Antología 6°, 2a Parte 107-205
Antología 6°, 2a Parte 107-205
Antología 6°, 2a Parte 107-205
León Tolstoi, “El cuervo y sus hijos”, en Felipe Sánchez Murguía (comp.), Cuentos Antología.
México, sep-Porrúa, 1972.
125
109. Poema 20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: ”La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve en mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
126
Pablo Neruda, “Poema 20”, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
México, sep-Norma, 2003.
127
Romper el gis
Un profesor escribe en el pizarrón. El gis rechina. El maestro rompe el gis en dos y
deja de rechinar. ¿Por qué ocurre esto? Porque el ruido que produce el gis no sólo
depende de la forma en la que se toma y de la posición respecto al pizarrón por
donde se desliza, sino también de su longitud.
Percepción
Por un lado está lo que se oye y por otro lo que se percibe. Cada cerebro interpreta
los sonidos a su manera. Por ejemplo, un gis que rechina sobre un pizarrón es un
sonido que resulta desagradable a algunas personas, pero no a todas.
Silbato
En un silbato hay una bola pequeña. Sin esa bola, el sonido sería puro. Pero cuando
se oye un sonido puro, no siempre es fácil saber de dónde viene. Con la bola, el
sonido se vuelve irregular y se descubre fácilmente de dónde viene.
Paul Martin, “¿Por qué los rechinidos son tan desagradables?”, en Los porqués de la salud. México,
sep-sm, 2007.
128
Regina Hernández Franyuti, “Una mirada desde las alturas”, en Un vuelo por la ciudad. México,
sep-Instituto Mora, 1997.
129
Eduardo Galeano, “La yerba mate”, en Mitos de memoria y fuego. México, sep-Anaya, 2003.
113. Madonna
Seguramente me conoces como la reina del pop. ¿Pero sabes cuál es mi nombre,
dónde nací y lo difícil que fue llegar adonde estoy ahora?
Yo, Madonna Louise Verónica Ciccone, nací el 16 de agosto de 1958
en Rochester, Michigan, en los Estados Unidos, la tercera hija de una pareja de
inmigrantes italianos muy católicos. Mi mamá murió cuando yo tenía cinco años y mi
papá se volvió a casar poco después con su ama de llaves. Creo que mi rebeldía de
adolescente (que mantuve aún siendo adulta) surgió como respuesta a la educación
conservadora de mis padres y la estricta disciplina de mi madrastra.
130
De niña soñaba con ser bailarina, así que tomé clases de ballet y más tarde
recibí una beca para estudiar danza en la Universidad de Michigan. Después de tres
semestres me fui a Nueva York a probar suerte. Ahí viví muy austeramente y me di
cuenta de que no podría sobrevivir como bailarina, así que busqué otros caminos
para lograr lo que quería: volverme famosa.
Aprendí a tocar la guitarra y la batería y fundé el grupo Breakfast Club. Fui
la baterista y después la cantante hasta que en 1980 me separé en busca de una
carrera como solista.
Pasé las noches en las discotecas, buscando relacionarme con la gente del
espectáculo, hasta que logré entregarle una cinta con mis canciones al DJ Mark
Kamins, quien la puso y se entusiasmó con la reacción de la gente. Con su ayuda
conseguí un contrato con la disquera Sire Records y en 1982 grabé la canción “Every
body”, que se volvió un éxito. Poco después saqué a la venta mi primer álbum,
Madonna.
Algunas de las canciones del disco llegaron a los primeros lugares de las listas
de popularidad, pero fue mi segundo álbum, Like Virgin, el que me llevó a la fama. Me
volví una estrella de la música pop y los adolescentes de todo el mundo empezaron
a imitar mi forma de vestir y de actuar.
A pesar de que fui la primera cantante en vender más de cinco millones de
ejemplares de un álbum, tuve críticos que aseguraron que mi carrera no duraría.
Pero les demostré lo contrario, ya que desde 1984 hasta hoy me he mantenido en
los primeros lugares de popularidad a nivel mundial.
Soy extremadamente perfeccionista; trabajo cada canción hasta quedar
satisfecha. Puedo presumir de haber ligado la presentación de cada disco con una
total modificación de mi imagen, según el estilo de música presentada.
Una buena parte de mi fama se la debo a mi forma desenfadada, picaresca y
a veces escandalosa de presentarme. La gente conservadora me criticó: decía que yo
estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conservar la fama.
Pero ahora soy madre de Lourdes María y Rocco, soy esposa y he dejado atrás
la etapa del escándalo. Trato de pasar más tiempo con mi familia y en mi trabajo
hago sólo lo que me gusta, fijándome más en la calidad que en la fama.
131
“Las señas del esposo”, en Teresa de Santos (selección), Romancero para niños.
México, sep-Colofón, 2005.
132
133
134
Pica menos
Cuando nos pica menos, el cerebro recibe la información
de que “da comezón”. Al rascarse, el cerebro recibe
la información “me rasco” y olvida un poco la otra
(“da comezón”). Por eso, al rascarse da menos
comezón. Pero si dejamos de rascarnos, da más.
Da más comezón
Las picaduras producen comezón porque
el cuerpo se defiende del producto que ha
inyectado el mosquito. Al rascarse, la piel se
daña. Poco después, la piel quiere defenderse
un poco más. Si nos rascamos una picadura,
después da más comezón.
135
Paul Martin, “¿Por qué dan comezón los piquetes de mosquito?”, en Los porqués de la salud.
México, sep-sm, 2007.
136
Jorge Luis Borges, “Episodio del enemigo”, en Libros de sueños. México, sep-Alianza, 2002.
137
2006.
120. Ajedrez
Le apasionaba jugar al ajedrez y llevaba siempre consigo un pequeño tablero de
bolsillo con sus respectivas piezas.
En cuanto subió al tren, trabó conversación con el compañero de viaje que
ocupaba el asiento situado frente al suyo y lo instó a jugar una partida. El invitado
se negó.
–Conozco muy poco, casi nada, del juego-ciencia –le respondió cortésmente.
Entonces él insistió con tanta porfía que logró convencer al renuente viajero. Se
inició la partida. Como su forzado contrincante jugara en forma inusitada, estrafalaria,
perdió la serenidad, cayó en error y al cuarto movimiento dejó un caballo a merced
de las piezas enemigas. Su adversario, tal vez distraído, iba a pasar por alto la jugada
que le favorecía, pero él caballerosamente, le llamó la atención:
–Cómase usted el caballo –le dijo señalándole la pieza indefensa.
–¿El caballo? ¿Esa pieza es un caballo? ¿Quiere usted que yo me lo coma?
–Sí. Es imperativo que se lo coma. No quiero ventaja. Cómaselo. Por favor,
cómaselo.
–Si usted lo pide tan fervientemente… –dijo con voz sumisa.
Y tomó la pieza que se le señalaba y la engulló de un bocado. Al segundo se
levantó presuroso, aprovechó el paso lento del tren, que se acercaba a una estación,
saltó a tierra y se alejó en ligero trote, relinchando, por una vereda que de seguro
conducía a un potrero cercano.
138
139
Felipe Garrido, “¿Por qué hay tantos coyotes?”, en Cómo fue que hubo tantos coyotes.
México, sep-Alfaguara, 1996.
140
Yolanda Reyes, “Balada del fondo del mar”, en Martha Sastrías, Lecto-juego-acertijos
para motivar a los niños a leer el mundo natural, México, Pax, 2003.
141
Numeración en base 10
La numeración en base 10 es una de las más difundidas entre las culturas antiguas y
modernas de todo el mundo, y el motivo es muy simple: nuestras manos tienen diez
142
dedos, y por lo tanto, nada más fácil para contar que usarlos. ¡Supongo que estarás
de acuerdo!
El bravo Afet, pastor egipcio, tenía un pequeño rebaño de veintitrés ovejas, y
perder una sola de ellas le supondría un grave perjuicio.
De ahí que cada tarde, antes de conducirlas de nuevo al redil, las contaba para
estar seguro de que estaban todas.
Para contar 23 ovejas, agotaba los dedos de las manos una primera vez, luego
una segunda vez, y por último usaba 3 dedos.
Bastaba recordar que había utilizado 2 veces todos los dedos (2 decenas) y
luego había usado otros 3 (3 unidades). En total, 23. ¡Así de fácil!
