Borges A Contraluz - Estela Canto
Borges A Contraluz - Estela Canto
Borges A Contraluz - Estela Canto
Borges a contraluz
Slo frente a la muerte podr ver un hombre su insospechado rostro eterno. Slo
frente a la muerte podremos nosotros, los que quedamos, ver indicios de ese rostro
insospechado, la forma perfecta que supo Dios.
Borges insisti en casi todos sus cuentos, en sus poemas, hasta en algunas
entrevistas deformadas como son la mayora que un hombre es todos los hombres.
Es decir, el hombre encierra en s todas las posibilidades; el hombre es el microcosmos.
La idea, por cierto, no era nueva. Se remonta a la Antigedad tarda, fue alambicada
infinitamente por los cabalistas espaoles de la Edad Media, rejuvenecida por los ardorosos
filsofos del Renacimiento, y sigue viviendo hasta el da de hoy, sin gloria, en los manuales
populares de teosofa. Borges no la hall en stos, sino en los libros cabalsticos en El
Libro de los Esplendores, en Moiss de Len, que tanta atraccin tenan para l. Hay dos
vertientes de esta idea del hombre como microcosmos: una dbil (esotrica y aria) y otra
fuerte (secreta, tradicional y juda). Borges segua la tradicin de signo fuerte.
Esta tradicin exige que se tienda un velo sobre las ltimas verdades, y Borges, un
hombre grrulo, cumpli a un cierto nivel con el mandamiento. Desde sus primeras obras
fue enigmtico y contradictorio. Uno de sus tempranos ensayos est encabezado por una
cita de Thomas De Quincey que expresa plenamente su ambigua actitud: Un modo de
verdad, no de verdad central y coherente, sino angular y fragmentada.
La personalidad de Borges era elusiva, escurridiza; era un cierto hombre para cada
una de las personas que lo conocan, o crean conocerlo. Y muchas veces ste tena poco
que ver con el hombre que otros haban visto, admiradores ocasionales que lo visitaban en
su apartamento de la calle de Maip. Su bsica coquetera, velada y que sola pasar
inadvertida, lo llevaba a mostrar a esta gente el Borges que ellos queran ver.
Yo tuve la suerte de conocerlo en los aos tal vez ms decisivos de su vida, los aos
de su madurez como escritor; fui su ntima amiga desde sus cuarenta y cinco hasta sus
cincuenta y dos aos. Entonces me dedic el cuento que muchos consideran su obra ms
importante: El Aleph.
Voy a escribir sobre el Borges de El Aleph, el hombre a medio camino entre una
juventud que l consideraba fracasada y una vejez en la cual el triunfo lleg a ser, por
momentos, abrumador.
Borges ha sido probablemente el escritor ms original de la segunda mitad de
nuestro siglo. El Aleph arroja luz sobre su compleja, pattica, exaltada y dramtica
personalidad. Las cartas que me escribi en esos aos son un flagrante ejemplo de sus
ilusiones, frustraciones y esperanzas.
Aunque he de concentrarme en el Borges de este perodo, nuestra amistad dur, con
altibajos, hasta los ltimos das de 1985. En noviembre de ese ao lo vi por ltima vez,
antes de irse de Buenos Aires a dar la forma final a su vida, cerrar el crculo, rubricar su
destino y morir.
La tarea no es fcil; demasiadas cosas de mi juventud estn implicadas en ese
perodo que va de 1945 a 1952. Me ver forzada a referirme a hechos que tal vez parezcan
desagradables o indiscretos. Todos somos entidades cerradas, slo podemos adivinar a los
otros y, por lo general, vemos en ellos lo que queremos ver.
Borges ha dado claves para penetrar en el laberinto que era su carcter. Una es El
Aleph; otra, El Zahir; otra, La escritura del dios, que invent una maana que estbamos en
el Jardn Zoolgico, junto a una jaula, contemplando el paseo continuo, desesperado, detrs
de las rejas, de un magnfico tigre de Bengala. Hay otras claves \'7bFunes el Memorioso, El
Sur, La intrusa, etc.) que comentar reiteradamente en este estudio. La clave de estas claves
son dos o tres de las cartas que me escribi.
Cuando se public El Aleph, yo lo coment en una revista (Sur). All me refera yo a
un estado de nimo mstico; a l le gust el comentario. El agnstico Borges no era un
mstico, por supuesto, pero s una persona capaz de momentos msticos.
Muchos aos ms tarde, un periodista me pregunt de repente: Qu es El Aleph?
y yo contest: Es el relato de una experiencia mstica. Cuando mencion esto a Georgie,
me encontr con que l no haba olvidado mi artculo, escrito treinta y cinco aos antes. Me
dijo: Has sido la nica persona que ha dicho eso, dando a entender que poda haber cierta
verdad en la cosa. Le gustaba esta apreciacin, que se opona a la difundida idea entre los
escritores argentinos, que lo juzgaban un autor fro y geomtrico, un creador de juegos
puramente intelectuales.
Una experiencia mstica es secreta, inefable, como el acto del amor o la creacin del
arte. En el arte y el amor, cuando son genuinos, tratamos de romper una barrera. Si lo
logramos, alcanzamos una especie de experiencia mstica. Esta clase de secretos no se
puede compartir. Como el nombre de Dios para los hebreos, es algo que no se puede
pronunciar.
Por naturaleza y por circunstancias, Borges era un hombre sumiso. l aceptaba el
fardo de convenciones y las ataduras establecidas por un medio social presuntuoso,
profundamente tribal, tosco y primitivo.
Los msticos hablan de la noche oscura del alma. Quin puede distinguir entre
la oscuridad y el alma?, se pregunta Yeats, un poeta muy admirado por Borges. Y ms all
de esa noche estn los xtasis de la liberacin. A su manera tenue, pero empecinada, l
luchaba por alcanzar esa liberacin. Los msticos suelen ser tcitos, a veces escriben, rara
vez hablan.
Borges, que tanto habl en su larga vida, comentaba sus enamoramientos o
pequeos chascos amorosos, pero el pudor le impeda mencionar lo que realmente le
importaba. Picasso sola decir que para l no haba nada ms que dos clases de mujeres: las
diosas y los felpudos. Borges se acercaba a las mujeres como si fueran diosas, pero algn
hecho en su vida demuestra que eventualmente tropez con algn felpudo.
Para ciertos msticos, el sexo puede ser un medio de romper las barreras. Para otros,
la mayora de ellos, es un instrumento diablico. La actitud de Borges hacia el sexo era de
terror pnico, como si temiera la revelacin que en l poda hallar. Sin embargo, toda su
vida fue una lucha por alcanzar esa revelacin.
No era un hombre convencional, pero s un prisionero de las convenciones.
Anhelaba la libertad por encima de todas las cosas, pero no se atreva a mirar a la cara esa
libertad.
En la Argentina, su eleccin de Ginebra para morir fue sentida como una especie de
traicin. Slo el enorme respeto que inspiraba su celebridad no su obra, no entendida,
apenas leda, conocida a travs de fatigados clichs, repetidos ad nauseam inhibi los
reproches patriticos. No fue eso: fue su gran gesto de liberacin.
Por otra parte, amaba intensamente la vida y quera entender. Los hindes dicen
que la meta de la vida no es la felicidad, sino el conocimiento, que slo a travs del
conocimiento podremos alcanzar la felicidad. Borges busc esa felicidad en los libros y en
algunas mujeres. Como todos, debi aprender en la dura escuela del dolor y del fracaso. La
felicidad la encontr finalmente en el conocimiento, en el amor sublimado y no ms y no
menos en la admiracin que suscitaba en todas partes. Esto era una especie de amor. Una
de las ltimas veces que lo vi me dijo: No hay un solo da en que no tenga uno o dos
momentos de felicidad perfecta.
Esto quera decir que el crculo se iba a cerrar, que la espera estaba terminando,
que la muerte, su liberacin, ya estaba ah. Y slo senta curiosidad por el lugar, la hora,
las ltimas imgenes. El lugar lo eligi.
Nuestra amistad es el relato de un amor frustrado. Todos sus amores lo fueron hasta
una tarde, en Nara, cuando al tocar un Buda descubri su voz verdadera, esa voz que
tambin eran sus ojos. El hecho de que lo entendiera cre sentido, traz la forma perfecta
que l estaba buscando y que Dios le tena destinada.
Voy a contar la historia de un desencuentro. Tal vez este desencuentro sirva para
lograr un mejor entendimiento de Borges.
l era un hombre cauteloso. Tema herir o escandalizar. Saba que era distinto y esto
creaba una inhibicin. (A veces, cuando senta celos o no le gustaba una persona, poda
salir de su reserva y ser agresivo, pero esto no era frecuente).
En vez de mencionar, l prefera aludir. Todos sus escritos cuentos, poemas o
artculos abundan en insinuaciones, en cosas nombradas a medias, en nombres
cambiados. Era una especie de juego secreto en l. Dar un ejemplo. En La muerte y la
brjula, curioso relato, una alegora que el autor disfraza de cuento policial, el hroe,
Erik Lnnrot, es llevado por sus conclusiones y clculos a tres de los puntos cardinales de
la ciudad. Un hombre haba muerto en cada uno de esos puntos: slo queda el Sur. Y a ese
sur se dirige Erik Lnnrot, sabiendo que la muerte lo est esperando en un paraje
determinado, Triste-le-Roy.
Triste-le-Roy era Las Delicias de Adrogu, un hotel donde gente bien, de
mediana posicin econmica, sola tomarse unos das de vacaciones a principios de siglo.
Esa gente no iba a Mar del Plata, donde grandes mansiones, en forma de chateaux
franceses, empezaban a ser construidas por los terratenientes con prosapia o sin ella. Los
Borges, una vieja familia del Ro de la Plata, no eran terratenientes. Sus medios eran
limitados. En consecuencia, pasaban el verano en el hotel de Adrogu. Ms adelante iban a
una casita en Adrogu, desde donde me escribi algunas de sus cartas ms conmovedoras.
Borges adoraba Las Delicias, donde la familia ya no se alojaba, aunque sola ir a
comer all. No s qu recuerdos el lugar encerraba para l, pero las caminatas por los
senderos del jardn, bajo los grandes y viejos eucaliptos, eran uno de sus placeres. Y se
sinti apenado cuando echaron abajo los rboles.
En la dcada de los cuarenta Las Delicias era un edificio venido a menos, con el
encanto nostlgico y la elegancia inesperada de los nuevos pobres. Las palmeras y helechos
en tiestos haban desaparecido, pero las grandes ventanas con rombos rojos, azules y
amarillos de vidrio fascinaban a Borges. En La muerte y la brjula describe estos rombos,
dotndolos de un significado mgico.
Las Delicias aparece en el cuento con el extravagante nombre francs de Triste-le-
Roy. Me pregunto si esto no es una alusin a s mismo, a alguna triste experiencia de su
adolescencia en ese lugar. Era l mismo Triste-le-Roy? Era l mismo que se vea
destinado a la muerte despus de ver las seales en tres puntos de la ciudad, en ese Adrogu
donde quiz conoci una fugaz dicha, una duradera melancola? La primera letra del
nombre ha sido articulada, del nombre que no debemos mencionar. La ltima letra est en
Triste-le-Roy. Era l ese rey triste y derrotado? Era Borges mismo ese Erik Lnnrot que
marcha deliberadamente hacia su muerte? En todo caso, l march conscientemente a la
suya, que no fue en el desolado sur de las pampas, sino en el norte y el este, por donde sale
el sol.
En sus cartas a m hay alusiones a lugares que, en su mente, estaban asociados a mi
persona: el Parque Lezama, Constitucin, el Hervidero, en el Uruguay, donde la familia de
mi madre haba tenido tierras.
Estas anotaciones han sido necesarias antes de contar la historia, a veces dolorosa, a
veces trivial, de nuestras relaciones.
Espero ser clara. La sinceridad la tengo. Nada que no sea sincero y fidedigno tiene
inters. Y Jorge Luis Borges no merece nada menos.
Encuentro
El gran Martnez Estrada, el hombre que cal hasta los tutanos a su pas, hace una
observacin aterradora sobre los europeos que cruzaban el ocano: los hombres que venan
aqu desde otras partes del mundo crean venir a hacer la historia; en realidad, estaban
entrando en la prehistoria.
Esto se reflejaba en la paleontologa, en los monstruos enormes y mansos que
estudiaron Ameghino y Darwin, en esos reptiles que aparecen en las pesadillas infantiles y
las pelculas de terror; de algn modo, la paleontologa marc a los seres humanos. Segn
Martnez Estrada, hay algo ptreo en el hombre argentino.
Esta cualidad ptrea, esta condicin dura e inamovible era totalmente ignorada por
los argentinos de 1899, el ao en que Borges naci. Ezequiel Martnez Estrada entendi y
defini a su pas. Borges habra de padecerlo, en el sentido de la Passio Domini. En su
infancia y su juventud choc con esta cualidad ptrea. No naci en las pampas, no
conoci la soledad y la latitud de esas llanuras, la falta de puntos de referencia, la chatura
de esas tierras que a veces dan impresin de cercana cuando inusitadamente se ve un rbol
un omb, que no es un rbol, sino un hongo gigantesco y lo lejano parece prximo.
Las distancias no son calculables en la pampa. En sus tempranos poemas, tratando de
entenderla, Borges la idealiz. Haba nacido en Buenos Aires, una ciudad con un puerto
artificial, junto a un ro que no es un ro sino una inmensa charca, un estuario lleno de
sueera y de barro. Aqu, junto a este ro estancado, vinieron las proas a fundarme la
patria. Tambin era posible escapar por este ro, dejando detrs la sueera y el barro.
Estas amargas metforas estaban muy lejos de las mentes de los argentinos en 1899.
La Historia an no nos haba dado su ltimo y gran revolcn. En 1899 Buenos Aires soaba
un beatfico sueo. La carne de sus vacas, muy bien pagada, pareca inagotable; incluso se
la tiraba desdeosamente a los pantanos y al ro. Buenos Aires tena confianza en el futuro:
una confianza total. Sin embargo, todo el siglo haba estado sacudido por turbios y
turbulentos choques entre facciones, aspiraciones fallidas, coraje sin sentido, batallas sucias
y sangrientas, convulsiones. En 1853 haba triunfado una de las facciones: los moderados,
los ilustrados, los que saban. En realidad, haba sido un triunfo ficticio, nominal. Por
debajo del barniz de civilizacin los polticos que se vestan con chaquetas de cola y
sombreros de copa, remedando a prestigiosas figuras europeas se agitaba el mundo
vencido de los gauchos, postergados, resentidos, amargados.
Pero la fachada estaba mejorando. A principios de siglo pudo decirse que el
escenario ya estaba listo y serva a los fines buscados. La Argentina era el pas del futuro.
La Argentina era refinada, culta y democrtica. Norteamrica era democrtica, s, pero
nadie consideraba a los norteamericanos refinados o cultos. Brasil era un pas de
mulatos; Mxico era indio y tenda al extremismo poltico; slo la Argentina, con su pura
sangre europea y su clima nrdico (?!) poda levantar orgullosamente la cabeza. ste es el
ms europeo de los pases latinoamericanos, decan los extranjeros que desembarcaban en
los chatos llanos argentinos, en parte para halagar a sus anfitriones, en parte porque no
encontraban aqu el colorido, la exuberancia, la extica belleza de Ro de Janeiro. La
implicacin era que no haba gente de color aqu. Los argentinos se complacan en este
cumplido secreto, basado en una generalizacin hecha a la ligera. Se sentan superiores a
los otros latinoamericanos por compartir esta deliciosa complicidad con los europeos. Esta
dudosa pura sangre blanca de los argentinos les permita entender a los europeos y saber
lo que stos queran. Slo los argentinos podan actuar como europeos.
Jean Paul Sartre ha escrito en alguna parte que Hitler, un hombre capaz de
profundas intuiciones en las zonas bajas de la naturaleza humana, confiri ttulos de
nobleza a toda la nacin alemana al establecer que la sangre aria converta a cualquier
salchichero alemn en el miembro de un pueblo de seores (Herrenvolk). Nada necesitaba
hacer el alemn para adquirir este exaltado status. Una cosa, una sola cosa le bastaba: no
tener sangre juda en sus venas. Del mismo modo, los argentinos se sentan superiores a los
otros sudamericanos por no tener sangre negra o india en sus venas. Lo cierto es que la
tenan no mucha, no conspicua, pero los mitos son ms tenaces que las estadsticas.
A comienzos del siglo los gauchos rebeldes haban desaparecido y los indios haban
sido exterminados en una o dos expediciones al desierto. No haba nada que temer de los
olvidados, los sofocados. Las riendas del gobierno eran mantenidas firmemente por los que
saban, los propietarios de tierras y ganados, la gente del dinero y el poder, los que eran
capaces de interpretar lo que estaba ocurriendo en el mundo y prever lo que le haca falta al
pas. Esta nueva clase emergi en 1853, despus de la derrota de Rosas, para unos un
tirano, para otros, el Restaurador de las Leyes, odiado y adorado como habra de serlo
Pern cien aos ms tarde. El poder de esta clase se fortaleci despus de una guerra con
Paraguay, que la Argentina gan nominalmente y Brasil, de hecho. sta fue la clase que
marc con su sello al pas y la ciudad. En 1899 no poda hablarse de la Argentina sin
mencionar a Buenos Aires: Buenos Aires era ya la Repblica Argentina, ms que todo el
resto del pas, que la capital representaba por propio derecho.
Los que mandaban en 1900 eran hombres muy pudientes. El dinero entraba en las
arcas casi sin esfuerzo. Bastaba dejar sueltos a los animales, que se reproducan por
millares. Las lneas frreas, recin tendidas sobre el pas, aumentaron enormemente el valor
de las tierras elegidas, permitiendo a los que estaban en antecedentes hacer rpidas
fortunas. Esta situacin est implcita en la alusin que se hace a una transaccin turbia (the
Argentine Scheme) que trae el deshonor al hroe poco heroico de Un marido ideal, la
famosa comedia de Wilde.
Adems, haba trigo. La Argentina era el granero del mundo. El precio del trigo y
la carne en los mercados extranjeros era cuatro o cinco veces su precio actual, puesto en
moneda actualizada. Las cosas eran as y habran de seguir as para siempre. Algunas
familias de las clases dirigentes fueron conscientes de los grandes privilegios que tenan. Y
decidieron aprovechar estos privilegios, exhibirse, ya que la ostentacin es una de las
peculiaridades de los pases que no tienen nada que mostrar, pases con desiertos de piedra
y pantanos.
El argentino fue ostentoso no ante los extranjeros, sino ante los otros argentinos. Es
lo que ocurre cuando se tiene la sensacin de chapalear en el vaco.
Haba que llenar ese vaco. Pero la pampa no puede llenarse. Cuando se mira al
horizonte, en la chatura de la pampa, se tiene una sensacin de soledad y de mbito cerrado.
Se echa a andar y se descubre que ese mbito cerrado es interminable, que nunca se sale de
l. Hay que llenarlo. Y el argentino llen la pampa con sus sueos. El primero fue el sueo
de la riqueza; el segundo, una consecuencia del primero, fue la enorme importancia de la
Argentina. El mundo necesitaba a la Argentina. El mundo pasaba hambre sin la Argentina.
No haba ningn motivo de preocupacin.
Y se inici la exploracin de Europa. Es verdad que esa exploracin, despus
de una breve visita a Espaa ese desdichado pas, tan pobre en comparacin con la
Argentina! y una corta excursin por el norte de Italia, terminaba al alcanzar La Meca del
peregrinaje: Pars!
Qu era Pars para los argentinos? En primer trmino, el lugar en donde tenan una
conciencia intensificada de su riqueza. Eran argentins; hasta el nombre del pas tena
resonancias de plata. Ser argentin era ser argent. En segundo trmino, para los hombres,
Pars representaba la realizacin de pecaminosas fantasas sexuales; para las mujeres
significaba la adquisicin del chic (una palabra de esos tiempos) que poda comprarse en
una renombrada casa de costura.
