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Vidas de Comunistas

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Vidas de comunistas: Pretensiones realizativas en los testimonios de Mrmol,

Fortuny y Padilla Rush

Luis Alvarenga

En el presente ensayo se pretende explorar algunos elementos de la reconstruccin

literaria de la memoria histrica centroamericana desde los testimonios de tres

militantes comunistas centroamericanos: Miguel Mrmol. Los sucesos de 1932 en El

Salvador, de Roque Dalton (1972); Fortuny: un comunista guatemalteco, escrito por

Marco Antonio Flores (1994) y Memorias de un comunista. Rigoberto Padilla Rush,

cuyo autor es el historiador hondureo Marvin Barahona. Estas tres obras nos

posibilitan tener una perspectiva diacrnica del gnero testimonial en Centroamrica, a

partir de un denominador comn: la vida de dirigentes comunistas. Una buena parte de

la narrativa testimonial que recoge las vidas de militantes de izquierda, se suele

concentrar en actores participantes de la lucha armada. Con excepcin de Mrmol y su

participacin en los acontecimientos de 1932, los libros consignados recogen ese otro

lado de las izquierdas centroamericanas: la representada por los partidos pertenecientes

a la III Internacional, hegemonizada por la Unin Sovitica, la cual fue el blanco de las

crticas de las organizaciones guerrilleras en los aos 60 y 70.

El anlisis de las obras seleccionadas permite, asimismo, establecer comparaciones

entre lo que persiguen los autores, o sujetos escribientes, al reconstruir la vida de los

sujetos narrados, a partir del gnero testimonial. Este gnero literario, de una forma u

otra, es el gnero que explicita lo que otros gneros literarios o prcticas discursivas a

veces ocultan: su politizacin. Dentro del clima de las dcadas de 1970 y 1980, era ms

que evidente la intencionalidad poltica de obras como La montaa es algo ms que una
estepa verde, de Omar Cabezas o Me llamo Rigoberta Mench y as me naci la

conciencia, de Elizabeth Burgos, sin hablar, por supuesto del Miguel Mrmol de Roque

Dalton. Cabe hablar de politicidad del testimonio en la supuesta era postestimonial?

Por supuesto. Hay un posicionamiento poltico a la hora de darle voz narrativa a un

antiguo militante de un partido de la izquierda tradicional en una sociedad donde las

izquierdas en su conjunto han sido derrotadas (o, cuando menos, neutralizadas y

asimiladas) poltica e ideolgicamente en la lucha por la hegemona.

Toda escritura es un acto poltico, por cuanto el texto est dirigido hacia el espacio

pblico, hacia la intersubjetividad. Es importante ver qu efectos se busca producir en

esa relacin intersubjetiva que implica un testimonio una relacin tripartita, entre el

autor, el lector y la vida de la persona a la que se refiere el testimonio. De ah que

tambin esta politicidad se exprese en lo que, de forma tcita o explcita, se pretende

que haga el lector con su recepcin del testimonio.

La politicidad de la escritura de la memoria: las pretensiones realizativas del

testimonio

Para comprender la complejidad de relaciones que un texto testimonial entabla entre tres

tipos de sujetos (el sujeto-escribiente, el sujeto-narrado o sujeto-testimoniante y el

sujeto-lector), es provechoso el concepto de pretensin de validez, utilizado por

Jrgen Habermas. El filsofo alemn plantea que, al comunicarnos, pretendemos que

nuestras manifestaciones simblicas son vlidas. Las pretensiones de validez de

los actos comunicativos implican que dichos actos pueden criticarse o defenderse, esto

es, que pueden fundamentarse (Habermas, Jrgen. Teora de la accin comunicativa I,

25). Una manifestacin simblica es racional en la medida en que guarda coherencia

con el mundo objetivo, esto es, con los hechos y resultando accesible a un
enjuiciamiento objetivo. Y un enjuiciamiento slo puede ser objetivo si se hace por la

va de una pretensin transubjetiva de validez que para cualquier observador o

destinatario tenga el mismo significado que para el sujeto agente. La verdad o la

eficacia son pretensiones de este tipo (Teora de la comunicacin I, 26). Los distintos

tipos discursivos tienen pretensiones de validez distintas. Por tanto, el sujeto que emite

un discurso est pretendiendo que su discurso es vlido por el mero hecho de emitirlo.

Pero tambin e cabe la posibilidad de argumentar (y contraargumentar) al respecto.

Adems, como ya lo deca J. L. Austin, un acto de habla es, desde ya, una forma de

accin, con respecto a uno mismo, a otras personas, o al entorno. Por tanto, la

posibilidad de argumentar sobre la validez de lo que se est haciendo al decir algo,

cobra ms fuerza. En el contexto de lo que aqu se pretende demostrar, cabra hablar de

un acto de escritura.

Un aserto cientfico tiene la pretensin de verdad, por cuanto pretende estar enunciando

algo sobre un estado de cosas del mundo. Por su parte, un enunciado que indica cmo

lograr un determinado objetivo tiene a la eficacia como pretensin de validez. No son

estos, sin embargo, los nicos tipos de emisiones racionales. Hay enunciados, como los

caractersticos de la tica, que tienen pretensiones de rectitud normativa. Un

denominador comn entre las emisiones sealadas es su pretensin de validez universal.

Un aserto cientfico pretende ser verdadero para todos los sujetos racionales por cuanto

describira con objetividad determinados estados de cosas del mundo. Un enunciado

instrumental sera vlido para obtener determinados resultados en todas las

circunstancias. Una norma tica puede verse como una norma imperativa de conducta,

regido por una racionalidad con arreglo a valores, por ejemplo.

