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2 - Quiroga - Ana - Concepto - Grupo

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EL CONCEPTO DE GRUPO Y

LOS PRINCIPIOS…
Por Ana Pampliega de Quiroga
Revista “Temas de Psicología Social” Año I, Nº 1, 1977

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EL CONCEPTO DE GRUPO Y LOS PRINCIPIOS


ORGANIZADORES DE LA ESTRUCTURA GRUPAL EN EL
PENSAMIENTO DE E. PICHON RIVIÈRE

En junio de este año (1971), una noche -nuestra hora habitual de diálogo y de
trabajo- Pichon y yo nos entusiasmamos con un proyecto: escribir un libro que tomando
como eje la temática del grupo, "los organizadores grupales", fuera una Exposición
Sistemática de nuestros actuales desarrollos en Psicología Social.
Lo amplio de la temática planteaba en principio un problema de estructura
interna de la obra y en consecuencia, lo primero que debíamos resolver era un diseño
que le diera coherencia.
Otra noche, mientras estacionaba el auto, surgió en mi el diseño de ese
ordenamiento de temas. Bajé apurada para escribirlo, con temor de que se me perdiera
esa estructura, cuando se me acercó un grupo de gente y me pidió que llevara al
hospital una mujer que aparentemente sufría un ataque epiléptico.
Horas más tarde, al comentarle a Pichon mis esfuerzos tragicómicos para
transformar un Citroën en ambulancia, a la vez que no olvidar el diseño del libro, él se
rió y me dijo: "en el momento menos inesperado te encontraste con la epilepsia, eso
parece una herencia". (Para quien no lo sabe fue uno de los temas que apasionadamente
investigó a lo largo de su vida).
Proyecto y herencia son hoy, para mi, a pocos meses de su muerte dos palabras
que se articulan dolorosamente, pero con un sentido profundo, de tarea, de elaboración
de esa muerte.
El índice que retrabajamos con Enrique es ahora algo más que esbozo. Se
desarrolla como un libro, según el propósito inicial.
Este libro sintetiza, para Temas de Psicología Social, algunos de esos desarrollos.

E. Pichon Rivière caracteriza al grupo como "un conjunto restringido de personas


que ligadas por constantes de tiempo y espacio y articuladas por su mutua
representación interna se propone, en forma explícita o implícita, una tarea que
constituye su finalidad, interactuando a través de complejos mecanismos de asunción y
adjudicación de roles".
¿Qué es una definición sino el intento de conceptualizar la esencia de un proceso,
los principios que rigen su emergencia y desarrollo?. Definir es establecer las
determinaciones específicas de un fenómeno, su naturaleza, de manera tal que el
concepto construido refleje el sector de lo real al que hace referencia. Ese reflejar la
realidad concreta significa dar cuenta de un hecho, de un proceso, en una perspectiva
totalizadora, es decir, en la articulación de elementos internos y relaciones externas.
Sólo cumpliendo esta condición adquiere su calidad científica, su carácter de
conocimiento objetivo, guardando con la realidad a la que reenvía una relación
instrumental.
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LOS PRINCIPIOS…
Por Ana Pampliega de Quiroga
Revista “Temas de Psicología Social” Año I, Nº 1, 1977

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La definición, como conceptualización de la esencia, remite entonces a los


