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Exilio y Buganvilia Jose Kozer

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Telar 10 (2012) ISSN 1668-3633 l Exilio y buganvilia: 13-18 13

1. LUGAR DE AUTOR

Exilio y buganvilia
JOS KOZER

Para un judo como yo, haber vivido ms de cuarenta aos fuera de su pas
de nacimiento, y ser por ende, en un sentido tcnico, lo que se denomina un
exiliado, no es algo ni inusitado ni desconcertante; tampoco descorazonador. Es
algo que no me he tomando nunca a la tremenda, y que no me parece detestable
ni desolador; tampoco ameno ni agradable. Es, quizs, un impedimento ante
diversas situaciones histricas, un impedimento que nos vuelve proclives a las
justificaciones, las explicaciones tanto pblicas como ntimas, aunque cuando se
cobra conciencia de la inutilidad de pasarnos una vida dando explicaciones, y
acallamos ese mal ante los dems, e incluso ante nosotros mismos, el exilio se
vuelve, si no confortable, al menos llevadero: no es ni devastador ni maravilloso;
para m carece de magnificencia. Considero ese hecho solo como un estado, o
mejor, una situacin: si se quiere darle un cierto cariz de relevancia al asunto
podra considerarlo como un destino, incluso como todo un destino: en ese sen-
tido es una fuente, un venero rico en aguas salutferas, una veta a explotar con
sutil dedicacin si se tiene la necesidad artstica. Ya que esa veta es de amplitud
y profundidad inagotables, pudindose extraer de su filn la gama amplia, qui-
zs interminable, de la ms dismil experiencia, la ms compleja y variable
referencialidad, puesto que el exiliado puede definirse como aqul que no tiene
un rbol nico, ni una nica flor, sino que es dado a conocer, reconocer, enamo-
rarse, utilizar, la multiplicidad de las flores y de los rboles, procedentes de su
incesante deambular por todos los puntos cardinales, de modo que el hombre
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que nace en el trpico acaba, por as decir, cantando las nieves del norte, y junto
a las casas de mampostera y techo liso de su lugar natal canta los tejados a dos
aguas de las casas del norte, con sus mojinetes y altas mansardas.
Acudo a la figura del explorador y viajero francs Louis Antoine de
Bougainville (1729-1811) que no siendo santo de mi devocin, dado su racismo,
torpe centroeuropesmo y modo poltico reaccionario, que bien recuerda a
Gobineau y a de Maistre, me servir para mostrar un aspecto del exilio que me
interesa subrayar. Este navegante, que le dio la vuelta al mundo, que estableci
en las islas Malvinas una fallida colonia francesa, y en cuyo honor se nombr a
ese bello arbusto, tan orbicular como l mismo, llamado buganvilla, en Mxico
bugambilia (en Cuba buganvilia o buganvil, trmino que adems tiene una con-
notacin procaz en el argot popular) trajo de Tahit a un salvaje para demos-
trar en vivo la teora rousseauniana del homme naturel. En Pars, nuestro buen
salvaje descubre la pera. Y cul no sera la sorpresa de Monsieur de Bougainville
al darse cuenta, tras un tiempo de estancia parisina del tahitiano, que dicha pe-
ra es lo nico que le interesa y atrae de todo el mundo civilizado: es decir, solo le
interesa el artificio mximo que, en las artes, representa el mundo de la pera.
Lo natural, digamos, lo trae sin cuidado, mientras que la tramoya inverosmil,
algo esperpntica y sobremanera afectada de la pera, lo engatusa e imanta,
dndole vida y un sentido al desarraigo en que se encuentra. Cuento esta anc-
dota porque, aunque no gusto de analogas, que siempre me parecen peligrosas a
la hora de interpretar los hechos, y que adems considero que siendo muchas
veces lgicas pueden no ser verdaderas, de algn modo entiendo que mi expe-
riencia personal de exiliado tiene puntos de contacto con la de este tahitiano. Al
irme de Cuba, 1960, con veinte aos de edad, y radicarme de inmediato en Nue-
va York, ciudad donde viv 37 aos, me desnaturalic a muchos niveles. El fun-
damental, la relacin con mi idioma (y no solo ste sino asimismo con el habla,
mi habla habanera natural): as, mi sentido del lenguaje cambi por completo; se
volvi alejandrino y diasprico; es decir, que se volvi en cierta medida bizanti-
no y artificial; pera en vivo. Y en lugar de mi natural cubano, ese vasallaje de lo
unvoco, se dispar dentro de m una proliferacin lingstica que hasta el da de
hoy sigue en pie: la mezcla del ingls con el espaol ampli mi modo de percibir,
y de recibir la gracia del idioma materno, el idioma natural. De ah que unos
versos mos digan en un poema titulado Babel que mi idioma/ natural y mater-
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no/ es el enrevesado. Un enrevesado que aqu en parte alude a ese artificio que
de algn modo caracteriza al arte. Y dada esta experiencia vital de exiliado, el
idioma que hablo y escribo es, en cierta medida, un artificio, si lo comparamos
con el hecho normal de mamar, crecer y vivir en un idioma natural y nico del
que nunca nos ausentamos ni del que jams nos vemos circunstancialmente des-
arraigados. As, por dar un ejemplo, rara vez uso el trmino cubano cotorrita
