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Corazones Oscuros PDF
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CORAZONES
OSCUROS
Sh
S ey
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y a Drymon
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Corazones Oscuros Sheyla Drymon
AGRADECIMIENTOS
Este libro no habría sido posible sin la inestimable ayuda y apoyo de mi madre,
de mi padre y de mi hermano, y como no, de mis queridas y pacientes amigas,
Cristina y Raquel quienes escucharon mis ideas iniciales y presenciaron como
iba cobrando vida este proyecto.
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Corazones Oscuros Sheyla Drymon
RESUMEN
Su nacimiento marcó un antes y un después en la historia de su raza. Su infancia
estuvo plagada de dolor y traición, convirtiendo a Jared Bastard en el hombre
que es. Un vampiro odiado por los suyos y perseguido hasta la saciedad por los
brujos.
Su futuro está envuelto en la oscuridad al ver como todo por lo que luchó es
consumido por el fuego y las ansias de poder de unos humanos que no solo
cambiarían su vida, sino la historia.
Jared no esperó encontrar con la única mujer que podía salvarlo de la oscuridad
que era su vida.
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PRÓLOGO
Para él, un vampiro desterrado por los suyos, que solo conoció el dolor y el
desprecio desde su más tierna infancia, el que le abriesen las puertas de la
mansión Shadowś House fue una experiencia nueva que le caló hondo en su
quebrado corazón.
Durante quince años vivió con los hechiceros compartiendo sus risas y sus
preocupaciones, ayudándoles en sus misiones. En esos años se escucharon
rumores de ataques a otros clanes de cultura
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Grave error.
Ahora lo sabía.
Jared gruñó.
La culpa le acosaba. No pudo hacer nada por salvar a sus hermanos y hermanas.
No perdieron ni un segundo.
Y no se equivocaron.
En cuanto llegaron a la cima de la montaña que separaba los dos valles del clan,
contemplaron mudos del horror las llamas que consumían la mansión.
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Pero fueron ellos los que acabaron siendo cazados como animales. No se lo
esperaron.
Los mortales que eran capaces de utilizar la magia elemental y de los que
escucharon tantos rumores, eran reales y los estaban esperando a la entrada de lo
que en otro tiempo fue una majestuosa mansión.
En cuanto estuvieron a la vista fueron atacados sin piedad por los brujos. El
fuego los quemó, obligándolos a levantar sus barreras defensivas descuidando
los hechizos de ataque que estaban invocando.
Ese descuido lo supieron aprovechar bien los brujos, que buscaron grietas en las
barreras y lanzaron nuevos ataques. El poder que demostraron poseer fue
inmenso. Imposible. Pues ningún mortal era capaz de soportar esa cantidad de
magia en sus cuerpos sin perder la vida. Pero aquella noche, Jared comprobó que
las teorías que aprendió de niño siempre tenían una excepción.
Vaya manera de descubrir que los brujos realmente existían y que estaban
dedicándose a atacar indiscriminadamente a los clanes de seres inmortales que
vivían en relativa paz en aquel parque nacional protegido por los humanos que
desconocían que entre los árboles y los ríos que cruzaban los valles de Jasper
existían barreras mágicas que ocultaban de su vista las ricas y prósperas
propiedades de los hechiceros y del clan lycans Rhobsein.
Jared luchó junto a sus hermanos guerreros contra los brujos, pero le tomaron
por sorpresa, atacándolo por la espalda dos brujos que lo lanzaron por los aires,
estrellándolo contra la verja metálica que rodeaba a la mansión. El hierro
retorcido se clavó en su espalda, produciéndole una corriente de dolor que nubló
su vista unos
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segundos. El tiempo suficiente para que lo chamuscaran con una bola de fuego.
Los lycans que vivían en aquellas tierras eran hombres y mujeres orgullosos que
se alejaron de las normas de su raza, y vivían bajo su apariencia animal en
cuevas ocultas en lo más profundo del bosque. Ellos cazaban a todo aquel que se
atrevía a cruzar sus tierras, destrozando sus cuerpos a mordiscos. Evitando de
esta manera volver a sufrir pérdidas de miembros de su clan a manos de intrusos.
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Antes de que pudiera reaccionar, el lobo saltó desde la roca sobre Jared,
hincándole los colmillos en su brazo, consiguiendo tirarlo al suelo con la fuerza
de su ataque.
Jared luchó por librarse del lobo, golpeándole con el puño en el húmedo hocico.
Al hacerlo el animal soltó un gemido de dolor y dejó ir a su presa.
Con esfuerzo, Jared se levantó y se puso delante del árbol donde se había
apoyado para cubrirse la espalda. Los lycans atacaban en manada. Los hermanos
de aquel orgulloso lycans no estarían lejos.
La ronca voz del animal tuvo toda la atención de Jared, quien lo examinó
detenidamente.
El macho lycans no era estúpido. Había percibido que no era humano y por tanto
había hablado rompiendo el silencio de la noche.
Estaba ante un macho alpha poderoso, que no dudaría en arrancarle los brazos a
mordiscos con tal de mantener libre sus tierras de intrusos. Y en su actual estado,
malherido y con el núcleo mágico inestable, no estaba en condiciones para
enfrentarse a él. Si lo hacía corría el peligro de perder el control de su poder y
destruirse, quemándose desde dentro.
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— Mis disculpas, este camino lleva a donde pretendo llegar con prontitud.
Sin dejar de gruñir el lobo pateó el suelo con las patas delanteras y erizó el pelo
de su lomo encorvando la cabeza. Su raza era muy orgullosa, nacían guerreros y
nunca mostraban piedad ante sus presas. Su vida era dura y salvaje, marcada por
las traiciones y las disputas de poder. Los lycans tenían numerosos enemigos que
luchaban contra ellos en cruentas batallas en las que participaban los hombres y
las mujeres de su raza. Por ese motivo, la principal norma de su clan era no
permitir la entrada de ningún otro ser que no fuera un lycans. Las demás
criaturas inmortales tenían vedada la entrada, y si se atrevían a cruzar sus tierras
serían perseguidas y cazadas sin mostrar piedad ni parase a escuchar sus
excusas.
Jared entrecerró los ojos al escuchar como se acercaban los demás lobos,
siguiendo el rastro del lobo alpha de la manada. Era hora de poner fin al
enfrentamiento. Le urgía encontrar una cueva donde dormitar, sobre la húmeda
tierra curativa, hasta que sus heridas sanasen.
Además, posiblemente los brujos que atacaron las tierras de los hechiceros,
podrían haber seguido el rastro de sangre que dejó mientras huía, maldiciéndose
al tener que abandonar las cenizas de lo que llamó su hogar. No podía perder
más tiempo. Si lo encontraban los brujos, podría peder la vida. Los mortales
habían cazado a los hechiceros que lucharon valientemente por salvar su hogar,
arrancando después de asesinarlos, sus corazones, alimentándose del poder
latente en el palpitante músculo. Los brujos habían dejado de ser humanos la
primera vez que se alimentaron de
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Jared se mordió la lengua para no gritarle que se vistiese, que cubriese su cuerpo
y dejase de moverse de un lado a otro. Era una visión un tanto inquietante, ver
como la larga verga del hombre lobo se balanceaba rozando sus blanquecinos
muslos cada vez que él se movía.
Alejando la mirada de la entrepierna del lycans, Jared dijo.
— No pretendo hacer ningún daño en tus tierras, lobo. Tan solo deseo llegar a las
cuevas de las montañas. Hace unas horas han
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atacado las tierras de los hechiceros, corréis peligro si los brujos deciden venir a
cazaros.
— Podéis engañar a otro con esa patética excusa, criatura, pero a mi no.
— Que pesadez que me llames criatura — ordenó a su mente que los colmillos
que habitualmente mantenía retraídos en sus encías se alargasen, sorprendiendo
de esta manera al orgulloso macho —.
Nací vampiro, lobo — le señaló sonriendo abiertamente para que este pudiese
distinguir con claridad sus largos y curvados colmillos.
Gabeil Rhosban, macho alpha y jefe del clan lycans Rhobsein, cuyos dominios
eran las tierras del norte del parque, dejó escapar una carcajada irónica carente
de emoción. Aquella noche parecía que iba a ser aburrida y de golpe delante de
él se aparecía un estúpido y malherido vampiro.
Justo lo que necesitaba para alegrarle la noche.
De todos era conocida la aversión que sentían mutuamente las dos razas
inmortales más numerosas. El odio que sentía los vampiros y los lycans estaba
muy arraigado en sus corazones.
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Procurando que no notasen la rabia que sentía en esos momentos al ver que su
advertencia era ignorada de tal manera que estaban a punto de atacarle, Jared
ocultó lo que sentía riéndose en alto.
Jared disfrutó internamente al ver que había descolocado al macho alpha con sus
inesperadas carcajadas.
— Estás loco vampiro — le gritó Gabeil una vez recuperado del shock inicial.
No era normal que la víctima se pusiese a reír como un loco mientras estaba
rodeado por sus futuros verdugos. Lo tuvo que preguntar — ¿De qué te ríes?
Estás en clara desventaja.
Jared negó con la cabeza manteniendo la sonrisa. Puede que el lobo pensase que
lo superaba y solo porque estaba cubierto por sus compañeros, pero lo que no
podía saber el lycans era que el poder que dormitaba latente en su corazón podía
con todos ellos. Jared no era un vampiro normal. Por sus venas corría sangre de
dos razas diferentes de inmortales.
Era poderoso, pero al tiempo peligroso y no solo contra los que luchara. Su
poder era su mayor enemigo. Si perdía en control de su cuerpo, acabaría muerto,
estallando en miles de pedazos y destruyendo todo a su alrededor como una
bomba atómica.
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Odiaba que le llamasen cachorro. Por más que gruñese y gritase los demás jefes
de los otros seis clanes de su raza, seguían dirigiéndose a él como “el cachorro”.
Un título que a su pesar le quedó aún después de cien años gobernando con
eficacia su manada. Era cierto que tomó las riendas a los diecinueve años, pero
ya tenía más de un siglo de experiencia.
Antes de que le atacase Jared procuró calmar al orgulloso lupino sin dejar de
maldecir por haberse precipitado en hablar. Pocas veces era las que se podía
controlar y no soltaba a la cara lo que realmente pensaba. Y esta vez había
cometido una gran estupidez al cizañar al lycans mientras era vigilado por su
gente.
Pero como supuso el lobo no iba a olvidar tan rápidamente la ofensa. Esta vez
fue él quien se echó a reír e indicó con un gesto de su cabeza a su gente que se
preparase para atacar.
En cuanto se cansase de ver como jugaban con la presa el lobo alpha daría
permiso para que acabasen con él, despedazándolo vivo.
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— Por última vez lobo, déjame ir — advirtió con voz firme, concediéndole una
última oportunidad al lycans.
Jared dejó que se abalanzasen sobre él antes de dejar salir parte de su poder,
procurando mantener su núcleo mágico en calma.
No se lo esperó.
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No era normal que un chupasangre fuese capaz de dominar uno de los elementos
mágicos. Un vampiro era capaz de incinerar pequeños objetos como cerraduras
que le permitiesen entrar en las casas de sus víctimas. Pero no podían provocar
una explosión como la que presenció. El fuego que salió del interior del cuerpo
del chupasangre, parecía que tenía vida propia crepitando calmadamente a su
alrededor, protegiéndolo.
Debía poner fin a esa locura. Su deber ante todo era mantener la seguridad de su
manada.
— ¡Basta! — rugió Gabeil con fuerza haciéndose oír entre los gritos de batalla.
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Pero la realidad era bien diferente. Por dentro, Jared estaba a punto de quebrarse,
luchando fieramente por seguir consciente procurando
que
su
poder
no
saliese
de
su
cuerpo
descontroladamente.
Jared procuró normalizar su agitado corazón. La sangre que corría por sus venas
era escasa a causa de las heridas y debía mantener un nivel sanguíneo adecuado
si no quería morir desangrado. Su poder curativo era débil si lo comparaba con
su capacidad de destrucción. No podía sanar hasta que pudiese descansar en
condiciones, recostado sobre la tierra y en contacto con la naturaleza.
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batalla. Antes de que se dieran de cuenta, las gárgolas y los vampiers estaban
sobre ellos acabando con su gente.
Ellos eran pequeños cuando ocurrió, pero recordaban como fueron conducidos
por las mujeres a las cuevas ocultas en las entrañas de la montaña,
escondiéndolos para salvarles la vida.
Durante cinco días esperaron el regreso de sus familiares. Pero el quinto día al
ver que nadie aparecía, salieron de la cueva y se encontraron con la dura
realidad.
Gabeil al ser el hijo del anterior macho alpha tomó el control y con tan solo
cincuenta años se convirtió en el jefe lycans más joven de la historia de los siete
clanes.
Ahora, vivían ocultos en los bosques. Ninguno de ellos quería volver a vivir
como en antaño, en una lujosa mansión. Siendo un blanco fácil para sus
enemigos.
El clan Rhobsein era único entre los siete clanes lycans y por muchos siglos
esperaban serlo.
************
Una vez que se encontró solo, Jared soltó el aliento de golpe y gritó de dolor,
antes de escupir al suelo sangre.
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Miró a la cima de la montaña y soltó una maldición. Estaba muy lejos de las
cuevas, al menos a media hora si adoptaba nuevamente la forma de lobo.
Ahora que estaba solo podía transformarse, ya que adoptar una forma animal le
llevaba más de cinco minutos, entre que se concentraba visualizando en su
mente la imagen del animal que iba a convertirse y luego invocaba su poder
encogiendo su cuerpo, ocultando su ropa con magia y cambiando su piel por
plumas o por pelo.
Con la práctica consiguió acelerar el cambio, pero aún así perdía más tiempo
durante la transformación de humano a animal, que de animal a humano.
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Escupiendo sangre cada vez que rompía a toser Jared se dejó caer al suelo y
cerró los ojos dolorido agradeciendo la tranquilad que le confería la fresca y
húmeda tierra, tan llena de vitalidad y energía positiva.
Pero antes de morir buscaría a los asesinos que atacaron su hogar y acabaría con
todos ellos.
La venganza era su único destino.
************
No muy lejos de donde Jared dormitaba, las lenguas de fuego alcanzaban el cielo
nocturno iluminándolo levemente por unos instantes. Las salvajes llamas
consumían con rapidez los escombros de lo que en otro tiempo fue una lujosa
mansión, dejándola al estado de retorcidos hierros candentes y piedra
descascarillada y ennegrecida. Los jardines que rodeaban la propiedad estaban
cubiertos de ceniza y el humo que desprendía el potente fuego alcanzaba a cubrir
todo el horizonte.
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Los asesinos acabaron con todos los que allí moraban asegurándose que no
quedasen supervivientes entre las ruinas, registrando para ello palmo a palmo la
propiedad, dejando tras ellos un rastro de muerte y destrucción que difícilmente
sería olvidado y que daría comienzo a una guerra que cambiaría ese mundo.
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Mac tembló visiblemente al tiempo que se retorcía las manos con nerviosismo.
Sus temores se estaban cumpliendo.
— Fue muy rápido mi señor. Después de acabar con tres de nosotros escapó al
bosque y allí le perdimos de vista.
Sin decirle nada más William Walton le dio la espalda y se alejó un paso.
Permaneció en silencio cruzado de brazos y con los ojos cerrados. Su mandíbula
adquirió un tono blanquecino por la presión.
Maldito fuese.
corazones
impidiéndoles
regenerar
su
cuerpo
dañado,
Con los ojos brillantes de miedo, Mac suplicó cuando su Soberano se volteó
mirándolo fijamente con los ojos inyectados de sangre. William parecía un ángel
vengador, con sus cabellos
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Esos ojos enrojecidos, con una chispa dorada que iluminaba la oscuridad de su
iris le producía auténtico temor.
Había matado sin piedad a uno de los suyos y no sentía remordimiento alguno.
Sus hombres no eran más que peones en una guerra contra los inmortales que
pretendía ganar como fuese y si para obtener una victoria debía sacrificar a un
puñado de ellos, él mismo los empujaría hacia la muerte.
Algunos de los presentes lograron ahogar los gemidos de terror y sorpresa, los
pocos que no consiguieron ocultar el desagrado que
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sentían se giraron y se cubrieron con las capas para ocultar su identidad a fin de
que William no les reconociese.
Debían andar con ojo teniendo un Soberano como tenían. Un hombre que no
respetaba la vida y sólo pensaba en obtener más poder, era muy peligroso.
Tenían que tener cuidado. Si le contradecían morirían.
Quien no cumpla su misión acabará como éste — señaló con un gesto despectivo
al brujo muerto que seguía desangrándose a sus pies — ¡¡Lo habéis
comprendido!!
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— Roger no podemos entrar en un dominio lycans. Por más que desee acabar
con esos lobos, nuestro ejército está agotado.
Roger asintió con la cabeza, los mechones de cabellos de una tonalidad caoba le
cubrieron parcialmente sus ojos.
— Tienes razón primo, pero a pesar de que nuestro cuerpo esté débil nuestros
poderes aumentaron considerablemente esta noche después de alimentarnos.
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No necesitó mirar atrás para saber que los demás brujos le seguían de cerca.
************
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Dejando los libros sobre las camas, las mujeres caminaron hasta las ventanas y
escudriñaron el exterior escondiéndose detrás de las amplias y pesadas cortinas
de seda negra. Como suponían cerca de treinta cuatro por cuatro de carrocería
negro metalizado, se acercaban a gran velocidad a las verjas que protegían la
propiedad.
Contuvieron el aliento un instante antes de ver como los ocupantes del primer
coche abrían las puertas de hierro forjado con un mando a distancia.
Sus pisadas apenas eran perceptibles, ahogadas con la mullida alfombra turca.
— No debiste hacerlo.
Deborah Walton bufó furiosa y se soltó de su abrazo, alejándose unos pasos sin
dejar de insultar al destino.
— Esos hechiceros estaban avisados del ataque, como pudieron perder contra
nuestro padre y esa panda de locos.
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Sin ir más lejos, ella misma había pasado por esa traumática experiencia cuando
cumplió la mayoría de edad hacía cinco años, conocía de primera mano la
humillación, el dolor y el asco que debía estar sintiendo Deborah.
Pero que odiase a su padre y a los demás guerreros por abusar de su cuerpo era
normal y muy peligroso. Si sus maldiciones e insultos llegasen a oídos de los
hombres estaría perdida y acabaría siendo torturada y vendida como esclava
sexual al clan vampírico vecino ya que eran los únicos que aceptaban de buen
grado la cruenta cacería que llevaban a cabo y comerciaban de todas maneras
con los brujos, intercambiando mujeres y joyas.
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Cada noche que regresaban a casa los hombres después de capturar nuevos
corazones, Deborah se volvía insoportable poniendo en riesgo sus vidas con sus
palabras y su actitud. Debía tranquilizarla pues pronto estarían detrás de su
puerta ordenándolas que fuesen al salón para ser elegidas por los guerreros.
Deborah cerró los ojos dolorida. Ella no había conocido a su madre. La mujer
había muerto tres años después de traerla al mundo.
— Estoy tan cansada de todo esto — Admitió en voz baja y rota por las lágrimas
que se deslizaban silenciosas por sus pálidas mejillas —. Ahora comprendo
porque Sarah tomó ese camino.
Preocupada ante el tono de derrota de su voz, Sharon se movió con rapidez por
el cuarto hasta quedar parada frente a su hermana y después de zarandearla para
que saliese de ese estado sombrío de desesperanza, le gritó.
Sarah fue una cobarde al suicidarse — apretando sus manos en sus temblorosos
hombros hasta marcarla, Sharon continuó —. Te prometí que encontraría la
manera de sacarte de este lugar. ¿O no es
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verdad lo que digo? — esperó a que su hermana asintiese con la cabeza para
acabar por decirle —. Si se te ocurre matarte seré capaz de ir al infierno a por ti y
matarte con mis propias manos.
William estuvo de acuerdo con sus hombres de celebrar una fiesta, después de
todo, esa noche él también deseaba desahogar el malestar que sentía al haber
perdido la presa. Tomaría con rudeza a una muchacha y descargaría con ella su
mal humor.
Antes de que pudiese ordenar silencio para poder dar comienzo con la
celebración, escuchó el móvil. Maldiciendo en alto ante la inesperada
intromisión, William contestó la llamada.
— ¿Diga?
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William tembló.
Me haré más fuerte. Se juró William cerrando los puños con fuerza. Y cuando lo
sea, os destruiré a todos.
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— Me niego a bajar al salón. Que les den por culo a esos locos.
Sharon emitió un largo suspiro y siguió abrochando las tiras del vestido color
carmesí de Deborah.
Deborah se apartó una vez que su hermana acabó de vestirla y caminó hacia su
cama tumbándose en ella quedando boca abajo, abrazando su almohada.
Sin poder contenerse Sharon rompió a reír olvidando por un instante todas las
preocupaciones y problemas que rondaban sus vidas, como un ave de rapiña.
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Sharon se preocupó.
— No fue lo suficientemente claro, mujer. William sólo desea que vayas tú. Tu
querida hermana está castigada a permanecer en el cuarto. Esta noche tenemos
unos invitados muy importantes y necesitamos que estén presentes las mujeres
más habilidosas.
Deborah enrojeció de rabia, sus ojos color esmeralda brillaron con intensidad.
Las risas jocosas de los hombres se escucharon hasta que alcanzaron las
escaleras que bajaban al salón.
— Sharon yo…
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descubierto su esbelto cuello —. Ya arreglé las cosas para que dentro de dos
noches vengan a buscarnos.
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Deborah aguantó una hora encerrada en su cuarto. Hasta que los nervios le
volvieron loca.
Necesitaba sentir que era útil, que podía servir para algo más y no solo para
obedecer y complacer. Siempre era ella la que debía esperar ser salvada. Esta vez
sería ella la que salvaría a su hermana.
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celebrar una fiesta en la que el alcohol nublaría sus mentes y le daría espacio
libre para escudriñar por la casa en busca de una salida segura para pode
escaparse.
Con esa idea en mente, Deborah se acercó al balcón y miró hacia fuera. La
noche era tranquila y los jardines estaban oscuros.
A pesar de estar en fiestas esta vez no habían encendido las farolas que
iluminaban tenuemente los vistosos jardines.
— No dejaré que todo el peso del mundo recaiga sobre tus hombros hermana.
Esta noche cambiaré nuestro destino encontrando una salida — se prometió
abriendo los ventanales y saltando de cabeza a los jardines.
Lo que no se esperó fue encontrarse atrapada por unos fuertes brazos que la
salvaron de estamparse contra el suelo al no calcular bien la distancia de caída y
al fallar nuevamente su poder. Una magia que desde niña no conseguía dominar
y por la que se metió en más de un lío provocando verdaderas catástrofes a su
alrededor, cada vez que utilizaba su poder.
— Pero qué…. — comenzó a protestar molesta por ser atrapada nada más
comenzar su importante misión y preocupada por quebrar una orden directa de
su padre.
El hombre se rió y la apretó contra su pecho, pasando uno de sus brazos por
debajo de sus rodillas y tomándola en brazos suavemente.
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Pero la oscuridad del ambiente le impidió ver algo más que un contorno.
Deborah bufó.
Ni por asomo le creía. Nadie podía protegerla del bastardo de su padre. Tan solo
su hermana tenía ese poder.
El hombre acercó su rostro al suyo y la miró con intensidad con sus ojos rojizos.
Deborah quedó sin habla al verle con claridad. El hombre era hermoso, un bello
salvaje que la miraba con ferocidad como si sus ojos pudiesen verle el alma. Sus
cabellos eran blancos con tonos grisáceos y los mantenía largos y sueltos,
rozándole la cara con su sedosa suavidad. Las cejas que enmarcaban sus
penetrantes ojos estaban bien perfiladas y su mandíbula era fuerte con un
gracioso hoyuelo en su mentón al mostrar una clara y confiada sonrisa.
Pero lo que más le sorprendió a la joven bruja fue el tono de su piel. El hombre
tenía una piel de color azulada- grisácea. Curiosa al
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ser la primera vez que veía ese tono tan curioso de piel, Deborah alzó la
mano
le
rozó
con
suavidad
la
mejilla
dejándole
— ¡Suéltame!
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Estaba cansada y le dolía la cara después de sonreír sin ganas a los invitados que
aparecían a cuenta gotas, dispuestos a pasárselo bien en la fiesta que convocó el
Soberano William para celebrar el éxito de la cacería de esa noche.
Por suerte Deborah seguía en su cuarto, porque con el humor que tenía esa noche
los brujos se habrían dado de cuenta que ella fue la que informó a los hechiceros
que iban a ser atacados. Informar al enemigo era alta traición y se condenaba a
muerte.
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plan de huída, pero por el modo conciliador con que la miró, Sharon suspiró con
alivio.
— Hija que hermosa estás esta noche — Sharon lo vio venir. Le iba a pedir algo.
Estaba segura, sino no seria tan amable con ella. Su suposición no fue por mal
camino —. Tengo que pedirte algo.
Sharon asintió aunque por dentro estaba deseando estrangular con sus propias
manos a su progenitor. La trataba como una puta.
Una zorra de lujo que saltaba cada vez que él le decía que saltase. Y
— No. Eso es todo — le espetó con frialdad. De nuevo era el Soberano. Después
de conseguir sus objetivos retornaba su verdadero rostro dejando atrás al padre
cariñoso que fue una vez.
Nada más salir del despacho, Sharon tuvo que apoyarse contra una mesa de
madera tallada a mano y donde encima de ella
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permanecía colgado uno de los numerosos espejos que había por los pasillos de
la mansión, le fallaron las rodillas presa de los temblores.
Delineó con las yemas de sus dedos la clavícula que se veía con claridad, estaba
en los huesos. Apretó la mandíbula y observó su rostro. Su cara mostraba la
angustia que ahogaba su corazón y quebraba su alma lentamente.
Cuándo acabará esto.
Sharon quedó unos segundos parada en la entrada del salón observando a las
personas allí reunidas. Las mujeres de su clan, las únicas hembras en la mansión,
paseaban con sus vaporosos vestidos entre los alegres invitados mientras estos
las sobaban palmeando sus traseros y se reían de sus reacciones. Entre los
achispados y algo alcoholizados brujos bebían y conversaban seres de otras
razas.
La joven tembló al ser rozada lascivamente por un vampiro que pasó cerca de
ella. Odiaba a los vampiros. Prefería mil veces acompañar a los hombres lobos y
a las gárgolas que a esos esnob chupadores de sangre. Era asqueroso como la
miraban con lascivia y
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se relamían los labios imaginándose posiblemente a que sabría su cálida sangre.
— Que tenemos aquí — Sharon levantó la cabeza y se encontró cara a cara con
los oscuros ojos de un vampiro que la miraba de arriba abajo observándola con
atención —. Eres una preciosidad.
Instintivamente Sharon se apartó, pero el vampiro al ver que ella daba un paso
hacia atrás la sujetó de los cabellos y la acercó bruscamente a él. El penetrante
olor a perfume caro le revolvió el estómago a Sharon.
Su miedo la superó.
Las órdenes de su padre fueron que divirtiese a los invitados no que los
incomodase con sus gritos.
Pero al contrario de lo que pensó, sus gritos no enfurecieron al vampiro más bien
lo contrario, lo excitaron.
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eran sólo personajes de la literatura o eran unas perras codiciosas que disfrutaban
con el dolor restándolo diversión.
Con el propósito de hacerla suya Robeirt la arrastró por el salón en busca de uno
de los sofás que había en la esquina oscura de la amplia sala y que se utilizaban
para aliviar las necesidades sexuales que surgían después de disfrutar litros de
sangre y alcohol.
— Quien dijo que vayas a disfrutar de nuestro jueguecito — le sujetó los brazos
por encima de la cabeza dejándola expuesta e indefensa ante él, con la mano
libre le desgarró el vestido y chasqueó
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la lengua con aprobación al ver sus cremosos pechos —. Sólo te informé que no
olvidarás esta noche, mujer, no que disfrutarías de mis atenciones. Las que son
como tú no merecen disfrutar, me darás tu cuerpo y tu sangre — mientras la
penetraba bruscamente consiguiendo un jadeo de dolor y amargas lágrimas de la
joven bruja, Robeirt le susurró con la voz ronca —. Lo quieras o no.
Se sintió sucia.
El ronco gemido que soltó el vampiro al alcanzar el clímax no fue más que el
principio de una larga agonía que Sharon tuvo que soportar hasta el amanecer,
momento en que el vampiro la dejó libre tirada en el sofá con varios mordiscos
en el cuello y pecho, el cuerpo cubierto del asqueroso semen del vampiro y el
vestido olvidado en un rincón del suelo.
Cuando se sintió capaz de levantarse del sofá, Sharon caminó con lentitud,
jadeando de dolor, hacia su habitación. Entre sus brazos sostenía la estropeada
tela de su vestido. Intentaba cubrirse su cuerpo desnudo y sucio con esa rasgada
tela pero era en vano.
Con esfuerzo Sharon abrió la puerta y entró en el cuarto yendo derecha al baño.
Necesitaba una buena ducha, limpiar toda la porquería de su cuerpo, porque la
mierda que sentía sobre su alma no se iría nunca.
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Debajo del chorro de agua caliente lloró hasta quedar sentada en el plato de la
ducha abrazándose y buscando un consuelo que le calmase su desgarrado
corazón. Sus lágrimas se mezclaron con la espumosa agua desapareciendo por el
desagüe, como siempre desaparecían sus sueños, lentamente alejándose de ella
hasta perderse en la oscuridad.
Dejando caer al suelo la húmeda toalla con la que se estaba secando los cabellos,
Sharon registró el cuarto desde el vestidor hasta los tres armarios empotrados,
pero no encontró a Deborah por ningún lado.
El ruido de la puerta al abrirse sorprendió a Sharon que se giró y rezó que fuese
su hermana, que regresaba a su cuarto después de buscar un vaso de agua. Sus
esperanzas se quebraron al ver el rostro preocupado y ansioso de Roger.
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— ¿Qué sucede Sharon? — Abrió la puerta del todo y entró unos pasos en el
cuarto —. ¿Por qué gritas de ese modo?
¡Ha desaparecido!
Ni ella misma sabía lo que había sucedido. Le había dejado las cosas claras a su
hermana. Creía que la joven había entendido que ella lo tenía todo preparado
para escapar de la mansión. Estaba segura que le debía de haber pasado algo,
Deborah nunca la dejaría atrás.
— No lo sé, Roger. No sé lo que le pasó a Deborah. Anoche seguí las órdenes de
mi padre y atendí a los invitados.
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Roger la soltó y se alejó de ella un paso. La furia y el dolor que leía en sus
cristalinos ojos, le conmovió y revolvió algo que creía muerto en su corazón.
La conciencia.
—Se lo diré yo si así lo deseas. William deberá entender que no fue culpa tuya
que la alocada de tu hermana se escapase — Sharon tuvo que morderse la lengua
para no chillarle que los únicos trastornados eran ellos —. Acaba de vestirte.
— ¿Por qué no esperaste, Deborah? En dos días estaríamos las dos lejos de aquí.
Ahora,….ambas estamos en graves problemas. ¿Por qué Deborah? ¿Por qué?
Los gritos que se escuchaban a través de las puertas cerradas del despacho,
paralizaron a Sharon con la mano en el aire incapaz de abrirla y enfrentarse a los
dos hombres que la esperaban para interrogarla nuevamente.
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Sin llegar a pedir permiso para entrar, Sharon abrió la puerta y caminó hasta el
centro del despacho dejando intencionadamente abierta la puerta. Esperaba que
su padre no se atreviese a maltratarla fieramente si había testigos.
— Padre, Deborah no está en el cuarto — Pausó unos segundos para tomar aire
—. Deben de haberla secuestrado.
— Pero padre, la deben de haber secuestrado, ella nunca se iría por voluntad
propia.
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No la creía.
Si claudicaba esta vez el clan podría pensar que se estaba volviendo blando con
los años y podría haber una batalla por el poder, pero si veían que la justicia y las
leyes se aplicaban a todos por igual sin importar su estatus social, seguirían
temiéndole.
— Roger, encierra a esta mujer en los calabozos.
La locura del Rey estaba rayando el límite. No podía ser verdad que ordenase el
encierro de su hija, su heredera.
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Sin decir nada más, Roger golpeó en la cabeza a Sharon y la recogió antes de
que la desmayada mujer se diese de bruces contra el suelo.
— Como ordene…
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-3-
Los chasquidos del látigo al surcar el aire antes de impactar con crueldad en la
frágil piel de la condenada atrajeron como buitres a la carroña a los invitados del
Soberano.
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Durante esos interminables minutos de agonía Sharon se mordió los labios para
no gritar de dolor ante sus captores.
Concentró su mente en los latigazos que recibía, jurando venganza con cada
golpe.
Los contó.
Veintitrés latigazos.
Veintitrés.
Su edad.
Al ver que la joven no podía caminar con facilidad, la sujetaron de los brazos y
alzándola la bajaron deprisa hasta el nivel de las celdas.
Pasaron de largo cuatro celdas de las que se escuchaban los roncos gritos
agónicos de sus ocupantes. Al llegar a la quinta celda, la abrieron y la lanzaron
dentro, para encadenarla de las manos y de los tobillos a una de las paredes.