principios organizadores internos, configurantes del proceso que se ha investigado.
A la definición, al señalamiento de los organizadores internos, al discernimiento
de lo esencial (naturaleza del fenómeno), se llega desde una tarea previa de elaboración
de la experiencia, de retrabajo del material empírico, proceso de abstracción en el que,
en una labor de síntesis e integración, se construye la visión múltiple que emerge del
concepto, el que permite hablar de una visión que supera aquella meramente
experiencial, la que nos aporta sobre los fenómenos una imagen parcializada,
fragmentaria.
La elaboración conceptual de la experiencia supera al conocimiento empírico en
tanto significa un interrogarse por la esencia -lo que transciende lo empírico- pero hecha
sus raíces en la experiencia, se funda en ella, ya que es sólo desde los hechos mismos
que éstos pueden ser interrogados, siendo la experiencia concreta el lugar donde se
construye toda pregunta pertinente.
Esta reflexión epistemológica no se incluye al azar en mi trabajo. Por el
contrario, tiene el sentido de señalar la concepción del conocimiento que fundamenta y
encuadra la elaboración teórica de Pichon Rivière, a la que el delinear el itinerario de
un pensamiento, en el que se intentará reconstruir un camino, que tomando como punto
de partida lo fenoménico -lo que en forma inmediata se da a nuestra experiencia- se
llega al enunciado de lo que denominamos principios organizadores internos,
configurantes de la estructura grupal.
Interrogarnos acerca de la esencia de lo grupal no es una tarea intranscendente,
ya que al preguntarnos qué es un grupo, cuál es su estructura, qué es lo que define al
grupo como tal, cuál es la sustancia de ese proceso interaccional, estamos
cuestionándonos acerca de la esencia de la situación que constituye el escenario, el
horizonte de toda experiencia humana. En consecuencia la temática del grupo nos
reenvía necesariamente a la problemática del sujeto.
Para Enrique Pichon Rivière la psicología en sentido estricto, se define como
social a partir de la concepción del sujeto, que es entendido como emergente,
configurado en una trama compleja, en la que se entretejen vínculos y relaciones
sociales. Según el planteo pichioniano la subjetividad está determinada histórica y
socialmente, en tanto el sujeto se constituye como tal en procesos de interacción, en
una dialéctica o interjuego entre sujetos, de la que el vínculo, como relación bicorporal
y el grupo, como red vincular, constituyen unidades de análisis.
El sujeto aparece entonces bajo un doble carácter; como agente, actor del
proceso interaccional, a la vez que configurándose en ese proceso, es decir emergiendo
y siendo determinado por las relaciones que constituyen sus condiciones concretas de
existencia. Nuestra reflexión -la que planteamos como Escuela- parte de una definición
del sujeto como "sujeto de la necesidad", pero el eje real de nuestro análisis se sitúa en
la contradicción interna inherente a ese sujeto como ser vivo, interjuego entre la
necesidad emergente del intercambio material el organismo con el medio y la
satisfacción de la necesidad. Esa contradicción interna vuelca al sujeto sobre el mundo
externo en busca de la fuente de la gratificación en la relación con otro sujeto. La
necesidad, experimentada como tensión interna, reenvía o reabre ese interjuego, en
tanto promueve en el sujeto la realización de un conjunto de operaciones materiales y
simbólicas, a las que se denomina conducta. Determina en el una acción concreta,
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transformadora, destinada a la satisfacción de la necesidad. La acción transforma,


modifica al contexto, pero también al protagonista de la acción, adquiere entonces la
condición de aprendizaje.
Así el sub-jectum, el "sujeto-sujetado" de la necesidad se metamorfosea a partir
del pro-jectum. Es decir, la sujeción a la necesidad, como punto de partida de la acción
destinada a obtener la gratificación, es la condición de una TAREA, en la que el sujeto
se proyecta sobre el mundo externo, sobre su contexto inmediato, con una estrategia,
una direccionalidad (proyecto) en un hacer que lo modifica.
Este interjuego entre necesidad y satisfacción, fundante de toda tarea, de todo
aprendizaje, define al sujeto como sujeto de la acción, como actor, situándolo, a partir
de sus tareas concretas, en su dimensión histórica, en su cotidianidad, en su
temporalidad.
El hacer la tarea, ocupan un lugar fundante en la concepción Pichoniana del
sujeto, y en consecuencia en la elaboración de un criterio de salud en términos de
adaptación activa a la realidad: "el sujeto es `sano´ en la medida en que aprehende la
realidad en una perspectiva integradora y tiene capacidad de transformar esa realidad
transformándose a la vez el mismo".
"El sujeto esta `activamente adaptado´ en la medida en que mantiene un
interjuego dialéctico con el medio, y no una relación rígida, pasiva, estereotipada. La
salud mental consiste en aprendizaje de la realidad, en una relación sintetizadora y
totalizante, en la resolución de las contradicciones que surgen en la relación sujeto-
mundo".
Desde Pichon Rivière entonces, la Psicología Social no es un psicología de los
grupos, sino una reflexión acerca del sujeto y su comportamiento. Pero la concepción
vincular del sujeto, esta jerarquizada de su determinación social implica una
perspectiva, delinea un estilo de abordaje de ese sujeto: en el interior de la red
vincular, en la que emerge y se configura a partir de esa contradicción interna entre la
necesidad y la satisfacción. De ahí la importancia de lo grupal, en tanto escenario e
instrumento de la constitución del sujeto.
Esta elaboración vincular del sujeto es elaborada por Pichon Rivière a partir de su
práctica clínica, en la que se le revela el mundo interno del paciente, la dimensión
intrasubjetiva, estructurada como grupo interno, un escenario interior en el que se
reconstruye la trama vincular en la que ese sujeto está inmerso, trama en la que sus
necesidades cumplen su destino de gratificación o frustración.
La interacción recíproca entre interacción grupal y acontecer individual, y la
consecuente concepción de la subjetividad está presente en el pensamiento de Pichon
Rivière, no sólo en la noción del vínculo, o la de mundo interno estructurado como grupo
interno, como trama relacional internalizada, sino en la postulación acerca de la
enfermedad mental como emergente de una dinámica vincular, la del grupo familiar,
dinámica que en ese momento aparece generando patología. El que enferma es el
portavoz más señalado de ese proceso, y su conducta resulta de la "intolerancia a un
determinado monto de sufrimiento", remite, como signo, a una modalidad de
interacción grupal, que en ese momento opera como condición de producción de ese
comportamiento patológico.
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Para Enrique Pichon Rivière, la unidad de interacción en la que el sujeto emerge,


