Hofmannsthal Carta Lord Chandos Manipulable
Hofmannsthal Carta Lord Chandos Manipulable
Hofmannsthal Carta Lord Chandos Manipulable
PRINTED IN SPAIN
IMPRESO EN ESPAÑA
I. s. b . n .: 84-500-5002-2
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LA INDECENCIA DE LOS SIGNOS
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Strauss, el intérprete — turbado pero ajustado— del otoño de
la vieja Austria y de la vieja Europa. En lugar de quemarse
en una genialidad agria y cerrada al crecimiento, Hofmannsthal
se impuso una rápida madurez capaz de detener, en un equi
librio ordenado y con torneada armonía, aquella sensibilidad
morbosa y decadente de la que él mismo se sentía penetrado.
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to de la palabra y del naufragio del yo en el fluir convulsio
nado e indistinto de las cosas, ya no nominables ni dominables
por el lenguaje; en tal sentido, la narración es la denuncia
genial de una ejemplar condición novecentista. El protagonista
abandona la vocación y la profesión de escritor porque nin
guna palabra le parece expresar la realidad objetiva; el flujo
secreto de la vida lo aferra y compenetra hasta tal punto que
él se pierde por completo en los objetos, se disuelve en una
revelación del Todo que destruye la unidad de la persona en
un turbador demudar el color de las emociones y reacciones.
Con esta famosa narración, a menudo considerada ejemplo del
expresionismo más exasperado, Hofmannsthal va mucho más
allá de la temerosa atmósfera fin de siécle; com o en el Colo
quio con el ebrio de Kafka, en el que las cosas ya no están
en su lugar y la lengua ya no las dice, también en la Carta de
Lord Chandos no se quiere tanto aludir a la inefabilidad de
la experiencia individual cuanto indicar la necesidad de una
literatura ya no limitada a la esfera de la sensibilidad subje
tiva. Lo que trastorna al joven Lord y literato no es el silencio
de la realidad, sino la multiplicidad simultánea de sus voces,
siempre dispuestas a multiplicarse ulteriormente; la pluma del
escritor no queda detenida frente a una opaca falta de signifi
cado sino, por el contrario, queda superada por la emergente
e ininterrumpida epifanía que lo asalta desde todas partes.
También el joven Torles de Musil advierte, en la novela ho
mónima de 1906, la “ segunda vida de las cosas, secreta y
huidiza” , “ una vida que no se expresa con las palabras y que,
aún así, es mi vida” : los objetos tienen una existencia vuelta
de espaldas, anidada tras su fachada y bajo su superficie, y es
precisamente la intuición de esta segunda — o tercera, o cuar
ta— realidad lo que deja fuera de juego a las posibilidades del
lenguaje. El objeto asume una dimensión mística porque cada
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uno de sus componentes (y todas las que se entrevén tras él)
queda elevado a valor absoluto: en lugar de la banalidad indi
ferenciada, del gusto de tanta literatura de la crisis, para la
que todo sirve y no hay nada esencial, para Lord Chandos
cualquier detalle mínimo y fugitivo es esencial e insustituible;
hay una interminable acumulación de realidades absolutas que
no permite la jerarquía, la organización y la selección nece
sarias a toda operación lingüística, expresiva o comunicativa.
El Lord se encuentra inmerso en un universo mágico y ani-
místico, donde cada objeto (y cada una de sus vibraciones) es
una presencia total, no susceptible de quedar encuadrada y
englobada en una categoría superior. Los objetos se están
quietos y, al mismo tiempo, reaccionan y se disparan; las co
sas más concretas — como un rastrillo o una regadera— se
vuelven cauces y recipientes de una revelación tan intensa que
desbarata la razón individual y su lenguaje. A l aristocrático
Lord, nutrido de cultura humanista, el mundo no se le revela
com o un cosmos jerárquicamente ordenado, sino com o un bu
llir de esencias incoercibles a toda sistematización, com o en
el pensamiento chamánico.
