Lucaioli-y-Nacuzzi-Fronteras, Espacios de Interaccion en Las Tierras Bajas de America Del Sur PDF
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Espacios de interaccin
en las tierras bajas
del sur de Amrica
FRONTERAS
Espacios de interaccin
en las tierras bajas
del sur de Amrica
Carina P. Lucaioli y Lidia R. Nacuzzi (comps.)
Buenos Aires
2010
S O C IED A D
A RG E N T IN A DE
A N TROPOL OG IA
Fronteras. Espacios de interaccin en las tierras bajas del sur de Amrica / compilado por
Carina Lucaioli y Lidia Nacuzzi. - 1a ed. - Buenos Aires : Sociedad Argentina de Antropologa,
2010.
256 p. ; 21x15 cm. - (Serie publicaciones SAA / Victoria Horwitz)
ISBN 978-987-1280-16-2
1. Etnohistoria. I. Lucaioli, Carina, comp. II. Nacuzzi, Lidia, comp.
CDD 305.8
Fecha de catalogacin: 25/08/2010
NDICE
Introduccin...............................................................................................
INTRODUCCIN
Lidia R. Nacuzzi
En las tierras bajas del sur de Amrica, las poblaciones nativas que entraron en contacto con los conquistadores y colonizadores eran grupos nmades que no pudieron ser reducidos ni encomendados fcilmente en las
primeras dcadas de la empresa colonizadora espaola. Ms tarde, en los
siglos XVIII y XIX, esa condicin de nmades y el reiterado fracaso de diversas empresas estatales por dominar y controlar a esos grupos continu
siendo el principal problema en la agenda del estado tanto en el perodo
colonial, como en el independiente y el de formacin del estado-nacin.
Para resolver la cuestin, hacia fines del siglo XIX se emprendieron expediciones militares que avanzaron primero sobre los territorios del sur (Conquista del Desierto) ente 1879 y 1884 y luego sobre el Chaco (Pacificacin
del Chaco) entre 1884 y 1885.
Durante los siglos XVI y XVII la corona espaola haba enviado expediciones de reconocimiento y otorgado ttulos de adelantado para conseguir que la empresa colonizadora fuera sostenida por los particulares. As,
se logr la fundacin de las principales ciudades del Norte (Santiago del
Estero, Tucumn, Crdoba, Salta), Cuyo (Mendoza, San Juan) y el Litoral
(Asuncin, Santa Fe, Buenos Aires, Corrientes) y la reduccin en pueblos,
reparto en encomiendas e intentos de evangelizacin de los grupos nativos
que quedaron involucrados con esas ciudades en esa amplia regin. Para
el siglo XVIII, las poblaciones originarias del Norte estaban diezmadas y,
hacia fines del mismo, se produjeron sangrientos alzamientos indgenas y
contraofensivas de los espaoles e hispanocriollos. Para ese momento, en
cambio, en las regiones de Pampa-Patagonia y el Chaco meridional se ha-
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Introduccin
ral, social, poltico y econmico. Adems, esta nocin de espacios de frontera tiene estrecha relacin con el fenmeno del middle ground que propone
White (1991), en donde la comunicacin entre grupos indgenas y europeos no se reduce a la confrontacin ni a los acuerdos formales, sino que
se crean nuevos espacios y nuevas formas de comunicacin buscando soluciones en encuentros cotidianos cara a cara y las mltiples interacciones
muestran elementos de las culturas en contacto aunque no corresponden
enteramente a ninguna de ellas, sumndose a nuevas pautas de comportamiento de uno y otro lado. Se trata de espacios mestizos en el sentido de
Gruzinski (2000) o zonas de contacto en el de Pratt (1997), aunque sin la
connotacin de conflictos insuperables que esa autora meciona, en suma:
terrenos de encuentro y acomodamiento entre fragmentos de sociedades
y culturas que intercambian bienes y conceptos, negocian diferencias, se
enfrentan a veces, mezclan sus sangres otras (Roulet 2009: 303).
Aun en zonas muy cercanas entre s, los espacios de frontera no tenan
las mismas caractersticas. Tampoco estos mbitos perduraban inmutables
por dcadas. En efecto, en la Pampa la frontera se haba establecido en el
ro Salado de la provincia de Buenos Aires en 1659. Por casi un siglo este
accidente natural fue solo un lmite, en las dcadas de 1740 y 1750 se negociaron los primeros pactos y se establecieron efmeras misiones (Irurtia
2007). Recin hacia fines del siglo XVIII, un conjunto de fortines contribuiran a presentar la lnea del Salado como un espacio de frontera ms estable, aunque el mismo permaneca poco protegido en cuanto al nmero
de asentamientos defensivos, era muy extenso y estaba completamente expuesto hacia las zonas no controladas por el estado colonial. Esta frontera
fue movindose y avanzando lentamente hacia el sur y el oeste. Recin en
las dcadas de 1850 y 1860 se establecieron tres fortines en el centro y cinco en el sudoeste de la actual provincia de Buenos Aires, con lo que hubo
una nueva lnea de frontera que una dos establecimientos previos: Fuerte
Federacin (actual Junn) y Fortaleza Protectora Argentina (actual Baha
Blanca), ambos de 1828 (Conquista 1987). Bajo estas condiciones, los grupos indgenas de la Pampa y la Patagonia mantuvieron su soberana hasta
bien entrado el siglo XIX.
Segn Bechis (2008: 87) en ese ao hubo una expedicin desde Buenos Aires para
advertir a los serranos que no pasen el ro y, en ese mismo ao, se cre el primer fuerte
de la campaa de Buenos Aires: Santa Mara de la Concepcin de Lujn.
En la dcada de 1770 fueron creados fuertes en las actuales localidades de Areco, Monte, Navarro, Lobos, Rojas y Chascoms (Nacuzzi et al. 2008: 29).
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mbitos de frontera. As, tendramos tres probables pasos para tener en cuenta con fines analticos. Sobre varios de estos temas y problemas venimos
reflexionando en los trabajos de investigacin del equipo que lleva adelante diversos proyectos vinculados subsidiados por la Universidad de Buenos
Aires (UBACYT F 105), el Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas
y Tcnicas (PIP 0026) y la Agencia Nacional de Promocin Cientfica y Tecnolgica (FONCYT 34431).
Este libro rene una serie de trabajos que forman parte de las investigaciones doctorales de los integrantes de esos proyectos de investigacin.
En el momento de pensar esta introduccin, viendo los distintos temas
abordados por los autores y las autoras de los captulos que siguen, este
libro parece una continuidad del que compilamos en 2002 sobre ciertos
personajes de los espacios de frontera: funcionarios de distintas pocas y
regiones (Nacuzzi 2002, Roulet 2002, de Jong 2002) y la percepcin del
indgena sobre los huincas y cristianos como enfoque distintivo (Irurtia
2002). Qu tiene de similar este conjunto de trabajos con aquel? Tampoco
esta vez los personajes centrales son los grupos indgenas. Aqu se presentan varios estudios que tienen en comn haberse enfocado en los espacios
de las fronteras en su aspecto ms geogrfico/territorial, sin perder de vista
que en los mbitos territoriales interactan personas y se conforman, precisamente, por el accionar de individuos. Otra vez ponemos ms atencin
sobre el lado de la sociedad colonial y sobre cmo ella fue conformando
esos espacios. Si bien estaban en continua comunicacin con los grupos
indgenas, fueron los colonizadores y funcionarios coloniales los que eligieron o determinaron los lugares donde establecieron fuertes, misiones o
ciudades, intentaron caminos o delinearon lmites que luego seran -o nolos mbitos de frontera que hoy estudiamos. Ellos eligieron los lugares del
contacto o, por lo menos, tomaron las primeras iniciativas para que algunas
fronteras se crearan donde se crearon. Sin embargo, no nos olvidamos que
en algunos casos las elecciones de los funcionarios coloniales no tuvieron
xito, pero de esos fracasos no nos ocupamos mayormente en estos captulos. Creo que de varios de estos trabajos podemos decir que explican cmo
se gestaron los espacios de frontera en diversas regiones de lo que hoy es
nuestro pas.
Es muy amplia la diversidad de temas y problemas que han ido surgiendo en el desarrollo de las investigaciones doctorales mencionadas. Quizs
la propuesta de recortar este enfoque entre otros muchos posibles surgi de algunas reflexiones que fuimos elaborando a la luz de esos avances
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del Chaco en tres sectores caracterizados tanto por las polticas de colonizacin ensayadas en ellos como por las actitudes y respuestas de los grupos
indgenas. Latini nos habla de un espacio y un perodo poco tratados en la
bibliografa especializada, refirindose a las ms tempranas interacciones
entre espaoles y grupos nativos del litoral y la Banda Oriental del Uruguay
y mostrando cmo se formularon mltiples estrategias creativas desde ambos lados.
Tanto una como otra, fueron regiones en las que actuaron distintas corrientes de poblamiento y diversas dinmicas de la colonizacin y donde se
dibujaron extensas fronteras por el norte, este, sur y oeste. Si el Chaco del
siglo XVIII constituy un enorme espacio de interaccin definido y atravesado por mltiples relaciones intertnicas -entre grupos indgenas y entre
ellos y los hispanocriollos, adems de las complejas relaciones intratnicas
entre nativos e hispanocriollos y de las transiciones entre el mundo indgenas y el colonial que permitan la circulacin de ideas, personas, objetos,
recursos y tecnologas (Lucaioli), en el litoral y la banda oriental de un
siglo antes la situacin parece haber sido bastante similar. La primera de
estas regiones es un modelo til para el estudio de los procesos que se dan
en un territorio indgena rodeado por emplazamientos hispanocriollos de
diferente envergadura, desde ciudades hasta fuertes y misiones y brinda
una posibilidad de estudiar los fenmenos que se producan en un gran
espacio de interaccin, diferenciando sectores de sus extensas fronteras delimitados por los grupos tnicos en presencia, las ciudades que los regan
y las polticas que se aplicaban. La segunda de estas regiones (la cuenca
del Plata) puede beneficiarse de lo que conocemos hoy de los procesos
mencionados, en cuyo estudio estamos algo ms avezados. Como con las
fronteras chaqueas, para el litoral y la Banda Oriental podremos delimitar
sectores (que, de hecho, estn sealados en el trabajo de Latini) para continuar el anlisis de los mismos y conocer mejor la regin, aplicando un modelo que ser de utilidad para una y otra regin, retroalimentando lo que
ya conocemos sobre el Chaco. La conformacin de los espacios fronterizos
en ambas regiones respondi a procesos histricos que se fueron solapando temporalmente y en relacin a sus actores y fueron creando espacios
de interaccin originales, diferenciados y nicos en funcin de los distintos
recursos, grupos y estrategias puestos en juego (Lucaioli).
Los dos captulos siguientes nos trasladan al siglo XIX en dos reas diferentes: la frontera del Chaco como estado-nacin y la frontera sur de
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Crdoba. Spota y Barbuto presentan trabajos de distinto estilo que se complementan en el sentido de mostrar los problemas pendientes de estudio y
diversas formas posibles para abordarlos.
Ambos comienzan en la dcada de 1860 y muestran, con diferentes estilos, los esfuerzos del estado por crear un proyecto homogneo de control
de las fronteras interiores, esforzndose en intentos fragmentarios de establecer una dominacin efectiva (Barbuto). En este sentido, ambos autores
nos llevan a reflexionar en la cantidad de fronteras que existan todava
entre 1860 y 1870 en lo que hoy es el territorio argentino: la frontera con
el Chaco que an se encontraba en el ro Salado del norte de Santa Fe y
el centro de Santiago del Estero (estudiada por Spota), la frontera sur que
recin al terminar la presidencia de Sarmiento (1872) form una lnea que
una lo que hoy son las localidades de Venado Tuerto en el sur de Santa
Fe con Junn, 9 de Julio, Bolvar, Gral. La Madrid, Pringles y Baha Blanca
-dejando como tierra de indios el oeste de la provincia de Buenos Aires-,
la del sur de Mendoza que tambin al promediar la dcada de 1870 fue establecida en San Rafael y fronteras interiores como la del ro Cuarto -en
el sur de Crdoba- que en esa dcada fue trasladada con grandes esfuerzos
hasta el ro Quinto como explica Barbuto.
Spota se propone analizar la forma del avance militar sobre el Chaco a
fines del siglo XIX y cmo el mismo fue desplazando hacia el norte a los
grupos aborgenes mediante la negociacin o la violencia. El autor repasa las diversas campaas emprendidas hacia el Chaco una vez terminada
la guerra contra el Paraguay y menciona expediciones militares sobre la
regin hasta 1938, lo que derrumba el mito de que la pacificacin del
Chaco se logr en 1884 con la campaa de Benjamn Victorica, cuando
qued establecida una lnea de fortines a lo largo del ro Bermejo. Ms all
de esos fortines, se extenda el desierto verde, nocin que operaba como
una metfora en donde la distancia respecto de los centros de autoridad,
en combinacin con la idea de territorio indgena, estimulaba los proyectos
de empresas militares y los planes de campaas de ocupacin. El autor se
detiene en la metfora desierto verde para reflexionar sobre el hecho
de que se trataba de territorio argentino en manos de los aborgenes y
espacios que requeran ser ocupados por agentes sociales funcionales al
proyecto de afianzamiento de la autoridad estatal y deja constancia de la
cantidad de recursos asignados a la empresa militar en el Chaco y lo extenso de la misma.
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Bibliografa citada
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2008. Piezas de etnohistoria del sur sudamericano. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas.
Boccara, Guillaume
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2005. Gnesis y estructura de los complejos fronterizos euro-indgenas. Repensando los mrgenes americanos a partir (y ms all) de la obra de Nathan
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Pblicos de la provincia de Buenos Aires.
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2000. El pensamiento mestizo. Barcelona-Buenos Aires-Mxico, Paids.
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2008. Pueblos nmades en un estado colonial. Chaco, Pampa y Patagonia, siglo XVIII.
Buenos Aires, Antropofagia.
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La percepcin del Chaco como espacio geogrfico comenz a aparecer en los documentos como parte fundamental del proceso de demarcacin del territorio acompaando los primeros proyectos de colonizacin
espaola en el extremo sur de Amrica. Se trat, en un primer momento,
de un espacio mticamente construido en base a anhelos de riqueza motivados por una supuesta presencia de recursos y metales preciosos. Sin
embargo, tras las primeras aproximaciones exploratorias en sus mrgenes,
el derrumbe del mito sobre este tipo de recursos fue cediendo paso a una
realidad notablemente diferente. Las llanuras semidesrticas alternadas
con pantanos y la cerrada vegetacin selvtica de las mrgenes de los grandes ros fueron algunos de los obstculos naturales que contribuyeron a
dificultar el ingreso de los espaoles a este territorio. Los intentos de exploracin del espacio por parte de los conquistadores fueron develando
Este territorio fue mencionado por primera vez en los documentos como provincia
del Chaco Gualambo en 1589 y, desde ese momento, el nombre de Chaco sirvi para
designar la enorme planicie que se extenda hacia el sur del Tucumn (Tissera 1972).
Acerca del significado de su nombre, existe cierta unanimidad entre los cronistas en
que se tratara de un derivado del vocablo quechua chac asociado al territorio y a los
mtodos de caza de guanacos y vicuas practicados por los indios (del Techo [1673]
2005, Lozano [1733] 1941, Dobrizhoffer [1784] 1967, Jols [1789] 1972). Un estudio
acerca del origen y etimologa de los vocablos Chaco Gualamba se encuentra en
Tissera (1972).
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Algunos autores hacen hincapi en que, a la llegada de los colonizadores, estos grupos
estaban involucrados principalmente en disputas territoriales a travs de las cuales delineaban sus relaciones intertnicas de dominacin poltica y econmica (Susnik 1971 y
1972, Saeger 2000). Sin embargo, creemos que esta postura debe matizarse en funcin
de otros aspectos no violentos -como el comercio, las relaciones de parentesco y las
alianzas polticas- a travs de los cuales tambin interactuaban.
El Gran Chaco comprende el amplio territorio que, a grandes rasgos, se extiende
hacia el sur desde la regin sudeste de Bolivia y la meseta del Mato Grosso brasileo,
abarcando gran parte del actual territorio del Paraguay hasta la Pampa argentina. Al
oeste se encontraba delimitado por las Sierras Subandinas -que corren en sentido noreste suroeste paralelas a la Cordillera Oriental, en las actuales provincias de Jujuy, Salta y
Tucumn- y al este por los ros Paran y Paraguay. El espacio chaqueo suele dividirse en
tres sub-regiones: el Chaco boreal al norte del ro Pilcomayo; el Chaco central, ubicado
entre los ros Pilcomayo y Bermejo, actualmente, se corresponde con el espacio delimitado por la provincia de Formosa (Argentina) y el Chaco austral que se localiza entre
los ros Bermejo y Salado ocupando la totalidad de las provincias de Chaco y parte de
las provincias de Tucumn, Salta, Santiago del Estero, Crdoba y Santa Fe del territorio
argentino. En este trabajo, el anlisis estar centrado en la cuenca del ro Bermejo, el
complejo ribereo Paran-Paraguay y la cuenca del ro Salado, abarcando, entonces, las
regiones central y austral del Gran Chaco.
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Con esto no queremos decir que los guaycures fueron los nicos grupos indgenas
del Chaco que se resistieron a la colonizacin sino que fueron los que lograron articular
esa resistencia a lo largo de los siglos, adaptndose a los cambios econmicos en funcin
de sus propios intereses y manteniendo su autonoma poltica.
La organizacin social de los grupos guaycures se basaba en reconocibles lazos de
parentesco y alianzas matrimoniales, por medio de las cuales se conformaban pequeos
grupos familiares mviles en cuanto al agrupamiento de sus miembros y en funcin del
nomadismo. Varios autores que han estudiado a los grupos cazadores recolectores del
Chaco en el siglo XVIII (Susnik 1971, 1972 y 1981a, Vitar 1997 y Saeger 2000) advierten
que la efectividad de estas unidades polticas resida en el aspecto flexible y endeble de
la organizacin social, en tanto permita su segmentacin en unidades menores o bien
la fusin en grupos ms amplios. Esta caracterstica ha sido estudiada con mayor detalle
para los grupos nmades de Pampa y Patagonia (Bechis [1989] 2008 y Nacuzzi 1998).
Estos grupos han sido caracterizados como sociedades segmentales, entendiendo por
ello una configuracin poltica formada por unidades o segmentos autosuficientes ms
pequeos que la sociedad sin que haya una estructura poltica superior que los contenga (Bechis 2006: 2). Segn esta autora, cada uno de estos segmentos estaban expuestos
al doble proceso de fusin -en grupos mayores- o fisin en dos o ms grupos de igual
jerarqua.
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Varios autores han analizado las implicancias de la adopcin del caballo entre los guaycures, entre ellos: Susnik (1971, 1982b), Schindler (1985), Palermo (1986), Saeger
(2000), Djenderedjian (2004), Lucaioli y Nesis (2007).
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siglo XVII en todos los frentes chaqueos: los grupos lules habran establecido tempranas alianzas con los espaoles del frente tucumano como va de
escape a las hostilidades de los grupos tobas y mocoves incorporndose en
pueblos de indios (Susnik 1981a, Gulln Abao 1993, Vitar 1997); los guaranes y chans habran hecho lo propio en la zona del Paraguay, desplazados
por los mbays-guaycur y los payagus (Dobrizhoffer [1784] 1967, Ganson
1989, Herberts 1998); los abipones provocaron la retirada de los matares
hacia Santiago del Estero y tambin de los calchaques del Chaco, quienes
habran aceptado su reduccin, durante el siglo XVII, a travs de alianzas
con los santafesinos (Kersten [1905] 1968, Susnik 1971).
Para algunos autores, la distribucin territorial de los grupos indgenas
del Chaco habra resultado de esta particular dinmica interna, caracterizada por movimientos expansivos de los grupos guaycures que entraron en
disputa con los otros grupos chaqueos por la posesin de espacios ms favorables para las actividades econmicas de caza, pesca y recoleccin (Susnik 1972, Vitar 1997). En funcin de esta dinmica, Vitar (1997) reconoci
la presencia de dos espacios diferenciados en el mapa tnico del Chaco:
una zona interior habitada por los grupos guaycures -cazadores y ecuestres caracterizados como guerreros - y una zona perifrica habitada por
grupos de indios a pie, semisedentarios y cultivadores, lo que contribuy
a generar el dualismo entre indios de tierra adentro -insumisos y guerreros- e indios fronterizos explotados poltica y econmicamente. Segn
la autora, esta distincin fue captada y manipulada por los hispanocriollos
-quienes no tardaron en asociar a los indios ecuestres como el enemigo y
a los de a pie como potenciales amigos- y obr como condicionante del
proceso de conquista y colonizacin del Chaco y sus habitantes (Vitar 1995
y 1997).
A su vez, el desplazamiento de los pueblos semisedentarios y cultivadores
hacia las fronteras chaqueas habra atrado a los grupos guaycures a estos
espacios, ya fuera para continuar con las actividades de aprovisionamiento
e intercambio comercial, ya para hostilizar a los grupos indgenas ahora
amigos de los espaoles. Estas relaciones se tradujeron en una tendencia
comn a cada una de estas fronteras -aunque para diferentes momentos
Con este trmino se designaba a los grupos indgenas que habitaban el espacio ubicado al norte de la ciudad de Santa Fe, entre los ros Salado y Paran. Areces et al. (1993:
90-92) ofrecen un interesante anlisis sobre los orgenes del uso del trmino calchaqu para esta zona.
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Aunque debemos destacar que durante el siglo XVIII, y como consecuencia de las reformas borbnicas, las polticas de la corona se volvieron ms centralizadas quitndoles
a las gobernaciones y sobre todo a los cabildos locales, el poder de decisin y accin que
haban mantenido hasta el momento (Gulln Abao 1995).
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los grupos indgenas y los hispanocriollos hasta mediados del siglo XVIII:
las polticas de colonizacin ensayadas desde los distintos centros administrativos para imponer su dominio y las maniobras de resistencia, alianza o
asimilacin desplegadas por los nativos.
La frontera nor-oriental
El 16 de septiembre de 1541 -a casi medio siglo del desembarco de Coln en las Antillas- se fundaba oficialmente Asuncin del Paraguay, la primera ciudad de la corona espaola en la periferia del territorio chaqueo
del sur. La pequea poblacin que ocupaba lo que desde 1537 haba sido
solo un modesto puesto defensivo, se vio fortalecida por la llegada de los
habitantes del fuerte de Buenos Aires despoblado en mayo de ese mismo
ao de 1541. As, mientras fracasaba la primera fundacin de Buenos Aires iniciada en 1536, el Gobernador Irala institua el Cabildo de Asuncin
otorgndole entidad jurdica y gobierno propio al incipiente casero que
rodeaba al antiguo fuerte. Este hito signific el comienzo de la ocupacin
civil espaola en el territorio del Chaco austral, un espacio bajo completo
dominio indgena en donde Asuncin se posicion como primer enclave
colonial.
Las expediciones realizadas durante siglo XVI habran vislumbrado las
dificultades naturales y el gran peligro que suponan los grupos indgenas
que habitaban esa regin; pero tambin las ventajas que supondra incorporar ese espacio, en especial si se lograba abrir un camino directo que facilitara la comunicacin entre las principales ciudades del Tucumn, del Paraguay y de Buenos Aires y agilizara las relaciones con el Per. Como parte
de ese ambicioso proyecto se fund la ciudad de Concepcin del Bermejo
[1585] en las inmediaciones del ro homnimo, en un sitio estratgico para
impulsar el comercio entre Tucumn y Santiago del Estero y para acortar
las distancias entre Asuncin, Tucumn y el Per (Zapata Golln 1966).
Sin embargo, ocupaba un sitio indgena que los habitantes del Chaco no
estaban dispuestos a ceder. Esta fue la primera y la ltima localidad colonial emplazada en el interior del Chaco; su temprano despoblamiento -ocurrido en 1632 tras los constantes ataques de grupos indgenas guaycures
confederados- marc el fin del asentamiento espaol en el interior de este
territorio hasta entrado el siglo XIX.
As, el estudio de las relaciones intertnicas en este costado del Chaco
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turales se sum a fines del siglo XVI el vino y el cultivo del trigo y el azcar,
recursos aportados por los europeos (Ganson 1989, Fradkin y Garavaglia
2009). Adems, esta era una zona propicia para el cultivo del algodn -ya
utilizado tradicionalmente para confeccionar textiles de amplia difusin
entre los pueblos precolombinos- que los espaoles incorporaron rpidamente. Un proceso semejante ocurri con la yerba mate y el tabaco paraguayo que en poco tiempo se convirtieron en los principales productos de
exportacin hacia otras ciudades coloniales. Por otra parte, los ganados
introducidos por los europeos -vacas, caballos, mulas y ovejas- consolidaron
rpidamente su presencia en la zona. Los espaoles asentaron su economa
en base a la agricultura, la cra de vacunos y la construccin de buques y
apelaron, para ello, a la mano de obra indgena guaran.
La riqueza natural del ambiente en cuanto a recursos y alimentos -en
comparacin con el desolado paisaje bonaerense- fue lo primero que notaron los conquistadores de estas tierras. Esta gente vena del fuerte de
Buenos Aires, sitio extremadamente precario y asolado por la hostilidad de
los grupos indgenas de la zona -pampas y querandes- y por el estado de
pobreza y hambruna extrema que all suma a los espaoles residentes12.
En las costas del eje fluvial Paran-Paraguay, una expedicin al mando de
Ayolas13 encontr un muy buen recibimiento por parte de los indios cariosguaranes, que se acercaron ofreciendo los alimentos que ellos producan,
proporcionndoles vveres, informacin y algunos indios conocedores del
territorio para guiarlos en su travesa (Caedo-Argelles 1988, Burt 2001).
As se habran sentado las bases para las estrechas relaciones que sobrevendran entre estos indgenas -sedentarios y cultivadores- y los espaoles, en
donde los primeros se convirtieron en los productores principales de alimento y prestadores de servicios para la subsistencia de los segundos. Este
fue el comienzo de una amistad provechosa entre hispanos y guaranes,
en principio, para ambos grupos: le convena a los espaoles para entrar
en las tierras del Chaco y tambin a los guaranes en su ambicin de contar
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La bsqueda del candir (o kandir), Tierra sin Mal que prometa inmortalidad
y abundancia eterna, formaba parte del imaginario mtico de los guaranes (Saignes
1990). Asimismo, se asociaba a las prcticas tradicionales de los intercambios precolombinos con los grupos indgenas del Per y rea de los xarayes, de quienes los guaranes
reciban adornos de plata y metales preciosos que habran contribuido a construir el
mito del seor de candir (Susnik 1965).
15 Fradkin y Garavaglia (2009) sostienen que los mestizos nacidos de estas uniones eran
tantos que generalmente no se utilizaba ninguna palabra especial para denominarlos y
distinguirlos de los criollos.
16 Para considerar la magnitud del flujo de mano de obra indgena orientado a satisfacer a los espaoles, basta con conocer que algunos de ellos llegaron a acumular hasta
60 mujeres guaranes o que, en promedio, cada espaol asunceo posea diez mujeres
indgenas (Caedo-Argelles 1988: 75, Fradkin y Garavaglia 2009: 18).
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sostenan con sus trabajos la esfera hogarea y, como vivan en las haciendas de los espaoles, atraan desde all a sus parientes masculinos radicados an en sus comunidades de origen que, voluntariamente, se acercaban
para incorporarse al servicio de sus nuevos cuados. Sin embargo, aunque
los espaoles reconocieran como suyos a sus hijos mestizos17, estos lazos
no significaban para ellos la solidaridad orgnica del cuadazgo guaran,
ni una lealtad intertnica ni tampoco jurdica. Esta es la clave en la que se
debera considerar la temprana interaccin hispano-guaran, sobre la cual
se asentaron unas relaciones embrionarias de sometimiento, colonialismo
y explotacin de la mano de obra.
