Los Poemas de Ciro
Los Poemas de Ciro
Los Poemas de Ciro
He encontrado los mecanuscritos de varios poemas escritos por Ciro. No hay orden en ellos.
La numeración es mía, queriendo reconstruir de forma narratológica lo que solo se me
trasluce por la imago. Mea culpa si no funciona para el lector. Nada sé de Ciro ni de Johnny,
salvo lo que se insinúa en sus líneas. Cabe señalar que esta es la parte que antecede a otra
sección de poemas ‒que adjudico a Ciro‒ que sí tiene un orden señalado por el autor: se
divide, curiosamente, en actos. Robo uno y lo introduzco aquí.
XX
No te quedes callado.
XVIII
He ignorado la cantimplora….
quiero sacar el veneno…
volver virgen a los colmillos de la serpiente.
XVII
Escribo de Johnny
porque estoy enamorado:
De sus flancos.
Porque pronto seremos
solo dos.
XIV
Es tarde de estatua.
Es jueves, me acoges:
tu puerta extiende los brazos.
Te quedas a oscuras.
Nos escondemos a rezar.
Enseñemos a dios
cómo decir mentiras.
Y que dios nos agradezca
por tanto milagro
que nace de nuestra boca.
XIII
Ya no reconozco la diferencia
entre quedarme dormido en el andén
o estar despierto debajo de la cama.
Ciro-Prometeo:
Cae el fracaso
y pesa.
Necio
arrastrando
a leguas de distancia
el cúmulo
de toda gloria.
Que arda el fuego
porque tengo miedo.
Su calor abrace mis huesos
y purifique mi nombre.
¡Que nadie olvide mi nombre!
Ni siquiera los dioses
aun sepa la sombra de su castigo.
X
Te veo:
Veo el rostro de un individuo,
llanto en su flanco izquierdo,
cigarro en la mano izquierda,
clavel en el brazo izquierdo.
IX
Descripción:
Desesperación
de aquello que falta.
Se le desgarra el costado.
VIII
Prometeo-Ciro:
Sus ojos, rocas secas,
observan cómo de mi bolso
nace la esperanza,
la otorgo, la toma:
enciende el cigarro.
Y la espera sigue…
en estas manos que no escriben
desde que los dedos se volvieron
estériles como este polvo
que no servirá
ni para mezclarse
con otro polvo
que dicen
llaman
polvo
enamorado.
VI
Yo soy Ciro:
Camino la ciudad.
Pero no la entiendo.
Yo no.
Solo camino.
Los nómadas no tenemos memoria
Ni nos encariñamos con las calles.
IV
Ciro-Diógenes
La calle grita nombres y permanezco quieto.
Se oye acaso el rumor del mío,
como la marea que busca acariciar cuerpos de roca y piel;
francos quietos, que dan sentido a la desnudez
y alumbran la luz matutina.
Acto I
Llega a la cantina,
echa de ver que no es su sitio.
Le da comezón en la cabeza y
cuenta las estrellas del foco
como cuando iba al teatro y se aburría.
Después de la décima, duda.
Ya no confía en sí,
comienza de nuevo,
son las doce:
Lo corren.
Ya fuera,
los taxis lo llaman.
Johny ignora.
Ha decidido que no tiene a dónde ir.
Se sienta frente a la farmacia.
Duerme: sueña que le salen ampollas.
Sueña que le duele caminar: sonríe.