El arte tambin tiene su propia racionalidad y, por ende, sus argumentos tienen

pretensiones de validez. La pretensin de validez del discurso esttico sera ms


flexible, por as decirlo, que la pretensin de verdad del discurso cientfico o tico.

Los valores culturales, a diferencia de las normas de accin, no se presentan con una

pretensin de universalidad. Los valores son a lo sumo candidatos a interpretaciones

bajo las que un crculo de afectados puede, llegado el caso, describir un inters comn y

normarlo. El halo de reconocimiento intersubjetivo que se forma en torno a los valores

culturales no implica todava alguno una pretensin de aceptabilidad culturalmente

general o incluso universal (Teora de la accin comunicativa I, 40). As, los

argumentos estticos son menos constrictivos que los argumentos que empleamos en

los discursos prcticos y sobre todo en los discursos tericos (Teora de la accin

comunicativa I, 41). Por lo tanto, el discurso esttico es dbil frente al discurso

cientfico. La debilidad, para decirlo con Vattimo, del discurso esttico radica en que

no pretende ser la verdad de un estado de cosas del mundo, en un sentido fuerte,

esto es, con pretensiones normativas de validez universal , sino que simplemente

pretende dar una valoracin de un objeto conforme a determinados parmetros estticos,

entre los cuales lo bello no tiene por qu ser ni el nico ni el ms importante.

Esto sirve para poner en relieve lo complejo que es el gnero testimonial. Con todo y

que el sujeto escribiente tenga conciencia de que est interviniendo literariamente sobre

lo que el sujeto testimoniante dice sobre estados de cosas del mundo y que lo que diga

este sujeto testimoniante est sometido a diversos sesgos y condicionantes, el sujeto-

escribiente del testimonio tiene, cuando menos, la pretensin de que est

transcribiendo fielmente la verdad del sujeto testimoniante. Por tanto, el testimonio

pretende ser, en un grado u otro, verdadero. No pretende ser un discurso esttico, que

busca, o bien, adecuarse a determinados parmetros de belleza (u otros valores), o bien,

provocar en el sujeto-lector determinados efectos estticos, sino, simplemente,

transmitir la verdad. Y para ello, el sujeto-escribiente no tiene ms remedio que hacer


uso de un tipo de discurso que no tiene pretensin alguna de verdad, sino, a lo sumo, de

vero-similitud: la literatura. Esta es la gran paradoja del sujeto-escribiente del

testimonio: aunque pretenda borrarse en tanto voz autoral, aunque pretenda reducir su

presencia en el texto al de humilde transcriptor de lo que el sujeto testimoniante le

dicta, aunque pretenda no aadir nada de lo que est apuntando con la pluma o la

computadora, la presencia traicionera de la literatura est desde el momento en que

convirti a su dictador en sujeto narrado, esto es, en sujeto hecho de palabras. El

sujeto-narrado se convierte en objeto o referente de la narracin.

Qu es lo que ocurre ahora con ese sujeto-objeto narrado? Algo que no se puede ver si

solamente consideramos la funcin enunciativa como la nica funcin de las acciones

comunicativas. En el lenguaje escrito y hablado hay oraciones realizativas (Austin, J.

L. Cmo hacer cosas con palabras, 51), que, al pronunciarlas o escribirlas estn

llevando a cabo una accin. Por ejemplo: las rdenes, las promesas, los compromisos,

etc. Un libro testimonial tiene, por as decirlo, pretensiones realizativas, por parte del

sujeto escribiente. Estas pretensiones realizativas tienen, entre otras posibilidades,

objetivos polticos. Al escribir el testimonio de un actor determinado, estoy realizando

un acto de escritura que consiste en reconstruir literariamente determinados episodios

de un sujeto, episodios significativos para m en algn respecto y que quiero que

susciten un efecto en el posible sujeto lector. Esta ltima es una pretensin esttica, por

cuanto pretender suscitar un efecto en el lector es dirigirse a su sensibilidad, sin que

ello no implique renunciar al uso de argumentos. El impacto en la sensibilidad que

puede provocar, por ejemplo, el relato del fusilamiento de Mrmol (Dalton, Roque.

Miguel Mrmol. Los sucesos de 1932 en El Salvador, 325-331), la crnica de la

participacin de Rigoberto Padilla Rush en la huelga bananera de 1954 (Barahona,

Marvin. Memorias de un comunista, 103 ss.), o la forma en que Jos Manuel Fortuny
narra el derrocamiento del gobierno constitucional de rbenz (Flores, Marco Antonio.

Fortuny: un comunista guatemalteco, 215 ss.), tienen, de hecho, diferentes pretensiones

realizativas, conforme al cometido de fondo que se ha trazado el sujeto narrador.

Examinemos estas pretensiones desde lo que, de forma explcita, declara el sujeto

narrador que quiere hacer con el material testimonial que tuvo entre manos y que

proces para darle la forma narrativa con que llega a nosotros, sujetos lectores. O dicho

de otra manera: Qu es lo que pretende conseguir el sujeto narrador que, polticamente,

hagamos o pensemos pensar es, ya, una forma de hacer los sujetos lectores con

su reconstruccin narrativa del sujeto testimoniante? Qu cosas quiere que hagamos

con esas palabras copiadas, intervenidas, completadas, inventadas, para hacer viva la

voz del sujeto testimoniante?

