Aponte, Rómulo - Todo Por Un Orgasmo
Aponte, Rómulo - Todo Por Un Orgasmo
Aponte, Rómulo - Todo Por Un Orgasmo
Leonardo Padrón
Rómulo Aponte
Todo por un orgasmo
ePUB v1.1
lan_raleigh 13.08.12
Introducción
Reconocer que uno está fallando en la cama, que tiene una disfunción
sexual, y consultar a un médico por ese motivo, es tan difícil que menos
del 10% de los hombres que sufren disfunción eréctil solicitan tratamiento,
por lo que siguen escondiendo sus penes flácidos, con el agravante de que
no sólo evitan el sexo con sus mujeres, sino también su compañía, la
comunicación y el afecto con ellas, las expresiones de amor y cariño. Un
tipo con problemas en el pene también tiene problemas en el corazón.
Aquí hay historias de gente corriente con casos insólitos que han tenido
finales felices gracias a la farmacología y a la terapia sexual. Mi empatía
con esos hombres y mujeres que fueron a verme también ayudó, pero fue
su decidida intención de mejorar, luego de haber compartido conmigo la
intimidad de sus gustos y dolores, lo que de verdad hizo que conocieran el
sexo como una experiencia de placer.
Espero que ahora sus camas y sus vidas estén llenas de los goces de la
exquisita sexualidad humana, y también de la elevación sublime que
produce el amor. Y espero que disfruten estas historias de gente real, que
aprendan de ellas y que entiendan que generalmente esos problemas tienen
solución, por lo que hay que buscar ayuda cuando se presentan. Hay que
olvidarse de la vergüenza que puede dar hablar de estas cosas y hacer lo
que hay que hacer para sentirse bien, y para ser más capaz de amar y de ser
amado.
Un día llegó a mi consultorio una pareja que tenía una discordia marital,
un problema de pareja muy fuerte.
A medida que avanzaba la terapia descubrí que los dos sufrían profundos
sentimientos de abandono, derivados de experiencias traumáticas de la
infancia. Él no conoció a su padre y fue criado por una madre que por un
lado lo sometía a fuertes críticas y por otro le perdonaba sus faltas. Ella,
por su parte, creció en un entorno humilde, también sin afecto. El padre
descubrió su homosexualidad y se alejó de su madre cuando ella era
pequeña; esta mujer, estuvo siempre abrumada por los retos de la
supervivencia, su mamá no tuvo tiempo ni ánimo para darle cariño.
De todos los hombres con los que ella empezó a acostarse, estimulada por
él, se quedó con un amante, un vigilante. La mujer se involucró
afectivamente con el uniformado y empezó a acostarse mucho menos con
el vendedor. El vigilante era un patán: un hombre de baja condición que la
torturaba psicológica y físicamente. La insultaba, la humillaba, le ponía su
arma de reglamento en la cabeza. En una ocasión, la dejó desnuda en la
calle, después de tener sexo en su carro y el vendedor tuvo que ir a
rescatarla.
Han transcurrido dos años desde que acudieron por primera vez a mi
consulta; sus visitas no han sido frecuentes. Ella sigue viendo
esporádicamente al vigilante, aunque se han distanciado. Él trata de serle
fiel y de tener menos aventuras con hombres. Pero ambos, presos por el.
momento de sus severas psicopatologías, ofrecen resistencia ¡i la terapia,
porque no terminan de renunciar al exquisito disfrute que les brinda esa
situación de inestabilidad y de maltrato. Ellos mismos sabotean sus
propios avances.
La pantaleta roja
Era inevitable para él asociar la pantaleta roja con el sexo de fin de semana
de su hermana mayor, pero el contenido incestuoso de esas sesiones de
masturbación le generaban luego tanta culpa, que el sufrimiento terminaba
siendo mayor al placer brevísimo que sentía en esos momentos.
Poco después, le tocó iniciarse con una mujer diez años mayor que él, que
hacía la limpieza en su casa. Ella lo sedujo un día en que estaban solos en
la casa y tuvieron un coito apresurado y nervioso en un baño, temiendo ser
descubiertos en cualquier momento. El sexo, en su conciencia, estaba
asociado desde el principio a la ansiedad, al estrés. Y además, tenía el
componente biológico: la falta de serotonina.
Pero su dificultad para establecer una relación era más difícil de resolver.
Era un conflicto que llevaba décadas y no había sido atendido. Las madres
rígidas y autoritarias con sus hijos por lo general crían hombres sumisos y
pobres en sus vínculos amorosos y sexuales.