Antes de desmayarse Sharon escuchó las hirientes palabras de uno de los brujos
que no dudó en patearla antes de irse.
Las lágrimas que por tanto tiempo reprimió se deslizaron silenciosas mientras se
dejaba llevar por la consoladora inconsciencia, deseando de todo corazón que
todo lo que le estaba pasando no fuese más que fruto de su mente.
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No fue hasta cerca de la medianoche del día siguiente cuando Sharon recuperó el
sentido.
Dolorida entreabrió los ojos y reprimió las arcadas que le sobrevinieron ante el
nauseabundo olor que se condensaba en aquel lugar.
Asimilando que la habían encerrado en una celda, Sharon paseó la mirada por el
lugar. Los tenues rayos de la luna que inundaban la sombría celda que
proyectaban extrañas sombras con las siluetas de los barrotes, le permitieron
distinguir con claridad su nuevo hogar durante los próximos diez angustiosos
días.
Era tal y como se había imaginado que serían los calabozos de la mansión.
Estaba atrapada, encerrada en vida y no podía pedir ayuda a nadie. Por más que
quisiese nadie se dignaría a poner la mano en el fuego por ella. La habían
traicionado desde que tenía uso de razón, machacándola sin descanso ni piedad.
En ese momento recordó uno de los pocos consejos que le dio su madre antes de
su inesperada muerte.
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Con ese propósito, Sharon cerró los ojos y sondeó con su mente las celdas que la
rodeaban captando los tenues murmullos de los demás prisioneros. El dolor que
desprendían era tan grande que la colapsaron, obnubilando su mente durante
unos instantes. La angustia que sentían mezclada con el miedo y el odio la
impactó como si hubiera recibido una descarga y la dejó jadeante y temblorosa
apoyándose contra el muro para no caer al suelo de la impresión.
Sufriría esos diez días lo que nunca antes había pasado, pero nada comparado
con el infierno que tendría que vivir una vez pasado esos días de confinamiento.
Si los brujos no llegaban a encontrar a Deborah ya fuese viva o muerta, la
seguirían culpando y muy probablemente William ordenaría su muerte como un
medio de castigo para demostrar a todos que impartiría su poder por igual.
Y si las cosas seguían como hasta ahora, acabaría como el quebradizo esqueleto
que pendía de unas cadenas en una esquina olvidada de la celda, consumiéndose
hasta acabar convertido en cenizas.
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Sharon abrió los ojos sorprendida al escuchar esa voz ronca y grave cerca de
ella.
Miró a su alrededor y vio que en la celda en la que estaba no había nadie más.
Estaba sola acompañada tan solo de un escalofriante esqueleto que la miraba con
sus cuencas vacías.
El hombre que le había hablado debía ser un prisionero de una de las celdas
contiguas, que se aprovechó de la resonancia que había en los calabozos y que
conectaba las celdas por los conductos de aire.
— Es fácil decirlo — susurró en voz baja, tirando de las cadenas que la mantenía
presa —. Es muy fácil decirlo.
Aquel hombre que la llamaba con la voz rota y ronca se reía en su agonía, y
trastornado o no, el hombre sobrevivía a la tortura de la soledad alejando su
mente de la dura realidad y agarrándose como un clavo ardiente a la voz de un
extraño.
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Pero después de escuchar durante años que solo servía para entretener
sexualmente y que no era más que una inútil mujer, no estaba muy convencida
de su valía.
Su corazón deseaba ser libre, escapar de todo, pero su mente racional no hacía
más que recordarle las traumáticas experiencias, minándole los ánimos.
Era muy fácil dar ánimos, pero como decían las canciones antiguas las palabras
se las llevaba el viento y después quedabas sola con tus problemas y sin poder
hacer nada más que lamentarse al no haber reaccionado a tiempo.
— Acaso crees que estoy atado como un perro a la pared por gusto. El sado no
me va, niña.
El hombre gruñó con fuerza, tironeando con salvajismo las gruesas cadenas que
lo mantenían preso.
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La intensa discusión entre esos dos le recordó a las veces en que Deborah la
enfadaba y acababa chillando con ella perdiendo los nervios con sus ideas
disparatadas. Esos dos eran iguales, discutiendo acaloradamente desde sus
respectivas celdas sin que les importase que les separase unos muros de piedra.
Las maldiciones que se gritaban el uno al otro elevaron el tono de sus voces
hasta hacerse escuchar con fuerza en todas las celdas asustando a los presos por
la intensidad de la pelea. No querían que alertasen a los brujos. Si seguían
gritando de esa manera acabarían bajando para ver que sucedía.
El escuchar las voces de otras personas que estaban pasando lo mismo que ella,
la tranquilizaba. Si ellos podían sobrevivir a ese calvario, ella también lo haría.
No se dejaría vencer tan fácilmente.
Al abrir los ojos de nuevo, Sharon canturreó consiguiendo que esos dos se
callasen al momento y bufasen a la vez de disgusto.
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Sharon cerró los ojos y buscó con su mente los rostros de los dos prisioneros.
Después de unos segundos vagando y tanteando por las celdas de al lado,
consiguió verlos, o al menos a uno de ellos.
Lo conocía.
El día que lo capturaron, ella estaba espiando desde los pasadizos que
conectaban el piso superior con la sala de audiencias donde llegaban los brujos
con las presas que deseaban mantener con vida. A pesar de que no era más que
una niña, los fieros ojos de ese hombre se le clavaron en su mente, grabándose a
fuego en su corazón, jurándose que nunca iba a matar despiadadamente como lo
hacían los demás. Por él se había negado a cazar para su familia, convirtiéndose
de ese modo en una puta de lujo.
Era Markush Heimdall, el poderoso Rey de la raza lycans. Un feroz guerrero que
ni los años de prisión consiguieron mermar su orgullo, ni la desesperación por
saber que ocurrió en su hogar después del ataque en el que lo apresaron. Pero
que por desgracia los suyos dejaron de buscarle después de cinco años sin tener
noticias de él, considerándolo oficialmente muerto.
Los miembros del Consejo Lycan le dieron por muerto y acallaron las protestas
de los allegados de Markush, amenazándoles con castigarles si continuaban
investigando.
Si su padre aún lo mantenía con vida muy probablemente era para asegurarse
que los lobos no los atacasen, pues si lo hacían los
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brujos acabarían con la vida de su líder después de sorprender a los lycans que
no se creerían que su Rey siguiese con vida.
Al verlo gruñir mostrando sus colmillos, Sharon recordó cómo era antes de
permanecer doce años prisionero en una celda. Su rostro estaba demacrado y sus
cabellos azabaches eran largos y grasientos. Su cuerpo se había resentido al
haber permanecido tanto tiempo confinado, sus músculos estaban débiles y le
dolían cada vez que realizaba un movimiento brusco.
Markush
habría
cambiado
físicamente
pero
sus
ojos
Dejando el rostro furioso del hombre atrás, Sharon buscó a la misteriosa mujer
que no dejaba de meterse con el lobo. Pero por más que intentó encontrarla, no
pudo.
Sabía en que celda estaba, sentía su presencia, pero había una barrera que le
impedía traspasar los barrotes de su prisión para poder verla.
¿Quién eres?
Su pregunta quedó sin respuesta, ya que en esos momentos bajaron una cuadrilla
de brujos. Los presos al escuchar las pisadas de los brujos comenzaron a ponerse
nerviosos, aullando de temor y
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arañando los barrotes de las pequeñas ventanas que daban al patio de la mansión
y por los que ventilaban las apestosas celdas.
Sharon se mantuvo alerta, temblando al pensar que esos hombres iban tras ella.
Mantuvo la vista clavada en la puerta hasta que escuchó como se alejaban de su
celda y seguían de largo hasta pararse delante del calabozo de la mujer extraña
que comenzó a gritar a sus captores.
Al oír los agónicos gritos de la mujer que se resistió a ser sacada de la celda,
Sharon cerró los ojos con fuerza y deseó poder taparse los oídos con las manos,
pero las cadenas se lo impidieron.
Cuando los brujos pasaron cerca de su celda, Sharon abrió los ojos y pudo verla
a través de los barrotes. Sus ojos eran blanquecinos como si estuviese ciega con
largos cabellos plateados, esbelta y alta, una amazona hermosa y salvaje que no
dejó de golpear a sus captores, luchando por liberarse.
— ¡Dejadla tranquila!
Ante él se llevaban a la hembra y él no podía hacer otra cosa que mirar a través
de unos gruesos y oxidados barrotes.
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Sharon no tuvo necesidad de invocar su poder para saber que los brujos estarían
sobando a la mujer delante de la celda de Markush para alterarle.
Ella conocía muy bien la retorcida mente de los hombres de su clan. Ellos
disfrutaban torturando mentalmente a sus presas antes de acabar lentamente con
sus vidas.
El juramento del lycans se escuchó en todas las celdas, sacando del estado
vegetativo de la mayoría de los presos, que sonrieron con debilidad al
imaginarse libres y con los brujos muertos a sus pies.
Sharon cerró los ojos e intentó calmar su alterado corazón, resentido por todo el
dolor que su gente causaba a los demás, avergonzando a los brujos y brujas que
no compartían las ideas radicales de su gobernante, pero que por temor se
mantenían ocultos en las sombras no dispuestos a perder sus vidas y su prestigio
para salvar la vida de un puñado de criaturas trastornadas y muertas en vida.
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Todos eran unos asesinos, los que alzaban los puñales y acababan con las vidas
de los condenados, y los que callaban y permitían esas atrocidades.
Por favor, que alguien me oiga. ¿Por que todo tiene que ser tan difícil?
Llevaba cerca de dos días dormitando en una cueva oculta en lo más profundo de
la cumbre de la montaña. La nieve cubría la entrada y lo mantenía seguro ante
los cazadores naturales de ese hábitat y a pesar de llevar dos días en los límites
del dominio lycans ningún lobo había salido en su búsqueda. En su cautiverio el
hambre, la necesidad de sangre fue terrible, aumentando progresivamente hasta
hacerse casi insoportable.
************
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Incorporándose con lentitud, dolorido aún por las heridas que no sanaban como
deseaba, Jared cerró los ojos y buscó esa voz.
Por favor….
Una joven que gritaba con desesperación a los vientos y que por el tono de
desesperanza de su voz no esperaba que alguien la escuchase.
Gruñó antes de golpear el suelo con el puño. El dolor cruzó velozmente su brazo,
pero Jared lo ignoró y siguió golpeando repetidamente la dura tierra, hasta que
desahogó parte de la angustia que sentía.
Estoy presa. …. ¿Eres real? Le preguntó como si temiese que no fuese más que
una ilusión producida por su torturada mente.
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Temerosa no por su vida, sino por la del hombre que intentaba consolarla. Si iba
a buscarla, si llegaba a encontrarla, su vida correría peligro. Los brujos no
dudarían en matarle y no podría soportar otra muerte más sobre su conciencia.
— No,… — susurró con voz débil mientras tiraba de las muñecas intentando
romper las gruesas cadenas, haciéndose daño. Pero no le importó las heridas que
se provocó, su corazón dolía con mayor intensidad —. No vengas a por mí.
Morirás si vienes.
Jared lo sintió.
Por la mujer mortal que fue capaz de atravesar las barreras de su mente y llenar
de luz la oscuridad que era su vida.
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Por nada del mundo iba a permitir que nadie dañase lo que era suyo.
Sería su mujer.
Su compañera.
Que nada malo me suceda, dices. Pensó Sharon con ironía al tiempo en que se
reía amargamente en la soledad de su prisión.
Jared gruñó.
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Cerrando la conexión que se abrió entre los dos Jared susurró a la noche
mientras salía de la cueva y respiraba aire limpio por primera vez desde hacía
dos días.
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-4-
Los carceleros se llevaron a Rhianny hasta una de las salas acondicionadas para
torturar con la intención de interrogarla.
Según los informes que revisaron, la celda cuatrocientos dos no debería estar
ocupada. Por ese motivo se sorprendieron al ver a la enigmática mujer tumbada
cómodamente en el camastro y hablando pacíficamente con los demás
prisioneros sin signos de incomodidad o desnutrición.
Era muy extraño. Lo habitual era perder prisioneros no que estos apareciesen de
la nada.
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cada
nueva
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Tenazas, tijeras, astillas para las uñas de los dedos de las manos, alambre con
púas para rodearle los brazos mientras tensase el cuerpo de la mujer con la rueda
que había oculta detrás de la cruz, una barra de hierro con funda en el mango
para marcar su piel tersa y un puñal de plata.
No se olvidaba nada.
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Sus compañeros de trabajo no eran para nada como él. No soportaban el silencio
y no podían reprimir las burlas y las amenazas contra los prisioneros,
olvidándose que ellos podían llegar a ser algún día la presa de un cazador más
poderoso.
— Sí, sí. Mi amigo tiene razón. Te ofrecerás a nosotros y nos suplicarás que te
tomemos con fuerza.
Bruce suspiró.
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— ¡Está loca! — exclamó el más joven de ellos, diciendo en alto lo que los tres
estaban pensando seriamente en esos momentos.
Cuando Bruce iba a intervenir gritándoles que se callasen de una vez por todas y
que se largasen a vigilar los calabozos y le dejasen a él la tarea de descubrir
todos los secretos de la joven, la prisionera los sorprendió, contestándoles con
una voz gélida y cortante.
La mujer nada más decir esas palabras tiró con determinación de sus brazos
consiguiendo romper las cadenas que la mantenían presa. Ante la mirada atónita
de los carceleros, la mujer voló por el aire saltando con decisión y se hizo con el
puñal que había expuesto en la bandeja, guiñándole un ojo al asombrado Bruce.
Bruce
intentó
recuperar
el
control
de
la
situación,
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La mujer le sonrió torciendo los labios mostrándole los colmillos que adornaban
sus encías. La blancura de su piel resplandecía con intensidad y las mejillas
estaban adquiriendo una tonalidad rosada, su cuerpo brillaba con vida propia,
como si la sola idea de una buena batalla le diese energía.
Bruce tembló.
Indomable.
— Esta noche sentiréis en carne propia parte del dolor que inflingís a vuestras
presas, asesinos — les aulló la prisionera con los ojos relucientes.
Bruce respiró hondamente y dejó de lado el miedo que atenazaba sus piernas y lo
congelaba en el sitio. Esa zorra por más poderosa que fuese no podría con todos
ellos. Juntos eran letales, mortíferos, una marea de muerte y destrucción.
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El cuerpo sin vida del brujo cayó a cámara lenta al suelo, mientras los demás
ocupantes de la sala se estremecieron de auténtico temor. No la habían visto. Sus
movimientos habían sido muy veloces.
Una pregunta pasó por sus preocupadas y trastornadas mentes, ¿qué o quién era
ella?
Rhianny estaba furiosa, sus planes se habían ido a la mierda y la culpa la tenían
esos mortales. Con furia cogió por los hombros al brujo que intentaba escapar.
Esquivó el ataque del tercer carcelero que comenzó a dispararle de nuevo y con
el puñal comenzó a rajarle la cara lentamente, disfrutando de los gritos agónicos
de dolor que profería el joven.
Rhianny lo siguió, jugando con su presa. Como un gato jugaba con un ratón.
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— Esta noche me habéis cabreado. No me gusta matar, pero haré una excepción
con vosotros.
Bruce aprovechó que la mujer estaba ocupada, para intentar escapar. Mientras la
prisionera permanecía de espaldas, gritándole al brujo que se desangraba en el
suelo, corrió hacia las puertas e intentó abrirlas.
No se abrieron.
Por más que tiró con todas sus fuerzas éstas no cedieron ni un milímetro.
Permanecieron cerradas, dejándolo a merced de una psicópata.
— Creo haber escuchado que una vez que cuelgas ese cartel nadie entrará en esta
sala — se burló la joven riéndose de él.
Rozándole con sus fríos dedos la nuca retirándole los sudados cabellos, Rhianny
le aconsejó —. Elegiste el bando de los malos, niño. Lástima…. — chasqueó la
lengua —…tanto potencial desperdiciado por sueños imposibles.
Bruce hizo acopio del poco orgullo y valor que le quedaba en su angustiado
cuerpo. Si iba a morir quería morir mirándole a los ojos a la muerte, no de
espaldas ni arrastrándose por el suelo suplicando por su vida.
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Rhianny se sorprendió del valor que vio brillar en el fondo de sus ojos. El mortal
se rebelaba contra ella, aceptando con orgullo su destino.
— Es extraño encontrar a humanos como tú. Si juras aceptar los cambios que
ocurrirán en tu clan te permitiré vivir.
Después de unos tensos segundos, en los que pudo escuchar con claridad el
fuerte y desacompasado palpitar del corazón del mortal, Rhianny dictaminó,
encogiéndose de hombros.
Bruce no cerró los ojos cuando la mujer se abalanzó sobre él, aullando como una
fiera y enseñándole los largos y curvados colmillos. Al final era verdad que la
muerte era fría belleza.
Imparable.
Deliciosa.
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Mientras tanto en una de las celdas del calabozo, Markush era incapaz de
permanecer quieto en la celda. Los asesinos se habían
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Nunca antes la había visto. Después de ocho años escuchando como le gritaba y
le criticaba, ahora podía ponerle un rostro a esa ronca voz.
La necesitaba a su lado.
************
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Hablando sola Rhianny pensó muy seriamente que iba a hacer a continuación.
— Demonios, esto no entraba en mis planes. Se supone que soy una doncella en
apuros — se quejó en alto pateando el suelo con rabia.
Grave error.
Un error de principiantes y que lo cometiese ella que tenía más de dos mil años
era muy, pero muy grave.
Saltando hacia atrás se preparó para atacar alzando el puñal. Ya después de todo,
otra víctima más no le iba a suponer ningún problema.
Lo que no se esperó fue encontrarse cara a cara con una mujer de no más de
veinte años que sacudía un pañuelo blanco delante de su rostro.
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— Niña, si entras así estás pidiendo a gritos que te hagan daño, ¿qué quieres?
Como esperaba el aspecto que debía presentar toda cubierta de sangre y jugando
alegremente con un puñal, causó la impresión que pretendía.
Asustarla.
Denigrante.
Era horrible. Las náuseas que sentía eran cada vez más fuertes.
Rhianny pensó unos segundos las palabras de la chica. Eran extrañas,… ¿cómo
una bruja iba a salvar a una prisionera?
Alguien la enviaba, ninguna de las mujeres de ese clan tenían las agallas
suficientes como para oponerse a los hombres. De pronto
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le vino a la mente la imagen de Sharon. Tal vez sí existía. La joven bruja que
intentó por todos los medios entrar en su mente, tenía agallas, determinación.
Aún no habían consumido su alma. Le recordó a las antiguas brujas que
fundaron el clan hacía ya más de dos mil años.
Marie la siguió, intentando no perderla de vista. Había sentido que esa mujer
creía que estaba ahí porque la habían obligado, pero no era así.
Su compañero, desde hacía tres años era el jefe de la resistencia en las sombras,
el único que se oponía a las decisiones que tomaba el Soberano. Pero por más
que luchase para convencer a los demás hombres que debían rebelarse pocos
eran los que le seguían fielmente, y……desde las sombras.
Ella le ayudaría, haría cualquier cosa para asegurarse que su marido siguiese con
vida.
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Marie soltó un grito estridente hasta que una callosa mano le tapó con fuerza la
boca, acallándola. Con los ojos desorbitados y la respiración entrecortada por el
susto, Marie dejó de luchar.
— Mírame.
Hasta ese momento, Marie no se había dado de cuenta que había cerrado los ojos
al ser sorprendida.
Marie le obedeció.
Al abrirlos, se quedó sin palabras al ver la furia en los ojos del hombre. La
expresión de su cara era amenazante, capaz de palidecer hasta al más valiente
guerrero. Sostenida con firmeza contra el cuerpo de él, Marie paseó su mirada
absorbiendo cada detalle de su rostro. Moreno de tez canela, curtido por las
batallas, impresionantes
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ojos azules, reluciendo con intensidad, nariz aguileña, labios rosados y tensos en
una mueca disconforme y enfadada.
— Saca tus sucias manos de ella, brujo.
En menos de tres segundos, Marie acabó detrás del hombre siendo protegido por
éste con su cuerpo.
El hombre gruñó con fuerza. Pero cuando iba a atacarla Marie que se interpuso
entre los dos.
Es….mi marido.
Rhianny sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos. Al pasar cerca de ellos, le
miró directamente a él y después de comprobar por sí misma que el hombre
seguía sin fiarse de ella al proteger a su compañera con su cuerpo, Rhianny les
dijo.
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Pero no estaría mal que de paso librarles del cautiverio a unos cuantos vampiros
y lycans enfurecidos.
Que el caos imperase a su alrededor, que los prisioneros de las celdas se abriesen
paso hasta las plantas superiores de la mansión mientras buscaban venganza.
Le vendría de perla.
Ahora que estaba animada, la perra de Nix la hundía. La muy zorra no le dejaba
cazar, que mantuviese su rol intacto.
¡Ja!
Que ironía, si ya se había cargado a esos brujos, que más daba unos pocos más.
Pero su jefa no lo veía igual, y por mucho que protestase no iba a conseguir
nada.
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Después de todo llevaba ocho años esperando vengarse de esos brujos y al fin
había llegado el momento.
La profecía daba comienzo y ella por ahora debía ser una mera observadora.
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Era una tortura, en la que el tiempo transcurría lentamente y lo peor era que en
esa locura la acompañaban los gritos y las plegarias de los demás condenados.
En especial los gritos de Markush. Unos aullidos desgarradores llamando a su
hembra.
Por más que quisiese decirle algo al orgulloso Lycans, su garganta estaba reseca,
cerrada por el dolor.
Ahí abajo estaban solos siendo torturados por los recuerdos y el llameante deseo
de libertad.
Sharon se dejó caer al suelo aplastándose las rodillas contra su pecho, buscando
calor. Los grilletes que la mantenían presa, rechinaron al tensarse. A pesar del
poder que bullía rabiosamente en su interior, era incapaz de romper las cadenas.
Los brujos no eran estúpidos, sellaron las celdas con complicados hechizos,
cerrando el acceso al núcleo de magia de los prisioneros.
Al escuchar los chasquidos metálicos de las puertas que se abrían, Sharon fijó
toda su atención en la puerta oxidada de su celda.
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Sharon dejó de reír y contuvo la respiración al escuchar que los que estaban
detrás de la puerta, buscaban la llave de su celda.
Solo había una explicación, pero Sharon no quería expresarla en alto por si el
milagro se quebraba nuevamente delante de ella. Si lo decía en alto, tal vez su
deseo no se cumpliese, y la dura realidad se impusiese de nuevo.
Sharon entrecerró los ojos cuando vio como unas anaranjadas llamas rodeaban la
puerta, colándose por las milimétricas rendijas.
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Manteniendo los ojos cerrados, sólo veía chispas y luces que revoloteaban en la
oscuridad, mareándola.
Sharon tuvo que parpadear un par de veces antes de conseguir enfocar la vista,
encontrándose con la conocida cara de su salvador.
La última vez que lo vio fue la noche en la que su hermano se negó a violar a
una hechicera capturada, ante todos los hombres del clan. William le atacó al ser
desobedecido públicamente, hiriendo a su propio hijo.
Edgar tenía veinte años cuando fue expulsado del clan por su propio padre al
negarse a convertirse en un asesino como él. Y ahora cuando regresaba a casa…
sus ojos no mostraban la inocencia y la piedad que los caracterizaba.
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Las palabras que pronunció el hombre mientras rompía las cadenas no llegaron a
su mente. Después de la explosión no oía nada.
Liberada de las cadenas, Sharon se tambaleó siendo sujetada por Edgard Walton
que la cogió en brazos y salió con ella de la celda.
— ¿Quién eres?
Fue Edgard quien le contestó, dejándola de pie y colocándole una chaqueta sobre
sus hombros.
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Hacía cinco años que no veía a su hermano mayor, el único hijo varón del
Soberano William, fruto de su primer y desastroso matrimonio.
Sharon dudó.
— Edgar hace años que no te veo y ahora pretendes que confíe ciegamente en ti.
El hombre soltó un suspiro y pasó una mano por sus cabellos manchándolos de
sangre.
— ¡Nos abandonaste!
Cada vez que cerraba los ojos las veía, con sus caras pegadas a las
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Sharon dudó.
Edgard sonrió torciendo los labios en una macabra mueca. Sus ojos azules
brillaron con intensidad.
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— ¿Quiénes atacareis a Padre? No veo por ningún lado tu ejército. Esos asesinos
son más fuertes, hermano. Se han alimentado hace poco.
Markush esperó impaciente a ser liberado. Desde su celda había escuchado cada
palabra del brujo. Si lo liberaba, le ayudaría aunque fuese contra sus creencias.
Edgard desistió de buscar las llaves y optó por abrir las restantes puertas con
bolas de fuego, eficaces y rápidas.
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— Brujo de mierda.
— Guarda tus garras lobo, las vas a necesitar si quieres desgarrar unos cuantos
cuellos. Acabo de liberarte, no soy tu enemigo.
Murmurando unos conjuros, rompió las cadenas y las calcinó hasta convertirlas
en un charco de metal a los pies del lobo.
Pero la furia que dominaban sus corazones sería más que suficiente para acabar
con los brujos que se opusiesen al cambio.
— Espera, joder — Le gritó al lobo al ver que este se largaba sin esperar a los
demás, escaleras arriba —. Debemos ir todos juntos y esperar a la señal de mis
hombres antes de atacar.
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odiado y temido por sus enemigos, admirado y respetado por sus aliados. A ese
niño le ayudaría, sí, pero a su manera.
Antes muerto.
— Brujo, nadie me ordena nada. Saldré de este infierno y acabaré con los que
encuentre, mi único propósito esta noche es recuperar mi hembra.
Edgard sopesó unos segundos sus palabras. Sus hermanos dirían que era un loco
al querer que ese arrogante lobo luchase de su lado, pero ellos no estaban delante
del lycans viendo su potencial, la fuerza que exudaba. Estaba dispuesto a
conseguir que le ayudase aunque fuese a base de chantajes.
— No te referirás a una mujer de largos cabellos rubios, y mirada plateada.
Edgard no sonrió al ver que había captado la atención del lycans. Si sonreía le
restaría credibilidad a su rol de brujo poderoso que las tenía todas de su lado. Si
quería convencer al lycans primero debía estar convencido el mismo.
El salto del lobo, lo sorprendió. Fue cuestión de segundos que se encontrase con
unas garras apretándole el cuello, asfixiándolo.
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Boqueando
asombrado,
Edgard
lo
atacó
su
vez,
— Debería encerrarte en ese agujero para que sepas lo que tu raza nos hace.
Ya una vez lo atraparon por dejarse llevar, por salvar a una mujer en apuros, una
arpía que lo condujo a la muerte con tal de salvar su pellejo. Nunca más
cometería el mismo error.
Le seguiría el juego.
Solo esa noche, mantendría alejado sus instintos de asesinar a todo aquel que
tuviese en su sangre un vestigio del clan de brujos, y les ayudaría a acabar con el
reinado de William. Y en cuanto se le
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Markush se adelantó a los demás, a pesar de que había dicho que los ayudaría no
iba a luchar en la retaguardia, como jefe del clan Lycans su lugar era al frente,
cara a cara con el enemigo. La retaguardia era para los cobardes, no para un
Lycans.
No se detuvo hasta llegar a las puertas. Ante el límite de los calabozos con la
mansión, Markush esperó a los demás.
Al ver que el brujo dudaba, Markush le espetó burlándose.
— Calma lobo, no atacaremos hasta que mis hombres den la señal de que van a
entrar en la mansión. Solo entonces atacaremos.
Markush bufó.
¡Qué bonito!
Antes de que pudiese decirle algo más al joven e idealista brujo, escucharon
nuevamente un silbido agudo que provenía del exterior. Los brujos ya estaban
alineados frente a los grandes ventanales de la propiedad. Esperaban las órdenes
de su Jefe.
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Y Edgard no se hizo esperar. Les respondió con un largo y ronco silbido.
Las llamas golpearon sin piedad los cuerpos sorprendidos de los vampiros,
calcinándolos hasta su muerte. Las cenizas de sus cuerpos eran pisoteadas por
los que intentaban escapar de la masacre. Los brujos atacaron a su vez con
fuego, esquivando como podían los ataques de sus ex amigos, considerados unos
traidores al haber rechazado estar bajo las órdenes de William. Las llamas
quemaban todo a su paso, arrasando sin piedad. Los atacantes no dudaron en
repartir justicia.
Markush degolló más de una garganta disfrutando de los gemidos de agonía que
escuchaba. Con cada brujo que mandaba al otro barrio, aliviaba parte del peso de
su corazón tras doce años encarcelado. Pero en su interior sabía que por más
sangre que derramase al suelo no iba a librarse jamás de todo el dolor. Esos
recuerdos lo atormentarían durante años.
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— ¡Muere cabrón!
Mirándose las manos ensangrentadas y el cuerpo sin vida del hombre, masculló
con ironía.
Desde los jardines de la mansión no podía distinguir que bando estaba ganando.
Los brujos atacaban a otros brujos utilizando el fuego para apagar el fuego y en
medio de aquella lucha por el poder caían muertos los vampiros.
Marie estaba preocupada, muerta de miedo por su esposo y no era para menos ya
que si esa noche perdía acabaría destruido y todo por el sueño de devolver el
esplendor a su familia.
Al ver a su cuñada en ese estado, Sharon se sintió obligada a ser ella la que
reconfortase a la angustiada mujer.
Sin decir nada más se acercó a su cuñada y le pasó un brazo por sus hombros,
apretando los labios para no gemir de dolor, pues
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— Mi marido no perderá
Rhianny ignoró el bofetón.
Ambas mujeres miraron a la extraña joven que observaba la batalla sin mucho
ánimo ni preocupación. Como si supiese realmente lo que esa noche iba a
suceder en aquel lugar.
Rhianny susurró.
— Sí. Lo que esta noche acontecerá esta escrito hace miles de años. En esta
mansión dará comienzo la profecía.
— ¿Qué profecía?
Preocupada como estaba por su lobo no se dio de cuenta de que estaba revelando
información confidencial.
Debían vivir sus cortas vidas en la ignorancia sorprendiéndose con cada suceso
de sus vidas. Si llegaban a saber lo que el futuro les
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deparaba, no llegarían realmente a vivir con plenitud, ya que nada los motivaría
ni los llevaría a tomar precipitadas decisiones.
— Hablaba por hablar niña. Tan solo barajo varias posibilidades — Al ver que se
disponía a interrumpirla, le dijo —. Lo único que debe importar es que todo esto
— señaló la mansión en la que se quemaba los pisos superiores —…termine
bien, para todos.
Al escuchar una intensa explosión que hizo temblar el suelo, Sharon y Marie
desviaron su atención y la centraron nuevamente en la casa. Las llamas
devoraban con intensidad consumiendo hasta los cimientos la mansión y hasta
ese momento ninguno de los hombres que valientemente entraron en aquella
propiedad había salido.
— Vamos a ir…
— Entraremos en la…
Tanto Sharon como Marie se callaron al ver que ambas habían hablado al mismo
tiempo y se rieron en alto rompiendo parte de la tensión que había en el
ambiente.
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Markush sobreviviría a esa noche aunque tuviese que bajar a los infiernos a por
su alma.
Detrás de ella corrieron las dos jóvenes mortales, liberando con cada paso que
daban su poder, dispuestas a utilizarlo al máximo aunque les costase la vida.
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-6-
Jared entrecerró los ojos y siguió avanzando con rapidez saltando con fuerza las
rocas que se encontraba en su camino.
Eres mía….
Eres mía.
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Jared sonrió. Su mujer tenía corazón de guerrera. Los malos tratos y vejaciones
que sufrió no le marchitaron el carácter. Eso le gustó.
La haría suya cuando ella estuviese preparada y le pondría el mundo a sus pies.
**********
Nada más entrar, fueron atacadas por unos vampiros que pretendían escapar. La
que acabó con ellos fue Rhianny que reaccionó a tiempo quedando entre los
atacantes y las jóvenes. Ante la mirada asombrada de ellas, su bello rostro se
transformó, le crecieron unos largos y curvados colmillos, sus ojos cambiaron de
color de plateado a carmesí, sus orejas crecieron en punta hasta
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Los siseos que hizo no los entendió nadie. Parecía que estaba hablando consigo
misma, pero no eran más que gruñidos y siseos animales.
Antes de que las mujeres pudiesen recuperarse del ataque, otra horda de
vampiros intentó arrollarlas.
— Esta noche parecía que iba a ser aburrida…. ¡Qué equivocada estaba!
Fue en ese momento, bañada con la sangre de sus víctimas, Rhianny olió el
inconfundible aroma de su compañero.
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Sin pararse a pensar, Marie corrió hacia él.
Rugiendo de rabia, Edgard se abrió paso y abrazó con fuerza a su pequeña mujer.
Besándola en los labios con pasión. Maldiciendo en alto al recuperar el sentido.
— ¡No me tienes que proteger! Maldito seas Edgard, nací hechicera. Domino el
agua tan bien como tú puedas dominar el fuego.
Edgard la miró a los ojos, verla enfurecida lo excitó. Mantuvo el contacto visual
unos instantes hasta que recordó donde se encontraban.
