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ARREPENTIMIENTO

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ARREPENTIMIENTO

El llamamiento al arrepentimiento aparece desde el principio de la Biblia. Pedro


llama a Noé, “pregonero de la justicia” (2 Pedro 2:5). Aunque no se dice
claramente, Noé, sin duda, predicó el arrepentimiento a la gente de su tiempo, en
un intento por salvarlos del diluvio.

Los profetas arguyeron constantemente con el pueblo de Israel para que se


arrepintiera de sus pecados, y se volviera a Dios (Joel 2:12–14; Ezequiel 33:11).
Juan el Bautista predicó en el desierto de Judea: “Arrepentíos, porque el reino de
los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Cuando Jesús inició su ministerio terrenal,
llegó a Galilea predicando el evangelio de Dios diciendo, “El tiempo se ha
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio”
(Marcos 1:15).

Ese mensaje de Dios es el mismo en la era cristiana. En Pentecostés el apóstol


Pedro ordenó que la gente se arrepintiera y fuera bautizada (sumergida) en el
nombre de Jesucristo para recibir la remisión de los pecados y el don del Espíritu
Santo (Hechos 2:38).

En el mensaje de Jesús a las siete iglesias en Asia (Apocalipsis 2 y 3) enfatizó la


doctrina del arrepentimiento. Ocho veces en esos dos capítulos aparecen las
palabras que implican arrepentimiento (arrepiéntete, arrepienta, arrepentirse). El
arrepentimiento era una de las principales necesidades en los tiempos bíblicos; y
se necesita mucho más hoy en día, tanto para los que están dentro como los que
están fuera de la iglesia del Señor.

I. ¿Qué es arrepentimiento?

A. Definición de arrepentimiento. La palabra griega para “arrepentimiento” en el


Nuevo Testamento es metanoia; que significa “tener otra actitud” o cambiar de
actitud”. La persona que se arrepiente, cambia de actitud en cuanto al pecado.
Esta palabra equivale a otra usada en el Antiguo Testamento: volver. La definición
dada por Thayer al término metanoia es “cambiar sinceramente la actitud de uno
por algo mejor, para enmendar y aborrecer un pasado pecaminoso”. (Thayer’s
Greek Lexicon, Página 405).

El profesor J.W. McGarvey definió el arrepentimiento así: “Arrepentimiento es un


cambio de voluntad o de actitud, causado por un dolor a causa del pecado, y guía
a una reforma de vida”. (Comentario de Hechos, Página 61).

Podemos ver tres pasos en estas definiciones. (1) El arrepentimiento es un


cambio de voluntad o de actitud; (2) Este cambio es producido por un dolor
a causa de pecados cometidos; (3) Guía a un cambio de vida y conducta.

B. El arrepentimiento ilustrado. El verdadero arrepentimiento se ve ilustrado en


la iglesia de Corinto (2 Corintios 7). En la primera carta Pablo los reprendió
severamente por sus pecados; más tarde escribió la segunda, donde dice que se
alegraba, no porque estaban tristes, sino porque habían mostrado tristeza para
arrepentimiento. Y continúa: “Porque la tristeza que es según Dios produce
arrepentimiento para salvación” (v. 10). El dolor santo precedió y guió al
arrepentimiento o cambio de actitud, y siguió la salvación como resultado final.

La historia del hijo pródigo de Lucas 15 es una buena ilustración del


arrepentimiento. El pecado del joven se nota en su rechazo voluntario a la
autoridad del padre y del hogar. Esta obstinación le llevó a un país lejano, donde
perdió todo lo que tenía en una vida disipada (v. 13). Podemos ver lo profundo de
su pecado, cuando por falta de dinero, de amigos y comida se humilló hasta el
grado de alimentar cerdos.