para ese bichito que tanto amo, prefiriendo la palabra mexicana catarina que me
cunde ms a nivel potico. No tengo el menor empacho en emplear, interiorizar
mexicanismos, peruanismos, espaolismos, y en casa ocurre el curioso fenme-
no, por m observado ltimamente, que mi mujer, espaola de pura cepa des-
arraigada, ahora dice botar, mientras que yo, hbrido cubano, por regla general
digo, y sin apenas darme cuenta, tirar. As, ella bota algo a la basura mientras
que yo lo tiro. El exilio, por ende, hace que las tornas se vuelvan de revs, se
muevan de medio lado, incorporen materiales de acarreo de todas partes: en el
exilio se vira la tortilla, crendose un mejunje (menjurje, ad usum, es el cubanismo)
donde proliferan tonos, vocablos, giros, provenientes de la gama amplia del es-
paol. Opino, que un futuro cada vez ms cercano, nos lleva con toda naturali-
dad a un espaol cada vez ms hbrido; un hbrido no como antes compuesto de
galicismos o anglicismos, sino de las ms diversas y enriquecedoras formas de
decir de las diversas naciones en que se habla castellano. Creo que pronto oire-
mos a un mexicano decir camajn o tremendo sal pafuera sin apenas tener con-
ciencia de ello, y que oiremos a un argentino remodular su habla oriunda con
tonalidades del cubaneo. Y de ocurrir, veo este fenmeno de recombinacin lin-
gstica como algo saludable para nuestro conjunto de pases, y para sus ciuda-
danos. Durante un lapso de tiempo consideraremos este hecho como algo deplo-
rable y artificioso, veremos en l una amenaza a nuestros valores nacionales, nos
negaremos, incluso con violencia, a participar del calidoscopio y del mejunje de
este nuevo espaol enrevesado: mas, con el paso de unas dcadas todo se volver
natural y el trasvase lingstico nos traer un mayor acercamiento a todos. As,
la artificialidad a la que nos obliga la dispora se volver natural. Y para un
cubano dicharachero y tropical la experiencia del fro y del silencio de los bos-
ques se har natural: el exilio me ha enseando a amar, con toda naturalidad, el
enebro (con cuya baya, dicho sea de paso, se aromatiza la ginebra) y ese deslum-
brante rbol que es el sanguiuelo, sin dejar de relacionarme con la uva caleta y
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el hicaco. Aludo, por contraposicin a estos rboles, pero quiero dejar claro que
ambas zonas referenciales son ya naturaleza viva y propia, apropiada, dentro de
m. Y que para nada se contraponen pues participan de un claroscuro vivo en mi
interior. No creo que sin la experiencia del destierro hubiera podido llegar a sen-
tir tan honda afinidad por el ocote mexicano o la encina castellana, como la que
siento por mi maternal laurel de Indias. No creo que la rispidez y luminosidad
que experimento cada vez que redescubro la presencia de un vocablo que no he
odo ni empleado durante dcadas (ya que vivo en un contexto anglosajn don-
de prima, a veces con exclusividad el ingls) hubiera sido posible sin esta ardua y
fructfera experiencia del destierro.
Permtaseme acudir a dos trminos del habla popular cubana: me refiero a
las palabras chvere y paluchero. La primera la o infinitas veces en mi pas, la
segunda la aprend en el exilio. Chvere y sus concomitantes asere, ecobio, mi
sosio, monina, nage o yrnica son vocablos que jams utilic durante mi ado-
lescencia cubana. Por qu? Sencillamente, porque pertenecan a una clase so-
cial diferente a la ma, eran acepciones para m no solo vulgares sino totalmente
artificiales con relacin a mi habla habanera. Esas palabras pertenecan a los
estamentos barriobajeros, al mundo de los prostbulos, a la mentalidad de los
matasiete y los perdonavidas. Si hubiera dicho en La Habana, digamos, en 1957,
que algo me haba parecido chvere, aquello me hubiera sonado a hueco, a falso,
y me hubiera resultado tan artificial como decir latines mientras hablo castella-
no. Sin embargo, el tiempo y la distancia, y por seguro un cierto elemento de
nostalgia, hicieron que la palabra chvere se incorporara a mi vocabulario. Por
qu? Creo que en parte porque las barreras de clase han perdido para m mucho
de su peso especfico; pero creo que, adems, porque la experiencia del exilio
revitaliza trminos ajenos del propio lenguaje, incorporndolos: cierto que al
principio ese proceso nos resulta raro, nos sentimos, como dira un cubano,
postalitas (es decir, falsos). Mas con el uso la palabra se naturaliza, es asimila-
da y registrada por la sangre y las vsceras del modo ms natural. As, hay como
una ley lingstica a la que est adscrito el exiliado: lo artificial se vuelve natural;
y la extraeza de lo ajeno propio, por as llamarlo, desaparece. Y ocurre asimis-
mo que se pierden palabras, infinitud de palabras que al no usarse en la vida
cotidiana quedan soterradas en nuestro espritu. Esas palabras, que fueron una
vez naturales, de repente reaparecen, y tienen un timbre artificial, un eco y sono-
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ridad extraos en nuestro interior, casi como si no existieran en el diccionario, o


