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Laddaga

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Reinaldo Laddaga: La literatura en la

declinación de la cultura del libro


¿Qué se quiere decir cuando se plantea que estamos asistiendo a una "declinación de la cultura del libro"?
Según Reinaldo Laddaga, ensayista y escritor argentino que actualmente es profesor en el Departamento de Lenguas
Romances de la Universidad de Pennsylvania (EE.UU), se utiliza esta frase para señalar que los libros han perdido gran
parte del prestigio que hasta ahora poseían y que cada vez recurrimos menos a ellos para interpretar el mundo y
conocernos a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Y también para denunciar que en las sociedades
contemporáneas no estamos desarrollando de la manera que deberíamos una serie de hábitos asociados a la práctica de
la escritura y de la lectura de obras impresas como la "constancia, la concentración o la tolerancia a los obstáculos
hermenéuticos". Hábitos que no sólo consideramos positivos sino que nos parecen fundamentales para garantizar una
"convivencia social saludable".

"La declinación de la cultura del libro" se ve, por tanto, como un proceso de pérdida de virtudes. "Y para muchos de
nosotros", precisó Laddaga en el inicio de su intervención en el seminario Literatura y después, "es una expresión que
despierta una reacción depresiva, incluso de pánico, pues identificamos nuestras posibilidades de tener una vida
satisfactoria -tanto en un plano material como simbólico- con la continuidad de las instituciones de la cultura del libro.
Nos sentimos acosados y ese acoso dificulta que pensemos la cuestión con la perspectiva necesaria, siendo conscientes
de lo absurdo que es tratar de hacer pronósticos de la evolución que experimentarán procesos que están en curso".

En este sentido, Reinaldo Laddaga recordó que a mediados y finales de la década de los noventa, cuando comenzó la
expansión de Internet, ya había un intenso debate en torno a "la declinación de la cultura del libro". En aquel momento,
se oponía el modelo libresco tradicional al emergente modelo hipertextual, planteándose que mientras el primero se
caracterizaba por ser lineal, exigir una recepción pasiva, favorecer la fijeza de los textos y propiciar el cierre de las
partes sobre sí mismas, el segundo era multidireccional, promovía la interactividad, concebía los textos como
elementos mutables y buscaba la vinculación de todo con todo. Sobre este diagnóstico más o menos consensuado se
realizaban evaluaciones tanto negativas como positivas. En las positivas, la crítica del libro casi siempre se articulaba
con una crítica del sujeto moderno y con la afirmación de que era posible un modo de ser que no estuviera
condicionado por los imperativos de unidad, continuidad y coherencia al nivel de la biografía personal que se
asociaban con las sociedades burguesas o disciplinarias. En las negativas, la expansión de Internet y del modelo
narrativo hipertextual se veía como un paso más en el proceso de banalización y de renuncia al ejercicio crítico que
estaba provocando la postmodernidad.

A Laddaga ya le resultaba curioso por aquel entonces (y le sigue resultando curioso ahora) que la mayor parte de estas
evaluaciones se formularan desde lo que él llama el "campo de los profesionales". "Supuestamente", subrayó, "todos
los que participamos en un seminario como éste somos profesionales. ¿O no? ¿Somos de verdad profesionales? Yo,
cuando me pongo a pensar sobre este asunto, suelo llegar a la conclusión de que en tanto que profesor universitario sí
me veo como un profesional, pero en tanto que productor de ficciones o memorias, no. Esta impresión se debe
fundamentalmente a que por lo primero me pagan, mientras que por lo segundo no (o me pagan tan poco que es como
si no lo hicieran)".

A su juicio, esta paradoja es una parte consustancial (probablemente la "más escandalosa") de la cultura del libro: los
escritores son quienes menos se llevan de las recompensas materiales disponibles en el sistema aunque, eso sí, son los
que reciben la mayor parte de los beneficios simbólicos (reseñas, premios, invitaciones a residencias y congresos...).
Reinaldo Laddaga cree que la combinación de estos dos hechos provoca un "nivel particularmente alto de malestar" y
que quizás "la declinación de la cultura del libro" puede ser una oportunidad para resolver -o, al menos, para hacer más
explícita- esta tensión. Hay que tener en cuenta que se está configurando un nuevo sistema en el que actores que no
habían entrado en escena hasta ahora -los fabricantes de artefactos digitales para la lectura: Apple, Amazon...- están
acumulando un poder enorme, pero donde también es posible que cualquier individuo o colectivo pueda distribuir las
obras que realiza sin necesidad de intermediarios y sin tener que plegarse a las exigencias que la producción industrial
del libro impone (extensión limitada, número mínimo y máximo de ejemplares, adscripción a un género
predeterminado, etc.). O dicho con otras palabras, si en el contexto de la cultura del libro eran las editoriales y las
librerías quienes controlaban "la circulación de ofertas y de retribuciones disponibles en torno a la producción de actos
estéticos de lenguaje", en la cultura postimpresa que comienza a dar sus primeros pasos este control lo detentarán las
entidades que sean capaces de fijar los estándares tecnológicos, pero también productores individuales o pequeños
grupos de productores que podrán trabajar con una autonomía de la que carecían en el modelo anterior.

