9.la Asesoria A Las Escuelas
9.la Asesoria A Las Escuelas
9.la Asesoria A Las Escuelas
escuelas.
Reflexiones para la mejora
educativa y la formación
continua
de los maestros
La mejora escolar, entre la acción institucional y el trabajo en el aula
Distintos enfoques recientes de innovación y mejora (escuelas efi caces, mejora de la escuela,
reestructuración escolar) han conducido a que, en lugar de restringirse a la actividad de
los profesores –considerados individualmente– en su aula, sin ignorarla, es el “centro
escolar” como conjunto el que proporciona un “valor añadido” a la educación de los
alumnos. La unidad llamada “escuela”, como ha demostrado la investigación (Murillo,
2005), tiene efectos específi cos en el modo como se lleva a cabo la educación y en la
calidad del aprendizaje ofrecido. Desde estas coordenadas, la mejora de los aprendizajes
de los alumnos y alumnas, misión última que justifi ca la experiencia escolar, se hace
depender de la labor conjunta de todo el centro escolar (Bolívar, 1999a; Gather Thurler,
2004). La efi cacia y mejora de la educación es, en este sentido, contingente, es decir
dependiente de las particulares circunstancias de cada escuela. Así, si las reformas
externas quieren tener algún impacto deben dirigirse a potenciar la capacidad interna
de los centros escolares para llevarla a cabo que, a la larga, tendrá un impacto en los
aprendizajes de los alumnos.
El desencanto sobre las posibilidades que las reformas, empaquetadas externamente,
han tenido para transformar la realidad educativa en el último tercio del pasado siglo,
motiva volver la mirada al centro como lugar estratégico de un cambio generado desde
abajo. Cuando la planifi cación moderna del cambio y su posterior gestión han perdido
credibilidad, se confía en movilizar la capacidad interna de cambio para regenerar internamente,
por integración y coherencia horizontal, la mejora de la educación. Se extiende
entonces la idea de que las grandes líneas de acción política no existen más que en la
medida que son movilizadas y concretadas por los actores locales. Esto dependerá de las
particularidades de cada centro, que deberá conjugar las demandas externas con sus propias
prioridades. Es entonces cuando se argumenta que la transformación de las organizaciones
tiene que producirse por un proceso de autodesarrollo, llegando incluso –en los
últimos tiempos– a reclamar que sean “organizaciones que aprenden” (Bolívar, 2000).
En lugar de estrategias burocráticas, verticales o racionales del cambio, se considera
la descentralización y autonomía como un dispositivo para incrementar la efi cacia
del sistema educativo, de modo que puedan hacer emerger dinámicas autónomas de
cambio con el protagonismo y compromiso de los docentes. De este modo, todo aquello
que contribuya a potenciar la escuela como unidad básica se considerarán estrategias
privilegiadas de mejora: el trabajo colegiado en torno a un proyecto conjunto, desarrollo
curricular basado en la escuela, oportunidades de desarrollo profesional y formación
basadas en el centro, asesoría al centro educativo como unidad básica, etcétera.
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La asesoría a las escuelas. Refl exiones para la mejora educativa y la formación continua de los
maestros
La mejora de la educación pasa, como línea prioritaria de acción, por la reconstrucción
de los establecimientos escolares como organizaciones educativas y como
lugares de formación e innovación no sólo para los alumnos, sino también para los
propios profesores. Por eso, la mejora es algo a generar desde la propia escuela, en
lugar de hacerla depender de la puesta en práctica de propuestas novedosas externas, y
–como tal– un proceso. Dicha mejora no consiste, entonces, en implementar bien (es
decir, fi elmente) ofertas externas, cuanto en generar cambios en los modos de llevar a
cabo la enseñanza y de funcionar los propios centros escolares y sus unidades organizativas
básicas (departamentos, ciclos, cursos, grupos).
En otro trabajo (Bolívar, 2004) he dado cuenta de cómo en las últimas décadas
de tomar el centro escolar como unidad de cambio se ha insistido en que, en último
extremo, la mejora se juega a nivel de aula (enseñanza-aprendizaje de los alumnos); lo
que afecta a reenfocar el asesoramiento para incidir en las prácticas docentes. A mitad
de los noventa, comienzan crecientes síntomas de que dicha labor conjunta a nivel de
centro escolar no está afectando –como se esperaba– sufi cientemente en el aprendizaje
de los alumnos. Es decir, los cambios de “segundo orden” (estructura y cultura de
la escuela), por decirlo con la distinción de Cuban (1988), no siempre aseguran los
de “primer orden” (efectividad de la escuela); aunque, a la larga, sean necesarios para
hacerlos sostenibles.
Si nos tomamos en serio la tesis de la sociología institucional de que los centros
educativos están “débilmente articulados”, funcionando cada profesor independientemente
en su aula, son escasas –cuando no nulas– las posibilidades de que lo planifi cado
a nivel de centro pueda ser trasladado efectivamente al aula. Esta débil articulación
supone, comenta Elmore (2000: 5-6), que “el ‘núcleo técnico’ de la educación
–las decisiones concretas sobre qué enseñar en un tiempo dado, cómo enseñarlo, qué
aprendizajes esperar de los alumnos, cómo agruparlos en las aulas para enseñarles,
qué se les debería exigir para que demuestren sus conocimientos y, sobre todo, cómo
debería evaluarse su aprendizaje– reside en las aulas individuales, no en la organización
que las envuelve”. Debido a esta resistencia y patología de los sistemas educativos,
continúa diciendo Elmore, “la mayoría de las innovaciones pueden ocurrir en torno a
estructuras que rodean a los procesos de enseñanza-aprendizaje, pero sólo débilmente
en los procesos actuales de enseñanza y aprendizaje”. La inviolabilidad de las elecciones
y acciones que los profesores toman en clase sobre lo que enseñan y cómo lo hacen,
además de la falta de trabajo en equipo (que, cuando existe, no suelen versar sobre los
procesos didácticos), tornan imposible dicha relación.
