¿Quién Es Jesús? Por Anthony Buzzard
¿Quién Es Jesús? Por Anthony Buzzard
¿Quién Es Jesús? Por Anthony Buzzard
Por
Anthony F. Buzzard, MA (Oxon), MA Th
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.”
(1 Timoteo 2:5)
Para aquellos que ya están acostumbrados a las opiniones ampliamente sostenidas en casi todas las
denominaciones, es probable que les resulte alarmante la sugerencia de que Jesús no es, de acuerdo a la
Biblia, “verdadero Dios de verdadero Dios”. No es usualmente conocido que muchos estudiantes de la
Biblia durante todas las épocas, no concluyeron que la Escritura describe a Jesús como “Dios” con “D”
mayúscula, incluyendo a un considerable número de eruditos contemporáneos
Una diferencia de opinión en semejante asunto fundamental debería retarnos a una investigación de la
importante cuestión de la identidad de Jesús. Si nuestra adoración debe ser, como ya la Biblia lo demanda,
“en espíritu y en verdad” (Juan 4:24), es claro que nosotros deseásemos entender qué revela la Biblia de
Jesús y su relación con el Padre. La Escritura nos advierte que es posible caer en la trampa de creer en
“otro Jesús” (2 Corintios 11:49 — un otro “Jesús” que el revelado en la Biblia como el Hijo de Dios, el
Mesías prometido por los profetas del Antiguo Testamento.
Es un hecho chocante que Jesús nunca se refirió de sí mismo como “Dios”. Igualmente notable es el
uso del Nuevo Testamento de la palabra “Dios” — en Griego ho theos — para referirse al Padre
únicamente, unas 1350 veces. En contraste definido, Jesús es llamado “dios” sólo en un puñado de textos
— tal vez no más de dos.1 ¿Por qué esta diferencia impresionante del uso del Nuevo Testamento, cuando
tantos parecen creer que Jesús no es menos “Dios” que Su Padre?
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio. 6:4).
“No tenemos todos un mismo Padre?¿No nos ha creado un mismo Dios?” (Malaquías 2:10).
“Antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí” (Isaías 43:10).
“Porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22).
“Porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí” (Isaías 46:9).
El Hijo de Dios
La fuente de la muy prolongada confusión acerca de la identidad de Jesús es la suposición extraída de
años de pensamiento tradicional de que el título “Hijo de Dios” debe significar en las Escrituras un ser no
creado, el miembro de una Divinidad. Esa noción no tiene ninguna posibilidad de ser encontrada en las
Escrituras. Es un testimonio al poder del adoctrinamiento teológico que hace que esta idea subsista tan
tercamente. En la Biblia “Hijo de Dios” es una alternativa y virtualmente un título sinónimo para el
Mesías. Así Juan dedica su evangelio completo a un tema dominante, que creamos y comprendamos que
“Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios” (Juan 20:31). La base para igualar estos títulos se encuentra en un
pasaje favorito del Antiguo Testamento en el Salmo 2:
“Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido”
a quien ha puesto como Rey de Jerusalén (v. 6) y de quién él dice: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy.
Pídeme, y te daré por herencia las naciones” (v. 7, 8). Jesús no vacila en aplicar todo el Salmo a su
persona, y lo ve como una predicción de su futura gobernación y de sus seguidores sobre las naciones
(Apocalipsis 2:26, 27).6
Pedro hace la misma ecuación de Mesías e Hijo de Dios, cuando por revelación divina afirma su
creencia en Jesús: “Tú eres el Cristo (Mesías), el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
El sumo sacerdote le pregunta a Jesús:
“Eres tú el Cristo (Mesías), el Hijo del Bendito?” (Marcos 14:61).
Natanael comprende que el Hijo de Dios no es otro que el Rey de Israel (Juan 1:49), el Mesías (v. 41),
“aquel de quien Moisés escribió en la ley y también en los profetas” (v. 45; cp. Deuteronomio 18:15-18).