Bareiro Saguier (1980: 182) advierte sobre una tendencia de la historiografa paraguaya -an vigente- que considera este contacto como armnico, simtrico encuentro que dio como resultado el mestizamiento generalizado (el mestizo es llamado eufemsticamente mancebo de la tierra)
y el bilingismo equilibrado. Estas relaciones no fueron ni armnicas ni
equitativas, ni tampoco los indios se movieron en la ingenuidad de creer
que los lazos con que los espaoles los iban ciendo eran los mismos que
unan sus tradicionales alianzas de parentesco18. La circulacin de personas, al igual que las entregas de bienes y prestaciones de trabajo, no
estaban reguladas por ninguna institucin formal ni una tradicin culturalmente compartida y se asentaba mayormente en la convivencia y la conveniencia, en un principio mutua y luego asimtrica. Cuando los hombres
guaranes dejaron de ofrecer a sus hermanas, la adquisicin de mujeres se
materializ por medio de vas ms violentas, como las rancheadas y capturas que afianzaron el dominio espaol (Caedo-Argelles 1988: 75). Esta
nueva situacin se sum a la ausencia de regulacin del trabajo. Las condiciones estaban dadas como para que, en poco tiempo, la tcita amistad se
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Si bien todos estos grupos se acercaban espordicamente a las inmediaciones de Asuncin, el contacto se daba principalmente con los mbayguaycur y los canoeros payagus, que habitaban en la franja del Paran.
Como en los otros frentes coloniales del Chaco, durante el siglo XVII y las
primeras dcadas del XVIII, las relaciones intertnicas entre los hispanocriollos y estos grupos fueron espordicas y de corta duracin, mediadas
por la violencia y los intercambios comerciales, al contrario de las relaciones pacficas que inicialmente entablaron con los guaranes20 (Susnik 1972
y 1981b, Ganson 1989).
Ya hemos mencionado que, en esta frontera como en muchas otras, los
colonizadores advirtieron las luchas intertnicas indgenas y, aprovechando
los enfrentamientos, habran hallado el camino para someter primero a
los pueblos sedentarios que buscaban en la alianza con los espaoles una
salida a la presin que les imponan los guaycures del Chaco. Los grupos
guaranes y tapes primero encomendados y luego reducidos, participaron
20
Gaboto fue el primero en contactar a los payagus en 1528, encuentro que termin
en una gran matanza indgena. Sin embargo, poco despus, las huestes de Ayolas habran tenido una buena acogida por parte de los payagus quienes les proporcionaron
alimento, refugio y guas para continuar la expedicin, amistad que se vera truncada
hasta entrado el siglo XVIII (Ganson 1989).
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activamente de las luchas armadas de los espaoles contra esos otros grupos
-mbays y payagus- que eran tambin sus antiguos enemigos. La respuesta
de algunos indgenas chaqueos fue la de aunar fuerzas alindose ellos
tambin entre s para hacer frente a la cooperacin de espaoles y guaranes. As, a principios del siglo XVII los peligrosos payagus complementaron sus acciones contra la colonia con la ayuda de los mbays, conocidos
guerreros y vidos jinetes. Esta coalicin demand la construccin de cinco
presidios que, apostados a lo largo de la costa occidental del ro Paraguay,
buscaban proteger la frontera: Guiray, Ypay, La Frontera, Tobat y Tapa; a
los que se sum Arecutacu en 1717 (Ganson 1989).
La poltica emprendida por Asuncin fue mayormente defensiva; defensa que apenas poda alcanzarse por la ausencia de recursos -hombres,
armas y municiones- que insistentemente los gobernadores solicitaban a la
Corona pero muy rara vez conseguan. El sistema de milicias era el mismo
que en las otras jurisdicciones del Chaco, donde
los mismos colonos deben ejercer la vigilancia en los fortines y marchar contra
los brbaros []. Estos servicios de guerra que frecuentemente duran por meses, les impiden a causa de su repetida y larga ausencia atender debidamente
sus asuntos caseros y familias, su agricultura y comercio (Dobrizhoffer [1784]
1967: 210).
Si bien la toma de cautivos era una prctica comn e inherente a las relaciones intertnicas entre indgenas y espaoles, no hallamos otros indicios que sealen que el
factor demogrfico haya sido el mvil de estas acciones entre estos grupos ni entre los
tobas, mocoves y abipones de las fronteras del Salado.
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1760, algunos grupos abipones -respaldados por una amistad labrada a travs del comercio con los vecinos de los productos que sustraan de las misiones de guaranes- se acercaron a la frontera asuncea pidiendo reducirse
en la zona de la Herradura, conocida tambin como Timb, asegurndose
as el dominio de un espacio altamente disputado por tobas y mocoves
(Dobrizhoffer [1784] 1969).
La frontera occidental
Hacia el siglo XVIII, la Gobernacin del Tucumn ya se hallaba consolidada como una unidad poltico administrativa; sin embargo, la frontera
que la contactaba con el Chaco continuaba siendo dbil, difusa e inestable.
Desde un punto de vista geogrfico, el ro Salado al sur y el ro Grande al
norte, constituan una demarcacin natural entre el Tucumn y el Chaco,
lmites que fueron fluctuando de acuerdo a la estabilidad de los asentamientos espaoles en la zona de frontera y a la accin de los guaycur chaqueos (Vitar 1997: 94). Sin embargo, esta frontera tambin debe su consolidacin al accionar de otros muchos grupos indgenas que los espaoles
supieron sujetar ms tempranamente mediante el sistema de encomiendas,
llenando de trabajadores sus estancias y haciendas. Sacando provecho de
las relaciones conflictivas y enfrentamientos histricos entre los grupos nativos, los recin llegados propusieron alianzas a los ms dbiles convirtindolos en indios amigos22. El territorio de la Gobernacin del Tucumn
habra estado ocupado en su mayor parte -excepto el rea de las sierras de
Crdoba y las selvas del Chaco con las cuales limitaba- por grupos sedentarios o semisedentarios que anteriormente haban sido alcanzados por el
rea de influencia del imperio incaico23 y participaban de complejas redes
22
Palomeque (2000: 107) seala que, a rasgos generales, los indios amigos del primer
momento de la conquista tendieron a ser los mismos que anteriormente eran aliados
de los Incas. La autora analiza su rol decisivo en la conquista del espacio que ocupara
la Gobernacin del Tucumn, tanto en lo relativo al abastecimiento de alimentos para
las tropas espaolas como en las relaciones con los dems grupos del territorio, oficiando asimismo como cordn defensivo en los terrenos en que se emplazaban las aldeas
o incipientes ciudades. Tambin seala que muchas de estas alianzas entre indios y espaoles estn invisibilizadas en los documentos ya que mencionarlas hubiera otorgado
demasiada importancia a la colaboracin indgena opacando las hazaas espaolas.
23 La manipulacin espaola sobre el antiguo soporte de la incorporacin al imperio
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de intercambio mediante las cuales trocaban los productos que ellos generaban a cambio de los que provenan de otros espacios (Palomeque 2000).
A pesar de que muchos de estos grupos ofrecieron una fuerte resistencia
al colonialismo -como lo hicieron los pobladores de los valles calchaques
del Tucumn o los grupos lules de Santiago del Estero- tarde o temprano
fueron incorporados al sistema colonial.
El Chaco se extenda en la periferia del virreinato del Per y, como hemos sealado, la falta de metales y otros recursos econmicos atractivos no
cautivaron la atencin de la metrpoli cuyo ojos se posaron de lleno en la
minas de Potos. En este sentido, como sostiene Lorandi (1988), la corona
estaba interesada por el Tucumn slo en tanto ruta hacia el Atlntico y
por lo que esta regin poda aportar, de manera subsidiaria, a la economa
central del sistema colonial. As, la colonizacin de esta parte del territorio
retroalimentaba el circuito de iniciativas privadas cuyo premio o retribucin se traduca en el reparto de encomiendas, que se fue consolidando
como columna vertebral de la economa de la zona, y motor fundacional
de las nuevas ciudades (Gulln Abao 1993: 31)24. La sed por conseguir
mercedes impulsaba la conquista de nuevas tierras de labranzas, circuito
que alimentaba tambin la influencia econmica y poltica. En principio,
solo accedan a ellas quienes tuvieran los medios para iniciar estos mecanismos de colonizacin y, a su vez, su adquisicin redundaba en poder econmico y prestigio social, abriendo las puertas a los cargos polticos de los
cabildos. La situacin marginal del Chaco permiti que los gobernadores y
funcionarios polticos tuvieran bastante autonoma respecto de los controles institucionales y una mayor posibilidad de eludir las ordenanzas reales,
ms estrictas en las zonas centrales del virreinato (Lorandi 1988). Gracias a
esta realidad, las reformas toledanas orientadas a limitar el beneficio de los
encomenderos por sobre el sistema colonial -creando pueblos de indios tributarios a la corona- y los discursos orientados a la proteccin de los indgenas sometidos tard en hacerse efectivo en el Tucumn. Los encomenderos
y miembros de los cabildos dirigieron a su conveniencia la vida econmica,
poltica y social de la regin, al menos hasta entrado el siglo XVIII, cuando
Inca haba hilvanado a todos estos pueblos en una misma red simblica y poltico-administrativa que podra haber facilitado la conquista.
24 Si bien el reparto de indgenas y de tierras oficiaron como fuertes atractivos para
asentarse en estas geografas, tambin cabe destacar en ocasiones el proceso de conquista y poblacin estuvo interrumpido por los enfrentamientos entre los conquistadores a
raz de las encomiendas (Palomeque 2000).
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culos ms estrechos y asiduos con algunos grupos tnicos que haban sido
desplazados hacia la frontera occidental desde el interior del Chaco por los
grupos tobas y mocoves (Susnik 1981a). En relacin a esta disposicin indgena, Vitar (1997) reconoce dos espacios diferenciados en el mapa tnico
del Chaco occidental: una zona perifrica, lindera a la colonia, habitada
por indios lules, vilelas y mataco-mataguayos, todos ellos grupos semisedentarios y cultivadores menos agresivos que los grupos guaycures -ecuestres y cazadores- quienes habitaban en lo que reconoce como un segundo
espacio en la zona interior del Chaco. Desde el inicio de la conquista, los
espaoles echaron mano de estas diferencias y enfrentamientos y midieron
el grado de peligrosidad de los grupos segn el supuesto de que los indios
cazadores eran ms guerreros y temerarios que los indios de a pie y, a su
vez, reorientaron las relaciones de dominacin entre ellos en pos de sus
propios intereses de conquista (Vitar 1997). La presin que sufran los grupos de la zona perifrica habra contribuido favorablemente para que se
acercaran a las fronteras y estuvieran ms predispuestos a negociar alianzas
con los grupos espaoles como una salida a la situacin de dominacin
que les imponan los guaycures del interior (Susnik 1971 y 1981a, Saeger
1985, Santamara y Peire 1993, Gulln Abao 1993, Vitar 1997, Palomeque
2000). Como resultado, no slo se habra logrado encomendar o reducir
en pueblos algunos grupos chaqueos -como los lules25- sino que tambin
contaron con ellos como aliados en las entradas al Chaco y como valiosas
fuentes de informacin sobre el interior del territorio y los grupos que lo
habitaban.
En la segunda mitad del siglo XVII, las relaciones con los grupos tobas
y mocoves fueron mayormente violentas y conflictivas (Gulln Abao 1993,
Vitar 1997) mientras la colonia trataba de amortiguarlas a travs de polticas
defensivas. Sin embargo, no todos los encuentros violentos se desarrollaron
en la frontera ni todas las acciones colonizadoras adoptaron una postura
defensiva. En una relacin, ngel de Peredo26 narra que en 1672, luego de
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Gulln Abao (1993) sostiene que los grupos lules y vilelas entablaron relaciones
tempranas -durante el siglo XVII- con los hispanocriollos, y que los primeros fueron
rpidamente incorporados a las encomiendas. Sin embargo, tambin seala que al contrario de lo que muchas veces se supone por la lectura de documentos en donde se los
describe como ms dciles o amigables, estos grupos ofrecieron una resistencia insistente frente a la dominacin colonial, huyendo en varias ocasiones al interior del Chaco.
26 Si bien lamentablemente el documento no tiene la fecha exacta en la que fue producido, dos informaciones nos ayudar a ubicarlo temporalmente alrededor de 1673: en
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una correra para castigar a los indios27, se haban apresado dos caciques
del interior del Chaco -uno palomo y otro mocov- que haban aceptado las
paces y reduccin, de lo que resulto que volvi a esta ciudad dicho cacique
mocov con las familias [...] a cumplir el dicho tratado de paz a que admitido se le recibi y dio alojamiento [] hasta tanto que se les sealara sitio
competente para su poblacin, siguiendo las normas sobre la situacin
y agasajo y buen tratamiento que les deba dar a dicho gento pacfico en
esta jurisdiccin y por este medio atraer el dems que les quedaba fronterizo en sus tierras (Peredo s/f). Se les asign un sitio propicio en donde
se alojaran las 50 familias de mocoves y tobas que haban sido llevadas
por aquel cacique. Sin embargo, luego de recibir noticias desde Per de
que no haba fondos para tan grande empresa, faltando a lo acordado con
los indios, se resolvi el padrn y repartimiento general de dicho gento
desnaturalizado (Paredo s/f). Muy poco duraron los mocoves y tobas en
las haciendas y estancias (Frasso 8/11/1681), desde donde se volvieron a
su antiguo natural, quitando algunos a sus encomenderos la vida y dejando
como brbaros los hijos, que no pudieron seguirles en la fuga (Urzar y
Arespacochaga 24/11/1708).
Este episodio que hemos expuesto con cierto detalle ha sido poco rescatado por la bibliografa sobre el Tucumn, volvindolo doblemente interesante. Por un lado, seala que durante el siglo XVII se habran ensayado
alguna negociaciones con grupos mocoves y tobas para ser reducidos en el
Tucumn, sealando que no todas las relaciones entabladas necesariamente fueron violentas. Por otro, este primer fracaso de las relaciones diplomticas, en donde los grupos guaycures se habran visto traicionados por
los hispanocriollos, otorga una nueva perspectiva a la interpretacin de los
insistentes ataques de los mocoves sobre las fronteras tucumanas en el ltimo cuarto del siglo XVII. La breve estada en el Tucumn los haba vuelto
ya prcticos de los caminos, ciudades y haciendas de campo de los espaoles, con cuyo conocimiento continuaron con mayor crueldad la guerra
[] aumentando con robos su caballera con la cual infestaron todas las
primer lugar, se trata de una relacin escrita por ngel de Peredo durante sus funciones
como Gobernador del Tucumn, desempeadas entre 1670-74; por otra parte, el documento menciona un Auto emitido por el Conde de Lemos el 2/10/1672, en donde hace
referencia a que los hechos que se narran corresponden a agosto del mismo ao.
27 Esta entrada ser luego rememorada por Urzar y Arespacochaga como la primer batalla ofensiva librada desde el Tucumn a los indios del Chaco (Urzar y Arespacochaga
24/11/1708).
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fronteras (Urzar y Arespacochaga 24/11/1708). Esta recrudecida violencia en las fronteras y la posterior desconfianza frente al establecimiento de
las paces con Santa Fe -que se evidencia a travs de las largas negociaciones
para la fundacin de San Javier de mocoves en 174328- nos permiten replantear las interpretaciones culturales que justifican estas actitudes por un
ethos guerrero (Susnik 1971) o porque la guerra se posicionaba como va
para la consecucin de prestigio (Clastres 1977), para interpretarlas dentro
del marco de una historia indgena del contacto colonial que comienza a
asomar dbilmente a travs de la voz de sus interlocutores europeos.
Sea como consecuencia de este poco feliz inicio en las relaciones diplomticas, sea por el prestigio que otorgaba la guerra o por la atraccin que
generaba la presencia de nuevos bienes cada vez ms deseables en manos
de la sociedad colonial, los grupos mocoves y tobas atacaron con mayor
insistencia las fronteras del Tucumn. Los documentos denuncian hacia
fines del siglo XVII una creciente peligrosidad en los ataques sobre las estancias fronterizas pero tambin en las ciudades coloniales mismas, poniendo en jaque la continuidad de estos establecimientos (por ejemplo, Frasso
8/11/1681, Argandoa 10/1/1689, Urzar y Arespacochaga 24/11/1708).
Esta situacin era comn a todas las ciudades de la Gobernacin, ya que
las ms de ellas que son Santiago del Estero, Tucumn, Salta, Esteco y
Jujuy estn en continua arma con los enemigos mocoves y hallando los
pobres vecinos ocupados en las campaas (Aldunatte y Rada 1699). Para
principios del siglo XVIII, la situacin era preocupante. Las ciudades del
Tucumn habiendo sido floridas de cuarenta aos ac se ven arruinadas y
como consecuencia ellas mismas y los valles frtiles de la frontera se estaban
despoblando (Incaste et al. 26/4/1702). Los constantes asedios y el peligro
inminente hacan cada vez ms difcil sostener la ocupacin territorial (Urzar y Arespacochaga 24/11/1708).
Es para este momento que algunos autores reconocen el inicio de una
nueva etapa de colonizacin caracterizada por el despliegue de incursiones
28
Cuando el cacique mocov Chitaln anunci en sus tolderas que haba iniciado las
negociaciones con el Teniente de Gobernador de Santa Fe para reducirse a pueblo, le
afearon las viejas su determinacin, y dicindole que si no saba lo que en aos pasados
haban hecho los espaoles con sus parientes, que habindolos juntado en pueblo cerca
de Esteco con dos padres, a poco tiempo se echaron sobre ellos y los repartieron entre
s: que quiz esto mismo queran hacer ahora con l, y con los suyos; y que as no pensare en semejante determinacin, ni cumpliere la palabra que haba dado al teniente
(Burgus 1764).
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Hubo durante el siglo XVII tres intentos -poco exitosos- de librar esta batalla ofensiva
a los indios del Chaco. La primera fue aquella que hemos descripto anteriormente durante el gobierno de Paredo (1670-1674) que habra dado como resultado las primeras
paces con los indios mocoves; la segunda se realiz durante el gobierno de Diez de Andino (1678-1681) en donde habra tenido lugar una emboscada tendida por los indios
vilelas; la tercera, ejecutada por el Gobernador Mendoza Mate de Luna (1681-86) con
muchsimo esfuerzo de las ciudades y la puesta en juego todos los recursos de armas de
la colonia, apenas habra logrado atrapar a unos pocos indios. Todas ellas demandaron
grandes afanes, ocasionando prdidas econmicas y el desgaste de las fuerzas armadas
a cambio de resultados contradictorios, escasos y de corta duracin (Urzar y Arespacochaga 24/11/1708).
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La frontera sur
A pesar de que el frente chaqueo de la Gobernacin de Buenos Aires
estaba conformado solo por las ciudades de Santa Fe y Corrientes, estas
conformaron dos espacios diferenciados entre s. Las realidades poblacionales e intertnicas locales, las caractersticas del espacio y los recursos
disponibles y la posicin relativa de cada una de ellas con respecto a Buenos Aires y las restantes ciudades del Chaco, imprimieron sus propias caractersticas en la consolidacin de esta frontera. Cabe recordar que estas
tres ciudades fueron, en sus inicios, resultados del impulso poblador de
Asuncin aunque cuando comenzaron a despegar econmica y poblacionalmente, se escindi la Gobernacin del Paraguay (1617) perdiendo el
dominio sobre ellas. Pocas huellas quedaron en estas ciudades de su pasado paraguayo, puesto que cultivaron -desde un primer momento- una idiosincrasia social muy diferente a la que hemos analizado para la ciudad de
Asuncin. All, por ejemplo, el intercambio biolgico fue la piedra angular
de la demografa, generando una considerable poblacin mestiza aceptada y buscada por los espaoles y por los propios indgenas. Aqu -como en
la enorme mayora de los espacios de colonizacin hispana- las cosas fueron muy distintas. Las encomiendas corrieron a la par que las fundaciones
y, en estas ciudades, espaoles e indios conformaron escalones definitivamente diferenciados de la escala social al punto de que durante el siglo
XVII no hubo sectores reconocidos como mestizos. Paradjicamente, gran
parte del impulso poblador provena de aquella primera generacin tnicamente heterognea nacida de guaranes y conquistadores de Asuncin
(Caedo-Argelles 1988).
Por su ubicacin entre los ros Paran y Salado, la ciudad de Santa Fe
tena gran influencia sobre las regiones chaquea, litoral y bonaerense
mientras que la jurisdiccin correntina se vio relegada respecto de Buenos
Aires. Durante el perodo en que estas ciudades estuvieron a cargo del Paraguay, Asuncin no escatim esfuerzos militares ni recursos para fortalecer y
ver crecer estos pueblos que, por sus ubicaciones estratgicas, favoreceran
la posicin econmica de la Gobernacin. Luego de 1617, la atencin se
centrara en Buenos Aires y Santa Fe, dejando librada a Corrientes a su
buena suerte. Esta ciudad se mantuvo con un lento crecimiento econmico y demogrfico, eclipsada por el protagonismo comercial de Santa Fe y
Buenos Aires. El bajo nivel poblacional haca las cosas doblemente difci-
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les: ocupados en las tareas defensivas30, los vecinos tenan escasos perodos
para dedicarse exclusivamente a las tareas productivas, lo cual contribuy a
la creacin de un sistema econmico comunitario y autosuficiente mayormente ligado a la subsistencia que al comercio (Caedo-Argelles 1988).
Esta diferencia se vio profundizada tras ciertas decisiones poltico-econmicas de la metrpoli que sucesivamente extendi privilegios comerciales a otras ciudades coloniales, como la habilitacin otorgada al puerto de
Buenos Aires para comerciar con Portugal, Brasil y frica (1594), la aduana seca de la ciudad de Crdoba (1623) y la concesin de puerto preciso
a Santa Fe (1662). En cuanto a lo poltico, al igual que ocurra en otras dependencias alejadas u olvidadas por los centros administrativos, Corrientes
goz de gran independencia para la toma de decisiones, convirtindose en
una ciudad casi autnoma en lo jurdico, capaz de arbitrar y sancionar en
los pleitos locales. Esta misma autonoma gui las medidas adoptadas para
con los grupos indgenas que la cercaban, ya sea para su administracin
o explotacin como en lo referente a la defensa y puesta en armas de la
ciudad. Los indios fueron, nuevamente, los que pusieron la fuerza de trabajo que permitira el sustento econmico de los colonizadores. Seis meses
despus de erigida la ciudad de Corrientes, se realiz el reparto de los
pueblos, caciques y principales e indios a ellos sujetos con todas sus tierras,
montes y aguadas, pesqueras y cazaderos entre los 58 pobladores originarios (adems de una para el adelantado y otra para el servicio del Rey) quienes quedaron obligados a darle doctrina suficiente y a tener casa formada
en dicha ciudad de Vera, armas y caballo para la conquista, pacificacin
y sustentacin de ella (Acta de Fundacin de la ciudad de Corrientes en
1588, citada por Caedo-Argelles 1988: 137). Con el reparto de tierras de
labranza ocurrido dos aos despus, se inici el lento proceso de ocupacin de los terrenos linderos al casco urbano, creando los primeros campos
de cultivo y estancias ganaderas que, recin a principios del siglo XVIII, se
habran consolidado en un ncleo rural estable (Caedo-Argelles 1988).
Tambin aqu los franciscanos fueron los primeros en abocarse a instruir a los indios, creando seis pueblos con diversos grupos indgenas de la
zona aunque solo uno de ellos, Ytaty, tuvo cierto xito y perduracin en el
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Al parecer, durante el siglo XVII existieron otro conjunto de reducciones para calchaques y calchines de difcil ubicacin geogrfica y cronolgica, por su efmera duracin y por la ausencia de fuentes. Entre ellas, nos interesa rescatar la presencia de una
reduccin al sur del Saladillo fundada en 1652 para indios lules y colastins a cargo
de Fray Juan de Anchiera, quien se habra presentado con algunos indios en Santa Fe
argumentando que con este pueblo se lograra la proteccin de la ciudad por el acoso
de los abipones y mocoves (Livi 1981: 88).
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metrpoli, mucho ms dispuesta a colaborar con el mantenimiento y socorro de la ciudad. Su privilegiada posicin geogrfica fue motivo de enfrentamientos y conflictos con otras jurisdicciones, otras potencias y los grupos
indgenas. Esta caracterstica es la que condujo a Barriera et al. (2006: 109)
a sostener que, sobre todo durante el siglo XVII, Santa Fe fue una frontera mvil y siempre activa: con los indgenas, con el imperio portugus
y tambin frente a las pretensiones jurisdiccionales de otras ciudades del
Virreinato -Crdoba, Santiago del Estero y Buenos Aires. En esta misma
lnea de anlisis, Areces (2002) seala -para el siglo XVIII- que las acciones
defensivas que involucraban el accionar conjunto de varias ciudades coloniales con motivo de aunar esfuerzos frente a los indios del Chaco, enmascaraban tambin la puja colonial por delinear espacios jurisdiccionales an
no definitivos.
No caben dudas de que el espacio que dominaba la ciudad de Santa Fe
era altamente codiciado por las posibilidades comerciales que emanaban
del control de la zona portuaria del ro Paran, consolidndose como paso
ineludible de todas las mercancas que transitaban entre las dos principales
rutas econmicas: la que conectaba Buenos Aires con Chile y el Per y la
que articulaba el circuito paraguayo de explotacin de la yerba mate por
el eje fluvial del Paran. El traslado de la ciudad unas leguas al sur de su
antiguo emplazamiento ocurrido entre 1650 y 1660, signific devolver a los
grupos indgenas algunas tierras colonizadas pero, a cambio, Santa Fe se
vio enormemente recompensada por su nueva posicin en las orillas del
Paran, ms an cuando obtuvo el privilegio de puerto preciso en 1662
(Cervera 1907). Este privilegio significaba que todos los comerciantes que
circularan desde el norte por va fluvial estaban obligados a recalar en el
puerto de Santa Fe y a pagar impuestos por sus mercaderas antes de seguir
su camino hacia el Per o Buenos Aires. Adems de los beneficios impositivos que lograba recaudar por el trfico legal, Santa Fe supo sacar provecho
del flujo creciente de las actividades comerciales por el camino del contrabando (Areces 2002). La circulacin de mercaderas de Buenos Aires
y Paraguay y la concentracin del metlico procedente del Per, abrieron
camino a nuevas actividades, como el trfico de mulas y el transporte de
fletes por va terrestre, que contribuyeron grandemente al florecimiento de
esta ciudad (Tarrag 1995-96).
Hacia mediados del siglo XVII, Santa Fe ya haba logrado afianzar su
posicin econmica centrada en las vaqueras, la ganadera de las estancias
perifricas y el comercio orientado al intercambio de recursos regionales
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logrando articular estas actividades con el metlico proveniente del comercio con el Per y la redistribucin de los bienes en un mercado interno
cada vez ms diversificado y complejo (Areces 2002, Areces et al. 1993, Areces y Tarrag 1997-98). La ocupacin del espacio se realiz a partir del
establecimiento de estancias mayormente orientadas a la explotacin de
ganado vacuno, recurso ampliamente difundido en el llamado Valle Calchaqu y los campos de la otra Banda del Paran (Areces et al. 1993, Tarrag
1995-96). Muchas veces, manadas de animales se alejaban de estas estancias
-ganado alzado- y se mezclaba con los vacunos cimarrones que vagaban en
los extensos campos, multiplicando sustancialmente la disponibilidad de
recursos (Areces y Tarrag 1997-98). Estos animales fueron el blanco de
las vaqueras, actividades predadoras que consistan en el acto de recoger
masivamente vacas alzadas o cimarronas, es decir, sin dueo conocido (Zapata Golln 1955). Para proteger este recurso y respaldar los precios del
comercio de los productos derivados -cueros, sebo, tasajo y cerda-, el Cabildo regulaba los permisos para las vaqueras y, sobre todo, cuidaba que
no potrearan en su jurisdiccin vecinos de otras ciudades cercanas, en un
intento de proteger los precios (Areces et al. 1993, Tarrag 1995-96).