— El que nacieses hechicera no lo podré olvidar jamás, Marie ya que cada dos
por tres me lo echas en cara — acercándose a ella y sonriendo al ver que no se
apartaba, continuó con voz suave —. Me moriría si algo malo te sucediese, mi
amor. Compréndeme. Te amo tanto que duele.
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Cuando le hablaba de palabras de amor conseguía que saltase al fuego por él.
Pero esta vez no. No le iba a seguir el juego cuando su vida corría peligro.
Edgard había esperado que le obedeciese, por eso se sorprendió que ella se
negase a mantenerse a salvo. Pero al verla tan orgullosa mirándole con
determinación y con las manos apoyadas en su cadera, supo que había elegido
bien. Que todo el ostracismo que sufrió después de elegirla sobre el clan, valió la
pena.
— Parejita, dejad eso para cuando estéis solos — Ignoró la mirada furiosa de
Edgard y le preguntó —. ¿Dónde está el chucho?
Edgard parpadeó confuso.
Rhianny asintió.
Una ronca voz la sobresaltó, logrando que su corazón palpitase con fuerza.
— Estoy aquí — Rhianny fue abrazada con fuerza desde atrás — . ¿Me
extrañabas? — le susurró, acariciándole con su aliento.
Rhianny miró hacia atrás de soslayo y reconoció el rostro que había visto tantas
veces en la oscuridad de su celda.
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Markush rompió a reír. El alivio que sintió al verla fue tan intenso que lo aturdió.
— Me alegra verte libre. Recuerda mis palabras y lucha por tu futuro — en tono
confidente comentó —. Ah, mi guerrera. Cómo sabe que me gusta cazar — pasó
su lengua por sus resecos labios, mirando hacia la puerta con un brillo malicioso
en sus ojos —. Esta noche aullará para mí a la luna.
Con esas palabras se alejó de ellos y siguió el rastro de Rhianny que se perdía en
el bosque. No estaba dispuesto a dejarla escapar.
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Sharon los miró con envidia. El amor que sentían esos dos era visible. Ella
siempre deseó sentir por alguien tanto amor.
— ¿Mataste a William?
Rechinando los dientes, Sharon deseó con todo su corazón que su hermano
hubiese matado a su progenitor. A pesar de que tuviesen en su poder la mansión
si William seguía con vida la guerra no había echo más que empezar.
Esa mujer tenía razón. Pensó la joven recordando las palabras de Rhianny . Han
ganado una batalla, pero para ganar la guerra tendrán que enfrentarse
nuevamente a mi padre.
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Pero por asegurase de que su familia siguiese con vida, quebraría gustosa su
promesa.
Saludando con la cabeza a los brujos que reconoció y que su padre los consideró
traidores por haber seguido a Edgard, Sharon salió de la casa por la puerta de
atrás.
Una vez en los jardines, buscó en la oscuridad la presencia del hombre que le
prometió venir a por ella, iluminando su oscura estancia en el húmedo y
maloliente calabozo. Sonrió al sentirlo cerca, la mente que la colmó de
tranquilidad estaba en los alrededores de la mansión.
— No, maldito. Esta noche serás tú quien te ahogues en los fuegos del infierno.
Robeirt se volteó y se encontró cara a cara con un vampiro que le mostró los
colmillos, amenazante.
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Robeirt intentó defenderse, pero los golpes de Jared eran letales. Sus puños le
golpeaban como si fuesen barras de hierro quebrando con cada golpe sus
costillas. Boqueando sangre Robeirt intentó huir, pero Jared lo lanzó al suelo de
una patada en la espalda.
— Nunca.
Nervioso al ver tan cerca su muerte, Robeirt le preguntó al desconocido.
— ¿Por qué motivo te ensañas así conmigo, hermano? Esa zorra no vale la pena.
¡Mírala!
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Intentó defenderse, devolviéndole los golpes, pero por más que le golpeaba su
atacante no le soltaba.
Después de unos segundos, en los que Jared deseaba que ese bastardo sufriese,
decidió ponerle punto y final a su vida. Obligándole a mirarle a los ojos, Jared le
atravesó el pecho lentamente, susurrándole con la voz ronca.
No lo soltó hasta que se aseguró que su vida se había esfumado. Solo entonces lo
lanzó lejos con asco y corrió junto a su compañera.
De rodillas a su lado, tomándola en sus brazos con suavidad, Jared lloró por
primera vez en su existencia.
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Sin perder tiempo, Jared se mordió la muñeca, y la posó entre los pálidos labios
de la joven.
— Bebe, mujer.
Jared cerró los ojos y soltó un gemido de placer al sentir la presión de los labios
de su mujer sobre su abierta herida. Sus labios succionaban con avidez su
sangre, recorriéndole un intenso placer por todo el cuerpo.
Al fin eres mía. Jared sonrió lamiendo su muñeca y cerrando la herida con su
saliva. La joven había bebido sangre suficiente para recuperarse, para sobrevivir
a la terrible herida de su pecho.
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Aunque le jodiese tendría que pedir ayuda, pues ya no tenía un hogar al que
regresar y para su desgracia solo le quedaba un lugar en el que estaría seguro.
Rechinando los dientes al recordar por todo lo que pasó entre los que se hacían
llamar su familia, Jared cerró los ojos y buscó con su mente a su tío, el único en
quien confiaría lo suficiente como para dormitar en su casa sin temor a ser
atacado de noche.
Demonios, Leif…Contéstame.
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-7-
El clan Noctur, uno de los trece clanes vampíricos que dominaban las tierras de
aquel continente, tenía la primera crisis grave desde la época en que se separó
del dominio del clan Nesfirt.
Después de la primera gran guerra entre clanes acontecida hacía cuatro siglos,
los seis clanes originales llegados del viejo continente se separaron asentándose
en diferentes puntos del continente y creando la actual sociedad vampírica.
El clan Noctur estuvo a cargo del clan Nesfirt durante doscientos años más hasta
que lograron la independencia económica y política y se hicieron un hueco en la
rígida sociedad vampírica. Pero ahora, después de décadas de paz, los problemas
internos del clan estaban a punto de provocar una lucha interna por el poder.
Nuevamente esa semana, Leif Stainler, venerado miembro del clan y Consejero
del Rey, había discutido con el caprichoso y egocéntrico Príncipe Asteir. Tuvo la
audacia de contradecir sus órdenes. Pero es que ya estaba harto. No podía
concebir como el
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joven Príncipe deseaba batallarse con los clanes de vampiros que rodeaban su
dominio, quebrando de este modo el tratado de paz que firmaron los trece
Soberanos originales.
Leif llevaba años aguantando las constantes muestras de egoísmo del Príncipe,
pero se las perdonaba al recordar que el vampiro era joven, inexperto y que solo
aceptó el cargo ante la repentina muerte de su progenitor y la misteriosa
desaparición de sus hermanos mayores. Pero al ver que con el paso de los años la
situación no mejoraba, Leif se preocupó.
Tal vez Jared había tenido razón, cuando acusó al Príncipe de haber conspirado
contra el anterior Soberano y mandando a su guardia personal que acabasen con
su propio padre.
Si acusaba abiertamente a Asteir sería condenado y por nada del mundo iba a
permitir que cazasen a su mujer. Por eso decidió callarse, para asegurar la vida
de su esposa.
Actuaría desde las sombras, creando cizaña entre sus hermanos y hermanas, para
que estos despertasen del mal sueño que era el Reinado de Asteir y aceptasen
con sus propias mentes y criterios que era necesario un cambio. Y el único
cambio posible sería la muerte del Príncipe.
Soñando con ese momento en el que todos se verían libres de la horrorosa
presencia del Príncipe, Leif dormía hasta que escuchó una voz en su mente.
Despertándose sobresaltado, Leif revisó a su alrededor buscando la fuente del
ruido, pero no había nadie cerca de
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la cabaña. Las barreras que protegían el lugar estaban intactas, nadie había
traspasado las defensas.
Entonces cuando iba a levantarse para revisar de todas maneras los alrededores
de su hogar, escuchó la voz de nuevo y esta vez la reconoció.
Leif caminó descalzo, cogiendo antes de salir de su cuarto su bata negra de seda
para cubrir la desnudez de su cuerpo, hasta el salón sentándose en el sofá y
contestando a su impaciente sobrino.
Con la bruja en brazos, Jared avanzaba rápidamente por la espesura del bosque
acercándose a la cabaña de Leif, si sus sentidos no le fallaban iba por el camino
correcto. A tan solo veinte minutos estaría a salvo, y podría recostar a su mujer
en una mullida cama hasta que se le curase las heridas.
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que allí moraban y que por respeto a su líder lo vigilaban de lejos sin acercarse a
él para no descubrir su posición. Pero gracias a sus poderes los sentía a su
alrededor, acechándolo, vigilándolo.
Necesito tu ayuda.
Después de levantarse del suelo, Leif comenzó a caminar de un lado para otro
con las manos cruzadas a su espalda.
Se decidió.
No dudaría.
Su respuesta no tardó.
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Leif se paró en seco. Acogerlo en su hogar era una falta grave, ya que el joven
estaba condenado a muerte. Si alguien del clan se enteraba que había dado
refugio a un traidor no tardarían en utilizarlo en su contra contándoselo al
Soberano, quitándoles así del medio pues serían condenados a muerte.
Sonriendo abiertamente, Jared avistó la cabaña de sus tíos oculta tras una tenue
barrera que la distorsionaba para que pareciese una gran roca de piedra y no la
magnífica cabaña de piedra que era.
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¿Cuando llegas?
En diez minutos.
¿Leif?
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Leif sonrió al ver como fruncía los labios. Gabrielle tenía mal despertar.
— Despierta amor.
— Ummm.
— Dormilona, despierta.
— Aún es temprano.
El grito que pegó la mujer lo sobresaltó cayendo de culo al suelo. Sobándose las
nalgas doloridas Leif preguntó a Gabrielle que estaba de pie en la cama
buscando con la mirada desesperada su bata.
— ¡Qué te pasa! ¿Por qué demonios gritas así?
Dioses que hermosa eres. Pensó mirándola con deleite admirando su belleza y
recorriendo con voracidad cada centímetro de su hermoso y desnudo cuerpo. Su
melena suelta le rozaba los pechos turgentes y caía hasta alcanzar el valle
prohibido, para otros pero no para él. Leif sonrió, orgulloso.
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Con la voz rota por el placer, Gabrielle tembló entre sus brazos.
Leif la vio desaparecer por la puerta. Al ver en que estado estaba, excitado como
un toro en celo y en bata de seda negra encima de su cama, Leif se echó a reír.
Antes de conocerla su vida había sido gris, pero gracias a ella su vida estaba
llena de color, de sonrisas y alegría.
— Esta noche, mujer. Tragarás tus palabras, gemirás debajo de mí hasta que te
desmayes del placer.
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-8-
— Por esta vez te sales con la tuya, Leif. Por esta vez.
Jared no tuvo que esperar mucho más para entrar en la cabaña. Nada más
escuchar las palabras airadas de Gabrielle, Leif le abrió la puerta y le abrazó sin
tener en cuenta a quien llevaba en brazos.
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Leif siseó amenazante. El que dañasen a una mujer de esa manera era
denigrante, un acto de cobardía propio de seres débiles de mente.
— Ya está muerto Leif, el vampiro que casi la mató se pasea desde esta noche
por los infiernos.
Leif le siguió de cerca, señalándole el sofá con un gesto para que dejase ahí a la
convaleciente mujer.
Los magullones de las cicatrices de los latigazos aún no estaban curados del
todo.
Pero estaba muy equivocado Leif, Jared no estaba tranquilo, la fachada de gélida
indiferencia que aprendió a mantener en todo
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momento en su rostro, no era más que eso una máscara que lo mantenía a salvo
de los demás. Por dentro estaba bullendo de rabia y de preocupación.
Jared sonrió recordando los buenos momentos que pasó en aquella cabaña en
compañía de sus tíos, los únicos que lo trataron con cariño sin importarles su
descendencia.
— Tú tía tiene razón, niño. Debemos ocuparnos de esas heridas. ¿En qué coño te
metiste esta vez?
— Sólo fue por ella…— miró hacia los ventanales abiertos desde donde se podía
contemplar la luna llena enrojecida al acercarse el amanecer —…después de
haber sobrevivido al puto infierno.
Leif lo interrumpió.
Jared apretó los dientes con fuerza antes de soltar con amargura.
Leif le dijo.
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— ¡Cómo es posible que eso sucediese! El pacto entre las razas fue firmado con
sangre de los fundadores, es horroroso que se atrevan a romperlo.
— Nadie intentó decir eso, Jared. Solo estamos sorprendidos por el ataque.
Debiste llamarnos.
Tanto Leif como Gabrielle guardaron silencio, se sentían culpables, las palabras
del joven vampiro estaban impregnadas de amargura y de dolor. Recordándoles
que no le ayudaron cuando los necesitó. No podían culparle de no haber acudido
a ellos al sobrevivir al ataque aun viviendo relativamente cerca. Estaban seguros
que si no fuese por la mujer, Jared no les habría llamado.
Lo se Leif pero no le preguntaremos esta noche. Mira a esa niña, está débil.
Dejemos que descansen y se recuperen.
De acuerdo, mi amor.
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Jared asintió y levantó del sofá a Sharon con cuidado para no despertarla. Sin
decir palabra, siguió a su tía hasta que vio que esta abría unas puertas de metal y
bajaba unas escaleras encendiendo las luces para iluminar el largo pasillo que
descendía hasta las entrañas de la tierra.
A las puertas, Jared se paró.
— Tu tía tiene razón, no puedes negarte. Es nuestro mejor cuarto, estarás a salvo
del sol y de posibles ataques.
— Ella estuvo dos días encerrada en una celda bajo tierra, encadenada a la pared
— Gabrielle gimió de horror apoyándose contra la pared, sosteniéndose de la
barandilla —. Si despierta no deseo que lo haga en un cuarto que no tenga
ventanas.
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— Recuerda Leif, que decían los vampiros antiguos de mí…..— Jared lo dejó en
suspenso mientras pasaba cerca de él para subir a uno de los cuartos que había
en el segundo piso de la cabaña y que se reservaban para los invitados mortales
que tenían de vez en cuando la pareja. En lo alto de las escaleras, se giró y le
resolvió la duda —…El sol no me daña, Leif creí que lo sabías. Acaso no te
comenté alguna vez que duermo de noche y vivo de día. Soy una criatura
nocturna que se regocija viviendo a la luz del día, mi sangre es única —
Girándose y eligiendo un cuarto por la posición, tomando en cuenta el tiempo en
que tardaría de escapar de la cabaña si hubiese un ataque —. Acuérdate que nací
mestizo, por mis venas corre sangre de brujo. El sol no me consumirá.
El sol.
Como añoraba sentir los cálidos rayos de ese astro. Pasear por los prados verdes
y mirar durante horas el brillo perlado de las olas del mar siendo bañadas por el
sol.
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Hogar.
Había abandonado todo por un hombre que la salvó de la muerte, dejando atrás a
su familia y sus amigas para irse a otro país donde nadie la conocía y no podrían
ver como el paso de los años no disminuía su belleza, ni marchitaban su rostro y
su cuerpo.
¡Cómo le amaba!
Su mujer.
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La besó acariciando con suavidad, como el toque de una pluma, sus labios,
jadeando cuando Sharon abrió sus labios permitiéndole que la saborease a fondo.
No perdió oportunidad de besarla con pasión, jugueteando con su lengua y
chupando haciéndola jadear.
— Maldición.
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— No, amor. Debemos dejarles solos. Jared debe vencer los miedos de su mujer.
— Al igual que tú hiciste con los míos — susurró mirándolo con adoración y
obteniendo como respuesta un cálido beso —. Gracias a ti aprendí amar la vida
de nuevo, a desear seguir viviendo aún a pesar de ser repudiada y perseguida por
mi propia familia.
Poco a poco el beso cobró intensidad, encendiendo los ánimos de los dos. Leif
tumbó en la cama a su mujer, empujándola con
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suavidad contra el colchón quedando encima de ella apoyándose con los codos
para no imponerle todo su peso.
Gabrielle se sorprendió ante esta revelación. No sabía que la conocía cuando era
niña. La primera vez que lo vio fue cuando se le acercó caminando entre la
niebla, mientras yacía tirada agonizante sobre las tumbas de sus antepasados
después de haber sido apaleada por su esposo. Su llegada la embrujó creyendo
ver un ángel vengador que se le aparecía para cumplir su última voluntad.
Vengarse del bastardo de su marido. Leif la convirtió, abriéndole un mundo de
amor y placer. Nunca se arrepintió de su decisión al tenderle la mano y aceptar
gustosa el don oscuro que le ofreció Leif. Junto a él conoció la autentica
felicidad.
Pero Leif consiguió que ella olvidase todo lo malo y a todos. Por él lo dejó todo
atrás. Y no se arrepentía. Los siglos que vivió a su lado eran un regalo que nunca
sería capaz de agradecer.
— Si, mi amor — le susurró al oído Leif abriéndole las piernas con una rodilla y
pasando una mano por sus pliegues humedecidos por la pasión y el deseo
insatisfecho —. Alcanzaremos juntos el cielo.
Durante unas horas, ninguno de los dos atendieron a las disputas de la pareja que
permanecían encerrados en una de las habitaciones del piso de arriba, su mundo
eran ellos dos.
— Amor, despierta.
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Estaba perdida en medio de una pesadilla, recordando una y otra vez las risas de
los que presenciaron los latigazos, resonando con fuerza en su mente. Y por más
que gritase nadie acudía a salvarla.
Despierta.
— ¿Quién eres tú? — observó con atención a su alrededor buscando indicios que
le fuese familiar —. ¿Dónde estoy?
Jared pasó una mano por los ojos. Las cosas no iban a ser tan fáciles como en un
principio pensó. No encontraba las palabras para expresar lo que sentía. Ella era
suya. Así de simple, pero a la vez complicado. Sus vidas estaban unidas al
compartir sangre, sus mentes se fusionarían en los próximos días sin que ella
pudiese hacer nada para remediarlo. Sabía que la había forzado, se había saltado
las reglas de su raza de cortejar a la novia elegida, pero si no le hubiese dado su
sangre ella habría muerto. Cómo explicarle que sus
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vidas estarían unidas para siempre aun a pesar de estar físicamente separados.
— ¡Contéstame, maldición!
Jared suspiró.
Por más que le daba vueltas a esas palabras no se reponía del shock. ¡Cómo le
iba a pertenecer a un hombre que no conocía! Al que nunca había visto en su
vida.
¿¡Pertenecer!?
Por todos los demonios del infierno. Ella no le pertenecía a nadie. No se había
fugado de la mansión familiar, de la esclavitud sexual, para caer a manos de otro
hombre. Ni loca. Antes muerta que esclava de alguien más.
Sharon explotó.
— Sí.
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— Cómo puedo hacer para que entiendas que nunca — Recalcó la palabra nunca
con énfasis —. ¡Nunca más le perteneceré a un hombre! — repitió alzando la
voz hasta sentir la garganta ronca por el esfuerzo.
Jared sintió sus miedos y su preocupación, por ese motivo no la abrazó como
deseaba hacerlo. En cambio, buscó para ella una bata negra que encontró
escondida en el armario empotrado.
Sharon miró embobada la sedosa bata. Hasta ese momento no se había percatado
que estaba desnuda.
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conseguido que esbozase una sonrisa. Dejó de sonreír —. No, no pienso bajar —
golpeó con el pie el suelo.
Pero su determinación se vino abajo cuando sus tripas sonaron, rugiendo con
intensidad.
Se puso la bata y caminó por el cuarto mientras pensaba si bajar a comer algo o
no.
Después de abrir la puerta y salir del cuarto se encontró delante de las escaleras
que conducían al piso de abajo. Las bajó despacio escuchando con atención. Se
escuchaba a los lejos una radio en la que emitían la canción de moda de esa
semana. Acompañando la música la voz del hombre cantaba agradablemente la
letra de la canción.
Estúpida, estúpida.
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Ante ella estaba el hombre vestido con una toalla carmesí enrollada en su
cintura, cocinando unos huevos fritos y bacon en la sartén.
Añadió otro huevo en la sartén, las burbujas del aceite le salpicaron la mano.
Después de lamer las enrojecidas manchas que aparecieron, sacó con la
espumadera el dorado huevo frito y lo colocó con cuidado en un plato.
Continuó cocinando hasta que llenó los dos platos con huevos, tiras de bacon y
salchichas.
Sharon levantó la cabeza, encontrándose con los ojos del hombre que se sentó en
el extremo de enfrente de la mesa. Lo observó con cuidado, asintiendo con la
cabeza. El extraño era hermoso, con cabellos cortos azabaches, ojos grisáceos
brillantes como la plata fundida, unos labios sensuales y enrojecidos, dentadura
perfecta y un cuerpo dorado en el que la musculatura marcada daba ganas de
besar y lamer, a pesar de las marcas blanquecinas que le rasgaban el pezón
derecho. Un dios del sexo, con aquel aspecto tan
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¡Peligro!
Ella no tenía tiempo para pensar en ese tipo de cosas, no importaba que estuviese
buenísimo, al ser liberada ahora lo que tenía que hacer era encontrar a sus
hermanas de cautiverio y a Deborah y ponerlas a todas a salvo en un lugar donde
nunca más se viesen subyugadas bajo el poder de otras personas.
Durante las horas que estuvo encadenada en el calabozo, lo pensó todo
detalladamente. Sin dejar cabos sueltos.
Como heredera del poder, conduciría a sus hermanas a la mítica isla rodeada de
niebla, de la que hablaba las leyendas. Allí comenzarían de nuevo y esta vez se
asegurarían de no perder el poder de nuevo. No cometerían el error de su
antepasada, que por amor dejó que su protector comenzase a tomar las
decisiones, y poco a poco su palabra no tuvo valor convirtiéndose en un mueble
decorativo que todo hombre quería poseer. Y cuando se sintiesen fuertes y
poderosas, ayudarían a vencer la guerra, acabando con la vida de aquellos que no
dudaron en dañarlas, en quebrar sus almas y sus sueños.
Sentía su mirada posada sobre él. La joven no era estúpida, a pesar de haberse
criado en un clan en el que las mujeres no se tenían en cuenta, Jared sabía que en
esos momentos, muy posiblemente, estuviese ideando un modo de escapar de él.
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Sonrió ante ese pensamiento. El que la presa se le resistiese, le otorgaba un
aliciente a la caza. Ella era una guerrera, pero él sería el único vencedor.
— ¿Cómo te encuentras?
Sharon contestó.
— Bi-xgluf.
Dejando el tenedor apoyado en el plato, Sharon contestó esta vez sin mirarle.
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— No…yo no….
Sharon se asustó.
Las palabras del hombre parecían un juramento, una promesa que estaba
dispuesto a llevar a cabo fuese como fuese. La asustó.
Pero lo que más le asustó fue los encontrados sentimientos que luchaban en su
interior. A pesar que luchaba contra el deseo, cada vez que la tocaba su cuerpo le
suplicaba que se rindiese. Pero nunca más. Por más que doliese estar cerca de él,
no se iba a rendir.
— No…no lo aceptaré — chilló alejándose de él saliendo corriendo de la cocina.
No llegó muy lejos. Antes de que pudiese llegar a los ventanales para intentar
romper los cristales y escapar de aquel lugar, fue lanzada por el hombre al sofá.
El miedo regresó a su mente al sentir el peso del hombre sobre ella. Los malos
recuerdos invadieron su cabeza. Las violaciones que sufrió la marcaron para toda
la vida, y en momentos como ese sus temores le jugaron una mala pasada.
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Verla rota, como una muñeca sin espíritu llorando y suplicando que no la
tomase, que no le hiciese daño, era una tortura.
Como las palabras no llegaban a traspasar la barrera que impuso la joven sobre
su mente, negándose a atender a sus palabras, a comprender lo que él le estaba
intentando aclarar, Jared se abrió paso en su mente, hablándole directamente, y
con un tono de voz suave y medido.
Eres….tú.
Sharon dudó.
— Yo…
Jared la acalló posando delicadamente un dedo sobre sus labios, Sharon dejó de
mirar la alfombra que cubría medio salón y le
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Jared le limpió una traicionera lágrima que se deslizaba por su mejilla, antes de
preguntarle.
Sharon asintió con la cabeza al tiempo que le dijo con voz susurrante.
Pero lo que no sabía la joven era que al haber bebido su sangre Jared era capaz
de escuchar sus pensamientos cuando ella bajaba la guardia, tan claros como
cuando la joven rompía sus barreras con el dolor que atenazaba su corazón. Su
voz resonó fuerte en la mente de Jared, alimentando la duda y la sensación de
pertenencia.
Estar a su lado.
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Jared había confiado que la bruja al conocerlo mejor se abriría a él. En eso no
habían fallado sus suposiciones. La joven hasta consiguió reírse de unas bromas
que le hizo. Pero cuando se hizo de noche y sus tíos salieron del cuarto, los
verdaderos problemas comenzaron.
Les debía de haber comentado que Sharon odiaba a los vampiros, que
procurasen ocultar los colmillos unos días hasta que ella fuese formalmente su
compañera. Pero esos días no era el mismo, se comportaba como un estúpido,
dudando en todo momento como comportarse, temiendo dañarla más de lo que
ya estaba.
Desde joven nunca tuvo problemas para conseguir una buena hembra con la que
compartir unos buenos momentos en la cama.
Pero eso fue antes de desear con tanta pasión a una sola mujer.
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Cansado después de horas escuchando los mismos insultos y los gritos de esos
dos, Jared explotó lanzando a su tío con una onda de fuerza hasta el sofá en el
que se estrelló rompiéndolo.
Jared giró la cabeza y se concentró en los ojos de su tío que lo miraba alzando
una ceja interrogante. Su voz sonó con fuerza en su mente, y sentía por detrás la
muda curiosidad de su tía.
Sharon que hasta ese momento esperaba una respuesta de Jared cambió de
objetivo y concentró toda su ira en el vampiro, invocando las llamas que
dormitaban en su corazón.
— Pero de qué hablas loco. ¡Marcarme! ¡Ja! — soltó una seca carcajada —. A
mi nadie me marca como a un animal. Pobre del que lo intente porque lo
carbonizaré y bailaré sobre sus cenizas.
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Mi compañera tiene razón Jared. Si has compartido con ella tu sangre debías de
haberle explicado los cambios que va a sufrir.
Maldición, que querías que hiciese. Se moría, la tuve que salvar con mi sangre.
Gabrielle se le acercó.
Eso no te excusa, Jared. Has tenido un día entero para explicarle que mañana
cuando despierte comenzará su cambio y viendo como odia a los nuestros le va
a ser terriblemente difícil — Podéis dejar de miraros como si yo no existiese —
gritó Sharon, mirándolos acusadoramente.
Le
ponía
nerviosa
que
permaneciesen
silenciosos
observándose entre ellos. Estaba segura que estaban hablando entre ellos y
probablemente de ella y eso le jodía muchísimo. Era cierto que había aceptado
quedar con Jared una semana, dándole así tiempo a su cuerpo a recuperarse del
todo pues desde que despertó esa mañana se sentía cansada como si estuviese
falta de energía. Pero de ahí a pasar ser una prisionera en la que nadie le decía
nada y aún por encima descubría que estaba rodeada de vampiros la enfurecía y
la ponía al límite de ponerse a gritar y achicharrar a unos cuantos.
Odiaba a los vampiros por lo que eran, unos malditos bebedores de sangre que
creían que el universo giraba a su alrededor.
Sharon apretó los dientes al escuchar la melosa voz del vampiro. Mirándolo a los
ojos y después de tomar aire procurando calmar su agitado corazón, contestó.
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— Esta es una casa de locos — susurró para sí misma sin darse de cuenta que
Jared se había puesto a su lado.
Jared se rió abrazándola unos segundos y susurrándole al oído con voz risueña
antes de soltarla para ir a separar a sus tíos.
— Cobarde.
Gabrielle dejó de discutir con su marido y contempló con una fina sonrisa en sus
labios. Ver feliz a su sobrino era lo que más deseaba. La culpa de no haberle
apoyado cuando lo debió hacer, lo acompañó durante el tiempo en que su
sobrino estuvo fuera del clan.
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Leif se rió en alto, sobándose la zona golpeada. Debajo de la ropa había unas
marcas blanquecinas fruto del ataque de su mujer cuando esta despertó de la
muerte mortal y se enteró que había sido transformada en vampiresa. Al
principio no se lo tomó muy bien, atacándole con su propia espada,
hundiéndosela hasta veinte centímetros en su vientre, deteniéndose cuando sintió
como propio el dolor del hombre, dejando caer la espada y llorando ante lo que
había echo. Cada vez que Gabrielle veía las marcas que dejó en el cuerpo de su
esposo recordaba aquella noche, sufriendo los remordimientos de haber dañado a
su compañero.
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— Ah, mujer. Cada noche acabas conmigo…. — dejó de reír y la miró con
intensidad haciéndola temblar —…Por siempre mujer. Por siempre.
Jared rodó los ojos. Sus tíos le exasperaban, sobre todo teniendo en cuenta que él
se moría por abrazar y besar con igual pasión a su compañera hasta que ésta
recapacitase y se diese de cuenta que él era su destino, su futuro, su único
hombre.
— Tranquila pequeña.
Las suaves caricias circulares que le daba Jared en la espalda consolaron a
Sharon.
Su tía obedeció saliendo del salón rumbo al cuarto de baño donde humedeció
una toalla de mano y regresó con ella, entregándosela a su sobrino.
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— ¿Cómo lo sabes?
— No me encuentro bien….
Jared apretó los dientes. Que ella se encontrase en ese estado era su culpa. La
joven estaba pasándolo mal mientras su cuerpo se acostumbraba al cambio. Los
millones de células de su cuerpo estaban mutando asimilando el gen vampírico.
En dos días ella dejaría de ser mortal y caminaría con él por toda la eternidad.
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— Lamento tanto que tengas que pasar este calvario. Pero es necesario. Pronto
acabará y caminarás conmigo por toda la eternidad.
Por suerte para él Sharon se quedó dormida. Jared aún no estaba preparado para
decirle que dentro de poco ella se convertiría en lo que más odiaba en su vida,
una vampiresa, una criatura de la noche que necesitaría de la sangre fresca para
sobrevivir al paso de los tiempos.
Reconociendo a los recién llegados, Jared abrió las puertas y lanzó unas
llamaradas que golpearon como si fuesen látigos a los dos sorprendidos
hombres.
— Cómo os atrevéis a apareceros antes mí. — Les gruñó con rabia llamando al
fuego que le obedeció ardiendo sus brazos —.
Los dos hombres que permanecían con la guardia alta a unos metros de él,
pertenecían a la selecta Guardia de clanes, un grupo reducido de vampiros que se
dedicaban a cazar a los renegados y exiliados, matándolos cruelmente y que se
hacían llamar los
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— Muérdete la lengua niño, no quieras que te vuelva a azotar para que sepas que
lugar ocupas en nuestro mundo.
Jared gruñó con fuerza, mostrándole los dientes al Ejecutor que se hacía llamar
Blooder. El odio que sentía hacía ese vampiro era intenso y le recorría con
frialdad su cuerpo. Deseaba matarle.
— Pierdes tu fuerza por la boca chaval. Tus amenazas me hacen gracia. ¿Cómo
un crío como tú podría llegar a herirme? Me gustaría verlo.
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— Coño, ver para creer. El mestizo tenía un as bajo la manga — Miró a Jared
con admiración oculta tras una pantalla de diversión en los ojos — Sería
interesante darte caza de nuevo. Ver cuánto duras esta vez antes de que te
atrapemos.
Gabrielle cruzó el salón y después de darle un cachete en la nuca, le recriminó a
Jared.
Gabrielle rechinó los dientes. Le ponía de los nervios que los hombres de su raza
fuesen tan violentos, tan dispuestos a luchar entre ellos.
— Ya. Seguro que sí— Jared bufó a modo de burla —. Prefiero bailar con tutú
delante de los brujos que aceptar la ayuda de éste vampiro.
Christopher se sentó cerca del mini bar y se sirvió un buen trago de ron,
zarandeando la copa con el líquido dorado, comentó casualmente.
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— Haz el favor H. no le tomes más el pelo al crío — Bebió un buen trago y dejó
la copa vacía en la mesa —. Ya no cazamos. Nos retiramos. Estamos aquí para
zanjar una deuda de sangre con tu tío.
Era un antiguo perteneciente al clan Nesfirt que fue exiliado por la Reina que lo
gobernaba en esos momentos. Su carrera como Guardián se vio truncada al no
poseer clan que lo respaldase. Se había dedicado en cuerpo y alma a cazar los
vampiros condenados a muerte y se encontró de un día para otro tras las
barreras. Pasó de ser un Cazador a Presa. Y todo por negarse a ser el títere de
una zorra que tomó el control de su clan valiéndose de engaños y mentiras. El
exilio le concedió la libertad que añoraba pero también lo condenó a muerte, ya
que un vampiro exiliado vivía fuera de la ley, vigilado por los Guardianes.
No sentía lástima por él, ni siquiera cuando pensó lo difícil que debió resultarle
ser perseguido y cazado por sus hermanos Ejecutores. Los recuerdos de las
noches de tortura a la que fue sometido por esos dos, eran suficientes para
desearle la muerte. O
mejor, para ser entregado envuelto con tan solo con unos lazos de color rojo, a
las puertas de la mansión Nesfirt y con una dedicatoria a la caprichosa Reina.
