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El Orden de Dios

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EL ORDEN DE DIOS

Por: Jhonathan Gelvis Niño


(Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu
de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Genesis 1:2)

Es difícil imaginar cómo era la creación en este punto. Pensar que una tierra desordenada y
vacía sea obra de un Dios de tan estricto orden, es algo que sale de nuestras mentes al mundo de lo
mero especulativo; sin embargo, no es ese el punto de mi interés en este día, aunque toda la palabra de
Dios sea de reverente interés. Lo que nos concierne en este momento es contemplar, hasta donde el
Espíritu Santo se digne a iluminarnos y nuestra mente siempre finita lo conceda, el hecho glorioso de
cómo Dios es un Dios de orden y pone orden a todo este caos presente. No es para nada equivocado
decir que el orden es el primero de los edictos del cielo y sobre él se fundamenta toda la acción divina;
el orden pone en orden a todo lo demás y sin este no nos imaginamos de qué manera se pudieran hacer
las cosas. El orden se desprende de la esencia misma de Dios, al ser el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
un solo Dios en tres personas diferentes, sin que esto impida su operación perfecta y unánime en toda la
creación y en nuestras almas necesitadas ¿Habrá algo más ordenado que eso? Es tan notable su orden,
que no imaginamos las cosas que son, de otra manera a como lo son. Podría ser que el universo tenga
otra forma de como la tiene, o que los planetas no orbitaran alrededor de su sol como lo hacen, sino de
otra forma mas singular, pero eso ya nos parecería desordenado. Imaginen teniendo sus orejas en los
pies o que sus ojos estuvieran incrustados en las rodillas; sería algo totalmente alejado del orden que
conocemos. Tal vez los peces pudieran volar y las aves surcaran las aguas del vasto océano, pero ahí ya
habría desorden. El orden de Dios lo controla todo, desde el movimiento de las partículas dentro del
átomo, hasta la danza galáctica que se vive en el universo. Mucho mas conociendo a este Dios de
orden, empezaremos a consentir profundamente que lo necesitamos, tanto o mucho mas de lo que lo
necesitaba esta tierra cuando era prisionera del caos, del vacío, del desorden y de las tinieblas. Que nos
conceda su providencia divina, la visión de su amor a través del orden que desea impartir en nuestras
miseras vidas, si es que no lo tienes aun en tu corazón, y si ya lo has conocido, pero estas aun esclavo
del desorden en tu existencia, esta es la oportunidad gloriosa para que el Espíritu se mueva sobre la faz
de tu vida y experimentes en ti mismo lo que conlleva ser ordenados con el orden de Dios.
Aunque tomaremos como referencia este texto descrito en el inicio, trataremos de hacer un
paralelo sobre tres aspectos del orden que Dios puso a su creación y la manera en cómo se asemeja a lo
que hace en nuestra vidas. En primer lugar, describiremos la condición en que estaba ésta creación,
para ameritar la intervención divina e implantar el orden. Seguidamente veremos al mover del Espíritu
Santo y a la Luz como medios de Dios para establecer el orden y finalmente atesoraremos los
beneficios que este orden trajo a la creación. Podremos darnos cuenta de que su forma de actuar en
todo lo que hizo en el primer capítulo del Genesis, es fiel reflejo de lo que hace con nuestras propias
vidas, pues Él es Dios y su esencia no cambia en absoluto. Porque las cosas invisibles de él, su eterno
poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por
medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (Romanos 1:20) Quizá, meditando en este
pasaje, vislumbraremos de alguna manera lo que su eterno poder ha hecho, hace y seguirá haciendo por
estas almas caóticas, solícitas de su orden salvador.
1. En primer lugar, veamos cuál era la condición de la creación en este instante, y cómo esa
condición no impidió la labor del Espíritu de Dios para traer el orden divino. Aquí se hace
referencia a cuatro aspectos muy espeluznantes: desorden, vacío, tinieblas y abismo. Esta no es la
condición de nada más que de las vidas humanas sin Dios. Si alguien no se halla identificado en algún
momento de su vida con esta descripción, debe estar en la gloria, o no es de los mortales terrestres.