Miguel Mrmol, de Roque Dalton: La memoria de los vencidos es el arma de lucha

del presente

Al recoger y reconstruir literariamente el testimonio de vida de Miguel Mrmol, el

legendario sobreviviente de la matanza de 1932, Roque Dalton buscaba producir un

material literario lo ms til posible al movimiento revolucionario de hoy (Miguel

Mrmol, 53). Esta declaracin ataca un problema de fondo, no solo del gnero

testimonial, sino de la literatura en su relacin con el mundo de la vida: su

estetizacin, esto es, el supuesto de que todo texto literario en cuenta, los

testimonios forma un mundo aparte al de la cotidianidad del sujeto lector, quien, en

virtud de este distanciamiento, puede gozar desinteresadamente (Kant, Immanuel,

Crtica del juicio, 43) de la lectura de un texto que no interferir con su vida pero

que, por ello mismo, renuncia a la posibilidad de transformar, cuando menos, su visin

de mundo, al aceptar las interpelaciones que el texto puede dirigirle. As, el Miguel
Mrmol no es un libro para gozarlo estticamente de forma desinteresada, sino para

hacer del sujeto lector un sujeto poltico agente, no paciente. Siguiendo la interpretacin

propuesta por James Iffland (Ensayos sobre la poesa revolucionaria de Centroamrica)

acerca de otro libro de Dalton, Historias prohibidas del Pulgarcito, existe una gran

afinidad entre lo que busca provocar el poeta salvadoreo con la literatura y lo que

sostiene el pensador alemn Walter Benjamin, particularmente, en sus Tesis sobre

filosofa de la historia. Una de estas tesis, la sexta, dice: Articular histricamente el

pasado no significa conocerlo tal y como verdaderamente ha sido. Al materialismo

histrico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso

al sujeto histrico en el instante del peligro. (Benjamin, Walter. Angelus Novus, 79-80).

Esta tesis va en contra de las concepciones historiogrficas positivistas, por cuanto el

ideal de objetividad del historiador, que registra los hechos tal cual verdaderamente

han sido, encubrira una visin afirmativa, para usar el trmino de Adorno, que

legitima como la nica historia verdadera y racional la historia de los vencedores. El

instante de peligro al que se refiere Benjamin es el de la repeticin de la historia de

opresin. As, fijar esa imagen del pasado para salvarla de ese instante de peligro, es

rescatar del pasado su capacidad de inquietar la pasividad del sujeto que recibe la

tradicin histrica.

El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradicin como a los que lo reciben. En ambos

casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda poca ha

de intentarse arrancar la tradicin al respectivo conformismo que est a punto de subyugarla.

El Mesas no viene nicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de

encender en lo pasado la chispa de la esperanza slo es inherente al historiador que est

penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarn seguros ante el enemigo cuando ste

venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer. (Angelus Novus, 80).


As, la historia de los vencedores es una historia basada en la repeticin. La emergencia

de este Mesas, que para Benjamin son las clases subalternas, herederas de los vencidos

de la historia, supondr una ruptura de dicha historia. Rescatar el testimonio de Mrmol,

en cuanto testimonio de cargo de los crmenes histricos de todo tipo a que ha dado

lugar el sistema capitalista de nuestro pas (Miguel Mrmol, 79), implica una apelacin

al sujeto lector a encender la chispa de la esperanza, esto es, del cambio

revolucionario aqu y ahora.

Por tanto, el horizonte del historiador crtico, no busca describir el pasado

objetivamente, sino sacar del mismo esas chispas que catalicen la dbil fuerza

mesinica (Angelus novus, 78), es decir, la energa utpica y transformadora de la

subalternidad. Dalton tambin parte del mismo horizonte. Aunque insista en decir que

desech la [...] trampa insinuada por mi vocacin de escritor frente al testimonio de

Miguel Mrmol: la de literaturizar el testimonio, por cuanto me di cuenta de que las

palabras directas del testigo de cargo son insustituibles, el autor admite que lo que

ms nos interesa no es reflejar la realidad, sino transformarla (Miguel Mrmol, 80). Es

decir: no nos interesa, en nuestra relacin con el pasado reflejar su realidad tal cual

fue, sino transformar la historia, para lo cual el pasado no es un remanso ni un lejano

escenario, sino una catapulta para disparar la fuerza mesinica latente en el sujeto

lector de los grupos subalternos.

Ahora bien, Dalton escribir este texto cuya pretensin realizativa es encender la

chispa de la esperanza e incitar al sujeto lector a tomar una decisin poltica, a travs

de la reconstruccin textual de la vida de un sujeto testimoniante cuyas posturas

polticas ante temas cruciales difieren sustancialmente del sujeto narrador. Nos

explicamos: Mrmol y Dalton sostienen posiciones encontradas en el debate de la

izquierda latinoamericana sobre cul era la va de la revolucin latinoamericana:


elecciones o lucha armada. Dalton deja sentadas estas diferencias en la introduccin del

libro. En primer lugar, dice, hay una diferencia de enfoque generacional. En efecto,

Cuando yo nac, Miguel Mrmol tena cinco aos de ser militante comunista y ya haba sido fusilado una

vez, haba viajado a la Unin Sovitica y haba estado preso en Cuba. Mrmol se educ en el comunismo

cuando Stalin era o pareca ser piedra angular de un sistema, cuando la posibilidad de ser el hombre

nuevo consista en llegar a ser el hombre staliniano. Yo ingres en el Partido en 1957, despus de

haber visto en la URSS los primeros sntomas de la desestalinizacin, y personalmente tena tras m un

origen de clase muy complejo, una educacin burguesa y una ubicacin de carcter intelectual. (Miguel

Mrmol, 54).

No obstante, las diferencias no son solo generacionales, ni de extraccin de clase, sino

tambin respecto de los problemas de la etapa de la revolucin latinoamericana que se

abri con el triunfo cubano (Miguel Mrmol, 56). El sujeto testimoniante sostiene,

matiz ms matiz menos, las posiciones del movimiento comunista latinoamericano en la

expresin concreta de la lnea del Partido Comunista de El Salvador (Miguel Mrmol,

56). Por su parte, Dalton remite a su libro Revolucin en la revolucin? y la crtica de

derecha, publicado dos aos antes de la aparicin del Miguel Mrmol, en donde deja

clara su postura a favor de la lucha armada y califica la postura del Partido Comunista

de El Salvador como de derecha.1 Ms que polemizar con Mrmol, siento que mi

deber de revolucionario centroamericano es asumirlo: como asumimos, para ver el

rostro del futuro, nuestra terrible historia nacional (Miguel Mrmol, 57).

