Los Incas Ó La Destrucción Del Imperio PDF
Los Incas Ó La Destrucción Del Imperio PDF
Los Incas Ó La Destrucción Del Imperio PDF
Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.
Normas de uso
Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:
+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.
El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
zp<
0
r «
§ 2
£ <í
3 -i
>« s
B O « <3
w
f-i i-1
3 Z s s
W )_H
S 2 5 W tú
S W
O W
i—i
* p*¡
a• £
"1 Bl
2.1 rfi f <r
LOS INCAS
i.
IMPRÍMEME STEREOTYPE DE COSSOM.
Tenvl- i ito/ft i -
LOS INCAS, ó
LA DESTRUCCIÓN
EDICIÓN
HECH A BAJO LA DIRECCIÓN SE 1. R. MA5SOX.
VOLUMEN I.
PARIS,
MASSON Y HIJO, CALLE DE ERFORTH, N«3.
i83a.
1 Dtv/,351
«M4*%VVVVVVVVVVVWVVVV«VVV*\***[VVVVVVVl*VVVVVVtlWVWVMI>l\M
ÍNDICE
DE LOS CAPÍTULOS CONTENIDOS EN EL
VOLUMEN PRIMERO.
Carta dedicatoria y
Prefacio. . . xm
CAP. I. Situacion política del reyno de los
Incas, etc i
CAP. II. Fiesta llamada del nacimiento, etc. 8
CAP. III. Adoracion al Sol en su mediodía. . ig
CAP. IV. Juegos célebres que seguían al
gran festín 26
CAP. V. Postura del Soléete 33
CAP. VI. Orozimbo, uno de los caciques Me
jicanos , cuenta al Inca las des
gracias de su patria 3g
CAP. VII. Prosigue la narracion anterior. . 5o
CAP. VIII. Continuacion del capítulo anterior. 58
CAP. IX. Continuacion del capítulo anterior. 69
CAP. X. Sigue la relacion 78
CAP. XI. Extienden los Españoles sus estra
gos al mediodía de la América. . go
CAP. XII. Consejo que hubo antes de la par
tida de Pizarro xo3
CAP. XIII. tas Casas , de regreso de la Isla
Espanolaba á ver a los salvtges. i2i
TOMO I *
ÍNDICE.
Pag.
CAP. XIV. Sigue la narracion de este viage. i3o
CAP. XV. Sigue la relacion de lo ocurrido
en este viage • '39
CAP. XVI. Sigue la relacion de este viage. . ttfi
CAP. XVII. Parte Pizarro del puerto de Pa~
nama , etc i56
CAP. XVIII Desembarca Pizarro sobre la costa
de Catamés , etc i67
CAP. XIX. Pizan-o , antes de retirarse de la
Gorgona , va á reconocer la
costa y el puerto de Tumbes. - i80
CAP. XX. Viage de Alonso Molina de Tum
bes a Quito . i89
CAP. XXI. Sigue la relacion de este viage. . 2o3
CAP. XXII. Pizarro, de regreso d Panamá <
toma la resolucion de ir a ES'
paña * etc 2i '
CAP. XXIII . Arribada á la isla Cristina. . . . 2a5
CAP. XXIV. Mansion de los Españoles y de
los dos Mejicanos en la isla
Cristina 233
CAP. XXV. Vuelve la nave al Perú , y hace
naufragio f etc. . ^43
---
AL REY DE SUECIA.
JENOR,
-.
DEDICATORIA. 7ii
Hoy, Señor, es de mi propia
gloria que me ocupo , y suplico
V. M. permita que esta obra salga
á luz bajo sus auspicios , como un
monumento público de las bon
dades con que se ha dignado hon
rarme.
Mas, ¿ que es lo que yo digo? ¿¿es
á mi, Señor, es á mi vanagloria
que debo pensar en este momento
tan crítico ? La mitad del mundo
oprimido, devastado por el fana
tismo religioso, este es el cuadro
que presento á los ojos de V. M. ;
yo renuevo, vuelvo á abrir la mas
grande llaga que el puñal de los
persecutores ha hecho á la especie
humana; yo mismo, si, yo denun
cio á la rebgion el crimen mas hor
rendo que el falso zelo ha perpe
trado en su nombre, crimen tan
▼ni CARTA
grande, que nunca se aparta de mi
memoria.
La humanidad, Señor, la hu
manidad misma, ultrajada, hol
lada por su mas cruel enemigo,
esta es la que tengo el honor de
presentar hoy á V. M., implo
rando la protección de un rey sen
sible y justo, y la de todos los bue
nos reyes , de los reyes que os ase
mejan. Los atentados que causa el
fanatismo son muy diferentes de
los que sometemos al rigor de las
leyes, porque donde él existe no
pueden estas ser buenas. Todos los
crímenes llevan consigo el castigo
ó el oprobio; pero, los que pro
duce el fanatismo tienen en sí mis
mos un carácter terrible que im
pone miedo á la autoridad, á la
opinión , y aun hasta á la fuerza
DEDICATORIA. ix
misma : un santo respeto le libra
muchas veces de la pena,y siempre
de la vergüenza ; su atrocidad
misma inspira un religioso terror ;
de forma que , si los fanáticos son
alguna vez castigados , entonces
son mas reverenciados del pueblo.
En efecto, el fanatismo es tenido
por un angel exterminador ; eje
cutor de las venganzas del cielo, él
no reconoce ni ley ni rey sobre la
tierra. Al trono, él opone el altar;
á los reyes , él habla á nombre de
un Dios ; á los clamores, á los tris
tes ayes de la naturaleza y de la
humanidad afligida, él responde
por excomuniones; y entonces todo
cae á sus pies , porque el horror
que él inspira á todos enmudece.
Tirano de las almas y de los cuer
pos, él ahoga los sentimientos y
* CARTA
la razón natural ; él persigue á la
vergüenza, á la piedad, á los es
crúpulos de conciencia; non hay
ni oprobio ni suplicio capaz de in
timidarle : para él todo es gloria ,
todo triunfo. ¿Que oponerle en la
tierra? Pueblos y reyes, todo, todo
se confunde y prosterna á los pies
de aquel que no distingue en medio
de los hombres que sus esclavos y
víctimas. Es, sobre todo, á los reyes
á quien él se dirige ; ya sea para
formar sus ministros, ya para hacer
de ellos los ejemplos los mas espan
tosos de sus furores; porque en
tanto les respeta, cuanto ellos le
respetan á él. Así se les ha visto
cien veces servirle por miedo que
su enojo volviese contra ellos : de
jábanle devorar su víctima, y aun
le entregaban millares de hombres
DEDICATORIA. xi
para apaciguarle. ¡ Que enemigo,
Señor , que monstruo mas cruel
para los soberanos y padres de los
pueblos, que él que devora sus hi
jos en medio de sus brazos, sin
que se atrevan siquiera á oponerle
ninguna resistencia !
Luego es á los reyes á unirse
desde una extremidad del mundo
á la otra, para sufocarle en su na
cimiento, ó ántes si es posible, jun
tamente que á la supersticion , que
es su simiente y su alimento.
Vuestra Magestad ha nacido
para servir de ejemplo generoso
á vuestros semejantes; pero puede
ser que jamas ella podrá ser nunca
ni mas útil ni mas grande al mundo,
que convidando á los demas reyes
á apoyar, con una protección mag
nánima, los escritores que defien-
xii CARTA DEDICATORIA,
den las generaciones futuras contra
las seducciones y los furores del
fanatismo, y que propagan en el
alma esta luz verdaderamente ce
leste, estos grandes principios de
humanidad y de concordia univer
sal, estas maximas, en fin, de in
dulgencia y de amor , de las cuales
la religion , así como la naturaleza,
ha hecho el apendice de sus leyes,
y la esencia de su moral.
SEÑOR,
DE VUESTRA MAGESTAD ,
MARMONTE^.
*WM«k*V VVv%VVVVVV«IVMAAVV\VVVV\^^VVVV>*VVVVVVVVVV\VVV-.
PREFACIO.
,\
PREFACIO. xix
otro objeto digno de sus servicios que el
pillage ; de forma que á estos hombres
fué á quien el Almirante Colon tuvo la
imprudencia de abandonar los pueblos
que se le rendian.
Los habitantes de Ota-Iti ( i ) habian
recibido como á dioses ¿los Españoles.
Encantados al verlos, apresurándose en
darles gusto, venian á ofrecerles sus bienes
con una alegría sincera, y su respeto por
ellos tenia alguna cosa de sagrado. No
dependia de nadie, sino de los Españoles,
de haber sido siempre adorados ; pero
Colon quiso ir en persona á dar parte
i la corte de España de la importancia
de sus sucesos. Se marchó (s), y dejó en
la isla, en medio de los Indios, una tropa
\
\
PREFACIO. mv
Luir con un cierto número de hombres
pra los trabajos á que se les destinase.
Esto bastó á los tíranos subalternos
para asegurar su impunidad, para sor-
prehender órdenes vagas, que sirven en
caso de necesidad de salvaguardia al cri
men, esto es, como si lo hubiesen auto
rizado. El gobernador, despues de ha
berse deshecho, por la mas infame perfi-
dia,delsolo pueblo de la isla que hubiera
podido defenderse (i), los demas fueron
oprimidos (2); y pereció un número tan
considerable en las minas de Cibao,que
.iss ov—
(i) El pueblo de Xaragua.
(2) Los que Ovando habia puesto i la ca
bala de sus tropas, con órden de que quitasen
interinamente el poder á los isleños para que
no los inquietasen , los redujeron á una tan
crítica situación , que estos desgraciados se
metían en el cuerpo sus propias flechas, las
sacaban, las mordian de rabia, las hacian pe
dazos, 7 arrojaban las artillas á la cara de los
Españoles, con cu/o insulto se creian venga
dos. (Herrera.)
xxvi PREFACIO.
su país natal se transformó en desierto.
Esto fué, por decirlo así, el módelo
de conducta de todos los Españoles en
el Nuevo Mundo ; de forma que el ejem
plo se hizo una costumbre, y de la cos
tumbre un derecho para exterminar todo
viviente.
Y como en estos países, así que en
cualquiera otros, el fuerte domina al dé
bil, y para obtener el oro se ha derra
mado sangre, resuelta que la pereza y ha
concupiscencia han esclavizado los pue
blos que eran inclinados naturalmente
al reposo, para forzarlos á los trabajos
mas duros : estas son verdades, pero ver
dades muy amargas. En efecto, todo el
mundo sabe que el amor de las riquezas
y la ociosidad son el origen de los faci
nerosos, y de que 4 grandes distancias,
las leyei están sin apoyo, la autoridad
sin fuerza, la disciplina sin vigor; y que
á los reyes á quienes se les engaña es
tando presentes, se les engaña mucho
mas facilmente estando lejos, pues que,
á fuerza de mentiras y sorpresas, se ob-
PREFACIO. xxvi i
tienen órdenes, de las que se horroriza
rían, si pudiesen ver el mal uso.
Pero lo que no se podrá creer, aun de
los hombres mas perversos, es lo que se
vai leer. Muchas veces semehacaido la
pluma de la mano al momento de escri
birlo ; pero suplico al lector de hacer,
como yo hé hecho, un poco de esfuerzo;
me importa que el objeto de mi obra sea
bien conocido, ántes de exponer su plan.
Es Bartolomé de Las Casas que cuenta
lo que ha visto, y que habla al consejo
de Indias de esta suerte :
« Los Españoles , subidos sobre her-
« mosos caballos, armados de lanzas y
« espadas, despreciaban altamente unos
« enemigos tan mal equipados ; hacian
« con ellos terribles carnicerías ; abrian
« el vientre á las múgeres que estaban
« preñadas, para hacer perecer con ellas
« el fruto de sus entrañas ; apostaban
« entre ellos a quien descuartizaría un
« hombre con mas destreza de un solo
« golpe de espada, 6 quien le separaría
« mejor la cabeza de los hombros ; ar
xvm PREFACIO,
i raneaban en fin los niños de los brazos
i de sus madres, y los estrellaban con
tra los peñascos.
« Para dar muerte á los principales
de estos pueblos, construían un pe
queño cadalso, sostenido de horcas,
donde extendían la víctima, amarrada
de pie's y manos ; metían el fuego, y
la hacían morir lentamente ; de forma
que estos desgraciados exhalaban su
alma con horribles alaridos, rabiosos
y desesperados. Yo vi un dia cuatro
6 cinco de los mas ilustres de aquellos
isleños que los quemaban de este
modo ; pero, como Jos alaridos terri
bles que daban, en fuerza de los tor
mentos, incomodabaná un capitan es-
pañol,y le impidian de dormir, mandó
que le9 ahogasen inmediatamente. Un
oficial, cuyo nombre callo, y cuyos
parientes son muy conocidos en Se
villa, los puso una mordaza, para im
pedirlos de gritar, y por tener tam
bien el gusto de hacerles quemar á su
presencia, hasta que expirasen en estos
PREFACIO. xxix
« cruelísimos tormentos. Yo hé sido
« testigo ocular de todos estos horrores,
v y de una infinidad de otros que paso
• ahora en silencio. s
El tomo de donde hé extraído estas
abominaciones, no es otra cosa que una
coleccion de semejantes crímenes ; y
cuando se ha leido lo que pasó en la isla
Española, se sabe todo cuanto ha pasado
en Méjico y en Perú.
¿Quien ha sido la causa de tantos hor
rores, de los que la naturaleza misma
esta espantada ? El fanátismo : él es el
solo capaz, y á nadie sino á él le per
tenece.
Por el fanátismo, entiendo el espíritu
de intolerancia y de persecucion ; el es
píritu de odio y de venganza, bajo el
pretexto de defender la causa de un dios
que se le cree enfadado, y de quien son
formados sus ministros. Este espíritu
reynaba en España, y se habia extendido
hasta América, por medio de los prime
ros conquistadores. Pero, como si se hu
biese temido que se calmase, lucieron un
"* PREFACIO,
dogma de sus maximas y un precepto de
sus furores. Lo que desde el principio no
fué que opinionjo redujeron á un sistema.
Un papa puso el sello de su poder apos
tolico, cuyo dominio no tenia entonces
limites ; trazó una línea desde un polo
al otro, y de su autoridad privada, dis
tribuyó el Nuevo Mundo entre dos po
tencias exclusivamente (i). Reservó para
el Portugal todo el oriente, y dio el oc
cidente á la España, autorizando á los
reyes de estos países á someterlos con
ayuda de la divina clemencia , y de
traer á la fé de Cristo los habitantes de
todas las Indias y tierra firme que se
hallasen de aquel lado. La bula (2) es del
año de i4g3«y la primera del pontificado
de Alejandro ví.
