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Michel Foucault - El Lenguaje Al Infinito

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El lenguaje al infinito Michel Foucault

Texto extrado de "El lenguaje al infinito", M. Foucault, Ediciones de Dianus, Crdoba, Argentina, 1986. Traduccin: Antonio Oviedo. Edicin original: Tel Quel Nro. 15, Pars, 1963. Seleccin y destacados: SR.

Escribir para no morir, como deca Blanchot, o incluso quizs, hablar para no morir es una tarea sin dudas tan vieja como la palabra. Las ms mortales decisiones, inevitablemente, permanecen suspendidas mientras dura un relato. Como se sabe, el discurso tiene el poder de retener la flecha, ya lanzada, en un retroceso del tiempo que es su propio espacio. Es posible que, como lo dice Homero, los dioses hayan enviado las desgracias a los mortales para que stos pudieran contarlas, y que en esta posibilidad la palabra encuentre su infinito recurso; es posible que la cercana de la muerte, su gesto soberano, su relieve en la memoria de los hombres excaven en el ser y el presente el vaco a partir del cual y hacia el cual se habla. Pero la Odisea, que afirma ese regalo del lenguaje en la muerte, cuenta a la inversa cmo Ulises ha regresado a su casa: repitiendo, exactamente, cada vez que la muerte lo amenazaba, y para conjurarla, cmo mediante que ardides y aventuras- haba logrado sostener esta inminencia que, otra vez, en el momento en que l acaba de tomar la palabra, vuelve en la amenaza de un gesto o en un peligro nuevo... Y cuando, extranjero entre los Feacios, escucha de la boca de otro la voz, milenaria ya, de su propia historia, es como si escuchara a su propia muerte: se cubre el rostro y llora, con ese gesto que es el de las mujeres cuando les traen despus de la batalla el cuerpo del hroe muerto; contra esta palabra que le anuncia su muerte y que se escucha en el fondo de la nueva Odisea como una palabra de otro tiempo, Ulises debe cantar el canto de su identidad, contar sus desdichas para apartar el destino transportado por un lenguaje anterior al lenguaje. Y l prosigue esta palabra ficticia, confirmndola y conjurndola a la vez, en ese espacio vecino de la muerte, aunque erigido contra ella, donde el relato encuentra su lugar natural. Los dioses envan las desgracias a los mortales para que stos las cuenten; pero los mortales las cuentan para que esas desgracias jams terminen, y para que su cumplimiento sea sustrado en la lejana de las palabras, all donde stas, que no quieren callarse, al fin cesarn. La desgracia innumerable, don ruidoso de los dioses, marca el punto donde comienza el lenguaje; pero el lmite de la muerte abre ante el lenguaje, o ms bien en l, un espacio infinito; ante la inminencia de la muerte, l prosigue con