El arrepentimiento se notó cuando él consideró seriamente su condición. “Y


volviéndo en si” (v. 17), indica que un pecador está fuera de sí (de su mente), no
piensa claramente. El joven comprendió que había llevado una vida muy sucia, y
que su condición era más baja que la del siervo más bajo en la casa de su padre.
Esto lo llevó al primer paso hacia el arrepentimiento o sea al dolor por causa del
pecado. El dolor por el pecado le guió a nuevas resoluciones, dijo: “Me levantaré e
iré a mi padre” (v. 18). Él cambió de actitud en cuanto al pecado y comprendió el
enorme precio que había pagado por el placer de pecar por un corto tiempo.
Cambió su actitud en cuanto a su padre y el hogar. Esta es la segunda fase del
arrepentimiento.

Sin embargo, para que éste sea completo, debe haber un cambio o reforma de
vida. El joven pudo haberse quedado sentado en la pocilga por el resto de su vida,
con su resolución y nunca arrepentirse verdaderamente. Su arrepentimiento
estaba incompleto hasta que se levantó y fue a su padre (v. 20).

Hemos visto ilustrados los tres elementos del arrepentimiento: un cambio de


actitud debido al dolor ocasionado por el pecado, que después guió a una reforma
de vida.

II. Lo que no es el arrepentimiento

Habiendo visto la definición e ilustración de lo que es el arrepentimiento, vayamos


ahora al lado contrario para comprender mejor el arrepentimiento, mostrando lo
que no es:

A. El arrepentimiento no debe ser confundido con tristeza. Pablo dice


claramente que el dolor según Dios produce arrepentimiento para salvación (2
Corintios 7:10); por eso dijo que se gozaba no porque hayan estado tristes, sino
porque se entristecieron para arrepentimiento (2 Corintios 7:9). Una tristeza por el
pecado es un antecedente o motivo que guía al arrepentimiento, pero esta, en sí,
no es arrepentimiento; sólo se relacionan como la causa y el efecto de la física. El
efecto es el cambio de actitud; la causa es la tristeza provocada por el pecado.
Uno puede estar triste por las consecuencias del pecado sin estarlo por el pecado
en sí. La mayoría de los prisioneros están tristes, no por sus pecados sino porque
los capturaron. Solamente cuando uno esté triste, realmente, a causa del pecado,
no tomando en cuenta las consecuencias, nos conducirá a abandonar el pecado.

B. El arrepentimiento no es una reforma. Juan el Bautista dijo a los fariseos en


Mateo 3:8, “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”. Los estaba desafiando
a que mostraran con su vida cambiada y acciones justas que se habían
arrepentido. Esta reforma de vida es un resultado del arrepentimiento, pero no es
arrepentimiento. Es posible que una persona se reforme, y hasta deje de hacer
cosas malas sin arrepentirse, en realidad, de ellas. Alguien puede dejar de
embriagarse para evitar morir, sin tener por ello un verdadero arrepentimiento de
su borrachera. Las circunstancias no pueden guiar a nadie a cambiar, si antes no
existe un verdadero cambio de actitud, respecto de la vida pecadora. La reforma
es, pues, un fruto del arrepentimiento.

C. El arrepentimiento no debe ser confundido con el miedo. Es cierto que el


miedo al juicio es uno de los motivos que guía al hombre a arrepentirse; sin
embargo, el miedo no es arrepentimiento.

Cuando Pablo predicó a Félix, en Hechos 24:25, le habló de la justicia, del


autocontrol y del juicio venidero. Cuando Félix oyó describir la justicia que no
tenía, el autocontrol que nunca había ejercido y del juicio para el cual no estaba
preparado, se atemorizó, y dijo a Pablo: “Ahora vete; pero cuando tenga
oportunidad te llamaré”. Después de que Pablo salió y su temor se hubo
apaciguado, Félix no mostró ningún cambio de actitud o reforma de vida. Hay
muchos que piensan que si estuvieran muy enfermos, a la puerta de la muerte,
con sólo tener miedo y llorar, demostrarán que están arrepentidos; pero
recuperados, muy pocos, en realidad, muestran con su vida que se arrepintieron.
El miedo, entonces, NO es arrepentimiento.