es el contexto pertinente, lo que debe ser focalizado como objeto de reflexión para
comprender a ese sujeto, la articulación de sus determinaciones internas y externas. De
allí el abordaje grupal-familiar del proceso del enfermarse, y la instrumentación
(transformadora) de la interacción familiar como elemento terapéutico.
La conducta, es según D. Lagache, el " conjunto de operaciones materiales y
simbólicas por las que un organismo en situación tiende a realizar sus posibilidades y
reducir las tensiones que amenazan su unidad y lo motivan". En tanto el fundamento de
esa conducta está en la contradicción necesidad/satisfacción, esa contradicción, reenvía
al contexto vincular del sujeto, ya que el vínculo, la experiencia con el objeto es el
escenario de la gratificación o de la frustración. En consecuencia la conducta es
esencialmente relacional y solamente puede ser descifrada en la red vincular en la que
se configura. El sujeto se comporta en un contexto que es, como decíamos, horizonte de
su experiencia, y sólo en ese contexto esa conducta adquiere su significación y
coherencia. Desde este encuadre grupal la enfermedad mental como comportamiento
que rompe las expectativas sociales pierde su carácter inicial de lo siniestro, lo
incomprensible, lo demoníaco, transformándose en un lenguaje complejo pero
direccional y decodificable. Es el contexto grupal y particularmente en el grupo familiar
con su historicidad, que esa conducta reviste significatividad, y en tanto comprensible
resulta modificable.

La interacción: proceso motivado


Hasta aquí hemos intentado mostrar la articulación profunda entre la temática
del grupo y la problemática del sujeto, indagando el sentido que tiene en el esquema
Pichoniano la caracterización de la psicología como social a partir de una concepción de
lo subjetivo que jerarquiza los procesos de determinación social -vincular del sujeto,
determinación que se cumple en experiencias concretas de contacto, de interacción.
Señalamos que esos procesos interaccionales, sustancia de toda trama vincular,
constituyen el horizonte de la conducta humana, el contexto en que dicha conducta
reviste significatividad. Queda en pie sin embargo una pregunta fundamental: ¿cuál es la
esencia de esa dialéctica entre sujetos a la que llamamos interacción', y en
consecuencia, ¿cuál es la esencia de toda estructura vincular, y de todo grupo, como
sistema de vínculos?.
Retomando la propuesta inicial de este trabajo, recorramos un camino que parta
de los datos de la experiencia, lo observable, lo fenoménico para llegar -con ese
fundamento- a elaborar algunas hipótesis acerca de esas leyes internas, o "principios
organizadores del proceso interaccional que constituye al grupo. Es precisamente el
conocimiento de esos "organizadores internos", lo "estructurante grupal", lo que permite
una intervención psicológica que desarrolle los distintos momentos de la planificación:
estrategia, táctica, técnica y logística.
¿Qué aparece, a una primera mirada, en una situación de interacción?. Dos o más
sujetos comparten un tiempo y un espacio, hay entre ellos un juego corporal, de
miradas, de gestos. Se percibe recíprocamente, y sobre la base de esa percepción
recíproca intercambian mensajes, utilizando un lenguaje verbal y gestual. Decimos que
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se establece entre esos sujetos un proceso comunicacional, en tanto intercambian signos