Mas veamos cual es el sistema esta-
"X
PREFACIO. hit
jante ; pero un ejercito de hombres atro
ces por el solo placer de serlo, unas co
lumnas de hombres tigres, pasando los
límites de la naturaleza , esto no tiene
ejemplo en la historia. ¡ Los furiosos, de
gollando y quemando todo un pueblo,
invocaban á Dios y sus santos ! Planta
ban trece patíbulos y ejecutaban trece
Indios en honor, decian ellos, de Jesu
cristo y sus doce apóstolos ! ¡ Era esto
impiedad ó fanatismo ? No hay término
medio, y todo el mundo sabe que los
Españoles de aquellos tiempos no eran
sino unos impíos. Hé tenido razon de atri
buir al fanatismo todo cuanto la iniquidad
del corazon humano no hubiera hecho sin
el ; y aquel que no se halle convencido
le preguntaré, ¿ si los Españoles estuvie
sen en guerra con los católicos, dañan
sus cuerpos á los perros, tendrían car
nicería pública de los miembros de la
iglesia de Jesu-Cristo?
Los partidarios del fanatismo se es
fuerzan á confundirle con la religion, y
este es su sofisma eterno. Los verdade
xxxvi REFACIÓ,
ros amigos de la religion la separan del
fanátismo, y procuran ahorrarla de esta
serpiente oculta y alimentada en su co
razon. Este es el objeto que me anima.
Los que piensan que la victoria está
decidida enteramente, y que el fanátismo
está á la agonía; que los altares que opri
mía no son ya su asilo, verán mi obra
como un remedio superfino y tardío :
j Dios quiera que tengan razon! Me cree
ría indigno de defender semejante causa,
siempre que tuviese envidia de los suce
sos que hava obtenido ántes de mí, y el
que obtendrá despues. Conozco muy bien
que el espíritu dominante de la Europa
no ha sido nunca mas moderado ; pero
vuelvo á repetir lo que ya he dicho otras
veces, que es necesario aprovechar el
tiempo y la marea, para trabajar en los
muelles cuando las aguas son bajas.
El objeto de esta obra es pues, lo digo
sin rebozo, el de contribuir, si puedo, á
hacer aborrecer mas y mas el fanatismo
destructor; impedir, tanto como pueda,
que lio se le confunda jamas con una re
PREFACIO. xmvii
ligion piadosa y caritativa,*; inspirar para
ella Unta veneracion y amor, como odio
y execracion á su mas cruel enemigo.
Hé puesto sobre la escena, con refe
rencia á la historia, los fanáticos é hi
pócritas, y los pongo en paralelo con los
verdaderos cristianos. Bartolomé de Las
Casas es el modelo de los que yo res
peto ., es en él en quien hé querido re
presentar la fé, la piedad, el zelo puro
y tierno, y en fin, el espíritu del cristia
nismo en toda su pureza. Fernando de
Luques, Davila, Vicente de Valverde,
Riquelme , son ejemplos del fana
tismo que desfigura el hombre y per
vierte al buen cristiano. En ellos hé
colocado el zelo absurdo, atroz é inhu
mano que la religion reprueba , y que,
«i lo tomasen por ella, la haria hacerse
aborrecida. Hé aqui, creo, mi intencion
expuesta claramente, para convencer de
mala fé á los que fingirían no enten
derme.
En cuanto á la forma de esta obra,
considerada como una producion litera
xxlTiu PREFACIO,
ria, no sé como definirla. Hay muchas
verdades para que sea un romance, y no
hay las necesarias para formar una his
toria. Seguramente no hé tenido la pre
tension de hacer un poema. En mi plan,
la accion principal no ocupa que un pe
queño espacio ; todo es análogo/aunque
4 una cierta distancia ; es menos el te-
gido de la fábula que el hilo de un sim
ple discurso, Cuyo fondo es histórico, al
que mezclo algunas ficciones compatibles
con lo verdadero de los hechos.
No escribo para una pequeña parte,
sino para todo el mundo, á quien desea
ser útil ; y esto me servirá de excusa para
con aquellos que me echen en cara mi
obstinación en decir verdades familiares,
pero que no lo son para el resto de la
sociedad. También es la razon la que
me ha hecho ensayar á esparcir algunas
co'sas agradables en mis narraciones y
en mi estilo ; porque la primera con
dicion para ser útil , cuando se escrive,
es la de poder ser leído.
MWWW/VVVVVVMVMWVVWMI MH-IA V\1 WVVVVVVVVVVWIMtM
LOS INCAS.
CAPITULO I.
J
IX)S INCAS. 5
que han venido á parar esos resplandores que
hacian desaparecer las sombras de la noche?
¿ Han podido ellos resistir á un solo rayo de
tu gloria? Si tú no te apartases por ceder
les el puerto > quedarian sepultados en el
abismo de tu luz, y serian inútiles al cielo y
á la tierra.
CORO DE LAS VÍRGENES.
EL PUEBLO.
-
8 LOS INCAS.
CAPÍTULO II.
Fiesta llamada del nacimiento, celebrada en el mismo
día de la del Sol. — Ataliba , rey de Quito , recibia
los niíci recieonacidos bajo la tutela de las leyes.
'
LOS INCAS. g
sentaban sus hijos reciennacidos , cada uno
en una cesta. El monarca les echa la benedi-
cion paternal. Hijos, les dice, vuestro padre
comun,el hijo del Sol, os benedice; ¡ojala que
la vida os sea amada hasta la muerte, para que
jamas podais sentir y llorar el momento de
vuestro nacimiento! Creced para ayudarme
á haceros todo el bien que depende de mi, y
á evitaros, ó al menos, á minorar los males
que dependen de la naturaleza.
En seguida, los depositarios de las leyes
abren el libro augusto. Este libro es com
puesto de córdones de muchos colores (i) ; los
nudos son los caractéres,y ellos bastan para ex
presarlas leyes, leyes que son tan simples como
las costumbres y los intereses de esos pueblos.
El pontífice lee, y el principe y sus subditos
entienden de su boca cuales son sus deberes
y cuales sus derechos.
La primera de estas leyes les prescribe el
culto, que no es mas que un tributo solemne
de amor y reconocimiento ; nada hay que sea
inhumano , nada penoso ; oraciones , votos,
algunas ofrendas puras , fiestas donde la pie
dad se conciba con el gozo, tal es ese culto.
CAPITULO III.
TOMO I
a(S LOS INCAS.
CAPÍTULO IV.
CAPÍTULO V.
Postura del Sol.—Presagios funestos.—Llegada de los
Mejicanos, sobrinos de Monteiuma, que venían á pe
dir un asilo alinea.
CAPÍTULO VI.
tomo l
5o LOS INCAS.
CAPÍTULO VII.
CAPÍTULO VIH.
CAPÍTULO IX.
Continuacion del capitulo anterior.
r
7? LOS INCAS.
CAPÍTULO X.
Sigue la relacion
_i i
LOS INCAS. 83
le adora. Este combate le da el tiempo de
variar de determinacion. Pío, no, dijóía, yo
no puedo acabar. — Mas ¿ no ves, le replica
ella, las llamas que nos rodean ? ¿no ves la
esclavitud y la vergüenza delante de nosotros,
si carecemos de ánimo para morir ? — Tam
bien veo, prosiguió él, la libertad, la gloria
si podemos escaparnos. Al punto, llamando
á sus soldados : Amigos, les dice, seguidme ;
voy á abriros un paso. Hace guardar á mi her
mana, manda que le abran las puertas del
alcazar, y se mete en medio del tropel de
sus enemigos asombrados.
E) que me refirió aquel combate se horro
rizaba él mismo. Cual una enorme roca que
se desprende y rueda de lo alto de los montes,
se estrella contra las olas, y se abre en el
mar un abismo en medio de su rabia furi
bunda ; así se precipita sobre las filas enemigas
el formidable Telasco, saliendo del alcazar de
mi padre. La muchedumbre de los contra
rios carga sobre él, él los rechaza todavia con
una pesada porra : rompe á derecha, y á
izquierda las espadas y lanzas, y, semejanteá
un furioso torbellino, derriba todo cuanto en
cuentra. Mi amigo , cubierto de heridas y
manchado con la sangre que coiria por ar
royos , se defiende en medio de los cadáve
res, y pelea hasta que le faltan las últimas
84 LOS INCAS,
fuerzas. Al fin vánsele de la mano la porra
y el escudo, y fatigado cae. El respiraba to
davia ; cogiéronle vivo, y mi hermana siguió
la suerte de mi amigo. Yo no he podido averi
guar si, muerto el uno, la otra ha tenido la
fuerza y la desgracia de sobrevivirle. ¡O cie
los ! Acaso en este momento gime bajo la es
clavitud de un amo inflexible. Quizá mi her
mana... ¡Ay ! lejos de mí tan espantoso pensa
miento : ella me reanima el fuego devorador
de la rabia y atormenta mi corazon
Observando el Inca que Orozimbo compri
mia sus sollozos y ligrimas , le rogaba que
interrumpiese esta relacion aflictiva. No, dijo
el cacique, acabemos ; ya que he podido so
brevivir á mi desventura , es menester que
tenga la fuerza de sobrellevar su imágen.
Forzados todos nuestros puestos , quedaba
la ciudad entregada á la furia del vencedor.
El rey no tenia ya otro asilo que su palacio,
bajo las ruinas del cual su nobleza le ofrecia
sepultarse. Con la esperanza de vencer , se
reunió i los Indios que el espanto y la con
fusion de la fuga habia dispersado por los
montes. El pensó venir á su turno á sitiar y
confundir su enemigo. Iba atravesando la la
guna en tanto que, con el objeto de favorecer
su huida, nuestras canoas ocupaban á la flota
de Cortes en un combate desesperado. Pero.
LOS INCAS. 85
jay! toda la sangre prodigada por él no fué
bastante para salvarle : el desventurado mo
narca fué preso. Aquí otra vez desfallece mi
espirita.... Entónces un delirio estúpido se
apodera del alma de Orozimbo : enmudece su
lengua, y sus ojos inmóviles señalaban el hor
ror y el espanto. Por último, exclama : ¡ O
Guatimozin, ó el mas magnánimo y grande
de los reyes! un brasero, una cama de ascuas
ardientes te estaba preparada : tal fué la
pompa del lecho en que inhumanamente te
colocáron... ¡ Oh barbarie atroz ! gritó el Inca
estremecido de horror. Aguarda, dice el caci
que, aguarda; todavía los conocerás mejor....
Miéntras que el fuego consumía hasta la mé
dula de sus huesos, Cortés, con una serenidad
de hielo, observaba los progresos del dolor,
y decía al rey : si estás cansado de sufrir,
declara en donde has ocultado tus tesoros.
Ya porque no tuviese nada oculto, ó por
que creyese vergonzoso el cederá la violencia,
el héroe Mejicano honró á su patria por su
constancia en los tormentos. El fijó la vista
con indignacion sobre el tirano, y le dijo :
Hombre feroz y sanguinario, ¿ conoces tú para
mí un tormento igual al de verte? No se le
escapó en fin ni queja, ni suplica , ni palabrá
que implorase la piedad por medios humil
lantes.
TOMO [ S
I ■i
■» nd,áltnái
rio".»
fr oo de
! MI
5sS¡
tifUA y .* ixitt
Jc<3.
U «ocles
, fe
:tto
nde
ios.
de
ifhrn '
i por su
i Sfó la vtst-v
y le dijo .
¡túpala
'So scl«"
: n\ p»labr>
Jios bun»1-
88 LOS INCAS.
Estaba igualmente que el sobre las ascuas
un fiel amigo de este principe ; pero, mas dé
bil, no podia sobrellevar el dolor, y hallán
dose para expirar, volvia sus ojos llorosos hacia
el monarca : ,; Y yo, gritole Guatimozin. es
toy acaso sobre algun lecho de rosas ? Tales
palabras fuéron bastantes para comprimir los
sollosos del amigo (i).
Esta relacion te estremece, Inca ; pero tedo
lo que has oido no es nada todavía. Tú no
has podido considerar á esos bárbaros sino
en el ardor de la carniceria. Mas para juz
garlos, es menester que los veas en el regazo
de la paz, en medio de los pueblos que han
desarmado, cuando los unos caminan á su
encuentro con Mia alegria pura, y los otros
con la timidez y el ruego. Uno les presenta,
de su propia voluntad, cuanto tiene de mas
precioso ; otro se esmera en servirles fran
queándoles su choza : aquí se ven los que so
brellevan en su obsequio ios trabajos mas
duros y mas penosos ; allí se agobian sin que
jarse del peso de la carga con que les abruman;
muchos sucumben á los golpes con que les
CAPÍTULO XI.
(l) S nto-Domiogo.
LOS INCAS. 95
amigo mio, nada puede borrar en mi alma
la vergüenza de que se cubren los Castella
nos ; os lo digo con rubor y estremecimiento.
Ellos son perjuros á su dios, á su principe y
á su patria, y se engañan si creen que pueda
saciarse su codicia insensata. ¡ Ah ! si se hu
biesen portado con suavidad en su conquista,
la India sería feliz y la España opulenta ;
mas por el abuso infame que hacen de la
victoria, no consiguirán al fin otro fruto que
el de haber perdido á su patria y arruinado
la de estos infélices.
Y bien, ¿no es este el mejor momento de
instruirlos, de sacarlos del error en que viven?
Yo no conozco á Pizarro sino por su fama ;
pero me aseguran que es magnánimo. ¡ Oh mi
buen amigo ! él es digno de escuchar de vues
tra boca misma la voz de la humanidad.
¿ Porque no pedis la licencia de acompañarle
en su conquista? Venid; vuestros consejos y el
zelo que mostrais siempre en favor del des
dichado os harán tan respetable á mis ojos
como á los de mis Compañeros de armas.
Bartolomé enmudece á las palabras de
Alonso ; pero , en el fondo de su corazon ,
comienza á sentir muy vivamente aquella
actividad benéfica que produce la esperanza
de ser útil á los hombres. Asi pensaba Las
Casas en el primer momento; pero la reflexion,
96 LOS INCAS.
Ja triste prevision del daño que amenaza ,
le desalienta, y dice al joven Alonso : Vos
conoceis mi corazon : jamas veré con pa
ciencia hacer mal á los Indios; yo hablaré
siempre en favor suyo, sin medio y sin con
sideracion humana ; de forma que vos mismo
os haríais, por mi amistad, el objeto de la rabia
de esos a. quienes mi consejo pudiese haber
ofendido, y entonces os quejaríais, quizá, de
mi zelo.—Venid , le, dice Alonso , y no pen
semos en otra cosa que en el bien que puede
hacer vuestra presencia. ¡Quien sabe de cuantos
males libertaréis el mundo, y cuan terribles
serian vuestros remordimientos si no lo hi
cieseis, sabiendo que vuestra sola presencia
hubiera bastado para salvar la vida á mil
lones de hombres ! No es menester que digaia
mas, interrumpió Las Casas ; yo no os daré
motivo para que creais que he podido renun
ciar , por debilidad , á la esperanza de ser
útil 4 esos desventurados. Estoy pronto á se
guiros. ¡ Quiera el cielo que Pizarro se digne
escucharme .