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— ¿Por qué están aquí Leif? — ¿Acaso no sabes que estos dos fueron los que
me torturaron hasta casi matarme? Que clase de broma es esta. Como van a
ayudarnos.
— Ellos son exiliados igual que tú y…. — balbuceó unos segundos antes de
añadir —…yo. Me debían una y qué mejor momento que me devuelvan el favor
que utilizarlos como guardaespaldas.
Debía de haber escuchado mal. Su tío no podía ser un exiliado, era la mano
derecha del Rey, uno de sus Consejeros. El Rey no podía haberle condenado al
exilio, esa condena se reservaba a los vampiros que rompiesen las normas del
clan.
Pero así había ocurrido, el mensaje que recibió Leif de parte del Cazador del
Rey, fue muy claro.
— Dioses que aburrido eres. Con los años te vuelves más amargo, viejo.
Deberías salir más a menudo y divertirte. Búscate una mujer que te caliente la
cama y le ponga algo de color a tu rostro.
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Leif asintió con la cabeza. No era momento para quedarse charlando. No cuando
por los alrededores de su cabaña buscaban indicios de asentamientos de criaturas
mágicas, los brujos que atacaron su hogar.
Jared esperó a que su tía saliese del salón para preguntar abiertamente.
— Estamos siendo cazados. Los brujos cada vez son más fuertes. Su poder
aumenta cada vez que derraman nuestra sangre.
Los lycans están huyendo de sus tierras. Ningún ser inmortal está a salvo
mientras esos brujos permanezcan con vida.
Jared asintió. Estaba de acuerdo con su tío. El mal debía ser erradicado. Debían
acabar con los brujos.
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No descansaría hasta bailar sobre las tumbas de los bastardos que acabaron con
su familia.
— Niño, el único culo al que quiero salvar es el mío, el de nadie más. Tu vida
me importa una mierda. Es más si mueres nos harás un favor a todos al
entretener a los brujos.
Jared le miró sin esconder el intenso odio que sentía por él.
Christopher los acalló gruñendo en alto. El poder que emanó los amedrentó.
¡No esperes más! No hay tiempo que perder — gritó, sobresaltando a todos.
— ¡No saltaron las alarmas! Es imposible que hayan visto esta cabaña.
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— Jared ve a por…
— Sí tío, no hace falta que me lo repitas. Estaré con vosotros en cinco minutos.
Jared corrió sin mirar atrás rumbo al segundo piso. Abrió la puerta de golpe y
despertó a Sharon con el portazo.
— Por qué….
Jared la acalló con un beso. Atrayéndola después con sus brazos acunando su
cabeza contra su hombro.
Sabía que no había tiempo que perder, pero para él lo más importante en esos
momentos era calmar a su mujer.
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Susurrándole palabras de cariño al oído Jared logró calmarla, hasta que ella
permitió que la dejase unos segundos sola en la cama.
Cuando regresó junto a ella con un abrigo de piel y un par de botas altas, la
vistió y la tomó en brazos.
Sharon asintió, mirándolo con absoluta confianza. Se dejó llevar en brazos. Aún
se sentía cansada. Le abrazó y apoyó su cabeza en su hombro.
Jared sonrió, bajando con cuidado las escaleras, escuchando el ajetreo de los
demás vampiros que se preparaban para salir de la cabaña.
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El grupo de vampiros se movían de prisa corriendo sin pausa, sin mirar atrás. A
su alrededor los brujos intentaban cercarlos, rodeándoles, pero los vampiros más
antiguos acostumbrados a la caza lograron despistarlos.
— Esta noche es nuestra noche de suerte. Seis chupasangres para nosotros solos
— Humedeciéndose los labios, comentó —. Toca uno por cabeza.
— Brujo, esta noche has cavado tu propia tumba. Estaba esperando entrar en
acción y vosotros seréis mi saco de boxeo.
El brujo bufó rodando los ojos. No creía las amenazas del vampiro. Para el
hombre, los vampiros estaban en clara desventaja.
Esa noche se sentían fuertes, ya habían cazado horas antes y el poder de los
licántropos que cazaron corría por sus venas, aumentando su magia. Se sentían
poderosos, invencibles.
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No iban a echarse atrás. Lucharían a muerte hasta tener los corazones de sus
presas en sus manos.
Christopher se adelantó a todos. Sin decir palabra se abalanzó sobre el jefe del
grupo y lo degolló con sus garras salpicando con su sangre el suelo.
Los brujos al ver caer muerto a su jefe jadearon de terror. No habían visto al
vampiro. Éste se había movido tan velozmente que había desaparecido por unos
instantes de sus vistas para aparecer al lado del cuerpo degollado de su jefe.
Blooder lo miró alzando las cejas. Apoyando una de sus dagas en su mentón, le
comentó con ironía.
— Y que me dices el estar delante de unos bastardos que huelen a sangre de lobo
y empuñan unas dagas ceremoniales manchadas de sangre de inocentes. ¿Es o no
es un buen momento para saciar nuestra sed?
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Leif se masajeó las sienes. Le dolía la cabeza. Odiaba que sus hermanos de raza
matasen indiscriminadamente, pero él los había llamado pidiendo auxilio. Desde
que Dominic le comunicó, mientras descansaba en el sueño diurno, que el
Príncipe le había condenado públicamente al exilio al enterarse que fue él quien
puso en su contra a los Guerreros de su propio clan, no dudó en contactar con
esos malditos trastornados
— Mierda. Haced lo que queráis pero por los dioses, no perdamos más tiempo.
Me estoy congelando en estas putas montañas.
Christopher sonrió con una mueca de burla.
Con su compañera en brazos, Jared fulminó con la mirada a los brujos y estos se
quemaron instantáneamente sin darles tiempo a gritar, reduciéndose en cuestión
de segundos a cenizas que se esparcieron por el suelo en cinco montones. Si los
vampiros se asombraron del alcance de sus poderes no lo mostraron. De todos
era sabido que los hijos nacidos de dos especies inmortales diferentes poseían
características de ambas razas. Eran casos muy extraños y contados, pero muy
poderosos. Jared poseía la destreza y la fuerza de un vampiro junto con el
dominio del fuego al ser su padre un
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brujo. Su cuerpo soportaba la afluencia de dos poderes opuestos que luchaban
por tener el control de sus sentimientos. Él no fue entrenado de joven para
aprender a usar su poder que desarrolló sin tener que absorber la energía vital de
otro ser humano. Los brujos de nacimiento eran incapaces de realizar conjuros
de magia sin haber absorbido antes energía, bien sea matando y extrayendo el
corazón de su víctima o por el acto sexual, donde se desprendía gran cantidad de
energía. Jared, por el contrario, sí podía acceder libremente a su núcleo mágico y
disponer de él, repercutiendo tan solo en su estado físico, agotándolo. Por suerte
para él, su herencia vampírica por parte de su madre y hermana de Leif le curaba
las heridas con rapidez y mermaba los efectos del uso de magia.
Blooder quedó con la boca abierta y las dagas en sus manos dispuestas a dar
caza. Lanzando una maldición, se volteó y se enfrentó a Jared que mantenía su
vista en los restos humeantes de los brujos.
— Quien te ha pedido vela en este entierro, niñato. Esos brujos eran míos. Mis
amigas deseaban su sangre — Giró las dagas en sus manos, la plata centelleó
con la luz de la luna — Eres un maldito aguafiestas.
Christopher se ató los cabellos con una coleta baja. Y después de patear uno de
los montoncitos de ceniza, le ordenó que se callase a Blooder, que seguía
despotricando contra un sonriente Jared.
— Ya basta Herbert.....
Christopher bufó.
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Odiaba sentirse tan indefensa. El mundo en el que se movía era oscuro y plagado
de sangre y venganza. La muerte formaba parte de sus vidas y por más que
quisiese acostumbrarse a eso su mente, su corazón aún lloraba de pena y
compasión por las víctimas.
— Todos los exiliados conocen este lugar. La Zona fue creada para albergar a las
criaturas que son rechazadas por los suyos, así que…— paseó su mirada por el
grupo —. No os sorprendáis si os encontráis lycans, hechiceros o kelpies. Todos
los que fueron expulsados de sus tierras son bien recibidos en la Zona.
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— Bla, bla, bla… Corta el rollo, tío. Entremos de una puta vez.
Estoy hambriento y necesito emborracharme para olvidar que me has jodido una
buena lucha.
Jared lo fulminó con la mirada, pero las palabras de Christopher que conjuró la
visibilidad de la puerta, lo mantuvieron silencioso.
— Entremos.
— Dios mío esto es asombroso — musitó en voz baja Gabrielle mirando con
curiosidad lo que sus ojos le abarcaban. Los niños corrían felices por el valle
detrás de una pelota. Los lycans jugaban con vampiros sin que importase su
procedencia.
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Para sorpresa de Leif y Gabrielle que era la primera vez que visitaban estas
tierras, el jefe que llevaba todo el cotarro no era más que un muchacho que no
aparentaba tener más de veinte años y que vestía completamente de negro con
piercings en sus cejas y labios.
— ¿Qué pasa Chris? Cuánto tiempo, veo que aún estás vivo. Oí lo que te pasó en
Vancouver. ¡Qué putada tío! — le saludó palmeándole la mano —. Pero que
tenemos aquí…— los miró uno a uno hasta detenerse unos segundos en la
dormida joven —.
Jared abrazó con posesivamente a Sharon. Si ella no era bien recibida, se irían
lejos.
— Está bien J. Por ser tú. Eso sí, si descubren que ella es…. — “una bruja. Ella
estará en peligro si se enteran de quien es. Puedo oler tu sangre en su cuerpo, tu
olor oculta su esencia mágica. Pero si la descubren…” le dijo mentalmente no
permitiéndose pronunciar esas palabras en alto por miedo a que alguien la
escuchase y sus temores se cumpliesen —. Tendrás que abandonar este lugar.
Jared asintió.
— Tienes mi palabra, K.
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— ¿Acaso sabes algo? No me digas que has tenido una de tus visiones.
— Que te puedo decir, amigo. Tu destino está lleno de lucha, pero también de
esperanza. Es lo único que debes saber.
Sin añadir nada más, Almaike desapareció en medio de una pantalla de humo,
como si fuese un espectáculo de un mago local.
— Lo sé, pequeña. Dentro de poco te sentirás mejor. Pero ahora bebe. Necesitas
hidratarte — le posó el vaso en los labios y vertió un poco del líquido teniendo
mucho cuidado en no ahogar a la joven.
Sharon bebió con avidez. Sentía mucha sed, y el agua que bebía fue un bálsamo
reconfortante para su dolorido cuerpo.
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— Lo siento.
— No tienes que pedir perdón, Sharon. No tienes culpa de tener un padre como
ese.
Sharon le miró a la cara. La amargura que transmitía con las palabras y los
gestos el hombre solo podía ser debido a que él sufrió lo mismo que ella, el
repudio por ser quien era, según entendió cuando escuchó la conversación a
gritos entre Jared y su tío en la cabaña.
Pero él era orgulloso, no aceptaría de buen grado que lo consolase. Tendría que
esperar a que fuese él mismo quien le contase su historia.
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Ella era la actual Sacerdotisa que debía velar por el bienestar y supervivencia de
las demás brujas. Un juramento y una responsabilidad que le transmitió su madre
antes de quitarse la vida.
Gimió contra sus labios y se dejó llevar. Luchando con su lengua por el control,
jadeando al sentir como la mordisqueaba con suavidad los labios obligándola a
entreabrir los labios permitiéndole que la saborease a fondo.
— Quien te dijo que solo se puede descansar en la cama. Qué poca imaginación
tienes, Sharon — Jared sonrió seductoramente acostándose al lado de ella,
tomándola la cara con sus manos. Bajó el tono de su voz —. Vas a ser mía — al
sentirla temblar, con los ojos momentáneamente nublados por los malos
recuerdos, Jared la tranquilizó besándole la frente —…Yo seré tuyo. Tu cuerpo
me aceptará y disfrutarás con nuestra unión.
Sharon entrecerró los ojos, respirando con dificultad. No podía creerle. Aunque
quisiese la desconfianza de que todo fuese una trampa, no la dejaba respirar
bien.
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¡Ja! Ella había presenciado como se desposaban amigos suyos y después de unos
idílicos años se separaban. Por desgracia el amor para siempre no existía.
— Es mentira. No te creo. ¿Cómo voy a ser la única para ti? He visto como
tratáis a las mujeres. Las utilizáis como objetos y las desecháis. El amor no tiene
espacio para los de tu especie.
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Jared sonrió.
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como hombre y no como el monstruo sediento de sangre que se suponía que era.
Por fin había encontrado a alguien que no le juzgase por su procedencia. Que no
tuviese en cuenta su sangre, la herencia que corría por sus venas. Uno de sus
mayores temores era ser rechazado también por la compañera que eligiese para
pasar con ella la eternidad. La diosa que creó al primer vampiro sobre la tierra
los maldijo con un sencillo hechizo. Solo se unirían una vez en su vida a un
alma, después de haberse unido no había marcha atrás, quedaría
irremediablemente atado a esa persona hasta el fin de su existencia.
— Jared, yo…— dudó unos segundos —. Quiero preguntarte algo, ¿este lugar es
seguro?
— No me trates como una niña. Se muy bien que al ser bruja los que habitan en
este lugar se pondrán en mi contra.
— Ah, Sharon nunca te vería como una niña. Eres toda una mujer…carnal,
apetitosa,….caliente. Y por los demás, no te preocupes, estaré a tu lado. No te
tocarán un pelo. En cambio yo….
A pesar de que tenía un hombre encima de ella con la clara intención de joderla,
no tenía miedo. Su cuerpo no temblaba de temor, se estremecía por la espera.
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Deseaba sentirlo sobre ella, dentro de ella. Que le mostrase la belleza de ese
acto, que por culpa de los atroces rituales de apareamiento se había convertido a
sus ojos en una cruel tortura.
Sharon cerró los ojos y arqueó la espalda. Las oscuras palabras del hombre
resonaron con fuerza en su mente. Iba a ser suya, y por todos los demonios del
infierno.
Se recostó encima de ella y pasó sus manos por sus pechos delineando una
imaginaria línea desde el cuello hasta el ombligo. Se sentía fascinado al ver
como la joven respondía tan ardientemente a sus caricias.
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Casi con devoción, Jared le besó uno de sus pechos, mordisqueando con
suavidad su pezón hasta que éste se endureció bajo su lengua. Los gemidos que
escapaban de la boca entreabierta de la mujer eran afrodisíacos.
Sharon enfocó la mirada aturdida en Jared, gimiendo sin control. Jared le lamía
el interior de sus muslos, acariciando con suavidad los depilados pliegues de su
sexo.
La estaba amando con la boca, lamiendo con frenética intensidad los pliegues
internos de su sexo mordisqueando casualmente su hinchado clítoris,
provocándole una corriente de electricidad que recorría todo su cuerpo.
Jared bebió de ella hasta que la dulce humedad que rezumaba la mujer, recorrió
los muslos mojando las aterciopeladas sábanas.
Jared apretó los dientes, la pasión le consumía por dentro. Su control se había
desmoronado. Conteniendo el aliento, Jared salió de entre sus piernas y se estiró
sobre su cuerpo apoyándose con los brazos para no aplastar a Sharon.
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Jódeme.
Sharon sonrió. Su corazón saltó de alegría al ver con que amor la miró. Con una
sonrisa seductora le incriminó: — Si sigues de cháchara no creo que lleguemos a
mucho.
Jared torció la sonrisa, abriéndole las piernas con la rodilla y rozando con la
punta de su verga la humedecida entrada de la mujer.
— Eres peligrosa, Sharon, puedes volver locos a los hombres con tu sonrisa, con
tus labios….con tu cuerpo — susurró roncamente, frotándose contra el cálido
cuerpo de ella.
Sharon le rodeó la cadera con sus piernas. Se abrazó a él pasándole los brazos
por los hombros, acercándole más a ella.
— Sólo deseo volverte loco a ti. Quiero que pierdas el control por mí.
El corazón de Jared saltó de alegría. En los ojos de ella no había rastro de dudas
ni de miedo. Solo absoluta confianza y deseo.
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Estar dentro de ella era un sueño. Las paredes de la vagina le abrazaban la verga
succionándola desde la punta a la base.
Sharon no tuvo que suplicarle que se moviese, Jared nada más entrar comenzó a
moverse suavemente entrando y saliendo de ella gruñendo roncamente.
Sharon se tensó pero solo durante unos segundos. En cuanto miró que el hombre
que estaba dentro y sobre ella era Jared no dudó, se ofreció a él completamente,
mostrándole el cuello.
— Hazlo. Muérdeme.
No sintió dolor alguno. Los afilados colmillos de Jared se abrieron paso por su
piel, hasta perforar la yugular y comenzó a succionar bebiendo con avidez su
cálida sangre. Que bebiese de ella le produjo gran placer.
Gimiendo, Sharon cerró los ojos y agarró las sábanas tirando de ellas.
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Jared bebió su sangre sin dejar de poseer su cuerpo. Su verga entraba y salía con
movimientos rápidos y precisos, danzando un antiguo baile.
Pasados unos segundos en los que sus corazones latieron al unísono y la sangre
se mezcló caldeando sus almas y uniéndolos de por vida como compañeros,
Jared echó la cabeza para atrás y gruñó en alto, después de lamer las heridas
producidas por sus colmillos.
Los dos cabalgaron la cima del clímax durante unos intensos segundos,
acabando desplomados sobre la cama, satisfechos, colmados en cuerpo y alma.
Sólo hasta que el destino nos separe Jared. Mi padre no descansará hasta que
Deborah y yo estemos en su poder. Él no permite la deserción y preferirá vernos
muertas antes que admitir que ha cometido un error. Estaremos juntos solo hasta
ese momento.
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Jared eran poderoso y Sharon cuanto más le conocía más orgullosa se sentía de
haberlo elegido como su Guardián. Pues a pesar de lo que la gente creía, una
bruja sólo abría su corazón una vez, con la persona que se sintiese
completamente a salvo, una vez tocada por esa persona, lo marcaba como su
guardián, abriendo desde ese mágico momento su corazón.
Él le había salvado la vida. La había defendido. Tuvo paciencia con ella a pesar
de ser una criatura de carácter orgulloso y no muy acostumbrado a no obtener
inmediatamente lo que deseaba.
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Su deber como alta sacerdotisa era poner a salvo a las mujeres de su clan que
sobrevivieron al ataque. Aunque le torturase tener que dejarlo, no podía darle la
espalda a sus funciones como sacerdotisa.
Había prometido con sangre a su madre que las protegería a todas, mientras veía
impotente como su madre perdía la vida dentro de un círculo de sal dibujado por
ella.
La grave voz del tío de Jared la devolvió al presente alejando de su mente los
dolorosos recuerdos que le dañaban el alma de la noche en que su madre, la
anterior Sacerdotisa, cambió su destino al suicidarse para transmitirle su poder y
mantenerla a salvo de las manipulaciones de su padre. Pero, por desgracia, su
sacrificio no sirvió de nada. William oprimió a las mujeres del clan, vengándose
de la traición de su esposa, jurando no volver a caer en la debilidad del amor.
Alejando la tristeza que la atormentaba Sharon observó como Leif miraba con
los ojos entrecerrados a Jared.
— ¡Cúbrete!
Leif rechinó los dientes ante las palabras burlonas del joven.
— No es pudor Jared, pero no deseo ver las marcas de tu pecho. Me traen malos
recuerdos.
Jared gruñó.
— A quien debería joderle estas marcas es a mí, al fin y al cabo esa noche casi
muero por su culpa.
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— ¡No tuve culpa de lo que ella te hizo! — explotó Leif dando un paso hacia
delante y cerrando los puños. El recuerdo de Jared, con un puñal en el pecho le
acompañaría por el resto de su vida —. Si mal no recuerdo fuiste tu quien dijo
que no se volvería hablar de ese tema — desvió la mirada, sintiéndose
nuevamente culpable al no haber previsto que su hermana intentaría acabar con
la vida de su hijo, al sufrir una fuerte depresión.
Recuerda tío que yo solo era un bebé cuando todo sucedió, ¿Qué culpa tenía yo?
Yo no fui quien cometió el pecado de unirse a otra especie, de permitir que el
fruto de aquella unión creciera. Tu hermana fue quien cometió el error, quien me
condenó, y tú no hiciste nada cuando debiste protegerme. Recuérdalo, Leif.
Recuérdalo.
Jared cerró la puerta de un portazo fuerte que rompió el tenso silencio. Sentía la
mirada preocupada de su compañera sobre él, pero no estaba preparado para
contarle acerca de su pasado.
Los recuerdos eran muy dolorosos aún hoy en día para él, debía sanar su
corazón, limpiar su alma del odio y del rencor para poder confiárselo a Sharon,
sin que la maldad la salpicase.
Jared cerró los ojos, y se apoyó en la puerta. Levantó la cabeza y rozó con las
yemas de su mano derecha las marcas visibles
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Jared abrió los ojos y fijó su mirada en los ojos de Sharon, bebiendo de ellos,
encontrando una paz en la turbulencia de sus sentimientos.
— Descansa un poco más Sharon, ya te aviso cuando sea la hora para cenar —
con un dramatismo que hizo reír a la joven Jared se despidió de ella y salió del
cuarto, encontrándose a su tío esperándolo en el pasillo.
— Jared yo…
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Leif no le quedó otra que aceptar que su sobrino no quería sus disculpas.
Carraspeando, le contestó, poniendo rumbo a las escaleras que daban a la planta
inferior de la casa principal de la Zona.
¿Pero qué importancia tiene eso? Semanalmente llegan nuevos refugiados aquí.
Por si no lo recuerdas pasé en este sitio más de treinta años después de que me
echaseis.
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Christopher le acalló cubriéndole la boca con un hechizo que le pegó los labios,
silenciándolo.
Almaike que hasta ese momento había permanecido callado, observando desde
las sombras las discusiones de los vampiros, dio un paso posicionándose al
frente de la gran mesa de madera.
Arrasan allá donde van, destruyéndolo todo sin arrepentimientos. La paz que se
firmó hace siglos ha sido quebrada, ha llegado la hora de reunirnos las razas
inmortales y acabar con los brujos.
Jared se tensó al escuchar eso último. Si lo que Almaike sugería se lleva a cabo y
se reunían de nuevo los guerreros de las quince razas inmortales, su mujer estaría
en problemas, joder ni él mismo se libraría de la caza. Cualquier ser que por sus
venas corriese sangre de brujo sería perseguido y aniquilado.
— No te preocupes J, sólo se cazará a los asesinos, los niños y las mujeres serán
indultadas de la caza.
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Soltando una palabrota Jared le increpó, pasando por alto el apodo infantil que le
dio Almaike cuando lo recogió en La Zona. Por más que le protestara su amigo
seguía llamándole J, acortando su nombre y reduciéndoselo a una consonante
que cuando la pronunciaba en alto parecía que estaba llamando a un perro.
— Demonios amigo, esa mujer si que te la debe chupar bien para que te vuelvas
tan impaciente.
— Ese no es el caso, tan solo tengo prisa. Este asunto es muy urgente.
— Como también debe ser urgente que te arranquen esa toalla y descubran a tu
impaciente amiguito.
— ¡Silencio, niño! — gritó Christopher levantándose de golpe.
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Blooder rió.
Leif tosió ocultando el ataque de risa que le invadía, el único que permanecía
inalterable era Almaike.
— Ah, amigo. Tú no estás con una mujer, estás con una tigresa — comentó
risueño Blooder mirando fijamente las marcas de arañazos y mordiscos que
cubrían el desnudo cuerpo de Christopher.
— Puedes meterte tus amables palabras por el culo — susurró Jared rodando los
ojos.
— Una pelea de gallos en la Zona, ver para creer…Almaike sigues tan permisivo
como siempre.
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Sus cabellos eran claros como los kelpies, pero sus ojos se parecían a los elfos
del reino de la oscuridad que moraban bajo tierra y que eran incapaces de
permanecer a la luz del sol. Era alta, de gran belleza, su porte era regio y segura
de sí misma. Cuando ella los miró percibieron parte de su poder y nos les gustó
sentirse indefensos ante otro ser.
Rhianny cerró los ojos unos instantes, meditando. Después de unos largos
segundos, abrió de nuevos los ojos y negó con la cabeza.
Almaike resopló.
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Como única respuesta el vampiro gruñía roncamente, surgiendo sus gruñidos del
interior de su garganta, resonando con fuerza.
Blooder estaba encolerizado, pero más con él mismo, ya que debía de haber
supuesto que la mujer era capaz de realizar magia.
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— ¿Guerra? — Preguntó con suspicacia —. Creía que tan solo íbamos a derrotar
a los brujos no iniciar una guerra a escala mundial.
— Hablas con tranquilidad de acabar con unos mortales pero te extraña que la
califique de guerra…— lo miró ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos —.
Sois extraños.
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Mira quien fue a decirlo. Pensó Leif guardándose las miles de preguntas que le
rondaban por la mente para más tarde. Ya llegaría el momento en que sus dudas
se resolviesen.
— Más de lo que me gustaría amigo mío, pero por vuestro bien por ahora no
debéis saber nada más.
Blooder
se
rió
amargamente,
mostrándole
la
mano
ensangrentada.
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— Ya veo como funciona las cosas en este lugar. Quien cojones decide quién
debe sufrir daño y quien no.
La magia utilizada era muy antigua, poderosa. Una magia pura, sin diluir.
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ellos quedan con vida. Intentaré ponerme en contacto con los guerreros de las
otras casas que estén cerca, y... — miró a Blooder — . Creo que lo dejaré dormir
aquí. Tendría que despertarlo, necesita beber sangre y un buen polvo, pero el
muy necio se niega a dejarse llevar por algo más que no sea el deseo de
venganza…. — negó con la cabeza como si le compadeciese —. Mierda de
autocompasión… Si el haber encontrado a la compañera y perderla te deja en ese
estado,.. me quitaron las ganas de encontrarla. El amor es una jodida maldición.
— No siempre.
— Eres afortunado, Leif. No siempre sale bien. Hay mujeres que no aceptan en
lo que las convertimos al hacerlas nuestras y acaban matándose. Lo que le
sucedió a la compañera de Blooder es... — frunció los labios y entrecerró los
ojos que brillaron con dolor —.
Tenerla entre tus brazos para luego verla como se desangra en tu lecho…. Es
mejor no conocer el amor, así nadie te dañará.
Christopher se fue del salón sin decir nada más, dejando silenciosos y pensativos
a los restantes hombres.
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Leif quiso creerle. Deseaba de todo corazón creer en sus palabras, pero la
experiencia que otorgaban los siglos le indicaba que la vida era una amarga
continuación de errores y desgracias en los que la felicidad era escasa y muy
preciada.
— Nunca juzgues por la apariencia vampiro. He vivido más amaneceres que los
de tu especie, simplemente…— sonrió con encanto —. Me conservo muy bien.
Leif entrecerró los ojos. Odiaba cuando se ponían en plan oráculo. Las criaturas
que eran capaces de vislumbrar el futuro eran odiosas siempre diciendo que el
futuro ya estaba escrito pero sin soltar prenda de él por temor a cambiarlo. Pero
si sabían que iba a ocurrir porque no podían impedirlo.
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sin pensarlo dos veces al amanecer, hasta sentir los rayos del sol destrozar el
cascarón que se habría convertido su cuerpo.
— Y ahora que se supone que voy a hacer contigo. Te dejo dormir la mona aquí
o te llevo a un cuarto — después de pensarlo unos minutos y sonriendo con un
gesto de auténtico diablillo, comentó en alto mientras se levantaba y se sacudía
la ropa —. Que pases una buena noche vampiro.
Silbando una antigua tonadilla de guerra que no se escuchaba desde hacía dos
mil años Almaike salió del salón cerrando las puertas. Con pasos seguros y sin
vacilar caminó hasta las puertas de entrada de la mansión.
Nada más abrir las puertas, saludó con la cabeza a unos jóvenes lycans que
regresaban de cazar animales para comer.
De pie ante las puertas contempló el mundo que había creado junto a sus
hermanos, un mundo de paz en el que todos pudiesen vivir sus vidas a pesar del
pasado, un lugar que estaba siendo amenazado por la codicia de los hombres.
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una reunión. Pero por más que quiso dormir, no pudo. Los nervios le impidieron
descansar y para no andar por el cuarto dando vueltas sin hacer nada, se decidió
por ducharse y relajarse un rato.
Sharon echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos dejando que el agua caliente
cayese por su rostro y bajase lentamente por su pecho.
— Ah, amor. Que bien hueles — le olisqueó los húmedos cabellos quedando
bajo el chorro de agua caliente.
— ¿Qué haces?
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— Sharon, hasta el día de mi muerte te desearé cada vez que te mire. Eres lo que
siempre deseé y…— la atrajo de nuevo a él acariciándole las nalgas, delineando
círculos en su tersa piel. —…es hora de recuperar los años perdidos.
— Que suerte la mía — Susurró con voz ronca —. Encontré mi dios del sexo,
que me enseñó que con amor todo es posible,....hasta desear que me tomes...con
fuerza —. Sharon sonrió al verle tragar con dificultad, tensándose su cuerpo.
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-13-
Los habitantes de la Zona tardaron tres días en averiguar que entre los recién
llegados había una bruja. En cuanto el rumor se extendió por los centenares de
kilómetros que comprendía aquel mágico lugar, Almaike tuvo que enfrentarse a
varias facciones que estaban dispuestas a tomar la mansión principal por la
fuerza para buscar a la bruja y matarla.
— Solo espero amigo mío, que algún día me perdones por lo que va a suceder,
pero no puedo intervenir. Aunque quiera ayudarte, tengo las manos atadas —
murmuró removiendo la copa de sangre que tenía en sus manos sin dejar de
mirar el exterior desde su cuarto privado.
— Vamos Jared, quedamos para cenar a las nueve y son las nueve y media
llegamos tarde de nuevo.
— ¿Y de quien es la culpa?
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Jared no lo negó.
Sólo tú cielo. Nunca antes me lo han dicho. Si quieres te muestro las buenas
referencias que tengo.
Sharon bufó.
Engreído. Debo ser la única que se cruzó en tu vida que tenía sentido.
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cuando antes odiaba a muerte a esa raza ahora se veía rodeada de chupasangres
que la trataban con naturalidad.
Paseó la mirada por el cuarto reparando en los tíos de Jared, como todas las
noches Leif gruñía a Blooder que se insinuaba a Gabrielle en cuanto se veía libre
del acoso de la hija pequeña de la amante de turno de Christopher.
Sharon miró a la niña que pasó cerca de ella en esos momentos y que era una
auténtica pesadilla para Blooder.
— ¡¡Tío Bloody!!
Sharon sonrió. Blooder al escuchar la voz de la cría puso mala cara y se levantó
poniéndose tieso.
— Yo no soy tu tío, niña. Que te coja tu madre — Entrecerró los ojos y buscó
con la mirada a la mujer lobo progenitora de la niña —.
— Mi mamá está con Chris. Me dijeron que bajase a cenar y que te buscase, que
me ibas a cuidar mientras ellos hablan.
— Eh, Blooder cuida esa lengua que hay menores presentes — le recriminó
Gabrielle.
Casanova: fue un famoso aventurero veneciano. Se le conoció sobre todo como
un hombre famoso por sus conquistas amorosas, que llegaron a ser 132.
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— Suéltame.
Jared permanecía apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.
La furia se leía con claridad en su rostro, sus ojos relucían con peligrosidad y su
cuerpo estaba tenso, preparado para el ataque.
Un silencio sepulcral los rodeó, siendo roto segundos después por unas fuertes y
roncas carcajadas que desconcertó a Jared.
Sharon entrecerró los ojos. Los dedos de Jared se clavaron con fuerza en sus
hombros, seguramente marcándola, pero no le importó la muestra de furia del
vampiro, lo que verdaderamente le molestó fue que su compañero no confiase en
ella.
— ¿De qué lo conozco? — Soltó una seca carcajada —. Pues pasé unas noches
inolvidables a su lado.
Markush contestó a sus siseos mostrándole los colmillos que se curvaron hasta
asomarse por sus labios.
— No me tientes vampiro, que desde hace tiempo deseo hincarle el diente a uno
de los tuyos.
— Adelante perro, veremos quien acaba mal de los dos.
Sharon se interpuso entre los dos hombres, furiosa. Por culpa de esos dos ella era
nuevamente el centro de atención atrayendo las miradas de todos.
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— Muy bien dicho — Rhianny apareció tras ella con movimientos sigilosos y
felinos —. Los hombres a veces parecen niños jugando a ver quien es el más
macho — se encogió de hombros sacudiendo la cabeza con dramatismo —. Se
merecen unos azotes.
Markush caminó hacia Rhianny, sonriendo. Nada más alcanzarla la abrazó con
posesividad mirándola fijamente a los ojos.
— Soy todo tuyo mi diosa, cuando quieras dejaré que me azotes — susurró con
la voz enronquecida.
Markush era todo lo que ella siempre deseó en un hombre. Fuerte, orgulloso, un
guerrero hermoso, surcado por las cicatrices de las batallas que libró y venció,
todo suyo……eternamente suyo.
— Recordaré tus palabras mi amor, entre tanto, podrías dejar de coquetear con
otras mujeres.