El corte temporal del Miguel Mrmol se cierra hacia fines de la dcada de 1940, cuando

el autor est exiliado en Guatemala. El corte obedece, como afirma el autor, a razones

de seguridad, pues no convena hablar del trabajo poltico que el sobreviviente del 32

1
En la primera parte de Revolucin en la revolucin? y la crtica de derecha, titulada Respuesta a dos crticas de
derecha a Revolucin en la revolucin? de Rgis Debray, escrita en 1968, Dalton ubica al Partido Comunista de El
Salvador dentro de los PC de centro-derecha, junto a sus homlogos de Mxico, Panam y Chile (Dalton, Roque:
Revolucin en la revolucin? y la crtica de derecha, 33). No obstante, en el prlogo, a modo de autocrtica, el autor
reflexiona: Consideramos que la realidad latinoamericana actual evidencia que nuestra visin sobre los partidos
comunistas del continente que se desprende de la primera parte del libro era excesivamente optimista. [...] La realidad
demuestra que en el seno del movimiento comunista latinoamericano se ha fortalecido el oportunismo de derecha
(Revolucin en la revolucin? y la crtica de derecha, 12).
estaba realizando en el momento de ser entrevistado por Dalton. Este corte coincide con

el final de la primera poca heroica del Partido Comunista de El Salvador, antes de

entrar en una etapa, a partir de los aos 50, de rearticulacin de su estructura militante y

de su trabajo organizativo. Esto interpela directamente al lector, por cuanto la sangre de

las vctimas del 32 clama por una revolucin que interrumpir la historia de

opresin que sigue repitindose. Por tanto, el texto sobre la vida de Mrmol debera

encender la chispa de la redencin en el lector para que este asuma un papel activo a

fin de reivindicar a los indgenas y comunistas muertos, en el tiempo-ahora o tiempo

actual (Jetztzeit), esto es, en la coyuntura histrica de los aos 70 (Angelus Novus, 89).

Fortuny: un comunista guatemalteco, de Marco Antonio Flores: la escritura de la

memoria como cuestionamiento de las utopas

La construccin literaria del testimonio del militante comunista guatemalteco Jos

Manuel Fortuny, por parte del novelista Marco Antonio Flores tiene pretensiones

realizativas distintas a las de Dalton, sobre todo, con respecto a la lucha armada. Hay

una distancia temporal que no se puede obviar. Miguel Mrmol aparece publicado en

forma de libro en 1972 (aunque anteriormente se publicaron adelantos en la revista

cubana Pensamiento crtico y en la revista de la Universidad de El Salvador), el mismo

ao en que efectan su primera aparicin pblica las primeras organizaciones armadas

salvadoreas, las Fuerzas Populares de Liberacin (FPL) y el Ejrcito Revolucionario

del Pueblo (ERP), al que se incorporara Dalton ms adelante y en cuyas filas sera

asesinado en 1975. En 1972, en Guatemala, la columna guerrillera dgar Ibarra,

encabezada por Ricardo Ramrez de Len, conocido en la clandestinidad como Rolando

Morn, se introducira desde las selvas chiapanecas al territorio guatemalteco para

fundar el Ejrcito Guerrillero de los Pobres (EGP), surgido de una disidencia de las el

Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT, comunista). Diez aos antes, las Fuerzas
Armadas Revolucionarias (FAR) iniciaron la lucha armada en el pas centroamericano.

La guerra interna de Guatemala se prolong hasta 1996.

El libro de Flores se public en 1994. Para ese ao, la guerrilla salvadorea, convertida

en partido poltico tras la firma de los acuerdos de paz en 1992, participaba en su

primera eleccin presidencial, que perdi. Las organizaciones poltico-militares

guatemaltecas, aliadas en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) se

encontraba prcticamente en la recta final de las negociaciones polticas con el

gobierno. As, el autor tiene una perspectiva desencantada de lo que, a su juicio,

signific la lucha armada para Guatemala:

[...] esta lucha armada ha signado la historia del pas en los ltimos treinta aos. Todos los

acontecimientos derivados de ella han conducido a polarizar violentamente la sociedad guatemalteca, a

empobrecer el pas, a la muerte violenta de ms de ciento cincuenta mil ciudadanos, pero sobre todo, a la

militarizacin creciente de la sociedad.

La guerra, a la que llam uno de los Secretarios Generales del PGT irreal, no ha dado ninguna solucin

a los problemas del pas. En el actual contexto histrico tiende a convertirse en obsoleta. La desaparicin

del socialismo real le ha quitado su sustento ideolgico y su apoyo logstico. (Fortuny: un comunista

guatemalteco, 22).

En el caso del Miguel Mrmol, la relacin entre el sujeto narrador y el sujeto

testimoniante estaba atravesada por una divergencia poltica, en la cual el segundo

sostena las posturas oficiales de su organizacin, mientras el primero ya haba hecho

pblica su disidencia con las mismas. Ahora bien, nos encontramos algo distinto con

respecto del libro de Flores.