Al instante ambos se embarcan , y pronto
la nave les Ueva á las riberas del Istmo. Saltan
á tierra á la embocadura del rio de los Lagar
to! (i), y subenle en canoas formadas de laa
CAPÍTULO XII.
CAPÍTULO XIII.
""
LOS INGAS. i19
En este instante, el cacique, mirando al
solitario, creyó ver sobre su rostro una bril
lantez divina : ¡ Mas quo ! dijole el cacique,
? es que tu dios no se deja nunca ver de los
hombres? — Ellos le han visto, le respondió
Las Casas, y aun él se ha dignado habitar entre
ellos. — ¿Bajo qué figura? — Bajo la de un
hombre. — Acaba de una vez, y dinos si eres
tú ¡Yo!—¿Si
mismo ese túdios
lo que
eres? viene
cesa deá querer
consolarnos.
ocul
CAPÍTULO XIV.
Sigue la narracion de este viage.
"V
LOS INCAS. i37
asilo, y tú habrás perdido á tus amigos— Yo
tengo el mismo temor que tü, le respondió el
solitario ; por lo que ahora no quiero otra cosa
qué suavizar su cautividad.
Gonzalvo aguardaba con impaciencia la
vuelta de Las Casas. Y bien, le dijo temblando
¿qué es lo que habiais conseguido?—Que os
dejen la vida.—Y la libertad, ¿la habré per
dido para siempre? — Ya os he dicho que la
salud de estos desafortunados Indios pende
del secreto de su asilo. — Yo lo sé ; pero res
pondadle que jamas el hijo de Davila será
capaz de faltar á la fé del juramento .—¿ Como
habia yo de responder de vos ? dijo el solita
rio. A vuestra edad no responde nadie, ni aun
de si mismo. Lo que debeis hacer es única
mente el procurar por vuestra conducta me
recer la estimacion del cacique, y con el
tiempo lograréis que él se digne de tener
confianza en vos. —¿Y le habeis dicho quien
soy ? — Sí, no hay duda. — Entónces yo soy
perdido, exclamó el jóven Gonzalvo.—No, no
lo sois ; yo voy á presentaros. —
Jóven, dijole el cacique, ¿adoras tú al dios
de Las Casas ? — Sí, responde Davila—¿Crees
tú que nosotros seamos, asi como tú, hijos de
ese mismo Dios ? — Yo lo creo. — ¿ Conque
somos hermanos? Y siendo asi, ¿porque vi
niste á manchar tus manos con nuestra san
i a*
i 38 LOS INCAS.
gre ? — Yo obedecía. — ¿A quien ? — Vos lo
sabeis. — Si, yo sé que tú has nacido del mas
inicuo de los hombres y del mas cruel para
nosotros. Pero Las Casas me dice que su dios
y el mio me mandan perdonarte. Ven,
abraza á tu amigo. — A estas palabras, el jo
ven se prosterna á los pies del cacique—¿Qué
haces ? le dijo Capana, ¿no somos hermanos ?
¿no eres tú igual á mí ? — Esto-dijo, y al mo
mento, con sus propias manos le quitó las ca
denas. Bartolomé, testigo de este espectáculo,
tenia el corazon penetrado de alegria y en
ternecimiento : Davila, grita al joven, estos ,
estos son los verdaderos cristianos.
LOS INCAS. i39
CAPÍTULO XV.
Sigua la relacion de lo ocurrido en este vi.igc.
TOMO I l3
i 46 LOS INCAS.
CAPÍTULO XVI.
CAPÍTULO XVII.
Parte Piíarro del puerto de Panami, y aborda en la
costa llamada, Pueblo quemado.—Guerra con loe
SaWages. — Canto funebre de un anciano india
que los Españoles hacen quemar.
CAPÍTULO XVIII.
^*WWWWM*»WIWW»VVWWVVWW>W\^WMMMM»W*
CAPITULO XIX.
CAPÍTULO XX.
Viage de Alonso Molina de Tumbes a Quito.
CAPÍTULO XXI.
Sigue U relacion de esle viage. —Llegada de Molina á
Quito.
CAPITULO XXII.
CAPÍTULO XXIII.
CAPÍTULO XXIV.
r
aífn LOS INCAS.
la mas leve ofensa. ¿Quereis la guerra ? Noso
tros la detestamos ; mas la libertad la apre
ciamos aun mas que la vida. Si quereis, es
coged el combate. Nosotros partiremos con
vosotros nuestros dardos y saetas, y pelea
rémos hasta que no quede uno de vosotros
para hacernos afrenta, ó ninguno de los nues
tros que sufra vuestros ultrages.
El valor, que llama así el vulgo, y que no
es en el hombre sino el sentimiento de su
superioridad, abandonó á los Castellanos.
Arrepintiéronse de haber ofendido á un pue
blo tan generoso y tan justo, y suplicáron á
Gomez que hiciese lo posible para reconciliarle
con ellos. Sin embargo, este no se tomó la
molestia de hacerlo ; de forma que toda co
municacion fué interrumpida entre los dos
pueblos. Mas no por eso dejaban de obser
varse escrupulosamente, por parte de los In
dios, los deberes sagrados de la hospitalidad.
La misma abundancia reynaba en las cho
zas de los Castellanos, y su bagel fué provisto
de cuanto exigía un viage largo.
Amazili y Telasco no gastáron mucho
tiempo en consultarse sobre lo que harían.
— ¿Hemos de renunciar, dijo Telasco á su
amante, á la dicha de volver á ver á tu her
mano y mi amigo? — No, respondió ella ; yo
no puedo vivir en una isla en donde estoy
LOS INCAS. ají
segura que no le habria de ver nunca ; y pues .
que Gomez nos da la esperanza de que nos
vamos á reunir , partamos en su compañía.
Nada es mas raro en aquellos mares que
el ver á los vientos del este ceder al del
ocaso (i). Gomez le aguardó mucho tiempo,
y cuando llegó á sentirlo, dió gracias al cielo,
como si fuese un prodigio operado para faci
litar su vuelta. Al instante junta á los suyos,
y les dice : — Compañeros, no esperemos á
que nos desalojen de aquf. El viento nos fa
vorece; partamos sin dilacion. No sintamos
el dejar una tierra que con el tiempo hubiera
sido nuestra sepultura. El vivir sin gloria no
es vivir. El verse olvidado, es como el ha
llarse muerto. Vamos á buscar nuevos trabajos
que superar. El influjo del hombre sobre el
destino del mundo, es la única existencia hon
rosa para él, ó á lo menos, la sola que sea
digna de nosotros.
El hombre se hace por habito un circulo
de testigos, cuya voz es para él el órgano de
la fama ; él existe en su pensamiento, y vive
en su opinion. Destruir para siempre entre
ellos y él este comercio que le engrandece,
que le pone fuera de si mismo, es abismarlo
en una profunda noche. Hé aquí que las pa.
CAPÍTULO XXV.
Vuelre la nave al Reru , y hace naufragio á la vista
del puerto de Tumbe*.—Los dos Mejicanos se satvan
nadando, v encuentran á Orozinibo.
iTUsl.
üi-
bo
hu
iw
.ul
IOJ
m
i
i»
U
En y
LOS INCAS. 347
i discrecion de las olas, y que aun tenían
abrazada aquellos infélices.
Eran estos desventurados su hermana y su
amigo, que, previendo la caída de la trompa,
se habian arrojado al mar, con mas valor
que los Castellanos , y como mas ejercitados
en nadar. Vienen dos sobre la tabla.—Animo,
pues, mi cara prenda, decía Telasco : sos
tente, pues pronto somos en tierra : ya nos
viene un socorro ¡ Ay ! no puedo mas, decía
ella ; me faltan las fuerzas ; mis manos tré
mulas van a abandonar su apoyo. Si tardan
aun un momento, soy perdida, y ya ttí no
me volverás á ver.Entre tanto, su libertador,
subido sobre una canoa, hace redoblar el es
fuerzo del remo : llega , y les tiende los
brazos : Venid, lee dice, vosotros sois nuestros
amigos, pues que os halláis en la desgracia.
El peligro, la turbacion, el espanto, la ima
gen de la muerte se presenta, é impide que
le reconozcan. Amazili, con todo, asese de la
mano que él tendía. ¡Cual fué la sorpresa
de Orozimbo al tomarla en sus brazos, y ver
que es su propia hermana, una hermana i
quien adoraba, y cuya perdida hacia su mayor
tormento ! El grita entónces: —¿Eres tú Ama
zili ? ¿ eres tú mi querida hermana ? — ¡ Ay !
dijo ella, con una voz moribunda, déjame,
y salva á Telasco . Al oir este nombre, Oro
j$8 LOS INCAS,
zimbo, dejándola estendida en medio de los
remeros, se arroja al agua, en donde su amigo
sobrenada todavia ; agárrale por los cabellos
al momento en que se sumergia, vuelve á
garar la canoa, sube á ella y saca del mar
i su amigo.
Telasco, que le reconoce, sucumbe á su
alegria ; abrázale , y sintiendo doblarse sus
rodillas, cae junto á Amazili. Orozirnbo,
creyendo verles expirar , les llama á gritos
descompasados. Telasco es el primero que
vuelve en si, mas no es sino para compartir
el temor y el dolor de su amigo : pálida,
fria, extendida entre su hermano y su amante,
Amazili apénas respira ; Orozimbo sostiene
sobre sus rodillas su languida cabeza, cuyos
ojos están cerrados todavía ; y sobre un rostro
en donde se ve pintada la imágen de la muerte,
derrama un diluvio de lágrimas. Telasco busca
inútilmente , por medio de sus parpados, al
gunas centellas de vida. Tú respiras, le dice,
¡pero tú has perdido el sentimiento! ¡ ya no
oyes mi voz ! ¡ Tu alma va á extinguirse, y
tu corazon á helarse ! ¡ Despues de tantos pe
ligros, despues de haberte libertado, ó mitad
de mi alma, la muerte, la cruel muerte te
acomete: en nuestros brazos! O mi querido
Orozimbo, el dia que nos reune ¿ será acaso
el man amargo de nuestros dias? ¿No 4ial
I-OS INCAS. 2.Í9
ruclto á ver á tu hermana, sino para sepul
tarla ? ¿ No has abrazado á tu amigo, no le
has sacado de las aguas, sino para verle de
sesperado y precipitarse en ellas para siempre?
Entre tanto la canoa llegaba á la playa, y
el cacique y Molina no sabian que pensar de
semejante acontecimiento. ¡Ah! veréis al mas
feliz de los hombres, les dijo Orozimbo, si yo
puedo reanimar á esta muger expirante ; ella
es mi hermana, y aqui teneis al amigo de
que os he hablado tan repetidas veces. ¡ El
cielo reune en mis brazos lo que yo tengo
de mas querido en el mundo! ¡Ah! si por
ventura es posible, ayudadme á volver la vida
i mi querida hermana.
Por fin, reanimase Amazili ; mas al abrir
sus ojos, creia que lo que veia era un sueño.
Ella mira de alto á bajo á cada uno, y no
Cree á sus mismos ojos. — ¡Qué! dice ,
¿eres tú hermano mio? ¿eres tú el amigo
de mi alma? habla, tranquilízame. — Si, tú
vuelves á ver á Telasco. — Todos mis senti
dos están turbados, mi alma enagenada, t
yo no sé en donde estoy. Telasco, yo estaba
contigo, y ambos íbamos á perecer juntos, ¿no
es verdad ? Pero, ¿ y mi hermano ? — Él está
en tus brazos. Nuestra ventura es un prodi
jSo LOS INCAS,
tremo por mi excesiva alegría ! Ven, Tclaico,
reten mi alma entre tus labios, pues yo siento
que se me quiere escapar. Ella acaba apénas
de decir estas palabras, y sin un diluvio de
lágrimas que alivió su corazon, iba á expirar
sin remedio. Telasco recoge estas lágrimas :
— Vuelve la calma á tus sentidos, le decia,
respira, ó mi único bien ; vive para amarme,
para hacer feliz á tu hermano, y á un esposo
que te adora. — ¡ Amigo ! ¡ hermano ! ; sois
vosotros ! decia ella mil veces, estrechándoles
las manos ; ¡yo vuelvo á encontrar aquí todo
cuanto me es querido! Pero, decidme, en que
pais y cual es el prodigio que nos reune. ¿Es
tamos entre un pueblo amigo? — Verdade
ramente amigo, respondióle Alonso, y yo soy
garante de su zelo. Allí teneis á su rey, que
es todo nuestro ; y mas lejos, detras de esos
altos cerros, reyna un monarca poderosísimo
que nos colma de sus beneficios.
Eran inexplicables la alegria y los trans
portes de aquellos tres Mejicanos. No se can
saban de contarse mutuamente sus aventuras,
y el bosquejo de los peligros que habian cor
rido.
Levantase al fin la muralla , y Alonso la
ve acabar. Instruye, ejercita al cacique en la
defensa de sus muros ¡ y habiéndolo previsto
LOS INCAS. a5,
todo, y dejado preparado cuanto era nece
sario, volvióse con el Inca, seguido de sus
tres Mejicanos.
Ataliba recibió á la hermana y al amigo de
Orozimbo con tanta bondad, que al verse en
su alcazar creian estos tiernos y virtuosos
amantes estar en el seno de su patria, y en
la corte de los reyes sus abuelos.
Pero este monarca generoso estaba bien le
jos de gozar del reposo qne en este momento
procuraba á aquellos desgraciados. Una pro
funda melancolia se habia apoderado de su
alma. Poderoso, amado, reverenciado de su
pueblo, él hace á millares de hombres felices,
y solo él no puede serlo. La fortuna, envi
diosa de sus propios dones, ha mezclado en
su corazon la amargura de los pesares domés
ticos con las delicias aparentes de la pros
peridad y del esplendor del trono.
ii.
IMFMUEIttK STÍRtOTÍPI SE COMO».
LOS INCAS,
ó
LA DESTRUCCIÓN
EDICIÓN
HECHA BAJO LA DIRECCIÓN DE I. R. MASSO.1.
-
VOLUMEN II.
VVVV\VWVVWVVVW\VVUVVM<
PARÍS,
MASSON Y HIJO, CALLE DE ERFURTH, N°3.
i82a.
%*VVW'VVWWiVWVVVVVllWWVWVVMVW AHVWWVVlVVWIMW
LOS INCAS.
CAPÍTULO XXVI.
Habiendo amagos de guerra civil en el reyno de los
Incas , solicita Ataliba la mediacion de Alonso de
Molina para conseguir de su hermano que le deje en
paz. Con este motivo le refiere desde un principio
la historia d.e la fundacion del reyno, del acrecen
tamiento de su poder y riquezas, y de como fué di
vidido entre los dos Incas por el rey su padre.