— ¡No lo estoy!
Markush seguía con una sonrisa revoloteando en sus labios, convencido de que
la mujer mentía.
— Vaya mujer.
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Leif silbó utilizando los dedos de su mano izquierda, atrayendo con el agudo
silbido la atención de las personas que permanecían de pie obstruyendo la
entrada al comedor.
los
vampiros
comían
tranquilamente
comida
mortal
compartiéndola con los lycans invitados por Almaike. Ella siempre creyó que los
chupasangres solo podían beber sangre, pero a pesar de lo que ella creyese los
vampiros consumían todo tipo de alimentos, disfrutando de los sabores y los
aromas de las comidas.
La cena de esa noche era copiosa. Los aromas de las diferentes comidas se
mezclaban en el aire, inundando con su suavidad cada rincón del comedor,
abriendo el hambre de los comensales.
Sharon picoteó sin muchas ganas el guisado, revolviendo las patatas. Se sentía
cansada. Su estómago estaba revuelto y a pesar de tener a su disposición decenas
de diferentes comidas exóticas, no sentía hambre. Miró la larga mesa. Además
de los familiares de Jared, cenaban en silencio los Guerreros vampiros junto a
mujeres que calentaban sus camas por las noches. Y Markush….bueno,…solo
tenía ojos para la mujer que la acompañaba.
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— Sí estoy bien — Gabrielle no la creyó, apretó los labios con disgusto. Sharon
sonrió abiertamente. La vampiresa la trataba con cariño, como si fuese parte de
su familia —. Bueno, me encuentro un poco mal, tengo el estómago revuelto.
— Me lo supuse — Le cogió las manos y las apretó entre las suyas —. Eres
afortunada, Sharon. Pocas mujeres pueden concebir una vez transformadas — su
voz se rasgó de dolor. Al mirar a los ojos a la joven compañera de su sobrino
parpadeó intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos
—. Yo no tuve esa suerte. No puedo tener hijos.
¡Estoy….! No puede ser verdad. ¿Cómo pudo suceder? las imágenes de los
momentos que compartió con Jared vinieron a su mente. Ejem…bueno si que
puede ser verdad, no tomé nada para…y claro…la ducha, la cama, el
escritorio… ¡Oh, diosa! Si es verdad que estoy embarazada todo se ha
complicado todo.
Gabrielle no tuvo necesidad de leerle la mente a la joven para saber que lo que
menos se esperaba era que estuviese embarazada.
— Diosa, pero si es verdad…Seré una carga, un blanco fácil para todos. Este
bebé será un peón más en esta guerra.
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Estaba echa un lío. Necesitaba estar unos minutos a solas y pensar en todo lo que
se le avecinaba.
Sharon miró a Jared. Éste al sentir su mirada sobre él, la buscó con los ojos y
sonrió llegando la felicidad que reflejaba aquella sincera sonrisa a sus ojos.
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Sintió arcadas. Sharon boqueó varias veces intentando contener las ganas de
vomitar.
Jared se levantó.
Sharon cerró la boca con fuerza. Se levantó angustiada. Tenía que vomitar.
— Tengo...que...vo…vomitar.
Echó a correr. Salió del salón y corrió hasta el cuarto de baño de su dormitorio.
Nada más entrar al baño se arrodilló y vomitó todo el contenido de su estómago.
No quiero ir al médico.
— Irás al médico.
Sharon le miró echando chispas por los ojos. Esta vez no iba a ceder. Si iba al
médico y la examinaba podrían averiguar que estaba
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Cada vez que vomitaba se agotaba, como si perdiese sus fuerzas con cada
arcada.
Soltando un suspiro, Sharon se giró y se cubrió hasta esconder la cabeza bajo las
mantas.
Jared salió del cuarto sin hacer ruido. En el pasillo se encontró a Leif.
— ¿Se encuentra bien? Nos sorprendió a todos que saliera corriendo del
comedor.
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El médico del lugar por suerte vivía cerca de la mansión principal. Jared
siguiendo las indicaciones de unas mujeres que encontró a esas horas en los
jardines que rodean la casa, llegó sin problemas hasta el médico. Cuando se
encontró delante de la puerta del doctor, golpeó con fuerza la madera, bramando
que abriesen.
Pasados unos segundos, un joven en bata negra le abrió la puerta. Jared pudo
oler que no era humano, ni vampiro. El hombre que se abrochaba la bata delante
de él ocultando de esa manera su desnudez pertenecía al clan Serpiens. Unos
seres que eran capaces de transformarse en serpientes y que vivían recluidos
alejados de los de su especie por su guerrera naturaleza. No podían coexistir dos
de ellos en el mismo territorio pues acababan luchando entre ellos hasta la
muerte.
Jared gruñó.
************
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Con las manos apoyadas en la barriga regresó al cuarto. Al ver un espejo encima
de la cómoda se puso delante de el.
Rozó la fría estructura con los dedos. Estaba confusa. En cuestión de días había
pasado de ser la esclava de los brujos a ser la esposa de un sobreprotector
vampiro. Y ahora,…cabía la posibilidad de que estuviera encinta.
Su primer bebé.
Sharon sonrió.
Al mirar de nuevo el espejo recordó una manera para comunicarse, que solo las
mujeres de su raza podían emplear.
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— ¿Sharon?
— No, soy el lobo feroz — Se burló con voz chillona —. ¿Que significa eso? —
preguntó señalando al hombre acostado al lado de Deborah y que seguía
durmiendo a pesar de los gritos.
— Es un hombre, hermana.
— Eso ya lo veo Deborah, no me tomes el pelo.
Sharon se tapó el cuello donde sabía que se veía con claridad los mordiscos
eróticos que le provocaba Jared en la cumbre del placer, cuando ambos tocaban
la frágil barrera del clímax. A su compañero le gustaba mordisquearla en la base
del cuello succionando su sangre, acelerando el ritmo del pulso hasta que sentía
que se rompía.
— No cambies de tema Deborah. ¡Qué coño haces en la cama con ese hombre!
Por el bien de su salud mental, Sharon pasó en alto los irónicos comentarios de
su hermana, concentrándose en lo que iba a informarle.
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La joven dejó escapar un grito de alegría, pero cuando sintió como se revolvió
en sueños su compañero de cama, se tapó la boca con las manos hasta que su
agitado corazón se calmó después de haber escuchado lo que por tanto tiempo
rezó para que sucediese.
— Ya lo veo.
— Pero es la verdad hermana. Cuando estaba buscando una salida para las dos,
él me encontró y me secuestró.
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— ¿Y? ¿Dónde queda ese lugar? — preguntó con curiosidad Deborah — Estás a
salvo, ¿no?
— No hay que bajar la guardia Deborah, solo ten cuidado y recuerda mis
palabras.
La joven bruja abrió la boca, pero antes de que pudiese preguntarle a su hermana
Sharon, la conexión entre las dos comenzó a romperse. La magia que rodeaba la
mansión en la que estaba viviendo en esos momentos impedía de alguna manera
que la magia de su clan perdurase. De algún modo la raza del hombre que la
mantenía presa con sus caricias, habían conseguido dominar la energía que
poseían para crear unas barreras mágicas que repelían la magia de otras razas y
los mantenían seguros y alejados de la guerra que se fraguaba en aquel
continente.
— ¡Mierda! — Golpeó el cristal con rabia —. ¡Por qué te cortaste ahora! Joder.
No sé donde te encuentras Deborah.
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— Al menos sé que no estás herida.
Cuando iba a limpiar con una toalla la sangre del espejo para que cuando Jared
regresase al cuarto no se alarmase al oler su sangre, un agudo chillido la asustó.
Al girarse Sharon se encontró con dos mujeres que la señalaban. Sus ojos
chispeaban con autentico odio.
¿Por qué no cerré la puerta con pestillo? Pensó la joven al darse de cuenta que
la habían descubierto, que esas dos curiosas mujeres al escuchar sus gritos
habían entreabierto la puerta del cuarto aprovechando que esta no estaba cerrada
y se habían quedado sorprendidas al ver como Sharon dominaba el fuego para
mantener el portal abierto.
Al ver como esas mujeres presas del odio que consumía sus corazones se
transformaban en animales, Sharon transmitió mentalmente a su compañero.
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Jared. Te necesito.
Rasters Serpiens, médico del lugar, miró con curiosidad al nervioso vampiro.
— ¿Sucede algo?
— Espero que no — aumentó el ritmo de las zancadas Sharon, ¿estás bien? Voy
para ahí pequeña.
No obtuvo respuesta.
Contesta mujer.
Jared se estaba volviendo loco, con cada paso que lo acercaba a la mansión
sentía que la culpa por haberle fallado a su compañera se cerraba en torno a su
corazón. La opresión que sentía en esos momentos en su pecho le estaba
drenando la cordura, poniéndolo al borde de la locura.
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************
— Bruja…cof…cof….debes…mo-morir…
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La loba ignoró sus palabras, siguió avanzando hacia ella boqueando con
dificultad por la pantalla de humo negro que las rodeaba.
Sintió su dolor. Esa loba luchaba contra sus fantasmas y por desgracia Sharon
representaba al enemigo.
Pobre. Ella perdió a su compañero. Si perdiese a Jared no sé como lo tomaría,
quizás haría igual que ella.
La loba atacó. Gruñendo se abalanzó sobre Sharon. Sin esfuerzo la joven bruja
se apartó. La loba se estrelló contra la calcinada cama, el golpe de su caída
resonó con fuerza.
Sharon se giró al escuchar la voz de la otra mujer detrás de ella, pero sus
movimientos no fueron lo suficientemente rápidos como para esquivar la garra
que se enterró en su estómago.
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La mansión tembló alertando a sus habitantes que salieron de los cuartos y de los
comedores buscando asustados la fuente de ese gran poder que conseguía alterar
de esa manera la estructura del edificio.
De uno de los comedores salieron corriendo Leif y Almaike junto a los demás al
escuchar los gritos de fuego. Tanto Leif como Gabrielle se temieron lo peor.
— ¡Cuidado Jared!
Jared miró a su tía que intentaba liberarse del agarre de Leif. Le habían seguido
sus tíos y los demás guerreros. Los guerreros mantenían detrás de ellos a las
mujeres que salían de sus cuartos para ver que sucedía. Hasta Blooder mantenía
una expresión de
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Al ver que su sobrino era rodeado por las llamas Gabrielle chilló con fuerza,
tirando hacia delante su cuerpo, liberándose de su compañero. Pero no llegó muy
lejos. Leif la atrapó a unos metros de la bola de fuego en que se convirtió Jared.
Jared había elegido su destino desde el momento en que eligió a esa joven como
su compañera para toda la eternidad, él no iba a entorpecer el camino tomado
por su sobrino.
— No,...déjame...debo ayudarle…
Las llamas que hasta ese momento rodearon a Jared se removieron en círculos,
hasta que finalmente se apagaron.
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Todos miraron con admiración y temor a la criatura que se erguía con la cabeza
echada hacia atrás, delante de la puerta del cuarto.
— ¿Jared? — preguntó con voz débil Gabrielle incapaz de creer que ese ser era
su adorado sobrino.
Pero la criatura en que se convirtió Jared la miró al escuchar su voz. Sus ojos
asustaron a los presentes, eran negros sin brillo. Su rostro no mostraba
sentimiento alguno, se mantenía inexpresivo, mirando a los presentes sin pararse
a mirar a uno fijamente. El color de su piel era veteada predominando el cobrizo
oscuro entre el azabache. Sus largos cabellos revoloteaban en el aire, danzando y
chispeando pues eran lenguas de intenso fuego. La ropa que vestía se había
quemado y en su lugar había aparecido unos extraños tatuajes que le cubría cada
centímetro de piel. Esa criatura estaba desnuda, cubierto de cicatrices y tatuajes,
mirándolos como si no los reconociese, rodeado de un aura que parecía consumir
el oxígeno del aire.
Extendiendo los brazos, Jared apagó las llamas que consumían las cortinas del
pasillo. El fuego desapareció de las humeantes cortinas para sumergirse en su
cuerpo. Absorbió todo el fuego que ponía en peligro las demás habitaciones y sin
mirar a sus tíos, para no ver en sus ojos el desagrado que por tanto tiempo le
persiguió por
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Sí, mi amor. Céntrate en mi voz. Así muy bien, ahora drena tu poder. Permite
que fluya despacio. Lentamente.
Jared siguió avanzando hacia ella, absorbiendo las oleadas de llamas que la
joven bruja le lanzaba para alejarlo de ella.
Jared caminó los últimos metros que lo separaban con ella, y la abrazó.
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— Mírame, Sharon. No apartes tus ojos de mí — la joven abrió los ojos y enfocó
su atención sobre él —. Muy bien, mi amor. Ahora hazme caso, y permite que te
ayude a liberar tu poder.
Entre sus brazos se sentía segura. Al lado de Jared nada malo le sucedería.
Confiaría en él.
Jared apretó los dientes procurando no gruñir de dolor al sentir como su cuerpo
se resquebrajaba al absorber tal cantidad de magia.
Era la primera vez que realizaba un hechizo de retención y por todos los
demonios que estaba dispuesto a entregar su vida de ser necesario con tal de
salvar a la mujer.
La mujer asintió.
— Perdóname Jared.
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Ninguno de los dos dijo nada más. El crepitar del fuego fue el único sonido que
se escuchó en lo que restó de hechizo. Lentamente el fuego se hizo más débil,
hasta que las últimas oleadas de llamas, vagaron con lentitud de un cuerpo a
otro, abrazándolos, entremezclándose, uniéndolos mágicamente.
En cuanto Sharon se vio liberada de la rabia del fuego, cayó rendida en los
brazos de Jared. Mientras ella aceptaba la oscuridad curativa, Jared apagó con
una ráfaga de viento los últimos vestigios de fuego que perduraban en las
cortinas y el colchón. Una vez que se cercioró que no había fuego, se vistió
haciendo aparecer sobre su cuerpo unos pantalones y unos zapatos, y salió del
cuarto con su mujer en brazos.
Nada más aparecer en el pasillo, Gabrielle corrió hacia ellos seguida de cerca de
Leif.
Con voz ronca y rasgada como la hojarasca seca, le aseguró que se encontraba
bien, apaciguando la preocupación que mostró Gabrielle.
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Hace décadas habría dado todo lo que tenía por escuchar de los labios de sus tíos
que lo aceptaban tal y como era, que no le temían ni le odiaban. Pero ahora, le
era indiferente. Su pequeña bruja era la única que le importaba y ella le aceptaba.
Las criaturas que habían acudido a esa planta para averiguar que era lo que había
pasado, al verlo caminar hacia ellas, salieron corriendo con sus crías de las
manos rumbo a sus cuartos. Sus alaridos temerosos perforaron la mente de Jared.
Nuevamente se alejaban de él chillando, mirándolo como la bestia que era en
realidad, odiando y temiendo en lo que se podía convertir cuando concentraba
los núcleos de magia que poseía su corazón.
Jared…
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Ante la mirada asustada de los curiosos, Jared bajó las escaleras manteniendo en
todo momento la guardia en alto.
En cuanto llegó frente a las puertas de entrada de la mansión, el doctor que fue a
buscar le paró posando su mano en la sudada cabeza de Sharon.
Era horrible vislumbrar lo malo que les iba a suceder a las personas que acudían
a él. Deseaba de todo corazón poder alguna vez ver algún suceso dichoso para
variar un poco.
— Sólo puedo decirte eso Vampiro, por vuestro bien es mejor que no sepáis nada
más.
Jared se enfureció.
— Os incumbe a ambos, pero no voy a decirte nada más. No insistas joven, sólo
te advertí porque me caíste bien.
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Vete, aléjate a las montañas. Las lobas que mató tu compañera tienen familia en
esta zona, irán a por ella. No pierdas el tiempo preguntando — le aconsejó una
voz de mujer.
Jared se volteó para buscar a la dueña de esa voz, perdiendo de vista unos
instantes al médico serpiens que aprovechó para aparecerse en su cabaña y
alejarse del vampiro.
Debes vigilarla, hermana. Ella nos hace falta para entrar a ese mundo. Sin su
sangre seguiremos atrapadas para siempre. Asegúrate que aún no muere.
Joder la que faltaba. Debía revisar las barreras de su mente para impedir que esa
arpía se colase en su cabeza siempre que lo desease.
Rhianny cerró los ojos y se masajeó la sien. Mantener una conversación con sus
hermanas era doloroso y le consumía mucha energía.
Rhianny, has escuchado mis órdenes.
Rhianny explotó.
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Basta Eirle. Me produces dolor de cabeza. Ya te contaré como sigue todo esto.
Hasta entonces mantente alejada de mi mente si no quieres que patee ese fofo
culo tuyo cuando te vea.
Después de todo sus hermanas solo esperaban desde su hogar y ella era a la que
le tocaba pasear entre los mortales.
Bueno, admitió a regañadientes. No era tan malo después de todo, gracias a que
perdió una apuesta había conocido a Markush, solo por eso les estaría
eternamente agradecidas por haber echo trampas para que fuese ella la
perdedora.
— El que faltaba a la fiesta. Cuantas veces te tengo que repetir que no hace falta
que me defiendas, se defenderme muy bien.
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¿Quién eres? ¿Cómo es posible que rompas mis barreras con esa facilidad?
Jared rechinó los dientes. La desquiciada de esa mujer lo estaba tratando como si
fuese un niño pequeño.
Las palabras de la mujer eran retorcidas pero ciertamente podría ser verdad. Tal
vez lo mejor era no jugar con el futuro y mantenerse alerta ahora que estaba
prevenido.
— Me voy.
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Leif y Gabrielle bajaban las escaleras cargados con unas bolsas de viaje. Estaban
vestidos con gruesas capas de viaje y lucían una mirada decidida. Ambos iban a
apoyar a su sobrino, esta vez no lo iban a dejar solo.
— No hace falta que vengáis.
El nudo que sintió en la garganta impidió al joven vampiro contestar a sus tíos.
Tan solo asintió y permitió que lo acompañasen afuera de la mansión.
— Markush.
Rhianny suspiró. Como suponía iba a ser difícil convencer al orgulloso lycans
que la esperase en la Zona. Le dolía dejarlo atrás pero así al menos sabía que
estaba a salvo, lejos de las garras de los brujos. No podía permitirse el lujo de
perderlo.
— No Rhianny. Eres mía, nunca me alejaré de ti, ni permitiré que te alejes de mí.
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Pero por desgracia primero eran los negocios. En cuanto finalizase lo que vino a
hacer a la tierra ya podría concentrarse en Markush.
Sonriendo, le sugirió.
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— ¿Y si no Jared?
— ¿Y por qué Toronto? No sé si te has dado de cuenta pero nos queda a cinco
horas de camino.
— Lo sé Leif, pero en esa ciudad estaremos a salvo, conozco a alguien que nos
podrá ocultar en su casa.
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Una vez que todos aceptaron su decisión, Jared agarró con fuerza a su hembra y
echó a correr marcando el ritmo necesario.
Los troncos de los árboles y los arbustos le impedían ver con claridad lo que les
rodeaba, los vampiros cerraron los ojos y se concentraron en analizar cada
sonido que surgía en el valle para buscar la fuente de aquellos espeluznantes
gritos.
No tardaron en encontrarla.
— Protégela.
— ¡Leif!
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— Anciano.
Sin decir nada más Leif echó a correr hacia la batalla, Jared soltando una
carcajada le siguió, invocando al fuego.
Como habían supuesto unos brujos tenían acorralados a unos cachorros de lobo
que gruñían e intentaban defenderse de los mortales. Sus cuerpos estaban
maltratados y el pelaje manchado de sangre, sangre que manaba de las
abundantes quemaduras que le provocaron los brujos.
— Pero ¿qué tenemos aquí? — masculló con sorna Leif echando chispas de
indignación por los ojos. Los malditos mortales no distinguían entre adultos y
cachorros, era horrible ver que cazaban indiscriminadamente, y solo por obtener
mas poder. Un poder maldito que algún día les iba a pasar factura a sus oscuras
almas.
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Jared apretó los puños y mostró los colmillos en una mueca de furia.
Los brujos no tardaron en reaccionar, lanzando unas bolas de fuego que con
asombrosa facilidad Leif esquivó, mostrando su pericia.
Se movió con rapidez, acabando con la vida de seis de los trece brujos que había
en ese lugar. La sangre manchó el verde suelo del valle, inundando el ambiente
con su olor dulzón, poniendo nerviosos a los inmortales que reaccionaron al olor
a muerte.
Mientras sus hombres luchaban fieramente contra los asesinos, Gabrielle tumbó
en el suelo a Sharon.
— Vamos pequeña, reacciona. Nos necesitan — cacheteó con suavidad las
pálidas mejillas de la joven —. ¡Despierta!
Su
grito
penetró
la
obnubilada
mente
de
Sharon,
despertándola.
— No, otra vez no — se quejó con voz débil Sharon, tocándose la cabeza con las
manos —. Dime que no me desmayé de nuevo. — suplicó mirando a los ojos a
Gabrielle.
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— Mierda. Como es posible que desde que lo conozco me haya vuelto tan débil.
No hago más que desmayarme como una doncella en apuros. Que rabia me da.
Yo no soy así. Soy una bruja, una sacerdotisa, poderosa. ……— se calló de
golpe al darse cuanta que había revelado más de su pasado, de su presente de lo
que pretendía. Llevada por el enfado que sentía hacia sí misma había revelado
que ella era la actual sacerdotisa del clan.
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Jared saltó hasta quedar a su lado. Después de echar un rápido vistazo a la herida
de su tío, sonrió con burla.
— Insolente.
Un ruido de ramas pisadas los acalló a los dos vampiros que se giraron al tiempo
para ver como Markush aparecía saltando sobre ellos y lanzándose gruñendo
hacia los brujos que permanecían con vida.
Soltando una carcajada Jared se unió a la batalla seguido de cerca de Leif. Entre
los tres acabaron con rapidez con los brujos, destrozando sus cuerpos y
salpicando con su hedienta sangre las vírgenes tierras.
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Si tantas ganas tienes de pasear tal vez quieras acercarte a Toronto con nosotros.
— Ahora que lo dices vampiro, tengo ganas de ver como ha cambiado en estos
siete años Toronto.
Sin decir nada más, Jared regresó junto a su compañera. Al verlo aparecer
Sharon corrió hacia él.
— ¡Estás herido!
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la cálida esencia de su clan salpicaba los suelos de esas tierras. Su familia estaba
maldita, muriendo a manos de los seres que por tanto tiempo cazaron
indiscriminadamente.
La joven levantó la mirada de sus manos para posarla en los brillantes ojos de
Jared.
Mientras ella siguiese con vida era un objetivo por ambas partes. Su propia
familia, su propio padre la buscaría hasta dar con ella, y los inmortales que
comenzaban a luchar por su libertad, por erradicar de la tierra la maldita sangre
de los brujos querrían matarla para imposibilitar que una nueva generación de
brujos naciese.
— Ya, claro. Y esas mujeres que…. — soltó un agudo gemido al recordar con
claridad como su poder quemó hasta reducirlas a ceniza a las mujeres que la
atacaron en la Zona.
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— Sé que puedes hacerlo Sharon, pero no podemos perder tiempo y aún estás
muy débil para seguir nuestro ritmo.
— Pero…
— ¿Acaso no eres el Rey de los lycans? Ellos son responsabilidad tuya. Que
vengan de paseo con nosotros si pueden seguirnos.
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************
A la entrada de Toronto, unas horas después.
Las brillantes luces de las farolas se veían con claridad a lo lejos. Los rascacielos
tocaban las nubes bajas que se movían por el cielo siguiendo los caprichos del
viento.
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Leif asintió mirando el cielo tapándose parte de la frente con una mano. Solo un
vampiro podía ver como los anaranjados rayos del sol vencían a la oscuridad de
la noche, alargándose como lenguas por el cielo nocturno.
— Joder, que calor hace.
— ¿No crees que llegó la hora de buscar una solución a este pequeño problema?
— preguntó con recochineo Markush señalando con la cabeza a los lycans que
esperaban a unos metros órdenes.
Markush gruñó.
Markush besó con pasión a Rhianny, mordisqueándole los labios hasta hacerle
sangre.
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Los quince lycans miraban con recelo y temor al líder de las nueve manadas.
— Son lycans, unos guerreros, luchaban con valentía por sus dominios — afirmó
rotundamente Markush revisando las heridas de los cachorros. Eran siete machos
y ocho hembras de no más de ochenta años cada uno. Debían de haberse
escapado de la protección de sus mayores. Deseaba preguntarles que había sido
de Gabeil, el joven lycans que dejaron al cargo del clan Rhobsein.
Jared se les acercó y sonrió internamente al ver que a pesar del temor que
sentían, los lycans permanecieron quietos en el sitio, mostrando la característica
valentía que predominaba en la sangre de su raza.
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Leif se calló al escuchar como Jared se refería a los hechiceros como sus
hermanos. Le dolía ver como el vampiro tuvo que buscar una familia que lo
acogiese teniendo parientes con su propia sangre.
¿Ese tal Vin vive en un sitio así? — señaló con asco a un grupo de muchachas
jóvenes que sostenían entre dos a una chica de no más de dieciocho años que
vomitaba al suelo.
— La ciudad ha cambiado desde que os fuisteis Leif. Los barrios de noche son
tomados por los delincuentes, las putas y los drogadictos.
— No puedo creer que el hombre haya cambiado tanto, como pueden desear
acabar así — miró con pena a un muchacho que pateaba un cubo de basura presa
de una pesadilla por una sobredosis.
Jared miró donde miraba su tía, percibió el mal en el corazón del joven humano,
la droga había acabado con la inocencia de su espíritu, ya nada quedaba del
muchacho que una vez fue, ahora solo
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era un cascarón necesitado de su dosis para poder seguir viviendo sin dolor.
Nadie contestó las palabras de Jared, continuaron en silencio el resto del camino.
— Es aquí.
Sus acompañantes miraron con estupor el edificio. El local que tenían delante
rezumaba fuerza, rodeado por un campo de energía poderoso, infranqueable,
imperceptible para los mortales que entraban y salían del lugar.
El olor a alcohol y el estridente ruido eran fuertes, intensos. Las risas de los
hombres y mujeres que estaban dentro quedaban acalladas por el ritmo frenético
de la música.
— Pero… ¡es una discoteca! — exclamó Sharon mirando con los ojos abiertos
de par en par las puertas abiertas del local.
Jared sonrió.
— ¿Estás seguro que ahí dentro se esconde ese hombre al que llamas Vin?
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Entraron sin problemas al local pasando entre los guardias de seguridad que se
apartaron e inclinaron sus cabezas a su paso. Nada más entrar el bullicio
ensordecedor les aturdió unos instantes, pero siguieron a Jared hasta la segunda
planta.
Jared se movía sin dificultad por aquel ambiente, durante años había estado en
aquel lugar y lo conocía perfectamente. Aunque cuando las puertas de aquel
edificio se abrieron por primera vez no era más que un club privado para los
caballeros que acudían para olvidar con alcohol y sexo las familias que les
esperaban en sus casas.
Jared miró de reojo a Markush. El lycans había echo la pregunta que todos
deseaban obtener una respuesta.
— Se puede decir que es mi padrino. Vin fue quien me acogió cuando me largué
del clan Noctur.
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Jared sonrió elevando solo un lado de los labios, su rostro era una máscara de
furia contenida.
— Menuda comidilla has traído a mis dominios — silbó al repasar con los ojos
el largo y escultural cuerpo de Rhianny cubierto tan solo por un vaporoso vestido
azul oscuro que se pegaba con sensualidad a su piel.
Jared pudo comprobar como Vincent se tensó ante las palabras de amenaza del
orgulloso Rey Lycans. Desde que había sido rechazado por los suyos Vincent
juró no ser pisoteado de nuevo por nadie, y el maldito lycans le recordó con sus
duras palabras los difíciles tiempos en que fue esclavo.
— Dile a tus acompañantes que guarden a buen recaudo sus pollas o su estancia
en mi ciudad será un auténtico infierno.
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Jared asintió.
— Estarán tranquilos Vin, no te darán problemas. Solo queremos que nos acojas
hasta que planeemos una solución.
Nada más asegurar Jared que no darían problemas, y tras liberarse del agarre de
Rhianny que se sujetó de su brazo para impedir de alguna manera que actuase en
contra de Vincent, Markush acortó la distancia de un salto y lo agarró por las
solapas de la camisa de lycra que llevaba puesta.
— Escúchame bien maldito, no necesito nada tuyo. Métete tu ayuda por el culo,
bastardo.
Al escuchar los roncos gruñidos de animal las parejas de mortales que bailaban y
bebían en esa planta pararon de moverse de golpe mirándolos con cara
asombrada sin poder creer lo que escuchaban.
Muchos eran los que querían verle muerto y hundido en la mierda, y no iba a
permitir que un estúpido lobo lleno de testosterona le jodiese en cuestión de
segundos.
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— Se le fue las manos con el alcohol — Soltó una carcajada que sonó auténtica
—. ¡Qué poco aguanta!
Muchos rieron su broma alzando sus copas, para luego regresar a lo que hacían
antes de ir a curiosear.
— ¿Lo que sucede? — le cortó en seco —. Sí, Jared. Las noticias vuelan.
Además…— comenzó a caminar hacia su oficina en la planta alta del local, un
lugar aislado de todo ruido y protegido por firmes medidas de seguridad —.
Almaike me llamó por teléfono y me lo contó todo y es hora que de sepáis la
verdad — murmuró las últimas palabras más para sí mismo.
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-16-
Jared paseaba de un lado a otro por la oficina de Vincent, sus pisadas eran
enérgicas, mostrando lo enfadado que estaba.
Después de haber subido a la tercera planta siguiendo a Vincent, éste los había
distribuido por las habitaciones blindadas que había en esa planta y donde
acostumbraba a vivir el fin de semana para atender mejor a sus negocios. Con la
excusa de que el sol despuntaba por el horizonte, Vincent consiguió convencer a
todos que hablarían a la noche de los planes contra los vampiros.
Como el sol comenzaba a despuntar por el horizonte molestando con sus tenues
rayos a los tíos de Jared, estos se retiraron a dormir, aceptando a regañadientes
las palabras de Vincent. Sharon no tardó en acostarse también siguiendo los
consejos de su compañero, preocupado por su salud después del episodio de
estallido mágico. Tan solo quedaron en la oficina Jared y Vincent, después de
que Rhianny se llevase consigo al desmayado Markush.
Había pasado media hora desde que los dejaron solos, Jared masculló.
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Se sentía confuso.
Las palabras de su amigo le aturdieron. Recordó con claridad la primera vez que
se encontraron hace tanto tiempo, cuando él no era más que un muchacho que
vagabundeaba por las calles embarradas de Londres en busca de comida.
Mordiendo sin pensar en su víctima, odiando a todo ser viviente que se cruzase
en su camino.
Él había sido expulsado por su clan, apaleado hasta casi la muerte y rechazado
por su familia de sangre. El odio le corroía la mente y el cuerpo.
Durante los años que vivió en las calles de la decadente Londres del siglo
diecinueve, no le importó matar para obtener lo que deseaba, y su único deseo en
aquellos tiempos era la sangre fresca.
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rastro de sangre y muerte que dejó a su paso condujo a los asesinos hasta su
guarida en un pequeño cementerio a las afueras de Londres.
Vincent le salvó de la muerte al acabar con facilidad con los cazadores. Al ver su
poder, quiso ser como él. Deseó esa fuerza para no ser pisoteado de nuevo, para
acabar con aquellos que se le acercasen con intenciones de dañarle.
Todos me dicen que desean ayudarme, protegerme, que sus casas son mi hogar
también, pero…. Se calló, silenciando su mente.
Ya había perdido la cuenta de las veces que había mantenido esta discusión con
Jared. Desde el momento en que lo vio por primera vez, luchando fieramente por
su vida, pudo percibir el
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intenso poder que refulgía a su alrededor, como un aura anaranjada que rodeaba
su cuerpo.
Al ver la furia con que miraba a sus perseguidores el joven, Vincent se sintió
identificado con el chico. Los ojos del vampiro estaban cargados de dolor, viejos
a pesar de no presentar más de noventa años. Sintió la necesidad de ponerle a
salvo, y después de acabar con sus perseguidores, se lo llevó a casa, acogiéndolo
como un miembro más de su familia, llegando incluso a presentárselo a su
compañera.
Lo educó para que Jared se convirtiese algún día en su heredero pero el joven
vampiro rechazaba ese futuro, negándose a ser tratado como un hijo, burlándose
cada vez que sacaba ese tema.
Vincent se tragó el nudo que sentía en la boca del estómago. La voz de Jared
estaba impregnada de dolor, un dolor profundo que lo acompañaría hasta el día
de su muerte, pues la culpa era una pesada carga que no te dejaba descansar en
paz.
— ¿Y por qué crees que vine aquí? —preguntó con un deje de burla en el tono
de su voz, cruzándose de brazos y apoyándose completamente en la ventana
quedando en frente de Vincent, que se había sentado en la mesa de su escritorio.
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— Por tu mujer.
Hacía unos días había percibido las explosiones que destruyeron la mansión de
los brujos, pero nunca pensó que una disputa entre brujos por el poder, llegase a
convertirse en una caza entre especies.
