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Antología 6°, 2a Parte 107-205

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

107. El cuervo y sus hijos


Un cuervo y una cuerva hicieron su nido en una isla, y cuando el cuervo quedó viudo,
quiso transportar el producto de su matrimonio al continente.
Primero tomó a uno de sus hijos para atravesar con él el mar, pero llegado a la mitad
del camino, se sintió fatigado, acortó su vuelo y dijo:
–Ahora que soy fuerte y él es débil, puedo llevarlo; pero cuando la vejez me
debilite, ¿se acordará de mis cuidados y me llevará de un lugar a otro?
Preguntó a su hijo:
–Cuando seas fuerte y yo débil, ¿me llevarás así? ¡Responde con franqueza!
El pequeño, temiendo que lo dejase caer al mar, le contestó:
–¡Si, te llevaré!
Pero el cuervo no creyó a su hijo y abrió las garras.
Como una bala, el hijo cayó en el agua y se ahogó.
El viejo volvió a la isla, tomó a otro pequeño y atravesó por segunda vez el mar.
De nuevo fatigado, preguntó a su hijo:
–¿Me llevarás de un lugar a otro, como yo a ti, cuando sea viejo?
Con el mismo temor de su hermano, el cuervo hijo respondió:
–Sí.
El padre no quiso creerle tampoco y lo soltó.
Cuando regresó a la isla, en el nido sólo había un pequeño.
Tomó a su último hijo y dirigió su vuelo hacia el mar. Otra vez fatigado, preguntó
al pequeño:
–¿Me mantendrás en mi vejez y me transportarás así cuando esté débil?
Y el joven cuervo respondió.
–¡No!
–¿Por qué? –le preguntó el padre.
–Cuando seas viejo, yo seré fuerte, tendré un nido mío y acaso mis hijos, a los
que habré de transportar como hoy lo haces tú conmigo.
Entonces pensó el viejo:
–Ha dicho la verdad. En recompensa quiero llevarlo hasta la orilla.
Y así lo hizo, dejando en tierra al joven pájaro.

León Tolstoi, “El cuervo y sus hijos”, en Felipe Sánchez Murguía (comp.), Cuentos Antología.
México, sep-Porrúa, 1972.

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Sexto grado

108. Cántico esdrújulo


En las esdrújulas Tiemblan los tímidos,
truenan las máquinas, no los intrépidos,
ríen los párvulos y los anímicos
en cada círculo, bailan eufóricos.
crecen los cítricos Circula el tránsito
de dulzor ácido, de los vehículos,
flotan las túnicas cruzan océanos
de los filósofos, los trasatlánticos,
nadan las náyades se alzan mayúsculas
muy mitológicas, sobre minúsculas,
se dan atléticos pasan los miércoles
juegos olímpicos, hacia los sábados.
trabajan físicos En su pacífico
junto a mecánicos rítmico trópico
y otros científicos se agrada el ámbito
en energéticos de mi archipiélago,
centros atómicos. todo es dinámico
La tierra esférica vértigo cíclico.
gira en su órbita: Y en el estrépito
mágica síntesis de tanta música
de lo fantásticos. ¡es tan simpático
ser un esdrújulo!
David Chericián, Urí urí urí. Palabras para jugar. México, sep, 1994.

109. Poema 20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: ”La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve en mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Ella me quiso, a veces yo también la quería.


Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz la buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en las noches como ésta la tuve en mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Pablo Neruda, “Poema 20”, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
México, sep-Norma, 2003.

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Sexto grado

110. ¿Por qué los rechinidos


son tan desagradables?

La respuesta loca del Doctor Quenó:


En otro tiempo las ratas de las cavernas molestaban sin cesar a los hombres
prehistóricos.
Las ratas se comían las reservas de galletas que había en las cavernas lanzando
grititos agudos.
Hoy ya no hay ratas de las cavernas, pero nos sentimos molestos cuando oímos
un ruido que se parece a los gritos de esos sucios animales. Y justos sus gritos se
parecían a los rechinidos.
–¡Vamos, doctor Quenó! ¡Las ratas de las cavernas no existieron!
La respuesta exacta del Doctor Quesí: 1. No todos los rechinidos son
desagradables: no nos tapamos los oídos si la duela rechina. Es molesto escucharlos
cuando son agudos. Pero un sonido agudo no es necesariamente desagradable: los
violines producen sonidos muy agudos y muy armoniosos. 2. Por tanto, para que el
sonido sea desagradable hacen falta dos cosas: no sólo que el sonido sea agudo,
sino también que sea irregular. Los + del Doctor Quesí… (No hay quien lo pare.)

Romper el gis
Un profesor escribe en el pizarrón. El gis rechina. El maestro rompe el gis en dos y
deja de rechinar. ¿Por qué ocurre esto? Porque el ruido que produce el gis no sólo
depende de la forma en la que se toma y de la posición respecto al pizarrón por
donde se desliza, sino también de su longitud.

Percepción
Por un lado está lo que se oye y por otro lo que se percibe. Cada cerebro interpreta
los sonidos a su manera. Por ejemplo, un gis que rechina sobre un pizarrón es un
sonido que resulta desagradable a algunas personas, pero no a todas.

Silbato
En un silbato hay una bola pequeña. Sin esa bola, el sonido sería puro. Pero cuando
se oye un sonido puro, no siempre es fácil saber de dónde viene. Con la bola, el
sonido se vuelve irregular y se descubre fácilmente de dónde viene.

Paul Martin, “¿Por qué los rechinidos son tan desagradables?”, en Los porqués de la salud. México,
sep-sm, 2007.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

111. Una mirada desde las alturas


Hoy cumplo 12 años.
Para celebrar mi cumpleaños y el centenario de la independencia, que
será dentro de pocos días, mi abuelo me ha invitado a hacer un vuelo
en globo por la ciudad.
Desde hace días hemos estado haciendo los preparativos; nos ha
ayudado el aeronauta más importante del país, don Joaquín de la
Cantolla y Rico, quien me platicó que el primer vuelo sobre la ciudad
se realizó en 1836 y que durante varios años, los vuelos en globo
fueron parte del espectáculo de los circos. Me contó que un día de
1870, en la plaza de toros de Bucareli, don Adolfo Buislay se cayó de
un globo. Don Joaquín es un apasionado de los vuelos, fue él quien
enseñó a mi abuelo el arte de la navegación.
Volar en globo es un acontecimiento todavía para mucha gente. Desde que
iniciamos los preparativos han venido a visitarnos grupos de mirones de Tlalpan. Hoy
temprano, al llegar al sitio de despegue, nos hemos encontrado con un ambiente de
fiesta. Había bandas de música, vendedores de todo tipo, policías y muchos curiosos
que se arremolinaban en torno al globo.
Mi abuelo va y viene dando instrucciones. El globo comienza a inflarse
lentamente. Sus chillantes colores, rojo y azul, contrastan con el gris de la mañana y
el verde de los árboles que nos rodean.
El abuelo revisa las cuerdas, las válvulas, las bolsas de lastre y la canastilla.
Me asomo a la canastilla y veo una bolsa de lona y dos chalecos salvavidas, y en el
borde de la canasta un medidor de presión, un altímetro y una brújula. Mi abuelo
me mira complacido.
–Bueno hijo, ya es hora. Sube con cuidado. ¡Miguel! –le grita a un ayudante–,
cuando yo dé la señal, suelte la cuerda.
Me da una libreta y dice:
–Felipe, éste será nuestra bitácora de viaje. Aquí apuntarás todo: la altura, los
vientos, el tiempo y tus observaciones y emociones, para que un día platiques esta
experiencia a tus hijos y a tus nietos.
Yo miro al abuelo, cuyos ojos brillan intensamente y presto atención a cada
una de sus palabras; quiero grabarlas una a una en mi mente para recordar siempre
este día.

Regina Hernández Franyuti, “Una mirada desde las alturas”, en Un vuelo por la ciudad. México,
sep-Instituto Mora, 1997.

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Sexto grado

112. La yerba mate


La Luna se moría de ganas de pisar la Tierra. Quería probar las frutas y bañarse en
algún río.
Gracias a las nubes, pudo bajar. Desde la puesta del sol hasta el alba, las nubes
cubrieron el cielo para que nadie advirtiera que la Luna faltaba.
Fue una maravilla la noche en la Tierra. La Luna paseó por la selva del alto
Paraná, conoció misteriosos aromas y sabores y nadó largamente en el río. Un viejo
labrador la salvó dos veces. Cuando el jaguar iba a clavar sus dientes en el cuello de
la Luna, el viejo degolló a la fiera con su cuchillo; y cuando la Luna tuvo hambre, la
llevó a su casa. “Te ofrecemos nuestra pobreza”, dijo la mujer del labrador, y le dio
unas tortillas de maíz.
A la noche siguiente, desde el cielo, la Luna se asomó a la casa de sus amigos.
El viejo labrador había construido su choza en un claro de la selva, muy lejos de las
aldeas. Allí vivía, como en un exilio, con su mujer y su hija.
La Luna descubrió que en aquella casa no quedaba nada que comer. Para ella
habían sido las últimas tortillas de maíz. Entonces iluminó el lugar con la mejor de
sus luces y pidió a las nubes que dejasen caer, alrededor de la choza, una llovizna
muy especial.
Al amanecer, en esa tierra habían brotado unos árboles desconocidos. Entre el
verde oscuro de las hojas, asomaban las flores blancas.
Jamás murió la hija del viejo labrador. Ella es la dueña de la yerba mate y anda
por el mundo ofreciéndola a los demás. La yerba mate despierta a los dormidos,
corrige a los haraganes y hace hermanas a las gentes que no se conocen.

Eduardo Galeano, “La yerba mate”, en Mitos de memoria y fuego. México, sep-Anaya, 2003.

113. Madonna
Seguramente me conoces como la reina del pop. ¿Pero sabes cuál es mi nombre,
dónde nací y lo difícil que fue llegar adonde estoy ahora?
Yo, Madonna Louise Verónica Ciccone, nací el 16 de agosto de 1958
en Rochester, Michigan, en los Estados Unidos, la tercera hija de una pareja de
inmigrantes italianos muy católicos. Mi mamá murió cuando yo tenía cinco años y mi
papá se volvió a casar poco después con su ama de llaves. Creo que mi rebeldía de
adolescente (que mantuve aún siendo adulta) surgió como respuesta a la educación
conservadora de mis padres y la estricta disciplina de mi madrastra.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

De niña soñaba con ser bailarina, así que tomé clases de ballet y más tarde
recibí una beca para estudiar danza en la Universidad de Michigan. Después de tres
semestres me fui a Nueva York a probar suerte. Ahí viví muy austeramente y me di
cuenta de que no podría sobrevivir como bailarina, así que busqué otros caminos
para lograr lo que quería: volverme famosa.
Aprendí a tocar la guitarra y la batería y fundé el grupo Breakfast Club. Fui
la baterista y después la cantante hasta que en 1980 me separé en busca de una
carrera como solista.
Pasé las noches en las discotecas, buscando relacionarme con la gente del
espectáculo, hasta que logré entregarle una cinta con mis canciones al DJ Mark
Kamins, quien la puso y se entusiasmó con la reacción de la gente. Con su ayuda
conseguí un contrato con la disquera Sire Records y en 1982 grabé la canción “Every
body”, que se volvió un éxito. Poco después saqué a la venta mi primer álbum,
Madonna.
Algunas de las canciones del disco llegaron a los primeros lugares de las listas
de popularidad, pero fue mi segundo álbum, Like Virgin, el que me llevó a la fama. Me
volví una estrella de la música pop y los adolescentes de todo el mundo empezaron
a imitar mi forma de vestir y de actuar.
A pesar de que fui la primera cantante en vender más de cinco millones de
ejemplares de un álbum, tuve críticos que aseguraron que mi carrera no duraría.
Pero les demostré lo contrario, ya que desde 1984 hasta hoy me he mantenido en
los primeros lugares de popularidad a nivel mundial.
Soy extremadamente perfeccionista; trabajo cada canción hasta quedar
satisfecha. Puedo presumir de haber ligado la presentación de cada disco con una
total modificación de mi imagen, según el estilo de música presentada.
Una buena parte de mi fama se la debo a mi forma desenfadada, picaresca y
a veces escandalosa de presentarme. La gente conservadora me criticó: decía que yo
estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conservar la fama.
Pero ahora soy madre de Lourdes María y Rocco, soy esposa y he dejado atrás
la etapa del escándalo. Trato de pasar más tiempo con mi familia y en mi trabajo
hago sólo lo que me gusta, fijándome más en la calidad que en la fama.

Daniela Wolf, “Madonna”, en Mujeres que cambiaron el mundo.


México, sep-R. Mireles Gavito, 2005.

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Sexto grado

114. Las señas del esposo

Estando yo en mi balcón –Y esos hijos que tienes,


marcando y bordando seda, dime qué les vas a hacer.
vi venir un caballero –Uno lo meto a cura,
por alta Sierra Morena. otro lo pongo a leer,
otro lo dejo a mis padres
Me atreví y le pregunté para que sirvan dél.
si venía de la guerra:
–Sí, señora, de allí vengo, –Vuelve los ojos, morena,
¿tiene usté allí quien le duela?”. si me quieres conocer;
¡tienes aquí a tu marido
–Allí tengo a mi marido, y no te casas con él!.
siete años lleva en ella.
–Me de usté las señas dél,
si acaso lo conociera.
–Tenía un caballito blanco,
con silla bordada en seda.

–Por las señas que usté da,


muerto quedó ya en la guerra,
y en el testamento deja
y le dice a su mujer
que me case yo con ella.

–Eso sí que no lo haría,


eso sí que no lo haré:
siete años lo he esperado
y siete lo esperaré;
si a los catorce no viniere,
de monja me meteré.

“Las señas del esposo”, en Teresa de Santos (selección), Romancero para niños.
México, sep-Colofón, 2005.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

115. Carta a un amigo


No puedo darte soluciones
para todos los problemas de la vida,
ni tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y buscarlas junto a ti.
No puedo trazarte límites
dentro de los cuales debas actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos
cuando alguna pena te parte el corazón,
pero puedo llorar contigo
y recoger los pedazos para armar todo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites, estaré allí.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte,
a estimularte y ayudarte si me lo pides.
No puedo impedir que te alejes de mí.
Pero si puedo desearte lo mejor
y esperar a que vuelvas.

Jorge Luis Borges. http://www.poemas-de-amor.es/poemas-amistad/carta-a-un-amigo.php

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116. Copo de nieve


Hace muchos años, en una aldea eslava, vivía una pareja sin hijos llamada María e Iván.
Se amaban mucho, pero su felicidad era incompleta porque no tenían hijos. Cuando
se hicieron mayores, se dieron cuenta que el placer que siempre habían sentido al ver
jugar a los niños de otras personas se había convertido en tristeza. “Ojala tuviéramos
nuestros propios hijos”, se decían. Pero, con el transcurso de los años, abandonaron la
esperanza de ver cumplido su deseo.
Un frío invierno –el más frío que nadie podía recordar– estuvo nevando durante
días y se acumularon enormes montañas de nieve alrededor de las casas. Una mañana
María e Iván estaban sentados ante su ventana mirando a los niños hacer un muñeco de
nieve y escuchando sus gritos alegres, cuando una gran resolución emergió del corazón
de Iván y exclamó: “¡María, salgamos a construir nuestra propia muñeca de nieve!”
A su esposa le gustó la idea. “Sí, así pasaremos una mañana agradable –dijo–.
Pero en vez de hacer una muñeca de nieve, vamos a hacer una niña de nieve. Así
podremos cuidar de ella como si fuera real. No podemos tener niños ¡pero nadie puede
impedir que hagamos nuestra propia hija de nieve!” Y, bien abrigados y calzando botas
gruesas, sobrero y bufanda, salieron al jardín.
María e Iván estaban tan emocionados con su plan que pronto se olvidaron del frío.
Trabajaron con toda la fuerza de sus viejos huesos hasta que reunieron nieve suficiente
para formar el cuerpo, los pies y los brazos de la criatura. Finalmente, pusieron la cabeza de
nieve en lo alto. Sus vecinos estaban bastante sorprendidos al ver a la pareja de ancianos
ajetreada y riendo con la nieve. “¿Qué están haciendo?”, se preguntaban unos a otros.
María e Iván se sentían cada vez más felices a medida que moldeaban con cuidado
los ojos, las orejas, la nariz y la boca. Finalmente, la niña de nieve quedó terminada. Dejando
sus huellas sobre el suelo helado, la pareja se alejó unos pasos para admirar el resultado
de su mañana de trabajo. María no pudo resistir acercarse más a la criatura de nieve. Con
suavidad colocó su mano en la mejilla de la niña de nieve y empezó a llorar. Sintió una
brisa fresca en su rostro. Con asombro se dio cuenta que era aliento humano, procedente
de la boca de la niña. Al acercarse se encontró a sí misma mirándose en un par de
profundos ojos azules. Lentamente, los labios se volvieron de color rojo y empezó a sonreír.
Iván se asustó. “¿Qué hemos hecho?”, gritó, atemorizado, y se santiguó.
Pero María sentía una profunda paz en su corazón cuando miraba a la niña que
empezaba a mover los brazos y las piernas. “Dios nos ha enviado este regalo –dijo
abriendo los brazos para abrazar a la niña de nieve–. Es nuestra hija y su nombre es
Copo de Nieve.
“Copo de Nieve”, Josephine Evetts-Scker (adaptación),
Cuentos de Madres e hijas. México, sep-Omega, 2007.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

117. ¿Por qué dan comezón los piquetes


de mosquito?
La respuesta loca del Doctor Quenó:
Justo debajo de la piel viven unos animalitos, los dermíticus. En general, están
tranquilos y no los sentimos.
Cuando nos pica un mosquito, despierta a los dermíticus, que se agitan en
todas direcciones.
¡Vamos, Doctor Quenó! ¡Los dermíticus no existen!

La respuesta exacta del Doctor Quesí:


1. Cuando te pica un mosquito, hunde su trompa en la piel y succiona un poco
de tu sangre. Esta picadura es tan pequeña que ni la sientes.
2. Antes de succionar la sangre, el mosquito envía a tu piel un producto,
llamado anticoagulante, que hace que la sangre esté más líquida: así le
resulta más fácil extraerla.
3. Cuando el mosquito se va, el anticoagulante se queda bajo la piel. Se forma
un bulto que te irrita. La piel dice: “¡Cuidado! ¡Hay un producto extraño!”.
No hace mucho daño, sólo molesta. En unas cuantas horas, el cuerpo
destruye el producto y desaparece la comezón.
¡Gracias, Doctor Quesí! Ahora lo entiendo.
Los + del Doctor Quesí… (No hay quien lo pare.)

Pica menos
Cuando nos pica menos, el cerebro recibe la información
de que “da comezón”. Al rascarse, el cerebro recibe
la información “me rasco” y olvida un poco la otra
(“da comezón”). Por eso, al rascarse da menos
comezón. Pero si dejamos de rascarnos, da más.

Da más comezón
Las picaduras producen comezón porque
el cuerpo se defiende del producto que ha
inyectado el mosquito. Al rascarse, la piel se
daña. Poco después, la piel quiere defenderse
un poco más. Si nos rascamos una picadura,
después da más comezón.

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Sexto grado

A gusto de los mosquitos


A algunos de nosotros, los mosquitos nos pican con más frecuencia. Otros tienen
muchas menos picaduras. Se dice que hay pieles que atraen a los mosquitos. En
realidad, no se sabe a qué se debe. Algunos creen que es una cuestión de olor.

Paul Martin, “¿Por qué dan comezón los piquetes de mosquito?”, en Los porqués de la salud.
México, sep-sm, 2007.

118. Episodio del enemigo


Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la
ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un
bastón, con el torpe bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un
báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin
nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro
sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido,
pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio
unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido.
Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que parecía,
de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
–Uno cree que los años pasan para uno –le dije– pero pasan también para los
demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el abrigo. La mano derecha estaba
en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
–Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi
merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían
salvarme. Atiné a decir:
–Es la verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel
niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula
que el perdón.
–Precisamente porque ya no soy aquel niño –me replicó– tengo que matarlo.
No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges,
son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede
hacer nada.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

–Puedo hacer una cosa –le contesté.


–¿Cuál? –me preguntó.
–Despertarme.
Y así lo hice.

Jorge Luis Borges, “Episodio del enemigo”, en Libros de sueños. México, sep-Alianza, 2002.

119. ¿Qué se siente fumar?


El primer contacto con el tabaco es siempre desagradable. La persona siente que le
pasa una lija por la garganta, comienza a toser y se puede llegar a marear de tal
manera que en casos extremos, remata su primer cigarrillo yendo a vomitar. Poco
a poco, al repetir la experiencia una y otra vez, el fumador aprende a disfrutar del
tabaco aunque parezca increíble y cae en las redes adictivas de la nicotina y sus
amigas. Aunque también existen aquellas personitas que nunca gustan de fumar,
por su olor, por su sabor o por su textura.
¿Qué les pasa a las personas que no fuman, pero conviven con fumadores?
Lo más injusto es que las personas que viven con un fumador se convierten
automáticamente en fumadores secundarios o pasivos, y comparten todos los
riesgos y trastornos anotados aquí. Por eso, para proteger los derechos de quienes
no fuman, hoy día, las autoridades sanitarias están tomando medidas para lograr
que cada vez menos gente fume y que la que fuma, fume menos.
¿Por qué la gente fuma a pesar de que sabe que hace daño?
Los fabricantes de cigarros son tramposos, como casi todos los comerciantes.
Con tal de vender más, han añadido a la fórmula de los cigarrillos componentes
químicos que incrementan el poder adictivo que ya de por sí tiene el tabaco. Su
estrategia ha dado resultado, pues a pesar de costosas campañas en contra del
hábito de fumar, en nuestros días, la cajetilla rojiblanca de la marca de cigarros
líder del mercado mundial, es el producto de mayor venta en el mundo. O sea, una
cajetilla de “Malburro” se vende más que las aspirinas, los kilos de azúcar, o las latas
de refresco de cola. En otras palabras, la prohibición que pesa sobre otras drogas
y que alguna vez sufrió el tabaco en varios lugares, difícilmente volverá a ocurrir,
porque las grandes compañías tabacaleras tienen un enorme poderío económico y
político a nivel mundial, y no permitirán que esto suceda. Aparte de que, como
hemos visto, el tabaco tiene lo suyo también.

Humberto Brocca, “Tabaco”, en De la ficción a la adicción. México, sep-Santillana,

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Sexto grado

2006.

120. Ajedrez
Le apasionaba jugar al ajedrez y llevaba siempre consigo un pequeño tablero de
bolsillo con sus respectivas piezas.
En cuanto subió al tren, trabó conversación con el compañero de viaje que
ocupaba el asiento situado frente al suyo y lo instó a jugar una partida. El invitado
se negó.
–Conozco muy poco, casi nada, del juego-ciencia –le respondió cortésmente.
Entonces él insistió con tanta porfía que logró convencer al renuente viajero. Se
inició la partida. Como su forzado contrincante jugara en forma inusitada, estrafalaria,
perdió la serenidad, cayó en error y al cuarto movimiento dejó un caballo a merced
de las piezas enemigas. Su adversario, tal vez distraído, iba a pasar por alto la jugada
que le favorecía, pero él caballerosamente, le llamó la atención:
–Cómase usted el caballo –le dijo señalándole la pieza indefensa.
–¿El caballo? ¿Esa pieza es un caballo? ¿Quiere usted que yo me lo coma?
–Sí. Es imperativo que se lo coma. No quiero ventaja. Cómaselo. Por favor,
cómaselo.
–Si usted lo pide tan fervientemente… –dijo con voz sumisa.
Y tomó la pieza que se le señalaba y la engulló de un bocado. Al segundo se
levantó presuroso, aprovechó el paso lento del tren, que se acercaba a una estación,
saltó a tierra y se alejó en ligero trote, relinchando, por una vereda que de seguro
conducía a un potrero cercano.

José María Méndez, “Ajedrez”, en Edmundo Valadés (comp.), El libro de la imaginación.


México, fce, 1999.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

121. La ciudad “no sé dónde”

Hoy hace treinta mil años, Las pilas llenas de aceite,


de la ciudad “No sé dónde” llenas y sin derramarse,
me mandaron una carta vuelan los patos asados
a las treinta de la noche. en sal, pimienta y vinagre.
Lo primero que me dicen Los templos son de azúcar;
que la ciudad es muy grande, de caramelo, los frailes;
que tiene treinta mil leguas, monaguillos, de panocha;
fuera de los arrabales. de miel, los colaterales;
Las calles no son como éstas, el sacristán, de panocha,
son de muy finos metales, y el cantor, de queso grande.
las muchachas que allá habitan
son aceitunas cordiales [amables].

“La ciudad no sé dónde”en Vicente T. Mendoza (comp.), Lírica infantil de México.


México, fce, 1984.

122. ¿Por qué hay tantos coyotes?


Hace mucho tiempo, vivían en un pueblito seis hermanas muy, pero muy lindas.
Los domingos iban a la plaza; en las trenzas llevaban listones de seda y se ponían
tantito rojo en las mejillas y agua de flores en el cuello y detrás de las orejas. Todos
los muchachos se les quedaban viendo.
Nadie andaba tras ellas tanto como Coyote. El muchacho se sentía guapo
y siempre andaba molestándolas. Apenas las veía, les salía al paso y ya no se les
separaba en toda la tarde. Les echaba flores, las invitaba al cine o a tomar nieve. Y
si querían platicar con otros jóvenes, Coyote no se los permitía.