X
LOS INCAS. 3
« Algunos de ellos, movidos por el instinto
del reconocimiento, adoraban en la natura-
leía á cuanto les hacia bien, como á las sie
rras madres de los rios, á los rios mismos, á
las fuentes que regaban y fertilizaban sus
praderas , á los árboles que les producian leña
para sus fuegos ; á los animales mansos y tí
midos cuya carne les servia de alimento ; y
á la mar abundante en pescados, á quien lla
maban su mama cocha (i); el cullo del ter
ror era el del mayor número.
I Habianse hecho dioses de cuanto el
mundo produce de mas feo y espantoso ; pues
parece que el hombre toma placer en espan
tarse. Ellos adoraban al tigre, al leon, al buy-
tre, á los culebrones, á los elementos, las
borrascas, los viéntos, los rayos, las cavernas,
los precipicios ; prosternabanse ante los to
rrentes, cuyo ruido les infundia pavor ; ante
las selvas tenebrosas, al pié de aquellos vol
canes terribles que vomitaban sobre ellos tor
bellinos de llamas y de betunes.
o Habiendo asi imaginado unos dioses tan
crueles y sanguinarios, fué preciso tambien
rendirles un culto bárbaro como ellos. Algu
nos creian agradarles, atravesándose el pecho,
CAPÍTULO XVII.
CAPÍTULO XXVIII.
Erupcion del volcan de Quito. — Saca Alonso á Cora
del asilo de las vírgenes. —Sedúcela y vuélvela á él.
CAPÍTULO XXIX.
\
LOS INCAS. 4i
clan se le todos los honores debidos á la dig
nidad de que se halla revestido.
Admitióle á su mesa, y usando para con
él del tono de la amistad : Castellano, le
dijo, yo accederé en cuanto me sea posible
á la paz que me propones. Que Ataliba guarde
su patrimonio, y que reyne en Quito ; yo
consiento en ello ; mas á condicion de que
sea tributario del imperio, y obligado á ren
dir homenage al primogénito de los hijos
del Sol.
Aunque hubiese pocos visos de que Ata
liba admitiese esta condicion, no creyó Alonso
que debiese rechazarla sin darle parte de ella,
y aguardando su respuesta, tuvo el tiempo
de ver cuanto comprendia por dentro y fuera
esta ciudad floreciente.
4*
4» LOS INCAS
CAPÍTULO XXX.
Descripcion del Cuzco. — Sus riquezas. — Fiesta del
matrimonio, celebrada en el solisticio del invierno.
CAPÍTULO XXXI.
CAPÍTULO XXXII.
Frustrense de repente las esperanzas de paz.—La
guerra se declara entre los dos Incas.
CAPÍTULO XXXIII.
t
(i) El suelo del vallejo de Quito se eleva sobre la
68 LOS INCAS.
De la falda del Sangai, cuya cima ardorosa
humea sin cesar mas arriba de las nubes, del
bramador Cotopaxi ( i ) , del terrible Lata-
cunga (a), del Chimborazo, cerca del cual el
Emus, el Caucaso, el Atlas no serian sino hu-
mides collados (3) ; del Cayambur, que, enne-
grescido con los bétunes, disputa su elevacion
al Chimborazo mismo, todos los pueblos cor
ren presurosos á las armas en defensa de su rey.
De las regiones del norte adelantanse los
de Ibaia y de Carangué , pueblos fálaces
y ftíroces, ántes que hubiesen sido doma
dos , pero despues dichosos y fieles. Ellos
X
LOS INCAS. 7i
Desde el amanecer del siguiente dia , se
adelanta por los campos de Alausi hácia los
muros de Canares , ciudad célebre por su
magnificencia y por sus tesoros ocultos. Los
Incas, al decorarla de murallas, de alcazares
y de templos, habian hecho de ella una for
taleza para dominar sobre los Chancas.
Esta nacion numerosa, aguerrida y poderosa
abraza multitud de pueblos. Los unos, como
los de Curampa, Quinvala y Tacmar, orgul
losos de creerse descendientes del leon que
adoraban sus padres, se presentan todavía
vestidos de los despojos de su dios, ceñidas
sus sienes con su crinera, y llevando en sus
ojos su orgullo amenazador. Ütros, como los
de Sulla, Vilca, Hanco, Urimarca, se jactan
de haber nacido, los unos de una montaña,
los otros de una caverna, de un lago 6 de un
rio, á quienes sus padres inmolaban sus hijos
primogénitos. Este culto horrible se ha abo
lido ; pero aun no ha podido desengañarseles
de su fabuloso origen, cuyo error sostiene su
valor guerrero.
Al acercarse Ataliba, estos pueblos, sorpre-
hendidos é indefensos, le hiciéron preguntar
¿porque penetraba en su pais con las armasen
la mano? Voy,dijo, á suplicar al rey del Cuzco,
mi hermano, que me conceda su alianza, y á
jurarle,sobre el sepulcro de nuestro padre, una
7a LOS INCAS.
inviolable amistad, si es que él consiente en
ello.
Nada se asemejaba ménos á un rey supli
cante que aquel principe á la frente de un
poderoso ejército ; pero fingióse que se lecreia,
y engañado por las apariencias, iba á adelan
tar camino, cuando hé aquí que vió entrar
en su tienda á uno de los caciques del pais,
quien, resentido del orgullo del Inca del
Cuzco, saluda á Ataliba y le habla de esta
suerte : Tú crees poder pasar con seguridad
por entre un pueblo á quien prohibes que
se haga injuria ó violencia ; pues sabete
que en un consejo, al cual yo acabo de asistir,
se ha conspirado contra ti. Yo te amo, por
que se me asegura que tú eres bueno y afa
ble, y yo odio á tu rival, porque es duro y
soberbio. El me ha humillado. Yo soy hijo
del leon, y no quiero que se me humille.
Ataliba dió las gracias al cacique, y con
sultó á sus teniente* Palmorey Corambé, am
bos criados en los combates bajo las banderas
«leí rey su padre , y reverenciados por las
tropas que ellos mismos habian aguerrido en
la conquista de Quito. Príncipe, dijóle uno de
ellos, veis esas llanuras, en donde se levantan
móntones de huesos humanos sepultados bajo
ln yerba ; esos pues son las reliquias honrosas
de veinte mil Chancas muertos en una ba
LOS INCAS. ?3
talla (0-defendiendo su libertad. Sus hijos no
son hombres sin valor ; si les vencemos, ya
creo que podremos imponerles respeto, mas la
suerte de los combates es engañosa, y aquel
que no preveesu inconstancia es un insensato.
Yo me lisongeo de que hemos de salir vic
toriosos ; pero no se me oculta que podemos
ser vencidos, y en tal caso, yo veo á esos pue
blos, alentados por nuestra derrota, precipi
tarse sobre un ejército disperso y fugitivo,
y acabar de destruirlo. No dejes, pues, de
seguir los consejos de ese cacique ; la forta
leza de Canares es un punto de apoyo, de
defensa y de reunion en caso necesario. Este
puesto, del cual pende la gloria del ejercito,
debe ser confiado á manos cuya fidelidad sea
bien conocida, y si me atreve á decírtelo,
Inca, tú solo eres quien debe guardarlo.—
El Inca no ve en tan prudente consejo
sino la intención de defenderle ; pero, no
obstante : -Si temes algo por mi presencia,
dijo a Corambé, mal me conoces ; tu edad,
CAPÍTULO XXXIV.
CAPÍTULO XXXV.
\
LOS INCAS. 89
iu luz al mundo, y serenos aguardan el ins
tante señalado en que nuestro globo va á
salir de la obscuridad. Mas, ¿ cómo explicar
el terror, el espanto que este fenómeno ha
causado á los adoradores del Sol ? En una
plena serenidad, al momento en que su Dios
en todo su esplendor se eleva á lo mas alto
de su esfera, se desvanece, y la causa de tal
portento, como su duracion, aun le ignoran
totalmente. La ciudad de Quito, la ciudad
del Sol, Cuzco, los campos de los dos Incas,
todo gime, todo está consternando.
En Canares, un horror repentino habia he
lado todos los ánimos ; los sitiados y los si
tiadores tenian su frente en el polvo. Alonso,
impasible en medio de aquellos Indios ate
morizados, observaba con un asombro lleno
de compasion lo que pueden hacer la igno
rancia y el miedo. El veia palidecer y temblar
i los guerreros inas intrepidos. Amigos, dijo
les, escuchadme, pues que urge el tiempo y
es importante que vuestro error sea disipado.
Sabed que lo que pasa ahora en el cielo no
es un prodigio funesto. Nada hay mas na
tural : vais á concebirlo,y cesaréis de temerlo.
Los Indios, comenzando á tranquilizarse al
oir tal lenguage, prestan un oido atento, y
Alomo prosigue : Cuando á la sombra de una
montaña no veis al Sol, entonces, decis sin
8*
y> LOS INCAS.
asustaros : esa montaña me impide el verlo,
do es él quien está en la sombra, sino yo ; él
está siempre lo mismo en el cíelo. Pues bien .
en lugar de una montaña, considerad que un
globo espeso y sólido, un mundo semejante
á la tierra, pase en este momento por debajo
del Sol. Mas este mundo, que sigue su camino
va á alejarse, y el Sol aparecerá de nuevo
mas brillante que nunca. No tengais pues
miedo de una sombra pasagera.
El carácter del error entre los pueblos del
nuevo mundo es el de no estar arraygado. El
se apega tan poco á los ánimos que el mas
leve soplo de la verdad le desprende de ellos.
Tomanlo sin examen, y le abandonan sin pe
sar. Alonso, con el solo medio de una imágen
clara y sensible, desengañó á todos, y volvió
la paz á sus corazones. Vióse en efecto al Sol
que, como un circulo de oro, resplandeciendo
por entre la sombra, empezaba á deshacerse
de ella. ¡Qué! exclamáron entónces, esto no es
ni desfallecimiento, ni colera en nuestro Dios ;
y Corambc, acabando de disipar sus temores :
Soldados, les dijo, yo he visto suceder lo que
él nos anuncia. El es roas ilustrado que noso
tros. Apresuraos pues, tomad las armas, sal
gamos y repulsemos á esos rebeldes, que ya
están vencidos por el miedo.
A los gritos de los sitiados, que desde el
LOS INCAS. 9i
crepúsculo del Sol renaciente se arrojaban
fuera de los muros de la ciudadela, los Ca-
narinos se abandonáron á un terror insensato.
Fué acometido su campamento, y un instante
bastó' para derrotarlos, y el Sol iluminando
de nuevo la tierra, la vió sembrada de muer
tos y moribundos.
Alonso, en aquella salida, no habia dejado
á Capana, y á la cabeza de los salvages aca
baban los dos de disipar los batallones que
habian desordenado , cuando viéron de le
jos empeñarse otro combate. Ved allí, dijo
Alonso, una partida de nuestros amigos sobre
quienes se están vengando los Canarinos : vo
lemos en su auxilio. Atraviesan la llanura con
la rapidez de un viento tempestuoso, y un
torbellino de polvo señala las huellas de sus
pasos. Llegan ; era el rey, el Inca mismo, a
quien rodeaba una valerosa escolta, y le de-
lendia contra una multitud de enemigos.
A la banda que le ciñe las sienes, al brillo
de su escudo'y, mas todavía, á su valor re
conoce Alonso al rey de Quito. El relámpago
parte de la nube con menos velocidad que la
espada del Castellano, y desconcierta el grueso
batallon que oprimeájitaliba.Este veá Alonso,
y cree ver la victoria. No se engañaba en ello,
pues que sus esfuerzos reunidos desordenan,
9s LOS INCAS.
repulsan y echan por tierra cuanto se opone
á sus golpes.
En cuanto los Canarinos huyéron, disper
sos delante de ellos, Ataliba arrojándose en
los brazos de Alonso : O amigo mio, le dijo,
¡ cuan dulce me es el deberte mi libertad !
Mas yo estoy herido. Yo te dejo el cuidado
de reunir mis tropas. Haz gracia á los ven
cidos desarmados. A estas palabras, palido y
trémulo, lazose conducir al fuerte.
Era grave su herida, mas no fué mortal.
La goma del mulli, este balsamo precioso,
con que la naturaleza ha hecho presenle á
aquellos climas, como para expiar el delito
de haber él hecho nacer el oro, derramado
en la llaga, consiguió sanarla, y volvió á aquel
desventurado príncipe á la vida y al dolor.
Coranihé llevó al campo la noticia de la
victoria del Inca sobre los Canarinos ; pero
Palmore quiso aguardar á que se esparciese
en el campo enemigo, y que hubiese causada
en él la alarma y el desórden/Entonces fué
él mismo á visitarle, y hablando al rey del
Cuzco : El inca tu hermano, le dijo, te pidió
la paz, y tú le declaraste la guerra. El ha
vencido, y aun pide la paz. Un naomento de
imprudencia que te ha dado sobré nosotros
la ventaja de una sorpresa , no nos ha desa
LOS INCAS. g3
tentado, y asi no debes vanagloriarte. Nosotros
deseamos la paz únicamente por amor á ella,
y por el justo horror que nos causa la guerra
civil. Inca, piensa bien tu respuesta. Bajas
están nuestras lanzas, nuestros arcos plega
dos, la flecha mortifera en su escudo : piensa
ántes que vuelvan estas armas á ponerse en
ejercicio ; piensa, repito, á las desgracias que
una palabra de tu boca puede prevenir ó
causar. Aqui, sobretodo, es donde la palabra
es terrible, y donde la lengua de un rey es
como un dardo de cien mil puntas. Tú eres
responsable para con el Sol, tu padre, de la
sangre de sus hijos y de la de tus subditos.
La igualdad, la independencia, la concordia
y la union, hé aquí lo que el rey tu her
mano me encarga que te ofrezca y te pida.
Respondióle el monarca que los Incas sus
abuelos nunca habian recibido la ley de per
sona alguna. Palmore, con tristeza, le dijo :
¡Y bien! ¡tú lo quieres !...Hasta mañana.
Diciendo esto se volvió á su campamento.
El alba vió á los dos ejércitos desplegarse
en la llanura. Era la primera vez que, desde
once reynados, se veia enarbolar en los dos
campos el estandarte de Manco. Esta insignia
sagrada era el gage de la victoria ; y el centro
en que estaba colocado, era tambien el punto
mas importante del ataque y de la defensa.
94 LOS INCAS.
Lejos de este centro peligroso del lado del
Cuzco resplandecía, con los rayos del Sol, el
trono imperial de Huascar, sostenido por veinte
caciques y cubierto á manera de palio, por
un pabellon de plumas de mil colores-Huascar
desde lo alto de este trono, dominaba el campo
de batalla, y parecia presidir al combate que
iba á darse.
