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Analogía Del Pecado

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ANALOGÍA DE LA VICTORIA SOBRE EL PECADO

El coronavirus es real. Está por allí... aunque no lo veamos. Es tan pequeño, que lo consideramos
insignificante, e inclusive algunos van totalmente confiados como si nada pasa e inclusive exigiendo
egoístamente su derecho a la libertad de salir a la hora que les dé la gana. Pero la realidad es que, sin importar
nacionalidad, raza, religión o posición social, nos afecta a todos por igual. Toda la humanidad está
amenazada.
Similar a esto es el pecado.
Dios ha advertido desde el principio de su presencia y consecuencias. Adán y Eva tomaron en poco lo dicho
por Dios por lo que desde ellos hasta nosotros hemos sido “contaminados”. Así Romanos 5 12 nos dice:

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte,

así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Solo hay una manera para que la pandemia que sufrimos hoy sea derrotada, y es por medio de la inmunidad
colectiva. Para lograrlo necesitamos urgentemente una vacuna. Entiéndase por “vacuna” un compuesto
químico que ayude a nuestro cuerpo a reconocer el virus si entrare en él. Una vez que nuestro organismo lo
detecte, no solo lo destruiría, sino que guardaría una especie de memoria para futuras amenazas. Así funciona
nuestro sistema inmunológico. ¡Es maravilloso cómo nos ha diseñado Dios!
Ahora bien, trasladando esta idea al plano espiritual, solo hay una manera en que el pecado no nos afecte en
absoluto, y es, el ser trasladados al cielo. Allí no entrará “ninguna cosa inmunda, o que hace

abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del

Cordero”, dice Apocalipsis 21 27. ¿Estarás tú allí? La entrada a aquel lugar está asegurada para los que

han depositado su confianza en el sacrificio de Jesús, ya que Él es “el Cordero de Dios, que quita el

pecado del mundo”, dice San Juan 1 29 y porque “la sangre de Jesucristo... nos limpia de todo

pecado”, 1º Juan 1 7
Pero al presente, mientras estamos en este mundo de pecado, ¿qué podemos hacer? Para quienes ya
depositamos nuestra confianza plena en el sacrificio de Jesús, Él en su bondad nos ha proporcionado
“herramientas” para que reconozcamos el pecado, lo combatamos y salgamos victoriosos sobre él. Aquí
algunos de esos recursos, sin darles un orden de prioridad, sino enumerándolos como un conjunto en el que
cada pieza se complementa con otra.

La primera herramienta que hemos de echar mano es La Ley de Dios.


Es esta Palabra perfecta la que con toda claridad nos dice qué es lo bueno y qué es lo malo ante los ojos
divinos. Como ejemplo de esto podemos mencionar los 10 Mandamientos registrados en Éxodo 20 y

Deuteronomio 5. Ocho de estos diez mandatos comienzan con un NO..., es decir, prohibiendo prácticas
que bajo ciertas circunstancias nos parecerían convenientes, como por ejemplo las mal llamadas “mentirillas
blancas”. Todos estamos tentados a hacer lo que nos dicta, ya sea nuestra propia carne, o ya sea el sistema
pecaminoso de la sociedad. Por ello, Santiago 1 13 al 15 nos dice que "Cuando alguno es tentado, no

diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él
tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído

y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el

pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” Claramente estos textos nos hacen ver la seria
amenaza a la que estamos expuestos. Somos dados a cometer pecados porque somos muy débiles ante la
tentación. Necesitamos urgentemente algo que nos ayude a vencer. Por eso Santiago 1 21 nos dice: “Por

lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la

palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.” ¡Efectivamente!, Dios nos ha provisto Su
Palabra para librarnos de ser presa fácil del pecado, el cual una vez que encuentra cabida en nosotros nos
esclaviza y nos conduce al juicio de Dios. Lee y medita en la Biblia. Haz tuyo el Salmo 119 11 diciendo al
Señor: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. Debemos usar la Palabra de
Dios mucho más que como cuando usamos pantallas de metacrilato para evitar que el COVID entre a nuestro
sistema respiratorio.

