Alegoría y Memoria en La Novela Negra Centroamericana
Alegoría y Memoria en La Novela Negra Centroamericana
Alegoría y Memoria en La Novela Negra Centroamericana
PRESENTADO POR:
XENIA BEATRIZ GONZÁLEZ OLIVA
GRISEIDA DE FÁTIMA OLIVA AMAYA DE GONZÁLEZ
ASESOR:
DOCTOR RICARDO ROQUE BALDOVINOS
AGOSTO DE 2017
CIUDAD UNIVERSITARIA, SAN SALVADOR, EL SALVADOR, C.A.
AUTORIDADES DE LA UNIVERSIDAD DE EL SALVADOR
vi
INTRODUCCIÓN
vii
CAPÍTULO I. SITUACIÓN PROBLEMÁTICA
1
Categoría en discusión como se presentará más adelante.
1
centran su análisis en la alegoría como tropo que permite darle sentido al relato
y restituir la memoria.
Entre los estudios referidos a la posguerra en este trabajo, destacan los de
Alexandra Ortiz Wallner (2012). En todos estos trabajos Wallner, entiende la
posguerra desde una primera delimitación histórico-temporal como complejas
transformaciones que se dieron a partir de la década de los noventa, del espacio
material y simbólico centroamericano desde su relacionalidad interna y su
relacionalidad externa. Esta propuesta deriva en una periodización para el
campo literario y cultural centroamericano.
(…) una catalogación de una expresión literaria en un subgénero, cuya
designación sería "narrativas centroamericanas de posguerra" y que
permite distinguir una determinada producción escritural dentro del
continuum de los procesos literarios de la región, al objeto de estudio de
este subgénero la crítica literaria podría denominarle texto “frontera”, en
el sentido que el proceso político, económico, social y cultural de la
transición aún no ha concluido (pág. 32).
Wallner destaca que los proyectos políticos y económicos implantados en la
década de los noventa tuvieron como fin “una (re)construcción de la región”, bajo
discursos esperanzadores de desarrollo y democracia, pero ha sido un período
en el que la violencia y la discriminación ha imperado, profundizando aún más
las crisis y la exclusión social. “Paradójicamente, en medio de todas las
inequidades, pequeños grupos dominantes han mantenido la ilusión virtual de
modernización de Centroamérica” (Wallner, 2012, pág. 31). Dentro de este
contexto es que la literatura, principalmente el género novelesco, surge como
uno de los ejes fundamentales que originan en Centroamérica un proceso
cultural, con su propia agenda crítica, un proceso transnacional y dinámico.
También en esta misma línea es interesante retomar el planteamiento de Beatriz
Cortez sobre el término posguerra desarrollado en Estética del cinismo: Pasión
y desencanto en la literatura centroamericana de posguerra (2009), en donde
aclara que el término no lo emplea con el propósito de definir un período
específico sino para hacer referencia a una sensibilidad que ya no expresa
2
esperanza ni fe en los proyectos revolucionarios, es así como llega a la
conclusión que después de la tradición literaria y cultural ligada a la cultura
revolucionaria, que se dedicó a la producción testimonial, surge una producción
literaria de posguerra caracterizada por la ficción que explora la intimidad y la
subjetividad en el espacio urbano centroamericano y que se aleja de los
proyectos revolucionarios para dar lugar a la formación de una subjetividad
precaria y desencantada que depende del reconocimiento de otros a tal grado
que es capaz de destruirse, desmembrarse y hasta de suicidarse, esto es lo que
explora la estética del cinismo: la trampa que constituye la subjetividad cuando
se da la destrucción del ser a quien constituye como sujeto (Cortez, 2009).
Contrario a estos planteamientos Werner Mackenbach en su ensayo “Después
de los pos-ismos: ¿desde qué categorías pensamos las literaturas
centroamericanas contemporáneas?” se opone a la periodización y al uso de
categorías temporales fijas y considera que “Todavía no tenemos una
periodización de estas literaturas que sea convincente científicamente y que
respete las diferentes líneas de tradición y las rupturas, las fases y desfases de
este proceso literario-cultural en el istmo, desde los años sesenta del siglo XX”
(Mackenbach, Después de los pos-ismos: ¿Desde qué categorías pensamos las
literaturas centroamericanas contemporáneas?, 2004, pág. 8); por lo que
propone seguir profundizando en el estudio comparado de la literatura
contemporánea centroamericana, a través de un corpus significativo de la
producción literaria.
No obstante se ha considerado que, para la pertinencia de este estudio, el
término narrativa de posguerra permite además de cartografiar la producción
literaria de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, “comprender la
subjetividad precaria y la sensibilidad del desencanto de este período” (Cortez,
2009, pág. 25). De ninguna manera se pretende definir esta etapa específica, ni
entrar en la discusión de los críticos literarios con respecto a las literaturas
centroamericanas contemporáneas. Nos interesa especialmente la sensibilidad
como la describe Beatriz Cortez (2009).
3
(...) al hablar de sensibilidad de posguerra me refiero a una sensibilidad que
ya no expresa esperanza ni fe en los proyectos revolucionarios utópicos e
idealistas que circularon en toda Centroamérica... Por lo tanto, mi interés
no es el de definir la posguerra como un momento cultural e histórico. Mi
interés es explorar la sensibilidad de posguerra como una que contrasta
con la sensibilidad utópica y esperanzadora que acompañaba la fe en los
proyectos revolucionarios. (pág. 25).
Otra referencia de suma importancia para este estudio son las investigaciones
que retoman el género negro en el contexto centroamericano. En 1988, Sergio
Ramírez publica Castigo divino, novela que Uriel Quesada considera como
fundamental en la narrativa policíaca centroamericana contemporánea. “De
hecho Castigo divino ganó el premio Hammett, que se concede durante la
Semana Negra de Gijón2 a la mejor novela policíaca publicada en español”
(Quesada, 2012, pág. 172). Por ello Kokotovic (2012) afirma que cuando a
mediados de los noventa empiezan a emerger obras del género policial, estas
se parecen más a la novela negra porque incorporan elementos como “postura
desilusionada, pero crítica, frente a la corrupción y violencia que caracterizan las
sociedades centroamericanas de la posguerra” (pág. 186). Además añade que
igual que “en otras novelas negras latinoamericanas, en estas obras
centroamericanas el orden social, y sobre todo el Estado neoliberal, figuran como
las fuentes principales de la criminalidad y no de la justicia” (pág. 186).
Quesada (2012), también señala que la novela centroamericana de posguerra
se construye tanto en lo histórico como en lo policíaco. En el plano histórico, el
autor se centra en un ambiente que puede ser reconocido como verdad, y desde
lo policíaco puede deconstruir la narrativa oficial. La novela negra permite de
este modo reconstruir los hechos que siguen presentes en las sociedades
centroamericanas. Así, a partir de la década de los 90, autores como los
salvadoreños Rafael Menjívar Ochoa y Horacio Castellanos Moya, así como el
guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, entre otros, retoman y convierten, según sus
2
La Semana Negra de Gijón es un certamen anual que se celebra en España, atrae a miles de los grandes
escritores del género negro mundial.
4
contextos, las técnicas y formas de la narrativa policial clásica, pero se distancian
de ella en aspectos como la figura del detective que ya no es central, y en
algunos casos ya ni existe, la investigación casi siempre fracasa, la corrupción y
la criminalidad son el enfoque principal. Así lo afirma también Misha Kokotic
(2012):
En este sentido, las obras centroamericanas de la posguerra ejemplifican
la tendencia más reciente en la novela negra latinoamericana: la
desaparición del detective y la falta de fe en la investigación racional como
método para llegar a la verdad y lograr la justicia en sociedades vueltas tan
profundamente corruptas a causa del neoliberalismo que resultan cada vez
más opacas a la razón (págs. 186-187).
La novela negra centroamericana de posguerra ha evolucionado muy ligada a
los procesos socio-históricos que han perturbado al istmo en estos últimos treinta
años; por ello este tipo de ficción literaria permite a través de sus relatos, conocer
lo que la historia oficial no cuenta, de ahí que uno de sus legados sea servir como
medio para la construcción de la memoria colectiva. Diversos estudios han
profundizado en la memoria individual, algunos de ellos han demostrado que
tiene una base colectiva que es en la que se construye se sostiene y comunica,
por ello cuando se habla del enfoque de la memoria colectiva se asume la
memoria individual, en el sentido en el que esta se edifica sobre la base de los
grupos (García, 2005), reconstruyendo el pasado vivido por una colectividad.
Entre los estudios sobre la memoria individual y colectiva en la literatura
centroamericana de posguerra destacan los de Werner Mackenbach (2012),
quien analiza cómo las narrativas de posguerra, que intentan fijar la memoria del
pasado reciente, son un espacio en el que se libran batallas por las relaciones
conflictivas que se dan entre memoria, historia y ficción. A través de la metáfora
de las batallas de la memoria, Mackenbach pone en evidencia las tensiones y
conflictos que se dan en la narrativa contemporánea para determinar cuál debe
ser la supremacía interpretativa y categórica de los discursos sobre la memoria
y el olvido.
5
Mackenbach hace un recorrido por la literatura que abarca las prácticas
escriturales del testimonio, las memorias individuales, los informes de la verdad
y la novela; concluyendo que esta literatura, a pesar de ser un espacio conflictivo
“es un medio experiencial y experimental ineludible para la convivencia después
de los acontecimientos traumáticos que se resisten a (...) excluir las memorias
no oficiales” (pág. 233). Finaliza su estudio sosteniendo la idea de que en
Centroamérica recién se ha comenzado el trabajo de memoria y debido al
impacto del trauma de su historia, se prevé que este trabajo tendrá una larga
duración, lo que permitirá la generación de abundante literatura.
En esta misma línea, Alexandra Ortiz Wallner (2007), cita a Walter Benjamin para
afirmar que la memoria es el escenario del pasado en nuestros recuerdos, y es
como la superficie de la ciudad por la que se transita y que se convierte en la
memoria-escenario de una ciudad sepultada, a partir de esta idea articula su
propuesta de análisis sosteniendo que la memoria no es un instrumento para
escudriñar el pasado, sino el escenario del pasado en nuestros recuerdos. Darle
sentido a la memoria implica traerla al presente y otorgarle un papel activo, esto
se logra hacer a través de la literatura que cuenta lo que nadie contó. Ortiz
Wallner agrega:
Es así como cierto tipo de escritura no trata de narrar los hechos reales sino
de traerlos al presente, de hacer presentes las ruinas y los escombros de
la Historia, se trata de su capacidad de ser conocimiento en el tiempo (pág.
286).
Otra propuesta, donde se aborda la memoria a través de la literatura de
posguerra, la desarrolla Beatriz Cortez (2012), en el artículo “Memorias del
desencanto: el duelo postergado y la pérdida de una subjetividad heroica”. En
este estudio Cortez visibiliza la relación entre la literatura y el duelo en
Centroamérica a partir de los planteamientos de Idelber Avelar y Giorgio
Agamben. Para su análisis reflexiona sobre las siguientes interrogantes ¿cuál es
el duelo que no hemos podido desempeñar para el contexto centroamericano?
¿Se tratará únicamente de un duelo por los conflictos recién pasados? o, ¿será
algo mucho más profundo en el contexto de la identidad centroamericana, algo
6
con una historia más antigua? ¿Qué papel desempeña la literatura en este
proceso de la memoria? Cortez articula su estudio a partir de la discusión de tres
diferentes textos El país bajo mi piel de Gioconda Belli, El perro en la niebla de
Róger Lindo e Insensatez de Horacio Castellanos Moya.
A partir de estos textos, Cortez ilustra la forma en que la construcción de la
memoria lleva a la reproducción de un discurso de exclusión de clase y de
exclusión por motivos raciales, perpetuando así los sistemas de exclusión en el
contexto centroamericano. En El país bajo mi piel la memoria construye una
subjetividad individual, modela los roles tradicionales para ambos géneros e
invisibiliza a aquellos sujetos que se constituyen en el “otro”, cuyo duelo ha
quedado silenciado por el proceso revolucionario. En El perro en la niebla el
discurso de la memoria contribuye a la construcción de la identidad a partir de la
exclusión del otro, visibiliza el discurso de violencia con que el sujeto privilegiado
se enfrenta al otro. Pero también narra la guerra de una forma no idealizada que
podría dar inicio a un proceso de duelo, lamentablemente, la manera en que se
relatan las consecuencias de la guerra y las pérdidas humanas como una
alucinación, permite afirmar que la ceremonia del duelo se detuvo y se revirtió al
plano melancólico.
La memoria, en Insensatez de Horacio Castellanos Moya, comienza
invitándonos a llevar a cabo un proceso de duelo por las violaciones a la vida y
a los derechos de los indígenas, pero la narración se desvía, presentándonos la
vida del protagonista, a quien le son indiferentes las violaciones a los indígenas.
Le corresponde al lector no caer en la trampa del narrador que invita al duelo,
pero al duelo por la condición ladina.
Otro enfoque más específico sobre memoria lo articula Ricardo Roque
Baldovinos (2012), quien inicia su ensayo afirmando que en el conflicto armado
de El Salvador sí hubo claros ganadores y perdedores. El principal ganador fue
el capital y el perdedor fue el pueblo salvadoreño. Pero al no quedar claro quién
fue el ganador y quién el perdedor, porque la fórmula oficial de la derecha y de
la izquierda sigue repitiendo que no hubo ganadores ni perdedores, se ha
desaprovechado la oportunidad de superar el trauma nacional, “por esa razón,
7
un saldo de cuentas con el pasado fue la prenda más preciosa que la izquierda
cedió en su afán de lograr un arreglo político rápido y conveniente” (pág. 173).
Al no superarse el trauma histórico hay una sensibilidad de la fatalidad y el
sacrificio que tolera la violencia y exclusión, esta sensibilidad se constituye en el
terreno apropiado para la manipulación política del miedo. De esa manera la
hegemonía del capital logra desactivar políticamente a los sectores subalternos.
En la discusión sobre este tema, Baldovinos realiza un análisis de la novela Baile
con serpientes de Horacio Castellanos Moya, para demostrar el apuro de la
institución literaria, que se enfrenta al cambio de paradigma estético denominado
de postguerra o estética del cinismo y el estado del trauma nacional en la
conciencia literaria. En su análisis desentraña la lógica alegórica de la novela y
su relación con el trauma nacional, para ello retoma los espacios donde
transcurre, demostrando que son lugares distópicos.