Los dos ejércitos, con paso igual, marchan
á su encuentro ; y repentinamente el grito
de guerra de aquello- pueblos, la voz formi
dable de Mapa... Mapa... (i), repetida por
mas de cien mil bocas, resuena por los valles
y bosques. A este grito redoblado, se junta el
silbido de las flechas que van á empaparse en
sangre. Agotáronse pronto los repuestos de
estas armas, y en su lugar sirviéronse de la
piedra, que, arrojada mas de cerca, da mas
seguros los golpes. Pronto los batallones flo
tantes, ya desplegándose, ya cerrándose por
llenar y ocultar sus flancos, estaban en un
continuo movimiento. E1 dolor ahoga sus
gritos ¡ la muerte, aunque horrorosa, les es
muda ; pues, por no dar al enemigo el placer
de oir ayes y vergonzosos lamentos, el Indio
(I) Xaira.
LOS INCAS. 99
CAPÍTULO XXXVI.
Llevan el cadáver del joven príncipe á su padre.—En
trevista de Ataliba y de Huascar su prisionero y
hermano.
\
Km É.
LOS INCAS. io5
gido, ve, cruel, lo que me cuestas. — ¡ Bien
te sienta, responde el ceñudo Huascar, el
echarme en cara una muerte, cuando diez
mil Incas degollados son las victimas de tu
encono ! Tigre, ¡ tú lloras ! debes llorar ; mas,
¿ es eso lo que te aflige ? Vé á ver la car
niceria que se ha hecho con los pueblos sub
ditos de tus padres... Contempla al Cuzco,
sus alcazares y templos anegados con la san
gre de los ancianos, de las mugeres y de los
niños ; mira sus muros derribados, sus cam
piñas convertidas en sepulcros ; y te atreves
aun á llorar tu hijo.
Tan terribles palabras ahogáron en el co
razon de Ataliba el sentimiento de su propia
desgracia : tomó el rey el lugar del padre.
El miraba á sus tenientes , é interogabales
con sus ojos. Su silencio fué la confesion de
lo que acababa de oir. Con que es verdad,
dijo, y por un ciego furor se me ha hecho
exécrable á la tierra. Esto era lo que faltaba
á mis males. Entonces, reclinándose sobre su
trono, y apartando sus ojos para no ver la
luz, permanece melancólico, y no respira
sino por largos sollozos.
Hasta el instante en que tu hijo pereció,
le dijo Palmore con tristeza, yo pude ejercer
el mando sobre tus pueblos ; mas desde que
le viéron caer, su dolor transformado en ra
io6 LOS INCAS,
bia no conoció mas freno. Castigalo si quieres
de haberte amado con demasia, ó perdona
a su desesperacion, cuya causa es justísima,
y cuya disculpa la tienes en tu corazon. Ellos
han vengado a tu hijo, como sn padre mismo
le habría vengado.
Huascar, repitió Ataliba despues de un largo
y doloroso silencio : ya ves los excesos es
pantosos i que se dejan llevar las naciones,
cuando una vez la discordia y la guerra han
roto los nudos mas santos , y desconocido á
la naturaleza de sus corazones. Ahoguemos
estos furores con nuestros abrazos. Vuelve
á tomar tu cetro y tu corona, y perdoname
tus desgracias.
Huascar indignado, le repulsa y le dice :
Anda, asesino de mi familia, vé á reynar so
bre cadáveres, a sentarte sobre ruinas, y aplau
dete al contemplar los restos de la carniceria.
Tal es el imperio que tú me ofreces. No quiero
de ti sino la muerte. Guarda tus presentes,
tu compasion y los frutos de tus delitos ; que
ellos eternicen tu vergüenza, y que, para me
jor detestarte, los desdichados que yo te deja
sean condenados á obedecerte.
Bien sabes tú, le dijo Ataliba, que los de
litos que tú me imputas no son mios ; bien
lo sabes ; mas tu dolor te hace injusto. El
tiempo lo calmn rá, y algun dia tú te acordaras
LOS INCAS. i07
de que yo he procurado evitar la guerra, pi
diéndote la paz ; de que yo te la pido aun,
penetrado y mas dolorido que tú de los males
que nos hemos hecho. Entónces volverás a
hallar á tu hermano, tal cual hoy le ves, tra
table, humano, sensible y justo. Adios. Yo te
dejo en estos muros, cautivo, es verdad, mas
no pende que de tu voluntad el dejar de serlo.
E1 dia mismo en que, sobre el altar del Sol
nuestro padre, tú consentirás en que nos ju
remos una alianza, una paz inviolable, tu
trono, tu imperio, todo te será devuelto.
io8 LOS INCAS.
%VVW%«V *\*VVVVVVVVViAAfcVVW\i\l\VVVVVVVVVVVVVV*^^
CAPÍTULO XXXVII.
CAPÍTULO XXXVIII.
_
LOS INCAS. ia3
CAPÍTULO XXXIX.
Cora es convencida de haber quebrantado sus votos.
—Su padre va á buscar á Alonso ; instruyele de la
desgracia de su hija , y le dice que evite el suplicio
que le aguarda.
CAPÍTULO XL.
X
LOS INCAS. i3i
zaba á su hija, sus sollozos ahogaban su voz,
su corazon se despedazaba de dolor ; las
lágrimas de sangre que manaban de sus ojos
inundaban el seno de Cora, y los corazones
de todos los circunstantes estaban despeda
zados del sentimiento.
El monarca, enternecido él mismo, mas
obligado por la ley á usar de rigor, prosigue,
y ordena á Cora que declare su raptor y su
cómplice.
Estremecióse Cora, y su silencio fué su pri
mera respuesta ; mas las instancias de su juez
la obligáron al fin á pronunciar estas pala
bras : Hijo del Sol, ¿ serás tú mas violento y
mas cruel que la ley misma ? La ley me con
dena á muerte, y yo arrastro conmigo á mi
familia. ¿No es esto bastante? ¿Te es aun
necesario un nuevo homicidio? ¿ Quieres que
llevando á la sepultura el fruto de mi funesto
amor, acuse todavia al que le (lió la vida?
¿ quieres ver mis entrañas despedazarse de
horror, y mi hijo, espantado, arrancarse del
vientre que le tiene?
Estas palabras hiciéron en el alma de Ata-
liha la impresion mas vehemente, y, llorando,
mandaba al depositario de las leyes que pro
nunciase la terrible sentencia, cuando se vió
á Alonso que, atravesando el tropel, se pros
terna á los pies del monarca, y exclama : Yo
i3a LOS INCAS,
soy el delincuente, Cora es inocente. No cas
tigues sino á su raptor. A estas palabras, que
animaba la desesperacion, se enterneció el rey,
y el pueblo, asombrado, permaneció inmóvil.
Cora, trémula y toda enagenada, dijo : ¡Ay! .
con que aun muriendo yo, ¡no habré podido
salvarte !
No, repitió Alonso, ella no es culpable ;
yo l,a saqué moribunda, y su alma despavo
rida no pudo ni consentir, ni resistir á su
desgracia.
El Inca quiso salvar á Alonso. Extrangcro,
le dijo, nuestro culto no es el tuyo ; tú no co
noces nuestras leyes ; y lo que es para nos
otros un delito, no es para tí sino un error,
una culpa leve, que yo no tengo el derecho
de castigar. Véte pues. Nuestras leyes no obli
gan sino á mis subditos y á mí mismo. Tú
fuiste imprudente, pero no eres criminal, á
ménos que hayas usado de violencia ; y en
tal caso, Cora sola tiene el derecho de acu
sarte.—No,no, dijo ella, un encanto tan dulce
como invencible me ha entregado á él. Cesa,
Alonso, cesa de imputarte mi delito ; pues tú
me haces con eso que muera muchas veces.
— Lejos de acusarte, dijo el rey á Alonso, ya
ves que ella te declara inocente.—¿Puedo yo
serlo, respondió Alonso, despues de haberla
escarriado de su virtud, despues que yo mismo
-
LOS INCAS. i3S
he cavado su sepulcro, ese mismo sepulcro
donde vais á hacerla bajar viva ? ¡ O cumulo de
horror ! El se abre ya, si, ese sepulcro espan
toso se abre delante de mis ojos, ¡ y yo seré
inocente!... Yo veo ya encenderse la pira en
<jue su padre, su madre, todos los suyos van
á perecer , ¡y yo, autor de tantos males,
yo soy inocente! ¡ O justo cielo! Inca, tu amis
tad por mi te ha puesto una venda sobre los
ojos que te encubre mi delito. Mas justo que
tú, yo me acuso á mi mismo. Perdonadme,
victimas infélices de un amor insensato, per
donadme. Yo no tendré, al ménos, ni la ver
güenza, ni el dolor de sobreviviros ; y si se os
arrastra á la muerte, yo la encontraré ántes
que vosotros, y en esa misma pira yo me ar
rojaré el primero álas llamas; y en ellas este
acero, que debia defender á un pueblo vir
tuoso, y á un rey á quien no soy digno de
llamar mi amigo, me atravesará el corazon.
Yo no pido, al morir, sino la gracia de ser oido.
Yo no soy ni ingrato ni alevoso, prosiguió
con entereza. Recibido en la corte del Inca,
honrado de su confianza, colmado de sus bene
ficios, jamas tuve el iniquo designio de abusar
de la hospitalidad. Yo soy joven, fogoso, sensi
ble en demasia. ¡ Ah ! vi á Cora ; mi corazon
se inflamé al instante, pero yo he respetado
su asilo. No fué sino en el momento espan-
tomo a ia
los neis.
cruento que
nía, responde A
ne en can un
Leas desollados tea \m -ña
\ ! Tigre, ¡ tú lio™'. ittal
lo que te aflige? Ye i
I que se ha hecho
le tus padres... Cuiilifli ú
lazares y templos anegad» cala i
| los ancianos, delasMgeres j ie
aira sus muros dinihtoi, tm c
rnwertidas en sepulcros ; t te
>orar tu hijo.
\terribles palabras ahogan* ni) «_
Ataliba el sentimiento ie m
: tomó el rey el logar ¿d
'ba á sus tenientes, é
I ojos. Su silencio fné h mi ni «y
acababa de oir. Con que et venbd,
por un ciego furor se rae ha ^—^r
fele ála tierra. Esto era lo mefitaW
I males. Entonces, reclinándose sebe ■
I y apartando sns ojos para Hwa
I .ermancce melancólico, j
I or largos sollozos.
I ta el instante en que tu hijo pereda.
I j Palmorecon tristeza, yo pode eiertá
Hndo sobre tus pueblos; mas desdeñe
léron caer, su dolor transformad
,34 LOS INCAS,
toso en que la montaña, bramando, arrojaba
un diluvio de fuego, en que el cielo abra
cado, en que la tierra trémula no ofrecia por
todas partes, sino los horrores de mil muertes
inevitables ; no fué, digo, sino en aquel mo
mento cuando, pasando por entre ruinas de
los muros de aquel recinto sagrado, busqué,
agarré y saqué de él 4 Cora.
Ella os dice que cedió ; ¿y quien no hubiera
cedido como ella? ¿Por ventura, una ley será
cápaz de sufocaren nosotros los sentimientos
de la naturaleza, para vencer sus movimien
tos ? ¡ Vosotros exlgis de la juventud la frial
dad de un edad avanzada ! ¡ exigís de la
flaqueza el triunfo de la virtud! ¡Ah, la su
persticion es la que os manda, en el nombre
de Dios, que seais crueles! ¿La creeis? ¿ ol
vidais que el Dios que adorais es á vuestros
ojos la bondad misma? ¡Qué, el Sol, fuente
de fecundidad, por quien todo se reproduce,
haria un crimen del amor, cuando el mismo
amor no es sino una emanacion de ese astro
que os anima! Ese fuego esparcido en el seno
de los métales y las plantas, en las venas de
los animales, y sobre todo en el corazon del
hombre, ese es el que adorais en su inago
table fuente. Vosotros condenais su influen
cia, j porque una virgen inocente, débil,
temerosa, ha cedido á los impulsos mas na
LOS INCAS. i 35
turales y mas dulces de un corazon que la ha
dado el cielo, su padre, su madre, sus hermanos
y hermanas, todos van á ser condenados á pe
recer con ella en medio de los tormentos !
No, pueblo virtuoso, jo pongo por testigo á
mi Dios y al vuestro, de quien el Sol es su
imágen, que estos horrores no pueden agra
darle, y- la ley que os lo manda, no puede
emanar de él de ningun modo. Ella es la
hechura de los hombres ; ella os viene de
algun rey zeloso, soberbio y tirano, que atri
buia á su dios un corazon como el suyo.
Se os ha dicho que el Sol hacia un de
lito á su sacerdotisa de ser madre ; que para
expiar este delito eran menester los supli
cios mas horribles : y porque se os ha dicho
esta absurdidad, ¡habeis tenido la scdcíIIcz
de creerlo ! ¡ Ah ! del mismo modo se en
gañó i vuestros abuelos, diciéndoles que sus
dioses la serpiente , el buytre, el tigre, exi
gian que una madre derramase sobre sus al
tares la sangre del inocente á quien ella
criaba ; y la madre piadosamente crédula,
como ahora lo sois vosotros, inmolaba á su
hijo. Vosotros habeis abolido ese mismo culto;
y el vuestro no ménos bárbaro que aquel,
es todavia mas insensato. —
Entonces, con el tono de un hombre ins
pirado por un dios, y como si este dios hubiese
i36 LOS INCAS,
hablado por su boca, dijo : Rey, pueblo, apren
ded á discernir, por señales infalibles, la ver
dad que viene del cielo, y el error que es hijo
de los hombres. Echad los ojos sobre la na
turaleza ; contemplad su órden y su designio,
y entónces conoceréis que sea cual fuese el
dios que preside á este órden inmutable, es
tablecido por él mismo, él ha conformado
sus leyes á él mismo. ¿ Y que importa al ór
den eterno, el voto que imprudentemente ha
hecho esa jóven débil y mortal, de secarse
como una planta fresca en la languidez de
la esterilidad ? ¿ Es eso lo que al formarla
le recomendóla naturaleza? Ved, dijo,asiendo
los velos de Cora, y despedazándoles con una
audacia imponente, ved este pecho : contem
plad la señal patente de los designios de
Dios sobre ella! En estas dos fuentes de la
vida reconoced el derecho, el deber sagrado
de ser madre. Asi es como habló y se ex
plicó aquel Dios, que nunca hizo cosa alguna
en vano.