El segundo elemento disponible para nuestra lucha contra el pecado es el mismo Espíritu Santo.
Dios nos ayuda en nuestra lucha actual contra el pecado. Por ello, la Persona del Espíritu Santo está
disponible para convencernos de la realidad del pecado y de sus consecuencias. Jesús dijo que el Espíritu
Santo “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”, Juan 16 8
Pero somos tan necios que, aun estando conscientes de la realidad del pecado y sus inevitables resultados,
seguimos pecando. Cuando caemos en la trampa de la tentación y pecamos, podemos estar seguros de que el
actuar contra Dios acarrea efectos negativos para nosotros mismos, y para otros. El pecado busca aferrarse a
mi ser para dominarme. Es entonces cuando no solo miento, sino que me hago mentiroso compulsivo, por
ejemplo. No solo me enojo, sino que me lleno de ira y comienzo a herir a otros, literalmente o por medio de
palabras ofensivas que “son como golpes de espada”, dice Proverbios 12 18. El pecado me afecta
seriamente y por ser pecador, puedo dañar a otros con mucha facilidad, e inclusive, mi comportamiento puede
llegar a ser un mal ejemplo para que otros pequen. Por ello, el Espíritu Santo quiere controlarme. Yo debo
permitir que cada área de mi vida esté bajo su dominio. Ante el peligro de ser tropiezo para otros, la Biblia
nos dice en Gálatas 5 16, “Andad en el Espíritu”. Cada vez que salgas a la calle, no olvides usar
mascarilla para ayudar a detener el contagio colectivo. Pero sobre todo, no olvides que necesitarás el control
del Espíritu Santo para no ser un tropiezo, sino por el contrario, con la sabiduría de lo alto ser un canal de
bendición para muchos.

Un tercer elemento es la oración.


La clave de la victoria es mantenernos bajo la protección del Señor de los ejércitos. Estamos en un verdadero
campo de batalla. Esta guerra tiene muchos frentes. Uno de ellos es la batalla que se libra constantemente en
nosotros mismos. Son los “deseos carnales que batallan contra el alma”, dice 1 Pedro 2 11. Otro
frente de batalla está donde menos se esperaría. Es la lucha permanente contra el prójimo. El apóstol Pablo
decía a los hermanos de Galacia, como si fueran depredadores, “… si os mordéis y os coméis unos a

otros, mirad que también no os consumáis unos a otros”, Gálatas 5 15. Esta es una manera
muy fuerte de recordarnos a los creyentes, a nosotros los hermanos en Cristo, que tenemos el potencial de
mantenernos en una lucha encarnizada de unos contra otros. Ciertamente, tal como los discípulos de Jesús,
todos estamos dispuestos a obedecer al Señor, pero la carne es muy débil. Fue la noche en que fue capturado,
que Jesús dijo a los aparentemente dispuestos discípulos: “¿Por qué dormís? Levantaos y orad para

que no entréis en tentación”, Lucas 22 46. ¡Vaya tiempos en los que vivimos! Son años muy
malos. No podemos dejarnos vencer por nuestra debilidad. Necesitamos el poder sobrenatural de Dios.
Debemos pedir, no solo bendiciones materiales, sino clamar mucho más a Dios para que nos muestre “ cosas

grandes y ocultas que no conocemos”, Jeremías 33 3. Debemos estar “orando en todo tiempo

con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica

por todos los santos…”. También debemos mantenernos orando por “palabra para dar a conocer

con denuedo el misterio del Evangelio”, Efesios 6 18-19


Las autoridades sanitarias nos dicen que para mantenernos libres del coronavirus debemos lavarnos las manos
constantemente. Es parecido al hecho de practicar la oración constante. Tanto más oramos, más nos
mantendremos en comunión con Dios. Y tanto más cercanos a Dios, más sanas serán nuestras relaciones
interpersonales. Mayor será nuestro interés por los hermanos en Cristo y por la salvación de los no
convertidos.