Muchas estancias fueron apostadas en territorios alejados del ncleo
urbano, de cara a los grupos indgenas chaqueos -abipones y calchaquesque, hacia la dcada de 1670, comenzaron a incursionar sobre la frontera
colonizada destruyendo estas estancias u obligndolas a radicarse en los
campos del sur de la ciudad. En este perodo an no estaba organizado el
sistema de milicias que caracterizara a Santa Fe durante el siglo XVIII; sin
embargo, los vecinos santafesinos lograron defender el espacio ocupado
hasta entonces, que se limitaba al ncleo urbano de Santa Fe de la Vera
Cruz y cuatro pagos poblados, diseminados en sus cercanas: Rincn, Chacras del Saladillo, Salado de esta Banda, Salado de la otra Banda hasta el
Carcaraal (Areces 2002: 595). Segn Areces et al. (1993), la guerra habra
sido solo una de las formas de contacto y confrontacin entre espaoles e
indgenas durante el siglo XVII en Santa Fe; la otra, los intercambios, que
permitieron establecer contactos regulares y, con ellos, los grupos indgenas entraron tangencialmente en la economa colonial de mercado, con
modalidades no impuestas, incorporando elementos que provienen de la
sociedad dominante (Areces et al. 1993: 97).
En paralelo al crecimiento econmico de los vecinos de Santa Fe, la
Orden Jesuita encontr en estas tierras un nuevo sitio en donde amasar
fortunas, aunque siempre con la excusa de que para la administracin de
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y los grupos indgenas, fue aquella establecida con los charras de la otra
banda del Paran. Los charras eran grupos ecuestres que se ubicaban en
las costas uruguayas y desde all hacia el interior, en toda la extensin de
la actual Repblica Oriental del Uruguay, pero que a partir del siglo XVII
se fueron trasladando a la Mesopotamia argentina (Canals Frau [1953]
1973). Estos grupos se relacionaron con los santafesinos de una manera
sin precedentes en las fronteras chaqueas mediante los llamados rescates (Sallaberry 1926, Areces et al. 1993). Este trmino serva para designar
cualquier transaccin entre nativos y colonizadores, aunque aqu se utiliz
predominantemente para referirse al comercio de personas -cautivos indgenas- que los charras ofrecan a los espaoles (Sallaberry 1926). Estas
cuestionadas transacciones32 fueron hbilmente incorporadas en marcos
jurdicos ad hoc para defender los derechos de los propietarios, que involucraba a las personas ms ilustres e importantes de la conduccin poltica
de Santa Fe.
De una manera muy grfica, Areces et al. (1993: 75) proponen considerar el espacio santafesino a partir del grado de peligrosidad que suponan
las relaciones intertnicas con los grupos del Chaco. Para estas autoras, el
ncleo urbano se caracterizaba por la convivencia pacfica, prestaciones de
servicios e intercambios entre indgenas fuertemente aculturizados y la sociedad colonial, constituyendo un escenario de baja peligrosidad; la franja
intermedia formada por las reducciones de indios calchaques y mocorets alternadas con chacras y estancias conformaban un rea intermedia o
colchn, mientras que asocian el mayor riesgo al espacio controlado exclusivamente por los grupos indgenas. Este modelo nos devuelve una imagen de las relaciones intertnicas similar a la que propusieron Palomeque
(2000) y Vitar (1997) para la frontera occidental, caracterizada por tres espacios: uno de dominio espaol e indios sujetos unidos por la convivencia,
los contactos pacficos, los acuerdos diplomticos y los intercambios con
grupos indgenas perifricos; otro intermedio caracterizado por las reducciones y, hacia el interior del Chaco, un tercer espacio que representaba el
mayor grado de autonoma indgena y hostilidad.
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8/8/1724). Con este objetivo, se llev a cabo una entrada que demostr
nuevamente la fragilidad de las tropas y aceler una nueva organizacin
militar, desencadenando -en 1726- la creacin de la Compaa de Blandengues, cuerpo de soldados pagos para la defensa de las fronteras (Cervera 1981, Damianovich 1987-1991). Amparado en este nuevo recurso, el
Teniente de Gobernador de Santa Fe -Melchor Echage y Anda- organiz
en 1728 y 1729 otras dos expediciones al interior del Chaco (Damianovich
1992). No obstante esta ofensiva y los esfuerzos por defender la ocupacin
del territorio, en los aos posteriores recrudecieron los ataques indgenas.
Areces (2002) concluye que las dcadas de 1720 y 1730 se vieron fuertemente convulsionadas por los ataques de los abipones y mocoves que asediaban la frontera norte, mientras los charras cercaban la ciudad por la
banda entrerriana y, desde el Paran, lo hacan los canoeros payagus que
bajaban desde Asuncin.
Hacia la dcada de 1730, entonces, hallamos indicios de un incipiente
proceso de retraccin colonial, especialmente en la zona santafesina (Palafox y Cardoma 14/11/1730), marcado por un creciente despoblamiento
de las estancias y haciendas hispanocriollas situadas en terrenos linderos
al Chaco no sometido (Calvo 1993, Areces et al. 1993, Areces 2004). Las
reiteradas embestidas de los grupos abipones y mocoves sobre estas tierras
cuestionaban la continuidad de los espacios colonizados (Alemn 1976),
mientras que los debilitados recursos defensivos exponan peligrosamente
a la ciudad de Santa Fe, situndola de cara a los ataques indgenas y poniendo en riesgo su continuidad. La declinacin y debilidad de Santa Fe
repercutira en un contexto mucho mayor, dejando a Buenos Aires vulnerable de los ataques indgenas por el norte. Para este perodo hallamos una
serie de cartas enviadas desde Santa Fe hacia Buenos Aires reclamndole
al Gobernador Bruno Mauricio de Zabala ayuda defensiva para mantener
la lnea de fronteras que los ataques indgenas hacan peligrar (de la Vega
14/3/1731 y 16/9/1731, Lpez Pintado y Monje 2/7/1731, del Castillo
9/9/1732, Vera Mujica 22/9/1732). Sin embargo, el Cabildo de Buenos Aires a pesar de que reconoca la complicada situacin fronteriza de Santa Fe,
consideraba difcil la posibilidad de enviar refuerzos militares -que deca no
tener- hacia aquella zona alegando, adems, que sera conveniente se abocaran a ello paisanos conocedores del territorio (Zabala et al. 15/10/1732).
Para este momento, tal como estaban dadas las cosas, la guerra y la violencia irradiada desde la frontera no hacan ms que demostrar su ineficacia
para someter a los igualmente guerreros y violentos abipones y mocoves.
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En parte, porque Crdoba se hallaba envuelta en sus propios conflictos en la frontera sur, asediada por los indios pampas; pero tambin porque histricamente mantuvo
una relacin de puja con Santa Fe -originada en la disputa por el control de la zona
portuaria- que interfiri en la concrecin de polticas efectivas conjuntas para pacificar
el frente chaqueo.
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DOCUMENTOS DE ARCHIVO
Abreviaturas utilizadas:
ANA - Archivo Nacional de Asuncin
AGI - Archivo General de Indias
AGN - Archivo General de la Nacin
APSF - Archivo Provincial de Santa Fe
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de 1704. ANA, Copias de Actas de Cabildo, carpeta 16.
Actas del Cabildo de Santa Fe
8/8/1724. Actas de la sesin del Cabildo de Santa Fe celebrada el 8 de agosto de
1724. APSF, Actas de Cabildo IX.
Aldunatte y Rada, Gabriel
1699. Carta de Gabriel Aldunatte y Rada a Manuel de Prado y Maldonado. s/d,
1699. AGI, Charcas 211.
Argandoa, Toms Flix de
10/1/1689. Carta de Toms Flix de Argandoa al Rey. Crdoba, 10 de enero de
1689. AGI, Charcas 283.
Bando
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APSF, Legajos Numerados, Carpeta 80.
Burgus, Francisco
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fundador el P. Francisco Burgus de la Compaa de Jess en el ao de 1764. BNRJ,
508 (33).
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providencias dadas en conformidad de Reales rdenes. AGI, Charcas 284.
de la Vega, (?)
14/3/1731. Carta de de la Vega a Mauricio Bruno de Zabala. Santa Fe, 14 de marzo
de 1731. AGN IX, Santa Fe 4-1-1.
16/9/1731. Carta de de la Vega a Mauricio Bruno de Zabala. Santa Fe, 16 de
septiembre de 1731. AGN IX, Santa Fe 4-1-1.
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70
Sergio H. Latini
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Las primeras noticias que tenemos de esta regin nos llegan con las exploraciones que a principios del siglo XVI realizaron los europeos ibricos,
a travs de los diarios e informes elaborados por los jefes de las expediciones de reconocimiento o por los cronistas que viajaban con ellos. En este
perodo, que es llamado por muchos historiadores el Siglo de los Grandes
Descubrimientos, las coronas de Espaa y Portugal recorrieron el rea en
su afn de asegurar su dominio sobre determinados territorios luego de la
firma del Tratado de Tordesillas en 1494 que fijaba una lnea divisoria entre
las posesiones de ambos reinos. Las dificultades que surgieron en la exacta
fijacin de esta lnea produjo que muchos de estos viajes de exploracin
fueran clandestinos (Chaves 1968), por lo que no se ha conservado mucha documentacin respecto de los mismos. Seguramente, tanto espaoles
como portugueses recorrieron toda la costa de Sudamrica hasta muchos
kilmetros ms al sur del estuario del Plata a principios del siglo XVI (Chaves 1968); sin embargo, la versin oficial de la historia reconoce a Juan Daz
de Sols como el descubridor del ro de la Plata, aunque tambin es cierto
que fue el primero en tomar posesin de las costas de este ro en nombre
del rey de Espaa.
Adems de los problemas geopolticos que incentiv el Tratado de Tordesillas, la corona espaola estaba buscando un paso interocenico que le
permitiera llegar a las tierras de las especies en Asia, luego de que en 1513
Vasco Nez de Balboa descubriera el Mar del Sur, nombre que le puso
al ocano Pacfico. Entonces, Sols haba sido nombrado Piloto Mayor del
reino por su gran pericia en el mar y en 1514 acord una Capitulacin con
el rey que lo enviaba a Castilla del Oro, es decir, el territorio centroameri
La capitulacin era un contrato entre el rey y un expedicionario en el que se estipulaban las condiciones en las cuales se iba a realizar una exploracin.
72
Sergio H. Latini
cano entre el mar Caribe y el ocano Pacfico que tena a Pedrarias como
gobernador, y de all deba
ir descubriendo por las dichas espaldas de Castilla del Oro unas mil setecientas
leguas y ms si pudiereis, contando desde la raya y demarcacin que va por la
punta de la dicha Castilla del Oro adelante, de lo que no se ha descubierto hasta
ahora (Asiento que hizo el rey [1514], en Madero 1939: 353).
El diario de Juan Daz de Sols se ha extraviado, pero a travs de los cronistas de la poca se puede seguir el rastro de su viaje. La flota zarp de Sanlcar de Barrameda en octubre de 1515 y en febrero de 1516 lleg al cabo
Santa Mara, lo que hoy es Punta del Este. Luego se intern en aguas del ro
de la Plata, pas frente a la isla de Lobos -llamada as por la abundancia de
lobos marinos que haba en la misma- y luego frente a la costa de Maldonado, Uruguay, donde se encontr un puerto en tierra firme y se lo consider
ptimo como para tomar posesin del mismo en nombre del rey el 2 de
febrero de 1516, llamndolo Nuestra Seora de la Candelaria de acuerdo
al santoral catlico. Sols sigui recorriendo las costas del ro de la Plata y
recal en una isla que llam Martn Garca porque all qued enterrado el
despensero de su flota. Frente a esta isla, cerca de la desembocadura del ro
Uruguay, en algn lugar de las costas del actual departamento de Colonia
se desencaden la tragedia que nos cuenta el cronista Antonio Herrera. Al
ir navegando por la costa, observaron que los indios parecan ofrecerles
alimentos y diversos bienes ponindolos en el suelo y hacindoles seas.
Sols decidi desembarcar para ver mejor los artculos que le ofrecan y,
tambin, con la intencin de tomar algn indio para llevarlo a Espaa. Se
dirigi entonces hacia la costa en un bote, en compaa de los que podan
caber en el mismo y
los indios que tenan emboscados muchos flecheros, cuando vieron a los castellanos algo desviados de la mar, dieron en ellos y rodeando, los mataron, sin
que aprovechase el socorro de la artillera de la carabela; y tomando a cuestas
los muertos y apartndolos de la ribera, hasta donde los del navo los podan ver,
cortando las cabezas, brazos y pies, asaban los cuerpos enteros y se los coman
(Herrera 1601, en Cordero 1960: 106-107).
73
ra Gaboto conviviendo entre los guaranes en las islas del delta del Paran.
El conocimiento que adquiri de la lengua de estos indios durante los aos
que convivi con ellos, le sirvi para acompaar a Gaboto en su derrotero
por los ros, sirvindole de intrprete.
Hay una discusin en torno a cul grupo indgena fue responsable de la
matanza de Sols y sus compaeros, algunos autores apuntan a los charras
mientras que otros sostienen que fueron los guaranes. Lo cierto es que este
encuentro poco feliz entre los espaoles y los indgenas de la regin hara
que la misma fuera considerada por mucho tiempo como tierra habitada
por antropfagos (Bracco 2004).
Otro de los cronistas de la expedicin, Pedro Mrtir, relata que al ver la
matanza y las prcticas antropofgicas, los dems tripulantes de la expedicin espantados de aquel atroz ejemplo, no se atrevieron a desembarcar,
ni pensaron en vengar a su capitn y compaeros y abandonaron aquellas
playas crueles (Mrtir [1530] 1989, en Bracco 2004: 17). Renunciando a la
bsqueda del paso interocenico el piloto Francisco de Torres, que qued
al mando de la expedicin al morir Sols, emprendi inmediatamente el
regreso a la pennsula ibrica. Al pasar por el puerto de Los Patos, en la
costa brasilea, una de las embarcaciones naufrag, quedando all dieciocho sobrevivientes quienes permanecieron por varios aos en convivencia
pacfica con los indgenas de la regin, en Santa Catalina.
Entre ellos se destaca Alejo Garca, quien se relacion rpidamente con
los indgenas del lugar, aprendiendo las costumbres y la lengua, el guaran.
Aparentemente, entre los guaranes se enter de la existencia de un Rey
Blanco que habitaba al oeste de esas tierras -en la Sierra de la Plata- y que
posea muchas riquezas. Decidi entonces realizar una incursin hacia el
interior del territorio en busca de esas fabulosas riquezas. Al no poder convencer ms que a tres de sus compaeros cristianos y sabiendo que para tamaa empresa era necesario contar con un cuerpo importante de hombres,
areng a los guaranes para que lo acompaaran, logrando la adhesin de
muchos de ellos. Chaves (1968) siguiendo a Ruy Daz de Guzmn ([1612]
1969), dice que Alejo Garca logr reunir 2000 guaranes. No sabemos si
este nmero es real; sin embargo, creemos muy probable que lo haya acompaado un nmero importante de indios, alentados por la expectativa de
la guerra contra sus rivales y la posibilidad de tomar esclavos. Emprendi
entonces Garca la marcha hacia el interior del continente, pasando por
muchos peligros al internarse en el territorio de diversos grupos tnicos,
muchos de los cuales eran rivales de los indios que lo acompaaban. Co-
74
Sergio H. Latini
Alejo Garca parti por tierra desde Santa Catalina hacia el oeste, pasando por las regiones selvticas que atravesaban los ancestrales caminos tnicos sealados por sus aliados indgenas. Trazando un recorrido aparentemente paralelo al cauce del ro Iguaz
(Maeder y Gutirrez 1995), cruz el Paran y lleg a la desembocadura del ro Paraguay,
en donde aos ms tarde se fundara la ciudad de Asuncin. Desde all, continu por
ruta terrestre -siempre hacia el oeste- cruzando la regin del Chaco Boreal, hasta arribar
a las tierras de los payzunos (Chaves 1968), cerca de la actual Sucre, en el Alto Per.
75
de sus vecinos relaciones amistosas y con otros mantenan hostilidades. Suponemos que Alejo Garca tuvo la perspicacia de observar estas cuestiones
y aprovecharlas en el sentido de convencer a algunos de estos grupos para
que lo acompaaran en su gesta; tambin tuvo que ampararse en estas relaciones intertnicas de los nativos para reaprovisionarse en ciertos lugares y
para reclutar ms hombres.
Todas estas acciones demuestran que la interaccin entre los europeos
y los grupos tnicos desde un primer momento, como es el siglo XVI, no
conllevaban siempre una relacin hostil y se desplegaron mltiples estrategias creativas desde ambos lados (Boccara 2003). La gesta de Alejo Garca
muestra la adaptacin de este personaje al nuevo espacio en el que se encontraba, la estrategia de aprender la lengua y los valores del grupo tnico
con el que estuvo conviviendo y el aprovechamiento de estos recursos en su
propsito de que lo acompaaran hacia la tierra de los metales preciosos.
Si bien el resultado material de esta incursin para los europeos no fue
significativo por la exigua cantidad de oro y plata que lleg a sus manos,
s lo fue en trminos simblicos, ya que la leyenda indgena del Rey Blanco
y la Sierra de la Plata que entusiasm a Garca y sus compaeros, torcera el rumbo de las futuras expediciones. Su influencia fue tal que el ro
bautizado por Sols en 1516 como Santa Mara, conocido por los marinos
posteriores como ro de Sols (hasta 1527 aproximadamente), cambiara su
nombre por el de ro de la Plata, en una clara referencia al camino que los
espaoles suponan que llevaba a la Sierra de la Plata. El nombre de ro de
la Plata fue imponindose con el paso del tiempo; as, en la Capitulacin
de Pedro de Mendoza con el rey en 1534, encontramos que se le concede a
Mendoza entrar por el dicho ro de Sols que llaman de la Plata a conquistar y poblar esas tierras (Capitulacin de Mendoza [1534], en Madero 1939:
405). Luego el nombre se extendi como denominativo de toda la regin
y a fines del siglo XVIII -un poco ms de 250 aos despus de la incursin
de Alejo Garca- en el marco de las reformas borbnicas, se cre un nuevo
virreinato cuyo nombre sera del Ro de la Plata.
De los objetos de metal que Garca mand a sus compaeros que haban quedado
en Santa Catalina, parte se perdi en el naufragio de un barco que los llevaba a Espaa
junto con una carta al rey en donde los europeos que estaban en esa poblacin le relataban todas sus vicisitudes. Solo quedaron unas cuentas de oro muy fino que estaban
destinadas a la Virgen de Guadalupe y que seran mostradas a Gaboto cuando este pasara por all.
76
Sergio H. Latini
Mientras Alejo Garca marchaba hacia el interior del territorio, Magallanes llegaba al ro de Sols (1519). Recorri la costa uruguaya del mismo
hasta llegar a la isla de San Gabriel, Colonia, donde estableci su base de
operaciones. Juan Rodrguez Serrano, al mando de una nave de la misma
expedicin, recorri el ro en busca del paso interocenico, llegando al ro
Uruguay que remont hasta la desembocadura del ro Negro. Al ver que
el ro de Sols no permita el tan buscado paso interocenico, Magallanes
reanud su derrotero hacia el sur. A travs del diario que llevaba Antonio
Pigafetta, cronista de la expedicin, sabemos que la tripulacin estaba al
tanto de los sucesos anteriormente mencionados. En su relato, por ejemplo, puede leerse: Aqu es donde Juan de Sols, que, como nosotros, iba
al descubrimiento de tierras nuevas, fue comido por los canbales, de los
cuales se haba fiado demasiado, con sesenta hombres de su tripulacin
(Pigafetta [1519-1522] 1963: 51). Este es uno de los pocos datos que tenemos de la expedicin de Magallanes con respecto a los indgenas de la
regin.
En 1527 lleg Sebastin Gaboto a las costas del ro de la Plata (o de Sols). Gracias a las noticias que haba aportado la expedicin de Magallanes,
Gaboto haba capitulado con el rey para seguir el mismo camino. Al pasar
por Santa Catalina se enter, por los sobrevivientes a la incursin de Alejo
Garca, de la existencia de una fuente de metales preciosos y riqueza. Otro
de los nufragos de la expedicin de Sols, Enrique Montes, les dijo a los
integrantes de la tripulacin de Gaboto
que si le queramos seguir que nos cargara las naos de oro y plata porque estaba
cierto que entrando por el Ro de Sols iramos a dar en un ro que llaman Paran el cual es muy caudalossimo, y entra dentro de este de Sols con veintids
bocas y que entrando por este dicho ro arriba no tena en mucho cargar las
naos de oro y plata aunque fuesen mayores porque dicho ro de Paran y otros
que a l vienen a dar y van a confirmar con una sierra adonde muchos indios
acostumbraban ir y venir y que en esta tierra haba mucha manera de metal y
que en ella haba mucho oro y plata (Carta de Luis Ramrez [1528], en Madero
1939: 377).
Esta noticia luego sera confirmada por Francisco del Puerto, el sobreviviente de la matanza del grupo de Sols en el ro de la Plata. Del Puerto
haba quedado entre los guaranes en las islas del delta del Paran y, al
enterarse de la llegada de la expedicin de Gaboto, sali a su encuentro.
77
El rescate era una prctica en la cual los espaoles intercambiaban productos con los
indgenas (Sallaberry 1926). En estos primeros tiempos solan ser elementos de hierro
como anzuelos o cuchillos de parte de los europeos a cambio de alimentos que les daban los indios, luego, con el paso del tiempo, los productos intercambiados se fueron
diversificando.
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Gaboto deba seguir la ruta de Magallanes pero, como dijimos anteriormente, las noticias de los metales preciosos hicieron que torciera el rumbo de la expedicin hacia un
lugar que no estaba autorizado por el rey. Diego Garca haba capitulado con el rey para
explorar estas tierras del Plata. Las desavenencias entre ambos surgieron en torno a la
jurisdiccin de la conquista y dominio en estas tierras. Estos pleitos entre conquistadores fueron muy frecuentes durante todo el perodo y se dieron en toda Amrica.
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como en cincuenta leguas que subimos por l hasta llegar a un puerto de tierra
firme que se puso [por] nombre San Lzaro (Carta de Luis Ramrez [1528], en
Madero 1939: 377).
Estos dos ejemplos son una muestra de los muchos naufragios que hubo
en las aguas de la regin, sobre todo en el ro de la Plata. Muchos de estos
ros admitan solo naves de poco calado, como los bergantines, por lo que
aquellas naves con las que los europeos cruzaban el ocano, la mayora
de las veces no servan para remontarlos. Sabiendo estas dificultades, Irala
escribi una Relacin al despoblar Buenos Aires, el 10 de abril de 1541,
que dej en el lugar para que leyeran los capitanes de las expediciones
provenientes de Espaa cuando pasasen por all, indicndoles importantes
referencias sobre el rea. La expedicin de Diego Garca ya lleg preparada
para estos ros de poca profundidad, porque l conoca las caractersticas
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de la regin desde el momento en que haba acompaado a Sols en su desventurado viaje. Garca transport desde Espaa tablas para construir un
bergantn al llegar a las costas del ro de la Plata (Memoria de Diego Garca
[1526-1527], en Madero 1939). Las dems exploraciones posteriores tambin vinieron preparadas pero, en caso de no estarlo, Irala sealaba en su
relacin: As mismo si por caso no trajere tablazn para hacer bergantines,
corra esta costa del ro arriba y hallar madera de sauce y as mismo en la
misma costa hacia San Gabriel y la ligazn podr cortar en las islas (Relacin de Irala, 10 de abril de 1541, en Schmidl 2009: 247)
Al inconveniente de la poca profundidad de los ros se agregaba otro
a causa de las corrientes; no debemos olvidar que para llegar a Asuncin
las naves deban navegar contra la corriente del ro Paran, que era muy
ancho y caudaloso como lo refiere su nombre en guaran: como la mar
(De Angelis [1836] 1969: 436). Tambin sabemos de los temporales que
arreciaban en la regin, como las fuertes sudestadas. Adems de todos estos
obstculos naturales a la navegacin, Irala menciona una dificultad ms: las
hostilidades de los indgenas que estaban a la vera de los ros. A diferencia
de los guaranes que habitaban las cercanas de Asuncin, los grupos tnicos que ocupaban estas reas de la cuenca del Plata eran cazadores-recolectores y pescadores nmades -si bien es cierto que haba grupos seminmades agricultores como los guaranes que habitaban las islas del Delta. Como
venimos advirtiendo, todos estos grupos oscilaron entre el hostigamiento
y los intercambios pacficos como respuesta a la presencia europea en la
regin. De estos rescates dependan los espaoles para remontar el Paran,
debido a la escasez de alimentos en el rea, pero tambin es cierto que en
su paso por los ros sufran la agresividad de los indios. A modo de ejemplo,
la mencionada Relacin de Irala de 1541, les indicaba a las futuras expediciones de espaoles cmo reaprovisionarse:
Todos los indios que por este ro [Paran] arriba hay que viven en la ribera de l,
no son gente que siembran ni de ninguna polica. Han de guardarse mucho de
ellos especialmente al tiempo de rescatar, porque estando avisados y los bergantines apartados de tierra algn tanto podrn rescatar con ellos y sern provedos
de pescado y de manteca y pellejos y carne que es lo que ellos tienen y pueden
dar (Relacin de Irala, 10 de abril de 1541, en Schmidl 2009: 246-247).
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Han de guardarse donde hallaren barrancas, no los flechen los indios especialmente en el estero de los timbues, porque all lo han hecho otras veces los
querandes y han de llevar siempre en los bergantines sus barandillas de ropas
o pellejos puestas especialmente por este estero y cada vez que rescataren con
indios han de tener sus armas prestas (Relacin de Irala, 10 de abril de 1541, en
Schmidl 2009: 247).
Sin embrago, insistimos en que las relaciones entre los grupos tnicos
y los hispanos no fueron nicamente hostiles, sino que tambin hubo encuentros pacficos, rescates o intercambios de bienes y muchas veces matrimonios entre los espaoles y los indgenas. Todos los cronistas hacen
referencia a los grupos tnicos de la regin y, si bien no los describen cabalmente, por sus comentarios sabemos que esta rea estaba habitada por
una multiplicidad de grupos diferentes: charras, minoanes o guenoas,
chana-timb, yaros, guaranes, por slo nombrar algunos de los diversos
gentilicios que encontramos en las fuentes. En un trabajo anterior (Latini
2009) sealamos las dificultades que hallamos en el momento actual de la
investigacin para establecer las territorialidades de los diferentes grupos
tnicos al momento de la conquista partiendo de las escasas fuentes documentales que poseemos. Creemos que esto se debe a que los conquistadores europeos que arribaron a la regin en este siglo solo se preocuparon
por identificar aquellos grupos que eran amigos, es decir, con los cuales
podan interactuar pacficamente haciendo rescates o recibir informacin
sobre el rea y sus recursos, separndolos de aquellos con los cuales era
mejor evitar el trato; sobre todo luego del desafortunado episodio de Sols,
con toda el rea conceptuada como tierra de antropfagos. Irala, en su
relacin advierte a los espaoles recin llegados sobre las conveniencias
de establecer relaciones con determinados grupos tnicos y a cules otros
evitar o atacar en la medida de lo posible. De esta manera, hablando de las
costas cercanas a San Gabriel les informa que
los indios de esta parte hasta ahora no se han dado por enemigos ni amigos
pues que no se ha contratado con ellos, estos son charras y beguas y maones
y toparas y asimismo corren la costa chans y guaranes que son enemigos a los
cuales y a los querandes que arriba digo les podrn hacer todo el dao que pudiere por amistad o enemistad, rescatando con ellos o no rescatando porque as
hacen ellos (Relacin de Irala, 10 de abril de 1541, en Schmidl 2009: 249).