Durante este discurso de Alonso, un mor
mullo confuso anunciaba entre la multitud la
revolucion que se operaba en los ánimos, y el
monarca aprovechó del instante de 'decidir
para siempre. Tiene razon, grita, y la razon
comanda á la ley misma. No, pueblo, yo debo
confesarlo ; esa ley cruel no viene del sabio
\
LOS INCAS. . i37
Manco : no fuéron sino sus sucesores los que
la hiciéron ; ellos creyéron agradar á su dios ;
pero se engañáron. El error cesa, y la verdad
recobra sus derechos. Demos gracias al extran-
gero que nos desengaña, nos ilustra y nos hace
revocar una ley inhumana. Yo ordeno que
las sacerdotisas del Sol no tengan, de aquí
adelante, otro vinculo que el de un zelo puro
y libre ; y que aquella que se arrepienta de
sus votos, sea en el instante mismo absuelta de
ellos. Un dios justo no puede querer que se
le sirva por fuerza, y sus altares no están
hechos para ser rodeados de esclavos.
Asi hablaba este príncipe, con el doble gozo
de destruir un abuso funesto, y conservar un
amigo. El anciano padre de Cora se prosterna
con sus hijos á las plantas del monarca ; todo
el pueblo, levantando las manos al cielo, dá
gritos de alegría : Alonso, triunfante, se echa
á los pies de su amante ; pero ella desmayada
en los brazos de su madre, obscurecidos sus
ojos no perciben á Alonso. Viéndole compro
meterse por salvarla, el enternecimiento, la
turbacion y el espanto la habian sobrecogido.
Yerta, trémula y casi exánime, cayó sobre el
seno de su madre, quien creyendo abrazarla
por última vez, no habia tenido la crueldad
de animarla. Fué el grito de la naturaleza el
que del regazo de los padres y de las madres,
i38 LOS INCAS,
de lodo un pueblo enternecido, se levantó
á los cielos, y el que reanimó sus sentidos.
Ella vuelve en sí del sueño de la muerte ;
respira, abre sus ojos, y se ve en los brazos de
Alonso, que enagenado la dice abrazándola:
Vive, amada mia ; vive ; tú eres mia , abolióse
la ley fatal. — ¿Qué dices? ¿qué haces infe
liz? véte y dejame morir. — No, tú vivirás,
repitió Alonso. La naturaleza y el amor triun
fan ahora : los santos nombres de padre y de
madre no son ya un delito para nosotros. A
estas palabras, Cora, en el exceso de la sor
presa y de la alegría, suspira, estrecha en sus
brazos su amante y su salvador ; y demasiado
débil para sostener una revolucion tan vio
lenta y tan repentina, desmayóse una se
gunda vez.
Miéntras que Alonso la reanima, el pueblo
se apresura á porfía para verles y regocijarse
con ellos. Un padre y una madre atónitos, sus
hijos, que aun tiemblan; Cora, que en los bra
zos de Alonso, recobra con trabajo el uso de
la vida y del sentimiento ; la turbacion, el
espanto, la ternura de este amante, que aun
cree verla expirar; el jubilo y el enagena-
miento del pueblo que les rodea, forman un
espectáculo tan tierno, que el rey, los Incas,
los héroes Mejicanos, no pueden contener sus
lágrimas. Air.aztii, sobre todo, y su fiel Te
LOS INCAS. s3g
lasco, están sumamente contentos.—¡ Ay !Te-
lasco, decía esta doncella hechicera : ¡cuan fe
lices van á ser estos dos amantes ! Ellos pasan
como nosotros de la mayor desdicha á la fe
licidad suprema. ¡Como se van á querer:
— Como nosotros, la dijo Telasco. El cielo
Íes ha dotado de dos corazones semejantes á
los nuestros.
Retirada la multitud, y el monarca con los
Incas vuelto á su palacio, son llamados Cora
y su amante, y el sacerdote les habla así :
Cora es libre. Un dios que es todo amor, no
quiere ni puede exigir nada por fuerza ; y án
tes de bajar al sepulcro, tengo la alegría de
ver borrar de su código sagrado una ley cruel
que no era digna de él. Pero, sabed que ante
el, la santidad del himenéo es inviolable.
El quiere que i su presencia el don de una
fé mutua consagre sus vínculos. — ¡Ah! el
ciclo y la tierra son testigos, exclamó Alonso,
de que soy el esposo de Cora ; de que ella es
la mitad de mí mismo, de que ella ha reci
bido mi fé, que mis días son suyos, y que mi
deber mas sagrado es el de merecer su amor.
Solo pido, sabios y virtuosos Incas, que vea
mos ahora, de vuestro culto 6 del de mi patria,
cual es el mas digno del dios á quien debe
adorar el universo. Yo espero que pronto no
tendrémos sino un mismo altar ; y á los pies
i 4o LOS INCAS,
de él, delante del ser supremo, será donde la
religion habrá de santifica! los votos de la
naturaleza y del amor.
LOS INCAS. i4i
CAPÍTULO XLI.
Viage de Piíarro á España. — Su llegada i Sevilla ,
donde vio celebrar un Auto de/é.
CAPÍTULO XLII.
Gonzalo, hermano de Pizarro , viene á verle á Sevilla.
—Sn conversación. — Pizarro es presentado al em
perador, de quien consigue el gobierno de los paí
ses que va á conquistar. — Vuélvese á America.
\
LOS INCAS. i 57
todas, como la mas injusta y mas violenta,
las ha convertido en vastos sepulcros, donde
domina en silencio sobre cenizas y despujos.
Asi, le preguntó Pizarro, ¿las rapiñas, las
crueldades que se ejercen en América, asom
brarán poco á la España ? — Sus propias des
venturas, respondió Gonzalo, la han hecho
insensible á ellas. ¿ Y de qué quieres tú que
se asombre y espante? Entre nosotros, en su
seno, ella ve consagrar los crímenes mas odio
sos. La humanidad no tiene ya derechos, la
sangre perdió sus privilegios. Que el hijo acuse
á su padre, el padre á sus hijos, la muger á
su esposo, hé aqui el triunfo del falso zelo.
Ellos sen acogidos, oidos, y sobre su dela
cion sola, perece el acusado. Una mera sos
pecha basta para hacer prender, arrastrar á
los calabozos á la débil y tímida inocencia,
y la impostura que le acusa, protegida al abrigo
de un mortal silencio, está segura de su im
punidad. El único recurso del débil, la fuga,
es reputada como prueba del delito, y el
anatema, que persigue al profugo, rompe los
vínculos mas santos. En él sus amigos des
conocen á su amigo, sus hijos á su padre, sus
subditos á su rey : ya no hay asilo, no hay
refugio seguro para él, ni aun siquiera en el
seno de la naturaleza. La mano que le atra
viesa el corazon es inocente, ella ha vengado
tomo 2 iA
i 58 LOS INCAS,
al cielo. Todo cristiano es de derecho divino
el juez y verdugo de un infiel fugitivo. Tal
es la ley del fanátismo, y yo omito el refe
rirte los pennenores de mil atrocidades se
mejantes, que forman su código infernal (i).
En consecuencia no temas que en España se
espanten de lo) horrores que pasan en la
India.
Y la corte, preguntó Pizarro, ¿ está acome
tida de ese delirio ? — La corte no piensa,
respondióle Gonzalo, sino en sacar ventaja
de nuestras calamidades. Que el pueblo tiem
ble y doble la cerviz, hé aquí lo que ella
quiere; y las desgracias de la India no la afli
gen sino muy debilmente. Los Grandes, con
plena licencia, oprimian en otro tiempo al
pueblo ; los jueces les eran vendidos, calla
banse las leyes ante ellos, y, sin freno como
sin pudor, ejercian impunemente sus vejacio
nes las mas exásperantes. El pueblo ha reco
brado sus derechos ; la regencia de Jimenez
le ha sacado de la opresion : él está armado,
disciplinado, unido para su propia defensa ;
la fuerza está al lado de las leyes, y el pueblo,
á quien ellos protegen , les protege á su turno
v*Vw**A*VvvViA*wvvvv¥vvwr**\rV*sArw^^
CAPÍTULO XLIII.
At llegar i Santo Domingo, Piíarro encuentra i Lis
Cuas , acometido de una enfermedad que te cree
mortal. —Nuera muestra del amor de los Indios
pur Las Casas , de la cual es testigo Fiíarro.
%K
w feSf'M,
.• f
LOS INCAS. iS7
no he hecho nunca gemir al inocente. Mira
con qué confianza mis. ojos, ántes, de cerrarse
á la luz, se levantan aun bácia el. cielo ; con
qué consuelo mis brazos se extienden tam
bien hácia mi padre. El me ve moribundo, y
dice : Ese hombre fué bien débil ; mas nunca
fué malo ; su pecho encierra un corazon sen
sible ; sus ojos nunca viéron las lágrimas de
los infélices sin mezclar las suyas con ellas ;
sus manos, que él tiende hácia mí, él las ten
día igualmente hácia los desventurados i
quienes podia socorrer :yo seré misericordioso
para con él hombre compasivo. ¡ Ab! Pizarro,
yo te deseo una muerte semejante á la mia.
Procura merecerla, ejerciendo la justicia y
la humanidad.
-, A esta voz débil y lastimosa, á este lenguage
animado por una piedad viva y tierna, á
aquellas miradas en que, parecía resplandecer
la última centella de la vida y del sentimiento,
Pizarro se conmovió, estrechó con sus manos
laSdel hombre justo, y le dijo : ¡O padre mio!
Vivid para verme practicar lo que me enseña
vuestro ejemplo é inspiran vuestras virtudes.
Para responderos de mi mismo, necesitaba
hallarme rei;pstido de una autoridad capaz
de imponer respeto ; lo estoy ahora, y espero
enseñar á mi patria á conquistar sin oprimir..
Pidióle el solitario noticias de su amigo y
■ 68 LOS INCAS.
virtuoso Alonso. El me dejó, le respondió con
dolor, y fué i echarse entre los salvages.
¡Buen jóven! dijo Las Casas; él les amó
siempre, y es digno de que ellos le amen. Pero
díme, ¿cual es con respecto á ellos el espíritu
de la nueva corte de España ? Ella está di
vidida, le respondió Pizairo ; mas el partido
de la avaricia y de la tirania es siempre el
mas fuerte ; en el sacerdocio mismo he visto
hombres devotos á este partido cruel. Ellos
se autorizan con la causa de Dios para acon
sejar la violencia, y aun la ejercitan en Es
paña con un rigorismo que no he podido ver
sin estremecerme. Entónces le hizo una pin
tura de aquella fiesta abominable á la cual
habia asistido él mismo. — ; Monstruos ! ex
clamó Las Casas con un sentimiento de horror
tan profundo que olvidó su debilidad. O amigo
mio, dígnate de creer en el testimonio de una
lengua que expira, pues los témores, las es
peranzas y todos los intereses humanos se
desvanecen delante de quien no va á dejar
en el mundo sino un polvo exánime, y este
es el momento que yo escogo para dar gloria
á la religion. Hás oido y oirás todavia abo
minables excesos ; el orgullo, l% ambicion, la
avaricia, la pasion insaciable de dominar c
invadir, han hallado en el santuario, y hasta
al pié de los altares, cobardes, partidarios y
LOS INCAS. i69
apológistas féroces ; y por una bajeza indigna
de un ministerio augusto y santo, se ha creido
deber colocarse al lado del poderoso, del fuerte
y del injusto, para asegurarse de su apoyo.
Pero, amigo mío, Dios es inmutable, y la
verdad lo es como él ; ni él, ni esta necesi
tan del favor de una corte avarienta, ni del
favor de un pueblo codicioso. La cuchilla de
la tirania, el cetro de la iniquidad serán re
ducidos á cenizas; los tronos mismos se aca
barán, y Dios existirá y la verdad con él. Yo
atestiguo pues aqui, por ese Dios ante el cual
voy á comparecer, que él condena en sus mi
nistros esa vergonzosa política, vil esclava de
las pasiones ; atestiguo que él no ha dado á
ningun hombre en la tierra el derecho de
forzar la creencia, y anunciar su ley con el
puñal en la mano ; que él que ha criado las
almas de los Moros y de los Indios no ne
cesita de nuestros tormentos para mudarles
y reducirles, y que el Dios que hace amane
cer el Sol sobre estas regiones hará brillar
tambien en ellas, cuando mejor le parezca,
la luz de la verdad. Asi pues, todas las veces
que veias á hombres sacrilegos poner el fuego
en manos de los reyes y de los pueblos, y
luego levantar las suyas al cielo, y decir:
las nuestras son inocentes, ellas no han der
ramado la sangre, huye de eso? hipócritas
TOMO 2 .5
,;o LOS INCAS,
embusteros ; son ellos mismos los verdugos ;
pero guardate de atribuir á la religion la du
reza, el orgullo y la crueldad de sus ministros.
La paz, la indulgencia y el amor, hé aquí su
espíritu y su esencia ; bajo este carácter in
mudable y eterno se la conocerá siempre.
Amigo mio, yo lo he dicho á los reyes, lo he
dicho á los tiranos de la India ; y si Dios
prolongase mis dias iria á decirlo á aquel jó
ven monarca, cuya razon se extravia ; yo su
birla sobre la hoguera en que hacen perecer,
segun tú dices, tantas victimas infélices ; y
de alli, yo pederia á ese tribunal sanguinario,
si esos tizones ardientes los ha tomado en el
altar del cordero. Yo preguntaria á ese rey
quien le ha hecho el juez de los pensamientos
y el tirano de las almas, y si esos sacerdotes
fanáticos han podido conferirle un poder que
ellos mismos no tienen. Ellos destruirian esa
hoguera infernal, ó me harian arder en ella
vivo.
Hombre justo, le dijo Pizarro, calmaos, y
no abrevieis unos dias que nos son preciosos;
bastante habeis hecho, y ese zelo heroico va
aun mas allá de los debéres que os impone
vuestro estado. — ¡ Mi estado! ¿y quien dará
gloria á la religion sino son sus ministros?
¿quien la vengará de lainjui ¡a que un fanátismo
atroz la hace invocándola ? Hé aquí nuestros
LOS INCAS. i7i
debéres. Miéntras los pueblos y los reyes no
mezclan los intereses del cielo á sus proyectos
de iniquidad, ellos pueden taparnos la boca;
pero desde el punto que se autorizan de la
causa de Dios, para ser injustos y crueles, á
nosotros toca el gritar, entre las lanzas y es
padas, que Dios desaprueba los delitos come
tidos en su nombre. Desdichados nosotros si,
por nuestro silencio, se le creyese complice
en ellos. ¡ Y qué ! ¿ el zelo no sabrá jamas
otra cosa que oprimir y destruir? La cari
dad, como la fé, ¿no tendrá sus mártires ?—
En tanto que Las Casas, con una voz rea
nimada por el amor de la humanidad, tenia
á Pizarro este lenguage, la noche habia en
vuelto á la isla Española con sus sombras, el
silencio reynaba en ella, todo reposaba : no
se oia sino el bramido de las olas que se es
trellaban contra las rocas, revolviéndose de-
sechas con mormullo lastimoso, y como imi
tando el de la naturaleza oprimida en aquel
los climas.
