Capitulo #5 de Los Olvidados de La Fortuna.
Capitulo #5 de Los Olvidados de La Fortuna.
Capitulo #5 de Los Olvidados de La Fortuna.
Otro loquito fue el “Zonzo lolo” que deambulaba por las calles con la mirada
perdida en el espacio y de vez en cuando estallaba en carcajadas. Pasó a
mejor vida en 1941.
Sin ser una ciudad populosa, no se daban dos pasos por una calle de
Cajamarca sin que una mano se alargara pidiendo una limosna a la niñita, a la
mamacita, al papacito por el amor de Dios. Entre los cientos de mendigos,
naturalmente, había muchos haraganes que habían encontrado en la
mendicidad el mejor medio de pasar la vida sin trabajar. La sociedad
Cajamarquina clamaba al cielo de no poder dar un paso sin ser interceptada
por un mendigo. Otros limosneros, en especial venidos del campo, exhibían un
viejísimo y sucio palo en el que ya no quedaba huella de efigie y pedían
limosna a nombre de algún santo. Hubo iniciativas de las que ya hemos
hablado. Por ejemplo del empadronamiento de los mendigos para darles un día
a la semana unos centavos y que el resto del tiempo se hicieran humo de la
ciudad. Otros fueron las de la señora Elvira de Garrido Lecca que allá por el
año 29 quiso construir un refectorio para menesterosos que administraran los
franciscanos o la del Monasterio de las Concebidas Descalzas que preparaba
un cierto número de porciones diarias para los mendigos. Lo cierto es que la
mendicidad siempre ha existido en Cajamarca y cierto también es,
desgraciadamente, que no todos son impedidos o pobres de solemnidad y que
se acogen a este quehacer porque no le significa ningún trabajo recorrer calles
y plazas estirando la mano. La mendicidad infantil sí parece ser un triste
fenómeno de la segunda mitad de este siglo.
Estás disposiciones para acabar con los trabajos forzados reviven las
muchas formas de explotación de los indígenas que se practicaban entonces.
Un ejemplo concreto es el de la hacienda Quilcate, Cuando investigábamos
sobre las aguas termales de ese lugar, cayó en nuestras manos una
monografía sobre Tongod escrita por Lelis Izquierdo. En ella habla, por
testimonio recogido de los ancianos del lugar que o fueron peones de la
hacienda o hijos de peones, de cómo en el siglo pasado y aún en este siglo,
cuando la hacienda era propiedad de don Manuel Sacramento Rodríguez, los
indios debían doblar la rodilla e inclinar la cabeza ante el patrón, Si no lo hacían
eran duramente castigados con el látigo o el cepo, lo que consistía en
encadenarles un pie a una gran viga imposible de mover. Los patrones de
haciendas, no sólo de Quilcate, eran poco menos que dueños de vidas y hasta
de las virginidades de las doncellas de la peonada cómo nos lo relata ese
cuento recogido sobre “Florida la semanera” que leeremos en el capítulo
siguiente. Si el patrón debía viajar era llevado en andas, cargado por cuatro
peones o en silla cargado por uno solo que se colocaba la silla a la espalda y la
sujetaba con gruesos cinchos soportando el peso con la frente. Los abusos y
explotaciones de indígenas en tierras de los patrones han sido tratadas en
innumerables libros de historia y novelas de célebres de autores peruanos.