de un código, por lo que describen objetos y expresan emociones.
Hablamos hasta aquí de reciprocidad e intercambio. ¿ Qué permite inferir su
existencia?. El hecho de que las actitudes de ambos actores no aparezcan aisladas,
desarticuladas, sino que por el contrario, resulte posible establecer relaciones causales
entre el comportamiento de uno y otro sujeto.
Se da interacción en tanto que se de una determinación recíproca o interjuego
que se afectiviza cuando la presencia y la respuesta del otro es incluida, anticipada en
la actitud de cada sujeto. Inclusión y anticipación que se configura como expectativa
hacia el otro, en un interjuego de orientación mutua. El desarrollo de expectativas
recíprocas, el intercambio de mensajes permite afirmar que interacción implica
procesos de comunicación a la vez qué fenómenos de aprendizaje, en tanto se da una
modificación interna en cada uno de los actores, modificación emergente del
reconocimiento del otro, de su incorporación, lo que tendrá por efecto un ajuste - en
mayor o menor grado- del comportamiento de ambos a esa realidad que significa la
presencia concreta del Otro.
Cuando se da este interjuego de expectativas recíprocas, en el que cada sujeto
aparece como significativo para el otro, se habla de una acción direccional de un actor
hacia el otro. Las manifestaciones de direccionalidad recíproca de orientación y ajuste
mutuo nos revelan la presencia de un proceso interaccional. La unidad interaccional se
caracteriza entonces por ser una integración de tiempo, espacio, sujetos que se
perciben mutuamente y cuyas acciones están articuladas por leyes de causalidad
recíproca.
En consecuencia, la unidad interaccional es un sistema. Puede visualizarse en
ella una organización interna, que articula sus partes, una unidad o coherencia interna
que emerge de lo que denominaremos principios organizadores. Es una organización
interna la que estructura las distintas unidades interaccionales en las que participamos
cotidianamente; pareja, grupo familiar, grupo de trabajo, equipo deportivo, etcétera.
Otra forma de acercamiento a la comprensión de ese rasgo esencial de los
procesos de interacción (su carácter de unidad estructurada) podría darse a través de
contrastarlas con aquellas que constituyen sus antítesis, su negación. Serían estas
formas de lo colectivo en las que los sujetos participan objetivamente del mismo tiempo
y espacio, en los que se desarrollan acciones, pero en la que no se da una dialéctica
entre sujetos, en tanto estos no se relacionan entre sí. Se trata de situaciones en las que
pese a la presencia simultánea de varios actores en un mismo ámbito espacial no llega a
constituirse la unidad interaccional, por la ausencia de los "principios organizadores de
la interacción". Sartre en "Crítica de la razón dialéctica", investiga estas formas de lo
colectivo, a las que denomina SERIE, caracterizándolas como lo opuesto al grupo. Serie
es aquella forma de lo colectivo cuya unidad le es exterior, sus principios organizadores
son externos, no intrínsecos. En consecuencia la serie es inestructurada, carece de
coherencia interna. Los clientes en el interior de un comercio esperan turno para ser
atendidos, los espectadores que asisten a la exhibición de un película o una obra teatral,
el pasaje de un ómnibus, constituyen una serie. Los ejemplos mencionados hacen
referencia a situaciones en las que varias personas comparten un tiempo y un espacio, e
incluso desarrollan una actividad similar. Pero no hay reciprocidad en sus acciones. Lo
que hace cada sujeto incluido en la serie no tiene direccionalidad hacia los otros
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integrantes de la situación. Los otros, aún cuando fueran percibidos, no aparecen como
significativos. Esa falta de significatividad resultaría del hecho de que el otro no parece
comprometido en relación a las necesidades o expectativas de cada sujeto. La finalidad
buscada puede ser la mima pero no aparece compartida. El logro del objetivo no los
remite los unos a los otros, no los relaciona activamente. Lo que los reune es un
elemento externo. El compartir tiempo, espacio y eventualmente objetivo, no es
condición suficiente para el establecimiento de una relación vincular.
Esta parecería requerir un fundamento motivacional.
Ese percibirse recíprocamente, esa direcionalidad, orientación y determinación
mutua que caracteriza a los procesos interaccionales tiene una causalidad inscripta en
cada uno de los sujetos comprometidos en dichos procesos. De allí que caractericemos a
la interacción como un proceso motivado, afirmando que la causalidad del proceso, su
fundamento motivacional, es la necesidad.
Como dijéramos, cada sujeto se incluye en una dialéctica, en un interjuego con
los otros sujetos a partir de la contradicción interna necesidad/satisfacción,
contradicción que sólo puede resolverse en una experiencia, en una relación con el otro.
De allí la afirmación precedente de que el vínculo como unidad interaccional básica y el
grupo como trama vincular, constituyen el escenario y el instrumento de la resolución de
necesidades. Este hecho tiene una historicidad individual y social.
Desde la perspectiva individual, podemos ver hasta qué punto las primeras
conductas, las primeras experiencias del sujeto están determinadas desde la necesidad,
constituyéndose como modelos primarios de reconocimiento del otro y de conducta
direccional.
Desde el primer vínculo, aquél que establece el sujeto con el cuerpo, con el
pecho materno, el otro podía ser reconocido como objeto -en un proceso progresivo- en
tanto se incluyan en el interjuego necesidad/satisfacción.
El Objeto se carga de significatividad, se constituye como tal en la interioridad
del sujeto, en tanto portador de la gratificación. El interjuego necesidad/satisfacción y
sus vicisitudes son la condición de posibilidad de la inscripción del objeto en el mundo
interno del sujeto, y en consecuencia de la configuración de ese mundo interno.
La necesidad es la base, el motor de la relación con el otro, su fundamento.
La experiencia de contacto gratificante de un bebé con su madre, inscrita en él
como vivencia de satisfacción (1), es un hecho profundamente estructurante en el
desarrollo del psiquismo, y uno de los efectos más señalados es el desarrollo de
expectativas en relación al objeto, al producirse la emergencia de la tensión de
necesidad. Es en ese interjuego entre el registro de la tensión de necesidad y
experiencia gratificante con el otro, que se establecen los primeros procesos
comunicacionales y se cumple un proto- aprendizaje. Como lo describe Freud en
"Proyecto de una Psicología para neurólogos", el llanto es, en los primeros momentos de
vida, una conducta refleja que tiene una finalidad de descarga, asociada a la
emergencia de la tensión displacentera de la necesidad. La experiencia con el objeto va
a transformar la calidad de la conducta, que no será la de una mera descarga, , sino que
tendrá una finalidad comunicacional. El llanto del bebé adquiere como conducta y en el
interior del vínculo con la madre, un sentido, una direccionalidad, la gratificación, a la
vez que revela una progresiva incorporación de significaciones sociales.
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Hablábamos del carácter estructurante que tiene para el psiquismo ese