En el polo del dolor
Fue entonces cuando decidió hacer avances para conquistar a la mujer que
le gustaba en la oficina. Ella le hizo caso y empezaron a salir. Al principio,
se acariciaban sin llegar a la penetración, al coito. El logró entonces no
sólo excitarse sino también eyacular. Luego fueron a la cama. Tuvieron
momentos placenteros y la relación duró por un tiempo. Hasta que la
mujer comenzó a notar que él no era capaz de manifestarle ningún tipo de
afecto. Así que, aunque en la cama se llevaban bien, ella decidió romper.
El hombre, frustrado, abrumado por la desesperación que sintió cuando fue
abandonado a causa de su incapacidad para amar, dejó la consulta.
La terapista sexual
Luego de contar el caso del profesor clavado en el polo del dolor, quiero
hacer una pausa en estas historias para hablar de una profesional a la que
he acudido varias veces, con buenos resultados, para que ayude a otras
personas a aprender a las artes del sexo, a aprender a hacer el amor. No
porque los pacientes sean torpes o ingenuos, como en una película para
adolescentes en las que un joven se empata con una profesora, no; sino
cuando se trata de personas que, como el masoquista del que acabo de
hablar, desconocen qué es tener sexo placentero.
Se trata de la terapista sexual. Ese personaje del que alguna gente habla
como algo misterioso, excitante. Como si una terapista sexual fuese una
especie de prostituta con bata blanca, una enfermera sexy de película
porno. Nada que ver.
En primer lugar, son muy, muy pocas, y muy escasas. Muy poca gente
puede hacer este trabajo. Deben pasar por pruebas psicológicas y físicas,
no pueden tener ninguna enfermedad de transmisión sexual, y deben tener
una actitud sana hacia el sexo.
E importa también que hagan estrictamente lo que el médico les pide. Ellas
son una extensión mía en la cama de las personas. Ellas pueden ser mi
instrumento para curarlos en determinados casos. Sin ellas, no puedo
completar la terapia de ciertos pacientes. Tengo años acudiendo a las
terapistas sexuales.
¿Cómo trabajan? Pues en la mayoría de los casos, enseñan a la gente a
sentirse bien con su cuerpo y con el cuerpo del otro, a acariciarse, a ser
tiernos y sensibles, a dar y recibir placer. Enseñan a desnudar, a tocar, a
besar. Van poco a poco, según les voy indicando. Si tienen una sesión con
el paciente en un motel, generalmente luego el paciente tiene que tener una
conmigo en el consultorio para contarme cómo le fue. Si hace falta, les
pido que pasen después a un sexo más completo, con coito. Siempre con
condón.
En varios años que llevo trabajando con ellas, no he sabido de ningún caso
en que alguna se haya enamorado de un paciente. Sí ha pasado que, en las
sesiones de terapia en la cama, alguna ha sentido la tentación, llevada por
la excitación física, de ir más allá de lo que mis instrucciones le han
indicado. En ese caso, deben contenerse.
Son muy eficaces, casi siempre. Y la mayoría de las terapistas sexuales, en
la etapa final de su trabajo, también disfrutan de lo que le han enseñado al
paciente.
Vuelvo a los cuentos con otro caso de alguien que tiene problemas con su
cuerpo, pero que en este caso vienen de su mente, y tienen que ver también
con la incapacidad para amar que algunas personas pueden tener.
Este paciente pasaba de los 40 años y era un hombre que había tenido
varias experiencias sexuales, pero sin que en ninguna de ellas hubiera
sentido algo por alguien. Nunca se había enamorado y, para él, los
contactos con las mujeres eran una cosa muy estresante. Casi no disfrutaba
de sus relaciones con mujeres, a causa de la tensión que lo poseía. Era un
hombre frío que no alcanzaba a sentir ni transmitir amor y que estaba
bloqueado en varios sentidos por la ansiedad.
Obviamente, ninguna repetía nada con él. Ninguna quería siquiera volver a
verlo. De ese modo, pasaban los años y este hombre no llegaba nunca a
establecer una relación con nadie. El suyo era un sexo primitivo, dominado
por una profunda patología sexual, sin nada de consideración o de ternura.
La desviación que sufría lo apartaba por completo de cualquier cosa
parecida al amor de pareja. Ni siquiera podía albergar dentro de sí algún
grado de afecto hacia una mujer que le atrajera.