El título “Hijo de Dios” es aplicado también en la Escritura a los ángeles (Job 1:6; 2:1; 38:7; Génesis
6:2, 4; Salmo 29:1; 89:6; Daniel 3:25), a Adán (Lucas 3:38), a la nación de Israel (Éxodo 4:22); a los
reyes de Israel como representando a Dios, y en el Nuevo Testamento a los Cristianos (Juan 1:12). En
vano buscaremos para hallar alguna aplicación de este título a un ser no creado, un miembro de la eterna
Divinidad. Esta concepto está simplemente ausente de la idea bíblica de la filiación divina.
Lucas sabe muy bien que la filiación divina de Jesús se deriva de su concepción en el vientre de una
virgen; él no sabe nada del todo sobre algún origen eterno:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá (María) con su sombra; por lo
cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).
El Salmista ha atribuido la filiación Mesiánica a un momento definitivo de tiempo — “hoy” (Salmo
2:7) — en la ocasión de su nombramiento para la dominación del mundo. Pablo encuentra una aplicación
adicional del Salmo 2 en la resurrección de Jesús (Romanos 1:4).
Aquí están claramente expuestas por las Escrituras las ideas bíblicas de la filiación de Jesús, las
cuales Jesús reconoció como la Palabra de Dios. Esta filiación debe ser fechada desde la concepción de
Jesús, su resurrección, o desde su nombramiento para ser Rey. La opinión de Lucas sobre su filiación
concuerda exactamente con la esperanza en el nacimiento del Mesías de una mujer, una descendiente de
Adán, Abraham, y David (Mateo 1:1; Lucas 3:38). Los textos que hemos examinado no contienen
información de una preexistencia personal del Hijo en la eternidad.
La “Divinidad” de Jesús
Decir que Jesús no es Dios no es negar que él está excepcionalmente investido con la naturaleza
divina. La Divinidad es, por así decirlo, “innato” en él en virtud de su concepción única bajo la influencia
del Espíritu Santo, como también por el Espíritu que mora en él en medida plena (Juan 3:34). Pablo
reconoce que la “plenitud de la deidad moraba en él” (Colosenses 1:19; 2:9). Viendo al hombre Jesús
vemos a gloria del Padre (Juan 1:14). Vemos que Dios mismo estaba “en el Mesías reconciliando al
mundo consigo mismo” (2 Corintios 5:19). El Hijo de Dios es, por consiguiente el pináculo de la creación
de Dios, la expresión plena del carácter divino en un ser humano. Sin embargo la gloria del Padre fue
manifestada, en un mucho menor grado, en Adán (Salmo 8:5; cp. Génesis 1:26), en Jesús la voluntad del
Padre es plenamente explicada (Juan 1:18).
Nada de lo que Pablo dice acerca de Jesús lo saca de la categoría de un ser humano. La presencia de
Dios que moró en el templo no convirtió al templo en Dios! Raramente es observado que un alto grado de
“divinidad” es atribuida por Pablo también al Cristiano13 que tiene el espíritu del Mesías morando en él
(Efesios 3:19). Así como “Dios estaba en Cristo” (2 Corintios 5:19), así también Cristo estaba “en Pablo”
(Gálatas 2:20), y él ora para que los Cristianos sean “llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 1:23;
3:19). Pedro habla de los fieles como teniendo la “naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Lo que es cierto de
los Cristianos es cierto en un más alto grado de Jesús quien es el “precursor” que lleva a otros a través del
proceso de la salvación después que él mismo hubo “completado la trayectoria” exitosamente (Hebreos
2:10).
En la Forma de Dios
A pesar de la masiva evidencia del Nuevo Testamento mostrando que los apóstoles siempre
distinguieron a Jesús del único Dios, el Padre” (1 Corintios 8:6), muchos confiadamente encuentran la
opinión tradicional de Jesús como una segunda criatura increada, plenamente Dios, en Filipenses 2:5-11.