Oyóse entónces llamar á la puerta del so
litario. El jóven Davila se levanta, va, y
vuelve con desasosiego ¡ reclínase sobre el
lecho de Las Casas, y consúltale en secreto :
Si, que entre, dijo Las Casas ; Pizarro es ma
gnánimo, y seria hacerle injuria el desconfiar
de él. Vas á ver, le dijo, á un cacique que,
,7a LOS INCAS,
habiéndose retirado desde mas de diez años
á las montañas de la isla (i), se conduce en
ellas con un valor y una bondad sin ejemplo.
Por él, su retiro agreste se ha hecho inac
cesible, y este es el refugio seguro de todos
los insulares que se escapan de sus tiranos.
Él ha disciplinado a tres cientos hombres lle
nos de valor, y les contiene en los limites de
una defensa legitima. Vigilante, activo, ardo
roso, y tan prudente como intrépido, se man
tiene en su puesto, y no acomete nunca. El
ha visto asesinar á sus amigos, á su familia
entera ; ha visto quemar vivos á su padre y
a su abuelo (2), y si le cae en las manos uno
de los verdugos de su patria, le desarma y
le devuelve : su enemigo mas cruel, si es to
mado vivo, tiene su salvacion segura, pues ya
no se vé en él sino á un hombre. Felizmente
en gloria de la religion, el tal cacique es
cristiano ; yo he tenido la dicha de instruirle;
él se acuerda de ello, y me ama tiernamente.
Ha sabido que yo estoy malo, y figurate tu
á que peligros se ha expuesto para verme.
Apénas Bartolomé acababa su discurso ,
cuando el jóven Davila volvió seguido del
CAPÍTULO XLIV.
Parte Piíario de Santo Domingo, Tase á Panamá,
embarcase para el mar del Sur , baja al puerto de
Coaque , y se va por tierra á Tumbes. — Estado-del
Perú á la llegada de Pizarro.—Batalla sobre el Aban-
zai , en donde el partido del rey del Cuíco es casi
enteramente destruidoi
CAPÍTULO XLV.
(0 La isla de Puna.
i 6*
i86 LOS INCAS.
Acordóse Pizarro del pueblo de Tumbó,
esto es, de la acogida llena de bumanidad(i),
de candor y benevolencia que habia recibido
de él, y resolvió, de buena fe acabar de gran-
gearse la amistad de aquel buen pueblo. Juntó
pues á sus guerreros, y los habló de esta suerte :
—Castellanos, yo os he prometido riquezas
y gloria. De estos dos bienes, el uno os está
asegurado, y el otro depende de vosotros.
Aquellos de entre vosotros que quisieren oro,
se volverán cargados de él ; yo os salgo ga
rante de ello ; no os bajeis hasta el vil cui
dado de recogerlo. Cuanto á la gloria, ya esc
es otra cosa ; otra empresa la promete, no la
asegura. Solo la obtiene quien la merece; ja
mas la da el delito. Los conquistadores de la
América han hecho cuanto podia esperarse
de la audacia y del valor ; con todo, ellos no
figuran nunca sino en el número de los in
signes bandidos. El hombre asombroso á
CAPÍTULO XLVI.
No habiendo tenido Buen éxito el asalto, sitian el
fuerte. — Amazili , hermana de Orozimbo , es co
gida por los Españoles. — Su resolucion generosa
y su muerte. — Los pueblos del mediodía se some
ten á los Espanoles. — ReembarcasePizarro,y desde
Tumbes va i desembarcarse en el puerto del Rimae.
CAPÍTULO XLVII.
Ataliba hace campar su ejército en las orillas del rio
Zamora — Festividad á la muerte , en el solsticio
del verano.
(I) El rajo.
tomo a 19
2i8 LOS INCAS,
tempestades. Ahí teneis, prosiguió, mostrán
doles á Alonso, el que sabe como se puede
vencerles ; á él toca mandaros.
LOS INCAS. ato,
AWVH\WVV\W«V«WVW^VV*VV\VVV\VVVVW\VAV\\>UVVW\A
CAPÍTULO XLV1II.
CAPÍTULO XUX.
Entrevista de Pixarro y de Ataliba. — Carnicería
de los Indios , causada por el fanático VaWerde.
— La tropa de los Mejicanos es destruida.—Alonso
es herido. —Gonzalo Davila es muerto por Capana.
—Ataliba es encerrado en el palacio de Casamalca.
(i) Que ese papa debio ser algun loco, pues que
dio Jilieralmente lo que no era suyo.
LOS INCAS. a37
ellos observaban su órden. Alonso, furioso,
les urge para que le sigan y se arrojen deses
perados sobre aquella tropa de asesinos. Ven-
gaos y vengadme á mi de esos traidores que
deshonran mi patria. Defended, salvad al rey.
A estas palabras el jóven sientese herido y
cae. El Inca véle caer, y Pizarro dá alaridos
lamentables.
A nosotros nos toca, dijo Orozimbo, el ex
terminar á esos monstruos. Seguidme, amigos,
apoderemonos de sus rayos. Dijo esto, y á la
frente de los principes de su sangre y de sus
dos mil Indios, marchó sin rodeo, hácia aquel
las bocas asoladoras que truenan delante de
él, y aun no las oye. Sus amigos rebentados
le inundan con su sangre ; los pedazos de su
carne, los despojos de sus huesos, caen sobre
él de todas partes ; su furor le ciega y le ar
rastra. Quédale Telasco, y le sigue. ¡Amigos
desventurados ! Ellos van con la cabeza baja
á arrojarse sobre las baterias ; una explosion
formidable les reduce á polvo. Ellos desapa
recen en torbellino de humo, y de su bizarra
y desgraciada tropa el acero del Castellano
derriba lo que no ha destruido el fuego.
Este espantoso desastre, tan pronto como
el pensamiento, no desalienta á Palmore, ni
a Capana : ambos se adelantan para envolver
al enemigo. Pero en aquel momento parten
a38 LOS INCAS,
con «na fogosidad indomable los dos escua
drones Castellanos. Los gefes, no pudiendo
contener el furor del soldado, se dejan arras
trar por él. Vuelan por medio de una nube
de flechas. Los cavallos son cubiertos de ellas;
pero, furiosos como sus ginetes, derriban los
batallones, saltan por medio de las lanzas,
pisan , asolan á una multitud de Indios
ecbados por tierra; y el acero, empapado en
sangre, redobla tan feroz carniceria.
De la guardia de Ataliba, seis mil hombres
son degollados ; todos los demas van á serlo.
Los que llevan el trono apenas tienen tiempo
para remudarse, todos perecen, y el mori
bundo cae de repente sobre el muerto á quien
ha reemplazado. Pizarro que, por retener una
rabia desenfrenada, se habia arrojado por me
dio de sus soldados sin poder hacerse oir, ni
obedecer, no ve ya mas que un medio de
salvar la vida al Inca. Pónesc él mismo al frente
de los asesinos, adelántales, penetra, llega hasta
el trono, aparta con una mano la espada que
va á herir á Ataliba, y con que es' herido
él mismo, y con la otra agarra al principe,
le arrastra , échale á sus pies, guardale, y ex
clama : Que lo tomen vivo para tener sus te
soros. Tal voz infundió respeto á la rabia.
Palido, turbado, fuera de si, el rey cae y
vése Lañado en raudales de sangre Indiana.
LOS INCAS. a39
Reconoce los cuerpos de sus amigos destroza
dos , atravesados , acribillados de golpes ; él
les abraza con gritos tan dolorosos que con
mueven á sus verdugos mismos. En la multi
tud, descubre á Alonso. ¡Caro y funesto amigo!
Tú me has perdido, dijo ; pero te han enga
ñado ; tu desgracia es la de haber tenido el
alma de un Indio. A estas palabras, aperci
biéndose que Alonso respiraba aun. ¡ Ah !
cruel, dijo á Pizarro, salva á lo ménos al que
me ha entregado á tí.
Pizarro háceles llevar á uno y otro ; encarga
á Fernando de guardarles y tomar cuidado
de ellos ; y él corre al llano, vuela y va
á salvar los deplorables restos de la legion
de Palmore, contra quien los suyos están en
carnizados. Allí Valverde, en medio de la
carnicería, con un crucifigo en la mano, y
echando de su boca espumarajos de rabia,
gritaba : Amigos cristianos, acabad, acabad. El
angel exterminador os guia. No deis sino de
punta , para no romper vuestras espadas,
atravesadlos con ellas, empapadlas en su san
gre. — Apartate, monstruo execrable, dijole
Pizarro, alejate de mi vista, ó te hago vomi
tar tu alma atroz. El monstruo espantado, re
tirase bramando. Contenéos,crueles, aguardad,
grita entónces Pizarro á los soldados, ó tornad
contra mi vuestras armas.
a4o LOS INCAS.
Fuese por respeto ó por cansancio de sus
fuerzas y de su íuror, ellos obedecen, y Pi
zarra les hace volver á su primer puesto.
En aquel dia de horror y de delitos, la
humanidad tuvo un momento. Capana, viendo
el combate desesperado, huia con un corto
número de sus salvages. Perseguiale un escua
dron que va á alcanzarle y envolverle. El
cacique, desesperado, tornase, extiende su arco
y escoge con ojos centellantes al gefe de la
tropa enemiga. Era Gonzalo Davila. La flecha
parte, y cae el jóven mortalmente herido.
Rodean al cacique , préndenle, arrástranle
á los piés de Davila, para despedazarle delante
de él. Gonzalo entreabre un ojo moribundo,
y reconoce al que le tuvo en su poder, al que
le dio la vida y la libertad. ¿ Eres tú,generoso
Capana, le dijo tendiéndole sus brazos trému
los? ¿Es de tu mano que yo muero? Tú me
habias hecho gracia una vez ; yo respiraba por
tu clemencia, estaba libre por tu bondad, y
yo he abusado de ella. El cielo es justo : él te
ha escogido para arrancarme tus propios do
nes. Castellanos, escuchadme, y temed, por mi
ejemplo, la mano del Dios que ha descargado
su ira sobre mi. Yo le debo todo á ese Indio;
dejadme pagar mi deuda. Viva él, y sea libre
con los suyos. Ven, hermano mio, mi asesino
y mi amigo, ven, que al expirar yo te abrazc.
LOS INCAS. a4i
Yo debi aprender de ti la justicia y la huma
nidad. Estas palabras fueron pronto seguidas
d e su últim o suspiro ; y Capana con sus salvages
fuéron á buscar mas allá de los montes del
oriente, entre los Mojos, libres aun, ó entre
los féroces Antis, que se alimentaban con san
gre humana, un asilo contra la rabia de un
pueblo todavía mas inhumano.
TOMO a
?43 LOS INCAS.
CAPÍTULO L.
Pirarro va á ver á Ataliba en su prision. — Muerte de
Alonso de Molina. — Valverde subleva i los Castel
lanos contra Piíarro.— Esteles apacigua , destierra
á Valver&e y le envía á Rimac , para ser embarcado
a!U y trasladado á una isla desierta. — Ataliba soli
cita su rescate , y es aceptada su demanda.
N
LOS INCAS. , 247
dolor, vióse rodeado de un tropel de Castel
lanos, humeando aun de sangre Indiana.
Estreinicióse de horror, y recogiendo un resto
de fuerza : Bárbaros, les dijo, ¿ osais acercaros
á mi y procurar mi vida ? Me la habeis hecho
odiosa. ; Es este el tiempo de monstraros com
pasivos y auxiliadores, despues de veinte mil
asesinatos cometidos sobre la fé de la paz !
He aqui los héroes cristianos, teñidos de san
gre y ahogándose de rabia. ¡ O monstruos fa
náticos ! El cielo, el justo cielo no dejará sin
venganza tan exécrable atentado. Yo os co
nozco. Veo al orgullo y la avaricia encender
- entre vosotros los fuegos de un odio impla
cable. Armados uno contra otro, os despeda
zaréis como fieras carniceras ; os arrancaréis
esas entrañas codiciosas y esos corazones se
dientos de sangre, que no han podido conmo
ver ni las lágrimas de la inocencia, ni los
clamores dela humanidad. Retiraos, foragidos
infames, cobardes asesinos, y dejadme morir.
A estas palabras, arrancando el vendage de
Su llaga, la dilató con sus propias manos.
Hallóle Pizarro bañado en su sangre, y los
Castellanos, indignados, se alejáron al verle
acercar. Alonso tendióle las manos, levantó los
ojos al cielo, y exhaló el último aliento.
Al instante Gonzalo Pizarro vino á hablar
en secreto al general. ¿ Qué haces tú ahí, le
aá8 LOS INCAS.
dijo ; Sabete que se conspira contra ti, que tus
soldados van á sublevarse y á nombrar otro
gefe. í Presentate, disipa ese compló, calma y
vuelve á atraerte esos ánimos, ó somos todos
perdidos.
Pizarro vió los dos escollos que tenia que
evitar en aquel paso peligroso, la violencia y
la debilidad. Muéstrase á las puertas del pa
lacio, hizo juntar á sus soldados, y llevando
en su rostro una tristeza majestuosa, les dijo :
Castellanos, acabais de degollar un pueblo ino
cente y pacífico, que se entregaba á vosotros,
que os colmaba de bienes, que os veneraba,
y que, renunciando á su culto, no pedia sino
que le ilustraran, para abrazar la ley de los
cristianos. Su rey le había prohibido toda
hostilidad para con vosotros. Lejos de cometer
ninguna, se ha visto asesinar sin haber tirado
una flecha, y aun ántes de haber vertido una
gota de vuestra sangre. El está ahora revol
cándose en el polvo, á la faz del cielo, vues
tro juez y el suyo. El asesinato de veinte mil
hombres, aunque fuesen criminales, sería es
pantoso al verlo ; ¡ cuanto mas no debe de
serlo , cuando son otros tantos inocentes ! Su
rey os pide para ellos la sepultura. Conce
dadle, á lo menos, esta señal de humanidad.
Esta es una gracia que el hombre no niega
á sus mas crueles enemigos.
LOS INCAS. 249
En lugar de las qucjas,tle las reprehensiones
y amenazas que se esperaban de un gefe jus
tamente airado, un lenguage tan moderado
hizo una impresion profunda. Los soldados
respondiéron que ellos no se negaban á sepul
tar los muertos, si lo que quedaba de Indios
en los lugares circunvecinos quería emplearse
con ellos en una tan santa obra. Ellos os ayu
darán, dijo Pizarro : mañana en esos llanos
ensangrentados se juntarán al amanecer. Id
á reposaros, pues que ya debeis estar cansados
de tan horrible matanza.
Desde aquel momento, todos los ánimos se
sintiéron conmovidos de una relacion tan fu
nebre ; de forma que la naturaleza recobró
insensiblemente sus derechos, y los remordi
mientos de conciencia se apoderáron del cora
zon de los culpables.