Eso elevaba sus niveles de ansiedad. Entre los 30 y los 40 años, no sólo era
abandonado por quienes sufrían sus ataques, sino que perdió la capacidad
para conquistar nuevas compañeras de cama. El estrés lo consumía, a la
vez que la sola idea de sentir amor le era más y más extraña.
Por eso, la primera vez que lo tuve enfrente, me dijo: «Antes de contarle
cuál es mi problema, el por qué decidí venir, necesito primero que me
garantice que diga lo que le diga no me va a botar de su consultorio».
En la cornisa
Ese caso del hombre que el cura botó del confesionario me recordó otro,
interesantísimo, que también involucra a un sacerdote, pero en una
posición muy diferente. En vez de estar en un confesionario, este otro cura
estaba en una cama. Y sin sotana.
Pasan las horas. Sigue escondido bajo la cama, acostado sobre esa
alfombra de hotel que quién sabe qué puede tener guardado. Al fin,
escucha que abren la puerta y ve los cuatro pies de dos personas. Los
tacones de su mujer, que salen volando, y los zapatos negros de un tipo.
Escucha susurros, besos, palabras apasionadas de dos amantes que se
desnudan rápidamente. El colchón se hunde sobre él. Alrededor de la
cama, caen la cartera, la falda, la blusa, el sostén, la pantaleta de su mujer,
y el pantalón negro, las medias negras, un interior no sé de qué color, la
camisa negra y el alzacuello blanco de un cura.
Y es que hay hombres que toleran muy bien la infidelidad. Eso fue lo que
pasó con este empresario, pese a la idea que tenía de que «todas las
mujeres son infieles». La fidelidad no se trata sólo de que uses tu pene o tu
vagina con una sola persona. Es mucho más que la exclusividad de los
genitales. Es también solidaridad, cariño, lealtad. Esas cosas fueron
tomadas en cuenta en esta historia, por una pareja en la que ambos fueron
infieles pero nunca dejaron de querer al otro.
Quien la mira es otra mujer, también joven, pero con muchos rasgos
masculinos. Muy poco dada a las sonrisas, lleva el pelo muy corto, nada de
maquillaje y ropa de telas crudas, con botones. Es una lesbiana dominante
y decidida, que ha comenzado a frecuentar a diario la pastelería para
admirar a esa muchacha tímida que comienza a gustarle mucho, y a la que
pronto decide seducir mientras sorbe un whisky en las rocas, entrecerrando
los ojos para imaginarla desnuda.
Por unos días, la pasan bastante bien. Salen, se acuestan. Usan crema
pastelera cuando están desnudas para excitarse más. Menos mal que no se
meten en el horno también. Pero no todo es felicidad. Un choque se
avecina.
Romance en el Caribe
En esa postal turística viviente, caminaba una mujer con un pareo que
apenas cubría su delgado traje de baño. Tiene más de 30 años y es una
hermosura. Es imposible no fijarse en ella. Ella, por supuesto, lo sabe.
Cada día, desde que llegó al hotel, sola, la han estado rondando hombres
solteros y casados que trabajan o se hospedan o pasan por el lugar. Se
levanta tipos a diestra y siniestra. Pero los ignora, uno a uno. Los repele
con orgullo y con una pizca de desprecio. Está acostumbrada a hacerlo: le
pasa todo el tiempo. Ella ve en cada uno de esos innumerables
pretendientes la intención exclusiva de acostarse con ella, que no quieren
nada más que sexo. No es virgen, para nada, tiene una buena experiencia
sexual, pero a su edad ya está harta de encontrar hombres que, apenas la
conocen, se lanzan a intentar seducirla para llevarla a la cama cuanto antes.
«Yo soy algo más que esto», se dice ella mientras mira en el espejo sus
codiciadas formas, las que muchas mujeres desearían. «Soy inteligente,
sensible, buena en mi trabajo, gano bien, me interesa el ambiente, la
cultura». Está cansada de que la vean, según siente ella, como un pedazo
de lomito.
Ella, maravillada por un hombre con el que se siente tan afín pero que no
quiera acostarse con ella de una vez, se enamora perdidamente de él. Él la
corresponde. Vuelven a Venezuela hechos novios. Y a los tres meses, se
casan.
Siguen adelante, no obstante. Pasan seis años juntos. En ese periodo, cada
uno despliega su verdadera personalidad, que es muy distinta a la que
apareció en aquel fantástico romance caribeño. La mujer es muy
dominante, lo presiona, lo regaña, le reclama atención permanente, lo
insulta porque él no la desea lo mucho que ella espera, le pierde el respeto
más y más. El hombre responde con el silencio, con la inmovilidad, y
comienza a vengarse de los gritos de ella con más indiferencia física. La
relación se torna peor y peor. Para completar el drama, él empieza a tener
una amante, con la que sí se acuesta, bastante. Si la esposa se entera y arde
Troya. Entonces van a mi consultorio.