El artefacto tecnológico que ha empezado a adueñarse de parte del espacio que hasta hoy ocupaba el libro es la tableta
(iPads, Kindles...). Un dispositivo que, de algún modo, sigue exigiendo cierta fijeza de los textos y una lectura sucesiva
y sostenida, pero que, al mismo tiempo, tiene rasgos y elementos que le diferencian radicalmente del objeto al que
sustituye (al posibilitar, por ejemplo, que el texto sea revisable o que el trabajo de escritura se oriente más al ensayo de
desarrollos progresivos que a la proposición de formas finales). "Con la aparición de las tabletas", explicó Reinaldo
Laddaga, "el gran drama de la publicación de un libro, que siempre se ha concebido como un evento masivo e
irreversible, se desmultiplica en una multitud de pasos de melodrama o de comedia". Se favorece así que surja una
nueva cultura de lo literario que al no estar condicionada por la forma del libro, tiene una temporalidad distinta. Una
temporalidad que, en palabras de Laddaga, se estructuraría en torno a "procesos de límites nebulosos" y no a "la
articulación de grandes bloques de acción interrumpidos por transiciones puntuales".

En la emergente cultura digital la escritura busca nuevas formas de asociarse con la imagen y, aún en mayor medida,
con el sonido. En este sentido, el autor de Un prólogo a los libros de mi padre (2011) señaló que en los próximos años
aparecerán propuestas literarias híbridas que, aunque emparentadas con manifestaciones expresivas existentes (el cine,
el cómic, la canción...) tendrán un estatuto completamente diferente. Esto demanda "una definición nueva de las
competencias". No hay que olvidar que la cultura del libro es una "cultura de especialistas" con una gran variedad de
tipos profesionales -escritores, editores, tipógrafos, ilustradores...- que se dedican a tareas específicas y que apenas
interactúan entre sí. "Todo sucede entre cubículos y los intercambios pasan porinterfaces muy definidas y estrechas",
describió gráficamente Reinaldo Laddaga. A su juicio, en una configuración de lo literario en la que el libro ya no es el
eje en torno al que todo gira y las posibilidades de articulación entre textos, imágenes y sonidos aumentan de forma
exponencial, es necesario que se empiecen a pensar y diseñar otras maneras de trabajar e incluso que se lleve a cabo
una reevaluación del valor de lo profesional.

Según Laddaga, de todas estas reflexiones se deduce que "la declinación de la cultura del libro" puede y debe verse
como "un caso particular de una transformación más general de la figura de lo humano". Una transformación que no
está teniendo el carácter apocalíptico que se pensaba que iba a tener (pues no se materializa a través de "actos
espectaculares de desubjetivación y resubjetivación") y de la que vamos tomando conciencia cada vez que leemos
algún artículo sobre "los avatares de la transmisión genética" o sobre "el automatismo de tal o cual reacción
individual". Seguimos concibiéndonos como individuos, pero empezamos a reconocer que "los límites entre las partes
que componen el juego del mundo son mucho más inciertos" de lo que hasta ahora habíamos creído. Y de este modo,
vamos aceptando, casi sin darnos cuenta, una serie de presuposiciones. Por ejemplo, la presuposición de que nuestros
pensamientos, instintos y emociones no pueden desligarse de nuestro sistema nervioso y de que no tenemos un control
directo de ciertos procesos cognitivos que son determinantes en las decisiones que adoptamos. O también la
presuposición de que los cuerpos y las máquinas (especialmente aquellas que Félix Guattari llama "máquinas
energéticas", por ejemplo, los ordenadores) tienen naturalezas muy parecidas y de que más que la búsqueda de una
satisfacción plena, deberíamos tender hacia "una condición estable y sostenida de auto-regulación".

"Los libros deben reubicarse en esta nueva constelación", señaló Reinaldo Laddaga en el tramo final de su conferencia.
Hay que tener en cuenta que la lectura de libros (o, más en concreto, la lectura de ciertos tipos de libros: poemarios,
colecciones de ensayos y, sobre todo, novelas) está vinculada a una manera de vida que ha entrado en crisis. Y no
parece muy razonable empeñarse en seguir siendo la clase de sujetos o de individuos que esa manera de vida
contribuyó a generar. "Individuos", concluyó Laddaga, "capaces de definir sus propios deseos y de ajustar sus acciones
para lograr satisfacer dichos deseos sin atenerse (o ateniéndose mínimamente) a las recomendaciones que una tradición
podía darles, y para los cuales el descubrimiento de la propia individualidad era la clave para alcanzar ese valor de los
valores que es la dignidad".

http://ayp.unia.es/index.php?option=com_content&task=view&id=732
2012. Universidad Internacional de Andalucía

Otro comentario de Ladagga frente a una pregunta muy interesante, sobre la relación entre el arte
político crítico de los 60 y lo de ahora, en página 12:
–¿Qué diferencia hay entre el arte político crítico de los ’60 y el de estos tiempos, al que se suele calificar
como despolitizado?

–En el contexto de vanguardia de los ’60, la política que se asumía como deseable era la de la izquierda
revolucionaria. El deseo de revolución era dominante y se intentaba articular con formas de arte que
apuntaban a la manifestación explosiva, a la comunidad fusional y a la figura de una suerte de violencia
sagrada. Cuando se habla de la despolitización del arte, en muchos casos se identifica política con política
revolucionaria, y es cierto que la política revolucionaria se contrajo enormemente en la Argentina, donde no
hay virtualmente espacios para practicarla de modo convincente. Hay un problema para el arte crítico: todos
sabemos lo que no queremos; sabemos que el poder es oscuro y que los intereses económicos determinan
realidades como las guerras. Lo que no sabemos es qué hacer con eso, cómo reunir gente y recursos para
operar en la colectividad. Dejamos de saber el cómo, que en algún momento fue en un sindicato o un
partido. Esto para una gran cantidad de artistas es una pregunta central. Algunos intervienen en la invención
de formas de organización de nuevos tipos de instituciones, conexiones y maneras de incorporar individuos
en colectividades para que sean más dueñas de su destino.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-3607-2006-08-29.html
“Hoy el arte vive una fase de cambio”, entrevista de Silvina Friera, 29 de agosto de 2006.

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