No quedaban en los lugares sino los viejos,
las múgeres y los niños. Pizarro les hizo man
dar que viniesen, desde el alba del día, á
inhumar á los muertos. Todos aquellos infé
lices obedeciéron: Desde que la luz naciente,
pudo iluminar los trabajos de la sepultura, los
Castellanos vieron á aquellas múgeres, aquellos
niños, aquellos viejos consternados y trémulos
acudir á este triste deber. Su dolor profundo
y mudo, su palidez, su abatimiento, llevá
ron la compasion á las almas mas féroces. Mas
a5o LOS INCAS,
cuando sus ojos reconociéron en el número
de los muertos á aquellos que les eran que
ridos ; cuando se les vió arrojarse sobre aquel
los cuerpos ensangrentados y yertos, estre
charles en sus brazos, regarles con sus lágrimas,
pegar sus bocas sollozantes, ya sobre sus labios
lívidos, ya sobre la llaga entreabierta de un es
poso, de un padre ó de un hijo, los asesinos no
pudiéron ménos de manifestar públicamente
su dolor y arrepentimiento. El asesino de un
padre abrazaba á los hijos ; manos empapadas
en la sangre del hijo y del esposo sacaban á la
esposa y la madre del hoyo en que querian se
pultarse con ellos. De este modo fué variado,
durante aquel dia lamentable, el largo su
plicio de los remordimientos.
De vuelta á Casamalca, los Castellanos,
inclinada su cerviz, sus ojos clavados en la
tierra, sus corazones abatidos y humillados,
se presentáron delante de Pizarro : ¿Aca
bóse ya, preguntóles él ? — Si, concluyóse.
I Y bien ! continuó el general, hombres
insensatos y crueles, ¿ habeis pues visto esa
carniceria, de que se horroriza la naturaleza?
Vosotros la habeis hecho... Mas no, exclamó,
de este delito abominable, el mas negvo y
mas atroz que haya inspirado jamas la rabia
de los infiernos, no sois vosotros á quienes
yo acuso : ahí teneis su exécrable autor. El
\
LOS INCAS. a5¡
es ese tigre hambriento, esa alma hipócrita
y feroz , Valverde, si, Valverde es quien, por
-vuestras manos, ha hecho correr esos torren
tes de sangre. Sabed que en el momento en
que os gritaba venganza en el nombre de
un dios á quien se ultrajaba, segun decía,
ese pueblo y su rey adoraban con nosotros
á ese Dios, y saltaban de gozo al oir las ma
ravillas de su poder. Yo os lo juro, y pongo
por testigos á los guerreros que me acom
pañaban. Ellos han oido el homenage que
le rendia ese principe virtuoso, á quien ese
impostor ha calumniado. Cargadle pues á
él solo con los delitos de que su impostura
es causa ; y como victima impura, que vaya,
lejos de nosotros, á alguna isla desierta á ex
piar, si puede, veinte mil asesinatos con que
el aleve ha manchado nuestras manos. Que
los buytre3 y víboras despedazen ese cora
zon desnaturalizado, ese corazón digno de
alimentarles.
Valverde, entonces, quiso hablar y defen
derse. Miserable, dijole Pizarro, asiéndole con
fuerza y arrastrándole á sus pies : Ven, ha
bla, y di si tú esperabas que un rey que
nunca te vió, comprendiese lo que no pue
des comprender tú mismo ; y que, sobre tu
palabra, creyese ciegamente lo que confun-
dia á su razon. Tu libro era sagrado para
a5a LOS INCAS,
ti ; mas ¿cómo pudiera serlo para quien no
sabe lo cjue es, ni de donde viene, ni lo que
él encierra ? Él le deja caer, y por este ac
cidente involuntario, tú haces degollar á un
pueblo entero, y yo te oía en medio de la
carniceria gritar que no se escapase ninguno.
Anda, monstruo, yo te dejo por suplicio una
vida odiosa, pero vé á arrastrarla lejos de
nosotros con horror al cielo, á la tierra, y á
tí mismo, si te queda un corazon suscepti
ble de remordimientos. A estas palabras, pro
nunciadas con el tono de un juez inexora
ble, los mas atrevidos de los amigos de Val-
verde no osáron tomar su defensa, y al
instante la orden fué dada de librarse de
él para siempre.
En fin, repitió el general, sin este hombre
infame, la razon, la humanidad, la gloria van
á presidir á nuestros consejos. El rey pide el
pagar su rescate, y os espantaréis del mon
ton de oro que ofrece hacer acumular en la
prision que le encierra. Castellanos, yo os lo
he prometido ; si, vuestros bajeles volverán á
España cargados de riquezas inmensas. Pero,
en el nombre del Dios que nos juzga, en el
del rey á quien servimos, os pido que cesen
los excesos, no mas crueldades : hagamos gra
cia, á lo ménos, á unos pueblos sometidos.
Desde entonces no se ocupáron mas que de
LOS INCAS. a53
las promesas de Ataliba. Aquel rey, conser
vando en las cádenas una igualdad de alma
que tenia un medio entre el orgullo y la ba
jeza, mandaba á sus pueblos desde lo interior
de su prision ; y sus pueblos le obedecian,
como si hubiese estado sobre el trono. De
todas partes velaseles llegar á Casamalca, los
unos agobiados bajo el peso del oro, de que
habian despojado los alcazares y templos ;
los otros, llevando en sus manos los granos
de este metal que habian recogido, y con que
sus múgeres y sus hijos se adornaban en los
dias solemnes. Sobre el umbral del palacio
en que su rey estaba encerrado, quitaban sus
sandalias, besaban el polvo á la puerta de su
prision, y poniendo en tierra su fardo, se pros
ternaban á sus pies, y les regaban con lágri
mas. Parecia que la desgracia misma habia
hecho mas sagrado este rey á los ojos de sus
pueblos.
Habiase trazado una linea á la altura de
los muros á que debia elevarse el monton de
oro que Ataliba habia prometido ; y por mu
cho que se acumulase allí, mucho faltaba to
davía para que el espacio fuese lleno. Aper
cibióse el rey de las murmuraciones que la
avaricia impaciente dejaba escapar delante de
él. Representó que era imposible hacer mas
tomo 2 22
a54 LOS INCAS,
diligencia, y que la lejania del Cuzco (i) era
la causa inevitable de las demoras de que se
quejaban ; pero que esta ciudad tenia con
que cumplir su promesa. Envió á dos Castel
lanos (a) para informarse de la verdad ; y en
este intervalo, fué cuando una revolucion
funesta acabó de precipitar á los Indios en la
desgracia, y á los Castellanos en el crimen
mas horrible.
\
LOS INCAS. a55
CAPÍTULO LI.
X
LOS INCAS. a63
Estas palabras, cortadas con lágrimas, con -
movianá los Castellanos, cuando Lé aquí que
Almagro hizo adelantar á los Indios que se
habian cogido, y que atestaban su fratricidio.
Aquellos infélices temblaban, guardaban si
lencio, ellos no sabian si debian decir ó callar
lo que habian visto ; pero, forzados por su
mismo rey á hablar sin disfraz, confesáron
que su gefe, el teniente de Ataliba y el guar-
dien de Huascar, viéndose obligado á rendirse,
le habia muerto por sus manos. No fué me
nester mas ; y la calumnia, apoyada con las
apariencias de un compló, hizo creer lo que
se quería. Aquellos mismos Indios intimidados
por las amenazas se dejáron escapar algunas
palabras injuriosas ; de forma que, ellas y
otros hechos que se explicáron en el sentido
mas odioso, de una sospecha de inteligencia
entre los Indios de supuestos, hiciéron una
prueba de la mas negra traicion. Ataliba en
tonces fué convencido en la opinion de todos,
de haber conspirado sordamente contra los
Castellanos mismos, y cien voces se levantá
ron para pedir su muerte.
Pizarro que, en medio de aquellas pruebas
falsas veía la inocencia de Ataliba, tuvo aun
con sus amigos el valor de defenderle ; pero
el odio y la envidia hiciéron despertar las
s64 LOS INCAS.
sospechas que Valverde habia hecho nacer
en ellos.
Al frente de los facciosos se hallaba Alfonso
de Riquelme(i), fanático sombrío y feroz, de
mejor fé que Valverde, pero no menos vio
lento que él. Almagro mas disimulado, no
se declaraba del mismo modo ; él gemia con
Pizarro del disturbio que habia causado, y
se arrepentia de una imprudencia desgra
ciada. Pero Pizarro, por medio de aquel di
simulo, conoció muy bien que el engaño
triunfaba en su corazon.
Entretanto, creciendo ese disturbio, se en
cendia de nuevo la discordia. Ataliba mismo
excitaba el fuego con la noble altivez de su
defensa, y la amargura de las reconvenciones
que hacia á sus tiranos ; habia recobrado
la energia que da al valor la injuria, cuando
es llevada al exceso. El no escuchaba ya á
sus amigos, que le exhortaban á la paciencia.
¡Ah ! Yo he sufrido demasiado, decia ; y, ¿por
que disimularlo ? Si la dulzura del trato pu
diese amansar esos corazones féroces, ¿ no es
tarían ya mansos y blandos en extremo ? Pi
zarro, ellos quieren que yo muera ; quieren
perder á tu amigo, yo lo veo. Pero ves tam-
N
LOS INCAS. a65
bien que es indigno de la virtud calumniada
humillarse con bajeza.
Demasiado débil, en medio de una tropa
de facciosos determinados, para poder infun
dir respeto por la amenaza, Pizarro se hacia
violencia á si mismo; y cual el piloto sorprehen-
dido por la borrasca en un estrecho sembrado
de escollos, ya cede, ya resiste á la tormenta,
asi él evitaba estrellarse contra todos los acu-
sadores y testigos falsos. La altivez firme y
animosa de Ataliba, y mas aun, el imprudente
calor con que el jóven Fernando abrazaba la
defensa de aquel príncipe desventurado, no
hacia sino agriarlos espíritus. Pizarro comenzo
por alejar á Fernando. Escogióle para ir i
llevar á España el oro que el Inca habia dado
por su rescate. Anuncióse, y fué menester sa
ber si la tropa de Almagro tendria parte en
él. Propónelo Pizarro , y declara altamente
que no habiendo contribuido á la conquista,
no era justo que viniese á usurpar su fruto.
Almagro vió que iba á perder sus nuevos
partidarios si disputaba la presa. Disimule
mos, dijo á los suyos, pues se nos tiende un
lazo. Al instante toma la palabra y dice, que
venian á compartir trabajos y no los despojos
del enemigo ; y que un pais inmenso en donde
brotaba el oro, no merecia este metal dividir
á unos hombres que estaban unidos por la
tomo 2 23
a<56 LOS INCAS,
cstimacion, el honor y el deber. El perfido
con este lenguage tuvo el arte de apaciguarlo
tedo. Adhiriose mas y mas, por su moderacion
fingida, un partido numeroso y poderoso ; y
Pizarro, perdiendo la esperanza de debilitarlo,
buscó inútilmente su amistad por larguezas; i).
Hizo pesar el oro y la plata que se habian
acumulado ; distribuyólo y enriquecióse su
ejercito. La parte (a) que habia reservado al
emperador, fue enviada al puerto en que Fer
nando debia embarcarse ; y este vino, con el
corazon lleno de tristeza, á despedirse de
Ataliba.
Habia concebido por el Inca aquella amis
tad noble y tierna que la virtud en la des
gracia inspira á las almas generosas : dulce
apoyo que el cielo reserva algunas veces al
hombre justo á quien se oprime, para ayudarle
á sobrellevar el peso de la abrumadora ad
versidad. Vengo á despedirme de ti, le dijo,
me envian 4 España ; mi deber me aleja de
ti : pero llevo conmigo la esperanza de ser
virte, y de volverte á ver libre, justificado,
CAPÍTULO LII.
Llegando al puerto de Rimac , Fernando se deja con
mover por el falso arrepentimiento de Valverde , y
te concede la libertad de ir á vivir entre los salva-
ges. — Resolucion tomada en el consejo de instruir
el proceso de Ataliba. — Su famitia es transferida á
la misma carcel que el. — Muertede Cora sobre el
sepulcro de Alonso. — La constancia de Ataliba le
abandona desde el punto que se ve en medio de su
familia.
CAPÍTULO Lili.
Juicio de Atnliba. —Uso que Valverde tice de su li
bertad. —Dase garrote al rey en su prision.'—Pizarro
se retira á Lima. — El Perú está en revolucion
completa por los estragos de los Españoles. —Des
truyeme estos entre sí. — Pizarro muere asesinado.
(i) Lia».
284 L0S DíCAS-
concavidades de las minas, envidiando mil
veces la suerte de los que habian sido de
gollados.
En fin, cuando aquellos lobos carniceros
se halláron embriagados con la sangre de lo»
Indios, su rabia furibunda se tornó contra
ellos mismos. Los gritos de la sangre de Ata-
liba se habian levantado al cielo. Casi todos
los que habian contribuido al delito de su
muerte sufriéron su pena ; y miéntras que
los unos, cogidos por los Indios en lugares
extraviados, expiraban bajo el nudo fatal, los
otros se degolláron entre si. El exécrable
Valverde (i) capitaneando una cuadrilla de
aquellos foragidos en perseguimiento de los
Indios refugiados en los bosques, cae en ma
nos de los antrópofagos, y destripado vivo,
devorado por pedazos, ántes de expiar, muere
eon la blasfemia en la boca. Per;uro y trai
dor para con Pizarro (2) , Almagro fué casti
gado con el mas vergonzoso suplicio,y su cobar-
FIN.
***WWV\ VVM Vfc\ v\ > v\\ vv> VV* \ \> V\>¡V\ > \ V\-vv><V\VVVVVVi \VVVVv\Vi
INDICE
DE LOS CAPÍTULOS CONTENIDOS EN EL
- VOLUMEN SEGUNDO.
Pag.
CAP. XXVI. Sabiendo amagos de guerra
civil en el reyno de los In
cas , ete
CAP. XXVII. En un sacrificio hecho al Sol
por elfeliz éxito de la em
bajada, etc
CAP. XXVIII. Erupcion del volcan deQuito. a0
CAP. XXIX. Embajada de Alonso , etc. . 33
CAP. XXX. Descripcion del Cuzco, ete. 42
CAP. XXXI. Descripcion de los contornos
del Cuzco , etc 5a
CAP. XXXII. Frusimnse de repente las es
peranzas de paz , etc. . . . 59
CAP. XXXIII. Ataliba, rey de Quito , junta
su ejército , ete CG
GAP. XXXIV. Huascar, rey de Cusco, mar-
chaálafrente de sus pueblos .
CAP. XXXV. Sublevados los Canarinos en
favor del rey de Cuzco, etc. 87
CAP. XXXVI. Llevan el cadáver del joven
principe á su padre , etc. . . 99
CAP. XXXVII. Regreso de Ataliba á Quito
con el cadáver deljoven prín
cipe ¡uS
CAP. XXXVIII Fiesta de la paternidad , etc. i.3
j88 IKDICK.