Una ciudad caótica donde coexisten, sin solución de continuidad, un centro
histórico invadido por el comercio informal, cordones industriales
abandonados, adocenadas, colonias de clase media baja y tugurios,
centros comerciales, gasolineras y elegantes barrios residenciales. Es “la
anti-ciudad”, donde la nación ilustrada se expresa prístinamente en su
antítesis, en su imposibilidad, donde la lógica mercantil de privatización y
exclusión atomiza el espacio de convivencia (pág. 180).
Además sostiene que la novela es un pastiche porque es una extraña mezcla de
géneros; en la que se plantea un duelo por la democracia irrealizada, por la
inviabilidad del espacio letrado de crítica social, por la literatura y hasta por la
revolución. En resumen, la novela es un primer intento por asumir el trauma,
aunque sólo se limite a la ubicuidad de la violencia, a su desplazamiento en el
goce consumista y a presentar el duelo como repetición e iteración de una
escena traumática que se expresa a través de la alegoría. Sin embargo, “Ante la
amnesia generalizada o la repetición de certezas ideológicas, es notable el
avance para la conciencia y la memoria nacional” (pág. 183).
8
1.2. Enunciado del problema
1.3. Justificación
9
construcción del futuro, en donde las pérdidas del pasado se visualicen como
una carencia futura y se insista en la permanencia de su necesidad.
1.5. Hipótesis
10
CAPÍTULO II. MARCO TEÓRICO
11
‘clásica’ es resolver el enigma del crimen para restaurar el orden social, en la
novela negra el detective investiga y revela la corrupción y criminalidad del orden
social mismo” (pág. 185). Es así como la novela negra relata lo que “afecta e
importa en la vida del hombre y del sujeto moderno” (Salinas, 2007, pág. 4), con
un ritmo rápido, diálogos concisos, personajes reales, espacios inciertos, cuenta
lo que ocurre en las sociedades degradadas por el crimen.
En Latinoamérica este género también se materializó inspirándose en el modelo
de las novelas duras o hard-boiled de Hammett y Chandler aunque, a diferencia
de esta narrativa policial clásica, la de “América Latina tiende a ser más creativa
y original que imitativa, adaptando el modelo norteamericano a los contextos
latinoamericanos” (Kokotovic, 2012, págs. 185-186). Sobre todo porque las
sociedades latinoamericanas “cocinaban ollas podridas, pero sus ingredientes
eran otros, aliñados con las especias de sus historias recientes”, (Salinas, 2007,
pág. 5) como las dictaduras, las rebeliones, la marginalidad, la pobreza, la
corrupción de las instituciones estatales, entre otros.
La forma mordaz con que se describe la corrupción, el poder envilecido que
mueve los hilos y arremete contra seres indefensos en sociedades caóticas, van
a ser temas que “terminaron por seducir a escritores latinoamericanos de la talla
de Piglia, Usigli, Diez, Walsh, Fonseca, Giardinelli, Taibo II o Roncagliolo”
(Salinas, 2007, pág. 6). Mempo Giardinelli (1996) ha llegado a afirmar que la
novela negra tiene tanta influencia en América Latina, porque aborda temas que
se relacionan con los valores de la verdad y la justicia que están amenazados
por las mismas instituciones del Estado.
A diferencia de la novela negra europea o estadounidense, la latinoamericana
muestra peculiaridades propias como su vinculación a lo social, que llega incluso
a servir de vehículo de denuncia de las instituciones del Estado corruptas,
revelando una perspectiva histórica diferente de la historia oficial o contribuyendo
a la memoria histórica. Alexander Salinas (2007) afirma:
No resulta nuevo decir que la novela negra se ha convertido en un espejo
de la historia latinoamericana, pues a través de sus intersticios se ha podido
entrar al pasado no sólo para revivirlo sino también para redireccionarlo y
12
mostrarlo desde un nuevo punto de vista. A leguas resulta visible que ese
pasado común a toda Latinoamérica por sus caras siniestras, termina
siendo materia prima muy versátil para los escritores del continente que
vienen a configurar sus narraciones como puntos en los que se puede
conjeturar la distancia real que existe entre las realidades propuestas por
la historia oficial y las realidades vividas por los sujeto que las construyeron
(pág. 6).
Lo dicho hasta aquí sobre la novela negra latinoamericana se aplica a las
representaciones de este género en Centroamérica. Sin embargo Coello
Gutiérrez (2009), señala algunas diferencias entre la novela negra clásica y la
centroamericana, analiza que en las novelas del istmo, el investigador ya no es
un detective, héroe salvador, es otra víctima más del caos social, los personajes
no pueden estereotiparse en buenos y malos, son víctimas y verdugos, por lo
que el bien y el mal aparecen entrelazados; en cuanto a la trama, esta no
concluye con el esclarecimiento de la verdad “sino a una mayor confusión en
torno a esta, en la certeza de que una unidad de criterio sobre los hechos no es
posible” (pág. 2).
En este sentido para el caso de Centroamérica, los modelos de la novela negra
clásica han sido apropiados y transformados por los escritores para que a través
de la narrativa puedan exponerse las realidades de las sociedades
centroamericanas, caracterizadas por injusticias y corrupciones, y que por sus
particularidades no permiten que un crimen, se resuelva de la misma forma que
en la novela negra clásica (Rivera, 2014).
Rivera (2014) destaca que en la narrativa negra centroamericana, la ciudad se
convierte en el escenario de la historia, pero es el lado más caótico y precario de
la ciudad, donde deambulan los rostros que la misma sociedad quisiera ocultar,
las trabajadoras del sexo, la comunidad LGBTI, los antros, la trata de personas,
la venta de drogas, todo el bajo mundo. Pero son estos espacios, donde se dan
conexiones personales, se conoce lo más oscuro de las personas, se conoce
realmente quiénes son. Así tanto la impunidad como la corrupción envuelven la
trama de la novela negra centroamericana. A diferencia de la narrativa negra
13
clásica donde existe una confianza en el sistema judicial institucional, en el
género negro centroamericano hay un temor hacia los cuerpos de seguridad, el
sistema judicial y los mismos gobernantes.
2.2. Memoria
14
proceso activo de reelaboración de materiales afectivos por parte del sujeto y
que permite la construcción de un mejor presente. Mientras la melancolía se
mantiene en los trazos que erigió a partir del trauma del pasado, el duelo es su
contraparte y la alegoría es el recurso que permite la restitución de la memoria
al leerla como melancolía o como duelo (Avelar, 2000).
En vista que en la Centroamérica de posguerra, el proceso de duelo y de
superación de la pérdida no ha sido institucionalizado ni apoyado realmente por
los Estados, hay escritores que utilizan el espacio de la literatura, para poder
reelaborar esa memoria colectiva, con el afán de lograr procesar ese trauma, no
tanto como para denunciar o exigir, sino visibilizar.
De lo anterior se desprende que estudiar la memoria colectiva es construirla a
partir de artefactos, uno de los más idóneos para comunicarla es el lenguaje
literario, ya que permite que se establezca la continuidad entre el pasado y el
presente. La literatura como artefacto de la memoria “reconstruye el pasado y
brinda versiones distintas a las oficiales, a las del poder, a las versiones
impuestas, al discurso histórico, por ejemplo” (García, 2011, pág. 114). La
memoria colectiva o memorias colectivas vistas desde la literatura, más que
presentar el hecho tal y como ocurrió lo reconstruyen, permitiendo que se le dé
significación a los acontecimientos pasados, dándoles continuidad y evitando así
el olvido.
2.3. Alegoría
15
completas. Así, la alegoría hace posible la transmisión de conocimientos a
través de razonamientos por analogía. (Pérez Porto & Gardey, 2009).
Entre quienes estudian la alegoría no solo como procedimiento estético, sino
filosófico, destaca Walter Benjamin (como se cita en Oliván Santaliestra, 2004),
quien profundizó en su análisis en su libro El origen del Drama Barroco alemán.
Para Benjamin fue trascendental el aporte de la técnica alegórica del Barroco,
así como la de Baudelaire, pero a la vez esta concepción no le aportaba lo
necesario para lograr un cambio en la sociedad y el curso de la historia. Desde
su visión, la alegoría barroca dirigía a una pasividad en la política, mientras que
en Baudelaire a una resignación que también abstenía de una participación
política (Oliván Santaliestra, 2004). Benjamín dirige a la alegoría hacia un uso
de la imagen dialéctica que permitiera comprender la realidad y lograr que el
inconsciente colectivo se despertara del sueño mítico en el que se mantenía.
“Es una filosofía que no se pierde en discursos teóricos que desconectan del
mundo real sino que ataca a este mundo desde su propia raíz, hace filosofía de
los objetos mismos, como si estos hablaran” (Oliván Santaliestra, 2004, pág. 19).
Para Oliván, aunque Benjamín no fue capaz de concluir su proyecto, es desde
su filosofía que se ha sido capaz de hacer pensar los residuos de la modernidad.
Idelber Avelar (2000) en Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el
trabajo del duelo retoma los planteamientos de Benjamin y comienza su análisis
a partir de la clásica oposición entre metáfora y metonimia, como el punto de
partida para pensar el estudio de la memoria en tiempos en los que él va a
denominar de mercado. Afirma que el mercado maneja una memoria que se
quiere siempre metafórica, en la cual lo que importa es por definición sustituir,
reemplazar, entablar una relación con un lugar a ser ocupado, nunca con una
contigüidad interrumpida, esto es porque la metáfora siempre opera a un nivel
de semejanzas, de comparación, estableciendo así una relación de equivalencia
entre significante y significado. En cambio la metonimia reniega de la mercancía,
en su embestida sobre el pasado; toda mercancía incorpora el pasado
exclusivamente como totalidad anticuada que invitaría una sustitución lisa, sin
16
residuos. Esto es porque la metonimia tiene una relación de contigüidad. (Avelar,
2000).
Avelar plantea, de esta manera, una primera observación sobre la memoria: la
memoria del mercado pretende pensar el pasado en una operación sustitutiva
sin restos. Es decir, concibe el pasado como tiempo vacío y homogéneo, y el
presente como mera transición. La relación de la memoria del mercado con su
objeto sería simbólico-totalizante.
Sin embargo, Avelar aclara que no todo es redondez metafórica en el mercado.
Al producir lo nuevo y desechar lo viejo, el mercado también crea un ejército de
restos que apunta hacia el pasado y exige restitución, por lo tanto más que la
oposición entre metáfora y metonimia, es importante la oposición entre símbolo
y alegoría, ya que la mercancía abandonada se ofrece a la mirada en su devenir-
alegoría. Dicho devenir se inscribe en una temporalidad en la cual el pasado es
algo otro que simplemente un tiempo vacío y homogéneo a la espera de una
operación metafórico-sustitutiva.
Los desechos que la memoria del mercado devuelve son los fragmentos,
emblemas de un tiempo de calaveras, destrozos, tiempo sobrecargado de
energía mesiánica. Imágenes lanzadas al tiempo, es decir alegorías que exhiben
en su superficie las marcas de su tiempo de producción, mientras que el símbolo
gracias a la transmutación de la decadencia, muestra el rostro transfigurado de
la naturaleza que se revela fugazmente a la luz de una redención (Avelar, 2000).
La mercancía moderna muestra un tiempo caído, ajeno a toda redención. Un
tiempo que sólo se deja leer en la cruda materialidad de los objetos, no en la
triunfante epopeya de un sujeto. Así el pasado fracasado, interpela al presente
en condición de alegoría. En este contexto el duelo es la madre de la alegoría.
De ahí el vínculo, según Avelar, no simplemente accidental, sino constitutivo,
entre lo alegórico, las ruinas y destrozos. (Avelar, 2000).
17
2.4. Duelo, melancolía, cripta
18
sobreviviente que reside en el carácter inconmensurable e irresoluble de esa
mediación entre experiencia y narrativa: la organización diegética misma del
horror vivido es percibida no sólo como una intensificación del propio sufrimiento,
sino, lo que es peor, como una traición al sufrimiento de los demás.
Llevar a cabo el trabajo de duelo presupone, sin duda, la elaboración de un relato
sobre el pasado, pero el sujeto traumatizado tiene que enfrentarse con un escollo
en el momento en que intenta transmitir su experiencia: la trivialización del
lenguaje y la estandarización de la vida, que vacían de antemano el poder
didáctico del relato y lo sitúan en una aguda crisis epocal, derivada precisamente
de ese divorcio entre la narrativa y la experiencia. Además “la imposibilidad de
reemplazar al objeto perdido es reforzada por la supuesta indiferencia del objeto
substituto, lo cual, a su vez, agudiza la sensación de que la experiencia de la
pérdida no puede ser traducida al lenguaje” (Avelar, 2000).
Todo duelo demanda restitución, no porque se desee restaurar el estado anterior
a la pérdida (…) sino más bien porque el duelo sólo se lleva a cabo a través de
una serie de operaciones sustitutivas y metafóricas mediante las cuales la libido
puede invertir en nuevos objetos. La parálisis en el duelo indicaría entonces una
ruptura de la metáfora: el sujeto doliente percibe la unicidad y la singularidad del
objeto perdido como prueba irrefutable de su resistencia a cualquier sustitución,
es decir, a cualquier transacción metafórica. (págs. 171-172).
2.5. Intempestividad
19
neoliberalismo instaurado después de las dictaduras se funda en el olvido pasivo
de la barbarie de su origen, Avelar se pregunta: ¿cómo se podría, hoy restituir la
memoria?
La respuesta para él, es la literatura postdictatorial ya que atestiguaría, a través
de la voluntad de reminiscencia, llamando la atención del presente a todo lo que
no se logró en el pasado, recordando al presente su condición de producto de
una catástrofe anterior, del pasado entendido como catástrofe (Avelar, 2000). La
literatura postdictatorial tendría así una vocación intempestiva en el sentido
nietzscheano, “actuando contra nuestro tiempo y por tanto sobre nuestro tiempo
y, se espera, en beneficio de un tiempo venidero” (pág.174). De tal manera que
sería la literatura doliente la que expondría esos fragmentos y ruinas para que
vislumbren la actividad intempestiva del pasado en el presente. En este sentido
la producción simbólica del presente mostraría la huella de lo intempestivo. Así,
Avelar afirma:
Intempestiva sería aquella mirada que aspira ver en el presente lo que a
ese presente le excede - el suplemento que el presente ha optado por
silenciar. Tal mirada anhelaría vislumbrar en el suelo constitutivo
del presente lo que a él, presente, le falta. En nuestra actualidad, la clave
de dicha disyunción - el suplemento sobrante apuntando hacia lo que se
echa en falta - sería, a mi modo de ver, su condición postdictatorial, su
fantasmagórico duelo irresuelto (p. 18).