Examínense y noten que es esta la condición de toda alma en la cual no ha resplandecido la luz de
Cristo. Almas pecadoras y destituidas de la gloria de Dios que jamás han sido visitadas por el mover
del Espíritu Santo. Todo a su alrededor es inerte y están ajenos de lo que significa la vida, mucho mas
de la vida en abundancia. No hay capacidad de producir nada, pues en el desorden no existen las
condiciones necesarias para ello; así que están gobernados en primer lugar por el desorden. El desorden
en un rey tirano e infame. No permite que sus súbditos vean más allá de sus propias corneas, ya que lo
que muestra a su frente es solo tinieblas y densas nubes de oscuridad. No hay lugar a la acción continua
del soberano, si una vida está sumergida en el desorden. Pareciera como si el mismo Señor del cielo y
de la tierra se detuviera ante tal desorden y no pudiera avanzar para hacer lo que su voluntad desea
hacer. Allí está Dios, contemplando desde su trono a esta tierra desordenada, y en un instante
cualquiera le surge el anhelo divino de poner orden a todas las cosas. ¡Gloria a su nombre por ello! No
puedo hacer nada si esto sigue así, dice. Pero no es porque carezca de la capacidad para hacerlo, pues
Él es todopoderoso y para Él no hay diferencia entre la oscuridad y la luz (Salmo 139:12); más bien
estaba pensando en sus creaciones, a quienes quería dar un paraíso en donde pasearse y disfrutar de
todo su favor. ¿Dónde estaría el cielo, en medio de tal desorden, para poner allí sus lumbreras? ¿Dónde
estaba el lugar para los mares o la tierra seca? ¿En qué sitio fructificarían sus árboles o de qué lugar
saldrían sus criaturas? ¿Sobre qué caminaría el hombre que habría de ser hecho a su misma imagen y
semejanza? ¿De cuanta belleza se nos hubiera privado, si el favor de Dios no hubiera puesto orden a
todo esto? De la misma forma en que para esta tierra perecedera era necesario el orden, así lo es en la
vida de cada ser creado a imagen de Dios. No hay lugar a la luz, si es la oscuridad la que preside; no
pueden reunirse las aguas en un solo lugar, pues en medio del desorden no hay lugar para ellas. Si no
hay un lugar seco en tierra firme, será imposible que crezcan los arboles del huerto y se produzca un
fruto abundante que alimente a los demás. Escucha tú, necio en tu corazón, que dices que no hay Dios.
Así está tu vida sin Dios, desordenada completamente. No hay nada que siquiera se parezca al orden, y
si en algún momento lo deseas obtener con meditación trascendental o conferencias baratas sobre éxito,
terminaras ahondando el hoyo profundo del abismo, hacia el cual corren desenfrenados todos los que
ignoran el mover de su Espíritu Santo. Una vida desordenada no tiene la capacidad de ordenarse por sí
misma. No hay fuerza en su esclava voluntad para arreglar todo lo desarreglado y, si lucha con todo su
anhelo por alcanzarlo, es cuestión de tiempo para que termine vencido por el gigante del desorden.