una urgencia extrema, pero tambin recomienza, se cuenta a s mismo, descubre el relato del relato y esa ensambladura que podra no acabarse jams. El lenguaje se refleja sobre la lnea de la muerte: all encuentra algo como un espejo; y para detener esta muerte que va a detenerlo, no tiene ms que un poder: el de hacer nacer en s mismo su propia imagen en un juego de espejos sin lmites. Al fondo del espejo donde recomienza, para llegar de nuevo al punto que ha alcanzado (el de la muerte), pero para apartarlo otro tanto, se advierte un lenguaje distinto - imagen del lenguaje actual, pero tambin modelo minsculo, interior y virtual; es el canto del aeda que cantaba ya Ulises antes de la Odisea y antes del mismo Ulises (puesto que Ulises lo escucha), pero que lo cantara indefinidamente despus de su muerte (puesto que para l Ulises ya est como muerto); y Ulises, que est vivo, recibe ese canto como la mujer recibe al esposo herido de muerte. Quizs exista en la palabra una relacin de pertenencia esencial entre la muerte, la persecucin limitada y la representacin del lenguaje por s mismo. Quizs la configuracin al infinito del espejo contra la pared negra de la muerte es fundamental para todo lenguaje desde el momento en que ste no acepta pasar sin dejar rastro. No es desde que fue inventada la escritura que el lenguaje pretende proseguirse al infinito; tampoco porque no quera morir es que el lenguaje ha decidido un da tomar cuerpo en los signos visibles e imborrables; ms bien se trata de sto: un poco hacia atrs de la escritura, abriendo el espacio donde ella ha podido derramarse y fijarse, algo ha debido producirse, de lo cual Homero nos dibuja a la vez la figura ms originaria y ms simblica, y que forma para nosotros uno de los pocos grandes acontecimientos ontolgicos del lenguaje: su reflexin en espejo sobre la muerte y la constitucin a partir de all de un espacio virtual donde la palabra encuentra el recurso indefinido de su propia imagen y donde le es posible representarse al infinito, ya hacia atrs de s mismo, o ya, incluso, ms all de s mismo. La posibilidad de una obra de lenguaje encuentra en esta duplicacin su pliegue originario. En este sentido, la muerte es sin dudas el ms esencial de los accidentes del lenguaje (su lmite y su centro): desde el da en que se ha hablado a lamuerte y contra ella, para sostenerla y detenerla, algo ha nacido, murmullo que se repite, se cuenta y se redobla sin fin, segn una multiplicacin y un espesamiento fantsticos donde se aloja y se oculta nuestro lenguaje de hoy. (Hiptesis que no es indispensable, ni mucho menos: la escritura alfabtica es ya en s misma, una forma de duplicacin en la medida que representa no lo significado sino los elementos fonticos que lo significan; por el contrario, el ideograma representa directamente lo significado, independientemente del sistema fontico que es otro modo de representacin. Para la cultura occidental, escribir sera, desde el comienzo, ubicarse en el espacio virtual de la auto-representacin y del redoblamiento; la escritura, significando no la cosa

sino la palabra, la obra de lenguaje, no hara otra cosa que avanzar ms profundamente en este impalpable espesor del espejo, suscitar el doble de este doble que es, ya la escritura, descubrir de esa manera un infinito posible e imposible, perseguir sin trmino la palabra, mantenerla ms all de la muerte que la condena, y liberar el centelleo de un murmullo. Esta presencia de la palabra repetida en la escritura da; sin dudas, lo que llamamos una obra, un estatuto ontolgico desconocido para estas culturas en las que, cuando se escribe, es la cosa misma la que se designa, en su cuerpo propio, visible, obstinadamente insensible al tiempo. Borges cuenta la historia de un escritor condenado a quien Dios concede, en el instante mismo en que van a fusilarlo, un ao ms de vida para acabar la obra empezada; esta obra, suspendida en el parntesis de la muerte, es un drama donde, precisamente, todo se repite, el final (que falta escribir) retoma palabra por palabra el principio (ya escrito), pero para mostrar de esta manera que el personaje que se conoce y que habla desde las primeras escenas no es el mismo sino aqul que se toma por tal; y en la inminencia de la muerte, durante el ao que demoran una gota de lluvia resbalando por su mejilla, el humo del ltimo cigarrillo desparramndose, Hladik escribe, pero con palabras que nadie, ni siquiera Dios, podr leer, el gran laberinto invisible de la repeticin, del lenguaje que se desdobla y se hace espejo de s mismo. Y cuando es hallado el ltimo epteto (que era sin dudas tambin el primero, pues el drama recomienza), la descarga de los fusiles, producida menos de un segundo antes, golpea su silencio en el pecho. Me pregunto si no se podra hacer, o al menos esbozar a distancia, una ontologa de la literatura a partir de estos fenmenos de autorepresentacin del lenguaje; tales figuras que en apariencia son del orden de la astucia o del entretenimiento, ocultan, es decir, traicionan la relacin que el lenguaje sostiene con la muerte - con este lmite al cual se dirige y contra el cual est erigido. Sera necesario comenzar por una analtica general de todas las formas de reduplicacin del lenguaje, cuyos ejemplos se pueden encontrar en la literatura occidental. Esas formas, sin dudas, no son infinitas y permiten trazar un cuadro universal. Su extrema discrecin habitual, el hecho de que algunas veces estn ocultas y arrojadas all como por azar o descuido, no debe ilusionarnos: o mejor dicho, es necesario reconocer en ellas el poder mismo de la ilusin, la posibilidad que tiene el lenguaje (cadena monocorde) de mantenerse en pie como una obra. La reduplicacin del lenguaje, incluso si es secreta, es constitutiva de su ser en tanto que obra y es necesario leer los signos que puedan aparecer en ella como indicaciones ontolgicas. Signos a menudo imperceptibles y casi ftiles. Suelen presentarse como faltas simples desgarrones en la superficie- de la obra: se dira que hay como una