interjuego entre la necesidad y la satisfacción en una experiencia interaccional, de
contacto con el objeto. Avalaría esta afirmación el hecho de que el pasaje de la
sensación a la representación del pecho (como la más rudimentaria actividad ideatoria)
se cumple en el interior de esa dialéctica entre la necesidad y la satisfacción. Es en ese
interjuego fundante del vínculo, que tiene su anclaje toda representación, toda
significación, toda norma.
Es desde su condición de sujeto de la necesidad y en el proceso relacional de
satisfacerlas, que el hombre se transforma en el sujeto de la representación, sujeto de
las significaciones sociales, en síntesis sujeto humano.
Esta insistencia acerca del lugar fundante de la necesidad en el proceso
interaccional apunta a determinar cuál es el lugar de esa necesidad y de las acciones
destinadas a satisfacerla (objeto-tarea) en la constitución de la estructura vincular y del
grupo como sistema interaccional.
El hecho objetivo, presente desde el comienzo de la historia, que por sus
características corporales al hombre le sea imprescindible relacionarse con otros para
satisfacer sus necesidades vitales, implica que en esa relación con el otro esas
necesidades vitales estén presentes fundando la relación, otorgándole sentido.
El otro o los otros aparecen intrincados en el interjuego necesidad satisfacción,
en una red de expectativas, adquiriendo entonces relevancia, significatividad, como
cooperantes o antagonistas.
Ese hecho objetivo tiene consecuencias: la acción hacia el otro, en tanto fundada
en la necesidad plantea la idea de una relación direccional, que no surge al azar sino
con un objetivo o tarea, que podrá o no ser explícita.
La acción hacia el otro, como búsqueda de objeto para lograr gratificación o
evitar la privación, tiene siempre una finalidad. Es por esto que Pichon Rivière sostiene
que no hay vínculo y en consecuencia grupo sin tarea, ya que en toda relación se
establece un sentido de operatividad, logrado o no.
El fracaso de la operatividad vincular implica perturbaciones en el proceso de
aprendizaje y comunicación y nos remite e una patología del vínculo.
Según lo planteado por E. Pichon Rivière el grupo, como red vincular, se
estructura sobre la base de un constelación de necesidades-objetivos-tarea.
Podemos caracterizar al objetivo o al proyecto a aquello que, definido desde la
necesidad, significaría su satisfacción; es aquello de lo que se carece y hacia lo que se
tiende. La tarea podría ser entendida como proceso, el conjunto de acciones destinadas
al logro del objetivo. La tarea se plantea desde la necesidad y es la transformación de
esa ausencia, esa carencia en aquello que la satisface. Implica necesariamente,
transformación de la realidad externa e interna.
Nos hemos interrogado por la esencia, por lo estructurante del proceso
interaccional. Podemos responder a esa pregunta desde la perspectiva de Pichon
Rivière, planteando que uno de los principios organizadores del grupo como estructura,
es decir como sistema dotado de coherencia interna es esa constelación de necesidades,
objetivos, tarea. Es de ella desde donde surge la unidad interior del sistema
interaccional, en tanto en ella se encuentran recíprocamente los integrantes.
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Para Pichon Rivière el grupo se define como un estructura de acción, de