Naturalmente, el cruce del ocano tena sus riesgos. Con encomiable previsin, las
familias argentinas adineradas viajaban con vacas y gallinas a fin de contar con leche y
huevos frescos para los nios. A nadie se le ocurra encontrar grosero o vulgar este
despliegue: era un ejemplo ms del podero argentino. Nunca se supo cul era el destino de
las vacas y gallinas que cruzaban el ocano para asegurar la salud de los nios argentinos.
No sabemos si terminaban el viaje en un matadero de Francia o, a la vuelta, en un matadero
de la Argentina. Lo cierto es que, despus de pasar cierto tiempo en Europa, uno empezaba
a husmear que no era elegante viajar con estos pobres animales.
Los argentinos aprendieron algo en Europa, pese a que nadie se senta all a gusto.
Se iba a Europa para mostrar que uno haba estado en Europa. Lo nico que interesaba era
el efecto que ese viaje habra de producir a otros argentinos.
Esta actitud habra de echar hondas races en el carcter argentino y se iba a reflejar
en lo que para un sudamericano, de origen ms o menos latino, es lo ms importante, el
fundamento secreto de la vida: el sexo.
Finalmente, un poco antes de la Primera Guerra Mundial e inmediatamente despus,
los argentinos de las clases altas adquirieron buenos modales. Se logr una excelente
imitacin de la vida europea de gran tren. En Buenos Aires, mansiones suntuosas, como
chateaux franceses, surgieron en lo que habra de llamarse el Barrio Norte; rplicas de
htels parisienses del sixime arrondissement eran favorecidas por los ms perceptivos. No
se desdearon el confort y los hbitos higinicos de los ingleses; los muebles ingleses
compitieron con los franceses. Hablar francs y ms adelante ingls era un logro que
lo situaba a uno socialmente. Como era de esperarse, nadie hablaba italiano. El italiano era
el idioma de los inmigrantes que, junto con los espaoles de las provincias ms pobres de
Espaa, haban inundado el pas en busca de mejores condiciones de vida. Ser espaol (con
excepcin de los vascos) era malo; ser italiano era peor.
Debajo de esta clase social que, por ser de formacin reciente, era pusilnime,
artificiosa y egosta, estaban las masas de inmigrantes de las clases menesterosas. Estos
nuevos argentinos trabajaban, se consideraban argentinos y estaban orgullosos de
pertenecer a su reciente pas. La legislacin social era casi inexistente y se sentan tratados
como parias en su propio pas. stas fueron las fuerzas que habran de explotar en 1945, en
apoyo a Pern, quien, desde el Ministerio de Trabajo y Previsin, se limit a hacer cumplir
viejas leyes laborales que no se respetaban. Y se produjo la colisin entre las dos
Argentinas, la aparente y la real; la nueva tena la excusa de haber sido sofocada; la otra
demostr su incompetencia.
Insisto en el punto porque el peronismo fue un mojn en la vida de Borges. Y la
situacin del pas, a comienzos de siglo, iba a marcarlo.
En este pas dividido haba un solo denominador comn: el sexo. El sexo y la
protesta social estaban en la letra de todos los tangos, en las crnicas criminales de los
diarios, en los prostbulos, rebosantes de prostitutas polacas o rusas, en general muchachas
no arias, que haban logrado escapar de los pogromos y las hambrunas de Europa oriental,
pero no del esnobismo argentino, que les exiga que se hicieran pasar por francesas,
expertas en las artes del amor.
Las clases olvidadas, cerradas en su marasmo rencoroso, sumidas en una ignorancia
recelosa, buscaron su identidad en las formas humilladas del sexo, en un bajo fondo que
permita destellos de cierto orgullo bravo, en una ignorancia que se afirmaba y se
complaca en s misma, en un sentimentalismo a veces no desprovisto de cierto penacho.
De este modo surgi el tango. Y este mundo de burdeles y cuchilleros (criminales muchas
veces promocionados a guardaespaldas de algn poltico) infect al otro, el de las galeras,
le transmiti su voluntad de ocultacin, su deliberada ceguera, el uso del sexo como
instrumento para rebajar al prjimo. Hay que detenerse en este punto para entender las
fuerzas que formaron y deshicieron al nio que iba a ser Jorge Luis Borges.
La palabra hombra tiene diferentes resonancias en cada pas, diversas
implicaciones. Slo puede saberse con certeza lo que no es hombra en un lugar y tiempo
determinados. Para el hombre argentino de principios de siglo la hombra no consista en
vencer dificultades y nada tena que ver con enfrentar las duras realidades de la vida, con
proteger o defender a los dbiles (mujeres, nios y viejos). El mero hecho de ser varn
implicaba una superioridad. No se era hombre por haber ganado una posicin, sino por
haberla heredado. No se era hombre por haber conquistado el amor de una determinada
mujer: se era hombre por haberse acostado, a los doce o trece aos, con una criada, o
haberse comportado bien en el burdel adonde algn to complaciente nos haba llevado.
Esta era la prueba de la virilidad. Si la criada se embarazaba, era irrelevante. Lo
nico que deba hacerse era librarse del producto de esa picarda[2].
Y naturalmente, aos despus, era una buena seal tener una gresca en un cabaret de
moda, con botellas y copas rotas. Mientras tanto, tal vez se haba contrado una enfermedad
venrea. Naturalmente, despus de haberse divertido un tiempo haba que establecerse,
casndose con una prima ms o menos lejana, alguien del mismo crculo en todo caso, una
mujer oficialmente virgen y que tuviera conditio sine qua non la fortuna que permita
aadir algunas hectreas ms de tierra a los millares que uno ya tena. De este modo los
apellidos se unan a otros apellidos, pues los casamientos dentro del mismo grupo de los
terratenientes eran tan comunes como en las familias reales. Esta gente se casaba entre ella,
coma, gastaba dinero y fornicaba con las espaldas vueltas al pas real.
En lo que se refiere al sexo, voy a contar dos ancdotas, tan coloridas como
indecorosas, que dejan ver claramente, ms que ninguna consideracin abstracta, la actitud
de la gente de este medio.
Un caballero (nacido en 1892) coment triunfalmente en una ocasin: Decan que
el hijo de Mximo era marica! Y ah lo tienen, est con una mala enfermedad!.
A fin de evitar cualquier desentendimiento en el lector no aborigen, debo sealar
que para este caballero la sfilis era exclusiva y selectivamente heterosexual, un accidente
doloroso, pero que suscitaba orgullo, como el que podra tener un guerrero de sus heridas.
Otra ancdota. Un caballero muy pudiente, cuado de un ministro de Economa,
qued muy sorprendido cuando la regenta de una casa de la cual era asiduo cliente le
pregunt por qu razn no deca una sola palabra a las mujeres con quienes se acostaba.
Altaneramente, el caballero contest: Nunca hablo cuando estoy sentado en la letrina.
La vctima de esta petulancia bestial era una prostituta, pero se dira que cualquier
mujer tendra que sentir el insulto a todo el sexo que est implcito en esta ancdota. No es
el caso. La ancdota me fue contada por una sobrina del caballero en cuestin, quien
probablemente la haba odo a uno de sus hermanos. Esta mujer, una figura muy
prominente en crculos polticos y literarios, estaba lejos de ser insensible. Sin embargo,
contaba la ancdota atendiendo a su lado cmico (sin duda lo tiene) sin advertir los otros.
Los hombres no perciban la bestialidad de esta actitud. Tampoco sus mujeres, que
daban la bestialidad por supuesta cuando de hombres se trataba. Haba un abismo entre la
vida ntima y la que se mostraba exteriormente en la familia argentina de alta burguesa. El
abismo no provena de ideas religiosas o prejuicios morales, como en la Inglaterra
victoriana. La recndita causa era el tortuoso deseo de afirmar una superioridad que el
Destino le negaba a la Argentina. Haba un mundo de hombres, cerrado y exclusivo, en el
cual los hombres actuaban para y frente a otros hombres. En un famoso tango, Patotero, un
joven echa de menos a una mujer que l ha abandonado, aunque los dos se queran y ella le
era fiel. Pero sus amigos estaban ah. Y se lamenta:
La patota me miraba,
no era de hombres aflojar.
La coquetera del gesto estaba enderezada a los hombres. Ellos eran los jueces.
La mujer era un receptculo de sucios humores o un adorno caro, nunca una
compaera o una amiga. La propia mujer era un mal necesario, necesario para continuar la
familia y consolidar la fortuna. Por supuesto, uno poda tener una mantenida en caso de
contar con los medios. Por largo tiempo los teatros de Buenos Aires proveyeron esta clase
de mujeres, como en el resto del mundo. Pero aqu haba una diferencia. Uno no
compraba una mujer por gustar especialmente de ella, sino para demostrar que uno poda
comprarla. Era algo que uno poda permitirse, como el viaje a Europa o el auto ltimo
modelo.
Todo contribua a intensificar la separacin entre los sexos. En los bares y
confiteras haba un sector reservado llamado Saln Familias. Los lugares que no lo
tenan eran tab para las mujeres que se preocupaban por su reputacin. Por ejemplo, el
Richmond de la calle Florida contaba con una gran clientela de personajes polticos y
literarios, padres, maridos y hermanos de mujeres que no podan entrar a ese lugar. Y ese
tab dur ms o menos hasta la dcada de los cuarenta.
Los Borges
Borges naci en 1899 y vivi sus primeros aos en Palermo, un suburbio de Buenos
Aires. Vivi en una casa como las de la mayora del barrio, con dos patios, cuartos
alrededor, una galera y un muro de separacin, no demasiado alto, cubierto de jazmines,
madreselva, campanillas azules y capuchinas. En el fondo de la casa haba un molino. Las
paredes rosadas reflejaban los colores del crepsculo. Las tormentas de tierra que soplaban
desde la pampa levantaban remolinos que giraban en los patios y producan extraos ruidos
en las habitaciones de altos techos. Por las calles recin pavimentadas pasaba con
frecuencia un hombre con cuatro o cinco vacas vendiendo leche que era ordeada delante
del cliente. Tambin haba otros vendedores con tierra para las plantas.
La familia de los Borges estaba formada por el padre, un hombre culto que haba
soado con ser escritor, la madre, Leonor Acevedo, los dos hijos Georgie y Norah y la
abuela paterna, una inglesa llamada Fanny Haslam, que apod a su nieto Georgie y le
inculc sus ideas protestantes. Por cierto, las ideas de esta religin hereje no eran bien
vistas por la sociedad aparente y oficialmente ultracatlica de Buenos Aires.
Georgie tena veneracin por su abuela y sola mencionar su nombre, aunque
siempre en referencia a algo que tena que ver con la cultura. Por ejemplo, nunca le o
decir: Cuando iba al Zoolgico con mi abuela o A mi abuela le gustaba el t muy
fuerte. En una ocasin me dijo que su abuela haba estado en la frontera sur de la
provincia de Buenos Aires durante la guerra contra los indios, y que le haba contado una
historia que habra de llegar a ser Historia del guerrero y de la cautiva.
No sabemos casi nada ms de Fanny Haslam, salvo que imparti a su nieto las
primeras nociones de ingls. A lo largo de los aos l iba a ir perfeccionando su
conocimiento de este idioma.
El padre de Georgie, segn la gente que lo conoci, era un hombre que irradiaba
afabilidad y gentileza. En las fotografas recuerda a algunos actores britnicos del cine
mudo que simbolizaban la correccin moral, la caballerosidad. Se habla de su aficin a los
libros y sabemos que muri ciego. Georgie siempre supo que la mala vista era herencia de
su padre. (Su hermana, Norah, siempre tuvo vista normal, como su madre). La ceguera era
lo que le tena reservado el destino: la esperaba, resignado de antemano.
Un folleto editado por la Casa Argentina en Israel public en 1967 una entrevista a
Borges despus de la guerra de los seis das. Cuando el periodista le pregunta el motivo de
sus simpatas por Israel, Borges nombra a su abuela protestante, que conoca la Biblia de
memoria, y menciona su profunda admiracin por Spinoza; habla de la Cbala, de Martin
Buber, del hasidismo, y aade textualmente: Adems, puede haber otra razn. El apellido
de mi madre es Acevedo. Ramos Meja ha escrito un libro sobre las viejas familias porteas
y afirma que, por lo general, tienen uno de dos orgenes: son vascas o judeo-portuguesas.
Entre estas ltimas menciona a los Acevedo, el nombre de mi madre.
Lo cierto es que uno de sus temas favoritos, un hombre es todos los hombres,
implica la imposibilidad de conocer los orgenes de cada uno. La ignorancia sobre los
propios orgenes, tan ardientemente deseada por muchas familias en el Nuevo Mundo,
puede ser wishful thinking, pero est confirmado por la estadstica: tenemos dos padres,
cuatro abuelos, ocho bisabuelos, diecisis tatarabuelos y la progresin geomtrica llega
al punto en que, para el ao en que Coln desembarc en Amrica, cada uno de nosotros
tiene un milln de antepasados en su linaje. Un hombre es el hijo de todos los hombres. La
sangre de todos ha contribuido a formar un solo hombre. Y ste es un punto que se debe
tener presente al analizar a Borges: el realismo de sus observaciones, incluso cuando
parecen abstractas y hasta msticas.
Pero volvamos al nio Georgie, a ese nio tmido, aislado, sobreprotegido, perdido
un da en los terrenos baldos que abundaban entonces en Palermo.
Borges, que sola hacer confidencias a sus amigos y a las mujeres de quienes se
enamoraba, que era locuaz hablando de poltica, cine y, por supuesto, literatura, jams
hablaba de su infancia. Y no slo en sus contactos personales, sino que evit el tema en su
literatura y en sus cartas, con la nica excepcin de un da de la niez, un da que haba
iniciado el laberinto mltiple de pasos, un da cuyo corolario est al fin del Poema
conjetural, cuando Francisco Narciso de Laprida, el hombre que haba proclamado la
independencia de estas crueles provincias, descubre su destino sudamericano de muerte,
con un ntimo cuchillo en la garganta.
A Borges le gustaba conjeturar. Su mente funcionaba a sus anchas al rastrear las
lneas de una determinada conjetura. Por ejemplo, en Emma Zunz se dice que todos
creyeron a la herona cuando miente sobre las circunstancias de su venganza. La historia
era increble, en efecto, pero se impuso a todos porque sustancialmente era cierta.
Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero
tambin era el ultraje que haba padecido; slo eran falsas las circunstancias, la hora y uno
o dos nombres propios.
Otros escritores Tolstoi, Proust, Stendhal nos han hecho el regalo de su
infancia, han contado el maravilloso despertar de las primeras sensaciones, el misterio y el
temor con que descubren el mundo, los animales, los juegos que aman. Nada de esto
aparece en Borges. Es como si un teln se hubiera corrido sobre su infancia y l no quisiera
levantarlo. Incluso las alusiones a las que era tan aficionado cesan aqu. Slo contamos con
ese da del Poema conjetural.
Una vez l me hizo una observacin muy curiosa. Yo le haba estado hablando de
las playas del Uruguay, un pas que l tambin quera. Tal vez yo puse demasiado
entusiasmo en mi descripcin de la arena fina y blanca de algunos lugares, rosada y de
grano ms grueso en otros. l me escuchaba con cierta impaciencia. Imagino que no
aprobaba mi entusiasmo o senta celos por la vida que supona que yo llevaba en esas
playas. Lo cierto es que me dijo de golpe, en tono cortante. Una playa es como un terreno
baldo donde la gente se pone en paos menores.
Esta definicin, injusta y rencorosa, habra de repetirse. Rara vez aceptaba la
invitacin de sus amigos, los Bioy, de pasar unos das en Mar del Plata, donde ellos tenan
una casa. En cambio, siempre aceptaba cuando lo invitaban a ir al campo o a la finca de
Enrique Amorim sobre el ro Uruguay. Sin duda, la vida social en un balneario suele ser
muy intensa. Podra suponerse que esta frivolidad en casa de personas enteramente
dedicadas a la literatura era desaprobada por Borges.
Sera un error. Borges no desdeaba la frivolidad. Ms an: la encontraba atractiva
en las mujeres y le diverta en algunos hombres. La naturaleza le gustaba y era capaz de
gozar de ella. Le encantaba nadar en ros y estanques, perciba los matices del color de la
tierra (y me habla de ellos en una carta que me escribi desde Santiago del Estero). En una
ocasin se hizo tomar una instantnea nadando en el ro Uruguay y me la envi con los
cuatro versos del Poema del Tercer Elemento escritos detrs:
Agua, te lo suplico. Por este sooliento
enlace de numricas palabras que te digo,
acurdate de Borges, tu nadador, tu amigo.
No faltes a mis labios en el postrer momento.
La vida cultural de Borges, la vida que l quiere que conozcamos, se inicia con su
adolescencia en Ginebra. Antes tenemos slo la referencia a alguna tapia, a algn aljibe, a
algn molino para sacar agua y la noche lateral de los pantanos.
En conversaciones con sus amigos se refiri alguna vez a los relatos que lea su
hermana Norah en la infancia: Genoveva de Brabante, Rosa de Tanemburgo. Pero los
edificantes y entretenidos cuentos del dicono Schmidt no lo atrajeron, al parecer. Tampoco
Perrault, Grimm o Galland ocuparon un puesto en su mitologa personal.
Podemos suponer que su madre le habl de esas cargas de caballera en que haban
intervenido sus antepasados. Slo en 1972, en la dedicatoria a su madre de las Obras
Completas, la menciona a ella como fuente. El teln echado sobre su infancia nunca se
levant. Tal vez crea que estos hechos viriles perdan lustre si aparecan relatados por una
mujer. Estas hazaas pertenecan a la secreta mitologa de los varones.
Alrededor de 1913 los Borges se fueron a Europa. No fue un viaje de ida y vuelta,
un viaje de placer o de ostentacin. Fueron a quedarse all, pero los motivos no se conocen.
El peso argentino era entonces una moneda fuerte y la vida en Europa ms barata
que la vida en Buenos Aires, incluso para familias de nivel medio. Es difcil imaginar a
Leonor Acevedo viviendo lejos del pas que tanto quera. Pero lo hizo, y esto aumenta la
incgnita.
Desde su infancia Georgie fue destinado a ser escritor, del mismo modo que los
padres decidan entonces que sus hijos iban a ser mdicos, ingenieros o abogados. Jorge
Borges, este caballero de aire apacible, parecido a Percy Marmont, un galn britnico de la
dcada de los veintitantos, de cara imperturbable, siempre en papeles nobles, educ a su
hijo para ser literato. ste fue el primero de los mandatos que recibi Georgie.
As, se empez a crear una especie de mitologa en torno a las capacidades literarias
del nio. Cuando su madre contaba, ms de medio siglo despus, que su hijo haba ledo el
Quijote a los siete aos y haba escrito como resultado un cuento en el estilo de La gloria
de don Ramiro, podemos creer que su memoria y la gloria actual de su hijo la confundan.
Georgie debe de haber escrito algo que las personas mayores retocaron y ampliaron. Me
baso en el hecho de que Borges slo apreci las magias parciales del Quijote en su edad
madura. Y la hazaa recuerda demasiado a Jess a los doce aos, dando ctedra entre los
doctores, o a Adelina Patti en su jardn, a los nueve, entablando un duetto prolongado con
los ruiseores.
De algn modo, los Borges llamaron la atencin en Espaa. Eran, sin duda, una
familia muy rara y toda la voluntad de correccin burguesa que movilizaba a Leonor
Acevedo no poda ocultar este hecho. Los Borges se crean una familia normal. No lo eran
y no podan serlo. Pero la actitud de la familia prepar el camino a este nio, destinado a
ser un gran escritor.
De acuerdo con el ideal esttico de la poca, la suma perfeccin literaria estaba
representada por un estilista impecable, a la manera de Gabriel Mir o del argentino
espaolizado Enrique Larreta. Los sarcasmos que habran de inspirar ms tarde a Borges las
perfecciones buriladas de las Figuras de la Pasin del Seor o La gloria de don Ramiro
apuntan a esto. En l hubo una honda rebelin en el plano literario contra lo que su
familia esperaba de l.