Es algo de una paradoja que el escritor sobre Cristología en el Diccionario de la Iglesia Apostólica pueda
decir que “Pablo nunca le da a Cristo el nombre o descripción de ‘Dios,’” pero no obstante encuentre en
Filipenses 2 una descripción de la “pre-vida” eterna de Cristo en el cielo.14
Un reciente y muy aclamado estudio de la visión bíblica sobre Jesús — Christology in the Making,
por James Dunn — nos alerta del peligro de leer en las palabras de Pablo las conclusiones de la
generación posterior de teólogos, los “padres” de la iglesia Griega en los siglos siguientes a la
culminación de los escritos del Nuevo Testamento. La tendencia de buscar en la Escritura lo que ya
creemos, es natural, ya que ninguno de nosotros puede fácilmente encarar la amenazante posibilidad de
que nuestra comprensión ”recibida”, no coincida con la Biblia. (El problema es aún más agudo si estamos
envueltos en enseñar o predicar la Biblia.)
Sin embargo, ¿no estamos demandando de Pablo más de lo que a él le sería posible dar por medio de
pedirle que nos presente, en unas pocas frases breves, con otro ser eterno distinto que el Padre? Esto
amenazaría tan obviamente el estricto monoteísmo que él expresa tan claramente en todos los demás
lugares (1 Corintios 8:6; Efesios 4:6; 1 Timoteo 2:5). También aumentaría la totalidad del problema
trinitario el cual Pablo, como brillante teólogo que era, ignora completamente.
Mirando de nuevo a Filipenses 2, debemos formular la pregunta si Pablo en estos versos ha hecho
realmente lo que sería su única referencia de Jesús como habiendo estado vivo antes de su nacimiento. El
contexto de su comentario lo muestran urgiendo a los santos a ser humildes. Se ha preguntado
frecuentemente si es de alguna manera probable que él hubiera forzado esta lección por medio de pedir a
sus lectores a adoptar esta estructura de mente de uno que, habiendo sido Dios eternamente, tomó la
decisión de ser hombre. Podría ser también difícil para Pablo referirse al preexistente Jesús como Jesús el
Mesías, leyendo hacia atrás a la eternidad el nombre y oficio que él recibió en su nacimiento en Belén.
Pablo puede ser comprendido fácilmente en Filipenses 2 en los términos de un tema favorito: La
Cristología de Adán. Fue Adán quien era a la imagen de Dios como el Hijo de Dios (Génesis 1:26; Lucas
3:38). Mientras que Jesús, el segundo Adán (1 Corintios 15:45) era también en la forma de Dios (las dos
palabras “imagen” y “forma” pueden ser intercambiadas).15
No obstante, mientras Adán, bajo la influencia de Satán, ambicionó la igualdad con Dios (“seréis
como Dios” — Génesis 3:5), Jesús no. Sin embargo él tuvo todo el derecho al oficio divino puesto que él
era el Mesías que reflejaba la presencia divina, pero él no se consideró igual a Dios como algo a “que
aferrarse”. En vez de eso él renunció a todos los privilegios, rechazando la oferta de Satán de poderío
sobre los reinos mundiales (Mateo 4:8-10), y se comportó a lo largo de su vida como un siervo, aun al
punto de ir a una muerte de criminal en la cruz.
En respuesta a esta vida de humildad Dios ahora ha exaltado a Jesús al rango de Señor Mesías a
la diestra del Padre, tal como el Salmo 110 lo predijo. Pablo no dice que Jesús estaba re-obteniendo una
posición que temporalmente había renunciado. Él parece más bien haber ganado su oficio exaltado por
primera vez después de su resurrección. Sin embargo él había sido toda su vida el Mesías, su posición fue
públicamente confirmada cuando él fue “hecho ambos Señor y Mesías” por medio de ser levantado de la
muerte (Hechos 2:36; Romanos 1:4). Si leemos el registro de Pablo sobre la vida de Jesús de esta manera
como una descripción continua de su auto negación, se notará un estrecho paralelo con otro de sus
comentarios en la carrera de Jesús. “Siendo rico, se hizo pobre por amor a vosotros” (2 corintios 8:9).
Mientras que Adán había caído, Jesús voluntariamente “bajó”.