En el desorden no hay fruto; nada crece ni tiene luz para alimentarse; no hay lugar para las aguas
de su presencia y seas bañado hasta los tuétanos con ella. Aquí solo hay lugar para el desorden. Una
vida llena de desorden se identifica claramente. Solo pásate por su cuarto íntimo y veras con tus
propios ojos lo que no se exhibe en público. El desorden es el compañero en toda su vida, en su ropa,
en su closet, en sus libros, en su trabajo, en su vida sentimental, en sus relaciones. El desorden en su
estilo de vida, y ello lo evidencia a la hora de alabar, de adorar, de dar testimonio ante el prójimo de
Cristo y este crucificado. El desorden es todo lo que conoce y es incapaz de vivir de otra manera. Mira
su asistencia a la casa de Dios y veras que es muy irregular. Escucha sus palabras y notaras que hasta
ellas son desordenadas. Su misma escritura es una especie de jeroglíficos, difíciles de entender para los
más expertos calígrafos. No tiene coherencia lo que dice con lo que vive, ni lo que piensa con lo que
hace. Este es un desordenado, que mira con sus ojos llenos de desorden, que todo está desordenado. Si
hay algo ordenado, su mirada tergiversada por el desorden la desordena, sin que así sea en realidad.
Para el puro todas las cosas son puras, pero para el desordenado todo es un continuo desorden en su
percepción. No pueden tener una relación sentimental estable y duradera. No pueden aspirar al
ministerio, pues el desorden que los rodea echaría a perder a las pobres vidas que cayeran en sus redes
y seria una ruina total. Allí está el desordenado, que no puede con su misma vida y mucho menos con
las que están a su alrededor. ¿Quieres identificar a un hombre desordenado? Observa detenidamente su
hogar, su esposa, sus hijos, su familia, y te darás cuenta de que es el común denominador en todas las
esferas de su existencia. Veras que nada encaja en su familia, pues el rol que cada uno deben
desempeñar está perdido en medio de tanto desorden. El hijo se cree el padre, la esposa se cree hija y el
padre se cree vecino de ellos nada más. Es que el desordenado no conoce otra cosa que el desorden, y
esa será su ruina por la eternidad, si es que Dios no tiene misericordia y está entre los ordenados para
vida eterna. Pero este señor desorden no viene sólo al encuentro de los incautos, sino que le acompaña
el señor vacío. ¡Oh que peligroso es este vacío! Engaña por doquier a tantos como se dejen. El
desorden los hace creer que están llenos de posesiones, pero no son mas que desventurados, miserables,
pobres, ciegos y desnudos. No tienen nada; están vacíos y despojados de toda pertenencia valiosa. Lo
único que poseen es la nada y con ella duermen, se levantan y transcurren los linderos de la vida.
Teniendo un Dios que lo posee todo, están contentos de que el vacío los invista con todo lo que trae en
sus manos y los corone con sus bienes. Me he puesto a pensar en cómo desordenar algo que está vacío
y he llegado a la conclusión de que la única posesión de esa vida es el desorden mismo. Esta vida
desordenada no tiene nada que desordenarle, ya que, en el desorden, de todo se carece. Así lo tenga a la
mano, en medio del desorden no sabe donde está. Puede que se encuentre cerca, pero el desorden lo
despoja de lo que piensa tener y lo deja vacío. Si pudiera reunir todas sus pertenencias valiosas para ser
pesadas en balanza, sería suficiente una tela de araña para sostenerlo todo.
Hay una sensación de vacío en el alma pecadora, pues no logra alcanzar nada de lo que hay a su
alrededor; no lo ve. Aquí hacen su parte las tinieblas, que son intimas amigas del desorden y el vacío.