III. Motivos que guían al arrepentimiento

Las Escrituras enseñan que hay ciertos motivos (fuerzas activadoras) que mueven
a la persona al arrepentimiento. El primer y, a la vez, el más importante es:

A. La bondad o el amor de Dios. Pablo escribe en Romanos 2:4, “¿O


menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando
que su benignidad te guía al arrepentimiento?” Juan nos recuerda en 1 Juan 4:19,
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. El poder más grande que
se mueve sobre el mundo es el amor. Fue el amor lo que motivó que Jesús viniera
a la Tierra para efectuar la salvación del hombre. Cuando alguien comprende
cabalmente el amor que Dios y Cristo nos mostraron en el Calvario, eso se
convierte en la fuerza motriz que nos guía al arrepentimiento.

B. La tristeza a causa del pecado. Leemos en 2 Corintios 7:10, “Porque la


tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay
que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”. Cuando alguien
comprende cómo hiere el pecado a Dios, a los seres queridos y a los amigos,
cuando reconoce que el pecado entristece a Dios, entonces esto lo guía al
arrepentimiento.

Pablo nos recuerda con estas palabras que hay dos clases de arrepentimiento:
uno piadoso y otro mundano; uno trae salvación y el otro trae muerte.

Pedro y Judas ilustran estas dos clases de dolor. Ambos pecaron contra el
Maestro. Cuando Pedro comprendió su pecado, al ver al Maestro y oír el canto del
gallo, la Biblia dice que salió y “lloró amargamente” (Mateo 26:75). Sin embargo, el
día de la resurrección fue el primero en entrar en la tumba vacía, y por el resto de
sus días siguió los pasos del Maestro. Su cambio de actitud fue genuino porque lo
guió a un cambio de vida; regresó humildemente al Maestro, quien lo perdonó y lo
envió a predicar.

Judas traiciona al Maestro; sin embargo, por la mañana comprende la gravedad


de su acción. La Biblia dice que se arrepintió y regresó las treinta monedas de
plata a los príncipes de los sacerdotes y dijo: “Yo he pecado entregando sangre
inocente” (Mateo 27:4). Podemos ver que Judas cambió de actitud, más su
arrepentimiento no fue genuino. La palabra griega para el arrepentimiento de
Judas no es metanoia, sino metamelomai, que significa “sentimiento de inquietud”
o “remordimiento”. Este sentimiento puede redundar en arrepentimiento genuino o
en una simple molestia de consciencia. Judas estaba triste por lo que estaba
sufriendo el Maestro; sin duda no pensó que iba a ser condenado. Estaba triste
porque sus planes no salieron como quería. No hay indicios de que haya tenido
dolor o tristeza a causa de su pecado, porque no regresó al Maestro para obtener
el perdón y la salvación, sino que consiguió una soga y se ahorcó.
Pedro tuvo un dolor según Dios a causa de su pecado, y obtuvo la salvación.
Judas demostró un dolor según el mundo, que le guió a la muerte.

C. Temor al juicio. Cuando Pablo habló a los filósofos del Areópago, en Atenas,
les recordó que antes que viniera Cristo, Dios había pasado por alto su ignorancia;
pero ahora que Cristo había venido y la salvación estaba disponible para todos los
hombres, dijo que Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan” (Hechos 17:30). El motivo que hace que se arrepientan es la
perspectiva del juicio de Dios. Pablo les sigue diciendo: “Por cuanto ha establecido
un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó,
dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31). El miedo
al juicio no es realmente el motivo más grande para lograr el arrepentimiento, pero
algunas veces es muy efectivo. A menudo el corazón se torna muy duro a causa
del pecado, que atrae sobre sí la amenaza del juicio de Dios, a fin de destruir la
barrera, para que el amor de Dios pueda alcanzar el corazón. Es muy probable
que en muchos casos Dios haga uso de los tres medios para atraer al hombre al
arrepentimiento.

IV. La restitución y su relación con el arrepentimiento

Restitución es el hecho de enmendar los errores que se han cometido. La Biblia


dice que una vez que el hombre se ha arrepentido, debe tratar de corregir o
enmendar, hasta donde sea humanamente posible, los errores que hubiera hecho.