Hablando sobre su novela Los compaeros, el narrador guatemalteco explic, en una

entrevista con Francisco Mauricio Martnez, celebrada en 2004, que se trataba de una

catarsis de sus aos de militancia en el PGT:

Esa novela indudablemente es una catarsis personal, despus de 10 aos de militancia en la lucha armada
en todas las estructuras del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). Romper con el PGT fue para m un
trauma. Yo no lo asum en ese momento, porque era muy joven y no lo entend; pero quise explicrmelo y
la explicacin es esa novela. (Francisco Mauricio Martnez, Marco Antonio Flores: La utopa impregn
la realidad, Prensa Libre, 4 de abril de 2004, consultado el 11 de enero de 2013.
http://servicios.prensalibre.com/pl/domingo/archivo/domingo/2004/abril04/110404/06.html)

Flores fue militante del PGT al igual que Fortuny. Este ltimo perteneci a la

generacin de militantes que refund el partido, el cual haba sido desarticulado por la

dictadura de Ubico en 1932 (Taracena, Arturo, El primer Partido Comunista de

Guatemala: Una historia olvidada, Anuario de Estudios Centroamericanos (15) 1,

Universidad de Costa Rica 1989: 49-63). Por cierto, esta desarticulacin se encuentra

vinculada a la insurreccin salvadorea de 1932 (El primer Partido Comunista de

Guatemala: Una historia olvidada, 61).

Las posturas polticas del sujeto narrador y el sujeto testimoniante coinciden en lo

fundamental: en la condena de la lucha armada en Guatemala y de sus resultados

despus de dcadas de guerra civil. En trminos de pretensiones realizativas, el

testimonio de Fortuny, no busca movilizar polticamente al lector, como en el libro de

Dalton. Escrito, como qued sentado, en un contexto histrico diferente, la coincidencia

entre sujeto narrador y sujeto testimoniante, produce un texto cuya intencin realizativa

es la de provocar un distanciamiento crtico del lector con respecto de los proyectos

polticos de izquierda.

La lucha armada, en el contexto de los conflictos polticos de los pases

centroamericanos, es un elemento crucial, que defini la fisionoma de esas sociedades,

as como las historias de los individuos que las constituyen. Si en Miguel Mrmol, los

ejes son 1932 y, de manera implcita, la incipiente lucha armada, entendida como su

continuacin histrica, pero tambin, como la reivindicacin histrica de las vctimas de

la Matanza en el libro de Flores, los ejes del texto narrativo son, por un la revolucin

de 1944-1954, mientras que el implcito es la lucha armada de los aos 60, como

(fallida, a juicio del sujeto narrador y del sujeto testimoniante) reivindicacin de la


derrota de la revolucin guatemalteca, como proyecto de sociedad alternativo, y de sus

vctimas.

Ya hemos citado las valoraciones del sujeto narrador a este respecto. El sujeto

testimoniante discrepa con la lnea poltica de su partido sobre la lucha armada. El relato

de Fortuny remite a varios momentos en que se expresa este disenso. Uno de ellos es el

III Congreso del PGT, celebrado en 1960, donde se adopt la resolucin de adoptar

todas las formas de lucha (Fortuny: 257-258), esto es, las formas legales (elecciones,

organizacin gremial) y la lucha armada, siguiendo el modelo de la revolucin cubana.

Fortuny plantea un escenario distinto al Partido Comunista de El Salvador en los

sesenta. Si en este, la postura mayoritaria era de escepticismo con respecto de la

viabilidad de la lucha guerrillera, en el PGT exista un entusiasmo, que, a juicio de

Fortuny, era excesivo por la misma. Tras sealar que la resolucin de iniciar la

estrategia guerrillera fue virtualmente tomada sin mayores discusiones (258), Fortuny

manifiesta que reinaba cierta ingenuidad al respecto:

Yo me acuerdo que concretamente les pregunt [a los cuadros del PGT presentes en el III Congreso de la

organizacin]: El pueblo, la gente, responde? Claro que responde. Ellos hablaban con la seguridad de

que esa lucha armada iba a tener un apoyo indiscutible del pueblo como reaccin natural a lo que haba

ocurrido en 1954 y a la poltica que haban desarrollado los gobiernos contrarrevolucionarios desde el

cincuenta y cuatro hasta entonces. Estbamos en 1960. Yo, por supuesto, pens que s, que no slo era esa

la va sino que era factible; estuve de acuerdo con eso. Hasta cundo? Ah es donde no puedo precisar

cundo empiezo a dudar de la justeza de la lnea adoptada, entre otras causas porque no nos enviaban

informacin al respecto, ni documentos partidarios (258-259).

Las dudas mas comenzaron cuando lleg a La Habana un compaero indgena de Alta Verapaz, a quien

yo le haba dado ingreso al Partido aqu en Mxico [...]. Un da lo invit a comer a mi casa (comprenders

que a m me era muy difcil invitar a alguien, por el racionamiento que haba en Cuba). Entonces le digo:

Me vas a contar cmo anda eso de la lucha armada, qu sectores la apoyan? Todo el pueblo, contest.

Pero cmo va a ser todo el pueblo, qu quieres decir con todo el pueblo? Cualquier gente?

Cualquier gente no, la gente del Partido, porque el Partido es el pueblo, me dijo muy ufano (259).
Fortuny refiere, asimismo, una conversacin sostenida en Praga con Roque Dalton,

cuando ambos estaban relacionados con la Revista Internacional. Esta pltica, sostenida

en 1966, enfrenta a un Dalton y a un Fortuny, descontentos ambos por las lneas

polticas imperantes en sus partidos aunque por razones contrapuestas. Rememora el

comunista guatemalteco:

Roque criticaba a su partido porque ste no se decida por la lucha armada; en una ocasin me dijo:

Sabe a qu partido quisiera pertenecer? [...]; a su partido, al PGT. Esa vez no le quise contestar. Pero en

otra ocasin volvi a expresar el mismo deseo y esta vez con unas copas, le dije: Mejor no, Roque Por

qu?, pregunt. Por una razn, el PGT est metido en una aventura, la lucha armada del Partido es una

aventura, toda la lucha armada en Guatemala es una aventura que va a terminar muy mal, ya lo ver. No

puede ser, dijo, y nos encerramos en discusiones que no trascendan ms all de lo especulativo, porque

no se haba producido lo que se produjo, o sea la derrota de la guerrilla en aquella dcada, materialmente

arrasada en la Sierra de las Minas. Pero Roque continu en esa lnea (307).