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Sexto grado

Una noche de feria, cansadas de aguantar a Coyote. Las seis hermanas


aprovecharon el borlote para subir a los cielos sin que el muchacho se diera cuenta.
El domingo siguiente Coyote no las encontró. Las muchachas estaban muy divertidas,
viendo desde el cielo cómo daba vueltas en la plaza y, para vacilarlo, lo llamaron.
Volteó Coyote para todas partes y no encontró nada de nada; hasta que ellas
volvieron a llamarlo, y entonces el muchacho se dio cuenta de que estaban más allá
de los tejados del pueblo, en el cielo. Las vio convertidas en seis estrellas que están
siempre muy juntas, como van siempre las muchachas si es que andan vacilando con
los muchachos.
Cuando las seis hermanas vieron que coyote se quedaba mirándolas, una de
ellas se quitó de las trenzas un listón y lo dejó caer para que colgara hasta la Tierra
y el joven pudiera subir.
Allí fue Coyote, agarrado de la cinta, sube que sube. Poco le faltaba para llegar
al cielo, cuando una de ellas cortó el listón. Dando vueltas Coyote fue cayendo por el
aire, hasta que quedó en los puros huesos. Puros huesos cayeron, y al chocar contra
las piedras se desparramaron.
Cuando la abuela de Coyote escuchó el estrépito, salió a ver qué sucedía: en
seguida se dio cuenta que eran los huesos de su nieto, así que se puso muy triste y
comenzó a recogerlos. Los fue juntando, hasta que los tuvo todos.
Entonces los molió en un metate, y como estaba llorando, sus lágrimas se
mezclaron con el polvo de los huesos. Con esa masa la abuela hizo muchas bolitas y
las guardo en una olla. Luego la tapó, la dejó sobre las cenizas del brasero y se fue
a llorar a su cama.
En la madrugada, la abuela escuchó que alrededor de la casa había muchos
coyotes aullando. Corrió a la cocina, destapó la olla y vio que no quedaba ninguna
bolita de lágrimas y huesos. En cambio, una manada de coyotes se había dispersado
por la tierra.
Por eso, todavía hay coyotes en el mundo. Y dicen, que al alzar la cabeza ven en
el cielo a las seis hermanas. Por eso cuando es de noche aúllan los coyotes, dolidos
y enamorados.

Felipe Garrido, “¿Por qué hay tantos coyotes?”, en Cómo fue que hubo tantos coyotes.
México, sep-Alfaguara, 1996.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

123. Balada del fondo del mar


No hay silencio profundo Se oyen gritos, gemidos,
en el fondo del mar. se oye el agua vibrar,
Las criaturas marinas se oye el viento silbando
parlotean sin cesar. y la Tierra al girar.

Imagina una selva Se oyen muchas historias


con su ruido animal, en el fondo del mar.
imagínate el caos… Las sirenas las cuentan
de una inmensa ciudad. con un triste cantar.

Las ballenas ensayan Y los barcos hundidos,


sus canciones de amor, con corazas de sal,
sus lamentos profundos en fantasmas que arrullan
van volando hasta el sol. desde el fondo del mar.

Y los peces pequeños


y el feroz tiburón
y los pulpos gigantes,
todos tienen su voz.

Hay medusas, cangrejos,


hay estrellas de mar,
y hay delfines rosados
que no paran de hablar.

Yolanda Reyes, “Balada del fondo del mar”, en Martha Sastrías, Lecto-juego-acertijos
para motivar a los niños a leer el mundo natural, México, Pax, 2003.

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Sexto grado

124. Creación del mundo (cuento náhuatl)


Apenas había aparecido la vida. El Señor Tlalocan ordenó a la tierra que reverdeciera
y pronto todo se cubrió de yerba, de bosque, de selva. Aparecieron los animales en
el mundo. El Señor Tlalocan pensó:
–¿Y para quién será todo esto? Voy a hacer otro animal que lo usará todo.
Hizo un hombre y una mujer para que vivieran en el mundo y lo poblaran.
Pero no se hablaban, ni se veían siquiera. Y así, ¿pues cuándo?
–¿Cómo haré? –se preguntaba el Señor Tlalocan.
Juntó un buen tanto de piojos y tomándolos en los dos puños cerrados se los
echó en la cabeza; un puñado al hombre y otro a la mujer: se rascaban y se rascaban.
Y como nadie se puede espulgar solo, pues tuvieron que hablarse. Y como es un
asunto tardado, comenzaron a quererse.
Y así empezó todo, así nacimos en la tierra, porque el señor Tlalocan usó a los
piojos, para ayudar tantito a nuestros primeros padres.

¿Qué les parece? Ahora resulta que los seres humanos


les debemos nuestra existencia a los piojos.

“Creación del mundo. Cuento Náhuatl”, en Elisa Ramírez


(comp.), Tres enamorados miedosos. Cuentos y narraciones
indígenas. México, sep, 1990.

125. Los números: esos antiquísimos enigmas


¿Quién fue el primer hombre que empezó a contar? ¡A saber! Probablemente uno
que quería jactarse explicando a los demás a cuántos leones se había enfrentado
o una mamá que estaba ya harta de responder “No lo sé” cuando alguien le
preguntaba “¿Cuántos hijos tiene señora?”, o tal vez un niño que intentaba
reivindicar, pugnando con su hermano, la propiedad de aquellos preciosos guijarros
que había encontrado.
Cualquiera que sea la historia, sabemos con certeza que esto se produjo hace
varios milenios.

Numeración en base 10
La numeración en base 10 es una de las más difundidas entre las culturas antiguas y
modernas de todo el mundo, y el motivo es muy simple: nuestras manos tienen diez

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

dedos, y por lo tanto, nada más fácil para contar que usarlos. ¡Supongo que estarás
de acuerdo!
El bravo Afet, pastor egipcio, tenía un pequeño rebaño de veintitrés ovejas, y
perder una sola de ellas le supondría un grave perjuicio.
De ahí que cada tarde, antes de conducirlas de nuevo al redil, las contaba para
estar seguro de que estaban todas.
Para contar 23 ovejas, agotaba los dedos de las manos una primera vez, luego
una segunda vez, y por último usaba 3 dedos.
Bastaba recordar que había utilizado 2 veces todos los dedos (2 decenas) y
luego había usado otros 3 (3 unidades). En total, 23. ¡Así de fácil!
De haber tenido 6 dedos (dos manos con tres dedos en cada una) y el mismo
número de ovejas, habría agotado los dedos de las dos manos una primera vez, una
segunda vez y una tercera, y aún le quedarían 5 dedos para completar la cuenta.
En cualquier caso, cada cual puede contar como más lo prefiera; basta conocer
el resultado, es decir, basta concretar en qué base se cuenta.
Los egipcios contaban como nosotros, en base 10, pero su escritura era muy
diferente de la nuestra.

Un problema de todos los siglos


Saber representar números muy grandes era útil en general para contar cuántos
hombres habían desplegado en batalla, ¡pero no cuando, por ejemplo, tenían que
repartirse una pieza de pan! Los problemas, y no sólo los matemáticos, se planteaban
cuando había pocas cosas qué contar, como en el caso de tener que repartir una
sola pieza de pan entre muchas personas (¡desde luego, los generales no estaban
dispuestos a renunciar a su porción!).

Anna Parisi, “Los números: esos antiquísimos enigmas”, en Números mágicos y estrellas fugaces:
los primeros pasos de la ciencia. México, sep-Oniro, 2006.

126. La hormiga león


La verdad es que nunca se ha visto un león que quiera ser hormiga, no porque tenga
miedo a ser tan chiquitito, sino porque el león es el rey de la selva y le quedaría muy
grande la corona.
Ahora, lo contrario sí ha sucedido. Hubo una vez una hormiga que quiso ser león.
La cosa empezó cuando la hormiga se puso la peluca grandulona de su abuela
y lanzó un rugido. En seguida corrió a meterle miedo a los demás.

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Sexto grado

Aquello era tremendo. Mientras las otras andaban acarreando hojas o pasto­
reando pulgones (que son las vacas de las hormigas) para que no faltara la leche en
el hormiguero, ella se pasaba el día como si se tratara de un verdadero león.
Luego los rugidos se le fueron a la cabeza, quiso irle arriba a un mosquito
chupaflor y terminó teniendo una reyerta con un gorgojo pendenciero.
Así anduvo la hormiga hasta el día en que se quedó sola en el monte. Sola con
su peluca y sus rugidos.
Entonces se dio cuenta que, hasta el mismo león, solo, puede ser una hormiga.
Y aprendió otra cosa más: que a una hormiga cualquiera pueden aplastarla,
aunque ruja como un león.
Pero, ¿verdad que un hormiguero, en cambio, es algo respetable?

Froilán Escobar, “La hormiga león”, en Secreto caracol, Buenos Aires, Colihue, 1993.

127. Por amor al arte


¿Dónde hay arte?
Aparte de en los museos y galerías, y de los edificios y monumentos que podemos
ver por la calle, el arte lo podemos encontrar también en la música, en la poesía, en
los anuncios publicitarios…, y hasta en un centro de mesa. Eso, por no hablar del
bello espectáculo de la naturaleza.
¿Son los artistas quienes hacen todo eso? Sí, pero no es su única misión:
la función fundamental de un artista es enseñarnos a mirar la realidad con otros
ojos. Para eso cuenta con una sensibilidad especial capaz de observar primero y,
luego, de despertar nuestra imaginación. Así influye sobre nuestros sentimientos y
pensamientos que van por la vida corriendo a todo correr, sin concederse descanso.
Los artistas nos invitan a parar, a reflexionar, a detenernos ante las obras de arte.

También tú eres artista


Nosotros, sin ser artistas profesionales, muchas veces nos comportamos con auténtico
arte: componemos y ordenamos la imagen cuando hacemos una foto; elegimos la pin­
tura y el color de una pared teniendo en cuenta la luz del cuarto o los muebles que hay
en la habitación: decidimos peinarnos de una manera y ponernos determinado vestido…
Naturalmente, el arte va mucho más allá de eso. Es una aventura en la que
podemos embarcarnos y en la que, poco a poco, buscaremos y hallaremos tesoros
que nos descubrirán un mundo nuevo. Edificios, esculturas, tejidos, un frasco de
perfume, un vaso… todo puede convertirse en una obra de arte.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

¿Qué tengo que hacer para ser artista?


En principio, toda persona puede ser un artista; pero la realidad es que sólo unos
pocos lo logran. El artista tiene que tener una sensibilidad especial, capacidad de
creación, de dar forma a la inspiración…, y esto requiere dotes naturales, vocación,
adiestramiento y trabajo.
La historia demuestra que, para un artista, conseguir un puesto importante en
la sociedad es difícil y costoso.
Nosotros conocemos a los que han triunfado, pero ¿cuántos se han quedado
en el camino? Incluso a los famosos les ha llevado mucho tiempo de trabajo, de
escritos, de tareas…

Nada sin esfuerzo


Lo esencial para triunfar, en esta como en cualquier otra profesión, es la voluntad
para el trabajo, la constancia, el estudio… En las artes plásticas, hay otra cosa
esencial: la visita a los museos.
Ver, ver y más ver. Eso, además del dominio de la técnica, del uso de los
materiales, sin descuidar el estudio paralelo de las ciencias y las humanidades.
En la actualidad la vía de acceso a la profesión de artista es la formación en las
escuelas de Bellas Artes.
Son estudios superiores, universitarios. Generalmente se ingresa mediante un
examen, que consiste en una prueba de dibujo a lápiz sobre una figura de yeso y una
prueba de color ante una naturaleza muerta. Una vez adquiridos los conocimientos y
las destrezas ¿eres ya un artista? Probablemente no: una cosa es tener esta formación
y otra ser capaz de expresar tu inspiración utilizando los materiales.

María Villalba, Por amor al arte. México, sep-sm, 2003.

128. Tres enamorados miedosos


Vivía en un pueblo una muchacha muy bonita; tan bonita, que tres hermanos
comenzaron a enamorarla. Ella los oyó a los tres y no sabía cómo decirles que no sin
que se pelearan. Esto fue lo que se le ocurrió al fin:
Llegó el mayor a declararle su amor.
–¿De veras me quieres tanto? –le preguntó la muchacha.
–Ay niña. Tanto te quiero, tanto, que haría cualquier cosa que pidieras.
–Bueno. ¿Irías a cuidar a un muerto en el cementerio?
–Sí.
–Ven en la noche, el muerto estará listo, lo llevarás al camposanto.

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Sexto grado

–Bueno.
Al rato llegó a declararse el segundo hermano.
–Haría lo que me pidieras, para que supieras cuánto me gustas.
–¿De veras?
–Claro.
–Pues esta noche harás como si fueras muerto.
Aceptó y le tomó las medidas para hacerle su caja.
El tercer hermano llegó más tarde.
–Ay, niña, eres mi amor. Haría por ti lo que me ordenaras.
–¿Harías de diablito?
–De lo que pidas y mandes.
Lo citó para la noche.
Cuando llegó el que iba a hacer de muerto, lo amortajó y lo metió al ataúd.
Al rato llegó el que debía cuidarlo: le dio cuatro cirios y lo mandó al panteón
con el difunto a velarlo.
Al más chico lo vistió con un traje cubierto de latas agujeradas. Cada lata
llevaba una vela encendida dentro. Le puso cuernos. Salió lanzando destellos y
chispas; tintineaba al caminar.
–¿Y qué debo hacer? –preguntó.
–Ve al panteón y te pones a dar de brincos.
Llegó al panteón y, aunque con miedo, comenzó a saltar.
–¡Ave María Santísima, qué es eso! –gritó el que estaba velando. Se echó
a correr.
–¡Jam, un diablo! –gritó el muerto y escapó.
–¡Un muerto que corre! –gritaba el diablito al emprender la huida.
El primero volteaba y veía que lo perseguían. No paró hasta llegar a su casa.
Se aventó a su hamaca.
El segundo, para escapar del diablo, se escondió en la misma hamaca.
El diablo, con el susto, ni vio que el muerto venía delante de él, se
fue a encontrarlo en su mismísima hamaca.
Cuando se dieron cuenta de la broma y de su miedo, dejaron en
paz a la muchacha: ni la volvieron a ver; ni adiós le dijeron.

Elisa Ramírez (comp.), Tres enamorados miedosos. Cuentos y narraciones


indígenas. México, sep, 1990.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

129. Sol de Monterrey


No cabe duda: de niño, Yo no conocí en mi infancia
a mí me seguía el sol. sombra, sino resolana.
Cada ventana era sol,
Andaba detrás de mí cada cuarto era ventanas.
como perrito faldero;
despeinado y dulce, Los corredores tendían
claro y amarillo: arcos de luz por la casa.
ese sol con sueño En los árboles ardían
que sigue a los niños. las ascuas de las naranjas,
y la huerta en lumbre viva
Saltaba de patio en patio, se doraba.
se revolcaba en mi alcoba. Los pavos reales eran
Aun creo que algunas veces parientes del sol. La garza
lo espantaban con la escoba. empezaba a llamear
Y a la mañana siguiente, a cada paso que daba.
ya estaba otra vez conmigo,
despeinado y dulce, Y a mí el sol me desvestía
claro y amarillo: para pegarse conmigo
ese sol con sueño despeinado y dulce,
que sigue a los niños. claro y amarillo:
ese sol con sueño
Todo el cielo era de añil; que sigue a los niños.
toda la casa, de oro.
¡Cuánto sol se me metía Cuando salí de mi casa
por los ojos! con mi bastón y mi hato,
Mar adentro de la frente, le dije a mi corazón:
a donde quiera que voy, –¡Ya llevas sol para rato!
aunque haya nubes cerradas, Es tesoro –y no se acaba:
¡oh cuánto me pesa el sol!, no se me acaba– y lo gasto.
¡oh cuánto me duele, adentro, Traigo tanto sol adentro
que viaja conmigo! que ya tanto sol me cansa.
Yo no conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.

Alfonso Reyes, “Sol de Monterrey”, en César Arístides (selección), Vuelta a la casa en 75 poemas.
México, sep-Planeta, 2003.

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Sexto grado

130. Los secretos de Margarita


Hoy vamos a leer la historia de una niña que comienza a llevar un diario. Un cuaderno
donde anota todo lo que le sucede.

Dicen que hay que escribir todo… ¿Escribir todo? ¿Hasta esos sueños, secretos y
fantasías que se me quieren salir de la cabeza? ¿Todo lo que inventemos y hagamos
Griselda, Lupe, Cuca y yo? ¿Qué Héctor es el niño que me gusta? Voy a escribir mis
secretos de hoy en adelante.

Miércoles 10 de abril
En la mañana traté de peinarme de otro modo para que Héctor se diera cuenta de
que ya tengo 12 años, pero no fue fácil porque tenía el pelo tan enredado que le
tuve que pedir ayuda a mi mamá y fijarme cómo lo desenredaba, para hacerlo yo
sola otro día…
Resulta que me cepillo empezando por las puntas y subiendo poco a poco por
mechones, con paciencia, hasta desenredarlo todo; así no me duele tanto.
–¿Por qué se me hacen nudos con el cabello? –le pregunté.
–Es que no te cepillas lo suficiente; sólo lo haces en las mañanas.
Me dijo que los dedos servían de peine, que con las yemas, no las uñas, me
peinara y al mismo tiempo me diera un masaje en la cabeza. De esa manera entra el
aire y circula mejor la sangre. Es más o menos así:
Sentí como si estuviera lavándome la cabeza, pero al final pude dejarme el pelo
suelto, con un broche de lado. Mi cara luce diferente y el cabello se ve más suave y
brillante, no como con la trenza de siempre.
Todo el día me sentí más ligera y contenta, pero por más que busqué a Héctor,
no lo vi. No importa, mañana puede ser… espero.

Jueves 11 de abril
Hoy correteamos a Héctor… nunca imaginé que corriera tan rápido.
A la salida de clases les conté a mis amigas lo que mi mamá me había dicho
acerca del cabello, y todos empezamos a sobarnos la cabeza.
Cuca tiene una forma de cabeza muy chistosa, como de signo de interrogación
y el cabello como estropajo. Estoy segura de que podríamos barrer la escuela con su
trenza… En cambio, Griselda lo tiene muy suavecito, como de muñeca. Dice que es
porque se lo lava todos los días con jabón de pasta y luego se lo enjuaga muy bien
con una fórmula secreta de su mamá.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

No me lo quiere decir porque es “secreto de familia”. Por más cosquillas que


le hicimos para que nos lo dijera, ni pío… sólo se reía.
Entonces Héctor pasó por ahí, se quedó mirándonos como si estuviéramos locas
y empezó a burlarse. Cuando nos dimos cuenta, todas salimos a atraparlo. Nos costó
un poco de trabajo porque es muy rápido, pero lo capturamos para tocarle el pelo.
Gritaba pidiendo auxilio, pero nadie lo rescató.
Fue muy divertido. Tiene el cabello grueso, lacio y muy negro.
Nunca se me hubiera ocurrido que el jabón de pasta también sirve para el pelo.
Voy a hacer la prueba.

Maite Ibargüengoitia, Los secretos de Margarita. México, sep, 1992.

131. La mata de albahaca


Hace muchos años, en las inmediaciones de un pueblo cuyo nombre no recuerdo,
vivían tres hermanas en una casita situada a la orilla del camino. Las hermanas
tenían un jardincito, y una de las plantas más abundantes era la olorosa albahaca.
Cuidaban el jardincito con mucho esmero y todas las tardes, ya una, ya la otra, se
ocupaban de regar las plantas y arreglarlas.
El rey paseaba a caballo y todos los días pasaba frente a la casita de las tres
hermanas. Al acercarse, las saludaba invariablemente, diciéndoles:

Adiós, señoritas de las albahacas,


¿Cuántas hojas tiene la mata?

Las niñas callaban por temor al soberano, pero un día la menor resolvió que la
próxima contestaría al saludo del rey.
Una tarde, como de costumbre, pasó el rey mientras la menor regaba las
plantas y dijo:
Adiós, señorita de la albahaca,
¿Cuántas hojas tiene la mata?

La niña se irguió y le contestó:

Su majestad, que es tan sabio,


¿Cuántas estrellas tiene el cielo?

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Sexto grado

Al oír esto las hermanas mayores la regañaron y se asustaron pensando en el


castigo que les iba a caer por el atrevimiento de la pequeña.
Al rey, sin embargo, le hizo mucha gracia la respuesta de la niña y pensó en
hacerle una broma.
Durante unos días, dejó de hacer su acostumbrado paseo a caballo cerca de la
casa y, cuando menos lo esperaban las hermanas, las invitó al palacio.
Las niñas tuvieron que obedecer, pero estaban aterrorizadas con el castigo que
las esperaría.
Cuando llegaron al palacio, fueron recibidas con grandes honores.
Ellas, como desconocían la etiqueta de la corte, estaban abochornadas y no
sabían cómo debían actuar.
Fueron invitadas a dulces exquisitos, frutas que nunca habían visto y olorosos
vinos.
La menor no quiso probar nada, y al ver esto el rey le preguntó el motivo. Ella
respondió que allí no había nada que deseara comer, pero el rey insistió y le dijo que
pidiera lo que quisiera, que por difícil que fuera se lo traería.
Entonces, ella dijo:
Quiero nieve tostada en la punta de un cuchillo.
El rey festejó tanto la ocurrencia de la niña que se casó con ella, y de esta
manera la joven se convirtió en reina.
Y comieron felices unas cuantas perdices, y a mí no me dieron porque no
quisieron.

De este cuento existen otras versiones, donde se titula “La maceta de albahaca”. El
triunfo del ingenio sobre el poder es un tema muy apreciado en los relatos populares,
sobre todo si el más pequeño vence, con su humor y sabiduría.

“La mata de albahaca”, en Ana Garralón (selección y comentarios), Cuentos y leyendas


hispanoamericanas. México, sep-Larousse, 2007.

132. La cucaracha
La Costa Chica es una región comprendida entre Acapulco, Guerrero, y Puerto
Ángel, Oaxaca; está limitada al sur por el Océano Pacífico y al norte por la Sierra
Madre del Sur. Este espacio está compartido por población indígena, mestiza y
afromestiza. En esta región se cuenta con una amplia variedad de tradiciones
musicales. Éste es un ejemplo de una pieza que retoma los versos de la canción

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

revolucionaria “La cucaracha” y que está integrada al repertorio de la comunidad


desde hace muchos años.

La cucaracha no vino La cucaracha, la cucaracha


porque le hace falta un pie, ya no puede caminar,
se lo quitó la gallina porque le faltan, porque le faltan,
se metió adentro e’ la red. alitas para volar.
La cucaracha, la cucaracha Ayúdame buen Jesús
ya no puede caminar, a pintar un ángel bello,
porque le faltan, porque le faltan, de la punta de los pies
alitas para volar. hasta el último cabello.
Ya se va la cucaracha, La cucaracha, la cucaracha
ya se va para la estancia, ya no puede caminar,
porque no se quiso dar porque le faltan, porque le faltan,
al partido de Carranza alitas para volar.
La cucaracha, la cucaracha Donde mandan aguilillas
ya no puede caminar, no gobiernan gavilanes,
porque le faltan, porque le faltan ni en las nahuas amarillas
alitas para volar. aunque las surtan de holanes.
Ya se va la cucaracha, La cucaracha, la cucaracha
ya se va pa’ la Vigía, ya no puede caminar,
porque no se quiso dar porque le faltan, porque le faltan,
al partido de Chundía. alitas para volar.
La cucaracha, la cucaracha ¡Ay, caramba!, mis frijoles
ya no puede caminar, ya se me están quemando
porque le faltan, porque le faltan, lo que me vale y me vale
alitas para volar. que apenas los estoy sembrando.
Señora, yo no la traje, La cucaracha, la cucaracha
usted se vino conmigo: ya no puede caminar,
me dijo que iba a lavar porque le faltan, porque le faltan,
la ropa de su marido. alitas para volar.
Ya con esta me despido
de señoras y muchachas,
aquí se acaban los versos,
versos de “La cucaracha

“La cucaracha”, en Carlos Ruiz Rodríguez (comp.), Versos, música y baile de artesa de la Costa
Chica, San Nicolás, Guerrero y el Ciruelo, Oaxaca. México, sep-El Colegio de México, 2005.

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Sexto grado

133. Los abanicos hablan


Aunque te parezca mentira, hubo una época en la que tus bisabuelos
eran jóvenes y estaban enamorados. Pero entonces no era tan fácil
como ahora verse o simplemente escribirse cartas románticas entre
los novios. El ingenioso sistema que se inventó para poder
lanzarse mensajes sin levantar las sospechas de los padres o
vigilantes fue utilizar un objeto que casi todas las señoritas de
entonces llevaban a cualquier parte: el abanico.
Según la posición o los movimientos del abanico, la
mujer podía relacionarse con su enamorado, darle instrucciones
o información y declararle sus emociones. Este sistema resulta divertidísimo y, aunque
no tengas abanico, podría serte de utilidad si te fabricas uno de cartón o de papel y
haces señales desde lejos, eso sí, todas serán señales de amor.