abertura involuntaria sobre el fondo inagotable desde donde ella viene hacia nosotros. Pienso en un episodio de La Religiosa donde Susana cuenta a su corresponsal la historia de una carta (1)(su redaccin, el escondite donde la ocultaron, una tentativa de robo, la entrega, en fin, a una confidente que pudo enviarla) - de esta carta, precisamente, donde ella cuenta a su corresponsal, etc. Es evidente que Diderot ha estado distrado. Pero sobre todo muestra que el lenguaje se cuenta a s mismo: que la carta no es la carta sino el lenguaje que la redobla en el mismo sistema de actualidad (puesto que el lenguaje habla al mismo tiempo que la carta, usa las mismas palabras y tiene el mismo cuerpo: es la carta misma en carne y hueso); y sin embargo, el lenguaje est ausente, pero no por el efecto de esta soberana que se presta al escritor; mejor dicho, se ausenta al atravesar el espacio virtual donde el lenguaje se hace imagen de s mismo y franquea el lmite de la muerte por el redoblamiento en espejo. La "gaffe" de Diderot no es debida a una intervencin demasiado apremiante del autor sino a la misma abertura del lenguaje sobre su sistema de autorepresentacin: la carta de La Religiosa no es ms que el anlogo de la letra (1), en todos los aspectos semejante a aqulla, salvo que el lenguaje es en ella el doble imperceptiblemente desfasado (el desfasaje slo hecho visible por el desgarrn del lenguaje). Se tiene, en este lapsus (en el sentido exacto del trmino) una figura muy prxima, pero exactamente inversa, de la que se encuentra en las Mil y una noches, donde un episodio contado por Schehrazada cuenta como Schehrazada ha sido obligada durante Mil y una noches, etc. La estructura de espejo est aqu explcitamente dada; en su centro mismo la obra despliega un espejo (2) (espacio ficticio, alma real) donde ella aparece como en miniatura y precedindose a s misma puesto que se cuenta entre tantas otras maravillas pasadas, entre tantas otras noches. Y en esta noche privilegiada, tan parecida a las otras, se abre un espacio semejante a aqul donde ella forma solamente un desgarrn nfimo, y descubre las mismas estrellas en el mismo cielo. Se podra decir que hay una noche de ms y que mil habran bastado; se podra decir a la inversa que falta una carta en La Religiosa (esa donde debera estar relatada la historia de la carta, la que, entonces, no habra de decir ms su propia aventura). En verdad se percibe que en la misma dimensin hay aqu un da menos, all una noche de ms: el espacio mortal donde el lenguaje habla de s mismo. Se podra decir, tambin, que en toda obra el lenguaje se superpone a s mismo en una verticalidad secreta donde el doble es casi exactamente el mismo fina lnea negra que ninguna mirada puede detectar, salvo en esos momentos accidentales o concertados de interferencias donde la presencia de Schehrazada se envuelve de bruma, retrocede al fondo del tiempo, puede emerger minscula en el centro de un disco brillante, profundo, virtual. La obra de lenguaje es el cuerpo mismo del lenguaje que la muerte atraviesa para abrirle este espacio infinito donde los dobles se reflejan. Y las formas de esta superposicin,