De haber tenido 6 dedos (dos manos con tres dedos en cada una) y el mismo
número de ovejas, habría agotado los dedos de las dos manos una primera vez, una
segunda vez y una tercera, y aún le quedarían 5 dedos para completar la cuenta.
En cualquier caso, cada cual puede contar como más lo prefiera; basta conocer
el resultado, es decir, basta concretar en qué base se cuenta.
Los egipcios contaban como nosotros, en base 10, pero su escritura era muy
diferente de la nuestra.
Anna Parisi, “Los números: esos antiquísimos enigmas”, en Números mágicos y estrellas fugaces:
los primeros pasos de la ciencia. México, sep-Oniro, 2006.
143
Aquello era tremendo. Mientras las otras andaban acarreando hojas o pasto
reando pulgones (que son las vacas de las hormigas) para que no faltara la leche en
el hormiguero, ella se pasaba el día como si se tratara de un verdadero león.
Luego los rugidos se le fueron a la cabeza, quiso irle arriba a un mosquito
chupaflor y terminó teniendo una reyerta con un gorgojo pendenciero.
Así anduvo la hormiga hasta el día en que se quedó sola en el monte. Sola con
su peluca y sus rugidos.
Entonces se dio cuenta que, hasta el mismo león, solo, puede ser una hormiga.
Y aprendió otra cosa más: que a una hormiga cualquiera pueden aplastarla,
aunque ruja como un león.
Pero, ¿verdad que un hormiguero, en cambio, es algo respetable?
Froilán Escobar, “La hormiga león”, en Secreto caracol, Buenos Aires, Colihue, 1993.
144
145
–Bueno.
Al rato llegó a declararse el segundo hermano.
–Haría lo que me pidieras, para que supieras cuánto me gustas.
–¿De veras?
–Claro.
–Pues esta noche harás como si fueras muerto.
Aceptó y le tomó las medidas para hacerle su caja.
El tercer hermano llegó más tarde.
–Ay, niña, eres mi amor. Haría por ti lo que me ordenaras.
–¿Harías de diablito?
–De lo que pidas y mandes.
Lo citó para la noche.
Cuando llegó el que iba a hacer de muerto, lo amortajó y lo metió al ataúd.
Al rato llegó el que debía cuidarlo: le dio cuatro cirios y lo mandó al panteón
con el difunto a velarlo.
Al más chico lo vistió con un traje cubierto de latas agujeradas. Cada lata
llevaba una vela encendida dentro. Le puso cuernos. Salió lanzando destellos y
chispas; tintineaba al caminar.
–¿Y qué debo hacer? –preguntó.
–Ve al panteón y te pones a dar de brincos.
Llegó al panteón y, aunque con miedo, comenzó a saltar.
–¡Ave María Santísima, qué es eso! –gritó el que estaba velando. Se echó
a correr.
–¡Jam, un diablo! –gritó el muerto y escapó.
–¡Un muerto que corre! –gritaba el diablito al emprender la huida.
El primero volteaba y veía que lo perseguían. No paró hasta llegar a su casa.
Se aventó a su hamaca.
El segundo, para escapar del diablo, se escondió en la misma hamaca.
El diablo, con el susto, ni vio que el muerto venía delante de él, se
fue a encontrarlo en su mismísima hamaca.
Cuando se dieron cuenta de la broma y de su miedo, dejaron en
paz a la muchacha: ni la volvieron a ver; ni adiós le dijeron.
146
Alfonso Reyes, “Sol de Monterrey”, en César Arístides (selección), Vuelta a la casa en 75 poemas.
México, sep-Planeta, 2003.
147
Dicen que hay que escribir todo… ¿Escribir todo? ¿Hasta esos sueños, secretos y
fantasías que se me quieren salir de la cabeza? ¿Todo lo que inventemos y hagamos
Griselda, Lupe, Cuca y yo? ¿Qué Héctor es el niño que me gusta? Voy a escribir mis
secretos de hoy en adelante.
Miércoles 10 de abril
En la mañana traté de peinarme de otro modo para que Héctor se diera cuenta de
que ya tengo 12 años, pero no fue fácil porque tenía el pelo tan enredado que le
tuve que pedir ayuda a mi mamá y fijarme cómo lo desenredaba, para hacerlo yo
sola otro día…
Resulta que me cepillo empezando por las puntas y subiendo poco a poco por
mechones, con paciencia, hasta desenredarlo todo; así no me duele tanto.
–¿Por qué se me hacen nudos con el cabello? –le pregunté.
–Es que no te cepillas lo suficiente; sólo lo haces en las mañanas.
Me dijo que los dedos servían de peine, que con las yemas, no las uñas, me
peinara y al mismo tiempo me diera un masaje en la cabeza. De esa manera entra el
aire y circula mejor la sangre. Es más o menos así:
Sentí como si estuviera lavándome la cabeza, pero al final pude dejarme el pelo
suelto, con un broche de lado. Mi cara luce diferente y el cabello se ve más suave y
brillante, no como con la trenza de siempre.
Todo el día me sentí más ligera y contenta, pero por más que busqué a Héctor,
no lo vi. No importa, mañana puede ser… espero.
Jueves 11 de abril
Hoy correteamos a Héctor… nunca imaginé que corriera tan rápido.
A la salida de clases les conté a mis amigas lo que mi mamá me había dicho
acerca del cabello, y todos empezamos a sobarnos la cabeza.
Cuca tiene una forma de cabeza muy chistosa, como de signo de interrogación
y el cabello como estropajo. Estoy segura de que podríamos barrer la escuela con su
trenza… En cambio, Griselda lo tiene muy suavecito, como de muñeca. Dice que es
porque se lo lava todos los días con jabón de pasta y luego se lo enjuaga muy bien
con una fórmula secreta de su mamá.
148
Las niñas callaban por temor al soberano, pero un día la menor resolvió que la
próxima contestaría al saludo del rey.
Una tarde, como de costumbre, pasó el rey mientras la menor regaba las
plantas y dijo:
Adiós, señorita de la albahaca,
¿Cuántas hojas tiene la mata?
149
De este cuento existen otras versiones, donde se titula “La maceta de albahaca”. El
triunfo del ingenio sobre el poder es un tema muy apreciado en los relatos populares,
sobre todo si el más pequeño vence, con su humor y sabiduría.
132. La cucaracha
La Costa Chica es una región comprendida entre Acapulco, Guerrero, y Puerto
Ángel, Oaxaca; está limitada al sur por el Océano Pacífico y al norte por la Sierra
Madre del Sur. Este espacio está compartido por población indígena, mestiza y
afromestiza. En esta región se cuenta con una amplia variedad de tradiciones
musicales. Éste es un ejemplo de una pieza que retoma los versos de la canción
150
“La cucaracha”, en Carlos Ruiz Rodríguez (comp.), Versos, música y baile de artesa de la Costa
Chica, San Nicolás, Guerrero y el Ciruelo, Oaxaca. México, sep-El Colegio de México, 2005.
151
– “Te quiero” podía decirse de dos maneras: una escondiendo los ojos detrás de
un abanico abierto, y la otra, moviendo el abanico junto a una mejilla, rozándola.
– Para una cita: tocar el ojo derecho con el abanico cerrado significa que se desea
una cita, la hora se marca abriendo un número determinado de varillas.
– Para pedir disculpas: el abanico alrededor de los ojos quiere decir “lo siento”
– Hacer un reproche: para decir que están siendo crueles con nosotras y que
queremos un cambio de actitud, cerrar y abrir el abanico varias veces.
– Para pedir prudencia: amenazar con el abanico cerrado.
– Para avisar de que nos siguen o alguien nos está viendo: girar el abanico con
la mano izquierda.
– Para pedir que nos sigan: poner el abanico delante de la cara con la mano
derecha.
– Para pedir que no nos olviden: se pone el abanico detrás de la cabeza.
– Para pedir discreción y que nuestros secretos no se sepan: abrir el abanico y
tapar con él la oreja izquierda.
– Para decir que sí: apoyar el abanico en la mejilla derecha.
– Para preguntar si somos correspondidos en el amor: entregar el abanico
cerrado.
– Para decir te odio: mover rápido el abanico entre ambas manos.
– Para explicar que se quiere a otra persona: girar el abanico con la mano
derecha.