Adems de Espaa, los Borges visitaron la inevitable Francia y, cuando estall la
guerra, en vez de volver a la Argentina, se establecieron en Ginebra.
En Europa Georgie descubri otro mundo en libros que no eran los que su familia le
daba, sino los que l elega; estudi; fue feliz. Se senta maravillado ante la vieja ciudad, la
sede de la Repblica de Calvino, la capital de la Reforma triunfante, de esa religin que su
abuela le haba transmitido por smosis, como una actitud ms que como un credo. El
protestantismo fue tal vez la primera rebelin de este hombre que no era un rebelde.
En sus ltimos aos, hablando de Ginebra en una entrevista, el viejo Borges
menciona la exaltacin y la humillacin. La exaltacin estaba a la vista de todos; la
humillacin fue un secreto que muy pocas personas habramos de conocer.
Volvieron en 1921. Algo bsico haba cambiado en la vida del joven Borges y l
senta profundamente ese cambio.
En Palermo, los cuchilleros y matones ya escaseaban, pero seguan viviendo en su
imaginacin. La patria a la que haba llegado le era ajena, pero era el pas de sus
antepasados y tena que asumirlo. Para aceptar su patria tena que crearla.
En Ginebra, deslumbrado por Schopenhauer, cuyo Welt ais Vorstellung und Wille
(El mundo como voluntad y representacin) haba sido su manual de alemn, fascinado por
los arcngeles y serafines de Swedenborg, conmovido por las llameantes doncellas de
William Blake, deba mantener secreto este conocimiento tumultuoso, extraterreno, y
adaptarse al nuevo pas, a su presente y futuro pas. Hasta cierto punto lo logr.
Olvidadizo de que ya lo era, quise tambin ser argentino (prlogo de 1969, pg. 55,
Obras Completas). Y discuti infinitamente con otros jvenes literatos las metforas de
Rubn Daro, Apollinaire y Lugones, sentado a una mesa de caf y bebiendo un vaso de
leche mientras ellos sorban caa, grappa o caf.
Acaso por influencia de Evaristo Carriego, un amigo de la casa, los cuchilleros
aparecieron como la imagen de la hombra y el coraje.
En los poemas de Fervor de Buenos Aires, Muertes de Buenos Aires y Luna de
enfrente est la angustia del escritor que se siente diferente y desea integrarse; esta
integracin suele tomar la forma de la muerte como una manera de resistir a la realidad que
lo enfrenta.
En un plano menos profundo se le imponan los valores establecidos. Quera
parecerse a Lugones porque ste era el poeta de moda entre los escritores jvenes de
entonces. Como Lugones, cant a las lunas suburbanas, a los patios, a las novias
nostlgicas. Estaba prisionero en el damero interminable de Buenos Aires y crea que nunca
iba a salir de l.
El vasto mundo no le perteneca, nunca iba a ser suyo. Suyas eran las calles de
Palermo, la manzana en donde estaba su casa, el cementerio de la Recoleta, donde sus
huesos iban a descansar para siempre. La muerte acecha en todas las esquinas de estos
poemas. El destino de Jorge Luis Borges estaba fijado: saba que iba a perder la vista, que
sus poemas y sus ensayos, tmidos, pero ya agresivos, iban a ser apreciados por un grupo de
amigos; saba que iba a enamorarse y que su amor iba a ser rechazado; saba que sus pasos
iban a recorrer una y otra vez las mismas calles; saba que iba a or siempre las mismas
voces; saba que su destino iba a ser modesto y restringido; saba todo esto.
El joven afirma que los aos pasados en tierras extraas son ilusorios, que l
siempre ha estado y estar en Buenos Aires. Una declaracin de amor a su ciudad? As
lo han interpretado sus admiradores, que quieren creer en ese ciego amor. Pero el amor de
Borges, lejos de ser ciego, era un acto de voluntad. Es posible que este siempre he estado
y estar en Buenos Aires haya sido un reto a los grupos que ya empezaban a acusarlo de
tener una orientacin extranjerizante. O quizs sea la confesin de un fracaso.
Las dos interpretaciones son posibles, ya que Borges era un hombre ambiguo.
Haba aceptado su oscuro destino; no conoca el alcance de sus fuerzas, su rebelda
oculta, que habra de estallar un da y convertirlo en un hombre viejo y ciego que ha de
romper las columnas del Templo. Borges estaba lejos de sospechar entonces que poda ser
Sansn, el ms fuerte de los hroes.
Calle Florida
Estamos como sitiados por el verano. Vuelvo el jueves. Afectos de todos para todos.
Los Durante o los Avellanal a los que alude Amorim son los apellidos de la
familia de mi madre, que alguna vez tuvieron tierras por esos lados. Creo que puse el reloj
de Georgie en la cartera para llevarlo a componer; siempre he tenido la mana de
destrozar programas de cine, folletos, papeles de esos que se dan en la calle. Es raro que
la ternura de Georgie se haya fijado en este rasgo.
Sin fecha.
75 pginas de pruebas (de las que debo extirpar 10 y agregar 1 que todava no
existe) me prohben la caligrafa y la sintaxis. Querida Estela: tus cartas me han conmovido
mucho; quiero estar contigo, quiero saberte a mi lado. El universo (tipogrficamente) anda
bien: alguna vez en el decurso de este ao aparecer el libro sobre Quevedo; La Piedra
Lunar puede surgir, me aseguran, en cualquier da de la semana que viene. Espero a pie
firme tus notas. Regnidev va a Europa: eso quiere decir que estar mas cmodo en los
Anales. Cundo vienes? Un abrazo.
Georgie.
Jueves 28.
Querida Estela:
Me dio mucha alegra tu carta, tan parecida a tu voz. Estoy abrumado de tareas que
lindan con la literatura: el Sptimo Crculo, la Puerta de Marfil (esta enumeracin es
suficientemente potica, pero en breve decae) y, ahora, los Anales de Buenos Aires, que
dirigir. Esta maana me vi en Constitucin con Patricio, que me prometi algunas notas.
Ojal t tambin te dignaras colaborar. La tarea de construir una buena revista es
interesante, pero no deja de ser ardua en un Buenos Aires desierto. Mi actividad me
escandaliza. Honor al mrito: das pasados alguien cuyo nombre adivinars habl de ti
como inevitablemente predestinada a una recompensa literaria y municipal.
Trato de escribir con escaso xito.
En las estaciones del subterrneo, una efigie de Dorothy Lamour momentneamente
consigue parecerse a vos. Muy inexistente, pero tuyo,
Jorge Luis Borges.
Creo que es la primera y nica vez que Georgie firma una carta a m con su
nombre entero. Patricio es mi hermano, a quien nombro en otra parte de este relato y que
colaboraba en Sur y colabor en los Anales. (Ese ao me dieron el Premio Municipal de
Literatura por mi novela El muro de mrmol; probablemente la persona que habl a
Borges de m era Francisco Luis Bernrdez, el poeta, que formaba parte del jurado).
Sin fecha.
Querida Estela:
Anoche, cenando y trabajando en lo de Bioy te imaginaba todo el tiempo. Al volver,
encima de la mesa estaba tu carta. La nota sobre Twelve against the Gods (Doce contra los
dioses) es muy buena, aunque injusta; saldr en el quinto nmero de los Anales (el cuarto
sali ayer con dos notas de Patricio). Escrib lo de tipogrficamente porque fuera de lo
relativo a ese adverbio estoy muy abatido. (Un resfro y dos inspidos das en cama han
colaborado). Ojal vuelvas pronto, Estela. Peyrou y Ayala han quedado debidamente
impresionados por tu nota sobre Kessel. Hasta la pluma con que escribo es deficiente. Te
quiero mucho,
Georgie.
Poco hay que decir sobre esta carta, corrobora las otras y muestra los ataques de
abatimiento a los que era tan propenso y que le hacan tanto dao a su alma.
Lunes 5.
I miss you unceasingly (te echo de menos incesantemente). Descubrir juntos una
ciudad, sera, como dices, bastante mgico. Felizmente otra ciudad nos queda: nuestra
ilimitada, cambiante, desconocida e inagotable Buenos Aires. (Quiz la descripcin ms fiel
de Buenos Aires la da, sin saberlo, De Quincey, en unas pginas tituladas The Nation of
London). Adems, cuando descubramos Adrogu, nos descubramos realmente a nosotros
mismos; el descubrimiento de caminos, quintas y plazas era una especie de metfora
ilustrativa, de pequea accin paralela.
No te he agradecido an la alegra que tu carta me dio. Esta semana concluir el
borrador de la historia que me gustara dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde
estn todos los lugares del mundo. Tengo otro objeto semimgico para ti, una especie de
calidoscopio.
Afectos a los Bioy, a Wilcock. Deseo que pases en Mar del Plata una temporada
feliz y (me dirs que esto es incoherente) que vuelvas pronto.
Yours, ever,
Georgie.
Podemos situar la fecha de esta carta por la alusin a mi estada en Mar del
Plata, en el mes de febrero de 1945. Ya haba empezado a escribir El Aleph y hace
mencin al otro aleph, el calidoscopio que iba a destruir Too, como narro en estos
recuerdos. (Mi partida para Mar del Plata haba interrumpido nuestros paseos de finales
de diciembre y enero).
Lunes diecinueve.
Querida Estela:
Una vasta gratitud por tu carta. A lo largo de las tardes el cuento del lugar que es
todos los otros avanza, pero no se acerca a su fin, porque se subdivide como la pista de la
tortuga. (Alguna noche hablamos de eso, ya que es uno de mis dos o tres temas). Me
agradara mucho que me ayudaras para algn detalle preciso, que es indispensable y que no
descubro. Catorce pginas he agotado ya con mi letra de enano.
No s qu le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente.
Corrientes, Lavalle, San Telmo, la entrada del subterrneo (donde espero esperarte una
tarde; donde, lo dir con ms timidez, espero esperar esperarte) te recuerdan con dedicacin
especial. En Contrapunto, Sbato ha publicado un artculo muy generoso y lcido sobre el
cuento La muerte y la brjula, que alguna vez te agrad. Se titula La geometrizacin de la
novela. Sospecho que no tiene razn.
Qu escribes, qu planeas, Estela? Tuyo, con impaciencia y afecto,
Georgie.
Fuera de las alusiones a El Aleph, hay aqu unas lneas que indican lo que Borges
pensaba de su obra, en contra de la opinin de Sbato, que era la corriente esos das.
Borges jams vio sus obras como construcciones geomtricas, ms o menos ingeniosas. No
lo eran. Eran, por el contrario, trozos vivos de su alma, seales que l nos haca para que
lo comprendiramos. Su pudor las adornaba y las dificultaba: presentaba una mscara,
esperando que alguien se diera cuenta de que, detrs, haba una cara verdadera, humana y
sufriente. No era por cierto la impresin que se tena por entonces en Buenos Aires. Y no
est de ms recordarlo, e insistir en ello. Borges slo se permite un comentario: Sospecho
que no tiene razn, con lo que invalida la lucidez del comentario de Sbato.
Adrogu, sbado.
A pesar de dos noches y de un minucioso da sin verte (casi llor al doblar ayer por
el Parque Lezama), te escribo con alguna alegra. Le avis a tu mam que tengo admirables
noticias; para m lo son y espero que lo sean para ti. El lunes hablaremos y t dirs. Pienso
en todo ello y siento una especie de felicidad; luego comprendo que toda felicidad es
ilusoria no estando t a mi lado. Querida Estela: hasta el da de hoy he engendrado
fantasmas; unos, mis cuentos, quiz me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones, me han
dado muerte. A stas las vencer, si me ayudas. Mi tono enftico te har sonrer; pienso que
lucho por mi honor, por mi vida y (lo que es ms) por el amor de Estela Canto. Tuyo con el
fervor de siempre y con una asombrada valenta,
Georgie.
[Estoy en Buenos Aires, te ver esta noche, te ver maana, s que seremos felices
juntos (felices, deslizndonos y a veces sin palabras y gloriosamente tontos), y ya siento el
dolor corporal de estar separado de ti por ros, por ciudades, por matas de hierba, por
circunstancias, por los das y las noches.
stas son, lo prometo, las ltimas lneas que me permitir en este sentido; no
volver a entregarme a la piedad por m mismo. Querido amor, te amo; te deseo toda la
dicha; un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace ante nosotros. Escribo
como algn horrible poeta prosista; no me atrevo a releer esta lamentable tarjeta postal.
Estela, Estela Canto, cuando leas esto estar terminando el cuento que te promet, el
primero de una larga serie. Tuyo].
Otra carta que no necesita comentarios. Jams Borges se ha mostrado ms
afirmativo, pero al final duda, vuelve, por un instante, a sus obsesiones.
Sin fecha.
Santiago has a flavour of its own, a sad, wistful flavour. The land is yellow. The soil
is mostly sand, the green is really grey. There are several fine old houses, of great beauty
and nobility. I miss you all the time. Yesterday I lectured on Henry James and Wells and the
dream-flower of Coleridge. Today I shall speak of The Kabbalah. Tomorrow, Martn Fierro.
Then we go to Tucumn
(Santiago tiene un sabor propio, un sabor triste, intenso. La tierra es amarilla. El
suelo es arena en su mayor parte, el verde es realmente gris. Hay varias casas viejas y
bonitas, de gran belleza y nobleza. Te echo de menos todo el tiempo. Ayer habl sobre
Henry James y Wells y la flor-sueo de Coleridge. Hoy hablar de La Cbala. Maana,
Martn Fierro. Despus iremos a Tucumn).
En momentos de exaltacin o gran dolor, Borges escriba en ingls. Una manera
ms de cubrir sus entusiasmos, sus sentimientos, una forma de su pudor.
Sin fecha.
Querra agradecer infinitamente el regalo de anoche. Anoche dorm con el
pensamiento de que me habas llamado y esta maana fue lo primero que supe al despertar.
(Tendr que repetir que si no te avis mi partida de Buenos Aires lo hice por cortesa o
temor, por triste conviccin de que yo no era para ti, esencialmente, ms que una
incomodidad o un deber?).
Hay formas del destino que se repiten, hay circling patterns; ahora se da sta: de
nuevo estoy en Mar del Plata, desendote. Pero esta vez yo s que en el porvenir
cercano, inmediato? ya est la noche o la maana que con plenitud ser nuestra. Estela
querida
Afectos de los Bioy, saludos a tu mam. No me olvides por mucho tiempo,
Georgie.
No puedo situar con precisin esta estada de Borges en Mar del Plata Mar del
Plata, que l siempre eluda. Quiz fue llamado para algn trabajo con Adolfito Bioy. Y en
la carta encontramos la curiosa retranca, el haberse ido sin avisarme, por temor a ser
una incomodidad o un deber. (Pienso que su madre no era quizs ajena a este viaje: las
resistencias de l que tomaban la forma de temores, timideces, culpas, etc. aparecan
cuando ella afirmaba su voluntad. Pero, en todo caso, otra vez se trata de una pura
conjetura).
Sin fecha.
Dearest:
Ya Mar del Plata es Adrogu o Buenos Aires, ya todo alude a ti. (Desde luego, tal es
el destino de los lugares en que yo estoy). Trabajo con Adolfito regularmente, y cada tarde
inventamos o intercalamos en el film una nueva escena. Todo eso lo hago con una porcin
externa del alma, que trabaja con trivialidad y eficacia; siempre, algo profundo en m te
recuerda.
Con Silvina siempre hablamos de ti. Me ha hecho un esplndido retrato que
exornar (?) mi libro de cuentos; se adivina que estoy pensando en ti. Tengo un poco tus
ojos. Cundo lo vers? Me han conmovido mucho tus cartas. (Me atrevo a ese plural
porque Silvina me ha mostrado la que le enviaste). Quiera Dios que hablemos maana.
Estela, un abrazo. Tuyo con impaciencia,
Georgie.
Evidentemente haba ido a trabajar con Adolfito, y Silvina, con su tacto y sutileza,
haba hecho disminuir las sensaciones de culpa de l. Tambin me hizo a m, poco despus,
un magnfico retrato, con un libro de Borges bajo la mano que tengo apoyada en el pecho.
Mircoles cuatro.
Estela adorada:
Indigno de las tardes y las maanas, hateful to myself, indigno de los das
incomparables que he pasado contigo, indigno de los lindsimos lugares que veo (el
Hervidero, el Uruguay, las cuchillas con algn jinete, las quintas), paso das de pena, de
incertidumbre. No he recibido una lnea tuya. Pienso en algn inverosmil contratiempo
postal; no s con qu inflexin escribirte, no s quin soy ahora para ti. Vanamente procuro
conciliar tu cario y tu cortesa de ayer con tu silencio de hoy. No te pido explicaciones, te
pido un signo de que an existo para ti, de algn modo. El viernes estar en Buenos Aires.
Habr de repetirte que te quiero y que podemos ser muy felices? Estela, no me dejes as.
Tuyo, muy solo,
Georgie.
Si Bernard Shaw tiene razn, debemos buscar las claves de Borges en sus ficciones
literarias. Si Borges tiene razn, debemos buscar en los actos de su vida, incluso los ms
pueriles, la clave del hombre que l fue.
Borges era un hombre contradictorio. Basta comparar los resignados poemas de la
juventud con algunos de los virulentos artculos publicados en El Hogar, en Crtica y
revistas del treinta y tantos. En esta dcada su carga agresiva se lanzaba sin motivo aparente
contra personas o corrientes de pensamiento que haban suscitado alguna forma de
atencin.
Esto nos lleva a analizar sus temas, las situaciones que se repiten. Funes el
Memorioso, Isidro Parodi y el preso de La escritura del dios son seres inmovilizados por
causas externas que descubren desde el catre del paraltico, la celda de la penitenciara o la
mazmorra mexicana los arcanos del mundo, aclaran enrevesados crmenes o leen en la piel
de una fiera el mensaje divino. En el Poema conjetural y la Biografa de Tadeo Isidoro
Cruz sobreviene el instante de la iluminacin, ese camino de Damasco del que hablaba
Proust, que es la ltima realidad de cada uno. Una realidad que lleva a su destino de muerte
a Narciso de Laprida, un caballero de sentencias y de cnones, y a un gesto heroico
inesperado al milico Cruz, que no haba nacido para perseguir a los bandoleros, sino para
ser su hermano.
La similitud de temas en El Zahir y El Aleph es evidente: el objeto mgico. En La
muerte y la brjula y El Aleph se repite el encuentro con lo Innombrable: el nombre de
Dios.
En un poema en ingls que en las Obras Completas aparece dedicado a Beatriz
Bibiloni de Bullrich, dice Borges:
I offer you the loyalty of a man who has never been
loyal
Lo he elegido como clave porque fue escrito en el tiempo en que ms vea a Borges,
es decir, en el momento de su gran enamoramiento, antes de la frustracin en que lo sumi
mi desaparicin durante tres aos.
El Zahir es, literariamente, uno de los cuentos menos logrados de Borges. Hay aqu
una mezcla de imgenes que recuerda las superposiciones y disparidad de elementos de los
sueos. Como sabemos, un sueo exige ser contado de manera lineal, cronolgica,
siguiendo un hilo. La trama existe es decir, la idea general, pero hay en el sueo
profusin de elementos que son suprimidos en aras de la claridad. Y, de alguna manera,
pese a la voluntad del autor de claridad y elucidacin, El Zahir queda en el terreno de los
sueos y de las conjeturas. Es como si dos corrientes convergieran aqu y no pudieran
fundirse.
El Zahir fue escrito en momentos muy dramticos para Borges. Viene despus de El
Aleph y, de alguna manera, se percibe el conflicto que el autor est viviendo. Yo todava no
lo haba dejado, pero l presenta que esto iba a ocurrir.
El Zahir es uno de los cuentos en que aparecen realidades cotidianas, simples
hechos que adquieren sentidos fantsticos. No es lo que sucede, por ejemplo, en Las ruinas
circulares o en El jardn de los senderos que se bifurcan, cuentos francamente instalados en
mundos imaginarios. Hombre de la esquina rosada o Emma Zunz no salen jams del
terreno real.