20
(Avelar, 2000). Es por ello que Avelar sostiene que en la superación del trauma
la literatura tiene una función salvífica.
Se trata aquí de establecer una relación salvífica con un objeto
irrevocablemente perdido, un compromiso que no puede hacer más que
intentar ponerse perpetuamente al día con su propia inadecuación,
consciente de que todo testimonio es una construcción retrospectiva que
debe elaborar su legitimidad discursivamente, en medio de una guerra
lingüística en que la voz más poderosa amenaza ser la del olvido (pág.
174).
El duelo siempre incluye un momento de apego al pasado, de esperanza de
salvarlo en tanto pasado. Avelar explica en este punto la famosa dicotomía de
Marx, aplicándola al duelo, afirmando que este no trabaja con valores de uso
─un epitafio o un monumento fúnebre no tienen utilidad, se encuentran fuera de
toda posibilidad de uso. Asimismo, en el duelo necesariamente se incluirá un
momento de suspensión del valor de cambio, pues el objeto del duelo se afirma
invariablemente como único, singular, resistente a toda transacción, sustitución
o intercambio. De ahí la afirmación de que en el trabajo del duelo los valores de
uso e intercambio estarían suspendidos por una tercera forma de valor, que
Avelar llama valor de memoria; un antivalor, sin duda, puesto que lo propio suyo
sería precisamente sustraerse al intercambio.
Para Avelar la reactivación de la memoria en la postdictadura no puede sino
crear las condiciones para un olvido reflexivo y activo, y esto conduce, de nuevo,
a la melancolía. En este sentido, la postdictadura pone en escena tanto un deseo
de duelo ─el abrazo del duelo como la arena en que el destino del campo afectivo
postdictatorial se jugaría─y un duelo por el deseo─ la aceptación de la derrota
de todos los deseos barridos por la dictadura.
Al oscilar entre las posiciones de objeto y sujeto del duelo, la literatura
postdictatorial se encuentra, entonces, perennemente al borde de la melancolía.
En su sentido freudiano estricto, la distinción entre duelo y melancolía estriba en
el locus de la pérdida, situada ya sea fuera del sujeto, ejerciendo en él un
profundo impacto pero siendo al fin y al cabo comprensible como la pérdida que
21
sufre uno de algo o alguien (duelo), o ubicua hasta el punto de incluir al sujeto
doliente en la pérdida misma, de modo que desaparece la separación entre
sujeto y objeto de la pérdida (melancolía) (Avelar, 2000).
El proceso alegórico permite desentrañar la pérdida, estableciendo cuál es el
trauma y si el sujeto se encuentra incluido en la pérdida misma o ha podido llevar
a cabo un duelo exitoso. Pone en evidencia cuando la melancolía emerge de una
variedad específica del duelo, de aquel duelo que ha cerrado un círculo que
incluye al propio sujeto enlutado como objeto de la pérdida. De ahí la insistencia
de Avelar no sólo en el carácter alegórico de los textos analizados, sino también
en la primacía epocal de la alegoría en la postdictadura. “La alegoría es el tropo
de lo imposible, ella necesariamente responde a una imposibilidad fundamental,
un quiebre irrecuperable en la representación” (pág. 192). Por ello Avelar (2000)
sostiene:
La alegorización tiene lugar cuando aquello que es más familiar se revela
como otro, cuando lo más habitual se interpreta como ruina, cuando se
desentierra la pila de catástrofes pasadas, hasta entonces ocultas bajo la
tormenta llamada “progreso”. Los documentos culturales más familiares
devienen alegóricos una vez que los referimos a la barbarie que yace en
su origen (p. 193).
22
CAPÍTULO III. METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN
3.2. Muestra
23
de un rompecabezas, se fueron colocando uno junto al otro, hasta encajarlos y
formar imágenes (ver anexos). Finalmente, se efectuó una lectura de las
imágenes como si fueran pictogramas, concluyendo el análisis con la
interpretación, a través de la cual se pone de manifiesto el funcionamiento de la
alegoría en relación con las categorías: intempestividad, duelo, melancolía,
trauma, entre otras y que se presenta en el capítulo IV.
24
CAPÍTULO IV. ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN
4.1. Insensatez
Experiencia traumática
25
parataxis. Eso es lo que él intenta hacer al segmentar los informes en supuestos
versos, darles la particularidad de ser versos al estilo vallejiano.
“Yo no estoy completo de la mente” es la primera cita con la que el personaje se
identifica porque encierra la belleza de un verso, pero también la insensatez de
haber aceptado trabajar en la revisión del informe. En esta primera frase, se
puede percibir al periodista como un ser melancólico que fija su mirada en una
ruina, en una pérdida. Él, un aspirante a escritor, ha convertido su trabajo en una
mercancía para obtener unos miles de dólares, sacrifica su tiempo, enajena su
libertad y depende de esa labor maquinal. El trabajo de revisión solo lo interpela
porque le evoca el espíritu creador de Vallejo, sobre todo cuando los testimonios
transgreden la lógica de la sintaxis y las intensas figuras del lenguaje lo hacen
sentirse un verdadero poeta. Así, el excedente del trabajo de revisión o lo que
queda como remanente de esta experiencia son las frases y el personaje las
extrae, se las apropia, dejando en evidencia su trauma: el no poder ser un
escritor que produce una literatura liberadora, que, al estilo de Vallejo, libere el
espíritu creador del hombre, que sirva como una vanguardia de una nueva forma
de hacer literatura y que, en su caso, se aleje del testimonio, atado por la
violencia perpetuada por el conflicto armado; pero su realidad lo obliga a
sobrevivir en un ambiente de violencia y a trabajar en tareas que cercenan su
capacidad creadora, de ahí también su melancolía.
Escuchá esta lindura, vos que sos poeta, dije antes de leer la primera frase,
aprovechando que la marimba recién finalizaba su pieza, y con mi mejor
énfasis declamatorio, pronuncié: Se queda triste su ropa…Y enseguida
observé a mi compadre, pero éste a su vez me miraba a la expectativa, por
lo que pasé de inmediato a leer la segunda frase, con una entonación más
contundente aún, si es posible: Las casas estaban tristes porque ya no
había personas dentro… (pág. 30)
En su afán de que se reconozca la validez de los versos como poesía, como
literatura, no le importa romper la confidencialidad del trabajo que se le ha
encomendado, copia las frases que le parecen Vallejianas y las lee en público,
mientras sus receptores no lo logran comprender, no entienden que más allá del
26
testimonio, esas expresiones pueden ser una literatura que se preocupe no solo
de lo historiográfico, sino también de lo verosímil. Al no ser comprendido
comienza a entrar en crisis y las citas, que extraía con la intención de usarlas por
su potencial literario inédito, pasan a ser el canal que evidencia la pérdida.
Intempestivamente muestra conductas irascibles cuando no le pagan el adelanto
de su trabajo, reacciona de forma desproporcionada a tal punto que retoma las
frases que ha ido escribiendo en su libreta y se imagina que él se convierte en el
victimario de los genocidios, recrea las acciones violentas y se concibe atacando
a Jorge, el jefe administrativo que le había negado el pago. “Agarraron a Diego
Nap López y agarraron un cuchillo que cada patrullero tenía que tomar dándole
un filazo o cortándolo un poquito-” (pág. 39). Imagina “que le clava la primera
puñalada” sin que se pueda defender y luego la segunda. A través de esta
imagen de violencia, en donde se mezcla el testimonio con la ficción, se
presentan indicios de lo que el periodista no podrá recuperar: ser el creador de
una literatura ajena a la violencia, que emancipe a la literatura de ese mal, que
recree una realidad que se distancia del testimonio.
A continuación, afloran fragmentos a través de los cuales el periodista aún
intenta demostrar que puede haber solo belleza en expresiones teñidas de
violencia. Así cuando Pilar, la psicóloga que atiende a las comunidades
indígenas para superar el trauma, le comenta sobre los trastornos de las
víctimas, él inmediatamente le lee sus “estupendas citas”, imágenes visuales,
auditivas, sensoriales de los testimonios, pero que para él lo más importante es
su potencial ficcional.
Mis hijos dicen: mamá, mi pobre papá dónde habrá quedado, tal vez pasa
el sol sobre sus huesos, tal vez pasa la lluvia y el aire, ¿dónde estará?
Como que fuera un animal mi pobre papá. Esto es el dolor… (pág. 47).
Pilar hablaba del horror de la guerra, de los traumas impregnados en las víctimas
y en sus familiares. En cambio, el narrador intenta demostrar la belleza literaria
que existe en las frases recogidas de las víctimas. La sutileza y potencial inédito
que solo él ha encontrado en sus testimonios. Citas que al descontextualizarlas
solo muestran el objeto perdido del escritor: la utopía de una literatura
27
emancipadora de la literatura misma, alejada del testimonio y de la violencia. Y
aunque él no recibe la admiración que buscaba, insiste: “Me hubiera gustado
compartir con ella: “Cuando los cadáveres se quemaron todos dieron un aplauso
y empezaron a comer…” (pág. 48).
28
Tal es su ira e indignación contra el columnista que se siente identificado con
una de las frases más violentas del informe.
Allá en el Izote estaban los sesos tirados, como a puro leño se los sacaron,
la cual repetí cada vez con mayor furia hasta que vi el esplendoroso leño
haciendo volar por los aires los pedazos de mechones canosos untados de
sesos, pero tampoco pude avanzar un ápice en esas tres horas porque ni
mi amigo Erick ni el chiquitín del bigotito mexicano llegarían al Arzobispado
durante la mañana (pág. 63).
Para el narrador, aspirante a escritor, la realidad de violencia lo va a envolver de
tal manera que se vuelve parte de su rutina el retomar las frases del informe y
descontextualizarlas. Esta conducta demuestra su incapacidad de convertirse en
el tipo de escritor que puede producir la literatura que él anhela. No es una
literatura emancipadora, es una literatura que refleja esa violencia que persiste
en la sociedad centroamericana de posguerra y de la que él quisiera huir, pero
se vuelve testigo. De esta manera lo que logra solo es presentar la subjetividad
de un periodista que lucha por sobrevivir en una sociedad violenta y que sueña
con ser escritor. Además pone en evidencia que no es dueño de sí mismo, la
alienación lo lleva a expresarse no con sus ideas sino con las de las víctimas,
olvidándose del dolor que encierran las citas y frases que denunciaban la
tragedia, incluso llega a retomar las frases de un indígena que se quedó sin
familia para representar la tristeza que siente de pensar que él puede ser una
víctima más, hace una transcripción de la voz del otro y su testimonio lo hace
suyo para dar a conocer el temor que siente.
Si yo muero, no sé quién me va a enterrar dicha por un anciano quiché a
quien el ejército dejó en el mayor de los desamparos, al masacrar a sus
hijos, nueras, nietos y demás familiares, en un desamparo tan extremo
que el último lamento de este sobreviviente en su testimonio era Si yo
muero, no sé quién me va a enterrar, el pobre anciano, una pregunta que
de inmediato me hice y se estampó en mis hocicos como mariposa
negra… (pág. 104).
29
De allí que es comprensible que se sumerja en la melancolía, pues sufre una
crisis de identidad como escritor, aunque extraiga los fragmentos del testimonio,
es incapaz de trasladarlos a una literatura que sirva como vanguardia, que se
separe de la literatura testimonial que él desdeña. La literatura emancipadora de
la violencia que él anhela es apenas un ideal que se esfuma entre sus manos,
porque su realidad lo obliga a sobrevivir en un ambiente de violencia, a trabajar
en tareas que cercenan su capacidad creadora y que eventualmente lo
convierten también en un testimonio.
Hasta a veces no sé cómo me nace el rencor y contra quién desquitarme a
veces… Monseñor se me quedó viendo con una mirada indescifrable tras
sus gafas de cristales ahumados y montura de carey, una mirada que me
hizo temer que él me considerara un literato alucinado en busca de versos
donde lo que había era una brutal denuncia de los crímenes de lesa
humanidad perpetradas por el ejército contra las comunidades indígenas
de su país, que él pensara que yo era un mero estilista que pasaba por alto
el contenido del informe… (pág. 69)
Es a través de esas citas “vallejianas” que él va a ir reconstruyendo su propia
subjetividad alienada, en el fondo lo que él hace es instrumentalizar las frases
para reconstruirse a sí mismo como escritor, es decir como sujeto que tiene su
posesión de sentido, un sentido que está siendo erosionado por un lado por la
lógica mercantil, él tiene que vender su trabajo, él mediatiza su trabajo, pero
también está siendo amenazado por ese encuentro que tiene con la violencia,
de tal manera que él va sufriendo una alteración de su personalidad, desconfía
y duda de la fidelidad de las personas más cercanas, ha encriptado su trauma
que se ha envuelto en un olvido pasivo al convertirse él mismo en un testigo de
la violencia.
30
su vida que el objeto de su existencia, su sueño de ser escritor de una literatura
de vanguardia, pasa a ser solo una ruina de su pasado, él es ahora el testigo de
la barbarie. Ya las frases que él extrae han dejado de tener el propósito de ser
usadas como referencias para el tipo de historias que quisiera producir como
escritor, en su lugar, se convierten en la concentración de su terror, de su propia
imagen de víctima de un sangriento conflicto armado. Encerrarse en su
melancolía es lo que le queda.
Un terror ante el cual sólo se me vino de golpe a la mente el testimonio de
un sobreviviente que había corregido esa tarde y que decía hay momentos
en que tengo ese miedo y hasta me pongo a gritar, que era exactamente lo
único que yo quería hacer en ese instante y lo último que podía hacer…
(pág. 129).
Para él, esa reunión convirtió en realidad sus temores, hasta ese momento el
miedo de ser víctima y de ser atacado por su labor en el informe podía ser
asociado a sus paranoias y ansiedades, como le sugirió su compadre Toto, pero
el ser testigo de la reunión valida su posición. Su último intento por terminar su
trabajo a sueldo se ve obstaculizado cuando intentan asesinarlo, esto termina de
agrietar su identidad que es absorbida por las últimas frases que él acumuló en
su libreta de apuntes y donde se ve a sí mismo como uno de los soldados que
llegaban a torturar a los indígenas.