– Para pedir que se olviden de nosotros: sujetar el abanico abierto con las dos
manos.
152
Se pueden imaginar a las damas de esa época con sus elegantes abanicos moviéndolos
con gracia cuando, en realidad estaban hablando con su amado. En este tiempo las
cosas han cambiado con relación al noviazgo pero lo que no cambia es la necesidad
de compartir un código secreto para comunicarnos cuando es necesario. ¿Ustedes
tienen alguno?
153
135. El gato
Al día siguiente me moría de ganas de volver a espiar al viejito. Por todo lo que había
visto el día anterior, algo me despertaba como nunca la curiosidad. Tanto que en la
escuela no pude dejar de pensar en él durante la clase de biología. La maestra se dio
cuenta de mi distracción y me pidió que me pusiera de pie.
–Martín, por lo que veo no estás muy interesado en la clase, ¿verdad? ¿Podrías
decirme de qué estaba hablando?
A la señorita Lucy era difícil engañarla. No tuve de otra más que decirle la
verdad: que no estaba poniendo atención en la clase. El resultado era de esperarse:
a ella siempre se le ocurría lo mismo, mandarme al rincón.
Bueno, pero hablaba de que ese día, después de comer un horrible hígado
encebollado, que se me antojaba menos que la sopa de ratones, lagartijas y caracoles,
me fui a mi cuarto a armar cuanto antes el telescopio y a esperar a que sucediera algo
en la calle o en el departamento del viejito. Esa vez llegó tarde, como a las siete de
la noche. Se le veía contento. Primero se puso su bata, se comió un durazno y fue al
cuarto al que mi telescopio no llegaba. Regresó con un gatito blanco. Lo acarició y lo
dejó sobre la mesa, junto a un plato de leche. En esa ocasión no le echó gotas de su
asquerosa pócima.
Traté entonces de explicarme todo lo sucedido:
1. Podría ser que el gato embrujado no fuera gato, sino gata, y que la fórmula
le hubiera ayudado a tener rapidísimo un hijo.
2. El viejito podría ser un inventor que había descubierto un bálsamo para
reducir a los animales de tamaño. Así, cualquier niño tendría en su casa, por
ejemplo, un elefante o una jirafa del tamaño de un perrito.
3. Lo peor de todo: que en realidad no sucediera nada extraño, que el viejito no
fuera ni brujo ni inventor, que las gotas fueran vitaminas, que el gatito fuera
un simple gatito y el gato, un gato que estuviera dormido en esos momentos
en algún lugar del departamento que yo no alcanzaba a ver.
154
Julio Cortázar, “Instrucciones para llorar”, en Historias de cronopios y de famas. México, sep-
Santillana, 2005.
155
137. El barzón
En algunas partes de México le llaman barzón al cuero que está amarrado al palo
con el que el campesino dirige la yunta de animales para abrir surco y sembrar. Los
hombres del campo, viendo lo necesario que es ese pedazo de cuero para sus labores
y, de paso, para protestar contra el trato injusto, le compusieron esta canción.
156
Martha Salazar García, “¿Qué es una selva tropical húmeda?”, en Entre monos y lianas. Un
acercamiento a la selva húmeda. México, sep-Pluralia, 2005.
157
Elvira García, “¿Quién es el que anduvo aquí?”, en Tierra Adentro Días de radio. Número 137,
Diciembre 2005 y Número 138, Marzo 2006.
158
159
El río Amazonas es el más caudaloso del mundo y se extiende desde las montañas
de Perú hasta Brasil. Hasta hace pocos años, el mayor misterio del río era encontrar
su nacimiento. Finalmente, una expedición de científicos determinó la cuenca en la
montaña Nevado Mismi, al sur de Perú, en la cordillera de los Andes.
“El origen del río Amazonas”, en Ana Garralón, (selección y comentarios) Cuentos y leyendas
hispanoamericanas. México, sep-Larousse, 2007.
160
Cuentan que hace mucho tiempo, ¡tiempales hace! cruzaba una lancha de Granada a
San Carlos y cuando viraba de la Isla Redonda, le hicieron señas con una sábana.
Cuando los de la lancha bajaron a tierra, sólo ayes oyeron. Las dos
familias que vivían en la isla, desde los viejos hasta las criaturas, se estaban
muriendo envenenadas. Se habían comido una res muerta picada de toboba,
una víbora amante de rondar el ganado moribundo.
–¡Llévennos a Granada! –les dijeron.
Y el capitán preguntó:
–¿Quién paga el viaje?
–No tenemos centavos –dijeron los envenenados–, pero pagamos con
leña, pagamos con plátanos.
–¿Quién corta la leña? ¿Quién corta los plátanos? –dijeron los marineros.
–Llevo un viaje de cerdos a los Chiles y si me entretengo, se me mueren
sofocados –dijo el capitán.
–Pero nosotros somos gentes –dijeron los moribundos.
–También nosotros –contestaron los lancheros–. Con esto nos ganamos la vida.
–¡Por diosito! –gritó entonces el más viejo de la isla–. ¿No ven que si nos
dejan, nos dan la muerte?
–Tenemos compromiso –dijo el capitán. Y se volvió con los marineros y ni
porque estaban retorciéndose tuvieron lástima. Ahí los dejaron. Pero la abuela se
levantó del tapesco y a como le dio la voz les echó la maldición:
–¡A quienes se les cerró el corazón, se les cierre el lago!
La lancha se fue. Cogió altura buscando San Carlos y desde entonces perdió
tierra. Eso cuentan. Ya no vieron nunca tierra. Ni los cerros ven, ni las estrellas. Tienen
años, dicen que tienen siglos de andar perdidos. Ya el barco está negro, ya tiene las
velas podridas y las jarcias rotas. Mucha gente del lago los ha visto. Se topan en las
aguas altas con el barco negro, y los marinos barbudos y andrajosos les gritan:
–¿Dónde queda San Jorge?
–¿Dónde queda Granada?
Pero el viento se los lleva y no ven tierra. Están malditos.
“El barco negro”, en Pablo Antonio Cuadra (comp.), La piedra y el metal: cuentos, mitos y leyendas
de América Latina. México, sep-Cidcli, 2000.
161
Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre su patria.
Hay hombres que tienen en sí el decoro de muchos hombres… en ellos van
miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son
sagrados.
Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de
la Plata; Hidalgo, de México.
Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban y las palabras
se le salían de los labios… el mérito de Bolívar fue que no se cansó de pelear
por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Libertó a
Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una
nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos
y medio desnudos…
San Martín fue libertador del Sur, el padre de la República Argentina, el padre
de Chile. San Martín hablaba poco, parecía de acero, miraba como un águila, nadie
lo desobedecía. Su caballo iba y venía por el campo de pelea, como el rayo por el
aire. Hay hombres así, que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se fue
a libertar a Chile y al Perú. En 18 días cruzó con su ejército los Andes altísimos y
fríos: iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos; abajo, los árboles
parecían yerba, los torrentes rugían como leones…
Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Leyó
los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaron el derecho del hombre a ser
honrado y a pensar y hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos y se llenó de
horror. Vio maltratar a los indios que son tan mansos y generosos, y se sentó entre
ellos como un hermano viejo, a enseñarles… el cura Hidalgo montó a caballo, con
todo su pueblo, que lo quería como a su corazón. Dijo discursos que dan calor y
echan chispas. Declaró libres a los negros. Les devolvió sus tierras a los indios. Ganó
y perdió batallas hasta que lo apresaron y mataron.
Hay que querer a todos los hombres que pelearon porque la América fuese del
hombre americano. A todos, al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe
desconocido.
Cristina Carbó et al. 501 maravillas del viejo Nuevo Mundo 1. México, sep-Hachette
Latinoamericana, 1994.
162
144. La iguana
Las sabanas veracruzanas son tierras húmedas, las aguas las verdean. Y verde, de
tanto verde, está la iguana. Parece dinosaurio chaparrito y feroz, pero en realidad es
bonachona e inofensiva. Come pura verdura y ni siquiera te muerde.
Tampoco siempre es verde. También hay iguanas negras, los garrobos o
tilcampos. De iguanas hay más de trescientas especies ¡una familia muy numerosa!
Y, sin embargo, como a muchos otros animales, ya se le ve poquito en la sabana.