El marido quiere arreglar las cosas. La mujer, quiere romper. Eso suele
pasar en las discordias maritales: uno quiere seguir, pero el otro no. Aquí
ocurre porque esta mujer bella, independiente y acostumbrada a ser el
centro de atención, está ya demasiado cargada de frustraciones por la
frialdad sexual de su esposo. Además, como ella no ha buscado a nadie
más, se siente abandonada, despreciada.
Ahora, ¿por qué él no desea a la belleza con la que se casó, y que estaba
enamorada de él? Revisando en el pasado de ambos, encuentro los
orígenes de las actuales personalidades de cada uno, las que han producido
una profunda discordia marital.
Ella fue una niña consentida, criada de manera que no vio nunca límites a
sus deseos, sus necesidades y sus caprichos. Creció para convertirse en el
mujerón que ahora es, y eso reforzó su ego de reina, acostumbrada a ser
venerada y complacida en todo.
Virgen a los 35
Lo hizo, y avanzó, porque quería conocer el sexo, porque quería amar y ser
amado. Con la terapista sexual, este paciente fue venciendo los sólidos
prejuicios que le inocularon sus padres, y emprendió, paso a paso, una
nueva vida en la que una sexualidad sana y la posibilidad del amor se
levantaban por vez primera sobre su horizonte.
En busca del padre perdido
Este es el caso de una mujer de más de 40 años que describe una buena
vida: un matrimonio feliz con un esposo que ella considera excepcional, un
hijo amado. ¿Cuál es el problema? Que ella está atormentada por las
dudas, porque en el trabajo se enredó con otro hombre.
¿Qué hace el amante? Pues como le gusta el sexo con ella, como la desea,
se aprovecha. Como pasa también con esta clase de personas, se aprovecha
de la debilidad de la mujer, de su necesidad imperiosa de cariño, para
mantenerla cerca y llevarla a un motel cada vez que le provoca.
Así que ella encontró en este amante que la sedujo otro pozo sin fondo en
el que meter una y otra vez su balde, tratando de calmar su eterna sed de
afecto. Como buscaba y buscaba y no lo encontraba, se obsesionaba con el
tipo. Como tampoco su hueco interior era copado por su familia, mantenía
el vínculo improductivo y doloroso con el otro hombre.
Lo descubrí con el caso de una mujer muy linda, ligada al medio del
espectáculo, de más de 30 años, divorciada. Estaba empezando en una
nueva relación de pareja, con un hombre que le gustaba mucho, en la que
tenía mucho interés porque esperaba que le permitiera restablecer una vida
de pareja estable.
You, mi delirio
Con el tiempo ella perdió toda la admiración que al principio tuvo por su
marido. Era una mujer con trastornos de carácter, hostil, irritable, de mal
humor. Todo eso junto contribuía a que él no tuviera casi nunca ganas de
acostarse con ella. El marido se sentía, en efecto, muy poco respetado por
su esposa. A medida que su sexo se hizo casi inexistente, ella se puso más
agresiva con él.
En un momento dado, la mujer reunió unos ahorros y compró un paquete
turístico hacia Vietnam, La India, Laos, Tailandia. El sureste de Asia, nada
menos: quería atravesar el planeta, irse literalmente a la otra punta del
mundo para alejarse de su marido por un tiempo. En ese viaje, repleto de
interesantes descubrimientos por culturas muy distintas a la nuestra, con
ruinas de imperios perdidos, comidas exóticas y gente por completo
diferente, ella coincidió con un grupo de turistas de Estados Unidos. El que
los llevaba de un lado a otro era un guía que la dejó prendada desde el
primer momento. Bronceado, activo, sabía muchísimo sobre la región,
hablaba esos idiomas tan ajenos, les explicaba siempre lo que estaban
comiendo. A esta mujer el hombre le pareció atractivísimo y se propuso
aprovechar la ocasión para volver a sentir el entusiasmo, la embriaguez y
la excitación del romance. Para volver a sentir lo que es desear y ser
deseada.