Ellas cubren todo a su paso y se adueñan egoístamente de lo ínfimo que el desorden y el vacío dejen a
la vista. Las tinieblas cubrían la faz del abismo, dice nuestro texto, pero hoy siguen cubriendo al mundo
entero que gobierna satanás. Estas tinieblas se encargan de que no veas y vallas directamente donde
ellas quieren: al abismo. Ese es el puto cúspide de esta escena tenebrosa y sin esperanza. El abismo es
el final. El abismo aguarda su turno para abrir su boca y devorar todo cuanto se acerque. El Espíritu no
se movía sobre la faz del abismo; el Espíritu se movía sobre la faz de las aguas. El abismo no es el
lugar para el Espíritu de Dios; nada tienen que ver la luz con las tinieblas. El abismo tiene sus propios
amigos que le ayudan: El desorden, el vacío y las tinieblas. Todos cooperan juntos para arrojar a la
perdición lo que esta lejos del mover espiritual. Atendamos su palabra y démonos cuenta de que donde
están las tinieblas, solo es la cara visible del abismo. Allí está la puerta a la perdición. La oscuridad
administra a una vida en desorden y ¿Qué podrá hacer ésta si no ve nada? Los doctos piensan que
caminan a la luz de la razón, sin percatarse que también ellos van hacia el abismo. La sabiduría del
mundo niega las magnificencias del altísimo y se atreve a desafiar a la potencia celestial, pero cuan
desordenados, vacíos y ciegos están los que tal cosa vana pretenden. No les aguarda otro destino que
caer en el abismo para siempre y no ver jamás la luz que un día el creador habrá de crear, en medio de
todo el firmamento. El desordenado se perderá el privilegio de caminar en el huerto, ver el cielo,
costear los mares y sentir la brisa arrulladora del la presencia de Dios. Todo aquel que insista en una
vida desordenada, no disfrutará de lo que el Señor ha creado para nosotros, para sus hijos, para los que
el Espíritu tuvo a bien moverse en la faz de sus corazones y todo ha de ser ordenado. Este es el
panorama en que Dios va a empezar a trabajar. Observa cómo lo hace.
2. En segundo lugar, veamos los medios que el Soberano utiliza para implantar el orden a su
creación. Hasta este momento, solo se daban los preparativos necesarios para comenzar a instalar
orden a los elementos. La visita salvadora del Espíritu es solo el comienzo de lo que concluirá en la
salvación a las moradas eternas, pero sin ella, nada sería posible. Cómo lleva a cabo su operación el
Espíritu Santo, escapa a nuestro entendimiento. Bien diría Jesús a Nicodemo: El viento sopla de donde
quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene ni a donde va; así es todo aquel que es nacido
del Espíritu. (Juan 3:8); pero ahí está su acción, propagándose al mismo tiempo en que las tinieblas
hacían la suya. Noten que, aunque este es el panorama sombrío de la primera escena de la creación de
Dios, no fue ello impedimento para el maravilloso mover del Espíritu de Dios; y si no lo fue para
transformar a la materia inerte y sin espíritu, en algo que a su propio parecer era bueno en gran manera,
mucho menos lo será la condición más vil del pecador más vil de todos. No te escudes tu pecador, en el
desorden, el vacío o las tinieblas que puedan gobernar tu débil naturaleza carnal, diciendo que el
bendito de ninguna manera podría venir a tu encuentro y concertar una cita a solas contigo, pues es
precisamente en esa circunstancia, donde las alas del Santo Espíritu se agitaban con toda su fuerza y
comenzaba a depositar el oxígeno necesario para la resurrección de esa tierra muerta. Estas
características, a las cuales podemos resumir en la palabra caos, no sobrepasaron las expectativas del
Espíritu en lo absoluto, ni mucho menos le intimidaron para no acercarse y moverse sobre tan lúgubre
panorama.
Detallen ustedes mismos, cómo Dios ha querido estar entre nosotros desde el principio de la
creación, sin importarle mucho el escenario en que deba actuar. Jesucristo se depuso de toda su gloria
para habitar entre estos hombres enfermos y llagosos, no teniendo necesidad alguna para hacerlo, y, sin
embargo, se adjudicó el título de hijo de hombre, solo para ser visto de todos y morir en una cruz por la
salvación de los suyos. A sí mismo, ya el Santo Espíritu le hacia la antesala, al planear desde la morada
inaccesible de su trono y arribar a esta nada alentadora tierra. ¿Qué necesidad tenía el Espíritu de Dios,
para dejar su habitación sublime en el tercer cielo, junto al Padre y al Hijo y venir a surcar la faz de esta
desordenada y fría tierra? Imagínense por un instante al Espíritu Santo sobrevolando el caos, viendo de
primera mano el desorden que acontecía ante sus ojos. Este no sería el lugar más adecuado para algo
tan santo como el Espíritu de Dios, a nuestro humano parecer, pero de alguna forma que jamás
entenderemos, Él se acerca lo más posible, casi al punto de fusionarse con la materia y empieza así a
darle orden a lo existente. Dios siempre ha deseado estar junto a los que ama; y si para esto debía dejar
su cuarto lleno de luz y estar entre la oscuridad de lo terreno, Él estaba dispuesto a pagar ese precio.