Juan dijo a los fariseos que fueron a oírle predicar: “Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Mateo 3:8). Pablo insistía en que debía haber alguna evidencia o
fruto que indicara un cambio de pensamiento y de acción (ver Hechos 26:20).

Zaqueo entendió este principio de restitución. Después de su encuentro con el


Señor, dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo
he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:8). Cuando
Jesús oyó esto y vio la evidencia del arrepentimiento, dijo: “Hoy ha venido la
salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham” (Lucas 19:9).
V. La necesidad del arrepentimiento

Cuando Jesús dio la gran comisión dijo que el arrepentimiento y la remisión de los
pecados debían ser predicados en su nombre a todas las naciones, comenzando
por Jerusalén (Lucas 24:47). Jesús dijo también a los judíos: “Antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). Pablo informó a los
filósofos de Atenas que Dios una vez pasó por alto su ignorancia e idolatría; pero,
“ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos
17:30). El arrepentimiento es tan importante, que es una de las primeras cosas
que median entre el hombre y la destrucción. Una de las razones para la
benignidad y paciencia de Dios hacia el hombre es que él no quiere que nadie
perezca sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).

A. El arrepentimiento es necesario para el pecador. El gran propósito del


evangelio es salvar al hombre del pecado; pero antes de salvarle, su corazón debe
ser purificado del pecado. Hechos 2:38 nos dice que esto se realiza cuando los
individuos, respondiendo con fe, se arrepienten, se alejan del pecado y son
sumergidos (bautizados) en Cristo. Dios ha prometido perdonar al hombre
solamente cuando éste desee arrepentirse y abandone el pecado. Antes que un
pecador quiera reclamar la promesa de la salvación, debe, por medio de la fe,
arrepentirse y obedecer al evangelio. Pedro confirma esto en su primera carta,
capítulo 1, verso 22, donde dice que las almas son purificadas por medio de la
obediencia a la verdad.

B. El arrepentimiento es necesario también para el cristiano. ¿Qué hace el


cristiano para obtener perdón de pecados después que ha venido a Jesús y ha
pecado? Pedro responde a esta pregunta en Hechos 8:22. Simón había creído en
Cristo; sin embargo, la tentación lo venció y pecó. Después de reprenderle
severamente por su pecado, Pedro le dice cómo obtener perdón: “Arrepiéntete,
pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el
pensamiento de tu corazón”. Dos pasos son necesarios para el cristiano que peca:
arrepentimiento y oración para lograr el perdón. Sin duda, el orar sin
arrepentimiento es un ejercicio sin provecho; mas la oración con arrepentimiento
ayudará a salvar al cristiano del pecado.

VI. Algunos impedimentos para el arrepentimiento

A. El orgullo natural del corazón. Esteban reprendió severamente al Sanedrín,


antes de que lo apedrearan, diciendo: “¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón
y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así
también vosotros” (Hechos 7:51). El hombre es orgulloso por naturaleza y es difícil
para cualquiera reconocer o aceptar que ha pecado o anda errado. El orgullo
impulsa a uno a apegarse más a las cosas que son malas, que admitir su pecado
o debilidad. Es un verdadero heroísmo moral admitir humildemente que tenemos
fallas y que debemos abandonarlas. La humildad es, en verdad, una virtud que no
tiene precio. Jesús dijo: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en
el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Le fue necesario al hijo pródigo una gran
humildad para “tragarse” su orgullo, regresar a casa y admitir ante su padre y su
hermano mayor que había pecado. Muchos se perderán eternamente porque el
orgullo les obstaculizó su arrepentimiento.

B. La influencia de los deseos pecaminosos.

La consecuencia necesaria del arrepentimiento incluye abandonar las


gratificaciones sensuales, los apetitos carnales, los sórdidos placeres, la lujuria y
todas las formas vergonzosas de pecado. Es algo que muchos no pueden hacer.
El borracho puede llorar por su pecado, más su apetito desordenado le aleja de su
propósito de abandonar sus malos deseos. El dolor sugiere arrepentimiento pero
el apetito ataca con mayor saña y el hombre titubea y finalmente se pierde. (Ely
Zollars, La Gran Salvación, p. 121)

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