La lectura tradicional del pasaje de Filipenses 2 depende casi enteramente de comprender la
condición de Jesús “en la forma de Dios” como una referencia a una vida preexistente en el cielo. Las
traducciones han hecho mucho por reforzar esta opinión. El verbo “era” en la frase “era en la forma de
Dios” ocurre frecuentemente en el Nuevo Testamento y de ningún modo acarrea el sentido de “existiendo
en la eternidad”, sin embargo algunas versiones tratan de forzar ese significado en él. En 1 Corintios 11:7,
Pablo dice que un hombre no debería cubrirse la cabeza ya que él es a la imagen y gloria de Dios. El
verbo aquí no es diferente al de “era” que describe a Jesús como en la forma de Dios. Si el hombre
ordinario es la imagen y gloria de Dios, cuánto mucho más Jesús, quien es el representante humano
perfecto de Dios en quien residen todos los atributos de la naturaleza divina (Colosenses 2:9). La
intención de Pablo en Filipenses 2 no es introducir el vasto tema de un ser divino eterno que se hizo
hombre, sino enseñar una sencilla lección de humildad. Debemos de tener la misma actitud que Jesús,
pensar como él lo hizo. Pero no se nos está pidiendo imaginarnos a nosotros mismos como seres divinos
eternos por allí rendidos a la divinidad con el fin de venir a la tierra como hombres.
No es ampliamente conocido que muchos han tenido serias reservas de leer Filipenses 2 como
una declaración acerca de la preexistencia. Un Antiguo profesor de Teología escribió en 1923: “Pablo está
rogando a los Filipenses a cesar las disensiones, y obrar con humildad unos con otros. En 2 Corintios 8:9
él está rogando a sus lectores a ser generosos en dar limosnas. Es cuestionado si no sería muy natural para
él hacer cumplir estas dos simples lecciones morales por medio de hacer menciones casuales ( y es la
única mención que él hace alguna vez) al enorme problema del modo de la encarnación. Y es considerado
por muchos que sus apelaciones simples tendrían más efecto si él se hubiera dirigido al ejemplo
inspirador de la humildad de Cristo y su auto sacrificio en su vida humana, como en 2 Corintios 10:1:
“‘Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo’.” El autor de estos comentarios, A.H.
McNeile, 16 sugiere la siguiente paráfrasis. “Aunque Jesús fue durante toda su vida divino, sin embargo, él
no lo creyó un privilegio de mantenerlo a toda costa y ser tratado como una igualdad con Dios, pero por
su propio acuerdo se vació a sí mismo enteramente a la voluntad de Dios y en consecuencia recibió la más
alta exaltación.
La Confesión de la Iglesia
La iglesia que Jesús fundó está basada sobre la confesión central de que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios (Mateo 16:16). Esta confesión es seriamente distorsionada cuando al aparecer un nuevo significado
éste es adherido al término “Hijo de Dios”. Semejante distorsión que ya ha ocurrido debiera ser evidente a
los estudiantes de historia de la teología. Sus efectos están con nosotros hasta hoy. Lo que se necesita
rápido es un retorno a la confesión fundamental de Pedro, quien, en presencia de Jesús (Mateo 16:16), y
los judíos (Hechos 2:3), y al final de su ministerio declaró que Jesús es el Mesías de Israel, el Salvador del
mundo, preconocido en los consejos de Dios pero manifestado en estos últimos tiempos (1 Pedro 1:20).
El estupendo hecho del Mesianismo de Jesús es comprendido sólo por la revelación divina (Mateo 16:17).
La figura fundamental del Cristianismo debe ser presentada dentro del marco Hebreo-bíblico. Es allí
que descubrimos al Jesús real e histórico quien es también el Jesús de la fe. Fuera de ese marco nosotros
inventamos a “otro Jesús” porque sus títulos bíblicos descriptivos han perdido ya sus significados
originales. (2 Corintios 11:4).
Cuando los títulos de Jesús son investidos con un nuevo significado no bíblico, es claro que éstos ya
no comunican su identidad conforme a la verdad. Cuando esto ocurre la fe cristiana es puesta en peligro.
Nuestra tarea, por lo tanto, debe ser proclamar a Jesús como el Mesías de la visión de los profetas, y
debemos dar a entender por Mesías e Hijo de Dios lo que Jesús y el Nuevo Testamento dan a entender por
estos términos. La Iglesia puede pretender ser la depositaria del auténtico Cristianismo sólo cuando ella
hable en armonía con los apóstoles y le diga al mundo quién es Jesús.