El trabajo es lo primero
Que un piloto no sea demasiado «ardiente» puede ser algo que haga sentir
más seguros a sus pasajeros, quienes no tendrán que temer a que el hombre
suelte los mandos del avión para agarrar la cintura de la aeromoza que le
trae un café, pero como individuo y como esposo resulta una verdad
terrible porque lo aleja de las mujeres que ama.
Fue criado por su madre, ya que su padre los abandonó por otra mujer
cuando él nació. «Mi mamá me inculcó que debía estudiar muy duro y
trabajar para salir adelante, y que no debía perder tiempo pensando en
mujeres, que eso era algo de hombres poco inteligentes». Tuvo muy pocas
novias, con las. que pocas veces sintió ganas de tener sexo. «Me la pasaba
pensando en otras cosas más importantes, como el trabajo».
Ahí, con una intensa terapia, tuve que mostrarle a ese hombre el valor que
tiene el sexo. En su caso particular, la falta de sexo había significado que
perdiera a su primera esposa y que estuviera a punto de que lo dejara la
segunda. Tenía grabada en la cabeza la voz de su madre, alejándolo de una
cosa tan maravillosa como el amor carnal sólo porque ella había sido
abandonada por el padre de él. La que tenía problemas con el sexo era la
mamá, pero se los imprimió al hijo, quien a su vez hizo sufrir a varias
mujeres. Lo peor es que se expuso él mismo a sufrir el mismo destino
emocional de su familia.
Este caso es interesante por dos razones: una, porque muestra que los
hombres, lejos de lo que se dice, no son siempre un género obsesionado
por el sexo, pues hay unos cuantos que dentro de sí le temen u a otros a
quienes les resulta indiferente; y dos, porque es muy elocuente sobre el
valor que la sexualidad tiene en la vida de todos nosotros. El sexo es un
vehículo para el amor. Está demostrado que el orgasmo de la mujer y la
eyaculación del hombre en las relaciones sexuales estimulan el sentimiento
amoroso. Nadie puede dudar que el sexo sea bueno para el amor.
Educando a mis pacientes
Encañonada
Una mujer de 39 años, ama de casa y con dos hijos, acudió a verme con su
esposo, con quien ha estado casada por ocho años. Se quejaba de que
desde hacía seis meses no habían podido hacer el amor porque a ella le
dolía mucho. El hombre cuenta que «es imposible que la penetre porque
apenas me acerco, ya se angustia y me dice que le duele mucho, ¡y eso que
ni siquiera le he tocado la vagina! ¿Cómo es posible que tenga un dolor tan
intenso si ni siquiera la he rozado con el pene?». Ambos estaban muy
angustiados por la situación y alegaban desconocer la causa, porque,
previamente, su vida sexual había sido satisfactoria. El ginecólogo de la
señora le había dicho que ella no tenía ningún problema médico.
Le pedí al esposo que saliera del consultorio; sospechaba que podía haber
algo que ella no me estaba contando. El médico debe tener buen «ojo
clínico» para intuir cuándo un paciente está ocultando alguna información
importante, cosas que no se atreven a decir delante de su pareja.
Apenas el marido salió, la mujer rompió a llorar y dejó salir, por primera
vez en medio año, su secreto: seis meses atrás fue violada por un amigo
del esposo, en una oportunidad que ella se había acercado a su oficina para
recoger un documento. «Fue horrible, doctor, cerró la puerta de su oficina
y me amenazó con una pistola. Entonces me violó y amenazó a matarme a
mí y a mi esposo si osaba hablar».
Fue después de esa violación que comenzaron los problemas sexuales con
su esposo, ya que cada vez que iban a tener relaciones, ella empezaba a
pensar y a decir «me va a doler, es horrible». Las imágenes, como una
película, de la violación se presentaban en su mente apenas se insinuaba
cualquier situación de tipo sexual.
Claro que el trauma por una violación es muy delicado y difícil de tratar.
Esa señora tuvo que recurrir, además a ayuda psiquiátrica para eliminar el
espantoso y traumático recuerdo, a recuperar su autoestima lesionada,
porque muchas mujeres sé valoran a sí mismas, equivocadamente, por la
integridad de su vagina. La inteligencia, los buenos sentimientos, los
compromisos con las causas nobles de la vida, la capacidad de amar son
los verdaderos elementos en los cuales una mujer debe fundamentar su
autoestima.
Menos mal que me lo contó: guardar eso por dentro sólo la hubiera
condenado, a ella y al marido, a una vida de dolor, de soledad y de
frustración. El día en que ella finalmente se atrevió a confesar lo que le
había pasado, comenzó su curación. Por eso es que las mujeres que son
víctimas de una violación deben solicitar ayuda profesional. Si no lo
hacen, no pueden ser auxiliadas por los profesionales que están para
ayudarlas a recuperar el bienestar, la alegría de vivir y su sexualidad plena.