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ethos individual y colectivo un siglo después de Goethe) se
convierte en posición de vanguardia: desde el principio, la
cultura austríaca recibe la civilización burguesa como desor
den, anarquía, aplanamiento horizontal, ruptura de la totali
dad orgánica, reducción. Hofmannsthal insiste en esta dimen
sión aristocrática, en la señorial y cortés discreción de esta
despedida del escritor respecto de la palabra; análogas caden
cias de reticencia y de oscuridad alusiva posee también la Carta
del último Contarin, otro documento de opción hofmannstha-
liana por la sombra y el silencio. También el Malte de Rilke,
ejemplo radical de la nulificación del yo biográfico y narrativo
(escindido totalmente y absorbido en las cosas innominables
e indescifrables), es simbólicamente una disgregación aristo
crática de la realidad más brutalmente moderna, que recupera
su rigurosa objetividad exasperando hasta la autodestrucción
su propia subjetividad sensitiva. Aparato impersonal para re
gistrar lo real, Lord Chandos está, él también, marcado por
una hipersensibilidad que le impide tomar cualquier distancia
respecto a la experiencia y cualquier superación de lo vivido:
ignorante de nexos causales y de sucesivos temporales, su
consciencia sólo vive en una extensión espacial que se dilata
incesantemente, en perfecta sincronía de sucesos, sensaciones
y pensamientos, reunidos todos hasta el eje de la simultanei
dad; él no puede archivar ningún instante de su vida, todo
sigue viviendo en él con un conflicto punzante que amenaza
con hacer saltar las claves de su personalidad, por el exceso
de contenidos desgarradores que llegan a abarcarse. Lord
Chandos vive en su persona el hundimiento del orden, antes
aún de vivirlo en la escritura, y por eso decide desaparecer,
mimetizarse y disimularse en el silencio. En su estupendo en
sayo Hofmannsthal y su tiempo, Hermann Broch vio en el
poeta el síntoma y, conjuntamente, la voz amargamente cons-
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cíente de una época destinada al vacío de valores y a la ficticia
cobertura estética de tal desierto, el testimonio más típico y
elevado de una cultura pendiente de ocultar sus propias esci
siones con el enmascaramiento estetizante y ecléctico, es decir
con lo Kitsch. N o inmune, antes y después de esta narración,
de las tentaciones de la máscara, Hofmannsthal se libera pre
cisamente en la Carta de Lord Chandas de cualquier ficción,
para denunciar la verdad de un jaque sin ilusión de revancha.
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tualista del sujeto sobre las cosas y, con ello, la sintaxis orga
nizada en base a la supremacía del yo; mientras que La me
jora de Centroeuropa de Oswald W iener (1969) se coloca
com o ataque frontal contra la mentira literaria, como furioso
esfuerzo por destruirla, para reencontrar, más allá del signo,
la inmediatez vital.
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su inevitable inacabado— de agarrar la simultaneidad y la to
talidad de la vida, aquella misma epifanía global que había
hundido y destrozado la conciencia y la pluma de Lord Chan-
dos.
C laudio M agris
CRONOLOGIA
1874
1890
17
arte, muerte y preexistencia, con una escritura saturada de
musicalidad y plenitud formal.
1897
1899
1901-1902
18
1 9 0 3 -1 9 0 7
1911-18
19
años se le confían misiones políticas secretas en Bélgica, Po
lonia, Escandinavia y Suiza.
1919-1929
Calderón y el teatro español del barroco constituyen un
interés constante en los años de postguerra; sus últimos dra
mas alegóricos, El gran teatro del mundo de Salzburgo (allí
representado en 1922 — Hofmannsthal fue el promotor de
los festivales salzburgueses) y La torre (1925-27), están car
gados de simbología impregnada de módulos barrocos. La
torre fue representada en Munich y Hamburgo (con discreto
éxito) en 1918, y en ese mismo año se puso en escena en
Dresden, con música de Strauss, la ópera en dos actos Helena
egipcia. N o menos simbólica es La mujer sin sombra (1919),
cuento en prosa y ópera, donde se representa a la criatura
humana en busca de su propia individualidad.
1929
15 de julio. Dos días después del suicidio de su hijo Franz,
y poco antes de su funeral en Rodaun, Hofmannsthal muere,
atacado por una hemorragia cerebral.