En El Zahir, como en El Aleph, la fantasa se casa con la realidad. La realidad
asume un carcter de fantasa. La realidad es fantstica y, para llegar a percibir este
elemento en lo cotidiano, fue necesario que se produjera un gran desplazamiento en el ser
ntimo de Borges.
El zahr se parece tambin al aleph por ser un objeto mgico. Pero los objetos
mgicos en este gran admirador de las Mil y una noches nunca son producidos por un
mago, sino que aparecen en un almacn cuando le dan un vuelto, o estn en el fondo de un
stano y su existencia es anunciada por el ms insignificante de los poetastros, que adems
es su rival.
Yo viva entonces en la esquina de Chile y Tacuar, y es en un bar de Chile y Tacuar
donde le dan la fantstica moneda.
En ese boliche sola hacer tiempo por las maanas con su sempiterno vaso de
leche o un ocasional vasito de caa de durazno si se senta especialmente tmido. (Creo que
la timidez de Borges aumentaba a medida que, de algn modo, aumentaban sus
resistencias).
No se atreva muchas veces a cruzar la calle, subir al ascensor y llamar a la puerta
de mi casa. La chica que nos serva ms que una criada, una persona de la familia sola
verlo all cuando iba al mercado. Esta muchacha, madre de Too, destructor y beneficiario
del aleph, vena y me deca: Ah est su enamorado desde hace media hora. Quiere que le
diga que suba?.
Lo cierto es que l, muchas veces, necesitaba este prembulo antes de presentarse. Y
no lo haca entonces hasta las diez y media de la maana, aunque me haba telefoneado a
las nueve y media y el viaje en subterrneo no llevaba ms de diez minutos. Era una de sus
delicadezas excesivas, esa delicadeza que envolva muchos de sus actos, como si quisiera
que le fueran perdonados, cuando no haba nada que perdonar.
En todo caso fue en ese caf donde le dieron de vuelto una moneda brillante de
veinte centavos, recin acuada, que l convirti en el zahr. Me la mostr en la palma de la
mano, admirado de su flamante fulgor.
Es posible que Umberto Eco se haya inspirado para el ttulo de su novela El nombre
de la rosa en las referencias de Borges, que dice: quien ha visto el zahr pronto ver la
rosa; el zahr es la sombra de la rosa y la rasgadura del Velo. Un poco antes de esta alusin
tan clara al sexo femenino la rosa dice: Zahir en rabe quiere decir notorio, visible;
en tal sentido es uno de los Noventa y Nueve nombres de Dios. Y termina afirmando: Tal
vez yo acabe por gastar el zahr a fuerza de pensarlo y de repensarlo.
Quizs a Eco le haya llamado la atencin el hecho de que Borges sintiera espanto
ante el zahr, quisiera librarse de l. Quiz detrs de la moneda est Dios, pero Borges tiene
miedo a Dios: su actitud es la de los pueblos semitas, movidos por el temor a la divinidad.
En Historia universal de la infamia hay un relato que se llama El Tintorero
Enmascarado Hakim de Merv. Borges divide la historia en relatos pequeos. Uno de estos
relatos, El Toro, es espectacular y breve. Dice el autor: del fondo del desierto
vertiginoso vieron adelantarse tres figuras que les parecieron altsimas. Las tres eran
humanas y la del medio tena cabeza de toro. Cuando se aproximaron vieron que ste usaba
una mscara y que los otros dos eran ciegos Alguien indag la razn de esta maravilla.
Estn ciegos, el hombre de la mscara declar, porque han visto mi cara.
Este prodigio, la idea de ser cegado por un resplandor divino, queda luego
penosamente anulado, casi equiparado a muchas sorpresas fciles, cuando nos enteramos
que lo que el hombre oculta tras la mscara de toro es su cara deformada por la lepra.
Pero en el toro est el comienzo de ese aterrador fulgor que va a perseguir a
Borges en El Zahir. Y tambin, de alguna manera, si zahr es palabra persa, como sugiere
Borges en algn punto, esto nos lleva a la dualidad del bien y del mal.
En El Zahir el autor empieza por contar burlonamente la vida y muerte de una dama
de sociedad, Teodelina Villar. Como en los sueos que empiezan de manera banal y
terminan en el terror, el hilo del relato se pierde, se entrevera. En un momento ya no est en
el velatorio de Teodelina Villar que ha cometido el solecismo de volverse pobre e ir a
morir en el Barrio Sur, sino en la esquina de Chile y Tacuar, donde le dan el zahr.
Teodelina Villar y sus esnobismos trasnochados son eclipsados por el zahr. Pero l
tampoco quiere quedarse con el zahr. Hace lo posible por librarse de l. Todo es intil. El
zahr es una obsesin y l seguir pensndolo eternamente. El mundo cerrado de Teodelina
Villar desaparece, se queda en el camino. Permanece el mundo de la moneda mgica, del
cual no puede, aunque quiera, escapar.
En la novela de Umberto Eco, Jorge de Burgos, el monje ciego, con las iniciales y
hasta las consonantes del nombre de Borges, no vacila en cometer varios crmenes para
ocultar la sabidura que est guardada en las pginas de uno o dos libros en griego.
Pero Borges no quiere ocultar este resplandor el zahr para que los otros no
tengan la libertad. Su acto, contrariamente al de Jorge de Burgos, dirigido contra la
humanidad, para que siga sumida en las tinieblas, es un acto personal y nico. Borges se
quiere liberar del zahr porque su resplandor es excesivo para l, no por querer esconderlo a
los otros hombres. Y no creo aventurado afirmar que Borges jams pens en la humanidad
como humanidad, jams se condoli o se interes en ella. l constataba su humanidad un
hombre est hecho por todos los hombres, es todos los hombres, pero no pensaba ms. Y
descendiendo un poco podemos decir que se le puede tratar de egosta, nunca de
reaccionario en el sentido en que lo es Jorge de Burgos. Jorge de Burgos es reaccionario por
vejez; Borges lo era por infantilismo; Jorge de Burgos no quera que los dems crecieran;
Borges tema y anhelaba el propio crecimiento. Borges, sin duda alguna, hubiera estado con
Guillermo de Baskerville, no slo por ser ingls, sino porque gravitaba hacia la sweetness
and light (la dulzura y la luz) de Matthew Arnold.
Si he aludido al maniquesmo es porque en El Zahir estn presentes las dos
tendencias que lucharon en su vida hasta el fin: por un lado, Teodelina Villar, ese mundo al
que est atado, del que se burla, pero que se le impone; por el otro, el de la libertad no
una mera libertad poltica que tampoco tuvo, ya que no eligi por su cuenta, sino la otra,
la libertad resplandeciente, la del ser que se asume. Pero l no se atreva a mirar el zahr.
A Georgie no le interesaba el problema del Bien y del Mal, la lucha entre estas
fuerzas. l se proclamaba agnstico, es decir, el que no sabe. Estaba atento y no
tomaba partido. Vea el Mal, lo usaba en un cuento, sin reprobarlo o atribuirle un origen
diablico. La dualidad maniquea no exista de hecho para l. Sin embargo, El Zahir parece
una premonicin.
Otto Rank era un alemn que muri a los treinta y cinco aos escalando montaas
en los Alpes. Era nazi y una personalidad curiosa. Haba estado en los Pirineos, buscando el
secreto de los ctaros, el tesoro de esos descendientes de los maniqueos que el papado y los
reyes de Francia exterminaron cruelmente y en quienes Borges poco o nada pensaba. Se
supona, segn algunas leyendas en las que Rank crea, que el tesoro se haba salvado de la
catstrofe y estaba guardado en unas cuevas de los Pirineos. Rank nunca lo encontr.
Tambin supona que ese tesoro era el santo Graal, y que el Graal era un copn que
contena una piedra brillante, o era esa misma piedra. Esa piedra brillante era el deseo del
Paraso, es decir, una especie de zahr. El zahr sera la moneda con la cual se paga el
ingreso
Esa piedra brillante tambin existe en el budismo, esa religin sin Dios que a
Borges le interesaba vagamente, la joya que tambin resplandece. Es decir, que la idea del
zahr, que ha llegado a ser islmica, y tiene nombre rabe, aparece en la tradicin celta e
indostnica, no en la tradicin hebrea. El smbolo de Dios es un resplandor.
En el mundo intermedio de sueos y realidades que era su creacin artstica, esa
moneda mgica deba ser la entrada a la vida, la liberacin de culpas y tabes.
Teodelina Villar, esa caricatura apenas caricaturesca de seora argentina, hecha en
dos o tres magnficos trazos, no carentes de malignidad, se haba quedado atrs, estaba
muerta. En Chile y Tacuar, una poco atrayente esquina del Barrio Sur de Buenos Aires, le
haban dado la moneda. La moneda en la cual, por el momento, estaba la esperanza.
Aos despus, cuando Borges era director de la Biblioteca Nacional fue a verlo un
cantor desconocido que haba puesto msica a algunas de sus milongas y cantaba
marcialmente, acompandose con una guitarra, algunos de sus poemas. A Borges le gust
cmo cantaba: de algn modo haba atrapado el ritmo bravo que Borges quera dar a sus
milongas. Dos o tres veces recibi al cantor en la Biblioteca Nacional y ste fue con l
hasta la entrada del subterrneo de Independencia, que tomaba regularmente para volver a
su casa. La Biblioteca Nacional, en la calle Mxico, estaba cerca de la esquina de Chile y
Tacuar. Pero el cantor not que Borges eluda esa esquina, bajaba una cuadra ms y
tomaba directamente por Independencia. Cuando el cantor quiso conocer el motivo, Borges
le contest: Es un lugar que me angustia, me trae recuerdos dolorosos.
Por esta fecha escribi:
La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Slo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Este cuento expresa mejor que ningn otro la forma en que Borges se vea a s
mismo. En La escritura del dios est la manera en que Borges, tmidamente, presenta al
Borges triunfante; y est el prisionero Borges, que nunca iba a dejar de ser un prisionero.
Como ya he dicho, La escritura del dios fue inventado una maana de otoo en que
pasebamos por el Jardn Zoolgico. Nos hicimos retratar.
Fue en el cincuenta y tantos cuando Borges me habl por primera vez del tema de
este cuento. Dos hermanos, dos orilleros del pueblo de Turdera, matones o cuchilleros,
estn unidos por una especie de fraternidad viril. Un da uno de ellos recoge a una mujer; ve
que el hermano se interesa y le dice que la use. Los dos la comparten por un tiempo. Pero
estn enamorados y esto los avergenza. El problema se resuelve vendiendo la mujer a un
prostbulo. Pero cuando uno de los hermanos descubre que el otro sigue visitndola,
comprende que hay que terminar con ese factor de perturbacin. Y la mata para salvar la
buena relacin entre ellos.
Este cuento es uno de los ms tramposos de Borges. La trampa final no aparece
sugerida como en El Zahir o El Aleph. En La intrusa no hay objetos mgicos. Por su
ambiente, representa una vuelta a temas como el de Hombre de la esquina rosada, esos
bajos fondos que tanto lo atraan y que marcaron sus comienzos de narrador. Los malevos
eran la nica clase baja que l admita.
Me expuso el argumento de este cuento y yo, no s por qu, me escandalic.
Supongo que me choc el hecho de que la mujer apareciera como un objeto inerte, que no
se le permitiera ni siquiera el albedro de elegir a uno de los hombres. Todo el sentimiento,
toda la atencin est entre los dos hermanos.
Le dije que el cuento me pareca bsicamente homosexual. Cre que esto l se
alarmaba bastante de cualquier alusin en este sentido iba a impresionarlo. No fue as. El
epteto un neologismo cientificista execrado por l lo dej impertrrito. Ni siquiera
defendi la situacin. Para l no haba ninguna situacin homosexual en el cuento.
Continu hablndome de la relacin entre los dos hermanos, de la bravura de este tipo de
hombres, etctera.
De todos modos no escribi el cuento inmediatamente y la idea sigui dndole
vueltas en la cabeza. No la abandon pese a los adjetivos condenatorios que yo us: era
mezquino, cobarde, no mereca ser contado. (l tomaba bastante en cuenta mis opiniones y
hasta me lo escribi). Yo casi siempre elogiaba sin retaceos su literatura y me sent
chasqueada por esta terquedad.
Borges vea el cuento de una manera muy distinta a como yo lo vea.
Tiempo despus, cuando el cuento se public, supe cul haba sido el motivo que
me haba puesto tan en contra. Aparentemente, La intrusa es un cuento realista que
transcurre entre orilleros. Pero Borges dio la clave cuando explic sus dificultades en dar
forma final al relato. Probablemente lo haba dictado a su madre y le haba expuesto sus
vacilaciones para hallar un desenlace. Doa Leonor se lo dio. Termnalo de la manera ms
simple. Hay que poner: A trabajar, hermano! Despus nos ayudarn los caranchos. Hoy la
mat, que se quede ah con sus pilchas. Ya no har ms perjuicios.
sta fue la contribucin de doa Leonor al cuento. Y el autor termina diciendo: Se
abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vnculo: la mujer tristemente sacrificada y la
obligacin de olvidarla.
Los amigos que conocieron ntimamente a Borges solan comentar la relacin que l
tena con su madre, una relacin agobiante que los analistas calificaran de castratoria.
Lo que nos revela La intrusa es la ndole de esa relacin, que tiene todo el carcter de una
relacin viril. Por eso l no sinti en ningn momento que pudiera haber homosexualidad
en ese cuento. Los dos rufianes del relato expresan la forma en que el subconsciente de
Borges senta la relacin con su madre. No era una relacin tierna. Era una relacin
parecida a un pacto de sangre entre hombres, basado en cdigos secretos y ni siquiera bien
entendidos por las partes. No era una relacin razonable: era un mandato.
Es seguro que Leonor Acevedo prefera esta clase de cuentos a los otros, los
fantsticos. Y, a partir del momento en que Georgie tuvo que depender de ella para que le
leyera y l empez a triunfar literariamente, tras una serie de sucesivos fracasos
sentimentales, el pacto de sangre se robusteci. Leonor Acevedo, que siempre se haba
mantenido en un discreto segundo plano, pas al primero, eliminadas ya todas las
intrusas.
Cuando l se inclinaba hacia su madre aparecan los gauchos, los cuchillos y las
lanzas; en lo fantstico, en cambio, estaba su liberacin. Pero ante la moneda o la palabra
mgica l no se atreve ni a pronunciar la palabra ni a guardar la moneda. E incluso niega
haber visto el aleph.
La coquetera de Leonor Acevedo ante su hijo se basaba en la reciedumbre. As, en
una ocasin en que, ya muy vieja, iba a ser operada, dijo a Georgie en el momento en que la
llevaban al quirfano, con voz animosa: Salvaje unitaria![4]. Esta intrepidez conmova a
su hijo, que me cont la ancdota. Incluso al borde de la muerte, esta octogenaria quiso
dejar a Georgie una ltima imagen de coraje.
La salvaje unitaria sobrevivi bastantes aos a esa operacin. Esta mujer de
apariencia frgil para los que no saban ver la fuerza de voluntad y la firme atencin que
brillaban en sus ojitos negros y chispeantes, logr crear en su casa una extraa atmsfera: el
culto a los cuchilleros y a los compadres. Esos cuchilleros eran para Leonor Acevedo la
imagen de lo viril. Nada poda interponerse en la relacin de los dos hermanos de La
intrusa. Sobrecoge la brutalidad de las palabras finales de uno de ellos, porque la intrusa
no ha sido eliminada por estorbar, sino por odio. A trabajar, hermano! Despus nos
ayudarn los caranchos. El hermano mayor le recuerda al menor que slo el trabajo existe;
la mujer, esa cosa, slo sirve para alimentar a los horribles buitres de la pampa. Y el
deprecio se extiende hasta la ropa de la difunta: Djala ah con sus pilchas.
Y, naturalmente, llega el abrazo final, la reconciliacin, el entendimiento de la
extraa pareja. Cualquier persona o cosa que se interponga entre ellos es la intrusa, es un
espejismo, algo que por voluntad no existe y no puede existir.
Las intrusas se sucedieron en la vida de Jorge Luis Borges. En algunos casos,
como el mo, l sufri, porque la situacin borde la realidad. En otros, l mantuvo
sumisamente las cosas en el plano que Leonor Acevedo toleraba.
Lo que sigui
Una de las caractersticas de la obra de Borges es que cada uno de sus libros est
unido a un grupo de personas que giran alrededor de una determinada mujer. (A su manera,
era un homme femmes).
Los cuentos y artculos de la Historia universal de la infamia estn inmersos en la
atmsfera de S. D.; los cuentos del libro El Aleph, en la de E. C. Es como si l no slo se
hubiera enamorado de una mujer, sino del ambiente que rodeaba a esa mujer (Todo alude a
ti, carta a E. C).
Por cierto tiempo busc resonancias mas en algunas de mis amigas. l nunca
cortaba definitivamente una relacin y, cuando se desvaneca el amor por una mujer,
continuaba enamorado de los momentos lricos que haba tenido con ella.
Estas constelaciones de personas marcan etapas en el desarrollo intelectual y moral
de Borges.
En 1949, a pedido de l, volv a ver a Cohen-Miller. En la entrevista no hubo nada
nuevo: el analista se limit a repetir lo que ya me haba dicho, aunque con cierta desgana.
Tambin la haba en m y acaso en el mismo Borges: no es improbable que me guardara
rencor.
Una tarde del verano de 1950 se present en casa y me dijo que me preparara, que
dentro de dos horas pasara a recogerme, en taxi, para ir a Constitucin y tomar un tren
hasta la estancia de los Bioy en Pardo, en el centro de la provincia de Buenos Aires.
En ese entonces l estaba escribiendo un argumento de pelcula con Bioy Casares y
pensaba trabajar durante la estada. Opuse una leve resistencia. Le dije que los Bioy no me
haban invitado. l contest que no importaba, que haba hablado esa maana con Adolfito,
que los Bioy iban a estar encantados. Por mi parte, yo tena cierta curiosidad por ver una
estancia por dentro. (Victoria Ocampo me haba llevado, como era su costumbre con los
recin llegados a Mar del Plata, a ver La Armona y El Boquern). Borges me haba dicho
que La Armona y El Boquern no eran verdaderas estancias; ahora aadi que Rincn
Viejo, la estancia de los Bioy en Pardo, aunque no tan imponente como las fincas de Mar
del Plata, era ms real. Luego dijo que l slo haba visto una estancia de veras, El
Hervidero, en las mrgenes orientales del ro Uruguay, donde mi abuelo haba tenido
campos. Y me habl de un tajamar de piedra que yo haba odo nombrar en mi casa.
Es probable que dijera todo esto para quitarme mi inhibicin de persona pobre,
aunque creo que era sincero en su admiracin por El Hervidero.
Llegamos. Adolfito nos estaba esperando en la estacin y, como Georgie haba
asegurado, se mostr encantado de verme.
Rincn Viejo es una estancia como tantas otras de la pampa argentina, con casas
bajas que se confunden con la llanura. En el casco haba un jardn bastante amplio y, en uno
de los extremos, una casita para huspedes, con dos cuartos unidos por un pasillo y un
cuarto de bao en el medio. Por supuesto, en las paredes de los cuartos y en el pasillo haba
estantes con libros. Mi cuarto era espacioso, con una cama de matrimonio y una ventana
enrejada por la que entraba el canto de los grillos y el olor de la tierra mojada.
Tras la nueva visita a Cohen-Miller y haber sido prcticamente raptada, imagin que
Borges tena ciertas intenciones. Habra sido lgico que viniera a charlar a mi cuarto, pero
no lo hizo. Se despidi de m en la puerta del dormitorio con un brusco Buenas noches
que no dejaba lugar a ms.