Esta carta fue el punto de partida para que muchos colonos de la hacienda
hicieran llegar sus quejas a la “Voz del Pueblo” denunciando los abusos del
hacendado. A los pocos días, el 30 de enero del 46, Rafael Puga imprimió un
volante con el título “Desmintiendo cargos gratuitos” que repartió bajo la puerta
de la ciudad. En el aseguraba que en su hacienda existía justicia para los
colonos. Pero la “Voz del Pueblo” estaba decidido a llegar hasta el fondo de los
abusos y publicó otras cartas de agraviados por el hacendado, por ejemplo
ésta de Luis Machuca: “…abuso de que he sido víctima por parte del señor
Rafael Puga Estrada. El año pasado, en el mes de septiembre, me encontré en
la casa de mi sobrino celebrando una fiesta. No sé por qué motivo mi sobrino
me calumnió de haber querido cometer en su casa actos inmorales por lo que
me denunció ante el hacendado. El viernes pasado, al saber que mi sobrino me
había demandado nuevamente, me presenté al señor hacendado y éste, sin
oírme, se lanzó contra mí propinándome un fuerte puñetazo en la parte
superior de la frente con lo que caí por tierra y perdí el conocimiento. Para
evitar que lo denunciara me encerró en una habitación de su casa hasta el día
domingo. Me quiso obligar a abandonar la hacienda…”
El otro caso sucedió en 1944 con Don Miguel Cacho Sousa, dueño de la
Hacienda Cochamarca. La noticia publicada por el diario “La razón” del 10 de
marzo de 1944 decía: “Labor digna de encomio es la que acaba de realizar el
señor Manuel Cacho Sousa en beneficio de sus obreros, la mayoría
campesinos de su hacienda “Cochamarca”. Es un ejemplo a los hacendados y
los hombres que como él alimentan el anhelo de mejorar la situación material,
moral e intelectual del campesino de acuerdo con la ley y las exigencias de la
justicia….
“En agradecimiento sincero y eterno fue objeto en los últimos días del mes
pasado, en la hacienda Cochamarca, de una emocionante actuación
reveladora del efecto y gratitud que por él sienten los moradores de los distritos
de San Marcos y Matará. Le entregaron una oleografía y un pergamino que
lleva más de 500 firmas y dice: “Los vecinos de los caseríos de Rioseco,
Condormarca, Churgar, Manzanilla y La Pila, de los distritos de San Marcos y
Matara, ofrecen este homenaje a su benefactor que, al parcelar sus tierras, nos
hizo propietarios dándonos pan y bienestar.”
Este es un ejemplo realmente fuera de serie, tan fuera de serie que cuesta
creerlo. De haber sucedido tal cual, fue don Manuel Cacho Sousa el más
remoto antecesor de la Reforma Agraria en las tierras Cajamarquinas.
Sus costumbres a la muerte de sus deudos y sus bailes, ponían los pelos de
punta los citadinos al punto que se publicó el siguiente decreto municipal por
bando y en los periódicos en julio de 1922: “Considerando: 1. Que los
indígenas de la campiña de esta ciudad tienen a sus cadáveres dos o tres días
insepultos por falta de vigilancia, permaneciendo junto a ellos vestidos, en
señal de duelo, con capas largas de lana y sombrero de pelo 2. Que el día de
la información, o el siguiente, y en las festividades religiosas, penetran a
nuestros templos con la misma indumentaria, trayendo en ella los microbios de
muchas enfermedades, 3. Que en las procesiones religiosas que se realizan
dentro de los templos y en la calle de la ciudad los referidos indígenas se
presentan con mismo traje y creen dar realce a las ceremonias con cuadrillas
de individuos vestidos de un modo extravagante llamados chunchos.
DECRETA: 1. Prohíbese en lo absoluto en los templos de esta ciudad, en los
actos religiosos, la exhibición de indígenas vestidos con capas y sombreros de
pelo, así como las cuadrillas de chunchos, en aquellos y en las calles de la
población, debiendo los señores párrocos prohibir estas prácticas y usos que
están en pugna con la cultura de esta capital, y 2. Los infractores serán
penados con una multa de 20.”
El trato como peón de hacienda y como sirviente en las casas, no son las
únicas situaciones de abuso y explotación de los indígenas. Las instituciones
de la Conscripción Militar y de la Conscripción Vial, amparándose en el servicio
a la Patria fueron fuente inagotable de malos tratos, de excesos de autoridad.
De ambas conscripciones tratamos en el capítulo pertinente.