constitutiva de toda obra, se pueden, sin dudas, descifrar slo en esas figuras adyacentes, frgiles, un poco monstruosas, donde se seala el desdoblamiento. Su trazado exacto, su clasificacin, la lectura de sus leyes de funcionamiento o de transformacin podra introducir a una ontologa formal de la literatura. Tengo la impresin de que, a fines del siglo XVIII, se ha producido un cambio en esa relacin del lenguaje con su repeticin indefinida - ms o menos coincidente con el momento en el que la obra de lenguaje ha devenido lo que ella es ahora para nosotros, es decir, literatura. Es el momento (o poco falta) en el que Hlderlin percibi hasta la ceguera que slo poda hablar en el espacio marcado por el alejamiento de los dioses y que el lenguaje no deba ms que a su propio poder el tener alejada a la muerte. Entonces se ha dibujado, bajo el cielo, esta abertura hacia la cual nuestra palabra no ha cesado de avanzar. Por mucho tiempo -desde la aparicin de los dioses homricos hasta el alejamiento de lo divino en el fragmento de Empdocles- hablar para no morir ha tenido un sentido que hoy nos es extrao. Hablar del hroe o como hroe, querer hacer algo como una obra, hablar para que los otros hablen al infinito, hablar para la "gloria", era avanzar hacia y contra esa muerte que sostiene el lenguaje; hablar como los oradores sagrados para anunciar la muerte, para amenazar a los hombres con este fin que marchita toda gloria, era todava conjurarla y prometerle una inmortalidad. 0 sea que, para decirlo de otro modo, toda obra estaba hecha para acabarse, para callarse en un silencio donde la Palabra infinita ira a recobrar su soberana. En la obra, el lenguaje se protegi de la muerte por esta palabra infinita, esta palabra de antes y despus de todos los tiempos, de la que ella se haca solamente el reflejo rpidamente cerrado sobre s mismo. El espejo al infinito que todo lenguaje hace nacer desde que se yergue verticalmente contra la muerte, la obra no lo manifestaba sin esquivarlo: ella colocaba al infinito fuera de s misma - infinito majestuoso y real del que se haca el espejo virtual, circular, terminado en una bella forma cerrada. Escribir, en nuestros das, se ha aproximado infinitamente a su origen. Es decir, a ese sonido inquietante que, al fondo del lenguaje, anuncia, tan pronto como se estira un poco la oreja, aquello contra lo que uno se resguarda y, al mismo tiempo, hacia lo que uno se dirige. Como la bestia de Kafka el lenguaje escucha ahora, en el fondo de su madriguera, ese rumor inevitable y creciente. Y para defenderse es necesario que siga los movimientos, que se convierta en su fiel enemigo, que no deje entre ellos ms que la delgadez contradictoria de un tabique transparente e irrompible. Es preciso hablar sin cesar durante tanto tiempo y tan alto como ese ruido indefinido y ensordecedor - ms largo tiempo y ms alto para que al mezclar su voz con l se llegue si no a hacerlo callar, sino a dominarlo, al menos a - modular su inutilidad en ese murmullo sin trmino