Ciertamente es claro que la operación del Espíritu no es para nada algo abstracto que solo pueda verse
con un prisma nubloso de lo espiritual y ya, sino que estremece al cuerpo mismo con danzas, lenguas y
movimientos enérgicos que todos experimentamos al ser rozados con su fuego. El llanto incesante
quebranta nuestros mismos huesos y la cerviz endurecida parece derretirse y doblarse ante sus pies. En
otras palabras, el movimiento del Espíritu no es de trascendencia meramente espiritual, sino también
física y visible a nuestros ojos. Yo podré creer en que, el mover del Espíritu en una vasija humana sea
algo que deje quieto a esa persona; que no lo inmute ni por un milímetro y lo deje ahí, estático e inerte
en su misma posición, tal vez para no parecer estrafalario o hasta fanático; pero cuando veo cómo
humeaba, temblaba y se estremecía el monte Sinaí, cuando Dios lo rozó nada más que con el borde de
su manto de fuego, me deja mucho que desear esa actitud. Y cierto es que un monte es más pesado y
más grande que el cuerpo de un sujeto cualquiera. Pero siguiendo con el mover Espiritual, hay un
cambio profundo en este desorden, y eso se puede observar a simple vista. La tierra fue transformada y
prontamente el caos y la confusión perecieron por su mover glorioso. El desorden comenzaba a
extinguirse y llegaba así el tiempo del orden, la oportunidad para que las cosas estuvieran en el lugar en
que debían estar. El borracho deja de tomar y comienza a ordenarse su casa. El homicida deja los
cuchillos para las carnes del restaurante y los ladrones abandonan lo robado en su lugar de depósito,
diciéndole adiós para siempre. El hombre se recrea con su mujer y la mujer con su propio hombre. Los
niños juegan con juguetes y no con armas. Todas estas cosas se contemplan sin cesar en cualquier
mundo caótico donde el soplo divino despliegue su movimiento. Es que las evidencias del mover del
Espíritu dejan notar que este Dios nuestro, no es un Dios estático o inmóvil. Desde el comienzo de
todo, ya su mover estaba en acción, para corregir la parálisis mortífera que el enemigo quería implantar
sobre lo creado. No es del Señor la quietud que atrofia el espíritu; esa que solo trae la oportunidad
sagaz para que el diablo se acerque tanto como pueda y robe tus pertenecías. Si la quietud es un ritmo
del cielo, entonces habría que tirar los salterios, los tamboriles y los decacordios con que le alaban
todas las tropas celestiales. Es el Espíritu Santo quien trae el mover; el mover divino que pone
cimientos para el orden vivificador, llena los vacíos con su soplo de gracia y disipa todas las tinieblas
que no pertenecen al paraíso que Dios mismo se dispone a formar con sus delicadas manos. No hay
fuerzas suficientes, de ningún tipo, que puedan propiciar el orden, sino el mover misericordioso del
Santo. Ese acto es el preludio para todos los beneficios que ocurren por ordenar lo desordenado y
restablecer las cosas conforme a la voluntad del omnisciente, y Dios, que siempre sabe lo que hace y la
mejor forma de hacerlo, comienza por decir: Sea la luz.