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Entre sus numerosas obras postumas debe recordarse sobre
todo la novela inacabada Andreas o los reunidos, publicada
en 1932 en Berlín, que Hofmannsthal había iniciado en 1907,
escribiendo en 1912-13 la única parte acabada, con el título
La amiga maravillosa-La dama del perrillo.
21
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25
sé si sigo siendo el mismo a quien va remitida vuestra preciosa
carta; ¿soy yo, a mis veintiséis años, aquel que a los dieci
nueve escribía un “ Nuevo París” , un “ Sueño de Daphne” ,
un “ Epitalamium” o unas pastorales mareadas por la pompa
de las palabras, que una celestial Reina y algunos demasiado
indulgentes Lords y Señores todavía recuerdan con clemencia?
¿Y soy yo, de nuevo, aquel que, a los veintiuno, encontraba
en sí mismo, bajo los pétreos pórticos de la plaza mayor de
Venecia, ese entramado de períodos latinos cuyas planta y
sección virtuales dejaron su espíritu más fascinado que los
edificios de Palladio y Sansovino surgiendo del mar? ¿Y pude
yo, si soy el mismo, dejar perder tan por completo en mi
ininteligible espíritu todas las impresiones y cicatrices producto
de mi tensa mente, tanto que en vuestra carta, que tengo
frente a mí, se me presenta extraño y frío el título de aquel
pequeño tratado, sin conseguir comprenderlo com o bien cono
cido conjunto de palabras acordadas, sino sólo palabra a pala
bra, com o ocurre con esas palabras latinas que llegan por
primera vez bajo nuestros ojos? Pero ese bien soy yo, y en
esas preguntas sólo hay retórica, retórica buena para las mu
jeres o para la Casa de los Comunes, cuyos instrumentos de
poder ya pueden ser alabados en nuestros días, que no por
ello consiguen penetrar hasta el centro mismo de las cosas.
Pero debo presentaros mi interior, esa extrañeza, esa irregu
laridad, esa enfermedad — si queréis— de mi espíritu, para
que podáis comprender que estoy separado, com o por un abis
mo sin puentes, tanto de mis pasados trabajos literarios como
de los que me aguardan, y que dudo en llamar míos, tan
ajeno es el lenguaje en el que me hablan.
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me devolvéis la presencia de los distintos pequeños proyectos
que yo tracé en los comunes días de más bello entusiasmo.
¡Sí, es cierto, yo quería narrar los primeros años del reinado
de nuestro difunto y glorioso monarca, Enrique el octavo!
Los apuntes dejados por mi abuelo, el duque de Exeter, acer
ca de sus negociaciones con Francia y Portugal, me ofrecían
una a modo de base. Y , desde Salustio, fluía hacia mí, en
aquellos días dichosos y vivificados, com o a través de un con
ducto nunca obturado, el conocimiento de la forma, de la
honda, verdadera, propia forma, que sólo puede presentirse
una vez dejada atrás la barrera de los juegos de manos re
tóricos, y de la que nada más puede decirse sino que ordena
el material, que lo penetra, lo alza, creando a un tiempo poesía
y verdad, un juego renovado de fuerzas eternas, una cosa,
magnífica como la Música o el Álgebra. Ese fue mi proyecto
más querido.
27
acosado en el agua, introducirme en esos cuerpos desnudos y
relucientes, en esas sirenas y dríadas, en esos Narciso y Proteo,
Perseo y Acteón: quería desaparecer en ellos y desde ellos
hablar con la lengua. Quería. ¡Quería tantas otras cosas!
Pensaba hacer una colección de “ Apophthegmata” com o la que
compuso un Julio César: ya recordáis su mención en una carta
de Cicerón. Ahí pensaba juntar las más extraordinarias máxi
mas logradas reunir en mi trato con los hombres doctos y las
mujeres ingeniosas de nuestros días, o con gente singular del
pueblo o personas cultas y eminentes, en mis viajes; a ellas
añadiría hermosas sentencias y reflexiones tomadas de los an
tiguos y de los italianos, y todo lo que se me presentara en
libros, manuscritos o conversaciones apto com o ornato espi
ritual; así como disposiciones especiales de bellas fiestas y ca
balgatas, delitos extraordinarios y raptos de locura, la des
cripción de las grandes y curiosas arquitecturas de los Países
Bajos, Francia e Italia, y muchas otras cosas. La obra com
pleta debía llevar por título Nosce te ipsum.