que se llama literatura. Desde ese momento no es ya posible una obra cuyo sentido sera cerrarse sobre s misma para que slo hable su gloria. La aparicin simultnea, en los ltimos aos del siglo XVIII, de la obra de Sade y de los relatos de terror marca aproximadamente esta fecha. No es un parentesco en la crueldad lo que est en cuestin; ni el descubrimiento de un lazo entre la literatura y el mal. Sino algo ms oscuro y paradojal a primera vista: esos lenguajes, constantemente sacados de s mismos por lo incontable, lo indecible, el escalofro, el estupor, el xtasis, el mutismo, la pura violencia, el gesto sin palabras, y que son calculados con la mayor economa y la mayor precisin, por el efecto (al punto que ellos se hacen transparentes tanto como es posible en este lmite del lenguaje hacia el cual se apresuran, anulndose en su escritura por la sola soberana de lo que ellos quieren decir y que est fuera de las palabras), son, muy curiosamente, lenguajes que a s mismos se representan en una ceremonia lenta, meticulosa y prolongada al infinito. Estos lenguajes simples, que nombran y que hacen ver, son lenguajes curiosamente dobles. Sin dudas, ser necesario todava mucho tiempo para saber lo que es el lenguaje de Sade, tal como permanece para nuestra lectura: no hablo de lo que ha podido significar para este hombre encerrado el acto de escribir al infinito textos que. no pudieron ser ledos (un poco como el personaje de Borges prolongando desmesuradamente el segundo de su muerte por el lenguaje de una repeticin que no se diriga a nadie); sino de lo que son actualmente esas palabras y de la existencia dentro de la cual ellas se prolongan hasta nosotros. En ese lenguaje la pretensin de decir todo no es solamente la de franquear las prohibiciones, sino la de ir hasta el fondo de lo posible; la colocacin cuidadosa de todas las configuraciones eventuales, el dibujo, en una red sistemticamente transformada, de todas las conexiones, inserciones y ajustes que permite el cristal humano para el nacimiento de grandes formaciones centelleantes, mviles, indefinidamente prolongables, el largo encaminamiento por los subterrneos de la naturaleza hasta el doble relmpago del Espritu (aqul, irrisorio y dramtico que fulmina a Justine, y aqul invisible, absolutamente lento, que dejndola sin huesos, hace desaparecer a Juliette en una suerte de eternidad asinttica a la muerte) designan el proyecto de reconducir todo lenguaje posible, todo lenguaje futuro, a la soberana actual de este Discurso nico que quiz nadie podr escuchar. A travs de tantos cuerpos consumidos en su existencia actual, todas las palabras eventuales, todas las palabras an por nacer son devoradas por ese lenguaje saturniano. Y si cada escena en lo que ella muestra es doblada por una demostracin que la repite y la hace valer en el elemento de lo universal, es que en este discurso segundo se encuentra consumado y de un modo distinto, no ms todo lenguaje futuro sino todo lenguaje efectivamente pronunciado: todo lo que ha podido ser, antes de Sade y alrededor de l, pensado, dicho, practicado, deseado, honrado,

