s2 Prim Leemos Recurso Ciclo V 6to Grado Capitulo X El Principito
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Antoine De Saint-Exupéry
Huérfano de padre desde muy temprana edad, fue criado en el seno femenino
de una familia aristocrática de Lyon, Francia. En 1917, finalizó el bachillerato
en el colegio suizo Villa Saint-Jean. En 1921, se hizo piloto; labor que ejerció
transportando el correo entre Toulouse, Barcelona, Málaga, Tetuán, Sahara
español y el actual Senegal. En 1928 llegó a Buenos Aires, Argentina, donde
se casó con Consuelo Suncín. En la misma ciudad fue nombrado director de
la empresa Aeropostale Argentina; lamentablemente, en pocos años, la empresa
entraría en bancarrota; fue ahí cuando se consagró al periodismo y la escritura.
EL PRINCIPITO
Equipo Lima Lee: Jakeline Alanya, Chrisel Arquiñigo, Leonardo Collas, Marlon Cruz, Nery
Laureano, Hilary Mariño, Marjory Ortiz, Diana Quispe, Liliana Revate y Williams Soto.
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el principito—. He hecho un largo viaje y no he
dormido…
—Entonces —le dijo el rey— te ordeno bostezar.
No he visto bostezar a nadie desde hace años. Los
bostezos son una curiosidad para mí. ¡Vamos!, bosteza
otra vez. Es una orden.
—Eso me intimida… no puedo… —dijo el
principito, enrojeciendo.
—¡Hum! ¡Hum! —respondió el rey—. Entonces
te… te ordeno bostezar o no bos…
Farfulló un poco y pareció irritado.
El rey exigía esencialmente que su autoridad fuera
respetada. Y no toleraba la desobediencia. Era un
monarca absoluto. Pero, como era muy bueno, daba
órdenes razonables.
“Si ordeno, decía corrientemente, si ordeno a un
general que se transforme en ave marina y si el general
no obedece, no será culpa del general. Será culpa mía.”
—¿Puedo sentarme? —inquirió tímidamente el
principito.
—Te ordeno sentarte —le respondió el rey, que
recogió majestuosamente un faldón de su manto de
armiño.
El principito se sorprendió. El planeta era
minúsculo.
¿Sobre qué podía reinar el rey?
—Sire… —le dijo— os pido perdón por
interrogaros…
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—Te ordeno interrogarme —se apresuró a decir el
rey.
—Sire… ¿sobre qué reináis?
—Sobre todo —respondió el rey, con gran
simplicidad.
—¿Sobre todo?
El rey con un gesto discreto señaló su planeta, los
otros planetas y las estrellas.
—¿Sobre todo eso? —dijo el principito.
—Sobre todo eso… —respondió el rey.
Pues no solamente era un monarca absoluto sino
un monarca universal.
—¿Y las estrellas os obedecen?
—Seguramente —le dijo el rey—. Obedecen al
instante. No tolero la indisciplina.
Un poder tal maravilló al principito. ¡Si él lo
hubiera detentado, habría podido asistir, no a
cuarenta y cuatro, sino a setenta y dos, o aun a cien,
o aun a doscientas puestas de sol en el mismo día, sin
necesidad de mover jamás la silla! Y como se sentía
un poco triste por el recuerdo de su pequeño planeta
abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
—Quisiera ver una puesta de sol… Hazme el
gusto… Ordena al sol que se ponga…
—Si ordeno a un general que vuele de flor en flor
como una mariposa, o que escriba una tragedia, o que
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se transforme en ave marina, y si el general no ejecuta
la orden recibida, ¿quién, él o yo, estaría en falta?
—Vos —dijo firmemente el principito.
—Exacto. Hay que exigir a cada uno lo que cada
uno puede hacer —replicó el rey—. La autoridad
reposa, en primer término, sobre la razón. Si ordenas
a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una
revolución. Tengo derecho de exigir obediencia
porque mis órdenes son razonables.
—¿Y mi puesta de sol? —respondió el principito,
que jamás olvidaba una pregunta una vez que la había
formulado.
—Tendrás tu puesta de sol. Lo exigiré. Pero
esperaré, con mi ciencia de gobernante, a que las
condiciones sean favorables.
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—¿Cuándo serán favorables las condiciones? —
averiguó el principito.
—¡Hem! ¡Hem! —le respondió el rey, que consultó
antes un grueso calendario—, ¡hem!, ¡hem!, ¡será a
las… a las… será esta noche a las siete y cuarenta! ¡Y
verás cómo soy obedecido!
El principito bostezó. Lamentaba la pérdida de su
puesta de sol. Y como ya se aburría un poco:
—No tengo nada más que hacer aquí —dijo al
rey—. ¡Voy a partir!
—No partas —respondió el rey, que estaba muy
orgulloso de tener un súbdito—. ¡No partas, te hago
ministro!
—¿Ministro de qué?
—De… ¡de justicia!
—¡Pero no hay a quién juzgar!
—No se sabe —le dijo el rey—. Todavía no he
visitado mi reino. Soy muy viejo, no tengo lugar para
una carroza y me fatiga caminar.
—¡Oh! Pero yo ya he visto —dijo el prinicipito, que
se asomó para echar otra mirada hacia el lado opuesto
del planeta—. No hay nadie allí, tampoco…
—Te juzgarás a ti mismo —le respondió el rey—.
Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí
mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien
a ti mismo eres un verdadero sabio.
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—Yo —dijo el principito— puedo juzgarme a mí
mismo en cualquier parte. No tengo necesidad de
vivir aquí.
—¡Hem! ¡Hem! —dijo el rey—. Creo que en algún
lugar del planeta hay una vieja rata. La oigo por la
noche. Podrás juzgar a la vieja rata. La condenarás a
muerte de tiempo en tiempo. Así su vida dependerá
de tu justicia. Pero la indultarás cada vez para
conservarla. No hay más que una.
—A mí no me gusta condenar a muerte —
respondió el principito—. Y creo que me voy.
—No —dijo el rey.
Pero el principito, habiendo concluido sus
preparativos, no quiso afligir al viejo monarca:
—Si Vuestra Majestad desea ser obedecido
puntualmente podría darme una orden razonable.
Podría ordenarme, por ejemplo, que parta antes
de un minuto. Me parece que las condiciones son
favorables…
Como el rey no respondiera nada, el principito
vaciló un momento, y luego, con un suspiro,
emprendió la partida.
—Te hago embajador —se apresuró entonces a
gritar el rey.
Tenía un aire muy autoritario.
Las personas grandes son bien extrañas, se dijo a sí
mismo el principito durante el viaje.
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