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Adems, como los conquistadores espaoles no se internaban en el territorio, solo tenemos datos de las mrgenes de los ros, es decir, de los
bordes de nuestra rea de estudio. Esto nos proporciona una informacin
fragmentada que dificulta an ms la comprensin del panorama tnico
de la regin. Basile Becker (2002) comenta que los minuanes habitaban un
rea que no fue recorrida por las primeras expediciones, por lo que solo se
tienen noticas de ellos ya entrado el siglo XVII.
Todas estas expediciones descriptas anteriormente recorrieron los bordes de nuestra rea de estudio que podemos delimitar en base a tres rutas
o caminos seguidos por los europeos, tanto espaoles como portugueses.
En el este, hallamos el camino martimo del ocano Atlntico. Estas costas fueron recorridas, exploradas y reconocidas por los conquistadores,
aunque no fundaron ninguna poblacin ms al sur de Santa Catalina. Es
decir, no hubo poblados en las costas martimas de la actual Repblica del
Uruguay ni en el actual estado brasileo de Rio Grande do Sul durante
este perodo. Al sur y al oeste se traza el camino fluvial del ro de la Plata
y del Paran con sus afluentes. Esta fue la ruta ms transitada por los conquistadores. Contamos con cuidadosas descripciones de estas costas, de los
accidentes geogrficos del estuario del Plata, de las dificultades de la navegacin por estas aguas, de las mrgenes de los ros y de los grupos tnicos
que los habitaban. All hubo ciertos intentos poblacionales por parte de
los espaoles, aunque todos ellos fracasaron, con excepcin de Asuncin.
Creemos, como dijimos anteriormente, que las causas se encuentran en
los pocos recursos con los que contaban los conquistadores hispanos en
tierras habitadas por indios nmades cazadores de los que dependan para
asegurarse el xito de la conquista. Adems el objetivo de muchas de las
empresas que llegaban a la regin se centraba en los metales preciosos,
por lo que esta rea carente de ellos era considerada como un lugar de
trnsito donde aprovisionarse antes de seguir camino, remontando los ros
que llevaban a las ansiadas riquezas. Por ltimo, identificamos un camino
terrestre en el norte, recorrido por primera vez por Alejo Garca y que luego fue retomado por los espaoles y portugueses con el fin de intercambiar bienes y esclavos cuando esa fue la nica salida de Asuncin hacia el
mar. Estos tres caminos recorridos por los europeos fueron dibujando los
bordes de un espacio que estuvo habitado y dominado por varios grupos
tnicos, durante un largo perodo. Podemos afirmar, entonces, que durante estas primeras expediciones se fue gestando un espacio de frontera, ms
que una lnea o lmite real, ya que no encontramos un rosario de fuertes
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A fines del siglo XVI y durante el siglo XVII comenzaron a darse cambios sustanciales en la conformacin de este espacio de frontera. El primer
elemento a tener en cuenta es el establecimiento de centros poblados por
parte de los conquistadores. Para ellos era imprescindible lograr la integracin territorial que garantizara la comunicacin entre los diversos enclaves
coloniales y permitiera una ocupacin efectiva. El auxilio de la corona que
esperaban los habitantes de Asuncin lleg con Alvar Nez Cabeza de
Vaca quien, sabiendo las dificultades de navegacin y el despoblamiento
de Buenos Aires, realiz el camino terrestre entre Santa Catalina y Asuncin, repitiendo el recorrido que mucho antes hiciera Alejo Garca. Las
desavenencias y conflictos entre este nuevo allegado de la corona y la elite
poltica asuncea hicieron que Alvar Nez fuera remitido preso a Espaa.
La travesa terrestre realizada por este conquistador y las frustradas expediciones de Sanabria y Rasqun que fundaron y despoblaron el puerto de
San Francisco frente a Santa Catalina para ir luego por tierra a Asuncin,
demuestran que esta ciudad estaba ms comunicada por va terrestre con el
Atlntico que por va fluvial y que mantena un fluido contacto e intercambio con los portugueses de San Vicente, en el litoral atlntico.
Creemos que el eje de la conquista de estas tierras comenz a cambiar
cuando Nufrio de Chaves, siguiendo con la tan mentada bsqueda de la
Sierra de la Plata, parti de Asuncin en 1546 y recorri el camino hacia el
oeste que anteriormente siguiera Ayolas. Llegando al Alto Per, encontr
que los indios ya estaban repartidos a los espaoles. Desde este momento,
la leyenda del rey Blanco y la Sierra de la Plata comenz a desvanecerse
y las fuerzas de la conquista se centraron en repoblar la tierra al sur de
Asuncin, ya no en bsqueda de los metales preciosos sino de lugares con
buenos pastos y asientos que permitieran criar ganado y establecer haciendas para poder vivir prsperamente. El tiempo pasado en Asuncin haba
mostrado que era posible una vida cmoda a costa de los frutos de la tierra
y del trabajo de los indios del lugar. Este giro en la conquista se refleja en
la capitulacin que hizo Juan Ortiz de Zrate con la corona espaola al ser
nombrado gobernador del Ro de la Plata, en la cual el rey le demand incentivar los productos de la regin, fomentar la agricultura con algn cultivo de Europa e introducir ganado (Guern 2000). Por estos aos lleg Juan
de Garay a la regin y, ayudando a Zrate en su proyecto expansionista,
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tena con los portugueses de San Vicente -que, al ser prohibido por el rey,
se mantuvo como contrabando- y por la utilizacin del ganado cimarrn
que se multiplic a los largo de los aos, suerte con la que no contaron las
anteriores expediciones que quisieron asentarse en el rea, como la primera fundacin de Mendoza. Adems, esta poblacin en las costas del ro de
la Plata proporcionaba un inters material para sus pobladores, al poder
acceder a las piezas de rescate y al contrabando de esclavos negros hacia
las minas del Per. Tambin facilit un puerto desde donde controlar las
expediciones de las potencias enemigas que recorran la regin y para poder exportar los productos provenientes de diferentes partes del territorio
como el Tucumn o el Alto Per (Bracco 2004). Sin embargo, aos ms
tarde, las presiones de los comerciantes de Lima y Sevilla sobre la corona
espaola con el fin de mantener sus altos beneficios econmicos, provocaron que el rey cerrara este puerto para intercambios comerciales. Esto
motiv un aumento del contrabando (Guern 2000). Buenos Aires, de esta
manera, experiment un crecimiento muy grande y fue tan floreciente que
la corona olvid a Asuncin, imponiendo a aquel puerto del ro de la Plata
como cabecera del territorio.
Las fundaciones de Santa Fe, Buenos Aires y Corrientes en las mrgenes
del Paran y el ro de la Plata, confirmarn a este eje fluvial como uno de
los bordes de nuestra rea que conceptuamos como espacio de frontera, la
ruta o el camino fluvial mencionado en el apartado anterior. En el espacio
comprendido entre el ro Paran y el ocano Atlntico, tanto espaoles
como portugueses no tuvieron control efectivo ni sobre el territorio ni sobre los diferentes grupos tnicos que lo habitaban. Sin embargo, como en
el siglo anterior, trabaron relaciones tanto a travs de intercambios pacficos
como hostiles. Estas dificultades para sujetarlos y para establecer relaciones
estables con ellos se tradujeron en las fuentes al llamarlos generalmente
indios infieles, sin hacer referencia al grupo tnico al que pertenecan.
Para la sociedad colonial no importaba su denominacin y su adscripcin
tnica, solo hacan referencia a que los intentos de sujetarlos ya fuera repartindolos en encomienda como reducindolos en pueblos de misin, no
prosperaron. Todo este espacio de frontera aparece generalmente en los
documentos como banda del norte (Bracco 2004), es decir, la otra banda
del ro de la Plata y del Paran vista desde la perspectiva de Buenos Aires.
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De este pequeo fragmento de esta carta de Hernandarias al rey podemos deducir varios elementos que nos dan cuenta de las prcticas que
realizaban ambas sociedades en este perodo. Por un lado, tenemos el objetivo de Hernandarias, que era pacificar la tierra, es decir, dar un castigo ejemplar a los indios que anteriormente haban atacado a una armada
espaola al mando del gobernador Antonio Mosquera, matando a un almirante y a varios integrantes ms. De esta manera queda aquella costa
ms segura y ellos con un poco de miedo (carta de Hernandarias al rey,
junio de 1608, en Acosta y Lara 2006: 16). Por otro lado, apreciamos la
presencia de un cautivo espaol entre los indios. Sabemos que los charras
mantenan como cautivos a individuos de otros grupos tnicos que luego
rescataban, ya fuera con los espaoles para que los utilizaran como mando
de obra esclava o con algn otro grupo tnico. En Santa Fe, los charras
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Todas estas nuevas formas de relacionamiento dan cuenta de un espacio de frontera en el cual los agentes hispanocriollos fueron improvisando
estrategias nuevas pensadas para la sujecin de grupos nmades. Las noticias que tenemos sobre encomiendas de estos indios infieles son confusas
(Bracco 2004), lo que podra explicar que desde un primer momento fracasaron. Esto significa que no se pudo aplicar el mismo sistema que permita
la sujecin de mano de obra indgena como en otras regiones del continente. Ante tal situacin, los agentes hispanos tuvieron que innovar en
estrategias, pero este es un lado de la moneda. Del otro lado tenemos a las
sociedades indgenas nmades que tambin elaboraron nuevas estrategias
e incorporaron nuevos bienes y nuevas formas de relacionamiento. Adems
de las adquisiciones mencionadas, estos grupos tnicos adoptaron al caballo rpidamente (Bracco 2004), convirtindose de una sociedad pedestre
en una sociedad ecuestre, lo que implic un cambio de territorialidades,
de prcticas de subsistencia, de liderazgos, al poder movilizarse a partir de
ese momento en distancias mucho ms amplias en corto tiempo (Palermo
1986).
Adems de la incorporacin del caballo, hallamos la adopcin del ganado bovino como una fuente de alimento y luego como elemento de rescate,
que fue creciendo en importancia a medida que avanz el contacto colonial. Hubo varios lanzamientos de ganado a principios del siglo XVII en
nuestra rea de estudio. Este se expandi y se multiplic, en gran medida,
favorecido por las praderas naturales, conformando una gran reserva que
sera conocida como la Vaquera del Mar que estaba ubicada en el sudeste
de la actual Repblica del Uruguay (Basile Becker 2002). El ganado implic
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este, que estaba conformado por las costas al sur de Santa Catalina baadas
por el ocano Atlntico.
Consideramos que este espacio fue un rea compleja en el que interactuaron diferentes actores: europeos -espaoles y portugueses en su mayora
aunque hemos mencionado a ingleses y franceses en menor medida- diversos grupos indgenas, criollos y mestizos. A partir de esta interaccin, que
dio cuenta de diversas estrategias creativas de relacionamiento, se llev a
cabo una reestructuracin y resignificacin del espacio, de las caractersticas culturales y de las relaciones mismas. Como todo espacio de frontera,
se constituy en un lugar permeable en donde ambas sociedades, tanto la
indgena como la hispanocriolla, incorporaran bienes y elementos nuevos
de la otra sociedad que le eran convenientes o necesarios. Por ejemplo, los
espaoles aprendieron a comer los nuevos productos de estas tierras y los
indgenas incorporaron el caballo y el ganado como parte fundamental
de su cultura. Esto llev a una situacin de aprendizaje y adaptacin por
parte de ambos. Las relaciones entre las dos sociedades estuvieron siempre
oscilando entra hostilidades e intercambios. Hubo rescates de alimentos
por artculos de hierro en primer lugar y, luego, los productos se fueron diversificando en esclavos, ganado, aguardiente, tabaco, etc. Asimismo, hubo
ataques y hostigamientos por parte de los indgenas y campaas punitivas
por parte de los hispanocriollos.
Finalmente, hemos visto cmo a medida que la sociedad colonial se fue
afianzando en los bordes de nuestro espacio con poblados y misiones, surgieron nuevas formas de interaccin y muchas otras se fueron resignificando. Entonces, se desplegaron una variedad de procesos socioeconmicos,
culturales y polticos que involucraron a todos los actores antes mencionados y motivaron mltiples estrategias hacia el nuevo escenario. El desarrollo de tales estrategias implic que las sociedades indgenas entraran en un
profundo proceso de etnognesis; es decir, un proceso de transformacin
poltica, social y de nuevas definiciones de etnicidad que fueron provocadas por los contactos prolongados entre la sociedad hispano-criolla y los
indgenas.
Analizar nuestra rea de estudio como un espacio de frontera, nos ayudar como herramienta analtica para considerar a los grupos tnicos que
la habitaban de una manera diferente a como lo hace la mayora de la
bibliografa especializada sobre la regin. Nos permite pensar que los indgenas de esta zona no fueron meros espectadores de esta nueva historia
(Boccara 1999: 31) que surga con la llegada del conquistador europeo,
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En la actualidad, el Chaco representa un mbito de investigacin antropolgica e histrica ampliamente trabajado. Realizando una breve revisin
de las investigaciones interesadas en el siglo XVIII y mencionando solo algunos de los trabajos dentro de la nutrida produccin cientfica propia
de este campo de investigacin, podemos referirnos a los trabajos planteados sobre el ethos o idiosincrasia guerrera de las poblaciones aborgenes
chaqueas (Susnik 1971), a la propiedad de la tierra (Fuscaldo 1982) y la
adopcin del caballo por parte de las poblaciones aborgenes chaqueas
(Palermo 1986). Asimismo, el siglo XVIII capt la atencin de muchas investigaciones recientes sobre temticas vinculadas con los procesos de etnognesis (Lucaioli 2005, Nesis 2005) en combinacin con anlisis comparativos interregionales interesados en las transformaciones ocurridas dentro
de los grupos aborgenes de las zonas pampeano-patagnica y chaquea
(Nacuzzi et al. 2008). Tomando en consideracin el universo de las investigaciones realizadas sobre acontecimientos sucedidos durante los siglos XIX
y XX podemos sealar -solo como muestra representativa del vasto conjunto de trabajos realizados en el tema- el estudio de Cordeu y Siffredi (1971)
donde fue analizado crticamente el episodio denominado como masacre
de Napalp. Por otro lado, Iigo Carrera (1983) investig las problemticas socio-econmicas propias de la regin desde una perspectiva historiogrfica claramente influida por la reflexin antropolgica.
A pesar de que el Chaco ha dado lugar a numerosos abordajes antropolgicos sobre los procesos culturales, sociales e histricos de la regin, los
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La Guerra del Paraguay (1865-1870) constituy el episodio blico de mayor envergadura en Sudamrica en el siglo XIX, en el cual el ejrcito paraguayo se enfrent con
las fuerzas combinadas de Argentina, Brasil y Uruguay. La contienda, tambin llamada
Guerra de la Triple Alianza, represent un sangriento conflicto ocurrido como resultado de una compleja combinacin de factores de poltica internacional. El desenlace
de la contienda trajo aparejada la derrota del Paraguay y desat una serie de disputas
diplomticas entre los vencedores que giraron en torno a las anexiones territoriales
reivindicadas por Argentina y Brasil. Es en el contexto diplomtico de tensin interna-
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por Carlos Tejedor en 1870. Sin embargo, las negociaciones entabladas con
Brasil para desarticular la alianza militar y convenir el destino paraguayo
a corto y mediano plazo se vieron dificultadas por la acritud con la cual
Tejedor demand el estricto cumplimiento de las clusulas inicialmente establecidas en torno a la ejecucin de la poltica de paz -que incluan las reivindicaciones territoriales argentinas sobre la regin chaquea. Como contrapartida, Brasil estimul los reclamos territoriales por parte de Bolivia en
lo respectivo al Chaco y por parte de Chile en lo tocante a la Patagonia. La
tensin que report para el clima poltico internacional el enrarecimiento
de las relaciones entre los vencedores qued suspendida a comienzos de
enero de 1869 con la ocupacin efectiva de Asuncin por parte de un contingente aliado casi exclusivamente compuesto por fuerzas brasileas.
Los representantes de Argentina, Brasil y Uruguay ratificaron un protocolo donde se estableca de forma ampulosa que el Paraguay se hallaba
liberado de la tirana del mariscal Lpez y que la acefala gubernamental
sera provisoriamente cubierta por un gobierno triunviral elegido mediante consulta popular al pueblo paraguayo. Alberdi haba criticado con anterioridad estas medidas al cuestionar los motivos reales que se escondan
detrs del acuerdo realizado entre las potencias de la alianza respecto del
manejo de la riqueza del territorio paraguayo.
La guerra es hecha en nombre de la civilizacin, y tiene por mira la redencin
del Paraguay, segn dicen los aliados; pero el artculo 3 del protocolo admite
que el Paraguay, por va de redencin sin duda, puede ser saqueado y devastado,
a cuyo fin da la regla en que debe ser distribuido el botn, es decir, la propiedad
privada pillada al enemigo. Y es un tratado que pretende organizar una cruzada
de civilizacin, el que consagra este principio! (Alberdi 1988: 240).
A pesar de las objeciones expuestas por un sector importante de la intelectualidad, la poltica y la opinin pblica (Pomer 2008), el perfil del
protocolo firmado por Argentina, Brasil y Uruguay refrend la postura ms
beligerante. Empero, el posterior encaminamiento de las negociaciones
entre los aliados y Paraguay qued marcado por la doctrina Varela (Scenna
1975), lo que trajo aparejado una desventaja diplomtica y poltica para la
Juan Bautista Alberdi (1810-1884) fue un poltico y jurista argentino autor de la Constitucin Nacional quien en su obra El crimen de la guerra ([1870] 1956) expuso de
forma sistemtica su oposicin ante la realizacin de la guerra del Paraguay.
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proyecto de garantizar un control efectivo de la posesin territorial pretendidamente adquirida, distaba de materializarse dado que las intenciones expansionistas de la Repblica Argentina colisionaban con la resistencia de las
parcialidades aborgenes que ocupaban la zona. Complicando an ms el
panorama intertnico, la guerra de la Triple Alianza haba condicionado las
relaciones criollo-indgenas a lo largo de su duracin. La extensin y magnitud del enfrentamiento blico demand la inversin de todos los recursos
disponibles para el frente paraguayo y especficamente en la frontera esta
exigencia se tradujo en la movilizacin masiva de los cuerpos militares acantonados en los fortines. Desguarnecida la lnea de asentamientos sobre los
que se estructuraba la presencia del ejrcito en la regin, el gobierno busc
suplirla por medio de la creacin de cuerpos de Guardias Nacionales, pero
el desenlace final de la conflagracin trajo aparejada la necesidad de llevar a
cabo cambios en la poltica de fronteras tendientes a mejorar su eficiencia:
Hallndose por terminar la Guerra del Paraguay, que ha absorbido hasta hoy
casi todos los elementos de la Repblica el gobierno est en deber de adoptar
cuanto antes una resolucin que ponga fin al servicio de frontera por medio
de contingentes de Guardia Nacional. Que el servicio de frontera a que hoy
est obligada la Guardia Nacional de algunas Provincias no da ni puede dar
resultados satisfactorios, porque la masa que aquella envan renovables cada seis
meses, no pueden ser sujetadas a un plan de disciplina severo y permanente.
Que an bajo el punto de vista de la economa, conviene a la Nacin un cambio
radical en el sistema, porque la movilizacin, hecho que con tanta frecuencia se
repite, ocasiona al erario gastos crecidos (Alemn 1997: 190).
Los desajustes estratgicos que derivaron del lustro de guerra en el Paraguay afectaron directamente la estabilidad de la lnea de fortines en la
frontera chaquea y demoraron ms de una dcada en comenzar a ser efectivamente solucionados. Despus del duro parntesis impuesto por la guerra con el Paraguay, solo hubo ocasin de reemprender el asedio fronterizo
en 1870, en los dos frentes tradicionales: la frontera del norte santafesino
y la de Salta (Maeder 1977: 9). La dcada de 1870 transcurri en negociaciones bilaterales entre Argentina y Paraguay, ocupadas en finalizar las
disputas sobre las demandas territoriales concernientes a la regin del Chaco. De acuerdo al convenio firmado entre las potencias vencedoras, ambos
pases estableceran sus fronteras legtimas en los cauces del ro Paran y
Paraguay mientras que el lmite con Brasil se ubicara en la vera occidental
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El tabaco, maz, caa, mandioca, porotos y toda clase de hortaliza, se da admirablemente y rivalizan con las producciones del Paraguay [] se dan bien en
abundancia, y de buena calidad, la naranja, uva, durazno, mamn y otras frutas
silvestres indgenas [] su piedra es abundante y propicia para edificios, empedrados, etc. (Vedia 1872, en Lindor de Olivera 1987: 32-33).
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La intelectualidad de la generacin del ochenta significaba como desierto verde a la regin del Chaco que se encontraba bajo el control descentralizado de las parcialidades aborgenes. Este espacio ajeno a la autoridad poltica argentina representaba un mbito peligroso donde los desafos
planteados por una naturaleza feral amenazaban con llegar a impedir la
propia realizacin de las operaciones:
Muchas dificultades ha habido que vencer pues tenamos que atravesar un territorio completamente salvaje, poblado de montes, cuasi inaccesibles donde
era necesario abrir picadas a fuerza de trabajo y proporcionarnos agua cabando
jagueles y no encontrando siempre agua potable se sufri el tormento de la sed
por varias veces, hasta tanto se consigui sacar agua buena (Obligado 1870).
Los desafos que generaba la naturaleza indmita del desierto contribuyeron a instalar la asociacin entre campaas militares y epopeya patritica (Vias 2003). La nocin de desierto operaba como una metfora en
donde la distancia respecto de los centros de autoridad, en combinacin
con la idea de territorio indgena, estimulaba los proyectos de empresas
militares y los planes de campaas de ocupacin (Trinchero 2007). El uso
poltico del trmino desierto implicaba la diagramacin de un ideario
poltico destinado a superponerse sobre una realidad socio-cultural anterior. Tanto el Chaco como la Pampa y la Patagonia recibieron una idntica
significacin metafrica en base a su condicin compartida de territorio
argentino en manos de los aborgenes por tratarse de espacios que requeran ser ocupados por agentes sociales funcionales al proyecto de afianzamiento de la autoridad estatal. Sin embargo, a pesar de constituir un problema idntico al de los territorios del sur y que la declaracin oficial de la
pacificacin del desierto verde requiri la perduracin de las operaciones
militares hasta 1938, el volumen de los recursos asignados para concretar
su ocupacin y la escasa atencin pblica generada por tal tarea evidencia
que el Chaco jams constituy una temtica de importancia equivalente a
la de su contrapunto meridional. Complejizando an ms el escenario histrico-social, la constante aparicin de impugnaciones armadas por parte
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los aborgenes -por ejemplo, en Laguna Blanca parlament con los caciques Sargento, Manolito y Zololi y logr, con obsequios y raciones, que
ingresasen a trabajar en distintos ingenios ubicados en Salta- pero continu
atacando a los grupos aborgenes de la zona cuando consider que ello era
necesario. Tras las primeras victorias militares obtenidas frente a los tobas,
a pesar de que los soldados buscaron continuar con las hostilidades, los grupos indgenas rehuyeron el enfrentamiento directo con las fuerzas de Uriburu a causa de las derrotas ocurridas en los encuentros anteriores. Luego
del aplastante revs que sufrieron los grupos aborgenes en su intento por
detener a las partidas del ejrcito, optaron por transmitir esta informacin
por medio de veloces circuitos de comunicacin intertribales con la intencin de prevenir a los otros sobre la peligrosidad del cuerpo expedicionario. El comandante de la misin comentaba que a consecuencia del aviso
que de tribu en tribu volaba a las regiones ms apartadas, los tobas a nuestra aproximacin quemaban sus tolderas [y] alejaban a la chusma con la
intencin de impedir que el avance de los soldados alcanzara a las mujeres
y a los nios. Una vez cumplido ese recaudo, los hombres de armas marchaban paralelamente al regimiento por los bosques impenetrables, observando nuestros movimientos (Ministerio de Guerra y Marina 1871: 264)
pero abstenindose de emprender cualquier tipo de accin ofensiva.
Los sistemas de comunicacin aborigen combinaban la accin subrepticia de espas y bomberos -los renegados blancos que actuaban a favor
de las parcialidades indgenas representaban los agentes ms eficaces en
la consecucin de esta tarea de espionaje a partir de la conveniente utilizacin de sus caractersticas sociales mestizas (Villar y Jimnez 2005)- con el
uso de mecanismos de amplia visibilidad destinados a transmitir mensajes
simples pero sumamente relevantes como la inminencia de un ataque o el
advenimiento de la tropa. El fuego fue uno de los dispositivos ms ampliamente utilizado para tal fin. Durante la movilizacin militar masiva conducida por Victorica en 1884, diez aos despus de la primera expedicin de
Uriburu, los soldados an vieron en accin la implementacin del fuego
como medio para transmitir noticias entre los indios. Tal es el caso de algunas quemazones [que] se vieron sobre la margen izquierda del Bermejo
[que fueron atribuidos a] espas enemigos anunciando la marcha de Fotheringham (Carranza 1884: 381).
A su vez, sumado a su papel fundamental como medio de comunicacin, tambin posea un valor tctico suplementario en manos de los indgenas como dispositivo de destruccin de cualquier bien o recurso que
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los potenciales conflictos intertribales que esto pudiese desatar. Los ataques militares mermaban directamente la demografa aborigen en tanto
que los traslados compulsivos cortaban las estructuras de abastecimiento
indgenas, alterando la base misma de sus sistemas econmicos. Alejados
de los ros, distanciados de los lugares de caza, desmontada la red de intercambios intertribales e impedidos de malonear, se vea comprometida la
propia trama social de los grupos indgenas (Rivers [1920] 1991 y [1922]
1991). La finalizacin de las campaas de 1870 trajo como resultado la
relocalizacin de la lnea de fortines de la frontera de Salta entre Orn y
Rivadavia del Este, el mantenimiento de esta situacin -prcticamente sin
modificaciones- por ms de catorce aos y la concomitante desestructuracin de muchas parcialidades afectadas por el accionar del ejrcito.
Los xitos conseguidos contra los indgenas de la frontera sur hacia finales de la dcada de 1870 estimularon el reemprendimiento de las hostilidades contra los aborgenes de la frontera chaquea, ahora en clave ofensiva.
Las opiniones se alinearon detrs de las planificaciones estratgicas nacidas
de las experiencias obtenidas por el cambio del accionar planteado por la
campaa de Roca contra las parcialidades pampeanas durante los aos de
1878 y 1879. Segn las palabras del comandante de esta empresa militar
que busc de forma infructuosa emular en el Chaco los logros obtenidos en
La Pampa, las operaciones que antecedieron la experiencia en el desierto
verde constituan un intento de imponer la soberana nacional sobre los
territorios aborgenes, velando por el prestigio argentino frente a las potencias vecinas.
El plan iniciado con tanto xito y gloria por el Ministro de guerra en 1879,
actual presidente de la Repblica, debe llevarse a cabo por todas partes. No
ms fronteras dentro del territorio argentino. No ms limitacin humillante del
territorio por las chuzas y flechas del salvaje. La Nacin Argentina alzar su frente despejada de las sombras de la barbarie ante las naciones que la circundan
(Victorica 1885: XLII-XLIII).
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carcter exploratorio. Otras, como las de Obligado (1879), Bosch y Obligado (1883) e Ibazeta (1883) combinaron las batidas con la exploracin
(Maeder 1996: 102-103). Todos los esfuerzos militares previos a la campaa de 1884, lo que Punzi (1997: 605) define como el cerco del Chaco
Austral, representaron acciones introductorias a la realizacin del avance
masivo del ejrcito y la relocalizacin de la frontera norte sobre la margen
izquierda del ro Bermejo.