A la maana siguiente iniciamos nuestra vida de campo. Los padres de Adolfito, el
doctor Adolfo Bioy y su mujer, Marta Casares, estaban tambin all. El mes que pas lo
recuerdo como muy agradable. Me traan el desayuno a la cama, algo que yo slo haba
disfrutado e iba a disfrutar en hoteles. Un rato despus bajaba al jardn y Silvina y yo
jugbamos con una medicine ball. Varias veces invitamos a Georgie a que participara. l lo
haca de mala gana. Por lo general, la gran pelota se le caa de las manos. La causa no era
su mala vista, sino una especie de voluntad de no participar que se haba apoderado de l no
bien llegamos a Rincn Viejo.
Aunque le gustaba mucho nadar, nunca quiso acompaarnos cuando nos
zambullamos en el gran tanque australiano. Al caer la tarde, Silvina y yo salamos a
caballo. Borges nunca nos acompa y no se interes en los progresos que yo haca como
jinete.
Por la tarde, los dos hombres trabajaban en el argumento de cine. Tampoco se
acercaba Borges al doctor Bioy, por quien senta, sin embargo, una franca simpata.
Sin embargo, iba a ocurrir algo que nos acerc fsicamente.
Estbamos en 1950 e iban a pasar diez aos antes de que Fidel Castro y los Beatles
pusieran de moda las barbas y las melenas. Marta Casares, la elegante, sofisticada y muy
bonita madre de Adolfito, estaba un poco chocada, despus de cuatro o cinco das, por la
barba de Georgie, que empezaba a crecer en manchones, como la de algunos grabados de
Sancho Panza.
Adolfito me llam a solas una tarde y me dijo que a su madre le incomodaba la
desaliada barba de Borges. En Buenos Aires, Georgie tena un barbero que iba a su casa a
afeitarlo todas las maanas, ya que l no se saba afeitar. Adolfito me pregunt: Te
atreves a hacerlo?. Le dije que s, siempre que me explicara minuciosamente los pasos a
dar. As lo hizo.
A la maana siguiente me trajeron una palangana, jabn de afeitar, toallas y una
maquinita.
Georgie no opuso resistencia. Hice lo que pude, sorprendida por la cantidad de
recovecos que puede tener la barba de un hombre. Por momentos crea haber terminado,
pero aparecan nuevas zonas pilosas bajo la nariz, junto a las orejas, en el pescuezo
Esta precaria operacin se repiti dos o tres veces, hasta que me encontraron un
reemplazante ms capaz.
ste fue el contacto fsico ms ntimo que iba a haber entre Jorge Luis Borges y
Estela Canto.
Entre 1944 y 1949 yo haba firmado todos los petitorios, protestas, reclamos para
detener el fascismo que veamos avanzar, y que circulaban en los ambientes intelectuales de
tendencia liberal. Yo era, como los integrantes de esos grupos, apasionadamente proaliada y
detestaba al peronismo, al cual vea como una continuacin del fascismo. Naturalmente,
odiaba la guerra y estaba horrorizada por los campos de concentracin; estos sentimientos
se exacerbaban por el hecho de vivir en un pas con un gobierno que simpatizaba con los
nazis y que prudentemente esper la terminacin de la guerra en Europa y el suicidio de
Hitler para declarar la guerra al Eje. Todo esto era humillante.
As, cuando un grupo de mujeres me pidi la firma para un llamado en favor de la
paz (el llamado de Estocolmo, creo), firm sin vacilar. Por supuesto, no ignoraba que detrs
de ese llamado estaba la Unin Sovitica. Yo haba admirado la heroica lucha del pueblo
ruso contra el nazismo, aunque haba muchas cosas en la URSS que no me gustaban. En el
caso, firm por la paz. Lejos estaba de suponer que esa inocente firma iba a tener tanto
influjo en mi vida.
En marzo de 1950, al volver de la estancia de los Bioy, solicit el visado para ir a
Estados Unidos. Mi hermano, que trabajaba ahora en las Naciones Unidas, me haba
invitado a ir. Haba muchos motivos personales por los cuales yo deseaba ir a Estados
Unidos. Con el triunfo de Pern, el panorama intelectual de la Argentina se haba
ensombrecido. Quera cambiar de aire, olvidar experiencias personales desagradables.
Todava recuerdo el aire molesto de Steven Winthrop (creo que se era su nombre),
el simptico cnsul de Estados Unidos, que me recibi en sus oficinas en los altos del
Banco de Boston. Haban pasado dos meses desde el momento en que yo haba presentado
mi solicitud de visado. A mister Winthrop no le gust nada tener que decirme: Your
application has been refused (Su solicitud ha sido rechazada). Todava me llena de
vergenza recordar las dos lgrimas que me cayeron. Sal conteniendo el llanto. Pero fui
consciente de una cosa: el gran pas defensor de la libertad me negaba el derecho a opinar
que la guerra era una atrocidad. La negativa del visado era un castigo para los nativos poco
sumisos que nos atrevamos a usar el libre albedro. No me sent humillada, sino furiosa.
Esa furia iba a llevarme al campo opuesto.
Esa tarde sal caminando por Florida hacia el Norte y me dirig a la casa de Mara
Rosa Oliver. Ella, comunista militante, no se sorprendi en lo ms mnimo de lo que haba
pasado. Y esto me hizo entender vagamente algunas cosas.
Esa noche fui a comer a casa de los Bioy, donde no encontr la rpida comprensin
de Mara Rosa. Adolfito y Silvina y quiz Borges por influjo de ellos no se indignaron,
como yo haba previsto, y prefirieron cambiar de tema. Nunca ms volv a comentar el
incidente con ellos.
Rememor entonces algunos episodios minsculos de esos meses del fin de la
guerra. El frente alemn se haba desmoronado y para festejarlo haba habido una reunin
en la librera inglesa Mackerns. Los escritores ms importantes estaban all y la librera
estaba decorada con banderitas inglesas, norteamericanas y francesas. Not que no haba
una sola banderita de la URSS y le pregunt al gerente de Mackerns a qu se deba la
ausencia, bastante conspicua, de este aliado no insignificante. Me contest: No la he
puesto porque temo que no les guste. Pero si todos son aliados!, exclam yo con
beatfica ingenuidad, echando una mirada a los invitados, entre quienes estaban Mara Rosa
Oliver y Enrique Amorim. Le pregunt al gerente si tena banderitas con la hoz y el
martillo. Me respondi que s, que estaban en el stano y que, si se era mi deseo, poda
bajar a buscarlas. As lo hice. Volv y puse las banderitas rojas al lado de las otras sin que
nadie hiciera el menor comentario. (Supongo que gestos como ste, ms que una militancia
concreta, influyeron para que se me viera como a un demonio rojo).
Con mis amigos segua quejndome de la estpida actitud norteamericana al
negarme el visado. No siempre hallaba eco. Algunas personas pensaron que yo haca mal al
comentar el punto, que deba sentirme culpable y quedarme callada. sta es una actitud
argentina muy corriente, incomprensible para el pas que me neg el visado: en Estados
Unidos se sacan las cosas a luz, por desagradables que sean; en la Unin Sovitica se
ocultan severamente, y en esto la occidental, oficialmente cristiana y pazguata Argentina se
parece mucho ms a la execrada Unin Sovitica que al Amo del Norte, ante el cual hay
que doblegarse sin chistar.
Dos semanas despus vinieron a verme unas representantes del Movimiento por la
Paz. Una de ellas era una pintora conocida. Me dijeron que iba a realizarse un Congreso por
la Paz en Sheffield y que me invitaban a participar. Acept.
El Congreso se reuni finalmente no en Sheffield, sino en Varsovia, donde pas
unos quince das. Ni los cielos grises, ni el fro ya intenso en el mes de noviembre, ni la
ciudad en escombros, ni las mujeres trabajando rudamente en las calles pudieron apagar, ni
siquiera disminuir, el llameante entusiasmo de aquel Congreso. Sent que en los pueblos
haba una voluntad de paz y de vida.
De regreso, pas por Praga. La ferica ciudad barroca me impresion mucho menos
que la destruida Varsovia. Ya en Pars, la delegacin argentina regres y yo me qued. Iba a
pasar un ao en Europa y en ese tiempo slo le escrib una carta a Borges desde la Zona
Dantesca de Rvena. l apreci mucho esta referencia. Probablemente hubiera podido
quedarme en Europa, pero mi madre estaba muy enferma. Mi hermano, que se haba unido
a m, y yo, decidimos volver.
Mi madre muri en 1954. Los Bioy estaban en Europa, donde haban adoptado una
chica. Borges vino a visitarme y salimos a caminar por el primer puente de Constitucin.
Yo estaba abrumada por la prdida y Borges haba hablado mucho con mi madre, que haba
intentado consolarlo de sus desdichados amores conmigo. Yo hubiera querido que l
hablara de mi madre, que dijera algo sobre ella; no poda alejarme de la atmsfera en que
estaba. Supongo que l intent distraerme, pero esta vez los chismes literarios, sus
ocurrencias, sus salidas, caan en el vaco. Yo no quera y no poda distraerme de mi dolor.
Cualquier intento de distraerme era sentido como un atentado contra mi intimidad.
En mi ausencia, Borges haba seguido visitando a mis amigas. En algn caso logr
transferir su amor por m. Buscaba las cualidades de una mujer en otra y a veces crea
encontrarlas. Algunas de estas amigas se portaron con l mejor que yo, pero no fueron
recompensadas, segn ellas.
Una noche, comiendo en La Corneta del Cazador con un escritor ingls de paso,
ste pregunt a Borges si Delfina Mitre, la Mstica Prctica, escriba poesa. Borges, como
defendindose de una agresin, contest: No! She is poetry (No, ella es poesa).
Aunque se prescinda del hecho de que Delfina escriba poemas muy bonitos en ingls, ella
qued halagada con la definicin.
En 1955 cay Pern. En aquel fin de invierno hubo mucha euforia en las calles
cntricas de Buenos Aires. Despus de unos das tormentosos, que Borges en un poema
habra de definir ampulosamente como las picas lluvias de septiembre, sali un radiante
sol de primavera y la parte pensante, pudiente, los estudiantes, la Iglesia (en ese momento
contraria a Pern, que haba hecho pasar una ley instituyendo una gran ciudad jardn
dedicada a la prostitucin, con jubilaciones para las meretrices y otros adelantos; tambin
haba hecho aprobar una ley de divorcio), salieron a manifestar. En la plaza de Mayo
flameaban las banderas argentinas y grupos de uruguayos el Uruguay haba proclamado
el triunfo de la sublevacin por sus radios blandan las banderas de su pas, tan orgulloso
de su constante, aunque endeble, democracia.
El tiempo acompaaba la luz que se haba hecho en las almas. La gente cantaba en
las calles, los estudiantes entonaban lemas y todos tuvimos la sensacin, cuando el general
Lonardi pronunci desde la casa de gobierno su clebre frase, Ni vencedores ni vencidos,
que la Argentina volva a ser el pas que siempre debi haber sido, un pas culto,
democrtico, que poda desempear un papel preponderante en el mundo por su riqueza y
sus mritos. Al cabo de doce aos, Pern se fue a los caos, cantaban los adolescentes,
aludiendo al hecho de que Pern se haba refugiado con cierta premura en una caonera
paraguaya.
La Argentina emerga de aquella ruidosa pesadilla demaggica. En esos das de
exaltacin nadie pudo adivinar que se iniciaba la poca ms tenebrosa en toda la historia
del pas. Los vencedores no se limitaron a ser vencedores, sino que quisieron vengarse de
los vencidos. stos a su vez, conscientes de ser ms numerosos, entorpecieron los
proyectos de los vencedores. A los dos meses de gobierno, el general Lonardi, tras un golpe
palaciego, tuvo que renunciar. Lonardi era hombre de los poderosos grupos clericales, muy
agradable personalmente y con tendencias nacionalistas, lo cual sin duda lo volva ms
simptico a las clases populares. El hombre que lo sustituy, el general Pedro Aramburu,
era un liberal que quince aos despus habra de pagar con una muerte atroz el haberse
atrevido a sustituir a Pern.
De todos modos, las clases bien pensantes estaban eufricas y crean que en pocos
meses la casa se pondra en orden. El gobierno convoc a elecciones para una Asamblea
Constituyente, un medio para tantear el estado de nimo del pueblo. Por supuesto, el
partido peronista qued excluido de las urnas y Pern dio la orden de votar en blanco.
Los primeros cmputos llamaron a la realidad: los votos en blanco, la nevada,
como la llam el pueblo, doblaron fcilmente al partido ms votado. Y esto slo en la
capital. La cosa estaba clara. Si la democracia era lo que deba ser la democracia un
gobierno para el pueblo elegido por el pueblo, los supuestos demcratas estaban en falta
y se convertan, de hecho, en totalitarios, Borges, este hombre de sentencias, de libros y de
cnones, se uni a los grupos que seguan creyendo que haba que imponer la democracia
a sangre y fuego.
Por ese entonces Borges se someti a una operacin en los ojos que lo dej sin
poder leer y viendo con dificultad las caras de las personas que tena enfrente. Esto, el
hecho de haber sido traducido con clamoroso xito en el extranjero y algunos traspis
sentimentales, lo acercaron a su madre. La Revolucin Libertadora como se autotitul el
golpe de Estado militar que derroc a Pern lo nombr director de la Biblioteca
Nacional.
l estaba encantado con el cargo, aunque prcticamente no hizo nada por la
Biblioteca. No tena la menor idea de lo que era una organizacin administrativa y su vista
no le permita trabajar. De todas maneras, se senta honrado por suceder en el cargo a
Groussac y a Lugones.
La Revolucin Libertadora, que debi habernos acercado, nos alej. Yo me acerqu
a la izquierda, una izquierda que, a decir verdad, sobrenadaba sobre la realidad del pas. En
ese momento pens que no haba solucin para la Argentina si las masas peronistas no eran
integradas. La alternativa, fatalmente, era la violencia militar. Borges se pleg a los puntos
de vista de su madre. Es decir, quera una Argentina como la de 1910, y se neg a ver que
esto ya no era posible.
Entre tanto, vertiginosamente, los honores empezaron a llover sobre l. Su fama
creca sin cesar. Dict cursos de ingls antiguo en la Universidad de Buenos Aires. A esos
cursos asista una muchachita llamada Mara Kodama, hija de un japons y una uruguaya.
De todos modos, Borges sola venir a casa. Incluso, por unas breves semanas, hubo
como un resurgimiento de la antica fiamma. En uno de esos encuentros me dijo que
finalmente haba logrado tener relaciones sexuales completas con una mujer, una bailarina
muy bonita, aunque no era inteligente ni del medio social en que a l le gustaba moverse.
La relacin, al parecer, no tuvo mayor trascendencia, aunque el nombre de ella figura en
alguna de las dedicatorias. Se refera a ella con cierto recato y un dejo de vergenza.
Ella no formaba parte del grupo de sus amigos y esto facilit tal vez las cosas.
Asimismo, su falta de inteligencia tal vez le quitara a l inhibiciones. La historia fue una
especie de salto en el vaco. En los veintitantos aos siguientes no volvi a nombrarla.
Poco despus me dijo que estaba enamorado de otra mujer, sta s vinculada a los
medios literarios. Con ella hizo un viaje a Chile. Afirmaba estar muy enamorado de esta
mujer, pero ella se cas con otro poco despus.
l guardaba rencor a las mujeres de quienes haba estado enamorado o credo
estarlo cuando se casaban. No poda perdonarlas. Se hubiera dicho que esas mujeres tenan
que estar esperando, en un gineceo imaginario, que l las eligiera. Yo no fui excepcin. Ms
que la poltica, me alej de l el hecho de haberme casado.
Una vez Borges me llam por telfono y le not la voz confundida. Me dijo: He
marcado tu nmero por error, inconscientemente. Quera llamar a otra persona. Eso quiere
decir que deseo verte.
Nos citamos en la confitera St. James, en Crdoba y Maip, a dos cuadras de su
casa, porque sus problemas visuales ya no le permitan alejarse.
Le cont que un curioso personaje, un francs que deca haber estado en la
Resistencia, haba intentado robarme el manuscrito de El Aleph. El francs, Jean de
Milleret, se haba presentado en casa de mi hermano una tarde, diciendo que quera hablar
conmigo de Borges, pues estaba preparando un libro sobre l. Era un hombre corpulento, de
unos cincuenta y tantos aos, rubio, de anteojos. Trajo unos bombones y nunca terminaba
de despedirse. Haba en su persistencia una especie de pregunta que no se formulaba, una
oscura insinuacin sexual, como la de esos hombres que siguen a una mujer en la calle, a
cierta distancia, y empiezan a inquietar.
Jean de Milleret volvi una segunda vez, me tom unas fotos y trajo de nuevo
bombones (que no me gustan). Quera que le contara cosas sobre Borges. Creo que supona
que me haba acostado con Georgie y esto le excitaba. Imprudentemente, comet el error de
decirle que guardaba el original de El Aleph en un cajn del escritorio. Milleret solicit
verlo y me pregunt si poda tenerlo dos o tres das: deseaba analizar la extraa letra de
Borges. Le entregu el manuscrito.
Milleret no tena telfono. Pero me haba dejado su direccin la primera vez que
vino. Pasaron unas semanas sin que diera seales de vida. Finalmente le cont a mi marido
lo que haba pasado. l se las arregl para recobrar el manuscrito, y hasta el da de hoy no
s cmo lo hizo.
Tambin Borges tena algo que contarme sobre Milleret. ste, que pretenda haber
sido herido en la guerra en una pierna, usaba un bastn. Borges me cont que Milleret haba
extrado un estoque o una daga de ese bastn (no pudo ver qu era) y, como en broma, lo
haba apuntado e incluso pinchado. Esto le haba parecido bastante raro a Georgie.
Jean de Milleret public un ao despus un libro de conversaciones con l
Entretiens avec J. L. Borges que pas sin pena ni gloria.
No terminaron aqu las desventuras con El Aleph.
Un crtico uruguayo, que iba a escribir un libro mal informado y farragoso sobre
Borges, vino a verme y me pidi que le prestara el manuscrito de El Aleph, segn l, para
ver la escritura de Borges. Escarmentada por lo que me haba ocurrido con Milleret, le di
unas fotocopias del principio y del fin del cuento. Esas fotocopias fueron publicadas en
revistas universitarias de Estados Unidos.
Le cont todo esto a Georgie y le dije: Pienso vender el manuscrito cuando ests
muerto, Georgie. l lanz una carcajada y dijo: Caramba, si yo fuera un perfecto
caballero ira ahora mismo al cuarto de caballeros y, al cabo de unos segundos, se oira un
disparo!. El Aleph lo vend de todos modos, pero cuando l estaba en vida.
El incidente de Milleret nos llev a hablar de The Aspern Papers, la novela breve de
Henry James que describe el inters de un joven, admirador del escritor Aspern, al enterarse
de la existencia de una solterona vieja que ha guardado cartas inditas del escritor. El joven
est dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirlas: incluso hace la corte a la anciana
dama. En broma le dije: Algn da yo voy a ser como esa anciana dama.
(Como se ve, cumplo con lo anunciado).
A partir de 1961, los viajes a distintos lugares del mundo se repitieron sin pausa.
Los diarios publicaron una fotografa de Borges y su madre en Houston, Texas. Leonor
Acevedo, entonces de unos ochenta y cinco aos, se mantiene erguida y desafiante a un
costado; Georgie, de sesenta y dos aos, se apoya en un bastn, pero tiene la cabeza muy
echada hacia atrs, como consciente de su importancia.
Las facciones de Borges sufren un cambio a partir de esos das. La cara gorda,
informe, se va marcando, la nariz se afila, la cabeza se yergue an ms y desaparece la
mueca del ciego que tuerce la cara para fijar una imagen. Se instala una especie de
serenidad y los ojos parecen distinguir algo entre sus brumas. Es verdad que uno de los
prpados cae ominosamente, pero la serenidad se va acentuando con el tiempo. Empieza a
enflaquecer y la figura se estiliza. Quince o veinte aos despus iba a lograr una total
espiritualizacin del fsico, una apariencia asctica, como de sacerdote budista.