A veces, una iguana mascota nos mira desconsolada desde una pecera.
Arriba de la tarima, el bailador se transforma en iguana y obedece lo que
el cantador manda. Flexible, se escurre con mil contorsiones, piesea y rodillea y
ombliguea entre las risas de los asistentes.
“La iguana”, en Caterina Camastra (comp.), Ariles y más ariles: los animales en el son jarocho.
México, sep-El Naranjo, 2007.
163
Trudee Romanek, “La lucha contra los gérmenes”, en ¡Achuuuuú!. México, sep-Planeta, 2007.
164
165
Por qué vivimos las tortugas en el agua. México, sep-Fernández Editores, 1988.
166
formas extrañas y se enredan de tal modo que, al cabo del tiempo, a la gente que
eso le ocurre se vuelve loca.
Aquí tienes un ejemplo: Yo.
Acuérdense que los escritores siempre andan fantaseando. Rulfo dice aquí que
leer es peligroso. No se lo crean. Con los dos libros que escribió, Rulfo se convirtió
en uno de los escritores más importantes del mundo.
Juan Rulfo, “Fragmento de una carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio, 26 mayo 1947”,
en Aire de las colinas. Cartas a Clara. México, sep-fce, 2000.
167
Kathy Wollard, “¿Por qué encanece el pelo?”, en El libro de los porqués 2. México, sep-Oniro, 2003.
149. Rogelio
Rogelio no se percataba de que ya estaba muerto o sencillamente se resistía a
aceptarlo. Por ello una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba enterrado y no era
raro encontrárselo comiendo en algún restaurante cercano al cementerio. En algunas
ocasiones nos iba a visitar al retorno y se pasaba largas horas platicando sobre los
viejos tiempos. Sin duda, varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya
era un cadáver y que apestaba bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez
increíble se presentaba en cualquier lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato
sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía.
Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos
divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió
con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más
volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi
mujer… mi mujer, decidió incinerarme.
168
“La suegra y la nuera”, en Vicente T. Mendoza (comp.), Lírica infantil de México, México, fce, 1984.
169
170
aceite necesario, metió en el horno la leña conveniente, atizó bien el fuego y sacó el
muñeco a tiempo.
El dios, ahora sí, quedó contento. En su mano tenía un hermoso hombre color
bronceado… ¡Tal como lo había imaginado!
–Será la raza roja, mi raza preferida –decidió Manitú.
Y le puso sobre su cabeza un gran penacho de blancas plumas.
Así fue como nacieron los pieles rojas, que forman la raza más bella del mundo.
Al menos eso dicen ellos y Manitú.
“Leyenda de los pieles rojas en Nerio Tello (comp.), Antes de América: leyendas de los pueblos
originarios. México, sep-Celistia, 2008.
Luciérnagas El tucán
Luciérnagas de la noche, El tucán
mínimas y juguetonas dijo herejías
bajo las alas esconden de colores.
sus lámparas temblorosas Por eso
su estuche
Y van bailando su baile de laca taraceada,
por entre el negro profundo, hueso de mamey alado,
como si estrellas llovieran canoa amarilla
sobre la casa del mundo. tapada con espejos.
Claudia Lars Elisa Ramírez
171
Abejas
Como manchas amarillas en lo verde
van y vienen
eléctricas abejas,
luminosas abejas
como antorchas
van y vienen las abejas
como manchas amarillas en lo verde.
Armando Rubio Huidobro
Cambios en el recipiente
Los estilos de vida han cambiado mucho en el último siglo, y los desperdicios también.
En 1900 había pocas cosas que se empacaban, y se compraban para que duraran.
Ahora, los empaques están en todas partes y lo que compramos, desde ropa hasta
celulares, pronto se vuelve obsoleto. En un mundo en el que comprar es el mayor
pasatiempo, cada uno de nosotros genera hasta una tonelada de basura al año.
Los desechos actuales contienen grandes cantidades de plástico (material
sintético muy resistente al deterioro). Los plásticos son muy útiles y es difícil imaginar
la vida sin ellos. Pero como las bacterias y demás microbios no los destruyen, quizá
no desaparezcan. A veces los objetos de plástico se trituran, pero sus fragmentos
pueden durar cientos de años.
Además de los plásticos, los desechos domésticos y los industriales contienen
muchos y diversos materiales, todos revueltos. No es fácil deshacerse de ellos con
seguridad. La solución tradicional, enterrarlos, causa problemas porque los deshechos
descomponen el subsuelo. Expelen gases peligrosos y líquidos que pueden contaminar
172
a los ríos. Una alternativa son los incineradores especiales; el calor generaría fuerza
eléctrica. Pero son controvertidos porque liberan peligrosos contaminantes al aire.
Desechos en el mar
El mar siempre está en movimiento y esparce basura a lo largo y ancho. La basura
puede cruzar océanos, e incluso islas remotas puede reunir desechos en sus playas.
Hacia 1990, se investigó una playa deshabitada en Ducie Island. A pesar de ser
un punto aislado del mundo a 4,500 kilómetros de la costa de Sudamérica, se
encontraron cientos de piezas, desde juguetes de plástico hasta tanques de gas. La
basura no sólo es fea, sino también una amenaza para los animales marinos. Lazos
y redes pueden atrapar focas y aves en el mar y en la playa. Tortugas y mariposas
pueden tragarse bolsas de plástico al confundirlas con medusas.
David Burnie, “La edad de la basura”, en Planeta en Peligro. México, sep-Altea, 2006.
173
“Juan Regaña”, en Beatriz Barnes (selección), Fábulas. Para leer en voz alta.
México, sep-Salvat, 1993.
El sombrero en la jarana
es contraseña de gala,
a la mestiza engalana
y más donaire regala.
174
Tu lo quisiste, mi amor,
me alejo con alegría
porque tu dulce candor
para mí es hipocresía.
Si te miras al espejo
que no te asusten tus canas
déjalas yo te ¡aconsejo!
pues les gustan a las damas.
Como se habrán dado cuenta con estos versos se destaca, en el ámbito nacional, el
arte popular de Yucatán.
Manuelita Pavía de Coronado, “Bombas Yucatecas”, en Fantasía yucateca. 100 bombas.
México, sep-Casa Juan Pablo, 2006.
Cambios genéticos
En un periodo de 50 años, se ha pasado del descubrimiento del adn y los genes
a saber modificarlos, lo que significa que es posible alterar el funcionamiento de
los seres vivos y de inventar variedades nuevas de animales y plantas. Además, la
genética es la base de muchos otros inventos y descubrimientos.
175
Descubrimientos
Durante muchísimos tiempo, los científicos no supieron cómo funcionaban los seres
vivos, ya que los genes y el adn se descubrieron hace tan sólo cien años. Hoy en día,
los genetistas saben mucho del funcionamiento de los genes y de cómo controlan
las células y los organismos
Preocupación
A mucha gente le preocupa el avance de la genética, porque piensa que puede ser
peligroso alterar genes y provocar cambios en los seres vivos. Por eso se organizan
campañas en contra de algunos de los usos de la genética.
Inventos asombrosos
Éstos son algunos de los descubrimientos e inventos que ha llevado a cabo la ciencia
a partir del conocimiento de los genes y el adn.
– El mapa del genoma: Los científicos han logrado obtener un mapa del
genoma humano, es decir, toda la información almacenada en el material
genético de una persona.
– La clonación: Gracias a la genética, se han conseguido clonar (realizar copias
exactas) de muchas especies de animales y plantas.
– Los bebés a la carta: La medicina puede ayudar a las parejas a tener hijos
sanos, ya que es posible analizar las primeras células del embrión para
comprobar que no tenga enfermedades genéticas, las cuales se transmiten
de padres a hijos por medio de los genes.
– La manipulación genética: Se puede cambiar a un ser vivo alterando
previamente sus genes. Por ejemplo, se han creado ratones transgénicos
(manipulados genéticamente) que brillan en la oscuridad.
– Avances en medicina: Los científicos han desarrollado bacterias transgénicas
que fabrican proteínas beneficiosas para el cuerpo humano como la insulina,
que se usa como tratamiento para la diabetes.
– La huella del adn: Como el adn de cada persona es único, se puede analizar
una muestra de piel para averiguar, por ejemplo, quién ha cometido un
delito.