– “Te quiero” podía decirse de dos maneras: una escondiendo los ojos detrás de
un abanico abierto, y la otra, moviendo el abanico junto a una mejilla, rozándola.
– Para una cita: tocar el ojo derecho con el abanico cerrado significa que se desea
una cita, la hora se marca abriendo un número determinado de varillas.
– Para pedir disculpas: el abanico alrededor de los ojos quiere decir “lo siento”
– Hacer un reproche: para decir que están siendo crueles con nosotras y que
queremos un cambio de actitud, cerrar y abrir el abanico varias veces.
– Para pedir prudencia: amenazar con el abanico cerrado.
– Para avisar de que nos siguen o alguien nos está viendo: girar el abanico con
la mano izquierda.
– Para pedir que nos sigan: poner el abanico delante de la cara con la mano
derecha.
– Para pedir que no nos olviden: se pone el abanico detrás de la cabeza.
– Para pedir discreción y que nuestros secretos no se sepan: abrir el abanico y
tapar con él la oreja izquierda.
– Para decir que sí: apoyar el abanico en la mejilla derecha.
– Para preguntar si somos correspondidos en el amor: entregar el abanico
cerrado.
– Para decir te odio: mover rápido el abanico entre ambas manos.
– Para explicar que se quiere a otra persona: girar el abanico con la mano
derecha.
– Para pedir que se olviden de nosotros: sujetar el abanico abierto con las dos
manos.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

– Para decir que no: apoyar el abanico en la mejilla izquierda.


– Para pedir solamente amistad y no amor: bajar nuevamente el abanico.
– Para decir adiós: poner el abanico detrás de la cabeza manteniendo un dedo
extendido.

Se pueden imaginar a las damas de esa época con sus elegantes abanicos moviéndolos
con gracia cuando, en realidad estaban hablando con su amado. En este tiempo las
cosas han cambiado con relación al noviazgo pero lo que no cambia es la necesidad
de compartir un código secreto para comunicarnos cuando es necesario. ¿Ustedes
tienen alguno?

María Mañeru, “Los abanicos hablan”, en El enigma de los códigos secretos.


México, sep-Diana, 2007.

134. Coplas al viento

De tu boca quiero un beso, Dices que me quieres,


de tu camisa un botón, dices que me adoras,
de tus manos un anillo y a la vuelta de la esquina
y de tu pecho el corazón. de cualquiera te enamoras.

Dices que no chupas miel Corté la flor de limón


porque no eres abejita: y me la quedé mirando:
la noche en que te besé tú me dices que sí,
tenías dulce en la boquita. pero no me dices cuando.

Dicen que lo negro es luto, Cuando te digan chaparro,


yo digo que no es verdad: chaparro por estatura,
porque tus ojos son negros recuerda que el perfume caro
y son mi felicidad. siempre viene en miniatura.

Tú tienes gripa Ya con ésta me despido


yo tengo tos, con una estrella de oriente:
con un beso en la boquita no se les vaya a olvidar
se nos quita a los dos. lo que tenemos pendiente.

Luis de la Peña (selección), Coplas al viento. México, sep-Conafe, 2004.

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Sexto grado

135. El gato
Al día siguiente me moría de ganas de volver a espiar al viejito. Por todo lo que había
visto el día anterior, algo me despertaba como nunca la curiosidad. Tanto que en la
escuela no pude dejar de pensar en él durante la clase de biología. La maestra se dio
cuenta de mi distracción y me pidió que me pusiera de pie.
–Martín, por lo que veo no estás muy interesado en la clase, ¿verdad? ¿Podrías
decirme de qué estaba hablando?
A la señorita Lucy era difícil engañarla. No tuve de otra más que decirle la
verdad: que no estaba poniendo atención en la clase. El resultado era de esperarse:
a ella siempre se le ocurría lo mismo, mandarme al rincón.
Bueno, pero hablaba de que ese día, después de comer un horrible hígado
encebollado, que se me antojaba menos que la sopa de ratones, lagartijas y caracoles,
me fui a mi cuarto a armar cuanto antes el telescopio y a esperar a que sucediera algo
en la calle o en el departamento del viejito. Esa vez llegó tarde, como a las siete de
la noche. Se le veía contento. Primero se puso su bata, se comió un durazno y fue al
cuarto al que mi telescopio no llegaba. Regresó con un gatito blanco. Lo acarició y lo
dejó sobre la mesa, junto a un plato de leche. En esa ocasión no le echó gotas de su
asquerosa pócima.
Traté entonces de explicarme todo lo sucedido:

1. Podría ser que el gato embrujado no fuera gato, sino gata, y que la fórmula
le hubiera ayudado a tener rapidísimo un hijo.
2. El viejito podría ser un inventor que había descubierto un bálsamo para
reducir a los animales de tamaño. Así, cualquier niño tendría en su casa, por
ejemplo, un elefante o una jirafa del tamaño de un perrito.
3. Lo peor de todo: que en realidad no sucediera nada extraño, que el viejito no
fuera ni brujo ni inventor, que las gotas fueran vitaminas, que el gatito fuera
un simple gatito y el gato, un gato que estuviera dormido en esos momentos
en algún lugar del departamento que yo no alcanzaba a ver.

El hecho es que el viejito estaba tan alegre que encendió el tocadiscos y se


puso a bailar con el cuaderno entre las manos. Luego lo dejó sobre la mesa y se
dedicó un rato a escribir en él. Con la otra mano apretaba, como si fuera un trofeo
de futbol, el frasco que contenía el jugo de ratones, lagartijas y caracoles.
Otra cosa que recuerdo de ese día es que el gato grande no volvió a aparecer
por allí.
Francisco Hinojosa, “El gato”, en La Fórmula del Doctor Funes. México, sep-fce. 2001.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

136. Instrucciones para llorar


Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo
por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su
paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción
general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos,
estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena
enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible
por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un patio
cubierto de hormigas o en esos golfos del Estrecho de Magallanes en los que no
entra nadie, nunca.
Llegado el llanto se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la
palma hacia dentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara y de
preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Julio Cortázar, “Instrucciones para llorar”, en Historias de cronopios y de famas. México, sep-
Santillana, 2005.

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Sexto grado

137. El barzón
En algunas partes de México le llaman barzón al cuero que está amarrado al palo
con el que el campesino dirige la yunta de animales para abrir surco y sembrar. Los
hombres del campo, viendo lo necesario que es ese pedazo de cuero para sus labores
y, de paso, para protestar contra el trato injusto, le compusieron esta canción.

Esas tierras del Rincón Aquí debes veinte pesos


las sembré con un buey pando, de la renta de unos bueyes,
se me reventó el barzón cinco pesos de magueyes,
y sigue la yunta andando. tres pesos de una coyunda,
Cuando llegué a media tierra cinco pesos de unas fundas,
el arado iba enterrado, tres pesos no sé de qué
se enterró hasta la telera pero todo está en la cuenta
el timón se iba doblando a más de los veinte reales
el barzón se iba trozando, que sacaste de la tienda.
el yugo se iba pandeando Con todo el maíz que te toca
el sembrador me iba hablando no le pagas a la hacienda.
y yo le dije al sembrador: Ahora vete a trabajar
no me hable cuando ande arando. pa que sigas abonando.
Se me reventó el barzón Nomás me quedé pensando
y sigue la yunta andando. haciendo un cigarro de hoja
Cuando acabé de pizcar ¡qué patrón tan sinvergüenza
vino el rico y lo partió, todo mi maíz se llevó
todo mi maiz se llevó para su maldita troje!
ni pa comer me dejó, Se me reventó el barzón
me presenta aquí la cuenta: y siempre la yunta andando.

“El barzón”, en Esther Jacob (selección) Costal de versos y cuentos.


México, sep-Conafe, 1997.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

138. ¿Qué es una selva tropical húmeda?


Si te encuentras rodeado de abundantes plantas, sientes que no dejas de sudar y
la copa de los árboles te parece inalcanzable, puedes decir que estás en una selva
tropical húmeda.
Existen muchos tipos de selvas, pero no todas son tropicales ni húmedas. Se les
llama tropicales porque se encuentran entre el Trópico de Capricornio y el Trópico
de Cáncer.
Se conocen también como selvas altas perennifolias, o bosques tropicales
perennifolios, pues sus plantas se caracterizan por tener hojas perennes; es decir,
en ninguna época del año las pierden; por eso las selvas húmedas están siempre
verdes.
Las selvas tropicales húmedas se distinguen de otros ecosistemas porque en
ellas llueve la mayor parte del año, y por la enorme variedad de plantas y animales
que las habitan. Los científicos dedicados al tema han contado de 50 a 300 especies
de árboles en tan sólo una hectárea de selva –diez mil metros cuadrados.
Cuando un área presenta esta abundancia de especies animales y vegetales se
dice que cuenta con una gran biodiversidad.
En México puedes visitar selvas húmedas tropicales desde el sur de San Luís
Potosí, pasando por Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, hasta Campeche y Quintana
Roo. Algunas están protegidas en zonas llamadas áreas naturales protegidas, como
Los Tuxtlas en Veracruz, Calakmul en Campeche; El Triunfo, El Volcán de Tacaná, La
Sepultura, El Ocote, Lacan-Tún y Montes Azules en Chiapas.

Martha Salazar García, “¿Qué es una selva tropical húmeda?”, en Entre monos y lianas. Un
acercamiento a la selva húmeda. México, sep-Pluralia, 2005.

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Sexto grado

139. ¿Quién es el que anduvo aquí?


El nombre de Francisco Gabilondo Soler se asocia a la música y a las canciones para
niños. Sin duda así es como mundialmente se conoce a ese ser humano que creó un
personaje al que bautizó como Cri-Crí, expresión que alude al canto del grillo que se
escucha apenas el Sol se va a dormir. Pero Francisco Gabilondo Soler tenía espíritu de
aventurero y alma viajera. No se conformó con ser autor de hermosas, juguetonas,
pegajosas sabias canciones para niños. Detrás de la rotunda y robusta figura de
canta-cuentos, cuenta-cantos, se asomaba la del astrónomo, la del boxeador, la del
torero, la del pianista autodidacto, la del marinero.
Este artista nació el 6 de octubre de 1907, en Orizaba, Veracruz y se fue de este
mundo el 14 de diciembre de 1990. Su vida fue envidiable por diversa; fascinante
por azarosa; inolvidable por multifacética y alejada de los convencionalismos. La
suya, sin duda no fue una existencia plana ni fácil. Precisamente porque quería
hacerlo todo, porque era un curioso innato, su cotidiano vivir estaba lejos de ser
tranquilo y apacible.
Ese hombre que ocupaba largas horas en leer y escribir para continuar la tarea
que inició el 15 de octubre de 1934, al crear a Cri-Crí, su personaje, gastaba también
sus ojos y su mente en la observación del cielo durante las noches estrelladas. Esta
fue quizá la mayor pasión de Gabilondo Soler. La fascinación por observar estrellas y
nebulosas lo mantuvo emocionado hasta los últimos días de su vida.
Antes de convertirse en Grillito Cantor, Gabilondo Soler fue boxeador y torero.
En los años cuarenta, robándole tiempo al tiempo (y a Cri-Crí), se dejó seducir por
una pasión más: el mar. Pero no para irse a dar un chapuzón o a remojar los pies. El
mar para surcarlo y hacer realidad las fantasías que luego puso en muchas letras de
canciones para niños. Lo que quería era aprender a orientarse en el mar abierto y
perderse de la realidad terrestre.
Ya en los años cincuenta, la fama lo alcanzaba a partir de éxitos como “La
patita”, “El ratón vaquero”, “Lunada” y tantas más. A lo ancho y largo de cinco
décadas compuso más de 170 canciones, de las cuales tal vez cincuenta siguen
siendo cantadas por generaciones y generaciones de mexicanos.
Escondido en un rincón del Estado de México, fue hasta sus últimos años ese
maravilloso señor que nunca supo estar quieto o dedicarse a una sola actividad.
Gabilondo Soler debiera ser reconocido no sólo como el creador de Crí-Crí, sino
como el autodidacto siempre dispuesto a aprender y saciar su curiosidad.

Elvira García, “¿Quién es el que anduvo aquí?”, en Tierra Adentro Días de radio. Número 137,
Diciembre 2005 y Número 138, Marzo 2006.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

140. El origen del río Amazonas


Hace mucho tiempo, cuando los hombres podían
hablar con los animales, vivían en la selva dos
hermanos mellizos con sus abuelos.
Sus padres habían sido atacados por gente
de una tribu enemiga y murieron, dejando solos
a los pequeños.
En aquel tiempo, el agua escaseaba en la
selva, pues todavía no existían ríos ni arroyos, ni lagunas ni quebradas. Apenas llovía.
Sólo el abuelo sabía de dónde extraer el agua y a nadie le decía el secreto.
Cada mañana, los dos hermanos mellizos acarreaban el agua hasta la casa.
Un día, hartos de cargarla siempre, decidieron averiguar dónde estaba escondida la
fuente y gastarle una broma al abuelo.
Uno de los hermanos se transformó en colibrí y voló cerca del abuelo cuando
éste se fue a bañar. Descubrió entonces que un gran chorro de agua brotaba del
interior de una lupuna, un gigantesco árbol muy frondoso.
Cuando supieron el secreto, los dos hermanos reunieron a los animales
roedores, como ardillas, conejos, ratones y pacas, y a las aves pica-maderas, como el
pájaro carpintero, para que les ayudaran a talar la lupuna.
Después de un día de trabajo, cuando ya faltaba poco para que la lupuna
cayese, decidieron dejar la tarea para el día siguiente. Pero al regresar a la mañana
siguiente, hallaron el árbol entero.
El segundo día sucedió lo mismo. Y el tercero también. El árbol casi talado
aparecía siempre entero al amanecer, como si no le hubieran hecho nada.
Así que espiaron de nuevo al abuelo y descubrieron que, por las noches, curaba
a la lupuna y la dejaba como nueva. Entonces, otro día, cuando de nuevo la lupuna
estaba casi talada, uno de los mellizos se convirtió en alacrán y picó al abuelo en el
dedo gordo del pie. En ese momento, el gigantesco árbol cayó con gran estruendo y
retumbó toda la selva.
Al desplomarse la lupuna, comenzó a brotar allí mismo una gran cantidad de
agua. El tronco se convirtió en el río Amazonas y sus numerosas ramas se convirtieron
en afluentes, riachuelos y quebradas.
Las hojas y las espinas del árbol se transforman en diferentes peces. Primero,
nacieron los paiches, después las palometas y, más tarde, los motas, gamitanas,
zúngaron, boquichicos y otros pescados que gustan mucho a los niños de hoy.
Y así es como lo cuentan.

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Sexto grado

El río Amazonas es el más caudaloso del mundo y se extiende desde las montañas
de Perú hasta Brasil. Hasta hace pocos años, el mayor misterio del río era encontrar
su nacimiento. Finalmente, una expedición de científicos determinó la cuenca en la
montaña Nevado Mismi, al sur de Perú, en la cordillera de los Andes.
“El origen del río Amazonas”, en Ana Garralón, (selección y comentarios) Cuentos y leyendas
hispanoamericanas. México, sep-Larousse, 2007.

141. La física de la naturaleza


Una rana es una saltadora muy potente. ¿Has tratado alguna vez de tocar una? La
resbaladiza criatura probablemente saltó velozmente fuera de tu alcance. Algunas
clases de ranas pueden saltar hasta veinte veces su tamaño.
Las musculosas patas traseras lanzan la rana por el aire. Una vez que está en el
aire, la rana continúa lanzándose hacia arriba y hacia delante. Entonces la gravedad
la jala hacia abajo lentamente mientras ella prosigue hacia delante. Si pudieras trazar
la trayectoria del salto de la rana, trazarías una curva llena de gracia. Lanza cualquier
objeto pesado que no pueda volar por sus propios medios y se deslizará hacia arriba,
hacia delante y hacia debajo de la misma manera. (Un objeto muy ligero, como una
pluma de ave, no seguirá esta curva porque la resistencia ofrecida por el aire la
alterará.) La curva típica descrita anteriormente se llama arco parabólico.
Lo mismo que la física puede predecir que la trayectoria del salto de una
rana dibujará un arco parabólico, también puede la
física predecir y explicar más o menos todo lo que
pasa en el mundo de la naturaleza a tu alrededor:
truenos, rayos, arcos iris, puestas de sol y hasta
cómo encuentran su camino los murciélagos en la
oscuridad.

Susan McGrath, “La física de la naturaleza”, en La Física es diversión.


México, sep-Promociones Don d’Escrito, 2002.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

142. El barco negro


Hoy vamos a leer una vieja leyenda, vuelta a contar por un poeta moderno, el
nicaragüense Pablo Antonio Cuadra.

Cuentan que hace mucho tiempo, ¡tiempales hace! cruzaba una lancha de Granada a
San Carlos y cuando viraba de la Isla Redonda, le hicieron señas con una sábana.
Cuando los de la lancha bajaron a tierra, sólo ayes oyeron. Las dos
familias que vivían en la isla, desde los viejos hasta las criaturas, se estaban
muriendo envenenadas. Se habían comido una res muerta picada de toboba,
una víbora amante de rondar el ganado moribundo.
–¡Llévennos a Granada! –les dijeron.
Y el capitán preguntó:
–¿Quién paga el viaje?
–No tenemos centavos –dijeron los envenenados–, pero pagamos con
leña, pagamos con plátanos.
–¿Quién corta la leña? ¿Quién corta los plátanos? –dijeron los marineros.
–Llevo un viaje de cerdos a los Chiles y si me entretengo, se me mueren
sofocados –dijo el capitán.
–Pero nosotros somos gentes –dijeron los moribundos.
–También nosotros –contestaron los lancheros–. Con esto nos ganamos la vida.
–¡Por diosito! –gritó entonces el más viejo de la isla–. ¿No ven que si nos
dejan, nos dan la muerte?
–Tenemos compromiso –dijo el capitán. Y se volvió con los marineros y ni
porque estaban retorciéndose tuvieron lástima. Ahí los dejaron. Pero la abuela se
levantó del tapesco y a como le dio la voz les echó la maldición:
–¡A quienes se les cerró el corazón, se les cierre el lago!
La lancha se fue. Cogió altura buscando San Carlos y desde entonces perdió
tierra. Eso cuentan. Ya no vieron nunca tierra. Ni los cerros ven, ni las estrellas. Tienen
años, dicen que tienen siglos de andar perdidos. Ya el barco está negro, ya tiene las
velas podridas y las jarcias rotas. Mucha gente del lago los ha visto. Se topan en las
aguas altas con el barco negro, y los marinos barbudos y andrajosos les gritan:
–¿Dónde queda San Jorge?
–¿Dónde queda Granada?
Pero el viento se los lleva y no ven tierra. Están malditos.

“El barco negro”, en Pablo Antonio Cuadra (comp.), La piedra y el metal: cuentos, mitos y leyendas
de América Latina. México, sep-Cidcli, 2000.

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Sexto grado

143. Los tres héroes


Hoy vamos a leer a un gran poeta y patriota cubano, que vivió en México muchos
años. Así describe a nuestros héroes libertadores.

Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre su patria.
Hay hombres que tienen en sí el decoro de muchos hombres… en ellos van
miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son
sagrados.
Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de
la Plata; Hidalgo, de México.
Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban y las palabras
se le salían de los labios… el mérito de Bolívar fue que no se cansó de pelear
por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Libertó a
Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una
nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos
y medio desnudos…
San Martín fue libertador del Sur, el padre de la República Argentina, el padre
de Chile. San Martín hablaba poco, parecía de acero, miraba como un águila, nadie
lo desobedecía. Su caballo iba y venía por el campo de pelea, como el rayo por el
aire. Hay hombres así, que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se fue
a libertar a Chile y al Perú. En 18 días cruzó con su ejército los Andes altísimos y
fríos: iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos; abajo, los árboles
parecían yerba, los torrentes rugían como leones…
Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Leyó
los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaron el derecho del hombre a ser
honrado y a pensar y hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos y se llenó de
horror. Vio maltratar a los indios que son tan mansos y generosos, y se sentó entre
ellos como un hermano viejo, a enseñarles… el cura Hidalgo montó a caballo, con
todo su pueblo, que lo quería como a su corazón. Dijo discursos que dan calor y
echan chispas. Declaró libres a los negros. Les devolvió sus tierras a los indios. Ganó
y perdió batallas hasta que lo apresaron y mataron.
Hay que querer a todos los hombres que pelearon porque la América fuese del
hombre americano. A todos, al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe
desconocido.

Cristina Carbó et al. 501 maravillas del viejo Nuevo Mundo 1. México, sep-Hachette
Latinoamericana, 1994.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

144. La iguana
Las sabanas veracruzanas son tierras húmedas, las aguas las verdean. Y verde, de
tanto verde, está la iguana. Parece dinosaurio chaparrito y feroz, pero en realidad es
bonachona e inofensiva. Come pura verdura y ni siquiera te muerde.
Tampoco siempre es verde. También hay iguanas negras, los garrobos o
tilcampos. De iguanas hay más de trescientas especies ¡una familia muy numerosa!
Y, sin embargo, como a muchos otros animales, ya se le ve poquito en la sabana.
A veces, una iguana mascota nos mira desconsolada desde una pecera.
Arriba de la tarima, el bailador se transforma en iguana y obedece lo que
el cantador manda. Flexible, se escurre con mil contorsiones, piesea y rodillea y
ombliguea entre las risas de los asistentes.

Dicen que la iguana es verde será mentir,


y el tilcampo es alazán, será verdad,
yo agarré una por la cola, lo que anda diciendo
allá por Minatitlán. la gente allá,
que en ese pueblo
Dicen que la iguana muerde, no hay novedad,
pero yo digo que no; y si la hubiere
yo agarré una por la cola, poco será,
y hasta la lengua sacó. Alaritangea qué iguana tan fea,
que se sube al palo y se zarandea.
El apompo se quedó
compadre, sin una iguana, Mueve el espinazo, cómo espinacea;
el arroyo se secó mueve la cabeza, cómo cabecea;
y por eso la sabana mueve los hombritos, como que le hombrea;
de sentimiento murió. mueve su pechito, como que pechea;
Iguana mía mueve la cinturita, cómo cinturea;
para dónde vas, mueve la cadera, cómo caderea;
voy para el puerto mueve su ombliguito, como que ombliguea;
de Soledad, mueve la colita, cómo la menea, a la gea, gea.

“La iguana”, en Caterina Camastra (comp.), Ariles y más ariles: los animales en el son jarocho.
México, sep-El Naranjo, 2007.

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Sexto grado

145. La lucha contra los gérmenes


Todo el mundo estornuda, pero nadie lo hace como Donna Griffiths de Worcester,
Inglaterra. Ella empezó a estornudar el 13 de enero de 1981, cuando tenía 12 años,
y nunca dejó de estornudar. Donna estornudó una vez cada minuto durante días y
días. Un año más tarde, había estornudado cerca de un millón de veces.
Un día, los estornudos de Donna disminuyeron a uno cada cinco minutos, más
o menos.
Finalmente, el 16 de septiembre de 1993, celebró su primer día sin estornudar.
Para entonces había estornudado 978 días, casi tres años.
Por qué estornudó Donna tanto tiempo es un misterio que los doctores no han
podido explicar. Generalmente, los estornudos son una señal de que hay algo en tu
nariz, y tu cuerpo quiere deshacerse de eso. Sin siquiera pensarlo, tomas una fuerte
inhalación que sale disparada por tu boca y tu nariz, esparciendo todos los gérmenes,
polvo y otras partículas que hayan hecho cosquillas en tu nariz, para empezar.
Estornudar es sólo una parte del sistema de defensa de tu cuerpo, un sistema
que trabaja para protegerte de los gérmenes que te pueden poner ligeramente malo
o gravemente enfermo. Pero los estornudos no son la única forma que tiene el cuerpo
para limpiarse. ¿Sabías que tienes todo un ejército de defensores que luchan contra
los gérmenes? Sin ellos, tu vida sólo sería una enfermedad tras otra.
Ahora piensa en otra historia que tenemos para contarte: imagina vivir en una
sola habitación toda la vida. Así fue para David Vetter. En 1971, David nació con algo
que se llama Deficiencia de Inmunidad Severamente Combinada, o DISC. Su cuerpo
no podía combatir los gérmenes ni la enfermedad.
Para mantener todos los gérmenes lejos de él, los doctores colocaron a David
en una incubadora libre de gérmenes, cuando sólo tenía unos minutos de nacido.
Más tarde lo trasladaron a una habitación de plástico, libre de gérmenes: una
“burbuja”, con paredes de plástico transparente. David estuvo bien durante 12
años. Cuando los doctores intentaron hacerle un trasplante de médula enfermaron
a David, quien murió unos meses más tarde por las enfermedades que su cuerpo no
pudo combatir.
Afortunadamente, la burbuja de David fue la primera y última de su clase.
Ahora, cuando los doctores descubren el DISC en un bebé muy pequeño, pueden
robustecer su sistema inmunológico, y darle al niño una vida mejor y más sana.
Los gérmenes son los seres vivos más viejos de la Tierra. Algunos tipos han
existido desde hace más de 3,000 millones de años.

Trudee Romanek, “La lucha contra los gérmenes”, en ¡Achuuuuú!. México, sep-Planeta, 2007.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

146. ¿Por qué vivimos las tortugas en el agua?