El cambio fsico se inicia a partir de ese viaje a Estados Unidos. l mismo iba a
comentarme esto varias veces, enterado tal vez de mi aficin por los cuerpos magros:
Caramba, yo era una persona muy desagradable! Era obeso!. Me enter ms tarde que,
en Estados Unidos, en todas las partes en que haba hablado la capacidad de las salas haba
sido colmada y hubo que habilitar anexos. Grupos entusiastas lo haban seguido a la salida
como si fuera una estrella de cine.
Los estudiantes norteamericanos, aunque l se quejaba de su ignorancia, lo irritaban
menos que los jvenes politizados de su pas.
El xito dio aplomo a Borges. Iba a ser ms benvolo, ms feliz. Sus bruscos
zarpazos de tigre se espaciaron. Despus de tantos prodigios, como su Ulises, estaba al
fin en taca, no verde y humilde, sino dorada y esplendorosa.
Desorientado, un poco mareado, sin saber muy bien lo que le pasaba, pero ya
afirmando sus patas, el tigre estaba en libertad.
Borges, un hombre muy desprendido en asuntos de dinero, lo tena ahora y poda
gastarlo sin limitacin, aunque sus gustos seguan siendo muy sobrios. A medida que se le
haca incmodo salir a la calle, no slo por sus problemas visuales, sino por culpa de la
gente que quera besarlo, tocarlo, estrujarlo, pedirle que escribiera un garabato, etc., tom la
costumbre por las maanas de dar audiencia en su casa, como el personaje que era. Ni a l
ni a doa Leonor (sea dicho en su honor) se les ocurri mudarse a una casa ms de acuerdo
con esa celebridad que segua creciendo. Tenan ahora los medios para hacerlo, pero la
ostentacin no atraa ni al hijo ni a la madre. Georgie lleg a decir una vez a un periodista
extranjero, sorprendido por la modestia de la casa, que el lujo le pareca guarango.
En cuanto a doa Leonor, fue para ella una culminacin el da en que la imponente
Victoria Ocampo (quien, como una reina, no visitaba ni siquiera a sus ms ntimos amigos)
entr en la salita. Del acontecimiento se tomaron numerosas fotos que aparecieron varias
veces en los diarios, dando la sensacin ilusoria de que Borges y Victoria eran muy amigos.
En las fotos Borges aparece sentado, las manos apoyadas en el bastn, con aire entre
hastiado y distante; Victoria tiene una actitud solcita; los ojos de Leonor Acevedo brillan
como dos carbunclos: se le renda al fin la pleitesa que ella siempre crey merecer. El lugar
ms importante de la plaza San Martn no era el enorme Palacio Paz, convertido en Crculo
Militar, ni el Palacio Anchorena, convertido en Ministerio de Relaciones Exteriores, ni el
suntuoso Plaza Hotel. El centro de esa plaza se haba desplazado unos cincuenta metros:
estaba en el sexto piso de Maip 994. Desde aqu doa Leonor iba a asumir, dirigir y
disfrutar la gloria de su hijo. Ella crea ser el principal artfice de esa gloria. Y tal vez no se
equivocaba.
La leyenda ha hecho de Borges un erudito insondable, conocedor de todas las
literaturas, lector de todos los libros. Borges conoca a fondo la poesa inglesa y algunos
prosistas ingleses; le interesaba la Biblia y la religin juda; no desdeaba la musulmana.
La religin cristiana lo dejaba fro y era ms bien hostil al catolicismo, aunque vea con
simpata el estilo de vida de los protestantes; el hinduismo y el budismo le interesaron de
pasada y nunca les dedic su tiempo.
En literatura sus gustos iban por el lado de lo inslito, lo raro, lo escondido. Sus
preferencias no siempre tomaban en cuenta lo especficamente literario o el sentido
profundo de una obra. Nunca ha habido un crtico ms arbitrario. Haba decretado que
Joseph Conrad era el primer novelista del mundo, pero reconoca al mismo tiempo que no
era lector de novelas. Algunos relatos largos (nouvelles) de Conrad lo haban divertido y
eso bastaba. Todos los grandes novelistas ingleses, con excepcin de Stevenson (cuyo valor
l magnificaba), quedaban relegados frente a esta preferencia. Dos relatos largos de Conrad
Heart of darkness y The end of the tether (El corazn de la oscuridad y El fin de la
amarra) le haban llamado la atencin. Lo conmova el abismo en que haba cado el
personaje principal del primer relato, que ha practicado la antropofagia y debe ocultarlo a la
mujer que lo espera. En el segundo lo emocionaba el capitn ciego que conduca su barcaza
por los estuarios labernticos de un ro asitico, aferrado al timn y siguiendo las
indicaciones de un grumete nativo.
En la literatura francesa prefera, por ejemplo, Bouvard y Pcuchet a Madame
Bovary. Haba tenido un entusiasmo por Lon Bloy, pero apenas prestaba atencin a la
plyade de narradores franceses del siglo XIX y principios del XX.
La literatura italiana empezaba y terminaba en Dante, lo cual es un buen comienzo,
pero es un fin bastante precipitado.
La literatura espaola tena su mximo representante en Quevedo, que influy
poderosamente (ante todo con sus sonetos) en los poemas de su madurez. Al lado de
Quevedo los otros grandes nombres parecan nivelados y slo se reconcili con Cervantes
en su edad madura, como l mismo lo ha dicho. Entre los espaoles contemporneos
manifest admiracin e incluso simpata por Miguel de Unamuno y Cansinos Assens.
Federico Garca Lorca y su poesa suscitaban en l una animosidad casi personal y sola
burlarse sangrientamente de Ortega y Gasset. Haba una frase de La rebelin de las masas
que provocaba en l una hilaridad convulsiva. Atosigado, la repeta de memoria: Me dijo
cierta damita en flor, estrella de primera magnitud en el zodaco de la elegancia
madrilea.
La literatura alemana se reduca para l a Schopenhauer, Heine y a alguno que otro
romntico (Jean Paul, Tieck, Novalis); el resto era borrado, Goethe incluido.
Al parecer, la literatura rusa no tena nada que decirle. De Pushkin y Ggol a
Chjov, pasando por Tolstoi y Dostoievski, slo se salvaba un cuento breve de Pushkin: La
dama de pica.
A pesar de estas limitaciones pasaba por ser un lector universal, y lo era. Entre los
modernos ingleses veneraba al gran tro. Chesterton, Shaw y Wells. Pero ms de una vez lo
o atacar con saa a Virginia Woolf y D. H. Lawrence. No escatimaba las pullas a Proust y
finga ignorar la existencia de Thomas Mann.
No era un erudito. Era un hombre de gustos definidos, a veces atrabiliario, siempre
original. En los tiempos de que estoy hablando se desarroll en l una intensa aficin por la
llamada literatura anglosajona, o sea los textos que narran las rias, choques armados,
escaramuzas y desafos entre las tribus que poblaban las islas Britnicas en los primeros
siglos de la Edad Media. El origen de esta inusitada pasin era la metfora de los seis pies
de tierra inglesa, siempre citada por l, y que designa la sepultura que obtendr el
extranjero que se ha atrevido a desafiar a un rey anglo. Y lo embelesaba el relato de las
desventuras de Edith Cuello de Cisne, que busca a su amante entre los cadveres tendidos
en un campo de batalla y lo reconoce por la cicatriz de la mordedura que ella le ha hecho en
el pescuezo en medio de los transportes de una noche de amor.
No haba ningn personaje llamativo, ninguna Edith Cuello de Cisne, en los textos
anglosajones que Borges empez a estudiar y ensear en la dcada de los sesenta. En
general, lo que se narra es el desafo de un jefe de tribu a otro, la respuesta de ste y la
consiguiente batalla. A veces es una sepultura la que habla, contando las hazaas del hroe
all enterrado. Los personajes son difcilmente reconocibles. No hay un argumento claro; no
siempre sabemos cul es el motivo del combate. El ingls antiguo en que estn escritos
estos textos es un idioma gutural, pedregoso, que raspa las gargantas de quienes tratan de
pronunciarlo. No existe la rima, sino la aliteracin. Lo que se cuenta es breve, preciso y, en
general, cruel. Imaginamos hombres grandes, de barbas y melenas rubias, con cascos
adornados con cuernos, cubiertos de pieles y blandiendo pesadas espadas. Pero esta
imaginacin se nutre en otras fuentes. Aqu no hay nada preciso en relacin a lugares o
ropas. Las historias son, en su mayora, paganas. El cristianismo iba a cambiar los nombres
de las deidades, no las antiguas costumbres. Las batallas se suceden y asistimos a
encontronazos de grupos reducidos que no luchan por una idea, como si el placer de la
lucha prevaleciera sobre su motivo. El hombre pelea por pelear y tiene razn el que gana,
aunque no la tenga.
Borges coment algunas veces que haba similitud entre estos choques ciegos en
Nortumbra o Mercia y las peleas de compadres, gauchos matreros o cuchilleros de la
mitologa pampeana y rioplatense. La Ilada abunda en esta clase de combates, pero los
aqueos luchan por recobrar a Helena o los troyanos por conservarla. Y los reyes y guerreros
que intervienen estn bajo la advocacin de algn dios que los protege y les infunde tal o
cual virtud. A Borges los combates de La Ilada distaban de gustarle tanto como los
tediosos entreveros entre jefes de tribus anglosajonas. Ni que decir que l, con su talento y
originalidad, volva atractivas las clases de anglosajn. Creo improbable que algunos de sus
oyentes hayan vuelto sobre estos textos cuando l no estaba all para infundirles el
necesario dramatismo.
En todo linaje hay antepasados que se pierden (casi todos) y unos pocos que, por
algn motivo claro o misterioso, influyen en un destino. La herencia manifiesta en Borges
era conspicua: su abuela paterna y su madre. Su abuela era el mundo; su madre, la voluntad
de arraigarse, de ser argentino ante todo. Las dos tendencias estuvieron siempre
contrapuestas en l. Y es probable que los torpes, confusos entreveros de los anglos del
siglo X y las rias de maleantes criollos que fascinaban a su madre lo hayan llevado al
intento de unificar en un smbolo las dos vertientes ms marcadas de su ser. l pona pasin
en esto, una pasin que tal vez explique el gusto de este literato enrarecido por las espesas
aventuras de Harold, Beowulf o el rey Knut. Este inters habra sido lgico en un
investigador de lenguas, en un fillogo atento a las transformaciones del lenguaje, pero
Borges se senta atrado por el valor literario (que l era el nico en ver) de la balbuciente
literatura anglosajona.
En estos aos vi poco a Borges. Los supuestos gobiernos democrticos de la
Argentina, tanto el de Frondizi que, mediante artimaas, consigui el apoyo de los
peronistas, como el de Illia, con los peronistas vedados, terminaron inevitablemente en
golpes militares. Yo militaba en el periodismo de izquierda y tena espordicos contactos
con mis antiguos amigos. De todos modos, sucedieron en esos aos cosas la crisis del
Caribe y la ruptura del bloque socialista, entre otras que me hicieron comprender que las
ideas polticas de izquierda eran utilizadas de acuerdo a los intereses nacionales de la Unin
Sovitica. Me senta bastante desorientada hacia 1964-1965. Le en el diario un da, a
finales de 1965, que Borges, a quien no vea desde haca dos o tres aos, iba a presentar el
libro de un amigo. Fui a la presentacin. Al terminar, el pblico lo rode. Me abr paso
como pude y dije: Georgie. No fue necesario aadir: Soy Estela Canto.
Dej de lado a sus admiradores, me asi del brazo y me invit a salir. Al ver las
caras de la gente mi vanidad, algo maltrecha esos das, se sinti halagada.
Salimos y empezamos cundo no a caminar. l se apoyaba en mi brazo y
marchaba como si viera, como en sus buenos tiempos. Yo me puse a hablarle de mis
frustradoras experiencias con el comunismo argentino. Esto era una novedad. Nunca haba
hablado con l de poltica, salvo de aquello en que estbamos enteramente de acuerdo: el
peronismo, el nazismo, etctera. l me escuchaba, atento, sin hacer preguntas. Marchamos
unas veinte cuadras y entramos al Richmond de Florida. Mientras traan mi whisky con
hielo y el vaso de leche para l, Georgie se levant, como siempre, y se dirigi al telfono.
Volvi con aire nervioso; cinco minutos despus me pidi que lo acompaara hasta su casa.
Al llegar a la confitera St. James, a dos cuadras de su casa, me propuso que entrramos.
As lo hizo. Pedimos el whisky y la leche. Mientras esperbamos, l se levant a telefonear.
Unos siete minutos despus se abri una de las puertas de la St. James y entr una seora
menuda, de pelo blanco desmelenado, en batn, que se precipit sobre nuestra mesa.
Al llegar vocifer: Georgie: te estn esperando!.
l se puso colorado, despus palideci y tartamude: Madre: aqu est Estela
Canto. Doa Leonor me golpe el hombro poda pasar por una palmada y me dijo:
Cmo ests? Vamos, Georgie!.
l llam al mozo, pag la cuenta y doa Leonor sali, seguida por su hijo, que
apenas alcanz a despedirse de m.
Qued sola en la confitera un rato: an no haba terminado mi whisky.
A la maana siguiente, Borges me llam a casa de mi hermano. Nos vimos y me
dijo que su madre estaba muy nerviosa, que tena arterioesclerosis y que si alguna vez lo
llamaba por telfono lo hiciera a la Biblioteca Nacional. Precaucin intil, puesto que yo
nunca lo llamaba a su casa.
Sin embargo, a partir de ese momento diciembre de 1965 empez a llamarme
constantemente. Yo no dispona ahora de las noches; pero nos veamos de maana o de
tarde.
Buenos Aires segua presa de sus fiebres polticas. Yo estaba en una situacin difcil.
Despus de haberme alejado de mis amigos liberales y conservadores, que me apreciaban
literariamente, me vea ahora abandonada por los de la izquierda ortodoxa, que nunca me
haban apreciado y para quienes, al haber perdido el glamour de mis contactos con la
oligarqua, yo ya no era utilizable.
Tambin se haban producido cambios en la vida de Borges. l ya era una figura
mundial. Sus compatriotas lo haban aceptado, no por haberlo ledo o entendido, sino
porque Europa y Estados Unidos lo consideraban un gran escritor. Quizs nunca haya sido
ms clara nuestra pusilanimidad que en este caso: el argentino admiraba ya a Borges, pero
para asumirlo tuvo que llegarle con una etiqueta extranjera.
Estos cambios se reflejaban en la actitud de l y en la de la gente. Pasear por
Florida, yendo de Corrientes a plaza San Martn, del brazo de Borges era como desfilar por
la pasarela de un teatro de revistas. La gente se apartaba con aire de veneracin y poniendo
cara de circunstancias; se oan cuchicheos; algunos transentes lo sealaban con el dedo;
otros lo seguan dos o tres cuadras sin atreverse a abordarlo. Era como pasear hoy con
Diego Maradona o Julio Iglesias. En Florida, tal vez por esa condicin de escenario que
siempre ha tenido, la gente no osaba hablarle. Pero en las calles laterales le metan un lpiz
en la mano para que trazara un garabato en un pedazo de papel encontrado de apuro;
algunas jovencitas pedan permiso para besarlo y, antes de que llegara, actuaban abrindose
camino a codazos. (Lo s porque los he recibido). l, que todava disfrutaba de sus
caminatas, prefera barrios ms alejados, donde su presencia no era tan conspicua. Pero
aceptaba esta admiracin espontnea, que tanto haba anhelado. l, que por pudor y
humorismo disminua sus mritos literarios, gozaba con el clido reconocimiento de este
pblico indistinto.
Esto ocurra justamente cuando la gente se conmova ante su ceguera, con esa
peculiar ternura que inspiran las desdichas de los grandes y los poderosos. Lo cierto es que
ya no volvi a ser desdichado.
Sus enemigos estaban bastante apabullados. Un grupo nacionalista encabezado por
Arturo Jauretche, escritor que lo conoca de los tiempos de Florida y Boedo, y que era un
hombre de talento, limitado por sus pasiones polticas, se estableci frente a la Biblioteca
Nacional.
Todo el tiempo, unos altavoces emitan marchas y vociferaban consignas destinadas
a amedrentar a Borges. El director de la Biblioteca Nacional nunca se amedrent. No pidi
custodia para la Biblioteca ni dej de entrar y salir a las horas acostumbradas, solo y
tanteando con su bastn. Como si aquella bulla no tuviera nada que ver con l.
Tambin entre los estudiantes de Filosofa y Letras hubo un conato de resistencia a
lo que l representaba.
Segn l, la ignorancia literaria sola disfrazarse con ampulosas disquisiciones
polticas y sociolgicas. Una vez, cuando tomaba exmenes en la Facultad, a una alumna le
toc hablar de Shakespeare. La alumna se refiri a las tensiones sociales en la Inglaterra
isabelina, al desprecio que tenan las clases dirigentes de entonces por actores,
comedigrafos y poetas.
Aunque esto poda ser una introduccin al tema dado, Borges la interrumpi,
recordndole que estaba dando un examen de literatura y deba ceirse a la obra literaria de
Shakespeare. La muchacha guard silencio. l, tratando de ayudarla, le pregunt: No ha
odo hablar de Romeo y Julieta, de Hamlet?.
La muchacha contest que s, pero que esas historias no tenan el ms mnimo
inters. Lo fundamental era la situacin de la lucha de clases en la Inglaterra isabelina.
La alumna no aprob el examen.
Conozco esta ancdota a travs de la versin de Borges. l crea en la ingenuidad de
la alumna. Sin embargo, no es imposible que la escena haya sido preparada. Acaso la
alumna no tuviera inters en aprobar, sino en pescar a Borges en franco delito de
reaccionarismo.
En realidad se produjo el choque entre dos puntos de vista que no tenan por qu
estar en total desacuerdo, pero que las pasiones del momento llevaron a un enfrentamiento.
Para Borges el medio social de un escritor poco o nada tena que ver con su obra; y
si lo tena era un dato que no le interesaba; en todo caso, l no quera que tuviera que ver.
Para la alumna, la obra literaria slo exista como reflejo de ciertas realidades sociales.
Es probable que, si ahondramos el tema, nos encontrramos con que los dos tenan
razn y falta de razn, y que el diablo de la pasin poltica haba metido la cola.
l se interes entonces, e iba a interesarse hasta el fin de sus das, en las literaturas
nrdicas y anglosajonas.
Un da me pregunt tmidamente si me gustara estudiar el anglosajn. El tema no
me atraa, pero le dije que s. Tratado por l, cualquier tema era interesante, incluso el
anglosajn. Y nunca me ha molestado la idea de aprender algo.
Para l, el alumno era un pretexto: se enseaba a s mismo y descubra metforas
inesperadas en aquel idioma del alba, como lo llam alguna vez. Para el alumno era la
posibilidad de intimar con el pensamiento de este hombre original. De estar junto a las
fuentes de su inspiracin. El anglosajn poda no interesar: Borges, interesado en el desafo
de un guerrero a otro guerrero, descubra valores ticos en alguna frmula que, sin l,
habra parecido opaca. Valorizaba, recreaba, y el alumno asista al surgimiento de nuevos
sentidos en un texto indiferente.
Las primeras clases las dimos en la confitera St. James y en la Biblioteca Nacional.
As transcurri todo el verano. Una vez me pregunt si mi hermano no se interesara en
estudiar esta lengua. Consult, obtuve una respuesta afirmativa y Borges empez a ir a casa
de mi hermano a dar sus clases. (Daba clases a un grupo de alumnos en su casa, pero, en
nuestro caso, prefera dar las clases en la St. James, en Chile y Tacuar o en la Biblioteca
Nacional). Dos veces, durante estas clases, son el telfono. Cuando atend, se oy una voz
perentoria: Soy Leonor Borges. Est ah Georgie?. Lo llam, cerr la puerta y esper
que terminara de hablar.
En esto estbamos cuando Borges, una tarde del otoo de 1966, nos dej plantados
a mi hermano y a m: no vino a darnos la clase. Y no llam por telfono ni se disculp en
los das siguientes. Fue como si de pronto se lo hubiera tragado la tierra, o quisiera dar esa
impresin.