Anna Claybourne, “La revolución genética”, en El gran libro de los genes y el adn.
México, sep-Océano, 2006.
176
John Malam, “Un joven de Vinci”, en Leonardo Da Vinci: el genio que definió el Renacimiento.
México, sep-Altea, 2007.
177
Los motivos del Periquillo para dejar a sus hijos estos cuadernos
Postrado en una cama hace muchos meses, entre médicos y enfermeras, esperando
con resignación el día en que tengan que cerrarme los ojos, queridos hijos míos, he
pensado dejarles escritos los sucesos de mi vida, para que sepan cuidarse de muchos
de los peligros que amenazan y lastiman a los hombres en el curso de sus días. Les
suplico que no se escandalicen con las locuras de mi juventud. Voy a contárselas sin
ocultar nada, para que ustedes escarmienten en mis extravíos.
Nací en México, capital de la Nueva España, por los años de 1771 a 1773, de
padres que no eran ricos pero tampoco vivían en la miseria. Ningunos elogios serían
bastantes en mi boca para dedicarlos a mi cara [querida] patria. Me bautizaron, me
pusieron por nombre Pedro y por apellido como se acostumbra; el de mi padre, Sarmiento.
Mi madre era bonita y mi padre la amaba mucho. Con esto, y con el
convencimiento de mis tías, se decidió ponerme una chichihua, como acá decimos,
para que me amamantara.
Tomasa tenía un genio del demonio; me daba de comer y, cuando estábamos
solos, me maltrataba bien y bonito.
Mi padre era un hombre sensato y se oponía a todas las simplezas de mi
madre, así que no permitió que me cubrieran de amuletos para protegerme del mal
de ojo y otros peligros imaginarios.
Pero apenas comencé a crecer, bastante que yo manifestara el deseo de
cualquier cosa para que mi madre hiciera lo imposible por dármela, aunque yo no
tuviera razón. Otra candidez tuvo la inocente, que fue llenarme la fantasía de cocos y
espantajos. Con eso, me fui haciendo de espíritu cobarde, así que todavía a los ocho
o diez años no podía oír ningún ruidito en la noche sin que me espantara.
178
El maestro era buena gente, pero no sabía dar clases. En esos días yo vestía
saquito verde y pantalón amarillo. Esos colores hicieron que mis amigos me apodaran
Periquillo. Pero como había otro Perico, una vez que me dio sarna quedé convertido
en el Periquillo Sarniento.
Un día llegó un señor para inscribir a un niño en la escuela y, cuando vio la
mala ortografía de mi maestro, le dijo:
–Me llevo a mi sobrino.
Después de eso, mi padre tuvo que buscarme un nuevo maestro. Cinco días
después me llevó a su escuela y me dejó bajo su espantosa tiranía. Mi nuevo maestro
era muy bilioso. Estaba convencido de que la letra con sangre entra, y raro era el día
en que no nos azotara.
¡Qué no hizo mi madre, movida por mis quejas, para convencer a mi padre de
que me cambiara de escuela! Pero él se mostró inflexible. Hasta que un día fue a la
casa un religioso que ya sabía cómo era el famoso maestro, y contó tales cosas que
mi padre decidió cambiarme de escuela.
¡Cuál fue mi sorpresa cuando la vi! Era muy amplia y limpia, llena de luz y
bien ventilada. Dos años estuve allí, al cabo de los cuales medio sabía leer, escribir
y contar.
Cuando terminé la escuela, mis padres comenzaron a ver qué sería de mi vida.
Mi padre quería que yo tuviera un oficio. Mi madre protestaba:
–¿Qué dirá la gente –le decía– si ve que nuestro hijo está aprendiendo a ser
sastre o algo por el estilo? ¿Te parece bien eso?
–Sí, mi alma –respondía mi padre–. Me parece muy bien que un niño aprenda
un oficio, para que no ande mendigando. Lo que me parece malo es que tenga que
andar de gorrón, o se dedique al juego.
Mi madre quería que yo siguiera estudiando. Y como ya no supo qué decir,
comenzó a llorar. Con sus cuatro lágrimas echó por tierra la firmeza de mi padre.
Como él la amaba, le dijo:
–No llores, hijita. Si es tu gusto que estudie, ¡pues que estudie!
Llegó el día en que me pusieron a estudiar, y fue con don Manuel Enríquez.
Después de tres años terminé mis estudios con este maestro. Lo que mis padres no
sabían era que, como en esa escuela había todo tipo de niños, yo había escogido por
amigos a los peores y me había convertido en el más maldito de todos.
179
Tanto observar los remedios que mi amo recetaba, me hizo creer que ya sabía
medicina. Un día me quiso dar de palos. Esa misma noche, cuando la casa estaba
en lo más pesado del sueño, ensillé la mula, hice un bulto con catorce libros, una
capa, una peluca vieja y un formulario de recetas del doctor. Me llevé también
una alcancía que era de la hermana.
Me hospedé en un mesón. Estaba pensando a dónde iría, cuando se acercó
un muchacho a pedir un bocadito. Yo le hice creer que me acababa de examinar
en medicina y que andaba buscando un pueblo donde hacer fortuna, porque en
México había más médicos que enfermos. El pobre muchacho me rogó que nos
fuéramos a Tula, donde no había médico.
A los dos días de llegar a Tula me informé de quiénes eran los vecinos
principales. Les ofrecí mis servicios, y los visité vestido de ceremonia, con capa
y peluca. Para que me viera el pueblo, el domingo me presenté en la iglesia. No
cesaban de preguntar quiénes éramos. Y el muchacho les decía:
–Este señor es mi amo, el doctor don Pedro Sarmiento.
De todas partes iban a consultarme. Por fortuna, los primeros que me
consultaron fueron de aquéllos que sanan aunque no se atiendan.
Me llamaron una noche a la casa del tendero más rico, quien sufría de
cólico. Mandé cocer malvas con jabón y miel. El enfermo bebió la asquerosa
poción y con eso tuvo para vomitar la mitad de las entrañas, e inmediatamente
se alivió.
Con estas curaciones comenzó el vulgo a celebrarme. A medida que crecía
mi fama se aumentaban mis monedas y mi soberbia.
A pesar de mi ignorancia, no se reducía mi crédito porque los que sanaban
me alababan, y los que morían no podían quejarse.
Me llamaron de casa de un viejo reumático, a quien di seis o siete purgas, le
estafé veinticinco pesos y lo dejé peor de lo que estaba. Lo mismo hice con otra
vieja, a la que abrevié sus días con ruibarbo y cebollas.
Así pasé unos meses, hasta que acaeció en aquel pueblo una epidemia del
diablo: acometía a los enfermos una fiebre, y en cuatro días tronaban.
Para colmo, me tocó atender a la gobernadora de los indios. Le di el tártaro,
180
expiró, y a otro día, que fui a ver cómo se sentía, hallé la casa inundada de indios,
indias e inditos que lloraban. Apenas me vieron, comenzaron a tirarme piedras
con gran tino, diciéndome: “Maldito seas, médico endiablado.”
Yo apreté los talones a la mula y, con tanta carrera, a los dos días la mula
cayó muerta. Vendí la silla en lo primero que me dieron, tiré la peluca en una
zanja, y a pie, con la capa al hombro, llegué a México.
181
162. Caracol
Homenaje a Ramón López Velarde
182
183
184
Cuanto más te guardas algo, mayor parece, así que, si algo te hace sentir mal
o te preocupa, háblalo con alguien de confianza, como tus padres o un buen amigo.
Compartir tus problemas te hará sentir menos solo y, ¿quién sabe?, puede que hasta
recibas un buen consejo.
Jacqui Bailey, “Conócete a ti mismo”, en De sexo también se habla: guía para adolescentes.
México, sep-sm, 2006.
“Ahí te van una adivinanzas”, en Isabel Galaor, (comp.), Así cuentan y juegan en los Altos de
Jalisco, México, sep-Conafe, 2005.
185
Alzar el vuelo
Los cisnes son aves pesadas. Necesitan recorrer bastante distancia sobre el agua a
fin de alcanzar la velocidad mínima para sustentar su peso en el aire. De manera
semejante, los aviones que llevan muchos pasajeros o cargas pesadas también
necesitan una larga pista para emprender el vuelo.