(...) un tanto mareado por los movimientos vertiginosos hechos cuando
giraba al bebé por los aires, pero al mismo tiempo con una sensación de
levedad, como si me hubiera quitado una carga de encima, como si mi
transformación en el teniente que reventaba la cabeza de los bebés recién
nacidos contra los horcones fuera la catarsis que me liberaba del dolor
acumulado en las mil cien cuartillas en las que enseguida me volvía a sumir,
en un ciclo repetitivo de concentración prolongada con intervalos para la
misma fantasía macabra. (pág. 139).
Luego se repetía así mismo: “Herido sí es duro quedar, pero muerto es tranquilo”,
que demostraba la realidad a la que se enfrentan las víctimas de la violencia que
quedan con vida y la melancolía que ya lo invadía por completo. Su imagen de
31
un autor de renombre con autoridad en su sociedad se consume y se debe
convertir en alguien que huye, dejando también por completo su deseo de
generar un tipo de literatura emancipadora.
32
A lo largo de la novela, se puede observar cómo el narrador va perdiendo esa
ilusión que le había dado el descubrir las frases del informe como posibilidad de
reconstruir su imagen de escritor al rescatar de forma inédita lo literario de los
testimonios; así en lugar de transformarlas en expresiones literarias, las citas se
vuelven el medio que encapsula aún más su trauma, sumiéndose cada vez en la
melancolía provocada por el fracaso y el temor de ser perseguido. Es incapaz de
pensar en la idea de morir por exponer la verdad, prefiere huir y al hacerlo es
arrastrado por la melancolía a otro tipo de tumba. Una tumba intrasíquica que
encierra a un escritor que no puede desprenderse del pasado, una ruina de la
violencia de la que siempre atestiguará.
Impunidad
33
muestra “la extraña inquietud” que le produce la impunidad que lo rodea. Cuando
aparecen los policías judiciales y lo obligan a que se identifique, para García eso
es una afrenta, se siente irrespetado. Los de la judicial debían comprender que
él encarnaba al Ejército y no tenían que ponerlo en tela de juicio, sin embargo,
las palabras cortadas del judicial, le provocaron una “(…) extraña inquietud”
(Liano, 2005, pág. 18).
Como miembro del Ejército, García se encarga de planificar las estrategias para
descubrir dónde se esconden las fuerzas contrarias. En la descripción de su
rutina que va del trabajo a su casa, se percibe una atmósfera de agotamiento,
dejando entrever que hay algo que García esconde. En los momentos en que
toma pequeñas siestas aparecen sueños que hacen aflorar ideas aparentemente
absurdas. El teniente García sueña que le dispara al comandante del cuartel y
ve la escena muy real.
Soñaba siempre. Aun durante la siesta más pequeña, la señal de que
estaba durmiendo se la daban las imágenes convincentes de algún sueño
absurdo. Esta vez se vio con la metralleta en la mano, disparando sobre el
Comandante de cuartel. La explosión de una granada, a sus pies, lo
destrozó en el sueño y lo despertó, por fin (pág. 26).
Si el cuartel es el emblema que encierra una imagen simbólica de la residencia
del poder militar al que García pertenece, ¿por qué soñar con su destrucción?
Toda la estructura jerárquica del Ejército concentrada en el cuartel es una
imagen paradigmática que impulsa en el teniente García el ideal de una sociedad
regida por esta institución; pero la imagen del cuartel encierra también una
relación metonímica con la muerte, era el centro donde los militares construyen
los planes para interceptar y matar a todo aquel que atente contra el Estado,
ayudados principalmente por Estados Unidos, por eso además de ser un
emblema del poder, es un emblema de la impunidad, de la incertidumbre, esta
faceta la conoce el teniente García y en su subconsciente quisiera terminar con
ella, por ello en sus sueños toma un arma y destruye al comandante, aunque
esto significaba morir también él.
34
Al visitar la Policía Judicial con la intención de continuar la investigación del
asesinato de Montserrat, aflora intempestivamente en el teniente la idea de que
es similar a “un trapo percudido”, presiente que algo no está bien, pero no quiere
saber qué es lo que huele mal, desvía su atención y prefiere centrarse en
Matamoros, el jefe de la policía, al que relaciona como la imagen del mal. Era un
tipo alto, blanco, gordo y robusto: “Tenía las cejas tan espesas como el bigote.
Cejas con colita de diablo <<A este solo le faltan los cachos y las pezuñas>>”
(pág. 83). De esta manera elude la realidad, evita la frustración que le causa
enfrentarse a la verdad de reconocer que tanto la policía como el Ejército son
instancias viciadas, que no existen al servicio del pueblo. Toda su visita a la
Policía Judicial concluye con la afirmación de Matamoros: “Teniente usted está
metido en esto hasta la coronilla” (pág. 88), dándole a entender que él era
partícipe no sólo de la muerte de Barnoya, quien era el cuerpo tirado en la calle
de Montserrat, sino también de todo ese sistema impune.
García debe asimilar esa verdad: él también es parte del sistema, “la extraña
inquietud, el sueño y algo que huele mal” lo hacen palpable y su investigación en
torno a las casas de los supuestos guerrilleros va a reafirmarla. Identificar la
casa de la guerrilla, aunque es un éxito para el teniente García y su iniciativa,
desencadena una masacre de la que él es juez y parte. El ataque a la casa es
emocionante para todos los involucrados, menos para el teniente García quien
parece distanciarse del sentimiento que une al cuartel y a sus compañeros
militares. Intempestivamente surge en él, un sentimiento de tristeza, concentra
su mirada melancólica en el cielo azul, en el verde de las plantas, en lo amarillo
del sol, en el precio que pudieron haber pagado los dueños de la casa. Ve toda
la escena como si fuera alguien ajeno, la ve como una película en una sala de
cine, en la que se retrata la dimensión traumática de la impunidad. Lo invade la
melancolía por todos los muertos sin duelo.
35
Al compás que se da el bombardeo y destrucción de la casa, el teniente García
cae presa de la desolación “se van a morir todos” (pág. 64). La destrucción de la
casa y sus ocupantes casi a cenizas impacta a un trabajador de un noticiero y el
teniente García se reconoce a sí mismo en la mirada de quien acaba de ver su
primer muerto y el futuro de insomnios y pesadillas que le esperan. García
reconoce que es parte de esa verdad, él también promueve las injusticias y la
impunidad.
Otro fragmento surge intempestivamente cuando García en su angustia por
ayudar a su cuñado, busca una entrevista con la máxima autoridad: el general
Vargas. Solo él puede permitirle sacar del aprieto en que se encuentra su cuñado
Tono, al ser vinculado al asesinato de Barnoya y a los grupos subversivos. La
entrevista le deja claro que él en ese entramado no es nadie, que no existen
decisiones apegadas a ley, estas se toman arbitrariamente. El General le
asegura que de Tono no quedará “pero ni la sombra” (pág. 103). En este
momento confirma la verdad que lo lastimaba: la institución legitima la violencia
y la justicia puede intercambiarse en un regateo.
Al Teniente García le había costado un par de años de su carrera apaciguar
la cólera del General Vargas. El viejo estaba dispuesto a desaparecer a
Tono. Al final, García obtuvo que Vargas le diera el permiso de llevarlo a la
frontera con México. Pero lo hizo sudar frío la advertencia final:
-Con esta gracia un su par de añitos en la selva no se los quita… (pág.
105).
36
(…) Lo que pasa con ustedes los militares es que no saben lo que es un
ideal. Por eso van a perder la guerra.
─No- reconoció García─. No sabemos lo que es un ideal. Pero no vamos
a perder la guerra, Tono. Ninguna guerrilla le puede al Ejército Nacional,
porque estamos dispuestos a todo. Si hay que acabar con todos nos los
echamos. Esa es nuestra ventaja: que no tenemos ideales. Para nosotros
solo existe la guerra. Y ganarla como sea (pág. 115).
En el teniente García se ha producido el desmoronamiento total del ideal del
Estado militar al servicio del pueblo y su inflexión nos indica que para él es un
hecho irremediable el uso de la violencia sistemática para neutralizar a sus
oponentes y para sobrevivir. A partir de este momento, está claro que García ha
encriptado su ideal y el duelo irresuelto lo lleva a un estado perenne de
melancolía.
En la selva lo salvaje y cruel del conflicto armado, vuelve a García un victimario,
pero también víctima, experimenta desolación y vacío al ir confrontando la
realidad con su sueño. Después de la partida de Tono al exilio y su traslado a la
selva, estaba claro que su castigo era la exclusión y aniquilación. En el contexto
de la guerra, la selva era el territorio marcado por la influencia del enemigo, lugar
donde reinaba el instinto, parecía difícil que el teniente García sobreviviera.
En la selva dormía como los locos, que bastaba un suspiro para que se
alebresten. Al mínimo ruidito desacostumbrado ya estaba sentado con la
metralleta en la mano. O se descolgaba de la hamaca, que se quedaba
columpiándose allá arriba, mientras él se arrastraba buscando protección
(pág. 119).
El duelo ha encerrado un círculo que incluye al propio sujeto enlutado como parte
de la pérdida. El ideal de un Ejército profesional, apolítico, obediente que
mantenga la integridad del territorio, la paz y la seguridad interior y exterior ha
quedado en un lugar impenetrable, donde el duelo no lo pueda alcanzar y la
negación de la pérdida se manifiesta de forma melancólica, hasta el punto que
en los sueños se repite la idea de huir porque como militar al servicio del pueblo
ha fracasado.
37
La imagen de Tono que entraba a oscuras en el autobús del <<Cristóbal
Colón>>, lo iba a perseguir durante muchos años. Soñaba, a veces, que
Tono bajaba y le decía: <<Ya no me voy, todo se aclaró, era una
equivocación>> y los dos regresaban alegres al carro. Otras veces
soñaba que era él, el Teniente García, el que se iba, y Tono se quedaba
en su lugar, y él protestaba, diciendo que se estaban cambiando los
papeles, pero de nada servía el terror, pues el autobús partía y Guatemala
se quedaba atrás” (pág. 116).
De esta forma el teniente García va dejando con cada paso que da su
humanidad. La selva y la guerra legitiman la violencia, sobreviven la impunidad
y las injusticias que van a formar parte de la existencia habitual. “La selva era el
puro frente. Enfrentarse con los guerrilleros. Seguirlos. Perseguirlos. Matarlos”
(pág. 118). En la selva la derrota lo invade, la misión de pertenecer a un Ejército
profesional, obediente que mantuviera la paz y la seguridad del pueblo yace en
un lugar oscuro, igual que su identidad. El teniente Carlos García olvida sus
sueños y se ve a sí mismo como ruina de la derrota.
Ahora se había despertado, anegado de tristeza. Oyó la respiración
pesada, los ronquidos de los soldados desparpajados en la maleza. Le
dieron lástima. Tuvo lástima de sí mismo. (…) Era inexplicable llegaba casi
hasta las lágrimas y se complacía en sentirlas (pág. 127).
La selva lo deshumaniza tanto que él teme hasta su regreso, piensa si caerá
preso de la locura debido a que él se había acostumbrado a tratar a los
indígenas, a los pobladores, de una manera cruel y despiadada. El teniente
García ha incorporado el objeto traumático que permanece alojado dentro de él,
sin ninguna posibilidad de ser sustituido. Se ha convertido en una ruina. Cuando
llegaban a una aldea él apenas daba órdenes, tenía un ritual de gestos,
chasquidos, guiños que los soldados ya entendían. Todo indicaba que la rutina
lo había vuelto un ser impune, de sus deseos de investigar la muerte del hombre
de Montserrat no quedaban ni los remotos vestigios. Al haber rechazado el duelo,
él niega la pérdida y junto con el objeto perdido entierra una parte de sí en una
tumba intrasíquica imposible de abrir. “Porque matar gente cansa. Al principio
38
tenía la diversión de los nuevos; luego repitiéndolo, cansaba como todo oficio.
Para los soldados, matar indios se había vuelto una tarea tan fastidiosa como
cualquier otra del servicio militar” (pág. 131).
El paso final, de la melancolía a la derrota del imperativo del duelo, se evidencia
cuando el teniente García se sumerge en la destrucción de la selva, con esta
acción se niegan a aceptar la existencia de algún mecanismo sustitutivo del
objeto perdido que le anime a no caer en la violencia indiscriminada. El
imperativo del duelo se desvanece en un olvido desesperanzador.
A García todo esto le pareció como un sueño. La cabeza le daba vueltas.
Cuando estuvieron sobre el lugar del ataque, dejaron caer las bombas.
Era napalm. No es que el bosque se incendiara. Era como si fuego líquido
hubiera caído del cielo. Por varios kilómetros a la redonda quemaron toda
la selva. La noche se iluminaba y el infierno fuera poco en comparación
con el calor que venía de abajo (pág. 137).
Para el teniente García el regreso de la selva estuvo marcado por la experiencia
de que todo le parecía pasajero e insignificante. Ya no tiene ilusión alguna en
haber cumplido su sueño de conseguir una casa en la Colonia Militar, lejos
quedaba el orgullo que el blandía por su posición en el Ejército y poder pasearse
en su vehículo. “Así que recayó en el vaivén de antes, se levantaba temprano,
ponía a calentar el motor mientras desayunaba, se iba al trabajo, regresaba, se
dormía, sobrevivía” (pág. 146).
Cuando ya no le importaba saber lo que ocurrió con el hombre de Montserrat, el
nuevo jefe de la Policía Judicial le revela que ya saben quién fue el asesino. Sin
mucho interés García pidió la nueva versión, para él ya lo único cierto de la
historia era “la muerte, el exilio y la selva” (pág. 147). Pero la verdad sobre el
hombre de Montserrat lo sume por completo en la derrota, incluso llega a pensar
que lo mejor era suicidarse debido a que parte de él mismo había desaparecido
al esfumarse sus ideales.
La imagen que lo despide en su inequívoco destino a la derrota, a la tumba
intrasíquica de la que no podrá salir, es la del militar recibiendo burlas de un
grupo de albañiles que chiflan y cantan “<< ¡Un solo golpe al caite, un solo golpe
39
al caite!>>”, como pantomima de un canto militar guatemalteco, que, dentro de
su parodia, encierra la verdad: el pueblo nunca ha creído en el Ejército.