Para Fortuny, lo que demostr la esterilidad de esa aventura fueron los resultados de

los conflictos en El Salvador y Guatemala:

[...] a la luz de todos los acontecimientos que estn ocurriendo en Europa del Este, despus del derrumbe

de los regmenes del llamado socialismo real, despus de ese descalabro, un acontecimiento de

incalculable trascendencia que deja en el aire a las luchas guerrilleras como las de El Salvador y

Guatemala, completamente en el vuelo o en una cuerda floja, porque la motivacin del socialismo ya no

tiene consistencia, la motivacin de construir una sociedad muy parecida a la que se est derrumbando ya

no tiene sustento, y desaparecido eso, qu queda? A qu se reducen las peticiones o las demandas de

ese movimiento guerrillero? Pues a la conquista de una democracia que tiene que ser pues, una

democracia burguesa, nada ms.

As, se han quedado fuera del contexto con que empez la lucha, o sea de los propsitos con que se inici

la lucha guerrillera. (264)

As, en la poca postestimonial, la escritura del testimonio sigue cumpliendo un papel

poltico, que ya no es el de interpelar al sujeto lector mediante el tratamiento esttico de

la historia del sujeto testimoniante para catalizar sus energas polticas en la militancia
revolucionaria. Las pretensiones realizativas de carcter poltico de un texto como el de

Marco Antonio Flores tambin catalizan las energas polticas del sujeto lector, pero

para provocar el distanciamiento crtico con respecto de la militancia de izquierda, por

cuanto su proyecto histrico habra fracasado (que estara evidenciado en el desenlace

de los conflictos en El Salvador y Guatemala y en el cariz que tom el sandinismo

despus de la derrota electoral de 1990). Aun ms: el proyecto poltico defendido

originalmente por la izquierda revolucionaria habra quedado desvirtuado para siempre

para Flores-Fortuny.

Memorias de un comunista, de Marvin Barahona, memoria de una derrota,

esperanzas para un tiempo mejor

Todos estos pensamientos ocupaban mi mente cuando, temprano en la maana del 9 de


enero de 1991, salimos en el vuelo de SAHSA de Managua hacia Tegucigalpa [...].
Estbamos en la patria de nuevo y no sabamos cmo nos recibiran, pero una cosa era
segura: ese da quedaban atrs aos de exilio, de crcel, de dolor y de sacrificios por
querer cambiar esta nuestra querida Honduras, cuyo suelo se deslizaba rpidamente
bajo las ruedas del avin que nos repatriaba. Una tierra que nos era tan querida, como
irredenta.
Marvin Barahona

Al contrario de los libros anteriores, el sujeto narrador que recoge las vivencias del

dirigente comunista hondureo Rigoberto Padilla Rush no es un escritor, sino un

historiador. Algo ms lo distingue: la relacin entre el sujeto testimoniante y el sujeto

narrador difiere en algo que podra parecer un detalle insignificante. El autor cede, por

as decirlo, la autoridad autoral al sujeto testimoniante, quedando de esta forma al

carcter de compilador de unas memorias cuyo autor sera el protagonista mismo. As,

la ficha bibliogrfica incluida en el libro sita a Padilla como autor del volumen.

Sin embargo, en este texto hemos contravenido deliberadamente la intencionalidad de

Barahona y lo hemos ubicado como sujeto narrador del texto. De fondo, probablemente,

haya una cuestin epistemolgica que no debe pasar desapercibida, aparte, por supuesto,
del respeto que guarda el autor hacia el militante histrico que le confi el relato de su

vida.

La cuestin epistemolgica alude a la visin positivista de la labor del historiador. No lo

escribimos en un sentido negativo, sino como la constatacin de un hecho. Desde la

perspectiva positivista de las ciencias sociales, es imperativo que exista una distancia

crtica entre el sujeto investigador y el material investigado (en este caso, la vida de

Padilla Rush). Esta distancia demanda que, en funcin de la objetividad de la pesquisa

cientfica, el investigador se cia a registrar los fenmenos que estudia. As, Barahona,

asume para s el rol de compilador. Este rol pretende eliminar las implicaciones del

sujeto autoral, que tiene una autoridad implcita a la hora de definir el texto, sus

pretensiones de sentido, de validez y, sobre todo, realizativas. Un compilador es aquel

que compila. Compilar es para el Diccionario de la RAE, allegar o reunir, en un

solo cuerpo de obra, partes, extractos o materias de otros varios libros o documentos.

En pocas palabras, crear un universo textual a partir de fragmentos.

As, la labor del compilador no est tan alejada de la posicin del autor. La disposicin

de los fragmentos implica un ejercicio de autor-idad, pues con ellos se busca crear un

cuerpo, conjunto, sistema o universo textuales que signifiquen algo determinado para

alguien en algn respecto, retomando la definicin de signo de Charles Sanders Peirce

(citado por Eco, Umberto en Tratado de semitica general, 33). Esta concepcin del

autor como compilador es similar a la que Adorno le atribuye a Walter Benjamin en

su proyecto inconcluso del Libro de los pasajes: hacer un libro armado con citas, un

montaje de citas en el que desaparezca la voz autoral y sean las citas las que

hablen2. Aunque, como afirma Rolf Tiedemann, Adorno se habra equivocado con

esta valoracin sobre los propsitos del Libro de los pasajes, una cosa es importante:

una compilacin, sea esta de citas o de las narraciones testimoniales de una persona es
2
Ver nota al pie en la introduccin de Rolf Tiedemann al Libro de los pasajes de Walter Benjamin (11).
un texto cargado de determinadas intencionalidades y de pretensiones realizativas

dentro de un determinado contexto histrico.