escarnecido, condenado a propsito del hombre, de Dios, del alma, del cuerpo, del sexo, de la naturaleza, del sacerdote, de la mujer, se encuentra meticulosamente repetido (de all esas enumeraciones sin fin en orden histrico o etnogrfico, que no sostienen el razonamiento de Sade sino que dibujan el espacio de su razn), - repetido, combinado, disociado, invertido, luego invertido nuevamente, no hacia una recompensa dialctica sino hacia un agotamiento radical. La maravillosa cosmologa negativa de Saint- Fond, el castigo que la reduce al silencio, Clairville arrojado al volcn y a la apoteosis sin palabra de Juliette marcan los momentos de esta calcinacin de todo lenguaje. El libro imposible de Sade hace las veces de todos los libros - de todos esos libros que l vuelve imposibles desde el comienzo hasta el fin de los tiempos: y bajo el evidente pastiche de todas las filosofas y de todos los relatos del siglo XVIII, bajo ese doble gigantesco que no carece de analoga con Don Quijote, es el lenguaje en su integridad el que se encuentra esterilizado en un nico y mismo movimiento cuyas dos figuras indisociables son la repeticin estricta y que invierte lo ya dicho y la nominacin desnuda de lo que se halla en el extremo de lo que se puede decir. El objeto exacto del "sadismo" no es el otro, ni su cuerpo, ni su soberana: es todo lo que ha podido ser dicho. Ms lejos y todava hacia atrs, es el crculo mudo donde el lenguaje se despliega: a todo ese mundo de lectores cautivos, Sade, el cautivo, le retira la posibilidad de leer. La pregunta para saber a quin se diriga (y se dirige en nuestros das) la obra de Sade no tiene ms que una respuesta: nadie. La obra de Sade se sita en un extrao lmite, que ella no cesa sin embargo (o antes bien por la misma razn por la que ella habla) de transgredir: se quita a s misma - pero confiscndolo en un gesto de apropiacin repetitiva del espacio de su lenguaje; y esquiva no solamente su sentido (lo que no deja de. hacer a cada instante), sino su ser: en ella el juego indescifrable del equvoco no es sino el signo, grave, de este cuestionamiento que la fuerza a ser el doble de todo lenguaje (que repite quemndolo) y de su propia ausencia (que no cesa de manifestar). Podra y, en sentido estricto, debera continuar sin interrupcin, en un murmullo que no tiene otro estatuto ontolgico que el de un cuestionamiento semejante. La ingenuidad de las novelas de terror no se encamina, a pesar de las apariencias, hacia una direccin distinta. Estaban destinadas a ser ledas y en efecto lo fueron: de Coelina ou l'Enfant du Mystre, publicada en 1798, se vendieron hasta la Restauracin 1.200.000 ejemplares. Es decir, que toda persona sabiendo leer y habiendo abierto al menos un libro en su vida habla ledo Coelina. Era el Libro- texto absoluto cuyo consumo ha recubierto exactamente todo el dominio de los lectores posibles. Un libro sin posibilidades de pasar desapercibido y sin porvenir, puesto que de un solo movimiento y casi en lo inmediato ha podido alcanzar lo que era su fin. Para que un fenmeno tan

nuevo (y pienso que no se ha reproducido jams) fuera posible, han sido necesarias ciertas facilidades histricas. Ha sido necesario sobre todo que el libro posea una exacta eficacia funcional y que coincida, sin obstculo ni alteracin, sin desdoblamiento, con su proyecto, que era, simplemente, el de ser ledo. Pero no se trataba, para novelas de ese gnero, de ser ledas al nivel de su escritura y en las dimensiobes propias de su lenguaje; ellas queran ser ledas por lo que contaban, por esta emocin, o este miedo, o este espanto, o esta piedad que las palabras estaban encargadas de transmitir, pero que deban comunicar por su pura y simple transparencia. El lenguaje deba tener la austeridad y la seriedad absoluta del relato; le era necesario, tornndose tan gris como le fuera posible, llevar un acontecimiento hasta su lectura dcil y aterrorizada; no ser otra cosa que el elemento neutro de lo pattico. Es decir, que no se ofreca jams en s mismo; que no tena, deslizado en el espesor de su discurso, ningn espejo que pudiese abrir el espacio indefinido de su propia imagen. Mejor dicho se anulaba entre lo que deca y aqul a quien le deca, tomando absolutamente en serio y segn los principios de una economa estricta su rol de lenguaje horizontal: su rol de comunicacin. Ahora bien, las novelas de terror se acompaan de un movimiento de irona que las dobla y las desdobla. Irona que no es un contragolpe histrico, un efecto de lasitud. Fenmeno bastante raro en la historia del lenguaje literario, la stira es exactamente contempornea de aquello de lo cual devuelve. la imagen irrisoria.[Un texto como el de Bellin de Labordire (Une nuit anglaise) quiere ser a los relatos de terror lo que Don Quijote fue a las novelas de caballera; pero l es exactamente contemporneo]. Como si nacieran juntos y del mismo punto central dos lenguajes complementarios y gemelos: uno, residiendo ntegramente en su ingenuidad, el otro en la parodia; uno, no existiendo ms que por la mirada que lo lee, el otro, reconduciendo de la fascinacin tosca del lector a las astucias fciles del escritor. Pero a decir verdad estos dos lenguajes no son solamente contemporneos, son interiores el uno al otro, cohabitando, cruzndose incesantemente, formando unatrama verbal nica y como un lenguaje bifurcado vuelto contra s en el interior de s mismo, destruyndose en su propiocuerpo, venenosos en su propio espesor. La Ingenua pobreza del relato est quiz muy ligada a un aniquilamiento secreto, a un cuestionamiento interior que es la ley misma de su desarrollo, de su proliferacin, de su inagotable flora. Este "demasiado" funciona un poco como el exceso en Sade: pero ste se dirige al acto desnudo de nominacin y al recubrimiento de todo lenguaje, mientras que aqul se apoya sobre dos figuras diferentes. Una es la de la pltora ornamental, donde nada es mostrado sino bajo la indicacin expresa, simultnea y contradictoria, de todos sus atributos a la vez: no es el arma que se muestra bajo la palabra y la atraviesa, sino la