Hace mucho tiempo un hombre llegó hasta un matorral donde estaba durmiendo
una tortuga.
“Tú serás algo bueno para comer”, dijo el hombre mientras agarraba a la
tortuga. Cuando llegó con su gente, todos se agruparon alrededor del hombre,
muy ansiosos de participar en el banquete.
“Oh, qué magnífica tortuga”, dijeron unos. “Qué tamaño”. Y luego se
dijeron:
“¿Cómo mataremos a la tortuga?”
“Yo tengo una lanza con punta muy aguda”, gritó uno de los hombres. Como
todos voltearon a mirarlo, el hombre agregó: “Seré feliz si puedo usar mi lanza”.
Mucho se asustó la tortuga. “Soy una tortuga muerta”, pensó. “Tengo que
detenerlo”. Luego gritó para que todos la escucharan:
“¿Una lanza? ¿Con una lanza me van a matar? ¡Eso sí que es chistoso! No
me hagan reír”.
Entonces uno de los hombres dijo: “No podrán matar a la tortuga con la lanza,
pero la mataremos con piedras”.
“¿Piedras? ¿Con piedras piensan matarme?” y ahora sí estaba la tortuga
riéndose de verdad. “¿Quién ha oído que hayan matado alguna tortuga con
piedras?”
Otro hombre aseguró que el fuego lo haría: “Arrojemos a la tortuga al fuego”.
“¿Han visto mi caparazón? ¡Toquen, toquen hombrecitos! El fuego sólo podrá
hacerme cosquillas.”
Entonces el hombre que la encontró en el matorral ya no se aguantó. Exasperado,
sacó su cuchillo y el perverso filo relumbró: “Mi cuchillo nunca me ha fallado”, dijo
muy orgulloso.
La tortuga pasó saliva y dos gotitas de sudor resbalaron por su frente.
“¿Cuchillo? ¿Puede tu cuchillo cortar una piedra? Yo soy más dura que las
piedras”.
Descorazonados, los hombres se miraron entre sí.
“Una sola cosa nos queda”, dijo el jefe de la tribu.
Y tan hambrienta estaba la gente que estaba dispuesta a aceptar
cualquier idea.
“¿Qué es lo que aún no hemos intentado?”, le preguntaban.
“¡El agua!” dijo el jefe. “Arrojemos a la tortuga en el río para que se ahogue”.
“Sí”, gritaron todos.
“No, no, no”, gritó la tortuga y su voz sonaba llena de terror y de pánico.

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Sexto grado

“Por favor, el agua no.” Y acercándose al hombre que la encontró en el matorral, le


imploraba: “Por favor, usa tu cuchillo, no dejes que me lancen al agua”.
Pero el jefe gritó:
“Llévenla al río”.
Cuatro hombres la levantaron, la llevaron al río y la lanzaron. La tortuga
desapareció de los ojos de los hombres.
“Se está ahogando”, gritó el jefe y todos lo felicitaron por su idea. Pero de
repente, la cabeza de la tortuga salió a la superficie y comenzó muy alegre a nadar
para alejarse de allí.
“La tortuga nos engañó”, se dijeron los hombres y le gritaron:
“¡Regresa!”
“Nunca”, dijo la tortuga.
Yo soy una tortuga y así me lo explicó mi abuelo cuando
le pregunté por qué las tortugas vivimos en el agua.

Por qué vivimos las tortugas en el agua. México, sep-Fernández Editores, 1988.

147. Ahí tienes


Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda la vida se la había
pasado sueñe y sueñe. Y sus sueños eran, como todos los sueños, puras cosas
imaginarias. Primero soñó en que se encontraba de pronto con la bolsa llena de
dinero y que compraba todos los dulces de todos los sabores que había en todas
las tiendas del mundo. Así era de rico. Después soñó en tener una bicicleta y unos
patines y una buena bolsa de canicas. Más tarde soñó en ser chofer o maquinista
de un tren para recorrer lugares. Y se pasaba las tardes tirado de barriga en el
suelo, soñando en las cosas interesantes que habría más allá de los cerros que tenía
enfrente. En el pueblo de él había unos cerros muy altos. Y a veces soñaba con ser un
zopilote y volar, muy suavemente como vuelan los zopilotes hasta dejar atrás aquel
pueblo donde no sucedía nunca nada interesante.
Una vez vinieron los Reyes Magos y le trajeron un libro lleno de monitos donde
se contaban historias de piratas que recorrían las tierras y los mares más raros que
tú o yo hayamos visto. Desde entonces no tuvo otro quehacer que estarse leyendo
aquella clase de libros donde él encontraba un relato parecido al de sus sueños.
Se volvió muy flojo. Porque a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar
sentados, les da flojera hacer cualquier otra cosa. Y tú sabes que el estarse sentado y
quieto le llena a uno la cabeza de pensamientos. Y esos pensamientos viven y toman

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

formas extrañas y se enredan de tal modo que, al cabo del tiempo, a la gente que
eso le ocurre se vuelve loca.
Aquí tienes un ejemplo: Yo.

Acuérdense que los escritores siempre andan fantaseando. Rulfo dice aquí que
leer es peligroso. No se lo crean. Con los dos libros que escribió, Rulfo se convirtió
en uno de los escritores más importantes del mundo.
Juan Rulfo, “Fragmento de una carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio, 26 mayo 1947”,
en Aire de las colinas. Cartas a Clara. México, sep-fce, 2000.

148. ¿Por qué encanece el pelo?


Nuestro pelo y nuestra piel están coloreados por una sustancia química llamada
melanina. El pelo gris es pelo que no está obteniendo su suministro habitual de melanina.
La melanina está compuesta por unas células especiales de la piel llamadas
melanocitos. Una de cada diez células cutáneas es un melanocito. Los melanocitos
tienen una forma muy divertida de pulpo.
Dentro del melanocito, los aminoácidos, procedentes de las proteínas que
ingerimos, son transformados en melanina por una enzima. La melanina viaja hasta
los –tentáculos– de la célula, los cuales están en contacto con las paredes de otras
células cutáneas ordinarias. Usando los tentáculos como tubos alimenticios, las
células de la piel absorben una parte de la melanina en la piel, más oscura en unos
tubos cutáneos llamados folículos, que también se componen de células cutáneas.
De este modo, la melanina llega hasta el pelo al igual que hasta la piel.
El pelo pierde su color cuando se interrumpe su suministro normal de melanina.
Esto sucede de dos formas: los melanocitos pueden empezar a producir menos melanina,
y sus tentáculos pueden acortarse, hasta el punto de no alcanzar las células del pelo.
La producción de melanocitos disminuye con la edad. Es entonces cuando
algunos pelos, recibiendo sólo una minúscula fracción de sus pigmentos cromáticos,
empiezan a encanecer. (La piel también pierde un poco de su pigmentación, pero
esto pasa inadvertido.)
Pero cuando los melanocitos del pelo desaparecen, como suele ocurrir tarde o
temprano, se torna completamente blanco. ¿Porqué éste es el color natural, sin teñir,
de la queratina, la proteína que forma las hebras de pelo.
En ocasiones, lo que vemos como una cabeza recubierta de pelo gris es
realmente una ilusión óptica: pelos oscuros y pelos blancos entremezclados en una
aparente combinación gris de sal y pimienta.

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Sexto grado

La aparición del primer pelo blanco depende a menudo


de cuándo empezaron a encanecer tus padres y tus abuelos.
Algunas personas tienen sus primeras canas a los catorce
años. Un estudio de varones en Australia demostró que,
entre los 25 y los 34 años, el 22 por ciento tenía algún
pelo gris, y a partir de los 55 años, ya era el 94 por ciento.
Sin embargo, algunos afortunados envejecen con el color
natural de su pelo intacto. Curiosamente, las personas rubias
son quienes más probabilidades tienen de encanecer por completo,
si bien, por otro lado, las canas son más visibles en un pelo oscuro.
Pero los científicos saben que las enfermedades, incluyendo el paludismo, el
tifo e incluso la gripe, pueden dañar los melanocitos, al igual que una glándula
tiroides hiperactiva, la diabetes y determinados tipos de radiación. Asimismo, una
dieta pobre en vitamina B12 también puede decolorar el pelo. En ocasiones, los
melanocitos vuelven a entrar en acción cuando la dieta mejora, y el pelo recupera
de nuevo su color.

Kathy Wollard, “¿Por qué encanece el pelo?”, en El libro de los porqués 2. México, sep-Oniro, 2003.

149. Rogelio
Rogelio no se percataba de que ya estaba muerto o sencillamente se resistía a
aceptarlo. Por ello una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba enterrado y no era
raro encontrárselo comiendo en algún restaurante cercano al cementerio. En algunas
ocasiones nos iba a visitar al retorno y se pasaba largas horas platicando sobre los
viejos tiempos. Sin duda, varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya
era un cadáver y que apestaba bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez
increíble se presentaba en cualquier lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato
sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía.
Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos
divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió
con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más
volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi
mujer… mi mujer, decidió incinerarme.

Guillermo Arriaga, “Rogelio”, en Retorno 201. México, sep-Norma, 2002.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

150. La suegra y la nuera


Suegra: –M’hijo se casó,
ya tiene mujer, Suegra:–Yo quise a mi nuera,
mañana veremos la quise y la adoro,
lo que sabe hacer. por verla sentada en
las llaves de un toro.
Levántate, mi alma,
como es de costumbre, Nuera: –Yo quise a mi suegra,
lavar tu brasero la quise y la quiero,
y poner la lumbre. por verla sentada
en un hormiguero.
Nuera: –Yo no me casé
para trabajar, Suegra: –Ay, ay, ay, ay, ay,
si en mi casa tengo que me haces llorar,
criados que mandar. con los malos ratos
que me haces pasar.
Suegra: –¡Demonio de nuera!,
¿pues qué sabe hacer? Nuera: –Ay, ay, ay, ay, ay,
Coja usted la escoba, que me haces llorar,
póngase a barrer. las ingratitudes
que me haces pasar.
Nuera: –¡Demonio de vieja!,
¿por qué me regaña? Suegra: –¡Ay, hijo de mi alma,
El diablo se pare en mira a tu mujer!
sus sucias marañas. Llévala al infierno,
no la puedo ver.
Suegra: –¡Demonio de nuera!
¿pues qué sabe hacer? Hijo: –¡Ay, madre del alma,
Coja usted la aguja, cállese por Dios!
póngase a coser. que yo ya me canso
de oír a las dos.
Nuera: –¡Demonio de vieja!
¿por qué me maldice?
El diablo se pare en
sus sucias narices.

“La suegra y la nuera”, en Vicente T. Mendoza (comp.), Lírica infantil de México, México, fce, 1984.

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Sexto grado

151. Leyenda de los pieles rojas


Cuentan los pieles rojas que cuando la tierra fue creada era muy hermosa con sus
montes, valles, ríos y mares. Lo único que faltaba en ella era quién la habitara.
Una mañana, el Dios de los antiguos pobladores de la región noroeste de la
América del Norte, Manitú, se levantó de excelente humor y decidió crear al hombre.
Tomó un poco de barro y modeló un hermoso muñeco con cabeza, tronco, brazos y
piernas. ¡Era una maravilla! Después encendió un horno y lo metió allí para que se
cociese. No quería a un hombre crudo y sin sabor.
Ese día hacía mucho calor. Cansado por el trabajo que le había dado hacer
ese hombre de barro, Manitú se recostó un ratito a la sombra de un árbol mientras
el horno hacía su trabajo. Pero estaba tan fatigado que se quedó dormido y no se
despertó a tiempo para sacar su creación del horno.
Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que olía a quemado y corrió al horno.
¡Qué horror! Cuando sacó al muñeco estaba tan cocido que parecía hecho de
carbón.
Manitú, a quien no le gustaba reconocer sus errores, dijo:
–Será la raza negra.
Y lo mandó a vivir al centro de África.
Preocupado por su descuido, al día siguiente decidió hacer otro muñeco y
se dispuso a cocerlo con gran cuidado. Sin embargo, por temor a que volviera a
quemarse, metió poca leña en el horno y se quedó esperando. Impaciente, sacó el
muñeco antes de tiempo.
¡Otro desastre! Estaba mal cocido y era más pálido, todo blanco.
Manitú se rascó la cabeza y como nadie adivinaba sus propósitos dijo:
–Será la raza blanca –y se fue a descansar; no había sido un buen día.
Pero Manitú no suele darse por vencido. Como quería algo distinto, modeló un
nuevo muñeco.
Para que no se quemara ni pareciera crudo, buscó una solución muy original:
–Voy a untarlo bien de aceite, así quedará a punto.
Sin embargo, otra vez fracasó. Al fin y al cabo solamente había cocido tres
hombres, por lo tanto Manitú era todavía un cocinero inexperto. Puso demasiado
aceite en la masa y el muñeco resultó amarillo.
Miró para los costados y, sin perder el ánimo, decidió:
–Será la raza amarilla.
Dicen que después le puso una pequeña coleta en la cabeza y lo mandó en
barco a Asia.
Al cuarto día, Manitú se levantó muy decidido. Amasó bien el barro, le puso el

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

aceite necesario, metió en el horno la leña conveniente, atizó bien el fuego y sacó el
muñeco a tiempo.
El dios, ahora sí, quedó contento. En su mano tenía un hermoso hombre color
bronceado… ¡Tal como lo había imaginado!
–Será la raza roja, mi raza preferida –decidió Manitú.
Y le puso sobre su cabeza un gran penacho de blancas plumas.
Así fue como nacieron los pieles rojas, que forman la raza más bella del mundo.
Al menos eso dicen ellos y Manitú.

“Leyenda de los pieles rojas en Nerio Tello (comp.), Antes de América: leyendas de los pueblos
originarios. México, sep-Celistia, 2008.

152. Kikiri miau


Seguramente ustedes han visitado algún zoológico, ¿no es así? Los poetas también
los visitan y algunos de sus poemas reflejan sus impresiones de esos encuentros con
los animales. Aquí tienes algunos de sus poemas.

Luciérnagas El tucán
Luciérnagas de la noche, El tucán
mínimas y juguetonas dijo herejías
bajo las alas esconden de colores.
sus lámparas temblorosas Por eso
su estuche
Y van bailando su baile de laca taraceada,
por entre el negro profundo, hueso de mamey alado,
como si estrellas llovieran canoa amarilla
sobre la casa del mundo. tapada con espejos.
Claudia Lars Elisa Ramírez

¿Qué es el gato? Un mono


El gato El pequeño mono me mira…
es una gota ¡Quisiera decirme
de tigre. algo que se le olvida!
Jairo Aníbal Niño José Juan Tablada

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Sexto grado

Abejas
Como manchas amarillas en lo verde
van y vienen
eléctricas abejas,
luminosas abejas
como antorchas
van y vienen las abejas
como manchas amarillas en lo verde.
Armando Rubio Huidobro

Marta Acevedo (selección), Kikiri miau, México, sep, 1994.

153. La edad de la basura


La próxima vez que compres un alimento para
llevar, piensa en el empaque. Se usa sólo una
vez, pero puede durar tanto como tú o más.
Basura como ésta se agrega a la gran montaña
de desechos que generamos cada día. Hoy, la
basura es un problema mundial. Tanto, que
llega a los rincones más remotos del mundo.

Cambios en el recipiente
Los estilos de vida han cambiado mucho en el último siglo, y los desperdicios también.
En 1900 había pocas cosas que se empacaban, y se compraban para que duraran.
Ahora, los empaques están en todas partes y lo que compramos, desde ropa hasta
celulares, pronto se vuelve obsoleto. En un mundo en el que comprar es el mayor
pasatiempo, cada uno de nosotros genera hasta una tonelada de basura al año.
Los desechos actuales contienen grandes cantidades de plástico (material
sintético muy resistente al deterioro). Los plásticos son muy útiles y es difícil imaginar
la vida sin ellos. Pero como las bacterias y demás microbios no los destruyen, quizá
no desaparezcan. A veces los objetos de plástico se trituran, pero sus fragmentos
pueden durar cientos de años.
Además de los plásticos, los desechos domésticos y los industriales contienen
muchos y diversos materiales, todos revueltos. No es fácil deshacerse de ellos con
seguridad. La solución tradicional, enterrarlos, causa problemas porque los deshechos
descomponen el subsuelo. Expelen gases peligrosos y líquidos que pueden contaminar

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

a los ríos. Una alternativa son los incineradores especiales; el calor generaría fuerza
eléctrica. Pero son controvertidos porque liberan peligrosos contaminantes al aire.

Desechos en el mar
El mar siempre está en movimiento y esparce basura a lo largo y ancho. La basura
puede cruzar océanos, e incluso islas remotas puede reunir desechos en sus playas.
Hacia 1990, se investigó una playa deshabitada en Ducie Island. A pesar de ser
un punto aislado del mundo a 4,500 kilómetros de la costa de Sudamérica, se
encontraron cientos de piezas, desde juguetes de plástico hasta tanques de gas. La
basura no sólo es fea, sino también una amenaza para los animales marinos. Lazos
y redes pueden atrapar focas y aves en el mar y en la playa. Tortugas y mariposas
pueden tragarse bolsas de plástico al confundirlas con medusas.

David Burnie, “La edad de la basura”, en Planeta en Peligro. México, sep-Altea, 2006.

154. Juan Regaña


Había una vez un campesino que era muy bueno, pero muy protestón. Lo llamaban
Juan Regaña.
Tenía una carreta. Con ella iba a todas partes, pero un día de tantos mientras
viajaba al pueblo, al pasar al lado de un gran roble se le atascó la carreta. Juan
Regaña gritó demasiadas maldiciones, sin embargo recordó a Atlas, un dios muy
forzudo y grandote que hace muchísimos millones de años dicen que llevó un mundo
entero sobre sus hombros.
–¡Atlas! –gritaba Juan Regaña–. ¡Tú, que tienes tanta fuerza puedes ayudarme
a salir de este atolladero!
–¿Qué te ocurre? –preguntó Atlas.
–¡Se me atascó la carreta! –contestó Juan.
–¿Has probado otra cosa que no sea gritar y maldecir? –preguntó Atlas. Pero
Juan no lo oía porque solo saltaba y gritaba.
–¡Tú, Atlas, puedes ayudarme!
–¡Mira! –dijo Atlas– La rueda está llena
de barro, límpiala, luego busca una piedra
grande y pícala, con ella cubre el pozo donde
cayó tu carreta y jálala con el látigo. Juan hizo
todo lo que Atlas le indicó y cuando tomó el
látigo, la carreta partió ligerito.

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Sexto grado

–¡Gracias, Atlas! ¡Cómo me has ayudado!–decía Juan, que ni cuenta se daba


de que todo el trabajo lo había hecho él, sin quejarse y con la cabeza serena. ¡Te
llamaré todas las veces que te necesite! –dijo Juan.
–¿Qué? –dijo Atlas–. ¿Hacerme venir volando por estas simplezas? Cuando se
te ocurran esas cosas, mejor te llamas a ti mismo a la calma.
–¿La calma? ¡No la conozco! –dijo Juan.
–Te vendría bien conocerla, porque gritas y maldices como si fueras Juan
Regaña.
–¿Juan Regaña? ¡Ese soy yo! –dijo boquiabierto Juan. Pero Atlas volaba tan
alto, que no lo oyó y nunca supo que en verdad Juan era el verdadero Juan Regaña.
Desde aquel día Juan recurrió a la calma, y entonces protestó cada vez menos. Hasta
que ya no fue Juan Regana, sino Juan… ¡Juan a secas!

“Juan Regaña”, en Beatriz Barnes (selección), Fábulas. Para leer en voz alta.
México, sep-Salvat, 1993.

155. Bombas yucatecas


La bomba es una copla de carácter festivo o de guasa que, además de tener buena
rima, demuestra el agudo ingenio de los intérpretes de la jarana. Originalmente servía
para halagar a la pareja, pero con el correr del tiempo abarcó diversos temas.

El sombrero en la jarana
es contraseña de gala,
a la mestiza engalana
y más donaire regala.

Tres arcos tienes preciosos


mi Mérida de Yucatán,
que lucen ¡bellos, garbosos!
¡Orgullo del Mayathan!

Yucatán con su alegría


y Mérida siempre en domingo
invitan a algarabía
al yucateco y al gringo.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Tu lo quisiste, mi amor,
me alejo con alegría
porque tu dulce candor
para mí es hipocresía.

En mi alma hay un recuerdo


que a mi mente trae loca
es el afable regalo
de la miel que da tu boca.

Si te miras al espejo
que no te asusten tus canas
déjalas yo te ¡aconsejo!
pues les gustan a las damas.

Como se habrán dado cuenta con estos versos se destaca, en el ámbito nacional, el
arte popular de Yucatán.
Manuelita Pavía de Coronado, “Bombas Yucatecas”, en Fantasía yucateca. 100 bombas.
México, sep-Casa Juan Pablo, 2006.

156. La revolución genética


En la actualidad, no dejan de aparecer noticias sobre la genética, los alimentos
transgénicos y los bebés a la carta. ¿Qué son exactamente los genes y el adn?
¿Dónde están? ¿Por qué son tan importantes?

Cambios genéticos
En un periodo de 50 años, se ha pasado del descubrimiento del adn y los genes
a saber modificarlos, lo que significa que es posible alterar el funcionamiento de
los seres vivos y de inventar variedades nuevas de animales y plantas. Además, la
genética es la base de muchos otros inventos y descubrimientos.

¿Qué son los genes?


Los genes se encuentran en las células que componen todos los organismos y
proporcionan la información que necesitamos los humanos, las plantas y el resto de
los seres vivos para funcionar. Los genes están formados por un compuesto químico
llamado adn. Los genes y el adn son lo mismo.

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Sexto grado

Descubrimientos
Durante muchísimos tiempo, los científicos no supieron cómo funcionaban los seres
vivos, ya que los genes y el adn se descubrieron hace tan sólo cien años. Hoy en día,
los genetistas saben mucho del funcionamiento de los genes y de cómo controlan
las células y los organismos

Preocupación
A mucha gente le preocupa el avance de la genética, porque piensa que puede ser
peligroso alterar genes y provocar cambios en los seres vivos. Por eso se organizan
campañas en contra de algunos de los usos de la genética.

Inventos asombrosos
Éstos son algunos de los descubrimientos e inventos que ha llevado a cabo la ciencia
a partir del conocimiento de los genes y el adn.

– El mapa del genoma: Los científicos han logrado obtener un mapa del
genoma humano, es decir, toda la información almacenada en el material
genético de una persona.
– La clonación: Gracias a la genética, se han conseguido clonar (realizar copias
exactas) de muchas especies de animales y plantas.
– Los bebés a la carta: La medicina puede ayudar a las parejas a tener hijos
sanos, ya que es posible analizar las primeras células del embrión para
comprobar que no tenga enfermedades genéticas, las cuales se transmiten
de padres a hijos por medio de los genes.
– La manipulación genética: Se puede cambiar a un ser vivo alterando
previamente sus genes. Por ejemplo, se han creado ratones transgénicos
(manipulados genéticamente) que brillan en la oscuridad.
– Avances en medicina: Los científicos han desarrollado bacterias transgénicas
que fabrican proteínas beneficiosas para el cuerpo humano como la insulina,
que se usa como tratamiento para la diabetes.
– La huella del adn: Como el adn de cada persona es único, se puede analizar
una muestra de piel para averiguar, por ejemplo, quién ha cometido un
delito.

Anna Claybourne, “La revolución genética”, en El gran libro de los genes y el adn.
México, sep-Océano, 2006.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

157. Un joven de Vinci


Leonardo da Vinci nació en una aldea remota de Italia hace más de 500 años. Se
conocen muchos detalles sobre su nacimiento gracias a su abuelo, Antonio da Vinci,
quien escribió sobre el acontecimiento en un viejo cuaderno. No lo había utilizado
durante 16 años y empleó el poco espacio que le quedaba al final de la última
página para contar el nacimiento de su nieto.
Según su abuelo, Leonardo nació en Vinci el 15 de abril de mil cuatrocientos
cincuenta y dos. La familia de Leonardo había vivido allí durante, al menos, 200 años
antes de que él naciera. Habían adoptado el nombre de la aldea como apellido, una
práctica muy común en la Italia de aquel tiempo.
Leonardo Da Vinci estudió para ser artista, pero en su larga trayectoria no pintó
más que unos pocos cuadros, dejando muchos inacabados. Sin embargo, uno de
ellos, la Mona Lisa, es uno de los más famosos de la historia. Actualmente, el cuadro
puede apreciarse en el museo del Louvre de París. Es una pintura revolucionaria
en muchos aspectos. Leonardo utilizó la pose de tres cuartos en su sentido pleno:
una mujer aparece retratada desde la cintura, incluidas las manos, y sus ojos miran
directamente al espectador, en lugar de hacia la distancia, algo nunca visto hasta
entonces.
Leonardo también tenía otros intereses, como las matemáticas y la ingeniería.
Actualmente, se le considera un auténtico genio, pues en sus pinturas y cuadernos
de notas podemos descubrir a un hombre único con una gran sed de conocimiento.
Un hombre cuyos sueños y descubrimientos lo transportaron al futuro. Un hombre
que se adelantó a su tiempo.

John Malam, “Un joven de Vinci”, en Leonardo Da Vinci: el genio que definió el Renacimiento.
México, sep-Altea, 2007.

158. El Periquillo Sarniento

La primera novela que se publicó en América, en 1816, es El Periquillo Sarniento.


Su autor es un mexicano, José Joaquín Fernández de Lizardi. Vamos a dedicar
varios días a esta obra, que buscaba denunciar los abusos del gobierno virreinal
y muchas malas costumbres de aquella sociedad. Por desgracia, casi todas las
conservamos.