Barahona, con todo el distanciamiento crtico hacia las posturas del sujeto

testimoniante, se convierte en ejecutor pstumo de la voluntad de ste hacia su relato:

Antes de salir hacia un hospital de La Habana, donde se sometera a una intervencin quirrgica de la

que no logr recuperarse, me dijo que su ms grande anhelo era que sus Memorias no se quedaran

adormecidas en las innumerables grabaciones magnetofnicas que hicimos juntos. l quera que sus

Memorias estuvieran en manos del pueblo y la juventud hondurea, a quienes estn dedicadas.

Por mi parte, espero que el presente libro satisfaga ese deseo de Rigoberto Padilla Rush, el comunista

hondureo que naci el 5 de septiembre de 1929, en Minas de Oro, Comayagua, y falleci el 20 de

octubre de 1998, en Tegucigalpa (Memorias de un comunista, 40).

Si el Miguel Mrmol tiene un tono pico, cuyo punto ms alto es el fusilamiento fallido

del protagonista en el contexto de la represin de 1932; si el libro de Marco Antonio

Flores se caracteriza por el dolor y el escepticismo, Memorias de un comunista tiene un

aire trgico. Si bien en Guatemala y El Salvador la revolucin no triunf, en el caso

hondureo una de cuyas concreciones es Padilla Rush, podramos decir que, en la

dcada de 1980, la revolucin no fue siquiera derrotada, sino que fue aniquilada antes

de nacer.

Existen dos hechos que trazan un arco histrico en el relato de la vida poltica de

Padilla. El arco se abre con la ya sealada participacin del protagonista en la huelga de

las bananeras, la cual fue su bautizo poltico y el inicio de su militancia comunista. El

arco se cierra dcadas ms tarde, cuando la dirigencia comunista hondurea regres de

su exilio en 1991 para negociar su reinsercin poltica con el presidente Rafael

Leonardo Callejas (1990-1994), en el marco de una amnista proclamada por el

mandatario. Atrs quedaban dcadas de debate interno en la izquierda hondurea, con el

PC defendiendo, en los 60, la tesis de la inviabilidad de la lucha armada.


La acumulacin de fuerzas como poltica, converta el partido en un instrumento en s y para s, que

creca como una planta con vida propia, pero que en el fondo de todo simplemente vegetaba. Mientras la

vida, como deca Carlos Marx, pasaba rugiendo sobre nuestras cabezas, exigiendo accin y respuestas que

nosotros no le dbamos. Creo que se fue un gran error de nuestra parte. No en el sentido de haber

proclamado la acumulacin de fuerzas como una estrategia de lucha vlida en determinado momento,

sino en el de no haber sabido en qu momento debamos dar el salto cualitativo (406).

Fuimos realmente la vanguardia poltica del movimiento popular hondureo en los aos gloriosos de

nuestro nacimiento poltico, en los aos de nuestra participacin heroica en las huelgas y movimientos

populares de 1954 y en los aos posteriores; pero no nos percatamos en qu momento dejamos de serlo

(353).

En la dcada de 1980, y dados los factores diversos que impidieron el surgimiento de un

movimiento insurgente de las caractersticas del FMLN salvadoreo o del FSLN de

Nicaragua (399), el PC discuta con retraso la preparacin a la lucha armada (415).

Quizs la situacin de la izquierda hondurea en la dcada de 1980 se resume en este

epgrafe: Fuimos testigos de una gran revolucin (384). La izquierda hondurea jug

un papel importante como apoyo poltico, logstico y territorial de los movimientos

insurgentes de otros pases centroamericanos, pero no logr articular una organizacin

poltico-militar que desafiara a las dictaduras militares del pas por diversos factores,

incluyendo, por supuesto, el hecho de que el pas centroamericano era un punto clave en

la estrategia contrainsurgente de los Estados Unidos en la regin. El episodio que

simboliza, de manera trgica, la derrota de la lucha armada en Honduras est recogido

en estas palabras, que rememoran la masacre a la que se vio sometida una columna

insurgente del PRTC hondureo que intentaba llegar al pas desde Nicaragua:

La dolorosa debacle de la columna militar encabezada por Chema Reyes Mata y animada

espiritualmente por el padre Guadalupe Carney, aniquilada en Olancho en septiembre de 1983, nos haba

enseado que no era cierto que cada campesino nuestro estuviera dispuesto a levantarse como un solo

hombre y lanzarse a la revolucin para seguir a su vanguardia poltica en el combate (419-420).


Sin embargo, con todo y este contexto trgico, el relato dista de tener una pretensin

realizativa similar al de Marco Antonio Flores-Jos Manuel Fortuny. Barahona hace

concluir el relato de Padilla Rush con los pensamientos del sujeto-testimoniante antes de

descender del aeroplano que lo condujo de su exilio nicaragense a Honduras, en 1991.

Guardando la distancia entre investigador y sujeto-objeto de la investigacin, el sujeto

narrador se niega a dar conclusiones explcitas para el sujeto lector. Antes bien, despus

de que el relato de Padilla ha concluido, se inserta una serie de fotografas

correspondientes a diferentes momentos de la vida del sujeto testimoniante (incluyendo

una de su sepelio) y un Resumen biogrfico de Rigoberto Padilla Rush (437-441).