operación. De allí que para él todo grupo sea operativo, leemos en "El proceso grupal..."
" Todo conjunto de personas, ligadas por constantes de tiempo y espacio y articuladas
por su mutua representación interna se propone de forma explícita o implícita una tarea
que constituye su finalidad".
La formulación difiere parcialmente de la definición con la que abriéramos este
trabajo, enfatizando aún más de qué manera la tarea-finalidad subyace a la
estructuración del conjunto (grupo).
Esta concepción del grupo como sistema interaccional, fundado en una
constelación de necesidades y objetivos, en una tarea y finalidad tiene consecuencias a
nivel metodológico. La técnica, el tipo de intervención psicológica en el campo de lo
grupal que plantea Pichon Rivière, se sustenta en esa concepción del grupo como unidad
operacional. La técnica apunta a centrar la interacción en la tarea, potencializándose
así la acción grupal, en tanto se visualicen, aborden y resuelvan los obstáculos que
emergen de la marcha hacia los objetivos grupales.
El objetivo-tarea-finalidad se perfila entonces como un principio organizador de
esa estructura interaccional que es el grupo. ¿Por qué organizador?. En la red
interaccional cada sujeto ocupa una posición, íntimamente ligada a su posición dentro
del sistema, posición y función que generará una "constelación de expectativas" que
implican al sujeto y a los otros integrantes de la red. Este proceso se constituye a través
de los mecanismos de adjudicación y asunción de roles, pero la ubicación de cada sujeto
en la trama interaccional obedece a una racionalidad, una ley interna del sistema. Esa
ley es el objetivo -tarea que otorga sentido a la relación recíproca- que requiere esas
funciones, que en principio las origina, da lugar a ellas. por eso decimos, siguiendo a
Pichon Rivière, que los roles en un grupo están fundamentalmente requeridos desde la
tarea (principio organizador), sea para realizarla, sea para negarla. El rol del
coordinador (cuando el grupo trabaja con un encuadre técnico) está requerido en
función de la tarea y a partir de los obstáculos que surgen para su desarrollo.
La emergencia de ciertos roles, como el de enfermo en un grupo familiar, chivo
emisario en cualquier estructura grupal, etc., si bien no parece tener relación
manifiesta con el objetivo-tarea que organiza al grupo, revela sin embargo una
modalidad de interacción grupal que en última instancia, nos va a remitir a la relación
que los miembros de ese grupo guardan con las necesidades-objetivos y tarea que los
integra en una estructura.
El análisis de esos roles nos reenvía a la comprensión de las formas de adaptación
a la realidad que desarrollan los miembros del grupo.
La realización de la tarea, es decir, el conjunto de operaciones destinadas a
satisfacer necesidades y alcanzar objetivos comunes exige un primer término, que los
integrantes del grupo reconozcan esas necesidades y objetivos como comunes. Es decir,
que el otro aparezca intrincado en su propia necesidad, compartiéndola o desde
necesidades complementarias. Esto que parece obvio constituye sin embargo uno de los
fundamentos de lo que la Escuela francesa de Psicosociología llama "resistencias al plano
grupal".
Una de las dificultades más habituales con las que se tropieza al plantear la
situación grupal como instrumento terapéutico está dada por la resistencia a reconocer
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la neurosis como un proceso común, que genera necesidades comunes. Por el contrario
se valoriza narcisísticamente la enfermedad como un acontecer individual, único en
relación del cual no se comprende el sentido de la presencia del otro o los otros. La
técnica defensiva a la que apelan en ese período resistencial los integrantes de un
grupo, es un disociación en la que la contradicción yo-otros (individuo-grupo) se hace
dilemática, generándose en el grupo un clima de aislamiento narcisista, a la vez que se
desarrolla una relación voraz con las figuras terapéuticas. El grupo aparece aquí negado
como estructura operativa, no se hacen jugar las potencialidades del mismo. Los roles al
no reconocerse las necesidades y objetivos comunes, se hacen suplementarios y no
complementarios, desdibujándose las funciones en la red interaccional, que se
empobrece. En esta situación, no pueden ser instrumentados los mecanismos de
identificación al servicio de la cura y el esclarecimiento de todos y cada uno de los
integrantes. Se cercenan los posibilidades de creatividad grupal. En el ámbito del grupo
familiar, cuando sus vicisitudes requieren intervención psicológica, el mecanismo
defensivo frente a la tarea básica de reconocimiento frente a las propias necesidades y
de las necesidades comunes, es frecuentemente la intensificación de aquél que hiciera
emerger el proceso de enfermedad en un integrante, nos referimos al mecanismo de
depositación, que implica también una disociación yo-otros, a lo que se suma una
proyección masiva de los aspectos patológicos o necesitados de ayuda, a la vez que una
negación de la propia necesidad de apoyo terapéutico. Sólo revirtiendo esta situación, el
grupo familiar, que hasta allí operó como escenario y condición del proceso de
enfermarse, puede transformarse en su contrario, es decir convertirse en un instrumento
invalorable, ya que no sólo podrá ser eficaz en el plano terapéutico, sino
posteriormente, en el terreno de la prevención de nuevos trastornos.
En los grupos de trabajo o de aprendizaje suele verse más facilitado el
reconocimiento de esta interdependencia en relación a necesidades y objetivos, ya que
la tarea aparece definida explícitamente como un proceso común, realizado a partir de
necesidades comunes. Este nivel racional de reconocimiento no impide, sin embargo,
que también en este caso las situaciones grupales aparezcan recorridas por la
contradicción entre proyecto y resistencia, vivenciándose al grupo como aquello que es
a la vez deseado y temido.
El punto de partida de la productividad grupal es le reconocimiento que sus
integrantes hacen de sus necesidades como sujetos y como grupo, como forma primaria
de resolver la contradicción sujeto-grupo. Hemos hablado hasta aquí de identificación,
de reconocimiento del grupo como instrumento, de definición de necesidades comunes,
de obstáculos emergentes de ese reconocimiento recíproco.
Esto nos remite a una pregunta: ¿se agota lo esencial de la relación vincular
grupal en ser un proceso motivado?, fundado en necesidades que promueven el
reconocimiento del otro, ¿cómo se orienta hacia el otro y se da un recíproco ajuste de
expectativas, desarrollándose procesos de comunicación y aprendizaje? Estas preguntas,
abren una reflexión que nos llevará a lo que Pichon Rivière enuncia como otro de los
principios organizadores internos de la estructura vincular y grupal, principio
íntimamente ligado con el anterior e instancia constitutiva de toda trama vincular: la
mutua representación interna.
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La interacción, proceso eficaz.