En 1882, durante en un mensaje dado en la apertura de las sesiones del
congreso, el presidente Julio A. Roca -quien lleg a ocupar el puesto de
primer mandatario un ao despus de haber dirigido las operaciones de
la campaa del desierto- manifest la preocupacin del gobierno central
por mantener la estabilidad en la frontera norte. Luego de afirmar que los
cuerpos de la tercera divisin estacionados en el sur del pas sobre las lneas
de Carhu, Mercedes y Sarmiento, abandonaran sus antiguos fortines y
se encargaran de la fundacin de nuevas poblaciones en el norte. Dado
que el mantenimiento de la vigilancia militar en las latitudes meridionales
ya no [tena] objeto luego de la conquista del desierto de 1879, pas a
describir un escenario diametralmente opuesto respecto del Chaco. Con
el objetivo de darle fin a la situacin vivida por los civiles y militares asentados en la regin que an aguardaba soluciones de ndole definitiva [s]e
toma[ron] por el Ministerio de la Guerra las medidas necesarias para dar
mayor seguridad a las fronteras de Orn y perfectas garantas a las colonias
de Santa Fe (Auza 1970: 211). A lo largo del mismo mensaje, Roca busc
disminuir frente al parlamento la evidente inquietud social y poltica sentida por la dirigencia frente a las condiciones militares de los espacios disputados con los indgenas, minimizando los riesgos a los cuales se exponan
las poblaciones de frontera.
Advertimos esta situacin cuando el entonces presidente de la nacin
comunic la intencin de fortalecer la presencia del ejrcito en la regin
al sumar nuevos contingentes de infantera a los destacamentos acantonados en el Chaco hasta ese momento. Sumado a las actividades del batalln
4, que cubran las plazas existentes en los emplazamientos militares de la
frontera de Salta, Santiago del Estero y Santa Fe y sobre la margen derecha del ro Paran desde el arroyo del Rey hasta Formosa, El batalln 5
() debe verificar una batida general para poner en orden a esos pequeos
grupos de indios que aunque no son un peligro real para los colonos, no dejan de
incomodarlos en sus faenas (Roca 1882, en Auza 1970: 211, el destacado es
nuestro). El hecho de desestimar la potencialidad de las acciones indgenas
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El desconocimiento de la geografa de la regin representaba un impedimento estratgico y tctico que poda transformar en un desastre militar
-y en un oprobio frente a la opinin pblica en base a la negligencia de los
mandos del ejrcito- la tarea de emprender acciones marciales sostenidas
en el tiempo. Adems, la necesidad de obtener una fuente de abastecimiento constante de agua determinaba la propia viabilidad de las operaciones
militares. En 1883 tuvo lugar un episodio cuyo desenlace retrata las transformaciones radicales que las durezas de las misiones del ejrcito podan
conllevar en las prcticas de la disciplina militar dentro del desierto verde. La escasez de agua imprimi un matiz desesperante en las operaciones
que prologaron la marcha de Victorica y la situacin demand medidas extraordinarias de parte de Manuel Obligado, frente a la urgencia de abaste-
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El balance poltico militar de la pretendida pacificacin del desierto verde constituy un resultado ambiguo, fruto de la amalgama de planificaciones estratgicas y procesos militares ineficientes en lo concerniente a la
implementacin prctica de la incorporacin de la regin bajo la gida estatal. En primer lugar, las proyecciones espaciales del ejrcito se restringan
a plantear su teatro de operaciones exclusivamente en el Chaco austral y
patrullar la orilla norte del ro Bermejo sin por ello emprender actividades sistemticas de hostigamiento contra las parcialidades aborgenes del
interior de Formosa. En la prctica, las fuerzas expedicionarias que participaron en las operaciones obedecan el mandato poltico de reducir la
indiada por las buenas o por las malas (Rodrguez 1927: 180) solo en el
espacio comprendido entre el ro Bermejo, el ro Paran, la frontera norte de la provincia de Santa Fe y los lmites occidentales y noroccidentales
de las provincias de Salta y Santiago del Estero, respectivamente. Aunque
a nivel discursivo la empresa militar reivindicaba el carcter regional de
su accionar, en la dimensin operativa sus objetivos se limitaban estrictamente a actuar en el terreno que, a grandes rasgos, actualmente ocupa la
provincia del Chaco y sus zonas aledaas. Como veremos a continuacin,
Formosa -casi en su totalidad y algunas reas poco conocidas o frgilmente
controladas del interior del Chaco austral- escapaban disimuladamente de
las pretensiones del ejrcito.
Luego de 1884, el escenario chaqueo pareca haber quedado fragmentado en dos sectores divididos por el ro Bermejo. Hasta la margen sur de
ese cauce de agua se extenda el territorio controlado de forma efectiva por
el estado -cuya autoridad se vio materializada en el avance de su brazo armado- mientras que hacia el norte del ro an haba grupos indgenas reacios a
aceptar las polticas nacionales. La estrategia de combinar los movimientos
de distintas columnas a lo largo de grandes distancias y coordinar la convergencia de las fuerzas desplegadas en un mismo punto del espacio -luego
de haberse desplazado en diferentes direcciones y distintos sentidos- posibilit la ejecucin de un amplio rastrillaje de la zona y la eliminacin de la
gran mayora de los posibles focos de resistencia indgena. La velocidad con
la que se ejecutaron las operaciones finales permiti el establecimiento de
una lnea militar estructurada sobre fuertes y fortines destinados a contener
cualquier intento de ataque proveniente de los grupos que desde el norte
todava podan poner en peligro la seguridad de los espacios de frontera.
El sistema de asentamientos militares se extenda desde Colonia Rivadavia en Salta hasta Puerto Bermejo, en el extremo oriental de la lnea de
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fortines, dando forma a un frente firme [y] consolidad[o] por poblaciones que es lo nico que afianza el dominio del desierto (Carranza [1884]
1972: 435, ver tambin Teruel 2003). La propuesta de vincular a los fortines
con los asentamientos civiles posea larga data en la planificacin polticomilitar de la frontera. Seelstrang expuso las relaciones estratgicas existentes entre la amenaza indgena, la vigilancia militar y la ocupacin civil del
Chaco como elemento que garantizara la viabilidad el avance blanco sobre
la regin:
El primero de estos inconvenienes, los indios, es comparativamente con el otro
fcil a combatirse [...] el procedimiento a seguirse es el establecimiento de cantones militares en los puntos destinados para pueblos. Pero, para conseguirse
el objeto propuesto, es necesario que esos cantones se establezcan con anterioridad al envo de las primeras familias de colonos. Antes de su llegada ya deban
los indgenas vecinos del futuro pueblo haber comprendido el poder de la fuerza del hombre blanco en el Chaco, y respetar su voluntad a lo menos hasta tal
grado, que sepan que el castigo seguro ser la inevitable consecuencia de cada
una de sus fechoras (Seelstrang [1877] 1977: 87-88).
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La primera gobernacin del Chaco dur entre 1872 y 1884 y comprenda toda la
regin chaquea actualmente ubicada dentro del territorio argentino. La existencia
poltico-administrativa de la segunda gobernacin del Chaco se inicia en 1884 y estaba
restringida al territorio meridional del Chaco (actual provincia del Chaco). Fue provincializada en 1951, respetando los contornos que le fueron asignados a posteriori de la
campaa de Victorica.
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Los proyectos de obras a escala regional destinadas a proveer de infraestructura al proceso de ocupacin efectiva del Chaco contrastaban con
el conocimiento real y el dominio material de la zona en cuestin. En simultneo con la planificacin de caminos interregionales, la fundacin de
poblaciones y la bsqueda de una articulacin entre los circuitos productivos del noroeste argentino con el puerto de Buenos Aires va ro Paran,
Victorica ordenaba al Coronel Host que emprendiera una exploracin de
Resistencia a Santiago (Victorica 1885: 27) con la intencin de trazar un
camino que garantizase el trnsito de personas, vehculos y productos. Sin
embargo, las secuelas de una enfermedad contrada por Host durante las
operaciones de 1883 conllevaron la suspensin de la operacin y el ulterior
abandono definitivo del proyecto del camino vial. Las postergaciones o cancelaciones que sufran las operaciones miliares perjudicaban la ya de por s
laxa autoridad estatal en el Chaco. Como ya lo haba adelantado Obligado
en sus informes (Tissera 2008a: 388), los resultados de la operacin de Victorica distaron de colmar las expectativas generadas. Muy por el contrario,
debieron organizarse dos entradas de castigo contra las parcialidades aborgenes que se haban alzado en armas contra las fuerzas del Chaco austral
ya a finales de enero de 1885, solo meses despus de la culminacin de la
campaa de pacificacin definitiva.
El carcter incompleto de los resultados obtenidos en 1884 disuadieron
a Obligado de insistir en la metodologa represiva contra los indgenas, llevndolo a optar por una estrategia de acercamiento indirecto (Hart 1973)
ya practicada desde los primeros momentos de avance gubernamental sobre la regin. Segn esta propuesta, se proyectaba la incorporacin pacfica de los indios por medio de su conchabado en las estancias y establecimientos productivos de frontera, esperando con ello lograr la obtencin
de un resultado doblemente promisorio: encaminar los primeros pasos en
el complejo proceso de socializacin dentro de un contexto civilizado de
todas las parcialidades aborgenes por medio de dispositivos distintos a la
violencia y la incorporacin formal de un enorme contingente de mano
de obra barata dentro de un mercado de trabajo regido por las modernas
pautas econmicas del capitalismo.
Este procedimiento se vio constantemente dificultado a causa de los
manejos abusivos y muchas veces ilcitos sistemticamente realizados por
parte de los contratadores. Obligado denunci frente al presidente de la
nacin, la situacin de explotacin laboral vivida por los aborgenes: A
estos indgenas los aconchaban los patrones de los obrajes por un salario
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Florencia (Binaghi 2000) y La Sabana (Caras y Caretas 1899) entre diciembre de 1898 y marzo de 1899.
Las reformas en la organizacin y los mandos del ejrcito realizadas con
el fin de asegurar un control eficiente del territorio chaqueo en los ltimos aos del siglo XIX continuaron durante las dos primeras dcadas de
siglo XX. Para el ao de 1907, mediante la fusin de los Regimientos 5, 6,
7 y 9 de Caballera de lnea se form la Divisin de Caballera Independiente del Chaco al mando de Tefilo O Donnell, con la misin de ocupar
el Chaco y llevar a cabo operaciones con mtodo, ganando terreno paulatinamente y en condiciones de no tener que abandonar maana lo que
se conquiste hoy (Memorias de Guerra 1907-1908: 20). El hecho de que
los mandos militares manifestaran la intencin de llevar adelante misiones
que consiguieran otorgarle continuidad a la presencia del ejrcito luego de
los avances en materia de control territorial, expone la incapacidad del estado en proyectar cabalmente su autoridad valindose solo de las acciones
armadas. En 1911, Enrique Rostagno sucedi a O Donell en la direccin
la Divisin de Caballera Independiente que desde ese momento pas a denominarse Fuerza de Operaciones en el Chaco, con la misin de ocupar
y someter definitivamente a las parcialidades aborgenes de la frontera del
ro Pilcomayo que an se negaban a acatar los designios de la autoridad
blanca. En principio, los resultados obtenidos por este tardo avance de
la lnea de fortines hacia el interior del Chaco realizado por del ejrcito
-segn la opinin de su comandante- fueron:
de todo punto de vista muy satisfactorios y benficos. Las tropas han recorrido
ms de tres mil doscientas leguas cuadradas, han establecido fortines permanentes en regiones casi ignoradas y demostrado en las marchas de penetracin
la mayor disciplina, ser capaces de grandes esfuerzos fsicos para resistir las fatigas y tambin una perseverante y afanosa labor en el desempeo de la misin
(Rostagno 1911, en Scunio 1972: 321-322).
A pesar del entusiasmo patente en los informes que Rostagno elev a sus
superiores, otros escritos contemporneos de su autora exponen un paradjico cuestionamiento de base dirigido contra los fundamentos que sostenan la validez de las acciones anteriormente emprendidas bajo su comando y sealan las contradicciones internas de un ejrcito que se encontraba
consciente de la ineficacia de su propia praxis como actor social. Rostagno,
en otro escrito propio, expuso sus crticas hacia la posible eficacia de una
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ordenaba la disolucin del Regimiento de Gendarmera de Lnea como corolario formal tras la finalizacin definitiva de la pacificacin del desierto
verde.
CONSIDERACIONES FINALES
La revisin crtica de los acontecimientos ocurridos durante el perodo de estudio aqu analizado expuso la incidencia de algunos aspectos
polticos y militares que condicionaron las relaciones establecidas entre el
ejrcito y las parcialidades aborgenes en la regin chaquea. Las grandes
movilizaciones de tropas ocurridas principalmente entre 1879 y 1884 representaron la mayor expresin de inters estatal por un rea geogrfica que,
si bien constitua un captulo inconcluso para la agenda gubernamental,
por tratarse de un segmento del territorio reivindicado como argentino
que se hallaba fuera del control nacional, jams lleg a poseer la misma
importancia que la ostentada por la regin pampeana y patagnica. Las
latitudes meridionales del pas -ese desierto rido que era verbalizado como
tierra adentro por los exploradores y militares- acapararon la atencin
pblica mayoritaria en funcin del peso especfico que el rea tena a nivel poltico y econmico como elemento central para el afianzamiento del
modelo agro-exportador instaurado en la Argentina durante la poca de
estudio. Las campaas militares emprendidas en 1878 y 1879, comnmente denominadas como conquista del desierto, representaron empresas
blicas cuya escala logstica, medida tanto en la cantidad y calidad de los
recursos comprometidos como en el tamao y composicin del ejrcito
expedicionario, super con creces la suma total de las personas y materiales
destinados para la pacificacin del desierto verde.
El reverso de la limitada atencin estatal sobre el Chaco -tambin podramos decir que se trat de una atencin ineficiente dadas las causas que
explican la perduracin de la resistencia aborigen en la zona- se articul
con la continuidad de un tipo de estrategia militar que, luego de la experiencia de Roca en el sur, se mostraba obsoleta an con anterioridad a su
implementacin. La insistencia de los mandos del ejrcito en erigir extensas lneas de fortines defendidas por destacamentos de soldados destinados al servicio de las armas como castigo penal derivado de su condicin
de individuo sin trabajo estable, le imprimi una dinmica contradictoria
al accionar de la maquinaria militar cuya propia lgica obstaculizaba la
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concrecin de los objetivos perseguidos por el accionar castrense (una situacin anticipada por los detractores de dicha conduccin estratgica).
Las tensiones surgidas entre la planificacin configurada en las esferas gubernamentales y los extensos perodos requeridos para la obtencin de los
objetivos planteados para las misiones del ejrcito sealan el perfil de las
razones que explican la dilacin en el cumplimiento de los proyectos poltico-militares. Creemos que los elementos explicativos que arrojan luz sobre
las causas de la perduracin de la resistencia aborigen deben buscarse en
los desacuerdos y equivocaciones ocurridos entre los decisores polticos y
los operadores militares antes que en las capacidades indgenas de plantear
una oposicin slida frente al avance estatal por la va de las armas.
La pacificacin del desierto verde constituy un complejo proceso histrico que implic la participacin activa de diferentes actores sociales con
agendas muchas veces enfrentadas. Los estudios antropolgicos e histricos contemporneos han contribuido a deconstruir las simples oposiciones
entre blancos e indios sustituyendo los planteos maniqueos por anlisis que
toman en cuenta las multideterminaciones propias de las fronteras como
espacios en donde se condensan de forma historizada los contactos y conflictos interculturales. La identificacin de las contradicciones, intereses
contrapuestos y proyectos divergentes dentro de los diferentes grupos indgenas y criollos, esferas que las visiones cientficas tradicionales presentaron de forma errada como internamente homogneas e irreconciliables
entre s, hizo posible comenzar a restituir las dinmicas reales de las relaciones polticas, econmicas y sociales propias de la frontera chaquea.
Dentro de este panorama, la composicin y el accionar del ejrcito en la
regin expone un intrincado espacio de anlisis donde se intersectan aspectos polticos -como las relaciones internacionales con los pases vecinos,
los enfrentamientos entre el estado-nacin con los poderes provinciales y
el pretendido ejercicio de una soberana irrestricta sobre el territorio- y
econmico-sociales -el afianzamiento y expansin del modelo agro-exportador y la diagramacin de un mercado laboral adecuado a las exigencias
del capitalismo industrial y financiero.
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En la dcada de 1860, la frontera sur de la provincia de Crdoba -delineada desde la poca colonial sobre el ro Cuarto- fue un espacio de intensa
negociacin y conflicto, cuando la consolidacin de un nuevo orden estatal
se enfrent a una creciente resistencia. Despus del triunfo de las fuerzas
de Buenos Aires en la batalla de Pavn (1861) comienza lo que la historiografa ha denominado el proceso de organizacin nacional o consolidacin nacional (Oszlak 2004, Yanquelevich 2005, Rock 2006). Fracasado el
proyecto de la Confederacin Argentina, es a partir de la presidencia de
Bartolom Mitre que esos enfoques analizan la consolidacin del estado
nacional en base a la centralizacin e institucionalizacin del poder del
estado y la integracin del pas al orden capitalista mundial bajo el modelo agroexportador. Este proceso de avance del estado nacional enfrent
mltiples resistencias. La dcada de 1860 estuvo signada por los conflictos
armados que fueron parte inherente de la construccin de la autoridad del
estado. Los caudillos del interior del pas se oponan a la creciente centra
El 17 de septiembre de 1861 las fuerzas de Buenos Aires y la Confederacin se enfrentaron en los campos de Pavn, la retirada de las fuerzas de Urquiza del campo de batalla
convalidaron el triunfo de Buenos Aires.
Durante la dcada de 1850, la Confederacin Argentina -bajo la direccin de Urquizallev adelante un intento de organizacin de un estado nacional que no pudo concretarse, en gran medida, por no contar con la adhesin ni los recursos de Buenos Aires
que se mantuvo separada del resto de las provincias (Oszlak2004, Rock 2006).
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fortines de la Cruz, el Tambo, la Esquina, Concepcin, San Bernardo, Reduccin, San Carlos, Pilar, el Sauce (La Carlota) y San Rafael, este ltimo
cercano a la frontera de Buenos Aires. Al sur de esa lnea, tierra adentro
entre los ros Cuarto y Quinto se apostaron adems los fuertes y fortines de
Loreto, Santa Catalina y San Fernando En las primeras dcadas del siglo
XIX se construyeron los fortines de Achiras (1834), Los Jageles (1838) y
Rodeo Viejo (1840) (Tamagnini y Prez Zavala 2007). Ya en la dcada de
1850 por iniciativa del gobernador de Crdoba se repueblan dos fuertes
de avanzada, Santa Catalina y San Fernando (en 1853) y promovido por el
gobierno de la Confederacin se agrega en 1857 el fuerte Tres de Febrero
(Barrionuevo Imposti 1961).
Hasta pasada la segunda mitad del siglo XIX la defensa militar de la
frontera sur de Crdoba permaneci sin demasiados cambios sobre la lnea
del ro Cuarto si bien hubo intentos de establecer reductos de avanzada.
Durante la dcada de 1860 tanto el cambio operado a nivel nacional con
el triunfo de las fuerzas de Bartolom Mitre en Pavn como la agitacin
poltica que viva la provincia de Crdoba incidieron en la dinmica de la
frontera. Las relaciones entre los distintos actores variaron de acuerdo con
las coyunturas polticas y los intereses y objetivos de los diversos sectores. De
acuerdo a los estudios de Prez Zavala (2007) las alianzas configuradas en
la dcada anterior entre la Confederacin Argentina y los grupos indgenas
perdieron vigencia ante la nueva conformacin del poder nacional, sumndose al frente de conflictos -y posiblemente accionando en forma conjuntala resistencia de las montoneras provinciales al proyecto mitrista.
Los aos que siguieron a 1860, entonces, fueron de una alta conflictividad en la frontera sur y las autoridades civiles y militares enfrentaban
las resistencias indgena y criolla que se evidenciaban a travs de malones
y montoneras. En este escenario la frontera era continuamente reforzada y replegada al vaivn de los acontecimientos, debiendo postergarse su
adelantamiento al ro Quinto. Entre 1862 y 1863 fue el momento lgido
En estos aos el gobernador Alejo Carmen Guzmn llev adelante una poltica conciliadora con los indios, favoreci la llegada de religiosos franciscanos a la frontera y
reforz los fortines con la intencin de adelantar la lnea hasta el ro Quinto (Barrionuevo Imposti 1961).
En la dcada de 1860 distintas fracciones del partido Liberal intentaron controlar
el gobierno provincial. Entre 1861 y 1871 hubo en la provincia trece gobernadores y
numerosas sublevaciones, revoluciones y revueltas. Vase Bischoff (1979) y Barrionuevo
Imposti (1988).
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El fuerte Tres de Febrero, por ejemplo, fundado en 1857 sobre la margen norte del ro
Quinto fue abandonado en 1863 (Ribero 2006). Tambin se abandonan poco despus
los fuertes de San Fernando y Santa Catalina (Barrionuevo Imposti 1961).
Informe sobre las Frontera de la Repblica presentado al Ministro de Guerra por el
Inspector y Comandante General de Armas General W. Paunero. MMGM 1864, Archivo
General de la Nacin (AGN).
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Sin embargo, las autoridades militares no podan responder a esas demandas, por esa poca adems de la insurreccin federal se sublevaron las
fuerzas de Fraile Muerto, a las que se sum la tropa del Fuerte Las Tunas
luego de un levantamiento donde fueron muertos el comandante y varios
oficiales, quedando despoblado el fuerte (Barrionuevo Imposti 1988). Pocos meses despus un nuevo maln asol la frontera, esta vez en Achiras
que fue invadida por indios de Mariano Rosas y varios cristianos. En el
parte del Jefe de la Frontera a las autoridades de Crdoba se informaba
que los atacantes de Achiras actuaban en combinacin con las montoneras
(Barrionuevo Imposti 1988).
El accionar de las montoneras no tuvo su epicentro en Crdoba, sin
embargo su proximidad con la zona de accin de las mismas y la falta de
control por parte del estado del espacio entre los ros Cuarto y Quinto
donde las montoneras podan hacerse ms fuertes, hizo que los alzamientos federales incidieran en la zona. Las fuerzas nacionales asentadas en la
frontera para reprimir a las montoneras y controlar las invasiones, tambin
fueron encargadas de localizar a quienes se haban ocultado eludiendo el
servicio de armas (Tamagnini 2005). Menos de un ao despus, el general
Emilio Mitre present un informe sobre la frontera sur donde planteaba
los problemas de la defensa:
El estado actual de defensa de esa frontera era deficiente, no solo por el escaso
nmero de fuerzas que la guarnece, sin tambien por las respectivas posiciones
en que se hallan colocadas. [] No habiendo ningn destacamento militar
entre el ltimo punto de apoyo de Melincu, por su flanco derecho y Las
Tunas, queda completamente desguarnecido el flanco izquierdo del ltimo
punto, lo que es lo mismo, una abra como de diez y siete leguas, por la cual
pueden internarse los indios impunemente robar por los campos del Rio 3
abajo, y digo impunemente, por que no habiendo en esa lnea de diez y siete
leguas ningun fortin de observacin, es materialmente imposible, salvo una casualidad, tener conocimiento de que los indios han invadido, sabindolo nicamente, y como ha sucedido hasta no ha mucho, recien cuando los invasores se
dispersan regresan con sus arreos.
Las fuerzas que participaron de ambos motines eran soldados de lnea y el total de las
guardias nacionales destinadas a esos emplazamientos (Gonzlez 1997).
Informe sobre la Frontera Sud de la Provincia de Crdoba. MMGM 1865, AGN.
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Finalmente, terminando la convulsionada dcada de 1860, el estado nacional orden el adelantamiento de la lnea de frontera hasta el ro Quinto
como parte de un plan mayor de ocupacin de los territorios del sur11.
Mansilla, que haba sido designado Jefe de la Frontera Sur de Crdoba a fines de 1868 operativiz el plan de avance y el ao siguiente consigui llevar
la frontera al ro Quinto. A mediados de 1869 se estableci la nueva lnea
de frontera, con tres guarniciones principales y varios fortines intermedios
que deban cumplir un servicio de descubierta para alertar de posibles
incursiones indgenas. As, la nueva lnea comprenda desde el oeste el repoblado fuerte Tres de Febrero en la margen norte del ro Quinto, una
guardia reducida en el Paso de Lechuzo y a continuacin el Fuerte Sarmiento. Luego seguan el Fortn 7 de Lnea y el Fuerte Necochea, el Fortn
Achirero, el Fortn Sauceros, el Fortn Arbol y la Guarnicin Arredondo
(cerca de la laguna La Amarga). A espaldas de esta lnea se reforzaron algunos fortines y postas fortificadas como la de Los Jageles, San Fernando
y Santo Tom (Barrionuevo Imposti 1961).
Si bien Mansilla daba muestras de optimismo al comentar las ventajas
del cambio en la frontera en cuanto al aumento de la seguridad, al fin se
puede cruzar del ro Cuarto a Achiras sin hacer testamento y confesarse
(Mansilla 2006: 17); los conflictos con los indgenas continuaron en los
aos siguientes, aunque comenzara tambin irremediablemente el ocaso
de esos grupos.
FRONTERA, ESTADO Y POBLADORES DE LA CAMPAA
Se trataba de dar cumplimiento a la Ley 215 del ao 1867 de Ocupacin de los Ros
Negro y Neuqun como lnea de frontera sud.
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los sectores subalternos que resistan su participacin a travs del ocultamiento, desertando o directamente bajo la forma de sublevaciones. En este
contexto, aparecen en los documentos denuncias sobre irregularidades en
el reclutamiento, como la nota presentada al Gobernador de Crdoba por
un tropero de Villa Mara al ser sorprendido por una autoridad militar que
reclut a los peones de su tropa:
Jos M. Montenegro, vecino de esta Ciudad y tropero de profesin, ante V. E.
como mas haya lugar me presento y expongo; que habiendo llegado a Villa Mara con mi tropa de carretas conduciendo carga de esta Ciudad fui sorprendido
por una partida al mando del Capitn de Guardias Nacionales D. Alejandro
Bustos la que me tom los peones de mi tropa como los de otras muchas, siendo
inmediatamente entregados al Jefe Nacional que reside en ese punto, quien los
condujo incontinente por el tren a la Ciudad del Rosario de Santa Fe15.
El descargo presentado por las autoridades militares presenta las dificultades para cumplir con la ley de enrolamiento desligando la responsabilidad del caso puntual en el denunciante:
Y si en la infraccin a la ley y rdenes que tengo, se han encontrado caracterizados algunos peones troperos del Sr. Montenegro de los cuales no he tenido
conocimiento, no dudo habrn sido entregados a los cuerpos de lnea; asegurando a V. E. que todo individuo destinado ha sido tomado sin papeleta de enrolamiento, ni cosa alguna que pruebe el ser pen de tropa, o que dependiese
un patrn. La falta de seguridad a los individuos mencionados, es sin duda
responsable el mismo Sr. Montenegro quien no supo munirlos de lo que tantas
veces se ha ordenado en estas poblaciones16.
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Decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 16 de abril de 1865, movilizando la Guardia
Nacional de la Repblica. Decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 17 de abril de 1865,
que estableca la movilizacin de 19 contingentes de Guardia Nacional de 500 plazas
cada uno. MMGM 1865, AGN.
18 Ley 131 (02/06/1865) Ejrcito de veinticinco mil hombres para la guerra con el
Paraguay. Leyes Nacionales, Tomo II, Buenos Aires, Librera La Facultad, 1918.
19 La ley 129 estableca que estaran exceptuados de prestar servicios en la guardia nacional los ministros y otros miembros del Poder Ejecutivo Nacional; los miembros del
Congreso, gobernadores y ministros; los jueces de tribunales nacionales y provinciales
y aquellos que tuvieran imposibilidad fsica probada. Por otra parte, estaran dispensados del servicio activo fuera de su distrito o departamento los directores y rectores de
universidades, escuelas y colegios; los jefes de oficinas nacionales y provinciales; los maestros de postas; los mdicos y practicantes al servicio de hospitales; los que no hubieran
cumplido 18 aos y los hijos nicos de madre viuda o los que atendieran la subsistencia
de ella o de un padre septuagenario o impedido.