Por culpa de una pelirroja
Todo empezó, según relata, dos meses atrás, justamente. El día en que sus
amigos lo pasaron buscando por el trabajo y lo arrastraron a un bar, para
hacerle una despedida de soltero. Él se dejó llevar por ellos, a sabiendas de
que su novia no aprobaba eso, como es natural, y de que tendría que
mentirle sobre qué iba a hacer esa noche. La sola idea de que ella supiera
que andaba con sus amigos era riesgosa, pues la muchacha solía decir que
«esos tipos son todos unos mujeriegos». Con esto en mente, el profesor
entró al bar más nervioso que emocionado, pero siguió adelante.
Bailó con todas ellas, bien pegado me imagino, pero hubo una que le llamó
mucho la atención. Era una pelirroja preciosa, recordaba él, delgada, de
ojos verdes que lo atravesaban en medio del humo de los cigarrillos y la
niebla que el alcohol le multiplicaba por dentro. Sintió que tenía mucha
química con ella, y que la deseaba. Ella se encargó de hacerle saber que
también lo deseaba. Sus amigos, al tanto de lo que estaba pasando y felices
de que la despedida de soltero terminara como ellos esperaban, le dieron la
llave del apartamento de uno de ellos, para que se fuera con la pelirroja.
Cosa que el profesor hizo. Al entrar al apartamento con la muchacha, supo
que en realidad no le gustaba tanto como creía en el bar, y que no quería
serle infiel a la mujer que amaba. Se sentía mareado por culpa de lo que
había tomado, y lo estaban torturando las dudas y el remordimiento por lo
que estaba haciendo, cuando se encontró en la cama, adonde su cuerpo lo
había conducido junto a la pelirroja.
«Ay, doctor, tengo un problema muy grande», me dice esta señora, como
de cincuenta y pico, angustiadísima. «Cuénteme, estamos para ayudarla.
¿Cuál es el problema?». La doña parpadea, mira al suelo, se estruja las
manos, y me cuenta que su marido la acosa, que quiere hacerle el amor
todos los días, a veces más de una vez al día, que ella ya no halla qué
decirle, que no es que no lo quiera ni que no le guste, sino que es
demasiado, que ella, pues, no puede aguantar el trajín de esa máquina
sexual que es su esposo.
Eso no es todo. La señora me explica que tienen diez años casados y que
se llevan muy bien. Y me dice que el señor es mayor que ella. «Ah, pero
qué bien, su esposo es mayor y todavía la quiere y la desea, eso me parece
fantástico», le digo yo, con toda franqueza. Ella insiste en que la asfixia
con su demanda de sexo. Hasta el punto de que se hace la dormida cuando
él llega, o se queda en la calle para pasar el menor tiempo con él en la
noche. Está pensando en divorciarse de él si la cosa sigue así. Cree que
todavía se puede arreglar, y por eso busca mi ayuda.
Obviamente, le pregunté cómo carrizo había hecho para tener esa energía y
esa libido a una edad a la que muy poca gente llega viva y mucho menos
en esas condiciones. Me contó que, desde hacía tiempo, viajaba a cada año
a un sanatorio muy exclusivo en Suiza y pagaba una fortuna por un
tratamiento rejuvenecedor en el que le inyectaban, imagino que entre otras
cosas, células de embriones de cordero. Luego volvía a Venezuela hecho
un torbellino.
Uno siempre quiere ayudar, más en un caso como este, con un amor y una
relación sexual verdaderamente inusual para la edad de las personas
involucradas. Les expliqué que podían encontrar un punto de equilibrio en
el que ambos pudieran sentirse satisfechos. Les dije cómo aprender a hacer
el amor sin coito, sólo con caricias, para que él dejara de sentirse
despreciado y ella recuperar la calidez del encuentro físico. Así, aquella
señora tan deseada y aquel súper anciano fueron reconciliándose y
defendieron su amor.
Nada mejor que una sexualidad plena y llena de amor para terminar tu
vida, ¿no? Todos tenemos derecho a ella, y el derecho a buscar ayuda
cuando esta posibilidad está amenazada. La vida vale mucho más cuando
involucra un sexo sano y alegre, que nos llena de energía y de goce. Esa es
una de las mejores manifestaciones de la solidaridad, la lealtad y el amor.
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