Nuestras salidas de casa ahora son diferentes. Al cruzar la puerta nos enfrentamos al peligro de una
enfermedad que se ha cobrado muchas vidas alrededor del mundo. Por ello, antes de salir nos armamos de
mascarilla, guantes y geles hidroalcohólicos. Pero toma en cuenta que el peligro espiritual es mayor que el
peligro sanitario. Cuántas veces hemos comenzado el día sin medir la peligrosidad del pecado. No nos hemos
armado de la Palabra de Verdad, no hemos permitido que el Espíritu Santo nos controle y aun no practicamos
la oración constante. De seguir así, no tardaremos mucho en ser doblegados por el pecado. Pero, conociendo
los maravillosos recursos que Dios ha dispuesto para nuestra protección, echemos mano de ellos. De esa
manera podremos decir con toda autoridad: “…en todas estas cosas somos más que vencedores por

medio de aquel que nos amó”. Romanos 8 37. Dios quiere darte la victoria… ¿lo crees?

Termino con una historia narrada en los capítulos 11 y 12 de 2º de Samuel.


Este libro nos cuenta de un tiempo maravilloso para Israel. Una descripción resumida de lo que estaba
sucediendo en aquel momento es lo que dice el capítulo 8, versículo 14: “El Señor dio la victoria a

David por dondequiera que fue”. El flamante rey conducía a su pueblo solo a victorias. Hay un dicho
popular que dice: “haz tu fama y échate a dormir”. Con este refrán queremos decir que una vez logrados
grandes objetivos, podremos descansar con toda confianza… Pero, por ser un dicho que refleja sabiduría
humana, no se aplica a la vida del creyente. No hay descanso para la lucha espiritual. Fíjate en este ejemplo:
David no solo había logrado grandes victorias, sino que tenía un grupo de valientes guerreros en quienes
podría descansar… y en efecto, así lo hizo. 2º Samuel 11 dice que mientras los demás reyes iban a la
guerra, David se quedó en casa. Un día se permitió levantarse tarde y pasear un poco por su espléndido
palacio. Desde su terraza vio a una hermosa vecina con la que fantaseó en su mente y no le bastó, sino que
haciendo uso de su autoridad real, mandó por ella y la hizo su mujer, aunque era la esposa de uno de sus
valientes guerreros que estaban en el campo de batalla dejándose allá la vida. Un poco de confianza en sí
mismo bastó para que David fuese “infectado” e invadido por el pecado del adulterio. Su deleite se empezó a
venir abajo al saber que siendo el magno rey de Israel, ahora sería un padre irresponsable, pues aquella chica
estaba esperando un hijo ilegítimo suyo. La contaminación del pecado le llevó a complicaciones cada vez
peores, pues del adulterio pasó rápidamente al embuste y de allí al asesinato contra su fiel soldado, marido de
la mujer que usó para satisfacer sus más bajos instintos carnales. Espiritualmente David estaba grave. Todo
aquello que comenzó con un poco de autoconfianza, le condujo a querer vivir una vida de hipocresía,
haciendo como si nada hubiese pasado. Sin embargo, su concupiscencia le había llevado a destruir un hogar,
a destruir la lealtad en su ejército, a poner en peligro su propia vida, la de su propia familia y la de toda la
nación.
Por el Salmo 51 sabemos que Dios, en su gran misericordia toma la iniciativa para convencer a David de su
pecado, llevarle al arrepentimiento y comenzar en él un proceso de restauración. Conociendo al Dios de las
Escrituras, David le dijo al Señor en oración: “¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi

pecado!, porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí”,

versículos 2 al 3. Seguro que de aquí en adelante David ya no se confiaba de sí mismo, por lo que
aprendió a confiar tan solo en el poder de Dios quien nos lleva a la victoria verdadera.

De David aprendamos que no existen super cristianos, sino solo creyentes frágiles que fácilmente nos
contaminamos con el pecado. Echemos mano de la Palabra de Dios, del control del Espíritu Santo y de la
oración para mantenernos firmes todos los días que el Señor nos conceda en este mundo, en tanto llegamos al
cielo, en donde allí sí que no hay pecado.

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