En síntesis, El hombre de Montserrat es una novela que muestra las ruinas del
pasado al vislumbrar un Ejército cuyo accionar promueve la violencia
generalizada, la injusticia, la corrupción y la impunidad provocando que la
sociedad se polarice y se vea envuelta en desesperanza y desencanto. El
proceso alegórico permite reconstruir al personaje como la imagen de una tumba
intrasíquica, en la que se encuentra encriptado su objeto del deseo, el deseo de
ser parte de un sistema militar justo, que se ciñe a normas y reglas en busca de
un bien común. La primera grieta de este ideal es lo que lo hizo bajarse del carro
al inicio y querer investigar la muerte del hombre de Montserrat, pero al final el
fracaso y las injusticias que él mismo comete ordenando asesinatos masivos, lo
llevan a tener que encerrarse en la misma cripta en la que yacen sus ideales.
El objeto perdido
40
El mercado bélico cierra sus transacciones y quiere poner punto final a esa etapa,
pero los soldados desechados como Juan Alberto García, alias Robocop, son
restos que apuntan hacia al pasado, son las ruinas y los destrozos que se
muestran como alegoría de la derrota y ya no tienen un espacio en la nueva
etapa que apenas inicia en la sociedad. Así Robocop se queda a la deriva, se
queda sin un referente y convertirse en un civil no era fácil. Él se consideraba a
sí mismo un arma eficiente, esa era la identidad que se había configurado y
estaba siendo desechada por quien veía como su familia. El primer fragmento
aflora intempestivamente: él no podía convertirse en un civil porque él ha
reconstruido su subjetividad a partir de verse como un hombre-máquina, hijo del
Ejército y de las Fuerzas Armadas.
(…) supe que mi vida estaba a punto de cambiar, como si de pronto fuese
a quedar huérfano: las Fuerzas Armadas habían sido mi padre y el batallón
Acahuapa mi madre. No me podía imaginar convertido de la noche a la
mañana en un civil, en un desempleado (pág. 12).
Tras haberlo desmovilizado surge la melancolía. “Los primeros días fueron
extraños (...) Me la pasaba tirado en el camastro, haciendo nada, o en la tienda
de la niña Chole, bebiendo cerveza” (pág. 15). Fuera del Ejército, García no se
reconoce, busca algunos familiares para convivir, pero fueron unos días en que
el duelo por la pérdida “bordea con la melancolía” (Avelar, 2000, pág. 192). De
allí que hay una lucha en Robocop por encontrar lo que ha perdido y se aferra a
lo único concreto que era parte de su identidad: las armas.
(…) Esa primera tarde, tirado en el camastro, con la certeza de que no
había regreso a las barracas, pensaba que gracias a Dios se me había
ocurrido ir acumulando los fusiles y las granadas, porque ahora me
servirían para salir adelante (pág. 15).
A partir de este momento todas las acciones bélicas en las que se ve envuelto
Robocop son emblemas, fragmentos del duelo no resuelto, él es un ser
degradado a objeto, es un arma que queda en circulación y va a ser protagonista
de otros conflictos como las armas que nunca fueron rezagadas. Robocop hace
mucho tiempo que ha bloqueado su afectividad y se ha volcado a la violencia
41
dando paso a la máquina de guerra (págs. 10-11), pero al quedar a la deriva,
pierde la razón de su existencia: ser un soldado, hijo de un Ejército fuerte,
monolítico, sólido, organizado. Es por ello que, así como sostiene Avelar, la
melancolía emerge cuando el duelo ha cerrado un círculo que incluye al propio
sujeto enlutado como objeto de la pérdida (pág. 192). Robocop en esos días de
melancolía elige encriptar su trauma, lo va incorporando poco a poco y se va
volviendo un arma que transita a la ilegalidad. Su propia identidad ha sido
encriptada para recrear una nueva que se adapta a la fluctuación del mercado
armamentista.
Cuando el dinero de la indemnización comienza a agotarse, un grupo de
veteranos de guerra exige una verdadera compensación por su tiempo de
servicio. Robocop considera que esas demandas eran traición a la Fuerza
Armada, sobre todo porque los desmovilizados se aliaron con exguerrilleros, o
como él los llamaba: terroristas. Cambiar su concepción del contrario y
comprender que ya no hay enemigo le resultaba difícil de entender, sin embargo,
al ser usado como imagen y símbolo de la toma de la Asamblea Legislativa,
aunque en el anonimato, se siente identificado con la misión porque es el arma
usada con un fin y la publicidad le viene bien.
(...) Mi misión era permanecer en la azotea del edificio a fin de evitar que
los diputados fueran evacuados en helicópteros. Lo que yo no me
imaginaba era el impacto que tendría con la prensa. Mi pasamontañas
negro fue la sensación (...) Me convertí en el símbolo de los
desmovilizados y nadie supo mi identidad.
(pág. 21).
La toma de la Asamblea Legislativa acaba con una negociación y la promesa de
un desembolso para todos los desmovilizados nunca llegó. El movimiento
fracasó, los lazos de filiación se terminaron y Robocop nuevamente queda a la
deriva. Tampoco hubo reconocimiento, ni restitución de parte de la Fuerza
Armada, ni del Estado. Esta falta de restitución y de transición a una vida civil
que garantizara la reinserción, hace que Robocop opte por la única vía que él
conoce: la violencia. La intención del Estado de que automáticamente se diera
42
un olvido y una superación del trauma, acaba empujando a que el ciclo de
violencia se repita.
43
marcas son el vestigio del pasado, que intempestivamente interpelan al presente.
Es notoria la facilidad con la que se incorpora a grupos delictivos organizados
por exmilitares; poco a poco, esa búsqueda de sentido de pertenencia y de
sentido a su papel como soldado en una sociedad de posguerra, lo embarca en
un camino hacia el crimen organizado. Pasar de ser un soldado disciplinado a
mercenario le pareció natural, no había ningún otro interés en él más que
mostrarse como la máquina de guerra y sobrevivir, de esta manera se abre al
mercado armamentista como mercancía, pero una mercancía que exhibirá las
marcas de producción: la guerra civil.
La primera misión es un fragmento que se despliega intempestivamente,
Robocop recibe la orden de asesinar a David Célis, conocido como el
comandante Milton que dirigió los comandos urbanos y después de la guerra
fungía como diputado suplente. Emula la forma en cómo cumplía todas las
órdenes en la guerra, Robocop no cuestiona en ningún momento las razones
para asesinarlo. Una mañana que Célis iba a dejar a su hija, Robocop lo mata
de un balazo en la cabeza. Luego describe el asesinato como una operación
limpia, no tuvo ningún reparo en asesinar al diputado frente a su hija, ese detalle
no despertó en él sensibilidad alguna, actuó como una máquina que había sido
programada para ejecutar el asesinato. Sigue instrucciones y nada más.
Robocop es un arma en circulación. “Yo avancé con la pistola escondida dentro
del periódico, me le acerqué por la espalda, le puse el cañón en el cerebelo y lo
despaché. El tipo no alcanzó a darse cuenta” (pág. 38).
Por la falta de superación del trauma a través del duelo, Robocop es una cripta
que encierra el objeto perdido, pero el exterior de esa cripta es una máquina que
refleja una falta de la conciencia, de empatía, de humanidad. Tras matar al
excomandante, tuvo que salir para Guatemala, allí se incorpora a la escolta del
coronel Castillo y conoce al Kaibil, Sholón, quien le contaba los métodos “que
utilizaron para ablandar a la población y limpiar de terroristas la zona” (pág. 41).
44
Robocop se limitaba a escuchar, no hablaba de su historia. Hablar de él mismo
significaría abrir la cripta protectora del objeto perdido, él prefiere que vean al
soldado, al robot que ahora es, que a la persona melancólica, frágil y desecho
de la guerra, sin nadie en el mundo.
Estuvo cuatro meses en Guatemala, pero se hartó del lugar y sin decirle nada a
nadie se regresó a El Salvador, no le importó lo que dijera su jefe, el mayor
Linares. Había desobedecido una orden por primera vez, pero no por rebeldía,
sino por considerar que él no estaba hecho para permanecer inactivo. En esos
meses Robocop se había mantenido en una especie de estado de suspensión,
sin llevar a cabo lo que él ya sentía que era parte de su naturaleza: la violencia.
Alquila una habitación en un establecimiento precario y pasa otro mes en el que
no hizo nada. Ese mes significó para él darse cuenta que ya no tenía a alguien
a quien seguir, ya no tenía objetivos que cumplir que le permitieran blandir un
arma. No hay objeto sustitutivo para el soldado que se ha quedado sin guerra,
sin líder, sin grupo al que demostrar su fidelidad, y la melancolía lo embarga en
un abismo de soledad e indeterminación.
(...) Lo que restaba del tiempo me la pasaba durmiendo, profundamente
como si me estuviera reponiendo de una fatiga de años, como si por
primera vez tuviera la oportunidad de descansar a mis anchas, sin la idea
de que pronto tendría que embarcarme en una nueva operación (pág. 48).
Robocop no está listo para dejar de ser un soldado, ni vivir sin instrucciones, por
lo que busca al mayor Linares. La siguiente misión a la que fue convocado era
darle seguridad a un furgón, el “operativo salió limpio, sin contratiempos” (pág.
54). El mismo Robocop reconoce que se siente entumecido, que necesita
“acción”, porque ahora él es un arma que circula para sentirse vivo. La próxima
operación no es planificada, es prácticamente arrojado a rematar a la víctima con
su propia arma. Así realiza el asesinato de manera eficiente, mata al objetivo:
una mujer de buena familia, la asesina frente a sus pequeñas hijas. Nuevamente
no aflora sentimiento alguno por las hijas de la víctima, él se limita a ejecutar las
instrucciones a la perfección. En la búsqueda por emular ese sentimiento de ser
útil, de darle sentido a su identidad de soldado élite, Robocop se va despojando
45
de su humanidad y abrazando cada vez más ese rasgo de una máquina de
matar. Comienza a asesinar sin haber recibido órdenes o razones claras para
hacerlo, como el caso del asesinato del gerente de una agencia de viajes, al que
mata porque mucho se tarda en abrir la caja fuerte.
Cuando Robocop es finalmente capturado y arrestado, él lo ve como una
extensión de la guerra. Lo interrogan y él piensa que como soldado conoce todas
las estrategias de tortura y no doblarán su voluntad para hacerlo hablar. Para él,
el sistema de la guerra sigue presente. No ha habido ningún cambio. Esto hace
que él sienta la necesidad de seguir siendo un Robocop para enfrentar esa
batalla y protegerse. El pasado emerge como melancolía en la que el sujeto y el
objeto perdido, son uno solo “El yo se ha vuelto parte de lo que se percibe como
irrevocablemente perdido” (Avelar, 2000, pág. 172). “Yo me sentía débil,
embotado, pero solo les di mi nombre, mi rango, mi unidad y les dije que no
hablaría sino con un oficial superior que yo conociera. No me movieron de ahí”
(pág. 61).
Nuevamente es un tipo aguerrido, que no se resquebraja, de eficiencia
inquebrantable, como el soldado de élite que decía ser. La experiencia
traumática de la guerra sigue latente por lo que no es posible pensar en un olvido
activo para Robocop. Es un personaje melancólico porque no puede desligarse
del pasado, sigue viviendo en él, su única realidad, presente y pasada. Es un
sujeto con un olvido pasivo, porque todas las acciones que realizan no son para
cambiar o transformar algo, son para perpetuar el pasado que tenía una
significación para él: tener un papel protagónico en cada misión militar, ser parte
de ese grupo destacado, encontrar ese sentimiento de pertenencia.
Dentro de las alucinaciones que le provoca la droga que le administran en la
cárcel, lo que ve es la misma guerra, operaciones y muerte. Es una clara
característica de la melancolía en la que hay un desvanecimiento del yo y de la
imposibilidad de una restitución porque vive anclado en el conflicto pasado.
Incluso ve a su madre y a su hermana quienes le dicen que lo contratan para
que acabe con su padre, indicio que demuestra que la consciencia de sí mismo
46
se ha vuelto difusa. Su memoria como soldado-máquina se traslapa con los
últimos recuerdos de su familia de la que reniega.
47
deseado(...) Ahí comenzó mi segunda vida castrense, con entrenamientos
físicos, prácticas de tiro, rutinas de vigilancia y defensa, ejercicios de
retirada (pág. 86).
Él se siente realizado con las armas, y en este punto ya no le importa en medio
de qué guerra se involucre, ni el bando, solo le pareció importante saber que
estaba bajo las órdenes de un jefe auténtico y leal. No le importa saber que
estaba en un pelotón constituido por exguerrilleros, ni que están defendiendo una
plantación de droga. Lo que extrañaba era el combate, una misión a la que
entregarse. De tal manera que cuando es enviado en la misión de aniquilación a
la corporación de Don Toño, identifica rápidamente el objetivo: el mayor Linares
y no descansa hasta hacer efectiva su venganza.
(…) Empuñé la pistola con la mano izquierda, la subametralladora a la
derecha y rodee en ofensiva, lo sorprendí por el flanco. El mayor aún
respiraba cuando le machaqué la cabeza con la culata de la pistola. Me
quité el guante para quitarle los sesos y restregárselo en lo que le quedaba
del rostro (pág. 94).
Todo lo ejecutó con una automatización e insensibilidad, como siempre, pero en
esta ocasión algo varió, es la primera vez que Robocop muestra saña y un deseo
de marcar con crueldad a su víctima. El mayor Linares había sido quien acabó
por destruir la imagen nostálgica de una Fuerza Armada protectora de sus hijos,
a la que Robocop aferraba los últimos trazos de humanidad que tenía. Esta
pérdida total de humanidad se vuelve a concretar cuando habla con Vilma, una
prostituta con la que había convivido. A ella le permite que lo interrogue y él le
hace un recuento de todas sus acciones, incluso le cuenta la operación frustrada
de la noche anterior. Después de confesarle todo su accionar, le hace un orificio
en la espalda. Espera hasta el amanecer con el cadáver de Vilma a un lado, sin
que esto evite que él se concentre en su objetivo de pensar cómo volver a Las
Flores. Con el asesinato a sangre fría de Vilma, desaparece por completo la
posibilidad de una restitución del objeto perdido, porque Robocop ha
incorporado, como sostiene Avelar, el objeto traumático, permaneciendo alojado
dentro del yo como un cuerpo forastero, “invisible pero omnipresente,
48
innombrable excepto a través de sinónimos parciales” (Avelar, 2000, pág. 8).
Robocop mata sus recuerdos junto con Vilma y los entierra para siempre.