Cuán difícil es ordenar sin luz. Aun para Dios esto no le pareció adecuado, sino que en su
sabiduría despliega sobre toda la creación ese destellante resplandor que se mueve a la velocidad más
rápida del universo y permite que todo sea observado. Déjenme tomar esta imagen como ejemplo, que
podrá rayar en lo profano y Dios me guarde de ello, pero debo considerarlo de alguna manera para que
lo podamos comprender. Si Dios no crea la luz, no hubiese podido ver en qué lugar iba a ubicar los
mares, ni los ríos, ni la tierra seca. Le hubiese sido difícil pincelar las estrellas y colgarlas allí en el
firmamento. Dios no es un Dios que le guste caminar a tientas como tal vez estas acostumbrado; a Él le
gusta la luz. Quién sabe si al formarte en la oscuridad te dejara con un solo brazo, o la nariz hacia
arriba, o en lugar de dedos te hubiese puesto cabellos largos. A lo mejor las nubes no rozarían los picos
de las montañas, sino los cimientos de la lava; o la lumbrera mayor hubiese quedado muy cerca de
nuestra atmosfera y nos quemase con su fuego. Si Dios decidió crear la luz para comenzar toda su
ordenación en esta tierra desordenada y vacía, cuanto más tú, que no eres sino polvo y ceniza,
requerirás de ella para poner en orden tu existir.
El primero de los beneficios de empezar a ordenar, es que surge la luz. Este orden debía empezar por
poner en su sitio correcto a ambas partes y hacer una separación entre las tinieblas y la luz, pues nada
tiene que ver la una con la otra. Observen desde ya, que todo tiene un lugar en este sistema. No puedo
ilustrarlos sobre cómo se crean los fotones o cual es el lugar de su morada, pues mis ojos se enceguecen
al percibir su refulgencia, pero sí sé que proviene del verbo divino, pues Juan nos manifiesta que Todas
las cosa por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida, y
la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron
contra ella. (Juan 1: 3-5) Lo que sí me atrevo a decir, es que la luz es un elemento imprescindible, si
algo quiere ordenarse. No te ufanes de los bellos ojos que Dios te halla regalado, pues sin la luz, serán
simples adornos en una rama seca impalpable. Es que los verdaderos ojos son la luz, y sin ella, hasta lo
mas cercano se vuelve en tu contra y sirve de obstáculo para caerte cuando caminas a tientas por tu
oscuridad. ¡Vida deprimida que te ocultas dentro de la oscuridad misma!, el Santo Espíritu quiere
moverse sobre tu faz espiritual para dar comienzo al orden y lo primero que debes recibir es la luz que
se despliega de la cruz de Cristo. Quita tu coraza de hierro, pues ni ella será idónea para soportar su
mover y que veas con tus ojos la iluminación que Él quiere donarte. No pienses que, adentrándote en la
fosa de las marianas, donde la luz física es inaccesible, escaparas de la luz espiritual que todo lo
manifiesta. Ni con todos los montes puestos sobre ti y que estos te acobijaran, dejarías de ser un blanco
de su luz, pues ella traspasa la materia, los huesos, los tuétanos, y pone de manifiesto hasta tus mismos
pensamientos, esos que ni tú mismo sabes que residen en tu mente. Mas bien deja que la oscuridad sea
deshecha por la llegada de la luz a tu corazón y empieces a divisar el paisaje que debe ser ordenado del
todo en tu vida. No prevalecen las tinieblas sobre la luz, de eso podemos tener firmeza como un roble.