Fue asombroso ver como seres que habitaban los parques nacionales de Jasper y
de Branff acudían a aquella zona de la ciudad conocida como Golden Horseshoe
para esconderse de sus perseguidores
entre
los
ocho
millones
de
mortales
que
aproximadamente residían.
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Vincent se rió.
— Quien te dijo que lo hago por ayudar — Ante la puerta de la oficina y con el
picaporte en la mano, se volvió y dijo —. Me deben una, y no dudaré en
recordárselo cuando me convenga.
Jared esperó a que Vincent saliese del cuarto para ponerse en marcha. Paseó su
mirada por el familiar y a la vez extraño cuarto, recordando con nostalgia el
antiguo mobiliario antes del gran incendio de 1904 que arrasó el local hasta los
cimientos. Un incendio provocado por los enemigos de Vincent que intentaron
destruirle con atentados, pero lo único que consiguieron fue morir de una manera
dolorosa. Alejando los viejos recuerdos de su mente, susurró para sí mismo.
— Ese es el Vincent que conozco, nunca haría nada sin esperar nada a cambio.
Cerca de las escaleras que conducían a la segunda planta del local, Vincent cerró
los ojos y murmuró entre dientes, tras haber escuchado las palabras del vampiro,
pues su audición estaba más desarrollada de lo que los demás creían.
— Eso es lo que crees Jared y por ahora dejaré que creas — sujetó con fuerza la
barandilla incrustando sus garras en el frío metal —. Pero algún día te darás de
cuenta que tú has sido y siempre serás mi hijo, no importa lo que decidas,
siempre te tenderé la mano cuando lo necesites sin esperar nada a cambio.
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-17-
Boqueando sangre Roger se apoyó contra una fría piedra que encontró en el
camino que conducía las cuevas sagradas de su clan.
Las heridas que sufría lo estaban debilitando por momentos, las quemaduras
sufridas en el primer ataque a la mansión no habían cicatrizado del todo y le
escocían con cada movimiento que hacía.
Tal vez en esos momentos ya estuviese curado del todo sino fuese por la orden
que les dio William a todos los hombres que consiguieron huir del parque Jasper
a las cuevas sagradas del parque Branff.
A pesar de no estar de acuerdo con la orden del Rey, Roger se vio obligado al
igual que los demás a obedecerle. Salieron en busca de corazones y sus manos se
mancharon de sangre inocente una vez más. Cazaron indiscriminadamente,
acabando con los inmortales que encontraban en el camino, llegando incluso a
matar a niños asustados que lloraban sobre los calientes cadáveres de sus padres.
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No dejaba de pensar, con cada nuevo corazón que obtenía, en qué clase de
monstruos se habían convertido. Nunca pensó que la causa de su clan significase
la pérdida de su alma. Porque estaba seguro de que si había un infierno después
de la muerte, irían de cabeza a él. Su alma había sido condenada por un
tenebroso sueño y alimentada por el venenoso deseo de la venganza. Pues la
verdadera causa de su desprecio hacia la vida, fue desde el momento en que la
cálida sangre de su joven mujer le manchó las manos. Nunca olvidaría la noche
en que encontró el cadáver aún caliente de su esposa recostado como si durmiese
en el suelo del salón de su cabaña.
Antes de que se acercara a ella supo que estaba muerta, la postura extraña de su
cuerpo y el charco de sangre que la rodeaba le mostró lo que tanto temía. Su
mujer, asesinada por una bestia, destrozada y con marcas de garras que rasgaban
su nacarada piel.
El grito que profirió abrazado al cuerpo sin vida de Hellen se escuchó en todo el
valle. No tardaron en llegar a su hogar los brujos que vivían cerca de él.
Silenciosos le mostraron su pesar ante su pérdida y le aseguraron que le
apoyarían en la caza de los asesinos.
Los expertos dictaminaron esa misma noche que el ataque fue perpetuado por
varios lycans. Como pruebas tenían las marcas de colmillos y los desgarros de la
carne que solo unas garras afiladas como la de los lycans podían dejar.
Roger juró desde ese día convertirse en cazador, para vengar con cada muerte de
un lycan la pérdida de su mujer. Nada de lo que hiciese se la iba a devolver pero
al menos con cada lycans caído su dolor se diluía, entremezclándose con la
culpa, hasta dejarlo vacío, seco por dentro y con un corazón tan negro que no
merecía alcanzar la felicidad.
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Tuvo que detenerse dos veces antes de llegar al centro de las cuevas en lo más
profundo de la tierra. El calor que había en el ambiente le dificultaba la
respiración, volviendo el aire pesado. Las escasas fuentes que mantenían el lugar
tenuemente iluminado pendían mágicamente de las paredes rocosas de la gran
sala. La fina mecha de fuego tintineaba moviéndose fantasmagóricamente
proyectando extrañas sombras a su alrededor. Las paredes estaban marcadas con
extraños jeroglíficos de la época en que las brujas aún tenían el permiso de entrar
en aquel lugar, según los eruditos del clan, aquellas marcas sin forma narraban
los orígenes de su gente hasta la época en que aconteció la primera guerra entre
las razas.
Se suponía que nada más acabar las cacerías los brujos debía regresar a las
cuevas donde se mantenían ocultos desde el ataque a la mansión. Las últimas
noches en cuanto llegaba le salían al encuentro los curadores para atenderlo,
pero esta noche parecía que estaba solo y eso le preocupó.
Acaso nos han encontrado. Pensó preocupado el hombre pasando una mano por
la cara, limpiando con ese gesto instintivo parte del barro y sangre que le
manchaba el rostro. Es imposible que no haya nadie. ¿Dónde están los demás
cazadores? Joder, ¿dónde se metió William?
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Rozó con los dedos fríos la rugosa superficie del trono, pensando en el siguiente
paso a dar.
Solo tenía dos opciones, salir de la cueva y buscar a los brujos que aún seguían a
esas horas patrullando por los bosques para idear un plan de ataque y
reconocimiento a las cuevas o investigar los oscuros túneles por su cuenta.
Al escuchar pasos, que resonaron huecos por la acústica del lugar, Roger sacó las
dagas de las fundas y se preparó para el ataque. Apoyando la espalda en la pared
para asegurarse que no lo atacasen por detrás y enfrentarse al enemigo cara a
cara, alzó los puñales hasta colocarlos a la altura de la cara.
— Mierda, que susto me has dado William. — su primo no le contestó, pero con
el alivio que sentía Roger pasó por alto ese detalle —. ¿Dónde están los demás?
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— Alcanzar a los dioses “primo” — escupió con asco la palabra primo, riéndose
al ver el dolor en los ojos de su amigo —. Esta noche al fin comenzaré mi
venganza.
Los gritos que profirió Roger al ser capturado por el hombre al que juró proteger
y seguir fielmente, se escucharon fuera de las cuevas, resonando por el bosque
que rodeaba la cueva del parque Nacional de Branff.
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Después de cerca de un siglo, Vincent había logrado una fama que le abría las
puertas para obtener la información que quería. Su sola presencia bastaba para
hacer hablar hasta al más reacio de los informadores. Ninguno de los que
entrevistó se atrevieron a pedirle nada a cambio de su valiosa información pues
no deseaban hacer enfadar al hombre más poderoso de la ciudad.
Dueño de una línea de hoteles de lujo, desperdigados por todo Canadá y con
sede en Toronto, Vincent era un respetado hombre de negocios de día. Pero los
verdaderos negocios que le otorgaban poder en la ciudad, eran los que
desempeñaban de noche, oculto en las sombras y fuera de la ley. Las discotecas
y salas de baile que tenía en su poder eran una tapadera de venta de droga que le
traía un amigo de la infancia afincado en Sudamérica y dueño de una inmensa
plantación de cocaína oculta a la vista de los mortales con poderosos hechizos de
ilusión.
No eran los únicos inmortales que se servían de sus poderes para hacerse un
hueco y encontrar su lugar en una sociedad en la que el dinero era el verdadero
poder. Cinco de las siete familias lycans volcaron su perseverancia en los
negocios humanos alcanzando fácilmente el éxito.
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Jared bajó del coche tras Vincent, cerrando la puerta con cuidado después de
haber recibido una reprimenda al haber cerrado la puerta con ganas, pues
Vincent desde que salió el primer lanborgini al mercado se había enamorado de
las líneas de ese peculiar coche.
— J, debes ver más allá de las apariencias — sugirió Vincent traspasando una
barrera mágica transparente desapareciendo de la vista de Jared.
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No tardaron mucho en atenderles una vez que timbraron, a los pocos segundos
una joven vestida con vaqueros rojos, camiseta de tiras negras y unas chanclas
les abrió la puerta. Sin dejar de masticar el chicle y no llegando a abrir la puerta
del todo, la joven muchacha de cabellos morados les preguntó.
Jared tosió disimuladamente al ver la expresión que puso Vincent ante el descaro
y la falta de respeto de la joven.
— Avisa a los de la casa que Vincent está aquí.
La joven explotó el globo que formó con el chicle y preguntó alzando las cejas.
— Te lo tienes creído, ¡eh tío! Acaso eres un rey o algo para que tengan que
atenderte solo porque vengas de visita.
Esa joven irrespetuosa aunque fuese una pequeña arpía de cabellos extraños no
dejaba de ser una débil mortal. Si se dejaba enfurecer por ella se rebajaría a su
nivel.
— Joven, avisa a tus mayores — le ordenó con voz grave fijando su peligrosa
mirada en los chispeantes ojos de la adolescente.
— Vete a tomar por culo — fue la única contestación que tuvo Vincent antes de
presenciar como la adolescente cerró la puerta dejándolos fuera de la casa, con
unas muecas de genuina sorpresa en sus rostros.
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— Es joven.
Nada más oír la respuesta de Vincent Jared estalló en carcajadas. Vincent lo miró
como si le hubiese salido dos cabezas.
Vincent movió una mano en el aire restando importancia a las palabras de Jared.
Sinceramente le daba exactamente igual que la mocosa estuviese atravesando
una difícil etapa de su insignificante vida, él solo deseaba y esperaba tener el
trato que merecía, después de todo él era quien decidía quien vivía y quien debía
largarse de la
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— ¡Pero qué coño pasa ahora! — masculló Vincent sacando de una funda atada
a su espalda un puñal de oro blanco, regalo de su compañera la cual mandó
grabar las iniciales de ambos para recordar el día que se conocieron. Un lluvioso
día en el que lucharon y se amaron, y desde entonces no se separaron nunca.
Sus ojos chispeaban adquiriendo matices rojizos bordeando alrededor del iris.
— ¡Señor Vincent! — Chilló con voz aguda el hombre que les abrió la puerta
mientras les dirigía una mirada asustada —.
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¡Perdónela! Mi hija a veces se comporta como una estúpida. Ya sabéis como son
los jóvenes de hoy en día. Les han perdido el respeto a sus mayores. Pero
descuide que será severamente castigada.
El rostro de Vincent no mostró ninguna de las encontradas emociones que estaba
sintiendo en esos momentos. El asco y la repulsa que sentía por ese hombre, le
revolvió el estómago. El jefe del clan de cazadores era un hombre débil de mente
y cobarde. Que no dudó en aliarse con su peor enemigo, un inmortal aun después
de haber jurado ante la tumba de sus antepasados que dedicaría el resto de su
vida a dar caza a los seres inmortales. Cada vez que le miraba se le pasaba por la
mente la imagen de una babosa, un diminuto ser que se arrastraba por el suelo y
procuraba recoger los beneficios del arduo trabajo de otros.
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Jared entrecerró los ojos al escuchar como murmuraban en sus mentes los
recuerdos de las cacerías que libraron en los pasados días.
Cálmate Jared.
Jared se giró y fulminó con la mirada al impasible Vincent que escuchaba sin
atender del todo las disculpas del jefe.
Vincent suspiró en su mente. La tensión en sus hombros era evidente solo para
ojos expertos ya que la aparente postura relajada que presentaba no era más que
una máscara que mantenía ante aquellos mortales.
Jared asintió.
— Padre no comprendo porqué motivo dejas entrar en casa a esos seres. ¿Acaso
no son nuestros enemigos?
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La furia que sintió Mireilla, fue fugaz, oscureciendo sus ojos, pero a pesar de
que procuró no mostrar su disgusto no fue suficiente, los inmortales lo vieron y a
pesar de que Vincent renegase de la raza humana, sintió lástima por la joven
humana. Lástima por la determinación que se podía leer en su mente de ser la
mejor, aunque le costase el alma y su vida. La joven deseaba el poder para
vengarse de aquellos que la denigraron de niña y la golpearon innecesariamente
por ser débil. Con esfuerzo y mucho sacrificio logró poder y fuerza, dejando
atrás su pasado enfermizo. Pero sus esfuerzos parecían que no eran suficientes
para sus padres. Todo logro que alcanzaba era pisoteado por los de sus
hermanos.
Esperaría el momento.
¡Oh,sí!
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Una vez que su hija salió del recibidor, Wilbort sonrió e invitó a los inmortales
que le siguiesen hasta su despacho.
Vincent fue el único que contestó, aceptando la invitación, pues Jared ardía por
dentro. Cerrando los puños con fuerza, ahogaba con dificultad las ansias de
partirle la cara al desgraciado por haber golpeado tan despiadadamente a su hija.
Lo siguieron al interior de la mansión, pasando por un angosto pasillo adornado
con lujosos candelabros y mesas talladas en madera. Los espejos que colgaban
de las paredes estaban cubiertos con paños negros. El suelo estaba tapizado con
una alfombra rojiza, en la que se podía percibir el olor a la sangre.
El lugar a pesar de ser inmenso, estaba silencioso, como si nadie viviese en él.
Una contradicción pues se escuchaba con claridad cerca de ochenta latidos
desperdigados por todo el lugar, desde los calabozos de las plantas bajas hasta
las habitaciones superiores.
A los pocos minutos y tras caminar unos cuarenta metros llegaron ante las
puertas del despacho. Wilbort las abrió y entró seguido de Vincent y Jared.
El despacho no era más que una gran sala circular en la que cerca de la ventana
había una mesa de madera negro y dos sillones de cuero uno enfrentado a otro y
separados por la mesa. Los grandes ventanales que cubrían la mayoría de las
paredes de la instancia estaban descubiertos, las cortinas habían sido descorridas
y atadas con borlas doradas que muy posiblemente eran de oro. El suelo era frío,
de mármol traído del viejo continente, comprado en una explotación de Grecia.
Wilbort se dirigió hacia el minibar que había en una esquina de la sala y sirvió
tres copas de whisky. Acercó la bandeja con las
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Jared soltó un siseo disconforme. El único trago que deseaba de ese cabrón era
de su cuello, con gusto le mordería y tomaría sólo un poco de su sangre,… sólo
hasta que se desmayase y se partiese esa cara de cabrón contra el blanco mármol.
Vincent soltó una ronca carcajada sorprendiendo a todos. Sin dejar de esbozar
una sonrisa se acercó hasta el sillón libre y se sentó tomando una de las copas de
la bandeja. Agitó la copa y olió el contenido buscando algún signo de veneno,
pero no halló nada en el líquido. Cuando iba a dar un trago, se frenó en seco con
la copa en la boca al ver la sospechosa sonrisa del mortal. Olisqueó
disimuladamente, cerrando los ojos y vaciando su mente. Al cabo de unos
segundos en los que solo se concentró en los olores afrutados de la copa, lo
encontró. El muy maldito había ocultado el veneno en el hielo. La sustancia casi
era imperceptible para el olfato a no ser, porque el hielo, a causa del calor que
desprendía sus manos al contacto con el vaso, se derritió.
Malnacido. Debería acabar con tu miserable vida. Vincent sonrió haciendo ver
que bebía un buen sorbo. Si, sonríe, que será lo último que hagas
Jared se apoyó contra la ventana mirando de reojo a los dos hombres que
hablaban amigablemente. Bufó ante tanta hipocresía. Él
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Vincent estalló el vaso con la mano dejando caer los pedacitos humedecidos de
cristal sobre el impoluto escritorio.
— Se todo lo que sucede en mi ciudad, mortal — Wilbort tembló visiblemente,
nunca antes había visto a Vincent así. Parecía una bestia sedienta de sangre. Su
sangre.
Temiendo por su vida sacó una pistola del cajón de su escritorio y apuntó con
ella a Vincent.
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como si no le importase que tenía una pistola apuntándole a la cabeza a tan solo
un metro.
Wilbort no podía dejar de temblar. A pesar de haber cazado seres como ese
hombre durante décadas, Vincent le causaba un temor que era incapaz de
controlar.
Wilbort comenzó a gritar para que sus hombres acudiesen a la sala. Al escuchar
las carcajadas del acompañante de Vincent se calló.
— Por más que grites nadie vendrá. He insonorizado el lugar, podríamos jugar
un poco contigo que nadie escucharía nada.
Cuando el extraño sonrió, Wilbort vio sus largos colmillos alargados, muy
diferentes de los gruesos colmillos de Vincent, aquel hombre era un vampiro.
Consternado por tal descubrimiento miró a la ventana, los rayos del sol entraban
a raudales por los cristales, la actividad de la ciudad era audible a aquellas horas
de la tarde. ¿Cómo era posible que un chupasangre se pasease a esas horas y no
sufriese daños por el sol?
— Hay mucho que no sabes de los inmortales, humano. Pero no importa lo que
descubras hoy ya que nunca podrás decírselo a nadie.
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Jared procura leer su mente antes de desangrarlo necesito saber los planes que
tienen. Estos desgraciados se han unido a los brujos lo sé. Mis informadores son
incapaces de mentirme.
Si sabías de un principio que este gilipollas te iba a traicionar, ¿por qué cojones
hemos venido?
No,…piedad….no me mate….no….
Quince minutos después, Jared dejaba caer al suelo el cuerpo sin vida de
Wilbort.
— Creo que voy a tener una indigestión por culpa de este tipo.
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— Este tipo ya no sirve en este estado. Y no creo que podamos engañar a nadie
paseándonos con el cadáver bajo el brazo y diciendo que se pasó con el alcohol.
Vincent se paseó por la sala. Debía pensar algo. Habían acabado con el jefe de la
Organización y por desgracia estaban en el corazón de la mansión. Sus viejos
huesos le pedían acción, podían salir luchando acabando con quienes se
interpusiesen en su camino.
Enseguida desechó esa opción. Su poder en esa ciudad era frágil como el cristal,
ahora le obedecían, pero si se divulgaba que había masacrado a humanos
inocentes sus enemigos no dudarían en organizarse para acabar con él.
La joven que entró se quedó paralizada en el hueco de la puerta, con los ojos
abiertos como platos.
— Habéis matado a…
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— Debería llamaros asesinos pero hicisteis lo que todas deseábamos hacer. Nos
habéis hecho un favor al matar a este cabrón.
Decir que tanto Jared como Vincent estaban sorprendidos era decir poco. Ante
las palabras mordaces de la humana los dos hombres quedaron sin palabra,
anonadados.
— ¡Es tu padre por dios! Cómo puedes decir eso — exclamó confuso Jared.
— Tú lo viste, ese hombre era una bestia. Nos trataba como objetos. Nadie le
echará de menos.
Vincent apoyó una mano sobre el hombro de Jared acallando una posible réplica.
Jared se volvía muy sensible cuando se trataba de traiciones familiares, le
recordaban su pasado.
— Déjalo estar Jared — Jared asintió y se guardó lo que pensaba para sí mismo
—. Niña, indícanos la salida.
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— Niña, tienes un gran futuro por delante. Solo te aconsejo que no cierres tu
mente a los nuevos caminos que encontrarás ante ti.
— Si, nos ayudaste a sus mujeres y a mí, pero a sus hijos…. — miró
directamente a Vincent a los ojos —. Ellos buscarán venganza por la muerte de
su padre.
Sin decir nada, caminó hasta el minibar. Buscó una vieja botella de ron añejo y
cuando la encontró tiró de ella hacia delante. Abriendo de esta manera una
trampilla que apareció una vez que el mueble del minibar se movió hacia un
lado.
— Seguid este camino y acabareis en el barrio Sant Louis, al final del túnel
habrá una puerta de metal, para abrirla tirar de la manilla hacia delante.
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No me fío de ella Vincent. Opto por salir por las ventanas y correr.
Jared siseó.
— No me jodas viejo.
Mireilla intentó por todos los medios esconder el miedo que le provocó ver
como el rostro del hombre más joven se deformaba adquiriendo una mueca
horrenda de maldad.
Confía en mí, J. Este túnel ya lo conozco. No olvides que ayudé a los primero
Cazadores a construir esta mansión.
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No tardaron en entrar en el túnel iluminado tan solo por la tenue luz que
proyectaba la antorcha.
Los minutos se le hicieron eternos a Jared. No soltó el aliento que retuvo durante
el camino hasta que se encontró delante de la puerta que les mencionó la mortal.
Jared aspiró el aire, agradeciendo haber dejado atrás el hediondo olor a tierra. Ya
le bastaron los días que tuvo que esconderse en las entrañas de aquella cueva que
encontró en el parque nacional de Jasper que ir arrastrándose por todos los
malditos pasadizos que encontrasen por esa ciudad.
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— Tienes una hora J, a las nueve vendrán los líderes de los dominios vecinos.
Los rumores de una guerra han llegado hasta el otro extremo del continente y
todos desean respuestas.
Por primera vez dejaban de lado sus diferencias, y accedieron a reunirse en aquel
lugar para informarse de las novedades. La caída del clan del fuego y la
sanguinaria e indiscriminada caza a inmortales les tenían preocupados.
Ante todo quería saber cómo fueron capaces esos humanos de obtener esas
armas capaces de dañarlos a tal extremo de acabar con sus vidas.
La llegada al local del dueño, provocó un gran revuelo entre los presentes. Las
mujeres silbaron al verle pasar, y los hombres le saludaron animosamente
intentando lograr su atención. Lo trataban
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como a una estrella de cine, pues Vincent Blacker era conocido por todos en
aquella ciudad.
— Ya los sentí Jared — murmuró Vincent mirando de reojo los rostros serios de
los jefes que acudieron a su llamada.
— Que esperen.
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-19-
Nada más entrar en el local, Jared se despidió de Vincent que quedó hablando
con los guardias de seguridad para informarles que la hora de entrada en el local
no sería hasta las diez y media de la noche y que hasta ese momento nadie debía
entrar en el recinto.
Jared subió las escaleras que le conduciría hasta los dormitorios de dos en dos.
Estaba ansioso por ver a su compañera. Hacía apenas unas horas que la había
dejado durmiendo en la cama exhausta tras una maratoniana sesión de sexo, y ya
estaba duro con solo pensar en ella.
Mía…Eres mías…
Al subirse a la cama, procuró no despertarla. Aún no. Una vez que estuvo a la
altura del rostro dormido de la mujer, Jared le acarició las mejillas con una
suavidad casi imperceptible.
Sharon no despertó.
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— Ah, dormilona. Eres una delicia para mis ojos — delineó con las yemas de
sus dedos la fina línea de sus cejas, hasta pararse en la garganta de la mujer,
sintiendo los fuertes y rítmicos latidos de su corazón.
La necesitaba.
Saborearla.
Poseerla.
Marcarla como suya hasta que la joven perdiese la consciencia, por el placer.
Jared besó sus labios, como una suave caricia de pétalos de una flor. Solo cuando
sintió como la mujer correspondía tímidamente, volvió más agresivo el beso.
Presionó con pasión sus labios contra los de ella, y con la lengua comenzó a
lamer la pequeña abertura de los labios entreabiertos de Sharon, exigiéndole que
se abriese completamente a él. Ella aceptó sus exigencias y abrió los labios
permitiéndole entrar, permitiéndole saborearla a fondo.
Jared gimió cuando sintió el sabor de la mujer. Era como la primera vez que la
probó. Intoxicante. Adictivo. Un veneno que recorrería hasta el final de su vida
sus venas y del cual necesitaba su dosis diaria para no volverse loco.
Jared la había despertado de una manera que nunca creyó sentir. Había soñado
con que la despertasen entre besos dulces, pero la dulzura había dado paso a la
pasión febril. Jared la besaba como si no existiese un mañana. Como si sus besos
fuesen su única salvación.
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Sharon era incapaz de esconder el deseo que sentía. Con tan solo unos besos ya
estaba húmeda, preparada para recibirlo.
— Ja-Jared….por favor…
— Qué mujer, dime que quieres — le susurró con la voz ronca al oído,
consiguiendo que temblase de nuevo Sharon ante su voz.
— A ti. Te quiero a ti — Jared sonrió, mirándola con un brillo salvaje en sus
ojos.
— Sharon detente — gruñó con la voz rota Jared. Si seguía tocándole así se iba a
correr.
Sharon lo empujó y quedó sentada encima de él. Jared la miró agarrándola por
las caderas, subiéndole el camisón y rompiéndole de un tirón las finas bragas. Si
ella deseaba empalarse y cabalgar sobre él que así lo hiciese, más tarde en el
segundo asalto él la conduciría hasta la cumbre.
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Pero Sharon lo sorprendió al golpear sus manos y bajar hasta quedar sobre su
cadera. Ella sin dejar de sonreír, le bajó la cremallera del pantalón negro y sacó
su miembro que cobró vida en cuanto se vio libre de su prisión.
Sharon miró aquella verga, por un instante sintió miedo y náuseas. Sin quererlo
había recordado las sesiones con los Guerreros de su clan, cuando ellos la
obligaban a ponerse a cuatro patas y aceptarlos con sus bocas hasta que se
corriesen. En aquellos momentos ella solo deseaba que acabasen de una vez y al
finalizar, cuando sentía el amargo líquido blanquecino por su garganta, rezaba
por no tener náuseas. Si vomitaba continuaría la tortura.
Jared sintió su temor. Cuando ella iba tomarle, la paró sujetándole la cara con las
manos.
Ella quería abrirse a él. Borrar de su mente todos los malos recuerdos de su
pasado. Hacerle sentir como él la hacía sentir cuando la colmaba con su lengua.
Quería demostrarle que él también era lo más importante en su vida, que se
había colado en su corazón y la había echo cautiva. Por él podría olvidarlo todo.
Jared la contempló largamente, observando todos los cambios que pasaban por el
rostro de la joven. Desde el miedo hasta la determinación.
— Sharon no…
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Jared gimió. Los minutos que pasase en esa posición a merced de su compañera,
iban a ser una tortura…..Sharon comenzó a lamer la base de su pene, acariciando
sus pelotas.
Vincent mientras tanto, ponía en orden sus pensamientos mientras bebía una
copa en la planta baja del local.
Se había acercado hasta el almacén de bebidas y detrás del panel luminoso que
había en una esquina, accionó un diminuto botón abriendo de esta manera la
trampilla, traspasándola entró en una sala donde encontró a su compañera
durmiendo bajo el agua. Aquella sala era especial, la había construido hacía
tiempo para que su mujer no tuviese que ir al mar en el periodo de fertilidad de
su especie. La amplia piscina que cubría toda la base del edificio de la discoteca,
era una simulación perfecta de un lago natural. El agua que contenía era agua de
mar, purificada gracias a unos filtros y una purificadora que permanecían
encendidas constantemente. El suelo de la piscina era de roca blanca y los
azulejos que adornaban las paredes tenían pintados motivos marinos, desde
imágenes de conchas, hasta estrellas de mar.
Ahora no tendrían que separarse, ella podía pasar esos días cerca de Vincent,
aunque fuese en una especie de estado vegetativo
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que adoptaba para poder sobrellevar mejor el dolor que le provocaba entrar en la
época de apareamiento.
Lucille era hermosa, una hermosa kelpie, y era toda suya. Sus largos cabellos
azulados ondulaban en el agua, siguiendo los movimientos del agua. Su rostro
era ovalado, con una piel nacarada, blanquecina, sin rastro del paso del tiempo.
Sus cejas eran dos finas líneas que perfilaban sus bellos ojos. Su cuerpo desnudo
era una tentación para cualquier hombre. Pechos turgentes y llenos, con unos
pezones pequeños erectos por el frío agua. Su cintura estrecha, su cadera amplia,
largas piernas y contorneadas, echas para abrazarle mientras la penetraba con
locura.
Recordó el día que la conoció, cuando la encontró malherida en la orilla del mar.
Sus ojos lo miraron con fiereza, siseando cuando la intentó cogerla en brazos
para llevarla a un lugar seguro.
Ella había luchado tanto con él para no dejarse vencer, pero al final había
perdido la batalla de sus sentimientos. Él la había echo suya. La convirtió en su
compañera a pesar de pertenecer a otra especie. Su corazón le gritó desde el
momento en que olió su sangre que esa mujer, sin importar su procedencia, fue
echa para él.
Dejando la copa vacía encima de una mesa, Vincent se acercó hasta la orilla de
la piscina, y pasó una mano por las frías aguas.
Necesito tanto tus consejos mi bella sirena — Susurró —. Pero no puedo pedirte
que dejes el confinamiento. Sé cuánto te duele el cuerpo en este periodo — cerró
los ojos con dolor. Su compañera era una kelpie y como tal dos veces al año
entraba en periodo de apareamiento. Durante los tres días que duraba el periodo,
su cuerpo
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sufría al no aceptar el semen de un macho de su especie. Al no quedar
embarazada. El sueño de ambos era tener hijos, pero sus razas no eran
compatibles, por eso cuando Vincent llevó a casa a un joven Jared, Lucille se
había sentido dichosa, plena en su papel de madre y esposa —. Perdóname,
pequeña.
Se sentía culpable. Por su culpa, por su egoísmo le había negado una familia.
Pero a pesar de los remordimientos que sentía cuando ella entraba en periodo de
confinamiento, no se arrepentía.
Después de saludar con la cabeza a unos conocidos lycans que acudían de vez en
cuando al local para pasar la noche, Vincent subió a la segunda planta hasta su
despacho. En cuanto diese las nueve despertaría a sus invitados para que no se
perdiesen la importante reunión que se iba a llevar a cabo aquella noche. Los
líderes de clanes lycans, vampiros, druidas y gárgolas se habían acercado hasta
Toronto desde diferentes puntos del país para conocer las novedades y participar
de alguna manera en aquella incipiente guerra.
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Al pasar por la puerta del dormitorio de Jared, Vincent quedó parado unos
segundos.
Vincent sonrió. El joven se lo debía de estar pasando muy bien, porque se había
olvidado de insonorizar el dormitorio.
Silbando, Vincent caminó hasta su despacho. Al entrar miró el reloj que colgaba
de una de las paredes.
Unas puertas más allá, Jared explotaba de placer derramándose en la ávida boca
de su mujer. Sharon tragó todo, chupando con ansias hasta que Jared cayó
rendido contra el colchón y con la respiración entrecortada.
Jared esperó que su corazón volviese a latir con normalidad y no con la fuerza de
un ciclón. El placer que le había otorgado su compañera con tan solo su lengua
juguetona y sus manos, fue
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indescriptible. Sintió que con cada lenguetazo y cada lamida era amado
completamente. Que la mujer se entregaba a él completamente, sin reservas.
Rompiendo la última barrera que los separaba. El miedo. El terror a los
recuerdos del pasado.
— Me parece que no lo hice tan mal, ¿eh? — musitó en voz baja Sharon sin
dejar de acariciarlo.
Jared le cogió las manos y las colocó encima de su pecho, cerca de su corazón.
— Lo escuchas, Sharon. Late por ti. No puedo expresar con palabras el placer
que me has regalado, mujer.
Con un brazo la atrajo más hacia él, dejándole media tumbada sobre su cuerpo,
con el otro brazo libre cerró la cremallera de sus pantalones, tomando la decisión
de saborearla a fondo más tarde, una vez que la reunión terminase y tuviese todo
el tiempo del mundo.
Sharon vio como él guardó su verga. Ella creía que ahora la iba a tomar. ¿Acaso
se había equivocado al leer el deseo en sus ojos?
— Jared, no íbamos a…
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Ella se iba a negar. Aun no aceptaba del todo beber sangre humana para poder
sobrevivir. Pero sus quejas quedaron silenciadas cuando olió la sangre de Jared.
El hombre se había cortado cerca del corazón y la sangre comenzaba a manar
lentamente de la herida. Ese olor la volvió loca. Sin decir nada, acercó sus labios
hasta la herida y sus colmillos se alargaron facilitando el mordisco.
Cuando sintió los colmillos de Sharon penetrar en su carne Jared gimió en alto,
abrazando su cabeza, acercándole más a él.
Sujetó con fuerza sus cabellos, urgiéndola sin palabras que chupase más
duramente. Sharon lo complació. Hundió del todo sus colmillos, que después de
las últimas mordidas habían adquirido la longitud de unos colmillos de vampiro
adulto.
Bebía con avidez el rojizo líquido, saboreando hasta la última gota. Su corazón
comenzó a bombear al mismo ritmo que el de su compañero.
Le arañó el pecho hundiendo sus uñas que se alargaron, marcándolo como suyo.
Sharon dejó atrás sus dudas y renació esa noche como la compañera para la
eternidad de Jared, una vampiresa mestiza que poco a poco descubriría sus
nuevos poderes.
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Sonrió.
Lo que no le dijo fue cuanto tiempo. Esperaría un poco y luego ya dejaría salir a
la bestia que tenía dentro.
¡Oh,sí!
El deseo de sangre.
Llanamente.
Ese vampiro iba a traer problemas. Llevaba en la cara la frase, métete conmigo y
muere cabrón.