De tiempo en tiempo había quienes denunciaban los abusos contra el
indígena aunque sin lograr cambios. Veamos algunos ejemplos. En 1916 el
“Ferrocarril” transcribió un artículo aparecido en “El Derecho”, una revista que
llegó a su director desde Arequipa: “El indio” carece de la libertad. Vive como
feudatario del hacendado a quién sirve obligadamente pagando diversos
tributos bajo la apariencia de contratos leoninos de prestación de servicios; y
debe turnarse también para el servicio gratuito del cura, del gobernador y del
juez en calidad de pongo. Sus hijos, a quienes del indio no puede mantener,
son igualmente o de peor manera esclavizados, yendo a servir como
domésticos casa del mestizo que los concierta por algunos sentados o los trata
como a bestias…El indio no tiene propiedad. Las estancias que hereda de sus
abuelos se hallan pignoradas al patrón para responder de la integridad y
reproducción del ganado que se encarga al indio por un vil salario anual, siendo
corriente que por algunas ovejas desaparecidas en el pastal inmenso no
cercado, o por falta de renuevos debido al mal tiempo o a la degeneración de la
raza pecuaria, se apropie el patrón de la estancia del pastor y de su rebaño y
aún quede éste debiendo dinero para cuyo pago se le obliga a trabajar sin
salario…”
Sin embargo, así como se despotricaba del indio, no quedaba más remedio
que reconocer cuán necesaria era su existencia. “El Heraldo” del 15 de marzo
de 1921 opinaba después de sus absurdidades sobre el cruce de razas: “El
indio de Cajamarca se hecho necesario e indispensable para todas las faenas
que demandan el músculo recio y por lo que toca a nuestra agricultura, de la
cual es factor principal, es hoy por hoy insustituible.”
No sólo de los indígenas del campo podemos hablar como de los pobres.
En la misma ciudad de Cajamarca había gente pobre que vivía de la venta de
algunos productos de la huerta, artesanos, mujeres viudas o abandonadas con
sus hijos, ancianos a los que nadie socorría. Vivían en lo que podríamos llamar
los extramuros de la ciudad, en miserias casuchas que a duras penas resistían
las temperaturas de la lluvia. Los especuladores, que han existido todos los
tiempos, y las carestías reales, a quienes más hacían sufrir era a los pobres del
campo y de la ciudad. Los artículos que más problemas daban era el pan, el
azúcar, la harina, la carne y hasta los huevos. Cuando la Primera Guerra
Mundial afectó la economía de todos los países, hasta en Cajamarca se
sintieron los efectos, agravados por los especuladores. El precio corriente del
azúcar era de 12 centavos la libra. Con la guerra subió a 35 centavos; el pan se
vendía a razón de 12 panes por real y cada pan pesaba media onza, pero se
llegó al colmo de pesar cada pan 8 adarmes y cuando en 1917 bajó el precio
de la harina el pan no aumento de peso. Cuando se desató la Segunda Guerra
Mundial sobrevino otra época de gran carestía. La mayoría de subsistencia que
se expendían en el mercado eran propias del departamento, más aún de la
misma localidad, tales como legumbres, cereales, hortalizas, papas, y otros
productos que son de consumo diario. Lo gracioso fue que hasta los indígenas
que venían de la campiña a vender sus tercios de leña o de alfalfa, sus
huevitos y algunas hortalizas, subían sus precios por centavitos y daban como
motivo la guerra europea, de las que no sabían nada pero escuchaban que
todos los que vendían algo subían sus precios amparados en la guerra, La
guerra europea a quienes más afectó fue al campesino y al artesanado. En
1940, cuando recién se iba por el sexto mes de la contienda, los precios de los
artículos habían subido en un 50 y hasta 60% . Los especuladores, los
acaparadores, a pesar de ser combatidos por las leyes, afilaban sus garras. Y
lo triste era que el público no osaba denunciarlos. Para el 42 había en
Cajamarca y en todo el país en general una escasez grande de determinados
artículos alimenticios y de primera necesidad. Era una consecuencia inevitable
de la guerra pero también del inmoderado afán de lucro de personas inmorales
e inescrupulosas, que se beneficiaban explotando las consecuencias de la
situación anormal que vivía el mundo y, como dijo el diario “La Razón”,
….cooperando con los agentes fascistas, nazis y nipones”.
Arroz entero 0.24 cts. Libra Leche pura 0.15 cts. Litro
Azúcar rubia 0.20 cts. Libra Huevos 0.05 c/u.
Harina 0.30 cts. Libra Frijol 0.20 cts. Libra
Carne res 0.35 cts. Libra Lenteja 0.20 cts. Libra
Carne de chancho 0.25 cts. Libra Arveja 0.20 cts. Libra
Papa huagalina 0.24 cts. Libra Kerosene 0.35 botella