No lo llam; no interrogu; no averig. Pedir explicaciones era obligarlo a inventar
aclaraciones del hecho de su desaparicin. Ese hecho era la explicacin en s. S reconocer
los signos. Y, por supuesto, un su desaparicin a las dos llamadas de su madre y al da en
que haba aparecido, meses atrs, desmelenada y en batn, en la St. James.
Tal vez en alguna zona de su alma doa Leonor segua creyendo que yo estaba
interesada en su hijo. Yo haba dado pruebas de que no era as, pero quizs esto fuera difcil
de creer para Leonor Acevedo.
Unos meses despus, en una comida, un amigo dijo de sopetn: Saben ustedes
que se casa Borges?. Le dije que no lo crea, ya que l no se iba a casar sin el
consentimiento de doa Leonor. Esta vez lo tiene, contest mi amigo. Se trata de una
mujer muy distinta de todas las que ha conocido hasta ahora. Es una docente jubilada de La
Plata, es viuda, tiene casi sesenta aos y dos hijos mayores. Parece que l la ha conocido en
su juventud.
Fue la primera informacin que tuve sobre la seora Elsa Astete Milln. Unos meses
despus me enter, por el diario, del casamiento de Borges. En una fotografa se lo vea
avanzando por la nave, central de la iglesia, con la cabeza levantada, ms envuelto en nubes
que nunca. De la mujer que iba a su lado no recuerdo nada, ni la cara, ni el cuerpo, ni el
vestido, ni el sombrero, aunque la mir con curiosidad. No haba nada chocante ni
llamativo en ella. Una de esas caras como se ven a centenares en autobuses, confiteras y
calles, una cara que habra desorientado a Sherlock Holmes. Ni siquiera pareca vieja: era
una mujer de edad indefinida.
Las referencias que tuve de ella por parte de las personas ms diversas, escritores,
gente de sociedad y de servicio, argentinos y extranjeros, coincidan en una cosa: la
absoluta inadecuacin de la seora Astete para desempear el papel de mujer de Borges. En
una ocasin alguien intent defenderla, sealando que l no poda verla. La respuesta fue:
Es verdad, no la ve, pero la oye. Otros comentaban la incapacidad de esta seora de
interesarse en nada que fuera literario. El arte empezaba y terminaba para ella en el
momento en que descolgaba una guitarra y cantaba un tango o un estilo.
En todo caso, Elsa Astete tena una elevada opinin de su propio intelecto y de sus
capacidades como entertainer. Esto se puede explicar. Elsa Astete haba nacido y, se haba
criado en la ciudad de La Plata, fundada en 1882 y convertida en capital de la provincia de
Buenos Aires. La Plata, con su universidad y sus diagonales, con su importante museo
paleontolgico, ha sido cuna de grupos intelectuales y de notables escritores argentinos. La
Plata se ha destacado literariamente, no socialmente. Los intelectuales de La Plata
estaban a la altura de los de Buenos Aires; las altas esferas sociales de La Plata estn
formadas por personas con aspiraciones aristocrticas y maneras provincianas, que pierden
fcilmente el rumbo. En La Plata el tono social est dado por las mujeres de los militares de
altos mandos, de los miembros del Jockey Club por lo general polticos y de los
gerentes de los bancos. Nada poda igualar el desprecio de las damas porteas terratenientes
por los intentos de elegancia de estas seoras, en caso de haberlas visto, algo que nunca
ocurri. Las damas platenses estaban rodeadas de una conspiracin de silencio, el arma ms
poderosa en la Argentina.
Elsa Astete sinti, cuando se le ofreci este inesperado casamiento, que todas las
puertas del gran mundo se abran ante ella. Es ms, crey que se le abran por mrito
propio. Acaso no haba triunfado donde tantas otras haban fracasado?
En contra de lo que podra suponerse, su actitud no fue de aprobacin ante lo que no
entenda, sino que se puso en rival de su marido. Una amiga norteamericana me escribi
una carta contndome la consternacin general que sobrevino en una reunin en que se
esperaba or a Borges. La seora Borges haba desenfundado una guitarra y se haba puesto
a cantar. La voz no era excepcional, la interpretacin tampoco y nadie entenda la letra de
las canciones. Mi amiga terminaba la descripcin con estas palabras: She is plain and
dowdy (Es insignificante y de aspecto domstico).
Al parecer, las relaciones entre ellos fueron malas desde el principio.
Aqu entramos en el terreno de la conjetura. Aunque l haba logrado tener
relaciones fsicas con una o dos mujeres, se me ocurre que, en este caso, el carcter de la
seora Borges debe de haber dificultado las cosas. Ella esperaba un matrimonio normal y
ha de haber quedado humillada y defraudada. Lo cual explicara en parte su actitud
competitiva.
En todo caso, el malestar entre ellos aumentaba y lleg, al parecer, a la agresin
material en Massachusetts. La seora Borges habra abofeteado a su marido, que sali a la
calle y fue encontrado dos horas despus, sentado en el banco de un parque, mojado por la
lluvia y muy agitado.
Cuentan que tuvo que recurrir a una estratagema cuando finalmente quiso separarse
de su cnyuge. Esper un momento en que ella haba salido, llam por telfono a su
traductor al ingls, Norman Di Giovanni; entre los dos eligieron los libros favoritos de
Borges, alguna ropa, metieron todo en valijas, tomaron un taxi y no se refugiaron en
Maip 994, donde segua viviendo doa Leonor, sino que fueron al aeroparque y subieron a
un avin con destino a la provincia de Crdoba. Desde all, bien escondido y con
asesoramiento legal, Borges inici el trmite de separacin.
El apartamento de la calle Belgrano, donde vivan, qued en poder de Elsa Astete,
que recibi tambin una buena indemnizacin. A partir de ese momento ella desapareci de
la vida de Borges y todas las tentativas de los periodistas por sacarle alguna declaracin o
comentario han sido, hasta ahora, vanas. El mismo vigor que Elsa Astete haba puesto en
participar de la vida de Borges, y en dirigirla, la puso ahora en borrarse, como si la
envolviera una cortina de vergenza.
El casamiento de Borges es, objetivamente, un misterio. Mucho ms que si se
hubiera llevado a cabo en secreto y no con toda la prensa desplegada y sus flashes.
Entramos de nuevo en terreno conjetural. La conjetura es lcita y es, en cierto modo,
una imitacin de su manera, tan inclinada a las hiptesis.
Por qu este hombre de sesenta y siete aos, una edad con recuerdos, pero sin
porvenir, ya glorioso, con costumbres asentadas, extravagantes, pero cmodas para l, se
lanza a la aventura de un matrimonio como un joven inexperto que quiere fundar una
familia y establecerse en la vida?
Es importante recordar la frase que me dijo a m y repiti a otros, tres aos despus,
cuando ya se haba separado de su mujer. El escritor norteamericano Donald Yates me
confes que haba usado casi las mismas palabras hablando con l: Cuando me cas yo ya
saba que la cosa iba a ser un desastre. No tena ganas de hacerlo. Pero me haba metido en
el asunto y era difcil echarse atrs.
Hay en esta frase dos cosas que llaman la atencin: 1) La premonicin. En todas las
circunstancias importantes de su vida, Borges tena premoniciones. En El Aleph, la mujer
amada, Beatriz Viterbo, ya est muerta. En el momento en que me escriba que El Aleph iba
a ser el primero de una larga serie de cuentos, ya Beatriz (que iba a sacarlo del infierno)
haba muerto para l. 2) El sometimiento a un destino aciago que nos destruye, pero al cual
no nos oponemos. Uno arruina su vida por acatar una convencin que se sabe que es
disparatada y que ni siquiera afecta profundamente. La actitud de Borges al casarse repite la
actitud de Dahlmann, el protagonista de su cuento El Sur. Dahlmann, ese argentino un
poco voluntario, acaba de sufrir un accidente y, en consecuencia, una penosa intervencin
quirrgica. Este accidente es idntico al que sufri el autor en 1939, cuando se golpe la
cabeza contra el batiente de una ventana y la herida se infect. Dahlmann, ya recuperado,
va a una estancia del Sur. Ese Sur, unido a la libertad recobrada, lo lleva a la ms estpida
de las muertes. En un almacn cercano a la estacin, donde entra a comer un bocado para
hacer tiempo, tres muchachones, desde una mesa, empiezan a provocarlo tirndole bolitas
de miga de pan. El bolichero, al recomendarle que se vaya, y un gaucho viejo adormilado
en un rincn, que le arroja un cuchillo, precipitan la tragedia. Dahlmann, un hombre de
ciudad y convaleciente, que no tiene idea de lo que es un duelo a cuchillo, acepta el desafo.
Sabe que es la muerte, pero hay un mandato y ya no puede echarse atrs.
Lo que parece implcito en este cuento es el valor de Dahlmann, que acepta la
provocacin. Pero si miramos las cosas de cerca, vemos que el gesto de valor le es
impuesto y no responde a un coraje consciente, sino a una cobarda: el temor al qu
dirn. Dahlmann hace ofrenda de su vida por no atreverse a rechazar un duelo absurdo y
perdido de antemano, por miedo a parecer cobarde.
Borges fue a un casamiento que segn l mismo dijo saba que iba a ser un
infierno (tambin lo fue para su mujer, sin duda) por no atreverse a infringir una
convencin. Pens que su deber era sacrificarse.
No es difcil suponer de dnde vena ese mandato. En el cuento hay un viejo gaucho
que le arroja un pual a Dahlmann. En el casamiento, la pampa sufrida y macha que ests
en los cielos, como siempre, le impuso su voluntad. Y aade: No s si eres la muerte, s
que ests en mi pecho.
Es harto posible que doa Leonor, que en ese momento frisaba los noventa aos,
haya estado preocupada ante la idea de dejar solo a su hijo. Acaso alarmada por la renovada
amistad de su hijo conmigo, haya decidido cortar por lo sano. Ella necesitaba contar con
una mujer apagada y manejable por los aos que le quedaban de vida. No es difcil
imaginarla hablando con algn amigo, entre los muchos que simpatizaban con ella, en
busca de la candidata adecuada. Cuando la candidata resurgi de las brumas del pasado,
podemos imaginar a doa Leonor diciendo: Georgie: por qu no te casas con ella?. Para
Georgie esta frase era un mandato ineludible, como el cuchillo que el viejo gaucho le tira a
Dahlmann.
Pero doa Leonor se equivoc. La nueva seora Borges no era dcil y no estaba
dispuesta a pasar inadvertida. El matrimonio fue causa de sufrimientos, humillaciones y
prdida de dinero. Asimismo, puso una nota grotesca en la vida de Borges.
Lo que sorprende aqu es la actitud indefensa, el someterse atado de pies y manos a
una voluntad que no es la suya, el meterse en el brete sabiendo que el mazazo le espera al
final. Cuando debi tomar una de las decisiones ms importantes en la vida de un hombre,
no fue capaz de decidir por s mismo y se dobleg ante una voluntad otra.
Esta actitud vencida de antemano en el caso de su matrimonio debe ser analizada si
se quieren entender las seales que l nos dio a travs de su literatura. Su casamiento fue un
disparate total, un acto de locura que sorprende en un hombre lcido y de edad avanzada.
Esta actitud, pasiva y femenina, era la de las doncellas en los siglos pasados, que se casaban
con quien les impona su familia, sin atreverse a imaginar una posible rebelin. Y esto
explica el gusto de Borges por un escritor muy distinto a l en su prosa y sus temas: Henry
James. Las mujeres de Henry James nunca se rebelan, sino que acatan cualquier situacin,
por humillante, dolorosa o absurda que sea. Es como si su valor consistiera precisamente en
aguantar una situacin inaguantable. Tambin lo predispona su nacionalidad a esta
resignacin. Borges fue a su casamiento como una doncella burguesa del siglo XIX.
Hay que decir tambin, en descargo de doa Leonor, que durante toda su vida l
haba soado en casarse, aunque el matrimonio se le apareca tan lejano e inalcanzable
como las mujeres de quienes se enamoraba. El mandato haba virado de rumbo: ahora deba
casarse. Y lo hizo con una mujer que no lo excitaba y que l recordaba vagamente de su
juventud, sin contar que los aos, las costumbres, el medio social, las aspiraciones, la vida
vivida los haba ido separando. Y esto, ms que las diferencias intelectuales en que se ha
insistido, impeda toda comunicacin entre Borges y Elsa Astete.
Leonor Acevedo haba credo dejar a su hijo protegido. En su afn de buscar una
mujer manejable, agradecida por el gran honor que se le haca y conditio sine qua non
una mujer de quien su hijo no estuviera enamorado, cometi un error garrafal e hizo vivir a
Borges la nica aventura grotesca de su vida. Las peripecias del matrimonio de Borges se
parecen a los incidentes hilarantes de una tira cmica.
El matrimonio dur poco, apenas tres aos (escaso tiempo para un matrimonio
argentino). Y, como en el tango, l volvi con mam otra vez.
Despus de su desprendido y abnegado esfuerzo, con la conciencia tranquila, doa
Leonor pudo comprobar que ninguna mujer era capaz de sustituirla ante su hijo. (No
contaba con la infinita paciencia, la devocin y la flexibilidad del Japn: pero esto no lo vio
y su triunfo le dio fuerzas para vivir hasta los noventa y nueve aos).
Las mujeres han sentido en algn momento que el valor pertenece al mundo de los
hombres, que ellos designan con esta palabra una actividad dura y cruel, pero que ellos
aprecian. Son los hombres quienes tienen el cuchillo. Ser hombre es matar, es provocar.
El tierno mundo femenino deba horrorizarse ante las refriegas sangrientas de los hombres.
Para las mujeres del tiempo de Leonor Acevedo ser hombre era tener la capacidad de
afrontar un duelo a cuchillo en un momento dado. Aqu culminaba la idea de la virilidad. Y
no se les hubiera ocurrido jams que, detrs o ms all de la fachada de los cuchilleros,
pudiera haber otra forma de hombra. El hecho de que no lo pensaran revela, en las mujeres
argentinas de esa generacin, el profundo desprecio en que tenan al hombre como tal. Y es
posible que ese desprecio de las mujeres, al ser vivido por los hombres, haya contribuido al
desmoronamiento de la moral, a ese marasmo y esa falta de responsabilidad que
caracterizan a los hombres de estas latitudes.
En el cuento El Sur hay una concepcin del valor y esto nos lleva una vez ms a
indagar qu era el valor para Borges.
Crnica de una muerte anunciada, de Garca Mrquez, tiene, en este sentido, cierta
semejanza con El Sur de Borges. No hay ningn valor en los hermanos que matan a
Santiago Nazar ante la pasividad de todo el pueblo, que contempla el espectculo. Se lo
mata porque la convencin, en la cual nadie cree, establece que hay que matarlo. El tema
los dos hermanos buscando a Santiago Nazar para matarlo le habra gustado a Borges,
sobre todo por la fuerza ciega que los mueve.
En estas historias hay un desplazamiento, una deformacin, una caricatura del valor.
Los personajes de La intrusa, el de El Sur, tambin los de Crnica de una muerte
anunciada actan como tteres. Es un rito que se sigue, un rito en un idioma que ya nadie
entiende. Una misa vaca. Es religin, aunque residual y pervertida.
Los hombres de La intrusa no son valientes. Uno de los hermanos, asustado por la
presencia de una mujer que perturba la relacin entre ellos, la mata por celos y por susto.
Esos celos y ese susto se husmean en el aire de sequedad viril que se respira en el cuento.
Dahlmann, en El Sur, muestra su ntimo quebrantamiento como hombre en el mismo
gesto con que se somete a la representacin de una virilidad impuesta de afuera y no
asumida desde adentro, para que no se piense mal de l, para no dar que hablar.
Cuando iba acompaado de sentido, el valor era rechazado por Borges. l slo
admita el valor sin connotaciones morales, o sea, el arrojo fsico.
Hagamos un intento por rastrear los orgenes de este concepto del valor.
Uno de los primeros libros de Borges joven fue Evaristo Carriego. Evaristo
Carriego era uno de los amigos que asistan a las tertulias literarias de Jorge Borges.
Algunos de estos escritores, o aspirantes a escritores, se destacaron como periodistas.
Georgie recuerda a uno solo: Evaristo Carriego. Al leer el prlogo de este libro, Palermo
de Buenos Aires, vehemente, desbordante, barroco, adivinamos que detrs de la trmula
atraccin del autor por los compadres, est Evaristo Carriego. En todo caso, Borges nos
dice que debe a Carriego el haber conocido a uno de los personajes que ms le han
impresionado en su vida: Nicols Paredes, y pasa a describirlo: Paredes es el criollo
rumboso, en entera posesin de su realidad: el pecho dilatado de hombra, la presencia
mandona, la melena negra insolente, el bigote flameado, la grave voz usual que
deliberadamente se afemina y arrastra en la provocacin, el sentencioso andar, el manejo de
la posible ancdota heroica, del dicharacho, del naipe habilidoso, del cuchillo y la guitarra,
la seguridad infinita es el varn de los asados homricos y del contrapunto incansable.
Y ms adelante: Por Nicols Paredes conoci Evaristo Carriego la gente cuchillera de la
seccin, la flor de Dios te libre.
Sorprende en este maestro de la adjetivacin el pecho dilatado de hombra, la
seguridad infinita del personaje. El atuendo teatral que se describe no revela, por cierto,
seguridad infinita, sino el deseo de dar la sensacin de esa seguridad. El autor describe
un personaje de sainete, pero en ningn momento parece sentir esa teatralidad. El disfraz
usado para crear distancia y ocultar la inseguridad es visto como la veste real. Arrastrado
por Carriego, el tembloroso muchacho recin desembarcado, conminado a integrarse a su
brbaro pas, encontr la salida en la admiracin por esta virilidad hiperblica de
chambergos, melenas insolentes y asados homricos. El mundo del hombre adulto le est
vedado en todos sus planos, ese mundo de duelos a cuchillo y puntual asistencia a la casa
de zagun rosado como una nia cielo de varones, no ms. l queda fuera. Y estas
figuras viriles se le imponen al punto que no advierte el primum movens de todas ellas,
desde el gaucho Martn Fierro y los orilleros hasta los diez mil cornudos que matan y lloran
en los tangos: una self pity ilimitada. Aos ms tarde, cuando se impuso el tango-cancin y
esta self pity era palmaria, l se tap las orejas y abomin de Carlos Gardel para preservar
su imagen mtica de compadres recios, con pechos dilatados de hombra.
Estos personajes han dado una pualada, han matado en un duelo criollo, han dado
cuenta de una mujer, pero siempre porque ha habido un amigo que los ha traicionado, unas
leyes rgidas que no los entienden o una mujer que ha preferido a otro hombre. Para estos
varones, este ltimo delito debe pagarse con la vida. La mujer que prefiere a otro, siempre
traiciona y es malvada. En cambio, el hombre que la mata o que mata al amigo traidor es
un hombre bueno, cabal, honrado, arrastrado al delito por la perfidia de los otros. Las
quejas de este virtuoso asesino son copiosas. Martn Fierro tambin se queja y se considera
vctima, pero ste es un aspecto que Borges no ve o prefiere no ver.
Verdad es que l deca que los tangos modernos (hay que entender aqu los
posteriores a 1920) haban perdido su bro. Yo creo que sta era una excusa que l se daba y
que le haca atender a unos pocos y determinados tangos malevos para no ver la blandura
llorosa que ha habido en el tango de todos los tiempos.
Borges, impulsado por Carriego y las imgenes de compadres de sainete, no advirti
lo obvio: la cobarda del personaje tanguero. Y hasta tal punto el consenso popular no
quiere ver la cobarda de este personaje enternecedor, que su cuento Hombre de la esquina
rosada, relato de un crimen solapado, es por lo general citado como una historia de malevos
recios, como si nadie lo hubiera ledo.