20 Archivo Histrico de Crdoba (en adelante AHC), Fondo Gobierno, Caja 254
(1865).
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Gordon a Stuart, 25 de junio de 1869. British Foreign Office, Public Records Office,
Londres (citado en Rock 2006: 79-80).
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La estancia de Seymour se ubicaba por detrs de la frontera de ro Cuarto, en el territorio que, formalmente, se encontraba bajo control estatal.
Sin embargo podemos preguntarnos por el verdadero alcance de la presencia del estado, no solo por la facilidad con que hemos visto que los indgenas traspasaban esos lmites o el trnsito de refugiados y perseguidos
hacia y desde tierra adentro, sino tambin porque la presencia estatal es
una ausencia llamativa en la crnica de Seymour. Ms all del momento de
la compra de tierras son escasas las alusiones en su relato a las instituciones
nacionales o provinciales que se relacionen con su condicin de habitante
de la nacin. Una de las pocas menciones referidas a su trato con las autoridades se relaciona con la informacin recibida sobre los posibles peligros
de incursiones indgenas:
Habiendo decidido establecernos en las cercanas de Fraile Muerto, pusmonos a trabajar seriamente en el asunto. Un nico inconveniente se alzaba ante
nosotros: los posibles malones de indios, a pesar de que, tanto las autoridades
de Rosario como las de Crdoba, nos aseguraron que el riesgo a correr era de
poca importancia.
Nos encontrbamos a trescientas millas de distancia de las tolderas, y se nos
inform que los indios sentan el mayor terror por las armas de fuego, y que
nunca soaran en atacar a unos ingleses bien armados y guarecidos en una
26
Los lotes fiscales tenan una extensin de dos a cuatro leguas cuadradas. Una legua
cuadrada constitua una unidad de superficie denominada suerte (Seymour 1947:
54-55).
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gls, vecino de la estancia Monte Molino. Este episodio tuvo una gran
repercusin y, segn Seymour, desalent a los inmigrantes paralizando la
actividad de quienes estaban comenzando a poblar la zona27. En la detallada descripcin de estos acontecimientos, Seymour desliza un comentario
sobre una prctica que se repite a lo largo de su narracin. Cuando llegaba
la noticia de que haba habido algn maln en las cercanas, l mismo o
alguno de sus peones salan a recorrer la zona en busca del ganado disperso
que quedaba de dichas incursiones. Al parecer esto constitua una prctica
habitual en la que se pasaba por alto la marca que indicaba la propiedad de
la hacienda.
Con el correr de los meses, los malones se repiten en el relato de la vida
en la estancia. A comienzos de 1868 una nueva incursin indgena a la que
se haba unido una gran partida de gauchos, le cost a Seymour adems
de algunos caballos, gran parte de su majada de ovejas28. Los pobladores ingleses de la zona desde hacia tiempo intentaban organizar una expedicin
punitiva hacia tierra adentro. En esta ocasin retomaron la idea aunque, al
no poder organizarla, decidieron recurrir al gobierno:
Nos vimos forzados a recurrir al Gobierno para recabarle una mayor proteccin de la frontera, no sin descontar de antemano su fracaso, pues ya habamos
presentado numerosas solicitudes de similar naturaleza, a las cuales el general
Mitre no poda naturalmente prestar consideracin, debido a lo ocupado que
lo tenan los paraguayos (Seymour 1947: 268).
Los diarios de la poca (El Eco de Crdoba, El Nacional, La Tribuna) dieron cuenta
de esta invasin, sus consecuencias para los estancieros ingleses y el peligro de despoblacin de la zona (Senz, nota 131 tercera, en Seymour 1947).
28 Luego del asalto la gente de Seymour persigui el rastro del maln encontrando los
cuerpos de muchas ovejas a las que les faltaban trozos de carne. Supusieron entonces
que los indios se haban llevado las ovejas para usarlas de alimento en su regreso a las
tolderas y no para conservarlas.
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Ante el fracaso en sus demandas al estado argentino, los estancieros ingleses elevaron
un memorial al Ministro ingls en Buenos Aires, aparentemente sin ningn resultado.
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A fines del siglo XVIII, en el marco del pensamiento ilustrado, Carlos III
de Espaa envi expediciones militares y cientficas que se apropiaron simblica e intelectualmente de muchos de los espacios desconocidos de sus
vastas posesiones en Amrica. Como parte de esas mismas polticas y dado
que el Virreinato del Per comprenda una superficie demasiado extensa
como entidad administrativa, Carlos III cre en 1776 otra jurisdiccin, el
Virreinato del Ro de la Plata con Buenos Aires como capital. De esta forma,
se buscaba tambin mejorar la defensa frente a potenciales ataques y avances de portugueses, ingleses, franceses u otros extranjeros y controlar la
creciente importancia de Buenos Aires como centro comercial y de acceso
al continente. A partir de ese momento, la Corona espaola fue avanzando
ms decididamente hacia el norte de la Patagonia, que en ese momento se
encontraba bajo control indgena, estableciendo guarniciones de blandengues en la lnea de frontera que se encontraba en el ro Salado y buscando
al mismo tiempo contener las incursiones de los grupos indgenas. No obstante, como ha explicado Weber (1998: 169), tanto los espaoles como los
indios atravesaban las porosas lneas que los separaban y residan dentro
de la sociedad del otro.
La regin de Sierra de la Ventana, en particular, se constituy como un
centro estratgico de intercambio intertnico y cra de ganado indgena;
mientras que la de Salinas Grandes se conform como un importante ncleo de extraccin de sal, un recurso muy apreciado por los blancos para el
176
Aunque tanto Jos Cardiel como Thomas Falkner eran contemporneos, los escritos
de este ltimo recin fueron publicados en 1774 -a pesar de que las referencias haban
sido obtenidas ms de dos dcadas atrs.
Luiz (2006) plantea que los mapas sintetizaban discursos codificados sobre los modos
en que el espacio se perciba, constituyndose en instrumentos de saber y poder que
permitan apropiarlo intelectualmente. Segn esta autora, los registros de estos misioneros daran cuenta de la relevancia de los informantes indgenas en la elaboracin
de los mapas, quienes transmitieron su conocimiento del espacio a travs de la gua
en el terreno, la toponimia [] y las referencias sobre distancias, rumbos, recursos,
ros y relieve, distribucin, caractersticas y dinmica de las poblaciones (Luiz 2006:
276). Aunque advirti que la cartografa de los jesuitas se encontraba limitada por las
referencias de los informantes al espacio vivido y representado cotidianamente, en el
marco de nuestro anlisis, esos detalles constituyeron elementos relevantes en nuestra
investigacin puesto que pueden leerse correlacionando las distintas fuentes.
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Centramos el estudio en el periodo 1780-1820, en un rea que trascenda los lmites de la lnea de fortines de la poca, prximos al ro Salado.
Analizamos la frontera como espacio de interrelaciones, ampliando sus
primeras referencias como frente de avance militar. En este sentido, las
investigaciones iniciales sobre la zona del Virreinato del Ro de la Plata no
lograron superar la dicotoma estereotipada de dominador/dominado, ya
que no consideraban los puntos de vista indgenas ni las influencias entre
las distintas sociedades. En el caso especfico del Fuerte del Carmen, los trabajos de Entraigas (1960) y Gorla (1985) plantearon la temtica desde una
perspectiva fctica de la historia. Posteriormente, Nacuzzi (1991) discuti
los estrechos vnculos entre la caza y la recoleccin como modo de vida de
los indgenas y el hecho de que los grupos fuesen nmades. Nacuzzi (1998)
tambin cuestion las clasificaciones tnicas generalistas sostenidas por autores como Casamiquela, Vignati, Escalada y Harrington, entre otros, que
postulaban grandes grupos indgenas asociados a determinadas territorialidades estticas. Junto con sus descripciones etnogrficas, estos autores
publicaron mapas sealando los territorios de cada grupo. Como ejemplo,
reproducimos dos mapas de Canals Frau (1953: 190 y 213) que incluyen el
rea de estudio.
Las sociedades que interactuaban no podan ser consideradas como
mundos aislados; por lo cual result fundamental tener en cuenta la heterogeneidad intrnseca que las caracterizaba y las influencias mutuas que se
revelaban como consecuencia de los mltiples contactos. Las diversas significaciones que los grupos humanos otorgaban al medio que los rodeaba al
vincularse entre s eran reformuladas continuamente como construcciones
Algunos autores como Villalobos (1985), Pinto Rodrguez (1996) y Ratto (2003) sostienen que durante esa poca se registr un descenso de la conflictividad intertnica.
Sin embargo, Villar y Jimnez (2003) han cuestionado la periodizacin propuesta por
Villalobos por estar basada en una alternancia entre lapsos de guerra y de paz; estos
autores, por el contrario, han planteado que habra habido conflictos intergrupales
continuos durante ese periodo.
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un modo de pensar, con una doble dimensin fsica y social, que implicara accin sobre el paisaje, sociabilidad y temporalidad. En este sentido, la
territorialidad y el territorio constituiran relaciones sociales con manifestaciones fsicas, como sostuvo Nacuzzi (1998: 237): el tema de la territorialidad se enlaza fuertemente con el de los limites tnicos, es una cuestin
geogrfica que deviene en una cuestin social.
As, el concepto de paisaje podra dar lugar a malentendidos si se lo
vincula nicamente a lo geogrfico, dejando de lado las cuestiones culturales producto de las interacciones humanas que lo conforman. Al respecto,
Hirsch (1995) seal la necesidad de interrogarse acerca de las propias
nociones sobre el paisaje concebidas desde Occidente, advirtiendo que los
paisajes surgan de procesos culturales que muchas veces haban sido negados al conceptualizarlos como algo esttico. Por ello coincidimos con el
autor en la importancia fundamental de considerar el contexto histricocultural en el anlisis del paisaje.
Desde el punto de vista de Ingold (1993), el tiempo y el paisaje seran
puntos esenciales de contacto entre la arqueologa y la antropologa. En su
intento por superar la dicotoma entre las perspectivas naturalista y culturalista sobre el paisaje, propuso una dwelling perspective, segn la cual el paisaje
sera un registro permanente de las formas de vida de generaciones pasadas
que habitaron en l. Para el autor, el paisaje cuenta -y a veces es- una historia; es cualitativo y heterogneo a diferencia de la tierra (land); pero no es
naturaleza, pensado como algo externo, ni tampoco se trata de la humanidad contra la naturaleza. Segn Ingold, el paisaje solo podra volverse un
lmite o un indicador de una frontera en relacin con las actividades de la
gente que lo reconoce y experimenta como tal.
Por otro lado, Bayn y Pupio (2003) sealaron que el estudio del paisaje permitira la articulacin terica de los registros propios de la historia
-documental- y de la arqueologa -material. As, consideraron que el paisaje
cultural como producto de la interaccin, inclua el ambiente construido
a travs de elementos fijos, semi-fijos y no fijos. Estos componentes expresaban la organizacin espacial y, por lo tanto, el esquema cognitivo y el
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Mediante esta modalidad de cita indicamos la fecha en que fue escrito el documento
-entre corchetes- y la fecha en que fue publicado. En el caso de los manuscritos inditos,
realizamos la notacin del ao entre corchetes, sealando el nmero de folio si fuera
preciso.
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A partir del estudio etnohistrico de Villar (1993) acerca de la creciente pugna entre dos patrones de ocupacin del espacio y sus progresivas
transformaciones determinadas por el desarrollo de la poltica econmica
europea en la regin pampeana en el siglo XIX, nos interrogamos sobre la
cuestin en un periodo previo en el que el espacio norpatagnico constitua un rea bajo dominio indgena. Segn Villar, a medida que el rea de
control hispanocriollo se ampliaba y consolidaba, incorporando territorios
con la instalacin de establecimientos ganaderos resguardados por grupos
armados, el rea bajo control indgena se restringa simtricamente; por
ello el autor distingue entre frontera y tierra adentro, remarcando la
ignorancia blanca con respecto a esta ltima, principalmente cuanto mayor era la distancia hacia el oeste y el sur. En nuestro caso de estudio, en
el siglo anterior, dicho desconocimiento por parte de los hispanocriollos
era an mayor y la informacin al respecto era un factor estratgico en las
interrelaciones.
Desde el punto de vista de Luiz (2006), las ideas de brbaro-infiel-salvaje
fueron utilizadas para caracterizar negativamente a los grupos resistentes
al dominio colonial. Concordamos con la autora en que el conceptualizar
la regin como una tierra inhspita condicion los modos de interpretar
y apropiarse de ese espacio, teniendo en cuenta su planteo de que en las
representaciones del espacio patagnico coexistan tanto las ideas de la
regin como desierto como las imgenes positivas sobre una fascinante
riqueza natural. Al respecto, tambin es sugerente el planteo de Boccara
(2005) de que a medida que se conoca al indgena se lo construa de
forma tal de poder actuar sobre l eficientemente, simplificando el paisaje tnico a la vez que se creaban grupos tnicos. Desde la perspectiva de
este autor, la implementacin de ciertos dispositivos de poder -concepto
que retoma de Foucault (1992)- estuvo acompaada por la generacin de
un nuevo orden discursivo y de conocimiento con el objeto de reconocer,
clasificar y territorializar, entendiendo a estos dispositivos de poder/saber como generadores de normalizacin y diferenciacin, aunque no de
homogeneizacin. As, consideramos que las relaciones de poder entre los
grupos se dejaban traslucir en las actividades desarrolladas en el territorio
y en los modos de representar el paisaje.
Por ello, retomamos la distincin de Bayn y Pupio (2003) entre las no-
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reconoci como propias reas sobre las que realmente no tena control ni
derecho de uso (Bayn y Pupio 2003: 347).
En este sentido, Quijada (2002: 108) ha afirmado que los indgenas visualizaban como una lnea los accidentes geogrficos que los tratados les
marcaban como sealizaciones de la prohibicin de avanzar en el terreno,
pero esto no implicaba que esa lnea no pudiese cruzarse o que la visin
fuera incompatible con la percepcin habitual nativa de ese espacio como
un amplio territorio sujeto a mltiples trasvases. As, sera posible observar
los solapamientos mencionados por Bayn y Pupio en las fronteras que
intentaban imponer los hispanocriollos en el siglo XVIII, que se advierten
en los modos de organizar la ocupacin y uso del espacio por parte de los
distintos grupos indgenas. Con relacin a esto, consideramos la nocin de
campo de poder de Bourdieu que fue retomada por las autoras como un
espacio de intereses en tensin, entre agentes que establecen vinculaciones
objetivas entre posiciones de fuerza, marcadas por una estructura caracterizada por la relacin dominio-resistencia (Bayn y Pupio 2003: 347). Ellas
plantearon que era preciso entender al paisaje como un campo de conflicto mediante el cual un sector buscaba ser dominante imponiendo una
lgica de produccin y reproduccin social determinadas, forjando relaciones sociales asimtricas y jerrquicas. Esto puede observarse, por ejemplo,
en los intereses agroproductivos de avance de la frontera hispanocriolla,
aunque a fines del siglo XVIII la resistencia indgena y su control del territorio estudiado hayan tenido mayor fuerza que en la etapa trabajada por
Bayn y Pupio (2003).
Este tipo de espacios en tensin fueron reflejados tambin en los relatos
de Viedma ([1781] 1938: 548) al resear el envo del pen Antonio Godoy
al ro Colorado (que estaba en territorio indgena) para contentar al cacique Vzel por precaver cualquier riesgo a los que vienen de Buenos Ayres
-es decir, a la comitiva de Zizur-, ya que el da anterior Vzel haba regresado
muy enojado a sus tolderas porque le haban entregado poca yerba. Por
su parte, Villarino ([1782] 1972: 1102) daba cuenta de un enfrentamiento
entre el grupo de Chulilaquin y el de Guchumpilqui y relataba que Chulilaquin haba recurrido a l en busca de socorro ante posibles represalias de la
Segn Bayn y Pupio (2003), entre 1865 y 1879, el estado nacional habra reglamentado los lmites jurisdiccionales del partido de Baha Blanca con el fin de forzar el acatamiento de su modo de disear el paisaje. De todas maneras, las sociedades indgenas
tambin habran influenciado en la construccin de ese espacio fronterizo.
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Adems, desde su punto de vista, tambin se deban favorecer los asentamientos en los campos de los alrededores de Buenos Aires puesto que as
creceran las poblaciones, particularmente si se incorporasen los vecinos
que habitaban en chacras dispersas (Viedma ([1784] 1910). Consideraba
que era preciso extender las poblaciones de las fronteras porque se conformaran como la mejor trinchera para contener
a los indios salvajes, que a manera de un torrente impetuoso cada da inundan
estos campos, llevndose tras s innumerable ganado caballar y vacuno, asolando las tristes habitaciones de los vecinos fronterizos a esta capital, haciendo que
los caminos no sean seguros y vctima de su furor a muchos desgraciados que
perecen inhumanamente cada da a sus manos de un modo horrible y espantoso (Viedma [1784] 1910: 461).
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Dado que Viedma, adems, pretenda incrementar las transacciones con las campaas
era preciso reforzar la seguridad en las fronteras propiciando un aumento de las poblaciones y el control de los indios, atrayndolos al verdadero conocimiento de Dios y bien
del Estado Viedma ([1784] 1910:451), ya que la mayor de las utilidades que consiste
en hacer hombres y hombres cristianos a este gran nmero de salvajes (Viedma [1784]
1910: 461).
Esto tambin lo pudimos observar en el relato de Viedma ([1781] 1938), quien sealaba la relevancia de la ubicacin de los ranqueles. El pen Godoy le habra dicho que
cerca de las tolderas ranqueles haba muchos indgenas acampados en otros mdanos
mayores y se mantena con agua de pozos [], y en aquel paraje haba mucho monte
de grandes y espesos algarrobos de cuyo fruto hacan aguardiente, por cuyo motivo rara
vez lo desamparan (Viedma [1781] 1938: 540).
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algn derecho por el pasaje. Por ello, el piloto le habra respondido que se
alegraba
mucho de conocerle, y de saber que stas eran sus tierras, y que fuese en ellas
tan poderoso; porque as como nosotros cuando bajaban los indios a nuestros
pueblos los regalbamos, y dbamos de comer y beber, as esperaba yo lo mismo de la amistad que tanto me encarece. Se ri bastante, y dio a entender la
respuesta a todos los indios, que pasaran de sesenta, y al fin dijo, que cuando
no tuviese que comer se lo avisase, que me dara una vaca, la que nunca vino
(Villarino [1782] 1972: 1021).
Por su parte, Terrada [1808: f. 9] aseguraba que los indios estaban completamente convencidos de que los hispanocriollos deban pagar el piso
de sus tierras, y tributo, por la extraccin de sal. As lo habra dado a
entender el cacique Calepuquro al sealar que el aguardiente, yerba, y
tabaco que los cristianos les daban a ellos no era regalo, y s lo era la sal que
ellos nos permitan extraer, pues estaba en sus tierras, y era suya (Terrada
[1808: f. 9]).
Por otro lado, Bayn y Pupio (2003: 348) sostuvieron que las sociedades estaduales utilizaban las lneas lmite para definir territorios internos
y externos, al tiempo que las prerrogativas en el diseo del espacio seran
permanentes, con reglas de adquisicin, uso y transferencia de derechos
exclusivos y excluyentes de la propiedad. En nuestro caso, a semejanza
de lo que ocurra en la poca estudiada por Bayn y Pupio, el territorio
que la Corona consideraba como propio no coincida con la regin que
efectivamente controlaba. Boccara (2005) propuso la nocin de lmitesfronteras, segn la cual una lnea primero separara y recin despus generara relaciones de sujecin poltica, control y explotacin. Por ejemplo,
pudimos reconocer estos lmites en los captulos que Manuel Pinazo deba
hacer firmar a los caciques en el tratado de paz de 1770. En ellos, Bucarelli
y Ursa [1770] expona que los indgenas no podran
pasar del terreno que se les tiene sealado a estas partes de las fronteras, y en
caso de venir ha de ser precisamente a la de Lujn, siguiendo el camino de Salinas, esto es en caso que vengan a hacer trato y cuando se les proporcione bajar
a esta ciudad (que ser una u otra vez) no exceder el nmero de seis, los que
vendrn custodiados de uno, o dos soldados de aquella frontera.
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Particularmente con relacin al paisaje, encontramos que los expedicionarios intentaban negociar con los indgenas con el objeto de que los
orientaran en el territorio, les advirtieran sobre enemigos o los informaran
acerca de algunos miembros destacados de su propio grupo. Por ejemplo,
el superintendente Viedma ([1781] 1938: 508), preocupado por una partida de reconocimiento que no regresaba, habra intentado convencer a un
indio de que fuera
por toda la costa de la mar hasta el Quequen, o ms adelante por si descubra el
bergantn, o la chalupa, y para ello que le entregara una carta de la que me ha-
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Por otro lado, Villarino ([1782] 1972: 1019) se quejaba de las dificultades para obtener
informacin de los indgenas, ya que, segn l era imposible decir la paciencia que fue
precisa tener con ellos: pero no pude recabar que me diesen al muchacho lenguaraz;
tampoco pude saber de dnde viene, o si pasa por Mendoza el ro Pequeo del noroeste
Pichileub, [...] porque dicen no son baqueanos de este ro.
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De esta manera, podemos observar que las estrategias que los indgenas
desarrollaban con relacin al uso y percepcin del territorio evidenciaban
los roles activos que asuman en el marco de las relaciones intertnicas.
Por ejemplo, Zizur ([1781] 1973), al aproximarse a los toldos de Calpisqui,
lamentaba que un grupo de indgenas no les permitiera continuar el viaje
porque queran que -cumpliendo el protocolo- esperaran a que el cacique
arribara a donde ellos estaban. De este modo, no solo no podan cargar sus
pertenencias sino que, adems, llegaban ms indios; y mientras tanto, el
lenguaraz Medina y dos baqueanos haban desaparecido.
Por su parte, Villarino sealaba que cuando el cacique Romn se embarc con l haba advertido que lo que deca acerca de que estaba enfermo
era solo un pretexto, ya que comprenda que
no lo haca por otra cosa que por observar nuestros movimientos, y yo me alegr; porque como el asunto, a mi parecer ms importante, es el no quebrar con
ellos, y aunque den ellos motivo por el cual me viese precisado a ello, no sera
lo ms favorable (Villarino [1782] 1972: 982).
Asimismo, Villarino ([1782] 1972: 1015) describi las tratativas para embarcar a un joven que hablaba mejor el castellano que cuantos indios hasta
ahora he visto desde que estoy empleado en la costa patagnica, navegar
hasta Huechun y luego pasar a caballo a Valdivia. El padre del muchacho se
habra negado a autorizarlo argumentando que lo necesitaba para arrear
una gran cantidad de ganado que tenan, aunque se habra mostrado dispuesto a ir l tambin hasta Valdivia, si antes pasaban por Huechun-lauquen
y el piloto le pagaba. En otras circunstancias, Villarino protestaba contra
este tipo de estrategias desarrolladas por los indgenas, cuando unos indios
los siguieron a pesar de que ya les haban dado de almorzar y se vio en la
obligacin de obsequiarlos nuevamente. Igualmente, el cacique Francisco
se haba ofendido porque el piloto se neg a entregarle una vaca para dar
de comer a su gente argumentando que esperaba comprar ganado a los
aucas pues tena poco ganado y ya se me acababan los vveres, [] que
mi viaje era muy largo, ni tampoco tena donde hacer bastimento, ni menos
adonde comprar (Villarino [1782] 1972: 984).
As, aunque las continuas afirmaciones sobre los beneficios que obtenan los expedicionarios encubrieran las estrategias y el poder que detentaban los indgenas, es preciso recordar que estos ltimos actuaban segn
sus propios intereses. Por ejemplo, Viedma [1779: f. 163] detallaba que al-
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Por su parte, Zizur aluda tambin a las negociaciones con los indgenas
describiendo las tratativas en torno al viaje del cacique Lorenzo Calpisqui a
Buenos Aires y los intentos por convencerlo de que efectivamente realizace
ese viaje. Cuando el cacique asegur que no ira, Zizur habra argumentado
que las muestras de buena fe de los espaoles eran evidentes y que su comitiva podra permanecer en los toldos como garanta hasta que l volviese de
la ciudad. El cacique habra manifestado que ira a Buenos Aires cuando el
Virrey volviese de Montevideo, pero no antes; entonces, el piloto le habra
dicho que hiciera como gustase y que ellos seguiran su marcha hacia el
Fuerte del Carmen. Adems, Zizur relataba que los indgenas le solicitaba
aguardiente a la gente de su comitiva y se emborrachaban, los amenazaban,
se coman todo sus vveres y no los dejaban dormir. En particular, criticaba
la actitud de Chanchuelo, un personaje que se haba unido a la expedicin porque supuestamente quera agradar al cacique Calpisqui para lograr
matarlo cuando estuviera cerca. Sin embargo, Zizur tema una traicin y
sospechaba que, en realidad, estaba aliado con los indios. Dicho Chanchuelo por ejemplo, habra inducido a un indgena, segn las afirmaciones de este, a pedir mucho dinero a cambio de un cautivo, dicindole que
los cristianos eran ricos12.
En el caso del piloto Villarino (1782] 1972), en el sur de la actual
Neuqun un grupo de indios le haba pedido una cantidad de marineros
porque, segn dijeron, habran matado a Guchumpilqui -cacique de los
aucaces- para desagraviar a los espaoles. El piloto le habra mandado a
contestar al cacique Chulilaquin que su tropa no luchaba sin su capitn
porque no comprenda la lengua de los indgenas y que podra auxiliarlo si
llegaba a tiempo, y sino que trajese su gente y toldos para donde yo estoy,
y entonces que no tuviese miedo, aunque viniesen ms indios que yerba
habra permanecido en sus toldos para reunir todos los esclavos cristianos que tienen
los indios, para que los fuesen rescatando [los hispanocriollos] porque no queran guerras. Paralelamente, el cacique se negaba a que unos emisarios hispanocriollos enviados por Viedma se marcharan de las tolderas porque tema que no regresaran unos
indgenas que habran viajado a canjear unas cristianas a Buenos Aires, ya que en otras
ocasiones los haban apresado.
12 De manera semejante, este tipo de engaos aparecen en otros relatos. Por ejemplo,
Villarino ([1782] 1972: 1082) expona su fastidio debido a que un cacique le haba llevado a un famoso ladrn -Jacinto- quien no saba hablar otra cosa que pedir aguardiente,
yerba, tabaco y bizcocho, en lugar de la lenguaraza que l le haba solicitado.
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En otra ocasin posterior en la que haca varios das que el piloto esperaba los aprontes de Chulilaquin que pretenda sumarse a la expedicin de Villarino, el piloto haba
decidido partir y le comunic al cacique que se ira al da siguiente. Entonces, el cacique
le habra suplicado que no le desamparase, ya que le haba hecho tanto favor: que me
deba la vida; que no le dejase en manos de sus enemigos, y dijo que [...] los parientes
de Guchumpilqui [...] le haban regalado, y pagado fuertemente a todos los caciques
[...] para que todos con sus indiadas viniesen incorporados para acabar con l y con sus
indios, pero que solo el respeto de nosotros haba sido capaz de contener esta faccin
(Villarino [1782] 1972: 1125).
14 Adems, Villarino afirmaba que cuando Chulilaquin se enter de que los expedicionarios planificaban regresar al establecimiento del ro Negro, le haba suplicado que se
quedaran y, finalmente, el cacique habra logrado que un indio le vendiera un par de
vacas para convencerlo de que no se fuera.
15 Al respecto, Terrada [1808: f. 3] expresaba sus intentos por contener a los indios:
Reconvenidos por m en orden a su ambicin, y el ningn auxilio que esperaba, y del
estado de escasez en que me hallaba, sus contestaciones eran llenarse de ociosidad.