49
Aunque no hay palabras de respuestas, el silencio y la evolución que ha tenido
Robocop en la búsqueda de ser un súper soldado, una máquina radicalmente
destructiva, bajo las órdenes de un jefe poderoso, lleva a la conclusión de que él
aceptará, porque sin una familia, sin alguien que le proporcione afecto y
seguridad, solo queda la máquina. Así la imagen de Robocop, el hombre
máquina, se encripta como alegoría, sobreviviendo como ruina del pasado de un
conflicto que no tuvo el final esperado, no hubo bando ganador, solo perdedores.
Al no lograr la paz esperada, sus protagonistas nunca fueron parte de un
verdadero proceso de desarme y de reinserción que involucrara incluso a sus
familias; así quedaron en un olvido pasivo, germen de nuevos conflictos
violentos de la región centroamericana.
En resumen, El arma en el hombre reconstruye la memoria melancólica de Juan
Alberto García y de todos los soldado que se entregaron a las órdenes de la
Fuerza Armada como si fueran su padre y su madre, porque estas instituciones
les garantizaban afecto, identidad y sentido de pertenencia, pero una vez
finalizada la guerra, fueron desechados y se volvieron sujetos dolientes que han
sido incapaces de realizar un proceso de introyección, de completud del trabajo
de duelo y se han constituido en alegorías de la derrota, ruinas del conflicto
armado, cuyo objeto perdido es su mismidad, la de un soldado parte de un
ejército fuerte, monolítico, sólido, organizado al que consideraban su familia, lo
que ha derivado en la profundización de la violencia, al no haber sido los
protagonistas del proceso de reinserción y de restitución por parte del Estado.
50
4.4. El cojo bueno
51
pie izquierdo va a experimentar el sentimiento de la pérdida, como un sentimiento
de orfandad, de ruptura, de melancolía.
Hoy sólo te pido piedad. Mi vida está en tus manos. Me han dicho que el
rescate que te piden es razonable. Y por último te pido, como en la
anterior, que cuando mi pie llegue a tus manos lo congeles sin demora,
por si fuera posible remendarme (pág. 32).
Las palabras del Horrible harán eco posteriormente, cuando decida convertirse
en escritor, senda a través de la cual tratará de reconstruirse.
La idea de la mutilación era para presionar al padre, pero con esta mutilación,
aflora intempestivamente otro fragmento alegórico. Al humillar a Luna y
someterlo a una situación de indefensión, se genera la imagen violenta del
trauma que sufre la juventud en sociedades como Guatemala donde impera la
fragilidad del Estado de Derecho. El trauma evidente es la pérdida de la juventud
como posibilidad abierta de futuro que se rompe en el momento de ser
secuestrado y mutilado.
Cuando el padre, Don Carlos, ve la imagen macabra del pie, la médula del hueso
le hace pensar en un agujero negro que solo dejaba oscuridad a su paso. La
impresión es tal que siente como si viajara en el tiempo.
(…) cuando volvió a ser el mismo, ya no era el mismo. Estaba deprimido,
porque sabía que acababa de sufrir un cambio regresivo. Era como si le
hubiesen presentado una antigua cuenta, benévolamente olvidada,
durante mucho tiempo, que ahora le convertía, de millonario, en pobre
(págs. 39-40).
Este fragmento evoca esa vulnerabilidad latente de los habitantes de la
Centroamérica de posguerra de ser víctimas de la violencia, independientemente
de la clase social y de la inevitable impunidad que vendrá después, como ese
agujero negro que chupa todo. En esta oscuridad hay quienes toman y moldean
la justicia de acuerdo a sus intereses o para reinvindicarse, en la mayoría de los
casos, profundizando aún más este agujero. Don Carlos nunca descansará hasta
hallar a los culpables, emplea diversos medios para visibilizarlos y atraparlos al
margen de un sistema de justicia.
52
Del trauma al desarraigo
53
a hacerlo; el propietario del restaurante llegó a la mesa de Bowles, y en ese
instante se coloca cara a cara con el pasado, reconoce al Sefardí. La herida
nuevamente se abrió, los planes de Juan Luis se vienen abajo, él no tiene el valor
de enfrentarlo, ni de presentarse a su escritor favorito, el miedo le gana la batalla
y se convierte en el obstáculo para recordar los detalles del secuestro, cuando
se repone piensa que no existe otra manera de hacer justicia que tomar
venganza por sus medios.
(...) Pensaba que no tendría otro remedio que matar, o mandar a matar,
al Sefardí. (…) Por la noche, después de tener trato con Ana Lucía y un
momento antes de dormirse, volvió a pensar que tenía que matarlo y vio
con los ojos cerrados la imagen del Sefardí muerto, degollado (pág. 67).
La herida por la pérdida no había cicatrizado, el encuentro con el Sefardí hace
que la vea de nuevo como una herida purulenta, y que, como una infección,
provoca que los deseos de venganza se esparzan por todo su organismo. Esto
provoca que Juan Luis quiera encriptar su objeto perdido y en lugar de que se
dé una introyección exitosa, se corre el riesgo que ocurra una incorporación que
indique la pérdida completa del objeto porque todas sus energías las iba a
canalizar en la venganza.
El duelo en lo sórdido
54
(...) visitaba cantinas de mala muerte, o alguna de las casas de
prostitución que proliferaban en la capital a pesar del supuesto temor al
SIDA. Al principio, no iba más que a tomar una copa y a observar;
después, con la vaga idea de usar ese marco tan característico de
Guatemala para ambientar algún relato. Lo cierto es que, una noche bebió
demasiado, terminó acostándose con una hermosa prostituta beliceña; y
la experiencia no le disgustó del todo (pág. 72).
El duelo no resuelto lo lleva a una confusión que perturba sus costumbres, ahora
lo sórdido le atrae. El sexo con prostitutas se convierte en uno de sus vicios,
encuentra algo atractivo en todas. Ha perdido el control de sí mismo, en el fondo
lo que encierra es la vergüenza, el dolor por no saber cómo cerrar el duelo, cómo
superar la pérdida de sus sueños. En los lugares de mala muerte que frecuenta,
una noche, ocurre el encuentro que inconscientemente deseaba.
Los ojos lo habían engañado, pensaba. Probablemente también en
Tánger lo habían engañado. Si así era, el hombre que en ese momento
se duchaba en el baño no era su excompañero, el secuestrador a quien
apodaban la Coneja (pág. 74).
Como víctima, Juan Luis necesita recuperar la memoria de los hechos, para
encontrarle un sentido a lo que vivió. Al día siguiente Juan Luis logra
comunicarse con la Coneja. Las reminiscencias de la Coneja abren los recuerdos
para que Juan Luis tome una decisión.
Sentía en los oídos el ritmo de su sangre. Dos ideas gemelas pero
contradictorias aparecían alternativamente en puntos opuestos de su
horizonte mental: Debo matarlo…No debo matarlo… Sacudió la cabeza,
como si quisiera apartarlas de sí. La Coneja era un hombre acabado. No
merecía la pena mancharse con la sangre de alguien así. Pero esta
resolución le hacía sentirse cobarde. Se preguntaba qué debía hacer, más
allá de cualquier prejuicio (pág. 79).
55
en lo que va a hacer. Estas acciones lo llevan al límite entre el sufrimiento,
sentirse un cobarde y el de liberarse, dándole vuelta a la página. Al tomar la
decisión de no hacerle nada a la Coneja, tiene un extraño momento en el que se
siente como el Juan Luis de hacía muchos años, con una mezcla de alegría y
recelo, imagen que indica que la cripta protectora donde se hallaba el objeto
perdido va cediendo paso a un olvido activo.
Juan Luis, al igual que la mayoría de las víctimas, tendía a no compartir con otras
personas sus dolorosos recuerdos, sufría a solas, sintiéndose como un ser
extraño. Pero a partir de ese momento, busca con quién hablar abiertamente de
sus heridas que, a pesar del tiempo, parecía que no sanaban. A través del
diálogo con Blanca Nieto, va tomando una decisión. Pocas semanas después,
Juan Luis tiene la oportunidad de viajar a Quezaltenango a ver a la Coneja.
Cuando llega a su casa le pide que le detalle todo, a quién se le ocurrió la idea,
por qué fue él quien tuvo que ser secuestrado. De esta manera Juan Luis conoce
los detalles y se activa la memoria que dará paso a la superación del trauma.
─ ¿Quién me cortó el pie?
─El Sefardí─ (...) Voy a decir en favor de ese recabrón que no estaba de
acuerdo en casi nada, ni en que te secuestráramos a vos, que nos
conocías, ni en que te cortáramos nada, ni en que no cumpliéramos el
trato. La cosa es que eras el más fácil, y como nosotros no éramos muy
profesionales...excepto el Sefardí, claro (pág. 92).
56
Antes de llegar a la casa tuvo que pasar junto a dos perros que parecían
perdidos y una rata muerta… (pág. 94).
Es la primera vez que el narrador omnisciente cita directamente un escrito de
Juan Luis, es parte de los relatos que soñaba escribir, pero por encontrarse
sumido en el trauma no se sentía lo suficientemente liberado para hacerlo. Ahora
que ha atravesado por un proceso de introyección, puede retratar en sus escritos
lo mezquino de la sociedad, de esta manera, la memoria se ha recuperado y el
objeto perdido que en definitiva era su propia identidad, ha sido restituida a través
de la escritura. El regreso a Guatemala de Juan Luis significaba el retorno de un
escritor fallido, que, pese a su necesidad de expresarse y liberarse, sufría un
bloqueo. Es solo hasta que logra enfrentarse y reconciliarse con sus memorias,
tras su encuentro con La Coneja, que rompe con la repetición de su trauma. Juan
Luis habla con su esposa de volver a Tánger, de esta forma, con la superación
del trauma, también recupera su identidad artística, una faceta que se mantuvo
interrumpida.
En resumen, el protagonista de El cojo bueno, a diferencia de los personajes de
las anteriores novelas analizadas, emerge de la melancolía a través de un
proceso de introyección en el que el objeto perdido, sus sueños de juventud, su
libertad, simbolizados en el pie mutilado, es absorbido y sustituido por otro
objeto: la reparación del trauma a través de la escritura. El proceso de sustitución
se plantea al confrontar los hechos, recupera los detalles de lo sucedido, restaura
su equilibrio emocional al tomar la decisión de dejar atrás esa herida, de tal
manera que como ha sostenido Avelar, el sujeto doliente, puede llevar a cabo un
duelo por la pérdida y tener un olvido activo. Sin embargo, aunque el sujeto
supera el trauma, las circunstancias que rodearon los hechos como la violencia
y la impunidad siguen latentes y se exhibirán como ruinas en la literatura que
producirá Juan Luis Luna.
57
4.5. Y TE DIRÉ QUIÉN ERES (Mariposa traicionera)
El héroe
58
ahora hacia la Guajira, porque ella, igual que su espíritu revolucionario, procede
de las clases desposeídas, de los marginados y, al igual que en el pasado,
Pancho abandona todo para seguirla, con ansias de poseerla y así construir un
futuro donde triunfe al menos su relación de pareja.
Pero la Guajira, al igual que la imagen de la revolución prostituida, resulta
pertenecer a una banda de criminales. Pancho ingenuo intenta salvarla, no sin
resultar gravemente herido. Cuando se despierta en el hospital se da cuenta que
la Guajira ha desaparecido. Alegórica es la manifestación de esa cripta llamada
Pancho Rana en la que se aloja el objeto perdido: el ideal de la revolución donde
los lazos de explotación y dependencia ya no existan, donde la individualidad
desaparezca y se dé paso al espíritu solidario, es un objeto que ha adquirido una
sobrevida en cuanto ruina, es una imagen fantasmal que combina los ideales de
la revolución con una vida pacífica que Pancho Rana emblematiza ahora en la
Guajira. “Lo único que quiero es encontrar a la Guajira para que vendamos las
joyas y seamos felices. Cuando eso suceda, me retiraré de esta vida que sólo
tristezas, arrechuras y rencores me ha dejado” (pág. 104).
La Guajira activa la irrupción de Pancho Rana en la historia de su patria, en la
de Honduras, El Salvador y Guatemala. Pancho Rana había quedado en un
olvido pasivo, sin ningún reconocimiento al ser desmovilizado cuando pierde las
elecciones el FSLN, pulula de un lado a otro medio sobreviviendo, pero
nuevamente revive el trauma al quedarse sin la Guajira. Inmediatamente
empieza a buscarla y recuerda las experiencias que lo marcaron, como la toma
de la ciudad de Esteliana, el asalto al banco con la intención de tener dinero para
sobrevivir. A medida que se desplaza por los lugares históricos como la avenida
Bolívar, donde se encuentra a El Muñecón; la Asamblea y la Universidad,
buscando a la mujer anhelada, también abre las heridas de la traición de sus
propios camaradas y piensa que ha llegado el momento de hacer justicia.
(...) lo que se comenzó el setenta no se ha concluido, esta chochada
quedó incompleta, fue traicionada, unos más otros menos, pero en fin,
traidores y como tales, hay que pasarles factura, sobre todo a los ricos
59
que tienen hecho mierda al país y a la gente y a los políticos, de cualquier
bando, porque todos traicionaron… (pág. 61).
Pancho Rana se nutre de un recuerdo enlutado, mira al pasado y las ruinas
dejadas por el proyecto revolucionario fracasado, las metaforiza en la Mariposa
traicionera, alias la Guajira, ella era el sustituto tranquilizador que rellenaba la
ausencia dejada por la derrota, con ella, él intentaba superar el trauma dejado
por el conflicto, pero al perderla el pasado espectral se repite en el presente. No
hay fuerza restitutiva sin ella, aflora en cada paso que da el duelo irresuelto por
la pérdida de los sueños revolucionarios y emerge la melancolía como un anhelo
destructor de aquellos que traicionaron al pueblo y se lucraron de la insurrección.
Medallita, exmiembro del EPS, desertor del operativo en Honduras, había
logrado el perdón y después del triunfo se desplazaba con total impunidad por la
ciudad como expendedor de droga, es reconocido por Pancho quien, en un acto
de justicia, lo estrangula (pág. 61). También reconoce a Perrerreque, lo ve en el
parque y recuerda que fue miembro de la Resistencia del Comando Yalagüina
de la Contra, asesino de niños. Le destroza el cráneo de un balazo (pág. 69). Es
así como Pancho irrumpe al estilo “Rambo” en Managua, impartiendo justicia a
través de la violencia, porque es el único oficio que ha aprendido bien en su vida.