Volar en formación
En los trayectos largos, los gansos suelen volar formando una V. El ave que lleva la
delantera realiza gran parte del trabajo necesario para vencer la resistencia del aire,
del que el resto del grupo se beneficia. Cuando el ganso de avanzada se cansa,
otro ocupa su sitio como jefe. Es como caminar por la nieve recién caída. Cuesta
mucho, pero si puedes pisar huellas ya existentes resulta menos
difícil andar en medio de una copiosa nevada.
¿Lo sabías?
De la misma forma que las superficies sustentadoras la generan
en el aire, los esquíes o patines producen fuerza ascensorial
en el agua. Las embarcaciones más veloces poseen patines
que las elevan y les permiten avanzar rozando el agua.
186
“Las lágrimas de Potira”, en Cuentos y leyendas de amor para niños. México, sep-Cidcli, 1992.
187
Froilán Escobar, “La codorniz no aprendió a volar”, en Secreto caracol. Buenos Aires, Colihue, 1993.
168. El tiranosaurio
Paty disfrutaba como nadie los fines de semana, le gustaba ir al parque, al campo
y a casa de sus primos; hacer papalotes, pasteles de tierra o, simplemente, inventar
cualquier cosa emocionante que nada tuviera que ver con la escuela.
Y no era raro que el domingo por la noche, cuando ya toda la diversión se había
terminado, Paty sintiera comezón en la nariz, se quedara pensativa, y tuviera la
sospecha de un desastre.
188
Óscar Martínez Vélez, “El tiranosaurio”, en Los inventos de Gelasio. México, sep-Norma, 2006.
189
169. La muralla
Para hacer esta muralla, –El alacrán y el ciempiés…
tráiganme todos las manos: –¡Cierra la muralla!
los negros, sus manos negras, Al corazón del amigo,
los blancos, sus blancas manos. abre la muralla;
Ay, al veneno y al puñal,
una muralla que vaya cierra la muralla;
desde la plaza hasta el monte, al mirto y a la hierbabuena,
desde el monte hasta la playa, bien, abre la muralla;
allá sobre el horizonte. al diente de la serpiente,
–¡Tun tun! cierra la muralla;
–¿Quién es? al ruiseñor en la flor,
–Una rosa y un clavel… abre la muralla…
–¡Abre la muralla!
–¡Tun tun!
–¿Quién es?
– El sable del coronel…
–¡Cierra la muralla!
–¡Tun tun!
–¿Quién es?
–La paloma y el laurel…
–¡Abre la muralla!
–¡Tun tun!
–¿Quién es?
Nicolás Guillén, “La muralla”, en Obra poética, la Habana, Editorial de Arte, 1974.
Había una vez una Gata, una gata salvaje, que vivía en el matorral. Cuando al cabo
del tiempo se cansó de la soledad, tomó por esposo a otro gato salvaje que, a sus
ojos, era la criatura más espléndida de la selva.
190
Paseaban juntos cierto día por un sendero, cuando zas, salió de un brinco el
Leopardo y pegó un revolcón al marido de la Gata, que quedó despanzurrado en el
suelo.
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Mi marido ha mordido el polvo; ahora comprendo que
la criatura más espléndida de la selva no es él, sino el Leopardo –y la Gata se fue a
vivir con el Leopardo.
Vivieron juntos muy felices hasta que un día, cuando cazaban en el matorral,
de pronto, catapún, saltó el León, aterrizó en el lomo del leopardo y se lo zampó.
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Ahora veo que la criatura más espléndida de la selva
no es el Leopardo sino el León.
Vivieron juntos muy felices hasta que un día, cuando acechaban a sus presas
en el bosque, una figura enorme se cernió sobre ellos y fu-chu, el Elefante plantó su
pata sobre el León y lo dejó planchado.
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Ahora veo que la criatura más espléndida de la selva
no es el León, sino el Elefante.
Así pues, la Gata se fue a vivir con el Elefante. Trepaba a su lomo y se acomodaba
ronroneando en su cuello, justo entre las orejas.
Vivieron juntos muy felices, hasta que un día, cuando paseaban por la margen
del río, pa-wa! Se oyó una fuerte detonación y el Elefante se desplomó en tierra.
Al mirar a su alrededor, la Gata sólo alcanzó a ver a un hombrecillo con una
escopeta…
–¡Vaya! –dijo la Gata–. Ahora veo que la criatura más espléndida de la selva
no es el Elefante, sino el Hombre.
Y, así, la Gata echó a andar detrás del Hombre y, al llegar a su casa, se encaramó
de un salto al techo de paja de la choza.
–Por fin he encontrado a la criatura más espléndida de toda la selva.
Vivió felizmente en el techado de la choza y comenzó a atrapar a los ratones y
las ratas de la aldea. Hasta que un día, mientras se calentaba al sol sobre la choza,
oyó ruidos procedentes del interior. Las voces del hombre y de su esposa fueron
subiendo de volumen poco a poco hasta que wara-wara-wara…yo-ui Por la puerta
salió despedido el hombre y aterrizó en el polvo.
–Con que sí, ¿eh? –dijo la Gata–. Ahora sé quién es de verdad la criatura más
espléndida de la selva: la Mujer.
La Gata descendió del techo, entró en la choza y se arrellanó junto al fuego.
Y allí está instalada desde entonces.
“De cómo se instaló la gata en la choza”, en Nelson Mandela (comp.), Mis cuentos africanos.
México, sep-Siruela, 2008.
191
Cristina Carbó et al., “Una familia numerosa y rica”, en 501 maravillas del viejo Nuevo Mundo 1.
México, sep-Hachette Latinoamericana, 1994.
192
oscuro, y que también ellos tendrán sus preocupaciones, quizá de orden radicalmente
distinto de las nuestras. Lástima no haber alterado los tamaños, los colores… habría
sido todo mucho más divertido.
Leemos en una misma página de periódico noticias que hablan de felicidad
junto a crónicas que relatan batallas y tristes sucedidos, enjundiosos artículos que
pretenden arreglar de una vez por todas los problemas del mundo junto a otros
que se ocupan de pequeñas menudencia, apenas un guiño de humor que pasa
inadvertido. Con todos ellos sin distinción no entretenemos ahora, a la espera de
lo que tenga que llegar. El tiempo que a nosotros nos toca es de todas formas tan
breve… Comparado con el tiempo total que lleva dando vueltas el universo, casi
da un poco de vergüenza pensarlo. Apenas un segundo estuvieron sobre la piel de
este planeta algunas especias temibles y portentosas, cómo vamos a ser importantes
nosotros, tan calvos además.
Así que esperamos muy juntos, como digo, leyendo las noticias de esta hoja
sobre la mesa de la cocina, y teniendo claras tan sólo unas cuantas cosas esenciales.
Saldremos del cartucho uno a uno o de dos en dos, unos para fritos, otros para
cocidos o pasados por agua, quizá con suerte y con papas, dos o tres juntos y en
tortilla. Y nada más.
“Doce hermanos”, en Amalia Vilchis (selección), Qué me cuentas. Antología de cuentos y guía de
lectura para jóvenes, padres y profesores Madrid, Páginas de Espuma, 2006.
Sol que tú eres tan parejo Sol que tú eres tan parejo
para repartir tu luz, para repartir tu luz,
habías de enseñar al amo habías de enseñar al amo
a hacer lo mismo que tú. a hacer lo mismo que tú.
193
Punto y coma
Éste es tan sólo uno de los múltiples ejemplos cotidianos en los que puedes constatar
que pareciera existir una fuerza en el universo que nos lleva a comer más. Y así, la
insistencia materna de antaño con su: “¡Ándale, hijo, otro poquito de sopa!” se
ha transformado en ofertas y estímulos de muy diversa índole en supermercados,
expendios de comida rápida, espacios públicos, etcétera.
La gran diferencia es que, en tanto las mamás ofrecían porciones adicionales
de alimento como muestra de afecto y protección o las marchantes ofrecían un
pequeño pilón para consentir a su cliente, ahora las ofertas de más comida son
a cambio de tener más ganancias y mayor control del mercado de alimentos. ¿A
quién le conviene que comamos más? ¿Haremos feliz a la muchacha de la dulcería
llevando el tamaño jumbo? ¿Estará preocupada en realidad por complacer nuestro
voraz apetito o por favorecer nuestro bolsillo?