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De esta manera, podemos observar cmo a pesar de que algunos investigadores sostuvieron que a fines del siglo XVIII se present un periodo de
relativa paz intertnica, existan rivalidades entre los grupos que permanecan latentes y podan dar lugar a mltiples conflictos en pequea escala.
En relacin con esto, encontramos evidencias de la tensin entre indgenas
e hispanocriollos en el marco de las estrategias de negociacin desarrolladas por unos y otros. Por ello, result preciso un abordaje crtico de las
asimetras de poder que permitiera reflexionar sobre la intencionalidad de
los actores sociales involucrados en las relaciones de contacto.
CONSIDERACIONES FINALES
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BIBLIOGRAFA CITADA
Agnew, John A.
1987. Place and Politics: The Geographical Mediation of State and Society. Boston,
Allen and Unwin.
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207
y pequeas explotaciones de tipo familiar y algunas grandes estancias ganaderas en regiones ms o menos cercanas a la frontera (Gelman 1997) que
en ese momento se encontraba en el ro Salado de Buenos Aires.
El diario de la expedicin escrito por Garca ([1810] 2002) describe el
transcurso del recorrido hacia las Salinas y los encuentros y negociaciones
con los grupos indgenas y los caciques de la regin. As, a la altura de la
guardia Cruz de Guerra, Garca envi un recado dando aviso de la expedicin al cacique Lincn, instalado en las cercanas del camino a transitar.
Ms adelante, recibi la respuesta del cacique que informaba que haba
pasado noticia a los caciques comarcanos para venirse, y venir juntos; que
le esperase en el punto en que me hallaba, y que al mismo tiempo le mandase algn aguardiente y yerba para l y sus gentes (Garca [1810] 2002:
16) y otros mensajes de diferentes caciques, con las mismas pretensiones,
que anunciaban su llegada al da siguiente al campamento. Mientras tanto,
se acercaban a la expedicin de Garca caciques con sus indios que pedan
aguardiente de regalo o procuraban intercambiarlo por jergas y ponchos,
aumentando as los moradores y los desrdenes en torno al campamento
de los hombres de Buenos Aires. Vale aqu aclarar que al utilizar la palabra
desorden lo hago siguiendo el relato de Garca que, como cabe esperar,
refleja su mirada orientada a buscar seguridad y lograr concretar los acuerdos, cuestiones que los indios no aceptaran tan fcilmente. Frente a esta
visin, los acercamientos para pedir y/o exigir obsequios, especialmente
aguardiente, los altercados y las interminables disensiones entre los indios
seran un estorbo para Garca y representaran una realidad difcil de asir.
Avanzando en la ruta hacia las Salinas, se acerc a la expedicin de Garca el cacique Lincn con los caciques Medina, Cayumilla, Aucal y Gurupuento. Se les convid con mate de azcar y recibieron yerba, tabaco, pasas,
aguardiente y galleta. Luego, en parlamento, los caciques manifestaron a
la comitiva que era un acto de su generosidad permitirles el paso, presentndose cada uno como principal de la tierra a vista del otro, ofreciendo
su gente como auxilio y pidiendo permiso para alojarse en el campamento
y para tratar con los vivanderos (Garca [1810] 2002: 18). Ms tarde, Lincn manifest a Garca que por haber ido a visitarlo, le haban asaltado
sus toldos y le haban muerto a su mujer y dems familia, y robado toda su
hacienda, y que para perseguir a los ladrones y facinerosos, le franquease
30 soldados armados. Esta solicitud obtuvo una negativa como respuesta y
el cacique amenaz con arruinar la empresa despachando correos a todos
los caciques interiores, (como lo hizo) para que embarazasen la expedicin
208
y la asaltasen junto con su gente y dems aliados (Garca [1810] 2002: 19).
Acerca de esta postura de Lincn, Hux (2003: 63) observa que probablemente el cacique tendra frescos en su memoria agravios producidos en el
pasado y, a su vez, las expediciones a Salinas Grandes seran vistas como
una amenaza dado que generaran situaciones de tensin y suscitaran episodios en los que expedicionarios tambin se habran apoderado de haciendas y de indios, aunque los diarios oficiales no digan nada.
Los caciques reaccionaran de maneras diversas ante la llegada de los
blancos. As, un hijo del cacique Epumur, perteneciente a una agrupacin
huilliche valdiviana asentada en una franja de territorio entre el ro Colorado y el ro Salado de Buenos Aires bajo el liderato de Quinteleu (Bechis
1999), desaprob el comportamiento de Lincn y desminti sus dichos,
ofrecindose a informar a Garca de cualquier novedad. Luego, el cacique
Epumur manifest, acerca de los entredichos con Lincn, que este cacique
era un hombre de mala conducta, conocido embustero, odiado an entre
los indios, que era la causa de algunas incomodidades con los espaoles,
levantando especies y haba difundido en la tierra, por noticias de algunos espaoles, que stos venan a poblar ciudades en el Guamin, Laguna
del Monte, Salinas y otros parajes, manifestando su oposicin a ello (Garca [1810] 2002: 21). En cambio, Epumur, segn seala Garca, encontraba
conveniente la situacin por
el comercio recproco que tendran, remediando sus necesidades, como por la
seguridad de otras naciones que los perseguan, como los ranqueles, guilliches y
picuntos; pues a l le acababan de robar todas sus haciendas, hasta los vestuarios
de sus mujeres, dejndolas totalmente desnudas (Garca [1810] 2002: 21).
Tambin denunciaba Epumur que todos estaban en la mayor insubordinacin, mientras que l haba sido criado en las inmediaciones de Valdivia, donde se respetan a los mayores, se reconoce la superioridad del
gobierno y obedece al Rey y donde se levantaban cruces, y hacan parlamentos, de cuyos acuerdos nunca se separaban -postura que habra rodea
En 1780, luego de un maln, Lincn fue tomado preso y llevado a Martn Garca, si
bien el cacique haba firmado un tratado de paz en 1771 con el gobierno de Buenos
Aires, an cuando un ao antes su padre haba sido muerto traidoramente por el comandante Pinazo. Este maln fue contestado con una gran expedicin desde Crdoba
(Hux 2003: 64).
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favorecern tal empresa cuando adviertan que las pieles de sus cazas, los
tejidos ordinarios de su industria, los vellones exquisitos de ovejas tienen
fcil expendio en cambio de los artculos de su lujo o de sus necesidades
(Garca [1810] 2002: XIV-XV y XX). Llegar a este acuerdo implicaba discusiones y enfrentamientos entre las agrupaciones indgenas -prolongado
intersticio en el cual los indios se beneficiaban recibiendo los regalos con
que se pretenda atraer su voluntad.
Entre las tratativas que continuaron luego del perodo hispnico, como
seala Levaggi (2000: 171), los caciques mantuvieron la prctica de ir a
Buenos Aires a negociar con las autoridades y vender sus productos. As,
en 1812, Quinteleu -llamado por las autoridades- acudi para negociar el
establecimiento de nuevas poblaciones. El cacique prest su conformidad,
aunque el asunto debera ser tratado en un parlamento general en Salinas
y el representante del gobierno deba ser Garca. En 1815 doce caciques
acordaron realizar un parlamento para tratar sobre el adelanto de la frontera, la construccin de guardias y otros temas, pero -en medio del fervor
revolucionario- Garca fue enviado a prisin y esto gener la desconfianza
y oposicin de los indios (Levaggi 2000: 171-172). Mientras tenan lugar las
negociaciones con los indios, las chacras y haciendas continuaban avanzando ms all de la frontera, al ritmo del crecimiento de la poblacin hispanocriolla.
En 1815 se estableci la guardia Kakel Huincul al sur del ro Salado. En
ese mismo ao Francisco Ramos Meja cruz ese ro y se estableci en un
lugar que llam Miraflores. Tom contacto con los indios, los inici en
la agricultura, el uso del arado, siembra de cereales y hortalizas y estos tambin realizaron tejidos de ponchos y mantas. Se entablaba as una novedosa
forma de relacin que despertara recelo en otros sectores de la sociedad
hispanocriolla. Segn una declaracin del hermano de Francisco Ramos
Meja ante el gobierno en 1836, el hacendado haba obtenido en 1815 la
concesin en propiedad de 64 leguas cuadradas que denunci en el partido de Monsalvo, ocupadas por indios enemigos, mas no siendo suficiente
con la donacin, haba debido obtener el consentimiento de los naturales
con buena conducta, dinero y sacrificios de todo gnero (Levaggi 2000:
178-179, nota al pie 27).
En 1820 el gobernador Martn Rodrguez y dieciseis caciques de los in
Tomado de: Archivo de Juan Jos Biedma, Indios. Archivo General de la Nacin, Buenos Aires, Argentina (en adelante AGN) VII 10-4-13.
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se les dio a los indios amigos de Kakel. Esto traera como consecuencia el
ataque y la destruccin del poblado de Dolores (Hux 2003: 67-68). Este
accionar del gobernador estara asociado a las sospechas de que se dirigan
a la estancia Miraflores y sus indios. Rodrguez orden la captura de los
indios que vivan all y la presentacin de Ramos Meja en el fuerte. Luego,
el hacendado no retorn a Miraflores, pero continu dirigiendo el establecimiento a travs de un hombre de su confianza (Conquista del Desierto
1987).
Acerca de las relaciones entre grupos indgenas y la sociedad hispanocriolla, Ratto (2003) seala que el perodo de relativa paz, que se prolong
desde mediados de la dcada de 1780, comenz a resquebrajarse desde
la primera dcada independiente. A partir de 1820, la apertura comercial
motiv las aspiraciones de expansin territorial hacia las tierras frtiles
del sur para aumentar la produccin pecuaria destinada a la exportacin.
Los intentos de avance sobre territorio indgena combinaron la poltica
de tratados de paz con incursiones militares, generando una creciente
conflictividad intertnica (Ratto 2003: 192-193). En cuanto a las guerras
civiles suscitadas al interior de la sociedad criolla a lo largo del proceso
de construccin y consolidacin del estado nacin argentinos, los grupos
indgenas participaron en ellas luchando en una u otra de las facciones
enfrentadas, convocados en virtud de tratados anteriores, negociaciones y
presiones. Sin embargo, como observa Bechis ([1998] 2008: 190 destacado
en el original), podemos pensar que los indios, al enfrentarse a poblaciones
criollas, peleaban su propia guerra, su guerra, su guerra ntima contra el
huinca, su enemigo, aprovechando los espacios inciertos y las debilidades
de la sociedad hispanocriolla. El enemigo era aquel de haca cuatro siglos.
Ante esta situacin, Garca, una vez vuelto a sus funciones, realizara una
nueva campaa al sur con el fin de concertar las paces, negociar la instalacin de nuevas poblaciones cristianas y reconocer las fuerzas indgenas
y la campaa, mientras que los indios tambin se acercaron a negociar,
enviando al cacique Cayupulqui -hijo del cacique Lorenzo Calpisquis con
quien se haban firmado las paces de 1790-, diplomtico y versado en castellano, a entrevistarse con el gobernador y proponer un parlamento de
paz (Hux 2003: 68 y 82). El 6 de marzo de 1822 parti la comisin al mando de Garca ([1822] 2002) hacia la Sierra de la Ventana junto con catorce
indios, parientes de los caciques que estaban presididos por Antiguan, el
caciquillo o capitn cona, para confirmar su aceptacin de la paz. A poco
de la partida, lleg una alerta sobre una invasin de los indios al mando
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s una laguna distante 11/2 leguas, pues deban tomar precauciones para no
ser sorprendidos, ya que algunos caciques e indios no estaban conformes
de la buena fe que presida en los tratados con esta Comisin, y desconfiados que bajo la capa de paz se tramase algn movimiento ofensivo contra
ellos (Garca [1822] 2002: 74). Al da siguiente se present, entre varias visitas de caciques principales, un enviado del cacique Neclueque para informar a la comisin acerca de la oposicin de los caciques ranqueles a hacer
la paz. Tambin se present un chasque del cacique Lincn, anunciando
que haba reducido a hacer la paz a muchos que no la queran y, dando
muestras de una gran sensibilidad con respecto a la posible existencia de
diferencias culturales implicadas en el dilogo, advirti al capitn que no
se sorprendiese de las ceremonias y demostraciones y maniobras que se
haran en la reunin, por las divisiones que deban asistir armadas, segn
el rgimen que en estos casos se usa (Garca [1822] 2002: 78).
Una vez en el lugar indicado, luego de la ceremonia de bienvenida entre todos los caciques y sus indios, los dos caciques principales, Lincn
y Avoun, mandaron formar un crculo, todos los caciques se metieron
dentro de l y tuvieron una junta de ms de dos horas, acerca de las paces
a tratar y para acordar con su gente las bases del tratado y si deban celebrarlos por s solos, sin la reunin de los ranqueles, cuando se dudaba de
la buena fe de estos, no obstante que muchos queran tratar. Lincn dijo
que la asistencia de los ranqueles era necesaria porque, de otra manera, los
acuerdos resultaran efmeros y recomend esperar a la reunin de, por lo
menos, algunos de esos caciques puesto que, de otro modo, sufriran ellos
tambin las consecuencias, pues se renovara el rencor que se tenan, y a la
Comisin [de Garca], que haba dado un paso tan precipitado, sabiendo
que aquellas tribus son las ms fuertes, y con las que principalmente deba
hacerse una liga. Los caciques se opusieron a esta opinin, guiados, segn
Garca, por el inters particular de obtener obsequios que, por otro lado,
ya empezaban a escasear y l no podra haber afrontado una segunda negociacin con los ranqueles por separado. La opinin juiciosa de Lincn
hubo de costarle el sacrificio de su existencia, pues el trato que reciba
de las autoridades de Buenos Aires y su opinin entre todas las tribus
despertaba los celos y envidia de los dems caciques, y principalmente del
principal Avoun, joven orgulloso y aspirante, hermano y sucesor del clebre Carritipay (Garca [1822] 2002: 83).
Se decidi comunicar la decisin a la comisin y comenz el desorden,
con carreras, gritos, bulla, confusin y pedidos de tabaco, yerba, etc. Volvi
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Entre los caciques favorables a celebrar la paz tambin se suscitaron discusiones acerca de cmo proceder en relacin con los ranqueles, que aparentemente rechazaban estas propuestas, y adems se manifestaba recelo
ante este acercamiento de los hispanocrillos, pero terminaran aceptando
la propuesta de paz luego de debates, disputas y enfrentamientos entre
ellos, como en el caso del cacique ranquel Pablo. La llegada de los cristianos y la necesidad de tomar una posicin frente a ellos parece ser un elemento de tensin en la estructura de relaciones intergrupales, exigiendo
a las agrupaciones tomar decisiones -de las cuales los caciques seran sus
portavoces- que implicaban al propio grupo, pero tambin a su relacin
con los dems. Al mismo tiempo la figura del cacique se vea afectada en
relacin a si lograba un destacado desempeo, captar beneficiosas alianzas y reconocimientos, acceder a bienes estimados u obtener informacin
-fenmeno que ha sido estudiado por Nacuzzi (1998, 2008). Esta dinmica
ofrece una posible perspectiva para comprender los enfrentamientos entre
Epumur y Lincn, segn el diario de Garca de 1810, y entre Lincn y Avoun en 1822. Adems de ser un problema real a resolver, las implicancias,
amenazas y potencialidades que representaba la presencia de los cristianos
tambin resultaran un factor que incidira en la organizacin poltica indgena y que los indios procuraran encauzar segn su beneficio. Al respecto,
resulta difcil distinguir entre acciones que podran haber estado orientadas a beneficiar a un cacique de manera individual, separadamente del
grupo al que representaba. Como hemos visto, las decisiones eran tomadas
en parlamento y, en cuanto a la conformacin del liderazgo, el apoyo que le
daban los seguidores al cacique era fundamental para fundar su autoridad.
De esta manera, podemos pensar que las determinaciones de las que los caciques fueron portavoces contaran con una aprobacin del grupo basada
en un alto grado de consenso.
Luego de estas tratativas, que debieron sobrellevar rumores, acciones en
contra, amenazas, reticencias, discusiones y peleas, aparentemente no sigui la concrecin de un tratado formal. Desde la perspectiva del gobierno,
como seala Hux (2003: 69), el objetivo era lograr una paz momentnea
apuntando a avanzar en la conquista del sur bonaerense. Estos parecen
haber sido tambin los planes de Garca que aconsej establecer fuertes en
Tandil, Chascoms y Ranchos para avanzar hacia el ro Colorado. Como
vemos, los temores, el recelo y los rumores que circulaban entre los indios
tenan su razn de ser. En 1823 el gobernador Rodrguez organiz una
segunda campaa combinada con contingentes de Crdoba y de Santa Fe.
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no aceptaran la paz con una accin negociadora tendiente a captar parcialidades a travs del negocio pacfico de indios. Los indios aliados, autnomos poltica y territorialmente, haban pactado una relacin pacfica y, por
la importancia de su nmero y la posibilidad de generar alianzas con grupos hostiles, prontamente pasaron a ser grupos amigos o se convirtieron
en enemigos. Durante este perodo no se plasmaron acuerdos por escrito
que detallaran las obligaciones que vincularon a los indios amigos con el
gobierno. Esta poltica segua una flexible estrategia que permita a Rosas
variar las disposiciones segn las circunstancias.
Comenzando la segunda mitad del siglo XIX, con el fin del gobierno de
Rosas, el colapso del negocio pacfico de indios y los numerosos malones
de la confederacin indgena de Calfucur, en especial durante 1855, la
frontera retrocedi hasta los lmites previos al gobierno rosista. Como plantea de Jong (2007), la atencin del estado nacin en formacin no pudo
concentrarse en las iniciativas de ampliacin del territorio productivo para
la ganadera extensiva, debiendo ocuparse en otros frentes como los levantamientos provinciales entre 1863 y 1876, la competencia jurisdiccional de
las provincias sobre los territorios a conquistarse, la revolucin liderada por
Mitre contra la eleccin del presidente Avellaneda (1874) y la Guerra del
Paraguay (1865-1870). As, el conflicto de las fronteras internas fue postergado hasta finales de la dcada de 1870. Hasta la campaa de ocupacin
militar de la Pampa y la Patagonia, los tratados de paz fueron el principal
dispositivo de poder estatal al que se volcaron las autoridades del estado
de Buenos Aires luego de los frustrados intentos de avance militar sobre el
territorio indgena a mediados de la dcada de 1850 (de Jong 2007: 58).
Estos dispositivos se orientaron a registrar, implementar un orden, territorializar, influir en las dinmicas indgenas, en las formas de organizacin y
de accin y en fomentar las rivalidades entre los grupos a travs de favoritismos, acuerdos de raciones, ttulos y honores a los caciques y otorgamiento
de tierras, procurando, como plantea Boccara (2005: 40), construir el ser
social indgena con el fin de poder actuar sobre este ltimo de manera eficiente y positiva.
Como ha distinguido Bechis ([1999] 2006), los indios amigos aceptaban mediante
tratados reducirse y someterse al interior de la lnea fronteriza, percibiendo los principales caciques raciones peridicas y sueldos y ttulos militares, mientras que los indios
aliados eran indios soberanos que pactaban con el gobierno y conservaban su autonoma poltica y territorial -si bien en las fuentes muchas veces son llamados amigos.
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La poltica de tratados de paz - en combinacin con intermitentes experiencias de avance territorial- se vali tanto de los vnculos tnicos, polticos
y de parentesco preexistentes como de las potencialidades de rivalidad y
competencia entre caciques propias de la estructura poltica indgena. Entre los sucesivos intentos del estado nacional de avanzar las fronteras, de
Jong (2007) menciona la creacin de diez nuevos distritos sobre el desierto en la frontera de Buenos Aires en 1865, nuevos intentos de ocupacin
de la isla de Choele Choel en 1868, 1870 y 1875 y de avance de las fronteras en 1869, una expedicin a Salinas Grandes en 1874 y el avance de seis
columnas enviadas por el ministro de Guerra Adolfo Alsina hacia Carhu
y Guamin en 1876. Paralelamente, a partir de 1856, con el retorno de la
provincia de Buenos Aires a las negociaciones de paz y luego de la unificacin poltica de Buenos Aires y la Confederacin bajo la eleccin de Bartolom Mitre como presidente, se sucedieron una serie de tratados desde
distintos puntos de la frontera de Buenos Aires y de las provincias de Santa
Fe, Crdoba, San Luis y Mendoza. Como seala de Jong (2007), los efectos esperados e inesperados de la poltica de aplicacin de tratados de
paz, debemos buscarlos en los cambios tanto econmicos, como polticos e
identitarios. En un proceso en que el estado fue aumentando su poder para
intervenir sobre los grupos indgenas, se vio favorecido el fortalecimiento
de algunas jefaturas durante las dcadas de 1860 y 1870, mientras que pequeas parcialidades se disolvieron.
En 1857 se firm un tratado con el tehuelche-huilliche Yanquetruz, por
el cual se lo consideraba representante de las tribus de la regin y el cacique se comprometa a ceder trece leguas de territorio a la provincia de
Buenos Aires, defender las costas martimas del Atlntico ante la posibilidad de incursiones extranjeras y apoyar militarmente cualquier intento de
exploracin u ocupacin nacional del curso del ro Negro. Siguiendo a Levaggi (2000), nuestra autora (de Jong 2007) detalla que, luego de la muerte
de Yanquetruz en 1858, se realiz un tratado en trminos similares con su
hermano Chingoleo quien cumpli en los primeros aos de la dcada de
1860 el papel de intermediario con las tribus de tierra adentro, acercando
a la frontera a varios caciques como Reuque Cur, Paillacn, Huincabal
(1863), Chagallo (1865), Sinchel y Colohuala. Con la llegada de Mitre a
la presidencia (1862), un mayor nmero de caciques se acerc a negociar
con el gobierno: el mismo Calfucur (1861) a travs de la intermediacin
de Catriel y Cachul, Sayhueque (1863) -que tambin haba sido parte del
tratado de 1857- y los tehuelches Francisco (1865) y Casimiro (1866), cuyo
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compromiso procur obtener el gobierno para el resguardo de la soberana y la colonizacin de los territorios del sur de la Patagonia.
Segn estos tratados, los caciques reconocan el dominio argentino sobre los territorios patagnicos al este de la Cordillera, se declaraban sbditos del gobierno argentino, se comprometan a ceder tierras y a mediar en
la realizacin de futuros tratados con otros caciques de la regin. De esta
manera, estas alianzas fueron tomando la forma de una red, donde los
caciques funcionaban como embajadores en la realizacin de nuevos tratados, mientras que, adems, en los acuerdos realizados desde Patagones se
comprometa a los caciques a realizar concesiones territoriales y a apoyar al
ejrcito en las exploraciones y expediciones de ocupacin de los territorios
patagnicos -aspectos que no son mencionados desde las jurisdicciones del
Azul o Baha Blanca. En cuanto al inters de los indios por celebrar tratados, de Jong (2007) observa que el establecimiento de vnculos pacficos
parece haber sido una opcin buscada y privilegiada por el amplio espectro
de los agrupamientos indgenas de Pampa y Patagonia en la segunda mitad del siglo XIX, mientras que los intentos de avance o exploracin en
territorio indgena provocaron la reaccin de Calfucur, si bien sus amenazas de invasin no siempre se concretaron. En cambio, este cacique busc
reanudar cada vez los vnculos con el estado, utilizando sus amenazas y
acciones militares como presin para la firma de nuevos tratados (de Jong
2007).
Acerca del sentido y las implicancias que traera aparejado el hecho de
pactar con el gobierno y asentarse en la frontera como indios amigos, se
han preguntado tanto Ratto (2003) como de Jong (2007). Para el perodo
del gobierno rosista, Ratto (2003: 215) seala que los grupos que ingresaron al negocio pacfico habran estado en situacin de debilidad econmica, aislamiento con respecto a otras parcialidades y conflictos intertribales
que los colocaban en una situacin crtica desventajosa para encarar las
negociaciones. As, el pacto con el gobierno, an cuando ello significara la
prdida de su autonoma, represent la posibilidad de contar con recursos
que mejoraran su subsistencia y la posibilidad de recomponer su estructura poblacional por medio del mestizaje y de la incorporacin de cautivos
tomados en los enfrentamientos con grupos hostiles. Por otro lado, esta
prdida de autonoma poltica y territorial no necesariamente implic una
sumisin total al gobierno. En algunos casos, las acciones rayaban la desobediencia amparadas en el peso que tenan estos caciques para el gobernador Rosas (Ratto 2003: 221-222).
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Como ha mencionado de Jong (2007), los tratados firmados desde Carmen de Patagones comprometan a los caciques a formar guardias de defensa contra los indios enemigos, prestar asistencia, cumplir rdenes, habitar
ciertos parajes a cambio del auxilio del gobierno y obtenan permiso para
comerciar, raciones, sueldos y vestuario, nombramientos militares con variaciones segn la importancia -y la relevancia estratgica- del territorio que
ocupaba cada cacique. Acerca de la informacin que puede proporcionar
este tipo de documentos, Nacuzzi (2006) observa que lo expresado en los
tratados debe ser examinado cuidadosamente, pues mucho de lo acordado/
prometido no era luego cumplido o lo era con irregularidad. As, por el lado
de los indios, la exigencia de instalarse en determinados parajes -clusula
incluida en muchos de los tratados- parece haber sido un punto remiso a
cumplirse. As, por ejemplo, Yanquetruz no se traslad a Valcheta, segn se
haba comprometido por el tratado de 1857 -si bien esto no significa que
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Tanto indgenas como cristianos pusieron en juego su creatividad e iniciativa en cada situacin de encuentro en funcin de sus intereses. Podemos pensar que la intensa circulacin de bienes que los involucraba, era
percibida por los primeros como necesaria y, adems, tal situacin era evocada por ambas partes como argumento para mantener relaciones amistosas. Al respecto, segn esta conocida cita, el cacique norcordillerano Foyel
le habra manifestado a Musters:
nuestro contacto con los cristianos en los ltimos aos nos ha aficionado a la
yerba, al azcar, a la galleta, a la harina y a otras regalas que antes no conocamos, pero que nos han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los
espaoles, no tendremos mercado para nuestras pieles, ponchos, plumas, etc.;
de modo que en nuestro propio inters est mantener con ellos buenas relaciones, a parte de que aqu hay lugar de sobra para todos (Musters [1869-70]
1997: 252).
Los indios tendran una visin propia acerca de la dinmica del circuito
de intercambio a partir de sus experiencias y habran expresado sus inquietudes y propuestas. En el caso de la anterior cita, la ltima frase estara planteando una posibilidad de convivencia pacfica con una organizacin de los
recursos que contemplara a todos los grupos. Esta inquietud se expresara
en propuestas concretas acerca de cmo organizar los intercambios. Junto
con el inters por el comercio, se observaban los engaos de los cristianos y
tambin con respecto a este inconveniente los indios presentaron alternativas. As, por ejemplo, el cacique Antonio le solicit a Claraz una carta de recomendacin para comerciar con la colonia galesa asentada en el valle inferior del ro Chubut hacia 1865. Segn el explorador, los indios saben que
en Patagones los comerciantes los engaan y les roban en peso y en otras
maneras, mientras que los ingleses de Santa Cruz y de otros puntos del sur
no lo haban hecho (Claraz [1865-66] 1988: 171). De manera similar, un
indio le habra propuesto a Musters que estableciera una casa de comercio
cerca del Chubut y as, consideraba el interesado, todo el comercio indio
saldra de las manos de la gente de Patagones, que usaba notoriamente pesas falsas, aparte de recargar de una manera exorbitante el precio de todos
los artculos que suministraba a los indios ([1869-70] 1997: 318). Segn
estas citas, podramos pensar que el favorecer los intercambios y mantener
buenos tratos con los indios eran factores que alentaban la presencia cristiana en territorio indgena, cuestin sobre la que volveremos.