Esta cronologa tiene un carcter orientativo para el sujeto lector, pero no puede pasar

desapercibido este ltimo prrafo:

Entre 1991 y 1998, los ltimos aos de su vida, [Padilla Rush] se dedic a transmitir toda su experiencia

poltica a las organizaciones obreras y populares de Honduras por medio de conferencias, artculos y otros

escritos en los que reiteraba su compromiso poltico con los trabajadores y los animaba a seguir luchando

por alcanzar mejores condiciones de vida. l pensaba que las condiciones polticas de Centroamrica

haban cambiado dramticamente a lo largo de la dcada de 1990, por que afirmaba que el movimiento

popular hondureo deba reorganizarse y continuar sus luchas en ese nuevo contexto poltico. Por eso

decidi apoyar los esfuerzos para crear el Partido Unificacin Democrtica (UD), de cuya comisin

poltica form parte hasta el momento de su deceso, el 20 de octubre de 1998 (441).

Este prrafo le otorga un sentido distinto al relato del sujeto testimoniante. Lejos de

estar convencido, como Fortuny y como Flores, de la esterilidad de la lucha social, o de

tener el optimismo revolucionario que tena Dalton en el movimiento insurgente antes

de su trgica insercin en el mismo, como lo nico puro que va quedando en el

mundo, aqu se est planteando algo ms cercano a la frase pesimismo de la

inteligencia, optimismo de la voluntad, formulada por Antonio Gramsci y por Jos

Carlos Maritegui. Dentro de una situacin histrica de desesperanza, el prrafo nos

describe al sujeto testimoniante como alguien que, contra toda aparente lgica histrica,
mantiene la esperanza en el movimiento social hondureo. Algo as como la frase de

Benjamin que recoga Theodor W. Adorno: Slo por mor de los desesperanzados nos

ha sido dada la esperanza (Adorno, T.W.: Caracterizacin de Walter Benjamin, en

Crtica de la cultura y la sociedad I, 221).

Conclusiones

A partir de estas tres vidas de comunistas es posible ver, a travs de distintas

pretensiones realizativas las posibles transformaciones en las relaciones entre las

diversas subjetividades involucradas la del testimoniante, la del narrador y la del

lector. Ahora bien, este panorama podra, al menos, introducir una sospecha sobre si es

cierto que, fuera del contexto de la lucha armada de los 70 y 80, cabe hablar de la

decadencia del gnero testimonial, de sus pretensiones de verdad y de sus intenciones

realizativas.

El Miguel Mrmol de Roque Dalton anticipa el momento de apogeo de la narrativa

testimonial centroamericano en el contexto de las luchas revolucionarias de los 70 y 80.

A la fecha, el texto goza de buena salud, al seguir siendo una referencia obligada para

historiadores y para criticas literarios (referencia obligada y, habra que aadir,

discutida, desde diversos puntos de vista, incluyendo los sostenidos por Rafael Lara

Martnez en su libro Del dictado, San Salvador: Universidad Don Bosco, 2007).

El libro de Marco Antonio Flores expresa el cambio de la sensibilidad poltica

dominante con relacin a las utopas sociales, registrado a raz de las posguerras

centroamericanas. El argumento implcito del texto narrativo explica la evolucin de

muchos de los revolucionarios de los 70 y 80 a posturas de escepticismo y, en buena

medida, inmovilidad poltica, en los 90. Esta inmovilidad o desmovilizacin

poltica, mejor, es una respuesta explicable a un contexto marcado por el reflujo del

movimiento revolucionario y a la desazn causada por el hecho de que los horrores de


la guerra se tradujeron simplemente al hecho de que la vanguardia del pasado se

convirti en una pieza ms del sistema de partidos polticos tradicionales, sin que

suponga una ruptura tico-poltica con dicho sistema (y con sus interrelaciones con los

diversos poderes constituidos). As, el testimonio fundamenta, desde la perspectiva de

un protagonista directo de los hechos histricos, las razones de este escepticismo y esta

desmovilizacin poltica.

Dentro de ese mismo contexto y sin evadir la carga histrica que supone el fracaso de

un movimiento de transformacin social como el de Honduras, el libro de Marvin

Barahona plantea una intencin realizativa distinta. El testimonio, relato de derrotas,

constatacin de la desesperanza, pretende recuperar la dbil fuerza mesinica del

sujeto lector, ya no para incitarlo a una determinada militancia o a una forma puntual de

lucha poltica, sino, al menos, para cuestionar la largamente proclamada muerte de las

utopas. Nadie mejor que un autntico desesperanzado, como Padilla Rush (militante

comunista en un contexto donde el comunismo aparece como la encarnacin de lo

fuera-de-contexto) para introducir este cuestionamiento.


Bibliografa

Adorno, Theodor W. Crtica de la cultura y la sociedad I. Madrid: Akal, 2008.


Austin, John L. Cmo hacer cosas con palabras. Madrid: Paids, 2010.
Barahona, Marvin. Memorias de un comunista. Rigoberto Padilla Rush. Tegucigalpa:
Guaymuras, 2002.
Benjamin, Walter. Angelus Novus. Barcelona: Edhasa, 1971.
. Libro de los pasajes. Madrid: Akal, 2007.
Dalton, Roque. Revolucin en la revolucin? y la crtica de derecha. La Habana: Casa
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Flores, Marco Antonio. Fortuny: un comunista guatemalteco. Guatemala: Editorial
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Eco, Umberto. Tratado de semitica general. Barcelona: Lumen, 2000.
Habermas, Jrgen. Teora de la accin comunicativa, I. Mxico: Taurus, 2006.
Iffland, James. Ensayos sobre la poesa revolucionaria de Centroamrica. San Jos:
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Kant, Immanuel. Crtica del juicio. Buenos Aires: Losada, 2005.

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