Hoy, a diferencia de hace unas cuantas décadas, ya no existen las versiones
pequeñas de los refrescos, y en cambio abundan las ofertas familiares, caguamas y
jumbos. De acuerdo con el Programa de Salud del Adulto de la Secretará de Salud,
cada mexicano consume al año cuatrocientos refrescos, tres mil seiscientas cincuenta
194
tortillas, cincuenta kilos de azúcar (sobre todo en los refrescos) y seiscientas treinta
cervezas.
El sobrepeso es el más común y costoso problema nutricional del siglo xx, una
epidemia que no distingue raza, credo, nacionalidad ni clase social; se ubica entre
las primeras causas de mortalidad.
Agustín López Munguía Canales, “¿A qué no puedes comer sólo una caja?”, en Alimentos.
México, sep-Santillana, 2007.
175. El piojo
“El piojo”, en Vicente T. Mendoza (recopilación), Lírica infantil de México. México, fce, 1984.
195
Rosa Parks, un día cualquiera de su vida, hizo una revolución. Aquel día fue el
1° de diciembre de 1955. Aquel día Rosa Parks, agotada de una larga jornada de
trabajo, entró en su autobús cotidiano y en vez de quedarse en la parte de atrás,
como mandaba la ley, y de pie, parada y derecha, porque los asientos eran sólo para
los blancos, cruzó la frontera invisible del odio racial y se sentó en un asiento libre.
Entró un blanco y le pidió, imperativamente, que se levantase y fuera a la parte de
atrás, de pie. Rosa Parks se negó.
Ese día transformó la historia de la discriminación. Al día siguiente hubo una
huelga general y los negros recorrieron a pie las calles, en protesta. Decidieron no tomar
los autobuses (eran sus más asiduos clientes, pero en la parte trasera y sin derecho
a sentarse) por lo cual colocaron a las compañías, que vendían “espacios”, pero no
“asientos” para ellos, contra la pared. Con ese gesto, comenzó una epopeya moral: la
lucha por los derechos humanos de los negros que, en todos los espacios, tenían sus
lugares aparte. Rosa Parks, una trabajadora desconocida, se convirtió en una heroína
y logró lo que parecía imposible: la igualdad en los medios de transporte y en otros
ámbitos sociales. En 1999, el Congreso de los Estados Unidos, a 44 años de aquel día
memorable, concedió a Rosa Parks, de 85 años, la Medalla de Oro del Congreso.
Un sobrecogimiento profundo, un insólito y hermoso sobresalto de conciencia
me invita a contarles a ustedes esta memorable historia. Miro su rostro, el rostro
de Rosa Parks. Sonríe distante, muda en la admirable sonrisa de sus ojos. Tal vez
recuerda el día en que ella, una trabajadora desconocida, negra y digna, se plantó
sobre su alma para decir: “No y no y no me levanto”.
Juan María Alponte, “La primera mujer negra que se sentó en un autobús de blancos”,
en Historias en la tierra. México, sep-Ruz, 2007.
196
alguna vez con ese dios cruel que era su tío. Pasaban los años y Copil se convirtió
en un valiente muchacho de negra cabellera y cuerpo atlético, diestro en todos los
lances de la caza y de la guerra. Su corazón ardía en deseos de venganza. Fuerte y
resuelto, estaba decidido a cumplir con sus propósitos.
Un día Copil tomó su arma preferida, la macana, una maza con puntas, y su
escudo, el chimalli, y partió en busca de este dios cruel.
Huitizilopochtli (cuyo nombre significa colibrí zurdo o colibrí siniestro, terrible)
era un dios cruel que se complacía en la guerra, la sangre y la muerte.
Huitzilopochtli era el Sol que cada mañana debía combatir con la Luna y las
estrellas, a fin de ganar un nuevo día para los hombres.
Cuando Copil salió tras sus pasos no imaginaba a quien se enfrentaría.
El fiero dios de la guerra, lleno de ira, no mandó guerreros al encuentro de
Copil, sino a los sacerdotes, a quienes les dio esta orden:
–Que le saquen el corazón y lo traigan como ofrenda.
Los sacerdotes deliberaron sobre lo que les convenía hacer y aguardaron la
noche. Cuando Copil y sus guerreros dormían, se acercaron a él en silencio y de una
cuchillada le extrajeron el corazón.
Los sacerdotes llegaron con el corazón de Copil en un recipiente y se lo
entregaron a Hutzilopochtli, quien ordenó que lo enterraran en un islote que había
en medio de un lago.
Por la noche, los sacerdotes enterraron el corazón en el lugar indicado. Con
eso creyeron que la historia de Copil había terminado. Pero al otro día vieron con
asombro que en el lugar había brotado una hermosa planta, donde antes había
solo rocas desnudas y ramas sin vida. El corazón de Copil se había convertido en el
vigoroso nopal de ovaladas hojas y flores encarnadas.
“El corazón de Copil”, en Nerio Tello (comp.), Antes de América: leyendas de los pueblos
originarios. México, sep-Celistia, 2008.
197
198
José Antonio Ramírez Lozano, “Recetas de cocina”, en Sopa de sueño y otras recetas de cocina.
México, sep-Océano, 2005.
199
200
Los inventa
el Dador de la Vida,
los hace descender
aquel que se inventa a sí mismo.
Capullos placenteros
disipan el pesar.
201
Hernán Sorhuet, “La extraña esfera de la vida”, en Cambio climático. México, sep-Panda, 2005.
En el principio de los tiempos no había luz de ningún tipo y por consiguiente todos
los seres se hallaban sumidos en la más impenetrable de las noches. “¡Lo que
necesitamos en este mundo es luz!” decían todos, así que un día se reunieron en
consejo para tratar el tema. El Pájaro Carpintero realizó una propuesta: “La gente del
otro lado del mundo tiene luz, así que si vamos allá para ver si nos dan un poco”.
202
“Una araña en busca del sol”, en Mitología: antología ilustrada de mitos y leyendas del mundo.
México, sep-Naturart: Blume 2007.
203
De las frutas, la sandía debería ser la más mexicana –por tener los colores de la
bandera–, pero su nombre es árabe y significa “melón del Sid”, una región paquistana;
aunque podría interpretarse también como “del río Indo”. La tuna tampoco tiene
nombre nacional, pues aunque se refiere al fruto del nopal, proviene de un idioma
caribeño, el taíno: tuna, y significa simplemente el nombre de dicha fruta.
Si son de México, en cambio, hasta en el nombre: la jícama, el capulín, el
zapote, el tejocote, el cacahuate, la pingüica y el camote.
La jícama procede del náhuatl xi-camac: “cometela”, de camatl: boca. El
capulín es una “cereza a la mexicana”, y su nombre procede del náhuatl. El zapote,
ya sea el negro, tlilzapote o el chicozapote, del cual se extrae el chicle, debe su
nombre al hecho de tener sabor dulce: tzapotl. En cambio, por ser agrio, el tejocote
lleva ese nombre, del náhuatl xocotl: ácido.
El cacahuate –llamado en países antillanos maní– tiene raíces nahuas. Es una
palabra recortada, porque originalmente era tlalcacahuatl: de tlalli tierra, suelo (el
fruto queda bajo el suelo) y cacahuatl: “granos de cacao”.
La pingüica, por su parte, procede del purépecha. El camote, finalmente, tiene
una raíz nahua, camotli, nombre que le daban los aztecas a esta “raíz comestible”,
que en otras regiones se conoce como batata.
Héctor Anaya, “Frutas mexicanas”, en ¿De dónde vienen las Palabras? Etimologías para Niños.
México, sep-XXI, 2008.
204
Eduardo Bustos, La fiesta de los insectos. Poema huasteco. México, sep-Artes de México, 2007.
205
206
188. Entonaciones
[Vale la pena ensayar esta lectura para darle a cada palabra la pronunciación que
corresponde a cada una de las situaciones que se presentan, y repetirla si hace falta,
para que los alumnos sientan las diferencias.]
Decir “mamá”, “vieja”, “jefa”, como cuando llegamos a casa y queremos saber si está.
“Mamá”, dicho como cuando le pedimos un vaso de agua, por la noche. “Mamá”,
como cuando queremos decirle: “Basta: no insistas con eso”. “Mamá”, cuando se
nos escapa en un grito ante una situación de peligro. “Mamá”, dicho como cuando le
presentamos a nuestra persona amada. “Mamá”, mordiendo los dientes con enojo.