Se ha jerarquizado hasta aquí el carácter procesual de la interacción. Esto es,
interacción implica entre otras cosas una secuencia de acciones recíprocas, un
desarrollo temporal. Dentro del interjuego o dialéctica entre sujetos señalamos que se
da un intercambio de mensajes. Un acontecer en ese tiempo y espacio compartidos que
tiene como eje la comunicación. En el desarrollo y continuidad de ese juego
comunicacional se produce la transformación de esa relación entre sujetos, la que se
constituye como estructura vincular.
La constitución del vinculo como estructura de interacción implica un
aprendizaje, una modificación estructural, profunda y no ya periférica de los sujetos
comprometidos en ella. Este aprendizaje o modificación estructural significa un cambio
sustancial en el proceso de interacción, una transformación cualitativa del mismo, a la
vez que es efecto del interjuego entre sujetos.
La transformación cualitativa del proceso interaccional está dada por la
internalización del vínculo. Esa relación hasta aquí actuada dominantemente en el
mundo externo, preponderantemente unidimensional, (efectivizada en la dimensión de
la intersubjetividad) se inscribe, con otra calidad, en la interioridad del sujeto, se aloja
en su mundo interno. Adquiere una dimensión intrasujeto. Y esta inscripción se da - para
que se constituya la estructura vincular- en el mundo interno de cada uno de los
protagonistas de la relación, en un proceso de internalización recíproca. El proceso ha
seguido un itinerario que va de la necesidad a la acción y a la percepción recíproca, que
permite hablar de un primer nivel de interacción. Al persistir el juego comunicacional,
el interactuar, se instituye el vínculo, al reconstruir cada sujeto, cada actor, en su
mundo interno, la trama relacional de la que participa. Cada uno de los sujetos queda
habitado por los personajes, por las figuras y las relaciones que estructuran esa trama.
Dicho de otra manera: cuando se plantea que la interacción es no sólo un proceso
motivado, y en consecuencia direccional y con sentido, sino que es también un proceso
eficaz, hacemos referencia a este fenómeno de internalización -efecto de la interacción-
en el que se configura el mundo interno de cada sujeto, como reconstrucción fantaseada
de la red vincular en la que cada sujeto emerge y en la que resuelve la contradicción
interna entre la necesidad y la satisfacción.
Es a partir de esa eficacia de la interacción, de esa capacidad de transformar
estructuralmente al sujeto (ya que como dijimos por la internalización de la trama
vincular se configura y se modifica el mundo interno del sujeto), que caracterizamos al
proceso interaccional como dialéctica entre sujetos.
En esa internalización recíproca, o inscripción intrasujeto de la trama
interaccional, se constituye el vínculo como tal, de la misma manera que se constituye,
a partir del mismo principio organizador, esa trama o red vincular más compleja que es
el grupo.
En la interioridad, en el escenario interno de cada uno de los integrantes de la
red interaccional se inscribe, adquiriendo entonces vigencia, la situación que articula un
complejo de actores, necesidades y objetivos que definen un proyecto , y en
consecuencia, una tarea.
EL CONCEPTO DE GRUPO Y
LOS PRINCIPIOS…
Por Ana Pampliega de Quiroga
Revista “Temas de Psicología Social” Año I, Nº 1, 1977

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La inscripción, efectivizada en la mutua representación interna, de la situación