panoplia inofensiva y completa (llamemos a esta figura, segn un episodio a menudo retomado, el efecto del "esqueleto sangrante": la presencia de la muerte es manifestada por la blancura de los huesos chirriantes, y, al mismo tiempo, sobre ese esqueleto bien liso, por el destello sombro e inmediatamente contradictorio de la sangre). La otra figura es la del "cabrilleo al infinito": cada episodio debe seguir al precedente segn la ley simple, pero absolutamente necesaria, del acrecentamiento. Es necesario aproximarse cada vez ms al momento en que el lenguaje mostrar su poder absoluto, haciendo nacer, de todas sus pobres palabras, el terror; pero este momento es justamente aqul en que el lenguaje no podr nada ms, en que el aliento ser cortado, en que deber callarse sin decir incluso que se calla. Es necesario que el lenguaje haga retroceder al infinito este lmite que lleva con l y que marca a la vez su reino y su lmite.De all, en cada novela, una serie exponenial y sin fin de episodios; luego, ms all, una serie sin fin de novelas... El lenguaje del terror est consagrado a un gasto infinito, incluso cuando se propone lograr apenas un efecto. Se expulsa a s mismo de todo reposo posible. Sade y las novelas de terror introducen en la obra de lenguaje un desequilibrio esencial: la impulsan hacia la necesidad de estar siempre en exceso y en falta. En exceso, puesto que el lenguaje no puede evitar ms multiplicarse all por s mismo - como atacado por una enfermedad interna de proliferacin; est siempre en relacin a s mismo ms all del lmite; slo habla como suplemento a partir de un desfasaje tal que el lenguaje del cual se separa y al que recubre aparece como intil, en demasa, y nada ms que para ser borrado; pero por ese mismo desfasaje se alivia a su vez de toda pesantez ontolgica; est en ese punto excesivo y de tan escasa densidad que se halla dedicado a prolongarse al infinito sin adquirir jams el peso que lo inmovilizara. Pero, adems esto no significa que est en falta o, ms bien, que est alcanzado por la herida del doble? Qu impugna el lenguaje para reproducirlo en el espacio virtual (en la transgresin real) del espejo y para abrir en ste un nuevo espejo y an otro y as al infinito? Infinito actual del espejismo que constituye, en su vanidad, el espesor de la obra - esta ausencia en el interior de la obra de donde sta, paradojalmente, se levanta. Quiz lo que es necesario llamar con rigor "literatura" tenga su umbral de existencia precisamente all, en este fin del siglo XVIII, cuando aparece un lenguaje que retoma y consume como un rayo todo otro lenguaje, haciendo nacer una figura oscura pero dominadora donde juegan la muerte, el espejo y el doble, el cabrilleo al infinito de las palabras. En la Biblioteca de Babel todo lo que puede ser dicho ya ha sido dicho: se pueden encontrar en ella todos los lenguajes concebidos, imaginados, e incluso los lenguajes concebibles, imaginables; todo ha sido pronunciado, Incluso lo que no tiene sentido, al punto que el descubrimiento de la ms exigua coherencia