“Mamá”, cuando cierro los ojos. “Mamá”, como cuando lo balbuceamos por primea
vez. Dicho como cuando no nos conceden algo deseado y se reemplaza a: “Por favor”.
Como cuando antecede a: “¿Me preparas algo de comer?” “Mamá”, como cuando
contestamos el teléfono y la llamada es para ella. “Mamá”, dicho como cuando nos
sorprende con un cambio: peinado, ropa, baile, un curso. “Mamá”, como cuando lo que
sigue es una mala noticia. “Mamá”, respondiendo al padre que nos pregunta quién
tiene la razón. Y ahora “Mamá”, también a nuestro padre, que nos pregunta quién
cometió un error. Pidiéndole que se apure pues perderemos el autobús. Pero también:
“Mamá”, como cuando nos apura. “Mamá”, cuando abre los ojos, recuperada de la
anestesia de una operación. “Mamá…”, como cuando le preguntamos si se acuerda
de un nombre que no podemos recordar. También como cuando le pedimos que
nos disculpe. Decir “Mamá”, como cuando no vivimos en la misma ciudad y llega a
visitarnos. “Mamá”, en la misma situación, pero cuando nos despedimos. “Mamá”,
como cuando nos da una alegría muy grande. “Mamá”, cuando reemplaza a “No
hace falta”. “Mamá”, entre otras personas, y cuando queremos decirle que no siga,
que luego nosotros le explicaremos todo. Como cuando le recordamos que es nuestra
madre, y que no haga como si fuera nuestra amiga. “Mamá”, cuando remplaza a “Te
tenemos una sorpresa”. También como cuando reemplaza a: “¿Cómo se te puede
ocurrir eso?” También cuando hablamos con una persona amiga y le contamos que
“mamá” tiene la culpa. “Mamá”, en uno de esos poemas que les hacen memorizar
a los niños para el acto del día de la madre. “Mamá”, en un anuncio publicitario.
“Mamá”, cuando somos hijos adoptivos y conocemos a nuestra madre biológica. Y
también “Mamá dicho por primera vez, luego de haber conocido a nuestra madre
biológica, a nuestra madre adoptiva. “Mamá”, pero sin mirarla a ella, sino con la
vista hacia arriba. “Mamá”, inclinando la cabeza.
207
Marinés Medero, “La rebelión de las vocales”, en Volvamos a la palabra. México: sep-Conafe, 1989.
208
Agustín López Munguía Canales, “Alimentos Crudos”, en Alimentos. México, sep-Santillana, 2007.
209
En el norte de México existen muchos alacranes cuya picadura es mortal. Por eso
se encuentran en numerosos cuentos populares alacranes “buenos” e incluso con
poderes. En Guatemala existe una versión en la que el “tesoro” es una lagartija.
“El alacrán”, en Ana Garralón (selección y comentarios), Cuentos y leyendas hispanoamericanas.
México, sep-Larousse, 2007.
210
Norma A. León del Monte, “La isla de las muñecas”, en Historias del Agua en el Valle de México.
México, sep-Etnobiología para la Conservación A.C., 2007.
211
Tomás Iriarte, “El burro flautista”, en José Luis Almeida (selección), Sinfonola de cantares.
México, sep, 1991
194. La llorona
Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos
de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de la queda, tocada
por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando
había luna, despertaban espantados el oír en la calle,
tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una
mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o
tremendo dolor físico.
Las primeras noches, los vecinos contentábanse
con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres
gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo,
pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por
tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados,
quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era
aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las
ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir
212
por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquéllas
en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las
altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.
Vestía las mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro.
Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada
noche distinta, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado
rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo
lamento, puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo
rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en este tiempo penetraba dentro de
algunos barrios, como una sombra se desvanecía.
Luis González Obregón, Las calles de México: Leyendas y sucedidos. Porrúa, México, 1997.
213
Johnny Ball, “¿Cómo se empezó a contar?”, en Piensa un número. México, sep-sm, 2007.
196. La sal
Ya hemos leído por lo menos otro poema de José Emilio Pacheco, que es el autor de
lo que vamos a leer hoy.
La sal
no son los individuos que la componen
sino la tribu solidaria.
214
Sin ella
cada partícula sería como un fragmento de nada,
disuelta en algún hoyo negreo impensable.
José Emilio Pacheco, Celebración de la palabra: Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco para niños.
México, Conaculta, 2009.
215
216
217
La C La E
La C estará en la comida Sin la E, ¿cómo decir
de quien la coma con coles, “excluir”, si se la excluye?
coliflor o caracoles, ¿Cómo, si no se la incluye,
cruda, con caldo, o cocida. cómo “escribir”?
La Ch La Z
Con la Ch, lo que sucede, Con la Z me despido
es que no siendo chismosa, –y con todo mi respeto–
o chocarrera o chistosa, de este locuaz alfabeto,
quiere ser seria, y no puede. y les quedo agradecido.
199. El murciélago
Cuando era el tiempo muy niño todavía, no había en el mundo bicho más feo que
el murciélago.
El murciélago subió al cielo en busca de Dios. Le dijo:
–Estoy harto de ser horroroso. Dame plumas de colores.
–No –le dijo Dios.
–Dame plumas, por favor, que me muero de frío.
A Dios no le había sobrado ninguna pluma.
–Cada ave te dará una pluma –decidió.
218
Eduardo Galeano, “El murciélago”, en Mitos de memoria y fuego. México, sep-Anaya, 2003.
Era en el año 40
antes del 54
cuando murió tanta gente
entre Puebla y Apizaco.
219
“Corrido del descarrilado”, en José Buil (selección), Estampida de rieles. México, sep, 1991.
220
221
222
“El señor de los siete colores”, en Ana Garralón (selección y comentarios), Cuentos y leyendas
hispanoamericanos. México, sep-Larousse, 2007.
223
Bien, la familia está conformada por el grupo de personas con las que compartimos
la casa y nuestra vida. El poema nos hace pensar en lo valioso de vivir en familia.
¿Cómo es la familia de ustedes?
Francisco Delgado Santos, “Tener una familia”, en El mundo que amo: antología de poesía
iberoamericana para niños. México, sep-Euroméxico, 2006.
224
–Podrías mantener a una cabra incluso en medio del mar –rió el padre de
Paulino.
En primavera, entre la verde hierbecita apareció una hermoso margarita. La
gente acudía desde muy lejos para ver al niño al que le crecían margaritas en la
cabeza.
Paulino ya era un jovencito y una vez cometió una mala acción. Inmediatamente,
en lugar de la hierbecita, le apuntó en la cabeza en mechón de cardos tupidos y
espinosos.
Paulino sentía mucha vergüenza de ir por el mundo con aquellos hierbajos que
le caían sobre los ojos. Por eso procuró no volver a cometer nunca malas acciones.
Con el paso del tiempo comenzó a crecer una plantita en medio de la hierba.
Se dieron cuenta de que era una encina y que, a medida que Paulino envejecía, se iba
haciendo cada vez más robusta. A los cincuenta años ya era una hermosa encinita.
Paulino no necesitaba un árbol para estar a la sombra en verano. Le bastaba con el
que le crecía en la cabeza.
Cuando Paulino cumplió ochenta años, la encina se había hecho tan grande
que los pájaros anidaban en ella, los niños trepaban sus ramas, los mendigos que
entraban en el patio, para pedir un huevo o un poco de agua reposaban un rato a la
sombra de Paulino y no acababan nunca de alabarlo por su bondad. Cuando murió,
Paulino fue sepultado de pie, de modo que la planta pudiese continuar viviendo y
creciendo al aire libre. Ahora es una encina viejísima y frondosa a la que llaman
la “planta Paulino”. A su alrededor pusieron un banco pintado de verde y allí se
sientan las mujeres a tejer, los campesino a comer y a fumar.
Los viejos permanecen allí sentados hasta que oscurece y se ven las brasitas de
sus pipas. Antes de irse a dormir, saludan a su amigo Paulino:
–Buenas noches, Paulino. La verdad es que eres un buen muchacho.
Gianni Rodari, Cuentos Largos como una sonrisa. Barcelona, La Galera, 2000.
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