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cuando, sentado en el banco de obra junto a la ventana de
mi estudio, sorbía el dulce y espumoso alimento espiritual que
me ofrecía un texto. Lo uno era com o lo otro; nada valía
más que nada, ni en su naturalea soñada y sobrenatural, ni
en su fuerza vital, y así era siempre, a todo lo ancho de la
vida, a derecha e izquierda; yo estaba en el propio interior de
las cosas, nunca tuve que advertir una apariencia fugaz. O , a
veces, presentía que todo era alegoría y que cada criatura era
la llave de otra, y yo me sentía capaz de tomarlas una tras
otra, abriéndolas a todas por completo. Eso explica el título
que pensaba dar a ese libro enciclopédico.
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acosado en el agua, introducirme en esos cuerpos desnudos y
relucientes, en esas sirenas y dríadas, en esos Narciso y Proteo,
Perseo y Acteón: quería desaparecer en ellos y desde ellos
hablar con la lengua. Quería. ¡Quería tantas otras cosas!
Pensaba hacer una colección de “ Apophthegmata” com o la que
compuso un Julio César: ya recordáis su mención en una carta
de Cicerón. Ahí pensaba juntar las más extraordinarias máxi
mas logradas reunir en mi trato con los hombres doctos y las
mujeres ingeniosas de nuestros días, o con gente singular del
pueblo o personas cultas y eminentes, en mis viajes; a ellas
añadiría hermosas sentencias y reflexiones tomadas de los an
tiguos y de los italianos, y todo lo que se me presentara en
libros, manuscritos o conversaciones apto com o ornato espi
ritual; así como disposiciones especiales de bellas fiestas y ca
balgatas, delitos extraordinarios y raptos de locura, la des
cripción de las grandes y curiosas arquitecturas de los Países
Bajos, Francia e Italia, y muchas otras cosas. La obra com
pleta debía llevar por título Nosce te ipsum.
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Desde aquel tiempo llevo una existencia que temo difícil
lleguéis a comprender, tan sin espíritu, tan sin pensamiento
se va sucediendo; una existencia apenas distinta, por cierto,
de la de mis vecinos, mis parientes y la mayor parte de los
nobles propietarios de tierras de este reino, y que no está
desprovista por completo de instantes gozosos y vivificantes.
N o me es fácil explicaros en qué consisten esos buenos ins
tantes; las palabras me abandonan nuevamente. Porque es algo
completamente indefinido e incluso indecible lo que se me
declara en tales momentos, colmando cualquier suceso de mi
círculo cotidiano con un desbordante raudal de vida superior,
com o una copa. N o puedo esperar que me entendáis sin ejem
plos, y debo pediros indulgencia por su banalidad. Una rega
dera, un rastrillo olvidado en el suelo, un perro al sol, un
pobre cementerio, un lisiado, una pequeña casa de campesinos,
todos ellos pueden convertirse en cuenco de revelación.
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ritu aquella bodega llena de la lucha mortal de aquel pueblo
de ratas. Todo estaba en mí: el frescor enrarecido del aire de
la bodega con el dulzor acre del olor del veneno y el chirriar
de los chillidos de muerte rompiéndose contra las podridas
paredes; esos arracimados espasmos de impotencia, esas re
vueltas sacudidas de desesperación; la búsqueda enloquecida
de una salida; la impasible mirada de rabia de dos que se
encuentran junto a una grieta taponada. Pero, ¡a qué buscar
otra vez palabras, de las que he abjurado! ¿Recordáis, amigo
mío, la maravillosa descripción, en Livio, de las horas que
precedieron la destrucción de Alba Longa? Cómo vagan por
las calles, que no podrán volver a ver... cóm o se despiden de
las piedras del suelo. Os digo, amigo mío, que yo llevaba todo
eso en mí, y de añadido la incendiada Cartago; pero era más,
era más divino, era más bestial; y era presente, el más pleno
y elevado presente. Ahí estaba una madre, apretando hacia sí
a sus pequeños reventados, pero no enviaba su mirada a los
moribundos, ni a los impasibles muros de piedra, sino al aire
vacío o, a través de ese aire, al infinito, y acompañaba esa
mirada con un rechinar de dientes. — Un servicial esclavo que,
lleno de impotente horror, estuviera junto a la petrificada
Niobe, debe haber soportado lo que yo soporté cuando, en
mi interior, el alma de esos animales enseñaba los dientes al
atroz destino.