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Una ráfaga de viento mágico, sobresaltó a Vincent que dejó de observar a la Alta
Druida para buscar en los cielos al causante del viento.
No tardó en hallarlo.
Era alto, musculoso, con los cabellos cortos y oscuros como el color de su piel.
Un ejemplar macho joven de la raza de las Gárgolas.
Algo brilló en su pecho por encima del costoso traje que vestía.
Vincent entrecerró los ojos y los fijó en el emblema que pendía del pecho de
aquella criatura.
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El dragón rodeado de llamas, era el emblema de la casa Real de Rocker. Ese ser
era un enviado del Rey Haufir Rocker. El más temido jefe del clan de las
Gárgolas.
— Llegó el momento. Todos los jefes han llegado. Es hora de que comience la
reunión.
— En cinco minutos estoy listo. — tras ver que Vincent asentía con la cabeza,
Jared cerró la puerta y se acercó hasta la cama donde dormitaba con una sonrisa
feliz en el rostro su compañera.
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— No vi que te quejases.
— ¡Una cita! — chilló feliz Sharon, cogiéndole la mano y mirándolo con los
ojos brillantes de la ilusión que le hacía tener su primera cita —. Nuestra primera
cita.
La besó. Jared la besó con dulzura saboreándola hasta que se vio obligado a
separarse para tomar aire.
— Sí, mi dulce. Tendremos nuestra primera cita. Ahora debo irme — Sharon no
le soltó la mano y le miró interrogante. Jared suspiró. No podía ocultarle nada a
su compañera —. Han llegado los jefes de varios clanes inmortales, Vincent los
convocó para una reunión urgente.
Jared asintió.
Sharon no supo que contestar. Ella sabía de primera mano de lo que eran capaces
de hacer los hombres de su clan.
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Los días que pasó en los calabozos le mostraron una mínima parte de la crueldad
a la que eran capaces. No lloraría por nadie. Los brujos solo merecían la muerte.
— Cuando estuvimos en La Zona los guerreros que salieron para rastrear los
bosques encontraron una procesión de mujeres. Las siguieron y para su asombro
las vieron desaparecer en las aguas del lago, envueltas en una bruma.
Sharon rió y lloró a la vez. Sus hermanas estaban bien. En la isla perdida
recuperarían las fuerzas. Y cuando todo pasase podría llamarlas para las que
deseasen regresar.
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Jared la sostuvo entre sus brazos hasta que sintió las voces de su tío y del
orgulloso lycans. Nuevamente esos dos discutían acaloradamente. Suspirando, se
separó de Sharon y la acostó en la cama, arropándola con las sábanas.
— Te lo prometo.
Con esa promesa tranquilizó a la joven que quedó dormida, desfallecida después
de haber llorado.
Antes de que llegase hasta ellos, la misteriosa hembra del lobo interrumpió la
discusión besando a su compañero.
Markush se sintió furioso al ser interrumpido de aquella manera, hasta que la
juguetona lengua de Rhianny le volvió loco. La estrechó entre sus brazos y se
entregó a aquel beso, mordisqueando y gruñendo de satisfacción.
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Al escuchar los pasos del lycans mestizo y dueño del local, Rhianny alejó de su
mente todo sentimiento ajeno a lo que esa noche iba a acontecer.
Tal y como lo habían previsto sus hermanas, los inmortales se reunirían para
decidir el rumbo a tomar. Eran tan predecibles.
Vincent evaluó con la mirada a sus invitados que estaban parados en medio del
pasillo de la segunda planta.
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Leif rompió a reír al ver como el orgulloso lycans sonreía orgullosamente ante
las palabras de su hembra.
— En la cueva de curación.
Las propiedades curativas de los cristales que pendían del techo de los
kilómetros de túneles eran conocidos por todos los inmortales y sin importar la
procedencia, acudían a aquellas tierras para sanar sus heridas. En esas cuevas,
estaba prohibido luchar, derramar sangre.
El tenso silencio que les envolvió, le bastó para confirmar sus sospechas a Jared.
Vincent no confiaba en los recién llegados.
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Vincent asintió.
Una vez que los demás hombres estuvieron junto a ellos, Vincent lideró la
marcha, descendiendo las escaleras. Caminó hasta la entrada, seguido por Leif y
Markush. Jared se mantuvo en todo momento a su lado. Antes de salir del local
Vincent llamó con un gesto al portero.
Rosaire Claireker, miembro del clan druídico y Alta Druida desde hacía más de
dos décadas, echó un vistazo por encima de sus hombros. Claro que lo había
escuchado, sus sentidos estaban muy
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Volverlos a ver.
Descendió de los cielos batiendo con fuerza las alas. Antes de tocar tierra
escondió las alas en su espalda y adoptó el aspecto de humano.
Y es que según las leyendas que rondaban acerca de esta misteriosa raza, las
mujeres que eran capturadas por los machos y consideradas sus hembras, no
regresaban jamás a sus casas.
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Mierda.
El lobo.
— A mi nadie me da órdenes.
Vincent gruñó desesperado. ¿Por qué cojones tuvo que pedírselo si estaba seguro
que el lobo se negaría? Joder, con el maldito orgullo lycans.
Sorprendió a todos cuando cerró los ojos y aulló. Su aullido era una llamada
entre líderes alpha, antigua como la raza misma, y solo permitida entre líderes.
Eres…eres un mestizo.
Blooder, bufó.
— Lo hubieses dicho antes, que por verte pegarte un tiro soy capaz de alabar al
chucho.
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Vincent ignoró a los vampiros, y buscó con la mirada la presencia del otro
lycans. Por suerte el lobo no tardó en aparecer, corriendo en su forma animal
calle abajo.
Nada más abrirla, el olor a tierra inundó el aire. La magia antigua se podía
percibir con claridad, una magia que los llamaba.
Una vez que estuvieron todos en las entrañas de la tierra, la puerta de chapa se
cerró tras ellos con un chirrido oxidado. De las paredes pendían antorchas
iluminadas con unas parpadeantes llamas, que proyectaban extrañas sombras. En
el aire se percibía el olor a tierra entremezclado con el humo.
La marcha a través de los pasillos fue lenta, roto el silencio de la procesión por
los saludos entre los dos machos lycans.
No podía creer que Markush estuviese vivo. Después de cinco años de búsqueda,
perdieron la esperanza de hallarlo sano y a salvo. El Consejo dictaminó que
Markush había muerto y ahora tenerlo caminando a su lado era todo un golpe.
Se sintió culpable. Él debía haberle buscado cuando los otros líderes se dieron
por vencidos. Él fue su maestro, su amigo, y le dio la espalda. Era despreciable.
Se sentía despreciable.
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Ahogó la furia que sintió por unos momentos al recordar que Jacques juró
protegerlo, servirle y nunca fue a por él. Al verlo, transformarse afuera en la
calle, estuvo tentado a preguntarle porqué. ¿Por qué lo dejaron podrirse en
aquella celda? ¿Por qué nunca fueron a liberarle? Pero al ver los ojos culpables
de su amigo, se mordió la lengua, ya encontraría el momento para saber quien
fue el que dio la orden abandonarlo a su suerte.
Entraron.
Leif silbó admirando la belleza de la cueva. Había escuchado que era una
belleza, pero nunca la había visto con sus ojos. Las paredes brillaban con tonos
dorados, como si tuviesen incrustaciones de oro. El suelo era de piedra blanca,
lisa, pulida sin marcas ni desperfectos.
Del
techo
colgaban
estalactitas
de
cristales
Así que esos son los cristales mágicos. Pensó Leif tentado a arrancar uno para
llevárselo de recuerdo a Gabrielle.
Leif desvió la mirada de los cristales a su sobrino. Había tantas cosas que no
sabía de él. Habían pasado tantos años separados por su estupidez.
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Cuando todo acabe tienes que contarme de tu vida lejos del clan. ¿Me gustaría
saber como acabaste con los hechiceros?
Vincent paseó por la cueva, hasta pararse delante del altar de piedra. La magia
que rezumaba el antiguo altar era palpable cuanto mas se acercaban a este. La
energía electrizante los rodeaba, acariciándolos, reconociéndolos.
Al mirar a los ojos a la mujer Saucer tuvo que morderse la lengua para no jadear
como un cachorro. El simple contacto visual le provocó que su corazón palpitase
con fuerza contra su pecho.
No había otra explicación posible. Todo su cuerpo le gritaba que esa mujer era
suya, la única, la elegida para engendrar a sus vástagos. Su matriz había sido
hecha para acoger su simiente y germinar con fuerza.
Rosaire tragó saliva. Esos ojos. Rojizos. ¿Cómo era posible que le hubiese
cambiado el color de los ojos al hombre? Antes eran de un
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color oscuro, pero ahora….eran rojos como la sangre recién vertida y la miraban.
Deseo.
Puro.
Intenso.
Salvaje.
Rosaire quiso gemir, pero su garganta estaba seca. Quiso desviar la mirada pero
estaba atrapada. Perdida.
Cerró los ojos, y aún así sintió su mirada sobre su cuerpo, recorriéndola,
acariciándola con lascivia, marcándola como suya.
Estaba asustada.
Ella era la Alta Druida, un cargo que le pesaba sobre los hombros, pero que se
vio obligada a aceptar tras la muerte de la anterior Alta Druida, su madre.
El clan Druídico, al que pertenecía era matriarcal. Se guiaban por leyes tan
antiguas como el tiempo en las cuales era la mujer quien gobernaba con maternal
postura al clan. La figura de la Alta Druida era considerada sagrada, un deber
que solo la elegida era capaz de desempeñar.
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Maldijo al destino. La atracción salvaje que sentía por aquella gárgola era un
fruto prohibido. Nunca podría dar rienda suelta a su pasión, por mucho que lo
desease.
Quiso llorar.
Su cargo era una pesada losa que la sepultaría hasta el día de su muerte.
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Desde la sorpresa, hasta el miedo. Gruñó cuando olió este último sentimiento. Él
deseaba su pasión, no su temor.
Al ver que ella cerraba los ojos rompiendo el contacto visual, se lo permitió. No
la iba a presionar. Ella sería suya de una manera u otra.
Éste estaba detrás del altar, delante de un gran libro de tapas negras. Al acariciar
las rugosas tapas de cuero, el altar comenzó a brillar. El lugar vibró con vida
propia, sorprendiendo a los presentes.
— Encontré este libro hace un siglo. Al principio no entendía lo que aquí estaba
escrito. Hasta que un día las palabras cambiaron y tomaron formas, narrándome
una historia con imágenes.
Las páginas eran amarillentas, rugosas al tacto y las imágenes que se veían eran
rojizas.
— Correcto Jared. Según la historia este libro fue escrito con sangre de dioses.
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Vincent sacó una daga que tenía oculta atada en el gemelo de la pierna izquierda.
— Este libro habla de una guerra entre inmortales. Tengo que reconocer que al
principio dudé si hablaba de esta guerra. Al fin y al cabo los brujos son mortales,
pero después de escuchar como esos hombres arrebatan los corazones de los
inmortales que matan, no tuve ninguna duda. Todo está escrito en este libro. Por
desgracia solo muestra el comienzo de la batalla, las imágenes del transcurso y
del desenlace no están. Sus páginas están en blanco.
— No creo que el final de la batalla esté ya escrito, son nuestras actuaciones las
que marcan el camino día a día.
En el momento en que la sangre tocó las páginas fue absorbida por una fuerza
invisible y las imágenes allí dibujadas tomaron vida saliendo del libro y
revoloteando por encima del altar.
Todos miraron asombrados aquella muestra de poder. Las escenas que se veían
eran nítidas, de una realidad impactante.
— ¿Por qué no informaste cuando viste esto Vincent? ¡Pudiste salvar muchas
vidas! — le recriminó Jared al ver la matanza de su familia de acogida, el clan
de hechiceros. Ante sus ojos se repetía la escena que quería borrar de su mente,
de su corazón. Los hombres y
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mujeres que una vez llamó hermanos morían de nuevo delante de sus ojos. Se
sintió impotente. Culpable.
Vincent frunció el ceño. Sus puños estaban apretados y los nudillos se volvieron
blancos de la presión.
— Crees que no pensé en detener todo esto. Claro que pensé en avisar a todos,
pero el libro me advirtió que si intervenía el curso de la batalla se volvería en
nuestra contra, que la muerte nos atraparía a todos.
— Aún así Vincent, esta información es muy valioso, debiste convocar una
reunión y mostrar esto — Señaló el aire, donde se veía como los brujos acababan
esta vez con unos lobos —.Tenían derecho a elegir.
Vincent cerró los ojos. Ya había supuesto esta reacción por parte de todos.
Cuando al fin había tomado la decisión de mostrarles a todos el libro, aceptó que
solo obtendría de ellos su desprecio. Pero verlo en los ojos de Jared le dolió.
— Entiendo vuestra postura.
— No, no creo que entiendas nada. Tenías este poder y no lo usaste — gritó
Jared perdiendo los nervios.
Vincent gruñó golpeando el altar con sus manos. Sus ojos refulgían, su rostro era
una mueca de rabia.
Jared apretó los labios con fuerza. Vincent lo sabía todo desde el principio y no
dijo nada. Era un bastardo.
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— El futuro has entrevisto, sus muertes están escritas, tu mano mortal no los
salvarán. Una advertencia has de escuchar, tu intervención causará la
destrucción.
Jared jadeó al ver como Toronto era destruida y consumida por el fuego.
Saucer no quería creer. Su vida era sencilla, la fuerza era poder. Así de simple,
los fuertes vencían. El que existiese unos seres superiores capaces de causar tal
devastación era perturbador.
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un pájaro, con plumas rojizas como el fuego. Ella me sacó de las aguas y me
trasladó a tierra. Su tacto era frío, su mirada vacía, como si nada de lo que
viviese la colmase. Antes de irse se giró y sin hablarme supe que me había
elegido para ser el poseedor del libro — Vincent se puso delante de Saucer —.
No se si era una diosa, un demonio, un ángel….pero no era de este mundo.
— Joder, odio cuando no soy el cazador. Y ahora que coño se supone que
hacemos, ¿esperamos nuestras muertes o reventamos unas cuantas cabezas?
— ¿Estás seguro de eso? ¿Si acabamos con los brujos nada de lo que vimos
pasará? Pero no te dijeron que no contases nada, ¿por qué motivo ahora nos lo
muestras?
— Quien sabe, tal vez los dioses son caprichosos y deseaban esas muertes.
Markush se apoyó contra el altar. Lo que había visto le puso los pelos de punta.
Su raza no luchaba con magia, su poder era la fuerza, la agilidad. Pero no iba a
permitir que destruyesen su hogar, a su gente. Su deber era luchar. Batallar hasta
que las fuerzas se consumiesen, aunque tuviese que morir para ser libres.
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Moriremos antes que ser esclavos del destino — Jacques se golpeó el pecho con
el puño a la altura del corazón. Ahora que su amigo estaba de vuelta lo seguiría
hasta la muerte.
— Lamento decir precioso — Vincent entrecerró los ojos al escuchar ese odioso
apelativo en boca de la Alta Druida —. Que mi clan no va a ayudaros.
Saucer tuvo que contenerse para no arrancarle la cabeza al vampiro por haberle
gritado a su hembra.
— Jodidos cobardes hijos de puta — explotó Jared echando chispas por los ojos.
No entendía como podían negarse a luchar después de lo que habían visto.
— Nunca — Contestó Jared con igual furia —. Sois unos patéticos cobardes.
Antes de que ambos perdiesen el control Vincent miró a los que se negaron a
participar y les aconsejó.
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Rosaire asintió con la cabeza. Ver como el hombre que la atraía se transformaba
en esa bestia la asustó. Quería huir, correr lo más lejos posible. ¿Por qué
demonios no había aceptado la sugerencia de un escolta? Estúpida. Estúpida.
Sin más Rosaire echó a correr por los pasillos de la cueva alejándose de todos.
Saucer al ver que su hembra escapaba por los túneles, masculló en alto una
retahíla de maldiciones en varios idiomas y dejó atrás a un asombrado Jared.
Markuhs rió.
— Eso es lo que sucede cuando te obsesionas por una sola mujer — afirmó
Christopher.
— Espero que esa mujer le haga sufrir — Christopher le miró alzando una ceja
—. ¡Qué! No me mires así viejo. El niño tiene razón, son unos malditos
cobardes.
Jared trastabilló al escuchar eso. Con una mano en el pecho y fingiendo un
ataque, contestó.
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El Markush que él recordaba habría acabado con ellos por osarse a faltarle el
respeto.
Vincent sacó unos pergaminos de su pantalón y los desenrolló encima del altar.
— Según mis informadores, los brujos se han trasladado. Han dejado la reserva
Jasper para esconderse en Branff. Ahora bien no me han sabido decir
exactamente dónde se escondieron. Pero no sería un problema si cercamos el
parque. De esa manera no tendrán oportunidad de escapar.
Vincent desplegó el segundo pergamino que resultó ser una lista de nombres.
Vincent hechizó el pergamino con la lista de turnos para que todos tuviesen una
copia.
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Markush leyó su lista. Todo estaba muy bien planeado hasta el último detalle.
— En cuanto descanséis.
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-21-
Sharon cerró el grifo y salió de la ducha, entonando una alegre canción. Estaba
feliz. Esperaba con ansias el regreso de Jared. Tenía tantas ganas de ir de paseo
por la ciudad cogidos de la mano.
Silbando, miró el espejo del baño. Con la punta de la toalla limpió la vaporosa
superficie y sonrió a su reflejo.
Sharon cayó en medio de una sala oscura, iluminada por tenues llamaradas.
Levantó la mirada y la paseó por el lugar. Pero no podía ver bien, como si una
pantalla de niebla le dificultase la visión.
Se echó hacia atrás asustada. Sus manos estaban manchadas de sangre. Y por
algún motivo sabía que era su sangre, pero ese
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Sharon miró sus piernas, estaban atadas con unas robustas cadenas.
¿Quién eres? preguntó al hombre, dueño de aquel maltrecho cuerpo ¿Por qué
me muestras tu tormento?
Los labios del hombre se torcieron en una mueca que podía considerarse una
sonrisa franca. Aunque no pronunció palabra, Sharon comprendió el mensaje
que el hombre le intentó transmitir con su corazón.
¿Acaso te conozco?
El hombre alzó las manos y las puso a la altura de los ojos para que Sharon
pudiese ver el reflejo de su rostro gracias a la lisa superficie de las gruesas
cadenas que colgaban de sus dañadas muñecas.
Sí. Me conoces. Perdón. Perdón. Perdón.
Sharon ahogó los jadeos de horror que sintió cuando reconoció aquel rostro. Era
Roger, primo de William. Su rostro estaba deformado por los golpes. La sangre
reseca cubría parcialmente su cara. Las heridas que tenía en las mejillas estaban
aún abiertas supurando un líquido transparente. Pero lo peor de todo, lo que le
causó una gran impresión, revolviéndole el estómago, fue que las cuencas de sus
ojos estaban vacías.
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Roger alzó la cabeza en su celda y forzó una sonrisa. La bruja a pesar de todo lo
que había vivido, a pesar del dolor que le había causado era capaz de
compadecerse de él. No se lo merecía.
Roger intentó hablar pero su garganta estaba reseca, dolorida por los gritos que
profirió cuando William le arrancó con los ojos para ofrecérselos a los dioses
oscuros que contestaron su llamada a través de un altar de piedra, aceptando el
sacrificio y otorgándole poder a cambio.
Había perdido el juicio. Tenían que pararle. Si fue capaz de hacerles esa
atrocidad a su propio primo, su único amigo y fiel a su palabra, no quería ni
pensar de qué era capaz de hacerle a los demás.
Roger entreabrió los párpados, pero los volvió a cerrar al no ver nada. Cuando
perdió los ojos, fue incapaz de tocarse las cuencas vacías de sus ojos, desde esa
noche no dejó de llorar sangre, que brotaban de los lagrimales que fueron
resecándose con el paso de las
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Sharon dejó su mente abierta y permitió que Roger le mostrase las imágenes que
deseaba transmitirle. Vertiginosamente, se vio transportada por los aires a través
de los bosques del parque nacional de Branff, segunda morada de su clan.
Memorizó el caminó que Roger le mostró por los aires y acabó parada frente a
una roca de color verdusca, con marcas grisáceas. Como si supiese lo que hacía,
Sharon alzó la mano y presionó una de las marcas. Estas se abrieron y metió la
mano derecha, la roca se cerró y le cortó la muñeca, para que su sangre se
mezclase con las grisáceas marcas. Cuando la roca confirmase que era la sangre
de un brujo, se abriría, rompiéndose en dos y entreviendo la entrada a la cueva.
Antes de que entrase en la oscuridad, Sharon se vio arrastrada de nuevo al cuarto
de baño.
Con la respiración jadeante, Sharon abrió los ojos y miró a su alrededor. Estaba
de nuevo en su cuarto de baño, de rodillas en el suelo y con una toalla alrededor
de su húmedo cuerpo.
Caminó tambaleante hasta la puerta del baño. Antes de salir, escuchó por última
vez la trémula voz de Roger.
************
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Jared frunció los labios mientras miraba como Vincent repartía las tareas de
rastreo con los dos ansiosos lycans. La reunión se estaba alargando más de lo
debido y todo porque esos lobos no concebían la idea de trabajar mano a mano
con los vampiros. Su impaciencia estaba causando desajustes en los perfectos
planes de Vincent.
Christopher estaba harto de todo aquello. Los últimos días fueron caóticos.
Corriendo de un lado a otro, rastreando la pista de los últimos brujos, salvando a
inmortales que en otros tiempos fueron sus acérrimos enemigos, descubriendo
tramas de guerras escritas en libros milenarios. Y ahora, aguantar una reunión
con dos hiperactivos lycans que no deseaban esperar. Esos locos lycans tenían la
intención de atacar el parque Branff sin ayuda. El deseo de vengarse les había
nublado la mente.
Vincent asintió.
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— Bastardo.
Jared se carcajeó.
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Jared sonrió.
— Esperad todos — les dijo logrando que los restantes inmortales quedasen
parados en el sitio esperando —. Mi compañera me está hablando y tiene
noticias.
Sharon carraspeó.
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Después de cortar la conexión con Sharon, Jared corrió seguido de los demás
hasta la discoteca, para reunirse con su compañera que los esperaba acompañada
de Gabrielle y de Rhianny.
Subieron las escaleras de dos en dos y abrieron las puertas del despacho.
Sharon nada más ver a Jared corrió a sus brazos.
— En el parque Branff.
Blooder resopló.
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— Roger me lo mostró. Sé llegar porque sus recuerdos son los míos. Tendría que
ir con vosotros al parque y mostraros el camino.
Jared se paralizó del miedo. La sola idea de que Sharon les acompañase le
estrujó el estómago por el temor de perderla.
— No irás.
— No irás.
¡Te acompañaré!
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Jared frunció los labios mientras la miraba. Los ojos de Sharon chispearon, como
si ocultase algo.
— Soy la única que conoce la ubicación de las cuevas — Jared adquirió una
expresión malhumorada.
— J, ella nos conducirá hasta los brujos — Jared le miró con ganas de romperle
la cara —. En cuanto ella abra las puertas, quedará fuera de la batalla.
Sharon bufó.
Jared apretó la mandíbula, entrecerrando los ojos. Comprendía que era necesaria
la presencia de su compañera, pero su instinto de macho se negaba a permitir
que su hembra se pusiese con peligro.
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Vincent presenció, con cierto alivio, el silencioso intercambio entre los machos y
sus hembras. Problema número uno resuelto, ahora llegaba lo peor.
Organizar un ataque con tan solo…Miró con desánimo a su alrededor. Con tan
solo…diez inmortales.
Muy larga.
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-22-
La noche dio paso al día y los vampiros se ocultaron para descansar. Los lycans
comieron y durmieron gran parte del día ya que estaban agotados después de
acompañar a los vampiros en la reunión y posteriormente en la caza nocturna en
busca de un bocadito.
Se pasó una mano por los ojos, su cuerpo estaba cansado pero era incapaz de
conciliar el sueño. Cuando cerraba los ojos veía una y otra vez las imágenes que
les mostró Vincent. Por más que quisiese olvidar, los recuerdos de las muertes de
los hechiceros lo atormentaban. Ellos fueron una auténtica familia para él. Lo
recogieron una noche cuando logró escapar de las garras de los Ejecutores
Blooder y Christopher. Se había arrastrado por las calles, malherido, cuando las
fuerzas lo abandonaron se dejó caer al suelo, esperando que la muerte lo
liberase. Pero los bondadosos hechiceros lo recogieron y lo curaron a pesar de
ser un vampiro mestizo. Ellos le cuidaron en alma y cuerpo, le amaron, le
enseñaron la belleza de la
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vida en familia. Cuando mostró que era capaz de hacer magia los hechiceros, a
los que acabó llamando hermanos y hermanas, se ilusionaron y le enseñaron
todo lo que sabían.
Cuando cerraba sus ojos, sus rostros sonrientes se transformaban en unas muecas
horrendas de terror grabadas en sus rostros para siempre. La sangre de sus
hermanos y hermanas fue derramada por culpa de la avaricia de los brujos que lo
persiguieron incansablemente por las ciudades en las que se ocultó, hasta que lo
alcanzaron en los territorios de los hechiceros. Por su culpa murieron.
Después de un rato en silencio, luchando consigo mismo Jared dio un paso atrás
y dejó la terraza.
Necesitaba acostarse al lado de Sharon, abrazar su cálido cuerpo y descansar la
mente, calmar el corazón.
Sharon.
Su pequeño tesoro.
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Jared agradecía a los dioses la oportunidad que le dieron de ser feliz después de
haberla encontrado. La noche en que escuchó su angustiosa voz en su mente,
revivió. Después de la masacre en la mansión del clan hechicero solo sentía
deseos de vengarse, de luchar hasta la muerte con los brujos que acabaron con la
ilusión de una familia. Él estaba vacío, con el veneno del odio recorriendo sus
venas y cuando escuchó la ronca voz de Sharon su corazón volvió a latir con
fuerza. El odio se tornó en deseo, el camino a la muerte que había escogido se
transformó en ilusión por una nueva vida.
Vincent hablaba con el móvil, fumando con furiosa calma y gritando con sus
subordinados entre calada y calada. Los helicópteros ya tenían que estar, pero los
permisos para volar de noche se habían retrasado y los pilotos no pudieron
despegar del aeródromo hasta que obtuvieron el permiso de la torre de control.
El ruido que produjeron las hélices al cortar con velocidad el aire los sacó de sus
pensamientos y los presentes miraron al cielo.
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de la compañía que creó Vincent pintado en letras negras en el vientre de los
aparatos.
Los transeúntes que paseaban a aquellas horas de la noche por la zona buscaron
con la mirada los helicópteros. Fue asombroso el espectáculo de ver sobrevolar
entre los rascacielos los dos helicópteros, los aparatos se movían con elegancia y
precisión.
— Veilter — gritó para hacerse oír por encima del ruido que aumentaba cada
metro que se acercaban los helicópteros.
— Sí, señor — gritó a su vez uno de los porteros de la discoteca que esperaba al
lado de la puerta de entrada a la terraza.
Vincent le lanzó las llaves del local, guardando el suyo en el bolsillo trasero de
sus pantalones de cuero negro.
Vincent se acercó hasta los demás inmortales que esperaban el aterrizaje de los
helicópteros en el helipuerto improvisado de la terraza.
— Debemos subir ahora — bramó Vincent señalando las puertas del helicóptero
que en el momento en que tomó tierra se abrieron —.
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de seguridad, aceptaron los cascos que les tendió el piloto auxiliar desde la
cabina de mandos.
Se los pusieron.
— Este es el nuestro.
Blooder nada más sentarse buscó con ansiedad el cinturón y se aseguró que
estuviese abrochado.
Christopher asintió.
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Una vez que los pilotos encontraron el lugar perfecto, acordaron mediante la
comunicación interna de los aparatos que había llegado el momento de despedir
a los ocupantes de las cabinas de pasajeros y regresar a la ciudad antes de que la
gasolina se acabase.
El copiloto del primer helicóptero se giró y gritó con fuerza que había llegado el
momento de saltar del aparato.
¡Como vamos a saltar! Estamos al menos a… Miró por la ventana y gimió por la
impresión. … A quince metros de altura.
Jared la miró.
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No tengas miedo. Mi sangre recorre tus venas, eres fuerte Sharon, podrás saltar
sin problemas.
Jared se quitó los cascos y los colgó del gancho que había encima de su asiento.
Después de desabrocharse el cinturón de seguridad, se agachó para quitarle los
cascos a Sharon.
— Saltaré por ti. En unos segundos los dos estaremos en tierra — Sharon dudó
unos segundos —. Confía, pequeña.
Jared abrió la puerta del helicóptero con la mano libre y se lanzó de cabeza al
vacío, sujetando contra su cuerpo a su compañera.
Sharon chilló al sentir como caían. Los segundos que tardaron en llegar a tierra
fueron eternos, angustiosos en los que no dejó de pensar que acabarían
estrellados contra el suelo.
— Ya está, mi cielo — Sharon abrió los ojos. Estaban a salvo en tierra —. Algún
día tendré que mostrarte de lo que somos capaces los vampiros. Mira un ejemplo
de nuestro poder, pequeña.
Sharon siguió con la mirada la mano de Jared que señalaba el cielo. Abrió los
ojos asombrada al ver como saltaban sin temor los tíos de Jared cayendo de pie y
sin dificultad al lado de ellos, sin revolver siquiera la tierra con su caída. La
preocupación que sintió se tornó en sorpresa al no ver muecas de dolor, ni
huesos quebrados,
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tan solo cayeron como si saltar desde tanta altura fuese algo habitual para un
vampiro.
Jared y los demás esperaron a que saltasen los inmortales que viajaban en el
segundo helicóptero.
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Instintivamente Jared dejó libre su magia. Los demás inmortales siguieron sus
ejemplos y desenfundaron sus armas, preparados para la batalla.
Sharon se detuvo.
— Detrás de estos arbustos se encuentra la entrada, es una roca con marcas que
la cruzan que parecen ojos.
— ¡¡Qué!! — exclamó sorprendida la joven. Bajando la voz para que nadie más
la escuchase, aseguró —. No pienso esperar a que regreses de las cuevas. Te
acompañaré.
Sharon suspiró.
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Nada más retirar la mano, las puertas comenzaron a abrirse rechinando al rozar
contra la gravilla de la tierra.
— ¡Tu mano! — Jared le examinó la herida que le provocó las puntas de hierro
—. Estás herida.
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Sharon asintió con la cabeza y corrió hasta llegar junto a Gabrielle y Rhianny
que espiaban desde detrás de los arbustos.
— ¡Ah, gracias!
Rhianny agarró del brazo a Sharon empujándola hasta ocultarla junto a ellas.
Sangre.
Sangre y muerte.
Demonios, Jared. Si los brujos se ocultan en estos pasadizos, ¿qué coño hacían?
¿Cómo pueden aguantar este nauseabundo olor?
Jared miró a su tío, entrecerrando los ojos, observando con asco el suelo de los
pasadizos. Esparcidos por el suelo había huesos astillados y charcos de sangre
reseca.
Y que lo digas viejo. Masculló Blooder pateando con asco una tibia que encontró
en el suelo, rompiéndola en pedazos con el golpe.
Está muerto.
El ronco gruñido que barbotó Markush acalló a los vampiros que se detuvieron y
se giraron para mirarle en la penumbra.
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La escasa luz que penetraba desde la entrada era engullida por la oscuridad de
los pasadizos. El aire con cada paso que daban, se enranciaba, consumiendo el
oxígeno.
— ¿Hueles algo?
— Al fondo de este túnel huelo treinta hombres — Cerró los ojos y gruñó —. Y
detrás nuestra, en la entrada…— olisqueó el aire — . Dieciséis hombres. Han
entrado después de nosotros.
Se acercaban.
Ante esto, no perdieron tiempo con dudas, los brujos se acercaban desde la
entrada. Y si eran inteligentes, al verla abierta se esperarían encontrar a los
intrusos en los pasadizos.
Con los puñales a la altura de los ojos, pegaron las espaldas a las húmedas
paredes del túnel y esperaron en silencio la llegada de los brujos.
Jared se mordió los labios para no reír al escuchar el tono de queja de Blooder.
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La conexión mental que estableció con los demás vampiros aún permanecía
abierta. Sus mentes estaban conectadas.
Deja de actuar como un crío, H.
Con los puñales en las manos, los inmortales agarraron de los pelos a los brujos
que tenían a mano y apoyaron el frío metal en sus gargantas. Antes de que se las
cortasen, escucharon un grito agudo y desesperado.
— ¡No! No los matéis. Es mi hermano. Son los brujos que luchan contra
William.
— Tienes que esperar fuera, Marie — Tosió sangre al suelo, cerrando los ojos
del dolor —. Esto es peligroso, si nos encuentran…
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Se giraron al escuchar aquella gélida voz. Ante ellos, a unos metros estaba
parado William, sonriendo de una manera escalofriante, como si disfrutase al
encontrarse a más de veinte personas intrusas en los pasadizos de su cueva.
Antes de que pudiesen reaccionar, William invocó su poder, generando una ola
de fuego que barrió la cueva llegando a cada rincón de aquel lugar. Los cuerpos
de los inmortales recibieron el mayor impacto del ataque, al cubrir con sus
cuerpos a sus compañeras.
