRODUCCIÓN ..................................................................... 13