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de?— Pues, ¿qué tiene que ver con la compasión, qué con la
humana e inteligible concatenación de ideas que yo, la otra
tarde, encontrase bajo un nogal una regadera, con el agua
dentro, oscura por la sombra del árbol, y un escarabajo que
pateaba sobre el espejo del agua, desde un sombrío borde
hasta el otro, y que a mí ese conjunto de insignificancias me
estremeciera com o la presencia misma de lo infinito, me estre
meciera desde la raíz de los cabellos hasta la médula de los
talones, que yo debiera prorrumpir en palabras de las que sé
que, si las encontrase, harían descender a los querubines — en
los que no creo— , y que yo, luego, apartara la vista de ese
lugar, en silencio, y que, tras semanas, cuando diviso ese
nogal, pase de largo con mirada medrosa, porque no quiero
disipar el sentimiento de lo maravilloso que flota ahí junto al
tronco, porque no quiero desterrar las apariencias sobrenatu
rales que todavía pesan en los alrededores, entre la maleza?
Cualquier criatura, en esos instantes, un perro, una rata, un
escarabajo, un manzano seco, un camino de carro serpentean
do sobre la colina, una piedra recubierta de musgo, es para
mí más que la más bella y apasionada amante en la más feliz
de las noches. Esas criaturas mudas y a veces inanimadas saltan
a mi encuentro con una tal plenitud, con una tal presencia
de amor que mis ojos dichosos no pueden encontrar, a todo
su alrededor, nada que esté muerto. T odo, todo lo que hay,
todo lo que recuerdo, todo lo que mi confuso pensamiento
roza, me parece ser algo. Incluso la misma pesadez, la extraña
obtusidad de mi cerebro me parece ser algo; siento en mí y
en torno a mí una arrobadora, una simple e infinita correspon
dencia, y no hay ni una sola entre las materias contrapuestas
en la que yo no sea capaz de trasvasarme. Para mí, es como
si mi cuerpo estuviera formado por puras cifras que me lo
revelasen todo. O com o si pudiéramos entrar en una nueva
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relación, llena de presentimientos, con todos los seres, como
si empezáramos a pensar con el corazón. Pero, una vez des
prendido de mí ese extraordinario encantamiento, ya no sé
decir nada de ello; soy entonces tan incapaz de mostrar con
palabras sensatas dónde esté esa armonía entretejida en mí y
en todo el mundo y cóm o me haya hecho sentirla, com o de
exponer un informe sobre la circulación interior de mis vis
ceras o los borbotones de mi sangre.
35
f
36
V
dolor. Frente a él siempre se alzaría Craso, con sus lágrimas
y su murena. Y sobre esa figura, de la que saltan tan a la
vista, en medio de las cosas elevadas de un todopoderoso Se
nado deliberante, lo ridículo y mediocre, sobre esa figura algo
indecible me obliga a pensar, de un modo tal que me parece
completamente insensato en el mismo instante en que intento
expresarlo con palabras.
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el lenguaje en el que quizás me fuera dado, no sólo escribir,
sino incluso pensar, no es el latín, ni el inglés, ni el italiano
o español, sino un lenguaje del que no conozco una sola pala
bra, un lenguaje en el que me hablan las cosas mudas y en el
que, quizás, una vez en la tumba me justificaré ante un juez
desconocido.
P h i . C handos
38
ILUSTRACIONES
Pág.
39
COLECCIÓN DE ARQU ILECTU RA
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