Cuando el fuego se apagó, los intrusos cayeron al suelo con graves quemaduras
en sus cuerpos.
William rió en alto. El intenso olor a carne quemada inundó sus fosas nasales.
Chasqueó la lengua.
— Que patéticos sois. De verdad creías que no iba a enterarme si entráis en mis
dominios —. Pasó por encima de los cadáveres calcinados de un puñado de
brujos traidores- Debería daros las gracias. — se paró delante del cuerpo
quemado de Jared, lo apartó de una patada, descubriendo el tembloroso cuerpo
de su hija mayor —.
La habéis traído hasta mí — se agachó y golpeándola en la mejilla, la despertó
—. Bienvenida a casa, hija — Sharon intentó gritar del miedo al ver los ojos
enrojecidos de locura de su padre, pero de su garganta no brotó sonido alguno.
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Jadeó al ver que estaba en un altar de piedra circular, frente a un trono en el que
William la miraba mientras bebía con postura tranquila una copa de sangre
recién vertida.
Sharon deseó gritarle que dejase de llamarla así. Ese monstruo no era su padre.
Su padre murió el día en que regresó borracho a casa y violó a su madre, después
de golpearla hasta la saciedad.
Desde aquella William cambió las leyes del clan, humillando a las mujeres, hasta
convertirlas en esclavas sexuales a la fuerza.
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Con tu sangre romperemos uno de los sellos. Abriremos las barreras del tiempo.
Sharon le escupió.
— Estás lo-co.
— Dentro de una hora no estarás tan habladora, hija — William se rió en alto.
Sus frías carcajadas resonaron en la sala, viajando a través de los corredores de
la cueva hasta los calabozos de los prisioneros que iban a ser sacrificados.
Estaba preocupada. A esas alturas Jared ya se habría puesto en contacto con ella.
Solo había una respuesta posible para su silencio.
Le había ocurrido algo, y por todos los demonios del infierno, esperaba de todo
corazón que no estuviese muerto.
¡Contesta!
Gritó
en
su
mente.
¡Contéstame
maldito
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Vincent estiró las piernas haciendo ruido con las cadenas que lo mantenía preso.
Jared paseó la mirada por la celda en la que estaba. El olor ha sangre era intenso,
las paredes y el suelo estaban pegajosas al tacto.
La oscuridad que reinaba en el lugar solo era rota por la luz que entraba a través
de la puerta. Enfocó la mirada en la puerta, sorprendiéndose al tener como
vecino a Blooder. El Guerrero estaba tirado en el suelo, en medio de un charco
de sangre y uno de sus brazos tenía una postura extraña, posiblemente roto.
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— Después del ataque, los brujos nos recogieron. No fui el único que estaba aún
consciente. Blooder lo estaba también al igual que Markush. Lucharon por
liberarse y recibieron una paliza, hasta que perdieron el conocimiento. A las
mujeres se las llevaron a otras celdas.
Jared apoyó las manos a ambos lados de la pared e intentó levantarse, el primer
intento falló. Cayó al suelo, soltando un quejido de dolor al raspar la espalda
contra la pared.
Se sorprendió al ver como sus uñas que se alargaron como las garras de un felino
atravesaron con facilidad la compacta roca. Miró con detenimiento la marca que
quedó después de apartar las manos.
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Jared asintió con la cabeza y siguió golpeando la pared. Los puñetazos que daba
eran secos, concentrando su fuerza vital y su poder mágico en sus nudillos.
Lentamente la pared se desmoronó a sus pies, salpicando la celda con su
gravilla.
Los golpes despertaron a Blooder. Siseando por el intenso dolor que sentía en el
pecho, Blooder se levantó apoyando las palmas de las manos en el suelo. Al
quedar de rodillas vomitó todo el contenido de su estómago.
Blooder se sentó y buscó al dueño de aquella voz. Lo encontró frente a él. De pie
y con los brazos cruzados estaba Jared, mirándolo con un brillo de burla en los
ojos.
Ahogando toda clase de insultos que se le pasaron por la mente, Blooder intentó
levantarse. Tuvo más suerte que Jared, ya que él lo consiguió a la primera.
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Estaba seguro que ella no le recordaba. La había conocido cuando ella no era
más que una niña que temblaba asustada delante de un jabalí rabioso. Él la
había salvado y había quedado atrapado
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por aquellos ojos verdes. Desde esa noche la vigiló de cerca, esperando el
momento de hacerla suya, de convertirla en su compañera para toda la vida.
Al comprobar con sus manos que los colmillos de sus encías eran alargados, que
sus manos tenían garras, la mujer le creyó.
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Jared golpeó una vez más la pared, tirándola abajo. Salió por el boquete y se
puso delante de la puerta mágica de Blooder.
Blooder soltó una carcajada seca y de un solo golpe abrió una brecha en la pared
de su celda con el brazo sano.
Jared asintió, sin mirar al vampiro que se internó en la oscuridad del pasillo,
alejándose de la única fuente de luz que era la barrera mágica.
— Cierra los ojos Vincent. Voy a invocar mi poder para poder romper la barrera.
La luz podría dañarte los ojos.
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Visualizó las hebras doradas que se entremezclaban entre ellas formando una
capa compacta. Tenía que romperla utilizando las micras de distancia que había
entre ellas. Enfocando su magia en los huecos existentes que encontró, la lanzó
de golpe desequilibrándola.
Jared volvió a concentrar su poder y lo volcó todo a la vez abriendo las grietas
entre las hebras provocando que la puerta se derrumbase y desapareciese.
Nada más desaparecer la barrera, Jared entró para liberar a Vincent. Arrancó las
cadenas de la pared y después las rompió, liberándolo.
— Os esperábamos.
— ¿Y tus hombres?
— Muertos. Los que sobrevivieron al ataque de William les han arrancado sus
corazones.
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Jared apretó la mandíbula con fuerza. Esos malditos. Esa noche tenían que
acabar con ellos.
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La parpadeante luz de las velas y las antorchas que pendían de las paredes
iluminaban el ambiente.
En sus manos portaba una daga ceremonial echa con huesos de dioses. Con ella
el portador rompería el sello que encerraba Sharon en su cuerpo.
William sonrió.
Con cada sello que se rompía las barreras entre el mundo de los mortales y el de
los dioses se debilitaba, y algún día se rompería y cuando eso ocurriese la Reina
del otro mundo le otorgaría su mayor deseo.
La inmortalidad y el poder.
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Sharon se revolvió. Intentó gritar pero las palabras se ahogaron contra el trapo
que le cubría la boca. Estaba amordazada a merced de unos locos que la iban a
sacrificar a un dios de la muerte.
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El ruido de la roca crujiendo fue demoledor. Parecía que las paredes iban a
derrumbarse sobre ellos. Los brujos se removieron nerviosos. A pesar de ser la
segunda vez que presenciaban la ceremonia de rotura de un sello, pues hacía tan
solo unos días Roger sirvió como sacrificio perdiendo sus ojos en la ceremonia,
temían al ser que iba a aparecer.
Ante sus miradas temerosas, apareció de la nada una grieta anaranjada, que fue
tomando forma hasta convertirse en una puerta al otro mundo. A través de ella
apareció el dios de la muerte, acudiendo a los mortales tras oír la llamada.
William ahogó el jadeo de temor al ver como el dios lo miraba fijamente con sus
metalizados ojos azules. Cuando se acercó a él, tuvo que levantar la cabeza para
poder mirarlo a los ojos. El dios medía dos metros diez, era musculoso, con el
pecho descubierto donde se podía ver marcas de uñas y unos tatuajes con
extrañas formas. Sus largos cabellos azabaches los mantenía recogidos en una
coleta baja, permitiendo ver su duro rostro, que mostraba inconformidad y
disgusto.
Os matará a todos.
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Sharon jadeó de horror al ver como se alzaba sobre ella el dios que atravesó la
barrera. Cuando sus ojos se encontraron tembló de miedo. Los ojos del dios
estaban vacíos, carentes de vida, como si no tuviese corazón.
Echó hacia atrás el cuerpo, pegándolo contra el frío suelo, al ver que el dios se
agachaba sobre ella con el puñal en la mano.
Broilerc alzó el cuchillo por encima de su cabeza y lo hundió de un solo golpe en
el vientre del sacrificio.
Sharon jadeó, cerrando los ojos al sentir como el cuchillo se hundía en su carne
hasta le empuñadura. El dios la acuchilló destrozándole el vientre, hasta que la
sangre de la joven se deslizó por las rendijas de los símbolos grabados dentro del
círculo ceremonial.
Broilerc sacó el puñal del vientre del sacrificio y dio un paso hacia atrás. Ya
estaba hecho. Había acabado con el portador del sello.
Ahora la Reina Moiler señora del mundo de fuego del que provenía, estaría feliz,
retorciéndose las manos saboreando con la idea de regresar al mundo de los
mortales.
¡Maldita zorra!
Él solo deseaba su muerte. Una muerte lenta, dolorosa. Pero hasta entonces, se
tragaría el orgullo y seguiría a sus órdenes.
Cuando iba a entrar de nuevo por la grieta, Broilerc fue golpeado y lanzado
contra la pared, quedando incrustado en la roca.
— ¡¡¡Sharon!!!
— Ja- Ja- red — vomitó sangre, cerrando los puños de dolor. El vientre le ardía y
la sangre corría a través de sus muslos.
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Cubriéndole las espaldas, Vincent junto a los vampiros, los lycans y los brujos
que luchaban de su lado atacaron a los brujos vestidos con las capas blancas
utilizadas para la ceremonia. Ninguno de ellos tuvo piedad. Acabaron con todos.
— Ja- Jared — intentó tocarle la cara. Las lágrimas de sangre que brotaban de
los enrojecidos ojos del vampiro le mojaban la cara.
—. No llores…— fue presa de un ataque de tos. Hizo a un lado la cara y vomitó
en el suelo sangre y bilis amarillenta.
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Sharon le obedeció.
— Muere monstruo.
Jared alzó la cabeza y miró con odio al brujo que se disponía a matarlos. Lo
calcinó en menos de un segundo, esparciendo sus cenizas por el suelo de la sala.
Una explosión los tomó a todos por sorpresa. Jared se echó hacia delante
cubriendo con su cuerpo a Sharon.
Saliendo detrás del trono apareció Rhianny. Después de golpear al dios se había
ocultado detrás del trono para que los hombres no la encontrasen, pero el
bastardo de Broilerc la había visto.
— Que malo que eres, Broily. Después de todo el tiempo que no nos hemos visto
y me tratas tan mal — Rhianny chasqueó la lengua, ladeando la cabeza.
Iba a llamarla. A gritarle que se pusiese a su lado, pero los ojos de su hembra le
perforaron la mente, paralizándolo en el sitio.
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Los gritos que profirió Rhianny lograron que Broilerc riese una vez más antes de
lanzarse de cabeza contra ella.
— ¡Qué tierno! — se burló sin dejar de aplaudir —. Quien iba a decir que un
demonio de la destrucción era capaz de tener sentimientos.
Sus ojos cambiaron de color, tornándose rojizos. Sus cabellos crecieron hasta
llegar a la altura de la cadera. De su cabeza le surgieron cuatro cuernos, dos en
cada lado, apuntando hacia atrás, como los cuernos de los dragones.
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Atacó con todas sus fuerzas, destrozando el suelo y las paredes que tocaba.
Broilerc esquivó cada uno de sus ataques.
Su misión era una mierda, si tan solo le dejasen acabar con Broilerc los dioses
nunca podrían penetrar en el mundo de los mortales ya que el único que podía
entrar en este mundo para romper los sellos era el propio Broilerc y si acababa
con la fuente del problema….Adiós problema.
siempre con la patética excusa del equilibrio entre los mundos ya que al igual
que solo Broilerc era el único dios que podía entrar en el mundo mortal ella era
el único demonio que podía vivir entre los humanos sin perder la vida.
Rhianny luchó revolviéndose, agitando los brazos y las piernas, pero la niebla se
hizo cada vez más espesa engulléndola, rodeándola hasta que solo quedó visible
su rostro.
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— Esta esfera te mostrará la ubicación del siguiente sacrificio — abrió una mano
y tiró al suelo una esfera plateada. Al instante aparecieron escenas de una ciudad
llena de luces que pudieron identificar como Vancouver —. En cuanto lo tengas,
invócame.
Después de susurrar unas palabras que nadie entendió, abrió la brecha entre los
mundos. Delante de la brecha anaranjada desde la que se podía ver un mundo de
fuego con un cielo negro como la noche, Broilerc sonrió maléficamente y lanzó
un rayo plateado al techo de la cueva provocando unas grietas que la atravesaron
de lado a lado.
— Disfrutad de mi regalo.
Antes de que el techo cayese sobre él, Broilerc pasó a su mundo cerrando la
barrera a su paso.
Nada más salir de la cueva, presenciaron como las rocas que se desprendieron
taparon la entrada. Estaban agotados por la carrera pero felices al haber
sobrevivido.
— ¡¡Leif!!
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— Cuando vinieron a por nosotras en la cueva Rhianny nos cubrió con su cuerpo
y nos dijo a Marie y a mí que escapáramos fuera, que debíamos esperaros fuera,
a salvo.
Leif suspiró.
— Perdió a su hembra.
Gabrielle miró con pena a Markush que gritaba el nombre de Rhianny una vez
que salió del shock inicial que le produjo ver como su hembra desparecía de su
lado, y revolvía los escombros de la entrada de la cueva, intentando abrirse paso.
Su Maestro y amigo Jacques intentaba hablar con él, hacerle entrar en razón,
pero Markush no atendía a nada. Él solo deseaba recuperar a su hembra, hallar el
modo de regresar a la sala circular y buscar el modo de traer de vuelta a Rhianny.
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— ¡Ya basta Markush! Tenemos que irnos, este lugar no es seguro. Debemos
regresar a casa y contar lo que vimos.
Jacques cerró los ojos unos segundos ante la intensidad de las palabras de su
discípulo. Él no tenía una hembra aún por ese motivo no comprendía el dolor de
Markush. Aún así, había jurado protegerle, y por todo el infierno, que lo haría,
aunque fuese en contra de sus deseos.
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Vincent ocultó la alegría que sintió al oír en boca de Jared que tenía la intención
de regresar a Toronto. Esperaba de todo corazón que el joven vampiro aceptase
finalmente su propuesta de ser su heredero.
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En sus manos se formaron unas bolas de fuego que lanzó contra los inmortales.
Después se giró y atacó de la misma manera a los brujos que consiguieron salir
con vida de las cuevas, estos no tuvieron la suerte de los inmortales que
consiguieron esquivar el ataque. El fuego los quemó, matándolos al instante.
Edgard vio morir a sus compañeros. Gritó furioso y atacó a su vez a su padre.
Los dos brujos se enzarzaron en una batalla de magia, en la que el fuego arrasó
todo lo que tocó alrededor de los dos hombres.
Los reflejos de Edgard estaban mermados por las graves heridas de su cuerpo y
acabó tirado en el suelo, respirando con dificultad.
— Tenía que haberte matado hace seis años, pero por ser mi hijo te exilié, que
grave error cometí — se lamentó William creando un látigo de fuego con el que
tenía pensado azotar a su hijo hasta la muerte —. Pero esta noche, remediaré ese
error.
Lo que no se esperó William fue ser atacado por dos vampiros que defendieron
al joven brujo.
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devolvería a ese cabrón uno a uno. Con ese pensamiento en su mente, le asestó
un puñetazo en la cara y lo lanzó lejos.
Jared se puso delante de sus tíos y su compañera e invocó una barrera mágica
que impidió que el fuego creado por William los rozase.
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transporte que los brujos eran capaces de utilizar desde el nacimiento de su raza
para proteger a las mujeres.
Esa noche, todos habían perdido algo muy importante para ellos.
Edgard negó con la cabeza, levantándose del suelo con el cuerpo sin vida de
Marie entre sus brazos.
Sin decir nada más, Edgard se trasladó a su hogar en la costa oeste utilizando el
fuego como transporte. Quemando el suelo desde donde se trasladó, formando
un círculo ennegrecido.
Todos y cada uno de los que participaron en la batalla se retiraron para sanar las
heridas en sus hogares y narrar lo que esa noche había sucedido a sus
congéneres, buscando un apoyo logístico y militar que necesitarían si querían
salir bien parados de la inminente guerra que se avecinaba. Si lo que habían
presenciado y oído aquella noche era alguna clase de ritual para abrir los mundo
estaban perdidos. Todos los seres que habitaban la tierra morirían si se abría los
portales que conectaban los dos mundos.
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Por suerte para todos, en menos de cuarenta minutos Vincent halló un buen lugar
donde poder ocultarse de la luz del sol. Siguiendo al mestizo, los vampiros se
adentraron en la grieta de la montaña y caminaron hasta que la oscuridad los
engulló asegurándolos que los rayos solares no les dañaría.
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-25-
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El gerente al ver eso, no dudó en acercarse a ellos para expulsarlos del hotel ya
que no cumplían los requisitos de etiqueta correspondiente a las cuatro estrellas
que poseía.
— Tenéis que iros — les dijo con malos modos, interponiéndose en su camino.
Vincent rechinó los dientes, dando un paso hacia delante obligando al estirado
gerente levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.
Antes de que Jared le diese una respuesta, Vincent le dijo al gerente con voz
dura, fulminándolo con los ojos.
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Warryuer tragó saliva con dificultad. Todo el mundo sabía que Vincent solo
avisaba una vez, a la segunda, su trabajo estaría condenado y con el todos los
lujos y beneficios económicos que conllevaba.
— Por tu bien espero que así sea — posó sus ojos en Jared —.
Os espero en el Moon.
Sin decir nada más, Vincent salió del hotel y caminó con paso apurado a su
discoteca. Lucille estaría a punto de despertarse de su sueño y él le había jurado
estar siempre ahí.
Lucille, cuanto tengo que contarte. Pensó recordando lo que había vivido la
noche anterior. Lo que está por pasar cambiará el mundo. No es una lucha entre
mortales, esos seres que intentan traspasar su mundo para ingresar en el
nuestro… Cerró los ojos y visualizó al dios que exudaba poder y sabiduría, capaz
de destruirlos a todos si ese era su deseo. Estamos perdidos si no conseguimos
pararlos.
Siguiendo las órdenes del dueño, Warryuer condujo a los invitados del señor a la
última planta del hotel. Para acceder a esta, tuvieron que subir en el ascensor
dorado. Una vez en el ascensor cuando las puertas del mismo se cerraron, sacó
una llave del bolsillo, la introdujo en la cerradura y la giró, abriendo de este
modo un panel semioculto donde pulsó el botón para subir. Tardaron apenas dos
minutos en llegar a la planta veintidós.
Salieron del ascensor y lo siguieron hasta llegar a dos puertas grandes con
ribetes dorados.
— Este será su cuarto — les tendió la tarjeta metálica a Leif y Gabrielle que la
cogieron y la miraron con curiosidad.
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— ¿Esto qué es? — preguntó Leif golpeando con un dedo la tarjeta magnética
negra.
Una llave, estúpido. Pensó Warryuer mordiéndose la lengua. En lugar de eso les
contestó.
Sharon admiró la belleza del apartamento. El salón era amplio con vistas a la
costa. El mobiliario era exquisito, con una decoración hermosa. Las mullidas
alfombras que cubrían el suelo silenciaban sus pasos, las cortinas recogidas eran
de un color dorado y estaban atadas con cadenas plateadas en las esquinas de los
grandes ventanales.
Jared podía percibir su dolor. Y le estaba desgarrando por dentro. Su deber era
protegerla y no estuvo a su lado cuando sacrificaron la vida de su hijo.
Cerró los ojos con fuerza, sintiendo la pena ante la pérdida de su hijo como un
veneno que lo consumía desde dentro.
Un hijo.
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Pero el destino había sido cruel con ellos, arrebatándole la vida a un inocente.
Debía ser fuerte, ahogar sus penas y su dolor por el bien de su compañera.
Sharon era la que más había sufrido, ella sintió como la vida de su bebé se
apagaba cuando el puñal atravesó su vientre.
Sharon observaba el salón con la mirada perdida, su mente estaba en otra parte.
Jared caminó hasta ella y la abrazó por detrás.
Después de leer la etiqueta que tenía pegado el teléfono donde informaba del
número de atención del servicio, marcó el 002.
— Sí, señorita. Un vestido negro largo de versache talla 38 para mi mujer, unos
zapatos talla 37 a juego con el vestido. Un pantalón negro de vestir de hombre
talla 42, una camisa verde oscura talla mediana y unos zapatos a juego talla 46.
¿Lo anotó todo?
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Cuando iba a sentarse en el sofá a esperar la llegada del botones con el pedido,
escuchó unos sollozos que le rompieron el corazón.
Se esperó encontrar la puerta del baño cerrada con el pestillo, pero estaba
abierta, tan solo giró el pomo y la abrió encontrándose a su pequeña compañera,
llorando amargamente de rodillas en el suelo del plato de la ducha bajo el chorro
del agua caliente.
Jared temía lo peor, si Sharon no superaba la pérdida podría cometer una locura.
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Escuchó como alguien golpeaba la puerta del cuarto. Sería el botones con su
pedido. —. Espérame pequeña. Ahora regreso.
No se había equivocado, era el botones cargado con dos percheros con ruedas.
— Su ropa, señor.
Detrás del muchacho una mujer vestida con un uniforme de falda blanco y
negro, arrastró un carrito con la cena hasta la puerta de la habitación.
— Su cena, señor.
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baño vestida con una de los albornoces que colgaban de la puerta del cuarto del
baño.
— Sharon, yo…
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— Nunca lo dudes Sharon. El día que tengamos hijos, serás una gran madre.
nueve meses después me tuvo —. Jared apoyó una mano sobre la marca que le
cruzaba el pecho a la altura del corazón —. Leif tuvo que acabar con su vida
cuando la encontró apuñalándome en el pecho — Jared cerró los ojos. Nunca
antes le había contado a nadie cómo había conseguido esa cicatriz. Tan solo sus
tíos sabían la verdad —. Me apuñaló y yo aún estaba unida a ella con el cordón
umbilical.
— Ella me odió, quiso matarme porque le recordaba al brujo que la violó — alzó
la cabeza y la miró con ojos angustiados —. Yo solo era un bebé. Un recién
nacido.
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El vampiro cerró los ojos apretándole las manos buscando el consuelo que le
confería tocarla.
— Desde ese día mi tío me odió. Por mi culpa se vio obligado a matar a su
propia hermana. Fui repudiado por los miembros del clan vampírico por ser
mestizo — Abrió los ojos y los fijó en los de ella —.
Hasta que te conocí nunca supe lo que era confiar plenamente en otro ser vivo.
En tus manos…— se las apretó—. Tienes mi corazón, Sharon.
Sharon bajó la vista y grabó sus palabras en su corazón. El amor que sentía por
ese hombre crecía cada día que pasaba.
Dos horas después, Sharon caminaba del brazo de Jared luciendo un elegante
vestido negro que se pegaba a su piel con sedosa hermosura. Vestidos los dos
elegantemente, provocaron miradas celosas cuando salieron del ascensor y
caminaron por la recepción del hotel.
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— De viejo nada — contestó con fingido reproche — Estás muy hermosa esta
noche, pequeña.
Sharon sonrió.
Rompiendo el silencio que hubo después de esas palabras con unas carcajadas,
Leif tomó de la mano a Gabrielle y abriendo la puerta de la entrada al hotel
caballerosamente, salieron a la calle, aspirando el aire de la noche. Disfrutando
de unos momentos de tranquilidad.
La mujer chilló de alegría al verlo. Se tiró a sus brazos y le besó las mejillas,
feliz al haberse encontrado de nuevo con su pequeño.
Ella lo quería como un hijo, desde que Vincent lo invitó a su hogar ella lo crió
como si fuese su cachorro. Le enseñó buenos modales y etiqueta, le mostró la
belleza del océano y la alegría de una noche en
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— Que alegría que hayas encontrado a tu compañera, Jared — dio un paso hacia
atrás colocándose al lado de Vincent que los miraba en silencio después de
despedir con un gesto al portero — Ahora, cuídala bien, ¡eh!
Vincent eligió ese momento para preguntarle a Jared lo que por tanto tiempo
llevaba esperando preguntar.
Jared dudó. Ahora que tenía una compañera debería buscar un lugar donde
asentarse y formar una familia, pero no iba a obligar a Sharon a que se quedase
en aquella ciudad. Su compañera querría ir junto a sus hermanas brujas en la isla
mágica de su familia, de ser así él la acompañaría.
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Vincent sonrió pero su sonrisa se borró al ver la tristeza en los ojos de los tíos de
Jared.
Carraspeando, dijo en alto.
Gabrielle chilló indignada al ver las imágenes de unas mujeres con los pechos al
aire bailando alrededor de una barra metálica.
— Eh, no — Miró a Jared —. Por supuesto que nos quedamos para estar a tu
lado sobrino.
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Su vida había dado un giro de trescientos grados en menos de una semana. Antes
estaba solo, con un futuro negro y desolador.
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EPÍLOGO
Aterradora.
Gélida.
Y la mujer que gobernaba con mano dura aquel mundo no era otra que Moiler
Blastar.
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Al frente de la puerta de madera, con filigranas de oro, que daba acceso a la sala
del trono, Broilerc respiró profundamente.
— Amigo, cuando salgas tienes que contarnos que pasará ahora que se ha roto el
primer sello.
Sin decir nada más, abrió las puertas y entró en la sala del trono cerrándolas
después de un portazo.
La intensa luz que iluminaba la sala le dañó los ojos durante unos segundos. Su
mundo estaba en perpetua oscuridad, el día se alejaba de aquellas tierras y
siempre era de noche. La Reina iluminaba sus estancias con antorchas, como si
fuera siempre de día.
Ella deseaba caminar por el mundo de los mortales hasta reducirlo a cenizas.
Ansiaba lo que no podía tener.
En medio de la sala había un altar de piedra, la base eran cuatro patas echas con
los huesos y las calaveras de antiguos
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enemigos muertos a mano de la Reina. La piedra que era soportada por las
cuatro patas estaba manchada de sangre, y era reciente por el olor metálico que
aún se percibía en el aire.
Broilerc paseó la mirada por el lugar, echando un rápido vistazo. Los sacerdotes
de la Reina, cubiertos por sus capas negras permanecían a ambos lados del
inmenso y brillante trono de oro macizo.
Zorra.
Calculadora.
Maldita.
Moiler permanecía semi acostada en su gran trono, con su vaporoso vestido rojo
sangre que dejaba entrever su aterciopelada carne. Sus cabellos rubios ondeaban
a su alrededor como si tuviesen vida propia, otorgándole un aspecto irreal,
magnífico. En otro tiempo Broilerc estuvo hechizado por esa belleza, ahora,…
veía lo que realmente era esa mujer. Una venenosa serpiente.
Moiler Blastar, Reina del mundo Humlleih, dueña y señora de cada vida de aquel
mundo, admiraba con avidez el hermoso cuerpo de su guerrero preferido.
Broilerc era una tentación para cualquier mujer. Con sus dos metros diez de puro
músculo, piel dorada, largos cabellos azabaches y ojos azules, era un pecado
para la vista. Humedeció sus labios con su lengua, recreándose con el felino
andar del guerrero. Los pantalones que llevaba puesto se adherían a sus piernas
como una segunda piel dejando a la vista de aquellos que lo miraban lo bien
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dotado que era. Y ella por experiencia propia sabía que nada de lo que él
mostraba era falso... Excepto quizás su humildad. Sentía que Broilerc ya no la
deseaba como antaño, sus ojos no mostraban el brillo que tenían antes. Ahora
solo estaban opacos, vacíos de todo sentimiento, de toda calidez. Ya no quedaba
nada en aquel hombre, del guerrero que la hacía gritar con sus fuertes
embestidas.
Procurando que no se notase el odio intenso que sentía por aquella mujer,
Broilerc se irguió y con las manos en la espalda en una postura militar comenzó
a reportar las nuevas del mundo humano.
Para desgracia de muchos guerreros fieles a la Señora, él era el único que poseía
la capacidad de saltar a través de la grieta entre los dos mundos y caminar sin ser
dañado por el mundo de los mortales.
Moiler sonrió torciendo los labios. Que vacías sonaban esas palabras en boca de
ese hombre.
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Si fueses capaz de darme lo que tanto deseo. Pensó con furia la mujer.
Broilerc asintió y dio media vuelta dispuesto a irse de aquel lugar. Pero antes de
llegar a la puerta escuchó las palabras que no esperaba obedecer.
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Buscando fuerzas del odio que sentía, Broilerc se giró y contempló con velada
furia la imponente y escultural figura de la Reina.
Sonrió, torciendo la sonrisa. Logrando que los que lo miraran en esos momentos
temblasen ante la oscura promesa de dolor que había tras esa mueca. Iba a
presenciar una lucha de poder entre los dos seres más fuertes de aquel mundo.
Una explosión de sensualidad, que estaban obligados a ver al no poder
abandonar a la Reina. Su guardia personal siempre estaba a su lado,
manteniéndose en la sombra, presenciándolo todo.
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PROXIMAMENTE
LA SOMBRA DE LA DUDA
PRÓLOGO
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película de sudor. Los temblores, últimos vestigios del orgasmo que saboreó, le
recorrían cada centímetro de piel.
Sonrió abiertamente, una sonrisa fría y calculadora. A pesar que ese dios ya no
bebía los vientos por ella, seguía cumpliendo sus órdenes, doblegándose a sus
caprichos. Poco le importaba que no le perteneciera completamente, mientras
siguiese a su lado.
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durante escasos segundos, fue breve, instintivo, que lo dejó vacío por dentro.
Sólo fue un desahogo en el que se retiró a tiempo para no verter su semilla en el
interior de aquella zorra. El odio era lo único que sentía por la Reina y las ganas
de acabar con su retorcida existencia era su motivación para continuar viviendo.
Tuyo nunca más. Maldita perra. Pensó, alejándose del trono sin mirar atrás,
bullendo de ira interiormente al ver las sonrisas burlescas de los Guardias de la
Reina que presenciaron su humillante reverencia.
Había acudido a la audiencia con Moiler Blastar para confirmarle que el primer
sello había sido destruido. Los núcleos de energía que se escondieron entre los
mortales eran la única barrera que les impedía a los dioses abandonar su mundo
y conquistarles. Durante la última batalla entre demonios y dioses, la raza
Externa, seres inmortales que contemplaron el nacimiento de las culturas que
residían en aquel universo, les obligó a pactar una tregua. Y uno de los puntos
que aceptaron era no pisar el mundo mortal. Si más de un ser de la raza de los
dioses o los demonios la pisaba se quebraría la tregua.
Moiler decidió esperar unos siglos antes de comenzar a buscar la naturaleza de
los sellos, enviando para ello a Broilerc, al ser el único que podía atravesar las
barreras sin sufrir daños. Había sido proclamado el Protector de los Sellos por
los Externos, pero ahora, y todo gracias al egoísmo de Moiler, tenía como única
misión la de destruirlos.
Uno a uno.
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Broilerc abandonó la sala del trono y caminó con rapidez por el pasillo central
del castillo. Antes de salir, una voz le detuvo en seco.
Aquel dios, de metro ochenta, cortos cabellos rubios y ojos azules era uno de los
Guardias personales de la Reina, fiel al monarca con la que gozaba de sus
favores.
Broilerc esbozó una cruel sonrisa. A pesar de que Seinark procuraba ocultar el
odio que le profesaba, sus ojos le traicionaban, reluciendo con oscuras promesas.
La rivalidad entre ambos duraba siglos. Seinark no soportaba que Broilerc
tuviese más poder que él.
Por más que entrenó, nunca consiguió superarle. Quiso hundirle, acusándolo de
traición ante la Reina, pero su brillante plan fue un total fiasco. La voluptuosa y
caprichosa Moiler se encaprichó del Guerrero convirtiéndolo en su amante.
— Y tú tan ocioso como siempre — contestó con burla Broilerc alzando una
ceja. Se cruzó de brazos y echó los hombros hacia atrás dejando clara la
diferencia de altura entre ambos —. ¿O es que ahora sólo sirves como perro
faldero?
Seinark gruñó con fuerza, dando un paso hacia delante. Los soldados apostados a
ambos lados del pasillo, los observaban sin perder detalle. No iban a intervenir.
No podían moverse de sus puestos y aún pudiendo, en su mundo la debilidad se
consideraba una horrenda cualidad que conducía a la muerte. Sólo los fuertes
sobrevivían.
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Una obra maestra creada por los enfeirs que trabajaban para ellos después de ser
subyugados al perder cuando estaban siendo invadidos por los dioses.
— Tus amenazas son inútiles, perro. No posees ni la fuerza ni las agallas para
enfrentarte a mí.
Seinark cogió su hacha, blandiéndola con rabia. Apretó con fuerza los dientes,
siseando con odio. La mueca que mostraba aterraría a los mortales, pero no a
Broilerc.
Seinark dio otro paso hacia delante ante las palabras de Broilec.
Antes de que se produjera el choque entre ambos, se escuchó una atronadora voz
que los interrumpió.
— ¿Deseáis morir?
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No hizo falta que contestase. Todos y cada uno de los soldados que lo vieron
salir pensaron exactamente lo mismo.
Muy sencillo.
La venganza.
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