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para concretar el recorrido planeado hasta Carmen de Patagones, debiendo regresar a Chile. Segn vimos acerca de las expediciones de Garca de
1810 y de 1822, las circunstancias que se suceden con la llegada de los viajeros presentan similitudes: circulan rumores acerca de las intenciones de
los cristianos, el recelo acompaa todo el periplo, los viajeros son puestos
en situaciones de tensin y bajo presin, debates y discusiones entre los caciques analizan qu postura deben tomar y, finalmente, los indios reciben
obsequios mientras dura el tiempo de las negociaciones.
Situaciones similares volveran a suscitarse unos trece aos despus
del viaje de Cox, cuando el perito argentino Francisco Moreno visit a las
tribus Manzaneras. Moreno fue recibido amistosamente en los toldos de
Sayhueque, aunque el recelo tambin estuvo presente y se le impidi el
paso a Chile, mientras circulaban rumores y amenazas. Su presencia en los
toldos fue motivo para denunciar el accionar de los cristianos. Siguiendo el
relato de la resea presentada por el perito a la Sociedad Cientfica Argentina (1876), Moreno parti en el mes de septiembre de 1875 desde Patagones junto al baqueano mestizo Mariano Linares y a otros indios siguiendo
el curso del ro Negro. Al encontrarse con las primeras tolderas, el viajero
recibi dos noticias: que se saba nuestra venida por un sueo del cacique
y que las indiadas se haban sublevado preparando en esos momentos una
invasin de 4.000 lanzas que ira sobre Patagones (Moreno 187612). Este
primer mensaje podra entenderse como una advertencia/amenaza: el cacique sabe, es decir, tiene medios para estar al tanto de los movimientos y
planes de los blancos y los indios tienen fuerza como para enfrentarlos.
Cumpliendo con la etiqueta mapuche, Moreno envi dos chasques al cacique Sayhueque anunciando su llegada y al da siguiente divisaron la hoguera de paz en la cima de una colina.
En las Manzanas celebraron un parlamento con el secretario de Sayhueque y Mariano Linares como intrpretes. El cacique no recibi con agrado
la carta del gobierno de la nacin, en cambio se alegr con las de sus sobrinos Miguel y Manuel Linares de Patagones. Luego, Moreno tuvo que explicarle qu iba a hacer con sus campos. El viajero argument que deseaba
recoger algunos bichos y pasar luego a Chile, si l lo permita, para regresar
por el mar a Buenos Aires. Tras una larga conversacin entre los caciques
que aparentemente versaba sobre guerra, Sayhueque le contest
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que se alegraba mucho que hubiese ido a visitarlo; que yo era mejor que los habitantes de Patagones, con quienes se hallaba disgustado y que siendo l buen
hombre con los cristianos, nadie atentara contra m mientras yo permaneciera
en sus toldos (Moreno 1876).
El cacique se mostr a favor de la relacin con los cristianos y le dio seguridad para permanecer en los toldos. Sin embargo, no poda permitirle
el paso a Chile, pues sus antepasados nunca haban consentido en ello y
no saba qu intenciones tendra yo respecto a los indios, las que no seran
buenas pues tena conocimiento que los Gobiernos Argentino y Chileno se
haban unido para pelearlos (Moreno 1876).
El acceso a los pasos transcordilleranos le estaba vedado al explorador y
en este punto el cacique habra expresado dudas acerca de las intenciones
del viajero y denunciado a los gobiernos de Chile y Argentina. Con todo,
por la llegada de Moreno a los toldos quedara suspendida la proyectada
invasin a Patagones debida a que el gobierno no haba entregado las raciones completas, haba ignorado dos chasques enviados por el cacique y,
adems, los amigos del pueblito [Patagones] que no le mandaban nunca ningn recuerdo. El cacique tambin habl de los territorios que los
blancos les haban quitado, y que l era demasiado bueno permitiendo que
poblaran en Patagones y Chubut sin su consentimiento (Moreno 1876).
Concluida la ceremonia del parlamento, Moreno entreg regalos entre
los que consigna una carabina Spenser, 42 cartuchos, una carpa, un saco y
polainas de goma, algunos ponchos y chiripaes de pao, sombreros, collares, aros, sortijas y tambin una guitarra que son casi toda la noche. Al da
siguiente el cacique visit a Moreno en su carpa donde recibi de regalo
una botella de coac y le aclar al viajero que por sus ofrecimientos de ver
personalmente al gobierno nacional reanudaba la amistad con el gobierno;
en mayo ira a Patagones y si entonces no obtena respuesta, invadira inmediatamente.
En cinco das se celebrara una junta con los principales caciques y capitanejos para que conocieran a Moreno como amigo y donde se debatira
acerca de su presencia en los toldos y sobre el accionar de los cristianos en
general, como veremos. La junta resolvi que Moreno no tena buenas intenciones y no deba permitrseme que paseara por los campos antes que
hiciera algo por ellos en Buenos Aires, y que regresara a Patagones, ya que
ellos hacan demasiado con suspender la invasin y que deba contentarme
con esa generosidad (Moreno 1876). De manera similar a lo ocurrido con
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criollos argentinos. Sin embargo, no he encontrado menciones a comerciantes, funcionarios o viajeros criollos que partieran desde una poblacin
hispanocriolla chilena para arribar a otra argentina atravesando la Cordillera, ni tampoco el camino inverso. En este sentido, podramos pensar que la
actitud de los indios de averiguar la identidad de los viajeros podra resultar
fundamental para obligarlos a retornar a sus lugares de origen sin completar el anhelado cruce a travs de la Cordillera que uniera los ocanos
Pacfico y Atlntico, como vimos en el caso de Cox y de Moreno. Tampoco
Musters logr el permiso en su segundo viaje de 1872 para recorrer el camino desde Valdivia hacia Buenos Aires, debiendo huir de las tolderas (ver
Vignati 1964). Segn menciona Cox, Cheu Mapu, de qu tierra? era la
frase de rigor, es decir que esta era una cuestin ineludible de averiguar,
siempre reiterada. En cuanto a la preocupacin por el tema de los accesos
al territorio indgena, podemos mencionar, como veremos ms adelante,
que uno de los caciques manifestara su temor acerca de las intenciones de
los cristianos notando que envan a buscar los caminos (Moreno [18761877] 1997: 125). Fue por esto que
el permiso que solicit [Moreno] para pasar a Valdivia no se le haba concedido,
porque ni sus padres ni sus abuelos [los de Sayhueque] jams oyeron hablar ni
permitieron que un cristiano conociera los campos que hay entre las dos Aguas
grandes (los ocanos), y que l no poda faltar a lo que haba prometido a
quienes, al morir, le haban exigido que los imitara en todo (Moreno [18761877]1997: 110).
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Siguiendo el planteo de Martnez (1995), notamos que los nombres dados a los cristianos variaban en gran medida, sugiriendo procesos complejos de interaccin en un espacio en movimiento donde se configuraban
relaciones sociales. Las propias experiencias aportaban valiosa informacin
acerca de los blancos que proporcionaba nuevos datos acerca de su proceder. En los relatos de Cox, Musters y Moreno encontramos testimonios de
los indios que mencionan a los blancos de diversas maneras, entre las que
aparece frecuentemente el nombre cristiano. Estas expresiones son parte
de manifestaciones de temor, odio, enfrentamiento, deseos de amistad o
denuncias de agravios que deben entenderse en el contexto en que fueron
producidas. En este sentido, como mencionamos al comienzo de este captulo, recordamos las expediciones de exploracin dirigidas a zonas geogrficas clave, la serie de fundaciones de fuertes y fortines, las negociaciones,
ataques, acuerdos y tratados, no pocas veces ignorados a lo largo de todo
el siglo -hitos que constituyeron el proceso de avance de la frontera sobre
el territorio indgena. As, acerca de la relacin con argentinos y chilenos,
Foyel (cacique del sur de la actual provincia de Neuqun), en una conversacin con Musters, declar que estaba a favor del comercio y las buenas
relaciones con los Valdivianos del lado occidental como con los argentinos
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Volvemos a encontrar la identificacin de las poblaciones hispanocriollas como espaolas. Segn las comillas y la redaccin del texto, Quintuhual hablara de espaoles y parecera que Musters lo interpreta como
chilenos y argentinos. El avance apremiante de los blancos y el trato
dado a los indios haran ver a los ltimos que el lugar donde habitar era
cada vez ms reducido, vislumbrando como ltimo recurso solo la posibilidad de pelear. Acerca de la cuestin de la acuciante presencia de la pobla-
237
Tomado de: Comando General del Ejrcito, Direccin de Estudios Histricos, Campaa contra los indios: Frontera Sur, caja 36, N 1334 y 22-6.821,
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divina para ocupar las tierras del centro de la regin pampeana en que se
haban instalado, como veremos ms adelante.
Como dijimos, la presencia de los cristianos en territorio indgena suscitara inquietud y recelo, dudas sobre su identidad -lo que podra asociarse
a una desconfianza sobre la honestidad de sus intenciones- y temor por sus
propsitos de dejar a los indios sin tierras. Estas cuestiones habran sido
expresadas durante la ceremonia en que se examin la veracidad de las declaraciones de Moreno en las tolderas de Sayhueque. En ese momento se
evalu el actuar de los huincas en general, su presencia e influencia en la
vida de los indios, los cambios que esto implic a lo largo de los aos y la relacin de dependencia que haba resultado de ello. Siguiendo con el relato
de Moreno, das despus de su llegada, su verdadera identidad y propsitos
fueron motivo de discusin, suscitando preguntas, presiones sobre el viajero
y reflexiones internas. Segn el relato del perito, Chacayal habra referido
las advertencias del aucache (chileno) que dice que vienen los gringos a pelearlos (Moreno [1876-1877] 1997: 125, el destacado es mo) y exclamado:
Dios nos ha hecho nacer en los campos y stos son nuestros; los blancos nacieron del otro lado del Agua Grande y vinieron despus a stos que no eran de
ellos, a robar los animales y a buscar la plata de las montaas. Esto dijeron nuestros padres y nos recomendaron que nunca olvidramos que los ladrones eran
los cristianos y no sus hijos. En vez de pedirnos permiso para vivir en los campos,
nos echan, y nos defendemos; y si es cierto que nos dan raciones, stas solo son
un pago muy reducido de lo mucho que nos han quitado. Ahora ni eso quieren
darnos, y como concluyen con los animales silvestres, esperan que muramos de
hambre y no robemos.
El indio es demasiado paciente y el cristiano demasiado orgulloso. Nosotros
somos dueos y ellos son intrusos. Es cierto que prometimos no robar y ser
amigos, pero con la condicin de que furamos hermanos. Todos saben que
pas un ao, pasaron dos aos, pasaron tres aos y que hace cerca de veinte
que no invadimos, guardando los compromisos contrados. El cristiano ha visto
las chilcas (cartas) de los ranqueles y mamuelches pidiendo gente y convidando
a invadir, y sabe tambin que no hemos aceptado. Pero ya es tiempo que cesen
de burlarse; todas sus promesas son mentiras (coilcoil!). Los huesos de nuestros amigos, de nuestros capitanes, asesinados por los huincas, blanquean en
el camino de Choleachel y piden venganza; no los enterramos porque debemos
tenerlos siempre presentes para no olvidar la falsa cristiana (Moreno [18761877] 1997: 124).
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El avance de los blancos sobre las tierras de los indios, los robos, asesinatos y maltratos no podan ser ignorados. La legitimidad de la propiedad
de la tierra provena del hecho de haber nacido all y haba sido otorgada
por Dios en un momento fundamental de la historia que era constantemente revivido y estaba en vigencia. Esta definicin se opona a la situacin
de ese momento denunciada por el cacique en que los blancos invadan y
maltrataban a los dueos de las tierras. As, se explicitaban las caractersticas fundamentales que definan la relacin entre indgenas y cristianos: los
indios son dueos y aceptan trato amistoso; los blancos son intrusos y no
respetan los pactos. A pesar del enfrentamiento con los cristianos, Chacayal
plante la posibilidad de entablar una relacin amistosa con la condicin
de ser considerados como iguales (como hermanos). Esta situacin de permanente tensin entre el peligro del avance de los cristianos y la voluntad
de relaciones pacficas se expresaba en constantes rumores y amenazas de
invasin -tanto de cristianos a indios como al revs- que posibilitaban denunciar las acciones de los cristianos as como un acercamiento (invasin
suspendida por muestras de amistad). Luego, el cacique llam a la guerra
rememorando una matanza acaecida en la estancia San Antonio y evocando
la figura de Quilapn en Chile, pues los cristianos queran quitar las tierras
y envan a buscar los caminos. Hasta el momento no haban hecho nada
porque peleaban contra Namuncur que tambin era considerado intruso
en Salinas; nuevamente Chacayal denunci el engao de los cristianos y
amenaz con una guerra que no lleg a concretarse (Moreno [1876-1877]
1997: 124 a 125).
Como referimos al comienzo de este captulo podemos suponer, siguiendo a de Jong (2007), que las determinaciones en el campo poltico tanto por
parte de indios como de los agentes de conquista y colonizacin habran
llevado a un debilitamiento de la capacidad de alianza y accin conjunta
que hara cada vez ms dificultoso poder enfrentar con xito a los blancos.
Por otro lado, como tambin vimos, la presencia cada vez ms afianzada de
la sociedad hispanocriolla que se organizaba como estado-nacin y la importancia de la participacin de los indios en los circuitos de intercambio,
hacan del acercamiento a los blancos algo imprescindible. As, podramos
considerar que, reforzando la posibilidad de una coexistencia armoniosa,
el enemigo dejaba de ser el cristiano y pasaba a ser Namuncur, quien resultaba el culpable de que las raciones no llegaran. As lo habra expresado
Sayhueque, haciendo hincapi en las buenas relaciones entre indios y cristianos, demostrando un inters que deba ser mutuo. En efecto, el cacique
240
En cuanto a la cuestin acerca de cmo los indios definieron la humanidad de los cristianos y su relacin con el modo en que se entabl la
relacin entre ambos, podemos sealar que a partir de los aos 1860 esta
coincidi con un contexto en que el avance de los hispanocriollos fue cada
vez ms acuciante, viendo peligrar el acceso a los recursos de los indios y
su autonoma reducida. Desde este punto de vista, la cuestin de la visin
de los blancos asociada a poderes sobrenaturales estara relacionada con
una dificultad para enfrentarlos y proponer nuevos trminos en el conflicto que los opona. Los huincas imponan cada vez ms sus trminos, siendo
cada vez ms dificultosas las posibilidades de enfrentarlos.
Ciertos objetos extraos que llevaban los viajeros tambin despertaban
desconfianza y temor. Por ejemplo, los lentes de Moreno llamaban la atencin de las chinas. Durante unas borracheras el explorador interrog a
Sayhueque al respecto, quien le aclar que ellas temen, porque dicen que,
teniendo cuatro ojos, bien puedes tener cuatro corazones y ser malo (Moreno [1876-1877] 1997: 114). Como vimos, tambin se adjudicaba a Moreno la capacidad para encontrar las riquezas de la tierra gracias a su vista de
cndor ([1876-1877] 1997: 117). De manera similar, el diario del viaje de
241
Garca tambin hace mencin al recelo y a los rumores suscitados por los
instrumentos de medicin, por ejemplo, en relacin con un anteojo de un
oficial con que se vea todo el mundo. Encontramos que las expresiones
de temor asociadas a las propiedades de estos objetos estn relacionadas
con la inquietud vivida en las tolderas ante la amenaza del avance de los
cristianos. As, estos objetos generaran recelo por su capacidad para identificar las riquezas de que queran apoderarse los cristianos, ver todo. Parecera haber una relacin entre ciertos poderes asociados a los blancos y
una prctica que venan llevando a cabo los huincas y era constantemente
denunciada por los indios: avanzar sobre sus territorios, maltratar a los indios y robarse sus riquezas.
La instalacin de establecimientos cristianos produjo transformaciones
en el territorio y, como plantea Nacuzzi (2007) para el siglo XVIII acerca
de la relacin entre indgenas y enclaves coloniales en la Patagonia y en
el Chaco, conform nuevos espacios en un paisaje muy conocido o, por
lo menos, espacios utilizados de manera diferente, o compartidos con los
blancos (Nacuzzi 2007: 232) que resultaron posibilidades de acceso a beneficios para los indios. As es como distintos grupos se instalaban en torno a los nuevos centros u orientaban sus recorridos y estadas hacia estos
puntos de inters. Estos movimientos provocaran cambios no solo en el
mapa geogrfico, sino en el dinmico mapa social y poltico. Como vimos,
la intrusin de los blancos traera aparejada la transformacin de un hbitat
y del modo de aprovechamiento de sus recursos, as como tambin influira
en la organizacin interna de los grupos indgenas y en la dinmica de las
relaciones intergrupales. As es como la cuestin del territorio -en cuanto
espacio que proporciona el sustento de la existencia tanto material como
social y, aunque no tratamos aqu el tema, tambin espiritual- adquiere una
importancia central, manifestndose continuamente en las expresiones de
los indios.
A lo largo de este captulo hemos visto cmo las estancias criollas comenzaron a trasponer la frontera que marcaba el ro Salado -hecho que ocurra
ya desde fines del siglo XVIII. Tanto los indios se acercaron a Buenos Aires
para negociar como aceptaron la presencia de funcionarios en su territorio
con ese fin, exigieron obsequios de bienes preciados que los hispanocriollos entregaban para mantener las relaciones pacficas que se alternaban
con malones y expediciones punitivas de los blancos. Con el gobierno de
Rosas esta prctica de entregar bienes a los indios se formalizara en la
forma de raciones entregadas peridicamente orientadas a atraer a grupos
242
indgenas a asentarse en la frontera. Estos acuerdos entre indios y el gobierno de Buenos Aires fueron llevados a cabo preferentemente de manera
personal por Rosas, de manera que casi no contamos con tratados formales celebrados en esta poca. Luego de la cada de Rosas, la imposibilidad
de las autoridades criollas de manejar el negocio pacfico de indios hara
retroceder la frontera. Los nuevos gobiernos desarrollaron una poltica de
tratados de paz a la que se plegaron numerosos caciques, mientras se llevaron a cabo nuevos avances sobre el territorio indgena que culminaran
en las campaas militares organizadas entre 1879 y 1885. Con el avance de
la conquista los recursos disponibles bajo control indgena se vieron cada
vez ms reducidos; asociado con esto, hemos planteado que podran estar
vinculadas expresiones acerca de ciertos poderes de que parecan estar dotados los cristianos y representaban una amenaza para los indios.
Mientras la sociedad hispanocriolla desplegaba sus acciones y estrategias de relacin con la poblacin indgena con el objetivo de extender su
dominio sobre todo el territorio y sobre el control de los recursos y de los
habitantes de ese espacio, los indios encararon la relacin con los blancos
desde su propia perspectiva. Los distintos grupos indgenas que interactuaron con los agentes de conquista y colonizacin activaron iniciativas para
promover el contacto y los intercambios con la sociedad hispanocriolla y
-a la vez- conservar el control sobre el territorio y los recursos. Aceptaron
la presencia de establecimientos cristianos e hicieron uso de ellos segn
su conveniencia y adaptndolos a las propias pautas sociales (los acercamientos podan resultar en la adquisicin de bienes estimados o en obtener apoyo frente a conflictos intergrupales, por ejemplo). Desarrollaron
relaciones de diplomacia a travs de la actividad de los caciques, los lenguaraces, los embajadores, los mensajeros, los indios instalados en -o en la
cercana de- poblados cristianos que hacan de intermediarios, entre otros,
y participaron de la firma de tratados de paz y de los circuitos de intercambios regionales. Tambin realizaron malones a los poblados cristianos tanto
para apropiarse de ganado como para forzar a abrir las negociaciones. Entre estas estrategias, la visin indgena acerca de los cristianos result una
forma de expresar las vivencias de contacto de por lo menos dos siglos y, a
la vez, proporcion a travs de sus definiciones herramientas para afrontar
la relacin con los blancos y sustentar las distintas posiciones asumidas (enfrentamiento, amistad, alianza). Durante este perodo el campo indgena
vivi intensas transformaciones sociales, polticas y territoriales que incluyeron traslados de poblaciones, en particular atradas por las ricas pampas
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del este y las posibilidades de negociar con las autoridades criollas, configurando los espacios para nuevas relaciones intertnicas y nuevas formas de
asentamiento.
En algunos casos los indios parecen haber acordado o aceptado el establecimiento de emplazamientos cristianos en sus territorios -si bien aqu
debe prestarse especial atencin al inters de los blancos que habra influenciado en la manera de registrar los tratos referidos a este tema. Esta
aceptacin habra permanecido vigente mientras la presencia de esas poblaciones resultara beneficiosa para los indios y se mantuvieran los buenos
trminos, como ha sido estudiado, por ejemplo, para el caso del Fuerte de
Carmen de Patagones fundado en 1779 y devenido en centro de intercambio y negociaciones (Bustos 1993, Nacuzzi 1998). Podramos pensar que
las condiciones que posibilitaban los asentamientos cristianos en territorio
indgena deban revalidarse ante los indios peridicamente y las faltas a
esta norma no escrita daban lugar a reclamos, ataques y denuncias. En este
sentido, los acuerdos para la instalacin de poblaciones blancas pareceran
acercarse a los permisos otorgados por los caciques a otros grupos para
transitar los caminos o acampar transitoriamente en un territorio que ellos
consideraban propio.
As, hemos visto cmo Ramos Meja habra comprado a los indios
las tierras que le designara el gobierno para establecerse. Sin embargo, el
modo de esta adquisicin a travs de buena conducta, dinero y sacrificios
de todo gnero nos hace pensar en un acuerdo que deba construirse cotidianamente con los indios y que ninguna accin poda llegar a concluir del
todo -si bien tambin debemos considerar que en la declaracin del hermano del hacendado, que denunciaba la apropiacin de parte de esas tierras a
manos de otros colonos, la actuacin de Ramos Meja probablemente haya
estado engrandecida. En cuanto a las cesiones o donaciones de tierras
realizadas a travs de los tratados, la cuestin de las condiciones en que los
caciques firmaron, aceptaron y cumplieron o no esta clusula es an materia que debe discutirse.
En un tratado de 1865 el cacique tehuelche Francs o Francisco del Chubut cedi tierras para una colonia galesa en la zona de la desembocadura
del ro Chubut y se comprometi a establecerse cerca de esta poblacin y
a protegerla (Levaggi 2000: 350-352). A la muerte de Francisco le sucedi
Chiquichan, probablemente el cacique Jackechan (Chacayal) que conociera Musters. Segn el relato del viajero ingls, su posicin en relacin a la
instalacin de los colonos galeses era muy clara. Al arribar los colonos los
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haba socorrido en sus difciles comienzos, ensendoles a cazar y proveyndolos de boleadoras; sin embargo, a pesar de su buena disposicin, los
consideraba intrusos en su territorio y declaraba su intencin de exigir el
pago ms adelante, mientras que la negativa a pagar arrendamiento sera
seguida en tal caso de un procedimiento muy sumario de arreo de ganado
y expropiacin (Musters [1869-70] 1997: 360). Por otro lado, como vimos,
este cacique tambin habra apoyado la instalacin de Musters en el Chubut,
evaluando los beneficios comerciales que esta traera. Tambin un indio que
lo acompa en su travesa le habra manifestado al viajero ingls su inters
por que se instalara en el Chubut contando con que Jackechan [Chacayal],
que era el verdadero dueo de la tierra, si es que sta tena alguno, haba
ofrecido cederme el terreno necesario (Musters [1869-70] 1997: 318).
De esta manera, desde la perspectiva de los indios, las raciones seran vistas como solo un pago muy reducido por lo mucho que haban robado [los
cristianos] (Moreno [1876-1877] 1997: 124), como tambin ha notado Bechis ([1999] 2006) para el caso del cacique Calfucur. Por otro lado, como
vimos, en las tratativas del ao 1825 el propio gobierno haba propuesto
que a los caciques que reclamaran derechos sobre las tierras a ocupar se les
ofrecera una compensacin convenida en cuotas a pagar cada dos o tres
meses hasta tres generaciones, lo que coincida perfectamente con la idea
presente unas dcadas ms tarde de las raciones como arrendamiento,
con la salvedad de que los indios seguiran considerando los terrenos como
propios. En este sentido, resulta interesante el planteo de Vezub (2007)
acerca de la manera en que seran vistos los poblados de Baha Blanca y
Patagones hacia 1860 a partir del anlisis de las negociaciones realizadas
por los caciques Llanquitruz y Calfucur en Patagones y en Baha Blanca
respectivamente. El autor observa que los fuertes argentinos no superaban
la condicin de enclaves y las regiones en que se encontraban continuaban
siendo percibidas como el campo de uno u otro cacique o de uno u otro
linaje (Vezub 2007). As, Llanquitruz no ira a negociar a Baha Blanca donde no tena conocidos (dos aos despus lo mataran all), sino que indios
de Calfucur habitaban en sus alrededores; mientras que Calfucur, a su
vez,no ira a Patagones porque era territorio de Llanquitruz.
Tambin podramos interpretar en esta direccin el reclamo de Sayhueque acerca de los territorios que los blancos les haban quitado, y que l
era demasiado bueno permitiendo que poblaran en Patagones y Chubut
sin su consentimiento (Moreno 1876). Considerando que la fundacin del
Fuerte de Patagones haba ocurrido haca casi un siglo con la aprobacin
245
del cacique Negro y las colonias galesas del Chubut tambin contaban con
el consentimiento de los caciques de ese territorio, bajo qu condiciones
Sayhueque podra permitir o no el poblamiento de Patagones? Remita el
planteo de Sayhueque a la idea de un acuerdo con los blancos permanentemente actualizado que permitiera la ocupacin de los territorios considerados indgenas en funcin de mantener buenas relaciones? Podramos
pensar que las cesiones de tierra realizadas por los indios no implicaban
la prdida de la soberana sobre esos territorios. En la prctica, consentir
la presencia cristiana en territorio indgena, aceptada tanto a travs de declaraciones formales como de hecho, sera interpretado de distinta manera
por indios y cristianos. Los blancos asumiran como de su propiedad los
territorios en donde los indios permitieron que se asentaran, mientras que
los indios parecen haber considerado como propias estas tierras, ms all
de haberse establecido los cristianos en ellas con su consentimiento.
Una vez ms, debemos considerar el componente estratgico de estas
declaraciones. Como el mismo cacique manifiesta, en acuerdos anteriores
haba apoyado la defensa de los poblados de Patagones, Baha Blanca, Azul,
Colorado, Tandil y otros lugares. Sin embargo las invasiones en que haban
perdido buenos padres, hermanos y cuantas familias, intereses de animales, prendas de plata, y ltimamente vuestras [nuestras] propiedades de
terrenos (Sayhueque [16-9-1874], citado en Levaggi 2000: 480-48114) avivaban el descontento y motivaban los reclamos, proporcionando, a su vez,
argumentos para negociar. Este aspecto estratgico de lo enunciado, insistimos, no pone en tela de juicio la veracidad (o no) de lo manifestado.
Los avances de la sociedad hispanocriolla y la participacin de los indios
en los circuitos de intercambio, hacan del acercamiento a los blancos una
situacin ineludible. Estos factores se conjugaran en una determinada postura asumida frente a los cristianos: a pesar de los malos tratos y engaos
era necesario tratar con los huincas, en lo posible en trminos pacficos
-mientras la desconfianza y el estado de alerta nunca dejaban de estar presentes- para la obtencin de estimados bienes y, finalmente, para defender
sus territorios. Las discusiones y reflexiones se reavivaban constantemente
en diversas circunstancias, como la llegada a las tolderas de funcionarios
del gobierno o de viajeros que obligaba a preguntarse acerca de los vnculos con los cristianos y a tomar decisiones que abarcaban tanto el mbito de
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Tomado de: Comando General del Ejrcito. Direccin de Estudios Histricos. Campaa contra los indios, Frontera Sur, caja 36, N 22-6.821.
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