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Sexto grado

Los motivos del Periquillo para dejar a sus hijos estos cuadernos
Postrado en una cama hace muchos meses, entre médicos y enfermeras, esperando
con resignación el día en que tengan que cerrarme los ojos, queridos hijos míos, he
pensado dejarles escritos los sucesos de mi vida, para que sepan cuidarse de muchos
de los peligros que amenazan y lastiman a los hombres en el curso de sus días. Les
suplico que no se escandalicen con las locuras de mi juventud. Voy a contárselas sin
ocultar nada, para que ustedes escarmienten en mis extravíos.
Nací en México, capital de la Nueva España, por los años de 1771 a 1773, de
padres que no eran ricos pero tampoco vivían en la miseria. Ningunos elogios serían
bastantes en mi boca para dedicarlos a mi cara [querida] patria. Me bautizaron, me
pusieron por nombre Pedro y por apellido como se acostumbra; el de mi padre, Sarmiento.
Mi madre era bonita y mi padre la amaba mucho. Con esto, y con el
convencimiento de mis tías, se decidió ponerme una chichihua, como acá decimos,
para que me amamantara.
Tomasa tenía un genio del demonio; me daba de comer y, cuando estábamos
solos, me maltrataba bien y bonito.
Mi padre era un hombre sensato y se oponía a todas las simplezas de mi
madre, así que no permitió que me cubrieran de amuletos para protegerme del mal
de ojo y otros peligros imaginarios.
Pero apenas comencé a crecer, bastante que yo manifestara el deseo de
cualquier cosa para que mi madre hiciera lo imposible por dármela, aunque yo no
tuviera razón. Otra candidez tuvo la inocente, que fue llenarme la fantasía de cocos y
espantajos. Con eso, me fui haciendo de espíritu cobarde, así que todavía a los ocho
o diez años no podía oír ningún ruidito en la noche sin que me espantara.

José Joaquín Fernández de Lizardi, El periquillo Sarniento, Sus extraordinarias venturas y


desventuras contadas por Felipe Garrido. México, sep, 2006.

159. El Periquillo Sarniento, II


Vamos a seguir con las andanzas del Periquillo. Vamos a ver cómo le fue en la escuela,
y porqué sus compañeros le cambiaron el nombre de Sarmiento a Sarniento

Periquillo va a de una escuela a otra


Llegado el día, hizo sus pucheritos mi madre, yo un montón de berrinches, pero nada
valió para que mi padre cambiara su decisión: aunque no me gustara, me mandaron
a la escuela.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

El maestro era buena gente, pero no sabía dar clases. En esos días yo vestía
saquito verde y pantalón amarillo. Esos colores hicieron que mis amigos me apodaran
Periquillo. Pero como había otro Perico, una vez que me dio sarna quedé convertido
en el Periquillo Sarniento.
Un día llegó un señor para inscribir a un niño en la escuela y, cuando vio la
mala ortografía de mi maestro, le dijo:
–Me llevo a mi sobrino.
Después de eso, mi padre tuvo que buscarme un nuevo maestro. Cinco días
después me llevó a su escuela y me dejó bajo su espantosa tiranía. Mi nuevo maestro
era muy bilioso. Estaba convencido de que la letra con sangre entra, y raro era el día
en que no nos azotara.
¡Qué no hizo mi madre, movida por mis quejas, para convencer a mi padre de
que me cambiara de escuela! Pero él se mostró inflexible. Hasta que un día fue a la
casa un religioso que ya sabía cómo era el famoso maestro, y contó tales cosas que
mi padre decidió cambiarme de escuela.
¡Cuál fue mi sorpresa cuando la vi! Era muy amplia y limpia, llena de luz y
bien ventilada. Dos años estuve allí, al cabo de los cuales medio sabía leer, escribir
y contar.
Cuando terminé la escuela, mis padres comenzaron a ver qué sería de mi vida.
Mi padre quería que yo tuviera un oficio. Mi madre protestaba:
–¿Qué dirá la gente –le decía– si ve que nuestro hijo está aprendiendo a ser
sastre o algo por el estilo? ¿Te parece bien eso?
–Sí, mi alma –respondía mi padre–. Me parece muy bien que un niño aprenda
un oficio, para que no ande mendigando. Lo que me parece malo es que tenga que
andar de gorrón, o se dedique al juego.
Mi madre quería que yo siguiera estudiando. Y como ya no supo qué decir,
comenzó a llorar. Con sus cuatro lágrimas echó por tierra la firmeza de mi padre.
Como él la amaba, le dijo:
–No llores, hijita. Si es tu gusto que estudie, ¡pues que estudie!
Llegó el día en que me pusieron a estudiar, y fue con don Manuel Enríquez.
Después de tres años terminé mis estudios con este maestro. Lo que mis padres no
sabían era que, como en esa escuela había todo tipo de niños, yo había escogido por
amigos a los peores y me había convertido en el más maldito de todos.

Tenemos que cuidar quiénes son nuestros amigos.


José Joaquín Fernández de Lizardi, El periquillo Sarniento, Sus extraordinarias venturas y
desventuras contadas por Felipe Garrido. México, sep, 2006.

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Sexto grado

160. El Periquillo Sarniento, III


El Periquillo crece, y se hace un pícaro que cambia de oficio muchas veces, hace
trampas, tiene tiempos buenos y tiempos malos. Como un ejemplo de sus aventuras,
vamos a leer lo que le sucedió cuando trabajó por un tiempo con un médico y luego
se hizo pasar por doctor.

Tanto observar los remedios que mi amo recetaba, me hizo creer que ya sabía
medicina. Un día me quiso dar de palos. Esa misma noche, cuando la casa estaba
en lo más pesado del sueño, ensillé la mula, hice un bulto con catorce libros, una
capa, una peluca vieja y un formulario de recetas del doctor. Me llevé también
una alcancía que era de la hermana.
Me hospedé en un mesón. Estaba pensando a dónde iría, cuando se acercó
un muchacho a pedir un bocadito. Yo le hice creer que me acababa de examinar
en medicina y que andaba buscando un pueblo donde hacer fortuna, porque en
México había más médicos que enfermos. El pobre muchacho me rogó que nos
fuéramos a Tula, donde no había médico.
A los dos días de llegar a Tula me informé de quiénes eran los vecinos
principales. Les ofrecí mis servicios, y los visité vestido de ceremonia, con capa
y peluca. Para que me viera el pueblo, el domingo me presenté en la iglesia. No
cesaban de preguntar quiénes éramos. Y el muchacho les decía:
–Este señor es mi amo, el doctor don Pedro Sarmiento.
De todas partes iban a consultarme. Por fortuna, los primeros que me
consultaron fueron de aquéllos que sanan aunque no se atiendan.
Me llamaron una noche a la casa del tendero más rico, quien sufría de
cólico. Mandé cocer malvas con jabón y miel. El enfermo bebió la asquerosa
poción y con eso tuvo para vomitar la mitad de las entrañas, e inmediatamente
se alivió.
Con estas curaciones comenzó el vulgo a celebrarme. A medida que crecía
mi fama se aumentaban mis monedas y mi soberbia.
A pesar de mi ignorancia, no se reducía mi crédito porque los que sanaban
me alababan, y los que morían no podían quejarse.
Me llamaron de casa de un viejo reumático, a quien di seis o siete purgas, le
estafé veinticinco pesos y lo dejé peor de lo que estaba. Lo mismo hice con otra
vieja, a la que abrevié sus días con ruibarbo y cebollas.
Así pasé unos meses, hasta que acaeció en aquel pueblo una epidemia del
diablo: acometía a los enfermos una fiebre, y en cuatro días tronaban.
Para colmo, me tocó atender a la gobernadora de los indios. Le di el tártaro,

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

expiró, y a otro día, que fui a ver cómo se sentía, hallé la casa inundada de indios,
indias e inditos que lloraban. Apenas me vieron, comenzaron a tirarme piedras
con gran tino, diciéndome: “Maldito seas, médico endiablado.”
Yo apreté los talones a la mula y, con tanta carrera, a los dos días la mula
cayó muerta. Vendí la silla en lo primero que me dieron, tiré la peluca en una
zanja, y a pie, con la capa al hombro, llegué a México.

José Joaquín Fernández de Lizardi, El periquillo Sarniento, Sus extraordinarias venturas y


desventuras contadas por Felipe Garrido. México, sep, 2006

161. Primera consulta


Cuando mi primo Chucho terminó su carrera, el más feliz y orgulloso de todos era mi
tío Tacho. Su mayor satisfacción era nuestros logros.
Inmediatamente le acondicionó un consultorio al lado del suyo.
–Mire, chuchito –le dijo–, este consultorio es para usted, pero no quiero que
se sienta obligado a venirse a trabajar a San Miguel. Si usted desea quedarse en
el pueblo, o irse a otro lugar, está bien; sólo quiero que tenga en cuenta que los
aparatos y el mobiliario que están aquí son suyos y si quiere se los puede llevar…
claro que en este caso usted pagaría la mudanza –agregó rápidamente–… aquí
contaría con casa y comida, pero le advierto que en cuanto usted comenzara a
ganar dinero tendría que pagarme la renta del consultorio. No me conteste ahorita,
piénselo todo el tiempo que necesite.
Al día siguiente de que Chucho presentó su examen profesional para obtener
el título de médico veterinario, se instaló en la casa y estrenó su consultorio.
Nerón y Celín, los perros de mi abuela, lo mismo que el Rorro, fueron sus
primeros clientes. Ese día mi tío había ido muy temprano al pueblo a traer a los
perros de mi abuela. Se quedó un buen rato afuera del consultorio de Chucho
sujetando a los animales y batallando con ellos, platicándole a toda la gente
que pasaba por ahí que había un nuevo veterinario en San Miguel y que era
buenísimo.
Cuando Chucho terminó de revisar a los animales y les aseguró que estaban
completamente sanos, mi tío le preguntó:
–¿Cuánto le debo?
–¿Cómo cree que le voy a cobrar, tío? –dijo mi primo.
–¡Y por qué no! –gritó disgustado– ¡Es su trabajo! A usted le costó mucho
esfuerzo llegar a ser lo que es y no va a regalar sus servicios. ¿Cuánto le debo?

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Sexto grado

–Son veinte pesos, tío –respondió Chucho muy apenado.


–Muy bien, aquí están –le tendió un billete.
Chucho lo acompañó a la puerta. Antes de salir, mi tío se paró en seco y le dijo:
–¡Ah, se me olvidaba!, cuando termine su consulta vaya a pagarme el adelanto
de la renta.
Claudia Celis, “Primera consulta”, en Donde habitan los ángeles. México, sep-sm, 2002.

162. Caracol
Homenaje a Ramón López Velarde

Tú, como todos, eres lo que ocultas. Debajo


del palacio tornasolado, flor calcárea del mar
o ciudadela que en vano
tratamos de fingir con nuestro arte,
te escondes indefenso y abandonado.
Artífice o gusano: caracol
para nosotros tus verdugos.

Ante el océano de las horas alzas


tu castillo de naipes, tu fortaleza erizada.
Vaso de la tormenta,
recinto de un murmullo que es nuevo siempre.
Círculo de la noche, eco, marea,
tempestad en que la arena se vuelve sangre.

Sin la coraza de lo que hiciste, el palacio real


nacido de tu genio de constructor,
eres tan pobre como yo,
como cualquiera de nosotros.
Y tú sin fuerzas puedes levantar
una estructura milagrosa, insondable.
Nunca terminará de resonar en mí
lo que preserva y esconde.

En principio te pareces a los demás: la babosa,


el caracol de cementerio.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Eres frágil como ellos y como todos.


Tu fuerza reside
en el privilegio de tu concha,
evidente y recóndita manera
de estar aquí en el planeta.

A vivir y a morir hemos venido.
Para eso estamos.
Pasaremos sin dejar huella.
El caracol es la excepción.
Qué milenaria paciencia
irguió su laberinto irisado,
la torre horizontal en que la sangre del tiempo
pule los laberintos y los convierte en espejos,
mares de azogue opaco que eternamente
ven la fijeza de su propia cara.
Esplendor de tinieblas, lumbre en reposo,
la superficie es su esqueleto y su entraña.

Cuando termine su eco
perdurará sólo el mar
que está muriendo desde el principio del tiempo.
Es plenitud su clamoroso silencio.

Agua que vuelve al agua, arena en la arena,


sangre que se hunde en el torrente sanguíneo,
circulación de las palabras en el mar del idioma:
la materia que te hizo único,
pero también afín a nosotros,
jamás volverá a unirse, nunca habrá nadie
igual que tú, semejante a ti,
siempre desconocido en tu soledad
pues, como todos,
eres lo que ocultas.

José Emilio Pacheco, Álbum de zoología. México, sep-era, 2006.

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Sexto grado

163. Conócete a ti mismo


Que te cambie el cuerpo no está mal, pero el efecto que la pubertad tiene en tus
emociones, no hace tanta gracia. Te sientes tímido, como si todo el mundo te observara
esperando a que metas la pata. ¡Te quedas cortado por cualquier insignificancia!
Quieres que la gente se dé cuenta de que estás ahí… ¡y a la vez no lo quieres!
En un instante pasas de estar feliz o emocionado a estar enfadado o a punto
de llorar. Y sientes que nadie te entiende. Tienes razón, nadie lo entiende del todo.
Pero a la vez, todo el mundo tiene o ha tenido sentimientos parecidos en algún
momento de su vida, ¡hasta el profe!
Estos vaivenes emocionales se deben en parte a la marejada de hormonas
que inunda tu cuerpo. Un cambio repentino en el nivel de hormonas puede tener un
efecto enorme sobre cómo te sientes respecto a ti mismo y respecto al mundo, al
menos hasta que te acostumbres.
Pero las hormonas no tienen la culpa de todo. La pubertad también es una
época en la que te ves a ti mismo y a los demás de forma diferente.
Quieres que el mundo te vea como un individuo, como alguien distinto a tu
familia, con tus propias ideas.
A la vez, sigues necesitando el apoyo y la seguridad que te da la familia.
Esto forma parte de estar en una etapa de transición, aunque es fácil sentirte
confuso, angustiado o enfadado contigo mismo y con la gente que te rodea.
Cada vez que sientas que ya no puedes más, intenta tomarte una pausa.
Respira hondo varias veces y piensa en lo que está sucediendo. Intenta verlo desde
otro punto de vista, y te darás cuenta de que en realidad te estás ahogando en un
vaso de agua.
A lo mejor es que estás cansado. El cansancio se
acumula sin que lo notes, y nada como la falta de sueño
para hacerte sentir que el mundo está en tu contra.
Descansa y duérmete temprano. Ya verás cómo te
sentirás mucho mejor.
Aunque no lo creas, el ejercicio rebaja las
tensiones. Estar activo físicamente no sólo te
distrae de lo que te molesta, sino que también
tiene efecto en tu estado de ánimo, porque libera
una hormona que te hace sentir bien.
Llevar un diario o anotar las cosas es una
buena forma de aclarar lo que sientes. Y hablar de
ello es lo mejor que puedes hacer.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Cuanto más te guardas algo, mayor parece, así que, si algo te hace sentir mal
o te preocupa, háblalo con alguien de confianza, como tus padres o un buen amigo.
Compartir tus problemas te hará sentir menos solo y, ¿quién sabe?, puede que hasta
recibas un buen consejo.

Jacqui Bailey, “Conócete a ti mismo”, en De sexo también se habla: guía para adolescentes.
México, sep-sm, 2006.

164. Ahí te van unas adivinanzas…


En una cajita amarilla Blanca es desde pequeña,
tengo un gusano sin hueso, la adoran con verdes lazos,
aquel que lo adivine lloro con ella de ver
le doy un taco de queso. que la hacen mil pedazos.
El plátano La cebolla

En un cuarto muy oscuro Yo que te digo,


moradores vi entrar, tú que no me entiendes:
todos en grande apretura tienes la panza
y cada quien en su lugar. llena de liendres.
La granada El higo

En agua puse mi nombre, Una niña estaba en el balcón,


en agua se me quedó pasó un perro, le dijo: ”Gua gua”
para que cate no sepa y la niña le contestó “Allá va”.
cómo me llamo yo. La guayaba
El aguacate

“Ahí te van una adivinanzas”, en Isabel Galaor, (comp.), Así cuentan y juegan en los Altos de
Jalisco, México, sep-Conafe, 2005.

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Sexto grado

165. Cómo vuelan


¿Alguna vez has observado los pájaros en el cielo y pensado que volar parece muy
fácil?
Hace siglos que la humanidad sueña con emprender el vuelo como las aves.
Algunos individuos llegaron al extremo de aletear inútilmente con alas de plumas. Sin
embargo, el cuerpo humano es pesado y carece de los músculos necesarios para volar.
Los pioneros de la aviación no tardaron en comprender que para unirse a los
pájaros tenían qué saber cómo volaban éstos.
Descubrieron que las alas de las aves son superficies peculiarmente curvadas
que reciben el nombre de superficies sustentadoras. Cuando el aire fluye sobre las
alas de un ave, por arriba y por debajo de éstas se produce una diferencia en la
presión del aire. La diferencia de presiones crea la llamada “fuerza ascensorial”,
capaz de superar el peso de un pájaro o de un avión. Es así como vuelan planeadores
y aviones, que son más pesados que el aire.
Los globos y los dirigibles son vehículos más ligeros que el aire. Se los llena de
aire caliente (que siempre se eleva) o de gases como el helio o el hidrógeno, más
ligeros que el aire que los rodea.

Alzar el vuelo
Los cisnes son aves pesadas. Necesitan recorrer bastante distancia sobre el agua a
fin de alcanzar la velocidad mínima para sustentar su peso en el aire. De manera
semejante, los aviones que llevan muchos pasajeros o cargas pesadas también
necesitan una larga pista para emprender el vuelo.

Volar en formación
En los trayectos largos, los gansos suelen volar formando una V. El ave que lleva la
delantera realiza gran parte del trabajo necesario para vencer la resistencia del aire,
del que el resto del grupo se beneficia. Cuando el ganso de avanzada se cansa,
otro ocupa su sitio como jefe. Es como caminar por la nieve recién caída. Cuesta
mucho, pero si puedes pisar huellas ya existentes resulta menos
difícil andar en medio de una copiosa nevada.

¿Lo sabías?
De la misma forma que las superficies sustentadoras la generan
en el aire, los esquíes o patines producen fuerza ascensorial
en el agua. Las embarcaciones más veloces poseen patines
que las elevan y les permiten avanzar rozando el agua.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

El secreto de la fuerza ascensorial


Sujeta una hoja de papel por sus extremos opuestos y colócala a la altura de tu
boca. Sopla con fuerza sobre la superficie superior de la hoja y verás que el papel se
eleva… como el ala de un avión.

S/a, “Cómo vuelan”, en Volar. México, sep-McGraw-Hill, 2003.

166. Las lágrimas de Potira


En un lugar de Brasil existían muchas tribus indígenas, en paz o en guerra, según sus
creencias y hábitos.
De una de esas tribus, desde mucho tiempo atrás en paz con sus vecinos,
formaba parte Potira, una jovencita beneficiada por el dios Tupá con la hermosura
de las flores, fuerte y valiente.
Cuando Potira llegó a la edad de casamiento, un joven llamado Itagibá adquirió
la condición de guerrero; cuando se conocieron inmediatamente se enamoraron.
Aunque otros jóvenes también querían el amor de Potira, ninguno estaba en
condiciones para la boda. De modo que no hubo disputa y Potira e Itagibá se unieron
en matrimonio con mucha fiesta.
Corría el tiempo en tranquilidad, sin que nada perturbase la vida del
apasionado matrimonio. Sin embargo, llegó un día, en el cual el territorio de la tribu
fue amenazado por vecinos codiciosos debido a su abundante caza, e Itagibá tuvo
que partir con otros hombres para la guerra.
Potira no lloró como las mujeres más viejas porque nunca antes había visto o
vivido lo que sucede en una guerra. Pero todas las tardes iba a sentarse a la vera del
río, en una espera paciente, pero donde el dolor de la nostalgia aumentaba cada día.
Hasta que el canto de la araponga retumbó en los árboles, esta vez no para anunciar
lluvia, sino la noticia de que Itagibá no volvería, pues había muerto en la batalla.
Y por primera vez Potira lloró. Son decir palabras, como no habría de decirlas
nunca más. Allí mismo, a la vera del río para el resto de su vida, sollozó tristemente.
Y las lágrimas que descendían por el rostro sin cesar, fueron quedando, sólidas y
brillantes en el aire, antes de sumergirse en el agua e ir al fondo del río.
Dicen que Tupá, condolido con tanto sufrimiento, transformó esas lágrimas en
diamantes, para perpetuar el recuerdo de aquel gran amor.

“Las lágrimas de Potira”, en Cuentos y leyendas de amor para niños. México, sep-Cidcli, 1992.

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Sexto grado

167. La codorniz no aprendió a volar


La codorniz siempre ha presumido de señora y de que su hija sea una niña de su
casa. Ni en el corral con sus parientas lejanas, las gallinas, ni en el jolgorio de los
pájaros en el pino.
Una niña no puede andar con tanta juntera. Cuando viene a ver, hasta aprende
a silbar como los varones.
Pero llegó el momento en que la niña debía empezar en la escuela. Y la madre,
con su presunción de señorona, tampoco quiso que su hija fuera a la escuela para
que no se juntara con nadie.
–A volar y a tejer nidos la enseño yo. Mi hija se cría sola.
Y la niña, loca por jugar con los hijos del sabanero (un pájaro cubano). Claro,
no la dejaban ir a jugar. Seguía sola. Y lo peor: sin aprender nada.
Ya todas las aves del primer grado estaban aprendiendo a volar. Hasta el
zunzuncito (variedad de colibrí) hacía la A en pleno vuelo.
La niña no. La niña seguía igual, sin saber. Su madre siempre estaba muy
ocupada en buscar alguna semilla de cardosanto para la comida, o en ir a la
peluquería para arreglarse el plumaje de la pechuga.
Cuando la niña le hablaba de volar, le contestaba que no tenía tiempo de
enseñarle.
–Tú no tienes que preocuparte por volar. Tú lo que tiene que preocuparte
únicamente es por lucir bonita. No hay que andar por el aire para ser feliz en la vida.
Yo misma me casé andando por el suelo.
Bueno, para no cansarlos buscando el final de un cuento del que ustedes saben
cuál es el final, les diré que la codorniz ya es una mujercita, y que sigue sola, metida
entre los matorrales, sin saber aún ni las cinco vocales del vuelo.

Froilán Escobar, “La codorniz no aprendió a volar”, en Secreto caracol. Buenos Aires, Colihue, 1993.

168. El tiranosaurio
Paty disfrutaba como nadie los fines de semana, le gustaba ir al parque, al campo
y a casa de sus primos; hacer papalotes, pasteles de tierra o, simplemente, inventar
cualquier cosa emocionante que nada tuviera que ver con la escuela.
Y no era raro que el domingo por la noche, cuando ya toda la diversión se había
terminado, Paty sintiera comezón en la nariz, se quedara pensativa, y tuviera la
sospecha de un desastre.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

–Creo que algo se me olvidó… pero no me acuerdo qué…


En ese momento se rascaba la cabeza, hacía tanta memoria que hasta las
orejas se le calentaban, y al cabo de un rato lanzaba un grito.
–¡La tarea!
Corría hasta la mochila, sacaba los cuadernos, los lápices, los colores; y al final
siempre descubría que le faltaba una cosa para hacerla.
Esta vez le habían dejado escribir una composición sobre los dinosaurios, y
cuando abrió su mochila se dio cuenta de que había olvidado su libro de ciencias
naturales en la escuela. Entonces hizo lo de siempre, marcó el número de Gelasio.
–Bueno –contestó él.
–Tengo un gran problema.
Y el niño inventor que conocía bastante bien a Paty, antes que le contara otra
cosa le dijo:
–Ya sé, tu tarea ¿ahora qué pasa?
–Necesito escribir algo sobre los dinosaurios y olvidé mi libro de ciencias
naturales…
–Vente corriendo a mi casa y a ver qué se nos ocurre.
Después de estudiar la situación en el laboratorio, decidieron que lo mejor era
ir esa noche a la escuela para sacar el libro.
Gelasio tomó la patineta de propulsión a chorro, y ya se iban a montar en ella
cuando descubrió que no tenía gasolina. “Ese no es problema”, dijo. Y de una puerta
sacó su casco volador, le dio cuerda, se lo ajustó a la cabeza; corrió al jardín con Paty
atrás de él, la tomó de las manos, y salieron volando rumbo a la escuela. Esa noche
estaba llena de estrellas.
El casco volador era una de las invenciones más originales y revolucionarias
de Gelasio.
–Allá está –gritó Paty cuando descubrió la silueta de su escuela.
–Agárrate bien que ya vamos a bajar.
El aterrizaje fue todo un éxito, pero lo que parecía más fácil: entrar a la
escuela, los detuvo.
–No sabía que por las noches hubiera un perro guardián –dijo Paty
muy apenada. Y es que Gelasio sí quería mucho a los perros…
pero no a los guardianes, con dientes filosos y puntiagudos.

Ese sí es un problema. ¿Qué harán para poder entrar? No


hay más remedio que buscar el libro y averiguarlo.

Óscar Martínez Vélez, “El tiranosaurio”, en Los inventos de Gelasio. México, sep-Norma, 2006.

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Sexto grado

169. La muralla
Para hacer esta muralla, –El alacrán y el ciempiés…
tráiganme todos las manos: –¡Cierra la muralla!
los negros, sus manos negras, Al corazón del amigo,
los blancos, sus blancas manos. abre la muralla;
Ay, al veneno y al puñal,
una muralla que vaya cierra la muralla;
desde la plaza hasta el monte, al mirto y a la hierbabuena,
desde el monte hasta la playa, bien, abre la muralla;
allá sobre el horizonte. al diente de la serpiente,
–¡Tun tun! cierra la muralla;
–¿Quién es? al ruiseñor en la flor,
–Una rosa y un clavel… abre la muralla…
–¡Abre la muralla!
–¡Tun tun!
–¿Quién es?
– El sable del coronel…
–¡Cierra la muralla!
–¡Tun tun!
–¿Quién es?
–La paloma y el laurel…
–¡Abre la muralla!
–¡Tun tun!
–¿Quién es?

Nicolás Guillén, “La muralla”, en Obra poética, la Habana, Editorial de Arte, 1974.