interaccional en cada uno de los sujetos coherentiza internamente la trama relacional,
estructurándola. Se hace posible , a partir de esa inscripción fundante de lo grupal, la
emergencia de un juego de fantasías y expectativas que se patentizan en el campo de lo
grupal a través de los mecanismos de adjudicación y asunción de roles. En estos procesos
de adjudicación y asunción de roles es factible visualizar el interjuego entre una
"racionalidad" ligada a los objetivos explícitos, concientes de los integrantes del grupo, y
una "irracionalidad" que emerge a partir de las ansiedades y fantasías ligadas a la tarea y
a la situación grupal. A este orden pertenecen los fenómenos transferenciales,
particularmente intensificados en la iniciación del grupo, y la configuración de "tramas
argumentales" o mitos grupales, que marcan modalidades de la interacción y de la
internalización recíproca, que al cristalizarse, pueden generar ciertos disturbios en la
comunicación y el aprendizaje grupal, congelándose y empobreciéndose la dialéctica
entre mundo interno y mundo externo de cada uno de los integrantes. Al inscribirse en
cada sujeto-actor la trama interaccional en la que se encuentra articulado con otros
sujetos, podemos decir que se interpenetran, sintetizándose en un mismo proceso,
aquellos fenómenos que configuran como principios organizadores, la estructura grupal.
En otras palabras, el vínculo, la relación interpersonal elemental, y el grupo
como trama vincular, se constituyen desde las necesidades de los sujetos y a partir de su
mutua representación interna.
Al insistir Pichon Rivière en señalar a la mutua representación interna o
incorporación de cada uno de los actores de la trama vincular de la estructura de
relación que los articula, como instancia constitutiva del vínculo, está indicando a la vez
que no todo nexo o relación interpersonal significa vínculo. Parecería que intenta
rescatar la especificidad de una relación a la que entiende como "una estructura
dialéctica, en la que se da un reconocimiento de sí y del otro, en un proceso espiral". En
el vínculo cada sujeto reconoce al otro como diferenciado de sí, a la vez que
relacionado con él. Ambos se reconocen como diferenciados y articulados en un
interjuego progresivo de comunicación y aprendizaje, cumpliéndose una realimentación
recíprocamente esos procesos, ya que es la comunicación la que permite el
reconocimiento del otro, su incorporación, pero el aprendizaje logrado a partir del
intercambio entre emisor y receptor, permite un ajuste cada vez mayor del juego
comunicacional. Esta realimentación recíproca, que remite a una fluida dialéctica entre
grupo interno y mundo externo, es el signo de crecimiento de los sujetos en ese
escenario vincular.
El proceso de interacción recíproca como instancia constitutiva del grupo fue
estudiado en primer término por Sartre. Él en "Crítica de la Razón Dialéctica" desarrolla
la hipótesis de que el grupo se constituye como tal cuando cada uno de los integrantes
sintetiza, totaliza en su interioridad, la estructura de relaciones en la que está
comprometido. Llama a esta interiorización configuradora de lo grupal, totalización o
síntesis policéntrica. En tanto cada uno de los integrantes actúa como agente
sintetizador-totalizador, integra dentro de sí al grupo. Esa síntesis o totalización "en
curso" es que el grupo tiene como centro a cada uno de sus miembros. Podemos decir
que a partir de la mutua representación interna, se configura un "lugar" del grupo, que
no es sólo un ámbito espacial, sino la estructura representacional que se apoya en todos
y cada uno de los miembros del mismo. Estos quedarían ligados entre sí -como plantea
R. Laing- por relaciones de "co-inherencia". En el apartado la familia como fantasía dice
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siguiendo a Sartre: "lo que une a la familia es la internalización recíproca por parte de
sus miembros (cuya condición de tales depende, precisamente, de esa interiorización)
de sus respectivas internalizaciones. La unidad de la familia se encuentra en el interior
de cada síntesis, y cada síntesis está vinculada, por interioridad recíproca con la
internalización por cada miembro de la interiorización de cada miembro..."
En este proceso de mutua representación interna, internalización recíproca o
totalización, que emerge el "nosotros", la vivencia de unidad vincular o grupal.
Esta vivencia se transforma en pertenencia, a la que E. Pichon Rivière caracteriza como
"...el sentimiento de integrar un grupo, el identificarse con los acontecimientos y
vicisitudes del grupo. Por la pertenencia los integrantes de un grupo se visualizan como
tales, sienten a los demás miembros incluidos en su mundo interno, los internalizan. Por
esa pertenencia `cuenta con ellos´, y puede planificar la tarea grupal incluyéndolos. La
pertenencia permite establecer la identidad del grupo y establecer la propia identidad
como integrante de ese grupo. El sujeto que se ve a sí mismo como miembro de un
grupo, como perteneciente, adquiere una identidad, una referencia básica, que le
permite ubicarse situacionalmente y elaborar estrategias para el cambio. la pertenencia
óptima, lo mismo que los otros vectores del abordaje, no es lo dado... sino lo adquirido,
lo logrado por el grupo como tal.
El grupo, por la pertenencia, la cooperación y fundamentalmente por la
pertinencia, en la que juegan la comunicación el aprendizaje y la telé, llega a una
totalización en un sentido de hacerse en su marcha, en su tarea, en su trabajarse como
grupo.
Tenemos que tener en cuenta el papel fundamental que en el establecimiento de
las relaciones constitutivas del grupo juega la dialéctica interna. Por eso hemos
subrayado en esta definición que un grupo es un conjunto de personas articuladas por su
mutua representación interna. Representación que sigue las características del modelo
dramático...
La tarea, sentido del grupo y la mutua representación interna hecha en relación a
la tarea constituyen al grupo como grupo. La tarea es la marcha del grupo hacia su
objetivo, es un hacerse y un hacer dialéctico hacia una finalidad, es una praxis y una
trayectoria".
Estas reflexiones intentan ser solo una aproximación a los principios
organizadores de la estructura grupal. Una profundización de estos principios,
particularmente el de la mutua representación interna, exige un exhaustivo análisis de
la dialéctica interna y del interjuego entre grupo interno y mundo externo. En esa
dirección apunta nuestra actual línea de trabajo.

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