mejor, como si acabaran de ser incorporadas al diccionario. As, la palabra que
fue natural reaparece como algo artificial. Asombrados, regodendonos, la
reutilizamos, la redescubrimos, y comenzamos, casi como un nio con un ju-
guete nuevo o con una caja de bombones recin comprada, a usarla cada vez que
podemos hasta que, mediante un proceso de reabsorcin y olvido, esa palabra
deja de ser artificial para recuperar su naturaleza original, su inicial naturalidad.
Solo que ahora, y es lo que quiero subrayar, esa palabra se ve enriquecida por
capas y capas de experiencias propias que le dan un brillo y un espesor inusita-
dos. Sintetizando, pues, he aqu dos leyes relacionadas con el proceso de prdi-
da, distanciamiento y recuperacin de lenguaje en el exiliado: por un lado, el
proceso que lleva de lo artificial a lo natural, como en el caso antes citado de la
palabra chvere; y por otro lado, el proceso que va de lo natural, a su prdida, y
de ah a su recuperacin como algo extrao y artificial que ahora, enriquecido,
vuelve a naturalizarse.
Paluchero es en Cuba chchara y palique en boca de baladrn o de echador
y alardoso. Esa palabra la aprend hace unos aos en el exilio, recuerdo en boca
de quin y en qu contexto la o por primera vez, y podra casi fechar el da y
registrar la hora en que mis asombrados odos escucharon una palabra que por
fin me ofreci un equivalente preciso a un trmino del ingls, caro a mi discurso,
pero que jams haba podido emplear en espaol. Me refiero al trmino ingls
bull-shitter, y la expresin bull-shit artist, referidos a la persona que se las da de lo
que no es. De repente, y con alivio, poda variar mi discurso y utilizar con la
mayor naturalidad dos vocablos de dos idiomas distintos y naturales en m a
estas alturas de mi existencia, sin tener que padecer el desgarramiento de la pala-
bra ausente en el original. Tena ahora el original y su traduccin, as como la
traduccin y su retraduccin al original. Tierra feliz, paraso perdido que haba
recuperado.
Franz Werfel ha escrito en un cuento titulado La historia verdica de la cruz
restaurada: La suspicacia es una de las plantas ms venenosas del exilio poltico.
Cada emigrante desconfa de los dems y, si pudiera, sospechara de s mismo,
ya que tiene el alma destrozada por no pertenecer a ninguna parte. A su vez
Czeslaw Milosz en El pensamiento cautivo subraya el abismo que, para m, era el
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exilio, al que llama la peor desgracia que poda ocurrirme, porque significaba
la esterilidad y la inaccin. Cito a dos escritores amados y por quienes siento un
profundo respeto, y bien comprendo su desgarramiento y ese sentimiento de
amenaza que los rodea en cuanto desterrados y que puede ponerse de manifiesto
como suspicacia o impotencia. Sin embargo, creo que ambos sostienen una vi-
sin del exiliado anterior al actual trasvase de transterrados, un trasvase ingente
de seres, culturas, modos de percepcin, intereses, sobrestimaciones y subesti-
maciones, que est una vez ms cambiando, no s cun profundamente, el mun-
do occidental. Donde Werfel ve suspicacia y Milosz esterilidad encuentro yo
oportunidad de crecimiento; en vez de desgarramiento abisal o trgico destino,
opto por cargar menos las tintas y precisar la existencia de ciertas bondades, y de
hasta un cmulo de bondades para el exiliado. Pese a toda la dificultad implcita
en esa condicin, veo ah, por experiencia propia la ocasin de ampliar, profun-
dizar, liberar la propia persona, forjando, por ejemplo, un lenguaje ms ecum-
nico y polifnico que sin tapujos ni remilgos exprese un nuevo orden donde
exilio, sin ser utopa, tampoco es la peor desgracia ni fuente de paranoia. Creo
que es el momento de dar la espalda a los tremendismos, a veces oportunistas,
que tienden a magnificar la situacin del exiliado. A quien le toque esa experien-
cia que la viva desde dentro para su propia bsqueda social, espiritual. Y, por
supuesto, creo que dar la espalda a la visin romntica del desterrado no implica
dejar de luchar para que los destierros y las emigraciones nacidas de la injusticia
social disminuyan, quizs algn da desaparezcan del todo.

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