La búsqueda de la Guajira, lo conduce también a descubrir políticos que están
asociados con personajes del crimen organizado como el Guapo y que además
explotan y maltratan a sus subalternos. Pancho Rana decide vengarse de “los
políticos y bisneros, que tenían hecho ñaña al país” (pág. 90), busca las armas
que había dejado escondidas durante la toma de Esteliana y, nuevamente al
estilo “Rambo”, ataca a cohetazos el restaurante, en el cual celebraban
negociaciones los antiguos enemigos de toda la vida.
(...) Se vistió con un pantalón y una camisa playera negra y en el momento
que no pasaban carros se pasó la calle. Bordeó la laguna y ya en la ladera,
vestido completamente de negro, con un pasa montañas y con el lanza
cohete a la espalda y el Ak de asalto, terciado en el frente y la pechera
con tres magazines, cuatro granadas, una 38 especial con silenciador y
su cuchillo de monte, se fue a colocar frente al restaurante (págs. 92-93).
60
De esta manera, vuelve a ser el militante que tiene como objetivo destruir el
sistema que promueve los lazos de explotación y dependencia, dejando en
evidencia que el objeto traumático permanece alojado dentro del yo como un
cuerpo forastero (Avelar, 2000, pág. 8). “(...) claro, sólo los obreros y campesinos
llegaron al fin, pero del mundo, porque quedaron hechos mierdas, en el mero fin:
muertos, heridos, mutilados o locos y lo peor, en la miseria, porque donde
quedamos sólo queda el infierno” (pág. 48). En consecuencia comienza a ejercer
la violencia como la vía para hacer justicia.
La partida
Lo abyecto de la búsqueda
61
no le queda más remedio que quedarse para rescatarlo. El retrato de la Guajira
se vuelve el bien más preciado, es lo que lo anima a continuar porque es el
recuerdo latente de los ideales de la Revolución.
Después de la exitosa operación en la que Pancho Rana se luce durante el
secuestro y la obtención del rescate, exhibiendo la barbarie de la violencia
aprendida durante su permanencia en el ejército sandinista, se entera que las
conexiones entre Nicaragua y El Salvador son viejas, vienen desde el tiempo de
la guerra y están relacionadas con el asalto, trasiego o contrabando. Sabe que
su vida está en peligro, sospecha que lo volvieron a traicionar, comprende que
lo único que le queda es huir, la importancia del retrato se desvanece y el trabajo
del duelo emerge.
La situación de violencia de Guatemala no difiere de la de Nicaragua, Honduras
o El Salvador, allí nuevamente tiene que hacer uso de sus habilidades de súper
soldado, le brinda su apoyo a un desconocido que estaba siendo atacado por
criminales: El Brujo. Un joven que resultó tener una historia muy similar a la suya.
El Brujo y Pancho Rana se ven como reflejo uno del otro, como si se estuvieran
mirando de frente, dos fragmentos alegóricos similares, hijos de Revoluciones
fallidas, idealistas que después de los Acuerdos de Paz quedaron en el
abandono y no tuvieron más remedio que seguir haciendo lo que les era más
afín: la violencia.
Yo quería fundar mi propia empresa de guardaespaldas y vigilantes pero
me bloquearon, entonces me quebré al chafa que era quien tenía ese
negocio y me volví a tirar a la clandestinidad. Formamos una banda para
dedicarnos al secuestro y asalto de bancos, pero resultó que las chafas
también estaban metidos en el negocio y un día nos topamos con ellos.
(...) Yo de pura chiripa estoy contando el cuento. (pág. 168).
El encuentro con El Brujo permite que Pancho Rana visualice el objeto perdido,
ya no lo protege, lo reconoce en el reflejo de la vida de El Brujo, a quien convence
de irse con él a Nicaragua. Se propone que juntos pongan punto final al pasado
de la derrota, hacer justicia y activar el imperativo del duelo.
62
La reivindicación
Pancho Rana acepta que la revolución fue derrotada, que no hubo cambios como
los que él soñaba, focaliza a los traidores y organiza un comando al estilo de los
años de guerra, planifica un ataque con tres objetivos: los Towsand, la Asamblea
y la Embajada de Estados Unidos. La Familia Towsand que, durante la dictadura
de Somoza se había enriquecido gracias a sus alianzas con el dictador, después
de la revolución seguía viviendo cómodamente y luego, gracias a un sistema
corrupto, seguía enriqueciéndose ilícitamente. De igual manera, piensa que es
necesario darle una lección a Estados Unidos, cree que la situación de Nicaragua
se debe a la intervención de ese país, además forma parte del pasado en el que
apoyaron decididamente a la Contra, es para Pancho una herida que aún sangra
e imposibilita que haya una completud del trabajo del duelo. “(...) los gringos le
habían desbaratado su vida, o por lo menos, habían ayudado a desbaratársela”
(pág. 105).
63
El ataque a los tres objetivos fue exitoso, “(…) Era verdad: al final se hizo justicia,
pensaba un viejito afanador que había visto desfilar diputados desde la época
del general Somoza: todos eran iguales” (pág. 195).
Pancho Rana había tenido éxito, su actuación intempestiva había roto con un
ciclo de injusticias, de esta manera había evitado que la repetición del pasado se
fortaleciera, el presente se diferencia del pasado cuando irrumpe haciendo
justicia. Pero al igual que mesías o redentor, tuvo que entregarse en sacrificio.
Pancho Rana había dicho que la vida que llevaba no le importaba, le era
insoportable, hacer justicia se había vuelto un trabajo de duelo exitoso. Pero,
cuando herido tiene que soportar la revelación de que el peor de todos los
traidores, el Capitán Anastasio Cerna, iba a matarlo, se siente agobiado “(…) el
Capitán Anastasio Cerna, ahora alto jefe de la Policía Nacional (...) era el mismo
Cerna que formaba parte del finísimo tejido de una red de corrupción que
involucraba a personas del gobierno, la policía, y particulares (pág. 200). Sin
embargo, la muerte los alcanza al mismo tiempo, para él es una especie de
reivindicación. De esta manera, Pancho Rana con su actuación revolucionaria
logra tener un trabajo de duelo por la pérdida de su vida entregada a un proyecto
que fue traicionado, la paradoja: morir para seguir viviendo cobra sentido; porque
el recuerdo de sus acciones no caerán en el olvido pasivo, la memoria restaurará
su pérdida.
La novela Y TE DIRÉ QUIÉN ERES (Mariposa traicionera) dibuja una Nicaragua
sórdida; donde el calor, la miseria, la delincuencia y la avaricia se mezclan. Es la
imagen infernal donde todos los males se juntan, exhibe las marcas de la
desolación, de las ruinas que a su paso ha ido dejando la barbarie de proyectos
fallidos. Después del triunfo de la revolución y la derrota posterior del FSLN, el
poder se concentró en una persona y los ideales se esfumaron. Los sueños de
la revolución se encriptaron y se profundizaron más las diferencias. La
repetición de los hechos “toma la forma gregaria del eterno retorno de lo mismo”
(Avelar, 2000, pág. 127). El nuevo régimen se caracterizó por ser autoritario y
corrupto, similar al derrocado por la revolución; pero ¿qué podría evitar esa
iteración cíclica de lo mismo? Para Avelar es lo intempestivo lo que puede redimir
64
en un tiempo futuro esa iteración. “…lo intempestivo es aquello que ha fracasado
en la historia, pero sin cuya irrupción ninguna historia podría haberse constituido
en cuanto tal” (Avelar, 2000, pág. 128) y Pancho Rana con su moral
revolucionaria lo logra. De ahí que su muerte no signifique haber caído en un
olvido pasivo y en la melancolía. Pancho Rana con su accionar activa un olvido
no melancólico, activa el duelo por la perdida, sustituyendo el ideal revolucionario
perdido por la justicia, aunque esto haya significado ofrendar su propia vida.
El sentido de ser revolucionario, de luchar por el pueblo hasta las últimas
consecuencias es lo que constantemente lo perturbaba y al saberse traicionado
por los mismos dirigentes, opta por la vía de la violencia para hacer justicia. De
esta manera irrumpe en la historia, recupera la memoria de todos aquellos
revolucionarios que fueron los protagonistas de los conflictos armados y que
soñaban con la construcción de una sociedad sin clases, sin discriminación y que
después de los Acuerdos de Paz se han sentido traicionados, marginados,
empobrecidos engrosando las filas de los abandonados. En resumen, Pancho
Rana con su accionar intempestivo, revela el rostro petrificado de la historia de
los desmovilizados que fueron parte de los movimientos insurreccionales,
imagen que al ser leída dejar ver una bomba de tiempo proclive a la violencia,
debido al olvido y al engaño de los que han sido víctimas.
65
CONCLUSIONES
66
experiencia en el relato van a ir aflorando hasta configurar la imagen de la
derrota, no existe tal institución, él mismo protagoniza una serie de eventos que
confirman que el Ejército promueve la violencia generalizada, la injusticia, la
corrupción y la impunidad. Al encriptar su ideal se sumerge en un olvido pasivo
y en la melancolía, pero su experiencia restablece la memoria y recrea la
urgencia de hacer justicia, depurando al Ejército, transformándolo en una
institución que realmente esté al servicio del pueblo.
El arma en el hombre también nos relata la experiencia de otro militar, pero este
es un soldado que llega a tener reconocimiento por sus habilidades para la
guerra. Cuando se firman los Acuerdos de Paz, él es desechado como un arma
que ya no es útil. Robocop se cosifica porque así siente que es parte de una
familia, pero al quedar fuera del tablero de la guerra es un arma que queda en
circulación y va a ser protagonista de otros conflictos como las armas que nunca
fueron rezagadas. Robocop es una cripta que encierra el objeto perdido, pero el
exterior de esa cripta es una máquina que refleja una falta de conciencia, de
empatía, de humanidad. Su experiencia restituye la memoria, mostrando a los
desmovilizados que deambulan por el territorio centroamericano, sembrando la
violencia, formando parte de grupos criminales porque no han podido llevar a
cabo un proceso de introyección, de completud del trabajo de duelo, ya que
nunca fueron considerados los protagonistas de un proyecto de reinserción que
les ayudara a pasar de la vida militar a la vida civil.
En cambio en las novelas, Y TE DIRÉ QUIÉN ERES (Mariposa traicionera) y El
cojo bueno, el trabajo de desciframiento de los emblemas reveló que los
protagonistas, aunque no encontraron su objeto perdido, pudieron realizar un
trabajo de duelo exitoso, sustituyeron el objeto por otro y de esta manera llevaron
a cabo un olvido activo y no se sumergieron en la melancolía. El cojo bueno
revela cómo los sueños de juventud del protagonista fueron truncados debido al
secuestro y a la mutilación de su pie, pero gracias al proceso de confrontar los
hechos, el objeto perdido es absorbido y sustituido por el amor a la escritura. Hay
una expiación del trauma, pero su experiencia restaura la memoria, recordando
que las circunstancias que rodearon los hechos como la violencia y la impunidad
67
siguen latentes y se exhibirán como ruinas en la literatura que producirá el
protagonista.
Y TE DIRÉ QUIÉN ERES (Mariposa traicionera) desvela la imagen sórdida de
una Nicaragua donde todos los males se juntan, el protagonista del relato, un
excombatiente revolucionario, experimenta el fracaso de los ideales por los que
luchó, busca la manera de sustituir el objeto perdido, pero se da cuenta que la
única vía es la justicia, para alcanzarla actúa intempestivamente y pierde su vida.
Los fragmentos que permiten reconstruir su experiencia indican que a pesar de
su muerte, hubo una superación del trauma y una sustitución del objeto perdido,
pero al activar la memoria, los residuos de la experiencia revelan que los
excombatientes revolucionarios son una bomba de tiempo proclive a la violencia,
debido al olvido y al engaño de los que han sido víctimas.
En resumen, cada una de las novelas analizadas muestra una imagen arrancada
del pasado que interpela al presente, son relatos marcados por la violencia que
muestran a la literatura doliente a través de las ruinas y derrotas que los
conflictos ha dejado en la región centroamericana; pero también cada
experiencia en ellas relatadas, restituye la memoria haciendo el llamado de evitar
la repetición y recordando que el pasado es el fantasma que se hereda en el
presente como carga de la historia.
68
RECOMENDACIONES
69
REFERENCIAS
70
García, J. M. (2011). Dos materiales de la memoria colectiva: cine y literatura. El
alma pública, 81-93.
Grespan, J. (Marzo de 2010). Benjamin y las representaciones de la Modernidad.
Obtenido de Herramienta debate y crítica marxista :
http://www.herramienta.com.ar
Gutiérrez, E. C. (2009). El pícaro como protagonista en las novelas neopoliciales
de Rafael Menjívar Ochoa y Horacio Castellanos Moya. (D. Liano, Ed.)
Centroamericana, 5-19.
Halbwachs, M. (1968). La memoria colectiva. Bergara: UNED.
Hernández-Navarro, M. Á. (01 de 11 de 2010). Hacer visible el pasado:el artista
como historiador (Benjaminiano). Recuperado el 11 de 09 de 2015, de
Hacer visible el pasado:el artista como historiador (Benjaminiano):
http://web.uam.es/otros/estetica/DOCUMENTOS%20EN%20PDF/MIGU
EL%20ANGEL%20HERNANDEZ%20NAVARRO.pdf
Kokotovic, M. (2012). Neoliberalismo y novela negra en la posguerra
centroamericana. En B. Cortez, A. Ortiz Wallner, & V. Ríos Quesada,
(Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades y
desplazamientos. Tomo III "Hacia una historia de las literaturas
centroamericanas". Guatemala : F&G Editores .
Kokotovic, M. (2012). Neoliberalismo y novela negra en la posguerra
centroamericana. En B. Cortez, A. O. Wallner, & V. R. Quezada, (Per)
Versiones de la modernidad. Literatura, identidades y desplazamientos.
Tomo III "Hacia una historia de las literaturas centroamericanas". (págs.
185-209). Guatemala: F&G Editores.
Kruijt, D. (2015). La degeneración de la violencia en América Latina: contextos,
actores y situación actual. En W. Mackenbach, & G. Maihold, Las
transformación de la violencia en América Latina. Guatemala: F&G
Editores.
Leyva, H. M. (2005). Narrativa centroamericana postnoventa. Una exploración
preliminar. abrapalabra n.38(38), 55-80.