170. De cómo se instaló la gata en la choza


Mientras toda una serie de cuentos explican cómo se domesticó a los perros, en
este cuento shona de Zimbaue se da cuenta de cómo los gatos se convirtieron en
mimados habitantes de los hogares humanos.

Había una vez una Gata, una gata salvaje, que vivía en el matorral. Cuando al cabo
del tiempo se cansó de la soledad, tomó por esposo a otro gato salvaje que, a sus
ojos, era la criatura más espléndida de la selva.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Paseaban juntos cierto día por un sendero, cuando zas, salió de un brinco el
Leopardo y pegó un revolcón al marido de la Gata, que quedó despanzurrado en el
suelo.
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Mi marido ha mordido el polvo; ahora comprendo que
la criatura más espléndida de la selva no es él, sino el Leopardo –y la Gata se fue a
vivir con el Leopardo.
Vivieron juntos muy felices hasta que un día, cuando cazaban en el matorral,
de pronto, catapún, saltó el León, aterrizó en el lomo del leopardo y se lo zampó.
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Ahora veo que la criatura más espléndida de la selva
no es el Leopardo sino el León.
Vivieron juntos muy felices hasta que un día, cuando acechaban a sus presas
en el bosque, una figura enorme se cernió sobre ellos y fu-chu, el Elefante plantó su
pata sobre el León y lo dejó planchado.
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Ahora veo que la criatura más espléndida de la selva
no es el León, sino el Elefante.
Así pues, la Gata se fue a vivir con el Elefante. Trepaba a su lomo y se acomodaba
ronroneando en su cuello, justo entre las orejas.
Vivieron juntos muy felices, hasta que un día, cuando paseaban por la margen
del río, pa-wa! Se oyó una fuerte detonación y el Elefante se desplomó en tierra.
Al mirar a su alrededor, la Gata sólo alcanzó a ver a un hombrecillo con una
escopeta…
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Ahora veo que la criatura más espléndida de la selva
no es el Elefante, sino el Hombre.
Y, así, la Gata echó a andar detrás del Hombre y, al llegar a su casa, se encaramó
de un salto al techo de paja de la choza.
–Por fin he encontrado a la criatura más espléndida de toda la selva.
Vivió felizmente en el techado de la choza y comenzó a atrapar a los ratones y
las ratas de la aldea. Hasta que un día, mientras se calentaba al sol sobre la choza,
oyó ruidos procedentes del interior. Las voces del hombre y de su esposa fueron
subiendo de volumen poco a poco hasta que wara-wara-wara…yo-ui Por la puerta
salió despedido el hombre y aterrizó en el polvo.
–Con que sí, ¿eh? –dijo la Gata–. Ahora sé quién es de verdad la criatura más
espléndida de la selva: la Mujer.
La Gata descendió del techo, entró en la choza y se arrellanó junto al fuego.
Y allí está instalada desde entonces.

“De cómo se instaló la gata en la choza”, en Nelson Mandela (comp.), Mis cuentos africanos.
México, sep-Siruela, 2008.

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171. Una familia numerosa y rica


Pequeñitas, de 5 a 10 centímetros, o gigantescas como la carroza que le regaló
a Cenicienta su hada madrina; amarillas, verdes, anaranjadas, cafecitas rosas,
casi blancas, rojas; alargadas, redondas, curvas, achatadas, rectas; de piel lisita y
suave, o rugosa y áspera, o con rayas profundas, que les marcan gajos como si
fueran mandarinas. Las calabazas pueden ser tan diferentes unas de otras porque
pertenecen a una familia numerosa, con más de cien variedades.
Cuenta el cronista Diego de Landa que en América las calabazas se usaban
“para comer asadas y cocidas, las pepitas para hacer guisados, y ya secas como
recipientes o vasos”.
En efecto, de las calabazas se utiliza todo: pulpa, semillas y cáscara. Con esta
última, los niños ahora hacen lámparas el Día de Muertos.
Las calabazas son cucurbitáceas de origen americano y sabor delicioso, entre
cuyos parientes están el melón, la sandía y el pepino. En América del Sur tiene otros
nombres: zapallitos, las calabacitas tiernas y zapallo la grande. Zapallu es una voz
quechua.
Las calabazas son un alimento muy popular en toda América: pueden preparase
con crema; rellenas de carne o de queso; en budín o en sopa; en guisado, con alubias
y maíz; capeadas; con papas en puré; en dulce, cociéndolas con piloncillo o en trozos;
y en muchísimas otras formas, todas exquisitas.
¡Se me hace agua la boca!

Cristina Carbó et al., “Una familia numerosa y rica”, en 501 maravillas del viejo Nuevo Mundo 1.
México, sep-Hachette Latinoamericana, 1994.

172. Doce hermanos


Somos doce, todos calvos. No porque se nos haya caído el pelo, que podría ser, sino
porque somos calvos de nacimiento. Como la importancia de las cosas es siempre
relativa, esto de la calvicie precisamente no nos quita el sueño. Quizá nos preocupe
un poco el futuro, qué habrá más allá de estas paredes, si terminaremos juntos
nuestros días o si finalmente acabará cada uno por su lado, sin acordarse de otros
para nada. Pero no nos peleamos por eso.
Somos doce, y todos blancos. No existen razones para que entre nosotros se
den las trifulcas y los altercados de las razas o las etnias. Sabemos que en otro lugar
estarán reuniéndose ahora mismo los que tiene otro color, igual da más claro o más

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

oscuro, y que también ellos tendrán sus preocupaciones, quizá de orden radicalmente
distinto de las nuestras. Lástima no haber alterado los tamaños, los colores… habría
sido todo mucho más divertido.
Leemos en una misma página de periódico noticias que hablan de felicidad
junto a crónicas que relatan batallas y tristes sucedidos, enjundiosos artículos que
pretenden arreglar de una vez por todas los problemas del mundo junto a otros
que se ocupan de pequeñas menudencia, apenas un guiño de humor que pasa
inadvertido. Con todos ellos sin distinción no entretenemos ahora, a la espera de
lo que tenga que llegar. El tiempo que a nosotros nos toca es de todas formas tan
breve… Comparado con el tiempo total que lleva dando vueltas el universo, casi
da un poco de vergüenza pensarlo. Apenas un segundo estuvieron sobre la piel de
este planeta algunas especias temibles y portentosas, cómo vamos a ser importantes
nosotros, tan calvos además.
Así que esperamos muy juntos, como digo, leyendo las noticias de esta hoja
sobre la mesa de la cocina, y teniendo claras tan sólo unas cuantas cosas esenciales.
Saldremos del cartucho uno a uno o de dos en dos, unos para fritos, otros para
cocidos o pasados por agua, quizá con suerte y con papas, dos o tres juntos y en
tortilla. Y nada más.

“Doce hermanos”, en Amalia Vilchis (selección), Qué me cuentas. Antología de cuentos y guía de
lectura para jóvenes, padres y profesores Madrid, Páginas de Espuma, 2006.

173. Sol redondo y colorado (canción mexicana)


Sol redondo y colorado Me miras con el arado,
como moneda de cobre, luego con la rozadera;
de diario me estás mirando, una vez en la llanura
de diario me miras pobre. y otra vez en la ladera.

Sol que tú eres tan parejo Sol que tú eres tan parejo
para repartir tu luz, para repartir tu luz,
habías de enseñar al amo habías de enseñar al amo
a hacer lo mismo que tú. a hacer lo mismo que tú.

“Sol redondo y colorado”, en María Luisa Valdivia (selección), Cancionero mexicano.


México, sep, 1988.

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Sexto grado

174. ¿A qué no puedes comer sólo una… caja?


Un parto feliz
La chica le aplicó calor y el calor llegó hasta lo más íntimo de su cuerpo. Un cuerpo
en buena medida constituido de almidón con un poco de humedad. Un cuerpo duro
rodeado de algo que uno podría llamar cáscara, pero que los que saben llaman
pericarpio. Sí, llegó el calor, calentó su agua, se suavizó su almidón y aparecieron
más signos de que se avecinaba el parto. Su almidón se hizo masa gelatinosa y
su agua empezó a evaporarse, pero sin encontrar una salida por dónde escapar.
Sus moléculas de agua, desesperadas por la fuerza que les daba la ininterrumpida
llegada de calor, golpearon cada vez con más fuerza la pared (el pericarpio) para
escapar de aquel infierno; aquellos instantes se le hicieron eternos. Hasta que al
fin, se rompió la cáscara. Y con un gemido que la muchacha escuchó como un
¡pop! Nació volando expandiéndose a sus anchas en el aire que refrescó su recién
adquirido cuerpo: había nacido una palomita.
La muchacha atendió al siguiente cliente, mientras más palomitas nacían
y se acumulaban en el enorme recipiente en espera de la llegada de la sal y la
mantequilla. Se dirigió al siguiente cliente en la fila y repitió la sugerencia que hacía
a quien solicitaba el tamaño pequeño: “Por dos pesos más se lleva todo en tamaño
grande: refresco, palomitas y le regalo un chocolate”.

Punto y coma
Éste es tan sólo uno de los múltiples ejemplos cotidianos en los que puedes constatar
que pareciera existir una fuerza en el universo que nos lleva a comer más. Y así, la
insistencia materna de antaño con su: “¡Ándale, hijo, otro poquito de sopa!” se
ha transformado en ofertas y estímulos de muy diversa índole en supermercados,
expendios de comida rápida, espacios públicos, etcétera.
La gran diferencia es que, en tanto las mamás ofrecían porciones adicionales
de alimento como muestra de afecto y protección o las marchantes ofrecían un
pequeño pilón para consentir a su cliente, ahora las ofertas de más comida son
a cambio de tener más ganancias y mayor control del mercado de alimentos. ¿A
quién le conviene que comamos más? ¿Haremos feliz a la muchacha de la dulcería
llevando el tamaño jumbo? ¿Estará preocupada en realidad por complacer nuestro
voraz apetito o por favorecer nuestro bolsillo?
Hoy, a diferencia de hace unas cuantas décadas, ya no existen las versiones
pequeñas de los refrescos, y en cambio abundan las ofertas familiares, caguamas y
jumbos. De acuerdo con el Programa de Salud del Adulto de la Secretará de Salud,
cada mexicano consume al año cuatrocientos refrescos, tres mil seiscientas cincuenta

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

tortillas, cincuenta kilos de azúcar (sobre todo en los refrescos) y seiscientas treinta
cervezas.
El sobrepeso es el más común y costoso problema nutricional del siglo xx, una
epidemia que no distingue raza, credo, nacionalidad ni clase social; se ubica entre
las primeras causas de mortalidad.

Agustín López Munguía Canales, “¿A qué no puedes comer sólo una caja?”, en Alimentos.
México, sep-Santillana, 2007.

175. El piojo

El lunes me picó un piojo Yéndome yo para León


y hasta el martes lo agarré; me encontré un zapatero,
para poderlo lazar y ya me daba el ingrato
cinco reatas reventé. veinte reales por el cuero.

Para poderlo alcanzar El cuerito no lo vendo,


ocho caballos cansé; lo quiero para botines,
para poderlo matar, para hacerles su calzado
cuatro cuchillos quebré. a toditos los catrines.

Para poderlo guisar El cuerito no lo vendo,


a todo el pueblo invité; lo quiero para tacones,
de los huesos que quedaron para hacerles su calzado
un potrerito cerqué. a toditos los m… mirones.

“El piojo”, en Vicente T. Mendoza (recopilación), Lírica infantil de México. México, fce, 1984.

176. La primera mujer negra que se sentó


en un autobús de blancos
Traigo a mi memoria, en el silencio del tiempo, en la tragedia del existir y a la
gloria de la existencia, la sombra de una mujer negra. Se llamaba Rosa Parks. Vivía
en Montgomery, en el estado de Alabama, centro de ataques racistas que todavía
sobrecogen.

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Sexto grado

Rosa Parks, un día cualquiera de su vida, hizo una revolución. Aquel día fue el
1° de diciembre de 1955. Aquel día Rosa Parks, agotada de una larga jornada de
trabajo, entró en su autobús cotidiano y en vez de quedarse en la parte de atrás,
como mandaba la ley, y de pie, parada y derecha, porque los asientos eran sólo para
los blancos, cruzó la frontera invisible del odio racial y se sentó en un asiento libre.
Entró un blanco y le pidió, imperativamente, que se levantase y fuera a la parte de
atrás, de pie. Rosa Parks se negó.
Ese día transformó la historia de la discriminación. Al día siguiente hubo una
huelga general y los negros recorrieron a pie las calles, en protesta. Decidieron no tomar
los autobuses (eran sus más asiduos clientes, pero en la parte trasera y sin derecho
a sentarse) por lo cual colocaron a las compañías, que vendían “espacios”, pero no
“asientos” para ellos, contra la pared. Con ese gesto, comenzó una epopeya moral: la
lucha por los derechos humanos de los negros que, en todos los espacios, tenían sus
lugares aparte. Rosa Parks, una trabajadora desconocida, se convirtió en una heroína
y logró lo que parecía imposible: la igualdad en los medios de transporte y en otros
ámbitos sociales. En 1999, el Congreso de los Estados Unidos, a 44 años de aquel día
memorable, concedió a Rosa Parks, de 85 años, la Medalla de Oro del Congreso.
Un sobrecogimiento profundo, un insólito y hermoso sobresalto de conciencia
me invita a contarles a ustedes esta memorable historia. Miro su rostro, el rostro
de Rosa Parks. Sonríe distante, muda en la admirable sonrisa de sus ojos. Tal vez
recuerda el día en que ella, una trabajadora desconocida, negra y digna, se plantó
sobre su alma para decir: “No y no y no me levanto”.

Juan María Alponte, “La primera mujer negra que se sentó en un autobús de blancos”,
en Historias en la tierra. México, sep-Ruz, 2007.

177. El corazón de Copil


En el centro del Escudo Nacional de México, un águila, posada en un nopal, lucha
con una serpiente.
Cuentan que el belicoso y fiero Huitzilopochtli, el dios mexica de la guerra,
dirigió a su pueblo en su peregrinación hasta el lago donde debían encontrar
esa águila. En el camino, una hermana del dios, que había peleado con él, quedó
abandonada en una región montañosa y boscosa. Acompañada de sus seguidores,
Malinalli logró fundar el reino de Malinalco.
Malinalli tuvo un hijo, Copil, que creció oyendo cómo la había maltratado su
hermano, Huitzilopochtli. En su pecho, día a día, aumentaba el deseo de encontrarse

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

alguna vez con ese dios cruel que era su tío. Pasaban los años y Copil se convirtió
en un valiente muchacho de negra cabellera y cuerpo atlético, diestro en todos los
lances de la caza y de la guerra. Su corazón ardía en deseos de venganza. Fuerte y
resuelto, estaba decidido a cumplir con sus propósitos.
Un día Copil tomó su arma preferida, la macana, una maza con puntas, y su
escudo, el chimalli, y partió en busca de este dios cruel.
Huitizilopochtli (cuyo nombre significa colibrí zurdo o colibrí siniestro, terrible)
era un dios cruel que se complacía en la guerra, la sangre y la muerte.
Huitzilopochtli era el Sol que cada mañana debía combatir con la Luna y las
estrellas, a fin de ganar un nuevo día para los hombres.
Cuando Copil salió tras sus pasos no imaginaba a quien se enfrentaría.
El fiero dios de la guerra, lleno de ira, no mandó guerreros al encuentro de
Copil, sino a los sacerdotes, a quienes les dio esta orden:
–Que le saquen el corazón y lo traigan como ofrenda.
Los sacerdotes deliberaron sobre lo que les convenía hacer y aguardaron la
noche. Cuando Copil y sus guerreros dormían, se acercaron a él en silencio y de una
cuchillada le extrajeron el corazón.
Los sacerdotes llegaron con el corazón de Copil en un recipiente y se lo
entregaron a Hutzilopochtli, quien ordenó que lo enterraran en un islote que había
en medio de un lago.
Por la noche, los sacerdotes enterraron el corazón en el lugar indicado. Con
eso creyeron que la historia de Copil había terminado. Pero al otro día vieron con
asombro que en el lugar había brotado una hermosa planta, donde antes había
solo rocas desnudas y ramas sin vida. El corazón de Copil se había convertido en el
vigoroso nopal de ovaladas hojas y flores encarnadas.

“El corazón de Copil”, en Nerio Tello (comp.), Antes de América: leyendas de los pueblos
originarios. México, sep-Celistia, 2008.

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Sexto grado

178. Oaxaca. Noche de Paz, Noche de Rábanos


De las festividades navideñas que se llevan a cabo en Oaxaca, la noche de Rábanos es
la que goza de mayor tradición. Se realiza el 23 de diciembre, un día antes de Noche
Buena y consiste en crear y exhibir figuras realizadas con rábanos. Esta celebración
tiene sus raíces en la época de la conquista española, cuando los frailes dominicos
enseñaron a los zapotecos y mixtecos el cultivo de flores y hortalizas, traídas de
España. Así se fundó el pueblo de Trinidad de las Huertas o de las Naborías, cuyos
habitantes se dedicaron a cultivar flores y hortalizas.
En aquella época se organizaba en Antequera (así se llamaba entonces lo que
hoy es Oaxaca) un día de plaza en la Vigilia de Navidad, el 23 de diciembre, en donde
los comerciantes llevaban a vender pescado seco salado y las verduras necesarias
para el menú navideño. La gente de Trinidad de las Huertas llevaba sus verduras, con
las cuales hacían figuras curiosas para captar la atención de la clientela. Adornaban
los rábanos con hojitas de coliflor y florecitas hechas de cebollas tiernas. Todas las
verduras se colocan en los puestos de manera artística, sin olvidar los canastos de
flores, que eran cultivados con esmero.
Esta práctica se fue arraigando con los años, hasta llegar al punto en que las
amas de casa buscaban las figuras de verduras no para cocinarlas, sino para decorar
sus mesas.
Con el tiempo, los horticultores salieron del mercado para presentar sus
ingeniosas creaciones en forma de representaciones navideñas, personas, animales,
danzas y otro tipo de artesanías, exposiciones que se realizaban en importantes
recintos como la Plaza del Marqués o la Plaza de las Armas, hoy jardín de la
Constitución.
Se tiene registro que la primera exposición de este tipo se realizó en 1897, bajo
el mandato del entonces presidente municipal, don Francisco Vasconcelos Flores.
Es así como, desde el siglo XIX, año con año se celebra la tradicional Noche de
los Rábanos. Los artesanos que participan en ella empiezan a prepararse por lo
menos con dos meses de anticipación. Cuando faltan tres días para la festividad,
se inicia el proceso de manufactura de cada figura. En la actualidad es un concurso
donde se premian los diseños más hermosos y creativos. Se dan cita decenas de
hortelanos y millares de curiosos que disfrutan las figuras, que se inspiraron en
motivos navideños como el Nacimiento o la llegada de los Reyes Magos, y en las
tradiciones oaxaqueñas.

Paola Núñez, “Oaxaca: Noche de Paz, Noche de Rábanos”,


en México desconocido núm. 346. México, 2005.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

179. Recetas de cocina


Renglones al roquefort
Se toma un cuaderno de hojas rayadas
y se le arrancan, por lo menos,
los renglones de cinco páginas.
Aquí está el mejor fogón,
ese que los cocineros Se ponen a hervir durante diez minutos
llaman imaginación. con un poco de aceite,
y se les quita el agua en un escurridor.
Cocina de las palabras
que se comen por los ojos Quien los prefiera con chorizo,
sin tenedor ni cuchara. sólo tiene que escribir la palabra chorizo
en cada renglón.
Se aliñan en un momento
estrellas con adjetivos Remover de vez en cuando
y corcheas con pimientos. con un lápiz HB.

¡Al mercado por palabras!


Hay millones de recetas
para poder cocinarlas.

José Antonio Ramírez Lozano, “Recetas de cocina”, en Sopa de sueño y otras recetas de cocina.
México, sep-Océano, 2005.

180. ¿Por qué no me deshago?


Las moléculas que forman un cuerpo sólido (una hoja de papel, por ejemplo) se mueven.
Pero, entonces, ¿por qué no se desarma la hoja de papel? Y ¿por qué no me desarmo yo,
ya que las moléculas que forman mi piel, mis uñas, mis cabellos, también se mueven?
¡¡Claro!! Lo que ocurre es que las moléculas se atraen unas a otras. Entre
las partículas que constituyen un cuerpo existen fuerzas de atracción. Y en los
sólidos moleculares las fuerzas de atracción entre las moléculas son mayores que
la “tendencia a desarmarse” que tiene a producir el movimiento de las partículas.
En un sólido molecular, sólo se producen movimientos de vibración. Pero
las moléculas no cambian de posición y por eso el sólido mantiene su forma y
volumen propios.

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Sexto grado

En un líquido, en cambio, las moléculas tienen un movimiento de traslación y


van cambiando permanentemente de moléculas vecinas. La “tendencia a escaparse”
no es suficiente para vencer la atracción entre ellas, pero sí las obliga a ir cambiando
permanentemente de moléculas vecinas.
¿Y qué pasa en los gases? En los gases, las moléculas están comparativamente
mucho más separadas que en los sólidos o en los líquidos. La energía que genera
la velocidad de las moléculas es suficiente para vencer la fuerza de atracción entre
ellas. Por lo tanto, las moléculas se mueven en todas direcciones. Chocan entre sí
y contra las paredes del recipiente que las contiene. Por eso el gas tiende a ocupar
todo el recipiente. Y por eso no tiene forma ni volumen propios.

Faustino Beltrán, “¿Por qué no me desarmo?”, en ¡La culpa es de las moléculas!


México, sep-Lumen, 2006.

181. Sombra general


Ahí está frente a mí el temible delantero, dispuesto a ejecutar
el tiro libre señalado por el árbitro. Ya se coloca la barrera
de jugadores frente a la portería, tratando de obstaculizar
la visión del tirador o de desviar la trayectoria del balón.
Lo malo es que, a esa distancia, casi nunca falla el tiro, a
pesar de todo el esfuerzo que pueda hacer un portero. Me
siento desamparado. ¿Qué tal si la pelota rebasa la barrera,
pasa de largo por arriba haciendo un arco y…? ¡Uf!, qué
situación la mía, aquí frente el peligroso goleador. Lo malo
es que también le pega con mucha fuerza. ¿Y si no logro
pararla cuando venga hacia mí? Ya levanta el brazo el
árbitro y toca el silbato para que se realice la acción. La
cuenta regresiva ha comenzado. Me pongo tenso y muy atento a lo que suceda
desde ahora. El dinamitero se prepara tomando mucha distancia y encarrerándose
para dar el zapatazo. Y yo aquí, enfrente, angustiado. ¡Líbrame del trallazo, Señor!
Se acerca al esférico. El público guarda silencio total. Llega velozmente y le pega
durísimo al balón que, gracias a Dios, sale desviado a la izquierda de la valla humana
para saque de meta. Qué susto. Mis músculos se distienden. Mi respiración vuelve a
ser normal. Es lo malo de sentarse a ver el partido aquí, en las gradas que quedan
exactamente atrás de la portería.

Abelardo Hernández Millán, “Sombra general”, en Cuentos breves.


México, sep-Centro Toluqueño de Escritores, 2007.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

182. Dos poemas nahuas


Vengo aquí Gocemos
Vengo aquí: soy Yoyotzin. Gocemos con las flores
Quiero cortar las bellas que están en nuestras manos.
flores de la amistad.
Pongámonos collares
Sólo un instante de flores aromáticas:
mi corazón se alegra flores de la estación de lluvias
aquí sobre la tierra. que abren ya sus corolas.

He venido a buscar Entre ellas cantan aves,


los cantos más hermosos. de plumas como el sol.
Dichoso canto y bailo,
mi corazón lo goza. Sólo con nuestras flores
logramos alegrarnos,
Soy Yoyotzin: disfruto sólo con nuestros cantos
las más fragantes vencemos la tristeza.
flores de la amistad.
Pétalos perfumados
disipan la amargura.

Los inventa
el Dador de la Vida,
los hace descender
aquel que se inventa a sí mismo.

Capullos placenteros
disipan el pesar.

Nezahualcóyotl en Luís Barbeytia, El rey poeta. Biografía de Netzahualcóyotl.


México, sep-Cidcli, 2006.

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Sexto grado

183. La extraña esfera de la vida


Echemos un vistazo a nuestro hogar planetario. Todo comenzó con la condensación
por agregación de polvo procedente de antiguas estrellas que murieron. ¿Alguna
vez te has puesto a pensar que también nosotros estamos formados por el polvo
de lejanas estrellas? El resultado es esta extraordinaria esfera de roca en la que
vivimos.
Pero cuando decimos que vivimos en la Tierra, en realidad debemos especificar
que vivimos en la superficie de la Tierra. Encima de ella jugamos, estudiamos,
realizamos nuestros trabajos y nos alimentamos. Somos una de las muchísimas
criaturas que hemos evolucionado dentro de un sistema llamado biosfera –lo que
significa esfera de la vida–. Esta denominación se justifica porque señala esa parte
del planeta donde puede encontrarse por lo menos una forma de vida.
Como tú sabes, en las capas superficiales del suelo podemos hallar muchas
especies animales y vegetales; otras solamente pueden vivir en las aguas de los
mares y ríos; muchas se desplazan sobre el suelo como nosotros y también las hay en
el aire. El proceso de evolución supo hallar soluciones genéticas para la adaptación
de los seres vivos a condiciones ambientales muy diferentes. ¡Es parte de la maravilla
de la vida!
Pero, si pudiéramos observar nuestro planeta desde una nave espacial nos
resultaría más fácil comprender que el frágil milagro de la vida se da sólo en el
delgado sector ubicado entre la corteza terrestre y el espacio exterior. Eso equivale
apenas a la cáscara de una manzana. Eso es la biosfera. Allí sucede todo el milagro
de la vida que hace tan exclusivo a nuestro planeta, dentro del universo conocido.