Borges quera que el tango fuera lo que el tango nunca ha sido: una briosa toma de
posesin. Privado de su contexto social, de sus lupanares, de hombres que no tienen ms
trabajo que actuar como matones de algn poltico o hacerse mantener por una mujer del
oficio, pierde su sentido. El tango es una protesta de la hez de la sociedad por una realidad
social de la cual no puede y no quiere librarse. En muchos tangos, lejos de haber un desafo,
est la nostalgia de una inalcanzable vida burguesa. Por eso los gauchos y compadres de
Borges son en general ajenos al sentir popular. Sus personajes no lloran ni se quejan. Las
cosas se hacen como podran hacerlas esos speros guerreros de Nortumbra que
provocaban a un duelo a muerte por el placer de pelear o por seis pies de tierra inglesa.
Pero el gaucho no domina su destino, sino que es dominado por l. Aqu el relato de la
accin es anterior a la accin y la determina. Gauchos y matreros son literarios en la
misma medida en que Napolen no poda ser literario para Hlderlin: No puede vivir y
quedar en el poema: vive y queda en el mundo (Buonaparte).
Vuelvo al relato personal. A partir de 1975, cuando empez a viajar con Mara
Kodama, lo vi con cierta regularidad. No tanta como hubiera deseado. Habamos comprado
una casita en Punta del Este y yo viva ahora a medias entre el Uruguay y la Argentina.
En esa poca tuve la sensacin de ver a un hombre que se est librando de su vieja
piel y an no se mueve bien dentro de la nueva. Era ms inesperado que nunca y se
permita ahora contradecir antiguas afirmaciones.
Contar una ancdota que, pese a ser de los ltimos das de 1985, dar una idea
cabal de lo que quiero decir.
l siempre haba admirado a Leopoldo Lugones. Durante aos yo haba intentado
infructuosamente minar su lealtad a esta figura literaria tan sobreestimada.
l haba decidido admirar a Lugones y en las Obras Completas de 1972 lo evoca
con admirativa docilidad. Era una actitud cannicamente establecida. Y repeta con
escandalizado asombro la contestacin que le haba dado una nieta de Lugones, al serle
presentada, cuando l, con encomistica coquetera, le haba dicho: De modo que usted
es nieta de Lugones?. Y haba recibido esta respuesta poco amena: S! Y la hija del
torturador![5].
l pensaba probablemente que yo estaba cegada por mis ideas polticas Lugones
haba sido un hombre de extrema derecha, un admirador de Hitler y Mussolini, un
nacionalista ultracatlico, un militarista. Borges tena ideas hechas sobre el valor literario
de este poeta, conoca versos de memoria y no tena intenciones de cambiar de opinin. En
una ocasin me haba citado un verso que le gustaba especialmente: Una suave tristeza de
dejarte me hizo saber que te quera.
Yo haba protestado. No poda haber ninguna suave tristeza cuando se descubre el
amor. Slo exaltacin o angustia. Suave tristeza se puede sentir al separarse de un amigo;
el amor avasalla.
Una noche de noviembre de 1985 una de las ltimas veces que lo vi fuimos a
comer al hotel Dora, a pocos metros de su casa. Yo haba llevado conmigo el Lunario
sentimental de Lugones. Durante muchos aos, le dije, he querido comentar estos
poemas contigo. Le unos cuantos poemas al azar.
Borges se ruboriz, se movi incmodo en su asiento; finalmente dijo: S, es
cierto, son horribles. Vamos, lee otros. Le otros. La impresin se confirm.
Cuando salimos del restaurante dijo algo que yo ya le haba odo varias veces, pero
con una nueva entonacin: Pensar que la gente de mi generacin crea que escribir bien
era escribir como Lugones!. Esta vez la frase sonaba como una excusa. Y aadi,
reflexivamente: Sabes una cosa, Estela? En esos versos no hay una sola percepcin real.
Est buscando la rima, el efecto, y eso es todo. Ah no hay nada sentido, vivido.
Me pregunto si se refera slo a Lugones, si no pensaba tambin en algunos escritos
suyos que ya no le gustaban.
Tambin me dijo una vez que la casa de unos amigos tena algo uncanny; no lo
senta en las personas que vivan en esa casa, pero s en las tensiones que se haban
suscitado entre ellas.
A tientas, trataba de emerger de su mundo acostumbrado. Lo haba conmovido volar
sobre el polo Norte en un viaje Pars-Tokio. Mientras esperaba en el aeropuerto le haban
tomado, al parecer, unas fotografas y le haban endilgado unas declaraciones hechas tres
aos antes que haban producido muy mal efecto en Buenos Aires.
Borges llamaba a su ama de llaves, Fanny, que corroboraba la historia: Esas
declaraciones son falsas, seor Borges, como son falsas las fotografas. Usted aparece ah
con el bastn egipcio, cuando el que llev en ese viaje era el cayado irlands. Fanny daba
tambin otros informes sobre los datos falsos de los periodistas y hasta de los escritores que
visitaban a Borges: la casa estaba exactamente como la haba dejado doa Leonor y nunca
haba habido sobre la cama de ella un batn lila, como invent el seor Vargas Llosa en un
artculo.
Como participando del desprendimiento general, Beppo, el gato blanco, haba
muerto. Beppo era el gato de Fanny, pero Borges se haba encariado con l y lo haba
hecho suyo. Acariciaba interminablemente la piel sedosa mientras responda a las
preguntas, inteligentes o tontas, de sus diarios visitantes. Quera a Beppo y creo que sus
manos echaron de menos la piel del animal.
En esos ltimos meses, todo en Borges tenda a la libertad. l, tan atado a los
mandatos, se daba cuenta de que nada lo apremiaba y que poda elegir. Era algo as como
esa salida del infierno que tanto haba preocupado en su edad madura; ahora vea por
delante la paz melanclica y el fulgor de esos ngeles que cruzan a veces el cielo del
purgatorio. Quera librarse de las ltimas adherencias. Su deseo de libertad era tal que a
veces parta a Europa en secreto, sin despedirse de sus amigos.
Los objetos, las personas que haban formado parte de su vida, se alejaban. l los
senta de ms. Hasta la leal Fanny, legada por su madre, ama de llaves y en parte
secretaria eficiente, en parte enfermera, empezaba a formar parte de eso que l senta como
el pasado. Fanny no era una atadura, sino una necesidad, pero su subconsciente tal vez la
senta como atadura.
Siempre me ha preocupado el destino de esas mujeres que sirven fielmente, durante
treinta o cuarenta aos, en una casa y que, cuando sta se deshace, quedan, en el mejor de
los casos, con una magra pensin que les permite vivir con los parientes que quieran
recibirlas. Es verdad que, en la Argentina, se les hace el honor de incluir su nombre en los
avisos fnebres.
Creo que lo natural habra sido que Georgie le dejara ese apartamento que, pese a
sus dimensiones, poda ser una especie de pequeo museo de Borges. Le dije una vez:
No hay algn manuscrito que le puedas dejar a Fanny?. Me contest con el tono rpido
y evasivo con que sola contestar las preguntas molestas: No, no, no hay absolutamente
nada. Insist. Cmo, cmo es posible? Tu madre era muy cuidadosa. Cmo ha dejado
tirar as tus escritos?. Bueno, as es, as es. Y no se habl ms del asunto.
Pero quedaban cosas, como se vio cuando personas allegadas vendieron papeles
de l en la casa Sothebys de Nueva York, donde yo misma haba vendido en mayo de 1985
el manuscrito de El Aleph.
La actitud de Borges con Fanny fue egosta e irreflexiva. Fue un descuido de este
hombre cuidadoso en otros planos. Pero Fanny era el recuerdo de un mundo que quera
dejar atrs.
Una vez habamos hablado de la felicidad. l me haba dicho que no pasaba un solo
da sin tener por lo menos un momento de felicidad. Y yo le haba contestado: Entonces
eres un hombre feliz, Georgie. Y me pregunt si la felicidad a la que se refera no tena
nombre y apellido, el nombre y apellido de Mara Kodama.
l haba credo perder la felicidad. En la segunda parte del poema 1964 hay una
alusin a m. Dice: Ya no ser feliz y habla de la puerta de una esquina del Barrio Sur a
la que vuelve incesantemente:
Slo me queda el goce de estar triste.
Esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
En el intervalo se haba enamorado de otras mujeres. Conmigo l haba credo
posible la felicidad del amor realizado. Ahora la felicidad de que hablaba era otra. Una
felicidad ms apropiada a su naturaleza profunda.
Finalmente se produjo el encuentro. Una tarde en que yo me demoraba, lleg Mara
Kodama.
Era un ser con escaso elemento terrestre, casi careca de lo que los hindes llaman
tamas. Elusivo y algo fantasmal. Me llam la atencin que se trataran de usted. El trato
de ella era reverencial, como si no hubiera entre ellos la intimidad que uno imaginaba deba
existir despus de tantos aos y viajes juntos. De alguna manera no eran amigos: se
mantena entre ellos la distancia entre el Bardo Proftico y la Discpula Reverente. En l
haba una nueva serenidad, como nunca la haba tenido conmigo u otras mujeres que lo
atrajeron.
l, siempre tenso, estaba cmodo.
Hablaron de los pormenores de un viaje inminente: bancos, cambios, pasajes,
traveller-cheques, etc. De pronto l me pregunt: Qu te parece Mara?. Me vi en un
apuro y contest rpidamente, queriendo expresar la sensacin que tena en el momento:
Me hace acordar a tu hermana Norah.
Cmo? Norah no tiene los ojos oblicuos!, exclam l.
Yo tampoco los tengo del todo oblicuos dijo Mara. Slo soy japonesa a
medias.
Mascull algo para explicar que me refera a un parecido espiritual. La cosa qued
ah.
Dos das despus me envi una invitacin para asistir con l y Mara a la
presentacin de su ltimo libro, publicado por Alianza Editorial, en el Plaza Hotel. No pude
ir.
Iba a verlo por ltima vez en noviembre de 1985, una noche ventosa, fresca para ese
mes, durante uno de esos ramalazos invernales que a veces llegan a la Argentina en plena
primavera. Lemos poco. En el living la atmsfera era fra.
Se ley una vez ms el poema de Leda y el Cisne y yo volv a notar su excitacin
sexual al repetir los versos:
Did she put on his knowledge with his power?
Muchos han atribuido frialdad sexual a este hombre que, a los ochenta y seis aos,
una edad en que la mayora de los seres humanos ha olvidado el sexo, se excitaba con las
crpticas palabras de un poema ledo y reledo en la adolescencia. Y esto muestra hasta qu
punto tena Borges la literatura en la sangre. Este poema les haba sido ledo a Norah y a l,
en versin expurgada, por su abuela. Quizs l presinti lo que faltaba, lo averigu despus
y esa excitacin de la infancia se prolongaba sin cortarse jams, entraba en un laberinto y
afloraba intacta en el umbral de la muerte. Para l, sexo y muerte eran hermanos. Lo que la
gente interpretaba como frialdad provena de un exceso de carga psquica. La literatura
siempre tuvo temperatura para l. Esto no es fcil de entender para los profanos.
No seguimos leyendo. l se puso de pie, mir hacia la ventana que no vea e hizo
algunas consideraciones sobre la patria. Repiti: Qu es la patria? Unos nombres,
algunos lugares que ya no existen.
Tuve la vaga sensacin de que quera decirme algo. Ya habamos tocado el tema de
la patria, pero ahora lo dejaba flotando en el aire, como sugirindome una pregunta que yo
no supe hacer.
Cambi de tema. Cmo te la imaginas a Mara Kodama?, le pregunt.
Oh, alcanc a verla!.
Por el tono comprend todo lo que ella significaba para l.
Era una revelacin. l sola hablar de mujeres de quienes haba estado enamorado.
Muchas veces estos enamoramientos eran creaciones mentales. Contaba sus cuitas, relataba
ancdotas en relacin con estas mujeres. Pero en este alcanc a verla haba un tono actual
y afirmativo, como quien se refiere a un hecho logrado. Tambin dijo algunas frases sobre
Norah en un tono deprecatorio, como dando por sentado que en Norah haba algo
irrecuperable, aunque no volvi a hablar de las alucinaciones de su hermana.
Salimos, atravesamos la calle y entramos al restaurante del hotel Dora.
Aqu volvi a nombrar a Mara: era ella quien haba descubierto, una noche en que
estaban cerrados todos los restaurantes de la ciudad, que se poda comer en este hotel. Era
tpico de l aprovechar cualquier circunstancia para nombrar a la persona de quien estaba
enamorado. Si la nombraba en relacin con algo tan banal, era porque ella ya formaba parte
de l. Estuve a punto de decirle. Georgie, por qu no te casas con Mara?. Pero no lo
hice.
sa fue la noche, creo, en la que me reconoci que los poemas de Lugones eran
horribles, desprovistos de sentimientos reales. Sin embargo, l se haba sometido a la
corriente que converta a aquel hombrecito de quevedos y polainas en un gran poeta. Que se
atreviera a hablar as era prueba de la nueva libertad que haba alcanzado.
Subimos de nuevo a su casa y seguimos leyendo. De pronto, vi que se mova,
incmodo. Lo mir. Estaba lvido. Le agarr la mano, que estaba fra y colgaba inerte en la
ma. Te sientes mal?, le pregunt. Acompame a mi cuarto, dijo.
l nunca haba necesitado gua en aquellos cuartos que conoca a ciegas. Llegamos,
encend la luz y l se ech en la angosta cama. Quieres que llame a alguien?, le dije.
Llmala a Fanny, me dijo.
La llam. Fanny se plant frente a l unos momentos. Me pareci que no era la
primera vez que tena una indisposicin de esta clase: Fanny no estaba mayormente
asustada.
Me desped y no llam al da siguiente para no dar la impresin de que atribua
importancia a ese malestar.
Llam a los dos das y l vino al telfono. Le dije que me iba al Uruguay. l me dijo
que en pocos das sala para Europa con Mara.
Un mes despus, en el Uruguay, un amigo, Delfn Garassa, me dijo que Borges
estaba siguiendo un tratamiento en Ginebra.
En abril, los diarios publicaron la noticia de su casamiento con Mara Kodama. Me
alegr. Era como si Borges hubiera cruzado el Rubicn, se hubiera afirmado al fin en lo que
l era. Poco importa cul haya sido el carcter de la relacin entre los dos. En cualquier
caso, era una relacin elegida por l, libremente aceptada por ella, una relacin en la cual
no intervenan convenciones, falaces intentos de cambio de vida, sustos o errores, como las
otras veces.
Yo fui importante en su vida, pero Mara estaba en condiciones de darle lo que
nadie le haba dado hasta entonces: una plena entrega espiritual. Borges, en su silla de
ruedas y con Mara detrs, tena una expresin feliz, casi de xtasis. Haba llegado a
Ginebra, la ciudad que amaba su abuela protestante, la ciudad libre.
Borges quera estar orgulloso de su pas, el pas que no slo es fatalidad sino
eleccin. Lo imagin, lo cre a su manera. Y, de pronto, se encontr con que todo lo que
haba soado era ajeno a la realidad. Era demasiado perceptivo para creer, como muchas
mujeres del medio social en que se mova, que Pern haba destruido a la Argentina. Si
Pern haba hallado eco en la Argentina era porque estaba adecuado a la realidad del pas. Y
aunque nunca lo reconoci, lo tuvo que vivir. Y se fue alejando de la patria nueva, tal como
sta se le presentaba.
Todos despotrican contra las convenciones sola decir Borges, pero las
acatan.
Sin embargo, ni su literatura, ni su absurdo primer matrimonio, ni el segundo, breve
y logrado, tuvieron algo que ver con la convencin.
Al llegar de Europa, a los veinte aos, bajo el peso de la historia que me cont
Cohen-Miller, el joven, humillado, se haba sometido. Todos los temas de esta poca hablan
de sumisin a la muerte que cree llevar en s. Pero se las arregla para hacerse una trampa.
Como en el caso de la cautiva de su cuento Historia del guerrero y de la cautiva, decide
que ese sometimiento es una eleccin.
Con los aos, el xito fue ocupando el sitio del amor en este hombre condenado a
vivir sin l. Esto lo fue liberando.
Borges quiso ser argentino y lo fue porque, como l dice, ser argentino es un
compromiso que hemos tomado libremente.
Durante el campeonato mundial de ftbol le sorprendi que la alegra por el triunfo
argentino (obtenido mediante un soborno en 1978) fuera celebrado por las multitudes
porteas con bombos, platillos y matracas. Por qu esta afirmacin tan ofensiva para
expresar la alegra? El grosero bochinche tena para l las peores asociaciones: el
peronismo. Pero tuvo que darse cuenta de que esta bulla no era exclusiva de ese detestado
partido poltico. Los argentinos tienden a expresar la alegra con ruidos.
En los ltimos aos, Borges, libre ya de limitaciones de dinero o de familia, empez
a buscarse a s mismo por el ancho mundo, junto a un extico lazarillo. Al parecer, Mara
Kodama tampoco tena lazos que la ataran a ningn lugar.
Un tab argentino originado seguramente en el carcter voluntario del patriotismo
local considera que un argentino no puede ser cosmopolita sin traicionar a su patria.
Sobre esta base se volva imposible apreciar el valor de la obra de Borges, ya que la
importancia de sta consiste en que un pensamiento laberntico, producto de la experiencia
nica de un argentino muy raro y de circunstancias muy particulares, expres valores
universales.
Esto era difcil de ser aceptado en su patria. Pero finalmente lo fue, sin ser
entendido, en estos decenios finales de un siglo que ya no se preocupa por entender.
He llegado al final de estos recuerdos. Podra prolongarlos. Pero a Borges le gustaba
la brevedad y abrevio en su honor. Hay ancdotas que no cuento, personas que no nombro.
S que hay mujeres que fueron ms o menos importantes en su vida. Alguna, en un exceso
de recato, no ha querido ser nombrada en estas pginas; otras tienen los instrumentos
literarios requeridos para contar ellas mismas su relacin con l.
Al ir a morir a Ginebra, Borges parece decirnos que la Argentina es un pas que
merece encajar dentro del orden mundial, no unas extensiones de tierra al sur del ocano
con habitantes que nunca han tenido suficiente fuerza espiritual para hacerse ver por los
otros. Con su estrafalario modo de ser y a travs de su enrarecida literatura, Borges hizo
conocer a su pas.
Y como Droctulf, el guerrero longobardo apstata, vuelve a una ciudad que es
medida. La derrota electoral del peronismo le hizo creer que la Argentina haba vuelto a
ser como l quera que fuera. Pero tampoco se sinti a gusto en el nuevo pas democrtico,
con hombres poco instruidos, sin audacia y sin golpe de vista, que empezaron a manejar el
pas con maniobras de comit poltico provinciano. l quera esplendor y dignidad para su
patria y no los encontraba aqu. Y cuando un periodista le pregunt por telfono a Ginebra
desde Buenos Aires, practicando el habitual chantaje patritico, si no consideraba que su
presencia en la Argentina representaba un patrimonio cultural del que su pas no poda
prescindir, Borges contest: Soy un hombre libre.
Y lo era al fin.
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Notas
[1]
En el grupo, si bien en esos aos el tuteo no estaba generalizado, nos tutebamos,
o sea, nos vosebamos. Por razones de fidelidad mantengo el voseo rioplatense en mis
conversaciones con Borges. <<
[2]
Uno de estos productos irrelevantes fue Eva Pern. <<
[3]
Una vez en una entrevista dijo que los militares en su patria nunca haban odo
el zumbido de una bala. (Cito de memoria). Eso es todo. <<
[4]
Los unitarios eran los liberales que en el siglo XIX combatieron al tirano Rosas.
Salvaje unitario era el grito de los esbirros de Rosas cuando se lanzaban a degollar a los
unitarios. <<
[5]
Leopoldo Lugones hijo fue un pionero en la aplicacin de la picana elctrica,
instrumento que iba a dar fama mundial a la Argentina cincuenta aos ms tarde, durante
los gobiernos represivos. Como tantas veces ocurre, la nieta del poeta nacionalista e hija del
torturador de comunistas era izquierdista militante. <<