Liano, D. (2005). El hombre de Montserrat. Guatemala: Piedra Santa.
71
Mackenbach, W. (2004). Después de los pos-ismos: ¿Desde qué categorías
pensamos las literaturas centroamericanas contemporáneas? Istmo 8 .
Mackenbach, W. (2012). Narrativas de la memoria en Centroamérica: entre
política, historia y ficción. En A. O. Beatriz Cortez, & F. Editores (Ed.),
(Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades y
desplazamientos- Tomo III (Vol. III). San José, Costa Rica.
Méndez-Reyes, J. (12 de 06 de 2008). Memoria individual y memoria colectiva:
Paúl Ricoeur. Recuperado el 11 de 09 de 2015, de Memoria individual y
memoria colectiva ,…Johán Méndez Reyes. . AGORA -
Trujillo.Venezuela:
http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/30384/1/articulo6.pdf
Moya, H. C. (2001). El arma en el hombre. México: Tusquets.
Moya, H. C. (2004). Insensatez. México D.F. : Tusquets Editores.
Oliván Santaliestra, L. (2004). La Alegoría en El origen del Drama Barroco Alemán
de Walter Benjamin y en Las Flores del Mal de Baudelaire. Obtenido de
A Parte Rei: revista de filosofía:
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/index.html
Pérez Porto, J., & Gardey, A. (2009). Definición de alegoría. Recuperado el 11 de
09 de 2015, de Definición de alegoría- Qué es, Signficiado y concepto:
http://definicion.de/alegoria/
Quesada, U. (Diciembre de 2012). ¿Por qué estos crímenes? Literatura policiaca
en Centroamérica. En A. O. Beatriz Cortez, Hacia una Historia de las
Literaturas Centroamericanas III. (Per)Versiones de la modernidad.
Literaturas, identidades y desplazamientos (págs. 165-184). Guatemala :
F & G Editores .
R., H. G. (2010). Sistemas de exclusión y violencia en relatos de lo salvadoreños
Manlio Argueta y Claudia Hernández. Filología y Lingüística, 77-104.
Ricoeur, P. (2003). La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta.
Ricoeur, P. (2004). Tiempo y narración: Configuración del tiempo en el relato
histórico. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
72
Rivera, R. R. (2014). Propuestas narrativas de la nueva literatura
centroamericana: la novela policial. Pensamiento Actual, 55-63.
Rosa, R. R. (2001). El cojo bueno. San Salvador: Dirección de Publicaciones e
Impresos (DPI) .
Salinas, A. (4 de Junio de 2007). Novela Negra y Memoria Latinoamericana.
Poligramas, 1-13. Recuperado el 7 de febrero de 2017, de
http://bibliotecadigital.univalle.edu.co/bitstream/10893/2981/1/Poligramas
,No.%2027,p.1-13,Novela%20Negra%20y%20Memoria.pdf
Song, H. R. (abril-junio de 2010). En torno al género negro: La disolución de una
conciencia ética o la recuperación de un nuevo compromiso político?
Recuperado el 09 de septiembre de 2015, de revista-
iberoamericana.pitt.edu: http://www.revista-
iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/.../6901
Suárez, J. C. (2010). El concepto de texto en Paul Ricoeur y su relación con la
lírica breve contemporánea. Revista Co-herencia, 117-130.
Torres-Rivas, E. (1997). Centroamérica, revoluciones sin cambio revolucionario.
Nueva Sociedad, 84-89.
Torres-Rivas, E. (1998). Los déficit democráticos en la posguerra. En A. S.
(comp.), & S. M. (comp.), América Central, las democracias inciertas
(págs. 331-352). España: Tecnos.
Wallner, A. O. (2007). Las batallas de la memoria: La novela centroamericana
como lugar de sobrevivencia. istmo. Revista virtual de estudios literarios
y culturales centroamericanos.
Wallner, A. O. (2012). El arte de ficcionar: la novela contemporánea en
Centroamérica. España: Iberoamericana.
Wallner, A. O. (10 de octubre de 2013). Las batallas de la memoria: La novela
centroamericana como lugar de sobrevivencia. istmo. Recuperado el 7
de Febrero de 2017, de
http://istmo.denison.edu/n15/proyectos/batallas.html
Zecchetto, V. (2012). Seis semiólogos en busca de lector. Buenos Aires: La Crujía
Editores.
73
ANEXOS
ANEXO 1: RED CONCEPTUAL
Alegoría Trauma Intempestividad Duelo Melancolía
Exhumación Cripta
Modo de Es la pérdida Un El duelo es la madre En la melancolía
expresión del objeto mecanismo vital de la alegoría. De ahí la identificación
de una que genera de operación el vínculo, no con el objeto
época de secuelas en sobre el devenir simplemente perdido llega a un
desalojo el sujeto por para encauzarlo accidental, sino extremo en el
de lo haber sido un hacia lo mejor constitutivo, entre lo cual el mismo yo
divino, de suceso o de lo por venir- alegórico y las ruinas es envuelto y
seculariza experiencia está y destrozos: la convertido en
ción y de muy directamente alegoría vive siempre parte de la
descompo impactante. dirigida contra en tiempo póstumo. pérdida.
sición del los
sentido. presupuestos
empiristas del
historicismo.
74
que ni el continuum del objeto perdido sería críptica y
sentido ni tiempo. A dialécticamente distorsionada. Al
el valor de floración del absorbido y expresar “un
ellas está pasado, del expulsado, rechazo al duelo
determina momento internalizado de tal y sus
do natural traumático y manera que la libido consecuencias,
o que ha ido podría descargarse un rechazo a
esencialm emergiendo en un objeto introducir en sí la
ente. por sustitutorio. La parte de sí mismo
fragmentos de introyección depositada en lo
forma aseguraría, entonces, se ha perdido,” la
distorsionada, una relación con lo incorporación
no es el perdido a la vez que erigiría una
pasado como compensaría la tumba
tal. Piezas del pérdida. intrasíquica en
pasado que que se niega la
afloran. pérdida y el
objeto perdido es
enterrado vivo
En la Lo El rechazo
alegoría intempestivo incorporativo al
los muestra, lo duelo se
elementos que al manifestaría a
son presente le través de una
tomados falta y que subsunción de
en su aflora en toda
desnuda forma de metaforicidad
materialid ruinas como bajo la bruta
ad, experiencia literalidad
despojado súbita. identificada con la
s de palabra
cualquier traumática
totalidad
dadora de
sentido.
Se erige Esta La melancolía
como intempestivida emergería como
melancólic d es hoy, en una reacción a
a protesta. tiempos de cualquier
derrota, la amenaza a la
misma cripta protetora:
esencia, la el sujeto pasa a
calidad identificarse con
constitutiva de el objeto perdido
la literatura. como forma de
(pág. 17) protegerlo de la
posibilidad de ser
objeto de duelo.
75
ANEXO 2: RUINAS, EMBLEMAS O FRAGMENTOS
RELACIÓN ENTRE ALEGORIA Y RUINAS, FRAGMENTOS O EL OBJETO
RESTITUCIÓN EMBLEMAS SEGÚN PERDIDO Y LA
AVELAR PROMESA DE
RESTITUCIÓN
Plantearse Aislar las ruinas para ser Determinar el
interrogantes para leídas como una mónada, objeto perdido
OBRAS vislumbrar la relación de modo muy semejante a que se halla
entre las alegorías, el un emblema barroco en la encriptado en la
imperativo del duelo y secuencia narrativa. Esos alegoría e
el de la promesa de emblemas deben llevar en interrogarse
restitución, de tal sí las marcas de un tiempo sobre su posible
manera que se pueda de desolación, viajar a restitución.
dar cuenta cómo los través de la historia como
personajes de la imágenes encriptadas,
novela negra emergen como alegorías lanzadas
de la derrota para al desciframiento.
contar la historia del
superviviente e
imaginar que el futuro
no repetirá el pasado.
¿Cuáles son las ruinas 1. El personaje principal o El deseo de ser
de la derrota presentes narrador protagonista. escritor.
1. en el texto en forma de Periodista cínico, ¿Es posible
Insensatez emblemas? escéptico, paranoico, restituir la
¿Se da una restitución compulsivo y nervioso. cordura, después
del objeto perdido y 2. Las expresiones de haber vivido
una superación del extraídas del Informe por experiencias
trauma al llevarse a el narrador protagonista caracterizadas
cabo un duelo que se van volviendo por la injusticia?
efectivo? ruinas de la experiencia
¿Cómo el relato se del narrador.
constituye en instancia 3. Los espacios por donde
que redime la memoria se desplaza el narrador
del objeto perdido? protagonista que se
ofrecen como espacios
petrificados: La oficina del
arzobispado ubicada en la
Catedral Metropolitana, El
portalito, cantina
legendaria, El café-bar Las
Mil Puertas, propiedad de
comunistas reciclados, la
casa de retiro, Europa.
2. El arma ¿Se puede plantear la 1. El personaje La condición
en el tarea del duelo partir protagonista Robocop. Es humana
hombre del relato del un militar capaz de ¿Puede el
protagonista cuando cometer actos viles o hombre
todo lo que narra está despreciables para cumplir deshumanizado,
76
sumergido en el olvido una orden de un superior. vuelto una
pasivo? El cumplir una orden o una máquina restituir
¿Es la abyección de misión está por encima de su libertad de
Robocop la cualquier noción de acción humana?
manifestación de las respeto por la vida o por
ruinas de la derrota? los valores éticos.
¿Se da un proceso de Soldado alto, corpulento,
restitución de la robotizado.
pérdida en el relato? Invencible, eficiente, leal,
¿Se puede vislumbrar sanguinario, temible.
el trabajo del duelo en Delincuente peligroso.
este relato? Símbolo de los
¿Cómo lo intempestivo desmovilizados.
elabora la memoria y 2. La guerra
salva al relato del 3. La Fuerza Armada.
olvido? 4. Batallón Acahuapa
5. Acuerdos de Paz.
6. El Palacio Negro.
3. El ¿Cómo puede 1. El muerto de Monserrat El honor. Valor
hombre de detectarse una 2. La casa del teniente militar que
Monserrat melancólica protesta, 3. La base militar permite el decoro
en forma de alegoría, 4. La estación de la policía y la reputación
dentro de las acciones 5. La selva del soldado y su
del protagonista? 6. ¿El conflicto armado? familia.
¿Es la melancolía la Lugares petrificados que ¿De qué manera
forma en la que el manifiestan una es posible
protagonista se ha representación progresiva restituir el honor
identificado con el del tiempo y los espacios como símbolo de
objeto perdido para en los que se desarrolla la libertad y decisión
protegerlo de ser experiencia del personaje. propia?
objeto de duelo?
¿El protagonista vive
en un tiempo póstumo
que mantiene viva la
alegoría?
¿Se logra alcanzar un
trabajo de duelo en la
narración?
¿Cómo lo intempestivo
se manifiesta librando
la memoria del olvido
pasivo?
77
¿En qué forma la se ha quedado petrificada relaciones con la
melancolía se apodera y devienen alegorías. otredad?
de los personajes
involucrados en el
secuestro y en el
desmembramiento?
¿Hay una búsqueda
activa del objeto
perdido?
¿Se alcanza un
proceso de duelo de
parte de Juan Luna?
¿Cómo se vislumbra lo
intempestivo en este
relato? ¿Cuál sería la
demanda de restitución
en este relato?
5. Y te diré ¿Cuáles son las ruinas 1. Pancho Rana. El ideal del
quién eres. de la derrota que se Excombatiente de la hombre
Mariposa manifiestan como pilas guerrilla nicaragüense. revolucionario. La
traicionera. de la catástrofe vivida 2. La venganza construcción de
en Nicaragua después 3. La corrupción una sociedad
del triunfo de la 4. Honduras nueva.
revolución? 5. El Salvador ¿Es posible
¿Cómo se manifiesta 6. Guatemala restituir el ideal
el trabajo del duelo en 7. La Guajira revolucionario a
la experiencia del 8. La violencia través del odio
personaje Pancho redentor?
Rana?
¿Cuál es el proceso de
restitución de la
memoria llevado a
cabo a través de la
narración?
¿Cómo se evidencia lo
intempestivo en el
relato?
78
ANEXO 3: LAS PIEZAS, FRAGMENTOS PARA LA INTERPRETACIÓN
OBRAS Duelo
Exhumac
ión
79
puede
desapegarse.
De repente
hay algo que le
impide ese
desapego y
empieza a
tener todo un
proceso de
resquebrajami
ento y son las
citas que
fragmentan el
trauma.
80
con una militar se Paz Robocop búsqued en el que el sujeto
identidad pone de es a del ha caído. El sujeto
plenament manifiesto descatartado. objeto no realiza un
e cuando el 2. Robocop perdido proceso de duelo
articulada personaje necesita tener va en el que logre
a una principal es un arma entre configura superar la pérdida
concepció dado de baja sus manos para ndo una de ser un soldado
n de del ejército sentirse él 3. La identidad que pertenece a
patria. Un después de toma de la distinta, un Ejército fuerte,
soldado la firma de Asamblea alejada de ser parte de un
parte de los Acuerdos Legislativa 4. del símbolo de poder.
un Ejército de Paz. Robocop actúa soldado
fuerte, Cuando él al margen de la que
monolítico, ya no es el ley, como si pertenec
sólido, soldado, ya fuera una e a un
organizad no tiene el máquina. Ejército
o. reconocimie 5. El Palacio fuerte por
nto y la Negro como lo que
identidad símbolo de los cae
fuerte que crímenes de melancolí
tenía antes guerra 6. La a.
se tambalea, resurrección de Robocop
su identidad su accionar se
plenamente como soldado convierte
articulada se en la aldea Las en un
fragmenta. Flores. autómata
8. La , que solo
oportunidad sigue
que le ofrece órdenes,
Estados Unidos dejando
de convertirse destrucci
en un Robocop ón y
muerte
en la
sociedad.
81
do y mutilado, con 4. El regreso a sumergido poder realizar un
mutilado. el proyecto de Guatemala. en la olvido activo.
ser escritor. 5. La liberación. melancolía
La aparición , poco a
con el Sefardí poco va
lo devuelve al superando
pasado, al el trauma
momento del y realiza
trauma, pero un
con la proceso
posibilidad de de duelo
tener un en que el
duelo. objeto
perdido es
sustituido
por la
escritura.
82
melancolí
a, porque
hace un
enfrenta
miento
con el
trauma,
que en
este caso
es el
Estado.
83