Hernán Sorhuet, “La extraña esfera de la vida”, en Cambio climático. México, sep-Panda, 2005.

184. Una araña en busca del Sol


Vamos a leer un mito cheroqui. Los cheroquis han vivido desde tiempos inmemoriales
en un rincón de lo que actualmente son los Estados Unidos.

En el principio de los tiempos no había luz de ningún tipo y por consiguiente todos
los seres se hallaban sumidos en la más impenetrable de las noches. “¡Lo que
necesitamos en este mundo es luz!” decían todos, así que un día se reunieron en
consejo para tratar el tema. El Pájaro Carpintero realizó una propuesta: “La gente del
otro lado del mundo tiene luz, así que si vamos allá para ver si nos dan un poco”.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Tras discutir, la Zarigüeya dijo: “Yo iré en


busca de la luz hasta dar con ella. Tengo una
cola muy gruesa y puedo esconderla en ella.”
Así que se encaminó hacia el este, escudriñando
la oscuridad con sus ojos. Cuando llegó al otro
lado del mundo, se encontró con el Sol, del
que tomó un trocito y se lo escondió en la
cola. Pero como estaba demasiado caliente,
acabó quemando la cola de la zarigüeya, de
modo que cuando llegó de regreso la luz se
había consumido ya del todo.
La siguiente en lanzarse fue el Águila Ratonera, quien tan pronto
como hubo llegado al Sol se sumergió en él y se llevó un trocito entre las garras. Tras
colocarlo encima de la cabeza, emprendió el viaje de regreso, pero el Sol quemó las
plumas de la cabeza del Águila, que se quedó completamente calva y regresó sin el
ansiado botín.
De repente escucharon una tímida vocecita que procedía de entre la hierba.
–Han actuado del mejor modo en que son capaces de hacerlo los animales
grandes, pero tal vez una criatura pequeñita lo pueda hacer mejor.
–¿Quién dijo eso? –exclamaron los animales.
–Soy su abuela, la Araña –replicó la vocecita–. “Quién sabe si el objeto de mi
vida es traerles la luz”.
Entonces la Araña recogió un poco de barro en un recipiente y se dirigió hacia
el Sol dejando detrás de ella un hilo.
Cuando por fin llegó al Sol, era tan pequeña que éste ni la vio, así que se
acercó hasta él y le arrancó un trocito diminuto que introdujo en el recipiente. Acto
seguido regresó de inmediato al oeste, siguiendo el hilo que había dejado, con la
particularidad de que a medida que avanzaba los rayos de Sol se iban haciendo cada
vez más y más grandes.
Por ello las telarañas tienen la forma de un Sol radiante y las arañas las tejen
por la mañana, en recuerdo de su divina antepasada

“Una araña en busca del sol”, en Mitología: antología ilustrada de mitos y leyendas del mundo.
México, sep-Naturart: Blume 2007.

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Sexto grado

185. Frutas mexicanas


[Conviene que las palabras en náhuatl se escriban en el pizarrón.]

De las frutas, la sandía debería ser la más mexicana –por tener los colores de la
bandera–, pero su nombre es árabe y significa “melón del Sid”, una región paquistana;
aunque podría interpretarse también como “del río Indo”. La tuna tampoco tiene
nombre nacional, pues aunque se refiere al fruto del nopal, proviene de un idioma
caribeño, el taíno: tuna, y significa simplemente el nombre de dicha fruta.
Si son de México, en cambio, hasta en el nombre: la jícama, el capulín, el
zapote, el tejocote, el cacahuate, la pingüica y el camote.
La jícama procede del náhuatl xi-camac: “cometela”, de camatl: boca. El
capulín es una “cereza a la mexicana”, y su nombre procede del náhuatl. El zapote,
ya sea el negro, tlilzapote o el chicozapote, del cual se extrae el chicle, debe su
nombre al hecho de tener sabor dulce: tzapotl. En cambio, por ser agrio, el tejocote
lleva ese nombre, del náhuatl xocotl: ácido.
El cacahuate –llamado en países antillanos maní– tiene raíces nahuas. Es una
palabra recortada, porque originalmente era tlalcacahuatl: de tlalli tierra, suelo (el
fruto queda bajo el suelo) y cacahuatl: “granos de cacao”.
La pingüica, por su parte, procede del purépecha. El camote, finalmente, tiene
una raíz nahua, camotli, nombre que le daban los aztecas a esta “raíz comestible”,
que en otras regiones se conoce como batata.

Héctor Anaya, “Frutas mexicanas”, en ¿De dónde vienen las Palabras? Etimologías para Niños.
México, sep-XXI, 2008.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

186. La fiesta de los insectos


Algunos insectos brillan en la oscuridad; otros hacen curiosos sonidos y otros más
sufren una metamorfosis para dejar de ser larvas y convertirse en hermosos animales.
Esta bella poesía huasteca habla de un mundo que, a pesar de ser diminuto es muy
hermoso.

En un rinconcito fresco La catarina elegante


con sombrillas color verde, figuraba entre edecanes,
espero que bien se acuerden mientras buscaba galanes;
de aquel fandango de insectos, una acinturada avispa
en donde grupos selectos al parecer fue más lista
se divertían a cuál más. para esos sencillos planes.

Los había con buen disfraz, La chicharra mitotera,


parecidos a las flores, queriendo poner desorden,
con sus mismitos colores ya andaba buscando donde
por delante y por detrás. iniciar su escandalera

Un mayate bien brillante


fue fungiendo de anfitrión;
el grillo y el zacatón
se ofrecieron de ayudantes

Eduardo Bustos, La fiesta de los insectos. Poema huasteco. México, sep-Artes de México, 2007.

187. No tengas miedo


A los doce años yo vivía en una calle donde había muchos niños. Todos nos llevábamos
bien, pero mi mejor amigo era Rodrigo. Teníamos la misma edad y compartíamos
muchos intereses.
Una noche, cuando acababa de oscurecer, Rodrigo me llamó por teléfono.
Quería que lo acompañara a la casa de su novia, que se había quedado sola
y estaba oyendo ruidos extraños. Ella tenía mucho miedo y le había llamado a
Rodrigo para que revisara la casa. Mi amigo me llamó a mí, supongo que para
ayudarlo a pelear en caso de que hubiera ladrones. Cómo no le teníamos miedo a

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Sexto grado

nada cuando estábamos juntos, fuimos sin demora a


socorrer a la dama en peligro.
La casa estaba muy oscura.
Nos paramos a escuchar en medio de la sala.
Ruidos.
Cric-crac.
¡Crrraaaac!
El susto nos hizo dar un salto.
No sé qué pensaron Rodrigo y su novia. Yo,
después del brinco, no tardé en entender lo que
estaba pasando: eran los ruidos de la casa al
empezar a enfriarse.
Todas las cosas cambian de tamaño con la
temperatura. Se hacen más grandes cuando están
calientes y se encogen cuando se enfrían. Al ponerse el sol, la estructura de una casa
se asienta, se acomoda como si le dolieran las articulaciones.
Ésta era la explicación más sencilla y creíble de los ruidos. Era la explicación
más científica. En cuanto entendí, dejé de tener miedo. Mis amigos también. Por si
acaso, Rodrigo y yo revisamos la casa. Todo en orden. No había nada que temer.
Las cosas que no entendemos nos dan miedo. Tal vez por eso los seres
humanos tratamos de entenderlo todo. La ciencia es una forma de entender lo que
pasa en la naturaleza, que es la fuente de muchos de nuestros temores. Pero la
ciencia sirve para mucho más: cada vez que da una respuesta, abre al mismo tiempo
nuevas preguntas y revela secretos ocultos. Los ruidos de aquella casa no se debían
a ladrones; muy bien, ya no tenemos miedo. ¿A qué se deben? Pues bien, los ruidos,
desde el punto de vista científico, cuentan la historia de las entrañas de una casa.
Tal vez escuchándolos con atención se podrá saber cómo está construida, con qué
materiales, dónde tiene fallas la estructura…
El miedo puede ser un buen estímulo para el cerebro. Quién lo diría…

Sergio de Régules, “No tengas miedo”, en Después del miedo, la ciencia.


México, sep-Castillo, 2007.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

188. Entonaciones
[Vale la pena ensayar esta lectura para darle a cada palabra la pronunciación que
corresponde a cada una de las situaciones que se presentan, y repetirla si hace falta,
para que los alumnos sientan las diferencias.]

Decir “mamá”, “vieja”, “jefa”, como cuando llegamos a casa y queremos saber si está.
“Mamá”, dicho como cuando le pedimos un vaso de agua, por la noche. “Mamá”,
como cuando queremos decirle: “Basta: no insistas con eso”. “Mamá”, cuando se
nos escapa en un grito ante una situación de peligro. “Mamá”, dicho como cuando le
presentamos a nuestra persona amada. “Mamá”, mordiendo los dientes con enojo.
“Mamá”, cuando cierro los ojos. “Mamá”, como cuando lo balbuceamos por primea
vez. Dicho como cuando no nos conceden algo deseado y se reemplaza a: “Por favor”.
Como cuando antecede a: “¿Me preparas algo de comer?” “Mamá”, como cuando
contestamos el teléfono y la llamada es para ella. “Mamá”, dicho como cuando nos
sorprende con un cambio: peinado, ropa, baile, un curso. “Mamá”, como cuando lo que
sigue es una mala noticia. “Mamá”, respondiendo al padre que nos pregunta quién
tiene la razón. Y ahora “Mamá”, también a nuestro padre, que nos pregunta quién
cometió un error. Pidiéndole que se apure pues perderemos el autobús. Pero también:
“Mamá”, como cuando nos apura. “Mamá”, cuando abre los ojos, recuperada de la
anestesia de una operación. “Mamá…”, como cuando le preguntamos si se acuerda
de un nombre que no podemos recordar. También como cuando le pedimos que
nos disculpe. Decir “Mamá”, como cuando no vivimos en la misma ciudad y llega a
visitarnos. “Mamá”, en la misma situación, pero cuando nos despedimos. “Mamá”,
como cuando nos da una alegría muy grande. “Mamá”, cuando reemplaza a “No
hace falta”. “Mamá”, entre otras personas, y cuando queremos decirle que no siga,
que luego nosotros le explicaremos todo. Como cuando le recordamos que es nuestra
madre, y que no haga como si fuera nuestra amiga. “Mamá”, cuando remplaza a “Te
tenemos una sorpresa”. También como cuando reemplaza a: “¿Cómo se te puede
ocurrir eso?” También cuando hablamos con una persona amiga y le contamos que
“mamá” tiene la culpa. “Mamá”, en uno de esos poemas que les hacen memorizar
a los niños para el acto del día de la madre. “Mamá”, en un anuncio publicitario.
“Mamá”, cuando somos hijos adoptivos y conocemos a nuestra madre biológica. Y
también “Mamá dicho por primera vez, luego de haber conocido a nuestra madre
biológica, a nuestra madre adoptiva. “Mamá”, pero sin mirarla a ella, sino con la
vista hacia arriba. “Mamá”, inclinando la cabeza.

Luis María Pescetti, Nadie te creería. México, sep-Santillana, 2005.

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189. La rebelión de las vocales


Había una vez una ciudad habitada por 28 tranquilas ciudadanas, que eran las
letras. Ellas estaban muy orgullosas porque solitas armaban el idioma, con ellas se
formaban las palabras, las habidas y las por haber. Pero un buen día la e, la i, la o y
la u se fueron de pinta; lo que quiere decir que se fueron, sin más, de vacaciones.
La a no se fue porque era muy responsable, con un gran sentido del deber. Y además,
la pobrecita, se empeñaba en hacer el trabajo de sus hermanas, pero era un verdadero
lío: todo salía con a. Si queríamos decir “mercado”, salía… marcada. Y si queríamos
decir “diputados” decíamos… dapatadas.
Total, ¡un verdadero lío!
Las letras estaban a punto de declarar la guerra y la b y la p eran las armas
porque ellas son muy explosivas.
Ante la confusión, se decidió enviar una comisión para buscar a las vocales, Al
frente, naturalmente, iba la a.
Y cuando las encontraron, descubrieron que la e estaba subida en un…
elefante; la i en un hipopótamo, que aunque es con h, como la hache no suena,
pues… ¡no importa!
La o estaba en un… Oso. Y, ¿a qué no adivinan dónde estaba la u?
Pues… en un unicornio.
Se estaban dando la gran vida.
He aquí el discurso que les hizo la a.
–astamas dasasparadas. Na padamas antandarnas. Ragrasan pranta.
Lo que quiere decir: “Estamos desesperadas. No podemos entendernos.
Regresen pronto”. Total, que las convenció para que regresaran y la gente volviera
a hablar como es debido.

Marinés Medero, “La rebelión de las vocales”, en Volvamos a la palabra. México: sep-Conafe, 1989.

190. Alimentos crudos


¿Cuál crees tú que sea el evento más trascendente en la historia de la especie
humana? Hay muchas y muy buenas respuestas, pero si le preguntas a un cocinero
como yo, te dirá que ese momento fue cuando aprendimos a cocinar y dejamos de
comer alimentos crudos (con algunas excepciones).
¿Cuántas especies con las que cohabitamos en el planeta cocinan sus
alimentos? Ninguna, y eso nos diferencia del resto de los animales. Estarás de acuerdo

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

en que hacerse una sopita de verduras o freírse un filete


de mamut debió haberle dado una nueva dimensión al
descubrimiento del fuego: ¿para qué usarlo si no para
cocinar? Yo supongo que al probar carne cocida fue
cuando aprendimos a sonreír.
Imagina lo que sucede cuando no hay
gas o se va la luz. Para llorar, ¿no? Podrás
entonces comprender la repercusión que debe haber tenido el
hecho de cocinar, pues hay alimentos que no podemos ingerir en su forma natural.
O ¿has intentado comer frijoles o maíz sin cocerlos?
Parece ser que hace un millón y medio de años descubrimos el fuego, pero
no está claro cuándo empezamos a cocinar. Sin embargo, hoy podemos afirmar
que los seres humanos somos animales que cocinamos. Y la costumbre de cocinar
provocó cambios:
Se nos redujo el tamaño de los dientes y del estómago, debido a la suavidad
de lo cocido, y a que se digieren mejor los alimentos cocidos. También nos afectó el
hecho de que no sea posible cocinar y caminar al mismo tiempo, sino que hay que
detenerse, hacer fuego y sentarse a esperar a que los alimentos estén cocinados.
Qué triste manera de regresar al pasado, cuando ahora detenemos el auto frente a la
ventanilla de un expendio de comida rápida, “recolectamos” una hamburguesa, sin
conversar con nadie ni esperar a que se cocine, pues ya está lista, y la consumimos
mientas el coche se desplaza entre cientos de vehículos con un destino tan incierto
como el de quienes se alimentan con este tipo de comida.
Cocinar los alimentos tuvo también una repercusión social, pues había que
acumularlos y no faltó quien estuviese dispuesto a robar la comida del vecino: se
requería entonces preparar la defensa de los alimentos de la comunidad o de la
familia.
En la medida en que había mujeres dispuestas a recolectar y cocinar alimentos,
y hombres dispuestos a robarlos, debió de haberse suscitado una alianza con otros
hombres, para que protegiesen los alimentos producidos. De esta forma, el origen
y la evolución de la sociedad moderna, del desempeño de las funciones masculinas
y femeninas, de la necesidad de autoridades y reglas para la solución de conflictos,
tiene mucho que ver con el almacenamiento de nuestros alimentos.
Valdría la pena respondamos a preguntas como: ¿Quién adquiere los alimentos
que consumimos?, ¿cómo están cocinados?, ¿quién los cocina?, ¿quién decide lo
que vamos a comer hoy?

Agustín López Munguía Canales, “Alimentos Crudos”, en Alimentos. México, sep-Santillana, 2007.

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Sexto grado

191. El alacrán (cuento popular)


Pues cuentan que había una vez un hombre bondadoso y sencillo que tenía una gran
fortuna, pero un día la mala suerte lo alcanzó y perdió hasta la última moneda que
había ahorrado. El hijo, que estaba de viaje, tuvo un accidente y murió, y la mujer,
que no pudo soportar tanto dolor, falleció al poco tiempo. Así que tuvo este hombre
una ruina completa, y hasta los amigos dejaron de visitarlo. El hombre vendió hasta
su casa y se quedó en la miseria total.
Un día se dirigió a una cueva donde vivía un ermitaño, que decían era sabio y
ayudaba a todo el mundo.
El hombre le contó sus penas y le preguntó si sabría de alguien que le prestara
un poco de dinero, pues con él podría pagar algunas deudas y comenzar de nuevo.
El ermitaño estaba muy apenado por la historia, pero era evidente que poco podría
hacer. En esto un alacrán comenzó a subir por la pared, y el ermitaño lo recogió con
cuidado, lo envolvió en un trapo y le dijo:
–Es lo único que tengo, hermano. Llévalo al prestamista, a ver cuánto te dan
por esto.
El hombre, que estaba muy desesperado, lo aceptó y fue a la casa del
prestamista. Allí, temeroso de que le echaran inmediatamente por llevar un alacrán,
le sorprendió la exclamación que hizo el prestamista al abrir el envoltorio. Pues en el
interior había un alacrán de fino oro, con filigranas y adornos de esmeraldas, rubíes
y diamantes.
Esto bastó para cancelar sus deudas y reanudar su vida. Incluso volvió a tener
una considerable fortuna. Pero no olvidaba al solitario ermitaño, ni siquiera ahora
que volvía a tener muchos amigos. Así que un día fue a la casa del prestamista,
recuperó la joya y llegó hasta la cueva del ermitaño para devolverle el regalo.
El ermitaño abrió con cuidado el envoltorio, cogió al alacrán y, depositándolo
en el mismo sitio de donde lo había cogido, dijo:
–Sigue tu camino, criaturita de Dios.
Y el precioso animal, convertido de nuevo en un vulgar alacrán, comenzó a
caminar lentamente.

En el norte de México existen muchos alacranes cuya picadura es mortal. Por eso
se encuentran en numerosos cuentos populares alacranes “buenos” e incluso con
poderes. En Guatemala existe una versión en la que el “tesoro” es una lagartija.
“El alacrán”, en Ana Garralón (selección y comentarios), Cuentos y leyendas hispanoamericanas.
México, sep-Larousse, 2007.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

192. La isla de las muñecas


Había una vez un señor de Xochimilco que coleccionaba las muñecas que se
encontraba tiradas y las colgaba de los árboles de su chinampa. Por la gran cantidad
de muñecas que llegó a tener le puso a su chinampa “La isla de las muñecas”.
Gracias a que las muñecas le ayudaban a regar sus árboles y flores en las
noches, este señor llegó a tener un verdadero paraíso. Su chinampa parecía una
selva por la gran variedad de plantas, flores y verduras que tenía; por eso la
gente que iba a pasear por el canal de Apatlaco le compraba mucho y visitaba su
extraña isla.
También se cuenta que cada noche, después de regar su chinampa, las muñecas
bailaban, cantaban e iban a recostarse a su lado.
Mucho tiempo pasó así, pero un día la cosecha de este señor se secó porque las
muñecas ya no quisieron regar su chinampa. Entonces el señor se enojó muchísimo
con ellas; las descolgó a todas de los árboles, las metió a un cuarto oscuro y ahí las
dejó encerradas.
Días después el señor murió y lo más extraño fue que las muñecas no estaban
en el cuarto donde las había encerrado; asombrosamente estaban
colgadas otra vez.
Esta isla todavía existe y los dueños actuales de
esta linda chinampa del canal de Apatlaco siguen
contando la leyenda.

¿Ustedes conocen Xochimilco? ¿Han tenido la


oportunidad de visitar la isla de las muñecas? Bueno,
ya conocen la leyenda y la próxima vez que visiten
este bonito lugar seguro querrán recorrer la isla y
recordarán esta leyenda.

Norma A. León del Monte, “La isla de las muñecas”, en Historias del Agua en el Valle de México.
México, sep-Etnobiología para la Conservación A.C., 2007.

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Sexto grado

193. El burro flautista


Cerca de unos prados En la flauta el aire
que hay en mi lugar se hubo de colar,
pasaba un borrico y sonó la flauta
por casualidad. por casualidad.

Una flauta en ellos “¡Oh!, dijo el borrico,


halló que un zagal ¡qué bien sé tocar!
se dejó olvidada ¿Y dirán que es mala
por casualidad. La música asnal?”

Acercóse a olerla Sin reglas del arte


el dicho animal, borriquitos hay
y dio un resoplido que una vez aciertan
por casualidad. por casualidad.

Tomás Iriarte, “El burro flautista”, en José Luis Almeida (selección), Sinfonola de cantares.
México, sep, 1991

194. La llorona
Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos
de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de la queda, tocada
por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando
había luna, despertaban espantados el oír en la calle,
tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una
mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o
tremendo dolor físico.
Las primeras noches, los vecinos contentábanse
con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres
gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo,
pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por
tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados,
quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era
aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las
ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquéllas
en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las
altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.
Vestía las mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro.
Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada
noche distinta, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado
rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo
lamento, puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo
rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en este tiempo penetraba dentro de
algunos barrios, como una sombra se desvanecía.

Luis González Obregón, Las calles de México: Leyendas y sucedidos. Porrúa, México, 1997.

195. ¿Cómo se empezó a contar?


Cuando la gente empezó a contar, seguramente usó las manos. Como la mayoría
tiene diez dedos, era lógico contar de diez en diez, y fue así como empezó nuestro
sistema moderno (decimal).

¿Por qué usamos las manos?


Los dedos era el medio más accesible de contar para la gente, incluso antes de que
los números tuvieran un nombre. Tocar los dedos al contar te ayuda a no perderte
y al mostrar los dedos, puedes comunicar cantidades sin usar palabras. La relación
entre los dedos y los números es muy antigua, e incluso hoy usamos la palabra en
latín (dígito) para referirnos a los números.

¿Qué es la base decimal?


Los matemáticos dicen que contamos en base decimal, es decir, lo hacemos en grupos
de diez. No hay una razón matemática para hacerlo, sólo fue un azar biológico. Si
existen extraterrestres con sólo ocho dedos, seguramente contarán en base ocho.

¿Los cavernícolas contaban?


Durante la mayor parte de la historia, la gente requería poco los números. Antes de
inventar la agricultura, el ser humano vivía de la caza y la recolección. Recolectaba
sólo lo que necesitaba y la quedaba poco para comerciar o almacenar, por ello no
hacía falta contar las cosas. Sin embargo, quizás hayan tenido un sentido del tiempo
al observar el Sol, la Luna y las estrellas.

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Sexto grado

¿Todos pueden contar?


En algunos lugares, la gente aún vive de la caza y la
recolección. La mayoría puede contar, pero algunos no
les preocupa. La tribu priaha, en la selva del Amazonas,
sólo cuenta hasta dos; lo demás son “muchos”. En
Tanzania, la tribu hadza cuenta hasta tres. Ambas
viven bien sin los números mayores, que al parecer
nunca necesitan.

¿Entonces para qué complicarse?


Si las personas pueden vivir sin los números, ¿por qué empezaron a contar? La razón
principal fue evitar trampas. Imagina que hayas pescado diez peces y le pidieras a
un amigo que los llevara a tu casa. Si no supieras contar, tu amigo podría robarte
alguno sin que te diera cuenta
Algunas culturas antiguas usaban las manos para contar en base cinco.

¿Qué vale la pena contar?


Incluso después de inventar y acostumbrarse a la idea de contar, puede que la gente
solamente contara las cosas valiosas. Algunas tribus aún lo hacen. Los yupnos en
Papúa-Nueva Guinea cuentan las bolsas de red, las faldas de hierba, los cerdos y el
dinero, ¡pero no los días, la gente, las papas, ni las nueces!

Johnny Ball, “¿Cómo se empezó a contar?”, en Piensa un número. México, sep-sm, 2007.

196. La sal
Ya hemos leído por lo menos otro poema de José Emilio Pacheco, que es el autor de
lo que vamos a leer hoy.

Si quieres analizar su ser, su función,


su utilidad en este mundo,
tienes que verla en su conjunto.

La sal
no son los individuos que la componen
sino la tribu solidaria.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Sin ella
cada partícula sería como un fragmento de nada,
disuelta en algún hoyo negreo impensable.

La sal sale del mar.


Es su espuma
petrificada.

Es mar que seca el sol,


y al final, ya rendido,
ya despojado de su gran fuerza de agua,
muere en la playa y se hace piedra en la arena.

La sal es el desierto en donde hubo mar.


Agua y tierra
reconciliadas,
la materia de nadie.

Por ella sabe el mundo a lo que sabe estar vivo.

José Emilio Pacheco, Celebración de la palabra: Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco para niños.
México, Conaculta, 2009.