Automáticamente aparece la luz, la oscuridad es vencida y debe abandonar todo lo que la luz toque. No
hay rincón donde esta luz de gracia no pueda iluminar. Las tinieblas lo saben y libran una batalla
continua por ganar terreno en el cielo y en la tierra, sin embargo, nisiquiera son un digno contrincante
para la triunfadora luz de Cristo. Las cosas son vistas como en realidad lo son, cuando la luz es su
exhibidor. Ahora podemos transitar con seguridad y sin miedo a tropezarnos, pues la luz nos permite
avanzar hasta por el lindero mas estrecho. Cuando sus labios pronuncian sobre una miserable vida,
desprovista de toda gracia que: sea la luz, ya no es mas miserable, ni mucho menos desgraciada, sino
que ha pasado de muerte a vida y se dan las condiciones necesarias para que todo sea ordenado y esté
en su debido sitio. ¡Oh querido amigo, querido hermano! Con la luz de Jesucristo podemos ver las
promesas invisibles a nuestra retina y simplemente extender las manos y tomarlas. Ellas están allí, pero
la oscuridad las tenia prisioneras. Desátalas en esta hora y ya no te sumerjas en las tinieblas, sino echa
tu barca sobre el rio de su luz, para que navegues sobre el océano de su amor y llegues al puerto de su
salvación. Escoge bien en qué lugar te quedaras, pues el Señor ya dispuso un sitio para la luz y otro
para las tinieblas. La línea que las separa nisiquiera se percibe y quedarse en medio es arriesgarte a ser
vomito divino. No serás indivisible jamás, si es que deseas acudir al llamado de ambas, ni tampoco eres
omnipresente para presentarte ante las dos al mismo tiempo y servirles. Nadie puede servir a dos
señores, porque amará a uno y aborrecerá al otro. Escoge hoy la luz de Cristo y da comienzo al orden
de tu cielo y tu tierra.

3. Finalmente, contemplemos los beneficios que trae consigo el orden de Dios y nos daremos
cuenta de que su mayor favor es la vida. Pero ¿que otro podría ser mayor? Podría trepar en las
murallas teológicas y disertar sobre los provechos que este conlleva. A lo mejor hay muchos otros que
pasaré por alto, al ser de tan extensa amplitud los dones concedidos cuando nuestra vida está ordenada,
limpia y adornada; pero se me agota el tiempo y debo resumirles el más extraordinario de todos ellos.
El orden es fundamental para que surja la vida. De hecho, tener vida da pie para ejecutar todas las
demás tareas que Dios nos ha marcado en sus memorias y ser participantes de sus ricas bendiciones. Un
planeta sin vida sería el mundo ideal que deseaban los zombis fariseos, en donde solo las piedras
tuviesen el derecho exclusivo de alabar, por el silencio de los hombres. El Rey no se queda sin gloria, y
si estos se callaran, las piedras hablarían, replicó el Maestro. Pero Dios no creó a las rocas para su
alabanza; ese trabajo lo dio a los hombres. Sin orden no hay lugar para que la vida brote y llene la
tierra. Sin orden no hay lugar para el día y la noche. Las aguas estarían congeladas y aun no correrían
por los ríos. Sin orden, los cielos seguirían revueltos con las aguas bajo la expansión. Sin orden, lo seco
y lo mojado seguirían formando un lodo nauseabundo en que nuestros pies se enterrarían dejándonos
paralíticos. Sin orden, los mares y la tierra jugarían a la guerra para ser el conquistador de más terreno,
matando a todos a su paso. Gracias a Dios que a cada uno les puso un límite. Sin orden, las lumbreras
hubiesen tenido que seguir desenchufadas. Sin orden no existe la posibilidad de que produzca la tierra
hierba verde y que dé semilla, ni árbol alguno, según su especie. Sin orden, el fruto abundante que llena
la tierra estaría podrido en las despensas de lo inexistente. Sin orden, los seres vivientes tendrían que
caminar en el olvido y alimentarse del vacío. Solo debes pararte frente a su creación y admirar que todo
lo que vemos, alguna vez no estuvo ahí; sin embargo, la primera de las leyes celestiales vino a ser
implantada en las normas terrenales y esto convenció a la materia muerta para que soltara de su jaula a
la vida y revoloteara por doquier. ¡Cuán necesitado estas tu hoy del orden de Dios! No podemos
fingirnos vivos, cuando estamos muertos en nuestros delitos y pecados, en el centro del desorden total.