[a] Tipo I (Iniciar un proceso de desarrollo). En escuelas inefi caces, que se encuentran
estancadas o con alto índice de fracasos, siendo incapaces de mejorar por ellos mismos,
se requiere iniciar un proceso de desarrollo. Las estrategias deben dirigirse a objetivos
claros y directos, limitados a algunas dimensiones básicas del currículum u organizativas,
para ir creando confi anza y competencia para empezar a mejorar.
Algunas estrategias pertinentes para estos centros escolares serían: cambio de
liderazgo o equipo directivo, proporcionar un fuerte e intensivo apoyo externo, recoger
datos para un buen diagnóstico, centrarse –en primer lugar– en asuntos fáciles de
resolver, estructurar equipos de profesores en formas o estilos de enseñanza-aprendizaje
sencillos, cambios organizativos progresivos para generar nuevas oportunidades para el
liderazgo, colaboración y planifi cación; aminorar el miedo al control e inspección para
dar espacio al desarrollo.
[b] Tipo II (Apoyar el inicio de un proceso de desarrollo). Las estrategias se dirigen a
que las escuelas puedan refi nar sus prioridades de desarrollo, focalizarse en aspectos
específi cos de la enseñanza/aprendizaje y construir la capacidad para apoyar su trabajo.
Estas estrategias suponen un cierto nivel de apoyo externo, pero en teoría pueden mejorar
por sí mismas. Cuando se focalizan en innovaciones en la enseñanza y aprendizaje,
informadas y apoyadas externamente, se pueden llamar variante IIa, y cuando tienden
a ser iniciadas por el propio centro, IIb (Hopkins, 2001: 173).
En este caso las estrategias serían: cambiar modos de ejercer el liderazgo, mejorar
el entorno, ampliar el tiempo de trabajo en clase y conjunto, implicar a todo el
personal (padres, alumnos y profesorado) en la mejora del rendimiento, revisar datos
de rendimiento, centrarse en alumnos con necesidades educativas especiales, apoyar
la creación de un ambiente adecuado entre el profesorado, ilusionar al profesorado
nuevo en el desarrollo del centro, articular y reafi rmar los valores sobre la escuela y la
profesión, etcétera.
[c] Tipo III (Sostener la institucionalización del desarrollo). También las escuelas
“buenas” o “efectivas” necesitan estrategias dirigidas a que permanezcan o continúen
sus esfuerzos de mejora. En estos casos el apoyo externo aunque sea bienvenido, no
es necesario para el propio progreso de la escuela. Abrirse a nuevas ideas y prácticas,
colaborar mediante “paternariado” con centros superiores de educación, crear redes de
centros suelen ser las formas más comunes.
Las estrategias adecuadas para mejorar y apoyar a centros efectivos serían: articular
valores y extender los logros, incrementar las expectativas del profesorado y de la
comunidad educativa en los niveles de consecución, organizar tiempos y espacios para
planifi car en colaboración a nivel de departamento y aula, creación de equipos y
modelos de enseñanza y aprendizaje, dar oportunidades para desarrollar experiencias
innovadoras, celebrar y compartir los éxitos.
Si la mejora es dependiente, además de los apoyos externos, de la capacidad de
desarrollo de cada centro, las estrategias deben ser –entonces– diferenciales, en función
del estado del centro, no existiendo –por tanto– una estrategia única de mejora.
Sin embargo, reconociendo las virtualidades del modelo de desarrollo de Hopkins,
Hargreaves (2003: 212-223) señala varias limitaciones: a) Los niveles de desarrollo
de los centros están basados en niveles de efectividad, cuando debían recoger también
otras dimensiones; b) el modelo es un continuum, cuando la realidad es más compleja;
y c) el problema de determinar diferencias entre centros depende de cómo defi nimos
fracaso y éxito. Por eso el modelo debe ser complementado vertical y horizontalmente,
mediante un desarrollo profesional por comunidades de compromiso y un liderazgo
compartido.
Los servicios de apoyo a nivel de trabajo en el aula han de ejercer un liderazgo para la
enseñanza en un doble nivel: a) acompañando y estimulado las prácticas docentes de una
escuela: se establecen prioridades sobre las que los docentes tengan una comprensión
compartida y altas expectativas de mejora; contribuir a desarrollar las competencias
docentes y, por último, la mejora conjunta del centro, b) liderazgo distribuido entre
el profesorado: para no crear dependencia y para gestionar el propio apoyo, estimula
que los equipos directivos, en primer lugar, y el profesorado, en segundo, puedan
liderar la gestión de los procesos de enseñanza y aprendizaje dentro de cada comunidad
profesional de prácticos (Harris y Muijs, 2005).