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Sexto grado

197. El insomnio de la Bella Durmiente


La Bella Durmiente tenía insomnio.
¡Qué tragedia!
Tú recordarás el cuento de la Bella Durmiente: la maldición del hada mala
y cómo la princesa se pincha el dedo con un huso de hilar y cae como muerta.
Recordarás que interviene el hada buena y modifica el hechizo:
–La princesa no morirá. Dormirá por cien años y entonces vendrá un príncipe
a despertarla.
También te acordarás que todo el palacio se duerme y crece un espeso bosque
a su alrededor.
Todo había salido bien hasta ese momento. Dormían ya el rey y la reina, los
perros y los canarios, las damas y los caballeros, los guardias y los lacayos. Dormían
el fuego en la chimenea y el agua de la fuente, pero la protagonista del cuento, la
mismísima Bella Durmiente, ¿tenía insomnio y no se podía dormir!
El hada madrina no sabía qué hacer. En todo aquel palacio dormido sólo velaba
el aya anciana que había criado a la princesa y había venido a vigilar su sueño. ¡Pero
no había tal sueño! La Bella Durmiente padecía insomnio.
El hada agitaba en vano su varita mágica: la princesa no se dormía. Se paseaba
con el aya por los salones dormidos, pero no le llegaba el sueño.
–¡Esto no es posible! –se quejó la anciana, fatigada de caminar–. ¡La Bella
Durmiente no puede pasar cien años despierta!
–¡Estaré hecha una ruina cuando aparezca el príncipe! –clamó la pobre
princesa–. Hada madrina, ¡tienes que hacer algo!
El hada se quedó pensativa un momento. Luego exclamó:
–¡Ya sé! Pediré prestada la manzana de Blancanieves. La morderás y caerás como
dormida. Contrataremos a los siete enanos: ellos te fabricarán un precioso ataúd de
cristal para que te encuentre el príncipe.
–¡Nooo! –protestó la princesa–. ¡Yo no quiero al príncipe de Blancanieves, ella
se pondría celosa! Yo quiero a mi propio príncipe. ¡Este es MI cuento! –sollozaba.
–Podríamos cambiarle el nombre… –meditó el hada–. Ponerle… “La Bella
Insomne del Bosque”… Pero significaría mucho trabajo extra –recapacitó–. Habría
que irse al siglo dieciocho y cambiar el texto original, contratar otras seis hadas
madrinas, una bruja especial, ¡el sindicato de brujas protestaría por las horas extras!
Y con la inflación –terminó diciendo el hada– el costo sería prohibitivo.
–¡Además –clamó la princesa– los niños me conocen como la Bella Durmiente
y no es justo que me cambies el nombre! ¡Ay, madrina! ¿Qué voy a hacer durante
cien años despierta y sola?

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

–Podrías escribir un libro de soledad… –sugirió el aya.


–¡Ya está escrito! –exclamó la pobre Bella Despierta, y se echó a llorar.
Los niños escucharon su llanto.
Los niños solos oyeron los sollozos de aquella pobre muchacha y decidieron
ayudarla.
Vinieron de todas partes y le contaron cuentos para entretener su vigilia.
Cada niño y cada niña inventó un cuento sobre el insomnio de la Bella
Durmiente. ¡Hay tanto que hacer en cien años!: cosas útiles y bellas, juegos y viajes,
libros, fantasías y realidades.
La Bella Durmiente jugó con los niños y los cien años se le pasaron en un
suspiro.
Cuando, al fin, llegó el príncipe, se sorprendió de encontrarla despierta y fresca
como una niña. ¡Hasta el aya se había conservado fresca!
El palacio despertó, como en el cuento original, y las bodas del príncipe y la
princesa se celebraron con gran pompa y alegría. Ninguno de los dormidos supo
nunca del insomnio de la Bella Durmiente.
Pero tú sí sabes el secreto y, cuando quieras, puedes inventar un cuento para
consolar a la Bella Durmiente cuando no pueda dormir.

Rocío Sanz. http://redescolar.ilce.edu.mx/educontinua/lengua_comunicacion/


cuentos_viajeros/index.htm

198. De la A a la Z por un poeta


La A La B
La A sabe que es un reto Soñaba, sí, ser un día
–no se le puede negar– buena, bella y bondadosa,
hallarse en primer lugar pero también otra cosa
de todito el alfabeto. –y no era una bobería–:

Al mismo tiempo, la A, Deseaba, yo bien lo sé,


inveterada viajera, ser de grande muy delgada,
se aparece dondequiera: alta, larga y estirada,
aquí, acá y acullá. la B cuando era bebé.

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Sexto grado

La C La E
La C estará en la comida Sin la E, ¿cómo decir
de quien la coma con coles, “excluir”, si se la excluye?
coliflor o caracoles, ¿Cómo, si no se la incluye,
cruda, con caldo, o cocida. cómo “escribir”?

Y mejor, si se cocina Y tú me dirás: sin ella,


–con un poco de buen tino– ¿cómo hablar con elocuencia?
con un clavo, con comino, Y si brilla por su ausencia
cilantro y canela fina. ¿cómo llamar a una estrella?

La Ch La Z
Con la Ch, lo que sucede, Con la Z me despido
es que no siendo chismosa, –y con todo mi respeto–
o chocarrera o chistosa, de este locuaz alfabeto,
quiere ser seria, y no puede. y les quedo agradecido.

Pues por más que se le busca, Me despido con la Z


en palabras como “chasco”, y también se va conmigo
“chisgarabís” o “chubasco”, este servidor, amigo
no dejará de ser chusca. y afectísimo poeta.

De la A a la Z faltaron algunas letras, para no hacer esta lectura demasiado larga.


Pero hay que buscar el libro para saber lo que este poeta dice de ellas.
Fernando del Paso, De la A a la Z por un poeta. México, sep-Conaculta, 2000.

199. El murciélago
Cuando era el tiempo muy niño todavía, no había en el mundo bicho más feo que
el murciélago.
El murciélago subió al cielo en busca de Dios. Le dijo:
–Estoy harto de ser horroroso. Dame plumas de colores.
–No –le dijo Dios.
–Dame plumas, por favor, que me muero de frío.
A Dios no le había sobrado ninguna pluma.
–Cada ave te dará una pluma –decidió.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Así obtuvo el murciélago la pluma


blanca de la paloma y la verde del
papagayo, la tornasolada pluma del
colibrí y la rosada del flamenco, la roja del
penacho del cardenal y la pluma azul de la
espalda del martín pescador, la pluma de
arcilla del ala del águila y la pluma del sol
que arde en el pecho del tucán.
El murciélago, frondoso de colores y
suavidades, paseaba entre la tierra y las nubes. Por donde iba, quedaba alegre el aire
y las aves mudas de admiración. Dicen los pueblos zapotecas que el arcoíris nació
del eco de su vuelo.
La vanidad le hinchó el pecho. Miraba con desdén y comentaba ofendiendo.
Se reunieron las aves. Juntas volaron hacia Dios.
–El murciélago se burla de nosotros –se quejaron–. Y además, sentimos frío
por las plumas que nos faltan.
Al día siguiente, cuando el murciélago agitó las alas en pleno vuelo, quedó
súbitamente desnudo. Una lluvia de plumas cayó sobre la tierra.
Él anda buscándolas todavía. Ciego y feo, enemigo de la luz, vive escondido en
las cuevas. Sale a perseguir las plumas perdidas cuando ha caído la noche; y vuela
muy veloz, sin detenerse nunca, porque le da vergüenza que lo vean.

Eduardo Galeano, “El murciélago”, en Mitos de memoria y fuego. México, sep-Anaya, 2003.

200. Corrido del descarrilado


Aquí hemos venido El tren que corría
porque hemos llegado sobre el ancha vía
los dos por distinto lado; de pronto se fue a estrellar
cantando canciones contra un aeroplano
pasamos la vida que andaba en el llano
un poco más divertida. volando sin descansar.

Era en el año 40
antes del 54
cuando murió tanta gente
entre Puebla y Apizaco.

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Sexto grado

Quedó el maquinista Llegó la Cruz Roja


con las tripas fuera llegó la Cruz Blanca
mirando pal aviador pa auxiliar a los heridos
que ya sin cabeza y allí se encontraron
buscaba el sombrero que todos los muertos
para librarse del sol. de miedo ya habían corrido.

Todo esto nos sucedía Don Maximiliano


sin saber cómo ni cuando que era entonces gobernante
y la máquina seguía y vio entre los muertos
pita…pita…y caminando, a un pobre gendarme
con las tripas fuera gritando: “¡Alto y adelante!”
debajo del chapopote,
y hasta el garrotero. Y yo ya no quiero
seguir esta historia
Quedó el fogonero pa no cansar a ustedes,
sin brazos y tuerto rueguen por el alma
para que mi alma no pene de los que murieron:
seguía dando garrote. hombres, niños y mujeres.

Buscando al agente Al recordar tanto muerto


de publicaciones nos retiramos llorando
lo encontramos moribundo mientras la máquina sigue
y el pobre gritando: pita…pita…y caminando.
“¡Cervezas heladas!”
se fue para el otro mundo.

Los zopilotes estaban


sobre los muertos volando
y la máquina seguía
pita…pita…y caminando.

“Corrido del descarrilado”, en José Buil (selección), Estampida de rieles. México, sep, 1991.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

201. La invención de los caníbales


La palabra caníbal fue inventada por Cristóbal Colón en mil cuatrocientos noventa y
dos, cuando llegó a América (aunque él pensaba que había llegado a Asia). Mientras
recorría varias islas del Mar Caribe, la gente que habitaba en ellas le contó que
existían unos hombres que comían la carne de sus semejantes. Al principio Colón
pensó que eso era mentira, pero finalmente se convenció de que esos hombres
comedores de carne humana sí existían y eran horribles, agresivos y peligrosos.
Desde entonces, cuando oímos la palabra caníbal pensamos que en verdad los
comedores de carne humana son salvajes, temibles e inhumanos.
Sin embargo, lo que Colón y otros europeos de su época se imaginaron sobre
los pueblos que llamaron caníbales tenía más que ver con sus propias ideas, miedos
y prejuicios. Las razones que realmente tenían los pueblos americanos para comerse
a sus semejantes eran muy diferentes a lo imaginado por los europeos.
La historia de cómo Colón y los otros europeos del siglo XVI vieron a los
caníbales nos enseña que no debemos juzgar a un grupo de hombres que son
distintos a nosotros sin antes tratar de comprenderlos, aun si las cosas que hacen nos
parecen extrañas e incluso terribles, como comer carne humana. De esta manera es
posible comprender que la antropofagia, es decir, la práctica de comer personas, no
es precisamente una costumbre salvaje e inhumana. Esto quiere decir que debemos
procurar entender las razones que impulsan sus actos y también lo que estos actos
significan para ellos. Sólo después de comprender estas razones podemos realmente
decidir si lo que hacen es bueno o malo y cómo comportarnos ante ellos.
Si no actuamos de esta manera corremos el riesgo de repetir el error de los
españoles, que condenaron el canibalismo, pero en su lugar impusieron el esclavismo,
que era incluso más cruel en ciertos aspectos.

Federico. Navarrete, La invención de los caníbales. México, sep-Castillo, 2006.

202. Consumo compulsivo


El alimento, vestido y habitación son los satisfactores básicos de todo ser humano;
sin embargo, hay personas para quienes esos satisfactores se vuelven una obsesión;
sólo obtiene placer comiendo o comprando, aunque no sea indispensable. De estas
personas se dice que tienen una conducta de consumo compulsivo.

Comer o comprar compulsivamente es un problema psicológico

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Sexto grado

Estas conductas obsesivas aparecen desde la infancia y la


pubertad, pero se acentúan en la edad adulta, cuando los
hábitos y costumbres ya están arraigados. Generalmente,
las personas con una autoestima baja, es decir, cuyo estado
emocional les provoca fuertes necesidades afectivas, al
grado de sentir que no son merecedoras de cariño, afecto
o confianza, son quienes tiene mayor riesgo de desarrollar
este tipo de comportamiento.
Buscan suplir el cariño que les falta y sentirse bien
a través del consumo de comida o realizando compras de forma compulsiva, por
ejemplo. Sin embargo, al no conseguirlo por estos medios, caen en un círculo vicioso
donde la sombra de la adicción o dependencia se acentúa, y repiten este tipo de
conducta una y otra vez, cayendo en estados depresivos cada vez más profundos.
Frecuentemente, quienes padecen este problema sienten frustración y culpa sin
una razón aparente, y ocasionan trastornos a quienes los rodean.
La falta de confianza y la inseguridad son las principales causas de la pérdida
de control sobre sí mismo, así como de esta clase de conductas compulsivas. Se
puede tener la mejor disposición y voluntad para seguir una dieta o dejar de comprar
obsesivamente, pero sin un propósito firme para abandonar estos hábitos perjudiciales
todos los buenos deseos no nos servirán de nada: si la comida ocupa todo nuestro
pensamiento o vivimos pensando, aunque sea ligeramente, en la próxima temporada
de ofertas, entonces no estaremos solucionando nada.

María Luisa López Esquer, “Consumo compulsivo”, en El placer de cuidarme.


México, sep-Santillana, 2002.

203. El señor de los siete colores


Cuentan los que lo vieron, que hace mucho tiempo el arcoíris era un señor muy
pobre. Tan pobre que no tenía ni ropa para ponerse.
Su desnudez le apenaba mucho y decidió un día buscar una solución. Pero no se
le ocurría nada y decía: –¿De dónde voy a sacar yo ropa? –y se ponía aún más triste.
Un día brilló en el cielo un gran relámpago, y el señor decidió ir a visitarlo.
–Tal vez él pueda ayudarme.
Así que se puso en camino y, después de varios días de viaje, llegó ante él.
Mientras le contaba sus penas, el relámpago le miraba con tristeza y parecía
estar muy pensativo.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

Hasta que habló:


–Grande es mi poder, pero no tanto como para darle ropa. Sin embargo, tu
historia me ha conmovido y por eso te voy a hacer un regalo.
Y siguió hablando:
–Te voy a dar estos siete colores. Con ellos podrás pintarte el cuerpo y te
vestirán para siempre.
El hombre pobre sonrió.
–Además– siguió el relámpago–, aparecerás ante la gente después de las
tempestades y anunciarás la llegada del Sol. La gente te querrá y te mirará con
asombro.
Y así fue como, a partir de ese momento, al arco iris se le llamó el Señor de los
Siete Colores.

“El señor de los siete colores”, en Ana Garralón (selección y comentarios), Cuentos y leyendas
hispanoamericanos. México, sep-Larousse, 2007.

204. Tener una familia


La familia es la gente que nos quiere La familia
y vive con nosotros; es como un gran paraguas
o la que, desde lejos, abierto ante la lluvia;
nos piensa y nos protege; es leño y chimenea en el invierno
la que nos da calor, comida, besos, y en el verano pozo de agua fresca;
aunque nos diga, a veces: es un sofá,
“¡No puedes hacer eso!” un refugio,
una sonrisa,
una canción,
un hombro
y un pañuelo;
es una mano abierta,
es un abrazo fuerte,
es un regazo tibio…

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Sexto grado

Papá, mamá y hermanos Puede ser que a papá, mamá y abuelos


forman una familia, pero a veces se sumen unas tías,
alguno de ellos falta un primo y hasta el perro,
porque quizá se fue la gata y el canario.
o acaso nunca vino.
Grandotota,
El abuelo o la abuela pequeña
también pueden ser jefes de familia o diminuta:
cuando papá y mamá se han ido lo que en verdad importa
por una temporada o para siempre. ¡es que tengamos siempre una familia!
Hay que verlos entonces:
¡a pesar de sus años sacan fuerzas
y son, otra vez, soles
que alumbran y que abrigan!

Bien, la familia está conformada por el grupo de personas con las que compartimos
la casa y nuestra vida. El poema nos hace pensar en lo valioso de vivir en familia.
¿Cómo es la familia de ustedes?
Francisco Delgado Santos, “Tener una familia”, en El mundo que amo: antología de poesía
iberoamericana para niños. México, sep-Euroméxico, 2006.

205. La planta Paulino


El campesino Pietro quedó maravillado cuando le nació un niño con cabellos verdes.
Pietro había visto gente con el cabello negro, rubio o rojo. Incluso había oído hablar
de cierta hada de cabello turquesa, pero nunca había visto cabellos verdes. Las
mujeres que iban a ver al niño decían:
–Parece que tiene una ensalada en la cabeza.
El niño fue bautizado. Se llamó Paulino por deseo de su padre. Paulino Ensalada
lo llamaron las mujeres. Mandaron llamar a los doctores para que vieran aquellos
cabellos. Dijeron que no era nada. Cuando el niño tenía dos años fue con su abuela
al prado para pastorear una cabrita. Y ocurrió que, de repente, la cabrita se le acercó
y, ante los ojos del abuelo, se zampó todo el cabello en un abrir y cerrar de ojos,
dejándole la cabeza pelada.
Así se supo que los cabellos de Paulino no eran tales cabellos, sino hierba, una
hermosa hierbecita fresca y blanda que crecía muy deprisa.

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

–Podrías mantener a una cabra incluso en medio del mar –rió el padre de
Paulino.
En primavera, entre la verde hierbecita apareció una hermoso margarita. La
gente acudía desde muy lejos para ver al niño al que le crecían margaritas en la
cabeza.
Paulino ya era un jovencito y una vez cometió una mala acción. Inmediatamente,
en lugar de la hierbecita, le apuntó en la cabeza en mechón de cardos tupidos y
espinosos.
Paulino sentía mucha vergüenza de ir por el mundo con aquellos hierbajos que
le caían sobre los ojos. Por eso procuró no volver a cometer nunca malas acciones.
Con el paso del tiempo comenzó a crecer una plantita en medio de la hierba.
Se dieron cuenta de que era una encina y que, a medida que Paulino envejecía, se iba
haciendo cada vez más robusta. A los cincuenta años ya era una hermosa encinita.
Paulino no necesitaba un árbol para estar a la sombra en verano. Le bastaba con el
que le crecía en la cabeza.
Cuando Paulino cumplió ochenta años, la encina se había hecho tan grande
que los pájaros anidaban en ella, los niños trepaban sus ramas, los mendigos que
entraban en el patio, para pedir un huevo o un poco de agua reposaban un rato a la
sombra de Paulino y no acababan nunca de alabarlo por su bondad. Cuando murió,
Paulino fue sepultado de pie, de modo que la planta pudiese continuar viviendo y
creciendo al aire libre. Ahora es una encina viejísima y frondosa a la que llaman
la “planta Paulino”. A su alrededor pusieron un banco pintado de verde y allí se
sientan las mujeres a tejer, los campesino a comer y a fumar.
Los viejos permanecen allí sentados hasta que oscurece y se ven las brasitas de
sus pipas. Antes de irse a dormir, saludan a su amigo Paulino:
–Buenas noches, Paulino. La verdad es que eres un buen muchacho.

Gianni Rodari, Cuentos Largos como una sonrisa. Barcelona, La Galera, 2000.

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Sexto grado

Créditos de las ilustraciones


1 Rossana Bohórquez, La ronda de los cuernudos, p.
2 José Palomo, Circo, maroma y brinco, p.
4 Sergio Arau, Así cuentan y juegan en el Sur de Jalisco) , p.
6 Andrea Gómez, Francisca y la muerte y otros relatos, p.
9 Sergio Arau, Costal de versos y cuentos, p.
10 Leonor Salazar, Arte, ciencia y técnica II, p.
13 José Palomo, Arte, ciencia y técnica II, p.
14 Marisol Fernández, La culebra ratonera, p.
18 Alberto Beltrán, Arte, ciencia y técnica I, p.
19 Andrea Gómez, La vendedora de nubes y otros cuentos, p.
23 Salvador Romero , Arte, ciencia y técnica IV, p.
24 Rosario Valderrama El hombre flojo, p.
25 Patricio Gómez, Los delfines al rescate.
26 Sergio Arau, Costal de versos y cuentos, p.
29 Luis Vargas, Nuestro medio, p.
32 Carlos Dzib, Arte, ciencia y técnica I, p.
33 Liliana Infante, El Curro, p.
35 Héctor Gaitán-Rojo, Cuentos fantásticos, p.
36 Juan Reyes Haro, Mi cuerpo, p.
37 Fabricio Vanden Broek, El zapatero, p.
40 Felipe Dávalos e Irene, El agua y tú, p.
42 Carlos Dzib, Plantas y otras hierbas, Colibrí Tomo 1.
43 Norma Patiño, El torito.
45 José Palomo, Arte, Ciencia, técnica I, p.
46 Leonor Salazar, Arte, ciencia y técnica II.
48 María Eugenia Jara, Así cuentan y juegan en el Mayab, p.
49 Sergio Arau, El campo y la ciudad, Colibrí, tomo 8, .
50 Claudia de Teresa, El armadillo y el león, p.
52 José Palomo, Arte, ciencia t técnica I, p..
53 Andrea Gómez, Francisca y la muerte y otros cuentos.
54 Claudia de Teresa, Cuéntanos lo que cuenta, p.
56 Myriam Holgado, Los piratas, p.
59 Silvia Plata Garibo, Música para cantar en las escuelas, p.
60 Juan Reyes Haro y Felipe Ugalde, Mi cuerpo, p.
61 Felícity Rainnie, La vendedora de nubes, p.
62 Myriam Holgado, Arte, ciencia y técnica III, p.
s/a Juegos y más juegos II

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LEAMOS MEJOR DÍA A DÍA

65 Leticia Tarragó, Animarbujas y otros cuentos, p..


66 Flor Garduño, Jesús Sánchez Uribe, La Colonia, p.
67 s/a. Juegos y más juegos II
69 Claudia de Teresa y Gerardo Suzán, El eclipse, p.
70 Ana Ochoa, La concha del sapo, p.
71 Luis Vargas, Insectos, reptiles, anfibios y peces, p.
72 Leonel Maciel, la vendedora de nubes y otros cuentos, p.
78 Laura Almeida, Cuentos a montón, p.
79 Cecilia Cota, El diluvio, p.
80 Arnaldo Coen, El agua y tú, p
81 Leticia Tarragó, Animarbujas y otros cuentos, p.
84 Guillermo Camargo, La Colonia, p.
87 Leticia Tarragó, Animarbujas y otros cuentos, p.
89 José Palomo, Arte, ciencia y técnica I, p.
90 Juan Reyes Haro, Mi cuerpo, p.
93 Rocío Sagaón, Cuentos fantásticos, p.
95 Fabricio Vanden Broek, Animales mexicanos, p.
96 María Eugenia Jara, Los cuentos del conejo, p.
98 Arnold Belkin, De todo un poco, p.
99 Sergio Arau, De todo un poco.
100 Felipe Ugalde, Gato Pinto, p.
102 Odile Herrenschmidt, Animales mexicanos, aves y mariposas, p.
103 s/a, Juegos y más juegos II
105 Héctor Gaitán-Rojo, Animales y animalitos, p
106 Carlos Maltés, El alebrije, p.
109 Myriam Holgado, Arte, ciencia y técnica III, p.
111 Myriam Holgado, Arte, ciencia y técnica III, p.
114 Antonio Esparza, La vendedora de nubes y otros cuentos, p.
117 Juan Reyes Haro, Mi cuerpo, p.
119 Perla Broid, Arte, ciencia y técnica II, p.
121 Martín Vinaver, Arte, ciencia y técnica III, p.
123 Cynthia Gómez Cortés, La tierra de arena, p
124 Claudia de Teresa y Gerardo Suzán, El eclipse.
128 Araceli Suárez, ¿No será puro cuento?, p.
129 Felipe Ugalde, Un brinco al cielo, p.
133 Blanca Dorantes, Cosecha de versos y refranes, p.
134 Blanca Dorantes, Cosecha de versos y refranes, p.
136 Gonzalo Rocha, La Pulga aventurera, p.
137 Sergio Arau, Costal de versos y cuentos, p.
138 Rossana Bohórquez, La selva, p.

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Sexto grado

140 Rossana Bohórquez, La selva, p.


141 Héctor Gaytán-Rojo, Insectos, reptiles, anfibios y peces, p.
142 Myriam Holgado, Los piartas, p.
144 Gerardo Suzán, La cola de las lagartijas, p.
146 Felipe Dávalos, Las tortugas de mar, p.
148 Claudia Navarro López, El duende de la selva, p.
149 Araceli Suárez, ¿No será puro cuento…?.
150 Leonel Maciel, Animales fantásticos y más leyendas.
153 Bruno González, ¿Qué hacer con la basura?, p.
154 Carlos Dzib, Arte, Ciencia y técnica IV.
155 María Eugenia Jara, Así cuentan y juegan en el Mayab, p.
161 Irene García, Caleidoscopio, p.
163 Juan Reyes Haro, Mi cuerpo, p.
165 Odile Herrenschmidt , Animales mexicanos, aves y mariposas, p.
168 Arnold Belkin, De todo un poco, p.
169 Ruth Aracely Rodríguez, Manantial de recuerdos, p.
173 María Eugenia Jara, Mariposa de papel, p.
177 Felipe Dávalos, Animales y animalitos, p.
179 Carlos Dzib, Cuántos cuentos cuentan…, p
180 Juan Reyes Haro, Mi cuerpo, p.
181 Jesús Castruita Marín, Arte, ciencia y técnica III, p.
182 Leticia Tarragó, Animales fantásticos y más leyendas, p.
184 Claudia de Teresa, La brujita telaraña, p.
186 Luis Vargas, Insectos, reptiles, anfibios y peces, p.
190 José Palomo, Arte, ciencia y técnica I, p.
192 Araceli Suárez, ¿No será puro cuento, p.
194 Fotografía Flor Garduño, Jesús Sánchez Uribe, La Colonia, p.
195 Leonor Salazar, Arte, ciencia y técnica II.,
196 Antonio Esparza, La vendedora de nubes y otros cuentos, p.
199 Liliana Infante, El Curro, p.
200 Sergio Arau, Costal de versos y cuentos, p.
202 Sergio Arau, El campo y la ciudad, p.
203 Imágenes, Arte, ciencia y técnica V, p. 23
204 Juan Reye Haro, Mi cuerpo.

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