Permite ahora, hombre o mujer, descarriados en la malandanza de este mundo, que Dios ordene tu
tripartito ser, y la noche será solo un momento olvidado en tu vida y sobre ti nacerá un nuevo día,
hecho para que vivas en la abundancia de su amor. Deja ahora que las aguas de su Espíritu te bañen
hasta el alma, y admiraras lo que en verdad vales para Él. Sus agua de vida te enjugarán y quitarán la
coraza sucia que te envuelve, para dejar relucir el lino fino, limpio y resplandeciente con que te viste.
Concede y moja tus mejillas con las lágrimas del arrepentimiento, eso hará la distinción entre lo seco y
lo mojado. Camina sobre la tierra seca cuando te sea necesario. Encontraras desiertos sofocantes y
pensaras morir; pero acuérdate que su orden dio paso al mar de su presencia. Sumérgete en él hasta los
mas profundo; nada sin cesar y veras que no hay piso firme que te detenga, pues su presencia es
infinita. Enciende las lumbreras en el cielo con tu oración. Ellas están ahí para guiarte. Antes no
alumbraban, pero todo fue ordenado con la palabra de Dios y esa es la mas grande lumbrera de todas.
Ara la tierra para que surja la hierva verde. Trabaja en su huerto día y noche y no te detengas, hasta ver
las puntas de los delicados pastos, en donde te hará descansar. Cuando ordenas tu vida hay descanso, y
los arboles crecen a revolar. El fruto se distingue, pues cuelga de las ramas que se inclinan por su peso.
Solo hay que acercarse lo suficiente y comer de él. Su familia y su prójimo los disfrutan, pues el orden
ha puesto la semilla para que crezca y allí está. El amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la
bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza. Mira cuán diverso y codiciable es este fruto y deducirás
si no tiene importancia el orden. Otorga un lugar para que los animales se paseen por ahí; no estas solo,
el orden te trajo compañía y es tu deber ponerles nombre a todos ellos. A unos puedes llamarlos
vecinos, a otros amigos, a otros hermanos. Es que Dios no quiere que vivas en depresión y soledad
moribunda. Cuánta belleza de admirar trae el orden a tu vida. Surgirán montañas en las cuales construir
altar a Jehová y adorarlo. Veras todo desde otra perspectiva estando en lo alto. El viento acaricia tu
rostro y notas que en la brisa apacible está tu salvador. El orden pone todo en su lugar correcto, dejando
ver todo lo que Dios ha creado para ti y sabiendo para qué fue hecho. Al final de todo esto, descansa.
Reposa de tu incertidumbre, pues el tiempo de la tierra desordenada y vacía ya no es más. Se fue al
abismo y de allí nunca saldrá. Ahora es el presente del orden, del orden de Dios; ese que puso fin al
caos y permitió que surgiera la vida. Al final de todo veras que valió la pena poner todo en orden.
Podrás al fin descansar en su gloria; llegará el día séptimo, el día del reposo de su salvación, y será tu
parte con Él eternamente y para siempre, pues estando todo desordenado, ahora ha sido ordenado por
Dios.

Amado amigo; amado hermano; la tierra era un caos total, desordenada, vacía y cubierta por
nada mas que tinieblas, que solo se dirigía al abismo a perecer eternamente ¿Es esa tu condición en esta
hora? Pues entonces estás en la condición mas pertinente para que el Santo Espíritu se mueva sobre la
faz de tu alma y su luz brille para que puedas ser ordenado hasta lo sumo. El Espíritu viene a tu
encuentro y ¿Qué harás? ¿Seguirás en esa vida desordenada, que te arroja a la oscuridad continua?
Accede hoy al orden del santísimo y veras que pasaras de muerte a vida con tan solo una palabra de su
boca; pues Él dice y es hecho. Y Él dice hoy a tu favor: Vive.
¡Amen, gloria a Dios, aleluya! …

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