formal es un azar altamente improbable, cuyas numerosas existencias, sin embargo obstinadas, jams han sido favorecidas. Y, no obstante, por encima de todas estas palabras, un lenguaje riguroso, soberano, las recubre, las cuenta y a decir verdad las hace nacer: lenguaje apoyado contra la muerte puesto que es en el momento de caer en los pozos del Hexgono infinito que el ms lcido (el ltimo, en consecuencia) de los bibliotecarios revela que tambin el infinito del lenguaje se multiplica al infinito, repitindose sin trmino en las figuras desdobladas de lo Mismo. Es una configuracin exactamente inversa a la de la Retrica clsica. Esta no enunciaba las leyes o las formas de un lenguaje; pona en relacin dos palabras. La una, muda, indescifrable, enteramente presente a s misma y absoluta; la otra, locuaz, no tena para hablar ms que esta primera palabra segn las formas, juegos, intersecciones de los cuales el espacio meda el alejamiento del texto primero e inaudible; la Retrica repeta sin cesar, para criaturas finitas y hombres que iban a morir, la palabra de lo infinito que no pasara jams. Toda figura de Retrica, en su espacio propio, traicionaba una distancia, pero haciendo seas a la Palabra primera prestaba a la segunda la densidad provisoria de la revelacin: ella mostraba. Hoy el espacio del lenguaje no est definido por la Retrica sino por la Biblioteca: por el soporte al infinito de los lenguajes fragmentarios, sustituyendo la cadena doble de la Retrica por la lnea simple, continua, montona de un lenguaje librado a s mismo, de un lenguaje que est consagrado a ser infinito porque no puede apoyarse ms sobre la palabra del infinito. Pero l encuentra en s la posibilidad de desdoblarse, de repetirse, de hacer nacer el sistema vertical de los espejos, de las imgenes de s mismo, de las analogas. Un lenguaje que no repite ninguna palabra, ninguna Promesa, sino que rechaza indefinidamente la muerte abriendo sin cesar un espacio donde siempre es el analogon de s mismo. Las bibliotecas son el lugar encantado de dos dificultades mayores. Los matemticos y los tiranos, como se sabe, las han resuelto (pero tal vez no completamente). Hay un dilema: o todos esos libros estn ya en la Palabra y es necesario quemarlos, o ellos le son adversos y tambin es preciso quemarlos. La retrica es el medio de conjurar por un instante el incendio de las bibliotecas (pero ella lo promete a la brevedad, es decir, para el fin del tiempo). Y he aqu la paradoja: si se hace un libro que cuenta todos los libros es en s mismo un libro, o no? Se debe contar l mismo como si fuera un libro entre otros? Y si l no se cuenta, como bien puede ser, l, que tena el proyecto de ser un libro - por qu omitirse en su relato, cuando le es necesario decir todos los libros? - Laliteratura comienza cuando esta paradoja se sustituye a este dilema; cuando el libro no es ms el espacio donde la palabra cobra figura (figuras de estilo, figuras de retrica, figuras de lenguaje), sino el lugar donde los libros son

totalmente recobrados y consumidos: lugar sin lugar puesto que l aloja todos los libros pasados en este imposible "volumen" que viene a colocar su murmullo entre tanto otros - despus de todos los otros, antes de todos los otros.

* Notas:
(1) En trancs "lettre" significa, a la vez, carta y letra. La lgica del texto sugiere claramente el uso dado por el autor a esta palabra en cada caso. (N. del T.) (2) Foucault usa la palabra psych, que concentra varios sentidos: denominacin del alma para los griegos, el nombre de una figura de la mitologa griega y un tipo de espejo mvil graduable a voluntad, diseado a fines del siglo XVIII. (N. del T.) Texto extrado de "El lenguaje al infinito", M. Foucault, Ediciones de Dianus, Crdoba, Argentina, 1986. Traduccin: Antonio Oviedo. Edicin original: Tel Quel Nro. 15, Pars, 1963. Seleccin y destacados: SR.

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